Lectio mar, 30 nov. de 2021

El llamado de Andrés y de su hermano; los primeros discípulos pescadores de hombres.

ORACIÓN

Oh Padre, que has llamado a san Andrés de las redes del mundo a la pesca maravillosa en el anuncio del Evangelio; has que también nosotros podamos gustar siempre más de la dulzura de tu paternidad, especialmente en el sentirnos amados como hijos tuyos; que seamos abiertos a Ti con una fe plena toda nuestra vida, para así permitir ser alcanzados y ser transformados por la mirada y la palabra de tu Hijo amado, nuestro Señor Jesús; ya que juntos con Él, deseamos llevar la alegre noticia de tu amor misericordioso a tantos hermanos y hermanas, el cual hace, que nuestra vida sea más bella. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

LECTURA

Del santo Evangelio según san Mateo (4, 18-22)

Mientras Jesús caminaba a orillas del mar de Galilea, vio a dos hermanos: uno era Simón, llamado Pedro, y el otro Andrés. Eran pescadores y estaban echando la red al mar. Jesús los llamó: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres.» Al instante dejaron las redes y lo siguieron. Más adelante vio a otros dos hermanos: Santiago, hijo de Zebedeo, con su hermano Juan; estaban con su padre en la barca arreglando las redes. Jesús los llamó, y en seguida ellos dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.

MEDITACIÓN

“Caminaba a orillas del mar de Galilea”. Jesús ha salido apenas del desierto, después de cuarenta días de gran soledad y de lucha contra el diablo (cf. Mt 4, 1-11). Él ha salido victorioso; seguro del amor de su Padre y ha venido a Galilea; una tierra lejana y despreciada; una tierra fronteriza y de paganos; solo portando consigo mismo su gran luz y su salvación (cf. Mt 4, 12-16). Y aquí, Él ha iniciado a proclamar su mensaje de alegría y de liberación: “¡El Reino de los Cielos está ahora cerca! (cf. Mt 4, 17). No hay más soledad; ni desierto agobiante; no hay ausencia porque el Señor Jesucristo ha descendido sobre nuestra tierra; la Galilea de los gentiles: en efecto, Él está cercano; Él es Dios-con-nosotros. Él no está lejano. No se ha quedado ahí parado y escondido, porque Él mismo “camina”; pasea a orillas del mar; a lo largo de los costados de nuestras vidas pobres y de hecho aún más allá de nuestros horizontes. La Galilea, que significa “anillo”: y cuya interpretación nos dice que Él, Jesús, el Amor, viene a desposarse; a unirse para siempre con Él. Ahora, solo nos resta acogerlo mientras camina sobre la orilla del mar. Aún en la distancia, Él ya nos ve, y esto lo sabemos…

El verbo “ver”, se repite dos veces, primeramente, al referirse a Andrés y a su hermano, después a Santiago y a Juan; este “ver” porta consigo mismo toda la fuerza y la intensidad de una mirada proveniente del corazón, de lo más íntimo. Y es en esta manera, como el Señor nos ve: nos lee a profundidad; con una detenida atención amorosa hojea paso a paso las páginas de nuestras vidas; conoce cada cosa de nosotros y todo lo ama.

No es del nada raro que Mateo utilice muchas veces un vocabulario familiar para narrar este episodio acerca de la vocación y del encuentro con el Señor Jesús. Ya que también, encontramos cuatro veces la palabra “hermano”, y dos veces la palabra “padre”. Somos llevados a casa; a nuestro principio de vida; allá donde de igual forma nos redescubrimos que somos hijos y hermanos. Jesús entra dentro de esta realidad nuestra y lo hace en una manera más humana; más nuestra; más cotidiana; entra en la carne; en el corazón; en toda la vida y viene a rescatarnos para hacernos nacer de nuevo.

“Sígueme” y “ven”: son sus palabras sencillas y claras; Él nos pide situarnos en el camino; movernos de la misma forma que Él. ¡Es agradable sentirse despertar por esta voz suya! La cual es más fuerte y alcanzable; más dulce qué la voz de las aguas del mismo mar y del mundo, que a veces tienden a ser ruidosas y confusas. En cambio, cuando Él habla, lo hace al corazón, todo se convierte en una gran paz y todo vuelve a la calma. Y después, nos muestra también la ruta, nos señala el camino por hacer y a seguir y no nos deja perdernos: “Detrás de mí”, dice el Señor. Solo basta recibir la invitación; solo basta en aceptar que sea Él, para qué saber más; solo debemos seguirlo, pues Él nos mostrará el camino.

“dejaron las redes y lo siguieron”. Los dos hermanos, los dos primeros llamados, el de Pedro y el de Andrés, llegan a ser para nosotros un ejemplo clarísimo, valiente y convincente al inicio de este camino. Ellos nos enseñan las cosas que hay que hacer, los movimientos y la elección. “Dejar” y “seguir” llegan a ser los verbos claves y las palabras escritas en el corazón. Lo son porque quizás frecuentemente pueda que ocurra el tener que considerar dichas iniciativas en el interior de nuestras vidas; en lo secreto del alma; allí donde solo nosotros podemos ver. Allí en donde solo el Señor es testigo de que incluso para nosotros, se cumplen estas dos maravillosas palabras del Evangelio, que son tan vivas y fuertes, y que te cambian la vida.

“En seguida”. Por dos ocasiones, Mateo nos hace ver la prontitud de los discípulos en la acogida de la invitación del Señor, que pasa; al igual que en Su mirada y en su voz dirigida hacia ellos. Ellos no ponen obstáculos; no dudan; no tienen miedo; solo se fían ciegamente a Él; respondiendo en seguida y diciendo si, a aquel Amor.

Además, Mateo nos hace recorrer delante a nuestros ojos todos los elementos que vivifican aquella escena a la orilla del mar: como por ejemplo, las redes; la barca; el padre…todo se escurre en el fondo; todo pasa a segundo plano y todo se deja a un lado. Solo permanece el Señor, que va adelante y, detrás de Él, aquellos cuatro hombres nuevos, que llevan nuestro nombre y la historia, que Dios ha escrito para nosotros.

ALGUNAS PREGUNTAS

El panorama de esta narración del Evangelio y por tanto la perspectiva de la gracia del Señor, que todavía hoy actúa en nosotros; es como la del mar de Galilea; un mar textual que tiene un nombre y su geografía y que me llevan a considerar preguntas como: ¿Puedo en este momento ante la Palabra de Dios, dar una cara precisa al horizonte de mi vida? ¿Tengo la paz interior para dejar al descubierto ante los ojos de Cristo, mi vida tal como si fuese yo el mar, la Galilea? ¿Tengo, quizás miedo de las aguas que portan mi corazón, como si mi mar fuese amenazador, oscuro o enemigo? ¿Puedo dejar al Señor caminar a lo largo de mi costado? ¿Puedo dejarme verme yo también como Andrés, como Simón, Santiago o Juan en este relato? ¿Y si guardo silencio en este momento? ¿Y si permito realmente, a que pase Jesús y se acerque a mí, hasta dejar su huella de amor y de amistad sobre mi pobre arena? ¿Tengo aún y después el valor de dejarme alcanzar por su mirada llena de luz? ¿O continuo a esconderme un poco más, a empañar y disfrazar cualquier parte de mí, que yo mismo no deseo ver o aceptar? Y todavía: ¿dejo que Él me hable; que me diga, quizás por primera vez: “sígueme”? ¿O prefiero continuar escuchando solo el rumor del mar y de sus olas invasoras y devastadoras?

Este Evangelio me habla en una manera muy fuerte acerca de la compañía de los hermanos; me habla de mí ser como hijo; pone al descubierto la parte más profunda del corazón y entra en lo más íntimo de mi hogar. ¿Tal vez, puede ser que este sea propiamente el lugar en donde hay más dolor para mí y en donde no me siento comprendido, escuchado y amado como yo quisiera? ¿Por qué el Señor pone du dedo en mi herida? Hermanos, padre, madre, compañeros…Jesús es todo esto para mí y Él es aún más. ¿Lo entiendo verdaderamente yo en esta manera? ¿Hay un espacio para Él en mi hogar? ¿Cómo es mi relación con Él? ¿Mi relación con Él es como de hermano, como de amigo o como de hijo? ¿O acaso lo conozco de una manera lejana, superficial o como un escape?

Me parece muy claro en este pasaje, que el Señor hace grandes cosas en la vida de los discípulos: “Los haré pescadores de hombres”, les dice a ellos. ¿Cómo reacciono ante a este descubrimiento? ¿Deseo también yo el dejarme ser tocado por Él en un modo verdadero, real? ¿Deseo permitirme cambiar mi estilo de vida? ¿Deseo ponerme en camino con Él hacia una nueva aventura; a buscar hermanos y hermanas que han tenido la necesidad de encontrarlo? ¿Deseo conocerlo? ¿Deseo sentirme amado o amada de su Amor infinito? ¿Puedo ser pescador de hombres como Andrés y sus hermanos?

Por ahora, solo falta una cosa: la decisión, la opción de seguir al Señor, de caminar detrás de Él. ¿Todavía, intento detenerme un momento más? ¿Qué cosa debo dejar hoy para dar este paso importante? ¿Qué es lo que me frena, me esconde, que no me permite moverme? ¿Qué pesar tengo en el corazón, en el alma? ¿Quizás hay en mí la necesidad de confesarme, de abrir el corazón? ¿Porto ahora dentro en forma escrita el mensaje de Su mirada que Él ha puesto en mí; Su palabra, qué es más fuerte que el rumor del mar? ¡No puedo fingir que nada ha pasado! ¡El Señor ha pasado y ha dejado una señal! Yo no soy más como aquel de primero…quiero decir sí, como Andrea. Amén.

Oración final

Tu palabra es una lámpara para mis pasos, y una luz en mi camino.

Del Salmo 119

¿Cómo un joven llevará una vida honesta? Cumpliendo tus palabras.

Yo te busco de todo corazón:
No permitas que me aparte de tus mandamientos. Conservo tu palabra en mi corazón, para no pecar contra ti. Tú eres bendito, Señor: Enséñame tus preceptos.
Yo proclamo con mis labios todos los juicios de tu boca.
Me alegro de cumplir tus prescripciones, más que de todas las riquezas.
Meditaré tus leyes y tendré en cuenta tus caminos.
Mi alegría está en tus preceptos: no me olvidaré de tu palabra.

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Lectio lun, 29 nov. de 2021

Tiempo Ordinario

Oración inicial

Concédenos, Señor Dios nuestro, permanecer alerta a la venida de tu Hijo, para que cuando llegue y llame a la puerta nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza. Por nuestro Señor Jesucristo. Amen.

Lectura del santo Evangelio según Mateo 8,5-11

Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos.» Dícele Jesús: «Yo iré a curarle.» Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: `Vete’, y va; y a otro: `Ven’, y viene; y a mi siervo: `Haz esto’, y lo hace.» Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos.

Reflexión

El Evangelio de hoy es un espejo. Evoca en nosotros las palabras que repetimos durante la Misa antes de comulgar: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Mirando al espejo, este texto sugiere lo siguiente:

La persona que busca a Jesús es un pagano, un soldado del ejército romano, que dominaba y explotaba a la gente. No es la religión, ni el deseo de Dios, sino más bien el sufrimiento y la necesidad que le impulsan a buscar a Jesús. Jesús no tiene ideas preconcebidas. No exige nada antes, acoge y escucha la petición del oficial romano.

La respuesta de Jesús sorprende al centurión, ya que supera su expectativa. El centurión no esperaba que Jesús fuera a su casa. Se siente indigno: “Yo no soy digno”. Quiere decir que consideraba a Jesús como a una persona muy superior.

El centurión expresa su fe en Jesús diciendo: “Di una sola palabra y mi siervo sanará”. El cree que la palabra de Jesús es capaz de sanar. ¿De dónde le nace una fe tan grande? ¡De su experiencia profesional de centurión! Porque cuando un centurión da órdenes, el soldado obedece. ¡Tiene que obedecer! Y así se imagina que ocurra con Jesús: basta que Jesús diga una palabra, y las cosas acontecen según la palabra. El cree que la palabra de Jesús encierra una fuerza creadora.

Jesús queda admirado y elogia la fe del centurión. La fe no consiste en aceptar, repetir y declarar una doctrina, sino en creer y confiar en la persona de Jesús.

Para la reflexión personal

Si me pongo en el lugar de Jesús, ¿cómo acojo y escucho a las personas de otras religiones? Si me pongo en el lugar del centurión: ¿cuál es la experiencia personal que me lleva a creer en Jesús?

Oración final

¡Acuérdate de mí, Yahvé, hazlo por amor a tu pueblo, ven a ofrecerme tu ayuda. Para que vea la dicha de tus elegidos, me alegre con la alegría de tu pueblo. (Sal 106,4-5)

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Lectio Dom, 28 nov. de 2021

La manifestación del Hijo del Hombre como principio de nuevos tiempos

¡Atención! ¡Dios puede llegar en cada momento! Lucas 21,25-28.34-36

Oración inicial

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz , que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección. Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

Lectura

Clave de lectura:

El texto litúrgico de este domingo nos lleva a meditar el discurso de Jesús sobre el fin del mundo. Hoy, cuando se habla tanto del fin del mundo, las posiciones son muy variadas.

Algunos tienen miedo. Otros permanecen indiferentes. Otros comienzan a vivir con más seriedad. Y todavía otros, cuando oyen una terrible noticia, exclaman: “¡El fin del mundo está cerca!” ¿Y tú? ¿Tienes una opinión al respecto? ¿Por qué al principio del año litúrgico, en este primer domingo de Adviento, la Iglesia nos coloca de frente el fin de la historia?

Teniendo presente estas preguntas, tratemos de leer de modo que nos interpele y nos interrogue.

Durante la lectura haremos un esfuerzo por prestar atención, no a lo que nos causa temor, sino más bien a lo que produce esperanza.

Una división del texto para ayudar en la lectura:

Lucas 21,25-26. Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas Lucas 21,27: El Hijo del Hombre vendrá sobre una nube
Lucas 21,28: La esperanza que renace en el corazón
Lucas 21,29-33: La lección de la parábola de la higuera Lucas 21,34-36: Exhortación a la vigilancia

El Texto:

«Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de la gente, trastornada por el estruendo del mar y de las olas. Los hombres se quedarán sin aliento por el terror y la ansiedad ante las cosas que se abatirán sobre el mundo, porque las fuerzas de los cielos se tambalearán. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación.» «Cuidad que no se emboten vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza, logréis escapar y podáis manteneros en pie delante del Hijo del hombre.»

Un momento de silencio orante

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

Algunas preguntas

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

¿Qué sentimientos has tenido durante la lectura? ¿De miedo o de paz? ¿Por qué? ¿Has encontrado en el texto algo que te haya dado esperanza y ánimo? ¿Qué es lo que hoy empuja a la gente a tener esperanza o a resistir? ¿Por qué al principio del Adviento la Iglesia nos confronta con el fin del mundo? ¿Qué responderíamos a los que dicen que el fin del mundo está cerca? ¿Cómo entender la imagen de la venida del Hijo del Hombre sobre una nube?

Una clave de lectura

para aquéllos que quisieran profundizar en el tema

El contexto del discurso de Jesús
El texto del Evangelio de este domingo (Lc 21,25-28.34-36) es parte del así llamado «discurso escatológico” (Lc 28-36). En el Evangelio de Lucas, este discurso está presentado como respuesta de Jesús a una pregunta de los discípulos. Ante la belleza y grandeza del templo de la ciudad de Jerusalén, Jesús había dicho: “¡No quedará piedra sobre piedra!” (Lc 21,5-6). Los discípulos querían que Jesús les diese más información sobre esta destrucción del templo y pedían: “¿Cuándo sucederá esto, Maestro, y cuáles serán las señales de que estas cosas están a punto de suceder?” (Lc 21,7).

Objetivo del discurso: ayudar a discernir los acontecimientos
En el tiempo de Jesús (año 33), de frente a los desastres, guerras y persecuciones, mucha gente decía: “¡El fin del mundo está cerca!” La comunidad del tiempo de Lucas (año 85) pensaba lo mismo. Además, a causa de la destrucción de Jerusalén (año 70) y de la persecución de los cristianos, que duraba ya unos cuarenta años, había quien decía: “¡Dios no controla los acontecimientos de la vida! ¡Estamos perdidos!” Por esto, la preocupación principal del discurso es el de ayudar a los discípulos y discípulas a discernir los signos de los tiempos para no ser engañados por estas conversaciones de la gente sobre el fin del mundo: “¡Atención! ¡No os dejéis engañar!” (Lc 21,8). El discurso nos da diversas señales para ayudarnos a discernir.

Seis señales que nos ayudan a discernir los acontecimientos de la vida
Después de una breve introducción (Lc 21,5) comienza el discurso propiamente dicho. En estilo apocalíptico, Jesús enumera los sucesos que sirven de señales. Bueno será recordar que Jesús vivía y hablaba en el año 33, pero que los lectores de Lucas vivieron y escucharon las palabras de Jesús alrededor del año 85. Entre el año 33 y el 85 sucedieron muchas cosas de todos conocidas, por ejemplo: la destrucción de Jerusalén (año 70), las persecuciones, guerras por doquier, desastres naturales. El discurso de Jesús anuncia los acontecimientos como algo que deberá suceder en el futuro. Pero las comunidades los consideran algo ya pasados, ya sucedidos:

Primera señal: los falsos Mesías que dirán: “¡Soy yo! ¡El tiempo está cerca!” (Lc 21,8);
Segunda señal: guerras y rumores de guerra (Lc 21,9);
Tercera señal: una nación se alzará contra otra (Lc 21,10);
Cuarta señal: hambre, peste y terremotos por todas partes (Lc 21,11);
Quinta señal: persecuciones contra aquéllos que anuncian la palabra de Dios (Lc 21,12- 19);
Sexta señal: asedio y destrucción de Jerusalén (Lc 21,20-24).

Las comunidades cristianas del año 85, al oír el anuncio de Jesús podían concluir: “¡Todas estas cosas han sucedido ya o están sucediendo! ¡Todo se desarrolla según un plano previsto por Jesús! Por tanto, la historia no se escapa de las manos de Dios”.

Especialmente por lo que se refiere a las señales quinta y sexta podrían decir: “¡Es lo que estamos viviendo hoy!” “¡Estamos ya en la sexta señal!” Y después viene la pregunta: ¿Cuántas señales faltan para que venga el fin?

De todas estas cosas, aparentemente muy negativas, Jesús dice en el Evangelio de Marcos:” Son apenas los comienzos de los dolores de parto” (Mc 13,8). ¡Los dolores de parto, aunque sean muy dolorosos para una madre, no son señales de muerte, sino más bien de vida! ¡No son motivo de temor, sino de alegría y de esperanza! Este modo de leer los hechos da tranquilidad a las personas. Como veremos, Lucas expresará la misma idea, pero con otras palabras (Lc 21,28).

Después de esta primera parte del discurso (Lc 21,8-24), vemos el texto que se nos da en el evangelio de la Misa del primer domingo de adviento:

Comentarios del texto

Lucas 21,25-26: Señales en el sol, en la luna y en las estrellas
Estos dos versículos describen tres fenómenos cósmicos: (1) “Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas”; (2) el fragor del mar y de las olas”; (3) “las potencias del cielo se conmoverán”. En los años 80, época en la que escribe Lucas, estos tres fenómenos no se habían manifestado. Las comunidades podían afirmar:” ¡Este es la séptima y última señal que falta antes del fin!” A primera vista, parece más terrible que las precedentes, ya que Lucas dice, que suscita angustia y causa temor en los hombres y en las naciones. En realidad, aunque su apariencia es negativa, estas imágenes cósmicas sugieren algo positivo, a saber, el comienzo de la nueva creación que substituirá la antigua creación (cf. Ap 21,1). El comienzo del cielo nuevo y de la tierra nueva, anunciada por Isaías (Is 65,17). Introducen la manifestación del Hijo de Dios, el comienzo de nuevos tiempos.

Luca 21,27: La llegada del Reino de Dios y la manifestación del Hijo del Hombre
Esta imagen viene de la profecía de Daniel (Dn 7,1-14). Daniel dice que después de las desgracias causadas por los cuatro reinos de este mundo (Dn 7, 1-14), vendrá el Reino de Dios (Dn 7,9-14). Estos cuatro reinos, todos, tienen apariencia animalesca: león, oso, pantera y bestia feroz (Dn 7,3-7). Son reinos animalescos. Quitan la vida a la vida (¡incluso hoy!). El Reino de Dios aparece con el aspecto de Hijo de Hombre. O sea, con el aspecto humano de la gente (Dn 7,13). Es un reino humano. Construir este reino que humaniza, es tarea de las comunidades cristianas. Es la nueva historia, la nueva creación, a cuya realización debemos colaborar.

Lucas 21,28: Una esperanza que nace en el corazón
En el Evangelio de Marcos, Jesús decía: ¡Es apenas el comienzo de los dolores de parto! Aquí, en el Evangelio de Lucas, dice: “Cuando comiencen a acaecer estas cosas, ¡alzad los ojos y levantad la cabeza, porque vuestra liberación está cerca!” Esta afirmación indica que el objetivo del discurso no es el de causar miedo, sino sembrar esperanza y alegría en el pueblo que estaba sufriendo por causa de la persecución. Las palabras de Jesús ayudaban (y ayudan) a las comunidades a leer los hechos con lentes de esperanza. Deben tener miedo aquellos que oprimen y avasallan al pueblo. Ellos, sí, deben saber que su imperio se ha acabado.

Lucas 21,29-33: La lección de la higuera
Cuando Jesús invita a mirar a la higuera, Jesús pide que analicen los hechos que están acaeciendo. Es como si dijese: “De la higuera debéis aprender a leer los signos de los tiempos y poder así descubrir ¡dónde y cuándo Dios entra en vuestra historia! Y termina la lección de la parábola con estas palabras: “¡El cielo y la tierra pasarán; pero mis palabras no pasarán!” Mediante esta frase muy conocida, Jesús renueva la esperanza y alude de nuevo a la creación nueva que ya está en acto.

Lucas 21,34-36: Exhortación a la vigilancia
¡Dios siempre llega! Su venida adviene cuando menos se espera. Puede suceder que Él venga y la gente no se dé cuenta de la hora de su venida (cf Mt 24,37-39): Jesús da consejos a la gente, de modo que siempre estén atentos: (1) evitar lo que pueda turbar y endurecer el corazón (disipaciones, borracheras y afanes de la vida); (2) orar siempre pidiendo fuerza para continuar esperando en pie la venida del Hijo del Hombre. Dicho con otras palabras, el discurso pide una doble disposición: de un lado, la vigilancia siempre atenta del que siempre está esperando y por otro lado la serena tranquilidad del que siempre está en paz. Esta disposición es signo de mucha madurez, porque combina la conciencia de la seriedad del empeño y la conciencia de la relatividad de todas las cosas.

Más información para poder entender mejor el texto

Cuando vendrá el fin del mundo
Cuando decimos “fin del mundo”, ¿de qué estamos hablando? ¿El fin del mundo del que habla la Biblia o el fin de este mundo, donde reina el poder del mal que destroza y oprime la vida? Este mundo de injusticia tendrá fin. Ninguno sabe cómo será el mundo nuevo, porque nadie puede imaginarse lo que Dios tiene preparado para aquéllos que lo aman (1 Cor 2,9). El mundo nuevo de la vida sin muerte (Apoc 21,4), sobrepasa a todo, como el árbol supera a su simiente (1 Cor 15,35-38). Los primeros cristianos estaban ansiosos o deseaban saber el cuándo de este fin (2 Ts 2,2; Hech 1,11). Pero “no toca a vosotros conocer los tiempos y los momentos que el Padre ha fijado con su autoridad” (Hech 1,7). El único modo de contribuir al final «es que nos lleguen los tiempos del refrigerio de parte del Señor» (Hech 3,20), es dar testimonio al Evangelio en todo momento y acción, hasta los confines de la tierra (Hech 1,8).

¡Nuestro tiempo! ¡El tiempo de Dios!
“Porque ninguno conoce ni el día, ni la hora; ni siquiera los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mc 13,32; Mat 24,36). Es Dios quien determina la hora del fin. El tiempo de Dios no se mide con nuestro reloj o calendario. Para Dios un día puede ser igual a mil años y mil años iguales a un día (Sl 90,4; Pt 3,8). El tiempo de Dios discurre independientemente del nuestro. Nosotros no podemos interferirlo, pero debemos estar preparado para el momento en el que la hora de Dios se presenta en nuestro tiempo. Lo que da seguridad, no es saber la hora del fin del mundo, sino la Palabra de Jesús presente en la vida. El mundo pasará, pero su palabra no pasará (cf. Is 40, 7-8).

El contexto en el que se encuentra nuestro texto en el Evangelio de Lucas
Para nosotros, hombres del siglo XXI, el lenguaje apocalíptico es extraño, difícil y confuso. Pero para la gente de aquel tiempo era el modo de hablar que entendían. Expresaba la certeza testaruda de la fe de los niños. A pesar de todo y contra todas las apariencias, ellos continuaban creyendo que Dios es el Señor de la Historia. El objetivo principal del lenguaje apocalíptico es animar la fe y la esperanza de los pobres. En tiempos de Lucas, mucha gente de las comunidades pensaba que el fin del mundo estaba cerca y que Jesús habría vuelto.

Pero estos individuos eran personas que nunca trabajaban: “¿Para qué trabajar si Jesús volverá?” (cf. Ts 3,11). Otros permanecían mirando al cielo, aguardando la vuelta de Jesús sobre las nubes (cf. Hech 1,11). El discurso de Jesús indica que ninguno sabe la hora de la última venida. ¡Hoy sucede la misma cosa! Algunos esperan tanto la venida de Jesús, que no perciben su presencia en medio de nosotros, en las cosas, en los hechos de cada día.

6. Salmo 46 (45)

Dios es nuestra fortaleza

Dios es nuestro refugio y fortaleza, socorro en la angustia, siempre a punto. Por eso no tememos si se altera la tierra, si los montes vacilan en el fondo del mar, aunque sus aguas bramen y se agiten, y su ímpetu sacuda las montañas.
¡Un río! Sus brazos recrean la ciudad de Dios, santifican la morada del Altísimo.
Dios está en medio de ella, no vacila, Dios la socorre al despuntar el alba. Braman las naciones, tiemblan los reinos, lanza él su voz, la tierra se deshace.
¡Con nosotros Yahvé Sebaot, nuestro baluarte el Dios de Jacob! Venid a ver los prodigios de Yahvé, que llena la tierra de estupor.
Detiene las guerras por todo el orbe; quiebra el arco, rompe la lanza, prende fuego a los escudos.
«Basta ya, sabed que soy Dios, excelso sobre los pueblos, sobre la tierra excelso».
¡Con nosotros Yahvé Sebaot, nuestro baluarte el Dios de Jacob!

Oración final

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

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Lectio sáb, 27 nov. de 2021

Tiempo Ordinario

Oración inicial

Mueve, Señor, los corazones de tus hijos, para que, correspondiendo generosamente a tu gracia, reciban con mayor abundancia la ayuda de tu bondad. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Lucas 21,34-36

«Cuidad que no se emboten vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza, logréis escapar y podáis manteneros en pie delante del Hijo del hombre.»

Reflexión

Estamos llegando al final del largo discurso apocalíptico y también al final del año litúrgico. Jesús da un último consejo convocándonos a la vigilancia (Lc 21,34-35) y a la oración (Lc 21,36).

Lucas 21,34-35: Cuidado para no perder la conciencia crítica. “Cuidad que no se emboten vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra”. Un consejo similar Jesús lo había dado ya cuando le preguntaron sobre la llegada del Reino (Lc 17,20-21). El responde que la llegada del Reino acontece como un relámpago. Viene de repente, sin previo aviso. Las personas han de estar atentas y preparadas, siempre (Lc 17,22-27). Cuando la espera es larga, corremos el peligro de quedar desatentos y no prestar más atención a los acontecimientos “los corazones se embotan por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida”. Hoy, las muchas distracciones nos vuelven insensibles y la propaganda puede hasta pervertir en nosotros el sentido de la vida. Ajenos a los sufrimientos de tanta gente del mundo, no percibimos las injusticias que se cometen.

Lucas 21,36: La oración como fuente de conciencia crítica y de esperanza. “Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza, logréis escapar y podáis manteneros en pie delante del Hijo del hombre. . La oración constante es un medio muy importante para no perder la presencia de espíritu. La oración nos ayuda a profundizar en nosotros la conciencia de la presencia de Dios en medio de nosotros y, así, sacar fuerza y luz para aguantar los malos días y crecer en la esperanza.

Resumen del Discurso Apocalíptico (Lc 21,5-36). Hemos pasado cinco días, desde el martes hasta hoy sábado, meditando y profundizando sobre el significado del Discurso Apocalíptico para nuestras vidas. Los tres evangelios sinópticos traen este discurso de Jesús, cada uno a su manera. Vamos a ver de cerca la versión que nos ofrece el evangelio de Lucas. He aquí un breve resumen de lo que meditamos esos cinco días. Todo el Discurso Apocalíptico es un intento para ayudar a las comunidades perseguidas a situarse dentro del conjunto del plan de Dios y así tener esperanza y valor para seguir firme por el camino. En el caso del Discurso Apocalíptico del evangelio de Lucas, las comunidades perseguidas vivían en el año 85. Jesús hablaba en el año 33. Su discurso describe las etapas o las señales o de la realización del plan de Dios. En todo son 8 señales o periodos desde Jesús hasta el final de los tiempos. Leyendo e interpretando su vida a la luz de las señales dadas por Jesús, las comunidades descubrían en qué medida estaban realizando el plan. Las siete primeras señales habían acontecido ya. Pertenecían todas al pasado. Pero sobre todo en la 6ª y en la 7ª señal (persecución y destrucción de Jerusalén) las comunidades encuentran la imagen o el espejo de lo que estaba ocurriendo en el presente. He aquí las siete señales:

Introducción al discurso (Lc 21,5-7)
1a señal: los falsos mesías (Lc 21,8);
2a señal: guerras y revoluciones (Lc 21,9);
3a señal: nación contra otra nación, un reino contra otro reino, (Lc 21,10);
4a señal: terremotos en varios lugares (Lc 21,11);
5a señal: hambre, peste y señales en el cielo (Lc 21,11);
6ª señal: la persecución de los cristianos y la misión que deben realizar (Lc 21,12-19) + Misión
7ª señal: la destrucción de Jerusalén (Lc 21,20-24)

Al llegar a esta última señal, las comunidades concluyen: “Estamos en la 6ª y en la 7ª señal”.

