Tito

.
Índice: Sagrada Escritura, Tito

1     2     3
     

 


Tito 1

1 Pablo, siervo de Dios, apóstol de Jesucristo para llevar a los escogidos de Dios a la fe y al pleno conocimiento de la verdad que es conforme a la piedad,
2 con la esperanza de vida eterna, prometida desde toda la eternidad por Dios que no miente,
3 y que en el tiempo oportuno ha manifestado su Palabra por la predicación a mí encomendada según el mandato de Dios nuestro Salvador,
4 a Tito, verdadero hijo según la fe común. Gracia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, nuestro Salvador.
5 El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad, como yo te ordené.
6 El candidato debe ser irreprochable, casado una sola vez, cuyos hijos sean creyentes, no tachados de libertinaje ni de rebeldía.
7 Porque el epíscopo, como administrador de Dios, debe ser irreprochable; no arrogante, no colérico, no bebedor, no violento, no dado a negocios sucios;
8 sino hospitalario, amigo del bien, sensato, justo, piadoso, dueño de sí.
9 Que esté adherido a la palabra fiel, conforme a la enseñanza, para que sea capaz de exhortar con la sana doctrina y refutar a los que contradicen.
10 Porque hay muchos rebeldes, vanos habladores y embaucadores, sobre todo entre los de la circuncisión,
11 a quienes es menester tapar la boca; hombres que trastornan familias enteras, enseñando por torpe ganancia lo que no deben.
12 Uno de ellos, profeta suyo, dijo: «Los cretenses son siempre mentirosos, malas bestias, vientres perezosos.»
13 Este testimonio es verdadero. Por tanto repréndeles severamente, a fin de que conserven sana la fe,
14 y no den oídos a fábulas judaicas, ni a mandamientos de hombres que se apartan de la verdad.
15 Para los limpios todo es limpio; mas para los contaminados e incrédulos nada hay limpio, pues su mente y conciencia están contaminadas.
16 Profesan conocer a Dios, mas con sus obras le niegan; son abominables y rebeldes e incapaces de toda obra buena.
« ir a capítulos »

Tito 2
1 Mas tú enseña lo que es conforme a la sana doctrina;
2 que los ancianos sean sobrios, dignos, sensatos, sanos en la fe, en la caridad, en la paciencia, en el sufrimiento;
3 que las ancianas asimismo sean en su porte cual conviene a los santos: no calumniadoras ni esclavas de mucho vino, maestras del bien,
4 para que enseñen a las jóvenes a ser amantes de sus maridos y de sus hijos,
5 a ser sensatas, castas, hacendosas, bondadosas, sumisas a sus maridos, para que no sea injuriada la Palabra de Dios.
6 Exhorta igualmente a los jóvenes para que sean sensatos en todo.
7 Muéstrate dechado de buenas obras: pureza de doctrina, dignidad,
8 palabra sana, intachable, para que el adversario se avergüence, no teniendo nada malo que decir de nosotros.
9 Que los esclavos estén sometidos en todo a sus dueños, sean complacientes y no les contradigan;
10 que no les defrauden, antes bien muestren una fidelidad perfecta para honrar en todo la doctrina de Dios nuestro Salvador.
11 Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres,
12 que nos enseña a que, renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas, vivamos con sensatez, justicia y piedad en el siglo presente,
13 aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo;
14 el cual se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo que fuese suyo, fervoroso en buenas obras.
15 Así has de enseñar, exhortar y reprender con toda autoridad. Que nadie te desprecie.
« ir a capítulos »

Tito 3
1 Amonéstales que vivan sumisos a los magistrados y a las autoridades, que les obedezcan y estén prontos para toda obra buena;
2 que no injurien a nadie, que no sean pendencieros sino apacibles, mostrando una perfecta mansedumbre con todos los hombres.
3 Pues también nosotros fuimos en algún tiempo insensatos, desobedientes, descarriados, esclavos de toda suerte de pasiones y placeres, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y aborreciéndonos unos a otros.
4 Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres,
5 él nos salvó, no por obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo,
6 que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador,
7 para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna.
8 Es cierta esta afirmación, y quiero que en esto te mantengas firme, para que los que creen en Dios traten de sobresalir en la práctica de las buenas obras. Esto es bueno y provechoso para los hombres.
9 Evita discusiones necias, genealogías, contiendas y disputas sobre la Ley, porque son inútiles y vanas.
10 Al sectario, después de una y otra amonestación, rehúyele;
11 ya sabes que ése está pervertido y peca, condenado por su propia sentencia.
12 Cuando te envíe a Artemas o a Tíquico, date prisa en venir donde mí a Nicópolis, porque he pensado pasar allí el invierno.
13 Cuida de proveer de todo lo necesario para el viaje a Zenas, el perito en la Ley, y a Apolo, de modo que nada les falte.
14 Que aprendan también los nuestros a sobresalir en la práctica de las buenas obras, atendiendo a las necesidades urgentes, para que no sean unos inútiles.
15 Te saludan todos los que están conmigo. Saluda a los que nos aman en la fe. La gracia sea con todos vosotros.
« ir a capítulos »


Historia de un alma

Índice: Santa Teresa de Lisieux, Historia de un alma

Capítulo I
El cántico de las Misericordias del Señor
Rodeada de amor
Viaje a Le Mans
Mi carácter
Yo lo escojo todo
Capítulo II
Muerte de mamá
Lisieux
Delicadezas de papá
Primera confesión
Fiestas y domingos en familia
Visión profética
Trouville
Capítulo III
Alumna en la Abadía
Días de vacación
Primera comunión de Celina
Paulina en el Carmelo
Extraña enfermedad
La sonrisa de la Virgen
Capítulo IV
Primera Comunión – en el colegio (1883­-1886)
Estampas y lecturas
Primera comunión
Confirmación
Enfermedad de los escrúpulos
Señora de Papinau
Hija de María
Nuevas separaciones
Capítulo V
Después de la gracia de navidad
La sangre de Jesús
Pranzini, mi primer hijo
La Imitación y Arminjon
Deseos de entrar en el Carmelo
Confidencia a mi padre
Mi tío cambia de opinión
Oposición del superior
Viaje a Bayeux
Capítulo VI
El viaje a Roma

París: Nuestra Señora de las Victorias
Suiza
Milán, Venecia, Bolonia, Loreto
El coliseo y las catacumbas
Audiencia con León XIII
Nápoles, Asís, regreso a Francia
Tres meses de espera

Capítulo VII
Primeros años en el Carmelo
Confesión con el P. Pichon
Teresa y sus superioras
La Santa Faz
Toma de hábito
Enfermedad de papá
Pequeñas virtudes

Capítulo VIII
Desde la Profesión hasta la ofrenda al Amor
Toma de velo
Madre Genoveva de Santa Teresa
Epidemia de la gripe
Retiro del P. Alejo
Priorato de la madre Inés
Entrada de Celina
Fin del Manuscrito A
Capítulo IX
Mi vocación es el amor

Los secretos de Jesús
La Venerable Ana de Jesús
Todas las vocaciones
Arrojar flores
El pajarillo
El águila divina
Fin del Manuscrito B
Capítulo X
La prueba de la fe
Teresa y su priora
El ascensor divino
Primeras hemoptisis
La mesa de los pecadores
La vocación misionera
La caridad

Capítulo XI
Los que usted me dio
Novicias y hermanos espirituales
Instrumentos de Dios
El pincelito
Poder de la oración y el sacrificio
Sor San Pedro
Los misioneros
Atráeme y correremos
Fin del Manuscrito C

 
   

Manuscritos autobiográficos
Manuscrito «A»
(Dedicado a la Rvda. M. Inés de Jesús)


Capítulo I
ALENÇON
(1873 1877) [2rº]

J.M.J.T.
Jesús

Enero de 1895

Historia primaveral de una Florecita blanca, escrita por ella misma y dedicada a la Reverenda Madre Inés de Jesús.

El cántico de las Misericordias del Señor
A ti, Madre querida, a ti que eres doblemente mi madre, quiero confiar la historia de mi alma… El día que me pediste que lo hiciera, pensé que eso disiparía mi corazón al ocuparlo de sí mismo; pero después Jesús me hizo comprender que, obedeciendo con total sencillez, le agradaría. Además, sólo pretendo una cosa: comenzar a cantar lo que un día repetiré por toda la eternidad: «¡¡¡Las misericordias del Señor !!!»…

Antes de coger la pluma, me he arrodillado ante la imagen de María (la que tantas pruebas nos ha dado de las predilecciones maternales de la Reina del cielo por nuestra familia), y le he pedido que guíe ella mi mano para que no escriba ni una línea que no sea de su agrado. Luego, abriendo el Evangelio, mis ojos se encontraron con estas palabras: «Subió Jesús a una montaña y fue llamando a los que él quiso, y se fueron con él» (Mc 2,13). He ahí el misterio de mi vocación, de mi vida entera, y, sobre todo, el misterio de los privilegios que Jesús ha querido dispensar a mi alma… El no llama a los que son dignos, sino a los que él quiere, o, como dice san Pablo: «Tendré misericordia de quien quiera y me apiadaré de quien me plazca. No es, pues, cosa del que quiere o del que se afana, sino de Dios que es misericordioso» (Rom 9,15 y 16).

Durante mucho tiempo me he preguntado por qué tenía Dios preferencias, por qué no recibían todas las almas las gracias en igual medida. Me extrañaba verle prodigar favores extraordinarios a los santos que le habían [2vº] ofendido, como san Pablo o san Agustín, a los que forzaba, por así decirlo, a recibir sus gracias; y cuando leía la vida de aquellos santos a los que el Señor quiso acariciar desde la cuna hasta el sepulcro, retirando de su camino todos los obstáculos que pudieran impedirles elevarse hacia él y previniendo a esas almas con tales favores que no pudiesen empañar el brillo inmaculado de su vestidura bautismal, me preguntaba por qué los pobres salvajes, por ejemplo, morían en tan gran número sin haber oído ni tan siquiera pronunciar el nombre de Dios…

Jesús ha querido darme luz acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza y comprendí que todas las flores que él ha creado son hermosas, y que el esplendor de la rosa y la blancura del lirio no le quitan a la humilde violeta su perfume ni a la margarita su encantadora sencillez… Comprendí que si todas las flores quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su gala primaveral y los campos ya no se verían esmaltados de florecillas…

Eso mismo sucede en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. El ha querido crear grandes santos, que pueden compararse a los lirios y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de conformarse con ser margaritas o violetas destinadas a recrear los ojos de Dios cuando mira a sus pies. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos…

Comprendí también que el amor de Nuestro Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla que no opone resistencia alguna a su gracia, que en el alma más sublime. Y es que, siendo propio del amor el abajarse, si todas las almas se parecieran a las de los santos doctores que han iluminado a la Iglesia [3rº] con la luz de su doctrina, parecería que Dios no tendría que abajarse demasiado al venir a sus corazones. Pero él ha creado al niño, que no sabe nada y que sólo deja oír débiles gemidos; y ha creado al pobre salvaje, que sólo tiene para guiarse la ley natural. ¡Y también a sus corazones quiere él descender! Estas son sus flores de los campos, cuya sencillez le fascina…

Abajándose de tal modo, Dios muestra su infinita grandeza. Así como el sol ilumina a la vez a los cedros y a cada florecilla, como si sólo ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa también Nuestro Señor de cada alma personalmente, como si no hubiera más que ella. Y así como en la naturaleza todas las estaciones están ordenadas de tal modo que en el momento preciso se abra hasta la más humilde margarita, de la misma manera todo está ordenado al bien de cada alma.

Seguramente, Madre querida, te estés preguntando extrañada adónde quiero ir a parar, pues hasta ahora nada he dicho todavía que se parezca a la historia de mi vida. Pero me has pedido que escribiera lo que me viniera al pensamiento, sin trabas de ninguna clase. Así que lo que voy a escribir no es mi vida propiamente dicha, sino mis pensamientos acerca de las gracias que Dios se ha dignado concederme.

Me encuentro en un momento de mi existencia en el que puedo echar una mirada hacia el pasado; mi alma ha madurado en el crisol de las pruebas exteriores e interiores. Ahora, como la flor fortalecida por la tormenta, levanto la cabeza y veo que en mí se hacen realidad las palabras del salmo XXII: «El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas… Aunque camine por cañadas [3vº] oscuras, ningún mal temeré, ¡porque tú, Señor, vas conmigo!» Conmigo el Señor ha sido siempre compasivo y misericordioso…, lento a la ira y rico en clemencia… (Sal 102,8). Por eso, Madre, vengo feliz a cantar a tu lado las misericordias del Señor… Para ti sola voy a escribir la historia de la florecita cortada por Jesús. Por eso, te hablaré con confianza total, sin preocuparme ni del estilo ni de las numerosas digresiones que pueda hacer. Un corazón de madre comprende siempre a su hijo, aun cuando no sepa más que balbucir. Por eso, estoy segura de que voy a ser comprendida y hasta adivinada por ti, que modelaste mi corazón y que se lo ofreciste a Jesús…

Me parece que si una florecilla pudiera hablar, diría simplemente lo que Dios ha hecho por ella, sin tratar de ocultar los regalos que él le ha hecho. No diría, so pretexto de falsa humildad, que es fea y sin perfume, que el sol le ha robado su esplendor y que las tormentas han tronchado su tallo, cuando está íntimamente convencida de todo lo contrario.

La flor que va a contar su historia se alegra de poder pregonar las delicadezas totalmente gratuitas de Jesús. Reconoce que en ella no había nada capaz de atraer sus miradas divinas, y que sólo su misericordia ha obrado todo lo bueno que hay en ella…

El la hizo nacer en una tierra santa e impregnada toda ella como de un perfume virginal. El hizo que la precedieran ocho lirios deslumbrantes de blancura. El, en su amor, quiso preservar a su florecita del aliento envenenado del mundo; y apenas empezaba a entreabrirse su corola, este divino Salvador la trasplantó a la montaña del Carmelo, donde los dos lirios que la habían rodeado de cariño y acunado dulcemente en la primavera de su vida expandían ya [4rº] su suave perfume…

Siete años han pasado desde que la florecilla echó raíces en el jardín del Esposo de las vírgenes, y ahora tres lirios -contándola a ella- cimbrean allí sus corolas perfumadas; un poco más lejos, otro lirio se está abriendo bajo la mirada de Jesús. Y los dos tallos benditos de los que brotaron estas flores están ya reunidos para siempre en la patria celestial… Allí se han encontrado con los otros cuatro lirios que no llegaron a abrir sus corolas en la tierra… ¡Ojalá Jesús tenga a bien no dejar por mucho tiempo en tierra extraña a las flores que aún quedan el destierro! ¡Ojalá que pronto el ramo de lirios se vea completo en el cielo!
– ir a índice –


Rodeada de amor
Acabo, Madre, de resumir en pocas palabras lo que Dios ha hecho por mí. Ahora voy a entrar en los detalles de mi vida de niña. Sé muy bien que donde cualquier otro no vería más que un relato aburrido, tu corazón de madre encontrará verdaderas delicias… Además, los recuerdos que voy a evocar son también tuyos, pues a tu lado fue transcurriendo mi niñez y tengo la dicha de haber tenido unos padres incomparables que nos rodearon de los mismos cuidados y del mismo cariño. ¡Que ellos bendigan a la más pequeña de sus hijas y le ayuden a cantar las misericordias del Señor…!

En la historia de mi alma, hasta mi entrada en el Carmelo, distingo tres períodos bien definidos. El primero, a pesar de su corta duración, no es el menos fecundo en recuerdos. Se extiende desde el despertar de mi razón hasta la partida de nuestra madre querida para la patria del cielo.

[4vº] Dios me concedió la gracia de despertar mi inteligencia en muy temprana edad y de que los recuerdos de mi infancia se grabasen tan profundamente en mi memoria, que me parece que las cosas que voy a contar ocurrieron ayer. Seguramente que Jesús, en su amor, quería hacerme conocer a la madre incomparable que me había dado y que su mano divina tenía prisa por coronar en el cielo…

Durante toda mi vida, Dios ha querido rodearme de amor. Mis primeros recuerdos están impregnados de las más tiernas sonrisas y caricias… Pero si él puso mucho amor a mi lado, también lo puso en mi corazón, creándolo cariñoso y sensible. Y así, quería mucho a papá y a mamá, y les demostraba de mil maneras mi cariño, pues era muy efusiva.. Sólo que los medios que empleaba, a veces eran raros, como lo demuestra este pasaje de una carta de mamá: «La niña es un verdadero diablillo, que viene a acariciarme deseándome la muerte: «¡Cómo me gustaría que te murieras, mamaíta…!» La riñen, y me dice: «¡Pero si es para que vayas al cielo! ¿No dices que tenemos que morirnos para ir allá?» Y cuando está con estos arrebatos de amor, desea también la muerte a su padre». [5rº]

Y mira lo que el 25 de junio de 1874, cuando yo tenía apenas 18 meses, decía mamá de mí: «Tu padre acaba de instalar un columpio. Celina está loca de contenta, ¡pero hay que ver columpiarse a la pequeña! Es de risa; se sostiene como una jovencita, no hay peligro de que suelte la cuerda, y cuando va demasiado despacio se pone a gritar. La sujetamos por delante con otra cuerda, pero a pesar de todo yo no me siento tranquila cuando la veo colgada allá arriba.

«Últimamente me ocurrió una curiosa aventura con la pequeña. Tengo costumbre de ir a la Misa de cinco y media. Los primeros días, no me atrevía a dejarla sola; pero al ver que nunca se despertaba, me decidí a hacerlo. La acuesto en mi cama y arrimo la cuna de manera que sea imposible que se caiga. Pero un día me olvidé de acercar la cuna. Llego, y la pequeña ya no estaba en la cama. En ese mismo momento escuché un grito; miro y la veo sentada en una silla que había frente a la cabecera de mi cama, con la cabecita apoyada en el respaldo y durmiendo un mal sueño, pues estaba enfadada. No puedo explicarme cómo pudo caer sentada en aquella silla, pues estaba acostada. Di gracias a Dios de que no le hubiera pasado nada; fue realmente providencial, pues debería haber caído rodando al suelo. El ángel de la guarda ha velado por ella, y las almas del purgatorio, a las que todos los días rezo una oración por la pequeña, la protegieron. Así me explico yo lo sucedido…, tú explícatelo como quieras…».

Al final de la carta mamá añadía: «Ahora la niña ha venido a pasarme la manita por la cara y a darme un beso. Esta criatura no quiere dejarme ni un instante y no se aparta de mi lado. Le gusta mucho salir al jardín, [5vº], pero si yo no estoy allí no quiere quedarse y se echa a llorar y no para de hacerlo hasta que me la traen…»

(Y éste es un pasaje de otra carta): «Teresita me preguntaba el otro día si iría al cielo. Yo le dije que sí, si se portaba bien, y me contestó: «Ya, y si no soy buena, iré al infierno… Pero sé muy bien lo que haré en ese caso: me echaré a volar contigo, que estarás en el cielo, ¿y cómo se las arreglará Dios para cogerme…? Tú me apretarás muy fuertemente entre tus brazos.» Y leí en sus ojos que estaba firmemente convencida de que Dios no podría hacerle nada mientras estuviese en brazos de su madre…

«María quiere mucho a su hermanita, y dice que es muy buena. No es extraño, pues esta criatura tiene miedo a darle el menor disgusto. Ayer quise darle una rosa, pues sé que le gustan mucho, pero se puso a suplicarme que no la cortase, porque María se lo había prohibido. Estaba excitadísima. No obstante, le di dos y no se atrevía a aparecer por casa. En vano le decía que las rosas eran mías: «Que no, decía ella, que son de María…»

«Es un niña que se emociona con gran facilidad. Cuando hace algún pequeño desaguisado, todo el mundo tiene que saberlo. Ayer rasgó sin querer una esquinita del empapelado y se puso que daba lástima, había que decírselo enseguida a su padre. Cuando éste llegó, cuatro horas más tarde, ya nadie pensaba en lo sucedido, pero ella fue corriendo a decirle a María: «Dile enseguida a papá que he rasgado el papel». Y estaba allí como un criminal que espera su condena; pero tiene su teoría de que, si se acusa, la perdonarán más fácilmente». [4vº sigue] Quería mucho a mi madrina.

Parecía que no, pero me fijaba mucho en todo lo que se hacía y se decía a mi alrededor, y me parece que juzgaba ya las cosas como ahora. Escuchaba muy atentamente lo que María enseñaba a Celina, para actuar yo como ella. [6rº] Después que salió de la Visitación, para obtener el favor de ser admitida en su cuarto durante las clases que le daba a Celina, me portaba muy bien y hacía todo lo que me mandaba. Por eso, me colmaban de regalos, que, pese a su escaso valor, me hacían mucha ilusión.

Estaba muy orgullosa de mis dos hermanas mayores, pero mi ideal de niña era Paulina… Cuando estaba empezando a hablar y mamá me preguntaba «¿En qué piensas?», la respuesta era invariable: «¡En Paulina…!» Otras veces pasaba mi dedito por el cristal de la ventana y decía: «Estoy escribiendo: ¡Paulina…!»

Oía decir con frecuencia que seguramente Paulina sería religiosa, y yo entonces, sin saber lo que era eso, pensaba: Yo también seré religiosa. Es éste uno de mis primeros recuerdos, y desde entonces ya nunca cambié de intención… Fuiste tú, Madre querida, la persona que Jesús escogió para desposarme con él; tú no estabas entonces a mi lado, pero ya se había creado un lazo entre nuestras almas… Tú eras mi ideal, yo quería parecerme a ti, y tu ejemplo fue lo que me arrastró, desde los dos años de edad, hacia el Esposo de la vírgenes. ¡Cuántos hermosos pensamientos quisiera confiarte! Pero tengo que continuar con la historia de la florecilla, con su historia completa y general, pues si quisiera hablar detalladamente de sus relaciones con «Paulina», ¡tendría que dejar de lado todo lo demás…!

Mi querida Leonia ocupaba también un lugar importante en mi corazón. Me quería mucho. Por las tardes, cuando toda la familia salía a dar un paseo, era ella quien me cuidaba… Aún me parece estar escuchando las lindas tonadas que me cantaba para dormirme… Buscaba la forma de contentarme en todo; por eso, me habría dolido mucho darle algún disgusto. [6vº] Me acuerdo muy bien de su primera comunión, sobre todo del momento en que me cogió en brazos para hacerme entrar con ella en la casa rectoral. ¡Me parecía tan bonito ser llevada en brazos por una hermana mayor toda vestida de blanco como yo…! Por la noche, me acostaron temprano, pues yo era muy pequeña para quedarme al solemne banquete; pero aún estoy viendo a papá trayéndole, a los postres, a su reinecita unos trozos de tarta…

Al día siguiente, o pocos días después, fuimos con mamá a casa de la compañerita de Leonia. Creo que fue ese día cuando nuestra mamaíta nos llevó detrás de una pared para hacernos beber un poco de vino después de la comida (que nos había servido la pobre señora de Dagorau), pues no quería dejar en mal lugar a la buena mujer pero tampoco quería que nos faltase nada… ¡Qué tierno es el corazón de una madre! ¡Y cómo expresa su ternura en mil detalles previsores en los que nadie pensaría…!

Ahora me falta hablar de mi querida Celina, la compañerita de mi infancia, pero son tantos los recuerdos, que no sé cuáles elegir. Voy a extraer algunos pasajes de las cartas que mamá te escribía a la Visitación, pero no voy a copiarlo todo, pues sería demasiado largo…

El 10 de julio de 1873 (año de mi nacimiento), te decía: «La nodriza trajo el jueves a Teresita. Se pasó todo el tiempo riendo. La que más le gustó fue la pequeña Celina. Se reía con ella a carcajadas. Se diría que ya tiene ganas de jugar, no tardará en hacerlo. Se sostiene sobre las piernecitas, más tiesa que una estaca. Creo que pronto empezará a andar y que tendrá buen carácter. Parece muy inteligente y tiene pinta de predestinada…»

[7rº] Pero cuando mostré mi cariño a mi querida Celinita, fue sobre todo después de dejar a mi nodriza. Nos entendíamos muy bien; sólo que yo era mucho más vivaracha y mucho menos ingenua que ella. Aunque tenía tres años y medio menos, me parecía que fuésemos de la misma edad. Este pasaje de una carta de mamá te hará ver lo buena que era Celina y lo mala que era yo: «Mi Celinita está decididamente inclinada a la virtud. Es ésta una inclinación profunda de su ser. Tiene un alma candorosa y siente horror al pecado. En cuanto al huroncillo, no sabemos lo que saldrá de él. ¡Es tan pequeño y tan atolondrado! Tiene una inteligencia superior a la de Celina, pero es mucho menos dulce, y, sobre todo, de una terquedad casi indomable. Cuando dice «no», no hay nada que la haga ceder; aunque la metiésemos un día entero en el cuarto de los trastos, dormiría allí antes que decir «sí»…

«Sin embargo, tiene un corazón de oro, es muy cariñosa y sincera. Es curioso verla correr tras de mí para acusarse: -Mamá, he empujado a Celina, pero sólo una vez, la he pegado una vez, pero no lo volveré a hacer. (Y así, en todo lo que hace). El jueves por la tarde, fuimos a dar un paseo hacia la estación, y se empeñó en entrar en la sala de espera para ir a buscar a Paulina. Corría delante con una alegría que daba gloria verla. Pero cuando vio que teníamos que volvernos sin subir al tren para ir a buscar a Paulina, se pasó todo el camino llorando».

Esta última parte de la carta me recuerda la dicha que sentía al verte volver de la Visitación. Tú, Madre querida, me cogías en brazos y María cogía en los suyos a Celina. Entonces yo te hacía mil caricias y me echaba [7vº] hacia atrás para admirar tu larga trenza… Luego me dabas una tableta de chocolate que habías guardado durante tres meses. ¡Imagínate qué reliquia era eso para mí…!
– ir a índice –

Viaje a Le Mans
Me acuerdo también del viaje que hice a Le Mans. Era la primera vez que iba en tren. ¡Qué alegría verme viajar sola con mamá…! Sin embargo, ya no recuerdo por qué, me eché a llorar, y nuestra pobre mamaíta sólo pudo presentar a nuestra tía de Le Mans a un feo bichito todo enrojecido por las lágrimas que había derramado en el camino… No guardo ningún recuerdo de la visita al locutorio, a no ser del momento en que mi tía me pasó un ratoncito blanco y una cestita de cartulina llena de bombones, sobre los que campeaban dos preciosos anillos de azúcar, justamente del tamaño de mi dedo. Inmediatamente exclamé: «¡Qué bien! ¡Ya tengo un anillo para Celina!» Pero, ¡ay dolor!, cojo la cesta por el asa, doy la otra mano a mamá y nos vamos. A los pocos pasos, miro la cesta y veo casi todos los bombones desparramados por la calle, como si fueran los guijarros de Pulgarcito… Miro más atentamente y veo que uno de los preciosos anillos había corrido la suerte fatal de los bombones… ¡Ya no tenía nada que llevar a Celina…! Entonces estalla mi dolor, pido volver sobre mis pasos, pero mamá no parece hacerme caso. ¡Aquello era demasiado! A mis lágrimas siguieron mis gritos… No podía comprender que mamá no compartiese mi dolor, y eso acrecentaba todavía más mi sufrimiento…
– ir a índice –

Mi carácter
Vuelvo ahora a las cartas en las que mamá te habla de Celina y de mí. Es el mejor medio que puedo emplear para darte a conocer mi carácter. He aquí un pasaje en el que mis defectos brillan en todo su esplendor: [8rº] «Celina está entretenida con la pequeña jugando a los dados, y riñen de vez en cuando. Celina cede para añadir una perla a su corona. Yo me veo obligada a reprender a esta pobre niña, que coge unas rabietas terribles cuando las cosas no salen a su gusto y se revuelca por el suelo como una desesperada pensando que todo está perdido. Hay momentos en que es más fuerte que ella, y se le corta la respiración. Es una niña muy nerviosa. De todas maneras, es un encanto, y muy inteligente, y se acuerda de todo».

¡Ya ves, Madre mía, qué lejos estaba yo de ser una niña sin defectos! Ni siquiera se podía decir de mí «que fuese buena cuando estaba dormida», pues de noche era todavía más revoltosa que de día. Mandaba a paseo todas las mantas, y (dormida y todo) me daba golpes contra los largueros de mi camita; el dolor me despertaba, y entonces decía: «¡Mamá, me he golpeado…! Nuestra pobre mamaíta se veía obligada a levantarse y comprobaba que, en efecto, tenía chichones en la frente y me había golpeado. Me tapaba bien y volvía a acostarse; pero al cabo de un momento yo volvía a golpearme. De suerte que se vieron obligados a atarme en la cama. Todas las noches, la pequeña Celina venía a anudar las incontables cuerdas destinadas a evitar que el diablillo se golpease y despertara a su mamá. Esta medida dio buen resultado, y desde entonces ya fui buena mientras dormía…

Tenía también otro defecto (estando despierta), del que mamá no habla en sus cartas, que era un gran amor propio. No voy a darte más que dos ejemplos para no alargar demasiado mi narración. Un día, me dijo mamá: «Teresita, si besas el suelo, te doy cinco céntimos». Cinco céntimos eran para mí toda una fortuna, y para ganarlos no tenía que bajar demasiado de mi altura, pues mi exigua estatura no me separaba muchos palmos de suelo. Sin embargo, mi orgullo se rebeló a [8vº] la sola idea de besar el suelo, y poniéndome muy tiesa le dije a mamá: -¡No, mamaíta, prefiero quedarme sin los cinco céntimos…!

En otra ocasión teníamos que ir a Grogny, a visitar a la señora de Monnier. Mamá le dijo a María que me pusiese mi precioso vestido azul celeste, adornado de encajes, pero que no me dejara los brazos al aire, para que el sol no me los tostase. Yo me dejé, con la indiferencia propia de las niñas de mi edad; pero interiormente pensaba que habría estado mucho más bonita con los bracitos al aire.

Con una forma de ser como la mía, si hubiera sido educada por unos padres sin virtud, o incluso si hubiese sido mimada por Luisa como Celina, habría salido muy mala, y tal vez hasta me habría perdido… Pero Jesús velaba por su pequeña prometida y quiso que todo redundase en su bien; incluso sus defectos, que, corregidos a tiempo, le sirvieron para crecer en la perfección…

Como tenía amor propio y también amor al bien, en cuanto empecé a pensar seriamente (y lo hice desde muy pequeña), bastaba que me dijeran que algo no estaba bien para que se me quitasen las ganas de hacérmelo repetir dos veces… Veo con agrado que en las cartas de mamá, a medida que iba creciendo, le daba mayores alegrías. Como no tenía más que buenos ejemplos a mi alrededor, quería seguirlos como la cosa más natural del mundo. Esto es lo que escribía en 1876:
«Hasta Teresa quiere ponerse a veces a hacer prácticas … Es una niña encantadora, más lista que el hambre, muy vivaracha, pero de corazón sensible. Celina y ella se quieren mucho. Se bastan solas para entretenerse. Todos los días, en cuanto acaban de comer, Celina va a buscar su gallo y atrapa al primer golpe la gallina de Teresa. Yo no consigo hacerlo, pero ella es tan hábil que la coge a la primera. Después se van las dos con sus animalitos a sentarse al amor de la [9rº] lumbre, y así se entretienen un buen rato. (La gallina y el gallo me los había regalado Rosita, y yo le di el gallo a Celina).

«El otro día Celina durmió conmigo y Teresa se acostó en el segundo piso en la cama de Celina. Había pedido a Luisa que la bajase abajo para vestirla, y cuando Luisa subió a buscarla encontró la cama vacía. Teresa había oído a Celina y había bajado con ella. Luisa le dijo: -¿O sea, que no quieres bajar a vestirte? -No, Luisa, no, nosotras somos como las dos gallinitas, que no pueden separarse. Y al decir esto, se abrazaban y se estrechaban la una contra la otra…

«Luego, por la tarde, Luisa, Celina y Leonia se fueron al Círculo Católico y dejaron en casa a la pobre Teresa, que entendía perfectamente que ella era demasiado pequeña para ir, y decía: -¡Si por lo menos quisieran acostarme en la cama de Celina…! Pero no, no quisieron… Ella no dijo nada y se quedó sola con su lamparita. Al cuarto de hora estaba ya profundamente dormida…»

Otro día, mamá escribía también: «Celina y Teresa son inseparables, no es fácil ver a dos niñas que se quieran tanto. Cuando María viene a buscar a Celina para la clase, la pobre Teresa se queda hecha un mar de lágrimas. ¡Ay, qué va a ser de ella si se va su amiguita…! María se compadece y se la lleva también, y la pobre criatura se pasa dos o tres horas sentada en una silla. Le dan unas cuentas para que las ensarte o algún trapo para que cosa; no se atreve a rebullir y lanza con frecuencia profundos suspiros. Cuando se le desenhebra la aguja, intenta volver a enhebrarla, y es curioso verla cuando no lo consigue y sin atreverse a molestar a María. Pronto se ven dos gruesas lágrimas correr por sus mejillas… María [9vº] la consuela inmediatamente y le vuelve a enhebrar la aguja, y el pobre angelito sonríe a través de sus lágrimas…»

Recuerdo, en efecto, que no podía vivir sin Celina, y que prefería levantarme de la mesa sin terminar el postre a no irme tras ella. En cuanto se levantaba, me volvía en mi silla alta, pidiendo que me bajasen, y nos íbamos las dos juntas a jugar.

A veces nos íbamos con la hija de gobernador, lo cual me gustaba mucho a causa del parque y de los preciosos juguetes que nos enseñaba; pero más que nada iba allí por complacer a Celina, ya que prefería quedarme en nuestro jardincito raspando las tapias, pues quitábamos todas las brillantes lentejuelas que había en ellas y luego íbamos a vendérsela a papá que nos las compraba muy serio.

Los domingos, como yo era muy pequeña para ir a las funciones religiosas, mamá se quedaba a cuidarme. Yo me portaba muy bien y andaba de puntillas mientras duraba la misa. Pero en cuanto veía abrirse la puerta, se producía una explosión de alegría sin igual: me precipitaba al encuentro de mi preciosa hermanita, que llegaba adornada como una capilla…, y le decía: «¡Celina, dame enseguida pan bendito!» A veces no lo traía, porque había llegado demasiado tarde… ¡Qué hacer entonces? Yo no podía pasarme sin él, era «mi misa»… Pronto encontré la solución: «¿No tienes pan bendito? ¡Pues hazlo!» Dicho y hecho: Celina cogía una silla, abría la alacena, cogía el pan, cortaba una rebanada, y rezaba muy seria un Ave María sobre él. Luego me lo ofrecía, y yo, después de hacer con él la señal de la cruz, lo comía con gran devoción, encontrándole exactamente el mismo gusto [10rº] que el del pan bendito…

Con frecuencia hacíamos juntas conferencias espirituales. He aquí un ejemplo que entresaco de las cartas de mamá: «Nuestras dos queridas pequeñas, Celina y Teresa, son ángeles de bendición, tienen una naturaleza verdaderamente angelical. Teresa constituye la alegría y la felicidad de María, y su gloria. Es increíble lo orgullosa que está de ella. La verdad es que tiene salidas de lo más sorprendentes para su edad y le da cien vueltas a Celina, que tiene el doble de años. El otro día decía Celina: «¿Cómo puede estar Dios en una hostia tan pequeña?» Y la pequeña contesto: «Pues no es tan extraño, porque Dios es todopoderoso». «¿Y qué quiere decir todopoderoso?» «¡Pues que hace todo lo que quiere»…»
– ir a índice –

Yo lo escojo todo
Un día, Leonia, creyéndose ya demasiado mayor para jugar a las muñecas, vino a nuestro encuentro con una cesta llena de vestiditos y de preciosos retazos para hacer más. Encima de todo venía acostada su muñeca. «Tomad, hermanitas -nos dijo-, escoged, os lo doy todo para vosotras». Celina alargó la mano y cogió un mazo de orlas de colores que le gustaba. Tras un momento de reflexión, yo alargué a mi vez la mano, diciendo: «¡Yo lo escojo todo!», y cogí la cesta sin más ceremonias. A los testigos de la escena la cosa les pereció muy justa, y ni a la misma Celina se le ocurrió quejarse (aunque la verdad es que juguetes no le faltaban, pues su padrino la colmaba de regalos, y Luisa encontraba la forma de agenciarle todo lo que deseaba).

Este insignificante episodio de mi infancia es el resumen de toda mi vida. Más tarde, cuando se ofreció ante mis ojos el horizonte de la perfección, comprendí que para ser santa había que sufrir mucho, buscar siempre lo más perfecto y olvidarse de sí misma. Comprendí que en la perfección había muchos grados, y que cada alma [10vº] era libre de responder a las invitaciones del Señor y de hacer poco o mucho por él, en una palabra, de escoger entre los sacrificios que él nos pide. Entonces, como en los días de mi niñez, exclamé: «Dios mío, yo lo escojo todo. No quiero ser santa a medias, no me asusta sufrir por ti, sólo me asusta una cosa: conservar mi voluntad. Tómala, ¡pues «yo escojo todo» lo que tú quieres…!

Pero tengo que cortar. No debo adelantarme todavía a hablarte de mi juventud, sino de aquel diablillo de cuatro años.

Recuerdo un sueño que debí tener por esta edad, y que se me grabó profundamente en la imaginación. Una noche soñé que salía a dar un paseo, yo sola, por el jardín. Al llegar al pie de la escalera que tenía que subir para llegar él, me paré, sobrecogida de espanto. Delante de mí, cerca del emparrado, había un bidón de cal y sobre el bidón estaban bailando dos horribles diablillos con una agilidad asombrosa a pesar de las planchas que llevaban en los pies. De repente, fijaron en mí sus ojos encendidos y luego, en ese mismo momento, como si estuvieran todavía más asustados que yo, saltaron del bidón al suelo y fueron a esconderse en la ropería, que estaba allí enfrente. Al ver que eran tan poco valientes, quise saber lo que iban a hacer y me acerqué a la ventana. Allí estaban los pobres diablillos, corriendo por encima de las mesas y sin saber qué hacer para huir de mi mirada; a veces se acercaban a la ventana mirando nerviosos si yo seguía allí, y, al verme, volvían a echar a correr como desesperados.

Seguramente este sueño no tiene nada de extraordinario. Sin embargo, creo que Dios ha querido que lo recuerde siempre para hacerme ver que un alma en estado de gracia no tiene nada que temer de los demonios, que son unos cobardes, capaces de huir ante la mirada de un niño…

[11rº] Voy a copiar aquí otro pasaje que encuentro en las cartas de mamá. Nuestra pobre mamaíta presentía ya el final de su destierro: «Las dos pequeñas no me preocupan. Están muy bien las dos, son naturalezas privilegiadas; sin duda alguna, serán buenas. María y tú podréis educarlas perfectamente. Celina no comete nunca la menor falta voluntaria. También la pequeña será buena; no diría una mentira ni por todo el oro del mundo. Tiene una agudeza como no la he visto en ninguna de vosotras».

«El otro día estaba en la tienda con Celina y con Luisa. Hablaba de sus prácticas y discutía animadamente con Celina. La señora le preguntó a Luisa: ¿Qué es lo que quiere decir? Cuando juega en el jardín, no se oye hablar más que de prácticas? La señora de Gaucherin se asoma a la ventana para tratar de entender qué significa esa discusión sobre las prácticas…

«Esta criatura constituye nuestra felicidad. Será buena, se le ve ya el germen: no sabe hablar más que de Dios, y por nada del mundo dejaría de rezar sus oraciones. Me gustaría que la vieras contar cuentos, no he visto nunca cosa más graciosa. Encuentra ella solita la expresión y el tono apropiados, sobre todo cuando dice: «Niño de rubios cabellos, ¿dónde crees que está Dios?» Y cuando llega a aquello de «Allá arriba, en lo alto del cielo azul», dirige la mirada hacia lo alto con una expresión angelical. No nos cansamos de hacérselo repetir, ¡resulta tan hermoso! Hay algo tan celestial en su mirada, que uno se queda extasiado…»

Madre mía querida, ¡qué feliz era yo a esa edad! Empezaba ya a gozar de la vida, se me hacía atractiva la virtud y creo que me hallaba en las mismas disposiciones que hoy, con un gran [11vº] dominio ya sobre mis actos.

¡Ay, qué rápidos pasaron los años soleados de mi niñez! Pero también ¡qué huella tan dulce dejaron en mi alma! Recuerdo ilusionada los días en que papá nos llevaba al Pabellón. Hasta los más pequeños detalles se me grabaron en el corazón…

Recuerdo, sobre todo, los paseos del domingo, en los que siempre nos acompañaba mamá… Aún siento en mi interior las profundas y poéticas impresiones que nacían en mi alma a la vista de los campos de trigo esmaltados de acianos y de flores silvestres. Me gustaban ya los amplios horizontes… El espacio y los gigantescos abetos, cuyas ramas tocaban el suelo, dejaban en mi alma una impresión parecida a la que siento hoy todavía a la vista de la naturaleza…

Con frecuencia, durante esos largos paseos, nos encontrábamos con algún pobre, y Teresita era siempre la encargada de llevarles la limosna, cosa que le encantaba. Pero a menudo también, pareciéndole a papá que el camino era demasiado largo para su reinecita, la llevaba a casa antes que a las demás (muy a su pesar); y entonces, para consolarla, Celina llenaba de margaritas su linda cestita y, a la vuelta, se las daba. Pero, ¡ay!, la pobre abuelita pensaba que su nieta tenía demasiadas y cogía una buena parte de ellas para su Virgen… Esto no le gustaba a Teresita, pero se guardaba muy bien de decir nada, pues había adquirido la buena costumbre de no quejarse nunca. Incluso cuando le quitaban lo que era suyo o cuando la acusaban injustamente, prefería callarse y no excusarse, lo cual no era mérito suyo sino virtud natural… ¡Qué lastima que esta buena disposición se haya desvanecido…!

[12rº] Sí, verdaderamente todo me sonreía en la tierra. Encontraba flores a cada paso que daba, y mi carácter alegre contribuía también a hacerme agradable la vida.

Pero un nuevo período se iba a abrir para mi alma. Tenía que pasar por el crisol de la prueba y sufrir desde mi infancia, para poder ofrecerme mucho antes a Jesús. Igual que las flores de la primavera comienzan a germinar bajo la nieve y se abren a los primeros rayos del sol, así también la florecita cuyos recuerdos estoy escribiendo tuvo que pasar también por el invierno de la tribulación…
– ir a índice –

Capítulo II
EN LOS BUISSONNETS
(18771881)

Muerte de mamá
Todos los detalles de la enfermedad de nuestra querida madre siguen todavía vivos en mi corazón. Me acuerdo, sobre todo, de las últimas semanas que pasó en la tierra.

Celina y yo vivíamos como dos pobres desterradas. Todas las mañanas, venía a buscarnos la señora de Leriche y pasábamos el día en su casa. Un día, no habíamos tenido tiempo de rezar nuestras oraciones antes de salir, y por el camino Celina me dijo muy bajito: -«¿Tenemos que decirle que no hemos rezado…» -«Sí», le contesté, y entonces ella se lo dijo muy tímidamente a la señora de Leriche, que nos respondió: -«Bien, hijitas, ahora las haréis». Y dejándonos solas en una habitación muy grande, se fue… Entonces Celina me miró y dijimos: «¡Ay, no es como con mamá…! Ella nos hacía rezar todos los días…»

Cuando jugábamos con las niñas, nos perseguía de continuo el recuerdo de nuestra madre querida. Una vez que a Celina le dieron un albaricoque, se inclinó hacia mí y me dijo muy bajito: «No lo comeremos, se lo daré a mamá». Pero, ¡ay!, nuestra pobre mamaíta estaba ya demasiado enferma para comer las frutas de la tierra. Ya sólo en el cielo podría saciarse con la gloria de Dios y beber con Jesús el vino misterioso del que él habló en la última cena cuando dijo que lo compartiría con nosotros en el reino de su Padre.

También la impresionante ceremonia de la unción de los enfermos se quedó grabada en mi alma. Aún veo el lugar donde yo estaba, al lado de Celina. Estábamos las cinco colocadas por [12vº] orden de edad, y nuestro pobre papaíto estaba también allí sollozando…

El día de la muerte de mamá, o al día siguiente, me cogió en brazos, diciéndome: «Ve a besar por última vez a tu pobre mamaíta». Y yo, sin decir nada, acerqué mis labios a la frente de mi madre querida…

No recuerdo haber llorado mucho. No le hablaba a nadie de los profundos sentimientos que me embargaban… Miraba y escuchaba en silencio… Nadie tenía tiempo para ocuparse de mí, así que vi muchas cosas que hubieran querido ocultarme. En un determinado momento, me encontré frente a la tapa del ataúd… Estuve un largo rato contemplándolo. Nunca había visto ninguno. Sin embargo, comprendía… Era yo tan pequeña, que, a pesar de la baja estatura de mamá, tuve que levantar la cabeza para verlo entero, y me pareció muy grande… y muy triste…

Quince años más tarde, me encontré delante de otro ataúd, el de la madre Genoveva . Era del mismo tamaño que el de mamá, ¡y me pareció estar volviendo a los días de mi infancia…! Todos los recuerdos se agolparon en mi mente. Era la misma Teresita la que miraba; pero ahora había crecido y el ataúd le parecía pequeño: ya no necesitaba levantar la cabeza para verlo, tan sólo la levantaba para contemplar el cielo, que le parecía muy alegre, porque todas sus pruebas se habían terminado y el invierno de su alma había pasado para siempre…

El día en que la Iglesia bendijo los restos mortales de nuestra mamaíta del cielo, Dios quiso darme otra madre en la tierra, y quiso que yo misma la eligiese libremente. Estábamos juntas las cinco, mirándonos entristecidas. También Luisa estaba allí, y al vernos a Celina y a mí, dijo: «¡Pobrecitas, ya no tenéis madre!» Entonces Celina se echó en brazos de María, diciendo: «¡Bueno, tú serás mi mamá!» Yo estaba acostumbrada a [13rº] imitarla en todo; sin embargo, me volví hacia ti, Madre mía, y como si el futuro hubiera rasgado ya su velo, me eché en tus brazos, exclamando: «¡Pues mi mamá será Paulina! »

Como ya dije antes, a partir de esta época de mi vida entré en el segundo período de mi existencia, el más doloroso de los tres, sobre todo tras la entrada en el Carmelo de la que yo había escogido para que fuese mi segunda «mamá». Este período se extiende desde la edad de cuatro años y medio hasta la de catorce, época en la que recuperé mi carácter de la niñez, a la vez que entraba en lo serio de la vida.

Tengo que decirte, Madre, que a partir de la muerte de mamá, mi temperamento feliz cambió por completo. Yo, tan vivaracha y efusiva, me hice tímida y callada y extremadamente sensible. Bastaba un mirada para que prorrumpiese en lágrimas, sólo estaba contenta cuando nadie se ocupaba de mí, no podía soportar la compañía de personas extrañas y sólo en la intimidad del hogar volvía a encontrar mi alegría. Sin embargo, seguía rodeada de la mas delicada ternura.. El corazón tan tierno de papá había añadido al amor que ya tenía un amor verdaderamente maternal… Y tú, Madre, y María ¿no erais para mí las más tiernas y desinteresadas de las madres…? No, si Dios no hubiese prodigado a su florecilla esos sus rayos bienhechores, nunca ella hubiera podido aclimatarse a la tierra, pues era todavía demasiado débil para soportar las lluvias y las tormentas, y necesitaba calor, el suave rocío y las brisas de primavera. Nunca le faltaron [13vº] todas esas ayudas, Jesús hizo que las encontrase incluso bajo la nieve del sufrimiento.
– ir a índice –

Lisieux
No sentí la menor pena al dejar Alençon; a los niños les gustan los cambios, y vine contenta a Lisieux. Me acuerdo del viaje y de la llegada al anochecer a la casa de mi tía. Aún me parece estar viendo a Juana y a María esperándonos a la puerta… Me sentía muy feliz de tener unas primitas tan buenas. Las quería mucho, lo mismo que a mi tía y, sobre todo, a mi tío; sólo que él me daba miedo y no me hallaba tan a gusto en su casa como en los Buissonnets, donde mi vida sí que fue verdaderamente feliz…

Por la mañana, tú te acercabas a mí, preguntándome si había ofrecido ya mi corazón a Dios; luego me vestías, hablándome de él, y a continuación rezaba mis oraciones a tu lado.

Después venía la clase de lectura. La primera palabra que logré leer sola fue ésta: «cielos». Mi querida madrina se encargaba de las clases de escritura, y tú, Madre, de todas las demás. No tenía gran facilidad para aprender, pero sí buena memoria. El catecismo, y sobre todo la Historia Sagrada, eran mis asignaturas preferidas, las estudiaba con verdadero placer; en cambio la gramática me hizo derramar muchas lágrimas… ¿Te acuerdas del masculino y el femenino?

En cuanto terminaba la clase, subía al mirador para llevarle a papá mi condecoración y mis notas. ¡Qué feliz me sentía cuando podía decirle: «Tengo un 5 sin excepción, Paulina lo dijo la primera…!» Pues cuando te preguntaba yo si tenía 5 sin excepción y tú me contestabas que sí, era para mí como obtener un punto menos. También me dabas vales, y cuando había reunido un cierto número de ellos conseguía un recompensa y un día de asueto. Recuerdo que esos días [14rº] se me hacían mucho más largos que los otros, cosa que a ti te agradaba pues era señal de que no me gustaba estar sin hacer nada.
– ir a índice –

Delicadezas de papá
Todas la tardes me iba a dar un paseíto con papá. Hacíamos juntos una visita al Santísimo Sacramento, visitando cada día una nueva iglesia. Fue así como entré por vez primera en la capilla del Carmelo. Papá me enseñó la reja del coro, diciéndome que al otro lado había religiosas. ¡Qué lejos estaba yo de imaginarme que nueve años más tarde iba a encontrarme yo entre ellas…!

Terminado el paseo (durante el cual papá me compraba siempre un regalito de cinco o diez céntimos), volvía a casa. Hacía entonces los deberes, y después me pasaba todo el resto del tiempo brincando en el jardín en torno a papá, pues no sabía jugar a las muñecas. Una cosa que me encantaba era preparar tisanas con semillas y cortezas de árbol que encontraba por el suelo; luego se las llevaba a papá en una linda tacita; nuestro pobre papaíto suspendía su trabajo y, sonriendo, hacía como que bebía, y antes de devolverme la taza me preguntaba (como a hurtadillas) si había que tirar el contenido; algunas veces yo le decía que sí, pero la mayoría de ellas volvía a llevarme mi preciosa tisana para que me sirviese para más veces…

Me gustaba cultivar mis florecitas en el jardín que papá me había regalado. Me entretenía levantando altarcitos en un hueco que había en medio de la tapia; cuando terminaba, corría a buscar a papá y arrastrándole detrás de mí le decía que cerrase bien los ojos y que no los abriera hasta que yo se lo mandase. El hacía todo lo que yo quería y se dejaba conducir ante mi jardincito. Entonces yo gritaba: «¡Papá, abre los ojos!» El los abría [14vº] y, por complacerme, se quedaba extasiado, admirando lo que a mí me parecía toda una obra de arte…

Si quisiera contar otras mil anécdotas de esta índole que se agolpan en mi memoria, nunca terminaría… ¿Cómo relatar todas las caricias que «papá» prodigaba a su reinecita? Hay cosas que siente el corazón y que ni la palabra ni siquiera el pensamiento pueden expresar…

¡Qué hermosos eran para mí los días en que mi rey querido me llevaba con él a pescar! ¡Me gustaban tanto el campo, las flores y los pájaros! A veces intentaba pescar con mi cañita. Pero prefería ir a sentarme sola en la hierba florida. Entonces mis pensamientos se hacían muy profundos, y sin saber lo que era meditar, mi alma se abismaba en una verdadera oración… Escuchaba los ruidos lejanos… El murmullo del viento y hasta la música difusa de los soldados, cuyo sonido llegaba hasta mí, me llenaban de dulce melancolía el corazón… La tierra me parecía un lugar de destierro y soñaba con el cielo…

La tarde pasaba rápidamente, y pronto había que volver a los Buissonnets. Pero antes de partir, tomaba la merienda que había llevado en mi cestita. La hermosa rebanada de pan con mermelada que tú me habías preparado había cambiado de aspecto: en lugar de su vivo color, ya no veía más que un pálido color rosado, todo rancio y revenido… Entonces la tierra me parecía aún más triste, y comprendía que sólo en el cielo la alegría sería sin nubes…

Hablando de nubes, me acuerdo que un día el hermoso cielo azul de la campaña se encapotó y que pronto se puso a rugir la tormenta. Los relámpagos hacían surcos en las nubes oscuras y vi caer un rayo a corta distancia. Lejos de asustarme, estaba encantada: ¡me parecía que Dios [15rº] estaba muy cerca de mí…! Papá no estaba en absoluto tan contento como su reinecita; no porque tuviese miedo a la tormenta, sino porque la hierba y las grandes margaritas (que levantaban más que yo) centelleaban de piedras preciosas y teníamos que atravesar varios prados antes de encontrar un camino; así que mi querido papaíto, para que los diamantes no mojasen a su hijita, se la echó a hombros a pesar de su equipo de pesca.

Durante los paseos que daba con papá, le gustaba mandarme a llevar la limosna a los pobres con que nos encontrábamos. Un día, vimos a uno que se arrastraba penosamente sobre sus muletas. Me acerqué a él para darle una moneda; pero no sintiéndose tan pobre como para recibir una limosna, me miró sonriendo tristemente y rehusó tomar lo que le ofrecía. No puedo decir lo que sentí en mi corazón. Yo quería consolarle, aliviarle, y en vez de eso, pensé, le había hecho sufrir. El pobre enfermo, sin duda, adivinó mi pensamiento, pues lo vi volverse y sonreírme. Papá acababa de comprarme un pastel y me entraron muchas ganas de dárselo, pero no me atreví. Sin embargo, quería darle algo que no me pudiera rechazar, pues sentía por él un afecto muy grande. Entonces recordé haber oído decir que el día de la primera comunión se alcanzaba todo lo que se pedía. Aquel pensamiento me consoló, y aunque todavía no tenía más que seis años, me dije para mí: «El día de mi primera comunión rezaré por mi pobre». Cinco años más tarde cumplí mi promesa, y espero que Dios habrá escuchado la oración que él mismo me había inspirado que le dirigiera por uno de sus miembros dolientes…

[15vº] Amaba mucho a Dios y le ofrecía con frecuencia mi corazón, sirviéndome de la breve fórmula que mamá me había enseñado. Sin embargo, un día, o mejor una tarde del mes de mayo, cometí una falta que vale la pena contar aquí. Esta falta me ofreció una buena ocasión para humillarme y creo que he tenido de ella perfecta contrición.

Como era demasiado pequeña para ir al mes de María, me quedaba en casa con Victoria y hacía con ella mis devociones ante mi altarcito de María, que yo arreglaba a mi manera. Era todo tan pequeño, candeleros y floreros, que dos cerillas, que hacían de velas, bastaban para alumbrarlo. En alguna que otra ocasión, Victoria me daba la sorpresa de regalarme dos cabitos de vela, pero raras veces. Una tarde, estaba todo preparado para ponernos a rezar, y le dije: «Victoria, ¿quieres comenzar el Acordaos? Voy a encender». Ella hizo ademán de empezar, pero no dijo nada y me miró riéndose. Yo, que veía que mis preciosas cerillas se consumían rápidamente, le supliqué que dijese la oración. Ella continuó callada. Entonces, levantándome, le dije a gritos que era mala y, saliendo de mi dulzura habitual, empecé a patalear con todas mis fuerzas…. A la pobre Victoria se le quitaron las ganas de reír, me miró asombrada y me enseñó los cabos de vela que había traído…Y yo, después de haber derramado lágrimas de rabia, lloré lágrimas de sincero arrepentimiento, con el firme propósito de no volver a hacerlo nunca…

En otra ocasión me ocurrió una nueva aventura con Victoria, pero de ésta no tuve que arrepentirme, pues conservé perfectamente la calma. Yo quería un tintero, que estaba sobre la chimenea de la cocina. Como era muy pequeña para cogerlo, le pedí muy amablemente a Victoria que [16rº] me lo diese, pero ella se negó, diciéndome que me subiese a una silla. Cogí una silla sin replicar, pero pensando que ella no había sido nada amable que digamos. Y queriendo hacérselo saber, busqué en mi cabecita el insulto que más me ofendía. Ella, cuando estaba enfadada conmigo, solía llamarme «mocosa», lo cual me humillaba mucho. Así que, antes de bajarme de la silla, me volví hacia ella con gran dignidad y le dije: «¡Victoria, eres una mocosa!» Y me escapé corriendo, dejándola que meditase las profundas palabras que acababa de dirigirle… El resultado no se hizo esperar, pues pronto la oí gritar: «¡Señorita María…, Teresa acaba de llamarme mocosa!» Vino María y me hizo pedirle perdón, pero lo hice sin contrición, pues me parecía que si Victoria no había querido estirar su largo brazo para hacerme un pequeño favor, merecía bien el título de mocosa…

Sin embargo, Victoria me quería mucho, y yo también a ella. Un día me sacó de un gran aprieto, en el que yo había caído por mi culpa. Victoria estaba planchando y tenía a su lado un cubo de agua. Yo estaba mirándola, balanceándome (como de costumbre) en una silla. De repente, me falló la silla y caí, pero no al suelo, sino ¡¡¡dentro del cubo…!!! Estaba tocando la cabeza con los pies, y llenaba el cubo como un pollito llena el huevo… La pobre Victoria me miraba enormemente sorprendida, pues nunca había visto cosa igual. Yo no veía la hora de salir del cubo, pero imposible, la prisión era tan justa que no podía hacer el menor movimiento. Con cierta dificultad, Victoria me salvó del gran aprieto; lo que no pudo salvar fue mi vestido y todo lo demás, y se vio obligada a cambiarme, pues estaba hecha una sopa.

Otra vez me caí en la chimenea. Por suerte el fuego no estaba [16vº] encendido, y Victoria no tuvo más trabajo que el de levantarme y sacudirme la ceniza que me cubría de pies a cabeza. Todas estas aventuras me sucedían los miércoles, mientras tú y María estabais en el canto.
– ir a índice –

Primera confesión
Fue también un miércoles cuando vino a visitarnos el Sr. Ducellier. Cuando Victoria le dijo que no había nadie en casa, más que Teresita, entró a la cocina para verme, y estuvo mirando mis deberes. Me sentí muy orgullosa de recibir a mi confesor, pues había hecho poco antes mi primera confesión.

¡Qué dulce recuerdo aquel…! ¡Con cuánto esmero me preparaste, Madre querida, diciéndome que no era a un hombre a quien iba a decir mis pecados, sino a Dios! Estaba profundamente convencida de ello, por lo que me confesé con gran espíritu de fe, y hasta te pregunté si no tendría que decirle al Sr. Ducellier que lo amaba con todo el corazón, ya que era a Dios a quien le iba a hablar en su persona…

Bien instruida acerca de todo lo que tenía que decir y hacer, entré al confesonario y me puse de rodillas; pero al abrir la ventanilla, el Sr. Ducellier no vio a nadie: yo era tan pequeña, que mi cabeza quedaba por debajo de la tabla de apoyar las manos. Entonces me mandó ponerme de pie. Obedecí en seguida, me levanté y, poniéndome exactamente frente a él para verle bien, me confesé como una persona mayor, y recibí su bendición con gran fervor, pues tú me habías dicho que en esos momentos las lágrimas del Niño Jesús purificarían mi alma. Recuerdo que en la primera exhortación que me hizo me invitó, sobre todo, a que tener devoción a la Santísima Virgen, y yo prometí redoblar mi ternura hacia ella. Al salir del confesonario, me sentía tan contenta y ligera, que nunca había sentido tanta alegría en mi [17rº] alma. Después volví a confesarme en todas las fiestas importantes, y cada vez que lo hacía era para mí una verdadera fiesta.
– ir a índice –

Fiestas y domingos en familia
¡Las fiestas…! ¡Cuántos recuerdos me trae esta palabra…! ¡Cómo me gustaban las fiestas…! Tú, Madre querida, sabías explicarme tan bien todos los misterios que en cada una de ellas se encerraban, que eran para mí auténticos días de cielo. Me gustaban, sobre todo, las procesiones del Santísimo. ¡Qué alegría arrojar flores al paso del Señor…! Pero en vez de dejarlas caer, yo las lanzaba lo más alto que podía, y cuando veía que mis hojas deshojadas tocaban la sagrada custodia, mi felicidad llegaba al colmo…

¡Las fiestas! Si bien las grandes eran raras, cada semana traía una muy entrañable para mí.: «el domingo». ¡Qué día el domingo…! Era la fiesta de Dios, la fiesta del descanso. Empezaba por quedarme en la cama más tiempo que los otros días; además, mamá Paulina mimaba a su hijita llevándole el chocolate a la cama, y después la vestía como a una reinecita…

La madrina venía a peinar los rizos de su ahijada, que no siempre era buena cuando le alisaban el pelo, pero luego se iba muy contenta a coger la mano de su rey, que ese día la besaba con mayor ternura aún que de ordinario.

Después toda la familia iba a misa. Durante todo el camino, y también en la iglesia, la reinecita de papá le daba la mano. Su sitio estaba junto al de él, y cuando teníamos que sentarnos para el sermón, había que encontrar también dos sillas, una junto a otra. Esto no resultaba muy difícil, pues todo el mundo parecía encontrar tan entrañable el ver a un anciano tan venerable con una hija tan pequeña, que la gente se apresuraba a cedernos el asiento. Mi tío, que ocupaba los bancos de los mayordomos, gozaba al vernos llegar y decía que yo era su [17vº] rayito de sol…

No me preocupaba lo más mínimo que me mirasen. Escuchaba con mucha atención los sermones, aunque no entendía casi nada. El primero que entendí, y que me impresionó profundamente, fue uno sobre la pasión, predicado por el Sr. Ducellier, y después entendí ya todos los demás. Cuando el predicador hablaba de santa Teresa, papá se inclinaba y me decía muy bajito: «Escucha bien, reinecita, que está hablando de tu santa patrona». Y yo escuchaba bien, pero miraba más a papa que al predicador. ¡Me decía tantas cosas su hermoso rostro…! A veces sus ojos se llenaban de lágrimas que trataba en vano de contener. Tanto le gustaba a su alma abismarse en las verdades eternas, que parecía no pertenecer ya a esta tierra… Sin embargo, su carrera estaba aún muy lejos de terminar: tenían que pasar todavía largos años antes de que el hermoso cielo se abriera ante sus ojos extasiados y de que el Señor enjugara las lágrimas de su servidor fiel y cumplidor…

Pero vuelvo a mi jornada del domingo. Aquella alegre jornada, que pasaba con tanta rapidez, tenía también su fuerte tinte de melancolía. Recuerdo que mi felicidad era total hasta Completas. Durante esta Hora del Oficio, me ponía a pensar que el día de descanso se iba a terminar, que al día siguiente había que volver a empezar la vida normal, a trabajar, a estudiar las lecciones, y mi corazón sentía el peso del destierro de la tierra… y suspiraba por el descanso eterno del cielo, por el domingo sin ocaso de la patria…

Hasta los paseos que dábamos antes de volver a los Buissonnets dejaban en mi alma un sentimiento de tristeza. En ellos la familia ya no estaba completa, pues papá, por dar gusto a mi tío, le dejaba a María o a Paulina la tarde de los domingos. [18rº] Sólo me sentía realmente contenta cuando me quedaba yo también. Prefería eso a que me invitasen a mí sola, pues así se fijaban menos en mí.

Mi mayor placer era oír hablar a mi tío, pero no me gustaba que me hiciese preguntas, y sentía mucho miedo cuando me ponía sobre una de sus rodillas y cantaba con voz de trueno la canción de Barba Azul…

Cuando papá venía a buscarnos, me ponía muy contenta. Al volver a casa, iba mirando las estrellas, que titilaban dulcemente, y esa visión me fascinaba… Había, sobre todo, un grupo de perlas de oro en las que me fijaba muy gozosa, pues me parecía que tenían forma de T (poco más o menos esta forma). Se lo enseñaba a papá, diciéndole que mi nombre estaba escrito en el cielo, y luego, no queriendo ver ya cosa alguna de esta tierra miserable, le pedía que me guiase él. Y entonces, sin mirar dónde ponía los pies, levantaba bien alta la cabeza y caminaba sin dejar de contemplar el cielo estrellado…

¿Y qué decir de las veladas de invierno, sobre todo de las de los domingos? ¡Cómo me gustaba sentarme con Celina, después de la partida de damas, en el regazo de papá…! Con su hermosa voz, cantaba tonadas que llenaban el alma de pensamientos profundos…, o bien, meciéndonos dulcemente, recitaba poesías impregnadas de verdades eternas.

Luego subíamos para rezar las oraciones en común, y la reinecita se ponía solita junto a su rey, y no tenía más que mirarlo para saber cómo rezan los santos…

Finalmente, íbamos todas, por orden de edad, a dar las buenas noches a papá y a recibir un beso. La reina iba, naturalmente, la última, y el rey, para besarla, la [18vº] cogía por los codos, y ella exclamaba bien alto: «Buenas noches, papá, hasta mañana, que duermas bien». Y todas las noches se repetía la escena…

Después mi mamaíta me cogía en brazos y me llevaba hasta la cama de Celina, y yo entonces le decía: «Paulina, ¿he sido hoy bien buenecita…? ¿Vendrán los angelitos a volar a mi alrededor ?» La respuesta era siempre sí, pues de otro modo me hubiera pasado toda la noche llorando… Después de besarme, al igual que mi querida madrina, Paulina volvía a bajar y la pobre Teresita se quedaba completamente sola en la oscuridad. Y por más que intentaba imaginarse a los angelitos volando a su alrededor, no tardaba en apoderarse de ella el terror; las tinieblas le daban miedo, pues desde su cama no alcanzaba a ver las estrellas que titilaban dulcemente…

Considero una auténtica gracia el que tú, Madre querida, me hayas acostumbrado a superar mis miedos. A veces me mandabas sola, por la noche, a buscar un objeto cualquiera en alguna habitación alejada. De no haber sido tan bien dirigida, me habría vuelto muy miedosa, mientras que ahora es difícil que me asuste por nada…

A veces me pregunto cómo pudiste educarme con tanto amor y delicadeza, y sin mimarme, pues la verdad es que no me dejabas pasar ni una sola imperfección. Nunca me reprendías sin motivo, pero tampoco te volvías nunca atrás de una decisión que hubieras tomado. Tan convencida estaba yo de esto, que no hubiera podido ni querido dar un paso si tú me lo habías prohibido. Hasta papá se veía obligado a someterse a tu voluntad. Sin el consentimiento de Paulina, yo no salía de paseo; y si cuando papá me pedía que fuese, yo respondía: «Paulina no quiere», [19rº] entonces él iba a implorar gracia para mí. A veces Paulina, por complacerlo, decía que sí, pero Teresita leía en su cara que no lo decía de corazón y entonces se echaba a llorar y no había forma de consolarla hasta que Paulina decía que sí y la besaba de corazón.

Cuando Teresita caía enferma, como le sucedía todos los inviernos, es imposible decir con qué ternura maternal era cuidada. Paulina la acostaba en su propia cama (merced incomparable) y le daba todo lo que le apetecía. Un día, Paulina sacó de debajo de la almohada una preciosa navajita suya y se la regaló a su hijita, dejándola sumida en un arrobamiento imposible de describir. -«¡Paulina!, exclamó, ¿así que me quieres tanto, que te privas por mí de tu preciosa navajita que tiene una estrella de nácar…? Y si me quieres tanto, ¿sacrificarías también tu reloj para que no me muriera…» -«No sólo sacrificaría mi reloj para que no te murieras, sino que lo sacrificaría ahora mismo por verte pronto curada». Al oír esas palabras de Paulina, mi asombro y mi gratitud llegaron al colmo…

En verano, a veces tenía mareos, y Paulina me cuidaba con la misma ternura. Para distraerme -y éste era el mejor de los remedios-, me paseaba en carretilla alrededor del jardín; y luego, bajándome a mí, ponía en mi lugar una matita de margaritas y la paseaba con mucho cuidado hasta mi jardín, donde la colocaba con gran solemnidad…

Paulina era quien recibía todas mis confidencias íntimas y aclaraba todas mis dudas… En cierta ocasión, le manifesté mi extrañeza de que Dios no [19vº] diera la misma gloria en el cielo a todos los elegidos y mi temor de que no todos fueran felices. Entonces Paulina me dijo que fuera a buscar el vaso grande de papá y que lo pusiera al lado de mi dedalito, y luego que los llenara los dos de agua. Entonces me preguntó cuál de los dos estaba más lleno. Yo le dije que estaba tan lleno el uno como el otro y que era imposible echar en ellos más agua de la que podían contener. Entonces mi Madre querida me hizo comprender que en el cielo Dios daría a sus elegidos tanta gloria como pudieran contener, y que de esa manera el último no tendría nada qué envidiar al primero. Así, Madre querida, poniendo a mi alcance los más sublimes secretos, sabías tú dar a mi alma el alimento que necesitaba…

¡Con qué alegría veía yo llegar cada año la entrega de premios…! Entonces como siempre, se hacía justicia, y yo no recibía más recompensas que las que había merecido. Sola y de pie en medio de la noble asamblea, escuchaba la sentencia, que era leída por el rey de Francia y Navarra. El corazón me latía muy fuerte al recibir los premios y la corona…, ¡era para mí como una imagen del juicio…! Inmediatamente después de la entrega, la reinecita se quitaba su vestido blanco, y se apresuraban a disfrazarla para que tomara parte en la gran representación…!
– ir a índice –

Visión profética
¡Qué alegres eran aquellas fiestas familiares…! ¡Y qué lejos estaba yo entonces, viendo a mi rey querido tan radiante, de presagiar las tribulaciones que iban a visitarlo…!

Un día, sin embargo, Dios me mostró, en una visión verdaderamente extraordinaria, la imagen viva de la prueba que él quería prepararnos de antemano, pues su cáliz se estaba ya llenando.

Papá se encontraba de viaje desde hacía varios días, y aún faltaban dos [20rº] para su regreso. Serían las dos o las tres de la tarde, el sol brillaba con vivo resplandor y toda la naturaleza parecía estar de fiesta.

Yo estaba sola, asomada a la ventana de una buhardilla que daba a la huerta grande. Miraba al frente, con el alma ocupada en pensamientos risueños, cuando vi delante del lavadero, que se encontraba justamente allí enfrente, a un hombre vestido exactamente igual que papá, de la misma estatura y con la misma forma de andar; sólo que estaba mucho más encorvado… Tenía la cabeza cubierta con una especie de delantal de color indefinido, de suerte que no le puede ver la cara. Llevaba un sombrero parecido a los de papá. Lo vi avanzar con paso regular, bordeando mi jardincito… De pronto un sentimiento de pavor sobrenatural invadió mi alma; pero inmediatamente pensé que seguramente papá había regresado y que se ocultaba para darme una sorpresa. Entonces le llamé a gritos, con voz trémula de emoción: «¡Papá, papá…!» Pero el misterioso personaje no pareció oírme y prosiguió su marcha regular sin siquiera volverse. Siguiéndole con la mirada, le vi dirigirse hacia el bosquecillo que cortaba en dos la avenida principal. Esperaba verlo reaparecer al otro lado de los grandes árboles, ¡pero la visión profética se había desvanecido…!

Todo esto no duró más que un instante, pero se grabó tan profundamente en mi corazón, que aún hoy, quince años después…, conservo tan vivo su recuerdo como si la visión estuviese todavía delante de mis ojos…

María estaba contigo, Madre mía, en una habitación que tenía comunicación con aquella en la que yo me encontraba. Y al oírme llamar a papá, tuvo una sensación de pavor y pensó, según me dijo después, que debía estar ocurriendo algo extraordinario. Disimulando su emoción corrió junto a mí, preguntándome qué me pasaba para estar llamando a papá que estaba en Alençon. [20vº] Entonces le conté lo que acababa de ver. Para tranquilizarme, María me dijo que seguramente habría sido Victoria, que, para meterme miedo, se había cubierto la cabeza con el delantal. Pero al preguntarle, Victoria aseguró que ella no había salido de la cocina. Además, yo estaba bien segura de haber visto a un hombre y de que ese hombre tenía todas las trazas de papá. Entonces fuimos las tres al otro lado del macizo de árboles, y al no encontrar la menor huella de que alguien hubiese pasado por allí, tú me dijiste que no pensara más en ello…

Pero no pensar más en ello era algo que no estaba en mi poder. Mi imaginación me representaba una y otra vez la escena misteriosa que había visto… Muchas veces también intenté levantar el velo que me ocultaba su significado, pues en el fondo del corazón abrigaba la íntima convicción de que esta visión tenía un sentido que algún día se me iba a revelar…

Ese día se hizo esperar largo tiempo, pero catorce años más tarde Dios mismo rasgó ese velo misterioso. Estábamos en licencia sor María del Sagrado Corazón y yo, y hablábamos como siempre de cosas de la otra vida y de nuestros recuerdos de la infancia. Yo le recordé la visión que había tenido a la edad de seis a siete años, y de pronto, al contar los detalles de aquella extraña escena, comprendimos las dos a la vez lo que significaba… Era a papá a quien yo había visto, caminando encorvado por la edad… Era él, llevando en su rostro venerable y en su cabeza encanecida el signo de su prueba gloriosa… Así como la Faz adorable de Jesús estuvo velada durante su Pasión, así tenía que estar también velada la faz de su fiel servidor en los días de sus sufrimientos, para que en la patria celestial pudiera resplandecer junto a su Señor, el Verbo eterno… Y desde el seno de esa gloria inefable, nuestro querido padre, que reina ya en el cielo, nos ha alcanzado la gracia de comprender la visión [21rº] que su reinecita había tenido a una edad en la que no era de temer que sufriera una ilusión. Desde el seno de la gloria, nos ha alcanzado el dulce consuelo de comprender que, diez años antes de nuestra gran tribulación, Dios quiso mostrárnosla ya, como un padre hace vislumbrar a sus hijos el porvenir glorioso que les tiene preparado y se complace en considerar por adelantado las riquezas incalculables que constituirán su herencia…

¿Pero por qué Dios me concedió precisamente a mí esta revelación? ¿Por qué mostró a una niña tan pequeña algo que ella no podía comprender, algo que, de haberlo comprendido, la hubiera hecho morir de dolor? ¿Por qué…? Es éste, sin duda, uno de esos misterios que comprenderemos en el cielo ¡y que será para nosotras causa de eterna admiración…!

¡Qué bueno es el Señor…! El acompasa siempre sus pruebas a las fuerzas que nos da. Como acabo de decir, yo nunca hubiera podido soportar ni tan siquiera la idea de los amargos sufrimientos que me reservaba el porvenir… Era incapaz hasta de pensar, sin estremecerme, que papá pudiese morir…

Una vez, estaba subido a lo alto de una escalera, y como yo quedaba justamente debajo de él, me gritó: «Apártate, chiquitita, que si caigo te voy a aplastar». Al oír eso, me sublevé interiormente, y, en vez de apartarme, me pegué más a la escalera, pensando: «Por lo menos, si papá se cae, no tendré el dolor de verle morir, pues yo moriré con él».

Me es imposible decir lo mucho que quería a papa. Todo en él me causaba admiración. Cuando me explicaba sus ideas (como si yo fuese ya una jovencita), yo le decía ingenuamente que seguro que si decía [21vº] todas esas cosas a los hombres importantes del gobierno, vendrían a buscarlo para hacerlo rey, y entonces Francia sería feliz como no lo había sido nunca… Pero en el fondo me alegraba (y me lo reprochaba a mí misma como si fuese un pensamiento egoísta) de que no hubiese nadie más que yo que conociese bien a papá, pues sabía que si llegara a ser rey de Francia, sería desdichado, porque ésta es la suerte de todos los monarcas; y, sobre todo, ya no sería mi rey, ¡un rey sólo para mí…!
– ir a índice –

Trouville
Tenía yo seis o siete años cuando papá nos llevó a Trouville. Nunca olvidaré la impresión que me causó el mar. No me cansaba de mirarlo. Su majestuosidad, el rugido de las olas, todo le hablaba a mi alma de la grandeza y del poder de Dios.

Recuerdo que, durante el paseo que dimos por la playa, un señor y una señora me miraban correr feliz junto a papá y, acercándose, le preguntaron si era suya, y dijeron que era una niña muy guapa. Papá les respondió que sí, pero me di cuenta de que les hizo señas de que no me dirigiesen elogios…

Era la primera vez que yo oía decir que era guapa, y me gustó, pues no creía serlo. Tú ponías gran cuidado, Madre querida, en alejar de mí todo lo que pudiese empañar mi inocencia, y sobre todo en no dejarme escuchar ninguna palabra por la pudiese deslizarse la vanidad en mi corazón. Y como yo sólo hacía caso a tus palabras y a las de María, y vosotras nunca me habíais dirigido un solo piropo, no di mayor importancia a las palabras y a las miradas de admiración de aquella señora.

Al atardecer, a esa hora en la que el sol parece querer bañarse en la inmensidad de las olas, dejando tras de sí un surco luminoso, iba a sentarme, a solas con Paulina, en una roca… Y allí recordé el cuento conmovedor de «El surco de oro»…

Estuve contemplando durante mucho tiempo aquel surco luminoso, imagen de la gracia que ilumina el camino que debe recorrer la barquilla de airosa vela blanca… Allí, al lado de Paulina, hice el propósito de no alejar nunca mi alma de la mirada de Jesús, para que pueda navegar en paz hacia la patria del cielo…

Mi vida discurría serena y feliz. El cariño de que vivía rodeada en los Buissonnets me hacía, por decirlo así, crecer. Pero ya era, sin duda, lo suficientemente grande para empezar a luchar, para empezar a conocer el mundo y las miserias de que está lleno…
– ir a índice –

Capítulo III
Años dolorosos
(1881 – 1883)

Alumna en la Abadía
Tenía yo ocho años y medio cuando Leonia salió del internado y yo ocupé su lugar en la Abadía.

He oído decir muchas veces que el tiempo pasado en el internado es el mejor y el más feliz de la vida. Para mí no lo fue. Los cinco años que pasé en él fueron los más tristes de toda mi vida. Si no hubiera tenido a mi lado a mi querida Celina, no habría aguantado allí ni un mes sin caer enferma… La pobre florecita había sido acostumbrada a hundir sus frágiles raíces en una tierra selecta, hecha expresamente para ella. Por eso se le hizo muy duro verse en medio de flores de toda especie, que tenían a menudo raíces muy poco delicadas, y obligada a encontrar en una tierra ordinaria la savia que necesitaba para vivir…

Tú me habías educado tan bien, Madre querida, que cuando llegué al internado era la más adelantada de las niñas de mi edad. Me pusieron en [22vº] una clase en la que todas las alumnas eran mayores que yo.

Una de ellas, de 13 a 14 años de edad, era poco inteligente, pero sabía imponerse a las alumnas, e incluso a las profesoras. Al verme tan joven, casi siempre la primera de la clase y querida por todas las religiosas, se ve que sintió envidia -muy comprensible en una pensionista- y me hizo pagar de mil maneras mis pequeños éxitos…

Dado mi natural tímido y delicado, no sabía defenderme, y me contentaba con sufrir en silencio, sin quejarme ni siquiera a ti de lo que sufría. Pero no tenía la suficiente virtud para sobreponerme a esas miserias de la vida y mi pobre corazoncito sufría mucho…

Gracias a Dios, todas las tardes volvía al hogar paterno, y allí se expansionaba mi corazón. Saltaba al regazo de mi rey, diciéndole las notas que me habían dado, y sus besos me hacían olvidar todas las penas…

¡Con qué alegría anuncié el resultado de mi primera composición (una composición sobre la Historia Sagrada)! Sólo me faltó un punto para llegar al máximo, por no haber sabido el nombre del padre de Moisés. Era, por lo tanto, la primera de la clase y traía un hermosa condecoración de plata. Como premio, papá me regaló una preciosa monedita de veinte céntimos que eché en un bote destinado a recibir casi todos los jueves una nueva moneda, siempre del mismo valor… (De este bote sacaba yo dinero en determinadas fiestas solemnes, cuando quería dar de mi bolsillo una limosna para la colecta de la Propagación de la Fe u otras obras parecidas.) Paulina, encantada con el triunfo de su pequeña alumna, le regaló un [23rº] aro muy bonito, para animarla a seguir siendo tan estudiosa.

Buena necesidad tenía la pobre niña de estas alegrías de la familia. Sin ellas, la vida del internado habría sido demasiado dura para ella.
– ir a índice –

Días de vacación
Los jueves por la tarde nos daban asueto. Pero no era como los asuetos de Paulina, y no los pasaba con papa en el mirador… Tenía que jugar, no con mi Celina, cosa que me gustaba mucho cuando estábamos las dos solas, sino con mis primitas y con las pequeñas Maudelonde. Era para mí un verdadero martirio, y como no sabía jugar como las demás niñas, no era una compañera agradable. Sin embargo, hacía todo lo posible por imitar a las otras, sin conseguirlo, y me aburría enormemente, sobre todo cuando había que pasarse toda la tarde bailando cuadrillas. Lo único que me gustaba era ir al jardín de la estrella. Allí era la primera en todo: como cogía flores en cantidad y sabía encontrar las más bonitas, despertaba la envidia de mis compañeras…

Otra cosa que también me gustaba era quedarme sola con María, lo cual sólo ocurría por casualidad: como entonces no tenía a Celina Maudelonde que la arrastrase a juegos corrientes, me dejaba elegir a mí, y yo elegía alguno totalmente nuevo. María y Teresa se convertían en ermitañas, que no tenían más que una pobre cabaña, un pequeño campo de trigo y unas pocas legumbres que cultivar. Su vida transcurría en continua contemplación; o sea, una de las ermitañas reemplazaba a la otra en la oración cuando había que ocuparse de la vida activa. Todo se hacía con tal armonía, con tal silencio y con un estilo tan religioso, que resultaba perfecto. Cuando nuestra tía venía a buscarnos para ir a dar un paseo, continuábamos el juego también en la calle. Las dos ermitañas rezaban [23vº] juntas el rosario, sirviéndose de los dedos para no exhibir su devoción ante un público indiscreto. Pero un día, la más joven de las ermitañas se olvidó: le habían dado un pastel para la merienda, y ella, antes de comerlo, hizo una gran señal de la cruz, lo que hizo reír a todos los profanos del siglo…

María y yo nos entendíamos a la perfección. Hasta tal punto teníamos los mismos gustos, que una vez nuestra unión de voluntades se pasó de la raya. Volviendo una tarde de la Abadía, yo le dije a María: «Guíame, voy a cerrar los ojos». «Yo también quiero cerrarlos», me respondió. Dicho y hecho. Cada una hizo su propia voluntad sin discutir… Íbamos por la acera, por lo que no teníamos por qué temer a los coches. Tras un delicioso paseo de varios minutos, y de saborear el placer de caminar a ciegas, las dos pequeñas atolondradas cayeron sobre unas cajas colocadas a la puerta de una tienda, o, mejor dicho, las tiraron al suelo. El tendero salió, todo furioso, a recoger su mercancía. Las dos ciegas voluntarias se levantaron ellas solas y escaparon a todo correr, con los ojos bien abiertos y perseguidas por los justos reproches de Juana, que estaba tan enfadada como el tendero…

En consecuencia, como castigo, decidió separarnos, y desde aquel día María y Celina fueron juntas, mientras que yo iba con Juana. Eso puso fin a nuestra excesiva unión de voluntades y no les vino mal a las mayores, que nunca estaban de acuerdo y se pasaban todo el camino discutiendo. De esa manera, la paz fue completa.
– ir a índice –

Primera comunión de Celina
Aún no he dicho nada de mi íntima relación con Celina. [24rº] Si fuera a contarlo todo, nunca acabaría…

En Lisieux se cambiaron los papeles: Celina se convirtió en un travieso diablillo y Teresa ya no era más que una niñita muy buena, pero excesivamente llorona… Eso no era obstáculo para que Celina y Teresa se quisiesen cada día más. A veces había entre ellas pequeñas discusiones, pero no era nada serio, y en el fondo estaban siempre de acuerdo.

Puedo decir que nunca mi querida hermanita me dio el menor disgusto, sino que fue para mí como un rayo de sol, una fuente continua de alegría y de consuelo… ¿Quién podrá decir con qué intrepidez me defendía en la Abadía cuando alguien me acusaba…? Se preocupaba tanto por mi salud, que a veces me cansaba. De lo que no me cansaba era de verla jugar. Ponía en fila a toda la tropa de nuestras muñecas y les daba clase como una maestra consumada; sólo que tenía mucho cuidado de que las suyas se portasen siempre bien, mientras que a las mías las echaba a menudo de clase por su mala conducta…

Me contaba todas las cosas nuevas que aprendía en clase, lo cual me divertía mucho, y la tenía por un pozo de ciencia.

Me había dado el título de «hijita de Celina», y así, cuando se enfadaba conmigo, su mejor muestra de que estaba enojada era decirme: «¡Ya no eres mi hijita, se acabó, me acordaré por toda la vida…!» Entonces yo no tenía más remedio que echarme a llorar como una Magdalena, suplicándole que me volviese a admitir como su hijita. Inmediatamente me besaba y me prometía que ya no se volvería a acordar de nada… Y para consolarme, cogía una de sus muñecas y le [24vº] decía: «Cariño, besa a tu tía». Una vez, la muñeca tenía tanta prisa por besarme tiernamente, que me metió sus dos bracitos por la nariz… Celina, que no lo había hecho adrede, me miraba estupefacta, viendo a la muñeca colgándome de la nariz. La tía no tardó mucho en rechazar las efusiones demasiado tiernas de su sobrina, y se echó a reír con todas las ganas ante tan singular aventura.

Lo más divertido era vernos comprar las dos a la vez, en la tienda, los aguinaldos. Nos escondíamos cuidadosamente la una de la otra. Con sólo 50 céntimos teníamos que comprar, por lo menos, cinco o seis objetos diferentes, y la cuestión era quién compraría las cosas más bonitas. Encantadas con nuestras compras, esperábamos con impaciencia el primer día del año para poder ofrecernos una a otra nuestros magníficos regalos. La primera que se despertaba se apresuraba a felicitarle a la otra el año nuevo. Luego nos entregábamos los aguinaldos y las dos nos quedábamos extasiadas ante los tesoros que la otra había conseguido con 50 céntimos…

Esos regalitos nos causaban casi tanto placer como los ricos aguinaldos de mi tío.

Por lo demás, eso no era más que el principio de nuestras alegrías. Aquel día nos vestíamos a toda prisa y estábamos al acecho para saltar al cuello de papá. En cuanto salía de su habitación, toda la casa se llenaba de gritos de alegría y nuestro papaíto se mostraba feliz de vernos tan contentas…

Los aguinaldos que María y Paulina daban a sus hijitas no eran de gran valor, pero les causaban también una gran alegría… Y es que en esa edad aún no estábamos embotadas; nuestra alma, en toda su lozanía, se abría como una flor, feliz de recibir el rocío de la mañana… Un mismo soplo mecía nuestras corolas, y lo que hacía gozar o sufrir a [25rº] una hacía gozar o sufrir a la vez a la otra.

Sí, nuestras alegrías eran comunes. Lo comprobé muy bien el día de la primera comunión de mi querida Celina. Yo no iba aún a la Abadía, pues sólo tenía siete años; pero conservo en mi corazón el dulcísimo recuerdo de la preparación que tú, Madre querida, le hiciste hacer a Celina. Todas las tardes la sentabas en tu regazo y le hablabas del acto tan importante que iba a realizar. Yo escuchaba, ávida de prepararme también, pero muy frecuentemente me decías que me fuera porque era todavía demasiado pequeña. Entonces me ponía muy triste y pensaba que cuatro años no eran demasiados para prepararse a recibir a Dios…

Una tarde, te oí decir que a partir de la primera comunión había que empezar una nueva vida. En ese mismo momento decidí no esperar a ese día, sino comenzarla al mismo tiempo que Celina…

Nunca supe cuánto la quería como durante su retiro de tres días. Era la primera vez en mi vida que estaba lejos de ella y que no me acostaba en su cama… El primer día me olvidé de que no iba a volver, y guardé un manojito de cerezas, que papá me había comprado, para comerlo con ella; cuando vi que no llegaba, sentí mucha pena. Papá me consoló diciéndome que al día siguiente me llevaría a la Abadía para ver a mi Celina y que podría darle otro manojo de cerezas…

El día de la primera comunión de Celina me dejó una impresión parecida a la de la mía. Al despertarme por la mañana, yo sola en aquella cama tan grande, me sentí inundada de alegría. «¡Es hoy…! Ha llegado el gran día…» No me cansaba de [25vº] repetir estas palabras. Me parecía que era yo la que iba a hacer la primera comunión. Creo que ese día recibí grandes gracias, y lo considero como uno de los más hermosos de mi vida…
– ir a índice –

Paulina en el Carmelo
He vuelto un poco atrás para evocar este delicioso y dulce recuerdo. Ahora quiero hablarte de la dolorosa prueba que vino a destrozar el corazón de Teresita cuando Jesús le arrebató a su querida mamá, a su Paulina ¡a la que tan tiernamente quería…!

Un día, yo había dicho a Paulina que me gustaría ser solitaria, irme con ella a un desierto lejano. Ella me contestó que ése era también su deseo y que esperaría a que yo fuese mayor para marcharnos. La verdad es que aquello no lo dijo en serio, pero Teresita sí lo había tomado en serio. Por eso, ¿cuál no sería su dolor al oír un día hablar a su querida Paulina con María de su próxima entrada en el Carmelo…?

Yo no sabía lo que era el Carmelo, pero comprendí que Paulina iba a dejarme para entrar en un convento, comprendí que no me esperaría y que iba a perder a mi segunda madre… ¿Cómo podré expresar la angustia de mi corazón…? En un instante comprendí lo que era la vida. Hasta entonces no me había parecido tan triste, pero entonces se me apareció en todo su realismo, y vi que no era más que un puro sufrimiento y una continua separación. Lloré lágrimas muy amargas, pues aún no comprendía la alegría del sacrificio. Era débil, tan débil, que considero una gracia muy grande el haber podido soportar una prueba como aquella, que parecía muy superior a mis fuerzas… Si me hubiese ido enterando poco a poco de la partida de mi Paulina querida, tal vez no hubiera sufrido tanto; pero [26rº] al saberlo de repente, fue como si me hubieran clavado una espada en el corazón.

Siempre recordaré, Madre querida, con qué ternura me consolaste… Luego me explicaste la vida del Carmelo, que me pareció muy hermosa. Evocando en mi interior todo lo que me habías dicho, comprendí que el Carmelo era el desierto adonde Dios quería que yo fuese también a esconderme… Lo comprendí con tanta evidencia, que no quedó la menor duda en mi corazón. No era un sueño de niña que se deja entusiasmar fácilmente, sino la certeza de una llamada de Dios: quería ir al Carmelo, no por Paulina, sino sólo por Jesús… Pensé muchas cosas que las palabras no pueden traducir, pero que dejaron una gran paz en mi alma.

Al día siguiente, confié mi secreto a Paulina, quien, viendo en mis deseos la voluntad del cielo, me dijo que pronto iría con ella a ver a la madre priora del Carmelo y que tendríamos que decirle lo que Dios me hacía sentir…

Se escogió un domingo para esta solemne visita, y mi apuro fue grande cuando supe que María G. debería acompañarme, por ser yo aún demasiado pequeña para ver a las carmelitas. Sin embargo, yo tenía que encontrar la forma de quedarme a solas con la priora, y he aquí lo que se me ocurrió. Le dije a María que, ya que teníamos el privilegio de ver a la madre priora, debíamos ser muy amables y educadas con ella, y que por eso debíamos confiarle nuestros secretos; así que cada una tendría que salir un momento, y dejar a la otra a solas con la Madre. María creyó lo que le decía, y, a pesar de su repugnancia a confiar secretos que no tenía, nos quedamos a solas, una después de otra, con la madre María de Gonzaga.

[26vº] Después de escuchar mis importantes confidencias, la Madre creyó en mi vocación, pero me dijo que no recibían postulantes de nueve años, y que tendría que esperar hasta los dieciséis… Yo me resigné, a pesar de mis vivos deseos de entrar cuanto antes y de hacer la primera comunión el día de la toma de hábito de Paulina…

Ese día me echaron piropos por segunda vez. Sor Teresa de San Agustín, que había bajado a verme, no se cansaba de llamarme guapa. Yo no pensaba venir al Carmelo para recibir alabanzas; así que, después de la visita, no cesaba de repetirle a Dios que yo quería ser carmelita sólo por él.

Durante las pocas semanas que mi querida Paulina permaneció todavía en el mundo, procuré aprovecharme bien de ella. Todo los días, Celina y yo le comprábamos un pastel y bombones, pensando que ya pronto no volvería a comerlos. Estábamos continuamente a su lado, sin dejarle ni un minuto de descanso.

Por fin, llegó el 2 de octubre, día de lágrimas y de bendiciones, en que Jesús cortó la primera de su flores, destinada a ser la madre de las que pocos años después irían a reunirse con ella.