Y aquí viene la pregunta más importante: “¿Cuánto falta para que llegue el fin?” A aquel que está siendo perseguido no le importa el futuro distinto, quiere saber si estará vivo el día siguiente o si tendrá la fuerza para aguantar la persecución hasta el día siguiente. La respuesta a esta pregunta inquietante la tenemos en la octava señal:

8ª señal: cambios en el sol y en la luna (Lc 21,25-26) que anuncian la llegada del Hijo del Hombre. (Lc 21,27-28).

Conclusión: falta poco, todo está conforme con el plan de Dios, todo es dolor de parto, Dios está con nosotros. Nos da fuerza para aguantar. Vamos a testimoniar la Buena Noticia de Dios traída por Jesús. En definitiva, Jesús confirma todo con su autoridad (Lc 21,29-33).

Para la reflexión personal

Jesús pide vigilancia para que no seamos sorprendidos por los hechos. ¿Cómo vivo este consejo de Jesús? La última petición de Jesús al final del año litúrgico es ésta: Estad en vela, orando en todo tiempo. ¿Cómo vivo este consejo de Jesús en mi vida?

Oración final

Un gran Dios es Yahvé, Rey grande sobre todos los dioses; Él sostiene las honduras de la tierra, suyas son las cumbres de los montes; suyo el mar, que él mismo hizo, la tierra firme que formaron sus manos. (Sal 95,3-5)

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Lectio vie, 26 nov. de 2021

Tiempo Ordinario

Oración inicial

Mueve, Señor, los corazones de tus hijos, para que, correspondiendo generosamente a tu gracia, reciban con mayor abundancia la ayuda de tu bondad. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Lucas 21,29-33

Les añadió una parábola: «Mirad la higuera y todos los demás árboles. Cuando veis que echan brotes, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Reflexión

El evangelio de hoy nos trae las recomendaciones finales del Discurso Apocalíptico. Jesús insiste en dos puntos: (a) en la atención que hay que dar a los signos de los tiempos (Lc 21,29-31) y (b) en la esperanza, fundada en la firmeza de la palabra de Jesús, que expulsa el miedo y la desesperanza (Lc 21,32-33).

Lucas 21,29-31: Mirad la higuera y todos los árboles. Jesús manda mirar la naturaleza: «Mirad la higuera y todos los demás árboles. Cuando veis que echan brotes, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que el Reino de Dios está cerca” Jesús pide que la gente contemple los fenómenos de la naturaleza para aprender de ellos cómo leer e interpretar las cosas que están aconteciendo en el mundo. Los brotes en la higuera son una señal evidente de que el verano está llegando. Así también aquellas siete señales son la prueba de que “¡el Reino de Dios está cerca!” Hacer este discernimiento no es fácil. Una persona sola no se da cuenta del mensaje. Es reflexionando juntos en comunidad que la luz aparece. Y la luz es ésta: experimentar en todo lo que acontece una llamada a no encerrarse en el momento presente, sino mantener el horizonte abierto y percibir en todo una flecha que apunta más allá, hacia el futuro. Pero la hora exacta de la llegada del Reino nadie la sabe. En el evangelio de Marcos, Jesús llega a decir: «Cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.» (Mc 13,32).

Lucas 21,32-33: “Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Esta palabra de Jesús evoca la profecía de Isaías que decía: «Toda carne es hierba y toda su gloria como flor del campo. Sécase la hierba, marchítase la flor cuando pase sobre ella el soplo de Yahvé. Sécase la hierba, marchítase la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre” (Is 40,7-8). La palabra de Jesús es la fuente de nuestra esperanza. ¡Lo que dice acaecerá!

La venida del Mesías y el fin del mundo. Hoy mucha gente vive preocupada con el fin del mundo. Algunos se basan en una lectura errada y fundamentalista del Apocalipsis de Juan, y llegan a calcular la fecha exacta del fin del mundo. En el pasado, a partir de los “mil años” mencionados en el Apocalipsis (Ap 20,7), la gente solía repetir: “¡El año 1000 pasó, pero el 2000 no pasará!” Por esto, en la medida en que se iba acercando el año 2000, muchos quedaban preocupados. Hubo hasta gente que, angustiada con la llegada del fin del mundo, llegó a suicidarse. Pero en año 2000 pasó y nada aconteció. ¡El fin del mundo no llegó! La misma problemática estaba viva en las comunidades cristianas de los primeros siglos. Ellas vivían en la expectativa de la venida inminente de Jesús. Jesús vendría a realizar el Juicio Final para terminar con la historia injusta del mundo acá abajo e inaugura una nueva fase de la historia, la fase definitiva del Nuevo Cielo y de la Nueva Tierra. Pensaban que esto ocurriría dentro de una o dos generaciones. Mucha gente estaría con vida todavía cuando Jesús iba a aparecer glorioso en el cielo (1Ts 4,16-17; Mc 9,1). Y había hasta personas que habían dejado de trabajar, porque pensaban que la venida fuera cosa de pocos días o de semanas (2Tes 2,1-3; 3,11). Así pensaban. Pero hasta ahora, la venida de Jesús ¡todavía no ha ocurrido! ¿Cómo entender esta demora? En las calles de la ciudad, la gente ve pintadas en las paredes las palabras ¡Jesús volverá! ¿Viene o no viene? ¿Y cómo será su venida? Muchas veces la afirmación “Jesús volverá” es usada para dar miedo a las personas y obligarlas a ir a una determinada iglesia.

En el Nuevo Testamento, el retorno de Jesús es siempre motivo de alegría y de paz. Para los explotados y oprimidos, la venida de Jesús es una Buena Noticia. ¿Cuándo vendrá? Entre los judíos, las opiniones eran muy variadas. Los saduceos y los herodianos decían: “¡Los tiempos mesiánicos llegaron ya!” Pensaban que su bienestar durante el gobierno de Herodes fuera expresión del Reino de Dios. Por esto, no querían cambio y estaban en contra de la predicación de Jesús que convocaba a la gente para cambiar y convertirse. Los fariseos decían: “¡La llegada del Reino va a depender de nuestro esfuerzo en la observancia de la ley!” Los esenios decían: “El Reino prometido llegará sólo cuando hayamos purificado el país de todas las impurezas”. Entre los cristianos había la misma variedad de opiniones. Algunos de la comunidad de Tesalónica en Grecia, apoyándose en la predicación de Pablo, decían: “¡Jesús volverá!” (1 Tes 4,13-18; 2 Tes 2,2). Pablo responde que no era tan simple como se lo imaginaban. Y a los que habían dejado de trabajar decía: “¡Quien no quiere trabajar, que no coma!” (2Tes 3,10). Probablemente se trataba de gente que a la hora del almuerzo iba a mendigar comida a casa del vecino. Los cristianos opinaban que Jesús volvería después que el evangelio fuera anunciado al mundo entero (Hechos 1,6-11). Y pensaban que cuanto mayor fuera el esfuerzo de evangelizar, más rápidamente vendría el fin del mundo. Otros, cansados de esperar, decían: “¡No volverá!” (2 Pd 3,4). Otros basándose en las palabras de Jesús, decían con acierto: “¡Ya está en medio de nosotros!” (Mt 25,40). Hoy pasa lo mismo. Hay gente que dice: “Como van las cosas, está bien tanto en la Iglesia como en la sociedad”. No quieren cambios. Otros esperan el retorno inmediato de Jesús. Otros piensan que Jesús volverá por medio de nuestro trabajo y anuncio. Para nosotros, Jesús está en medio de nosotros (Mt 28,20). Él ya está de nuestro lado en la lucha por la justicia, por la paz, por la vida. Pero la plenitud no ha llegado todavía. Por esto, esperamos con firme esperanza la liberación total de la humanidad y de la naturaleza (Rom 8,22- 25).

Para la reflexión personal

Jesús pide que miremos la higuera, para contemplar los fenómenos de la naturaleza. En mi vida ¿aprendí alguna cosa contemplando la naturaleza? Jesús dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mi palabra no pasará”. ¿Cómo encarno estas palabras de Jesús en mi vida?

Oración final

Señor, dichosos los que moran en tu casa y pueden alabarte siempre; dichoso el que saca de ti fuerzas cuando piensa en las subidas. (Sal 84,5-6)

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Últimos ejercicios

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Índice: Santa Isabel de la Trinidad, Últimos ejercicios

Día primero    1      2
Día segundo    3      4      5
Día tercero    6      7      8
Día cuarto    9      10      11
Día quinto    12      13      14
Día sexto    15      16
Día séptimo    17      18      19
Día octavo    20      21
Día noveno    22      23      24
Día décimo    25      26
Día undécimo (continuación)    27      28
Día duodécimo    29      30      31
Día decimotercero    32      33      34      35
Día decimocuarto    36      37      38      39
Día decimoquinto    40      41
Día decimosexto    42      43      44

            

 

 

 

 

 

Día primero

Jueves 16 de agosto

1. «Nescivi». «No supe nada más.» Esto es lo que canta «la esposa de los Cantares» después de haber sido introducida en «la bodega interior». Me parece que tal debe ser también el lema de una alabanza de gloria en este primer día de Ejercicios, en que el Maestro la ha hecho penetrar en el fondo del abismo sin fondo, para enseñarle a cumplir el oficio que tendrá durante toda la eternidad y en el que debe ejercitarse ya en el tiempo, que es la eternidad comenzada, pero siempre en progreso. ¡«Nescivi!» No sé nada más, no quiero saber nada más, sino «conocerle a El, la comunión en sus sufrimientos, la conformidad con su muerte» (Flp. 3, 10). «A los que Dios conoció en su presciencia, los ha predestinado también a ser conformes con la imagen de su divino Hijo» (Rom. 8, 29), el Crucificado por amor. Cuando yo esté completamente identificada con este ejemplar divino, toda transformada en El y El en mí, entonces cumpliré mi vocación eterna; aquella para la que Dios me ha «elegido en El» (Ef. 1, 4) «in principio», la que yo continuaré «in aeternum» cuando, sumergida en el seno de mi Trinidad, seré la incesante alabanza de su gloria, «Laudem Gloriae ejus» (Ef. 1, 12).

2. «Nadie ha visto al Padre, nos dice San Juan, si no es el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiso revelárselo». Me parece que también se puede decir: «Nadie ha penetrado el misterio de Cristo en su profundidad, salvo la Virgen. Juan y la Magdalena han penetrado mucho en este misterio, San Pablo habla frecuentemente del conocimiento que se le ha dado (Ef. 3, 34), y, sin embargo, ¡cómo todos los Santos quedan en la sombra cuando se contemplan las claridades de la Virgen!…

Ella es lo indecible, [es] el «secreto que ella guardaba y meditaba en su corazón» (Lc. 2, 19), que ninguna lengua ha podido revelar, ninguna pluma traducir. Esta Madre de gracia va a formar mi alma, para que su hijita sea una imagen viva, «expresiva», de su primer Hijo (Lc. 2, 7), el Hijo del Eterno, Aquel que fue la perfecta alabanza de gloria de su Padre.

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Día segundo

3. «Mi alma está siempre en mis manos» (Sal. 118, 109). He aquí lo que se cantaba en el alma de mi Maestro, he aquí también por qué El, entre toda clase de angustias, permanecía siempre pacífico y fuerte. ¡Mi alma está siempre en mis manos!… ¿Qué quiere decir esto sino el pleno dominio de sí en presencia del Pacífico? Hay otro canto de Cristo que quisiera repetir sin cesar: «Mi fortaleza guardaré para Vos»… Mi Regla me dice: «En el silencio estará vuestra fortaleza». Me parece que conservar su fortaleza para el Señor es hacer la unidad en todo su ser por el silencio interior, es juntar todas las potencias para «ocuparlas» en el «solo ejercicio del amor», es tener ese «ojo simple» que permite a la luz de Dios iluminarnos. Un alma que discute con su yo, que se ocupa de sus sensibilidades, que va detrás de un pensamiento inútil, de un deseo cualquiera, esta alma dispersa sus fuerzas, no está toda ordenada a Dios; su lira no vibra al unísono y el Maestro, al tocarla, no puede hacer brotar armonías divinas. Hay allí demasiado de humano, hay disonancias. El alma que guarda todavía alguna cosa en su «reino interior», que no tiene todas sus potencias «recluidas» en Dios, no puede ser una alabanza perfecta de gloria; no está en disposición de cantar sin interpretación el «canticum magnum» de que habla San Pablo, porque no reina en ella la unidad, y en lugar de proseguir su alabanza a través de todas las cosas en la simplicidad, es necesario que junte sin cesar las cuerdas de su instrumento, dispersas por todas partes.

4. ¡Qué indispensable es esta bella unidad interior al alma que quiere vivir en la tierra la vida de los bienaventurados, es decir, de seres simples, de espíritus! Me parece que a eso se refería el Maestro cuando hablaba a Magdalena del «Unum necesarium». ¡Cómo lo había comprendido la gran Santa! «El ojo de su alma iluminada por la luz de la fe» había reconocido a su Dios bajo el velo de la humanidad; y en el silencio, en la unidad de sus potencias, «ella escuchaba la palabra que El le decía» (Lc. 10, 39). Ella podía cantar: «Mi alma está siempre en mis manos», y esta única palabra: «Nescivi». Sí, ¡ella no sabía nada más que El! Podía hacerse ruido, agitarse a su alrededor: «¡Nescivi! ». Se podía acusarla: «¡Nescivi! ». Ni su honor ni las cosas exteriores podían sacarla de su «sagrado silencio»

5. Así ocurre al alma que ha entrado en «la fortaleza del santo recogimiento»: el ojo de su alma, abierto bajo las claridades de la fe, descubre a su Dios presente, viviendo en ella; a su vez, ella permanece tan presente a El, en la bella simplicidad, que El la guarda con un cuidado celoso. Pueden, entonces, sobrevenir las agitaciones de fuera, las tempestades de dentro, se puede atacar su punto de honor: «¡Nescivi! ». Puede Dios esconderse y retirarle la gracia sensible: «¡Nescivi! ». Y con San Pablo: «Por su amor he perdido todo» (Flp. 3, 8). Entonces el Maestro tiene libertad para derramarse, para darse «según su medida». Y el alma así simplificada, unificada, se hace trono del Inmutable, ya que «la unidad es el trono de la Santa Trinidad»?

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Día tercero

6. «Hemos sido predestinados según el decreto de Aquel que hace todas las cosas según el consejo de su voluntad, para que seamos la alabanza de su gloria» (Ef. 1, 11‑12). Es San Pablo quien nos comunica esta elección divina, San Pablo, que penetró tan profundamente el «secreto escondido en el corazón de Dios desde los siglos» (Ef. 3, 9). El nos va ahora a dar luz acerca de la vocación a que hemos sido llamados. «Dios, dice él, nos ha elegido en El antes de la creación para que seamos santos e inmaculados en su presencia, en el amor» (Ef. 1, 4). Si acerco estas dos manifestaciones del plan divino y eternamente inmutable, concluyo que para cumplir dignamente mi oficio de «Laudem Gloriae» debo mantenerme a través de todas las cosas «en presencia de Dios»; más aún: el Apóstol nos dice «in charitate», es decir, en Dios, «Deus charitas est… »; y es el contacto del Ser divino el que me hará «inmaculada y santa» ante sus ojos.

7. Yo aplico esto a la bella virtud de la simplicidad, de la que ha escrito un autor piadoso: «Ella da al alma el reposo del abismo», es decir, el reposo en Dios, Abismo insondable, preludio y eco del sábado eterno, del que habla San Pablo diciendo: «Nosotros, que hemos creído, seremos introducidos en este reposo» (Heb. 4, 3).

Los bienaventurados tienen este reposo del abismo porque ellos contemplan a Dios en la simplicidad de su esencia. «Ellos le conocen, dice San Pablo, como son conocidos por El» (I Cor., 13, 12); es decir, por la visión intuitiva, la mirada simple. Y es por esto por lo que prosigue el gran Santo: «Ellos son transformados de claridad en claridad, por el poder de su Espíritu, en su propia imagen» (II Cor. 3, 18); entonces ellos son una incesante alabanza de gloria del Ser divino que contempla en ellos su propio esplendor.

8. Me parece que será dar una gran alegría al Corazón de Dios ejercitarse en el cielo de su alma en esta ocupación de los bienaventurados y unirse a El por esta contemplación simple, que acerca a la criatura al estado de inocencia en que Dios la había creado antes del pecado original «a su imagen y semejanza» (Gen. 1, 26). Tal fue el anhelo del Creador: poder contemplarse en su criatura, ver en ella reflejadas todas sus perfecciones, toda su hermosura, como a través de un cristal puro y sin mancha. ¿No es esto una manera de extensión de su propia gloria?

El alma, por la simplicidad de la mirada con que contempla su divino objeto, se halla separada de todo lo que la rodea, separada sobre todo de sí misma. Entonces ella resplandece con la «ciencia de la claridad de Dios» (2 Cor. 4, 6) de que habla el Apóstol, porque ella permite al Ser divino reflejarse en ella «y todos sus atributos le son comunicados». En verdad, esta alma es la alabanza de gloria de todos sus dones. Canta a través de todo y en los actos más sencillos el «canticum magnum, el canticum novum»… y este cántico hace conmoverse a Dios hasta lo más profundo de su Ser.

«Tu luz, se le puede decir con Isaías, brillará en las tinieblas, y las tinieblas brillarán como el mediodía. El Señor te hará gozar de un perpetuo reposo, llenará tu alma de resplandores, fortificará tus huesos. Serás como un jardín que se riega siempre, como una fuente cuyas aguas no se agotan nunca… Yo te levantaré por encima de lo más elevado de este mundo» (Is. 58, 10‑11, 14)

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Día cuarto

9. Ayer San Pablo, alzando un poco el velo, me permitía lanzar la mirada a «la herencia de los santos en la luz» (Col. 1, 12), para ver su ocupación y ensayar en lo posible de conformar mi vida con la suya, para cumplir mi oficio de «Laudem Gloriae». Hoy es San Juan, el discípulo a quien amaba Jesús (Jn. 13, 23). el que me va a entreabrir «las puertas eternas» (Sal. 23, 7 y 9), para que pueda reposar mi alma en «la santa Jerusalén, dulce visión de paz»… Y me dice, en primer lugar, que en la ciudad no hay luz, «porque la claridad de Dios la ha iluminado y el Cordero es la antorcha… » (Ap. 21, 23).

Si quiero que mi ciudad interior tenga alguna conformidad y semejanza con la «del Rey de los siglos inmortal» y reciba la gran iluminación de Dios, es necesario que apague toda otra luz y que, como en la Ciudad Santa, sea el Cordero «la sola antorcha».

10. Y he aquí que la fe, la bella luz de la fe, me sale al encuentro. Es ella sola la que debe alumbrarme para ir delante del Esposo. El salmista canta que él se «esconde en las tinieblas» (Sal. 17, 12). Después parece contradecirse al decir que «la luz le envuelve como un vestido» (Sal. 103, 2). Lo que yo concluyo de esta contradicción aparente es que debo sumergirme en «la tiniebla sagrada», haciendo la noche y el vacío en todas mis potencias. Entonces encontraré a mi Maestro, y «la luz que le envuelve como un manto» me envolverá también, pues El quiere que la Esposa sea luminosa con su luz, con su sola luz, «teniendo la claridad de Dios».

Se dice de Moisés que era «inconmovible en su fe, como si hubiera visto al Invisible» (Heb. 11, 27). Me parece que tal debe ser la actitud de una alabanza de gloria que quiere proseguir a través de todo su himno de acción de gracias: «inconmovible en su fe al demasiado amor» (Ef. 2, 4). «Nosotros hemos conocido el amor de Dios hacia nosotros, y nosotros hemos creído» (I Jn. 4, 16).

11. «La fe, dice San Pablo, es la sustancia de las cosas que se deben esperar y la demostración de las que no se ven» (Heb. 11, 1).

¿Qué importa al alma, que se ha recogido en la claridad que crea en ella esta palabra, sentir o no sentir, estar en la oscuridad o en la luz, gozar o no gozar?… Ella prueba una especie de vergüenza al hacer diferencia entre estas cosas; y cuando se siente afectada por ellas, se desprecia profundamente por su poco amor y mira inmediatamente a su Maestro para hacerse librar por El. Ella «le exalta», según la expresión de un gran místico, «en la más alta cima de la montaña de su corazón, por encima de las dulzuras y los consuelos que brotan de El, porque ella ha resuelto dejarlo todo atrás para unirse con el que ella ama». Me parece que a esta alma inconmovible en su fe a Dios Amor pueden dirigirse estas palabras del Príncipe de los Apóstoles: «Porque creéis seréis colmados de una alegría inconmovible y glorificada» (I Pe. 1, 8).

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Día quinto

12. «Vi una gran multitud que nadie podía contar… Son los que vienen de la gran tribulación y han lavado y blanqueado sus vestiduras en la Sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios y le sirven noche y día en su templo, y el que está sentado en el trono habitará con ellos. No tendrán en adelante ni hambre ni sed, ni caerá sobre ellos el sol ni ardor alguno, porque el Cordero será su pastor, y los guiará a las fuentes de las aguas de la vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos» (Ap. 7, 9, 14‑17)

Todos estos elegidos que tienen la palma en la mano (Ap. 7, 9) y están todos iluminados por la gran luz de Dios han debido antes pasar por la «gran tribulación», conocer ese dolor, cantado por el salmista, «inmenso como el mar». Antes de contemplar «a cara descubierta la gloria del Señor» (II Cor. 3, 18) han participado en las humillaciones de Cristo; antes de ser «transformados de claridad en claridad en la imagen del Ser divino» (II Cor. 3,18), ellos han sido conformes a la del Verbo Encarnado, el Crucificado por amor.

13. El alma que quiere servir a Dios noche y día en su templo, es decir, en el santuario interior de que habla San Pablo cuando dice: «El templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros» (I Cor. 3, 17), debe estar resuelta a participar efectivamente de la pasión de su Maestro. Es una rescatada que debe rescatar otras almas a su vez, y para esto cantará con su lira: «Yo me glorío en la cruz de Jesucristo» (Gal. 6,14). Estoy clavada con Cristo en la cruz. Y todavía: «Sufro en mi cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» (Col. 1, 24). «La reina está en pie a su derecha» (Sal. 44, 11); tal es la actitud de esta alma; ella camina por la ruta del Calvario a la derecha de su Rey crucificado, aniquilado, humillado, y, sin embargo, tan fuerte, tan sereno, tan lleno de majestad, que va a la Pasión para «hacer brillar la gloria de su gracia», según la expresión de San Pablo (Ef. 1, 6). El quiere asociar a su Esposa a su obra de redención. Y esta vía dolorosa por donde camina le parece la ruta de la felicidad; no sólo porque conduce a ella, sino porque el Maestro santo le hace comprender que debe pasar por lo que hay de amargo en el sufrimiento para encontrar en él su reposo, como El.

14. Entonces ella puede servir a Dios «noche y día en su templo». Las pruebas de fuera y de dentro no pueden hacerla salir de la fortaleza donde el Maestro la ha encerrado. Ella no tiene ya «ni hambre ni sed», porque, a pesar de su deseo ardiente de la Bienaventuranza, ella encuentra su saciedad en el alimento que fue el de su Maestro: «la voluntad del Padre» (Jn. 4, 32‑34). «Ella no siente caer sobre ella el calor del sol», es decir, ella no sufrirá ya porque sufre. Entonces el Cordero puede «guiarla a las fuentes de la vida», allí donde El quiere, como le parece, porque ella no mira los senderos por donde pasa, mira simplemente al Pastor que la conduce (Sal. 22, 34). Dios, inclinándose sobre esta alma, su hija adoptiva, tan conforme con la imagen de su Hijo «primogénito de toda criatura», la reconoce por una de aquellas que El «ha predestinado, llamado, justificado» (Rom. 8, 30). Y El se conmueve en sus entrañas de Padre, pensando consumar su obra (Jn. 17. 4), es decir, «glorificarla» (Jn. 17, 4), llevándola a su reino (Col. 1, 13), para cantar allí por los siglos de los siglos la alabanza de su gloria (Ef. 1, 12).

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Día sexto

15. «Vi y he aquí el Cordero, que estaba de pie sobre el monte Sión, y con El ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban su nombre y el nombre de su Padre escrito en sus frentes. Y oí una voz, como la voz de grandes aguas, y como la voz de un trueno. Y la voz que oí era como de muchos tocadores de harpa que tocan sus harpas. Y cantaban como un cántico nuevo delante del trono. Y nadie podía decir el cántico sino estos ciento cuarenta y cuatro mil, porque son vírgenes… Estos siguen al Cordero adonde quiera que vaya» (Ap. 14, 14).

Hay seres que desde la tierra forman parte de esta «generación pura como la luz» (Sab. 4, 1); llevan ya en sus frentes el nombre del Cordero y el de su Padre. «El nombre del Cordero»: por su semejanza y conformidad con Aquel que San Juan llama «el Fiel, el Verdadero» (Ap. 19, 11) y nos le presenta «vestido de una vestidura teñida de sangre» (Ap. 19, 13). Aquellos seres son también los fieles, los verdaderos, y su vestidura está teñida en la sangre de una inmolación continua. «El nombre de su Padre»: porque El refleja en ellos la belleza de sus perfecciones, todos sus atributos divinos se reflejan en estas almas; y son como otras tantas cuerdas que vibran y cantan «el cántico nuevo». Ellas «siguen al Cordero adondequiera que vaya»; no sólo en los caminos anchos y fáciles de recorrer, sino en los senderos espinosos, entre las zarzas del camino. Y es porque estas almas son «vírgenes», es decir, libres, separadas, despojadas, libres de todo menos de su amor, separadas de todo y, sobre todo, de ellas mismas, despojadas de todas las cosas tanto en el orden sobrenatural como en el orden natural.

16. ¡Lo que supone esta salida de sí! ¡Qué muerte! Digámoslo con palabras de San Pablo: «Quotidie morior». El gran Santo escribía a los colosenses: «Estáis muertos y vuestra vida está escondida con Jesucristo en Dios» (Col. 3, 3).

He aquí la condición: ¡es necesario estar muerto! Sin esto se puede estar escondido en Dios a ciertas horas; pero no se VIVE habitualmente en este Ser divino, porque las susceptibilidades, los egoísmos personales y el resto vienen a hacernos salir.

El alma que contempla a su Maestro con ese «ojo simple que hace todo el cuerpo luminoso» (Mt. 6, 22) está defendida «del fondo de iniquidad que hay en ella», del que se quejaba el profeta (Sal. 17, 24). El Señor la hace entrar en «ese lugar espacioso», que no es otro que El mismo. Allí todo es puro, todo es santo.

¡Oh, bienaventurada muerte en Dios! ¡Oh, suave y dulce pérdida de sí en el Ser amado, que permite decir a la criatura: «Vivo yo, ya no yo, es Cristo quien vive en mí. Y lo que tengo de vida en este cuerpo de muerte, lo tengo en la fe del Hijo de Dios, que me ha amado y se ha entregado por mí»! (Gal. 2, 20).

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Día séptimo

17. «Coeli enarrant gloriam Dei». He aquí lo que pregonan los cielos: la gloria de Dios.

Ya que mi alma es un cielo, donde vivo esperando «la Jerusalén celeste» (Heb. 12, 22). Es necesario que este cielo cante también la gloria del Eterno, nada más que la gloria del Eterno.

«El día transmite al día este mensaje» (Sal. 18, 3). Todas las luces, todas las comunicaciones de Dios a mi alma son este «día que transmite el mensaje de su gloria al día». «El decreto de Yahvé es puro, canta el salmista, e ilumina la mirada… » (Sal. 18, 9). Por consiguiente, mi fidelidad en corresponder a cada uno de sus decretos, de sus mandatos interiores, me hace vivir en su luz. Ella también es un «mensaje que transmite gloria». Pero he aquí la dulce maravilla: «Yahvé, quien te mira, resplandece» (Sal. 33, 6), grita el profeta. El alma que por la profundidad de su mirada interior contempla a su Dios en todas las cosas en la simplicidad que la separa de toda otra cosa, esta alma es «resplandeciente». «Ella es un día que transmite al día el mensaje de su gloria. »

18. «La noche lo anuncia a la noche» (Sal. 18, 3). ¡Qué consolador es esto! Mis debilidades, mis repugnancias, hasta mis mismas faltas publican la gloria del Eterno. Mis sufrimientos de alma o de cuerpo publican también la gloria de mi Maestro. David cantaba: «¿Qué daré al Señor por los beneficios que me ha hecho? » Esto: «Tomaré el cáliz de la salud» (Sal. 115, 12‑13). Si le tomo, este cáliz enrojecido con la sangre de mi Maestro, y, dándole gracias, toda alegre, mezclo mi sangre con la de la Víctima divina, él es casi de valor infinito, y puede dar al Padre una alabanza magnífica. Entonces mi sufrimiento es «un mensaje que transmite la gloria» del Eterno.

19. «Allí ¡en el alma que narra su gloria! El ha colocado una tienda para el sol» (Sal. 18, 5). El sol es el Verbo, es el «Esposo». Si El halla mi alma vacía de todo lo que no está comprendido en estas dos palabras: su amor, su gloria, entonces El la escoge para ser «su cámara nupcial». El se «lanza» «como gigante que se precipita triunfante en su carrera», y yo no puedo «sustraerme a su calor». Es este «fuego consumidor» el que hará la feliz transformación de que habla San Juan de la Cruz cuando dice: «Cada uno parece ser el otro y los dos no son más que uno», para ser «alabanza de gloria» (Ef. 1, 12) del Padre.

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Día octavo

20. «No tienen reposo ni de día ni de noche diciendo: Santo, santo, santo, el Señor todopoderoso, el que era, es y será por los siglos de los siglos… Y ellos se prosternaban y adoraban y arrojaban sus coronas delante del trono, diciendo: Digno sois, Señor, de recibir la gloria, el honor y el poder… » (Ap. 4, 8, 10‑11).