Aún me parece estar viendo el lugar donde recibí el último beso de Paulina. Luego, mi tía nos llevó a todas a Misa, mientras papá subía a la montaña del Carmelo para ofrecer su primer sacrificio…

Toda la familia lloraba, de modo que, al vernos entrar en la iglesia, la gente nos miraba extrañada. A mí me daba igual, y no por eso dejé de llorar. Creo que, si el mundo entero se hubiera derrumbado a mi alrededor, no me habría dado cuenta. Miraba al hermoso cielo azul, y me maravillaba de que el sol pudiese seguir brillando con [27rº] tanto resplandor mientras mi alma estaba inundada de tristeza…

Tal vez, Madre querida, te parezca que exagero la pena que sentí… Comprendo muy bien que no debiera haber sido tan grande, pues tenía la esperanza de volver a encontrarte en el Carmelo, pero mi alma estaba LEJOS de estar madura y tenía que pasar por muchos crisoles antes de alcanzar la meta que tanto deseaba…

El 2 de octubre era el día fijado para volver a la Abadía, y no tuve más remedio que ir, a pesar de mi tristeza…

Por la tarde, nuestra tía vino a buscarnos para ir al Carmelo, y vi a mi Paulina querida detrás de las rejas… ¡Ay, cuánto he sufrido en ese locutorio del Carmelo…!

Como estoy escribiendo la historia de mi alma, debo decírselo todo a mi Madre querida, y confieso que los sufrimientos que precedieron a su entrada no fueron nada en comparación con los que vinieron después…

Todos los jueves, íbamos en familia al Carmelo. Y yo, que estaba acostumbrada a hablar con Paulina de corazón a corazón, apenas si conseguía dos o tres minutos al final de la visita, que, por supuesto, me pasaba llorando, y luego me iba con el corazón desgarrado… No comprendía que si tú dirigías preferentemente la palabra a Juana y María, en vez de hablar con tus hijitas, era por delicadeza hacia nuestra tía… No lo comprendía, y pensaba en lo más hondo del corazón: «¡¡¡He perdido a Paulina!!!»
– ir a índice –

Extraña enfermedad
Es asombroso ver cómo se desarrolló mi espíritu en medio del sufrimiento. Se desarrolló de tal manera, que no tardé en caer enferma.

La enfermedad que me aquejó provenía, ciertamente, del demonio. Furioso por tu entrada en el Carmelo, quiso vengarse en mí del daño que nuestra familia iba a causarle en el futuro. Pero lo que él no sabía era que la [27vº] amorosa Reina del cielo velaba por su frágil florecilla, que ella le sonreía desde lo alto de su trono y que se aprestaba a calmar la tempestad en el mismo momento en que su flor iba a quebrarse sin remedio…

Hacia finales de año, me sobrevino un continuo dolor de cabeza, pero que se podía aguantar bien. Podía seguir estudiando, y nadie se preocupó por mí. Esto duró hasta el día de Pascua de 1883.

Papá había ido a París con María y Leonia, y nuestra tía nos llevó a su casa a Celina y a mí. Una tarde, nuestro tío me llevó con él y empezó a hablarme de mamá y de recuerdos pasados con tal bondad, que me emocionó profundamente y me hizo llorar. Entonces me dijo que era demasiado sensible y que necesitaba mucho distraerme, y que mi tía y él habían decidido tratar de hacérnoslo pasar bien durante las vacaciones de Pascua. Esa tarde teníamos que ir al Círculo Católico; pero viendo que estaba demasiado cansada, mi tía me hizo acostar. Al desnudarme, me entró un extraño temblor. Creyendo que tenía frío, mi tía me envolvió entre mantas y me puso botellas calientes, pero nada pudo reducir mi agitación, que duró casi toda la noche. Al volver mi tío del Círculo Católico con mis primas y Celina, se quedo muy sorprendido al encontrarme en aquel estado, que juzgó muy grave, pero no quiso decirlo por no asustar a mi tía. Al día siguiente, fue a buscar al doctor, el cual coincidió con mi tío en que tenía una enfermedad muy grave, que nunca había padecido una niña tan joven como yo.

Todos estaban consternados. Mi tía tuvo que dejarme en su casa y me cuidó con una solicitud verdaderamente maternal.

Cuando papá volvió de París con mis hermanas mayores, Amada los recibió con una cara tan triste, que María [28rº] creyó que me había muerto… Pero esta enfermedad no era de muerte, sino, como la de Lázaro, para que Dios fuera glorificado…

Y así lo fue, en efecto, por la admirable resignación de mi pobre papaíto, que creyó que «su hijita se iba a volver loca o que se iba a morir».

¡Lo fue también por la de María…! ¡Cuánto sufrió por causa mía…! ¡Y qué agradecida le estoy por los cuidados que tan desinteresadamente me prodigó…! Su corazón le dictaba lo que yo necesitaba, y, verdaderamente, un corazón de madre es mucho más sabio que el de un médico y sabe adivinar lo que conviene para la enfermedad de su hijo…

La pobre María tuvo que venir a instalarse en casa de mi tío, pues era imposible trasladarme por entonces a los Buissonnets.

Entretanto, se acercaba la toma de hábito de Paulina. Delante de mí evitaban hablar de ello, pues sabían la pena que sentía por no poder ir; pero yo hablaba de ello con frecuencia, diciendo que para entonces ya estaría lo bastante bien para ir a ver a mi Paulina querida.

Y en efecto, Dios no quiso negarme ese consuelo, o, mejor, quiso consolar a su querida prometida, que tanto había sufrido con la enfermedad de su hijita… He observado que Jesús no quiere probar a su hijas en el día de sus esponsales, esta fiesta debe ser una fiesta sin nubes, un anticipo de las alegrías del paraíso. ¿No lo ha demostrado ya cinco veces…?

Pude, pues, abrazar a mi Madre querida, sentarme en su regazo y colmarla de caricias… Pude contemplarla radiante con su blanco vestido de desposada… ¡Sí, fue un hermoso día, en medio de mi oscura prueba! Pero aquel día pasó veloz… Pronto hube de subir al coche que me llevó muy lejos de Paulina…, muy lejos de mi Carmelo querido.

Al llegar a los Buissonnets, me hicieron acostar a mi pesar, pues aseguraba [28vº] que estaba totalmente curada y que ya no necesitaba más cuidados. ¡Pero, ay, sólo estaba todavía en los comienzos de mi prueba…! Al día siguiente, volví a estar igual que antes, y la enfermedad se agravó tanto, que, según los cálculos humanos, no tenía remedio…

No sé cómo describir una enfermedad tan extraña. Hoy estoy convencida de que fue obra del demonio, pero durante mucho tiempo después de mi curación creí que había fingido estar enferma, y eso fue para mi alma un verdadero martirio.

Se lo dije así a María, que me tranquilizó lo mejor que pudo con su bondad habitual. Lo dije en la confesión, y también mi confesor intentó tranquilizarme, diciéndome que no era posible que hubiese simulado estar enferma hasta el punto que yo lo había estado. Dios, que, sin duda, quería purificarme, y sobre todo humillarme, me dejó en este martirio íntimo hasta mi entrada en el Carmelo, donde el Padre de nuestras almas barrió como con la mano todas mis dudas, y desde entonces quedé totalmente tranquila.

No es extraño que temiese haber fingido estar enferma sin estarlo de verdad, pues decía y hacía cosas que no pensaba. Parecía estar en un continuo delirio, diciendo palabras que no tenían sentido, y sin embargo estoy segura de que no perdí ni un solo instante el uso de la razón… Con frecuencia me quedaba como desmayada, sin hacer el menor movimiento; en esos momentos, me habría dejado hacer todo lo que hubieran querido, incluso matarme; sin embargo, oía todo lo que se decía a mi alrededor, y todavía me acuerdo de todo. En una ocasión me aconteció estar mucho tiempo sin poder abrir los ojos, y abrirlos un instante al encontrarme sola…

Pienso que el demonio había recibido un poder exterior sobre mí, pero [29rº] que no podía acercarse a mi alma ni a mi espíritu, a no ser para inspirarme grandísimos terrores a ciertas cosas, por ejemplo a las medicinas sencillísimas que intentaban en vano hacerme tomar…

Pero si Dios permitía al demonio acercarse a mí, me enviaba también ángeles visibles…

María no se separaba de mi cama, cuidándome y consolándome con la ternura de una madre. Nunca me demostró el más ligero enfado, y eso que yo le daba mucho trabajo, pues no soportaba que se alejase de mi lado. Sin embargo, tenía necesariamente que ir a comer con papá, pero yo no cesaba de llamarla durante todo el tiempo que no estaba. Victoria, que se quedaba a mi cuidado, a veces no tenía más remedio que ir a buscar a mi querida «mamá», como yo la llamaba… Si María quería salir, tenía que ser para ir a Misa o para ver a Paulina; sólo entonces yo no decía nada…

Nuestros tíos eran también muy buenos conmigo. Mi querida tiíta venía todos los días a verme y me traía mil golosinas.

También fueron a visitarme otras personas amigas de la familia; pero yo pedí a María que les dijese que no quería recibir visitas. No me gustaba «ver a la gente sentada alrededor de mi cama como ristras de cebollas y mirándome como a un bicho raro». La única visita que me gustaba era la de nuestros tíos.

Me sería imposible decir cuánto creció mi cariño hacia ellos a partir de esta enfermedad. Comprendí como nunca que ellos no eran para nosotros unos parientes cualquiera. ¡Qué razón tenía nuestro papaíto cuando nos repetía tantas veces estas palabras que acabo de escribir! Más tarde él mismo supo por experiencia que no se había equivocado, y seguro que ahora protege y bendice a quienes le prodigaron tan generosos cuidados… Yo todavía estoy en el destierro, y no sabiendo cómo demostrarles mi gratitud, sólo tengo una manera de aligerar mi corazón: ¡rezar por estos familiares tan queridos que fueron y que siguen siendo tan buenos conmigo!

También Leonia era muy buena conmigo, y hacía todo lo posible por distraerme. Yo, a veces, la hacía sufrir, pues se daba perfectamente cuenta de que María era insustituible a mi lado…

¿Y mi Celina querida? ¿Qué no hizo por su Teresa…? Los domingos, en vez de salir de paseo, venía a encerrarse horas enteras con una pobre niña que parecía idiota. Verdaderamente, [29vº] se necesitaba mucho amor para no huir de mí… ¡Hermanitas queridas, cuánto os hice sufrir…! Nadie os hizo sufrir tanto como yo, y nadie recibió nunca tanto amor como el que vosotras me prodigasteis… Gracias a Dios, tendré el cielo para resarcirme. Mi Esposo es enormemente rico, y yo meteré la mano en sus tesoros de amor para poder devolveros centuplicado todo lo que sufristeis por causa mía…

Mi mayor consuelo mientras estuve enferma era recibir carta de Paulina. La leía y la releía hasta sabérmela de memoria… Un día, Madre querida, me mandaste un reloj de arena y una de mis muñecas vestida de carmelita. Es imposible decir la alegría que sentí… A mi tío no le gustó. Decía que, en vez de hacerme pensar en el Carmelo, habría que alejarlo de mi mente. Yo, por el contrario, pensaba que la esperanza de ser un día carmelita era lo único que me hacía vivir…

Me encantaba trabajar para Paulina. Le hacía pequeños trabajos en cartulina, y mi ocupación preferida era hacer coronas de margaritas y de miosotis para la Santísima Virgen. Estábamos en el mes de mayo. Toda la naturaleza se vestía de flores y respiraba alegría. Sólo la «florecita» languidecía y parecía marchita para siempre…
– ir a índice –

La sonrisa de la Virgen
Sin embargo, tenía un sol cerca de ella. Ese sol era la estatua milagrosa de la Santísima Virgen, que le había hablado por dos veces a mamá, y la florecita volvía muchas, muchas veces su corola hacia aquel astro bendito…

Un día vi que papá entraba en la habitación de María, donde yo estaba acostada, y, dándole varias monedas de oro con expresión muy triste, le dijo que escribiera a París y encargase unas misas a Nuestra Señora de las Victorias para que le curase a su pobre hijita. ¡Cómo me emocionó ver la fe y el amor de mi querido rey! [30rº] Hubiera deseado poder decirle que estaba curada, ¡pero le había dado ya tantas alegrías falsas! No eran mis deseos los que podían hacer ese milagro, pues la verdad es que para curarme se necesitaba un milagro…

Se necesitaba un milagro, y fue Nuestra Señora de las Victorias quien lo hizo.

Un domingo (durante el novenario de misas), María salió al jardín, dejándome con Leonia, que estaba leyendo al lado de la ventana.

Al cabo de unos minutos, me puse a llamar muy bajito: «Mamá… mamá». Leonia, acostumbrada a oírme llamar siempre así, no hizo caso. Aquello duró un largo rato. Entonces llamé más fuerte, y, por fin, volvió María. La vi perfectamente entrar, pero no podía decir que la reconociera, y seguí llamando, cada vez más fuerte: «Mamá…» Sufría mucho con aquella lucha violenta e inexplicable, y María sufría quizás todavía más que yo. Tras intentar inútilmente hacerme ver que estaba allí a mi lado, se puso de rodillas junto a mi cama con Leonia y Celina. Luego, volviéndose hacia la Santísima Virgen e invocándola con el fervor de una madre que pide la vida de su hija, María alcanzó lo que deseaba…

También la pobre Teresita, al no encontrar ninguna ayuda en la tierra, se había vuelto hacia su Madre del cielo, suplicándole con toda su alma que tuviese por fin piedad de ella…

De repente, la Santísima Virgen me pareció hermosa, tan hermosa, que yo nunca había visto nada tan bello. Su rostro respiraba una bondad y una ternura inefables. Pero lo que me caló hasta el fondo del alma fue la «encantadora sonrisa de la Santísima Virgen».

En aquel momento, todas mis penas se disiparon. Dos gruesas lágrimas brotaron de mis párpados y se deslizaron silenciosamente por mis mejillas, pero eran lágrimas de pura alegría… ¡La Santísima Virgen, pensé, me ha sonreído! ¡Qué feliz soy…! Sí, [30vº] pero no se lo diré nunca a nadie, porque entonces desaparecería mi felicidad.

Bajé los ojos sin esfuerzo y vi a María que me miraba con amor. Se la veía emocionada, y parecía sospechar la merced que la Santísima Virgen me había concedido… Precisamente a ella y a sus súplicas fervientes debía yo la gracia de las sonrisa de la Reina de los cielos. Al ver mi mirada fija en la Santísima Virgen, pensó: «¡Teresa está curada!» Sí, la florecita iba a renacer a la vida. El rayo luminoso que la había reanimado no iba ya a interrumpir sus favores. No actuó de golpe, sino que lentamente, suavemente fue levantando a su flor y la fortaleció de tal suerte, que cinco años más tarde abría sus pétalos en la montaña del Carmelo.

Como he dicho, María había adivinado que la Santísima Virgen me había concedido alguna gracia secreta. Así que, cuando me quedé a solas con ella, me preguntó qué había visto. No pude resistirme a sus tiernas e insistentes preguntas; y sorprendida de ver que mi secreto había sido descubierto sin que yo lo revelara, se lo confié enteramente a mi querida María…

Pero, ¡ay!, como lo había imaginado, mi dicha iba a desaparecer y a convertirse en amargura… El recuerdo de aquella gracia inefable que había recibido fue para mí, durante cuatro años, un verdadero sufrimiento del alma. Sólo volvería en encontrar mi dicha a los pies de Nuestra Señora de las Victorias, y entonces la recibí en toda su plenitud… Más adelante volveré a hablar de esta segunda gracia de la Santísima Virgen. Ahora quiero contarte, Madre mía, cómo mi dicha se convirtió en tristeza.

María, después de escuchar el ingenuo y sincero relato de «mi gracia», me pidió permiso para contarlo en el Carmelo, y no podía decirle que no….

En mi primera visita a ese Carmelo querido me sentí inundada de gozo al ver a mi Paulina vestida con el hábito de la Virgen. [31rº] Fue un momento muy dulce para las dos… Teníamos tantas cosas que decirnos, que a mí no me salía nada, me ahogaba de emoción…

La madre María de Gonzaga también estaba allí y me daba mil muestras de cariño. Vi también a otras hermanas, y delante de ellas me preguntaron por la gracia que había recibido, y [María] me preguntó si la Santísima Virgen llevaba al Niño Jesús, y si había mucha luz, etc.

Todas estas preguntas me turbaron y me hicieron sufrir. Yo no podía decir más que una cosa: «La Santísima Virgen me había parecido muy hermosa…, y la había visto sonreírme. Lo único que me había impresionado era su rostro.

Por eso, al ver que las carmelitas se imaginaban otra cosa muy distinta (mis sufrimientos del alma respecto a mi enfermedad ya había comenzado), me imaginé que había mentido…

Seguramente, si hubiera guardado mi secreto, habría conservado también mi felicidad. Pero la Santísima Virgen permitió este tormento para bien de mi alma. Sin él, tal vez hubiera tenido algún pensamiento de vanidad, mientras que, tocándome en suerte la humillación, no podía mirarme a mí misma sin un sentimiento de profundo horror…
¡Sólo en el cielo podré decir cuánto sufrí…!
– ir a índice –

Capítulo IV
Primera Comunión – en el colegio
(1883 – 1886)

Al hablar de las visitas a las carmelitas, me viene a la memoria la primera, que tuvo lugar poco después de la entrada de Paulina. Me olvidé de hablar de ella más arriba, pero hay un detalle que no quiero omitir.

La mañana del día en que debía ir al locutorio, reflexionando sola en la cama (pues era allí donde hacía yo mis meditaciones más profundas y donde, a diferencia de la esposa del Cantar de los Cantares, encontraba yo siempre a mi Amado), me preguntaba cómo me llamaría en el Carmelo. Sabía que había ya en él una sor Teresa de Jesús; sin embargo, no podían quitarme mi bonito nombre de Teresa. De pronto, pensé [31vº] en el Niño Jesús, a quien tanto quería, y me dije: «¡Cómo me gustaría llamarme Teresa del Niño Jesús!»

En el locutorio no dije nada del sueño que había tenido completamente despierta. Pero al preguntar la madre María de Gonzaga a las hermanas qué nombre me pondrían, se le ocurrió darme el nombre que yo había soñado… Me alegré enormemente, y aquella feliz coincidencia de pensamientos me pareció una delicadeza de mi Amado, el Niño Jesús.
– ir a índice –

Estampas y lecturas
Me he olvidado también de algunos pequeños detalles de ni niñez de antes de tu entrada en el Carmelo. No te he hablado de mi amor a las estampas y a la lectura… Y, sin embargo, a las preciosas estampas que tú me dabas como premio debo una de las más dulces alegrías y de las más fuertes impresiones que me han incitado a la práctica de la virtud… Me pasaba las horas muertas mirándolas. Por ejemplo, la «florecita del divino Prisionero» era tan sugestiva, que me quedaba ensimismada mirándola. Al ver que el nombre de Paulina estaba escrito al pie de la florecita, me hubiera gustado que el de Teresa estuviera también allí, y me ofrecía a Jesús para ser su florecita…

No sabía jugar, pero me gustaba mucho la lectura, y me hubiera pasado la vida leyendo. Afortunadamente tenía unos ángeles de la tierra que me elegían unos libros que, a la vez que me distraían, alimentaban mi espíritu y mi corazón. Además, no podía dedicar a la lectura más que un determinado tiempo, lo cual era para mí motivo de grandes sacrificios, pues muchas veces tenía que interrumpirla en lo más interesante de un pasaje…

Esta afición a la lectura duró hasta mi entrada en el Carmelo. Me sería imposible decir el número de libros que pasaron por mis manos; pero nunca permitió Dios que leyera ni uno sólo que pudiera hacerme daño. Es cierto que, al leer ciertos relatos caballerescos, no siempre percibía en un primer momento la realidad de la vida; pero pronto Dios me daba a [32rº] entender que la verdadera gloria es la que ha de durar para siempre y que para alcanzarla no es necesario hacer obras deslumbrantes, sino esconderse y practicar la virtud de manera que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha…

Así, al leer los relatos de las hazañas patrióticas de las heroínas francesas, y en especial las de la venerable JUANA DE ARCO, me venían grandes deseos de imitarlas. Me parecía sentir en mi interior el mismo ardor que las había animado a ellas y la misma inspiración celestial.

Por entonces recibí una gracia que siempre he considerado como una de las más grandes de mi vida, ya que en esa edad no recibía las luces de que ahora me veo inundada. Pensé que había nacido para la gloria, y, buscando la forma de alcanzarla, Dios me inspiró los sentimientos que acabo de escribir. Me hizo también comprender que mi gloria no brillaría ante los ojos de los mortales, sino que consistiría en ¡¡¡llegar a ser una gran santa…!!!

Este deseo podría parecer temerario, si se tiene en cuenta lo débil e imperfecta que yo era, y que aún soy después de siete años vividos en religión. No obstante, sigo teniendo la misma confianza audaz de llegar a ser una gran santa, pues no me apoyo en mis méritos -que no tengo ninguno-, sino en Aquel que es la Virtud y la Santidad mismas. Sólo él, contentándose con mis débiles esfuerzos, me elevará hasta él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará santa.

Yo no pensaba entonces que para llegar a la santidad había que sufrir mucho. Dios no tardó en mostrármelo, enviándome las pruebas que he contado antes…

Ahora he de reanudar mi relato en el punto en que lo había dejado.

Tres meses después de mi curación, papá nos llevó de viaje a Alençon. Era la primera vez que volvía allí, y fue muy grande mi alegría al volver a ver los parajes en los que había transcurrido ni niñez, [32vº] y sobre todo al poder rezar sobre la tumba de mamá y pedirle que me protegiera siempre…

Dios me concedió la gracia de no conocer el mundo, a no ser justo para despreciarlo y alejarme de él. Podría decir que durante mi estancia en Alençon fue cuando hice mi presentación en sociedad. Todo era alegría y felicidad en torno a mí. Me veía festejada, mimada, admirada. En una palabra, durante quince días mi vida sólo se vio sembrada de flores… Y confieso que aquella vida tenía sus encantos para mí. La Sabiduría tiene mucha razón cuando dice: «El hechizo de las bagatelas del mundo seduce hasta a las mentes sin malicia». A los diez años, el corazón se deja fácilmente deslumbrar. Por eso considero como una gracia muy grande el no haberme quedado en Alençon. Los amigos que teníamos allí eran demasiado mundanos y compaginaban demasiado las alegrías de la tierra con el servicio de Dios. No pensaban lo bastante en la muerte, y sin embargo la muerte ha venido a visitar a un gran número de personas a las que yo conocí, ¡¡¡jóvenes, ricas y felices!!! Me gusta volver con el pensamiento a los lugares encantadores donde vivieron, preguntarme dónde están, qué les queda hoy de los castillos y los parques donde las vi disfrutar de las comodidades de la vida… Y veo que todo es vanidad y aflicción de espíritu bajo el sol…, y que el único bien que vale la pena es amar a Dios con todo el corazón y ser pobres de espíritu aquí en la tierra…

Tal vez Jesús quiso mostrarme el mundo antes de hacerme la primera visita, para que eligiera más libremente el camino que iba a prometerle seguir.
– ir a índice –

Primera comunión
La época de mi primera comunión ha quedado grabada en mi corazón como un recuerdo sin nubes. Creo que no podía estar mejor preparada de lo que lo estuve, y mis sufrimientos del alma desaparecieron durante casi un año. Jesús quería darme a gustar la alegría más plena posible en este valle de lágrimas…

[33rº] ¿Recuerdas, Madre querida, el precioso librito que me preparaste tres meses antes de mi primera comunión…? Aquel librito me ayudó a preparar metódica y rápidamente mi corazón; pues si bien es cierto que ya lo venía preparando desde hacía mucho tiempo, era necesario darle un nuevo impulso, llenarlo de flores nuevas para que Jesús pudiese descansar a gusto en él…

Todos los días hacía un gran número de prácticas, que eran otras tantas flores. Decía también un número todavía mayor de jaculatorias, que tú me habías escrito para cada día en el librito, y esos actos de amor eran los capullos de las flores…

Todas las semanas tú me escribías una linda cartita, que me llenaba el alma de pensamientos profundos y me ayudaba a practicar la virtud. Aquella carta era un consuelo para tu pobre hijita, que hacía un sacrificio tan grande al aceptar que no fueras tú quien la preparara cada tarde en tu regazo, como lo habías hecho con Celina….

María reemplazó a Paulina. Me sentaba en su regazo y allí escuchaba con avidez lo que me decía. Creo que todo su corazón, tan grande y tan generoso, se volcaba en el mío. Como los grandes guerreros enseñan a sus hijos el oficio de las armas, así me hablaba ella de las luchas de la vida y de la palma que se entregará a los vencedores… María me hablaba también de las riquezas inmortales que podemos atesorar fácilmente cada día, y de la desgracia que sería pasar junto a ellas sin querer tomarse la molestia de extender la mano para cogerlas. Luego me enseñaba la forma de ser santa por la fidelidad en las cosas más pequeñas. Me dio la hojita «El renunciamiento», que yo meditaba con auténtico placer…

¡Y qué elocuente que era mi querida madrina! Me hubiera gustado no ser yo la única que escuchase sus profundas enseñanzas. Me llegaban tan a lo hondo, que, en mi ingenuidad, pensaba que hasta los más grandes pecadores se habrían conmovido como yo, y que, abandonando sus riquezas perecederas, sólo querrían ganar ya [33vº] las del cielo…

Hasta entonces, nadie me había enseñado todavía la forma de hacer oración, a pesar de que tenía muchas ganas. Pero María pensaba que era ya bastante piadosa, y no me dejaba hacer más que mis oraciones.

Un día, una de las profesoras de la Abadía me preguntó qué hacía los días libres cuando estaba sola. Yo le contesté que me metía en un espacio vacío que había detrás de mi cama y que podía cerrar fácilmente con la cortina, y que allí «pensaba». -¿Y en qué piensas?, me dijo. -Pienso, en Dios, en la vida…, en la ETERNIDAD, bueno, pienso… La religiosa se rió mucho de mí. Más tarde, le gustaba recordarme aquel tiempo en que yo pensaba, y me preguntaba si todavía seguía pensando… Ahora comprendo que, sin saberlo, hacía oración y que ya Dios me instruía en lo secreto.

Los tres meses de preparación pasaron rápidamente, y pronto tuve que entrar en ejercicios, y para ello hacerme pensionista interna y dormir en la Abadía.

Me resulta imposible expresar el dulce recuerdo que me dejaron estos ejercicios. Verdaderamente, si había sufrido mucho en el internado, la dicha inefable de aquellos pocos días pasados a la espera de Jesús me compensó abundantemente… No creo que se puedan saborear estas alegrías en otra parte que en las comunidades religiosas.

Como éramos pocas niñas, era fácil ocuparse de cada una en particular, y nuestras profesoras nos prodigaron en esos días unos cuidados verdaderamente maternales. De mí se ocupaban aún más que de las otras. Todas las noches, la primera profesora venía con su linternita a darme un beso en la cama y me demostraba un gran cariño. Una noche, ganada por su bondad, le dije que iba a confiarle un secreto; y sacando misteriosamente mi precioso librito de debajo de la almohada, se lo enseñé con los ojos resplandecientes de alegría…

Por la mañana, me resultaba muy divertido ver a todas las alumnas levantarse apenas nos despertaban [34rº], y hacer lo que todas. Pero yo no estaba acostumbrada a arreglarme sola, y María no estaba allí para rizarme el pelo. Así que tenía ir tímidamente a presentar mi peine a la profesora encargada del cuarto de tocador, la cual se reía al ver a una jovencita de once años que no sabía arreglarse por sí sola; pero me peinaba, aunque no con la delicadeza de María; sin embargo, no me atrevía a chillar, como hacía todos los días bajo la delicada mano de mi madrina…

Durante estos ejercicios pude comprobar que era una niña mimada y rodeada de cariño como pocas en el mundo, sobre todo entre las niñas huérfanas de madre… Todos los días, María y Leonia venían a verme con papá, que me colmaba de caricias. Así que no sufrí por estar lejos de la familia y no hubo nada que oscureciese el hermoso cielo de mis ejercicios.

Escuchaba con mucha atención las pláticas que nos daba el Sr. abate Domin, y hasta escribía un resumen de las mismas. En cuanto a mis propios pensamientos, no quise escribir ninguno, segura de que me acordaría bien de ellos, como así fue…

Me gustaba mucho ir con las religiosas a todos los oficios. Llamaba la atención entre mis compañeras por un gran crucifijo que me había regalado Leonia y que llevaba puesto en el cinturón como los misioneros. Aquel crucifijo despertaba la envidia de las religiosas, que pensaban que, al llevarlo, yo quería imitar a mi hermana la carmelita…

¡Y sí, hacia ella volaban mis pensamientos! Yo sabía que mi Paulina estaba de ejercicios como yo, no para que Jesús se entregase a ella, sino para entregarse ella a Jesús, y aquella soledad, pasada en la espera, me resultaba por eso doblemente grata…

Recuerdo que una mañana me habían llevado a la enfermería porque tosía mucho (desde mi enfermedad, las profesoras se preocupaban mucho por mi salud: por un ligero dolor de cabeza, o si me veían más pálida que de [34vº] costumbre, me mandaban ya a tomar el aire o a descansar en la enfermería). Vi entrar a mi Celina querida; había conseguido permiso para verme, a pesar de estar en ejercicios, para regalarme una estampa que me gustó mucho; era «La florecita del Divino Prisionero». ¡Cómo me gustó recibir este recuerdo de manos de Celina…! ¡Cuántos sentimientos de amor no me ha inspirado…!

La víspera del gran día recibí por segunda vez la absolución. La confesión general me dejó una gran paz en el alma, y Dios no permitió que viniera a turbarla ni la más ligera nube.

Por la tarde pedí perdón a toda la familia, que fue a verme, pero sólo pude hablar el lenguaje de las lágrimas, pues estaba demasiado emocionada… Paulina no estaba allí, pero sabía que estaba muy cerca de mí con el corazón. Me había mandado con María un preciosa estampa, que no me cansaba de admirar y de hacer admirar a todo el mundo…

Había escrito al P. Pichon para encomendarme a sus oraciones, y diciéndole también que pronto sería carmelita y que entonces él sería mi director espiritual. (Y así ocurrió efectivamente cuatro años más tarde, pues en el Carmelo pude abrirle mi alma…). María me entregó una carta suya. ¡Realmente, era feliz…! Todas las alegrías me llegaban juntas. Lo que más me gustó de su carta fue esta frase: «¡Mañana celebraré el santo sacrifico por ti y por Paulina!» El 8 de mayo Paulina y Teresa quedaron más unidas que nunca, pues Jesús parecía fundirlas en una, inundándolas de sus gracias…

Finamente llegó el más hermoso de los días. ¡Qué inefables recuerdos han dejado en mi alma hasta los más pequeños detalles de esta jornada de cielo…! El gozoso despertar de la aurora, los besos respetuosos y tiernos de las profesoras y de las [35rº] compañeras mayores… La gran sala repleta de copos de nieve, con los que nos iban vistiendo a las niñas una tras otra. Y sobre todo, la entrada en la capilla y el precioso canto matinal «¡Oh altar sagrado, que rodean los ángeles!»

Pero no quiero entrar en detalles. Hay cosas que si se exponen al aire pierden su perfume, y hay sentimientos del alma que no pueden traducirse al lenguaje de la tierra sin que pierdan su sentido íntimo y celestial. Son como aquella «piedra blanca que se dará al vencedor, en la que hay escrito un nombre nuevo que sólo conoce el que la recibe».

¡Qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi alma…! Fue un beso de amor. Me sentía amada, y decía a mi vez: «Te amo y me entrego a ti para siempre».

No hubo preguntas, ni luchas, ni sacrificios. Desde hacía mucho tiempo, Jesús y la pobre Teresita se habían mirado y se habían comprendido… Aquel día no fue ya una mirada, sino una fusión. Ya no eran dos: Teresa había desaparecido como la gota de agua que se pierde en medio del océano. Sólo quedaba Jesús, él era el dueño, el rey. ¿No le había pedido Teresa que le quitara su libertad, pues su libertad le daba miedo? ¡Se sentía tan débil, tan frágil, que quería unirse para siempre a la Fuerza divina…!

Su alegría era demasiado grande y demasiado profunda para poder contenerla. Pronto la inundaron lágrimas deliciosas, con gran asombro de sus compañeras, que más tarde comentaban entre ellas: «-¿Por qué lloraba? ¿Habría algo que la atormentaba? -No, sería porque no tenía a su madre a su lado, o a su hermana la carmelita a la que tanto quiere». No comprendían que cuando toda la alegría del cielo baja a un corazón, este corazón desterrado no puede soportarlo sin deshacerse en lágrimas…

No, el día de mi primera comunión, no me entristecía la ausencia de mamá: ¿no estaba el cielo [35vº] dentro de mi alma, y no ocupaba en él un lugar mi mamá desde hacía mucho tiempo? Entonces, al recibir la visita de Jesús, recibía también la de mi madre querida, que me bendecía y se alegraba de mi felicidad…

Y no lloraba tampoco la ausencia de Paulina. Qué duda cabe que me habría encantado verla a mi lado, pero hacía mucho tiempo que había aceptado ese sacrificio. Aquel día, sólo la alegría llenaba mi corazón; y yo me unía a mi Paulina, que se estaba entregando de manera irrevocable a Quien tan amorosamente se entregaba a mí…

Por la tarde, fui yo la encargada de pronunciar el acto de consagración a la Santísima Virgen. Era justo que yo, que había sido privada tan joven de la madre de la tierra, hablase en nombre de mis compañeras a mi Madre del cielo. Puse toda mi alma al hablarle y al consagrarme a ella, como una niña que se arroja en los brazos de su Madre y le pide que vele por ella. Y creo que la Santísima Virgen debió de mirar a su florecita y sonreírle. ¿No la había curado ella con su sonrisa visible…? ¿No había ella depositado en el cáliz de su florecita a su Jesús, la Flor de los campos y el Lirio de los valles…?

Al atardecer de aquel hermoso día, volví a encontrarme con mi familia de la tierra. Ya por la mañana, después de Misa, había abrazado a papá y a todos mis queridos parientes. Pero ahora fue la verdadera reunión. Papá, tomando de la mano a su reinecita, se dirigió al Carmelo… Allí vi a mi Paulina, convertida en esposa de Cristo. La vi con su velo, blanco como el mío, y con su corona de rosas… ¡Fue una alegría sin amarguras! ¡Esperaba reunirme pronto con ella, y esperar juntas el cielo!

No fui insensible a la fiesta de familia que tuvo lugar en aquel atardecer de mi primera comunión. El precioso reloj que me regaló mi rey me gustó muchísimo. Pero mi alegría era serena, y nada vino a turbar mi paz interior.

María me acostó con ella la noche que siguió a aquel hermoso día, pues a los días más radiantes les sigue la oscuridad, y sólo el día de la primera, de la única, [36rº] de la eterna comunión del cielo será un día sin ocaso…

El día siguiente a mi primera comunión fue también un día hermoso, pero estuvo teñido de melancolía. Ni el precioso vestido que María me había comprado, ni todos los regalos que había recibido me llenaban el corazón. Sólo Jesús podía saciarme. Ansiaba el momento de poder recibirle por segunda vez.

Aproximadamente un mes después de mi primera comunión, fui a confesarme para la fiesta de la Ascensión, y me atreví a pedir permiso para comulgar. Contra toda esperanza, el Sr. abate me lo concedió, y tuve la dicha de arrodillarme a la Sagrada Mesa entre papá y María. ¡Qué dulce recuerdo he conservado de esta segunda visita de Jesús! De nuevo corrieron las lágrimas con inefable dulzura. Me repetía a mí misma sin cesar estas palabras de san Pablo: «Ya no vivo yo, ¡es Jesús quien vive en mí…!»

A partir de esta comunión, se fue haciendo cada vez mayor mi deseo de recibir al Señor. Obtuve permiso para comulgar en todas las fiestas importantes. La víspera de estos días dichosos, María me ponía al atardecer en su regazo y me preparaba como lo había hecho para mi primera comunión. Recuerdo que una vez me habló del sufrimiento, diciéndome que probablemente yo no transitaría por ese camino, sino que Dios me llevaría siempre como a una niña…

Al día siguiente, después de comulgar, me volvieron a la memoria las palabras de María. Y sentí nacer en mi corazón un gran deseo de sufrir, y, al mismo tiempo, la íntima convicción que Jesús me tenía reservado un gran número de cruces. Y me sentí inundada de tan grandes consuelos, que los considero como una de las mayores gracias de mi vida.

El sufrimiento se convirtió en mi sueño dorado. Tenía un hechizo que me fascinaba, aun sin acabar de conocerlo. Hasta entonces, había sufrido sin amar el sufrimiento; a partir de ese día, sentí por él [36vº] un verdadero amor.

Sentía también el deseo de no amar más que a Dios y de no hallar alegría fuera de él. Con frecuencia, durante las comuniones, le repetía estas palabras de la Imitación: «¡Oh, Jesús, dulzura infinita, cámbiame en amargura todos los consuelos de la tierra…!» Esta oración brotaba de mis labios sin esfuerzo y sin dificultad alguna. Me parecía repetirla, no por propia voluntad, sino como una niña que repite las palabras que le inspira un amigo…

Más adelante te diré, Madre querida, cómo tuvo a bien Jesús hacer realidad mi deseo y cómo sólo él fue siempre mi dulzura inefable. Si te hablase de ello ahora, tendría que anticipar el relato de mis años de juventud, y aún me quedan por contar muchos detalles de mi vida de niña.
– ir a índice –

Confirmación
Poco después de mi primera comunión entré de nuevo en ejercicios espirituales para la confirmación. Me preparé con gran esmero para recibir la visita del Espíritu Santo. No entendía cómo no se cuidaba mucho la recepción de este sacramento de amor. Normalmente, para la confirmación sólo se hacía un día de retiro. Pero como Monseñor no pudo venir para el día fijado, tuve el consuelo de pasar dos días de soledad. Para distraernos, la profesora nos llevó al Monte Casino, donde cogí a manos llenas margaritas gigantes para la fiesta del Corpus.

¡Qué gozo sentía en el alma! Al igual que los apóstoles, esperaba jubilosa la visita del Espíritu Santo… Me alegraba al pensar que pronto sería una cristiana perfecta, y, sobre todo, que iba a llevar eternamente marcada en la frente la cruz misteriosa que traza el obispo al administrar este sacramento…

Por fin, llego el momento feliz. No sentí ningún viento impetuoso al descender el Espíritu Santo, sino más bien aquella brisa tenue cuyo susurro escuchó Elías en el monte Horeb…

Aquel día recibí la fortaleza para sufrir, ya que pronto iba a comenzar el martirio de mi alma…

[37rº] Mi Leonia querida fue la madrina, y estaba tan emocionada, que no dejó de llorar durante toda la ceremonia. Recibió conmigo la sagrada comunión, pues aquel día feliz tuve la dicha de volver a unirme a Jesús.

Pasadas estas fiestas deliciosas e inolvidables, mi vida volvió a la normalidad; es decir, tuve que reanudar la vida de pensionista, que tan penosa me resultaba.

Aquellos días que rodearon mi primera comunión, me gustaba convivir con las niñas de mi edad, todas ellas llenas de buena voluntad y decididas, como yo, a tomar en serio la práctica de la virtud. Pero ahora tenía que volver a ponerme en contacto con alumnas muy diferentes, disipadas, que no querían guardar el reglamento, y eso me hacía muy desgraciada.

Yo era de carácter alegre, pero no sabía jugar a los juegos de las niñas de mi edad. Muchas veces, en el recreo, me apoyaba en un árbol y desde allí contemplaba el espectáculo sumida en profundas reflexiones.

Había inventado un juego que me gustaba mucho. Consistía en enterrar a los pobres pajaritos que encontrábamos muertos bajo los árboles. Muchas alumnas se animaron a ayudarme, de forma que nuestro cementerio quedó muy bonito, todo plantado de árboles y flores proporcionados al tamaño de nuestros pajaritos.

También me gustaba contar historietas que yo misma inventaba a medida que me iban viniendo a la imaginación. Entonces mis compañeras me rodeaban presurosas, y a veces algunas de las mayores se unían al grupo de las oyentes. Una misma historia solía durar varios días, pues me gustaba hacerla cada vez más interesante a medida que iba viendo en los rostros de mis compañeras la impresión que producía. Pero la profesora no tardó en prohibirme ese oficio de orador, pues quería vernos jugar y correr, en lugar de discurrir…

Retenía con facilidad el sentido de lo que estudiaba, pero me costaba trabajo aprender de memoria. Por eso, el año que precedió a mi primera comunión, pedía [37vº] permiso casi todos los días para estudiar el catecismo durante el recreo. Mi esfuerzos se vieron coronados por el éxito, y fui siempre la primera. Si, por casualidad, perdía ese puesto por una sola palabra que hubiera olvidado, mi dolor se exteriorizaba en lágrimas amargas que el Sr. abate Domin no sabía cómo calmar… Estaba muy contento de mí (excepto cuando lloraba) y me llamaba su doctorcito, debido a mi nombre de Teresa.

Una vez, la alumna que me seguía no supo hacer a su compañera la pregunta del catecismo. El Sr. abate preguntó en vano a toda la fila de alumnas, hasta llegar a mí, y entonces dijo que quería ver si merecía el primer puesto. Yo, en mi profunda humildad, no deseaba otra cosa, y, levantándome, muy segura de mí misma, contesté a lo que se me preguntaba sin cometer ni un solo error, con gran asombro de toda la clase…

Mi interés por el catecismo continuó, después de mi primera comunión, hasta que salí del internado.

Me iba muy bien en los estudios y era casi siempre la primera. En lo que más descollaba era en historia y en redacción. Todas mis profesoras me tenían por una alumna muy inteligente. Pero no sucedía lo mismo en casa de mi tío, donde pasaba por ser una pequeña ignorante, buena y dulce, sí, pero poco capaz y torpe…

No me extraña esa opinión que mis tíos tenían de mí, y que sin duda aún siguen teniendo, pues apenas hablaba y era muy tímida, y cuando escribía, mi letra de gato y mi ortografía, que no es más que normalita, no eran para entusiasmar a nadie…

Verdad es que las pequeñas labores de costura, de bordado y otras por el estilo se me daban bien y a gusto de mis profesoras. Pero la manera torpe y desmañada de sujetar la labor justificaba la opinión poco favorable que tenían de mí.

Todo esto lo considero como una gracia, pues Dios, que quería mi corazón [38rº] sólo para él, escuchaba ya mi súplica, «cambiándome en amargura todos los consuelos de la tierra». Y, por cierto, que tenía una gran necesidad de ello, pues no era precisamente insensible a los elogios. Con bastante frecuencia alababan delante de mí la inteligencia de las demás, pero nunca la mía, por lo que llegué a la conclusión de que no era inteligente, y me resigné a no serlo…

Mi corazón sensible y cariñoso se hubiera entregado fácilmente si hubiera encontrado un corazón capaz de comprenderlo.

Intenté trabar amistad con algunas niñas de mi edad, sobre todo con dos de ellas. Yo las quería, y también ellas me querían a mí en la medida en que podían. Pero, ¡¡¡ay, qué raquítico y voluble es el corazón de las criaturas…!!! Pronto comprobé que mi amor no era correspondido. Una de mis amigas tuvo que irse a su casa, y regresó pocos meses después. Durante su ausencia, yo la había recordado y había guardado cuidadosamente un pequeña sortija que me había regalado. Al ver de nuevo a mi compañera, me alegré mucho, pero, ¡ay!, sólo logré de ella una mirada indiferente… Mi amor no era comprendido. Lo sentí mucho, y no quise mendigar un cariño que me negaban. Pero Dios me ha dado un corazón tan fiel, que cuando ama a alguien limpiamente, lo ama para siempre; por eso, seguí rezando por mi compañera y aún la sigo queriendo…

Al ver que Celina se había encariñado de una de nuestras profesoras, yo quise imitarla; pero como no sabía ganarme la simpatía de las criaturas, no pude conseguirlo.

¡Feliz ignorancia, que me ha librado de tantos males…! ¡Cómo le agradezco a Jesús que no me haya hecho encontrar más que «amargura en las amistades de la tierra»! Con un corazón como el mío, me habría dejado atrapar y cortar las alas, y entonces ¿cómo hubiera podido «volar y hallar reposo»? ¿Cómo va a poder unirse íntimamente a Dios un corazón entregado al afecto de las criaturas? … Pienso que es imposible. Aunque no he llegado a beber de la copa emponzoñada [38vº] del amor demasiado ardiente de las criaturas, sé que no me equivoco. ¡He visto a tantas almas volar como pobres mariposas y quemarse las alas, seducidas por esta luz engañosa, y luego volver a la verdadera, a la dulce luz del amor, que les daba nuevas alas, más brillantes y más ligeras, para poder volar hacia Jesús, ese Fuego divino «que arde sin consumirse»!

¡Sí, lo sé! Jesús me veía demasiado débil para exponerme a la tentación. Tal vez me hubiera dejado quemar toda entera por esa luz engañosa, si la hubiera visto brillar ante mis ojos… Pero no fue así. Yo sólo he encontrado amargura donde otras almas más fuertes encuentran alegría y se desasen de ella por fidelidad.

No tengo, pues, ningún mérito por no haberme entregado al amor de las criaturas, ya que sólo la misericordia de Dios me preservó de hacerlo… Reconozco que, sin El, habría podido caer tan bajo como santa María Magdalena, y las profundas palabras de Nuestro Señor a Simón resuenan con gran dulzura en mi alma… Lo sé muy bien: «Al que poco se le perdona, poco ama». Pero sé también que a mí Jesús me ha perdonado mucho más que a santa María Magdalena, pues me ha perdonado por adelantado, impidiéndome caer.

¡Cómo me gustaría saber explicar lo que pienso…! Voy a poner un ejemplo.

Supongamos que el hijo de un doctor muy competente encuentra en su camino una piedra que le hace caer, y que en la caída se rompe un miembro. Su padre acude enseguida, lo levanta con amor y cura sus heridas, valiéndose para ello de todos los recursos de su ciencia; y pronto su hijo, completamente curado, le demuestra su gratitud. ¡Qué duda cabe de que a ese hijo le sobran motivos para amar a su padre!

Pero voy a hacer otra suposición. El padre, sabiendo que en el camino de su hijo hay una piedra, se apresura a ir antes que él y la retira (sin que nadie lo vea). Ciertamente que el hijo, [39rº] objeto de la ternura previsora de su padre, si DESCONOCE la desgracia de que su padre lo ha librado, no le manifestará su gratitud y le amará menos que si lo hubiese curado… Pero si llega a saber el peligro del que acaba de librarse, ¿no lo amará todavía mucho más?

Pues bien, yo soy esa hija, objeto del amor previsor de un Padre que no ha enviado a su Verbo a rescatar a los justos sino a los pecadores. El quiere que yo le ame porque me ha perdonado, no mucho, sino todo. No ha esperado a que yo le ame mucho, como santa María Magdalena, sino que ha querido que YO SEPA hasta qué punto él me ha amado a mí, con un amor de admirable prevención, para que ahora yo le ame a él ¡con locura…!

He oído decir que no se ha encontrado todavía un alma pura que haya amado más que un alma arrepentida. ¡Cómo me gustaría desmentir esas palabras…!
– ir a índice –

Enfermedad de los escrúpulos
Veo que me he alejado mucho del tema, así que me apresuro a volver a él.

El año que siguió a mi primera comunión transcurrió, casi todo él, sin pruebas interiores para mi alma. Pero durante el retiro para la segunda comunión me vi asaltada por la terrible enfermedad de los escrúpulos… Hay que pasar por ese martirio para saber lo que es. ¡Imposible decir lo que sufrí durante un año y medio…! Todos mis pensamientos y mis acciones, aun los más sencillos, se me convertían en motivo de turbación. La única forma de recobrar la paz era contárselo a María, lo cual me costaba mucho, pues me creía obligada a decirle hasta los pensamientos extravagantes que tenía acerca de ella misma. En cuanto soltaba mi carga, disfrutaba por un momento de paz; pero esa paz pasaba como un relámpago, y enseguida volvía a comenzar mi martirio.

¡Cuánta paciencia tuvo que tener mi querida María para escucharme [39vo] sin dar nunca muestras de cansancio…!

Apenas volvía de la Abadía, ya se ponía a rizarme el pelo para el día siguiente (pues, para dar gusto a papá, la reinecita llevaba todos los días el pelo rizado, con gran admiración de sus compañeras, y especialmente de las profesoras, que no veían a niñas tan bien atendidas por sus padres). Durante la sesión, yo no dejaba de llorar, contando todos mis escrúpulos.

Al terminar el año, Celina terminó sus estudios y regresó a casa. Y la pobre Teresa, que tuvo que volver sola al colegio, no tardó en caer enferma. El único atractivo que la retenía en el internado era vivir con su inseparable Celina; sin ella, «su hijita» ya no podía seguir allí…
– ir a índice –

Señora de Papinau
Salí, pues, de la Abadía a la edad de 13 años, y continué mi educación recibiendo varias clases a la semana en casa de la «Sra. de Papinau». Era una persona muy buena, y muy culta, pero con ciertos aires de solterona. Vivía con su madre, y era una maravilla ver las buenas migas que hacían las tres (pues la gata era también de la familia, y yo tenía que soportar que ronronease sobre mis cuadernos, e incluso admirar su linda figura).

Tenía la ventaja de vivir en la intimidad de la familia. Como los Buissonnets quedaban demasiado lejos para las piernas ya un poco viejas de mi profesora, había pedido que fuera yo a su casa para las clases.

Cuando llegaba, normalmente no encontraba más que a la anciana señora de Cochain, que me miraba «con sus grandes ojos claros» y luego llamaba con voz serena y juiciosa: «¡Señora de Papinau…, la se…ñorita Te…resa está aquí…!» Su hija le contestaba inmediatamente, con voz infantil: «Ya voy, mamá». Y luego empezaba la clase.

Estas clases tenían también la ventaja (además de la instrucción que en ellas recibía) de hacerme conocer el mundo… ¡Quién lo hubiera creído…! En aquella sala, amueblada a la antigua, yo asistía con frecuencia, rodeada de libros y de cuadernos, [40rº] a visitas de toda índole: sacerdotes, señoras, señoritas, etc. La señora de Cochain llevaba la batuta de la conversación todo lo que podía, para que su hija pudiera darme la clase; pero esos días no aprendía apenas nada: con la nariz encima del libro, escuchaba todo lo que decían, e incluso lo que más me valiera no haber escuchado, pues la vanidad se desliza muy fácilmente en el corazón… Una señora decía que yo tenía un pelo precioso; otra, al despedirse, creyendo que yo no la oía, preguntaba quién era aquella muchacha tan bonita. Y esas palabras, tanto más halagadoras cuanto que no se decían delante de mí, dejaban en mi alma una sensación de placer que me demostraba a las claras lo llena de amor propio que yo estaba.

¡Qué lástima me dan las almas que se pierden…! Es tan fácil extraviarse por los senderos floridos del mundo… Ciertamente, para un alma un tanto elevada, la dulzura que él ofrece va mezclada de amargura, y el vacío inmenso de los deseos nunca podrá llenarse con las alabanzas de un instante… Pero si mi corazón no se hubiese elevado hacia Dios desde su primer despertar, si el mundo me hubiese sonreído desde mi entrada en la vida, ¿qué habría sido de mí…?

¡Madre querida, con cuánta gratitud canto las misericordias del Señor…! ¿No me retiró él del mundo, según las palabras de la Sabiduría, «antes que la malicia pervirtiera mi conciencia y que la perfidia sedujera mi alma…»?

También la Santísima Virgen velaba por su florecita, y no queriendo que se marchitase al contacto con las cosas de la tierra, se la llevó a su montaña antes de que se abriese su corola… Mientras esperaba la llegada de ese momento feliz, Teresita iba creciendo en el amor a su Madre del cielo, y para demostrarle ese amor hizo algo que le costó mucho y que voy a contar en pocas palabras a pesar de su extensión.
– ir a índice –

Hija de María
[40vº] Casi inmediatamente después de mi entrada en la Abadía, ingresé en la Congregación de los Santos Ángeles. Me gustaban mucho los ejercicios de devoción que en ella se prescribían, pues sentía una especial inclinación a invocar a los bienaventurados espíritus celestiales, y en particular al que Dios me dio para que fuera el compañero de mi destierro .

Poco tiempo después de mi primera comunión, la banda de aspirante a las Hijas de María sustituyó a la de los Santos Ángeles, pero abandoné la Abadía sin haber sido recibida en esa congregación de la Santísima Virgen. Como salí antes de terminar los estudios, no se me permitía entrar en ella como antigua alumna. Confieso que ese privilegio no me atraía demasiado; pero pensando que todas mis hermanas habían sido «hijas de María», no quería ser menos hija que ellas de mi Madre del cielo, y fui muy humildemente (a pesar de lo mucho que costaba) a pedir permiso para ingresar en la congregación de la Santísima Virgen, en la Abadía. La primera profesora no quiso negármelo, pero me puso como condición que tenía que venir al colegio dos días a la semana , por la tarde, para demostrar que era digna de ser admitida.

Este permiso, lejos de agradarme, me costó enormemente. Yo no tenía, como las demás alumnas, una profesora amiga con quien poder ir a pasar el tiempo. Así es que me conformaba con ir a saludar a la profesora, y luego trabajaba en silencio hasta que terminaba la clase de labores. Nadie se fijaba en mí. Así que subía a la tribuna de la capilla y me estaba allí delante del Santísimo hasta que papá venía a buscarme.

Este era mi único consuelo. ¿No era, acaso, Jesús mi único amigo…? No sabía hablar con nadie más que con él. Las conversaciones con las criaturas, incluso las conversaciones piadosas, me cansaban el alma… Sentía que vale más hablar con Dios que [41rº] hablar de Dios, ¡pues se suele mezclar tanto amor propio en las conversaciones espirituales…!

¡Sólo por la Santísima Virgen iba a la Abadía…!

A veces me sentía sola, muy sola. Como en los días de mi vida de internado, cuando me paseaba triste y enferma por el enorme patio, yo repetía siempre estas palabras, que hacían renacer siempre la paz y la fuerza en mi corazón: «La vida es tu navío, no tu morada». Cuando era pequeñita, estas palabras me levantaban la moral. Y todavía hoy, a pesar de los años, que hacen que desaparezcan tantos sentimientos de piedad infantil, la imagen del navío sigue cautivando mi alma y la ayuda a soportar el destierro… ¿No dice la Sabiduría que la vida es «como nave que surca las aguas agitadas sin dejar rastro alguno de su travesía…?»

Cuando pienso en estas cosas, mi alma se abisma en el infinito y me parece estar tocando ya las riberas eternas… Me parece estar ya recibiendo el abrazo de Jesús… Creo ver a mi Madre del cielo salirme al encuentro con papá…, con mamá… y con los cuatro angelitos… Creo estar gozando, por fin, para siempre de la verdadera, de la única vida de familia…
– ir a índice –

Nuevas separaciones
Pero antes de ver a la familia reunida en el hogar paterno del cielo, tenía que sufrir aún muchas separaciones.

El mismo año en que fui recibida como hija de la Santísima Virgen, ésta me arrebató a mi querida María, el único sostén de mi alma… María era quien me guiaba, quien me consolaba, quien me ayudaba a practicar la virtud, ella era mi único oráculo. Es cierto que Paulina ocupaba un lugar privilegiado en mi corazón, pero Paulina estaba lejos, muy lejos de mí… Me había costado un verdadero martirio acostumbrarme a vivir sin ella, a ver interpuestos entre ella y yo unos muros infran[41vº]queables, pero al fin había acabado por aceptar la triste realidad: había perdido a Paulina, casi como si se hubiera muerto. Ella me seguía queriendo, sí, y rezaba por mí; pero a mis ojos, mi Paulina querida se había convertido en una santa que ya no sabía de las cosas de la tierra, y las miserias de su pobre Teresa, si las conociera, le extrañarían y la llevarían a no quererla tanto… Además, aunque hubiera querido confiarle mis secretos, como en los Buissonnets, no hubiera podido hacerlo, pues las visitas en el locutorio eran sólo para María. Celina y yo no teníamos permiso para entrar más que al final, y justo el tiempo para que se nos oprimiese el corazón…

Por eso, no tenía en realidad más que a María, que me era, por así decirlo, indispensable. Sólo a ella le contaba mis escrúpulos; y la obedecía tan ciegamente, que mi confesor nunca llegó a conocer mi vergonzosa enfermedad: yo sólo le decía el número de pecados que María me permitía confesar, ni uno mas. Así que podría haber pasado por el alma menos escrupulosa del mundo, a pesar de serlo en sumo grado.

María sabía, pues, todo lo que pasaba en mi alma y conocía también mis deseos del Carmelo; y yo la quería tanto, que no podía vivir sin ella. Todos los años, nuestra tía nos invitaba a ir, turnándonos, a su casa de Trouville. A mí me gustaba mucho ir, pero con María; cuando no la tenía a mi lado, me aburría mucho.

Una vez, sin embargo, me lo pasé bien en Trouville. Fue el año en que papá realizó el viaje a Constantinopla. Para distraernos un poco (pues estábamos muy tristes porque papá estaba tan lejos), María nos mandó a Celina y a mí a pasar quince días en la playa. Yo me divertí mucho, porque tenía conmigo a Celina. Nuestra tía nos daba todos los gustos posibles: paseos en burro, pesca de agujas, etc.

Yo era todavía muy niña [42rº], a pesar de mis doce años y medio. Me acuerdo de la alegría que sentí cuando me puse las preciosas cintas azules que mi tía me regaló para el pelo; y también me acuerdo que me confesé en Trouville de esa complacencia infantil, que me parecía pecado…

Una noche, tuve una experiencia que me abrió mucho los ojos. María (Guérin), que casi siempre estaba enferma, lloriqueaba con frecuencia, y entonces mi tía la mimaba y le prodigaba los nombres más tiernos, sin que por eso mi querida primita dejase de lloriquear y de quejarse de que le dolía la cabeza. Yo, que tenía también casi todos los días dolor de cabeza, y no me quejaba, quise una noche imitar a María y me puse a lloriquear echada en un sillón, en un rincón de la sala. Enseguida Juana y mi tía vinieron solícitas a mi lado, preguntándome qué tenía. Yo les contesté, como María: «Me duele la cabeza». Pero al parecer eso de quejarme no se me daba bien, pues no puede convencerlas de que fuese el dolor de cabeza lo que me hacía llorar. En lugar de mimarme, me hablaron como a una persona mayor y Juana me reprochó el que no tuviera confianza con mi tía, pues pensaba que lo que yo tenía era un problema de conciencia… En fin, salí sin más daño que el haber trabajado en balde y muy decidida a no volver a imitar nunca a los demás, y comprendí la fábula de «El asno y el perrito». Yo era como el asno, que, viendo las caricias que le hacían al perrito, fue a poner su pesada pata sobre la mesa para recibir también él su ración de besos. Pero, ¡ay!, si no recibí palos, como el pobre animal, recibí realmente el pago que me merecía, y la lección me curó para toda la vida del deseo de atraer sobre mí la atención de los demás. ¡El único intento que hice para ello me costó demasiado caro…!

Al año siguiente, que fue el de la partida de mi querida madrina, nuestra tía me volvió a invitar, pero en esta ocasión a mí sola, y me encontré tan perdida y tan fuera de lugar, que al [42vº] cabo de dos o tres días caí enferma y tuvieron que llevarme de vuelta a Lisieux. La enfermedad, que temían que fuese grave, no era más que nostalgia de los Buissonnets, y apenas puse los pies en ellos me curé …

Bien, pues a esa niña iba Dios a arrebatarle el único apoyo que la ataba a la vida…

En cuanto supe la decisión de María, tomé la resolución de no volver a apegar mi corazón a nada en la tierra…

Después de salir del internado, me había instalado en el cuarto de pintura de Paulina y lo había arreglado a mi gusto. Era una verdadera leonera, una mezcla de objetos de piedad y curiosidades, un jardín y una pajarera…

Así, por ejemplo, en el fondo destacaba sobre la pared una gran cruz de madera negra, sin Cristo, y unos dibujos que me gustaban. En otra pared, una cesta adornada con muselina y con cintas de color rosa con hierbas finas y flores. Finalmente, en la otra pared, campeaba el retrato de Paulina a los diez años. Y bajo este retrato tenía una mesa sobre la que estaba colocada una gran jaula en la que había encerrados un gran número de pájaros cuyo gorjeo melodioso aturdía a los visitantes, pero no a su amita, que los quería mucho…

Tenía también el «mueblecito blanco», repleto de mis libros de texto, cuadernos, etc.; y sobre este mueble tenía colocada una estatua de la Santísima Virgen con floreros siempre llenos de flores naturales y con candeleros; y, todo alrededor, una gran cantidad de imagencitas de santos y santas, cestitas de conchas, cajas de cartulina, etc. Por último, delante de la ventana, mi jardín colgante, en el que cuidaba macetas (con las flores más raras que lograba encontrar). Tenía también, en el interior de «mi museo», una jardinera, en la que ponía mi planta favorita…

Frente a la [43rº] ventana, estaba colocada la mesa, cubierta con un tapete verde, y sobre el tapete, en el medio, tenía puesto un reloj de arena, una imagencita de san José, un portarrelojes, cestas de flores, un tintero, etc. … Algunas sillas rotas y la preciosa cuna de muñecas de Paulina completaban mi ajuar.

Realmente, esta pobre buhardilla era un mundo para mí, y, como el Sr. de Maistre, también yo podría componer un libro titulado «Paseo alrededor de mi cuarto». En esta habitación me gustaba pasarme horas enteras, estudiando y meditando ante el hermoso panorama que se abría ante mis ojos…

Al conocer la partida de María, mi cuarto perdió para mí todo su encanto. No quería separarme ni un solo instante de la hermana querida que pronto iba a levantar el vuelo… ¡Cuántos actos de paciencia le hice practicar! Cada vez que pasaba ante la puerta de su habitación, llamaba hasta que me abría y la besaba con toda el alma; quería hacer provisión de besos para todo el tiempo que iba a verme privada de ellos.

Un mes antes de su entrada en el Carmelo, papá nos llevó a Alençon, pero este viaje estuvo muy lejos de parecerse al primero: todo fue para mí tristeza y amargura. Imposible decir cuántas lágrimas lloré sobre la tumba de mamá porque me había olvidado de llevar un ramillete de acianos que había cogido para ella.

Verdaderamente, en todo encontraba motivos para sufrir. Todo lo contrario que ahora, pues Dios me concede la gracia de no abatirme por nada pasajero. Cuando me acuerdo del pasado, mi alma desborda de gratitud al ver los favores que he recibido del cielo. Se ha operado en mí tal cambio, que estoy desconocida… Verdad es que deseaba alcanzar la gracia «de tener un dominio absoluto sobre mis acciones, de ser su dueña y no su esclava». [43vº] Estas palabras de la Imitación me llegaban muy a lo hondo, pero, por así decirlo, tenía que comprar con mis deseos esta gracia inestimable. No era todavía más que una niña que no parecía tener otra voluntad que la de los demás, lo cual hacía decir a la gente de Alençon que era débil de carácter…

Fue durante este viaje cuando Leonia entró a prueba en las clarisas. A mí me dolió su extraña entrada, pues la quería mucho y no pude darle un abrazo antes de que se fuera.

Nunca olvidaré la bondad y la confusión de nuestro pobre papaíto cuando vino a comunicarnos que Leonia vestía ya el hábito de clarisa… A él, igual que a nosotras, le parecía una cosa muy rara, pero no quería decir nada al ver lo disgustada que estaba María. Nos llevó al convento y allí sentí una congoja como nunca la había sentido a la vista de un monasterio. Me produjo el efecto contrario al del Carmelo, donde todo me dilataba el alma… Tampoco me entusiasmó más la vista de las religiosas, y no sentí la menor tentación de quedarme con ellas.

No obstante, nuestra pobre Leonia estaba muy guapa con su nuevo traje. Nos dijo que la miráramos bien a los ojos, pues ya no volveríamos a verlos (las clarisas no se dejan ver más que con los ojos bajos). Pero Dios se conformó con dos meses de sacrificio, y Leonia volvió a enseñarnos sus ojos azules, muy a menudo bañados en lágrimas…

Al dejar Alençon, yo pensé que Leonia se quedaría con las clarisas, por lo que me alejé de la triste calle de la Media Luna con el corazón muy apenado. Ya no quedábamos más que tres, y pronto nuestra querida María nos iba también a dejar…

¡El 15 de octubre fue el día de la separación! De la alegre y numerosa familia de los Buissonnets ya sólo quedaban las dos últimas hijas… Las palomas habían huido del nido paterno, y las que aún quedaban hubiesen querido volar tras ellas, pero sus alas [44rº] eran aún demasiado débiles para que pudieran levantar el vuelo…

Dios, que quería llamar hacia sí a la más pequeña y más débil de todas, se apresuró a hacerle crecer las alas. El, que se complace en mostrar su bondad y su poder sirviéndose de los instrumentos menos dignos, quiso llamarme a mí antes que a Celina, que sin duda merecía más que yo este favor. Pero Jesús conocía muy bien mi debilidad, y por eso me escondió a mí primero en las cavernas de la roca.

Cuando María entró en el Carmelo, yo era todavía muy escrupulosa. Como ya no podía confiarme a ella, me volví hacia el cielo. Me dirigí a los cuatro angelitos que me habían precedido allá arriba, pues pensé que aquellas almas inocentes, que nunca habían conocido ni las turbaciones ni los miedos, deberían tener compasión de su pobre hermanita que estaba sufriendo en la tierra.

Les hablé con la sencillez de un niño, haciéndoles notar que, al ser la última de la familia, siempre había sido la más querida y la más colmada de ternuras por mis hermanas, y que si ellos hubieran permanecido en la tierra me habrían dado también sin duda alguna pruebas de cariño… Su partida para el cielo no me parecía una razón suficiente para que me olvidasen; al contrario, ya que se hallaban en situación de disponer de los tesoros divinos, debían tomar de ellos la paz para mí y mostrarme así que también en el cielo se sabe amar…

La respuesta no se hizo esperar. Pronto la paz vino a inundar mi alma con sus olas deliciosas, y comprendí que si era amada en la tierra, también lo era en el cielo…

A partir de aquel momento, fue creciendo mi devoción hacia mis hermanitos y hermanitas, y me gusta conversar a menudo con ellos y hablarles de las tristezas del destierro… y de mi deseo de ir pronto a reunirme con ellos en la patria…
– ir a índice –

Capítulo V
Después de la gracia de navidad
(1886 – 1887)

Si el cielo me colmaba de gracias, no era porque yo lo mereciese, pues era aún muy imperfecta. Es cierto que tenía un gran deseo de practicar [44vº] la virtud, pero lo hacía de una manera muy peregrina. He aquí un ejemplo.

Como era la más pequeña, no estaba acostumbrada a arreglármelas yo sola. Celina arreglaba la habitación donde dormíamos las dos juntas, y yo no hacía ni la menor labor de la casa. Después de la entrada de María en el Carmelo, a veces, por agradar a Dios, intentaba hacer la cama, o bien, cuando Celina no estaba, le metía por la noche sus macetas de flores. Como he dicho, hacía esas cosas únicamente por Dios, y por tanto no tenía por qué esperar el agradecimiento de las criaturas. Pero sucedía todo lo contrario: si Celina tenía la desgracia de no parecer feliz y sorprendida por mis pequeños servicios, yo no estaba contenta y se lo hacía saber con mis lágrimas…

Debido a mi extremada sensibilidad, era verdaderamente insoportable. Si, por ejemplo, sucedía que hacía sufrir involuntariamente un poquito a un ser querido, en vez de sobreponerme y no llorar, lloraba como una Magdalena, lo cual aumentaba mi falta en lugar de atenuarla, y cuando comenzaba a consolarme de lo sucedido, lloraba por haber llorado. Todos los razonamientos eran inútiles, y no lograba corregirme de tan feo defecto.

No sé cómo podía ilusionarme con la idea de entrar en el Carmelo estando todavía, como estaba, en los pañales de la infancia…

Era necesario que Dios hiciera un pequeño milagro para hacerme crecer en un momento, y ese milagro lo hizo el día inolvidable de Navidad. En esa noche luminosa que esclarece las delicias de la Santísima Trinidad, Jesús, el dulce niñito recién nacido, cambió la noche de mi alma en torrentes de luz… En esta noche, en la que él se hizo débil y doliente por mi amor, me hizo a mí fuerte y valerosa; me revistió de sus armas, y desde aquella noche bendita ya no conocí la derrota en ningún combate, sino que, al contrario, fui de victoria en victoria y comencé, por así decirlo, «una carrera de gigante».

[45rº] Se secó la fuente de mis lágrimas, y en adelante ya no volvió a abrirse sino muy raras veces y con gran dificultad, lo cual justificó estas palabras que un día me habían dicho: «Lloras tanto en la niñez, que más tarde no tendrás ya lágrimas que derramar…»

Fue el 25 de diciembre de 1886 cuando recibí la gracia de salir de la niñez; en una palabra, la gracia de mi total conversión.

Volvíamos de la Misa de Gallo, en la que yo había tenido la dicha de recibir al Dios fuerte y poderoso.

Cuando llegábamos a los Buissonnets, me encantaba ir a la chimenea a buscar mis zapatos. Esta antigua costumbre nos había proporcionado tantas alegrías durante la infancia, que Celina quería seguir tratándome como a una niña, por ser yo la pequeña de la familia… Papá gozaba al ver mi alborozo y al escuchar mis gritos de júbilo a medida que iba sacando las sorpresas de mis zapatos encantados, y la alegría de mi querido rey aumentaba mucho más mi propia felicidad.

Pero Jesús, que quería hacerme ver que ya era hora de que me liberase de los defectos de la niñez, me quitó también sus inocentes alegrías: permitió que papá, que venía cansado de la Misa del Gallo, sintiese fastidio a la vista de mis zapatos en la chimenea y dijese estas palabras que me traspasaron el corazón: «¡Bueno, menos mal que éste es el último año…!»

Yo estaba subiendo las escaleras, para ir a quitarme el sombrero. Celina, que conocía mi sensibilidad y veía brillar las lágrimas en mis ojos, sintió también ganas de llorar, pues me quería mucho y se hacía cargo de mi pena. «¡No bajes, Teresa! -me dijo-, sufrirías demasiado al mirar así de golpe dentro de los zapatos».

Pero Teresa ya no era la misma, ¡Jesús había cambiado su corazón! Reprimiendo las lágrimas, bajé rápidamente la escalera, y conteniendo los latidos del corazón, cogí los zapatos y, poniéndolos delante de papá, fui sacando alegremente todos los regalos, con el aire feliz de una reina. Papá reía, recobrado ya su buen humor, y Celina creía estar soñando … Felizmente, era un hermosa realidad: ¡Teresita había vuelto a encontrar la fortaleza de ánimo que había perdido a los cuatro años y medio, y la conservaría ya para siempre…!

[45vº] Aquella noche de luz comenzó el tercer período de mi vida, el más hermoso de todos, el más lleno de gracias del cielo…

La obra que yo no había podido realizar en diez años Jesús la consumó en un instante, conformándose con mi buena voluntad, que nunca me había faltado.

Yo podía decirle, igual que los apóstoles: «Señor, me he pasado la noche bregando, y no he cogido nada». Y más misericordioso todavía conmigo que con los apóstoles, Jesús mismo cogió la red, la echó y la sacó repleta de peces… Hizo de mí un pescador de almas, y sentí un gran deseo de trabajar por la conversión de los pecadores, deseo que no había sentido antes con tanta intensidad… Sentí, en una palabra, que entraba en mi corazón la caridad, sentí la necesidad de olvidarme de mí misma para dar gusto a los demás, ¡y desde entonces fui feliz…!
– ir a índice –

La sangre de Jesús
Un domingo, mirando una estampa de Nuestro Señor en la cruz, me sentí profundamente impresionada por la sangre que caía de sus divinas manos. Sentí un gran dolor al pensar que aquella sangre caía al suelo sin que nadie se apresurase a recogerla. Tomé la resolución de estar siempre con el espíritu al pie de la cruz para recibir el rocío divino que goteaba de ella, y comprendí que luego tendría que derramarlo sobre las almas…

También resonaba continuamente en mi corazón el grito de Jesús en la cruz: «¡Tengo sed!». Estas palabras encendían en mí un ardor desconocido y muy vivo… Quería dar de beber a mi Amado, y yo misma me sentía devorada por la sed de almas… No eran todavía las almas de los sacerdotes las que me atraían, sino las de los grandes pecadores; ardía en deseos de arrancarles del fuego eterno… Y para avivar mi celo, Dios me mostró que mis deseos eran de su agrado.
– ir a índice –

Pranzini, mi primer hijo
Oí hablar de un gran criminal que acababa de ser condenado a muerte por unos crímenes horribles. Todo hacía pensar que moriría impenitente. Yo quise evitar a toda costa que cayese en el infierno, y para conseguirlo empleé todos los medios imaginables.

Sabiendo que por mí misma no podía nada, ofrecí [46rº] a Dios todos los méritos infinitos de Nuestro Señor y los tesoros de la santa Iglesia; y por último, le pedí a Celina que encargase una Misa por mis intenciones, no atreviéndome a encargarla yo misma por miedo a verme obligada a confesar que era por Pranzini, el gran criminal.

Tampoco quería decírselo a Celina, pero me hizo tan tiernas y tan apremiantes preguntas, que acabé por confiarle mi secreto. Lejos de burlarse de mí, me pidió que la dejara ayudarme a convertir a mi pecador. Yo acepté, agradecida, pues hubiese querido que todas las criaturas se unieran a mí para implorar gracia para el culpable.

En el fondo de mi corazón yo tenía la plena seguridad de que nuestros deseos serían escuchados. Pero para animarme a seguir rezando por los pecadores, le dije a Dios que estaba completamente segura de que perdonaría al pobre infeliz de Pranzini, y que lo creería aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento, tanta confianza tenía en la misericordia infinita de Jesús; pero que, simplemente para mi consuelo, le pedía tan sólo «una señal» de arrepentimiento…

Mi oración fue escuchada al pie de la letra. A pesar de que papá nos había prohibido leer periódicos, no creí desobedecerle leyendo los pasajes que hablaban de Pranzini. Al día siguiente de su ejecución, cayó en mis manos el periódico «La Croix». Lo abrí apresuradamente, ¿y qué fue lo que vi…? Las lágrimas traicionaron mi emoción y tuve que esconderme… Pranzini no se había confesado, había subido al cadalso, y se disponía a meter la cabeza en el lúgubre agujero, cuando de repente, tocado por una súbita inspiración, se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus llagas sagradas…! Después su alma voló a recibir la sentencia misericordiosa de Aquel que dijo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por los noventa y nueve justos que no necesitan convertirse…

Había obtenido «la señal» pedida, y esta señal era la fiel reproducción de las [46vº] gracias que Jesús me había concedido para inclinarme a rezar por los pecadores. ¿No se había despertado en mi corazón la sed de almas precisamente ante las llagas de Jesús, al ver gotear su sangre divina? Yo quería darles a beber esa sangre inmaculada que los purificaría de sus manchas, ¡¡¡y los labios de «mi primer hijo» fueron a posarse precisamente sobre esas llagas sagradas…!!! ¡Qué respuesta de inefable dulzura…!

A partir de esta gracia sin igual, mi deseo de salvar almas fue creciendo de día en día. Me parecía oír a Jesús decirme como a la Samaritana: «¡Dame de beber!»

Era un verdadero intercambio de amor: yo daba a las almas la sangre de Jesús, y a Jesús le ofrecía esas mismas almas refrescadas por su rocío divino. Así me parecía que aplacaba su sed. Y cuanto más le deba de beber, más crecía la sed de mi pobre alma, y esta sed ardiente que él me daba era la bebida más deliciosa de su amor…

En poco tiempo Dios supo sacarme del estrecho círculo en el que yo daba vueltas y vueltas sin acertar a salir. Al contemplar ahora el camino que él me hizo recorrer, es grande mi gratitud.

Pero he de reconocer que, si el paso más importante estaba dado, todavía eran muchas las cosas que tenía que dejar.

Mi espíritu, liberado ya de los escrúpulos y de su excesiva sensibilidad, comenzó a desarrollarse. Yo siempre había amado lo grande, lo bello, pero en esta época me entraron unos deseos enormes de saber. No me conformaba con las clases y con los deberes que me ponía mi profesora, y me dediqué a hacer por mi cuenta estudios extras de historia y de ciencias. Las otras materias me eran indiferentes, pero estos dos campos del saber despertaban todo mi interés. Y así, en pocos meses adquirí más conocimientos que durante todos mis años de estudio.

¡Pero eso no era más que vanidad y aflicción de espíritu…! Me venía con frecuencia a la memoria el capítulo de la Imitación en que se habla de las ciencias. Pero, no obstante, yo encontraba la forma de seguir, diciéndome a mí misma que, estando en edad de estudiar, ningún mal había [47rº] en hacerlo.

No creo haber ofendido a Dios (aunque reconozco que perdí inútilmente el tiempo), pues sólo le dedicaba un número limitado de horas, que no quería rebasar, a fin de mortificar mi deseo exacerbado de saber…

Estaba en la edad más peligrosa para las chicas. Pero Dios hizo conmigo lo que cuenta Ezequiel en sus profecías: «Al pasar junto a mí, Jesús vio que yo estaba ya en la edad del amor. Hizo alianza conmigo, y fui suya… Extendió su manto sobre mí, me lavó con perfumes preciosos, me vistió de bordados y me adornó con collares y con joyas sin precio… Me alimentó con flor de harina, miel y aceite en abundancia… Me hice cada vez más hermosa a sus ojos y llegué a ser como una reina…»

Sí, Jesús hizo todo eso conmigo. Podría repetir esas palabras que acabo de escribir y demostrar que todas ellas, una por una, se han realzado en mí; pero las gracias que he referido más arriba son ya prueba suficiente de ello. Sólo voy a hablar del alimento que me dio «en abundancia».
– ir a índice –

La Imitación y Arminjon
Desde hacía mucho tiempo yo me venía alimentando con «la flor de harina» contenida en la Imitación. Este era el único libro que me ayudaba, pues no había descubierto todavía los tesoros escondidos en el Evangelio. Me sabía de memoria casi todos los capítulos de mi querida Imitación, y ese librito no me abandonaba nunca; en verano lo llevaba en el bolsillo, y en invierno en el manguito, era ya una costumbre. En casa de mi tía se divertían mucho a costa de eso, y abriéndolo al azar, me hacían recitar el capítulo que tenían ante los ojos.

A mis 14 años, con mis deseos de saber, Dios pensó que era necesario añadir a «la flor de harina miel y aceite en abundancia». Esa miel y ese aceite me los hizo encontrar en las charlas del Sr. abate Arminjon sobre el fin del mundo presente y los misterios de la vida futura. Este libro se lo habían prestado a papá mis queridas carmelitas; por eso, contra mi [47vº] costumbre (pues yo no leía los libros de papá), le pedí permiso para leerlo.

Esa lectura fue también una de las mayores gracias de mi vida. La hice asomada a la ventana de mi cuarto de estudio, y la impresión que me produjo es demasiado íntima y demasiado dulce para poder contarla…

Todas las grandes verdades de la religión y los misterios de la eternidad sumergían mi alma en una felicidad que no era de esta tierra… Vislumbraba ya lo que Dios tiene reservado para los que le aman (pero no con los ojos del cuerpo, sino con los del corazón). Y viendo que las recompensas eternas no guardaban la menor proporción con los insignificantes sacrificios de la vida, quería amar, amar apasionadamente a Jesús y darle mil muestras de amor mientras pudiese…

Copié varios pasajes sobre el amor perfecto y sobre la acogida que Dios dispensará a sus elegidos cuando él mismo sea su grande y eterna recompensa. Y repetía sin cesar las palabras de amor que habían abrasado mi corazón…

Celina se había convertido en la confidente íntima de mis pensamientos. Desde la noche de Navidad ya podíamos comprendernos: la diferencia ya no existía, pues yo había crecido en estatura, y sobre todo en gracia.

Anteriormente a esta época, yo me quejaba con frecuencia de no conocer los secretos de Celina; ella me contestaba que yo era demasiado pequeña, y que tendría que crecer la altura de un taburete para que pudiese tener confianza en mí… A mí me gustaba subirme a aquel precioso taburete cuando estaba junto a ella, y le decía que me hablase íntimamente; pero la treta no me daba resultado, la distancia nos seguía separando…

Jesús, que quería hacernos progresar juntas, formó en nuestros corazones unos lazos más fuertes que los de la sangre. Nos hizo hermanas del alma. Se hicieron realidad en nosotras las palabras del Cántico Espiritual de san Juan de la Cruz (cuando la esposa exclama, hablando al Esposo):
«A zaga de tu huella,
las jóvenes discurren al camino,
al toque de [48rº] centella,
al adobado vino,
emisiones de bálsamo divino».

Sí, seguíamos muy ligeras las huellas de Jesús. Las centellas de amor que él sembraba a manos llenas en nuestras almas y el vino fuerte y delicioso que nos daba a beber hacían desaparecer de nuestra vista las cosas pasajeras, y de nuestros labios brotaban emisiones de amor inspiradas por él.

¡Qué dulces eran las conversaciones que todas las noches teníamos en el mirador! Con la mirada hundida en la lejanía, contemplábamos la blanca luna que se elevaba lentamente por detrás de los altos árboles… y los reflejos plateados que derramaba sobre la naturaleza dormida, las brillantes estrellas que titilaban en el azul profundo…, el soplo ligero de la brisa nocturna que hacía flotar las nubes de nieve. Y todo elevaba nuestras almas hacia el cielo, del que no contemplábamos todavía más que «el límpido reverso»…

No sé si me equivoco, pero creo que la expansión de nuestras almas se parecía a la de santa Mónica y su hijo, cuando en el puerto de Ostia caían los dos sumidos en éxtasis a la vista de las maravillas del creador…

Me parece que recibíamos gracias de un orden tan elevado como las concedidas a los grandes santos. Como dice la Imitación, a veces Dios se comunica en medio de un fuerte resplandor, a veces «tenuemente velado, bajo sombras y figuras». De esta manera se dignaba manifestarse a nuestras alma, ¡pero qué fino y transparente era el velo que ocultaba a Jesús de nuestras miradas…! No había lugar para la duda, ya no eran necesarias la fe ni la esperanza: el amor nos hacía encontrar en la tierra al que buscábamos. «Al encontrarlo solo en la calle, nos besó, para que en adelante nadie pudiera despreciarnos».

Gracias tan grandes no podían quedar sin frutos, y éstos fueron abundantes. La práctica de la virtud se nos hizo dulce y natural. Al principio, mi rostro delataba muchas veces el combate, pero poco a poco esa impresión fue desapareciendo y la renuncia se me hizo fácil, incluso desde el primer momento. Ya lo dijo Jesús: «Al [48vº] que tiene se le dará, y tendrá de sobra». Por una gracia acogida con fidelidad, me otorgaba cantidad de gracias nuevas…

Se entregaba a mí en la sagrada comunión con mucha más frecuencia de la que yo me hubiera atrevido a esperar. Yo tenía como norma de conducta comulgar todas las veces que el confesor me lo permitiera, sin fallar una sola vez, pero dejando que fuese él quien decidiese cuántas, sin pedírselo nunca yo. En esa época no tenía la audacia que ahora tengo; de haberla tenido, hubiera actuado de distinta manera, pues estoy convencida de que un alma debe decir a su confesor el deseo que siente de recibir a su Dios. El no baja del cielo un día y otro día para quedarse en un copón dorado, sino para encontrar otro cielo que le es infinitamente más querido que el primero: el cielo de nuestra alma, creada a su imagen y templo vivo de la adorable Trinidad…

Jesús, que veía mis deseos y la rectitud de mi corazón, permitió que mi confesor me dijese que durante el mes de mayo comulgase cuatro veces por semana; y cuando pasó ese hermoso mes, todavía añadió una quinta más cada vez que cayese alguna fiesta. Al salir del confesonario, brotaron de mi ojos lágrimas muy dulces. Me parecía como si Jesús mismo quisiera entregarse a mí, pues echaba muy poco tiempo para confesarme y nunca dije ni una palabra acerca de mis sentimientos interiores.

El camino por el que iba eran tan recto y luminoso, que no necesitaba más guía que a Jesús… Comparaba a los directores a espejos fieles que reflejaban a Jesús en las almas, y decía que en mi caso Dios no se servía de intermediarios, sino que actuaba directamente él…
– ir a índice –

Deseos de entrar en el Carmelo
Cuando un jardinero rodea de cuidados a una fruta que quiere que madure antes de tiempo, no es para dejarla colgada en el árbol, sino para presentarla en una mesa ricamente servida. Con parecida intención [49rº] prodigaba Jesús sus gracias a su florecita… El, que en los días de su vida mortal exclamó en un transporte de alegría: «Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla», quería hacer resplandecer en mí su misericordia. Porque yo era débil y pequeña, se abajaba hasta mí y me instruía en secreto en las cosas de su amor. Si los sabios que se pasan la vida estudiando hubiesen venido a preguntarme, se hubieran quedado asombrados al ver a una niña de catorce años comprender los secretos de la perfección, unos secretos que toda su ciencia no puede descubrirles a ellos porque para poseerlos es necesario ser pobres de espíritu…

Como dice san Juan de la Cruz en su Cántico:
«Sin otra luz ni guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía».

Ese lugar era el Carmelo. Pero antes de «sentarme a la sombra de Aquel a quien deseaba», tenía que pasar por muchas pruebas. Pero la llamada divina era tan apremiante, que si hubiera tenido que pasar entre llamas, lo habría hecho por ser fiel a Jesús…

Sólo encontré un alma que me animase en mi vocación: la de mi Madre querida… Mi corazón encontró en el suyo un eco fiel; y sin ella, yo no habría llegado en modo alguno a la ribera bendita que la había acogido a ella cinco años antes en su suelo impregnado del rocío celestial…

Sí, hacía cinco años que yo estaba separada de ti, Madre querida, y creía que te había perdido. Pero en el momento de la prueba fue tu mano la que me indicó el camino que debía seguir… Necesitaba ese consuelo, pues las visitas al locutorio del Carmelo me resultaban cada vez más penosas; no podía hablar de mis deseos de entrar, sin verme rechazada. María pensaba que era demasiado joven y hacía todo lo posible por impedirme entrar; y tú misma, Madre, a fin de probarme, tratabas a veces de moderar mi entusiasmo [49vº]. En fin, que si no hubiese tenido verdadera vocación, me hubiera vuelto atrás desde el primer momento, pues en cuanto empecé a responder a la llamada de Jesús me encontré con obstáculos.

No quise hablarle a Celina de mis deseos de entrar tan joven en el Carmelo, y eso aumentó mi sufrimiento, pues me resultaba muy difícil ocultarle nada… Pero este sufrimiento no duró mucho, pues pronto mi hermanita querida se enteró de mi determinación, y, lejos de intentar disuadirme, aceptó con un valor admirable el sacrificio que Dios le pedía; para entender cuán grande era ese sacrificio, habría que saber hasta qué punto estábamos unidas…

Una misma alma, por así decirlo, nos hacía vivir. Desde hacía algunos meses, disfrutábamos juntas de la vida más dulce que unas jóvenes puedan soñar. Todo alrededor de nosotras respondía a nuestros gustos. Teníamos una gran libertad. En una palabra, yo solía decir que nuestra vida era en la tierra el ideal de la felicidad…

Pero apenas habíamos comenzado a saborear este ideal de la felicidad, tuvimos que renunciar libremente a él, y mi querida Celina no se rebeló ni por un instante.

Sin embargo, podría haberse quejado, ya que Jesús no la llamaba a ella la primera… Tenía la misma vocación que yo, por lo cual le tocaba a ella partir antes… Pero así como, en tiempos de los mártires, los que quedaban en la cárcel daban gozosos el beso de paz a sus hermanos que partían primero para combatir en la arena, y se consolaban pensando que tal vez a ellos se les reservaba para combates todavía mayores, igualmente Celina dejó alejarse a su Teresa y se quedó sola para el glorioso y sangriento combate al que Jesús la tenía destinada como privilegiada de su amor…

Celina, pues, se convirtió en confidente de mis luchas y de mis sufrimientos, y tomó en ellos tanta parte como si se hubiera tratado de su propia vocación. De parte de ella no temía yo ninguna oposición.
– ir a índice –

Confidencia a mi padre
Lo que no sabía era qué medio emplear para decírselo a papá… ¿Cómo hablarle de separarse de su reina, a él que acababa de sacrificar a sus tres hijas mayores…? ¡Cuántas luchas interiores no tuve que sufrir antes [50rº] de sentirme con ánimos para hablar…! Sin embargo, tenía que decidirme. Yo iba cumplir catorce años y medio, y sólo seis meses nos separaban de la hermosa noche de Navidad, en que había decidido ingresar a la misma hora en que el año anterior había recibido «mi gracia».

Escogí el día de Pentecostés para hacerle a papá mi gran confidencia. Todo el día estuve suplicando a los santos apóstoles que intercedieran por mí y que me inspiraran ellos las palabras que habría de decir… ¿No eran ellos, en efecto, quienes tenían que ayudar a aquella niña tímida que Dios tenía destinada a ser apóstol de apóstoles por medio de la oración y el sacrificio…?

Hasta por la tarde, al volver de Vísperas, no encontré la ocasión de hablar a mi papaíto querido. Había ido a sentarse al borde del aljibe, y desde allí, con las manos juntas, contemplaba las maravillas de la naturaleza. El sol, cuyos rayos habían perdido ya su ardor, doraba las copas de los altos árboles, en los que los pajarillos cantaban alegres su oración de la tarde.

El hermoso rostro de papá tenía una expresión celestial. Comprendí que la paz inundaba su corazón. Sin decir una sola palabra, fui a sentarme a su lado, con los ojos bañados ya en lágrimas. Me miró con ternura, y cogiendo mi cabeza la apoyó en su pecho, diciéndome: »¿Qué te pasa, reinecita… Cuéntamelo…» Luego, levantándose, como para disimular su propia emoción, echó a andar lentamente, manteniendo mi cabeza apoyada en su pecho.

A través de las lágrimas, le confié mi deseo de entrar en el Carmelo, y entonces sus lágrimas se mezclaron con las mías; pero no dijo ni una palabra para hacerme desistir de mi vocación. Simplemente se contentó con hacerme notar que yo era todavía muy joven para tomar una decisión tan grave.

Pero yo defendí tan bien mi causa, que papá, con su modo de ser sencillo y recto, quedó pronto convencido de que mi deseo era el de Dios; y con su fe profunda, me dijo que Dios le hacía un gran honor al pedirle así a sus hijas.

Seguimos paseando un largo rato. Mi corazón, confortado por la bondad con que aquel padre incomparable había acogido mis confidencias, [50vº] se volcó dulcemente en el suyo. Papá parecía gozar de esa alegría serena que da el sacrificio consumado. Me habló como un santo, y me gustaría acordarme de sus palabras para transcribirlas aquí, pero sólo conservo de ellas un recuerdo demasiado perfumado para poderlo expresar.

De lo que sí me acuerdo perfectamente es de la acción simbólica que mi querido rey realizó sin saberlo. Acercándose a un muro poco elevado, me mostró unas florecillas blancas, parecidas a lirios en miniatura ; y tomando una de aquellas flores, me la dio, explicándome con cuánto esmero Dios la había hecho nacer y la había conservado hasta aquel día. Al oírle hablar, me parecía estar escuchando mi propia historia, tanta semejanza había entre lo que Jesús había hecho con aquella florecilla y con Teresita …

Recibí aquella flor como una reliquia, y observé que, al querer cogerla, papá había arrancado todas sus raíces sin troncharlas, como si estuviera destinada a seguir viviendo en otra tierra más fértil que el blando musgo en el que habían transcurrido sus primeras alboradas… Era exactamente lo mismo que papá acababa de hacer conmigo poco antes al permitirme subir a la montaña del Carmelo y abandonar el dulce valle testigo de mis primeros pasos por la vida.

Puse mi florecita blanca en mi libro de la Imitación, en el capítulo titulado: «Del amor a Jesús sobre todas las cosas», y todavía sigue allí. Sólo el tallo se ha roto muy cerca de la raíz, y Dios parece decirme con eso que pronto romperá los lazos de su florecita y que no la dejará marchitarse en la tierra.

Una vez obtenido el consentimiento de papá, pensé que podría volar ya sin temor alguno hacia el Carmelo. Pero muchos y muy dolorosos contratiempos debían aún someter a prueba mi vocación.
– ir a índice –

Mi tío cambia de opinión
Cuando fui a comunicarle a mi tío la decisión que había tomado, lo hice temblando. Me prodigó las mayores muestras de ternura, pero no me dio permiso para irme; al contrario, me prohibió [51rº] hablarle de mi vocación antes de cumplir los 17 años. Era un atentado a la prudencia humana, decía, dejar entrar en el Carmelo a una niña de 15 años. Siendo la vida de las carmelitas a los ojos del mundo una vida propia de filósofos, sería hacer un grave daño a la religión permitir que la abrazase una niña sin experiencia… Todo el mundo hablaría, etc. … etc. … Hasta llegó a decir que para decidirle a dejarme partir haría falta un milagro.

Vi claro que todos mis razonamientos serían inútiles, así que me fui con el corazón sumido en la más profunda amargura.

Mi único consuelo era la oración. Suplicaba a Jesús que hiciese el milagro que exigía mi tío, ya que sólo a ese precio podría yo responder a su llamada.

Pasó bastante tiempo hasta que me atreví a volver a hablarle a mi tío; me costaba horrores ir a su casa. El, por su parte, no parecía pensar ya en mi vocación; pero supe más tarde que mi enorme tristeza lo predispuso mucho a mi favor.