¿Cómo imitar en el cielo de mi alma esta ocupación incesante de los bienaventurados en el cielo de la gloria? ¿Cómo continuar esta alabanza, esta adoración interrumpida?. San Pablo me comunica sobre esto una luz, cuando escribe a los suyos que el Padre les fortifique y robustezca con su Espíritu cuanto al hombre interior, de modo que Jesucristo habite por la fe en sus corazones y sean enraizados y fundados en el amor (Ef. 3, 16‑17). Ser enraizado y fundado en el amor: Tal es, me parece, la condición para llenar dignamente su oficio de «laudem gloriae». El alma que penetra y permanece en estas «profundidades de Dios» cantadas por el rey profeta; que hace, por consiguiente, todo «en El, con El, por El y para El», con esa mirada limpia que le da una cierta semejanza con el Ser simple, esta alma con cada uno de sus movimientos y aspiraciones, así como por cada uno de sus actos, por ordinarios que sean, «se enraíza» más profundamente en Aquel que ella ama. Todo en ella rinde homenaje al Dios tres veces santo. Ella es, por decirlo así, un «Sanctus» perpetuo, una alabanza de gloria incesante…

21. «Ellos se prosternan, adoran y arrojan sus coronas»… Primeramente el alma se debe «prosternar», sumergirse en el abismo de su nada, zambullirse allí de tal modo que, según la maravillosa expresión de un místico, ella encuentre «la paz verdadera, inmutable y perfecta, porque se ha precipitado tan bajo que nadie irá a buscarla allí».

Entonces ella podrá «adorar». La adoración, ¡ah!, es una palabra de cielo. Me parece que podría definírsela: el éxtasis del amor. Es el amor vencido por la belleza, la fuerza, la grandeza inmensa del Objeto amado, que «cae en una especie de desfallecimiento», en un silencio lleno, profundo; este silencio del que habla David al escribir: «¡El silencio es tu alabanza! ». Sí, es la más bella alabanza, ya que es la que se canta eternamente en el seno de la apacible Trinidad; y es también el último esfuerzo del alma que rebosa y no puede decir más… (Lacordaire).

«Adorad al Señor, porque es santo» (Sal. 98, 9), se dice en un salmo. Y además: «Se le adorará siempre por causa de Sí mismo» (Sal. 71, 15). El alma que se recoge en estos pensamientos, que los penetra con ese «sentido de Dios» (Rom. 11, 34, y I Cor. 2, 16) de que habla San Pablo, vive en un cielo anticipado, por encima de la nubes, por encima de ella misma. Ella sabe que Aquel que ella adora posee en sí toda felicidad y toda gloria, y, «arrojando su corona» en su presencia, como los bienaventurados, se desprecia, se pierde de vista y encuentra su bienaventuranza en la del Ser adorado, en medio de todo sufrimiento y dolor. Porque ella se ha abandonado, se ha «pasado» a otro. Me parece que en esta actitud adorante el alma «se parece a estos pozos» de los que habla San Juan de la Cruz que reciben «las aguas que descienden de Líbano» y se puede decir al verla: «La impetuosidad del río alegra la ciudad de Dios» (Sal. 45, 5)

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Día noveno

22. «Sed santos, porque yo soy santo» (I Pe. 1, 16; Lev. 11, 44‑45). ¿Quién es, pues, el que puede dar un mandamiento semejante?… El mismo ha revelado su nombre, el nombre que le es propio, que El solo puede llevar. «Yo soy, dijo El a Moisés, el que soy» (Ex. 3, 14), el solo viviente, el principio de todos los demás seres. «En El, dice el Apóstol, tenemos el movimiento, el ser y la vida» (Heb. 17, 28). «¡Sed santos, porque yo soy santo! » Es éste, me parece, el mismo deseo que manifiesta el día de la creación, cuando Dios dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gen. 1, 26). ¡Es siempre el deseo del Creador identificarse, asociarse a su criatura! San Pedro dice que «hemos sido hechos partícipes de la naturaleza divina» (II Pe. 1, 4). San Pablo recomienda que conservemos «ese principio de su Ser» (Heb. 3, 14) que El nos ha dado. Y el discípulo amado nos dice: «Desde ahora nosotros somos hijos de Dios, y no ha aparecido todavía lo que seremos. Sabemos que, cuando El se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es. Y todo el que tiene esta esperanza en El, se santifica, como El mismo es santo» (I Jn. 3, 23). Ser santo como Dios es santo, tal es, parece, la medida de los hijos de su amor. ¿No ha dicho el Maestro: «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto»? (Mt. 5, 48).

23. Hablando con Abraham le dijo Dios: «Camina en mi presencia y sé perfecto» (Gen. 17, 1). Aquí está, por consiguiente, el medio para llegar a la perfección que nuestro Padre celestial nos pide. San Pablo, después de haberse sumergido en los divinos consejos (Ef. 1, 11), revelaba bien esto a nuestras almas escribiendo «que Dios nos ha elegido en El antes de la creación, para que seamos inmaculados y santos en su presencia en el amor» (Ef. 1, 4). Todavía, a la luz de este mismo Santo, me voy a declarar, para caminar, sin rodeos, por este camino magnífico de la presencia de Dios, en el que el alma camina «sola con el Solo», conducida por la «fortaleza de su diestra» (Lc. 1, 51), «bajo la protección de sus alas, sin temer a los espantos nocturnos, ni la flecha que vuela de día, ni al mal que se desliza en las tinieblas, ni los asaltos del demonio meridiano… » (Sal. 90, 4‑6).

24. «Despojaos del hombre viejo según el cual habéis vivido en vuestra vida pasada, me dice, me dice él, y revestíos del hombre nuevo que ha sido creado por Dios, en la justicia y santidad» (Ef 4,22-24). He aquí el camino indicado. No queda más que recorrerle como Dios quiere. Despojarse, morir a sí mismo, perderse de vista, a esto me parece se refería el Maestro cuando decía: «Si alguno quiere venir en pos de mí, tome su cruz y renuncie» (Mt 16, 24). «Si vivís según la carne, dice también el Apóstol, moriréis; pero si mortificáis por el espíritu las obras de la carne, viviréis» (Rom. 8, 13). He aquí la muerte que Dios pide, de la que se dice: «La muerte ha sido absorbida por la victoria» (I Cor. 15, 54). «¡Oh, muerte, yo seré tu muerte, dice el Señor! » (Os. 13, 14), es decir: ¡Oh, alma, mi hija adoptiva, mírame y te perderás de vista; vuélcate toda entera en mi Ser, ven a morir en Mí, para que yo viva en ti!…

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Día décimo

25. «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt. 5, 48). Cuando mi Maestro me hace escuchar esta palabra en el fondo del alma, me parece que me pide vivir como el Padre «en un eterno presente», «sin antes ni después», sino toda entera en la unidad de mi ser en este «ahora» eterno. ¿Cuál es este presente? He aquí que David me responde: «Se le adorará siempre por ser quien es» (Sal. 71, 15).

He aquí el presente eterno en el que «Laudem Gloriae» debe estar fija. Pero para que ella sea auténtica en esta actitud de adoración, para que pueda cantar: «Despierto a la aurora» (Sal. 56, 9), es necesario que pueda decir con San Pablo: «He perdido todo por su amor» (Flp. 3, 8); es decir, por El; para adorarle siempre, me he «aislado, separado, despojado» de mí misma y de todas las cosas, tanto en el orden natural como en el sobrenatural con relación a los dones de Dios. Porque un alma que no está así «destruida y librada» de sí misma tendrá que ser a la fuerza en algunas ocasiones superficial y natural, y esto no es digno de una hija de Dios, de una esposa de Cristo, de un templo del Espíritu Santo. Para premunirse contra esta vida natural es necesario que el alma esté toda despierta en su fe con la mirada puesta en el Maestro. Entonces ella «caminará, como cantaba el rey profeta, en la rectitud de su corazón, por el interior de la casa». Entonces ella «adorará siempre a su Dios por ser quien es» y vivirá a su imagen, en el eterno presente en que El vive…

26. «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto». Dios, dice San Dionisio, es el «gran solitario». Mi Maestro me pide imitar esta perfección, rendirle homenaje siendo una gran solitaria. El Ser divino vive en una soledad eterna, inmensa; El no sale jamás de ella, aun interesándose por las necesidades de sus criaturas, porque no sale jamás de Sí mismo. Y esta soledad no es otra cosa que su divinidad.

Para que nada me saque de este hermoso silencio interior hay que guardar siempre las mismas condiciones, el mismo aislamiento, la misma separación, el mismo despojo. Si mis deseos, mis temores, mis alegrías, y mis dolores, si todos los movimientos provenientes de estas «cuatro pasiones» no están perfectamente ordenados a Dios, no seré un alma solitaria, y habrá en mí ruido. Es necesario, pues, el sosiego, el «sueño de las potencias», la unidad del ser. «Escucha, hija mía, inclina el oído, olvida a tu pueblo y la casa paterna, y el Rey será cautivo de tu belleza» (Sal. 44, 12‑13).

Me parece que esta llamada es una invitación al silencio: escucha… inclina el oído… Pero para oír hay que olvidar «la casa de su padre», es decir, todo lo atinente a la vida natural, esa vida de la que quiere hablar el Apóstol cuando dice: «Si vivís según la carne, moriréis» (Rom. 8, 13). «Olvidar su pueblo» me parece que es más difícil; porque este pueblo es todo este mundo, que hace, por decirlo así, parte de nosotros mismos: la sensibilidad, los recuerdos, las impresiones, etc., el yo en una palabra. Hay que olvidarlo, abandonarlo. Y cuando el alma ha hecho esta ruptura, cuando está libre de todo esto, el Rey será cautivo de su belleza. Porque la belleza es la unidad, al menos así es la de Dios.

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Día undécimo (continuación)

27. «El Señor me hace entrar en un lugar espacioso, ha tenido buena voluntad para conmigo» (Sal. 17, 20). El Creador, viendo el hermoso silencio que reina en su criatura, considerándola toda recogida en su unidad interior, queda cautivo de su belleza y la hace pasar a esta soledad inmensa, infinita, a este «lugar espacioso» cantado por el profeta y que no es otro que El mismo: «Entraré en las profundidades del poder de Dios» (Sal. 70, 16). Hablando por su profeta ha dicho el Señor: «La llevaré a la soledad y le hablaré al corazón» (Os. 2, 14). ¡He aquí a esta alma entrada en esta vasta soledad donde Dios se hará oír! «Su palabra, dice San Pablo, es viva y eficaz, más penetrante que una espada de doble filo; llega hasta la división del alma y del espíritu y hasta las coyunturas y la médula» (Heb. 4, 12). Es, pues, ella directamente la que acabará el trabajo de despojo en el alma; porque ella tiene esto de propio y de particular: es ella la que obra, la que crea lo que hace oír con tal que el alma consienta en dejarse trabajar.

28. Pero no basta con escuchar esta palabra, ¡hay que guardarla! (Jn. 14, 23). Y es guardándola como el alma será «santificada en la verdad», según el deseo del Maestro: «¡Santifícalos en la verdad, vuestra palabra es verdad! » (Jn. 17, 17). Al que observa su palabra ¿no ha hecho El la promesa: «Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él»? (Jn. 14, 23). ¡Toda la Trinidad habita en el alma que la ama de verdad, es decir, observando su palabra!… Y cuando esta alma ha comprendido su riqueza, todas las alegrías naturales o sobrenaturales que le pueden venir de parte de las criaturas o de parte del mismo Dios no sirven de otra cosa que de invitación a entrar en sí misma para gozar del bien sustancial que ella posee, y que no es otro que Dios mismo. Y así tiene ella, dice San Juan de la Cruz, una cierta semejanza con el Ser divino.

«Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto». San Pablo me dice «que El obra todas las cosas según el consejo de su voluntad» (Ef. 1, 11), y mi Maestro me pide rendirle homenaje en esto: «en hacer todas las cosas según el consejo de su voluntad». No dejarme nunca gobernar por las impresiones, por los primeros movimientos de la naturaleza, sino poseerme a mí mismo por la voluntad… Y para que esta voluntad sea libre, es necesario, según la expresión de un autor piadoso, «encerrarla en la de Dios». Entonces yo seré «movida por su Espíritu», como dice San Pablo (Rom. 8, 14). No haré más que obras divinas, eternas, y a imagen de mi Inmutable, viviré desde aquí abajo en un eterno presente.

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Día duodécimo

29. «Verbum caro factum est et habitavit in nobis» (Jn. 1, 14). Dios había dicho: «Sed santos, porque yo soy santo» (I Pe. 1, 16); pero El permanecía oculto en su inaccesible [luz] y la criatura tenía necesidad de que El descendiese hasta ella, viviese su vida, para que, poniendo sus pasos en la huella de los suyos (I Pe. 2, 21), ella pudiese de este modo remontarse hasta El y hacerse santa con su santidad. «Yo me santifico por ellos, para que ellos sean también santificados en la verdad» (Jn. 17,19). Heme aquí en presencia «del secreto oculto a los siglos y a las generaciones», del «misterio que es Cristo»: «para nosotros, dice San Pablo, esperanza de la gloria» (Col. 1, 26‑27). Y añade que le ha sido concedida «la inteligencia de este misterio» (Ef. 3, 4). Así pues, voy a instruirme en el gran Apóstol para poseer esta ciencia, que, según su expresión, «sobrepasa toda otra ciencia: la ciencia de la caridad de Jesucristo» (Ef. 3, 19).

30. Y en primer lugar me dice que El es «mi paz» (Ef. 2, 14), que es «por El como yo tengo acceso al Padre» (Ef. 2, 18); porque plugo al «Padre de los astros» (Sant. 1, 17), que «habitase en El toda la plenitud, y reconciliar todo en El mismo, pacificando por la sangre de su cruz lo que hay tanto en la tierra como en el cielo» (Col. 1, 19‑20)… «Vosotros estáis llenos en El, prosigue el Apóstol, sepultados en El por el bautismo y resucitados con El por la fe en la obra de Dios… El os ha hecho revivir con El, perdonándoos todos vuestros pecados, borrando la cédula del decreto de condena que pesaba sobre vosotros; El la ha anulado, clavándola en la cruz. Y despojando los principados y las potestades, El los ha arrastrado cautivos victoriosamente, triunfando de ellos en Sí mismo» (Col. 2, 10, 12‑15) «para haceros santos, puros, irreprensibles ante El» (Col. 1, 22).

31. He aquí la obra de Cristo para con toda alma de buena voluntad, y es la obra que su inmenso amor, su «demasiado grande amor» (Ef. 2, 4) le está urgiendo hacer en mí. El quiere ser mi paz, para que nada pueda distraerme o hacerme salir de «la fortaleza inexpugnable del santo recogimiento». Es allí donde El me dará «el acceso al Padre» y me conservará inmóvil y tranquila en su presencia, como si ya mi alma estuviera en la eternidad. Es por la Sangre de su cruz por la que pacificará todo en mi pequeño cielo, para que él sea verdaderamente el reposo de los Tres. El me llenará de El, me sepultará en El, me hará revivir con El, de su vida: «¡Mihi vivere Christus est! ». Y si caigo a cada paso, me haré levantar por El con una fe toda confiada, y sé que El me perdonará, que borrará todo con un exquisito cuidado; más aún, El me «despojará», me «librará» de todas mis miserias, de todo lo que es obstáculo a la acción divina, y que «El arrastrará todas mis potencias», las hará cautivas, triunfando de ellas en Sí mismo. Entonces yo estaré transformada toda en El, y podré decir: «Yo no vivo ya. Mi Maestro vive en mí» (Gal. 2, 20). Y yo seré «santa, pura, irreprensible» a los ojos del Padre.

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Día decimotercero

32. «Instaurare omnia in Christo» (Ef. 1, 10). Es todavía San Pablo el que me enseña, San Pablo, que acaba de penetrar en el gran consejo de Dios (Ef. 1, 11) y que me dice que «El ha resuelto en Sí mismo restaurar todas las cosas en Cristo».

Para que yo realice perfectamente este plan divino, una vez más viene San Pablo a ayudarme y me va a trazar un programa de vida. «Caminad en Jesucristo, me dice, enraizada en El, edificada sobre El, asegurada en la fe y creciendo cada vez más en El por la acción de gracias» (Col. 2, 6‑7).

33. Caminar en Jesucristo me parece que es salir de sí, perderse de vista, abandonarse, para entrar más profundamente en El a cada minuto que pasa, tan profundamente que uno sea enraizado, y que en todo momento, en toda ocasión, pueda lanzar este valiente reto: «¿Quién me separará del amor de Cristo? » (Rom. 8, 35). Cuando el alma está fijada en El con tal profundidad, cuando sus raíces están tan hondas, la savia divina la invade a raudales y destruye todo lo que es vida imperfecta, superficial, natural; entonces, según el lenguaje del Apóstol, «lo mortal es absorbido por la vida» (II Cor. 5, 4). El alma así «despojada» de sí misma y «revestida» de Jesucristo no tiene que temer las relaciones de fuera ni las dificultades de dentro, porque estas cosas, lejos de ser para ella un obstáculo, no sirven más que para «enraizarla más profundamente en el amor» de su Maestro. A través de todo, con todo y contra todo, ella está en situación de ««adorarle siempre por ser quien es» (Sal. 71, 15). Porque ella es libre, librada de ella misma y de todo; ella puede cantar con el salmista: «Si un ejército me cerca, no temo; si surge una batalla, espero a pesar de todo, porque Yahvé me esconde en lo secreto de su tienda» (Sal. 26, 3, 5), y esta tienda no es otra que El mismo. He aquí, me parece, lo que San Pablo quiere decir por «estar enraizados en Cristo».

34. Y ahora ¿qué quiere decir estar edificados sobre El? El profeta canta también: «El me ha elevado sobre una roca; entonces mi cabeza se alza sobre los enemigos que me cercan» (Sal. 26, 56). Me parece que esto es la figura del alma «edificada sobre Jesucristo». El es la roca donde ella [está] elevada por encima de ella misma, de los sentidos. de la naturaleza, por encima de los consuelos o de los dolores, por encima de lo que no es únicamente El. Y allí, en plena posesión de sí misma, ella se domina, ella se trasciende a sí misma y trasciende también todas las cosas.

Ahora San Pablo me recomienda estar asegurada en la fe: en esta fe, que no permite jamás dormitar al alma, sino que la tiene despierta bajo la mirada del Maestro, toda recogida en su palabra creadora, en esa fe «en el demasiado amor» (Ef. 2, 4), que permite a Dios, me dice San Pablo, llenar al alma «según su plenitud» (Ef. 3, 19).

35. En fin, El quiere que yo «crezca en Jesucristo por la acción de gracias» ¡Es en ella donde todo debe acabar! «¡Padre, os doy gracias! » (Jn. 11, 41). He aquí lo que se cantaba en el alma de mi Maestro y ¡El quiere escuchar su eco en la mía! Pero me parece que el «cántico nuevo» (Ap. 14, 3) que más le puede agradar y cautivar a mi Dios es el de un alma despojada, librada de ella misma, en la que El puede reflejar todo lo que El es, y hacer todo lo que quiere. Esta alma se parece a una lira tocada por Dios, y sus dones son como otras tantas cuerdas que vibran para cantar día y noche la alabanza de su gloria.

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Día decimocuarto

36. «Me parece que todo es pérdida desde que sé lo que tiene de sublime el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por su amor lo he sacrificado todo, teniendo todas las cosas por basura, con el fin de ganar a Cristo, para ser hallado en El no con mi propia justicia, sino con la justicia que viene de Dios por la fe. Lo que quiero es conocerle a El, y la participación en sus padecimientos, y la conformidad con su muerte. Prosigo mi carrera, procurando llegar allí adonde Cristo me ha destinado al tomarme. Todo mi cuidado es olvidar lo que está detrás y tender constantemente hacia lo que está delante. Corro derecho a la meta…, al premio de la vocación celeste, a la que Dios me ha llamado en Cristo Jesús». El Apóstol ha revelado frecuentemente la grandeza de esta vocación: «Dios, dice él, nos ha elegido en El antes de la creación, para que seamos inmaculados y santos en su presencia, en el amor… Hemos sido predestinados por un decreto del que obra todo según el consejo de su voluntad, para que seamos la alabanza de su gloria» (Ef. 1, 4, 11‑12).

37. Pero ¿cómo responder a la dignidad de esta vocación? He aquí el secreto: «¡Mihi vivere Christus est!… Vivo enim, jam non ego, vivit vero in me Christus». Hay que estar transformados en Jesús; es San Pablo quien me lo dice: «A los que Dios ha conocido en su presciencia, los ha predestinado para ser conformes a la imagen de su Hijo» (Rom. 8, 29).

Importa, pues, que estudie este divino Modelo, para identificarme tan perfectamente con El que pueda continuamente reproducirle ante los ojos del Padre. Y, en primer lugar, ¿qué dice El al entrar en el mundo? «Heme aquí, oh Dios, que vengo a hacer tu voluntad» (Heb. 10, 9). Me parece que esta oración debería ser como el latido del corazón de la esposa: «Henos aquí, oh Padre, para hacer vuestra voluntad! »

38. El Maestro ¡fue tan verdadero en esta primera oblación! Su vida no fue otra cosa, por así decirlo, que la consecuencia de esto. «Mi alimento, le gustaba decir, es hacer la voluntad del que me ha enviado» (Jn. 4, 34). Este debe ser el de la esposa y al mismo tiempo la espada que la sacrifica… «Si es posible, que este cáliz se aparte de mí; pero no como yo quiero, Padre, sino como vos queréis» (Mt. 26, 39). Y entonces ella marcha en paz, alegre, a toda inmolación, como su Maestro, alegrándose «de haber sido conocida» por el Padre, ya que la crucifica con su Hijo. «He escogido vuestros mandatos por mi herencia perpetua, porque ellos son la delicia de mi corazón» (Sal. 118, 111). Esto era lo que se cantaba en el alma del Maestro y debe tener un eco permanente en el alma de la esposa. Es a través de la fidelidad de todos los momentos a esos «mandatos» exteriores o interiores como ella «dará testimonio de la verdad» (Jn. 18, 37), y podrá decir: «El que me ha enviado no me ha dejado sola; está siempre conmigo, porque hago siempre lo que le agrada» (Jn. 8, 29). Y no abandonándole jamás, manteniendo su contacto muy fuertemente, ella podrá irradiar esta virtud secreta» (Lc. 6, 19) que salva y libra las almas. Despojada, librada de sí misma y de todo, podrá seguir al Maestro al monte para hacer con El en su alma «una oración de Dios» (Lc. 6, 12). Después, siempre por el divino Adorante, Aquel que hace la gran alabanza de la gloria del Padre, ella «ofrecerá sin cesar una hostia de alabanza, es decir, el fruto de los labios que dan gloria a su nombre» (Heb. 13, 15) (San Pablo). Y como canta el salmista, ella le alabará «en la expansión de su poder, según la inmensidad de su grandeza» (Sal. 150, 1-2).

39. Después, cuando llegue la hora de la humillación, de la aniquilación, ella se acordará de estas pocas palabras: «Jesús autem tacebat» (Mt. 26, 63), y ella se callará, guardando, «conservando toda su fortaleza para el Señor» (Sal. 58, 10); esta fuerza que «se saca en el silencio» (Is. 30, 15). Entonces, cuando venga el abandono, el desamparo, la angustia que hicieron lanzar a Cristo este gran grito: «¿Por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46), ella se acordará de esta oración: «que ellos tengan en sí la plenitud de mi alegría» (Jn 17, 13): y bebiendo hasta las heces el «cáliz preparado por el Padre» (Jn. 18, 11) sabrá encontrar en su amargura una suavidad divina. En fin, después de haber dicho frecuentemente «tengo sed» (Jn. 19, 30), sed de poseeros en la gloria, cantará: «Todo está consumado. Entrego mi espíritu en vuestras manos» (Lc. 23, 46). Y el Padre vendrá a tomarla para «trasladarla a su heredad» (Col 1, 12-13), donde en «la luz ella verá la luz» (Sal 35,10).

«Sabed, cantaba David, que Dios ha glorificado maravillosamente a su Santo» (Sal. 4, 4). Sí, el Santo de Dios habrá sido glorificado en esta alma, porque El habrá destruido todo para «revestirla de El mismo» (Gal. 3, 27), y ella habrá realizado prácticamente la palabra del Precursor: «Es necesario que él crezca y que yo disminuya» (Jn. 3, 30).

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Día decimoquinto

40. Después de Jesucristo, y con la distancia que hay de lo infinito a lo finito, existe una criatura que fue también la grande alabanza de gloria de la Santa Trinidad. Ella respondió plenamente a la elección divina de que habla el Apóstol; ella fue siempre «pura, inmaculada, irreprensible» (Col. 1, 22) a los ojos del Dios tres veces santo. Fue su alma tan sencilla… Sus movimientos son tan profundos que no se les puede descubrir. Parece reproducir en la tierra la vida del Ser divino, el Ser simple. También ella es tan transparente, tan luminosa, que se la tomaría por la luz, aunque no es más que el «espejo» del Sol de justicia: «Speculum justitiae».

«La Virgen conservaba todas estas cosas en su corazón» (Lc. 2, 19 y 51): toda su historia puede resumirse en estas pocas palabras. Fue en su corazón donde ella vivió, y con tal profundidad que no la puede seguir ninguna mirada humana. Cuando leo en el Evangelio «que María corrió con toda diligencia a las montañas de Judea» (Lc. 1, 39) para ir a cumplir su oficio de caridad con su prima Isabel, la veo caminar tan bella, tan serena, tan majestuosa, tan recogida dentro con el Verbo de Dios… Como la de El, su oración fue siempre: «Ecce, ¡heme aquí!» ¿Quién? «La sierva del Señor» (Lc. 1, 38), la última de sus criaturas. Ella, ¡su madre! Ella fue tan verdadera en su humildad porque siempre estuvo olvidada, ignorante, libre de sí misma. Por eso podía cantar: «El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas; desde ahora me llamarán feliz todas las generaciones» (Lc. 1, 48, 49).

41. Esta Reina de las vírgenes es también Reina de los mártires. Pero una vez más fue en su corazón donde la espada la traspasó (Lc. 2, 35), porque en ella todo se realiza por dentro… ¡Oh!, qué hermoso es contemplarla durante su largo martirio, tan serena, envuelta en una especie de majestad que manifiesta juntamente la fortaleza y la dulzura… Es que ella había aprendido del Verbo mismo cómo deben sufrir los que víctimas, los que ha determinado asociar a la gran obra de la redención, los que El «ha conocido y predestinado a ser conformes a su Cristo» (Rom. 8, 29), crucificado por amor.

Ella está allí al pie de la cruz, de pie, llena de fortaleza de valor, y he aquí que mi Maestro me dice: «Ecce Mater tua» (Jn 19, 27) , El me la da por madre… Y ahora que El ha vuelto al Padre, que «yo sufra en mi cuerpo lo que falta a la pasión por su cuerpo, que es la Iglesia» (Col. 1, 24), la Virgen está todavía allí, para enseñarme a sufrir como El, para decirme y hacerme escuchar estos últimos cantos de su alma que nadie, fuera de ella, su Madre, ha sabido percibir.

Cuando yo haya dicho mi «consummatum est» (Jn. 19, 30, será ella, «Janua coeli», la que me introducirá en los atrios eternos, diciéndome en voz baja las misteriosas palabras: «Laetatussum in his quae dicta sunt mihi, in domum Domini ibimus».

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Día decimosexto

42. «Como la cierva sedienta suspira por las fuentes de agua viva, así mi alma suspira por ti, oh Dios. ¡Mi alma tiene sed del Dios vivo! ¿Cuándo iré y apareceré ante su rostro?» (Sal. 41, 1-2).

Y, sin embargo, como “el pájaro que ha encontrado un lugar para esconderse», como «la golondrina que ha encontrado un nido para colocar sus polluelos» (Sal. 83, 3), así «Laudem Gloriae» ha encontrado -mientras espera ser llevada a la santa Jerusalén, «beata pacis visio»- su retiro, su bienaventuranza, su cielo anticipado, donde comienza su vida de eternidad. «Mi alma está silenciosa en el Señor; de El espero mi liberación. Sí, El es la roca donde encuentro la salvación, mi refugio, y no seré quebrantada»(Sal. 61, 2-3).

¡He aquí el misterio que canta hoy mi lira! Como a Zaqueo, me ha dicho mi Maestro: «Date prisa a bajar, porque es necesario que me hospede en tu casa» (Lc. 19, 5). Date prisa a bajar, pero ¿adónde? A lo más profundo de mí misma; después de haberme dejado, separado de mí misma, despojado de mí misma, en una palabra, sin mí misma.

43. «¡Es necesario que me hospede en tu casa!» Es mi Maestro quien me manifiesta este deseo. Mi Maestro que quiere habitar en mí, con el Padre y el Espíritu de amor, para que, según la expresión del discípulo amado, yo tenga «comunión» (I Jn. 1, 3) con Ellos. «Vosotros no sois ya huéspedes o extranjeros, sino de la casa de Dios» (Ef. 2, 19), dice San Pablo. He aquí cómo entiendo yo ser «de la casa de Dios»: es viviendo en el seno de la tranquila Trinidad, en mi abismo interior, en esta «fortaleza inexpugnable del santo recogimiento» de que habla San Juan de la Cruz.

David cantaba: «Mi alma desfallece entrando en los atrios del Señor» (Sal. 83, 3) . Me parece que tal debe ser la actitud de toda alma que entra en sus atrios interiores para contemplar allí a su Dios y sentir fuertemente su contacto. Ella «desfallece», en un divino desfallecimiento, en presencia de este Amor omnipotente, de esta Majestad infinita que mora en ella. No es que la abandone la vida, es ella la que desprecia esta vida natural y se retira… Porque ella comprende que no es digna de su esencia tan rica, y ella desea morir y desaparecer en su Dios.

44. ¡Oh!, qué bella es esta criatura así despojada y liberada de sí misma! Ella está en estado de «disponer ascensiones en su corazón para pasar del valle de lágrimas» (es decir, todo lo es menos que Dios) «hacia el lugar que es su fin» (Sal. 83 6 este «lugar espacioso» (Sal. 17, 20), cantado es, me parece, la insondable Trinidad: «Immensus Pater, immen. sus Filius, immensus Spiritus Sanctus». Ella sube, se eleva por encima de los sentidos, de la naturaleza; ella se trasciende a sí misma. Ella pasa por encima de toda alegría y dolor, y a través delas nubes, para no reposarse más que cuando haya penetrado «en lo interior» de Aquel a quien ama y que le dará El mismo «el reposo del abismo». «¡Y todo esto sin haber salido de la santa fortaleza!» El Maestro le ha dicho: «Date prisa a bajar … salir de allí, ella vivirá a imagen de la Trinidad inmutable en un eterno presente», «adorándola sin cesar por ser quien es» (Sal. 71, 15) y llegando a ser por una mirada cada vez más sencilla, más unitiva, «el esplendor de su gloria» (Heb. 1, 3), o, con otras palabras, la incesante alabanza de gloria de sus perfecciones adorables.