Antes de hacer brillar en mi alma un rayo de esperanza, Dios quiso enviarme un martirio sumamente doloroso, que duró tres días. Nunca como en aquella prueba comprendí de bien el dolor de la Santísima Virgen y de san José mientras buscaban al divino Niño Jesús… Me encontraba en un triste desierto, o, mejor, mi alma parecía un frágil esquife, abandonado sin piloto a merced de las olas tempestuosas…

Lo sé, Jesús estaba allí, dormido en mi barquilla; pero la noche era tan negra, que me era imposible verle. Ni una luz. Ni siquiera un relámpago que viniese a surcar las sombrías nubes… Es cierto que es muy triste el resplandor de los relámpagos; pero, al menos, si la tormenta hubiese estallado abiertamente, habría podido ver por un momento a Jesús… Pero era la noche, la noche profunda del alma… Y como Jesús en el huerto de la agonía, me sentía sola, sin encontrar consuelo alguno ni en la tierra ni en el cielo. ¡¡¡Como si el mismo Dios me hubiese abandonado…!!!

La naturaleza parecía participar también de mi amarga tristeza: durante esos tres días, el sol no hizo brillar ni uno de [51vº]sus rayos y la lluvia cayó a torrentes. (He observado que en todas las ocasiones importantes de mi vida la naturaleza ha sido como una imagen de mi alma. En los días de lágrimas el cielo lloraba conmigo; en los días de alegría el cielo enviaba con profusión sus alegres rayos y ni una sola nube oscurecía el cielo azul…)

Por fin, al cuarto día, que era sábado, día dedicado a la dulce Reina del cielo, fui a ver a mi tío. ¡Y cuál no sería mi sorpresa al ver que me miraba y que me hacía entrar en su despacho sin que yo le hubiese manifestado deseo alguno de hacerlo…! Empezó dirigiéndome tiernos reproches por portarme con él como si le tuviera miedo, y luego me dijo que no hacía falta pedir un milagro: que él sólo había pedido a Dios que le diera «una simple inclinación del corazón», y que había sido escuchado…

Ya no sentí la tentación de pedir un milagro, pues para mí el milagro ya estaba concedido: mi tío no era el mismo.

Sin hacer la menor alusión a la «prudencia humana», me dijo que yo era una florecita que Dios quería cortar, y que él no seguiría oponiéndose a ello…

Esta respuesta definitiva era realmente digna de él. Por tercera vez, este cristiano de otros tiempos permitía que una de las hijas adoptivas de su corazón fuera a sepultarse lejos del mundo.

También mi tía fue admirable por su ternura y su prudencia. No recuerdo que, durante el tiempo de mi prueba, me haya dicho una sola palabra que pudiera aumentarla. Yo veía que le daba mucha pena su pobre Teresita. Por eso, cuando obtuve el consentimiento de mi tío, también ella me dio el suyo, aunque no sin hacerme ver de mil maneras que mi partida le iba a costar mucho… ¡Ay, qué lejos estaban nuestros queridos parientes de sospechar [52rº] entonces que tendrían que renovar otras dos veces ese mismo sacrificio…! Pero Dios, al tender la mano para seguir pidiendo, no la presentó vacía: sus amigos más queridos pudieron beber en ella, y con abundancia, la fuerza y el valor que tanto necesitaban…

Pero mi corazón me ha llevado muy lejos del tema; vuelvo a él casi a disgusto.

Después de la respuesta de mi tío, ya comprenderás, Madre mía, [51vº sigue] con qué alegría emprendí el camino de regreso a los Buissonnets bajo «un hermoso cielo en el que las nubes se habían disipado por completo»…

También en mi alma había cesado la noche. Jesús, despertándose, me había devuelto la alegría, el ruido de la olas se había calmado. En lugar del viento de la prueba, henchía mi vela una brisa ligera, y yo creía que pronto llegaría a la ribera bendita que ya divisaba muy cerca de mí. Y esa ribera estaba, en efecto, muy cerca de mi barquilla; pero aún debía levantarse más de una tormenta, que ocultaría a su vista el faro luminoso, haciéndole temer que se había alejado para siempre de la playa tan ardientemente deseada…
– ir a índice –

Oposición del superior
Pocos días después de haber conseguido el consentimiento de mi tío, fui a verte, Madre querida, y te hablé de mi alegría por que todas mis pruebas hubiesen ya pasado. Pero ¡cuáles no fueron mi sorpresa y mi aflicción al oírte decir que [52rº] el Superior no permitía que entrara antes de los 21 años…!

Nadie había pensado en esta oposición, la más invencible de todas. Sin embargo, sin desanimarme, yo misma fui con papá y con Celina a ver a nuestro Padre, para intentar conmoverle haciéndole ver que tenía verdadera vocación de carmelita.

Nos recibió con gran frialdad. Y por más que mi incomparable papaíto unió sus instancias a las mías, nada pudo hacerle cambiar de parecer. Me dijo que no había ningún peligro en esperar, que yo podía llevar vida de carmelita en mi casa, que no estaría todo perdido porque no me diera disciplina, etc. … etc. … Por último, añadió que él no era más que el delegado de Monseñor, y que si éste quería permitirme entrar en el Carmelo, él no tendría nada que decir…

Salí de la rectoral hecha un mar de lágrimas; gracias a Dios, estaba escondida bajo el paraguas, pues la lluvia caía torrencialmente.

Papá no sabía cómo consolarme… Me prometió llevarme a Bayeux en cuanto se lo pedí, pues estaba decidida a conseguir mi propósito. Llegué incluso a decir que iría hasta el Santo Padre, si Monseñor no quería permitirme entrar en el Carmelo a los 15 años…

Muchas cosas pasaron antes del viaje a Bayeux. Exteriormente, mi vida parecía la misma. Seguía estudiando, Celina me daba clases de dibujo, y mi experta profesora encontraba en mí muchas cualidades para su arte.

Sobre todo, crecía en el amor de Dios. Sentía en mi corazón unos ímpetus que hasta entonces no conocía. A veces tenía verdaderos trasportes de amor. Una noche, no sabiendo cómo decirle a Jesús que le amaba y cómo deseaba que fuese amado y glorificado en todas partes, pensé con dolor que él nunca podría recibir en el infierno un solo acto de amor; y entonces le dije a Dios que, por agradarle, aceptaría gustosa verme sumergida allí, a fin de que fuese amado eternamente en ese lugar de blasfemias… Yo sabía bien que eso no podía glorificarle, porque él sólo desea nuestra felicidad. Pero cuando se [52vº] ama, una siente necesidad de decir mil locuras.

Si hablaba de esa manera, no era porque el cielo no atrajera mis deseos, sino porque en aquel entonces mi único cielo era el amor, y sentía, como san Pablo, que nada podría apartarme del objeto divino que me había hechizado…

Antes de abandonar el mundo, Dios me concedió el consuelo de contemplar de cerca las almas de los niños . Al ser la más pequeña de la familia, nunca había tenido esta suerte. He aquí las tristes circunstancias que me la depararon.

Una buena mujer, pariente de nuestra sirvienta, murió en la flor de la edad, dejando tres niños muy pequeños. Durante su enfermedad, trajimos a nuestra casa a las dos niñas pequeñas, la mayor de la cuales no tenía todavía seis años. Yo me encargaba de cuidarlas durante todo el día, y era para mí un auténtico placer ver con qué candor creían todo lo que les decía. Tiene que dejar el santo bautismo en las almas un germen muy profundo de las virtudes teologales, ya que aparecen ya desde la infancia, y basta la esperanza de los bienes futuros para hacerles aceptar los sacrificios.

Cuando quería ver a mis dos niñas haciendo buenas migas entre ellas, en vez de prometer juguetes o bombones a la que cediese primero, les hablaba de las recompensas eternas que el Niño Jesús daría en el cielo a los niñitos buenos. La mayor, cuya razón empezaba ya a despertarse, me miraba con ojos resplandecientes de alegría, me hacía mil preguntas encantadoras sobre el Niño Jesús y su hermoso cielo, y me prometía entusiasmada ceder siempre ante su hermana. Y me decía que jamás en la vida olvidaría lo que la «gran señorita», como ella me llamaba, le había enseñado…

Viendo de cerca a estas almas inocentes, comprendí la desgracia que supone el no formarlas bien desde su mismo despertar, cuando se asemejan a la cera blanda sobre la que se puede dejar grabada la huella de las virtudes, pero también la huella del mal… Comprendí lo que dice Jesús en el Evangelio: «Mejor sería ser arrojado al mar que escandalizar a uno solo de estos pequeños».

[53rº] ¡Cuántas almas llegarían a la santidad si fuesen bien dirigidas…!

Sé muy bien que Dios no tiene necesidad de nadie para realizar su obra. Pero así como permite a un hábil jardinero cultivar plantas delicadas y le da para ello los conocimientos necesarios, reservándose para sí la misión de fecundarlas, de la misma manera quiere Jesús ser ayudado en su divino cultivo de las almas.

¿Qué ocurriría si un jardinero desmañado no injertase bien los árboles? ¿Si no conociese bien la naturaleza de cada uno de ellos y se empeñase en hacer brotar rosas de un melocotonero…? Haría morir al árbol, que, sin embargo, era bueno y capaz de producir frutos.

De la misma manera hay que saber reconocer desde la infancia lo que Dios pide a las almas y secundar la acción de su gracia, sin acelerarla ni frenarla nunca.

Como los pajaritos aprender a cantar escuchando a sus padres, así los niños aprenden la ciencia de las virtudes, el canto sublime del amor de Dios, de las almas encargadas de formarles para la vida.

Recuerdo que entre mis pájaros tenía un canario que cantaba de maravilla. Tenía también un pardillo al que le prodigaba cuidados verdaderamente maternales porque lo había adoptado antes que pudiese gozar la dicha de la libertad. Este pobre prisionerito no tenía padres que le enseñasen a cantar, pero como oía de la mañana a la noche a su compañero el canario lanzar sus alegres trinos, quiso imitarlo… Empresa difícil para un pardillo, por lo que a su dulce voz le costó mucho acordarse a la voz vibrante de su profesor de música. Era asombroso ver los esfuerzos que hacía el pobrecito, pero al fin se vieron coronados por el éxito, pues su canto, aunque un poco más apagado, era absolutamente idéntico al del canario.

[53vº] ¡Madre mía querida! Tu fuiste quien me enseñó a mí a cantar… Tu voz me cautivó desde la infancia, y ahora ¡¡¡me encanta oír decir que me parezco a ti!!! Sé cuánto me falta para ello, pero, a pesar de mi debilidad, espero cantar eternamente el mismo cántico que tú…

Antes de mi entrada en el Carmelo, tuve también otras muchas experiencias sobre la vida y las miserias del mundo. Pero esos detalles me llevarían demasiado lejos. Voy a reanudar el relato de mi vocación.
– ir a índice –

Viaje a Bayeux
El 31 de octubre fue el día fijado para mi viaje a Bayeux. Partí sola con papá, con el corazón henchido de esperanza, pero también muy emocionada al pensar que iba a presentarme al obispo. Por primera vez en mi vida iba a hacer un visita sin que me acompañaran mis hermanas, ¡y esta visita era nada menos que a un obispo! Yo, que nunca hablaba, a no ser para contestar a las preguntas que me hacían, tenía que explicar por mí misma el motivo de mi visita y exponer las razones que me movían a solicitar la entrada en el Carmelo. En una palabra, iba a tener que demostrar la solidez de mi vocación.

¡Cuánto me costó hacer ese viaje! Tuvo que concederme Dios una gracia muy especial para que pudiera vencer mi gran timidez… Aunque también es verdad que «para el amor nada hay imposible, porque todo lo cree posible y permitido». Y realmente sólo el amor de Jesús podía hacerme vencer aquellas dificultades y las que vendrían más tarde, pues quiso hacerme comprar mi vocación a costa de pruebas muy grandes…

Hoy, que gozo de la soledad del Carmelo (descansando a la sombra de Aquel a quien tan ardientemente deseé), creo que he comprado mi dicha a muy bajo precio y estaría dispuesta a soportar sufrimientos mucho mayores para alcanzarla si aún no la tuviese.

Cuando llegamos a Bayeux, llovía a cántaros. Papá, que no quería ver a su reinecita entrar en el obispado con su hermoso vestido hecho una sopa, la hizo subir a un ómnibus que nos llevó a la catedral. Allí comenzaron mis desgracias.

Monseñor, con todo su presbiterio, estaba asistiendo a un solemne funeral. La iglesia estaba llena de señoras vestidas de luto, y todo el mundo me miraba a mí con mi [54rº] vestido claro y mi sombrero blanco. Hubiera querido salir de la iglesia, pero no había ni que pensarlo a causa de la lluvia. Y para humillarme más todavía, Dios permitió que papá, con su sencillez patriarcal, me hiciese pasar hasta el fondo de la catedral; yo, por no disgustarlo, obedecí de buen grado y ofrecí aquella distracción a los habitantes de Bayeux, a los que deseaba no haber conocido en mi vida…

Por fin pude respirar tranquila en una capilla que había detrás del altar mayor, y allí me quedé un largo rato rezando con fervor, en espera de que la lluvia cesase y nos dejase salir.

Al salir, papá me hizo admirar la belleza del edificio, que al estar vacío parecía mucho mayor. Pero a mí sólo una idea me ocupaba el pensamiento, y no podía encontrarle gusto a nada.

Fuimos directamente a ver al Sr. Révérony, que estaba informado de nuestra llegada y que había fijado él mismo la fecha del viaje; pero estaba ausente. Así que tuvimos que andar errando por las calles, que me parecieron muy tristes.

Por fin, volvimos cerca del obispado, y papá me llevó a un hotel en el que no hice honor al buen cocinero.

Mi pobre papaíto me demostraba una ternura casi increíble. Me decía que no me preocupase, que seguro que Monseñor me concedería lo que iba a pedirle.

Después de descansar un poco, volvimos en busca del Sr. Révérony. Llegó al mismo tiempo que nosotros un señor, pero el Vicario general le pidió cortésmente que esperara y nos hizo entrar a nosotros primero en su despacho (el pobre señor tuvo tiempo de aburrirse, pues nuestra visita fue larga).

El Sr. Révérony se mostró muy amable, pero creo que le sorprendió mucho el motivo de nuestro viaje. Después de mirarme sonriente y de hacerme algunas preguntas, nos dijo: «Voy a presentarles a Monseñor, tengan la bondad de acompañarme». Y al ver brillar lágrimas en mis ojos, añadió: «¡Pero bueno!, estoy viendo diamantes… ¡No podemos enseñárselos a Monseñor…!»

Nos hizo atravesar varios aposentos muy amplios, adornados [54vº] con retratos de obispos. Viéndome en aquellos enormes salones, me sentía como una pobre hormiguita y me preguntaba qué me atrevería a decirle a Monseñor.

El estaba paseando por una galería con dos sacerdotes. Vi que el Sr. Révérony le decía unas palabras y volvía con él. Nosotros lo esperábamos en su despacho, donde había tres enormes sillones colocados delante de la chimenea en la que chisporroteaba un buen fuego.

Al ver entrar a Su Excelencia, papá se arrodilló a mi lado para recibir su bendición. Luego Monseñor hizo tomar asiento a papá en uno de los sillones, se sentó frente a él, y el Sr. Révérony quiso que yo ocupara el del medio. Rehusé cortésmente, pero él insistió, diciéndome que tenía que demostrar si era capaz de obedecer. Me senté enseguida, sin pensarlo dos veces, y tuve que pasar por la vergüenza de verle a él tomar una silla mientras yo me veía arrellanada en un sillón donde habrían cabido cómodamente cuatro como yo (y más cómodas que yo, ¡pues me hallaba muy lejos de estarlo…!)

Yo esperaba que hablaría papá, pero me dijo que explicara yo misma a Monseñor el motivo de nuestra visita. Lo hice lo más elocuentemente que pude. Pero Su Excelencia, acostumbrado a la elocuencia, no pareció conmoverse mayormente por mis razones. Una sola palabra del Superior me hubiera valido mucho más que todas ellas, pero lamentablemente no la tenía y su oposición no abogaba precisamente en mi favor…

Monseñor me preguntó si hacía mucho tiempo que deseaba entrar en el Carmelo. -«Sí, Monseñor, muchísimo tiempo…» -«¡Vamos!, replicó riendo el Sr. Révérony, ¿no dirás que hace quince años que lo estás deseando?» -«Desde luego, respondí yo riendo también. Pero no hay que quitar muchos años, porque deseo ser religiosa desde que tengo uso de razón, y deseé el Carmelo desde que lo conocí, porque me parecía que en esta Orden se verían satisfechas todas las aspiraciones de mi alma».

[55rº] No sé, Madre querida, si fueron éstas exactamente mis palabras, creo que lo dije todavía peor; pero, bueno, ese fue el sentido.

[54vº sigue] Monseñor, creyendo agradar a papá, intentó hacer que me quedara con él algunos años más. Por eso, no fue poca su sorpresa y su edificación al verlo ponerse de mi parte e interceder para que me concediera permiso para volar a los quince años.

Sin embargo, todo fue inútil. Dijo que antes de tomar una decisión, era indispensable tener una entrevista con el Superior del Carmelo.

Nada podía yo escuchar que me causase una pena mayor, pues conocía la abierta oposición de nuestro Padre. Así que, sin tener en cuenta ya la recomendación del Sr. Révérony, hice algo más que enseñar diamantes a Monseñor: ¡se los regalé…!

Vi muy bien que estaba emocionado. Poniendo su mano en mi cuello, apoyó mi cabeza sobre su hombro y me acarició como creo que nunca [55rº] había acariciado a nadie. Me dijo que no todo estaba perdido, que estaba muy contento de que hiciese el viaje a Roma para afianzar mi vocación, y que, en vez de llorar, debería alegrarme. Añadió que, a la semana siguiente, tenía que ir a Lisieux y que le hablaría de mí al párroco de Santiago, y que no dudase que en Italia recibiría su respuesta.

Comprendí que era inútil seguir insistiendo. Además, ya no tenía nada más que decir, pues había agotado todos los recursos de mi elocuencia.

Monseñor nos acompañó hasta el jardín. Papá le hizo reír mucho contándole que, para aparentar más edad, me había hecho recoger el pelo. (Este detalle no lo echó Monseñor en saco roto, pues cuando habla de su «hijita» nunca deja de contar las historia de su pelo…)

El Sr. Révérony quiso acompañarnos hasta la puerta del jardín del obispado, y dijo a papá que nunca se había visto una cosa así: «¡Un padre tan deseoso de entregar a Dios su hija como ésta de ofrecerse a él!»

Papá le pidió algunas explicaciones sobre la peregrinación, entre otras cómo había que ir vestidos para presentarse ante el Santo Padre. Aún lo estoy viendo darse vuelta ante el Sr. Révérony, diciéndole: «¿Estaré bien así…?»

El le había dicho también a Monseñor que si él no me daba permiso para entrar en el Carmelo, yo pediría esta gracia al Sumo Pontífice.

Era muy sencillo en sus palabras y en sus modales mi querido rey, pero era tan guapo… Tenía una distinción tan natural, que debió de agradarle mucho a Monseñor, acostumbrado a verse rodeado de personajes que conocían todas las reglas de la etiqueta, pero no al Rey de Francia y de Navarra en persona con su reinecita …

Cuando llegué a la calle, volvieron a correr las lágrimas, pero no tanto a causa de mi disgusto cuanto por ver que mi papaíto querido acababa de hacer un viaje inútil… El, que saboreaba ya por adelantado la alegría de enviar un telegrama al Carmelo anunciando la feliz respuesta de Monseñor, se veía obligado a [55vº] volver sin respuesta de ninguna clase…

¡Qué disgusto tan grande tenía yo…! Me parecía que mi futuro estaba roto para siempre. Cuanto más me acercaba a la meta, más veía embrollarse mis asuntos.

Mi alma estaba hundida en la amargura, pero también en la paz, pues lo único que buscaba era la voluntad de Dios.

En cuanto llegamos a Lisieux, fui a buscar consuelo en el Carmelo, y lo encontré a tu lado, Madre querida. ¡No!, nunca olvidaré todo lo que tú sufriste por mi causa. Si no temiera profanarlas sirviéndome de ellas, podría repetir las palabras que Jesús dirigió a los apóstoles la noche de su Pasión: «Tú has permanecido siempre conmigo en mis pruebas…»

También mis queridísimas hermanas me ofrecieron muy dulces consuelos…
– ir a índice –

Capítulo VI
El viaje a Roma
(1887)

Tres días después del viaje a Bayeux, tenía que emprender otro mucho más largo: el viaje a la ciudad eterna…

¡Qué viaje aquél…! Sólo en él aprendí más que en largos años de estudios, y me hizo ver la vanidad de todo lo pasajero y que todo es aflicción de espíritu bajo el sol…

Sin embargo, vi cosas muy hermosas; contemplé todas las maravillas del arte y de la religión; y, sobre todo, pisé la misma tierra que los santos apóstoles y la tierra regada con la sangre de los mártires, y mi alma se ensanchó al contacto con las cosas santas…

Me alegro mucho de haber estado en Roma; pero comprendo a quienes, en el mundo, pensaron que papá me había hecho hacer este largo viaje para hacerme cambiar de idea sobre la vida religiosa. Y la verdad es que hubo cosas en él capaces de hacer vacilar una vocación poco firme.

Celina y yo, que nunca habíamos vivido entre gentes del gran mundo, nos encontramos metidas en medio de la nobleza, de la cual se componía casi exclusivamente la peregrinación. Pero todos aquellos títulos y aquellos «de», lejos de deslumbrarnos, no nos parecían más que humo…Vistos de lejos, me habían ofuscado un poco alguna vez, pero de cerca, vi que «no todo lo que brilla es oro» y comprendí estas palabras [56rº] de la Imitación: «No vayas tras esa sombra que se llama el gran nombre, ni desees tener muchas e importantes relaciones, ni la amistad especial de ningún hombre».

Comprendí que la verdadera grandeza está en el alma, y no en el nombre, pues como dice Isaías: «El Señor dará otro nombre a sus elegidos», y san Juan dice también: «Al vencedor le daré una piedra blanca, en la que hay escrito un nombre nuevo que sólo conoce quien lo recibe». Sólo en el cielo conoceremos, pues, nuestros títulos de nobleza. Entonces cada cual recibirá de Dios la alabanza que merece. Y el que en la tierra haya querido ser el más pobre y el más olvidado, por amor a Jesús, ¡ése será el primero y el más noble y el más rico…!

La segunda experiencia que viví se refiere a los sacerdotes. Como nunca había vivido en su intimidad, no podía comprender el fin principal de la reforma del Carmelo. Orar por los pecadores me encantaba; ¡pero orar por las almas de los sacerdotes, que yo creía más puras que el cristal, me parecía muy extraño…!

En Italia comprendí mi vocación. Y no era ir a buscar demasiado lejos un conocimiento tan importante…

Durante un mes conviví con muchos sacerdotes santos, y pude ver que si su sublime dignidad los eleva por encima de los ángeles, no por eso dejan de ser hombres débiles y frágiles… Si los sacerdotes santos, a los que Jesús llama en el Evangelio «sal de la tierra», muestran en su conducta que tienen una enorme necesidad de que se rece por ellos, ¿qué habrá que decir de los que son tibios? ¿No ha dicho también Jesús: «Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?»

¡Qué hermosa es, Madre querida, la vocación que tiene como objeto conservar la sal destinada a las almas! Y ésta es la vocación del Carmelo, pues el único fin de nuestras oraciones y de nuestros sacrificios es ser apóstoles de apóstoles, rezando por ellos mientras ellos evangelizan a las almas con su palabra, y sobre todo con su ejemplo…

[56vº] He de detenerme, pues si continuase hablando de este tema, ¡no acabaría nunca…!

Voy a contarte mi viaje, Madre querida, con algún detalle; perdóname si te doy demasiados, pues no pienso lo que voy a escribir, y lo hago en tantos ratos perdidos, debido al poco tiempo libre que tengo, que mi narración quizás te resulte aburrida… Me consuela pensar que en el cielo volveré a hablarte de las gracias que he recibido y que entonces podré hacerlo con palabras amenas y arrobadoras… Allí nada vendrá ya a interrumpir nuestros desahogos íntimos y con una sola mirada lo comprenderás todo… Mas como ahora necesito todavía emplear el lenguaje de esta triste tierra, trataré de hacerlo con la sencillez de un niño que conoce el amor de su madre…
– ir a índice –

París: Nuestra Señora de las Victorias
La peregrinación salía de París el 7 de noviembre, pero papá nos llevó allí unos días antes para que la visitáramos.

Una mañana, a las tres de la madrugada, atravesaba la ciudad de Lisieux, que aún dormía. Muchas emociones pasaron en esos momentos por mi alma. Sabía que iba hacia lo desconocido y que allá lejos me esperaban grandes cosas… Papá iba feliz. Cuando el tren arrancó, él se puso a cantar aquella vieja canción: «Rueda, rueda, diligencia, que ya estamos en camino».

Llegamos a París por la mañana, y comenzamos enseguida a visitar la ciudad. Nuestro pobre papaíto se desvivió por complacernos, así que en poco tiempo teníamos vistas todas las maravillas de la capital.

Yo sólo encontré una que verdaderamente me encantara, y esa maravilla fue: «Nuestra Señora de las Victorias». ¡Imposible decir lo que sentí a sus pies…! Las gracias que me concedió me emocionaron tan profundamente, que sólo mis lágrimas traducían mi felicidad, como en el día de mi primera comunión… La Santísima Virgen me hizo sentir que había sido realmente ella quien me había sonreído y curado. Comprendí que velaba por mí y que yo era su hija; y que, entonces, yo no podía darle ya [57rº] otro nombre que el de «mamá», que me parecía mucho más tierno que el de Madre…

¡Con qué fervor le pedí que me amparara siempre y que convirtiera pronto mi sueño en realidad, escondiéndome a la sombra de su manto virginal…! Ese había sido uno de mis primeros deseos de niña… Luego, al crecer, había comprendido que sólo en el Carmelo podría encontrar de verdad el manto de la Santísima Virgen, y hacia esa fértil montaña volaban todos mis deseos…

Supliqué también a Nuestra Señora de las Victorias que alejase de mí todo lo que pudiese empañar mi pureza. No ignoraba que en un viaje como éste a Italia, se encontrarían muchas cosas capaces de turbarme, sobre todo porque, al no conocer el mal, temía descubrirlo, por no haber experimentado todavía que para el puro todo es puro y que las almas sencillas y rectas no ven mal en ninguna parte, pues el mal sólo existe en los corazones impuros y no en los objetos inanimados…

Rogué también a san José que velase por mí. Desde mi niñez le tenía una devoción que se confundía con mi amor a la Santísima Virgen. Todos los días le rezaba la oración: «San José, padre y protector de las vírgenes».

Con esto, emprendí sin miedo el largo viaje. Iba tan bien protegida, que me parecía imposible tener miedo.

Después de consagrarnos al Sagrado Corazón en la basílica de Montmartre, salimos de París el lunes 7 muy de madrugada. No tardamos en ir conociendo a las demás personas de la peregrinación. Yo, que era tan tímida que no solía atreverme casi a hablar, me hallé completamente libre de tan molesto defecto. Con gran sorpresa mía, hablaba libremente con todas las grandes damas, con los sacerdotes, e incluso con el obispo de Coutances. Como si hubiese vivido siempre en ese mundo.

Creo que [57vº] todo el mundo nos quería, y a papá se le veía orgulloso de sus hijas. Pero si él estaba orgulloso de nosotras, nosotras no lo estábamos menos de él, pues en toda la peregrinación no había un caballero más apuesto ni distinguido que mi querido rey. Le gustaba verse acompañado de Celina y de mí, y muchas veces, cuando no íbamos en coche y yo me alejaba de su lado, me llamaba para que le diese el brazo como en Lisieux…

El Sr. abate Révérony se fijaba muy atentamente en todo lo que hacíamos. Con frecuencia le sorprendía mirándonos de lejos. En la mesa, cuando yo no estaba enfrente de él, encontraba la manera de inclinarse para verme y para escuchar lo que decía. Quería, sin duda, conocerme para saber si yo era realmente capaz de ser carmelita. Y creo que debió quedar satisfecho del examen, pues al final del viaje pareció estar bien dispuesto en mi favor. Pero en Roma estuvo muy lejos de serme favorable, como luego diré.
– ir a índice –

Suiza
Antes de llegar a la ciudad eterna, meta de nuestra peregrinación, tuvimos ocasión de contemplar muchas maravillas. Primero fue Suiza, con sus montañas cuyas cimas se pierden entre las nubes, y sus impetuosas cascadas despeñándose de mil diferentes maneras, y sus profundos valles plagados de helechos gigantes y de brezos rosados.

¡Cuánto bien, Madre querida, hicieron a mi alma todas aquellas maravillas de la naturaleza derramadas con tanta profusión! ¡Cómo la hicieron elevarse hacia Quien quiso sembrar de tanta obra maestra esta tierra nuestra de destierro que no ha de durar más que un día…! No tenía ojos bastantes para mirar. De pie, pegada a la ventanilla, casi se me cortaba la respiración. Hubiera querido estar a los dos lados del vagón, pues, al volverme, contemplaba paisajes de auténtica fantasía y totalmente diferentes de los que se extendían ante mí.

Unas veces nos hallábamos en la cima de una montaña. A nuestros pies, [58rº] precipicios cuya profundidad no podía sondear nuestra mirada parecían dispuestos a engullirnos…

Otras veces era un pueblecito encantador, con sus esbeltas casitas de montaña y su campanario sobre el que se cernían blandamente algunas nubes resplandecientes de blancura…

Allá más lejos, un ancho lago, dorado por los últimos rayos del sol. Sus ondas, serenas y claras, teñidas del color azul del cielo mezclado con las luces rojizas del atardecer, ofrecían a nuestros ojos maravillados el espectáculo más poético y encantador que se pueda imaginar…

En lontananza, sobre el vasto horizonte, se divisaban las montañas cuyos contornos imprecisos hubieran escapado a nuestra vista si sus cumbres nevadas, que el sol volvía deslumbrantes, no hubiesen añadido un encanto más al hermoso lago que nos fascinaba…

La contemplación de toda esa hermosura hacía nacer en mi alma pensamientos muy profundos. Me parecía comprender ya en el tierra la grandeza de Dios y las maravillas del cielo…

La vida religiosa se me aparecía tal cual es, con sus sujeciones y sus pequeños sacrificios realizados en la sombra. Comprendía lo fácil que es replegarse sobre uno mismo y olvidar el fin sublime de la propia vocación, y pensaba: Más tarde, en la hora de la prueba, cuando, prisionera en el Carmelo, no pueda contemplar más que una esquinita del cielo estrellado, me acordaré de lo que estoy viendo hoy; y ese pensamiento me dará valor; y al ver la grandeza y el poder de Dios -el único a quien quiero amar-, olvidaré fácilmente mis pobres y mezquinos intereses. Ahora que «mi corazón ha vislumbrado lo que Jesús tiene preparado para los que lo aman», no tendré la desgracia de apegarme a unas pajas…
– ir a índice –

Milán, Venecia, Bolonia, Loreto
Después de haber admirado el poder de Dios, pude también admirar el que él ha concedido sus criaturas.

La primera ciudad de Italia que visitamos fue Milán. La catedral, toda de mármol blanco, y con sus estatuas suficientemente numerosas como para formar un pueblo innumerable, [58vº] la visitamos hasta en sus mas pequeños detalles.

Celina y yo éramos intrépidas. Siempre íbamos las primeras y seguíamos muy de cerca a Monseñor para ver todo lo referente a las reliquias de los santos y escuchar bien las explicaciones. Por ejemplo, mientras él celebraba el santo sacrificio sobre la tumba de san Carlos, nosotras estábamos con papá detrás del altar, con la cabeza apoyada en la urna que guarda el cuerpo del santo revestido de sus ornamentos pontificales. Y así hacíamos en todas partes… Excepto cuando se trataba de subir adonde la dignidad de un obispo no lo permitía, pues en tales casos sabíamos muy bien separarnos de Su Excelencia…

Dejando a las tímidas señoras tapándose la cara con las manos después de subir a los primeros campaniles que coronaban la catedral, nosotras seguimos a los peregrinos más audaces y llegamos hasta lo alto del último campanario de mármol, y tuvimos el placer de contemplar a nuestros pies la ciudad de Milán, cuyos numerosos habitantes parecían un pequeño hormiguero…

Bajamos de nuestro pedestal, y comenzamos nuestros paseos en coche, que iban a durar un mes ¡y que iban a saciarme para siempre de mis ganas de rodar sin nunca cansarme!

El camposanto nos gustó todavía más que la catedral. Todas aquellas estatuas de mármol blanco, a las que el cincel del genio parece haber insuflado vida, están colocadas por el enorme campo de los muertos con una especie de estudiado descuido que, para mi gusto, aumenta aún más su encanto… Uno casi se siente tentado de acercarse a consolar a aquellos personajes idealizados que te rodean. Su expresión es tan real, y su dolor tan sereno y resignado, que uno no puede por menos de reconocer los pensamientos de inmortalidad que debían llenar el corazón de los artistas que realizaron esas obras de arte

Hay una niña arrojando flores sobre la tumba de sus padres. Parece como si el mármol hubiera perdido su pesadez y los delicados pétalos se deslizaran entre los dedos de la niña; el viento parece dispersarlos, y parece [59rº] también hacer flotar el velo ligero de las viudas y las cintas con que las jóvenes adornan sus cabellos.

Papá estaba tan encantado como nosotras. En Suiza se había sentido cansado; pero aquí recobró su jovialidad y disfrutó del hermoso espectáculo que contemplábamos. Su alma de artista se reflejaba en las expresiones de fe y de admiración que aparecían en su hermoso rostro.

Un señor ya mayor (francés), que no tenía, sin duda, un alma tan poética, nos miraba con el rabillo del ojo y decía malhumorado, como con aire de lamentar el no poder compartir nuestra admiración: «¡Pero qué entusiastas son los franceses»! Creo que aquel pobre señor hubiera hecho mejor quedándose en su casa, pues no me pareció que estuviera satisfecho del viaje; con frecuencia se ponía a nuestro lado, y de su boca no salían mas que quejas: estaba descontento de los coches, de los hoteles, de las personas, de las ciudades, en suma, de todo… Papá, con su habitual grandeza de alma, trataba de animarlo, le cedía su sitio, etc.; en definitiva, se encontraba siempre a gusto en todas partes y era de un temperamento diametralmente opuesto al de su desagradable vecino… ¡Cuántos y cuán diferentes personajes encontramos! ¡Y qué interesante el estudio del mundo cuando uno está a punto de abandonarlo…!

En Venecia la escena cambió por completo. Allí, en lugar de los ruidos de las grandes ciudades, sólo se oyen, en medio del silencio, los gritos de los gondoleros y el murmullo del agua agitada por los remos.

Venecia no carece de encantos, pero a mí me pareció una ciudad triste. El palacio de los Duces es espléndido; pero resulta también triste, con sus enormes salones en los que se hace una verdadera ostentación de oro, de maderas, de los mármoles más preciosos y de los cuadros de los más célebres maestros. Hace ya muchos años que sus bóvedas sonoras han dejado de escuchar la voz de los gobernadores pronunciando sentencias de vida o de muerte en aquellas salas que atravesábamos… Han dejado de sufrir los desdichados prisioneros encerrados por los duces en los calabozos y en las [59vº] mazmorras subterráneas…

Al visitar aquellas espantosas prisiones, me parecía estar viviendo en los tiempos de los mártires, ¡y me habría gustado poder quedarme allí para imitarlos…! Pero tuvimos que salir prontamente y pasar el puente de los suspiros, así llamado a causa de los suspiros de alivio que daban los condenados al verse libres del horror de los sótanos, a los que preferían la muerte…

Desde Venecia nos dirigimos a Padua, donde veneramos la lengua de san Antonio. Y de allí a Bolonia, donde vimos el cuerpo de santa Catalina, que conserva la huella del beso del Niño Jesús.

Muchos son los detalles interesantes que podría dar sobre cada ciudad y sobre las mil peripecias de nuestro viaje, pero sería para nunca acabar, por lo que sólo voy a escribir los detalles más importantes.

Respiré al salir de Bolonia. Esa ciudad se me había hecho insoportable a causa de los estudiantes que la llenaban y que formaban un auténtico cerco a nuestro alrededor cuando teníamos la desgracia de salir a pie, y sobre todo a causa de la pequeña aventura que me sucedió con uno de ellos. Me alegré de emprender el camino hacia Loreto.

No me extraña que la Santísima Virgen haya elegido este lugar para transportar a él su bendita casa. Allí la paz, la alegría y la pobreza reinan como soberanas. Todo es sencillo y primitivo. Las mujeres han conservado su vistoso traje italiano y no han adoptado, como en otras ciudades, la moda de París. En una palabra, ¡Loreto me encantó!

¿Y qué puedo decir de la santa casa…? Me emocionó profundamente encontrarme bajo el mismo techo que la Sagrada Familia, contemplar las paredes en las que Jesús posó sus ojos divinos, pisar la tierra que José regó con su sudor y donde María llevó en brazos a Jesús después de haberlo llevado en su seno virginal… Visité la salita donde el ángel se apareció a la Santísima Virgen… Metí mi rosario en la pequeña escudilla del Niño Jesús… ¡Qué recuerdos tan maravillosos…!

[60rº] Pero nuestra mayor alegría fue recibir al mismo Jesús en su casa y convertirnos en su templo vivo en el mismo lugar que él honró con su presencia.

Es costumbre en Italia conservar el Santísimo, en las iglesias, sólo en un altar, y solamente allí se puede recibir la sagrada comunión. Este altar se encuentra en la misma basílica donde está la Santa Casa, encerrada como un diamante precioso en un estuche de mármol blanco. Esto no nos gustó, pues queríamos recibir la comunión, no en el estuche, sino en el mismo diamante.

Papá, con su finura habitual, hizo como todo el mundo. Pero Celina y yo fuimos a buscar a un sacerdote que nos acompañaba por todas partes, y que en aquel preciso momento se disponía a celebrar la santa misa, por un privilegio especial, en la Santa Casa. Pidió dos hostias pequeñas, que puso en la patena con la hostia grande. Ya comprenderás, Madre querida, cuál sería nuestra ilusión al recibir las dos juntas la sagrada comunión en aquella casa bendita… Fue una alegría totalmente celestial que no se puede expresar en palabras. ¿Qué será entonces cuando recibamos la comunión en la morada celestial del rey de los cielos…? Allí ya no veremos que se nos acaba la alegría, ni existirá ya la tristeza de la partida, y para llevarnos un recuerdo no tendremos que rascar furtivamente las paredes santificadas por la presencia divina, pues su casa será la nuestra por toda la eternidad….

Dios no quiere darnos su casa de la tierra; se conforma con enseñárnosla para hacernos amar la pobreza y la vida escondida. La que nos reserva es su propio palacio de la gloria, donde ya no le veremos escondido bajo las apariencia de un niño o de una blanca hostia, ¡¡¡sino tal cual es en el esplendor de su gloria infinita…!!!
– ir a índice –

El coliseo y las catacumbas
Ahora sólo me falta ya hablar de Roma. ¡De Roma, meta de [60vº] nuestro viaje, donde yo esperaba encontrar el consuelo, pero donde encontré la cruz…!

Llegamos a Roma de noche y dormidos. Nos despertaron los empleados de la estación, que gritaban: «Roma, Roma». No era un sueño, ¡estaba en Roma…!

El primer día lo pasamos extramuros, y fue quizás el más delicioso de todos, pues todos los monumentos han conservado su sello de antigüedad, mientras que en el centro de Roma, ante el fausto de los hoteles y de las tiendas, uno tiene la impresión de estar en París.

Aquel paseo por la campiña romana me ha dejado un gratísimo recuerdo. No hablaré de los lugares que visitamos, pues hay bastantes libros que los describen por extenso, sino solamente de las principales emociones que viví.

Una de las más dulces fue la que me hizo estremecerme a la vista del Coliseo. Por fin, podía ver aquella arena en la que tantos mártires habían derramado su sangre por Jesús, y ya me disponía a besar la tierra que ellos habían santificado. ¡Pero qué decepción la mía! El centro no era más que un montón de escombros que los peregrinos tenían que conformarse con mirar, pues una valla les impedía entrar. Por otra parte, nadie sintió la tentación de intentar meterse por en medio de aquellas ruinas…

¿Pero valía la pena haber venido a Roma y quedarse sin bajar al Coliseo…? Aquello me parecía imposible. Ya no escuchaba las explicaciones del guía, sólo un pensamiento me rondaba por la cabeza: bajar a la arena…

Al ver pasar a un obrero con una escalera, estuve a punto de pedírsela. Afortunadamente no puse en práctica mi idea, pues me habría tomado por loca…

Se dice en el Evangelio que la Magdalena, perseverando junto al sepulcro y agachándose insistentemente para mirar dentro, acabó por ver dos ángeles. Yo, igual que ella, aun reconociendo la imposibilidad de ver cumplidos mis deseos, [61rº] seguía agachándome hacia las ruinas, adonde quería bajar.

Por fin, no vi ángeles, pero sí lo que buscaba. Lancé un grito de alegría y le dije a Celina: «¡Ven corriendo, vamos a poder pasar…!»

Inmediatamente sorteamos la valla, hasta la que en aquel sitio llegaban los escombros, y comenzamos a escalar las ruinas, que se hundían bajo nuestros pies.

Papá nos miraba, completamente asombrado de nuestra audacia, y no tardó en indicarnos que volviéramos. Pero las dos fugitivas ya no oían nada. Lo mismo que los guerreros sienten aumentar su valor en medio del peligro, así nuestra alegría iba en aumento en proporción al trabajo que nos costaba alcanzar el objeto de nuestros deseos.

Celina, más previsora que yo, había escuchado al guía, y acordándose de que éste acababa de señalar un pequeño adoquín marcado con una cruz como el lugar en el que combatían los mártires, se puso a buscarlo. No tardó en encontrarlo, y, arrodillándonos sobre aquella tierra sagrada, nuestras almas se fundieron en una misma oración…

Al posar mis labios sobre el polvo purpurado por la sangre de los primeros cristianos, me latía fuertemente el corazón. Pedí la gracia de morir también mártir por Jesús, y sentí en el fondo del corazón que mi oración había sido escuchada…

Todo esto sucedió en muy poco tiempo, y después de coger algunas piedras, volvimos hacia los muros en ruinas para volver a comenzar nuestra arriesgada empresa. Papá, al vernos tan contentas, no tuvo valor para reñirnos, y me di cuenta de que estaba orgulloso de nuestra valentía…

Dios nos protegió visiblemente, pues los peregrinos no se dieron cuenta de nuestra empresa por estar algo más lejos que nosotros, ocupados sin duda en contemplar las magníficas arcadas, de las que el guía estaba resaltando «las pequeñas cornisas y los cupidos colocados sobre ellas». Y así, ni él ni los «señores abates» se enteraron de la alegría que embargaba nuestros corazones…

También las catacumbas me dejaron una gratísima impresión. Son [61vº] tal como me las había imaginado leyendo su descripción en la vida de los mártires. La atmósfera que allí se respira está tan llena de fragancia, que, después de pasar en ellas buena parte de la tarde, me daba la impresión de haber estado tan sólo unos instantes…

Teníamos que llevarnos algún recuerdo de las catacumbas. Así que, dejando que se alejase un poco la procesión, Celina y Teresa se deslizaron las dos juntas hasta el fondo del antiguo sepulcro de santa Cecilia y cogieron un poco de la tierra santificada por su presencia.

Antes del viaje a Roma, yo no tenía especial devoción a esta santa. Pero al visitar su casa, convertida en iglesia, y el lugar de su martirio, al saber que había sido proclamada reina de la armonía, no por su hermosa voz ni por su talento musical, sino en memoria del canto virginal que hizo oír a su Esposo celestial escondido en el fondo de su corazón, sentí por ella algo más que devoción: una auténtica ternura de amiga… Se convirtió en mi santa predilecta, en mi confidente íntima… Todo en ella me fascina, sobre todo su abandono y su confianza sin límites, que la hicieron capaz de virginizar a unas almas que nunca habían deseado más alegrías que las de la vida presente…

Santa Cecilia se parece a la esposa del Cantar de los Cantares. Veo en ella «un coro en medio de un campo de batalla…» Su vida no fue más que un canto melodioso, aun en medio de las mayores pruebas, y no me extraña, pues «el santo Evangelio reposaba sobre su corazón» y en su corazón reposaba el Esposo de las vírgenes…

También la visita a la iglesia de Santa Inés fue para mí muy dulce. Allí iba a visitar en su casa a una amiga de la infancia. Le hablé largamente de la que tan dignamente lleva su nombre, e hice todo lo posible por conseguir una reliquia de la angelical patrona de mi Madre querida para traérsela. [62rº] Pero no pudimos conseguir más que una piedrecita roja que se desprendió de un rico mosaico cuyo origen se remonta a los tiempos de santa Inés y que ella debió de mirar muchas veces. ¿No resulta encantadora la amabilidad de la santa, al regalarnos ella misma lo que buscábamos y que nos estaba prohibido tomar…? Siempre me ha parecido aquello una delicadeza y una prueba del amor con que la dulce santa Inés mira y protege a mi Madre querida…
– ir a índice –

Audiencia con León XIII
Seis días pasamos visitando las principales maravillas de Roma, y el séptimo vi la mayor de todas: «León XIII…»

Deseaba que llegase aquel día, y al mismo tiempo lo temía. De él dependía mi vocación, pues la respuesta que debía recibir de Monseñor no había llegado y había sabido, Madre querida, por una carta tuya, que ya no estaba muy bien dispuesto en mi favor. Así que mi única tabla de salvación era el permiso del Santo Padre…

Pero para obtenerlo, había que pedirlo. Tenía que atreverme a hablar «al Papa» delante de todo el mundo. Y simplemente el pensarlo me hacía temblar. Sólo Dios sabe, y mi querida Celina, lo que sufrí antes de la audiencia. Nunca olvidaré cómo me acompañó ella en todas mis pruebas; parecía como si mi vocación fuese la suya.

(Los sacerdotes de la peregrinación se dieron cuenta de cómo nos queríamos. Una noche estábamos en una reunión tan numerosa, que faltaban sillas; entonces Celina me sentó sobre sus rodillas y nos miramos con tanto cariño, que un sacerdote exclamó: «¡Cómo se quieren! ¡Esas dos hermanas serán siempre inseparables!» Sí, nos queríamos; pero nuestro cariño era tan puro y tan fuerte, que el pensamiento de la separación no nos inquietaba, pues sabíamos que nada en el mundo, ni siquiera el océano, podría alejarnos una de otra… Celina veía tranquila cómo mi [62vº] barquilla se iba acercando a la ribera del Carmelo y se resignaba a quedarse en el mar tempestuoso del mundo todo el tiempo que Dios quisiera, segura de que un día también ella llegaría a la ribera objeto de nuestros deseos…)

El domingo 20 de noviembre, vestidas según la etiqueta del Vaticano (es decir, de negro, y con mantilla de encaje por tocado) y adornadas con una gran medalla de León XIII que colgaba de una cinta azul y blanca, hicimos nuestra entrada en el Vaticano, en la capilla del Sumo Pontífice.

A las 8, nuestra emoción fue muy profunda al verle entrar para celebrar la santa Misa… Tras bendecir a los numerosos peregrinos congregados a su alrededor, subió las gradas del altar y nos demostró con su piedad, digna del Vicario de Jesús, que era verdaderamente «el Santo Padre». Cuando Jesús bajó a las manos de su Pontífice, mi corazón latió con fuerza y mi oración se hizo ardiente. Sin embargo, la confianza llenaba mi corazón. El Evangelio de ese día contenía estas palabras: «No temas, pequeño rebaño, porque mi Padre ha tenido a bien daros su reino».

No, no temía. Esperaba que muy pronto sería mío el reino del Carmelo. No pensaba entonces en aquellas otras palabras de Jesús: «Yo os transmito el reino como me lo transmitió mi Padre a mí». Es decir, te reservo cruces y tribulaciones; así te harás digna de poseer ese reino por el que suspiras. Si fue necesario que Cristo sufriera, para entrar así en su gloria, si tú quieres tener un sitio a su lado, ¡tendrás que beber el cáliz que él mismo bebió…! Ese cáliz me lo presentó el Santo Padre, y mis lágrimas fueron a mezclarse con la amarga bebida que se me ofrecía.

Después de la misa de acción de gracias que siguió a la de Su Santidad, comenzó la audiencia.

León XIII estaba sentado en un gran sillón. Vestía simplemente [63rº] una sotana blanca y una muceta del mismo color, y en la cabeza no llevaba más que un pequeño solideo. A su lado estaban, de pie, varios cardenales, arzobispos y obispos, pero yo sólo los vi globalmente, pues mi atención estaba centrada en el Santo Padre.

Íbamos desfilando procesionalmente ante él. Cada peregrino, cuando le llegaba su turno, se arrodillaba, besaba el pie y la mano de León XIII, recibía su bendición y dos guardias nobles le tocaban, por ceremonia, indicándole así que debía levantarse (al peregrino, pues me explico tan mal, que podría entenderse que era al Papa).

Antes de entrar en el salón pontificio, yo estaba completamente decidida a hablar; pero sentí que mi valor flaqueaba cuando vi a la derecha del Santo Padre ¡al «Señor Révérony…! Casi en aquel mismo instante nos dijeron de su parte que prohibía hablar a León XIII, pues la audiencia se estaba prolongando demasiado…

Yo me volví hacia mi Celina querida para conocer su opinión. «¡Habla!», me dijo. Un momento después estaba yo a los pies del Santo Padre. Después de besarle la sandalia, me presentó la mano; pero en lugar de besársela, junté las mías y elevando hacia su rostro mis ojos bañados en lágrimas, exclamé:
«¡Santísimo Padre, tengo que pediros una gracia muy grande…!»

Entonces el Sumo Pontífice inclinó hacia mí su cabeza, de manera que mi rostro casi tocaba el suyo, y vi sus ojos negros y profundos que se fijaban en mí y parecían querer penetrarme hasta el fondo del alma.

«¡Santísimo Padre, en honor de vuestras bodas de oro, permitidme entrar en el Carmelo a los 15 años…!»

Sin duda, la emoción hacía temblar mi voz. Por lo que el Santo Padre, volviéndose hacia el Sr. Révérony, que me miraba asombrado y disgustado, le dijo: «No comprendo bien».

Si Dios lo hubiera permitido, le habría sido fácil al Sr. Révérony alcanzarme lo que deseaba, pero Dios quería darme cruz, y no consuelo.

«Santísimo Padre (respondió el Vicario General), se trata de una niña que desea entrar en el Carmelo a los 15 años; pero los superiores están en estos momentos estudiando la cuestión».

«Bueno, hija mía, respondió el Santo Padre mirándome bondadosamente, haz lo que te digan los superiores»:
Entonces, apoyando mis manos [63vº] en sus rodillas, hice un último intento y le dije con voz suplicante: «¡Sí, Santísimo Padre! Pero si usted dijese que sí, todo el mundo estaría de acuerdo».

Me miró fijamente y pronunció estas palabras, recalcando cada sílaba: «Vamos… vamos… Entrarás si Dios lo quiere…» (Y su acento tenía un no sé qué de tan penetrante y convincente, que aún me parece estar oyéndole).

Animada por la bondad del Santo Padre, quise seguir hablando, pero los dos guardias nobles me tocaron cortésmente, para que me levantase; y viendo que con eso no bastaba, me cogieron por los brazos y el Sr. Révérony les ayudó a levantarme, pues seguía con las manos juntas apoyadas en las rodillas del Santo Padre, y tuvieron que arrancarme de sus pies a viva fuerza…

Mientras me quitaban de en medio de esa manera, el Santo Padre acercó su mano a mis labios y después la levantó para bendecirme. Entonces los ojos se me llenaron de lágrimas, y el Sr. Révérony pudo contemplar al menos tantos diamantes como había visto en Bayeux…

Los dos guardias nobles me llevaron en volandas, por así decirlo, hasta la puerta, donde un tercero me dio un medalla de León XIII.

Celina, que iba detrás de mí, acababa de ser testigo de la escena que acababa de ocurrir. Casi tan emocionada como yo, tuvo no obstante valor para pedir al Santo Padre una bendición para el Carmelo. El Sr. Révérony, con voz, malhumorada, respondió: «El Carmelo ya está bendecido».

Y el Santo Padre contestó con ternura: «Sí, sí, ¡ya está bendecido!»

Papá se había acercado a los pies de León XIII antes que nosotras (con los caballeros). El Sr. Révérony había estado con él encantador, presentándolo como el padre de dos carmelitas. El Santo Padre, como muestra de especial benevolencia, posó su mano sobre la cabeza venerable de mi querido rey, como marcándole con un sello misterioso en nombre de Aquel de quien era verdadero representante…

Ahora que este padre de cuatro carmelitas está en el cielo, ya no es la mano del Pontífice la que reposa sobre su frente, [64rº] profetizándole el martirio… Es la mano del Esposo de las Vírgenes, la del Rey de la gloria, la que hace resplandecer la cabeza de su fiel servidor. ¡Y ya nunca esa mano adorada dejará de apoyarse en la frente que ella misma ha glorificado…!

Mi papá querido se llevó un disgusto muy grande cuando, al salir de la audiencia, me encontró deshecha en lágrimas, e hizo todo lo posible por consolarme; pero en vano…

En el fondo del corazón yo sentía una gran paz, puesto que había hecho absolutamente todo lo que estaba en mis manos para responder a lo que Dios pedía de mí. Pero esa paz estaba en el fondo, mientras la amargura inundaba mi alma, pues Jesús callaba. Parecía estar ausente, nada me revelaba su presencia… Tampoco aquel día el sol se atrevió a brillar, y el hermoso cielo de Italia, cargado de oscuros nubarrones, no cesó de llorar conmigo…

Todo había terminado. El viaje no tenía ya el menor atractivo para mí, pues su objetivo había fracasado

Sin embargo, las últimas palabras del Santo Padre deberían haberme consolado: ¿no eran, en realidad, una verdadera profecía? A pesar de todos los obstáculos, se realizó lo que Dios quiso. No permitió a las criaturas hacer lo que ellas querían, sino lo que quería él…

Desde hacía algún tiempo, me había ofrecido al Niño Jesús para ser su juguetito. Le había dicho que no me tratase como a uno de esos juguetes caros que los niños se contentan con mirar sin atreverse a tocarlos, sino como a una pelotita sin valor que pudiera tirar al suelo, o golpear con el pie, o agujerear, o dejarla en un rincón, o bien, si le apetecía, estrecharla contra su corazón. En una palabra, quería divertir al Niño Jesús, agradarle, entregarme a sus caprichos infantiles… Y él había escuchado mi oración…

En Roma Jesús agujereó su juguetito. Quería ver lo que había dentro. Y luego, una vez que lo vio, satisfecho de su descubrimiento, dejó caer su [64vº] pelotita y se quedó dormido…

¿Y qué hizo mientras dormía dulcemente, y qué fue de la pelotita abandonada…? Jesús soñó que seguía divirtiéndose con su juguete, tirándolo y cogiéndolo una y otra vez; y luego, que, después de haberlo echado a rodar muy lejos, lo estrechaba contra su corazón sin dejarlo alejarse ya nunca más de su manita…

Imagínate, Madre querida, lo triste que se sentiría la pelotita al verse tirada por el suelo… Sin embargo, no dejé de esperar contra toda esperanza.

Unos días después de la audiencia con el Santo Padre, papá fue a visitar al hermano Simeón, y encontró allí al Sr. Révérony, que se mostró muy amable. Papá le reprochó jovialmente que no me hubiese ayudado en mi difícil empresa, y luego le contó la historia de su reina al hermano Simeón. El venerable anciano escuchó su relato con gran interés, tomó incluso algunas notas y dijo emocionado: «¡Estas cosas no se ven en Italia!»

Creo que aquella entrevista causó muy buena impresión al Sr. Révérony, que a partir de entonces no dejó de darme muestras de que por fin estaba convencido de mi vocación.
– ir a índice –

Nápoles, Asís, regreso a Francia
Al día siguiente de la memorable jornada, tuvimos que salir de madrugada para Nápoles y Pompeya. El Vesubio, en nuestro honor, no dejó de meter ruido en todo el día, dejando escapar entre sus cañonazos una espesa columna de humo. Las huellas que ha dejado en las ruinas de Pompeya son horribles y muestran el poder de Dios, que «mira a la tierra y la hace temblar, toca los montes y humean…»

Me hubiera gustado pasearme sola por entre las ruinas y meditar en la fragilidad de las realidades humanas, pero la cantidad de viajeros quitaba a la ciudad destruida buena parte de su melancólico encanto…

En Nápoles fue todo lo contrario. La gran cantidad de coches de dos caballos hizo que resultara espléndido nuestro paseo al monasterio de San Martín, situado en la cima de [65rº] una alta colina que dominaba toda la ciudad. Lamentablemente, los caballos que nos conducían se desbocaban a cada paso, y más de una vez creí llagada mi última hora. Por más que el cochero repetía continuamente la palabra mágica de los conductores italianos: «Appipó, appipó…», los pobres caballos estaban empeñados en volcar el coche. Por fin, gracias a la protección de nuestros ángeles de la guarda, llegamos a nuestro magnífico hotel.

A lo largo de todo nuestro viaje nos alojamos en hoteles principescos. Nunca antes me había visto rodeada de tanto lujo. Y aquí sí que cabe decir que la riqueza no hace la felicidad, pues yo me habría sentido mucho más feliz bajo un techo de paja con la esperanza del Carmelo, que entre artesonados de oro, escaleras de mármol blanco y tapices de seda, con amargura en el corazón…

Comprendí bien que la alegría no se halla en las cosas que nos rodean, sino en lo más íntimo de nuestra alma; se la puede poseer lo mismo en una prisión que en un palacio. La prueba está en que yo soy más feliz en el Carmelo, aun en medio de mis sufrimientos interiores y exteriores, que entonces en el mundo, rodeada de las comodidades de la vida y sobre todo de la ternura del hogar paterno…

Llevaba el alma sumida en la tristeza. Sin embargo, exteriormente era la misma, pues creía que nadie conocía la petición que había hecho al Santo Padre. Pronto me convencí de lo contrario. Habiéndome quedado sola con Celina en el vagón (los demás peregrinos habían bajado a la cantina de la estación, aprovechando unos pocos minutos de parada), vi que el Sr. Legoux, Vicario General de Coutances, abría la puerta y mirándome me decía sonriendo: «¿Cómo está nuestra pequeña carmelita…?» Entonces comprendí que toda la peregrinación conocía mi secreto. Gracias a Dios, nadie me habló sobre ello, pero, por la simpatía con que me miraban, me di cuenta de que mi petición no les había producido mala [65vº] impresión, sino todo lo contrario…

En la pequeña ciudad de Asís tuve ocasión de subir al coche del Sr. Révérony, un honor que no le fue concedido a ninguna dama durante todo el viaje. Te cuento cómo conseguí ese privilegio.

Después de visitar los lugares impregnados por el aroma de las virtudes de san Francisco y santa Clara, terminamos en el monasterio de Santa Inés, hermana de santa Clara.

Yo había estado contemplando a mis anchas la cabeza de la santa y cuando me retiraba, una de las últimas, me di cuenta de que había perdido el cinturón. Lo busqué en medio de la muchedumbre. Un sacerdote se compadeció de mí y me ayudó; pero después de habérmelo encontrado, le vi alejarse, y yo me quedé sola buscando, pues aunque tenía el cinturón no me lo podía poner, pues faltaba la hebilla… Por fin, la vi brillar en un rincón. Cogerla y ajustarla al cinturón no me llevó mucho tiempo, pero todo el trabajo anterior sí que me lo había llevado. Así que me quedé de una pieza al ver que estaba sola al salir de la iglesia. Todos los coches, y eran muchos, habían desaparecido, excepto el del Sr. Révérony. ¿Qué decisión tomar? ¿Echarme a correr detrás de los coches, que ya no se veían, exponiéndome a perder el tren, con la consiguiente preocupación de mi querido papá, o bien pedir un sitio en la calesa del Sr. Révérony…?

Me decidí por esta última solución. Con la mayor amabilidad y lo menos apurada que pude, a pesar de mi apuro, le expuse mi crítica situación y lo puse a él mismo en un apuro, pues su coche iba lleno de los más distinguidos caballeros de la peregrinación. Imposible encontrar una plaza libre. Pero un caballero muy galante se apresuró a bajar, me hizo ocupar su asiento, y se puso él modestamente al lado del cochero. Parecía una ardilla atrapada en un cepo, y estaba muy lejos de encontrarme a gusto, rodeada de todos aquellos personajes ilustres, y sobre todo del más temible de todos ellos, frente al cual iba sentada… Sin embargo, estuvo muy [66rº] amable conmigo, interrumpiendo de vez en cuando su conversación con los caballeros para hablarme del Carmelo.

Antes de llegar a la estación, todos aquellos grandes personajes sacaron sus grandes monederos para dar una propina al cochero (que ya estaba pagado). Yo hice lo mismo, y saqué mi diminuto monedero, pero el Sr. Révérony no me permitió sacar mis preciosas moneditas y prefirió dar él una grande de las suyas por los dos.

En otra ocasión volví a encontrarme a su lado en el ómnibus. Estuvo más amable todavía, y me prometió hacer todo lo que pudiera para que entrase en el Carmelo…

Aunque estos breves encuentros pusieron un poco de bálsamo en mis llagas, no pudieron evitar que el regreso fuese mucho menos placentero que la ida, pues ya no tenía la esperanza «del Santo Padre». No encontraba ayuda alguna en la tierra, que me parecía un desierto agostado y sin agua. Sólo en Dios tenía puesta toda mi esperanza… Acababa de conocer por experiencia que vale más recurrir a él que a sus santos…

La tristeza de mi alma no fue obstáculo para que pusiese un gran interés en los santos lugares que visitábamos.

En Florencia tuve la dicha de contemplar a santa María Magdalena de Pazzis, colocada en medio del coro de las carmelitas, que nos abrieron la reja. Como no sabíamos que íbamos a disfrutar de tal privilegio, y muchas personas deseaban hacer tocar sus rosarios en el sepulcro de la santa, no había nadie más que yo que pudiese pasar la mano por entre la reja que nos separaba de él. Por eso, todos me traían sus rosarios, y yo me sentía muy orgullosa de mi oficio…

Siempre tenía que encontrar la forma de tocarlo todo. Así, en la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén (en Roma) pudimos venerar varios fragmentos de la verdadera Cruz, dos espinas y uno de los sagrados clavos, encerrado en un magnífico relicario de oro labrado, pero sin cristal, por lo que, al venerar la sagrada reliquia, encontré la forma de pasar mi dedito por una [66vº] de las aberturas del relicario y pude tocar el clavo que bañó la sangre de Jesús…

La verdad es que era demasiado atrevida… Por suerte, Dios, que conoce el fondo de los corazones, sabe que mi intención era pura y que por nada del mundo hubiera querido desagradarle. Me portaba con él como un niño que piensa que todo le está permitido y mira como suyos los tesoros de su padre.

Todavía hoy sigo sin comprender por qué en Italia se excomulga tan fácilmente a las mujeres. A cada paso nos decían: «¡No entréis aquí… No entréis allá, que quedaréis excomulgadas…!» ¡Pobres mujeres! ¡Qué despreciadas son…! Sin embargo, ellas aman a Dios en número mucho mayor que los hombres, y durante la pasión de Nuestro Señor las mujeres tuvieron más valor que los apóstoles, pues desafiaron los insultos de los soldados y se atrevieron en enjugar la Faz adorable de Jesús… Seguramente por eso él permite que el desprecio sea su lote en la tierra, ya que lo escogió también para sí mismo… En el cielo demostrará claramente que sus pensamientos no son los de los hombres, pues entonces los últimos serán los primeros…

Más de una vez, durante el viaje, no tuve la paciencia de esperar al cielo para ser la primera… Un día en que visitábamos un convento de Padres carmelitas, no me conformé con seguir a los peregrinos por las galerías exteriores y me metí por los claustro interiores… De pronto vi a un anciano carmelita que desde lejos me hacía señas de que me alejase; pero yo, en vez de marcharme, me acerqué a él y, señalándole los cuadros del claustro, le di a entender por señas que eran bonitos. El se dio cuenta, por mis cabellos que caían sobre la espalda y por mi aspecto juvenil, que era una niña, me sonrió con bondad y se alejó, al ver que no tenía delante de él a una enemiga. Si hubiese podido hablarle en italiano, le habría dicho que era un futura carmelita; pero por culpa de los constructores de la torre de Babel, no pude hacerlo.

Después de visitar también Pisa y Génova, volvimos a Francia.

En el trayecto, [67rº] el panorama era magnífico. A veces bordeábamos el mar, y la vía del tren pasaba tan cerca de él, que me parecía que las olas iban a llegar hasta nosotros (aquel espectáculo fue debido a una tempestad, y era de noche, lo que hacía que la escena fuese aún más impresionante). Otras veces atravesábamos llanuras cubiertas de naranjos con su fruta ya madura, o de verdes olivos de escaso follaje, o de esbeltas palmeras… A la caída de la tarde, veíamos los numerosos puertecitos de mar iluminarse con multitud de luces, mientras en el cielo empezaban a brillar las primeras estrellas…

Y a la vista de todas aquellas cosas, que yo miraba por primera y por última vez en mi vida, ¡mi alma se llenaba de poesía…!

Pero las veía desvanecerse sin la menor pena. Mi corazón aspiraba a otras maravillas. Había contemplado ya bastante las bellezas de la tierra, y sólo las del cielo eran ya el objeto de sus deseos. Y para ofrecérselas a las almas, ¡quería convertirme en prisionera …!
– ir a índice –

Tres meses de espera
Mas antes de ver abrirse ante mí las puertas de la bendita prisión por la que suspiraba, tenía aún que luchar y que sufrir. Lo presentía al volver a Francia. Sin embargo, mi confianza era tan grande, que no perdí la esperanza de que me permitieran entrar en el Carmelo el 25 de diciembre…

Apenas llegamos a Lisieux, nuestra primera visita fue para el Carmelo. ¡Qué encuentro aquél…! ¡Teníamos tantas cosas que decirnos después de un mes de separación, mes que me pareció larguísimo y en el que aprendí más que en muchos años…!

¡Qué dulce fue para mí, Madre querida, volverte a ver y abrirte mi pobre alma herida! ¡A ti, que sabías comprenderme tan bien; a ti, a quien bastaba una palabra o una mirada para adivinarlo todo!

Me abandoné con entera confianza. Había hecho todo lo que dependía de mí, todo, hasta hablarle al Santo Padre; por lo que ya no sabía qué más tenía que hacer. Tú me dijiste que escribiese a Monseñor, recordándole su promesa. Lo hice enseguida lo mejor que supe, pero en unos términos que a nuestro tío le parecieron demasiado [67vº] ingenuos. El rehízo la carta. Cuando yo iba a echarla al correo, recibí una tuya, diciéndome que no escribiese, que esperase unos días más. Obedecí enseguida, pues estaba segura de que ésa era la mejor forma de no equivocarme.

Por fin, diez días antes de Navidad, ¡salió mi carta! Plenamente convencida de que la respuesta no se haría esperar, todas las mañanas iba a correos con papá después de misa, pensando encontrar allí el permiso para echarme a volar; pero cada mañana me traía una nueva decepción, que sin embargo no hacía vacilar mi fe…

Pedía a Jesús que rompiese mis ataduras. Y las rompió, pero de una forma totalmente diferente a como yo esperaba… Llegó la fiesta de Navidad, y Jesús no despertó… Dejó en el suelo a su pelotita, sin echarle siquiera una mirada…

Al ir a la Misa de Gallo llevaba roto el corazón. ¡Tenía tantas esperanzas de asistir a ella tras las rejas del Carmelo…!

Esta prueba fue muy dura para mi fe. Pero Aquel cuyo corazón vela mientras él duerme me hizo comprender que él obra auténticos milagros y cambia la montañas de lugar en favor de quienes tienen una fe como un grano de mostaza, pero que con sus íntimos, con su Madre, él no hace milagros hasta haber probado su fe. ¿No dejó morir a Lázaro, a pesar de que Marta y María le habían hecho saber que estaba enfermo…? Y en las bodas de Caná, cuando la Virgen le pidió que ayudara a los anfitriones, ¿no le contestó que todavía no había llegado su hora…? Pero después de la prueba, ¡qué recompensa! ¡El agua se convierte en vino…! ¡Lázaro resucita…!

Así actuó Jesús con su Teresita: después de haberla probado durante mucho tiempo, colmó todos los deseos de su corazón…

Por la tarde de aquel radiante día de fiesta, que yo pasé llorando, fui a visitar a las carmelitas. Me llevé una gran sorpresa cuando, al abrir la [68rº] reja, vi un precioso Niño Jesús que tenía en la mano una pelota en la que estaba escrito mi nombre. Las carmelitas, en lugar de Jesús, que era demasiado pequeño todavía para hablar, me cantaron una canción compuesta por mi Madre querida. Cada una de sus palabras derramaba en mi alma un dulce consuelo. Jamás olvidaré aquella delicadeza del corazón maternal que siempre me colmó de los más exquisitos detalles de ternura…

Después de dar las gracias derramando dulces lágrimas, les conté la sorpresa que me había dado mi querida Celina al volver de la Misa de Gallo. En mi habitación, en medio de una preciosa jofaina, había encontrado un barquito que llevaba al Niño Jesús dormido con una pelotita a su lado. En la blanca vela Celina había escrito estas palabras: «Duermo, pero mi corazón vela», y en el barco esta sola palabra: «¡Abandono!»

¡Ay!, si Jesús no hablaba todavía a su pequeña prometida, si sus ojos divinos seguían cerrados, por lo menos se revelaba a ella por medio de otras almas que comprendían todas las delicadezas y todo el amor de su corazón…

El primer día del año 1888, Jesús me hizo una vez más el regalo de su cruz. Pero esta vez la llevé yo sola, pues fue tanto más dolorosa cuanto menos la comprendía… Una carta de Paulina me comunicaba que la respuesta de Monseñor había llegado el 28, fiesta de los Santos Inocentes, pero que no me lo había hecho saber porque se había decidido que mi entrada no tuviera lugar hasta después de la cuaresma. Al pensar en una espera tan larga, no pude contener las lágrimas.

Esta prueba tuvo para mí un carácter muy particular. Veía mis ataduras rotas por parte del mundo, pero ahora era el arca santa la que negaba la entrada a la pobre palomita…

Convengo en que debí parecer poco razonable al no aceptar gozosa esos tres meses de destierro. Pero creo también que esta prueba, aunque no lo pareciese, fue muy grande y me ayudó a crecer mucho en el abandono y en las demás virtudes.

[68vº] ¿Cómo trascurrieron estos tres meses tan ricos en gracias para mi alma…?

Al principio me vino a la cabeza la idea de no molestarme en llevar una vida tan ordenada como solía. Pero pronto comprendí el valor de aquel tiempo que se me concedía, y decidí entregarme con más intensidad que nunca a una vida seria y mortificada.

Cuando digo mortificada, no es para hacer creer que hiciera penitencias, pues nunca las he hecho. Lejos de parecerme a esas almas grandes que desde la niñez practicaron toda serie de mortificaciones, yo no sentía por ellas el menor atractivo. Esto se debía, sin duda, a mi flojedad, pues hubiera podido encontrar, como Celina, mis pequeños recursos para mortificarme. En vez de eso, siempre me dejé mecer entre algodones y cebar como un pajarito que no necesita hacer penitencia…

Mis mortificaciones consistían en doblegar mi voluntad, siempre dispuesta a salirse con la suya; en callar cualquier palabra de réplica; en prestar pequeños servicio sin hacerlos valer; en no apoyar la espalda cuando estaba sentada, etc., etc. …

Con la práctica de estas naderías me fui preparando para ser la prometida de Jesús, y no sabría decir cuan dulces recuerdos me ha dejado esta espera…

Tres meses se pasan muy pronto, y por fin llegó el momento tan ardientemente deseado.
– ir a índice –

Capítulo VII
Primeros años en el Carmelo
(1888 – 1890)

El lunes 9 de abril, día en que el Carmelo celebraba la fiesta de la Anunciación, trasladada a causa de la cuaresma, fue el día elegido para mi entrada.

La víspera, toda la familia se reunió en torno a la mesa, a la que yo iba a sentarme por última vez. ¡Ay, qué desgarradoras son estas reuniones íntimas…! Cuando una quisiera pasar inadvertida, te prodigan las caricias y las palabras más tiernas, y te hacen más duro el sacrificio de la separación…

Mi rey querido apenas hablaba, pero su mirada se posaba en mí con amor… Mi tía lloraba de vez en cuando, y mi tío me dispensaba mil atenciones de cariño. También Juana y María me colmaban de delicadezas, sobre todo María, que, [69rº] llevándome aparte, me pidió perdón por todo lo que creía haberme hecho sufrir. Y finalmente, mi querida Leonia, que había vuelto de la Visitación hacía algunos meses, me colmaba como nadie de besos y caricias.

Sólo de Celina no he dicho nada. Pero ya puedes imaginarte, Madre querida, cómo transcurrió la última noche en que dormimos juntas…

En la mañana del gran día, tras echar una última mirada a los Buissonnets, nido cálido de mi niñez que ya no volvería a ver, partí del brazo de mi querido rey para subir a la montaña del Carmelo…

Al igual que la víspera, toda la familia se reunió para escuchar la santa Misa y recibir la comunión. En cuanto Jesús bajó al corazón de mis parientes queridos, ya no escuché a mi alrededor más que sollozos. Yo fui la única que no lloró, pero sentí latir mi corazón con tanta fuerza, que, cuando vinieron a decirnos que nos acercáramos a la puerta claustral, me parecía imposible dar un solo paso. Me acerqué, sin embargo, pero preguntándome si no iría a morirme, a causa de los fuertes latidos de mi corazón… ¡Ah, qué momento aquél! Hay que pasar por él para entenderlo…

Mi emoción no se tradujo al exterior. Después de abrazar a todos los miembros de mi familia querida, me puse de rodillas ante mi incomparable padre, pidiéndole su bendición. Para dármela, también él se puso de rodillas, y me bendijo llorando…

¡El espectáculo de aquel anciano ofreciendo su hija al Señor, cuando aún estaba en la primavera de la vida, tuvo que hacer sonreír a los ángeles…!

Pocos instantes después, se cerraron tras de mí las puertas del arca santa y recibí los abrazos de las hermanas queridas que me habían hecho de madres y a las que en adelante tomaría por modelo de mis actos…

Por fin, mis deseos se veían cumplidos. Mi alma sentía una PAZ tan dulce y tan profunda, que no acierto a [69vº] describirla. Y desde hace siete años y medio esta paz íntima me ha acompañado siempre, y no me ha abandonado ni siquiera en medio de las mayores tribulaciones.

Como a todas las postulantes, inmediatamente después de mi entrada, me llevaron al coro. Estaba en penumbra, porque estaba expuesto el Santísimo, y lo primero que atrajo mi mirada fueron los ojos de nuestra santa Madre Genoveva, que se clavaron en mí. Estuve un momento arrodillada a sus pies, dando gracias a Dios por el don que me concedía de conocer a una santa, y luego seguí a nuestra Madre María de Gonzaga a los diferentes lugares de la comunidad. Todo me parecía maravilloso. Me creía transportada a un desierto. Nuestra celdita, sobre todo, me encantaba.

Pero la alegría que sentía era una alegría serena. Ni el más ligero céfiro hacía ondular las tranquilas aguas sobre las que navegaba mi barquilla, ni una sola nube oscurecía mi cielo azul… Sí, me sentía plenamente compensada de todas mis pruebas… ¡Con qué alegría tan honda repetía estas palabras: «Estoy aquí, para siempre, para siempre…»!

Aquella dicha no era efímera, no se desvanecería con las ilusiones de los primeros días. ¡Las ilusiones! Dios me concedió la gracia de no llevar NINGUNA al entrar en el Carmelo. Encontré la vida religiosa tal como me la había imaginado. Ningún sacrificio me extrañó. Y sin embargo, tú sabes bien, Madre querida, que mis primeros pasos encontraron más espinas que rosas…

Sí, el sufrimiento me tendió los brazos, y yo me arrojé en ellos con amor… A los pies de JesúsHostia, en el interrogatorio que precedió a mi profesión, declaré lo que venía a hacer en el Carmelo: «He venido para salvar almas, y, sobre todo, para orar por los sacerdotes».

Cuando se quiere alcanzar una meta, hay que poner los medios para ello. Jesús me hizo comprender que las almas quería dármelas por medio de la cruz; y mi anhelo de sufrir creció a medida que aumentaba el sufrimiento.

Durante cinco años, éste fue mi camino. Pero, [70rº] al exterior, nada revelaba mi sufrimiento, tanto más doloroso cuanto que sólo yo lo conocía. ¡Qué sorpresas nos llevaremos al fin del mundo cuando leamos la historia de las almas…! ¡Y cuántas personas se quedarán asombradas al conocer el camino por el que fue conducida la mía…!
– ir a índice –

Confesión con el P. Pichon
Esto es tan verdad, que dos meses después de mi entrada, cuando vino el P. Pichon para la profesión de sor María del Sagrado Corazón, se quedó sorprendido al ver lo que Dios estaba obrando en mi alma, y me dijo que, la víspera, al verme hacer oración en el coro, mi fervor le pareció totalmente infantil y muy dulce mi camino.

Mi entrevista con el Padre fue para mí un consuelo muy grande, aunque velado por las lágrimas a causa de la dificultad que encontré para abrirle mi alma.

Hice, no obstante, una confesión general, como nunca la había hecho. Al terminar, el Padre me dijo estas palabras, las más consoladoras que jamás hayan resonado en los oídos de mi alma: «En presencia de Dios, de la Santísima Virgen y de todos los santos, declaro que nunca has cometido ni un solo pecado mortal». Y luego añadió: Da gracias a Dios por todo lo que hace por ti, pues, si te abandonase, en vez de ser un pequeño ángel, serías un pequeño demonio.

¡No, no me costó nada creerlo! Sabía lo débil e imperfecta que era. Pero la gratitud embargaba mi alma. Tenía tanto miedo de haber empañado la vestidura de mi bautismo, que una garantía como aquélla, salida de la boca de un director espiritual como los quería nuestra Madre santa Teresa -es decir, que uniesen la ciencia y la virtud-, me parecía como salida de la misma boca de Jesús…

El Padre me dijo también estas palabras que se me grabaron dulcemente en el corazón: «Hija mía, que Nuestro Señor sea siempre tu superior y tu maestra de novicias».
– ir a índice –

Teresa y sus superioras
De hecho, lo fue. Y también «mi director espiritual». No quiero decir con esto que mi alma estuviese cerrada a cal y canto para mis superioras. No, más bien siempre he procurado que fuese para ellas un libro [70vº] abierto. Pero nuestra Madre estaba enferma con frecuencia y tenía poco tiempo para ocuparse de mí. Sé que me quería mucho y que hablaba muy bien de mí. Sin embargo, Dios permitió que, sin darse cuenta, fuese MUY DURA. No podía cruzarme con ella sin tener que besar el suelo. Y lo mismo ocurría en las escasas conferencias espirituales que tenía con ella…

¡Qué gracia inestimable…! ¡Cómo actuaba Dios visiblemente a través de la que estaba en su lugar…! ¿Qué habría sido de mí si, como pensaba la gente del mundo, hubiese sido «el juguete» de la comunidad…? Quizás, en lugar de ver a Nuestro Señor en mis superioras, no me hubiera fijado más que en las personas; y entonces mi corazón, que había estado tan protegido en el mundo, se habría atado humanamente en el claustro… Gracias a Dios, no caí en esa trampa. Cierto, que yo quería mucho a nuestra Madre, pero con un afecto puro que me elevaba hacia el Esposo de mi alma…

Nuestra maestra de novicias era una verdadera santa, el tipo acabado de las primitivas carmelitas. Yo pasaba todo el día a su lado, pues era la que me enseñaba a trabajar.

Su bondad para conmigo no tenía límites, y, sin embargo, mi alma no lograba expansionarse con ella… Me suponía un gran esfuerzo hacer con ella la conferencia espiritual. Como no estaba acostumbrada a hablar de mi alma, no sabía cómo expresar lo que sucedía en mi interior. Una Madre ya mayor intuyó un día lo que me pasaba y me dijo, sonriendo, en la recreación: -«Hijita, me parece que tú no debes de tener gran cosa que decir a las superioras». -«¿Por qué dice eso, Madre…?» -«Porque tu alma es extremadamente sencilla ; y cuando seas perfecta, serás más sencilla todavía, pues cuanto uno más se acerca a Dios, más se simplifica».

Aquella anciana Madre tenía razón. No obstante, la dificultad que yo tenía para abrir mi alma, aun cuando proviniese de mi sencillez, era un auténtico problema para mí. Lo reconozco hoy que, sin dejar de ser sencilla, [71rº] expreso con gran facilidad lo que pienso.

He dicho que Jesús había sido «mi director espiritual». Cuando entré en el Carmelo, conocí al que podía haberlo sido. Pero apenas me había admitido entre el número de sus hijas, tuvo que partir para el exilio… Así que sólo lo conocí para perderle enseguida… Reducida a no recibir de él más que una carta al año, por doce que yo le escribía, pronto mi corazón se volvió hacia el Director de los directores, y él fue quien me instruyó en esa ciencia escondida a los sabios y a los prudentes, que él quiere revelar a los más pequeños…
– ir a índice –

La Santa Faz
La florecita trasplantada a la montaña del Carmelo tenía que abrirse a la sombra de la cruz; las lágrimas y la sangre de Jesús fueron su rocío, y su Faz adorable velada por el llanto fue su sol…

Hasta entonces todavía no había yo sondeado la profundidad de los tesoros escondidos en la Santa Faz. Fuiste tú, Madre querida, quien me enseñó a conocerlos. Lo mismo que, hacía años, nos habías precedido a las demás en el Carmelo, así también fuiste tú la primera en penetrar los misterios de amor ocultos en el rostro de nuestro Esposo. Entonces tú me llamaste, y comprendí…

Comprendí en qué consistía la verdadera gloria. Aquel cuyo reino no es de este mundo me hizo ver que la verdadera sabiduría consiste en «querer ser ignorada y tenida en nada», en «cifrar la propia alegría en el desprecio de sí mismo».

Sí, yo quería que «mi rostro», como el de Jesús, «estuviera verdaderamente escondido, y que nadie en la tierra me reconociese». Tenía sed de sufrir y de ser olvidada…

¡Qué misericordioso es el camino por donde me ha llevado siempre Dios! Nunca me ha hecho desear algo que luego no me haya concedido. Por eso, su cáliz amargo siempre me ha parecido delicioso…

Pasadas las fiestas radiantes del mes de mayo -las fiestas de la profesión y de la toma de velo [71vº] de nuestra querida María, la mayor de la familia, a quien la más pequeña tuvo la dicha de coronar el día de sus bodas-, tenía que visitarnos la tribulación…

Ya el año anterior, en el mes de mayo, papá había sufrido un ataque de parálisis en las piernas, y la cosa nos preocupó mucho. Pero la fuerte constitución de mi querido rey hizo que se recuperara pronto, y nuestros temores desaparecieron. Sin embargo, durante el viaje a Roma, notamos más de una vez que se cansaba fácilmente y que no estaba tan alegre como de costumbre…

Lo que yo observé, sobre todo, fueron los progresos que papá hacía en la perfección. A ejemplo de san Francisco de Sales, había llegado a dominar su impulsividad natural hasta tal punto, que parecía tener el temperamento más dulce del mundo… Las cosas de la tierra apenas parecían rozarle, y se sobreponía fácilmente a las contrariedades de la vida.

En una palabra, Dios lo inundaba de consuelos. Durante sus visitas diarias al Santísimo, se le llenaban con frecuencia los ojos de lágrimas y su rostro reflejaba una dicha celestial…

Cuando Leonia salió de la Visitación, no se disgustó ni se quejó a Dios porque no hubiera escuchado las oraciones que le había dirigido para obtener la vocación de su querida hija. Hasta fue a buscarla con cierta alegría…

Y he aquí con qué fe aceptó papá la separación de su reinecita. Se la anunció en estos términos a sus amigos de Alençon: «Queridísimos amigos: ¡Teresa, mi reinecita, entró ayer en el Carmelo…! Sólo Dios puede exigir tal sacrificio… No me tengáis lástima, pues mi corazón rebosa de alegría.»

Había llegado la hora de que un servidor tan fiel recibiera el premio de sus trabajos. Y era justo que su salario fuera parecido al que Dios dio al Rey del cielo, a su Hijo único… Papá acababa de hacer a Dios ofrenda de un altar, y él fue la víctima escogida para ser inmolada en él con el Cordero sin mancha.

[72rº] Tú ya conoces, Madre querida, nuestras amarguras del mes de junio -y, sobre todo, las del día 24- del año 1888. Esos recuerdos han quedado demasiado grabados en el fondo de nuestros corazones para que haga falta escribirlos… ¡Cuánto sufrimos, Madre querida…! ¡Y aquello no era más que el principio de nuestra tribulación…!
– ir a índice –

Toma de hábito
Entretanto, había llegado la fecha de mi toma de hábito. Fui aprobada por el capítulo conventual. Pero ¿cómo pensar en una ceremonia solemne? Ya se hablaba de darme el santo hábito sin hacerme salir de la clausura, cuando se optó por esperar.

Contra toda esperanza, nuestro padre querido se repuso de su segundo ataque, y Monseñor fijó la ceremonia para el día 10 de enero.

La espera había sido larga, pero, también, ¡qué hermosa fue la fiesta…! No faltó nada, nada, ni siquiera la nieve…

No sé si te he hablado ya de mi amor a la nieve… Cuando aún era muy pequeña, me fascinaba su blancura. Uno de mis mayores deleites era pasearme bajo los copos de nieve. ¿De dónde me venía esta afición a la nieve…? Tal vez de que, siendo yo una florecita invernal, el primer ropaje con que mis ojos de niña vieron adornada a la naturaleza debió ser su manto blanco…

Lo cierto es que siempre había deseado que, el día de mi toma de hábito, la naturaleza estuviese vestida de blanco como yo. La víspera de ese hermoso día, yo miraba tristemente el cielo plomizo, del que de vez en cuando se desprendía una lluvia fina; pero la temperatura era tan suave, que ya no esperaba que nevase.

A la mañana siguiente, el cielo no había cambiado. Sin embargo, la fiesta resultó maravillosa, y la flor más bella, la más preciosa de todas, fue mi rey querido. Nunca había estado tan guapo y tan digno… Fue la admiración de todo el mundo. Aquel día fue su triunfo, su última fiesta aquí en la tierra. Había entregado todas sus hijas a Dios, pues cuando Celina le confió su vocación, él había llorado de alegría, y había ido a dar gracias a Quien «le hacía el honor de tomar para sí a todas sus hijas».

[72vº] Al final de la ceremonia, Monseñor entonó el Te Deum. Un sacerdote trató de advertirle que aquel cántico sólo se cantaba en las profesiones, pero ya estaba entonado, y el himno de acción de gracias se cantó hasta el final.

¿No debía ser completa aquella fiesta, si en ella se resumían todas las demás…? Después de abrazar por última vez a mi rey querido, volví a entrar en la clausura. Lo primero que vi en el claustro fue a «mi Niño Jesús color rosa» sonriéndome en medio de flores y de luces. Inmediatamente después mi mirada se posó sobre los copos de nieve… ¡El patio estaba blanco, como yo!

¡Qué delicadeza la de Jesús! En atención a los deseos de su prometida, le regalaba nieve… ¡Nieve! ¿Qué mortal, por poderoso que sea, puede hacer caer nieve del cielo para hechizar a su amada…? Tal vez la gente del mundo se hizo esta pregunta; lo cierto es que la nieve de mi toma de hábito les pareció un pequeño milagro y que toda la ciudad se extrañó. Les pareció rara mi afición por la nieve… ¡Tanto mejor! Eso hizo resaltar aún más la incomprensible condescendencia del Esposo de las vírgenes…, de ese Dios que siente un cariño especial por los lirios blancos como la NIEVE…

Monseñor entró en clausura después de la ceremonia, y estuvo conmigo muy paternal. Creo que estaba orgulloso de que lo hubiera conseguido, y decía a todo el mundo que yo era «su hijita». Siempre que Su Excelencia volvió a visitarnos después de aquella hermosa fiesta, se mostró muy bueno conmigo. Me acuerdo muy especialmente de su visita con ocasión del centenario de N. P. san Juan de la Cruz. Me tomó la cabeza entre sus manos y me acarició de mil maneras. ¡Nunca me había visto tan honrada! En aquel momento Dios me hizo pensar en las caricias [73rº] que un día él me prodigará delante de los ángeles y los santos, de las que me daba ya en este mundo una tenue imagen. Por eso, fue muy grande el consuelo que sentí…
– ir a índice –

Enfermedad de papá
Como acabo de decir, la jornada del 10 de enero fue el triunfo de mi rey. Yo la comparo a la entrada de Jesús en Jerusalén el Domingo de Ramos. Su gloria de un día, como la de nuestro divino Maestro, fue seguida de una pasión dolorosa, y esa pasión no fue sólo para él. Así como los dolores de Jesús atravesaron como una espada el corazón de su divina Madre, así también se desgarraron nuestros corazones ante los sufrimientos de aquel a quien más tiernamente amábamos en la tierra…

Recuerdo que en el mes de junio de 1888, cuando empezaron nuestras primeras angustias, yo decía: «Sufro mucho, pero creo que puedo soportar todavía mayores sufrimientos». No sospechaba entonces los que Dios me tenía reservados… No sabía que el 12 de febrero, un mes después de mi toma de hábito, nuestro padre querido bebería el más amargo, el más humillante de todos los cálices…

¡¡¡No, ese día ya no dije que podía sufrir todavía más…!!! Las palabras no pueden expresar nuestras angustias; por eso, no intentaré describirlas. Algún día, en el cielo, nos gustará hablar de nuestras gloriosas tribulaciones, ¿no nos alegramos ya ahora de haberlas sufrido…? Sí, los tres años del martirio de papá me parecen los más preciosos, los más fructíferos de toda nuestra vida. No los cambiaría por todos los éxtasis y revelaciones de los santos. Mi corazón rebosa de gratitud al pensar en ese tesoro que debe de despertar una santa envidia en los ángeles de la corte celestial…

Mi deseo de sufrir se vio colmado. No obstante, mi amor al sufrimiento no decreció, por lo que pronto mi alma participó también en los sufrimientos de mi [73vº] corazón. La sequedad se hizo mi pan de cada día. Mas aunque estaba privada de todo consuelo, era la más feliz de las criaturas, pues veía cumplidos todos mis deseos…

¡Madre mía querida, qué hermosa ha sido nuestra gran tribulación, ya que de todos nuestros corazones no brotaron más que suspiros de amor y de gratitud…! No era ya caminar por los senderos de la perfección: ¡volábamos las cinco! Las dos pobres desterraditas de Caen, aunque estaban en el mundo, no eran ya del mundo… ¡Y qué maravillas operó el dolor en el alma de mi Celina querida…! Todas las cartas que escribió en esas fechas están impregnadas de resignación y de amor… ¿Y quién será capaz de describir las conversaciones que teníamos juntas en el locutorio…? Las rejas del Carmelo, lejos de separarnos, unían todavía más estrechamente nuestras almas. Teníamos las dos los mismos pensamientos, los mismos deseos, el mismo amor a Jesús y a las almas…

Cuando hablaban Celina y Teresa, ni una sola palabra de las cosas de la tierra se mezclaba nunca en sus conversaciones, que eran ya totalmente del cielo. Como tiempo atrás en el mirador, soñaban con las realidades eternas. Y para poder gozar cuanto antes de esa dicha sin fin, elegían aquí en la tierra por único lote «el sufrimiento y el desprecio».

Así transcurrió el tiempo de mis esponsales…, ¡que se le hizo muy largo a la pobre Teresita!

Al terminar mi año de noviciado, nuestra Madre me dijo que ni soñara en pedir la profesión, pues con toda seguridad el superior rechazaría mi petición. Tuve que esperar ocho meses más…

En un primer momento se me hizo muy difícil aceptar ese gran sacrificio; pero pronto se hizo la luz en mi alma. Estaba meditando, aquellos días, los «Fundamentos de la vida espiritual» del P. Surin. Un día, durante la oración, comprendí que mi deseo tan intenso de hacer la profesión iba mezclado con un gran amor propio. Si me había entregado a Jesús para agradarle y consolarle, [74rº] no debía obligarle a hacer mi voluntad en lugar de la suya.

Comprendí también que una prometida debería estar engalanada para el día de sus bodas, y que yo no había hecho nada para ello… Y entonces le dije a Jesús: «Dios mío, no te pido pronunciar los santos votos, esperaré todo el tiempo que quieras. Lo único que deseo es que mi unión contigo no se vea diferida por mi culpa. Por eso, voy a poner todo mi empeño en prepararme un hermoso vestido recamado de piedras preciosas. Cuando tú creas que ya está lo suficientemente rico y adornado, estoy segura de que ni todas las criaturas juntas podrán impedirte bajar hasta mí para unirme a ti para siempre, Amado mío…»
– ir a índice –

Pequeñas virtudes
A partir de la toma de hábito, yo había recibido ya abundantes luces sobre la perfección religiosa, especialmente respecto al voto de pobreza. Durante el postulantado, me gustaba tener cosas bonitas para mi uso y encontrar a mano todo lo que necesitaba. «Mi Director» soportaba aquello con paciencia, pues no es amigo de enseñárselo todo a las almas de una vez. Normalmente va dando sus luces poco a poco.