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Lectio jue, 25 nov. de 2021

Tiempo Ordinario

Oración inicial

Mueve, Señor, los corazones de tus hijos, para que, correspondiendo generosamente a tu gracia, reciban con mayor abundancia la ayuda de tu bondad. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Lucas 21,20-28

«Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. Entonces, los que estén en Judea que huyan a los montes; los que estén en medio de la ciudad que se alejen; y los que estén en los campos que no entren en ella; porque éstos son días de venganza en los que se cumplirá todo cuanto está escrito. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! «Habrá, en efecto, una gran calamidad sobre la tierra y cólera contra este pueblo. Caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que el tiempo de los gentiles llegue a su cumplimiento. «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de la gente, trastornada por el estruendo del mar y de las olas. Los hombres se quedarán sin aliento por el terror y la ansiedad ante las cosas que se abatirán sobre el mundo, porque las fuerzas de los cielos se tambalearán. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación.»

Reflexión

En el evangelio de hoy sigue el Discurso Apocalíptico con más señales, la 7ª y la 8a, que debían de acontecer antes de la llegada del fin de los tiempos o mejor antes de la llegada del fin de este mundo para dar lugar al nuevo mundo, al “cielo nuevo y a la tierra nueva” (Is 65,17). La séptima señal es la destrucción de Jerusalén y la octava es los cambios en la antigua creación.

Lucas 21,20-24. La séptima señal: la destrucción de Jerusalén. Jerusalén era para ellos la Ciudad Eterna. Y ahora ¡estaba destruida! ¿Cómo explicar este hecho? ¿Dios no tiene en cuenta el mensaje? Es difícil para nosotros imaginarnos el trauma y la crisis de fe que la destrucción de Jerusalén causó en las comunidades de tantos judíos y cristianos. Cabe aquí una breve observación sobre la composición de los Evangelios de Lucas y de Marcos. Lucas escribe en el año 85. Se sirve del evangelio de Marcos para componer su narrativa sobre Jesús. Marcos escribe en el año 70, el mismo año en que Jerusalén estaba siendo cercada y destruida por los ejércitos romanos. Por esto, Marcos escribió dando una cita al lector: “Cuando vierais la abominable desolación instalada donde no debe – el que lee entienda – entonces los que estén en Judea huyan a los montes” (Mc 13,14). Cuando Lucas menciona la destrucción de Jerusalén, Jerusalén estaba en ruinas desde hace quince años. Por esto él omite el paréntesis de Marcos. Lucas dice: «Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. Entonces, los que estén en Judea que huyan a los montes; los que estén en medio de la ciudad que se alejen; y los que estén en los campos que no entren en ella; porque éstos son días de venganza en los que se cumplirá todo cuanto está escrito. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Habrá, en efecto, una gran calamidad sobre la tierra y cólera contra este pueblo. Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que el tiempo de los gentiles llegue a su cumplimiento”. Al oír a Jesús que anunciaba la persecución (6ª señal) y la destrucción de Jerusalén (7ª señal), los lectores de las comunidades perseguidas del tiempo de Lucas concluían: “Este es nuestro hoy. ¡Estamos en la 6ª señal!”

Lucas 21,25-26: La octava señal: mudanzas en el sol y en la luna. ¿Cuándo será el fin? Al final después de haber oído hablar de todas estas señales que ya habían acontecido, quedaba en pie la pregunta: “El proyecto de Dios avanza mucho y las etapas previstas por Jesús se realizaron ya. Ahora estamos en la sexta y en la séptima etapa. ¿Cuántas etapas o señales faltan hasta que llegue el fin? ¿Falta mucho?” La respuesta viene ahora en la 8ª señal: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de la gente, trastornada por el estruendo del mar y de las olas. Los hombres se quedarán sin aliento por el terror y la ansiedad ante las cosas que se abatirán sobre el mundo, porque las fuerzas de los cielos se tambalearán”. La 8ª señal es diferente de las otras señales. Las señales en el cielo y en la tierra son una muestra de lo que está llegando, al mismo tiempo, el fin del viejo mundo, de la antigua creación y el comienzo de la llegada del cielo nueva y de la tierra nueva. Cuando la cáscara del huevo empieza a rasgarse es señal de que lo nuevo está apareciendo. Es la llegada del Mundo Nuevo que está provocando la desintegración del mundo antiguo. Conclusión: ¡falta muy poco! El Reino de Dios está llegando.

Lucas 21,27-28: La llegada del Reino de Dios y la aparición del Hijo del Hombre. “Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación.” En este anuncio, Jesús describe la llegada del Reino con imágenes sacadas de la profecía de Daniel (Dan 7,1-14). Daniel dice que, después de las desgracias causadas por los reinos de este mundo, vendrá el Reino de Dios. Los reinos de este mundo, todos ellos, tienen figura de animal: león, oso, pantera y bestias salvajes (Dn 7,3-7). Son reinos animales, deshumanizan la vida, como acontece con ¡el reino neoliberal hasta hoy! El Reino de Dios, pues, aparece como un aspecto del Hijo del Hombre, esto es, con un aspecto humano de gente (Dn 7,13). Es un reino humano. Construir este reino que humaniza, es tarea de la gente de las comunidades. Es la nueva historia que debemos realizar y que debe reunir a la gente de los cuatro lados del mundo. El título Hijo del Hombre es el nombre que a Jesús le gustaba usar. Solamente en los cuatro evangelios, este nombre aparece más de 80 (ochenta) veces. Todo dolor que soportamos desde ahora, toda la lucha a favor de la vida, toda la persecución por causa de la justicia, todo el dolor de parto, es semilla del Reino que va a llegar en la 8ª señal.

Para la reflexión personal

Persecución de las comunidades. Destrucción de Jerusalén. Desesperación. Ante los acontecimientos que hoy hacen sufrir a la gente ¿me desespero? ¿Cuál es la fuente de mi esperanza? Hijo de Hombre es el título que Jesús gustaba usar. Él quería humanizar la vida. Cuanto más humano, más divino, decía el Papa León Magno. En mi relación con los demás, ¿soy humano?

Oración final

Bueno es Yahvé y eterno su amor, su lealtad perdura de edad en edad. (Sal 100,5)

Todos los derechos: www.ocarm.org

Diario

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Índice: Santa Isabel de la Trinidad, Diario
             
Lunes 30 de enero [1899]     1
Purificación [2 de febrero de 1899]     2     3
Lunes 6 de febrero [1899]     4     5
Viernes 10 de febrero [1899]     6     7
Domingo 12 de febrero [1899]     8     9     10
Martes 14 de febrero [1899]     11
Ceniza [15 de febrero de 1899]     12
Lunes 20‑2 [20 de febrero de 1899]     13     14     15
Viernes 24‑2 [24 de febrero de 1899]     16
Miércoles 1‑3 [1 de marzo de 1899]     17
Sábado 43 [4 de marzo de 1899]     18
Domingo 5‑3 [5 de marzo de 1899]     19     20
[Creados a imagen de Dios] Lunes mañana 6‑3 [6 de marzo de 1899]     21     22
[La oración] Lunes noche     23     24
La vida. Martes mañana [7 de marzo de 1899]     25
La eternidad. Martes noche     26     27     28
La palabra de Dios. Miércoles mañana [8 de marzo de 1899]     29
[La vanidad de lo terrestre] Miércoles noche     30
La penitencia. Jueves mañana [9 de marzo de 1899]     31     32
El pecado. Jueves noche     33     34
La confesión. Viernes mañana [10 de marzo de 1899l     35
[La muerte] Viernes noche     36     37
La confesión (continuación) Sábado mañana [11 de marzo de 1899]     38     39
Domingo mañana [12 de marzo de 1899] La confesión general (continuación)     40     41
[Celo de almas] Domingo a las 5     42     43     44     45     46
Segunda semana. Lunes mañana [13 de marzo de 1899] La confesión (continuación y fin)     47     48
Lunes a las 5 de la tarde     49     50
El Juicio. Lunes noche     51     52
El mundo I. Martes mañana [14 de marzo de 1899]     53     54
La impureza. Martes noche     55     56
Miércoles mañana. [15 de marzo de 1899]     57
El mundo (continuación, II). Miércoles a las 11     58
Pruebas del infierno. Miércoles noche     59     60
El mundo (continuación, III) Jueves mañana [6 de marzo de 1899]     61     62
[Las ocasiones peligrosas] Jueves noche     63     64
[El sufrimiento] Viernes a las 8 [17 de marzo de 1899]     65     66
El mundo (continuación, IV, fin). El liberalismo. Viernes a las 11     67     68
La misericordia divina. Viernes noche     69     70
La caridad. Sábado a las 6 de la mañana [18 de marzo de 1899]     71     72
La tentación. Sábado a las 9 de la mañana     73
Domingo mañana [19 de marzo de 1899]     74
La oración. Domingo a las 10 de la mañana     75
Las tres cualidades de la mujer cristiana. Domingo a las 3     76
La oración (continuación y fin). Lunes-mañana [20 de marzo de 1899]     77     78
[El ejemplo de la vida religiosa] Lunes a las 9 de la mañana     79     80
Lunes noche     81     82
La meditación. Martes mañana [21 de marzo de 1899]     83
La mujer de vida interior. Martes a las 9 de la mañana     84
La santificación del domingo. Martes noche     85
La meditación. Miércoles a las 6 de la mañana [22 de marzo de 1899]     86     87
La caridad. Miércoles a las 9 de la mañana     88     89
La confianza en María. Miércoles noche     90     91     92
Jueves a las 6 de la mañana (23 de marzo de 1899]. Devoción a María     93
El espíritu de sacrificio. Jueves a las 4,30 de la tarde     94     95
Viernes a las 6 de la mañana [24 de marzo de 1899] N. Sra. de los Siete Dolores [La casa cristiana]     96     97     98
Viernes noche     99     100
Sábado a las 6 de la mañana [25 de marzo de 1899]     101     102
El pecado venial. Sábado a las 9 de la mañana     103     104
Domingo [26 de marzo de 1899]     105
La santa Eucaristía. Domingo a las 3     106     107
El amor divino Lunes mañana [27 de marzo de 1899]     108     109
La piedad Lunes a las 9     110
Lunes noche     111
La perseverancia. Martes a las 6 de la mañana. [28 de marzo de 1899]     112
Las devociones para excitar la piedad. Martes a las 9 de la mañana     113     114
La conversión. Martes noche     115
La misa. Miércoles a las 6 de la mañana [29 de marzo de 1899]     116     117
La soledad del alma. Miércoles a las 9 de la mañana     118     119
Día del Amor. Jueves Santo [30 de marzo de 1899]     120
A las 11     121
La santa Eucaristía. [Jueves] Noche     122     123
Viernes Santo [31 de marzo de 1899]     124
La Pasión. Viernes noche     125     126
Sábado Santo [1 de abril de 1899]     127
Pascua [2 de abril de 1899]     128
Clausura de la misión. Domingo noche     129     130     131     132     133
Miércoles de Pascua [5 de abril de 1899]     134     135     136     137
Los Ejercicios. Marte-noche [23 de enero de 1900]     138
Miércoles mañana, 24 de enero [de 1900]     139     140
El pecado. Miércoles noche     141     142
La muerte. Jueves mañana, 25 de enero [de 1900]     143     144
Jueves tarde     145     146
El juicio final. Viernes mañana, 26 de enero [de 1900]     147     148
Viernes noche     149     150
Sábado por la mañana, 27 de enero [de 1900]     151     152     153
Sábado noche     154     155     156


 








Lunes 30 de enero [1899]
1. He tenido hoy la alegría de ofrecer a mi Jesús varios sacrificios sobre mi defecto dominante, ¡pero cuánto me han costado! En esto reconozco mi debilidad. Cuando se me hace una observación injusta, me parece como si la sangre hirviese dentro de mis venas; todo mi ser se rebela. Pero Jesús estaba conmigo. Sentía su voz en el fondo de mi corazón y entonces me sentía dispuesta a sobrellevarlo todo por su amor…
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Purificación [2 de febrero de 1899]
2. En cada fiesta de María renuevo mi consagración a esta buena Madre.
Hoy, por tanto, me he consagrado a ella y una vez más me he arrojado en sus brazos. Con la más entera confianza le he encomendado mi porvenir, mi vocación. ¡Oh!, puesto que Jesús no quiere todavía nada de mí, que se cumpla su voluntad, pero que yo [me] santifique en el mundo. Que el mundo no, me impida ir a El; que las futilidades de la tierra no me entretengan, que no me apegue a ellas. Soy la esposa de Jesús. Estamos tan íntimamente unidos…
Nada será capaz de separarnos. ¡Oh! Que me muestre siempre digna de mi Esposo amado, que no eche a perder todas las gracias que me ha concedido y tenga la felicidad de demostrarle mi amor.


3. Al fin de la Cuaresma vamos a tener una gran Misión. Ya estoy rezando por el éxito. ¡Ah, cuánto deseo llevar almas a mi Jesús! Daría mi vida por la salvación de una sola de esas almas a quienes Jesús tanto ha amado. ¡Ah! Quisiera darle a conocer y hacerle amar por todos los hombres. Soy tan feliz por pertenecerle. Quisiera que el mundo entero se colocara bajo su yugo tan suave y su carga tan ligera.
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Lunes 6 de febrero [1899]
4. Desde hace tres días he podido ayunar por la mañana sin que mi mamá lo sospeche. ¡Oh! Qué contenta estoy de poder [ofrecer] esta pequeña mortificación a mi amado Jesús. Cada noche, siguiendo el consejo del P. Chesnay en los Ejercicios, anoto en un cuadernillo las victorias y las derrotas. De este modo podré constatar si verdaderamente adelanto o no en el camino de la perfección.


5. El viernes, sábado y domingo tendrán lugar los cultos de la Adoración perpetua en nuestra parroquia. Me alegro de ir a las Completas cada tarde a las ocho, de poder recibir a mi Jesús los tres días seguidos, ir a rezarle
al pie del altar y hablar con El en un dulce diálogo…
Predicará los sermones mi antiguo confesor. Me gustaría verle y hablarle de mi vocación. ¡Ah! Cuántas veces he echado de menos su dirección enérgica y exigente. El señor Párroco es excelente, incluso demasiado bueno. Le falta severidad, me deja caminar demasiado dulcemente. El otro día dije a mamá que quería dejarlo y dirigirme con el Padre Chesnay, el predicador de los Ejercicios, pero a mamá no le ha gustado y en adelante no hablaré más de ello.
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Viernes 10 de febrero [1899]
6. Me he confesado hoy y he quedado plenamente satisfecha. He hablado de mis Ejercicios a mi director, le he dicho todas mis resoluciones y todas las gracias de que el Señor me ha colmado durante estos días. Me aconseja que me acuse en cada confesión de mis faltas en los propósitos que he hecho. Me asegura que así haré muchos mayores progresos. Oh, Jesús mío, deseo tanto progresar para que me améis todavía más. Oh, sí, Jesús, estoy celosa de vuestro amor y os amo tanto que creo morir por momentos…
Mamá ha notado que no desayuno por la mañana y me ha reprendido mucho. ¿Debo seguir haciéndolo? No lo creo.


7. Esta mañana no he tenido la satisfacción de comulgar por no haberme podido confesar hasta esta tarde. Estaba desolada. Pero me voy a resarcir en estos días. El lunes y martes son las Cuarenta Horas. Recibiré la visita de Jesús cuatro días seguidos. ¡Oh!, ¡cuánto me alegra esta perspectiva! ¡Pobre Jesús! Quisiera pasar estos días junto a El, para consolarlo del olvido e ingratitud de los hombres, pero El sabe que no es falta mía, y le ofrezco este sacrificio. Pero ya que El está en mí, ya que vive en mí, ¡ah!, al menos le hablaré en el fondo de mi corazón, le ofreceré algunos sacrificios que le demostrarán cuánto le amo y cuánto deseo sufrir y expiar con El. ¡Oh, Jesús, mi amor, mi vida, mi Esposo amado! Te pido la cruz. Dame tu cruz. Quiero compartirla contigo. Tú has sufrido mucho por mí. Quiero ahora consolarte. Me cargo con los pecados del mundo. No veas más que a mí; castígame a mí, soy tu víctima. Soy también tu esposa y la confidente de tu corazón. ¡Oh, gracias por esta hermosa porción!…
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Domingo 12 de febrero [1899]
8. ¡Oh!, ¡qué tres días maravillosos acabo de pasar! Por la tarde, antes de la función de las ocho, he estado media hora larga en adoración ante el Santísimo Sacramento. ¿Quién podrá expresar la dulzura de estos diálogos en los que uno no se cree ya en la tierra y donde no se ve, no se oye más que a Dios? Dios, que habla al alma. Dios, que le dice cosas tan dulces. Dios, que le pide sufrir. Jesús, en fin, que desea un poco de amor para consolarlo…
¡Ah! Durante esos divinos coloquios, estos éxtasis sublimes, con cuánto ardor pido a Jesús su cruz; esa cruz que es mi sostén, mi esperanza. Esa cruz que quiero compartir con el Maestro, que se digna reservarme una parte tan hermosa, escogerme para confidente, para consolar su Corazón. ¡Ah!, con mi amor, mis atenciones, mis sacrificios, mis oraciones quiero hacerle olvidar su dolores. Quiero amarlo por todos los que no lo aman, quiero hacer volver a El estas almas que El ha amado tanto.


9. Quisiera conducir a Jesús el alma de nuestro casero hombre excelente, tan caritativo como se puede ser. He ofrecido varias comuniones por esta alma y cuento con la misión para llevar a cabo esta bella obra. ¡Ah! Si pudiera tener una pequeña parte en esta conversión. Señor, ¿sería demasiada dicha? ¡Qué no sufriría yo por esto!… Buen Maestro, aumentad mis sufrimientos, os ofrezco mi vida por la salvación de esta alma.


10. Los sermones del señor Sellenet han sido estupendos. Lo he oído con gran gusto hablar de la Eucaristía durante estos tres días que se han pasado demasiado pronto. Me hubiera gustado visitar a mi antiguo director y hablar con él. El Señor no lo ha querido. Hágase su voluntad.
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Martes 14 de febrero [1899]
11. Me alegraba pensando que podría comulgar también hoy. Así habría recibido durante cuatro días seguidos la visita del Amado. Era demasiada felicidad. Como vi que esto contrariaba a mi madre, he hecho este gran sacrificio, que he ofrecido a mi Jesús.
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Ceniza [15 de febrero de 1899]
12. Esta mañana he recibido la ceniza. Hoy comienza la santa Cuaresma.
He comulgado y pedido a Jesús que me ayude a pasar santamente esta Cuaresma; que por mis oraciones y sacrificios consuele un poco su Corazón. ¡Ah! Que le lleve almas para probarle mi amor, pues lo amo tanto. ¡Oh!, sí, le amo hasta morir de amor. Y, sin embargo, se lo demuestro tan mal. Se acerca la misión.
Ruego con todo mi corazón para que ella sea un éxito más allá de toda esperanza. ¡Jesús sería tan feliz! Buen Maestro, dadme vuestra cruz, os lo suplico. Quiero compartirla con Vos, que la habéis llevado por mí. Quiero ayudaros ahora. Gracias por la hermosa porción que me habéis reservado…
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Lunes 20‑2 [20 de febrero de 1899]
13. Estoy leyendo ahora El camino de perfección, de Santa Teresa. Esta lectura me interesa muchísimo y me hace bien. La Madre Teresa dice cosas tan buenas sobre la oración y sobre la mortificación interior, esta mortificación que deseo tan vivamente conseguir con la ayuda del Señor. Ya que no me puedo imponer grandes sufrimientos por el momento, puedo al menos a cada instante del día inmolar mi voluntad.


14. ¡La oración! Cómo me gusta la manera como Santa Teresa trata de este tema, cuando ella habla de la contemplación, ese grado de oración en el que Dios hace todo y nosotros no hacemos nada, donde El une nuestra alma tan íntimamente a Sí que ya no vivimos, sino que es Dios quien vive en nosotros, etc. Oh, he reconocido allí los momentos de éxtasis sublimes adonde el Señor se ha dignado elevarme durante estos Santos Ejercicios y también después. ¿Qué le daré por tantos beneficios? Después de estos éxtasis, estos arrobamientos sublimes en los que el alma olvida todo y no ve más que a su Dios, ¡qué dura y penosa parece la oración ordinaria, con qué pena hay que trabajar en recoger las potencias, cuánto cuesta esto y qué difícil parece!…


15. No podría decir todo el bien que me hace este libro de Santa Teresa, que se dirige, sin embargo, principalmente a sus hijas carmelitas. Ella habla muy bien de la amistad.
«Oh. qué verdadera y perfecta amistad la de una persona o una religiosa que trabaja en el bien espiritual de su prójimo anteponiendo sus intereses a los propios. Una tal amistad vale mil veces más que la que se podía testimoniar en el mundo con las palabras de ternura de que se usa demasiado.
vosotras, hijas mías, dice Santa Teresa, dejadlas para vuestro Esposo, habiendo de pasar tanto tiempo con El y estar solas con El. No os sirváis de ellas más que cuando le habléis a El»
Oh, Jesús mío, sí, lo confieso, he amado demasiado a las criaturas, me he entregado demasiado a ellas y deseado demasiado su amor. O, mejor, no he sabido amar, amar divinamente. Pero ahora, lo siento, no tengo otra cosa que a Vos, y sobre todo, Amado de mi corazón, no quiero ser amada sino por Vos.
«Ah, dice también Santa Teresa, si se cree que las almas que se han dado a Dios no saben amar sino a El, se engañan. Aman también al prójimo y con un amor más grande, más fuerte, más verdadero, con más pasión que los demás. En fin, digo que a esta manera de amar pertenece este nombre de amor y no a los bajos afectos de la tierra. Pues cuando estas almas aman a una persona, procuran llevarla a amar a Dios para que sea amada de Dios. Saben que si no está en ellas el amor divino, la muerte debe romper el vínculo que los une»
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Viernes 24‑2 [24 de febrero de 1899]
16. He ido a confesarme esta mañana. Hace ya varias veces que me quedo mucho más contenta de mi director. Hoy he hecho una confesión casi ideal. Mi director me ha hablado tan bien de la mortificación interior… Dios ciertamente le había inspirado, pues es en lo que trabajo después de los Ejercicios.
Ya que no puedo casi imponerme mortificaciones, debo persuadirme de que el sufrimiento físico y corporal no es más que un medio, excelente por cierto, para llegar a la mortificación interior, al desasimiento de sí mismo. ¡Oh, Jesús, mi vida, mi amor, mi esposo, ayudadme! Es necesario absolutamente que yo llegue a eso, a hacer en todas las cosas lo contrario de mi voluntad. Jesús, buen Maestro, supremo amor, os inmolo mi voluntad, que sea una con la vuestra. Oh, os lo prometo. Me esforzaré todo lo que pueda para ser fiel a este propósito que he tomado de renunciarme siempre. Esto no me es siempre fácil, pero con Vos, mi fuerza, mi vida, ¿no tengo segura la victoria?
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Miércoles 1‑3 [1 de marzo de 1899]
17. La Misión se acerca y yo redoblo mis oraciones por su éxito y particularmente por la conversión de esa alma que quiero absolutamente llevar a Dios. Esta idea me persigue día y noche. Esta mañana he comulgado por el comienzo del mes de San José y he pedido a este gran Santo, en quien tengo mucha confianza, que me ayude en la conversión de este pecador.
No sé ya qué decir para llegar al corazón de Dios. ¡Se lo he suplicado tanto!… Pero, sobre todo, no quiero desanimarme. «Padre bondadoso, le he dicho, en nombre de Jesús, mi divino esposo, de Jesús holocausto sublime, de Jesús cautivo por nuestro amor, escuchad mi oración. ¡Ah! Conmuévaos el precio de esta ofrenda inestimable, considerad todo lo que sufre vuestro divino Hijo; aunque sea yo tan miserable, vengo a pediros gracia. O dad fin al mundo o poned fin a tan grandísimos males. ¡Dadme esta alma, la quiero para mi Jesús! ¿Es necesario que yo haya hecho tan pocas cosas por vos y que, vacías las manos, no pueda pediros un favor, objeto de mis más ardientes deseos? Por desgracia, gran Dios, no he hecho nada que me dé este derecho. Pero dejaos conmover por mis lágrimas, por mis sacrificios. Yo os ofrezco mi vida. Os la he ofrecido desde hace mucho en holocausto para consolar a mi esposo querido. Enviadme la muerte. Hacedme sufrir lo que queráis. ¡Ah, eso es lo que deseo; pero dadme esta alma, dádmela para Jesús, mi amor y mi vida, por Jesús, cuya causa defiendo. Vos no podéis negarme nada pedido en nombre de esta Hostia, de esta Víctima sublime. Por eso, en su nombre, yo, pobre y miserable criatura, me atrevo a levantar mis ojos hacia Vos, porque yo le amo hasta morir de amor... »
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Sábado 43 [4 de marzo de 1899]
18. Regreso de la catedral, donde se ha celebrado la función de apertura de la Misión. La ceremonia ha sido grandiosa. Estoy todavía muy emocionada. ¡Ah! ¡Con qué fervor he rogado y suplicado al Dios todopoderoso por los pobres pecadores! ¡Cómo le he ofrecido el sacrificio de mi vida, cómo me he ofrecido en holocausto, a ejemplo de Jesús, mi Esposo querido, por cuyo amor anhelo todos los sufrimientos y tribulaciones!
La apertura de la Misión ha sido espléndida. El señor Obispo subió al púlpito y habló de la importancia de esta Misión, que tiene por fin hacer despertar a las almas del sueño en que se embotan. Después del sermón se ha organizado una magnífica procesión, en la que ha tomado parte toda la Schola, el seminario, los Canónigos, los Redentoristas y el Obispo. Las voces angelicales de los jóvenes seminaristas, tan puras, tan suaves, se elevaban en las bóvedas de la inmensa basílica. Los cánticos eran tan bellos, tan conmovedores… Sentía correr mis lágrimas. ¡Oh, Dios todopoderoso! Dejaos conmover, aplacad vuestra ira. Tantas almas os lo piden en nombre de Jesús, el Holocausto supremo…
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Domingo 5‑3 [5 de marzo de 1899]
19. Esta mañana en la misa mayor se ha predicado el primer sermón de la misión. El Padre redentorista que ha hablado parece inflamado de amor de Dios y de deseo de llevarle almas.
¿Por qué la misión? ¿Qué es la misión?
La misión es: a) una parada; b) un faro; c) el gran perdón.
(Quisiera tratar de anotar durante esta misión los puntos principales de cada instrucción y que más me han impresionado.)
A) Una parada: el viandante, cuando va a subir una montaña, se detiene en la falda de la colina para descansar, recuperar las fuerzas y ver si está en el buen camino. La misión es esta parada en la montaña que debe conducirnos al paraíso.
B) Por la tarde, cuando el crepúsculo se extiende sobre las olas del océano, se enciende un faro para guiar a los marineros, que sin esa luz se extraviarían, luz que debe indicarles el camino que deben seguir. La misión es también este faro…
C) Se ha combatido durante todo el día. El campo de batalla está cubierto de muertos y heridos. La Hermana de la Caridad se acerca al pobre soldado que muere. Con un corazón de madre y una dulzura de ángel. cuida al pobre moribundo, a quien devuelve a la vida… La tierra es también un campo de batalla. ¡Cuántas luchas, cuántos combates, cuántos heridos, cuántos muertos a la vida espiritual!… Y he aquí que Dios manda la misión para resucitar a los muertos, curar a los heridos. Ah, es el tiempo de la misericordia y del perdón, el tiempo en que Dios distribuye la gracia a manos llenas. No dejemos pasar este tiempo de bendición, recojamos todas estas gracias; es una ocasión única…


20. Oh, Dios mío, compadeceos. Os hago el sacrificio de mi vida por el éxito de esta misión. Enviadme sufrimientos, pero escuchadme, ved mis lágrimas, mis suspiros. Gracia, piedad, Dios omnipotente, en el nombre de Jesús, mi esposo amado; Jesús, mi vida, mi supremo amor…
Estoy desconsolada. No podré asistir al sermón de esta noche, que será a las ocho. Me voy a resarcir en las vísperas. Ah, ¡cómo preferiría ir a la misión antes que a cenar en la ciudad y hablar de cosas fútiles!
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[Creados a imagen de Dios] Lunes mañana 6‑3 [6 de marzo de 1899]
21. Debemos salvar nuestra alma, hecha a imagen de Dios…
A) En efecto, Dios es Creador. El hombre ha sido creado… él llega a una isla salvaje y deshabitada, y después de muchos siglos esta isla se ha hecho una tierra fértil y civilizada…
B) Dios es inteligente. Es la inteligencia suprema… Y el hombre con su alma es también inteligente… El general, a fuerza de cálculo, puede ganar con pocos hombres la victoria sobre un ejército numeroso…
C) Dios es bueno. El alma también está dotada de una exquisita bondad.
Sabe amar, entregarse, sacrificarse…
Hay que amar a las almas, quererlas con pasión. Son tan hermosas. Si hubiéramos visto la belleza de un alma pura, creeríamos haber visto a Dios.
¿Cuánto vale nuestra alma?
Escuchemos a los santos, al demonio, a Dios.
A) Los Santos. Nadie como ellos sabe lo que vale un alma, y por salvarla, por convertir a los pecadores algunos han abandonado todo, han renunciado a toda felicidad terrena para darse a Dios y ganarle almas. San Francisco Javier, San Alfonso de Ligorio…
B) El demonio. ¿Por qué esa lucha constante, esa guerra continua con las almas? ¡Ah! Satán sabe también lo que valen. Las quiere para sí.
C) Dios. Después de la caída de nuestros primeros padres, cuando Jesús vio todos los pecados del mundo, todas estas almas amadas perdidas para siempre, se dirigió a su Padre: «Padre, las quiero mucho. ¿Podrías rescatarlas haciéndome hombre, viviendo en la tierra? No, hijo mío, esto no basta… ¡Padre, sufriré, trabajaré, derramaré lágrimas! Hijo mío, no es bastante todavía. Entonces, Padre, moriré entre tormentos horrorosos en una cruz. Hijo mío, sólo a este precio está concluido el pacto»


22. Padre eterno, ¿no estáis conmovido? ¿Qué falta todavía? ¡Almas, Dios mío, necesito almas, al precio de cualquier sufrimiento! Mi vida entera será una expiación, estoy dispuesta a sufrir; pero perdón, piedad para el mundo, en nombre de Jesús, mi esposo divino; Jesús, a quien quiero consolar… El señor Chapuis ha ido a la Misión. ¡Ah! ¡Cuantas gracias he dado a Dios!…
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[La oración] Lunes noche
23. «Pedid y recibiréis» (Mt. 7, 7). La oración es infalible. Es necesario orar. Dios lo ha dicho formalmente; no es un consejo, sino un mandato. Es necesario orar:
a) Porque sin la oración el cielo se cierra para nosotros.
b) Porque con la oración el infierno se cierra bajo nuestros pies.
A) La oración, una verdadera oración, la que nace del corazón y no sólo de los labios. Ah, el que no la hace cada día está seguro, cierto de caer, pues ella es el rodrigón que nos sostiene en las grandes tempestades de la vida e impide que nos rompamos.
B) El demonio está siempre presente, vela alrededor de nosotros. ¡Ah!, ¿qué podemos nosotros solos? Nada, ciertamente. Y la oración tiene tanto poder sobre el corazón de Dios… Es la llave, la única y sola llave que nos abre el paraíso. Ah, al que ora, al que sabe orar bien Dios le ayudará, y en la última hora, cuando [el demonio] esté allí como un león rugiente acechando a su presa, Jesús estará con nosotros, para introducirnos en la mansión del reposo y de la bienaventuranza.
El Padre habló después de la resurrección de Lázaro, de la oración de María Magdalena. ¡Ah! Si supiéramos orar, ¡qué no obtendríamos! Oremos, oremos para convertir estas pobres almas que no saben orar.