(Al principio de mi vida espiritual, hacia los 13 ó los 14 años, me preguntaba qué progresos tendría que hacer más adelante, pues creía que no podría comprender ya mejor la perfección. Pero no tardé en convencerme de que cuanto más adelanta uno en este camino, más lejos se ve del final. Por eso, ahora me resigno a verme siempre imperfecta, y encuentro en ello mi alegría…)

Vuelvo a las enseñanzas de «mi Director». Una noche, después de Completas, busqué en vano nuestra lamparita en los estantes destinados a ese fin. Era tiempo de silencio riguroso, por lo que no podía reclamarla… Supuse que alguna hermana, creyendo coger su lámpara, había cogido la nuestra, que, por cierto, yo necesitaba mucho. En vez de disgustarme por verme privada de ella, me alegré mucho, pensando que la pobreza consiste en verse una privada, no sólo de las cosas superfluas, sino también [74vº] de las indispensables. Y de esa manera, en medio de las tinieblas exteriores, fui iluminada interiormente…

En esa época me entró un verdadero amor a los objetos más feos e incómodos. Y así, sentí una gran alegría cuando me quitaron de la celda el precioso cantarillo que tenía y me dieron en su lugar un cántaro tosco y todo desportillado…

Hacía también grandes esfuerzos por no disculparme, lo cual me resultaba muy difícil, sobre todo con nuestra maestra de novicias, a la que no quería ocultarle nada.

He aquí mi primera victoria, que no fue grande, pero que me costó mucho. Se encontró roto un vasito colocado detrás de una ventana. Nuestra maestra, creyendo que había sido yo quien lo había tirado, me lo enseñó, diciendo que otra vez tuviera más cuidado. Sin decir nada, besé el suelo y prometí ser más cuidadosa en adelante.

Debido a mi poca virtud, estos actos de vencimiento me costaban mucho, y tenía que pensar que en el juicio final todo saldrá a la luz. Me hacía también esta reflexión: cuando uno cumple con su deber, sin excusarse nunca, nadie lo sabe; las imperfecciones, por el contrario, se dejan ver enseguida…

Me aplicaba, sobre todo, a la práctica de las virtudes pequeñas, al no tener facilidad para practicar las grandes. Así, por ejemplo, me gustaba plegar las capas que dejaban olvidadas las hermanas y prestarles todos los pequeños servicios que podía.

También se me concedió el amor a la mortificación, que era tanto mayor cuanto que no me permitían hacer nada para satisfacerlo… La única mortificación que yo hacía en el mundo, que consistía en no apoyar la espalda cuando me sentaba, me la prohibieron, debido a la propensión que tenía a encorvarme. Claro, que si me hubiesen dado permiso para hacer muchas penitencias, seguramente ese entusiasmo no me habría durado mucho… Las únicas que podía hacer sin pedir permiso consistían en mortificar mi amor propio, lo cual me aprovechaba mucho más que las penitencias corporales…

[75rº] El refectorio, que fue mi oficio nada más tomar el hábito, me ofreció más de una ocasión para poner mi amor propio en su lugar, es decir, debajo de los pies… Es cierto que para mí era una gran alegría, Madre querida, estar en el mismo oficio que tú y poder ver de cerca tus virtudes. Pero esa misma cercanía era para mí motivo de sufrimiento. No me sentía libre, como antaño, para decírtelo todo. Teníamos que observar la regla, y no podía abrirte mi alma. En una palabra, ¡yo estaba ya en el Carmelo, y no en los Buissonnets bajo el techo paterno…!

Entretanto, la Santísima Virgen me ayudaba a preparar el vestido de mi alma; y en cuanto ese vestido estuvo terminado, los obstáculos desaparecieron solos. Monseñor me envió el permiso que había solicitado, la comunidad me aprobó, y se fijó la profesión para el 8 de septiembre…

Todo lo que acabo de escribir en pocas palabras requeriría muchas páginas de pormenores y detalles, pero esas páginas no se leerán nunca en la tierra. Pronto, Madre querida, te hablaré de todo ello en nuestra casa paterna, ¡en ese hermoso cielo hacia el que se elevan los suspiros de nuestros corazones…!

Mi traje de bodas estaba listo. Se hallaba recamado con las antiguas joyas que mi Prometido me había regalado; pero aún no era suficiente para su generosidad. Quería regalarme un nuevo diamante de innumerables destellos.

Las antiguas joyas eran la tribulación de papá, con todas sus dolorosas circunstancias; el nuevo diamante fue una prueba, muy pequeña en apariencia, pero que me hizo sufrir mucho.

Desde hacía algún tiempo, a nuestro pobre papaíto, que estaba un poco mejor, lo sacaban a pasear en coche. Incluso se pensó en hacerle tomar el tren para venir a vernos.

Y, naturalmente, Celina pensó enseguida que había que escoger para ese viaje el día de mi toma de velo. Para que no se canse, decía, no le haré [75vº] asistir a toda la ceremonia; sólo al final iré a buscarle y le llevaré muy despacito hasta la reja para que Teresa reciba su bendición.

¡Qué bien retratado estaba ahí el corazón de mi Celina…! ¡Qué gran verdad es que «al amor nada le parece imposible, porque para él todo es posible y permitido…!» La prudencia humana, por el contrario, tiembla a cada paso y no se atreve, por así decirlo, a posar el pie en el suelo.

Así, Dios, que quería probarme, se sirvió de ella como de un instrumento dócil en sus manos, y el día de mis bodas estuve realmente huérfana de padre en la tierra, pero pudiendo mirar con confianza al cielo y decir con toda verdad: «Padre nuestro, que estás en el cielo».
– ir a índice –

Capítulo VIII
Desde la Profesión hasta la ofrenda al Amor
(1890 – 1895)

Antes de hablarte de esta prueba, Madre querida, debería haberte hablado de los ejercicios espirituales que precedieron a mi profesión. Esos ejercicios, no sólo no me proporcionaron ningún consuelo, sino que en ellos la aridez más absoluta y casi casi el abandono fueron mis compañeros. Jesús dormía, como siempre, en mi navecilla.

¡Qué pena!, tengo la impresión de que las almas pocas veces le dejan dormir tranquilamente dentro de ellas. Jesús está ya tan cansado de ser él quien corra con los gastos y de pagar por adelantado, que se apresura a aprovecharse del descanso que yo le ofrezco. No se despertará, seguramente, hasta mi gran retiro de la eternidad; pero esto, en lugar de afligirme, me produce una enorme alegría…

Verdaderamente, estoy lejos de ser santa, y nada lo prueba mejor que lo que acabo de decir. En vez de alegrarme de mi sequedad, debería atribuirla a mi falta de fervor y de fidelidad. Debería entristecerme por dormirme (¡después de siete años!) en la oración y durante la acción de gracias. Pues bien, no me entristezco… Pienso que los niños agradan tanto a sus padres mientras duermen como cuando están despiertos; pienso que los médicos, para hacer las operaciones, [76rº] duermen a los enfermos. En una palabra, pienso que «el Señor conoce nuestra masa, se acuerda de que no somos más que polvo».

Mis ejercicios para la profesión fueron, pues, como todos los que vinieron después, unos ejercicios de gran aridez. Sin embargo, Dios me mostró claramente, sin que yo me diera cuenta, la forma de agradarle y de practicar las más sublimes virtudes.

He observado muchas veces que Jesús no quiere que haga provisiones. Me alimenta momento a momento con un alimento totalmente nuevo, que encuentro en mí sin saber de dónde viene… Creo simplemente que Jesús mismo, escondido en el fondo de mi pobre corazón, es quien me concede la gracia de actuar en mí y quien me hace descubrir lo que él quiere que haga en cada momento.

Unos días antes de mi profesión tuve la dicha de recibir la bendición del Sumo Pontífice. La había solicitado, a través del hermano Simeón, para papá y para mí, y fue para mí una inmensa alegría el poder devolverle a mi querido papaíto la gracia que él me había proporcionado llevándome a Roma.

Por fin, llegó el hermoso día de mis bodas. Fue un día sin nubes. Pero la víspera, se levantó en mi alma la mayor tormenta que había conocido en toda mi vida…

Nunca hasta entonces me había venido al pensamiento una sola duda acerca de mi vocación. Pero tenía que pasar por esa prueba. Por la noche, al hacer el Viacrucis después de Maitines, se me metió en la cabeza que mi vocación era un sueño, una quimera… La vida del Carmelo me parecía muy hermosa, pero el demonio me insuflaba la convicción de que no estaba hecha para mí, de que engañaba a los superiores empeñándome en seguir un camino al que no estaba llamada…

Mis tinieblas eran tan oscuras, que no veía ni en[76vº] tendía más que una cosa: ¡que no tenía vocación…!

¿Cómo describir la angustia de mi alma…? Me parecía (pensamiento absurdo, que demuestra a las claras que esa tentación venía del demonio) que si comunicaba mis temores a la maestra de novicias, ésta no me dejaría pronunciar los votos. Sin embargo, prefería cumplir la voluntad de Dios, volviendo al mundo, a quedarme en el Carmelo haciendo la mía.

Hice, pues, salir del coro a la maestra de novicias, y, llena de confusión, le expuse el estado de mi alma…

Gracias a Dios, ella vio más claro que yo y me tranquilizó por completo. Por lo demás, el acto de humildad que había hecho acababa de poner en fuga al demonio, que quizás pensaba que no me iba a atrever a confesar aquella tentación. En cuanto acabé de hablar, desaparecieron todas las dudas.

Sin embargo, para completar mi acto de humildad, quise confiarle también mi extraña tentación a nuestra Madre, que se contentó con echarse a reír.

En la mañana del 8 de septiembre, me sentí inundada por un río de paz. Y en medio de esa paz, «que supera todo sentimiento», emití los santos votos…

Mi unión con Jesús no se consumó entre rayos y relámpagos -es decir, entre gracias extraordinarias-, sino al soplo de un ligero céfiro parecido al que oyó en la montaña nuestro Padre san Elías…

¡Cuántas gracias pedí aquel día…! Me sentía verdaderamente reina, así que me aproveché de mi título para liberar a los cautivos y alcanzar favores del Rey para sus súbditos ingratos. En una palabra, quería liberar a todas las almas del purgatorio y convertir a los pecadores…

Pedí mucho por mi Madre, por mis hermanas queridas…, por toda la familia, pero sobre todo por mi papaíto, tan probado y tan santo…

Me ofrecí a Jesús para que se hiciese en mí con toda perfección su voluntad, sin que las criaturas fuesen nunca obstáculo para ello…

[77rº] Pasó por fin ese hermoso día, como pasan los más tristes, pues hasta los días más radiantes tienen un mañana. Y deposité sin tristeza mi corona a los pies de la Santísima Virgen. Estaba segura de que el tiempo no me quitaría mi felicidad…

¡Qué fiesta tan hermosa la de la Natividad de María para convertirme en esposa de Jesús! Era la Virgencita recién nacida quien presentaba su florecita al Niño Jesús… Todo fue pequeño, excepto las gracias y la paz que recibí y excepto la alegría serena que sentí por la noche al ver titilar las estrellas en el firmamento mientras pensaba que pronto el cielo se abriría ante mis ojos extasiados y podría unirme a mi Esposo en una alegría eterna…
– ir a índice –

Toma de velo
El 24 tuvo lugar la ceremonia de mi toma de velo. Fue un día totalmente velado por las lágrimas… Papá no estaba allí para bendecir a su reina… El Padre estaba en Canadá… Monseñor, que iba a ir a comer en casa de mi tío, estaba enfermo, y tampoco vino. Todo fue tristeza y amargura… Sin embargo, en el fondo del cáliz había paz, siempre la paz …

Aquel día Jesús permitió que no pudiese contener las lágrimas, y mis lágrimas no fueron comprendidas… De hecho, ya había soportado pruebas mucho mayores sin llorar, pero entonces me ayudaba una gracia muy poderosa; en cambio, el día 24 Jesús me abandonó a mis propias fuerzas, y demostré lo escasas que éstas eran.

Ocho días después de mi toma de velo tuvo lugar la boda de Juana. Me sería imposible decirte, Madre querida, cuánto me enseñó su ejemplo acerca de las delicadezas que una esposa debe prodigar a su esposo. Escuchaba ávidamente todo lo que podría aprender al respecto, pues no quería hacer yo por mi amado Jesús menos de lo que Juana hacía por Francis, una criatura ciertamente muy perfecta, ¡pero a fin de cuentas una criatura…!

[77vº] Hasta me divertí componiendo una tarjeta de invitación para compararla con la suya. Estaba concebida en los siguientes términos:

TARJETA DE INVITACIÓN A LAS BODAS
DE SOR TERESA DEL NIÑO JESÚS DE LA SANTA FAZ

El Dios Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, Dueño soberano del mundo, y la Gloriosísima Virgen María, Reina de la Corte celestial, tienen a bien participaros el Enlace matrimonial de su Augusto Hijo Jesús, Rey de reyes y señor de señores, con la señorita Teresa Martin, ahora Señora y Princesa de los reinos aportados en dote por divino Esposo, a saber: la Infancia de Jesús y su Pasión, siendo sus títulos de nobleza: del Niño Jesús y de la santa Faz.

El señor Luis Martin, Propietario y Señor de los Señoríos del Sufrimiento y de la Humillación, y de la señora de Martin, Princesa y Dama de Honor de la Corte celestial, tienen a bien participaros el Enlace matrimonial de su hija Teresa, con Jesús, el Verbo de Dios, segunda Persona de la Adorable Trinidad, que, por obra del Espíritu Santo, se hizo Hombre e Hijo de la Virgen María, la Reina de los cielos.

No habiendo podido invitaros a la bendición nupcial que les fue otorgada en la montaña del Carmelo, el 8 de septiembre de 1890 (a la que sólo fue admitida la Corte Celestial), se os suplica que asistáis a la Tornaboda, que tendrá lugar Mañana, Día de la Eternidad, día en que Jesús, el Hijo de Dios, vendrá sobre las Nubes del Cielo en el esplendor de su Majestad, para juzgar a vivos y muertos.

Dado que la hora es incierta, os invitamos a estar preparados y velar.
– ir a índice –

Madre Genoveva de Santa Teresa
[78rº] Ahora, Madre querida, ¿qué me queda por decirte?

Creía haber terminado, pero aún no te he dicho nada sobre la suerte que tuve de haber conocido a nuestra santa madre Genoveva… Ha sido una gracia inestimable. Pues Dios, que ya me había dado tantas, quiso que viviese con una santa, no de ésas inimitables, sino una santa que se santificó por medio de virtudes ocultas y ordinarias…

Más de una vez he recibido de ellas grandes consuelos, especialmente un domingo. Ese día fui, como de costumbre, a hacerle una breve visita, y encontré a otras dos hermanas con la madre Genoveva. La miré sonriendo, y me disponía a salir, pues no nos está permitido estar tres con una enferma, pero ella, mirándome con aire inspirado, me dijo: «Espera, hija mía, sólo quiero decirte unas palabritas. Siempre que vienes a verme, me pides que te dé un ramillete espiritual. Bueno, pues hoy voy a darte éste: Sirve a Dios con paz y con alegría. Recuerda, hija mía, que nuestro Dios es el Dios de la paz».

Le di las gracias con sencillez y salí emocionada hasta las lágrimas y convencida de que Dios le había revelado el estado de mi alma: aquel día me encontraba duramente probada, casi triste, en una noche tal, que no sabía ya si Dios me amaba. ¡Puedes, pues, adivinar, Madre querida, la alegría y el consuelo que sentí…!

Al domingo siguiente, quise saber qué revelación había tenido la madre Genoveva. Me aseguró que no había tenido ninguna, y entonces mi admiración subió de punto al comprobar en qué grado eminente Jesús vivía en ella y la hacía hablar y actuar.

Sí, esa santidad me parece la más auténtica, la más santa, y es la que yo deseo para mí, pues en ella no cabe ilusión…

[78vº] El día de mi profesión recibí otra gran alegría al saber de labios de la madre Genoveva que también ella había pasado por la misma prueba que yo antes de pronunciar sus votos…

¿Te acuerdas, Madre querida, del consuelo que encontramos a su lado en los momentos de nuestros grandes sufrimientos?

En una palabra, el recuerdo que la madre Genoveva dejó en mi corazón es un recuerdo impregnado de fragancia…

El día de su partida para el cielo viví una emoción muy especial. Era la primera vez que asistía a una muerte, y el espectáculo fue realmente encantador… Yo estaba colocada justamente a los pies de la cama de la santa moribunda y veía perfectamente sus más ligeros movimientos.

Durante las dos horas que pasé allí, me parecía que mi alma debería estar llena de fervor; por el contrario, se apoderó de mí una especie de insensibilidad. Pero en el momento mismo en que nuestra santa madre Genoveva nacía para el cielo, mis disposiciones interiores dieron un vuelco: en un abrir y cerrar de ojos me sentí henchida de una alegría y de un fervor inexplicables. Era como si la madre Genoveva me hubiese dado una parte de la felicidad de que ella ya gozaba, pues estoy plenamente convencida de que fue derecha al cielo…

Cuando aún vivía, le dije una vez:
-«Usted, Madre, no irá al purgatorio».
-«Así lo espero», me contestó con dulzura.

Y seguro que Dios no defraudó una esperanza tan llena de humildad. Prueba de ello son todos los favores que de ella hemos recibido…

Todas las hermanas se apresuraron a pedir alguna reliquia, y tú ya sabes, Madre querida, la que yo tengo la dicha de poseer… Durante la agonía de la madre Genoveva, vi que una lágrima brillaba en uno de sus párpados como un diamante. Esa lágrima, la última de todas las que derramó, no llegó a desprenderse, y vi que seguía brillando en el coro sin que nadie pensara en recogerla. Entonces, tomando un pañito fino, me acerqué por la noche, sin que nadie me viera, y recogí como reliquia la última lágrima de una santa… Desde entonces la he llevado siempre en la [79rº] bolsita donde guardo encerrados mis votos.

No doy importancia a mis sueños. Por otra parte, rara vez tengo sueños simbólicos, e incluso me pregunto cómo es posible que, pensando como pienso todo el día en Dios, no ocupe él un mayor lugar en mis sueños…

Normalmente sueño con bosques, con flores, con arroyos, con el mar; casi siempre veo preciosos niñitos, o cazo mariposas y pájaros que nunca he visto. Ya ves, Madre, que si mis sueños tienen un aspecto poético, están muy lejos de ser místicos…

Una noche, después de la muerte de la madre Genoveva, tuve uno más entrañable. Soñé que la Madre estaba haciendo testamento, y que a cada una de las hermanas le dejaba algo de lo que le había pertenecido. Cuando me llegó el turno a mí, pensé que no iba a recibir nada, pues ya no le quedaba nada. Pero, incorporándose, me dijo por tres veces con acento penetrante: «A ti te dejo mi corazón».
– ir a índice –

Epidemia de la gripe
Un mes después de la partida de nuestra santa Madre, se declaró la gripe en la comunidad. Sólo otras dos hermanas y yo quedamos en pie. Nunca podré expresar todo lo que vi, y lo que me pareció la vida y todo lo que es pasajero…

El día en que cumplí 19 años, lo festejamos con una muerte, a la que pronto siguieron otras dos.

En esa época, yo estaba sola en la sacristía, por estar muy gravemente enferma mi primera de oficio. Yo tenía que preparar los entierros, abrir las rejas del coro para la misa, etc. Dios me dio muchas gracias de fortaleza en aquellos momentos. Ahora me pregunto cómo pude hacer todo lo que hice sin sentir miedo. La muerte reinaba por doquier. Las más enfermas eran cuidadas por las que apenas se tenían en pie. En cuanto una hermana exhalaba su último suspiro, había que dejarla sola.

Una mañana, al levantarme, tuve el presentimiento de que sor Magdalena se había muerto. El claustro estaba a oscuras y nadie salía de su celda. Por fin, me decidí [79vº] a entrar en la celda de la hermana Magdalena, que tenía la puerta abierta. Y la vi, vestida y acostada en su jergón. No sentí el menor miedo. Al ver que no tenía cirio, se lo fui a buscar, y también una corona de rosas.

La noche en que murió la madre subpriora, yo estaba sola con la enfermera. Es imposible imaginar el triste estado de la comunidad en aquellos días. Sólo las que quedaban de pie pueden hacerse una idea.

Pero en medio de aquel abandono, yo sentía que Dios velaba por nosotras. Las moribundas pasaban sin esfuerzo a mejor vida, y enseguida de morir se extendía sobre sus rostros una expresión de alegría y de paz, como si estuviesen durmiendo un dulce sueño. Y así era en realidad, pues, cuando haya pasado la apariencia de este mundo, se despertarán para gozar eternamente de las delicias reservadas a los elegidos…

Durante todo el tiempo que duró esta prueba de la comunidad, yo tuve el inefable consuelo de recibir todos los días la sagrada comunión… ¡Qué felicidad…! Jesús me mimó mucho tiempo, mucho más tiempo que a sus fieles esposas, pues permitió que a mí me lo dieran, cuando las demás no tenían la dicha de recibirle.

También me sentía feliz de poder tocar los vasos sagrados y de preparar los corporales destinados a recibir a Jesús. Sabía que tenía que ser muy fervorosa y recordaba con frecuencia estas palabras dirigidas a un santo diácono: «Sé santo, tú que tocas los vasos del Señor».

No puedo decir que haya recibido frecuentes consuelos durante las acciones de gracias; tal vez sean los momentos en que menos los he tenido… Y me parece muy natural, pues me he ofrecido a Jesús, no como quien desea recibir su visita para propio consuelo, sino, al contrario, para complacer al que se entrega a mí.

Me imagino a mi alma como un terreno libre, y pido a la Santísima Virgen que quite los escombros que pudieran impedirle [80rº] esa libertad. Luego le suplico que monte ella una gran tienda digna del cielo y que la adorne con sus propias galas. Después invito a todos los ángeles y santos a que vengan a dar un magnífico concierto. Y cuando Jesús baja a mi corazón, me parece que está contento de verse tan bien recibido, y yo estoy contenta también…

Pero todo esto no impide que las distracciones y el sueño vengan a visitarme. Pero al terminar la acción de gracias y ver que la he hecho tan mal, tomo la resolución de vivir todo el día en una continua acción de gracias…

Ya ves, Madre querida, que Dios está muy lejos de llevarme por el camino del temor. Sé encontrar siempre la forma de ser feliz y de aprovecharme de mis miserias… Y estoy segura de que eso no le disgusta a Jesús, pues él mismo parece animarme a seguir por ese camino…

Un día, contra mi costumbre, estaba un poco turbada al ir a comulgar; me parecía que Dios no estaba contento de mí y pensaba en mi interior: «Si hoy sólo recibo la mitad de una hostia, me llevaré un disgusto, pues creeré que Jesús viene como de mala gana a mi corazón». Me acerco… y, ¡oh, felicidad!, por primera vez en mi vida veo que el sacerdote ¡toma dos hostias bien separadas y me las da…! Comprenderás mi alegría y las dulces lágrimas que derramé ante tan gran misericordia…
– ir a índice –

Retiro del P. Alejo
Al año siguiente de mi profesión, es decir, dos meses antes de la muerte de la madre Genoveva, recibí grandes gracias durante los ejercicios espirituales.

Normalmente, los ejercicios predicados me resultan más penosos todavía que los que hago sola. Pero ese año no fue así.

Había hecho con gran fervor una novena de preparación, a pesar del presentimiento íntimo que tenía, pues me parecía que el predicador no iba a poder comprenderme, ya que se dedicaba sobre todo a ayudar a los grandes pecadores y no [80vº] a las almas religiosas. Pero Dios, que quería demostrarme que sólo él era el director de mi alma, se sirvió precisamente de este Padre, al que yo fui la única que apreció en la comunidad…

Yo sufría por aquel entonces grandes pruebas interiores de todo tipo (hasta llegar a preguntarme a veces si existía un cielo ). Estaba decidida a no decirle nada acerca de mi estado interior, por no saber explicarme. Pero apenas entré en el confesonario, sentí que se dilataba mi alma. Apenas pronuncié unas pocas palabras, me sentí maravillosamente comprendida, incluso adivinada… Mi alma era como un libro abierto, en el que el Padre leía mejor incluso que yo misma… Me lanzó a velas desplegadas por los mares de la confianza y del amor, que tan fuertemente me atraían, pero por los que no me atrevía a navegar… Me dijo que mis faltas no desagradaban a Dios, y que, como representante suyo, me decía de su parte que Dios estaba muy contento de mí…

¡Qué feliz me sentí al escuchar esas consoladoras palabras…! Nunca había oído decir que hubiese faltas que no desagradaban a Dios. Esas palabras me llenaron de alegría y me ayudaron a soportar con paciencia el destierro de la vida… En el fondo del corazón yo sentía que eso era así, pues Dios es más tierno que una madre. ¿No estás tú siempre dispuesta, Madre querida, a perdonarme las pequeñas indelicadezas de que te hago objeto sin querer…? ¡Cuántas veces lo he visto por experiencia…! Ningún reproche me afectaba tanto como una sola de tus caricias. Soy de tal condición, que el miedo me hace retroceder, mientras que el amor no sólo me hace correr sino volar…
– ir a índice –

Priorato de la madre Inés
Y desde el día bendito de tu elección, Madre querida, sí, desde ese día volé por los caminos del amor… Ese día, ¡Paulina pasó a ser mi Jesús viviente… y se convirtió por segunda vez en mi «mamá»…!

[81rº] De tres años a esta parte, vengo teniendo la dicha de contemplar las maravillas que obra Jesús por medio de mi Madre querida… Veo que sólo el sufrimiento es capaz de engendrar almas, y estas sublimes palabras de Jesús se revelan como nunca en toda su profundidad: «Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto».

¡Y qué cosecha tan abundante has recogido…! Has sembrado entre lágrimas, pero pronto verás el fruto de tus trabajos y volverás llena de alegría trayendo en tus manos las gavillas…

Entre esas gavillas floridas, Madre mía, va oculta ahora la florecilla blanca; pero en el cielo tendrá voz para cantar tu dulzura y las virtudes que te ve practicar día tras día a la sombra y en el silencio de esta vida de destierro…

Sí, en estos últimos tres años he comprendido muchos misterios que hasta entonces estaban escondidos para mí. Dios me ha mostrado la misma misericordia que mostró al rey Salomón. No ha querido que yo tuviese un sólo deseo que no viese realizado. Y no sólo mis deseos de perfección, sino también aquellos cuya vanidad comprendía sin haberla experimentado.

Como siempre te he mirado, Madre querida, como mi ideal, deseaba parecerme a ti en todo. Al verte pintar primorosamente y componer poesías tan encantadoras, pensaba: «¡Cómo me gustaría poder pintar y saber expresar en versos mi pensamiento, y hacer así el bien a las almas…!»

No quería pedir estos dones naturales, y mis deseos permanecían ocultos en el fondo de mi corazón. Pero Jesús, oculto también él en mi pobre corazón, tuvo a bien demostrarle que todo es vanidad y aflicción de espíritu bajo el sol… Con gran extrañeza de las hermanas, me pusieron a pintar, y Dios permitió que supiese sacar jugo a las lecciones que mi Madre querida me dio… Y quiso también [81vº] que, a ejemplo suyo, pudiese hacer poesías y componer piezas teatrales que a las hermanas les parecieron bonitas…

Al igual que Salomón, después de examinar todas las obras de sus manos y la fatiga que le costó realizarlas, vio que todo era vanidad y caza de viento, así también yo conocí por EXPERIENCIA que la felicidad sólo se halla en esconderse y en vivir en la ignorancia de las cosas creadas. Comprendí que, sin el amor, todas las obras son nada, incluso las más brillantes, como resucitar a los muertos o convertir a los pueblos…

Los dones que Dios me ha prodigado (sin yo pedírselos), en lugar de perjudicarme y de producirme vanidad, me llevan hacia él. Veo que sólo él es inmutable y que sólo él puede llenar mis inmensos deseos…

Hay también deseos de otra índole que Jesús ha querido convertirme en realidad, deseos infantiles como el de la nieve para mi toma de hábito. Tú sabes bien, Madre querida, cómo me gustan las flores. Al hacerme prisionera a los 15 años, renuncié para siempre a la dicha de correr por los campos esmaltados con los tesoros de la primavera. Pues bien, nunca he tenido tantas flores como desde que entré en el Carmelo…

Es costumbre que los novios regalen con frecuencia ramos de flores a sus novias. Jesús no lo echó en olvido y me mandó, a montones, gavillas de acianos, margaritas gigantes, amapolas, etc., todas las flores que más me gustan. Hay incluso una florecita, llamada la neguilla de los trigos, que yo no había vuelto a encontrar desde cuando vivíamos en Lisieux; tenía muchas ganas de volver a ver esa flor de mi niñez que yo cogía en los campos de Alençon. Pues también ella vino a sonreírme en el Carmelo y a mostrarme que, tanto en las cosas más pequeñas como en las grandes, Dios da el ciento por uno ya en esta vida a las almas que lo han dejado todo por su amor.
– ir a índice –

Entrada de Celina
Pero mi deseo más entrañable, el mayor de todos, el que nunca pensé [82rº] que vería hecho realidad, era la entrada de mi Celina querida en el mismo Carmelo que nosotras… Vivir bajo el mismo techo, compartir las alegrías y las penas de la compañera de mi infancia me parecía un sueño inverosímil. Por eso, había hecho por completo el sacrificio. Había puesto en manos de Jesús el porvenir de mi hermana querida y estaba dispuesta a verla partir, si era necesario, para el último rincón del mundo.

Lo único que no podía aceptar era que no fuese esposa de Jesús, pues, al quererla tanto como a mí misma, se me hacía imposible verla entregar su corazón a un mortal.

Ya había sufrido mucho sabiendo que en el mundo estaba expuesta a peligros que yo no había conocido. Puedo decir que mi cariño a Celina, desde mi entrada en el Carmelo, era un amor de madre tanto como de hermana…

Un día en que tenía que ir a una fiesta nocturna, tenía yo un disgusto tan grande que supliqué a Dios que no la dejase bailar, y hasta derramé (contra mi costumbre) un torrente de lágrimas. Jesús se dignó escucharme y no permitió que su joven prometida pudiese bailar aquella noche (aunque sabía hacerlo muy bien cuando era necesario). La sacaron a bailar y no podía negarse, pero el caballero fue absolutamente incapaz de hacerle dar un solo paso de baile, y, con gran confusión de su parte, se vio condenado a caminar sencillamente a su lado para acompañarla a su sitio; luego se esfumó y no volvió a aparecer por la velada.

Aquella aventura, única en su género, me hizo crecer en confianza y en amor hacia Aquel que, al depositar su señal en mi frente, la estampó al mismo tiempo sobre la de mi Celina querida…

El 29 de julio del año pasado, cuando Dios rompió la ataduras de su incomparable servidor, llamándole a las recompensas eternas, rompió a la vez las que retenían en el mundo a su querida prometida. Ella había cumplido ya su primera misión: encargada de representarnos a todas nosotras al lado de nuestro padre, al que amábamos con tanta ternura, la cumplió como un ángel… Y los ángeles no se quedan [82vº] en la tierra: una vez que han cumplido la voluntad de Dios, vuelven enseguida hacia él, que para eso tienen alas…

También nuestro ángel batió sus blancas alas. Estaba dispuesto a volar muy lejos para encontrarse con Jesús, pero Jesús le hizo volar muy cerca… Se conformó con aceptar el gran sacrificio, que fue extremadamente doloroso para Teresita… Durante dos años su Celina le había ocultado un secreto. ¡Y cuánto había sufrido también ella…!

Por fin, desde lo alto del cielo, mi rey querido, al que en la tierra no le gustaban las demoras, se dio prisa en arreglar los embrollados asuntos de su Celina, ¡y el 14 de septiembre se reunía con nosotras…!

Un día en que las dificultades parecían insuperables, le dije a Jesús durante mi acción de gracias: «Tú sabes, Dios mío, cuánto deseo saber si papá ha ido derecho al cielo. No te pido que me hables, sólo dame una señal. Si sor A. de J. consiente en la entrada de Celina, o al menos no pone obstáculos para ello, será la respuesta de que papá ha ido derecho a estar contigo».

Como tú sabes, Madre querida, esta hermana pensaba que tres éramos ya demasiadas, y por consiguiente no quería admitir otra más. Pero Dios, que tiene en sus manos el corazón de las criaturas y lo inclina hacia donde él quiere, cambió los pensamientos de esa hermana: la primera persona que encontré después de la acción de gracias fue precisamente a ella, que me llamó con un semblante muy amable, me dijo que subiera a tu celda y me habló de Celina con lágrimas en los ojos…

¡Cuántas cosas tengo que agradecer a Jesús, que ha sabido colmar todos mis deseos…!

Ahora no tengo ya ningún deseo, a no ser el de amar a Jesús con locura… Mis deseos infantiles han desaparecido. Ciertamente que aún me gusta adornar con flores al altar del Niño Jesús. Pero desde que él me dio la flor que yo anhelaba, mi querida Celina, ya no deseo ninguna más: ella es [83r] el ramillete más precioso que le ofrezco…

Tampoco deseo ya ni el sufrimiento ni la muerte, aunque sigo amándolos a los dos. Pero es el amor lo único que me atrae… Durante mucho tiempo los deseé; poseí el sufrimiento y creí estar tocando las riberas del cielo, creí que la florecilla iba a ser cortada en la primavera de su vida… Ahora sólo me guía el abandono, ¡no tengo ya otra brújula…!

Ya no puedo pedir nada con pasión, excepto que se cumpla perfectamente en mi alma la voluntad de Dios sin que las criaturas puedan ser un obstáculo para ello. Puedo repetir aquellas palabras del Cántico Espiritual de nuestro Padre san Juan de la Cruz:
«En la interior bodega
de mi Amado bebí, y cuando salía
por toda aquesta vega,
ya cosa no sabía;
y el ganado perdí que antes seguía.

Mi alma se ha empleado,
y todo mi caudal, en su servicio;
ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo en amar es mi ejercicio».

O bien estas otras:
«Hace tal obra el AMOR,
después que le conocí,
que, si hay bien o mal en mí,
todo lo hace de un sabor,
y al alma transforma en sí».

¡Qué dulce es, Madre querida, el camino del amor! Es cierto que se puede caer, que se pueden cometer infidelidades; pero el amor, haciéndolo todo de un sabor, consume con asombrosa rapidez todo lo que puede desagradar a Jesús, no dejando más que una paz humilde y profunda en el fondo del corazón…

¡Cuántas luces he sacado de las obras de nuestro Padre san Juan de la Cruz…! A la edad de 17 y 18 años, no tenía otro alimento espiritual. Pero más tarde, todos los libros me dejaban en la aridez, y aún sigo en este estado. Si abro un libro escrito por un autor espiritual (aunque sea el más hermoso y el más conmovedor), siento que se me encoge el corazón y leo, por así decirlo, sin entender; o si entiendo, mi espíritu se detiene, incapaz de meditar…

En medio de esta mi impotencia, la Sagrada Escritura y la Imi[83vº]tación de Cristo vienen en mi ayuda. En ellas encuentro un alimento sólido y completamente puro. Pero lo que me sustenta durante la oración, por encima de todo, es el Evangelio. En él encuentro todo lo que necesita mi pobre alma. En él descubro de continuo nuevas luces y sentidos ocultos y misteriosos…

Comprendo y sé muy bien por experiencia que «el reino de los cielos está dentro de nosotros». Jesús no tiene necesidad de libros ni de doctores para instruir a las almas. El, el Doctor de los doctores, enseña sin ruido de palabras… Yo nunca le he oído hablar, pero siento que está dentro de mí, y que me guía momento a momento y me inspira lo que debo decir o hacer. Justo en el momento en que las necesito, descubro luces en las que hasta entonces no me había fijado. Y las más de las veces no es precisamente en la oración donde esas luces más abundan, sino más bien en medio de las ocupaciones del día…

Madre querida, después de tantas gracias, ¿no podré cantar yo con el salmista: «El Señor es bueno, su misericordia es eterna»?

Me parece que si todas las criaturas gozasen de las mismas gracias que yo, nadie le tendría miedo a Dios sino que todos le amarían con locura; y que ni una sola alma consentiría nunca en ofenderle, pero no por miedo sino por amor…

Comprendo, sin embargo, que no todas las almas se parezcan; tiene que haberlas de diferente alcurnias, para honrar de manera especial cada una de las perfecciones divinas.

A mí me ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas…! Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás más aún que todas las demás) me parece revestida de amor…

¡Qué dulce alegría pensar que Dios es justo!; es decir, que tiene en cuenta nuestras debilidades, que conoce perfectamente la debilidad de nuestra naturaleza. Siendo así, ¿de qué voy a tener miedo? El Dios infinitamente justo, que se dignó [84rº] perdonar con tanta bondad todas las culpas del hijo pródigo, ¿no va a ser justo también conmigo, que «estoy siempre con él»…?
– ir a índice –

Fin del Manuscrito A
Este año, el 9 de junio, fiesta de la Santísima Trinidad, recibí la gracia de entender mejor que nunca cuánto desea Jesús ser amado.

Pensaba en las almas que se ofrecen como víctimas a la justicia de Dios para desviar y atraer sobre sí mismas los castigos reservados a los culpables. Esta ofrenda me parecía grande y generosa, pero yo estaba lejos de sentirme inclinada a hacerla.

«Dios mío, exclamé desde el fondo de mi corazón, ¿sólo tu justicia aceptará almas que se inmolen como víctimas…? ¿No tendrá también necesidad de ellas tu amor misericordioso…? En todas partes es desconocido y rechazado. Los corazones a los que tú deseas prodigárselo se vuelven hacia las criaturas, mendigándoles a ellas con su miserable afecto la felicidad, en vez de arrojarse en tus brazos y aceptar tu amor infinito…

«¡Oh, Dios mío!, tu amor despreciado ¿tendrá que quedarse encerrado en tu corazón? Creo que si encontraras almas que se ofreciesen como víctimas de holocausto a tu amor, las consumirías rápidamente. Creo que te sentirías feliz si no tuvieses que reprimir las oleadas de infinita ternura que hay en ti…

«Si a tu justicia, que sólo se extiende a la tierra, le gusta descargarse, ¡cuánto más deseará abrasar a las almas tu amor misericordioso, pues u misericordia se eleva hasta el cielo…!

«¡Jesús mío!, que sea yo esa víctima dichosa. ¡Consume tu holocausto con el fuego de tu divino amor…!»

Madre mía querida, tú que me permitiste ofrecerme a Dios de esa manera, tú conoces los ríos, o, mejor los océanos de gracias que han venido a inundar mi alma… Desde aquel día feliz, me parece que el amor me penetra y me cerca, me parece que ese amor misericordioso me renueva a cada instante, purifica mi alma y no deja en ella el menor rastro de pecado. Por eso, [84vº] no puedo temer el purgatorio…

Sé que por mí misma ni siquiera merecería entrar en ese lugar de expiación, al que sólo pueden tener acceso las almas santas. Pero sé también que el fuego del amor tiene mayor fuerza santificadora que el del purgatorio. Sé que Jesús no puede desear para nosotros sufrimientos inútiles, y que no me inspiraría estos deseos que siento si no quisiera hacerlos realidad…

¡Qué dulce es el camino del amor…! ¡Cómo deseo dedicarme con la mayor entrega a hacer siempre la voluntad de Dios…!

Esto es, Madre querida, todo lo que puedo decirte de la vida de tu Teresita. Tú conoces mucho mejor por ti misma cómo es y todo lo que Jesús ha hecho por ella. Por eso, me perdonarás que haya resumido mucho la historia de su vida religiosa…

¿Cómo acabará esta «historia de una florecita blanca»…? ¿Será tal vez cortada en plena lozanía, o quizás trasplantada a otras riberas…? No lo sé. Pero de lo que sí estoy segura es de que la misericordia de Dios la acompañará siempre, y de que nunca la florecita dejará de bendecir a la madre querida que la entregó a Jesús. Eternamente se alegrará de ser una de las flores de su corona… Y eternamente cantará con esa madre querida el cántico siempre nuevo del amor…

ESCUDO DE ARMAS Y SU EXPLICACIÓN [85Vº]
El blasón JHS es el que Jesús se dignó entregar como dote a su pobre esposa. La huérfana de la Bérésina se ha convertido en Teresa del NIÑO JESÚS de la SANTA FAZ. Estos son sus títulos de nobleza, su riqueza y su esperanza.

La vid que divide en dos el blasón es también figura de Aquel que se dignó decirnos: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, quiero que deis mucho fruto»

Las dos ramas que rodean, una a la Santa Faz y la otra al Niño Jesús, son la imagen de Teresa, que no tiene otro deseo aquí en la tierra que el de ofrecerse como un racimito de uvas para refrescar a Jesús niño, para divertirlo, para dejarse estrujar por él a capricho y poder así apagar la sed ardiente que sintió durante su pasión.

El arpa representa también a Teresa, que quiere cantarle incesantemente a Jesús melodías de amor.

El blasón FMT es el de María Francisca Teresa, la florecita de la Santísima Virgen. Por eso, esa florecita aparece representada recibiendo los rayos bienhechores de la dulce Estrella de la mañana.

La tierra verde representa a la familia bendita en cuyo seno creció la florecita.

Más a lo lejos se ve una montaña, que representa al Carmelo. Este es el lugar bendito que Teresa ha escogido para representar en su escudo de armas el dardo inflamado del amor que ha de merecerle la palma del martirio, en espera de que un día pueda dar verdaderamente su sangre por su Amado. Pues para responder a todo el amor de Jesús, ella quisiera hacer por él lo que él hizo por ella…
Pero Teresa no olvida que ella no es más que una débil caña, y por eso la ha colocado en su blasón.

El triángulo luminoso representa a la adorable Trinidad, que no cesa de derramar sus dones inestimables sobre el alma de la pobre Teresita, que, agradecida, no olvidará jamás esta divisa: «El amor sólo con amor se paga».
– ir a índice –


Carta a sor María del Sagrado Corazón
Manuscrito «B»

Capítulo IX
Mi vocación: el amor
(1896) [1rº]

J.M.J.T.

+ Jesús
Querida hermana, me pides que te deje un recuerdo de mis ejercicios espirituales, ejercicios que quizás sean los últimos…

Puesto que nuestra Madre lo permite, me alegro mucho de ponerme a conversar contigo que eres dos veces mi hermana; contigo, que me prestaste tu voz cuando yo no podía hablar, prometiendo en mi nombre que no quería servir más que a Jesús…

Querida madrinita, aquella niña que tú ofreciste a Jesús es la que te habla esta noche, la que te ama como sólo una hija sabe amar a su madre… Sólo en el cielo conocerás toda la gratitud de que rebosa mi corazón…
– ir a índice –

Los secretos de Jesús
Hermana querida, tú querrías escuchar los secretos que Jesús confía a tu hijita. Yo sé que esos secretos te los confía también a ti, pues fuiste tú quien me enseñó a acoger las enseñanzas divinas. Sin embargo, trataré de balbucir algunas palabras, aunque siento que a la palabra humana le resulta imposible expresar ciertas cosas que el corazón del hombre apenas si puede vislumbrar…

No creas que estoy nadando entre consuelos. No, mi consuelo es no tenerlo en la tierra. Sin mostrarse, sin hacerme oír su voz, Jesús me instruye en secreto; no lo hace sirviéndose de libros, pues no entiendo lo que leo. Pero a veces viene a consolarme una frase como la que he encontrado al final de la oración (después de haber aguantado en el silencio y en la sequedad): «Este es el maestro que te doy, él te enseñará todo lo que debes hacer. Quiero hacerte leer en el libro de la vida, donde está contenida la ciencia del amor».

¡La ciencia del amor! ¡Sí, estas palabras resuenan dulcemente en los oídos de mi alma! No deseo otra ciencia. Después de haber dado por ella todas mis riquezas, me parece, como a la esposa del Cantar de los Cantares, que no he dado nada todavía… Comprendo tan bien que, fuera del amor, no hay nada que pueda hacernos gratos a Dios, que ese amor es el único bien que ambiciono.

Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a esa hoguera divina. Ese camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre… «El que sea pequeñito, que venga a mí», dijo el Espíritu Santo por boca de Salomón. Y ese mismo Espíritu de amor dijo también que «a los pequeños se les compadece y perdona». Y, en su nombre, el profeta Isaías nos revela que en el último día «el Señor apacentará como un pastor a su rebaño, reunirá a los corderitos y los estrechará contra su pecho». Y como si todas esas promesas no bastaran, el mismo profeta, cuya mirada inspirada se hundía ya en las profundidades de la eternidad, exclama en nombre del Señor: «Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré en brazos y sobre las rodillas os acariciaré».

Sí, madrina querida, ante un lenguaje como éste, sólo cabe callar y llorar de agradecimiento [1vº] y de amor… Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de tu Teresita, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud, como dijo en el salmo XLIX: «No aceptaré un becerro de tu casa ni un cabrito de tus rebaños, pues las fieras de la selva son mías y hay miles de bestias en mis montes; conozco todos los pájaros del cielo… Si tuviera hambre, no te lo diría, pues el orbe y cuanto lo llena es mío. ¿Comeré yo carne de toros, beberé sangre de cabritos?… Ofrece a Dios sacrificios de alabanza y de acción de gracias».

He aquí, pues, todo lo que Jesús exige de nosotros. No tiene necesidad de nuestras obras, sino sólo de nuestro amor. Porque ese mismo Dios que declara que no tiene necesidad de decirnos si tiene hambre, no vacila en mendigar un poco de agua a la Samaritana. Tenía sed… Pero al decir: «Dame de beber», lo que estaba pidiendo el Creador del universo era el amor de su pobre criatura. Tenía sed de amor…

Sí, me doy cuenta, más que nunca, de que Jesús está sediento. Entre los discípulos del mundo, sólo encuentra ingratos e indiferentes, y entre sus propios discípulos ¡qué pocos corazones encuentra que se entreguen a él sin reservas, que comprendan toda la ternura de su amor infinito!

Hermana querida, ¡dichosas nosotras que comprendemos los íntimos secretos de nuestro Esposo! Si tú quisieras escribir todo lo que sabes acerca de ellos, ¡qué hermosas páginas podríamos leer! Pero ya lo sé, prefieres guardar «los secretos del Rey» en el fondo de tu corazón, mientras que a mí me dices que «es bueno publicar las obras del altísimo». Creo que tienes razón en guardar silencio, y sólo por complacerte escribo yo estas líneas, pues siento mi impotencia para expresar con palabras de la tierra los secretos del cielo; y además, aunque escribiera páginas y más páginas, tendría la impresión de no haber empezado todavía… Hay tanta variedad de horizontes, matices tan infinitamente variados, que sólo la paleta del Pintor celestial podrá proporcionarme, después de la noche de esta vida, los colores apropiados para pintar las maravillas que él descubre a los ojos de mi alma.

Hermana querida, me pedías que te escribiera mi sueño y «mi doctrinita», como tú la llamas… Lo he hecho en las páginas que siguen; pero tan mal, que me parece imposible que consigas entender nada. Tal vez mis expresiones te parezcan exageradas… Perdóname, eso se debe a mi estilo demasiado confuso. Te aseguro que en mi pobre alma no hay exageración alguna: en ella todo es sereno y reposado…

(Al escribir, me dirijo a Jesús; así me resulta más fácil expresar mis pensamientos… Lo cual, ¡ay!, no impide que vayan horriblemente expresados) [2rº].