24. Oh Padre omnipotente, ¿no estáis satisfecho viendo estas iglesias llenas de almas que vienen a pediros perdón? Dejaos conmover. ¡Oh!, hacedme sufrir mil tormentos, pero dadme almas para Jesús, mi Esposo Amado.
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La vida. Martes mañana [7 de marzo de 1899]
25. a) ¿Qué es la vida? b) ¿Adónde nos conduce?
A) La vida. Dios la ha comparado a muchas cosas: es una sombra, una cosa impalpable, una flor que se abre por la mañana y por la tarde se marchita. En primer lugar, ¿nos pertenece la vida? El presente ¿es nuestro? Dentro de algunos minutos, ¿podremos recoger la palabra que pronunciamos ahora?
El pasado: ¿podemos volver a ver y a poseer los años que hemos visto transcurrir? El futuro ¿nos pertenece? El minuto que sigue al instante en que hablamos ¿es nuestro?
La vida se puede resumir así: muchos sufrimientos, muchas lágrimas, muchas ilusiones; la esperanza de una felicidad siempre esperada y nunca lograda. Y, sin embargo, nos apegamos a esta vida. ¡Se necesita ser necios!
B) ¿Adónde nos conduce? Como el arroyo que serpentea y el río que viene a acabar en el mar, así todos marchamos hacia la eternidad; el pequeño infante en los brazos de su madre, el viejo, todos caminan al umbral de la eternidad. Hay, sin embargo, dos suertes de eternidad y somos nosotros quienes debemos escoger. Y es nuestra vida la que debe decidir nuestra eterna felicidad. Soy libre; debo ganar el cielo, la eterna bienaventuranza…
Lamento no poder extenderme más sobre esta instrucción, que ha sido maravillosa; pero solamente dispongo de unos minutos.
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La eternidad. Martes noche
26. ¡Ah! La vida es bien corta. ¡Qué rápida pasa! El niño al ver al anciano de canos cabellos y de encorvadas espaldas se dice: ¿Cuándo estaré yo así?… Y ese día le parece lejano. La vida es un torrente impetuoso, un inmenso océano; cada oleada nos acerca a aquella eternidad que niegan tantos incrédulos, pensando que no tienen alma. ¡No tener alma! Y entonces la bestia feroz que vive en la foresta es como yo, o incluso superior a mí. ¡No tener alma! Y entonces, ¿quién podrá satisfacer esta ansia de felicidad que siento en el corazón?
No tener alma, negar la eterna felicidad, es fomentar el crimen. Si todo se acaba en este mundo, lo único que me queda es enriquecerme por todos los medios, ser feliz. ¡Ah!, ¡la justicia es tan mal comprendida en la tierra!


27. El sermón estuvo estupendo y siento no poder alargarme más hoy…
¡Cuánto bien nos hacen estos Redentoristas. ¡Hablan con tanto amor de Dios! Es admirable. ¡Ah! Cuando los veo predicar así, ¡cuánto les envidio! ¡Ah! Ellos han podido seguir su vocación y ganar tantas almas para Dios. ¡Cuán felices son! ¡Que gocen su felicidad! Jesús mío, ¿cuándo podré yo seguir mi camino, cuándo podré darme a vos? Tengo tantas ganas de sufrir, de ganaros almas… Estoy sedienta de sacrificios y bendigo todos los que se presentan durante el día. Durante esta Misión siento redoblarse mi ardor. Mi corazón arde en el deseo de convertir almas. Esta idea me persigue aun en el sueño. No tengo un momento de reposo. Dios mío, ved los deseos ardientes de mi corazón, enviadme sufrimientos. Sólo esto puede hacerme soportar la vida. Padre celestial, «o padecer o morir»


28. Ayer por la tarde tuvo lugar la consagración de la Misión a la Virgen del Perpetuo Socorro. ¡Qué función tan bella y tan emocionante! ¡Cómo me ha conmovido! ¡Oh, María! Ayudadme, escuchadme, salvemos estas almas tan queridas.
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La palabra de Dios. Miércoles mañana [8 de marzo de 1899]
29. En el predicador debemos ver sólo a Dios. Evitar criticarlo y, por fin. estar ávidos de esta palabra divina. que es la luz que debe alumbrarnos en las tinieblas de la vida. El predicador no debe buscar la elocuencia, hacer gestos más o menos estudiados. No debe buscar más que a Dios y su gloria. Nosotros, por nuestra parte, debemos escucharlo como si el mismo Jesucristo nos hablara y hacer callar todo sentimiento humano.
El sacerdote nos habla: a) con fe; b) con franqueza; c) con el corazón.
Nosotros debemos escucharlo: a) con respeto; b) con confianza; c) con deseo de poner en práctica los avisos que nos da. No debemos creer que no los necesitamos o, por el contrario, que le podrían aprovechar a fulana.
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[La vanidad de lo terrestre] Miércoles noche
30. «¿De qué sirve al hombre ganar el universo si pierde su alma? » (Mt.16, 26).
Una sola cosa es necesaria: la salvación. Los asuntos temporales deben tener un lugar secundario en nuestras preocupaciones. ¿De qué nos servirá la posición social, la fortuna, todos nuestros bienes en el día de la muerte? ¡Ah! A Dios no se le compra con el dinero. Escuchemos los consejos: a) de los Santos; b) de los moribundos; c) de los muertos.
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La penitencia. Jueves mañana [9 de marzo de 1899]
31. Hay que hacer penitencia si queremos salvarnos. La penitencia es una tabla de salvación que Jesús nos lanza al mar de esta vida. ¡Ah! Agarrémonos a ella. María lo ha dicho: «Penitencia, penitencia, penitencia». ¿No la ha predicado Jesús? Su vida ¿ha sido otra cosa que una lenta agonía? Los Santos la han practicado. Para ellos era más preciosa que todos los tesoros de la tierra. Santa Magdalena ¡qué modelo, cuánta confianza y amor había en su corazón! Ella ha visto al Maestro y se encendió en su amor. Pero dice a Marta: ¿Puede El concederle su amor a ella, la gran pecadora? ¡Ah, sí! El se lo concede: «Le son perdonados muchos pecados, porque amó mucho» (Lc. 7, 47). San Pedro, ¡ah!, ¡cuán grande fue su penitencia! Preguntémosle la razón de aquellos dos surcos que las lágrimas han trazado en su rostro. ¡Ah!, es que ha negado a su Maestro. Y aunque este Maestro le haya perdonado, le haya hecho jefe de su Iglesia, está inconsolable por haber hecho sufrir al que ama.
Hay dos clases de sufrimiento:
a) El interno: el dolor sincero de los pecados, la vigilancia para no cometerlos, etc.
b) La penitencia exterior o corporal. Ciertamente no es necesario para practicarla encerrarse en un claustro ¡aunque, dicho sea de paso, si fuese mayor el número de los que allí se retirasen, el mundo no iría tan mal). Hay penitencias corporales que son obligatorias: la confesión, el ayuno, etc.
Las hay también facultativas, de las cuales el Padre no pudo hablar esta mañana.


32. Esta instrucción ha sido bellísima, tal vez la que he escuchado con más gusto. ¡Oh, Dios mío! Vos sabéis que si sufro, si deseo sobre todo sufrir tanto no es pensando en mi eternidad, sino solamente por consolaros, llevaros almas, probaros que os amo. Pues yo os he dado mi corazón, un corazón que no piensa sino en Vos, que no vive más que para Vos, que os ama hasta morir de amor. Y para ser toda vuestra, me sepultaré viva en el fondo de un claustro, sufriré mil dolores con alegría. ¡Oh, Jesús, mi esposo y mi vida, dadme cruces, quiero compartirlas con Vos! ¡Ah!, no sufráis sin mí. Que en adelante mi vida sea un sufrimiento continuo, pero que os consuele, que os pruebe todo mi amor. ¡Oh, Jesús!, quiero ganar almas. «O padecer o morir. »
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El pecado. Jueves noche
33. «He criado hijos y los he engrandecido, y ellos me han abandonado» (Is. 1, 2).
¡Ah!, qué gran ofensa contra Dios tiene que ser el pecado, si El, que es la Bondad suprema, la Misericordia infinita, lo castiga así. El primer pecado mortal fue cometido en el cielo. Lucifer dijo: «No obedeceré. » E inmediatamente el infierno se abrió para él.
A) El pecado mortal es una herida muy sensible al Corazón tan bueno de Dios. Es despreciarlo, decirle: «Me río de ti y de tu cielo. Quiero hacer mi voluntad. » ¡Ah!, ¿qué herida mayor se puede hacer al Corazón amante que despreciarlo?
B) Pecar mortalmente es también hacer una injuria a la bondad de Dios. ¡Ah!, ¿qué más pudo hacer Jesús? Vino a la tierra. Desde la cuna hasta la cruz su vida no es mas que una incesante expiación por nuestros pecados, y todas las veces que se peca mortalmente se nos tiñen las manos con la sangre de Jesús. «Pero detente, pecador, a Jesús no le queda más sangre. ¡La ha derramado hasta la última gota! »


34. Después del sermón, que ha sido tan emocionante, el Padre ha recitado en alta voz el acto de contrición, durante el cual he llorado mucho.
¡Oh, Jesús, perdón! Perdón por mis pecados, por mis pasados arrebatos de ira, por mi mal ejemplo, por mi orgullo y por las faltas que cometo tan frecuentemente. Lo reconozco. No hay criatura más miserable que yo, porque me habéis dado tanto y no habéis cesado de colmarme de gracias. Perdón, Señor. ¿Cómo me atrevo a pedir perdón para los otros siendo tan culpable?…
¿Cómo no os habéis alejado de mí después de tantas ofensas? ¡Oh, Señor Jesús, mi esposo, mi vida, perdón!
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La confesión Viernes mañana [10 de marzo de 1899l
35. «Y brotará una fuente en la casa del Señor» (Jo. 3, 18). ¿Qué cosa hay mejor, más preciosa, que la confesión? Jesús la instituyó no sólo para hacernos obtener el perdón de nuestros pecados, sino también y principalmente para consolar nuestro corazón.
¡Ah!, cuando siento los remordimientos oprimir mi corazón, ¿a quién acudiré para confiarme? ¿A mi madre? A pesar de su ternura no puede hacer nada. ¿A una amiga? Pero esta confesión tal vez rompería el vínculo de nuestra amistad. ¿A los representantes de la justicia humana? En este terreno no tienen poder alguno. ¿Al ministro protestante? Me diría: «Retiraos a la soledad, pedid perdón a Dios, confesaos con El. » Pero por más que haga los remordimientos continuarían con su carga pesada sobre mi corazón. El ministro jansenista, representante de esta religión tan austera, me dirá: «Por mi parte, os perdono. Pero mire a ese Jesús clavado en la Cruz, El no ha muerto por todos. Solamente por algunos. Ignoro si sois vos de ese número. » Entonces voy al sacerdote católico. Me arrodillo ante el santo tribunal y allí encuentro el perdón. Hallo allí un padre, un amigo, un consolador, un consejero. Y al levantarme he oído estas palabras: «Yo te absuelvo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Vete en paz y no peques más», etc.
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[La muerte] Viernes noche
36. La ceremonia de esta noche ha sido muy bella y conmovedora. Se ha ofrecido por las almas del purgatorio. La iglesia estaba adornada de luto. Un gran catafalco había sido colocado en el coro, y en lugar de la bendición con el Santísimo Sacramento tuvo lugar la absolución. El sermón trató de la muerte.
La muerte, que viene a sorprendernos en el momento que menos la esperamos. Dios mismo lo ha dicho. ¡Cuántas muertes repentinas!… ¿Nos dejará libres la muerte mañana, esta noche, como nos ha dejado hoy? ¡Ah!, ¡es tan bella la muerte del justo!… «Yo voy a morir. Todos los vínculos que me atan a la tierra van, por fin, a romperse. Voy a morir, voy a poseerte, Jesús, supremo amor, a quien he preferido a todo lo terreno. En el cielo no os abandonaré jamás. Vais a juzgarme. ¡Ah!, ¿podréis condenar a quien os ha amado tanto, a quien os lo ha sacrificado todo?
Pero al contrario de esta muerte tan dulce y consoladora, ¡qué horrible es la muerte del pecador! Sus ojos se abren desmesuradamente, presiente, sabe que va a morir. Morir… ¡Oh!, presentarse delante del Dios que ha menospreciado… ¡Ah!, ¿qué le llevará? No ve otra cosa que pecados sin número. «¡Oh muerte, espera, por favor. No puedo ir todavía. Mis pobres hijos. ¿Es necesario abandonarlos? Esta fortuna adquirida con tanta fatiga ¿hay que dejarla cuando comenzaba a gozarla? ¡Oh muerte! ¿Qué cosa presentaré al Señor, que deberá juzgarme? Un sacerdote. ¡Pronto, un sacerdote! Y el sacerdote llega frecuentemente demasiado tarde, para no encontrar más que un cadáver. Y además ¿qué valor pueden tener esas confesiones de última hora?
¡Ah! Estemos siempre preparados para no temer la muerte, sino poderla llamar a grandes gritos, que ella se nos presente como una liberación que debe poner fin a nuestro destierro y unirnos al Dios a quien amamos sobre
todo.


37. El sermón terminó con un acto de contrición, muy hermoso y emocionante. Cosa curiosa. Con temer yo tanto el juicio de Dios, el sermón de esta tarde no me ha impresionado lo más mínimo. ¡Oh, Jesús! ¿Por qué me ha de aterrar el comparecer ante Ti? ¿Puedes Tú condenar a esta criatura que, pese a su flaqueza, a sus innumerables faltas, no ha vivido en la tierra sino para Ti, para consolarte, aquella que ha deseado tanto llevar la cruz contigo? Ciertamente que es una miserable que ha merecido el infierno mil veces. Pero, Jesús, ella te ha amado tanto que no puedes despreciarla. Es tu esposa. Por lo tanto, debe ir en pos de tus huellas y, cantando el cántico de las vírgenes, embriagarse en las delicias de tu presencia. ¡Oh, muerte! Si no abrigase la esperanza de sufrir y de hacer algún bien sobre la tierra, te llamaría ahora mismo a voz en grito. Si algún día hubiera de ofender mortalmente a mi divino Esposo, a quien amo sobre todas las cosas, entonces, pronto, siégame, antes de que me suceda semejante mal. ¡Oh, Jesús mío, sufriré todo, aguantaré todo, pero no el proporcionaros semejante dolor… Amparadme. Mi corazón está ahí junto a vuestro corazón. Vigilad sobre él, protegedlo bien, consumidlo en el fuego de vuestro amor.
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La confesión (continuación). Sábado mañana [11 de marzo de 1899]
38. Dos cosas son indispensables para que Dios nos perdone los pecados: la contrición y el firme propósito.
A) Sin la contrición, aunque hiciese todas las penitencias posibles, sufrir el martirio. Dios no me puede perdonar los pecados. Hay cosas que, aunque sean obligatorias, pueden sustituirse mutuamente. Si me encuentro en la imposibilidad de confesarme y hago un acto de contrición perfecta, esto basta. Pero si no tengo este pesar de haber ofendido a Dios, aunque me confiese, no puedo obtener el perdón. ¡Ah!, cuántas almas tenemos por perfectas y tal vez serán condenadas al infierno por haber descuidado la contrición, que es indispensable.
B) El propósito firme es tan útil como el dolor, con el que forma una sola cosa. Ciertamente no se puede prometer a Dios ser impecables. Lamentablemente, la naturaleza es tan débil… Pero se debe decir a Dios: «Os prometo que yo haré todo lo posible, cueste lo que cueste, para no recaer en esta falta», sobre todo si es habitual. ¡Ah! Se piensa demasiado poco en este firme propósito y en el dolor. Nos preocupamos de examinar la propia conciencia y nos olvidamos de lo que es indispensable para ser perdonados.


39. Esta instrucción me ha removido y turbado. Desde hace algún tiempo pienso en la contrición. Estoy dispuesta a morir antes que ofender a Dios voluntariamente, incluso por el pecado venial. Pero antes, a los once, doce, trece, catorce años, oh Dios mío, ¿he tenido yo esa contrición? ¿Pensaba siquiera en ella? Ah, tiemblo al pensarlo. Estoy decidida a hacer una confesión general con uno de los Padres Redentoristas que me agrada mucho por su piedad y su amor a las almas. El lunes o el martes iré a verle y volveré después de algunos días para hacer la confesión general. Pero me horroriza. ¿Cómo acordarme de los pecados, cantidad y número de veces? En fin, Dios me ayudará. ¡Ah!, que El me ilumine para que vea mis pecados en toda su malicia y horror…
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Domingo mañana [12 de marzo de 1899] La confesión general (continuación)
40. Hay dos clases de confesión:
A) La ordinaria, es decir, como lo indica su nombre, la confesión que hacemos ordinariamente.
B) La confesión extraordinaria o confesión general; ésta es útil y a veces necesaria.
La confesión general es una cosa buena para todas las almas, a excepción de las escrupulosas o hipersensibles. La Misión, en que todo es extraordinario, es una buena ocasión para hacerla.
Para hacer esta confesión general no hay que tener temores ni preocupaciones inútiles. Dios no pide lo imposible. Pongamos de nuestra parte lo que podamos y Dios hará lo demás.


41. ¡Oh, buen Jesús!, sí, ¿no es verdad que me ayudáis?
Hoy se termina mi novena a San Francisco Javier por el señor Chapuis. He comenzado una a San José, en quien tengo tanta confianza, y otra a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, patrona de las misiones…
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[Celo de almas] Domingo a las 5
42. El sermón de vísperas, magnífico. Es quizá el que más me ha gustado. Al oír hablar del celo que nos debe abrasar por la salvación de las almas, mis ojos se llenaron de lágrimas. ¡Qué emocionada estaba!…
A) Hay que tener celo de la salvación de nuestros hermanos. Ah, cuando un padre de familia que tiene siete hijos ve que cinco le ultrajan y abandonan, después de haber llorado por esos hijos que le hacen sufrir tanto, piensa en los dos que aún le quedan y les dice: «Buscad en seguida a los que he perdido, volvedlos a mí, conducídmelos. » «Cómo, ¿traértelos?, responden los dos desventurados, nos tiene sin cuidado, peor para ellos. »
Ante un hecho tal, todos nos indignamos. Pero ¿no es indignarnos contra nosotros? ¿No somos nosotros semejantes a esos dos hermanos? Jesús nos dice: «Hijo mío, sacrifícate para traerme almas. Yo lo quiero, es preciso, ya ves los sufrimientos que he pasado por estas almas queridas. Hijo mío, ayúdame.
Tengo sed, sed de almas. » ¿Hemos respondido siempre a esta llamada?


43. ¡Oh, buen Jesús!, si he vivido tanto tiempo despreocupada por la salvación de mis hermanos y ofendiéndoos tanto yo misma, al menos desde hace tiempo, ¡ah!, sólo aspiro a llevaros almas… Mi corazón se abrasa y se consume por esta obra de redención. ¡Ah, Esposo divino, quiero consolaros, haceros olvidar la pena que os causan los otros, y para esto, querido Maestro, «o padecer o morir»!


44. El celo se puede ejercitar de cuatro maneras:
a) La oración. Ella es muy poderosa sobre el corazón de Dios… Orar con perseverancia, sin desanimarse, aunque se muera sin haber sido escuchado.
b) Una buena palabra. Con frecuencia una palabra dicha oportunamente puede hacer mucho bien… ¡Ah! No dejemos de decirla si la ocasión se presenta.
c) El buen ejemplo. Si el mal ejemplo es algo tan terrible y funesto, ¡cuánto bien puede causar el buen ejemplo!… Habla más que todos los sermones. Con mucha frecuencia, cuántos hombres se convierten con el trato de una mujer piadosa.
d) El sacrificio. El sufrimiento fue el medio por el cual Jesucristo llevó a cabo la obra de la redención. Y después El nos llama a este camino de sacrificio, que es el medio más seguro para la salvación de las almas.


45. ¡Oh, Jesús! ¿No es acaso el sufrimiento lo que os pido a grandes voces? Oh, quiero sufrirlo todo, estoy dispuesta a soportarlo todo, pero dadme almas, dadme aquella que os recomiendo de modo particular. Ah, tenía tanta esperanza, viendo asistir tres veces a la misión a este pecador, y ahora ha dejado de asistir. Maestro bueno, si no me dais esta alma, moriré de dolor. Oh, os lo pido, dádmela al precio de cualquier sufrimiento. ¡Oh, María, Virgen de Lourdes, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, venid en mi ayuda. Sin un milagro vuestro todo está perdido! Y yo cuento con este milagro.
Ha pasado ya una semana de la misión. ¡Qué rápidos pasan los días felices! Quisiera poder reternerlos. Me gustan tanto esas horas pasadas en la casa de Dios, esas plegarias, esos cantos, estas instrucciones tan sencillas y conmovedoras, tan prácticas y provechosas. ¡Oh, Jesús!, gracias por el don que me habéis hecho enviándome esta misión después de los Ejercicios en los que me habéis llenado de vuestros favores. Vos os valéis de todos los medios para atraerme a Vos. ¡Oh, dulce Maestro!, me rindo a vuestros divinos encantos, soy vuestra para siempre.
Estamos tan unidos… ¡Oh!, ¿no es verdad que nada nos separa?…


46. Mamá ya está bien y ha comenzado su vida ordinaria. Ciertamente el mal está todavía en la herida, pero no se manifiesta, y después de haber creído que no podría dejar a esta madre querida, al verla nuevamente restablecida, comienzo nuevamente a esperar. ¡Oh, buen Maestro! ¡Qué prueba me habéis enviado, qué cuchillo en mi corazón, nunca me consolaré! Y, a pesar de todo, os digo «gracias». ¡Oh! Os bendigo. Os habéis servido de esta horrible prueba para desprenderme de las cosas de la tierra y unirme toda a Vos, a Vos solo, mi amor, mi vida, mi esposo querido, por quien deseo padecer o morir.
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Segunda semana. Lunes mañana [13 de marzo de 1899] La confesión (continuación y fin)
47. La confesión debe ser sincera. Ah, ¿a qué vienen esos subterfugios, esas vueltas y revueltas, en lugar de confesar los pecados con sencillez, como conviene a un culpable? ¡Cuántos sacrilegios cometidos por la vergüenza, por la falta de sinceridad!…
Se falta a la sinceridad no sólo callando un pecado grave, como por desgracia sucede con frecuencia, sino también disimulando las faltas propias, disminuyéndolas y haciendo caer la responsabilidad sobre tal o cual persona. Se dice: ¡Qué! Rebajarse a decir esto a mi confesor… ¿Qué pensará de mí, que hasta ahora no he confesado más que pecados veniales, si le digo semejante cosa? ¡Ah! Lo que pensará es que si la debilidad me ha llevado al mal, me levanto con energía. Y, al contrario, me estimará más que antes…
Además, si hay dificultad con el confesor ordinario para hacer esta confesión general, esta dificultad no existe durante la misión, donde no se confiesa más que con los misioneros. Nunca se los ha visto, y tal vez, incluso con probabilidad, no se los volverá a ver. ¡Qué reparo hay entonces en la acusación de las faltas al sacerdote? ¿Hay temor de que las revele? ¡Ah! esto es imposible. Se han visto pobres sacerdotes, víctimas de este secreto, que se han dejado matar antes que descubrir un solo pecado. E incluso a nosotros mismos no pueden hablarnos de nuestras faltas más que con nuestro permiso.
El sacerdote en el confesonario es el ministro de ese Dios tan misericordioso que deja en lugar seguro las 99 ovejas y corre a buscar a la oveja descarriada (Lc. 15, 4). Es el padre del hijo pródigo (Lc. 15), el ministro de aquel Dios que perdonó a la Magdalena, la gran pecadora, a San Agustín y a tantos otros…


48. Gracias, oh mi Jesús, por la merced que me habéis hecho de fortalecerme siempre, para tener valor de acusar las faltas de que me sentía culpable. Oh, continuad ayudándome, para que si alguna vez os ofendiera gravemente, no tenga esa falsa vergüenza que impide una confesión sincera. Pero ¿qué digo, Jesús? Debéis hacerme morir antes de que llegue ese día horrible. Os lo he pedido tantas veces…
Los Padres Redentoristas organizan un [turno de oración] para que a cada hora del día se rece el rosario ante la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Nosotras hemos ido a inscribirnos y me alegro de ir desde esta tarde a las cuatro y media a rezar a María, mi Madre querida…
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Lunes a las 5 de la tarde
49. Acabo de pasar media hora larga delante de la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de que acabo de hablar. ¡Ah! Con cuánto fervor he rezado, desde el fondo de mi corazón, por todos los pobres pecadores y he dicho a María que acepte el sacrificio de mi vida, como le plazca, por la conversión de estos desventurados… Me imaginaba encontrarme realmente junto a esta Madre querida y le he dicho con abandono y confianza: «Oh, María! Vos, a quien nunca se suplica en vano, os pido que escuchéis mi oración. ¡Ah! No me podéis rehusar lo que pido: el alma, la salvación de mis hermanos, el alma de ese pecador que es también vuestro hijo… ¡Oh, Madre!, ¿a qué precio me escucharéis? Hablad, os escucho, estoy dispuesta a todo.
¡Qué días tan ideales son estas jornadas de misión! Cuando se hayan pasado qué infeliz me sentiré.


50. ¡Ah! Si mi querida mamá no hubiera estado tan enferma, es posible que hubiera intentado obtener su consentimiento a mi vocación. ¡Oh, Dios mío!, ¿qué hacer? Vos lo sabéis. No quiero sino lo que Vos queréis.
Indicadme siempre mi camino. Jesús, buen Maestro, ven en mi ayuda. ¡Ah! Tú sabes bien, ¿verdad?, que no vivo sino por Ti y estoy dispuesta a todos los sacrificios.
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El Juicio. Lunes noche
51. ¡Ah! Si la muerte es horrible porque nos parte en dos, sería una cosa poco importante si todo acabase allí. Pero hay que presentarse delante de Dios, darle cuenta de toda la vida, y esta vez no en función de padre del hijo pródigo, tan bueno y tan misericordioso, ni tampoco de Buen Pastor, sino de juez terrible e inexorable, que no perdona más…
¡Ah!, cuánto sufre el alma del pecador durante este juicio. Ella sufre:
A) Por hallarse bajo la mirada de Dios. ¿Dónde está? Ni un amigo la asiste. Jesús con mirada terrible frente a ella. Si quiere huir por la derecha, cae en las fauces de un tigre. Si a la izquierda, entre las garras de un oso. Si hacia atrás, un nido de serpientes. ¡Oh, Dios mío!, ¿qué hacer? Bajo sus pies el infierno que se abre. ¡Ah! Ella sufre tanto en este momento, que preferiría arrojarse inmediatamente a aquel abismo espantoso.
B) El juicio de Dios. Jesús se sienta en un trono frente al alma. A la derecha el ángel de la guarda, a la izquierda el demonio… Entonces comienza el interrogatorio. Es inútil que la pobre alma balbucee algunas excusas. Dios es implacable. Satán saca su libro. ¡Ah! El no ha olvidado nada. Está anotada la más pequeña falta. «Señor, dice él, esta alma es mía.
Yo era su enemigo encarnizado, sólo deseaba su perdición. Ella me ha obedecido siempre, mientras os ha ultrajado. Ella se ha reído de Vos, su Dios, que habéis muerto en una cruz para salvarla… »
C) La condena. Satán continúa: «Señor, es digna de muerte. » E inmediatamente Jesús dice: «Sí, que muera. » Y, dirigiéndose al pecador, le dice: «Retírate, maldito, no puedo soportar tu vista, apártate para siempre de mi presencia. Venid todos, amigos y parientes, a maldecirle. »
Y todos llegan a maldecir al pobre pecador, a quien Satanás lleva al infierno. Todo esto, tan largo de contar, pasa en unos minutos. Está todavía caliente el cuerpo del difunto y ya ruge y blasfema en las moradas infernales…
Por el contrario, la muerte del justo es conmovedora. Se encuentra en presencia de su Dios, su amor, a quien ha sacrificado todo y puede decir: «Señor, por desgracia te he ofendido. pero ¿no he llorado mis faltas? ¿No me las habéis perdonado? »


52. Jesús, en adelante, la confianza es mayor que el temor en mi corazón. ¡Ah!, cuando me presente delante de Vos para compensar todas mis faltas sin número, os diré: «Maestro, yo os he amado, os he amado mucho, vuestro amor divino ha sustituido todo otro amor en mi corazón. Para consolaros he querido dejarlo todo. El mérito de todos estos sufrimientos no es mío, lo he aplicado a mis hermanos. A pesar de eso ¿me podéis abandonar? No, Vos recompensaréis este desinterés. Me amáis, no podéis separaros de mí. ¡Cuán felices seremos! ¡No abandonaros, cantar siempre vuestras alabanzas!… »
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El mundo I. Martes mañana [14 de marzo de 1899]
53. ¿Qué es el mundo? Sólo vanidad y mentira y lo vamos a ver desde dos puntos de vista:
a) Desde el punto de vista natural; b) desde el punto de vista sobrenatural.
A) Desde el punto de vista natural. La mujer mundana sólo se ocupa de modas, vestidos, visitas, bailes, fiestas de gala. Ni un pensamiento elevado, ni una idea alta, sino mil preocupaciones a ras de tierra.
a) El mundo es vano. Sí, sus fiestas. Los placeres de que se embriaga a veces con alegría, ¿qué dejan? El infortunio, el duelo, la infelicidad caen sobre nosotros y entonces cómo somos olvidados, despreciados en esas fiestas de las que éramos el mejor ornato…
b) El mundo es mentiroso. ¿Nos ha dado lo que nos había prometido? ¿Nos ha dado la felicidad? Prometió ayudarnos también, pero si nos dejamos arrastrar, si sucumbimos a sus tentaciones, será el primero en arrojarnos la primera piedra.
B) El mundo bajo el punto de vista sobrenatural. Dios lo ha maldecido. Jesús dijo: «¡Ay del mundo! » (Mt. 18, 7). «No ruego por el mundo» (Jn. 17, 9). ¿Por qué estas maldiciones? Porque Jesús conocía el espíritu del mundo, un espíritu opuesto totalmente al Evangelio.
La religión descansa sobre estos tres pilares:
a) Belén o la pobreza. El mundo no puede soportarle, no busca más que el lujo, el confort.
b) Nazaret o el trabajo. La mujer mundana se cree dispensada del trabajo. Ignora estas palabras de Dios: «Comerás el pan con el sudor de tu frente» (Gen. 3, 19).
c) El Calvario. La mundana ignora lo que es la penitencia voluntaria y si la llega el dolor, ¿qué sucederá? ¡Cuántos suicidios para acabar con la vida!


54. Gracias, Dios mío, gracias desde el fondo de mi alma por haberme enseñado desde mi juventud la vanidad de las cosas de este mundo. Gracias por haberme atraído hacia Vos, os sean dadas gracias.
Esta tarde hago mi confesión general, después de la que hice para mi Primera Comunión, estoy llena de temor por tantos pecados. Buen Maestro, si hubiera de caer de nuevo así, por favor, quitadme la vida. ¿Cómo después de tantas faltas habéis podido soportar mi vista? ¿Cómo me habéis prevenido con tantas gracias? Oh, gracias, perdón. Me muero de dolor pensando en el disgusto que os he causado, Vos, a quien amo tanto, mi vida, mi esposo, que me queréis por vuestra esposa, ¡perdón, perdón! ¡Oh, Jesús! Soy una miserable criatura. No hay otra a quien hayáis dado tanto y se haya mostrado tan desagradecida. Perdón, Jesús, perdón. Os amo, lloro estos pecados que tanto os han hecho sufrir. Tened piedad de mí; no veáis más que mi amor por Vos.
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La impureza. Martes noche
55. El vicio más vergonzoso, el que más desagrada a Jesús.


56. Gracias, Amado, por haber guardado puro este corazón, que es todo tuyo. María, Madre mía, velad siempre sobre mí.
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Miércoles mañana. [15 de marzo de 1899]
57. Después de la instrucción de las seis sobre la Santísima Eucaristía me he confesado. He encontrado un confesor como nunca lo había tenido y doy gracias al Señor.
El Padre ha encontrado en mí todas las señales de una verdadera vocación. Cree también que Jesús me llama al Carmelo y que esta vocación es la más bella. He hecho una confesión general. En cuanto al sexto mandamiento, el Padre me dice, como los demás confesores, que nunca he ofendido al Señor.
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El mundo (continuación, II). Miércoles a las 11
58. Escribo solamente unas líneas. No tengo tiempo.
La mundana es comparada por el Espíritu Santo al avestruz, que camina con la cabeza erguida y la esconde en un arroyo cuando nota la presencia del cazador, creyéndose así a salvo.
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Pruebas del infierno. Miércoles noche
59. No tengo tiempo para hablar del sermón. Por lo demás, esta tarde me ha interesado menos.


60. La ceremonia ha estado estupenda. Esta noche se tenía la «Reparación». El coro estaba admirablemente iluminado. Habían colocado una gran cruz de más de 10 metros de altura, un gran corazón con estas palabras.
«Perdón, Dios mío. » Todo esto con luces. El acto de reparación, estupendo. ¡Ah! He llorado, pidiendo perdón de mis faltas a mi Jesús. Le he ofrecido mi vida en reparación de tantas injurias como se le hacen. Le he pedido la cruz, siempre la cruz. No puedo vivir sin ella. Esto endulza un poco mi destierro. ¡Oh, Jesús!, ¿será verdad lo que se me ha hecho esperar esta mañana?. ¡Ah! ¡Vos sois tan poderoso! Vos lo podéis todo, podéis tomarme dentro de un año. ¡Oh!, sí, tomadme. Aceptad a esta esposa que suspira y languidece por el día en que podrá dejarlo todo por seguiros a Vos, su Amado, su único amor, a quien deseo consolar, cuya cruz deseo participar. Vos, que habéis tomado posesión de mi corazón y allí vivís continuamente y habéis hecho vuestra morada. Vos, a quien yo siento, a quien veo con los ojos del alma, en el fondo de este pobre corazón, que tanto os ha ofendido, y que, a pesar de todo, habéis colmado de beneficios, porque le queréis para Vos. ¡Ah! Aceptadme.
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El mundo (continuación, III) Jueves mañana [6 de marzo de 1899]
61. Los libros malos. La mujer mundana se aburre. Entonces el mundo, que lo prevé todo, le ofrece sus malos libros, que van a cautivarla…
A) ¿Hay libros malos? Por libro malo entiendo todo impreso que ataca a la religión o a la moral, y de ellos está lleno el mundo.
B) Estos libros, ¿pueden hacer mal? Sí, ciertamente, y los que lo niegan, los que no lo advierten son personas poco instruidas. Cuando se toma un alimento en el que se ha echado veneno, no se nota, pero esto no impide que el veneno llegue a la sangre. Estos libros hacen tanto más mal cuanto sus apariencias son engañosas. Para seducir a la mujer piadosa el autor usará todos lo rodeos, y la desgraciada se deja engañar.
C) ¿Qué males causan? Destruyen la piedad, aunque no en un día. Llevan a soñar, a pensamientos, deseos y acciones malas casi siempre. Esto se entienda de las personas que leen habitualmente estos libros malos. Las personas que leen una o dos veces un libro malo no están en el mismo caso. Hay que quemar estos libros, aunque tengan gran valor y estuvieran en el fondo de un armario.


62. Gracias, Dios mío, por haberme preservado de estas lecturas
pecaminosas. ¡Ah! Perdón por las desgraciadas que dedican mucho tiempo a ellas. Jesús mío, tened compasión de ellas.
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[Las ocasiones peligrosas] Jueves noche
63. «El que se expone al peligro caerá en él» (Eccl. 3, 27).
Hay dos clases de ocasiones:
a) La ocasión necesaria; b) la ocasión [buscada]
A) La primera es inevitable: el niño que recibe el escándalo en familia y no puede marcharse de casa.
B) Exponerse a la ocasión [buscada] es una cosa mal hecha. Pues si nos exponemos voluntariamente, Dios no nos ayuda, y, dejados a nosotros mismos, la caída es cierta, inevitable.
Las ocasiones son:
a) Las malas lecturas, de que se habló esta mañana.
b) Los teatros, iglesias de Satán, adonde no se debe ir más que por razones graves.
c) Los bailes, adonde no se debe ir sino obligados por razones serias.
d) Las relaciones.


64. Dios mío, detesto todas estas diversiones. Jesús mío, te suplico que pueda librarme de ellas.
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[El sufrimiento] Viernes a las 8 [17 de marzo de 1899]
65. He tenido la alegría de asistir a la primera instrucción de la mañana, a las seis, por el Padre Lion, y que ha sido una de las mejores y más prácticas que he escuchado.
«Nosotros sufrimos con razón. Pero El ¿qué mal ha hecho? (Lc. 23, 41). El sufrimiento es la escala que nos conduce a Dios, al cielo. Es:
A) La conversión. ¡Cuantas almas hay a quienes Dios envía el sufrimiento para volverlas a El!… En la alegría se le olvida, se encuentra el paraíso en la tierra. Y he aquí Dios que hiere. Bendito sufrimiento que nos debe acercar a El.
B) La expiación. Nada conmueve el Corazón de Dios como el sufrimiento. Si no tenemos ánimo para desearlo y buscarlo, ¡ah!, al menos aceptemos las pruebas que Dios envía, pues cuanto más ama a un alma, más la hace sufrir. Cuando se quiere tener en sí el Cuerpo de Cristo, hay que aceptar también la cruz, la corona de espinas. Dios no puede entregarse sin eso.
¡Oh, Jesús! Ven con tu cruz. La pido desde hace tanto tiempo… Cuando sufro creo que me amáis más, ya que os siento también mas cerca de mí…
C) El mérito. Si la oración es algo muy bello y consolador, si es admirable trabajar por Dios, nada, sin embargo, puede igualar el mérito y hermosura del sufrimiento. En él no hay rastro de amor propio. Es por Dios, sólo por Dios, por quien se sufre. ¡Ah! ¡Qué encantos encierra el sufrimiento cuando se sabe aceptarlo, desearlo! ¡Ah, qué abundante fuente de méritos! No hay camino más seguro que el de la cruz. Dios mismo lo ha escogido.
En medio de nuestros sufrimientos digamos al Maestro como el buen ladrón: «Acordaos de mí en vuestro paraíso» (Lc. 23, 42). ¡Ah! El se acordará, pues ha dicho: «Bienaventurados los que lloran, bienaventurados los que sufren» (Lc. 6, 21‑22). Estos son los privilegiados de su Corazón.


66. Jesús, mi amor, mi vida, gracias por haberme escogido para participar en tus dolores. Mi corazón se deshace de gratitud. ¡Oh!, Tú me has reservado la mejor parte…
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El mundo (continuación, IV, fin). El liberalismo. Viernes a las 11
67. ¿Existe?. Actualmente está muy de moda unir a Dios con el mundo.
Comulgar por la mañana, ir a bailar por la tarde. Pero Dios ha dicho que no se podía tener dos señores (Mt. 6, 24). Hay que escoger entre El y el mundo; no se puede amar a los dos.


68. En todas estas instrucciones sobre el mundo, el Padre ha dicho que es pecado grave ir a esas diversiones sin tener serios motivos. Pediré explicaciones al Padre Lion cuando le vaya a ver.
Jesús mío, cuando oigo condenar el mundo y su placeres ¡qué sentimientos de gratitud brotan del fondo de mi corazón hacia Vos! Nunca podré daros las gracias por esta hermosa porción que me habéis escogido. El Padre decía esta mañana que al volver al cielo, al tiempo de recomendar vuestros Apóstoles al Padre, hicisteis de ellos este elogio: «Padre, ellos no son del mundo. Viven en él, pero no son de él» (Jn. 17, 16, 11). Yo también, buen Maestro, vivo en el mundo, pero no miro sino a Vos, no quiero más que a Vos. A Vos y a vuestra cruz. Este mundo no puede llenarme. Desfallezco, peno y lloro porque os busco. Oh, Amado, tomadme toda para Vos. Sois tan poderoso… Podéis arreglarlo todo. Un milagro, oh Jesús, por favor…
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La misericordia divina Viernes noche
69. «El temor es el principio de la sabiduría, pero el que no obra más que por él no avanzará en la virtud» (Prov. 1, 7).
Hay que pensar en el amor, en la misericordia de Dios:
a) Cuán grande es la paciencia de Dios con el pecador.
b) Cuánto busca Dios al pecador.
c) Con qué bondad le recibe.


70. Este sermón ha sido uno de los de la noche que más me ha interesado.
Lamento no poder escribir algunas líneas…
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La caridad. Sábado a las 6 de la mañana [18 de marzo de 1899]
71. La caridad es indispensable. Consiste en amar al prójimo como a sí mismo, aunque se sienta menos; en desearle los mismos bienes, incluso a los enemigos.
Las faltas de caridad. Aunque no sean pecados mortales, son algo muy repulsivo. Al cristiano se le conoce por su caridad. ¿Cuál es nuestra posición sobre ella?
A) ¡Cuántos juicios temerarios, que no tienen ningún motivo!… Porque si tengo prueba, certeza, el juicio no es temerario. Sólo puedo excusar a la persona. Esto es todo.
B) El rencor. Frecuentemente va hasta el odio.
¡Qué difícil es soportar los caracteres! Un santo lo ha llamado «la flor de la caridad», etc.


72. Esta instrucción me ha hecho mucho bien, pues no estoy siempre dispuesta a excusar a mi prójimo. He hecho firmes propósitos. Jesús, ayúdame, quita todas estas mezquindades de mi corazón.
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La tentación Sábado a las 9 de la mañana
73. «La vida es un combate» (Job. 7, 1). Durante toda nuestra existencia seremos tentados, ora en una cosa, ora en otra. La tentación en sí no es pecado. No es un pecado, incluso encontrando satisfacción, con tal que desde que se advierta se vuelva a otra cosa el pensamiento, sin incluso tratar de luchar contra la idea que nos sugestiona. Lo mejor es pensar en una cosa diferencia.
Dios nos ha indicado las armas contra la tentación: «Vigilar y orar» (Mt. 26, 41). Con la ayuda divina estamos seguros de la victoria. Dios no nos manda nunca la tentación sin darnos la gracia suficiente para resistirla. Sí, «puedo todo en Aquel que me conforta» (Fil. 4, 13).
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Domingo mañana [19 de marzo de 1899]
74. Hoy se acaban mis dos novenas a San José y a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Lloro, estoy desolada, aunque sigo confiando. Espero un milagro; sí, lo espero. Cuando Jesús vino esta mañana a mi corazón le he dicho que yo lo intentaba todo que estaba dispuesta a todo con El, con tal de llevarle esta alma. Por la noche no duermo bien, y en cuanto me despierto, me asalta esta idea. ¡Oh, Padre celestial! ¿No os moveréis a compasión? Ah, ciertamente yo no merezco esta felicidad, y si no queréis concederme esta gran alegría por la que suspiro, ¡hacedme antes morir! ¡Os hago el sacrificio de mi vida! Ved, estoy dispuesta a todo por la conversión de esta alma: dádmela y hacedme soportar todos los tormentos que ha merecido. Yo los soportaré por mi Jesús, con mi Jesús. ¡Ah! Ved mis lágrimas, compadeceos: que este pobre pecador no deje pasar la hora de la gran misericordia. ¡Ah! Que él se aproveche de esta misión para volver a Vos. Dios mío, mi corazón se rompe, escuchadme. Cada vez que siento un dolor me alegro y me digo: María me escucha. Sí, sí, es preciso, espero un milagro…
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La oración. Domingo a las 10 de la mañana
75. La oración es una petición de nuestra alma a Dios, pero una petición hecha desde el fondo del corazón.
A) ¿Qué hay que pedir? a) Las gracias temporales; b) las gracias espirituales principalmente. Volveremos sobre este tema al fin de la Misión.
La oración es la raíz de la vida cristiana, su respiración.
B) ¿Cuándo hay que orar? El mismo Dios responde: «Orad sin interrupción» (Lc. 18, 1). «Pedid y recibiréis» (Lc. 11, 9). ¿Cómo orar sin interrupción? Ofreciendo a Dios por la mañana todas las acciones y sufrimientos del día. Así quedan todos santificados. ¿Cuándo hay que orar?
a) Por la mañana y la noche.
b) En la tentación.
c) Cuando hay que tomar una determinación; para una vocación, por ejemplo.
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Las tres cualidades de la mujer cristiana Domingo a las 3
76. A) La fe. Ella la aprecia y da gracias al Señor todos los días. De joven instruirá a los niños pobres sobre estas verdades grandes y consoladoras. Madre, esposa, las hará conocer y amar de los que la rodean.
Preferirá ver morir a su hijo que verle perder la fe…
B) La castidad. Es la virtud más hermosa, la que Jesús prefiere. San Alfonso ha dicho que de cien condenados al infierno, noventa y nueve lo eran por haber perdido esta virtud. Invirtiendo la frase, puede decirse que si se posee la más hermosa de las virtudes se tienen noventa y nueve por ciento de probabilidades de ir al cielo, pues Jesús no puede condenar a vivir eternamente lejos de Sí al alma pura que siempre ha estado vigilante sobre ella. Los que Jesús ha preferido eran muy puros: su Madre es una virgen; Juan es también virgen. Margarita María…
C) La entrega. Es un privilegio de la mujer tener un corazón compasivo. Dios ha puesto en ella tanta capacidad de entrega… La ha colocado en la tierra para enjugar las lágrimas, aliviar… todas las penas y permanecer firme al pie de la cruz…
¡Oh, vosotras, a quien Dios llama a la más bella de las vocaciones!; vosotras, a quienes pide dejarlo todo por El, patria, familia, fortuna, felicidad terrena, no dudéis en sacrificarlo todo, a entregaros a este Dios que os desea para El. ¡Desgraciadas de vosotras si rechazáis esta hermosa corona que Dios os reserva, por otra más sencilla!
Y vosotras, las llamadas a vivir en el mundo, sed la alegría de vuestros padres. No tengáis otra ilusión que sacrificaros por ellos. Mujeres, madres, atended a los que se os han confiado. Entregaos… Dios ha puesto en vuestro corazón tantos tesoros de abnegación… Si Dios os pide para El vuestros hijos o vuestras hijas, ¡ah!, sabed sacrificárselos sin dudar; sabed ser heroicas…
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La oración (continuación y fin) Lunes mañana. [20 de marzo de 1899]
77. La oración debe ser hecha:
A) Con atención. Se comprende. Hay que pensar en lo que pedimos a Dios. Si nos distraemos, volver de nuevo la atención a la presencia de Dios, y si nuestras distracciones son involuntarias, nuestra oración es excelente, aunque el corazón experimente menos consuelo.
B) Con humildad. Nosotros obramos un poco como el Señor. Si vemos a una persona altanera, orgullosa, llena de suficiencia, le volvemos la espalda. Al orar, estemos en presencia de Dios como la Cananea (Mt. 15, 25‑27).
C) Con confianza. Cuando pedimos a Dios una gracia le decimos: «Os pido esta gracia, pero sé muy bien que no podéis concedérmela. » Si no lo decimos con los labios, se lo decimos por lo menos con el corazón. ¡Qué injuria!
Todas nuestras oraciones son escuchadas. Ninguna se pierde. Sólo que Dios hace a veces esperar, o bien, si le pedimos una cosa temporal que puede hacer daño a nuestra alma, no nos la concede. No sería ya una gracia.


78. ¡Oh, Dios mío! Sí, quiero orar con estas tres cualidades, sobre todo con confianza. ¡Ah! No me desanimaré. ¡Os importunaré hasta que me oigáis!
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[El ejemplo de la vida religiosa] Lunes a las 9 de la mañana
79. A) Hay que vivir en el mundo como en un claustro. ¿Cuáles son los motivos que impulsan a las almas a la vida religiosa?
a) Hay almas generosas que no se contentan con el deber estricto, almas ávidas de sacrificios y de entrega.
b) Hay almas que han tenido la desgracia de caer en el pecado muy profundamente y quieren expiar sus crímenes con una vida de sacrificios.
c) Hay almas puras. ¿Qué te ha hecho ella, pobre madre, para que llores tanto? El primer disgusto que te da es decirte que quiere dejarte por Dios. Sí, hay almas puras que quieren expiar los pecados del mundo y se ofrecen como víctimas por la salvación de las almas a ejemplo de Jesús, que las llama.
d) Hay almas decepcionadas, que han sido engañadas por el mundo y vienen al claustro buscando la paz y el consuelo.
e) Hay, finalmente, almas que Dios ha herido con su amor y dicen: «Mi Jesús ha sufrido tanto por mí. Ah, quiero devolverle amor por amor, quiero sacrificarle todo, para consolarlo. En adelante no viviré sino en El, para El, sola con mi Amado. Diré adiós a todas las cosas de aquí abajo: afectos, bienestar, felicidad, para enterrarme con este Esposo divino, para compartir sus dolores en la vida más austera»
B) ¿Qué votos hacen los religiosos y las religiosas?
a) Pobreza. No sólo renunciar a toda riqueza, a todo bienestar, sino desapego del corazón: no estar atado a nada, no aspirar a ningún cargo, no tener simpatía particular.
b) Castidad. ¿Para qué las rejas? Para poner una barrera infranqueable entre el mundo, sus alegrías, sus deleites y el alma esposa del Señor.
c) Obediencia. A todos los preceptos, a todos los consejos evangélicos, que llegan a ser verdaderos mandatos. Obediencia a los superiores. renuncia completa, quebrantamiento de la voluntad.
C) En el mundo no es siempre prudente hacer votos, pero se puede:
a) Desapegarse, desde el fondo del corazón, de las cosas en medio de las cuales se vive.
b) Desconfiar de sí, velar sobre sí, encomendarse a Dios antes de ir a las fiestas mundanas, darse cuenta de que se camina al borde de un abismo e ir con una cara serena y sonriente, sin jamás dejar aparecer o sospechar las lágrimas y los dolores.
c) Estar convencidos de lo que vale el mundo, el poco caso que hay que hacerlo, etc.
Entonces Jesús podrá decir del alma que vive en medio del mundo con estos sentimientos: «Padre, ella vive en el mundo, pero no es del mundo, y el mundo la odia» (Jn. 17, 11, 16, 14), como lo decía hablando de sus Apóstoles.


80. Jesús mío, tú que me has escogido, guárdame pura, desapegada de todas las cosas de la tierra. Y además, ¿verdad?, arregla todo, llévame muy pronto, consuela y fortifica a mi madre querida, dale fuerza y ánimo, sostenía para este gran sacrificio.
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Lunes noche
81. El sermón de esta noche ha tratado de la educación de los hijos. He dado gracias a Dios desde el fondo de mi corazón por haberme dado una madre como la mía, dulce y severa al mismo tiempo, que supo dominar tan bien mi terrible carácter.
El señor Obispo ha asistido a la función de esta tarde. Ha dirigido algunas palabras llenas de afecto y elocuencia. Además tuvo lugar la consagración de las familias a San José.


82. ¡Cómo Nuestra Señora del Perpetuo Socorro parece animarme en las oraciones que le hago por mi vocación!… Margarita me ha dicho que había hablado de ello con mamá. Esta hermana querida le dice que me deje marchar, que ella la consolará, pues es allí donde seré feliz. Mamá le respondió que yo era demasiado joven todavía, que a los veintiún años lo vería.
He llorado dando gracias a María y he rogado con todo mi corazón a esta buena Madre para que recompense a la querida pequeña que no piensa sino en mí y sabe ocultar sus lágrimas.
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La meditación. Martes mañana [21 de marzo de 1899]
83. El alma que medita tiene la salvación asegurada. Un mal gravísimo de nuestro tiempo es la superficialidad.
La meditación consiste en reflexionar en la presencia de Dios. El demonio hace todo lo posible por apartar a las almas de la meditación, pues sabe bien cuán eficaz medio es para progresar en la virtud.
La meditación aviva: a) La fe. Casi todos nuestros pecados provienen de la falta de fe. b) El amor de Dios. c) Nos hace avanzar en la virtud.
El cristiano que medita sabe orar mucho mejor que los otros.
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La mujer de vida interior. Martes a las 9 de la mañana
84. Para amar su interior, la mujer debe:
A) Llevar una vida ordenada, imponerse algunas prácticas religiosas, las suficientes, no demasiadas, pues el exceso podría hacer mal a sus familiares.
B) Debe trabajar: a) de una manera espiritual; b) intelectual, y c) manual.
C) Debe obedecer.
D) Debe mandar bien.
Debe tener adornada con gusto su casa, pero con un gusto cristiano. Cuando se entra en el Carmelo, se puede ver en los claustros una cruz grande, sin Cristo. Cada carmelita, al pasar, la mira y se dice: «Es necesaria una víctima, y esa víctima soy yo. » Es de este modo como ella renueva su fortaleza, su ánimo. La mujer interior debe, pues, tener en su casa algunas estampas piadosas, un Crucifijo, hacia el que dirigirá sus ojos para reavivar su fe.
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La santificación del domingo. Martes noche
85
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La meditación. Miércoles a las 6 de la mañana [22 de marzo de 1899]
86. La meditación es la salvación asegurada para las almas fieles a ella. Es como una placa de seguros que Dios pone en ellas.
Antes de meditar hay que recogerse. Después, leer lentamente, saboreando cada palabra y poniéndola en contacto con nuestra alma. Releer los pasajes que llaman más la atención, pero no leer por curiosidad.
Es muy importante hacer algún propósito, pues una meditación sin él es casi totalmente inútil. No es necesario tomar cada mañana una resolución sobre el tema que se acaba de meditar; no, eso no sería una buena manera de progresar. Hay que tomar todos los días la misma resolución, pues sin esto no se llega a nada. Además, no hay que abandonar nunca la oración. Si no hay tiempo, consagrarle aunque sean dos minutos.


87. Cuento con pedir consejos sobre este tema al Padre Lion cuando vuelva a confesarme. Además, tengo muchas cosas que decirle y tengo muchas ganas de ir a verlo. ¡Qué lástima, la misión toca a su fin! Quisiera poder retener estas jornadas benditas. Estoy con un pie en el cielo. Pero, oh Dios mío, que ella sea sobre todo provechosa, que muchos pecadores se conviertan. ¡Ah! ¿No cederéis a mis oraciones, Dios mío? Con confianza espero un milagro de Vos, María, un milagro por vuestra intercesión. Me creía escuchada. El señor Chapuis ha caído enfermo. Veía en ello una gracia vuestra, oh Madre. Contaba ya con que se podía hacer venir a un misionero. Pero se ha quedado en nada. ¡Oh Madre!, daos prisa, la misión se pasa, pero sigo firme y confiada. ¡Ah, por favor, dadme esta alma para mi Amado Jesús, a quien quiero probar mi amor. Dádmela al precio de cualquier sufrimiento, sí, ah, acepto todo!
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La caridad. Miércoles a las 9 de la mañana
88. «Amaos los unos a los otros» (Jn. 13, 34). Jesús ha dicho: «Se reconocerá que sois los míos, si os amáis los unos a los otros» (Jn. 13, 35).
Esta virtud es indispensable, la más recomendable. Por desgracia, la menos practicada…
Naturalmente hay en nosotros simpatías y antipatías. Pero no descubramos las antipatías y entonces no nos hará daño.
¿Hasta dónde llega la caridad? Jesús mismo lo ha dicho en parábolas: no tiene límite. Debemos amar a nuestro mayor enemigo, desearle para esta vida y la otra todo el bien que nos deseamos a nosotros mismos.
Por desgracia, cuántas personas devotas, que comulgan por la mañana hacen por la tarde juicios temerarios, murmuraciones, tratando de encubrirlo por todos los medios.


89. ¡Oh, Jesús mío! En adelante jamás saldrá de mis labios una palabra contra el prójimo, lo excusaré siempre, y si se me acusa injustamente, pensaré en Vos, mi Amado Esposo, y podré soportar todo sin quejarme.
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La confianza en María. Miércoles noche
90. Tememos a Dios. El hace temblar con su omnipotencia. Entonces El nos envía a su Amado Hijo. Este desciende del cielo, se hace hombre, sufre dolores sin cuento, se somete a todos los tormentos para ganarse nuestro amor y confianza. Todo esto no basta. Entonces piensa que no hay nada mejor que una madre. Una madre. Una madre, pues ella inspira tanta ternura… Una madre, pues ella conmueve, toca los corazones más fríos, los más endurecidos… Y Dios nos da una Madre, la más tierna, la más compasiva que se pueda imaginar. Ella está allí, de pie junto a la Cruz, y allí, ante su Hijo moribundo, nos adopta a todos por hijos, y si la tendemos la mano, ella nos conducirá al puerto feliz y seguro.
Para que una persona inspire y merezca confianza se necesita que sea poderosa y buena.
A) Poderosa. ¿No lo es la Reina de los cielos? Jesús ha dado en el cielo todo poder a la que obedecía en la tierra tan perfectamente. Sí, ella lo puede todo sobre el Corazón de Jesús. Recurramos a ella.
B) Buena. ¡Ah!, ¿quién es más tierno, más misericordioso que María? Ha sufrido tanto por nosotros… ¿Podía mostrarnos mejor su amor? Yo la contemplo viendo a Jesús muerto y reposando en su brazos. ¡Ah!, cuánto no sufre ese corazón de madre. ¿Tendría yo el valor de negarla el consuelo?…


91. Después del sermón se hizo la consagración a la Santísima Virgen.
Una vez más me he consagrado a ella. ¡Ah! Ella lo puede todo, ¡que ella escuche mi oración suplicante!…


92. ¡Sólo Dios basta!
Nada te turbe,
Nada te espante.
Todo se pasa.
Dios no se muda,
La paciencia todo lo alcanza,

Quien a Dios tiene nada le falta
O padecer
O morir
Todo por deber, nada por gusto, pero todo con gusto.
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Devoción a María. Jueves a las 6 de la mañana (23 de marzo de 1899]
93. Hay tres devociones principales a María: el escapulario, las imágenes, el rosario.
A) El escapulario es la librea de María. Quien lo lleva y, por supuesto, hace todo lo que puede para salvarse, no irá al infierno. Es imposible. No quitarse nunca el escapulario.
B) Las imágenes. Gusta tener consigo el retrato de los familiares, de los que se ama. ¿Por qué no tener en todas partes el retrato de nuestra Madre del cielo?
C) El rosario. Es la cadena que nos une a María. Rezando el rosario conseguimos una inmensa cantidad de gracias y María nos tiende la mano, y gobierna nuestra frágil navecilla entre las olas alborotadas. Guiándonos ella, estamos seguros de nuestra eterna salvación. Ella no puede dejarnos perecer. ¡Es imposible!
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El espíritu de sacrificio. Jueves a las 4,30 de la tarde
94. El mayor enemigo de la mujer es la molicie, la búsqueda de la comodidad, el horror a la molestia y al sacrificio, y Jesús ha dicho: «Es necesario hacerse violencia» (Mt. 11, 12). ¿Se puede pensar que sea admitida en la bienaventuranza celestial junto a los Santos que soportaron tantos sufrimientos un alma que no ha buscado más que sus comodidades? Sólo hay un camino, el de la cruz. Fuera de él no hay salvación.
Pero esto cuesta a la naturaleza. Molesta mortificar los sentidos, romper con las malas costumbres. Esto es penoso y duro para nuestra molicie y no tenemos ánimo para vencernos. Cuando nos presentemos delante de nuestro Juez, ¡ah!, ¿qué le diremos? Por desgracia, ¡nos condenaremos nosotros mismos!…
Pero hay quienes han comprendido este espíritu de sacrificio y de mortificación, quienes han visto que el camino de la cruz es el único que conduce a la bienaventuranza. Se les ha visto encerrarse en los claustros, mortificar la carne con ásperos cilicios, en fin, mortificarse continuamente. Para reavivar su ánimo miraban al cielo, ese cielo adonde irían un día para descansar con Dios de todos sus trabajos y fatigas.


95. ¡Jesús mío, tú que sabes leer en mi corazón! Tú puedes ver, tú sabes que si deseo tanto sufrir no es pensando en mí, sino sólo esperando consolarte llevándote almas. Te amo tanto, mi corazón arde en tal amor por ti, que no puedo vivir tranquila y feliz mientras tú, Esposo amado, sufres. Tener parte en tus dolores, endulzarlos, llevar una cruz bien pesada detrás de ti, esto es lo que deseo. Porque te amo, oh vida mía, te amo hasta morir de amor. ¡Oh! Tú has herido mi corazón con la flecha de tu amor y no puedo ser feliz en la tierra. Tú solo puedes darle la felicidad habiéndole partícipe de tus dolores. ¡Gracias, Jesús, gracias!
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Viernes a las 6 de la mañana [24 de marzo de 1899] N. Sra. de los Siete Dolores [La casa cristiana]
96. «Mi casa es casa de oración», ha dicho Jesús. Es lo que debemos hacer de la nuestra, tanto en lo exterior como por nuestras costumbres.
A) En nuestras habitaciones debe haber un Crucifijo, la Imagen de María, la de los Santos de nuestra devoción y ‑lo olvidaba‑ el Sagrado Corazón. Debemos tener una pila de agua bendita, pero ¡que tenga agua bendita! (asperjar con ella el lecho cada noche). Debemos tener una biblioteca religiosa, que es en cierto modo la despensa del alma, etc.
B) Por nuestras costumbres. Se debe notar en entrando en nuestras casas que Dios está allí y que es amado y respetado. Entonces, nunca esas horribles blasfemias, esas palabras de murmuración contra Dios Todopoderoso. ¿Dónde están las casas donde se reza el Angelus, el Benedicite, se leen en común las vidas de los Santos después de haber rezado la oración de la noche? ¡Ah! ¡Qué raras son hoy estas casas bendecidas por el Señor, en las que El gusta escogerse las almas que atrae a Sí pues la mayor prueba de amor que Dios da a una madre es la de pedirle sus hijos para la vida religiosa…


97. Vayamos al portal de Belén y allí, ante el Dios que se ha hecho tan pequeño, aprendamos una gran lección de humildad. «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt. 11, 29). «Si no sois semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt. 18, 3). «El que se ensalza será humillado; el que se abaja será exaltado» (Mt. 23, 12). Estas son las palabras de Jesús. La puerta del cielo está escondida, es muy baja, muy pequeña. Sólo las almas humildes pueden pasar por ella.
A) La humildad es la fuente de las gracias. A quien se cree vil, despreciable, Dios lo llena de gracias.
B) La humildad ofrece la seguridad de que nuestras oraciones serán escuchadas. Ante el alma que ora humildemente Jesús abre su Corazón y deja salir de él todos sus dones, sus gracias, sus bendiciones. Recordad la oración del publicano.
C) Ser humilde es ser muy amado de Jesús. A los orgullosos no los puede ni ver. Podemos comprender esto considerando la antipatía que nos inspiran las almas altaneras y satisfechas de sí mismas. El mundo no las puede soportar. Dios tampoco las puede amar…
Entonces humillarse en todas las cosas, humillarse viendo sus faltas, y en lugar de enfadarse consigo mismo, reconocer su debilidad y su nada.


98. Oh, María, tú, a quien rezo cada día para obtener la humildad, ven en mi ayuda, quiebra mi orgullo, mándame muchas humillaciones, Madre querida.
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Viernes noche
99. La abstinencia.
La blasfemia.
La falsa vergüenza.


100. Esta noche se ha hecho la consagración al Corazón de Jesús. ¡Ah! ¡Cómo he rezado a este Corazón de mi Esposo querido, cómo le he pedido perdón por mí y por los pobres pecadores! He pedido perdón para ellos y también he suplicado a Jesús que me dé su cruz. Quiero llevarla en su seguimiento, en la unión más íntima con El. Quiero vivir con El a la sombra de este divino Corazón.
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Sábado a las 6 de la mañana [25 de marzo de 1899]
101. La instrucción de esta mañana sobre la pureza de intención y la santificación de cada acción del día ha sido hermosa. Por desgracia, yo estaba cerca del confesonario, un poco lejos del púlpito, y no he podido entenderlo todo.
Después de la instrucción me he confesado. ¡Oh, qué confesión! El Padre me conoció y me ha hecho tanto bien… Estaba muy triste al pensar que era la última vez que me dirigía a este santo misionero que había sabido comprenderme y hacerme tanto bien. He ido a postrarme delante de la Virgen del Perpetuo Socorro y la he pedido que me ayude. ¡Ah! Ella sabe que obro así por su Jesús. Sabe también lo atroz que será el dolor de mi corazón al dejar a mi madre queridísima, a mi hermanita; pero sabe también que Jesús puede reemplazar todo en mi corazón, sabe que me quiere toda para El, para amar, orar, sufrir. ¡Ah! Que ella interceda por quien tanto la ha invocado…


102. ¿Es posible, Jesús mío, que tal vez muy pronto pueda perteneceros y pronunciar esos votos que me unirán más íntimamente a Vos todavía? ¡Ah! Tiemblo. ¿Quién soy yo, amor mío? Tengo miedo de mi debilidad. Pero, vida mía, tú estás ahí para sostenerme y contigo lo puedo todo. Ah, sí, estoy dispuesta a morir al mundo, a dejar a las que quiero, a renunciar a toda felicidad, sólo para consolarte un poco, para mostrarte mi amor, para sufrir contigo. ¡Oh! Gracias por haberme llamado a mí, la más miserable de las criaturas, a una vocación tan hermosa. Inspira al señor Párroco cuando el Padre vaya a hablarle de mí. El Padre me dijo que era él el que tenía que tomar la decisión, que él no es más que un confesor extraordinario y, no obstante su opinión de que la voluntad de Dios es que abandone el mundo, toca a mi confesor ordinario decidir la cuestión. Jesús, María, José, ayudadme.
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El pecado venial. Sábado a las 9 de la mañana
103. El pecado venial voluntario es una ofensa terrible hecha al Corazón de Jesús. Ninguna razón justifica el hacerlo deliberadamente. El pecado venial hace vivir al alma en la tibieza; esa tibieza que Jesús detesta y le produce asco. Ciertamente que un pecado venial, cien pecados veniales incluso no constituyen un pecado mortal, pero conducen a él. El alma habituada al pecado venial acaba por no ver la línea divisoria. ¡Ah, cuánto sufre Jesús al venir por la Comunión a un alma que cae en pecados veniales! El mismo lo ha dicho a la Beata Margarita Mana…


104. Jesús mío, perdón. Venís con tanta frecuencia a mi corazón y yo soy tan imperfecta. Perdón…
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Domingo [26 de marzo de 1899]
105. Oh, María, Vos me escucháis, seguid ayudándome…
Margarita ha vuelto a hablar a mamá de mi vocación. Le ha dicho que creía que no pensaba más en ello, ya que el Párroco no le decía nada y yo tampoco, y que no la tocaba a ella hablarme sobre ello. Esta pobre madre me habló después de la comida sobre ello, y cuando vio que mis ideas eran siempre las mismas, derramó muchas lágrimas y me dijo que no me impediría marchar a los veintiún años, que sólo quedaban dos años y que en conciencia no podía dejar antes a mi hermana. ¡Ah! ¡Cómo he admirado su resignación! Ha sido ciertamente María quien me ha obtenido esta gracia. Nunca la había visto así antes. ¡Ah! Cuando vi llorar a las dos por mi causa, también mis ojos se inundaron de lágrimas. Ah, Jesús mío, es preciso que seas tú el que me llames, tú que me sostienes, es necesario que te vea tendiéndome los brazos por encima de estas personas muy amadas, para que mi corazón no se rompa. Yo estaría dispuesta a todo para evitarlas una sola lágrima, y soy yo la que se las hago derramar de esta manera… ¡Oh, mi Maestro! Lo siento, tú me quieres y me das fuerza y valor. En mis lágrimas siento una calma, una dulzura infinita. Ah, sí, pronto podré responder a tu llamada. Durante estos dos años me esforzaré más para ser una esposa menos indigna de ti, mi Amado. Me parece soñar. ¡Ah!, es demasiado bello que reserves una felicidad semejante para mí, miserable criatura. ¡Oh! Seas bendito por siempre. Y ahora, ¡oh, Tú que puedes reemplazar todo en mi corazón, rompe, quema, arranca todo lo que no te agrada en mí! ¡Oh, María!, gracias. Estoy tan emocionada que no puedo decir más que estas palabras. Continuad vuestra obra. Sostened a mi madre querida, cuyo valor admiro. Premiad a la querida pequeña, que no piensa más que en procurarme el bien que anhelo. ¡Oh! Dadles fuerza y ánimo; ¡ah!, ellas comprenden que, a pesar del amor que las tengo, estoy dispuesta a dejarlas por mi Jesús. Están convencidas de que es El quien me llama, que sólo por El las sacrifico. ¡Oh, Amado mío! Sostenedlas, y sostened también a esta pobrecita que te ama hasta morir y que no halla palabras bastantes para expresarte su agradecimiento.
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La santa Eucaristía. Domingo a las 3
106. Esta instrucción ha sido admirable. Por desgracia no tengo tiempo.
Jesús ha deseado tanto darse a nosotros… Comulguemos frecuentemente para responder a su llamada. junto a El hallaremos la fuerza, la luz, la dignidad. El es el sostén del mártir, el vino que hace germinar las vírgenes.
a) Las personas que comulgan cada ocho días deben estar libres de faltas mortales.
b) Las personas que comulgan varias veces a la semana deben evitar el pecado venial.
c) Aquellas, finalmente, que comulgan diariamente deben vivir deseosas de la santidad, evitar incluso las imperfecciones, mortificar su carne, hacerla sufrir.
Esto es lo que dicen los Padres de la Iglesia.


107. He pensado en mamá cuando decía el Padre: «Oh, vosotras, pobres madres, a quienes Dios pide vuestras hijas o vuestros hijos, venid a sacar junto a El fortaleza y ánimo. » Oh, sí, mi Jesús, sostenla, por favor, su dolor me hace mal…
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El amor divino. Lunes mañana [27 de marzo de 1899]
108. «Hijo mío, dame tu corazón» (Prov. 23, 26). La joven Santa Inés había comprendido bien estas palabras de Jesús. Ella fue al martirio para conservar su corazón para el Esposo a quien se había consagrado.
Para que una persona gane y merezca todo nuestro amor es preciso que nos ame y se sacrifique por nosotros. ¡Ah! ¿No lo ha hecho Jesús? Pero como El es nuestro Dios esto nos deja fríos e indiferentes. Y, sin embargo, todo debiera llevarnos a El, y deberíamos sentir derretirse en su amor nuestros corazones, y gritar: Puedo soportar todos los tormentos por el Amado que tanto ha sufrido por mí. Este amor ardía en el corazón de las vírgenes que abandonaron el mundo para encerrarse…


109. […] resignar. Pero yo sabía bien que Tú me querías, Amor mío. ¡Ah! Tendré sequedades, arideces. Ya me lo decía el Padre: «Cuando esté fuerte para caminar sin consuelos, Jesús hará como que se retira. » Entonces tendré que luchar y sufrir, pero Tú estarás allí, ¿verdad?, mi Amado, para sostener a quien no vive más que para Ti, a quien tiene para Ti un agradecimiento eterno, a quien no puede comprender todas tus gracias y favores, porque ha hecho tan poco por Ti…
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La piedad. Lunes a las 9
110. La piedad debe guiarse por el amor y no por el miedo. Siempre se trabaja con más entusiasmo por aquel a quien se ama. La piedad debe ser: a) iluminada; b) humilde; c) constante.
Encontraremos la fuente de la piedad en la Santa Comunión, donde hallaremos la luz y la fuerza.
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Lunes noche
111. El sermón de esta noche «sobre el amor de Dios» ha estado admirable. He llorado al oír hablar del amor de Dios hacia mi alma. Lamento no poder escribir este sermón desde el principio hasta el fin, pues es el más bello de todos…
¡Oh, Jesús! Yo no puedo oír decir que Vos sufrís, que vuestro Corazón sangra viendo a todos estos hombres alejarse de Vos. ¡Ah! Esto me tortura. ¿Con que Vos sufrís; Vos, mi Amado; Vos, mi amor y mi vida? Sí, lloráis, ¿pedís que se os consuele? Ah, en vuestra inmensa bondad habéis llegado hasta el extremo de pedirme a mí, pobre lombriz, miserable criatura, que os consuele. ¿Es esto posible, Jesús mío? ¡Ah! Es demasiado bello, demasiado grato para mi corazón. Creo morir al pensarlo. ¡Oh, envíame sufrimientos; quiero compartir tus dolores… Jesús, mi supremo amor, no puedo vivir más sin sufrir, cuando tú sufres. ¡Ah! Muy pronto seré toda tuya, viviré en la soledad, a solas contigo solo, sin ocuparme de otra cosa más que de ti, no conversando sino contigo. Estoy convencida de que anhelas el día en que tu amada sea, al fin, toda tuya. También ella lo espera. ¡Ah, ella tendrá que hacer un gran sacrificio abandonando a las que ama! Pero siente una dulzura infinita en este sacrificio, pues lo hace por ti; por ti, a quien ama por encima de todo; por ti, que has herido su corazón. Tú la has cautivado con tus encantos, tú su esposo, su madre, su hermana, su amor supremo que puede reemplazar todo en su corazón. ¡Ah! Me parece soñar cuando pienso que reservas una porción tan elevada, tan hermosa a una criatura débil, mala, como yo, que tanto te ha ofendido. ¡Ah! Misterio de amor el que quieras elevarme hasta ti, que me des la más bella de las vocaciones. ¡Ah! No más lágrimas y tristeza, alma mía. Embriágate de felicidad, da gracias a Jesús. Es El quien te llama, para que puedas dejar. sin romperte el corazón, a estas dos criaturas tan amadas.
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La perseverancia. Martes a las 6 de la mañana. [28 de marzo de 1899]
112. Para perseverar es preciso:
A) Tener fuertes propósitos; no son necesarios muchos.
B) No desanimarse. Es más difícil levantarse del desaliento que del pecado. No inquietarse si no se nota progreso en el alma. Dios permite esto frecuentemente para evitar caer en el orgullo. ¡Ah! El sabe ver nuestros progresos y cuenta todos nuestros esfuerzos.
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Las devociones para excitar la piedad. Martes a las 9 de la mañana
113. Las devociones para alimentar nuestra piedad hacia Jesús son:
A) La devoción a la Pasión.
B) La devoción a la misa. Figurarse que se asiste a la Pasión; ofrecer en holocausto a Jesús por tal gracia, por nuestras faltas.
C) La visita al Santísimo Sacramento. Jesús está solo, nadie para consolarlo, y El está allí por nosotros…


114. ¡Oh, Maestro amado! Sí, yo te consolaré, tendré parte en tus dolores. ¡Ah! No te aflijas, te amaré por los que te olvidan..
Y tú, María, alcánzame otro milagro. Tú, que me has escuchado tan bien, toca ahora el alma del señor Chapuis. Es necesario. ¡Oh, te lo pido al precio de cualquier sufrimiento!…
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La conversión. Martes noche
115. El señor Chapuis ha venido esta noche. Gracias, María. Y el sermón sobre la conversión estaba hecho para él. ¡Ah! ¡Que no resista a la llamada divina! Madre querida, toca su corazón, sólo quedan unos días. Por favor, convertidlo.
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La misa Miércoles a las 6 de la mañana [29 de marzo de 1899]
116. Sin este augusto sacrificio, sin esta Víctima que se inmola tantas veces cada día, el Señor no podría retener su cólera. Nada le agrada más, ni es tan meritorio. Aunque sufriéramos el martirio, se trataría de sangre humana, mientras que en el altar corre sangre de un Dios.
Durante la misa: a) Jesús se inmola; b) Jesús expía; c)…
Por eso debemos asistir a la misa con los sentimientos que habrían embargado nuestro corazón en el Calvario. Imaginémonos que estamos al pie de la Cruz junto a Jesús agonizante… Durante la misa no es necesario leer las preces litúrgicas por bellas que sean. Se puede hacer meditación o rezar el rosario incluso.


117. ¡Oh, Dios mío, en nombre de este Holocausto sublime, convertid a esta alma! Sí, en nombre de Jesús, cuya sangre corre en el altar; de Jesús, que hizo todo por las almas, oh, Dios mío, compadeceos. En nombre de mi amor a mi Esposo Amado me permito tanto atrevimiento con Vos. Soy mala, Señor, y no merezco ser escuchada. He hecho tan poco por Vos. Pero amo tanto a Jesús. Moriría de alegría si contribuyese a llevarle esta alma, porque esto le alegraría, su Corazón se regocijaría viendo que aquel que le había olvidado al fin volvía a El. ¿Qué hay que deciros, Dios mío? ¿Qué hay que hacer? ¿Qué hay que sufrir? Hablad. Estoy dispuesta a todo por mi Jesús, con mi Jesús…
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La soledad del alma. Miércoles a las 9 de la mañana
118. El alma que se dedica a la oración, que vive bajo la mirada de Dios y lo hace todo por El y con El: a) reconoce la vanidad de las cosas de este mundo; b) se eleva por encima de las cosas de la tierra; c) saca fuerza y valor; d) progresa en el camino de la perfección.
Hay que meditar por la mañana. He aquí una manera de hacer oración.
Empezar por recogerse, si es posible, en la propia habitación de Dios, en la iglesia, incluso durante la misa. Ponerse en la presencia de Dios, mirarlo junto a sí, orarlo. Abrir el libro, leer lentamente, deteniéndose en el pensamiento que os impresione. Después, cerrar el libro y poner el alma ante las cosas leídas… Hacer un firme propósito, y recordarlo durante el día, entrando frecuentemente en sí mismo, y por la tarde en el examen de conciencia.
Vivir así recogidos todo el día bajo la mirada de Dios, hablándole continuamente, sintiéndolo a nuestro lado.


119. Hemos llegado a las últimas instrucciones de la mañana, que tanto me agradaban, y he aquí que la misión toca a su fin. Quisiera retener estos días benditos. Un sentimiento de tristeza invade mi alma al ver finalizar esta misión, durante la cual el Señor me ha colmado, una vez más, de gracias. ¡Oh no, Jesús, nada de lágrimas! Me quedas tú. Iré a sacar fuerza y ánimo para la lucha junto a ti. Y además, para ayudarme, brilla ya ante mi vista el día feliz en que me entregaré a ti. Nada más que dos años… Transcurrámosles, Amor mío, en la más íntima unión, en la más dulce familiaridad. No siempre me veré llevada por la gracia, como al presente. Tendré que sostener luchas. Pero estás allí, Jesús mío, sostenme. ¡Ah! Durante estos dos años, que voy a dedicar a prepararme a la vida religiosa, hazme sufrir mucho. Despega mi corazón de todo; que esté muy libre para que nada le impida verte. Quebranta mi voluntad, abate mi soberbia, tú que eres tan humilde de corazón. En fin, modela el mío para que pueda ser tu morada amada, para que vengas a reposar y a conversar conmigo en una unión ideal. Que este miserable corazón no sea sino una cosa con tu divino Corazón. Para esto corta, arranca, consume todo cuanto en él te desagrade. ¡Ah, me parece soñar! Dentro de dos años… Ah, esto es largo para un corazón que languidece; pero mi felicidad será tan suave que ya la pregusto y saboreo. ¡Ah!, dime, Amor mío: ¿no surgirán obstáculos? No, tengo confianza, y, ¡quién sabe!, puede ser que me tomes todavía más pronto. Arréglalo todo, te lo confío. ¡Oh, gracias, Jesús mío! Inspira a mi confesor, sostén a mamá, tan admirable en su resignación, recompensa a Guita. Y a mí, ¡ah!, hazme sufrir, prepárame, soy toda tuya…
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Día del Amor. Jueves Santo [30 de marzo de 1899]
120. ¡Oh, Jesús, que descansas en mi corazón, Jesús, mi vida, mi Amado, mi amor! Vengo a consolarte en este día en que tanto me has amado. ¡Ah!, quisiera hacerte olvidar con la magnitud de mi amor todas las ingratitudes del mundo. No te apenes, yo te amaré por los que te olvidan. Soy bien pobre, bien mala para aspirar tan alto, pero te amo, te amo hasta morir de amor. ¡Qué momentos más felices acabo de pasar contigo! ¡Ah! Esas lágrimas derramadas en tu presencia ¡qué suaves y dulces eran! Oh, Amor divino, perdón, perdón para los pecadores. He rogado tanto al Señor cuando estaba en mi corazón. He dicho a este Padre todopoderoso que no podía negarme nada en tu nombre y que no es más extraordinario convertir a este pecador que elevarme a cosas tan hermosas a mí, criatura pecadora. He suplicado tanto, llorado tanto… Oh, Jesús, espero darte esta alma. Redoblo mis oraciones a la querida Virgen María y siento aumentar mi confianza. Piensa lo feliz que sería si esta alma se convirtiese. Me parece que moriría de felicidad, Amado mío. ¡Ah!, cuando vi esta mañana acercarse a la Comunión para recibirte a todos estos hombres, lloré de alegría, pensando cuánto se debería alegrar tu Corazón. Pero me ha parecido que me hablabas en el fondo del corazón de los que no estaban allí. ¡Oh, Amor mío, olvídalos, no pienses en ellos sino para perdonarlos, déjate consolar por los que te aman. Sufro mucho cuando pienso que tu corazón está afligido!…
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A las 11
121. Estoy tan emocionada que no sé lo que escribo. ¡Oh, María, multiplica los milagros! Jesús será tan feliz…
Mamá ha tenido el valor de decir al señor Chapuis que se confiese. Tenía un miedo horrible de hacer más mal que bien y hacerle enojar, pues tiene un carácter muy vivo. Por un milagro de la Virgen ha recibido la cosa muy bien, ha dado las gracias a mamá, le ha dicho que estaba fatigado… que lo haría más tarde… En fin, está muy conmovido. María, otro milagro. Lo espero, cuento con él, apresúrate, la misión se acaba. Madre querida, convierte esta alma y hazme sufrir todos los tormentos. A cada nuevo sufrimiento me alegro, pensando que me escuchas…
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La santa Eucaristía. [Jueves] Noche
122. Es el colmo del amor divino. Aquí Jesús no nos da sólo sus méritos, sus dolores, se nos da a Sí mismo. Sólo un Dios podía concebir cosa semejante, una unión tan íntima. Después de la Comunión Jesús y el alma son un solo corazón, se funden como dos pedazos de cera. En este sacramento Jesús llega también a lo más doloroso. Durante su agonía en el jardín de los Olivos, el sudor de sangre que agotó a Jesús fue causado por la ingratitud de los hombres hacia este sacramento adorable, invento de su amor. Ciertamente no fue la cruz ni la muerte lo que atemorizó al Corazón de Jesús, sino esta ingratitud del mundo.

Tres cosas hay admirables en la institución de la Eucaristía:
a) El don que nos hace Jesús…
b) El momento en que Jesús nos hace este don, cuando un pueblo enfurecido trama su muerte…
c) El motivo por el que Jesús nos hace este don. ¡Ah! es para ganar nuestros corazones, para mostrarnos su amor, para conquistar el nuestro.


123. Jesús mío, yo te devolveré amor por amor, sacrificio por sacrificio. Tú te has inmolado por mí. A mi vez me ofrezco a ti como víctima, te he consagrado mi vida, quiero consolarte y con tu gracia, sin la cual nada puedo, estoy dispuesta a todo. ¡Jesús mío, te amo tanto, quisiera tanto hacerte algún bien!… Hazme sufrir, oh Dios todopoderoso, me ofrezco como víctima por los pecados del mundo; me ofrezco con Jesús, mi divino Esposo, Jesús Holocausto supremo. Aceptad esta pobre víctima, calmad vuestra ira, perdonad a esta pobre alma, por favor. Ciertamente que es justo que yo sufra después de haberos ofendido tanto, pero estos sufrimientos no los soporto por mí. ¡Ah! Es por los pobres pecadores para que se conviertan a su Jesús, a su Dios, a quien han abandonado.
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Viernes Santo [31 de marzo de 1899]
124. Oh, Jesús mío, guardad mi corazón. Es vuestro, os lo he dado, no me pertenece más.
Esta mañana mamá ha vuelto a casa muy tarde y completamente agitada… Le han hablado de una propuesta matrimonial para mí, un partido magnífico que yo no volveré a encontrar jamás. Ha ido a hablar al párroco para saber qué debe hacer, porque él me conoce mejor que nadie. Le ha respondido que era necesario hablarme de este matrimonio, mostrarme las ventajas, que esto es una prueba para mí, pero que debo reflexionar, que él no puede pronunciarse sobre mi vocación; pero, sin embargo, no debe prepararse una entrevista sin avisarme.
Muy lejos estaba yo de esperarme esto. ¡Pero qué indiferente me ha dejado esta seductora propuesta! ¡Ah!, mi corazón no es libre. Lo di al Rey de los Reyes, no puedo disponer de él. ¡Ah!, oigo la voz del Amado en el fondo de mi corazón: «Esposa mía, me dice, tú renuncias a toda felicidad de aquí abajo por seguirme. Tras de mis huellas tu camino será el dolor, la cruz, tendrás mucho que sufrir. Si no estuviera yo allí para sostenerte no las podrías soportar. Incluso los consuelos espirituales, tan dulces al alma, te serán quitados. ¡Cuántas pruebas, amada mía, cuando se camina detrás de mí! Pero también ¡cuántas alegrías, cuántas dulzuras te haré gustar en esos trabajos! La porción que te he escogido es ciertamente la más bella, es necesario que te haya amado con un amor muy grande para habértela reservado, amada mía., ¿Sientes en ti bastante amor a tu Jesús, aceptas estos sacrificios? ¿Quieres consolarme? ¡Ah, estoy tan abandonado!… Hija mía, no me abandones, quiero tu corazón. Lo amo, lo he escogido para mí, deseo el día en que serás enteramente mía. ¡Oh, guárdame tu corazón! » «Sí, amor mío, vida mía, Esposo amado a quien adoro, sí, estate tranquilo. Estoy dispuesta a seguirte por ese camino de sacrificios. Oh, tú quieres mostrarme todas las espinas que encontraré. Querido Jesús, las recorreremos juntos. Siguiéndote, contigo seré fuerte. Oh, gracias por haber escogido a una pobre creatura como yo para consolarte. Oh, tú sabías bien que yo no te abandonaría. Si lo hiciera, sería más culpable que los desgraciados que te crucificaron hace veinte siglos. ¡Oh, supremo Amor, soy toda tuya! Pero sostenme, pues sin ti soy capaz de todas las bajezas, de todos los crímenes… »
Lo que me apena es afligir a mi querida madre. Ah, es admirable, un milagro de María. No trata de influenciarme. Le he dicho, cuando me ha pedido que reflexionara, que mi respuesta sería la misma hoy que dentro de ocho días, pero que si eso le agradaba, consentía en no darle la respuesta todavía… Ahora ella me comprende… «Hubiera sido la tranquilidad para mí, me ha dicho. ¡Dios ha querido que sea de otro modo! »
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La Pasión. Viernes noche
125. El sermón de la Pasión ha sido magnífico. El Padre Mouton ha presentado a todos los enemigos de Jesús: Pilato, Herodes, Anás. Caifás, el pueblo judío, los soldados romanos. Ha comparado cada enemigo con los diferentes pecadores.


126. ¿No se ha teñido toda criatura, más o menos, en tu sangre, Jesús? Yo por lo menos, a quien tantas gracias has hecho, ¿no te he causado mucho mal? Perdón. Tú me has perdonado ya ciertamente al llamarme a la más bella de las vocaciones. Durante toda la vida, Maestro querido, expiaré por los que te ofenden. ¡Oh, Dios mío!, en unión con Jesús crucificado, me ofrezco como víctima. Por favor, tened compasión. Os hago el sacrificio de mi vida. Dadme el alma que tanto os pido, dádmela al precio de cualquier sacrificio. Ah, quiero la cruz, quiero vivir con ella como fuerza y sostén y tesoro, ya que Jesús la ha escogido para El, la ha escogido también para mí. Le doy gracias por esta señal de predestinación. «O Crux, ave, spes única». Oh sí, tú serás mi sostén, mi fuerza, mi esperanza, Cruz santa, tesoro supremo que Jesús reserva a los privilegiados de su Corazón. Quiero vivir contigo, morir contigo, a ejemplo de mi Esposo Amado, ¡sí, quiero vivir y morir crucificada! ¡Amor mío, «o padecer o morir»!
Te devolveré amor por amor, sangre por sangre. Has muerto por mí; pues bien, yo moriré cada día a mí misma, cada día soportaré nuevos sufrimientos, un nuevo martirio. Y esto por ti, a quien tanto amo…
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Sábado Santo [1 de abril de 18991]
127. ¡Pobre Jesús, qué espina para tu Corazón! Tu amada sufre contigo. Había orado, suplicado tanto por esta alma. ¡Ah! ¿No es verdad que no había rehusado ningún sacrificio por esta conversión?
Estoy muy emocionada. ¿Podré incluso escribir?
Después de haber preparado el camino al señor Chapuis, mamá había pedido al señor Párroco que enviase un misionero y hoy ha venido el Padre Lion. Estaba llena de confianza. Desgraciadamente, le han respondido un «no» que no dejaba esperar nada, y el Padre Lion dice que este pecador no se convertirá nunca. Estoy enferma por mi Jesús, tiemblo por esta alma. ¡Qué abuso de gracias! No lo condeno. Después de un momento de irritación contra ella, la compadezco. Dios mío, ¿no hubiera hecho yo tanto y más si no me hubieseis colmado de beneficios?…
Querido Maestro, uno mi dolor al tuyo. Hemos intentado todo por salvar esta alma: mamá con sus amables palabras, y yo, mi Jesús, creía haber orado tanto… No lo he hecho muy bien. Pues bien, sufriré, rogaré hasta que al fin sea escuchada. ¡Buen Jesús, pobre Amor, consuélate!
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Pascua [2 de abril de 1899]
128. Alleluia, alleluia. Jesús mío, en este día de gloria y de gozo yo lloro. Lloro por el final de la misión; lloro, sobre todo, por el endurecimiento de esta alma. He oído esta mañana tu voz en el fondo de mi corazón. Me decía que no me afligiese, que si mis oraciones parecían no haber sido escuchadas, por lo menos todas estas oraciones, todos estos sufrimientos habían sido gratos a tu divino Corazón. Esto me consuela. Pero ¿me puedo alegrar cuando tú, Esposo mío, sufres? Ah, tú puedes alegrarte viendo las conversiones logradas durante esta misión, y para pasar este día de Pascua un poco menos triste me uno a la alegría de tu Corazón. ¡No pensemos en este día más que en las ovejas extraviadas que han vuelto al rebaño!…
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Clausura de la misión. Domingo noche
129. Después de vísperas el Padre Mouton nos ha echado su último sermón, tratando de la perseverancia.
Es necesario perseverar. Aunque hubiéramos vivido cuarenta o cincuenta años virtuosamente, si sucumbimos perdemos al momento todos los méritos. Al contrario, aunque hubiéramos pasado muchos años apartados de Dios, si volvemos a El con amor y arrepentimiento, todos estos pecados son perdonados. Hay que mantener los frutos de la misión. Durante esta serie de sermones hemos sido como llevados por la gracia. Ahora va a llegar la prueba y la lucha, el momento de llevar a la práctica nuestros buenos propósitos.
Para luchar se precisan armas, escudos protectores:
a) El arma defensiva será la fe…
b) El arma ofensiva, la oración, los sacramentos, la santísima Eucaristía, este pan de ángeles que conserva a pobres creaturas, a humildes vírgenes bellas y puras como ángeles..


130. Después el Padre se ha despedido de nosotros. Yo derramaba ardientes lágrimas, y todos los que estaban cerca no se sentían menos conmovidos que yo. Esta despedida era tan emocionante… El Padre lloraba también. Después de haberse dirigido a los presentes, habló también de los ausentes, de los que habían resistido a la gracia. Ha recomendado a las almas que no han visto escuchadas sus oraciones que no se desanimen, que era imposible que no lo sean algún día, pues Dios tenía en cuenta tantas oraciones y sacrificios. ¡Cuánto bien me han hecho estas palabras! El Padre dio con voz emocionada la bendición papal. Después se entonó el Te Deum, ese cántico admirable que remueve las fibras más íntimas de mi alma. Cuando lo oigo cantar pienso siempre en el día que se cantará, cuando yo desaparezca detrás de las rejas del Carmelo...


131. Todo ha terminado. ¡Qué rápidamente ha pasado la misión! Estoy triste en este último día. Pero Jesús me ha dicho que esté gozosa de pertenecerle muy pronto. El no me abandona, queda siempre conmigo. «¿Qué más necesitas, hija mía? », me ha dicho el buen Maestro. Ah, ciertamente soy feliz, gozo ya de mi felicidad futura. Contemplo el mundo y sus cosas como algo por donde paso, pero no apego a nada mi corazón. He pedido a mi divino Esposo que arranque de mi corazón todo lo que le desagrada, y cada mañana al pensar en mi jornada le prometo tales o cuales sacrificios. Cuando algunos me cuestan, cuando dudo, Jesús insiste de tal modo que me es imposible negárselos.


132. Antes de salir de la iglesia he encomendado mi pobre pecador a la Virgen del Perpetuo Socorro. Le he prometido invocarla todos los días por esta pobre alma. En seguida me he consagrado de nuevo a María, me he entregado a ella con plena confianza. Ah, ella me ha escuchado tan bien que jamás podré expresarla mi amor y mi gratitud… Soy muy feliz. El corazón desborda de alegría, gozo por anticipado de mi felicidad. Oh Madre del Perpetuo Socorro, cada día te invocaré con una intención doble: que continúes ayudando a mi querida mamá, que ahora me comprende muy bien, y además me sostengas en este camino de la cruz en que me alisto con tanta alegría en seguimiento de mi Jesús. Madre, obtenme la gracia de la perseverancia, de llegar de hecho a ser perfecta. Ah, guarda puro mi corazón. Te lo entrego, lo pongo en tus manos.


133. Gracias también a ti, oh buen Jesús, en este día de clausura de la misión. Durante estas cuatro semanas no has hecho más que colmarme de gracias, sobre todo durante estos últimos días, que jamás olvidaré. Soy tan feliz, me parece soñar, no puedo comprender todavía este prodigio de tu amor. Cuando pienso en todas mis debilidades, en mi tibieza para contigo, me confunde tu bondad, y lloro, Jesús, y estas lágrimas son tan dulces… Sí, pronto responderé a tu llamada, pronto seré toda tuya, pronto habré dicho adiós a todo lo que amaba. Ah, el sacrificio ya está hecho; mi corazón está desapegado de todas las cosas. Siendo por ti casi no le cuesta. Pero queda un sacrificio que será penoso a mi corazón, un sacrificio para el que te pido que me ayudes: es mi madre, esta madre tan perfecta que me has dado; es mi hermana, esta criatura que es la abnegación encarnada. Soy feliz de sacrificarlas por ti. Sí, soy feliz de poder ofrecerte un verdadero sacrificio, pues, oh divino Esposo, tú me has llenado de presentes y yo ¿qué tengo para ofrecerte? Sí, poco, y ese poco es un don tuyo. Ah, por lo menos te doy un corazón que te ama. Un corazón que no desea más que compartir tus sufrimientos, un corazón que no vive más que para ti, que desde hace años no aspira más que a darse todo a ti, abandonando el mundo, y cuenta los días que le separan de aquel día tan hermoso en que por los tres votos te perteneceré para siempre. Seré tu esposa, una humilde y pobre carmelita, una crucificada a tu imagen. ¡Oh, mi Esposo, mi Rey, mi vida, mi Amor supremo, ayúdame siempre en este camino de la cruz, que he tomado por mi porción, pues sin ti, ah, no puedo nada!…
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Miércoles de Pascua [5 de abril de 1899]
134. ¡Cuánto echo de menos la misión! Hacía tanto bien oír tres veces al día la palabra de Dios, además de ir durante el día a rezar en común el rosario ante la Virgen del Perpetuo Socorro. Se han marchado los Padres. Lamento no poderme confesar más con el Padre Lion, que me ha dado en estas dos confesiones tan buenos consejos y ha sabido comprender tan bien las necesidades de mi alma. Su dirección se parece a la del abate Selleet, y doy gracias a Dios de habérmelo hecho conocer.


135. Todos estos días voy por la tarde a hacer una breve visita al Santísimo Sacramento. ¡Qué rato tan delicioso paso junto a mi Amado! Dejo que mi corazón se desahogue y me sorprendo diciendo mil locuras a este Esposo divino. Pero a El le gusta este abandono, este diálogo. Después escucho su voz tan dulce que habla en el fondo del alma, me da preciosos consejos y me prepara a la vida que pronto viviré. Me manifiesta los sacrificios y los dolores. Pero también cuántas alegrías, cuántas dulzuras en estas tribulaciones pensando que está con nosotros Aquel por quien se sufre y que cada sufrimiento es un gran consuelo para su Corazón. Digo mil locuras al Amado para darle gracias por la porción tan hermosa que me ha reservado: «No puedo darte una prueba mayor de mi amor, me ha dicho. Esta vocación está reservada a las almas más amadas de mi Corazón. »
Y yo, pobre creatura, que pienso tan poco en mi Jesús, soy llamada por El a esta vocación sublime. ¡Oh, milagro de amor, amor incomprensible de un Dios!


136. ¡Sólo Dios basta!
Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa.
Dios no se muda.
La paciencia todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene, nada le falta.
O padecer o morir.
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Los Ejercicios Martes noche [23 de enero de 1900]
137. Ejercicios predicados por el Padre Hoppenot

Los Ejercicios son días de: a) reflexión; b) resolución; c) oración.
En realidad no es el predicador quien hace los Ejercicios. Es simplemente como una señal de carretera colocada para señalar al viajero el camino. No hay más que dos agentes: Dios y nosotros.
a) ¿Qué parte corresponde a Dios? Dios hablará a cada alma, sin pedir lo mismo a todas.
b) ¿Cuál es nuestra parte?
Debemos buscar la soledad, esa soledad que tanto ama Nuestro Señor, pues fue en la soledad donde realizó los hechos principales de su vida.


138. ¡Dios mío! Ya han llegado, finalmente, estos días de Ejercicios
deseados con tanta impaciencia. Os pido que los bendigáis. Ya que no puedo romper con el mundo y vivir en vuestra soledad, ah, concededme al menos la soledad del corazón. Que yo viva en unión íntima con Vos, que nada, ¿verdad?, nada pueda distraerme de Vos, que mi vida sea una oración continua. Vos lo sabéis, buen Maestro, mi consuelo cuando asisto a esas reuniones, a esas fiestas, es recogerme y gozar de vuestra presencia, pues os siento muy bien en mí, oh mi Bien supremo. En esas reuniones no se piensa casi en Vos, y me parece que os contenta que un corazón, aunque sea tan pobre y miserable como el mío, no os olvide…
¡Dios mío! Desde mis Ejercicios del año pasado ¡de cuántas mercedes habéis colmado a vuestra humilde criaturita! ¡Ah! Vos, que sabéis todo, sabéis que al menos os amo. Ayudadme a hacer bien estos Ejercicios, pues quiero por vuestro amor llegar a ser santa. Me queda un año largo que vivir en el mundo, ¡que lo pase haciendo mucho bien! Construid en mí la carmelita, pues puedo y quiero serlo por dentro. ¡Dios mío, qué dulce es perteneceros! Desde el comienzo de estos Ejercicios os pido por todas las jóvenes que los van a hacer. Quisiera que a todas las colméis de gracias como a mí. Es tan bueno amaros y ser toda vuestra… Quisiera que todas las almas gustasen esta felicidad.
María, Madre querida, pongo estos Ejercicios bajo vuestra protección. ¡Ayudadme para hacer de mí una santa!…
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Miércoles mañana, 24 de enero [de 1900]
139. «¿De qué sirve al hombre ganar el universo si pierde su alma? » (Mt. 16, 26).
El gran asunto, la única cosa necesaria, es salvar el alma.


140. ¡Dios mío, ayudadme! No sólo quiero salvar mi alma, deseo también conquistaros otras. Vos sabéis cuánto me consume este deseo. Y estaría dispuesta a morir mil veces para ganaros una sola alma. Ah, Vos, que leéis en mi corazón, sabéis que si deseo tanto sufrir y dejarlo todo por Vos no es para evitarme las llamas del purgatorio, sino únicamente para consolaros, ¡oh mi Amado! ¡Ah, si Vos lo quisierais, estaría dispuesta a vivir en el infierno para que de ese abismo infernal subiese hacia Vos la oración de un corazón que os ama!
¡Oh, Dios mío! Os recomiendo todas las almas que siguen estos Ejercicios. Si lo queréis, renuncio a todos los consuelos que hubierais podido darme durante estos Ejercicios. Pero soy débil, fortalecedme mucho. Que durante estos días benditos viva en una unión más completa con Vos, que yo sólo viva dentro, en esa celda que Vos edificáis en mi corazón, en ese pequeño rincón de mí misma donde os veo, donde os siento tan bien. ¡Lástima que os deje tan frecuentemente solo, como lo estabais en el desierto! Ah, así soy… tan poca cosa. Pero os amo y os amo mucho. Tengo envidia de esas almas grandes que os han amado tanto…
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El pecado. Miércoles noche
141. «He pecado y ¿qué mal me ha sucedido? » (Eccl. 5, 5).
El pecado es una rebelión: a) contra Dios, nuestro Creador; b) contra Dios, nuestro Padre; c) contra Dios, nuestro supremo Legislador.


142. ¡Oh, mi Jesús crucificado, al contemplarte comprendo toda la malicia del pecado! Ah, Amado mío, mientras los verdugos taladraban tus pies y manos, mientras sufrías mil tormentos en la cruz, veías mis faltas sin número y todas mis infidelidades. ¡Ah, cuánto te hacían sufrir! Pero, oh Amado mío, tú sabías también cuánto de debía amar un día, que para devolverte tu amor, para consolarte, para ganarte almas estaría dispuesta a darte mil veces la vida. Oh, mi querido Jesús crucificado, perdón de toda la pena que he causado a tu divino Corazón. Perdón, no mires más que a mi amor, pues te amo y quisiera tanto llevarte almas…
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La muerte Jueves mañana, 25 de enero [de 1900]
143. ¡Oh, Dios mío! ¡Que muera contigo! ¡Que muera llevándote en mi corazón! ¡Ah! Que cuando me presente delante de ti, mi Jesús, mi Esposo Amado, reconozcas a tu esposa, aquella que habrá dejado todo por ti. ¡Ah! ¡Que no tengas vergüenza de mí! ¡Que no te vea con el rostro irritado! ¡Ah!, no, ¿verdad?, tengo confianza, pues te amo tanto… Entonces, oh mi Amado, te veré, te poseeré sin temor de perderte, me embriagaré de tu amor. ¡Ah! Este pensamiento me vuelve loca de dicha. Jesús mío, tal vez pronto me llamarás a ir contigo. ¡Ah!, que se haga tu voluntad, no quiero más que lo que quieras. Tú lo sabes, todo te lo he dado, no quiero siquiera tener otros deseos que lo que tú quieras. Sin embargo, si hubiera de ofenderte mortalmente, ¡ah!, ya te lo he dicho muchas veces, quítame la vida, por favor, tómame mientras soy toda tuya.


144. Nunca he oído cosas tan hermosas sobre la muerte cristiana como las que nos ha dicho esta mañana el Padre Hoppenot. Lloraba. ¡Qué conmovida estaba!
¡Qué buenos Ejercicios tenemos! Cómo sabe este Padre dar Nuestro Señor a las almas… Me alegro de confesarme con él esta tarde, pues es tan piadoso, tan santo, arde en un celo tan grande del bien y la conquista de las almas…
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Jueves tarde
145. ¡Qué buena confesión he hecho! ¡Qué bien hace al alma encontrar una de esas personas que sabe comprenderla y llevarla a Jesús! ¡Cómo me mima el buen Maestro! Mi corazón se derrite de reconocimiento y de amor. ¡Ah, cuánto bien me ha hecho esta confesión!… Ahora tendré la dicha de comulgar regularmente cuatro veces por semana. ¡Qué alegría, Amado mío, unirme a Vos tan frecuentemente! Ayudadme a llegar a ser perfecta del todo. ¡Dios mío! Estoy dispuesta a todo con Vos, sin vos nada puedo. ¡Cuánto desearía poder dirigirme al Padre…! Lo veo, no tengo lo que necesito. Mi confesor es excelente, hace todo lo que puede por mí, pero, lo noto, necesito otra cosa. En fin, mi Jesús está allí para dirigirme y guiarme. Además, en el Carmelo nuestra buena Madre me hace tanto bien. No puedo decir cómo ella me da a Nuestro Señor y todo el bien que hace a mi alma. ¡Ah!, lo repito, Jesús me mima. Desde los Ejercicios del año pasado cuántas gracias…


146. La instrucción de esta noche fue sobre la confesión. Por desgracia sólo tengo un instante para escribir algunas líneas de esta hermosa meditación.
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El juicio final. Viernes mañana, 26 de enero [de 1900]
147. Cuando Jesús se presente en el valle de Josafat con la cruz, esta cruz insultada, despreciada en la tierra, pero que entonces estará triunfante, en ese momento, digo yo, tendrá lugar:
a) La resurrección de los cuerpos.
b) La manifestación de las conciencias.
c) La sentencia.
«Ven, hija mía muy amada, tú, que no has sido de este mundo, ven con tu Jesús para siempre. El ha sido tu único amor, tu solo amor en la tierra. Ven ahora a poseerle en la eternidad.»


148. ¡Oh. Señor! Que sean estas palabras las que oiga salir de vuestros labios divinos. Lo sé, os he ofendido mucho, soy mala, pero os amo tanto… Me dirijo a Vos con toda sencillez, con toda confianza, como a un tierno Amigo. Me parece que os gusta esta dulce familiaridad. Por eso con abandono y confianza espero el momento que me unirá a Vos para siempre. Pero en el cielo no podré sufrir ya por Vos. ¡Ah!, al menos podré, lo espero, trabajar todavía por vuestra gloria.
Mientras estoy en el mundo, dignaos permitirme que haga algún bien. Soy vuestra pequeña víctima, servíos de mí. Ah, haced de mí lo que os agrade. Os entrego todo: cuerpo y alma, deseos y voluntad. Os lo doy todo.
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Viernes noche
149. Antes de la instrucción fui a ver al Padre Hoppenot para consultarle mis propósitos de los Ejercicios. Además, me había hecho tanto bien ayer que tenía un gran deseo de volver a verle. He podido hablar largamente con él y esta conversación no me ha hecho menos bien que la de ayer. ¡Qué agradecida estoy a mi amado Jesús por todas estas gracias de que me llena!
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150. La instrucción de esta noche sobre la Eucaristía ha sido estupenda. ¡Oh, Jesús mío! Quiero ser tan buena que se me conceda recibiros todos los días. Entonces, Dios mío, estaré en el colmo de mis deseos: recibiros cada día, y además vivir unida a Vos de una comunión a otra, en vuestra intimidad, ¡ah, es el Paraíso en la tierra! ¡Jesús mío, por favor, concededme esta gran felicidad! ¡Ah, conozco mi debilidad, mi indignidad, pero ¿no sois vos el dador de la vida, el pan que hace germinar las vírgenes? ¿No sois Vos, Señor, toda mi fuerza y todo mi apoyo?… Ah, venid, pues, venid cada día a mi pobre corazón. Que él sea como vuestra pequeña hostia, no le abandonéis jamás, ¿no es verdad?, mi bien Amado.
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Sábado por la mañana, 27 de enero [de 1900]
151. No pudiendo comulgar en la misa de clausura, pues debía cantar en la comunión, he ido a la misa de 7 en esa pequeña capilla en que he seguido los Ejercicios. Después de haber recibido a Jesús en mi corazón, qué feliz era, de qué consuelos me ha colmado. ¡No puedo decirlo todo! Hay cosas que pierden su perfume al sacarlas al aire, pensamientos íntimos que no pueden traducirse en palabras sin que pierdan inmediatamente su sentido profundo y celestial. Me he entregado muy de veras al buen Maestro, me he abandonado a El. Le he abandonado también mi deseo más acariciado. No quiero más que lo que El quiere. Soy su víctima. Que haga de mí lo que quiera. Que me reciba a la hora que El quiera; estoy dispuesta, espero. ¡Ah! Después de estos días tan hermosos, de recogimiento, de oración, al pensar que habrá que volver a la vida ordinaria, a hacer visitas, a asistir a reuniones, no puedo decir el sentimiento de tristeza y de miedo que me invade. ¡Oh, Maestro, os ofrezco este sufrimiento! Estoy dispuesta a todo lo que queráis, a seguiros adonde os parezca bien. ¡Ah! No os fijo el momento. Tomadme cuando queráis. Me abandono a Vos. ¡Es tan bueno, tan dulce! He hecho este año de nuevo los mismos propósitos: humildad y renuncia. Eso es todo. Y suplico a mi Jesús que me ayude para cumplirlos fielmente. ¡Oh, mi Amado, os prometo humillarme y renunciarme cada vez que tenga ocasión!


152. En la misa de clausura, en el momento de la comunión, el Padre Hoppenot ha dicho unas palabras conmovedoras sobre la sagrada Eucaristía. El alma es semejante a un desierto. En efecto, las características del desierto son: a) la esterilidad, y b) la soledad. ¿No es esto lo que se encuentra en mi alma? «Venid y comed» (Prov. 9, 5).


153. Sí, Jesús, iré a ti, mi fuerza, mi apoyo, mi vida, a ti, que me iluminarás y me inundarás con el agua de tu gracia, a ti, que eres el único que puedes llenar la soledad de mi alma. Que no busque nada fuera de ti, porque únicamente tú puedes contentar mi corazón.
Toma y recibe, Maestro a quien adoro,
todos los tesoros que he recibido de ti.
Y pues mi corazón podría desfallecer todavía,
por compasión, Dios mío, tómame.
¿No eres tú solo mi señor y mi rey?
Toma y recibe, si algún bien me queda,
algún tesoro, algún fútil honor,
un solo placer que no sea celestial.
Yo te los devuelvo, ¿no eres el Señor?
Para ti mi corazón, mi cuerpo, mi alma entera,
para servirte siempre y sin retorno.
Pero déjame tu luz y tu gracia,
Dios mío, Dios mío, dame tu amor…
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Sábado noche
154. He ido a ver a nuestra buena Madre para acabar mi retiro. ¡Cuánto bien me ha hecho esta larga conversación! ¡Ah, querido y pobrecito locutorio del Carmelo, qué hermosos momentos paso en ti! Jesús mío, premiad a esta buena Madre lo que hace por mí, por favor: ella sabe tan bien daros mi alma.
¡Cuánto bien me ha hecho ya!
Al despedirme de la Madre María de Jesús estuve en la capilla y al pie del altar de María me consagré de nuevo a esta buena Madre y le confié mi inocencia. ¡Ah!, que ella me guarde pura, preserve de la menor mancha este
corazón que es todo de Jesús…


155. La instrucción de esta noche ha sido sobre la oración, que debe ser humilde, confiada, perseverante, continua, pues ofreciendo a Dios todas nuestras acciones, no obrando más que por El, viviendo en unión con Nuestro Señor, nuestras acciones más sencillas se hacen meritorias ante el Señor.


156. Señor, que mi vida sea una oración continua. Que nada, absolutamente nada, pueda distraerme de ti, ni las ocupaciones, ni los placeres, ni los sufrimientos. Que esté abismada en ti y haga todo bajo tu mirada. Señor, tómame, tómame toda entera. Dentro de cinco días María Luisa va a dejarlo todo por ti. Te la doy, dándote gracias en medio de mis lágrimas por habernos escogido a las dos para ser tus esposas. Quisiera poder decir adiós, como ella, a aquellas a quienes amo tan tiernamente y dejarlo todo por ti. Pero no ha llegado la hora; hágase tu voluntad. ¡Santa voluntad de mi Dios, sé siempre la mía! ¡Ah! Por lo menos en el mundo puedo se tuya. Sí, ¿verdad?, soy tuya. Recíbeme, recibe mi voluntad, todo mi ser. ¡Que Isabel desaparezca, que no quede más que Jesús!
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Déjate amar

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Santa Isabel de la Trinidad, Déjate amar


1. Mi Madre querida, mi sacerdote santo.
Cuando leáis estas páginas, vuestra pequeña Alabanza de gloria no cantará más en la tierra, sino habitará en el inmenso Hogar de amor. Podréis, por tanto, creerla y escucharla como “mensajero” del buen Dios. Madre querida, hubiera querido deciros todo lo que habéis sido para mí; pero la hora es tan grave, tan solemne… No quiero detenerme a deciros cosas que creería disminuirlas diciéndolas con palabras. Lo que va a hacer vuestra hija es revelaros lo que siente, o, con más verdad, lo que su Dios le ha hecho comprender en horas de profundo recogimiento, de contacto unificante.


2. “Vos sois amada extraordinariamente” amada con el amor de preferencia que tuvo el Maestro en la tierra hacia algunos y que los llevó tan lejos. El no os dice como a Pedro: “¿Me amas más que éstos?”. Madre, escuche lo que le dice: “¡Déjate amar más que éstos!”, es decir, sin temer que algún obstáculo sea obstáculo. porque yo soy libre para derramar mi amor en quien me place. «Déjate amar más que éstos», ésa es tu vocación, y siendo fiel a ella me harás feliz, porque engrandecerás el poder de mi amor. Este amor sabrá rehacer lo que hubieres deshecho. «Déjate amar más que éstos».


3. Madre tan querida, ¡si supieseis con qué certeza comprendo el plan de Dios sobre vuestra alma! El se me presenta lleno de una inmensa luz, y comprendo que allá en el cielo voy a cumplir, a mi vez, un sacerdocio para vuestra alma. Es el Amor quien me asocia a su obra en vos. ¡Oh, Madre, cuán grande y adorable es de parte de Dios! ¡Qué simple para vos, y esto precisamente es lo que la hace tan luminosa! Madre, Déjese amar más que los otros. Esto explica todo e impide al alma extrañarse…


4. Si se lo permitís, vuestra pequeña hostia pasará su cielo en el fondo de vuestra alma. Ella os conservará en comunión con el Amor, creyendo al Amor; esto será la señal de su habitación en vos. ¡Oh, en qué intimidad vamos a vivir! Madre querida, que vuestra vida se desarrolle también en el cielo, donde cantaré en vuestro nombre el Sanctus eterno; no haré nada sin vos ante el trono de Dios. Sabéis bien que llevo vuestro sello y que algo de vos misma ha aparecido con vuestra hija delante de la Faz de Dios. Os pido también que no hagáis nada sin mí, me lo habéis permitido. Vendré a vivir en vos, y esta vez seré vuestra madrecita. Yo os instruiré, para que mi visión os aproveche, participéis en ella y así viváis la vida de los bienaventurados.


5. Madre venerada, madre consagrada para mí desde la eternidad, al partir os lego la vocación que fue mía en el seno de la Iglesia militante y que cumpliré en adelante incesantemente en la Iglesia triunfante: “Alabanza de gloria de la Santa Trinidad”. Madre, “Dejaos amar más que éstos”. Es de esta manera como vuestro Maestro quiere que vos seáis alabanza de gloria. El se alegra de construir (Col 2,7) en vos por su amor y para su gloria, y es El solo el que quiere obrar, aunque no hayáis hecho nada para obtener esta gracia, sino lo que hace la criatura: pecados y miserias… El os ama así. El os ama «más que a éstos». El lo hará todo en vos, y llegará hasta el final; pues cuando un alma es amada por El hasta este punto, de esta manera, amada con un amor inmutable y creador, con un amor libre que transforma como a El le agrada, ¡oh, qué lejos va esa alma!


6. Madre, la fidelidad que os pide el Maestro es de permanecer en comunión con el Amor, de derramaros, de enraizaros (Ef 3,17) en este Amor que quiere marcar vuestra alma con el sello de su potencia y grandeza. No seréis superficial si estáis despierta en el amor. Pero en las horas que no sintáis más que el decaimiento, el cansancio, le agradaréis todavía, si sois fiel en creer que El obra aún, que os ama de todos modos, y más aún: porque su amor es libre y es así como quiere engrandecerse en vos. Y vos os dejaréis amar “más que éstos”. Esto es, creo, lo que quiere decir… ¡Vivid en el fondo de vuestra alma!. Mi Maestro me hace comprender con claridad que allí quiere crear cosas adorables. Estáis llamada a rendir homenaje a la simplicidad del Ser divino y a engrandecer la potencia de su Amor. Creed a su “mensajero” y leed estas líneas como venidas de El.
[Isabel ilustra ahora sus convicciones con una larga cita de Santa Angela de Foligno. Todo son palabras dirigidas por Jesús o el Espíritu Santo a Santa Angela.]


7. “¡Oh, yo te amo, yo te amo más que a otras personas de este mundo!… Soy ‘yo’ quien vengo y te traigo la alegría desconocida… Voy a entrar en el fondo de ti.
¡Oh, mi esposa! ¡Me he posado y reposado en ti; ahora poséete y repósate en mí!
¡Amame! ¡Toda tu vida me agradará con que me ames!… ¡Haré en ti grandes cosas, seré conocido en ti, glorificado, clarificado en ti!…

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Elevación a la Trinidad

“¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí, para establecerme en Ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, ¡oh, mi Inmutable!, sino que cada minuto me haga adentrarme más en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma, haz en ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu descanso. Que no te deje allí jamás solo, sino que esté allí toda entera, completamente despierta en mi fe, en total adoración, completamente entregada a tu acción creadora.

¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para tu Corazón; quisiera cubrirte de gloria; quisiera amarte… hasta morir de amor! Pero siento mi impotencia, y te pido que me ‘revistas de ti mismo’, que identifiques mi alma con todos los movimientos de tu alma, que me sumerjas en Ti, que me invadas, que ocupes Tú mi lugar, para que mi vida no sea más que una irradiación de tu Vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.

¡Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándote, quiero hacerme dócil a tus enseñanzas para aprenderlo todo de Ti. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero miraros siempre y permanecer bajo tu gran luz. ¡Oh, Astro querido!, fascíname para que no pueda ya salir de tu irradiación.

¡Oh, Fuego consumidor, Espíritu de Amor! ‘Ven a mí’ para que se haga en mi alma como una encarnación del Verbo. Que yo sea para Él una humanidad complementaria en la que renueve todo su misterio. Y Tú, ¡oh Padre Eterno!, inclínate hacia tu pequeña criatura, ‘cúbrela con tu sombra’, y no veas en ella más que a tu ‘Hijo amado, en quien has puesto todas tus complacencias’.

¡Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo! Me entrego a Ti como víctima. Abísmate en mí para que yo me abisme en Ti, mientras espero ir a contemplar en tu luz el abismo de tus grandezas.


Isabel de la Trinidad,
Carmelo de Dijon
21 de noviembre de 1904