J.M.J.T.
8 de septiembre de 1896
(A mi querida sor María del Sagrado Corazón.)
¡Jesús, Amado mío!, ¿quién podrá decir con qué ternura y con qué suavidad diriges tú mi pequeña alma, y cómo te gusta hacer brillar el rayo de tu gracia aun en medio de la más oscura tormenta…?

Jesús, la tormenta rugía muy fuerte en mi alma desde la hermosa fiesta de tu triunfo -la fiesta radiante de Pascua-, cuando un sábado del mes de mayo, pensando en los sueños misteriosos que a veces concedes a ciertas almas, me decía a mí misma que debía de ser un consuelo muy dulce tener uno de esos sueños; pero no lo pedía.

Por la noche, mi alma, observando las nubes que encapotaban su cielo, se repitió a sí misma que aquellos hermosos sueños no estaban hechos para ella, y se durmió bajo el vendaval…
– ir a índice –

La Venerable Ana de Jesús
El día siguiente era el 10 de mayo, segundo domingo del mes de María, quizás aniversario de aquel día en que la Santísima Virgen se dignó sonreírle a su florecita…

A las primeras luces del alba, me encontraba (en sueños) en una especie de galería. Había en ella varias personas más, pero alejadas. Sólo nuestra Madre estaba a mi lado.

De pronto, sin saber cómo habían entrado, vi a tres carmelitas, vestidas con capas blancas y con los grandes velos echados. Me pareció que venían por nuestra Madre, pero lo que entendí claramente fue que venían del cielo.

Yo exclamé en lo hondo del corazón: ¡Cómo me gustaría ver el rostro de una de esas carmelitas! Y entonces la más alta de las santas, como si hubiese oído mi oración, avanzó hacia mí. Al instante caí de rodillas.

Y, ¡oh, felicidad!, la carmelita se quitó el velo, o, mejor dicho, lo alzó y me cubrió con él. Sin la menor vacilación, reconocí a la Venerable Ana de Jesús, la fundadora del Carmelo en Francia.

Su rostro era hermoso, de una hermosura inmaterial. No desprendía ningún resplandor; y sin embargo, a pesar del velo que nos cubría a las dos, yo veía aquel rostro celestial iluminado con una luz inefablemente suave, luz que el rostro no recibía sino que él mismo producía…

Me sería imposible decir la alegría de mi alma; estas cosas se sienten, pero no se pueden expresar… Varios meses han pasado desde este dulce sueño; pero el recuerdo que dejó en mi alma no ha perdido nada de su frescor ni de su encanto celestial… Aún me parece estar viendo la mirada y la sonrisa llenas de amor de la Venerable Madre. Aún creo sentir las caricias de que me colmó …

… Al verme tan tiernamente amada, me atreví a pronunciar estas palabras: «Madre, te lo ruego, dime si Dios me dejará todavía mucho tiempo en la tierra… ¿Vendrá pronto a buscarme…?» Sonriendo con ternura, la santa murmuró: «Sí, pronto, pronto… Te lo prometo». «Madre, añadí, dime también si Dios no me pide tal vez algo [2vº] más que mis pobres acciones y mis deseos. ¿Está contento de mí?» El rostro de la santa asumió una expresión incomparablemente más tierna que la primera vez que me habló. Su mirada y sus caricias eran ya la más dulce de las respuestas. Sin embargo, me dijo: «Dios no te pide ninguna otra cosa. Está contento, ¡muy contento…!»

Y después de volver a acariciarme con mucho más amor con que jamás acarició a su hijo la más tierna de las madres, la vi alejarse… Mi corazón rebosaba de alegría, pero me acordé de mis hermanas y quise pedir algunas gracias para ellas. Pero, ¡ay!…, me desperté…

¡Jesús!, ya no rugía la tormenta, el cielo estaba en calma y sereno… Yo creía, sabía que hay un cielo, y que ese cielo está poblado de almas que me quieren y que me miran como a hija suya…

Esta impresión ha quedado grabada en mi corazón. Lo cual es tanto más curioso, cuanto que la Venerable Ana de Jesús me había sido hasta entonces del todo indiferente, nunca la había invocado, y su pensamiento sólo me venía a la mente cuando oía hablar de ella, lo que ocurría raras veces.

Por eso, cuando comprendí hasta qué punto me quería ella a mí, y qué lejos estaba yo de serle indiferente, mi corazón se deshizo en amor y gratitud, y no sólo hacia la santa que me había visitado, sino hacia todos los bienaventurados moradores del cielo…

¡Amado mío!, esta gracia no era más que el preludio de otras gracias mayores con que tú querías colmarme. Déjame, mi único amor, que te las recuerde hoy…, hoy, sí, sexto aniversario de nuestra unión… Y perdóname, Jesús mío, si digo desatinos al querer expresarte mis deseos, mis esperanzas que rayan el infinito, ¡¡¡perdóname y cura mi alma dándole lo que espera…!!!
– ir a índice –

Todas las vocaciones
Ser tu esposa, Jesús, ser carmelita, ser por mi unión contigo madre de almas, debería bastarme… Pero no es así… Ciertamente, estos tres privilegios son la esencia de mi vocación: carmelita, esposa y madre.

Sin embargo, siento en mi interior otras vocaciones: siento la vocación de guerrero, de sacerdote, de apóstol, de doctor, de mártir. En una palabra, siento la necesidad, el deseo de realizar por ti, Jesús, las más heroicas hazañas… Siento en mi alma el valor de un cruzado, de un zuavo pontificio. Quisiera morir por la defensa de la Iglesia en un campo de batalla…

Siento en mí la vocación de sacerdote . ¡Con qué amor, Jesús, te llevaría en mis manos cuando, al conjuro de mi voz, bajaras del cielo…! ¡Con qué amor te entregaría a las almas…! Pero, ¡ay!, aun deseando ser sacerdote, admiro y envidio la humildad de san Francisco de Asís y siento en mí la vocación de imitarle renunciado a la sublime dignidad del sacerdocio.

¡Oh, Jesús, amor mío, mi vida…!, ¿cómo hermanar estos contrastes? [3rº] ¿Cómo convertir en realidad los deseos de mi pobrecita alma?

Sí, a pesar de mi pequeñez, quisiera iluminar a las almas como los profetas y como los doctores.

Tengo vocación de apóstol… Quisiera recorrer la tierra, predicar tu nombre y plantar tu cruz gloriosa en suelo infiel. Pero Amado mío, una sola misión no sería suficiente para mí. Quisiera anunciar el Evangelio al mismo tiempo en las cinco partes del mundo, y hasta en las islas más remotas… Quisiera se misionero no sólo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo y seguirlo siendo hasta la consumación de los siglos…

Pero, sobre todo y por encima de todo, amado Salvador mío, quisiera derramar por ti hasta la última gota de mi sangre…

¡El martirio! ¡El sueño de mi juventud! Un sueño que ha ido creciendo conmigo en los claustros del Carmelo… Pero siento que también este sueño mío es una locura, pues no puedo limitarme a desear una sola clase de martirio… Para quedar satisfecha, tendría que sufrirlos todos…

Como tú, adorado Esposo mío, quisiera ser flagelada y crucificada… Quisiera morir desollada, como san Bartolomé… Quisiera ser sumergida, como san Juan, en aceite hirviendo… Quisiera sufrir todos los suplicios infligidos a los mártires… Con santa Inés y santa Cecilia, quisiera presentar mi cuello a la espada, y como Juana de Arco, mi hermana querida, quisiera susurrar tu nombre en la hoguera, Jesús… Al pensar en los tormentos que serán el lote de los cristianos en tiempos del anticristo, siento que mi corazón se estremece de alegría y quisiera que esos tormentos estuviesen reservados para mí… Jesús, Jesús, si quisiera poner por escrito todos mis deseos, necesitaría que me prestaras tu libro de la vida, donde están consignadas las hazañas de todos los santos, y todas esas hazañas quisiera realizarlas yo por ti…

Jesús mío, ¿y tú qué responderás a todas mis locuras…? ¿Existe acaso un alma pequeña y más impotente que la mía…? Sin embargo, Señor, precisamente a causa de mi debilidad, tú has querido colmar mis pequeños deseos infantiles, y hoy quieres colmar otros deseos míos más grandes que el universo…

Como estos mis deseos me hacían sufrir durante la oración un verdadero martirio, abrí las cartas de san Pablo con el fin de buscar una respuesta. Y mis ojos se encontraron con los capítulos 12 y 13 de la primera carta a los Corintios…

Leí en el primero que no todos pueden ser apóstoles, o profetas, o doctores, etc. …; que la Iglesia está compuesta de diferentes miembros, y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano.

… La respuesta estaba clara, pero no colmaba mis deseos ni me daba la paz…

Al igual que Magdalena, inclinándose sin cesar sobre la tumba vacía, acabó por encontrar [3vº] lo que buscaba, así también yo, abajándome hasta las profundidades de mi nada, subí tan alto que logré alcanzar mi intento…

Seguí leyendo, sin desanimarme, y esta frase me reconfortó: «Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino inigualable». Y el apóstol va explicando cómo los mejores carismas nada son sin el amor… Y que la caridad es ese camino inigualable que conduce a Dios con total seguridad.

Podía, por fin, descansar… Al mirar el cuerpo místico de la Iglesia, yo no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por san Pablo; o, mejor dicho, quería reconocerme en todos ellos…

La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor.

Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre…

Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares… En una palabra, ¡que el amor es eterno…!

Entonces, al borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío…, al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor…!

Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado… En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor… Así lo seré todo… ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad…!!!

¿Por qué hablar de alegría delirante? No, no es ésta la expresión justa. Es, más bien, la paz tranquila y serena del navegante al divisar el faro que ha de conducirle al puerto… ¡Oh, faro luminoso del amor, yo sé cómo llegar hasta ti! He encontrado el secreto para apropiarme tu llama.

No soy más que una niña, impotente y débil. Sin embargo, es precisamente mi debilidad lo que me da la audacia para ofrecerme como víctima a tu amor, ¡oh Jesús! Antiguamente, sólo las hostias puras y sin mancha eran aceptadas por el Dios fuerte y poderoso. Para satisfacer a la justicia divina, se necesitaban víctimas perfectas. Pero a la ley del temor le ha sucedido la ley del amor, y el amor me ha escogido a mí, débil e imperfecta criatura, como holocausto… ¿No es ésta una elección digna del amor…? Sí, para que el amor quede plenamente satisfecho, es preciso que se abaje hasta la nada y que transforme en fuego esa nada…

[4rº] Lo sé, Jesús, el amor sólo con amor se paga. Por eso he buscado y hallado la forma de aliviar mi corazón devolviéndote amor por amor.

«Ganaos amigos con el dinero injusto, para que os reciban en las moradas eternas». Este es, Señor, el consejo que diste a tus discípulos después de decirles que «los hijos de las tinieblas son más astutos en sus negocios que los hijos de la luz».
Y yo, como hija de la luz, comprendí que mis deseos de serlo todo, de abarcar todas las vocaciones, eran riquezas que podían muy bien hacerme injusta; por eso me he servido de ellas para ganarme amigos…

Acordándome de la oración de Eliseo a su Padre Elías, cuando se atrevió a pedirle su doble espíritu, me presenté ante los ángeles y los santos y les dije: «Yo soy la más pequeña de las criaturas. Conozco mi miseria y mi debilidad. Pero sé también cuánto les gusta a los corazones nobles y generosos hacer el bien. Os suplico, pues, bienaventurados moradores del cielo, os suplico que me adoptéis por hija. Sólo vuestra será la gloria que me hagáis adquirir, pero dignaos escuchar mi súplica. Ya sé que es temeraria, sin embargo me atrevo a pediros que me alcancéis: vuestro doble amor ».

Jesús, no puedo ir más allá en mi petición, temería verme aplastada bajo el peso de mis audaces deseos…

La excusa que tengo es que soy una niña, y los niños no piensan en el alcance de sus palabras. Sin embargo sus padres, cuando ocupan un trono y poseen inmensos tesoros, no dudan en satisfacer los deseos de esos pequeñajos a los que aman tanto como a sí mismos; por complacerles, hacen locuras y hasta se vuelven débiles…

Pues bien, yo soy la HIJA de la Iglesia, y la Iglesia es Reina, pues es tu Esposa, oh, divino Rey de reyes…
– ir a índice –

Arrojar flores
No son riquezas ni gloria (ni siquiera la gloria del cielo) lo que pide el corazón del niñito… El entiende muy bien que la gloria pertenece a sus hermanos, los ángeles y los santos… La suya será un reflejo de la que irradia de la frente de su madre.

Lo que él pide es el amor… No sabe más que una cosa: amarte, Jesús… Las obras deslumbrantes le están vedadas: no puede predicar el Evangelio, ni derramar su sangre… Pero ¿qué importa?, sus hermanos trabajan en su lugar, y él, como un niño pequeño, se queda muy cerquita del trono del Rey y de la Reina y ama por sus hermanos que luchan…

¿Pero cómo podrá demostrar él su amor, si es que el amor se demuestra con obras? Pues bien, el niñito arrojará flores, aromará con sus perfumes el trono real, cantará con su voz argentina el cántico del amor…

Sí, Amado mío, así es como se consumirá mi vida… No tengo otra forma de demostrarte mi amor que arrojando flores, es decir, no dejando escapar ningún pequeño sacrificio, ni una sola mirada, [4vº] ni una sola palabra, aprovechando hasta las más pequeñas cosas y haciéndolas por amor…

Quiero sufrir por amor, y hasta gozar por amor. Así arrojaré flores delante de tu trono. No encontraré ni una sola en mi camino que no deshoje para ti. Y además, al arrojar mis flores, cantaré (¿puede alguien llorar mientras realiza una acción tan alegre?), cantaré aun cuando tenga que coger las flores entre las espinas, y tanto más melodioso será mi canto, cuanto más largas y punzantes sean las espinas.

¿Y de qué te servirán, Jesús, mis flores y mis cantos…? Sí, lo sé muy bien: esa lluvia perfumada, esos pétalos frágiles y sin valor alguno, esos cánticos de amor del más pequeño de los corazones te fascinarán.

Sí, esas naderías te gustarán y harán sonreír a la Iglesia triunfante, que recogerá mis flores deshojadas por amor y las pasará por tus divinas manos, Jesús. Y luego esa Iglesia del cielo, queriendo jugar con su hijito, arrojará también ella esas flores -que habrán adquirido a tu toque divino un valor infinito- arrojará esas flores sobre la Iglesia sufriente para apagar sus llamas, y las arrojará también sobre la Iglesia militante para hacerla alcanzar la victoria…

¡Jesús mío, te amo! Amo a la Iglesia, mi Madre. Recuerdo que «el más pequeño movimiento de puro amor es más útil a la Iglesia que todas las demás obras juntas».

¿Pero hay de verdad puro amor en mi corazón…? Mis inmensos deseos ¿no serán un sueño, una locura…? ¡Ay!, si así fuera, dame luz tú, Jesús. Tú sabes que busco la verdad… Si mis deseos son temerarios, hazlos tú desaparecer, pues estos deseos son para mí el mayor de los martirios…

Sin embargo, Jesús, siento en mi interior que, si después de haber ansiado con toda el alma llegar a las más elevadas regiones del amor, no llegase un día a alcanzarlas, habré saboreado una mayor dulzura en medio de mi martirio, en medio de mi locura, que la que gozaría en el seno de los gozos de la patria; a no ser que, por un milagro, me dejes conservar allí el recuerdo de las esperanzas que he tenido en la tierra.

Así pues, déjame gozar durante mi destierro las delicias del amor. Déjame saborear las dulces amarguras de mi martirio…

Jesús, Jesús, si tan delicioso es el deseo de amarte, ¿qué será poseer al Amor, gozar del Amor…?

¿Cómo puede aspirar un alma tan imperfecta como la mía a poseer la plenitud del Amor…?
– ir a índice –

El pajarillo
¡Oh, Jesús, mi primer y único amigo, el UNICO a quien yo amo!, dime qué misterio es éste. ¿Por qué no reservas estas aspiraciones tan inmensas para las almas grandes, para las águilas que se ciernen en las alturas…? Yo me considero un débil pajarito cubierto únicamente por un ligero plumón. Yo no soy un águila, sólo tengo de águila los ojos y el corazón, pues, a pesar de mi extrema pequeñez, me atrevo a mirar fijamente al Sol divino, al Sol del Amor, y mi corazón siente en sí todas las [5rº] aspiraciones del águila…

El pajarillo quisiera volar hacia ese Sol brillante que encandila sus ojos; quisiera imitar a sus hermanas las águilas, a las que ve elevarse hacia el foco divino de la Santísima Trinidad… Pero, ¡ay,! lo más que puede hacer es alzar sus alitas, ¡pero eso de volar no está en su modesto poder!

¿Qué será de él? ¿Morirá de pena al verse tan impotente…? No, no, el pajarillo ni siquiera se desconsolará. Con audaz abandono, quiere seguir con la mirada fija en su divino Sol. Nada podrá asustarlo, ni el viento ni la lluvia. Y si oscuras nubes llegaran a ocultarle el Astro del amor, el pajarito no cambiará de lugar: sabe que más allá de las nubes su Sol sigue brillando y que su resplandor no puede eclipsarse ni un instante.

Es cierto que, a veces, el corazón del pajarito se ve embestido por la tormenta, y no le parece que pueda existir otra cosa que las nubes que lo rodean. Esa es la hora de la alegría perfecta para ese pobre y débil ser. ¡Qué dicha para él seguir allí, a pesar de todo, mirando fijamente a la luz invisible que se oculta a su fe…!

Jesús, hasta aquí puedo entender tu amor al pajarito, ya que éste no se aleja de ti… Pero yo sé, y tú también lo sabes, que muchas veces la imperfecta criaturita, aun siguiendo en su lugar (es decir, bajo los rayos del Sol), acaba distrayéndose un poco de su único quehacer: coge un granito acá y allá, corre tras un gusanito…; luego, encontrando un charquito de agua, moja en él sus plumas apenas formadas; ve una flor que le gusta, y su espíritu débil se entretiene con la flor… En una palabra, el pobre pajarito, al no poder cernerse como las águilas, se sigue entreteniendo con las bagatelas de la tierra.
Sin embargo, después de todas sus travesuras, el pajarillo, en vez de ir a esconderse en un rincón para llorar su miseria y morirse de arrepentimiento, se vuelve hacia su amado Sol, expone a sus rayos bienhechores sus alitas mojadas, gime como la golondrina; y, en su dulce canto, confía y cuenta detalladamente sus infidelidades, pensando, en su temerario abandono, adquirir así un mayor dominio, atraer con mayor plenitud el amor de Aquel que no vino a buscar a los justos sino a los pecadores…

Y si el Astro adorado sigue sordo a los gorjeos lastimeros de su criaturita, si sigue oculto…, pues bien, entonces la criaturita seguirá allí mojada, aceptará estar aterida de frío, y seguirá alegrándose de ese sufrimiento que en realidad ha merecido…

¡Qué feliz, Jesús, es tu pajarito de ser débil y pequeño! Pues ¿qué sería de él si fuera grande…? Jamás tendría la audacia de comparecer en tu presencia, de dormitar delante de ti…

Sí, ésta es también otra debilidad del pajarito cuando quiere mirar fijamente al Sol divino y las nubes no le dejan ver ni un solo rayo: a pesar suyo, sus ojitos se cierran, su cabecita se esconde bajo el ala, y el pobrecito se duerme creyendo seguir mirando fijamente a su Astro querido.

Pero al despertar, no se desconsuela, su corazoncito sigue en paz. Y vuelve a comenzar su oficio de amor. Invoca a los ángeles y a los santos, que se elevan como águilas hacia el Foco devorador, objeto de sus anhelos, [5vº] y las águilas, compadeciéndose de su hermanito, le protegen y defienden y ponen en fuga a los buitres que quisieran devorarlo.

El pajarito no teme a los buitres, imágenes de los demonios, pues no está destinado a ser su presa, sino la del Aguila que él contempla en el centro del Sol del amor.
– ir a índice –

El águila divina
¡Oh, Verbo divino!, tú eres el Águila adorada que yo amo, la que atrae . Eres tú quien, precipitándote sobre la tierra del exilio, quisiste sufrir y morir a fin de atraer a las almas hasta el centro del Foco eterno de la Trinidad bienaventurada. Eres tú quien, remontándote hacia la Luz inaccesible que será ya para siempre tu morada, sigues viviendo en este valle de lágrimas, escondido bajo las apariencias de una blanca hostia…

Águila eterna, tú quieres alimentarme con tu sustancia divina, a mí, pobre e insignificante ser que volvería a la nada si tu mirada divina no me diese la vida a cada instante.

Jesús, déjame que te diga, en el exceso de mi gratitud, déjame, sí, que te diga que tu amor llega hasta la locura… ¿Cómo quieres que, ante esa locura, mi corazón no se lance hacia ti? ¿Cómo va a conocer límites mi confianza…?

Sí, ya sé que también los santos hicieron locuras por ti, que hicieron obras grandes porque ellos eran águilas…

Jesús, yo soy demasiado pequeña para hacer obras grandes…, y mi locura consiste en esperar que tu amor me acepte como víctima… Mi locura consiste en suplicar a las águilas mis hermanas que me obtengan la gracia de volar hacia el Sol del amor con las propias alas del Águila divina…

Durante todo el tiempo que tú quieras, Amado mío, tu pajarito seguirá sin fuerzas y sin alas, seguirá con los ojos fijos en ti. Quiere ser fascinado por tu mirada divina, quiere ser presa de tu amor…

Un día, así lo espero, Águila adorada, vendrás a buscar a tu pajarillo; y, remontándote con él hasta el Foco del amor, lo sumergirás por toda la eternidad en el ardiente Abismo de ese amor al que él se ofreció como víctima
– ir a índice –

Fin del Manuscrito B
¡Que no pueda yo, Jesús, revelar a todas las almas pequeñas cuán inefable es tu condescendencia…!

Estoy convencida de que, si por un imposible, encontrases un alma más débil y más pequeña que la mía, te complacerías en colmarla de gracias todavía mayores, con tal de que ella se abandonase con entera confianza a tu misericordia infinita.

¿Pero por qué estos deseos, Jesús, de comunicar los secretos de tu amor? ¿No fuiste tú, y nadie más que tú, el que me los enseñó a mí? ¿Y no puedes, entonces, revelárselos también a otros…?

Sí, lo sé muy bien, y te conjuro a que lo hagas. Te suplico que hagas descender tu mirada divina sobre un gran número de almas pequeñas… ¡Te suplico que escojas una legión de pequeñas víctimas dignas de tu AMOR…!

La insignificante sor Teresa del Niño Jesús de la Sta. Faz,
rel. carm. ind.
– ir a índice –


Manuscrito «C»
(Dirigido a la M. María de Gonzaga)

Capítulo X
La prueba de la fe
(1896 – 1897) [1rº]

J.M.J.T.

Madre mía querida, me ha manifestado el deseo de que termine de cantar con usted las misericordias del Señor.

Este dulce canto había empezado a cantarlo con su hija querida, Inés de Jesús, que fue la madre a quien Dios encomendó la misión de guiarme en los años de mi niñez. Con ella, pues, tenía que cantar las gracias otorgadas a la florecita de la Santísima Virgen en la primavera de su vida.

Pero ahora que los tímidos rayos de la aurora han dado paso a los ardientes rayos del mediodía, es con usted con quien debo cantar la felicidad de esa florecilla.
– ir a índice –

Teresa y su priora
Sí, Madre querida, con usted. Y para responder a su deseo, intentaré expresar los sentimientos de mi alma, mi gratitud a Dios y también a usted que lo representa visiblemente a mis ojos. ¿No me entregué toda a El precisamente entre sus manos maternales?

¿Se acuerda, Madre, de aquel día…? Sí, yo sé que su corazón no lo olvida… En cuanto a mí, tendré que esperar a estar en el cielo, pues aquí abajo en la tierra no encuentro palabras para traducir lo que aquel día bendito pasó en mi corazón.

Madre querida, hay otro día en que mi alma se unió aún más, si es posible, a la suya. Fue el día en que Jesús volvió a poner sobre sus hombros la carga del priorato. Aquel día, Madre querida, usted sembró entre lágrimas, pero en el cielo rebosará de alegría [1vº] al ver sus manos cargadas de preciosas gavillas.

Perdóneme, Madre, mi sencillez infantil. Yo sé que me va a permitir hablarle sin andar rebuscando lo que a una joven religiosa le está permitido decirle a su priora. Tal vez no siempre me mantenga dentro de los límites prescritos a los súbditos; pero, Madre, me atrevo a decir que la culpa será suya, pues yo la trato como una hija, ya que usted no me trata como priora sino como madre…

Sé muy bien, Madre querida, que a través de usted me habla Dios.

Muchas hermanas piensan que usted me ha mimado, que desde mi entrada en el arca santa no he recibido de usted más que halagos y caricias. Sin embargo, no es así.

En el cuaderno que contiene mis recuerdos de la infancia, podrá ver lo que pienso sobre la educación recia y maternal que usted me dio. Desde lo más hondo de mi corazón le agradezco que no me haya tratado con miramientos. Jesús sabía muy bien que su florecita necesitaba el agua vivificante de la humillación, que era demasiado débil para echar raíces sin esa ayuda, y quiso prestársela, Madre, por medio de usted.

De un año y medio a esta parte, Jesús ha querido cambiar la forma de hacer crecer a su florecita; sin duda pensó que estaba ya suficientemente regada, pues ahora es el sol quien la hace crecer. Jesús no quiere ya para ella más que su sonrisa divina, y esa sonrisa se la da también por medio de usted, Madre querida. Y ese dulce sol, lejos de ajar a la florecita, la [2rº] hace crecer de una manera maravillosa. En el fondo de su cáliz conserva las preciosas gotas de roció que recibió, y esas gotas le recuerdan incesantemente que es pequeña y débil…

Ya pueden todas las criaturas inclinarse hacia ella, admirarla, colmarla de alabanzas. No sé por qué, pero nada de eso lograría añadir ni una gota de falsa alegría a la verdadera alegría que saborea en su corazón al ver lo que es en realidad a los ojos de Dios: una pobre nada, y sólo eso.

Digo que no sé por qué, ¿pero no será porque hasta tanto que su pequeño cáliz no estuvo lo suficientemente lleno del rocío de la humillación, se vio privada del agua de las alabanzas? Ahora ya no existe ese peligro; al contrario, a la florecita le parece tan delicioso el rocío que la llena, que no lo cambiaría por el agua insípida de los halagos.

No quiero hablar, Madre querida, de las muestras de amor y de confianza que usted me ha dado. Pero no piense que el corazón de su hija sea insensible a ellas. Lo que pasa es que sé muy bien que ahora no tengo nada que temer; al contrario, puedo gozarme de ellas, atribuyendo a Dios todo lo bueno que él ha querido poner en mí. Si a él le gusta hacerme parecer mejor de lo que soy, no es cosa mía, es muy libre de hacer lo que quiera…

¡Por qué caminos tan diferentes, Madre, lleva el Señor a las almas! En la vida de los santos, vemos que hay muchos que no han querido dejar nada de sí mismos [2vº] después de su muerte: ni el menor recuerdo, ni el menor escrito; hay otros, en cambio, como nuestra Madre santa Teresa, que han enriquecido a la Iglesia con sus sublimes revelaciones, sin temor alguno a revelar los secretos del Rey, a fin de que sea más conocido y más amado de las almas.

¿Cuál de estos dos tipos de santo agrada más a Dios? Me parece, Madre, que ambos le agradan por igual, pues todos ellos han seguido las mociones del Espíritu Santo, y el Señor dijo: Decid al justo que todo está bien. Sí, cuando sólo se busca la voluntad de Jesús, todo está bien. Por eso, yo, pobre florecita, obedezco a Jesús tratando de complacer a mi Madre querida.

Usted, Madre, sabe bien que yo siempre he deseado ser santa. Pero, ¡ay!, cuando me comparo con los santos, siempre constato que entre ellos y yo existe la misma diferencia que entre una montaña cuya cumbre se pierde en el cielo y el oscuro grano que los caminantes pisan al andar. Pero en vez de desanimarme, me he dicho a mí misma: Dios no puede inspirar deseos irrealizables; por lo tanto, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Agrandarme es imposible; tendré que soportarme tal cual soy, con todas mis imperfecciones. Pero quiero buscar la forma de ir al cielo por un caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo.
– ir a índice –

El ascensor divino
Estamos en un siglo de inventos. Ahora no hay que tomarse ya el trabajo de subir los peldaños de una [3rº] escalera: en las casas de los ricos, un ascensor la suple ventajosamente.

Yo quisiera también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección. Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio del ascensor, objeto de mi deseo, y leí estas palabras salidas de la boca de Sabiduría eterna: El que sea pequeñito, que venga a mí.

Y entonces fui, adivinando que había encontrado lo que buscaba. Y queriendo saber, Dios mío, lo que harías con el que pequeñito que responda a tu llamada, continué mi búsqueda, y he aquí lo que encontré: Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo; os llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas os meceré.

Nunca palabras más tiernas ni más melodiosas alegraron mi alma ¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más.

Tú, Dios mío, has rebasado mi esperanza, y yo quiero cantar tus misericordias: «Me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas, y las seguiré publicando hasta mi edad más avanzada». Sal. LXX.

¿Cuál será para mí esta edad avanzada? Me parece que podría ser ya ahora, pues dos mil años no son más a los ojos de Dios que veinte años…, que un solo día…

No piense, Madre querida, que su hija quiera dejarla… No crea que estime como una [3vº] gracia mayor morir en la aurora de la vida que al atardecer. Lo que ella estima, lo único que desea es agradar a Jesús… Ahora que él parece acercarse a ella para llevarla a la morada de su gloria, su hija se alegra. Hace ya mucho que ha comprendido que Dios no tiene necesidad de nadie (y mucho menos de ella que de los demás) para hacer el bien en la tierra.

Perdóneme, Madre, si la estoy poniendo triste…, me gustaría tanto alegrarla… Pero si sus oraciones no son escuchadas en la tierra, si Jesús separa durante algunos días a la Madre de la hija, ¿cree que esas oraciones no serán escuchadas en el cielo…?

Yo sé que su deseo es que yo realice junto a usted una misión muy dulce y muy fácil. ¿Pero no podría concluirla desde el cielo…? Como un día Jesús dijo a san Pedro, también usted le dijo a su hija: «Apacienta mis corderos». Y yo me quedé atónita, y le dije que «era demasiado pequeña…», y le pedí que apacentase usted misma a sus corderitos, y que me cuidase también a mí y me concediera la gracia de pastar con ellos. Y usted, Madre querida, respondiendo en parte a mi justo deseo, cuidó de los corderitos a la vez que de las ovejas, encargándome a mí de llevarlos a ellos con frecuencia a pacer a la sombra, de enseñarles las hierbas mejores y las más nutritivas, y también de mostrarles las flores de brillantes colores que nunca deben tocar a no ser para aplastarlas con sus pies…

Usted no ha temido, Madre querida, que yo extraviase a sus corderitos. Ni mi inexperiencia ni mi [4rº] juventud la han asustado. Tal vez se acordó de que el Señor se suele complacer en conceder la sabiduría a los pequeños, y de que un día, exultante de gozo, bendijo a su Padre por haber escondido sus secretos a los sabios y entendidos y habérselas revelado a los más pequeños.

Usted, Madre, sabe bien que son muy pocas las almas que no miden el poder divino por la medida de sus cortos pensamientos y que quieren que haya excepciones a todo en la tierra. ¡Sólo Dios no tiene derecho alguno a hacerlas! Sé que hace mucho tiempo que entre los humanos se practica esta forma de medir la experiencia por los años, pues ya el santo rey David en su adolescencia cantaba al Señor: «Soy joven y despreciado». Sin embargo, no teme decir en ese mismo salmo 118: «Soy más sagaz que los ancianos, porque busco tu voluntad… Tu palabra es lámpara para mis pasos… Estoy dispuesto para cumplir tus mandatos, y nada me turba…»

Madre querida, usted no tuvo reparo en decirme un día que Dios iluminaba mi alma, que hasta me daba la experiencia de los años… Madre, yo soy demasiado pequeña para sentir vanidad, soy demasiado pequeña también para hacer frases bonitas con el fin de hacerle creer que tengo una gran humildad. Prefiero reconocer con toda sencillez que el Todopoderoso ha hecho obras grandes en el alma de la hija de su divina Madre, y que la más grande de todas es haberle hecho ver su pequeñez, su impotencia.

[4vº] Madre querida, usted sabe cómo Dios ha querido que mi alma pasara por muchas clases de pruebas. He sufrido mucho desde que estoy en la tierra. Pero si en mi niñez sufría con tristeza, ahora ya no sufro así: lo hago con alegría y con paz, soy realmente feliz de sufrir.

Madre, muy bien tiene que conocer usted todos los secretos de mi alma para no sonreír al leer estas líneas. Pues, a juzgar por las apariencias, ¿existe acaso un alma menos probada que la mía? Pero ¡qué extrañada se quedaría mucha gente si la prueba que desde hace un año vengo sufriendo apareciese ante sus ojos…!

Usted, Madre querida, conoce ya esta prueba. Sin embargo, quiero volver a hablarle de ella, pues la considero como una gracia muy grande que he recibido durante su bendito priorato.
– ir a índice –

Primeras hemoptisis
El año pasado, Dios me concedió el consuelo de observar los ayunos de cuaresma en todo su rigor. Nunca me había sentido tan fuerte, y estas fuerzas se mantuvieron hasta Pascua.

Sin embargo, el día de Viernes Santo Jesús quiso darme la esperanza de ir pronto a verle en el cielo… ¡Qué dulce es el recuerdo que tengo de ello…! Después de haberme quedado hasta media noche ante el monumento, volví a nuestra celda. Pero apenas había apoyado la cabeza en la almohada, cuando sentí como un flujo que subía, que me subía borboteando hasta los labios.

Yo no sabía lo que era, pero pensé que a lo mejor me iba a morir, y mi alma se sintió inundada [5rº] de gozo… Sin embargo, como nuestra lámpara estaba apagada, me dije a mí misma que tendría que esperar hasta la mañana para cerciorarme de mi felicidad, pues me parecía que lo que había vomitado era sangre.

La mañana no se hizo esperar mucho, y lo primero que pensé al despertarme fue que iba a descubrir algo muy hermoso. Acercándome a la ventana, pude comprobar que no me había equivocado…, ¡y mi alma se llenó de una enorme alegría! Estaba íntimamente convencida de que Jesús, en el aniversario de su muerte, quería hacerme oír una primera llamada. Era como un tenue y lejano murmullo que me anunciaba la llegada del Esposo…

Asistí con gran fervor a Prima y al capítulo de los perdones. Estaba impaciente porque me llegara el turno, para, al pedirle perdón, Madre querida, poder confiarle mi esperanza y mi felicidad. Pero añadí que no sufría lo más mínimo (lo cual era muy cierto), y le pedí, Madre, que no me diese nada especial. Y, en efecto, tuve la alegría de pasar el Viernes Santo como deseaba. Nunca me parecieron tan deliciosas las austeridades del Carmelo. La esperanza de ir al cielo me volvía loca de alegría.

Cuando llegó la noche de aquel venturoso día, nos fuimos a descansar. Pero, como la noche anterior, Jesús me dio la misma señal de que mi entrada en la vida eterna no estaba lejos…
– ir a índice –

La mesa de los pecadores
Yo gozaba por entonces de una fe tan viva y tan clara, que el pensamiento del cielo constituía toda mi felicidad. No me cabía en la cabeza [5vº] que hubiese incrédulos que no tuviesen fe. Me parecía que hablaban por hablar cuando negaban la existencia del cielo, de ese hermoso cielo donde el mismo Dios quería ser su eterna recompensa.

Durante los días tan gozosos del tiempo pascual, Jesús me hizo conocer por experiencia que realmente hay almas que no tienen fe, y otras que, por abusar de la gracia, pierden ese precioso tesoro, fuente de las única alegrías puras y verdaderas.

Permitió que mi alma se viese invadida por las más densas tinieblas, y que el pensamiento del cielo, tan dulce para mí, sólo fuese en adelante motivo de lucha y de tormento…

Esta prueba no debía durar sólo unos días, o unas semanas: no se extinguirá hasta la hora marcada por Dios…, y esa hora no ha sonado todavía…

Quisiera poder expresar lo que siento, pero, ¡ay!, creo que es imposible. Es preciso haber peregrinado por este negro túnel para comprender su oscuridad. Trataré, sin embargo, de explicarlo con una comparación.

Me imagino que he nacido en un país cubierto de espesa niebla, y que nunca he contemplado el rostro risueño de la naturaleza inundada de luz y transfigurada por el sol radiante. Es cierto que desde la niñez estoy oyendo hablar de esas maravillas. Sé que el país en el que vivo no es mi patria y que hay otro al que debo aspirar sin cesar. Esto no es una historia inventada por un habitante del triste país donde me encuentro, sino que es una verdadera realidad, porque el Rey de aquella patria del sol radiante ha venido a vivir 33 años [6rº] en el país de la tinieblas.

Las tinieblas, ¡ay!, no supieron comprender que este Rey divino era la luz del mundo… Pero tu hija, Señor, ha comprendido tu divina luz y te pide perdón para sus hermanos. Acepta comer el pan del dolor todo el tiempo que tú quieras, y no quiere levantarse de esta mesa repleta de amargura, donde comen los pobres pecadores, hasta que llegue el día que tú tienes señalado… ¿Y no podrá también decir en nombre de ellos, en nombre de sus hermanos: Ten compasión de nosotros, Señor, porque somos pecadores…? ¡Haz, Señor, que volvamos justificados…! Que todos los que no viven iluminados por la antorcha luminosa de la fe la vean, por fin, brillar…

¡Oh, Jesús!, si es necesario que un alma que te ama purifique la mesa que ellos han manchado, yo acepto comer sola en ella el pan de la tribulación hasta que tengas a bien introducirme en tu reino luminoso… La única gracia que te pido es la de no ofenderte jamás…

Madre querida, esto que le estoy escribiendo no tiene la menor ilación. Mi pequeña historia, que se parecía a un cuento de hadas, se ha cambiado de pronto en oración.

Yo no sé qué interés pueda usted encontrar en leer todos estos pensamientos confusos y mal expresados. De todas maneras, Madre, no escribo para hacer una obra literaria, sino por obediencia. Si la aburro, verá al menos que su hija ha dado pruebas de su buena voluntad. Voy, pues, [6vº] a continuar con mi comparación, sin desanimarme, desde el punto en que la dejé.

Decía que desde niña crecí con la convicción de que un día me iría lejos de aquel país triste y tenebroso. No sólo creía por lo que oía decir a personas más sabias que yo, sino porque en el fondo de mi corazón yo misma sentía profundas aspiraciones hacia una región más bella. Lo mismo que a Cristóbal Colón su genio le hizo intuir que existía un nuevo mundo, cuando nadie había soñado aún con él, así yo sentía que un día otra tierra me habría de servir de morada permanente.

Pero de pronto, las nieblas que me rodean se hacen más densas, penetran en mi alma y la envuelven de tal suerte, que me es imposible descubrir en ella la imagen tan dulce de mi patria. ¡Todo ha desaparecido…! Cuando quiero que mi corazón, cansado por las tinieblas que lo rodean, descanse con el recuerdo del país luminoso por el que suspira, se redoblan mis tormentos. Me parece que las tinieblas, adoptando la voz de los pecadores, me dicen burlándose de mí: «Sueñas con la luz, con una patria aromada con los más suaves perfumes; sueñas con la posesión eterna del Creador de todas esas maravillas; crees que un día saldrás de las nieblas que te rodean. ¡Adelante, adelante! Alégrate de la muerte, que te dará, no lo que tú esperas, sino una noche más profunda todavía, la noche de la nada».

[7rº] Madre querida, la imagen que he querido darle de las tinieblas que oscurecen mi alma es tan imperfecta como un boceto comparado con el modelo. Sin embargo, no quiero escribir más, por temor a blasfemar… Hasta tengo miedo de haber dicho demasiado…

Que Jesús me perdone si le he disgustado. Pero él sabe muy bien que, aunque yo no goce de la alegría de la fe, al menos trato de realizar sus obras. Creo que he hecho más actos de fe de un año a esta parte que durante toda mi vida. Cada vez que se presenta el combate, cuando los enemigos vienen a provocarme, me porto valientemente: sabiendo que batirse en duelo es una cobardía, vuelvo la espalda a mis adversarios sin dignarme siquiera mirarlos a la cara, corro hacia mi Jesús y le digo que estoy dispuesta a derramar hasta la última gota de mi sangre por confesar que existe un cielo; le digo que me alegro de no gozar de ese hermoso cielo aquí en la tierra para que él lo abra a los pobres incrédulos por toda la eternidad.

Así, a pesar de esta prueba que me roba todo goce, aún puedo exclamar: «Tus acciones, Señor, son mi alegría» (Sal XCI). Porque ¿existe alegría mayor que la de sufrir por tu amor…? Cuanto más íntimo es el sufrimiento, tanto menos aparece a los ojos de las criaturas y más te alegra a ti, Dios mío. Pero si, por un imposible, ni tú mismo llegases a conocer mi sufrimiento, yo aún me sentiría feliz de padecerlo si con él pudiese impedir o reparar un solo pecado contra la fe…

[7vº] Madre querida, quizás le parezca que estoy exagerando mi prueba. En efecto, si usted juzga por los sentimientos que expreso en las humildes poesías que he compuesto durante este año, debo de parecerle un alma llena de consuelos, para quien casi se ha rasgado ya el velo de la fe. Y sin embargo, no es ya un velo para mí, es un muro que se alza hasta los cielos y que cubre el firmamento estrellado…

Cuando canto la felicidad del cielo y la eterna posesión de Dios, no experimento la menor alegría, pues canto simplemente lo que quiero creer. Es cierto que, a veces, un rayo pequeñito de sol viene a iluminar mis tinieblas, y entonces la prueba cesa un instante. Pero luego, el recuerdo de ese rayo, en vez de causarme alegría, hace todavía más densas mis tinieblas.

Nunca, Madre, he experimentado tan bien como ahora cuán compasivo y misericordioso es el Señor: él no me ha enviado esta prueba hasta el momento en que tenía fuerzas para soportarla; antes, creo que me hubiese hundido en el desánimo… Ahora hace que desaparezca todo lo que pudiera haber de satisfacción natural en el deseo que yo tenía del cielo… Madre querida, ahora me parece que nada me impide ya volar, pues no tengo ya grandes deseos, a no ser el de amar hasta morir de amor… (9 de junio).

[8rº] Madre querida, estoy completamente asombrada de lo que le escribí ayer. ¡Qué garabatos…! Me temblaba tanto la mano, que no pude continuar, y ahora lamento hasta haber intentado seguir escribiendo. Espero poder hacerlo hoy de manera más legible, pues ya no estoy en la cama, sino en un precioso silloncito todo blanco.

Veo, Madre, que todo esto que le digo no tiene la menor ilación; pero antes de hablarle del pasado, siento la necesidad de hablarle de mis sentimientos actuales, pues más tarde quizás los haya olvidado.

Quiero, ante todo, decirle cómo me conmueven todas sus delicadezas maternales. Créame, Madre querida, el corazón de su hija desborda de gratitud y nunca olvidará lo mucho que le debe…

Madre, lo que más me ha emocionado de todo es la novena que está haciendo a nuestra Señora de las Victorias, son las Misas que ha encargado decir para obtener mi curación. Siento que todos esos tesoros espirituales hacen un gran bien a mi alma.

Al empezar la novena, yo le decía, Madre, que la Santísima Virgen tenía que curarme o bien llevarme al cielo, pues me parecía muy triste para usted y para la comunidad tener que cargar con una joven religiosa enferma. Ahora acepto estar toda la vida enferma, si eso le agrada a Dios, y me resigno incluso a que mi vida sea muy larga. La única gracia [8vº] que deseo es que mi vida acabe rota por el amor.

No, no temo una vida larga, no rehúso el combate, pues el Señor es la roca sobre la que me alzo, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea, él es mi escudo, yo confío en él (Sal CXLIII). Por eso, nunca he pedido a Dios morir joven, aunque es cierto que siempre he esperado que fuera ésa su voluntad.

Muchas veces el Señor se conforma con nuestros deseos de trabajar por su gloria, y usted sabe, Madre mía, que mis deseos son muy grandes. También sabe que Jesús me ha presentado más de un cáliz amargo y que lo ha alejado de mis labios antes de que lo bebiera, pero no sin antes darme a probar su amargura.

Madre querida, tenía razón el santo rey David cuando cantaba: Ved qué dulzura, qué delicia convivir los hermanos unidos. Es verdad, y yo lo he experimentado muchas veces, pero esa unión tiene que realizarse en la tierra a base de sacrificios. Yo no vine al Carmelo para vivir con mis hermanas, sino sólo por responder a la llamada de Jesús. Intuía claramente que vivir con las propias hermanas, cuando una no quiere hacer la menor concesión a la naturaleza, iba a ser un motivo de continuo sacrificio,

¿Cómo se puede decir que es más perfecto alejarse de los suyos…? ¿Se les ha reprochado alguna vez a los hermanos que combatan en el mismo campo de batalla? ¿Se les ha reprochado el volar juntos a recoger la palma del martirio…? Al contrario, se ha pensado, [9rº] y con razón, que se animaban mutuamente, pero también que el martirio de cada uno de ellos se convertía en el martirio de todos los demás.

Lo mismo ocurre en la vida religiosa, a la que los teólogos llaman martirio. El corazón, al entregarse a Dios, no pierde su cariño natural; al contrario, ese cariño crece al hacerse más puro y más divino.

Madre querida, con este cariño la amo yo a usted y amo a mis hermanas. Soy feliz de combatir en familia por la gloria del Rey de los cielos. Pero estoy dispuesta también a volar a otro campo de batalla, si el divino General me expresa su deseo de que lo haga. No haría falta una orden, bastaría una mirada, una simple señal.
– ir a índice –

La vocación misionera
Desde mi entrada en el arca bendita, siempre he pensado que si Jesús no me llevaba muy pronto al cielo, mi suerte sería la misma que la de la palomita de Noé: que un día el Señor abriría la ventana del arca y me mandaría volar muy lejos, muy lejos, hacia las riberas infieles, llevando conmigo la ramita de olivo.

Este pensamiento, Madre, ha hecho que mi alma creciera, y me ha hecho cernerme por encima de todo lo creado. Comprendí que incluso en el Carmelo podía haber separaciones y que sólo en el cielo la unión será completa y eterna. Y entonces quise que mi alma habitase en el cielo y que sólo de lejos mirase las cosas de la tierra. Acepté no sólo desterrarme yo a un pueblo desconocido, sino que también -lo cual me resultaba mucho más amargo- acepté el destierro [9vº] de mis hermanas.

Nunca olvidaré el 2 de agosto de 1896. Aquel día, que coincidió precisamente con el de la partida de los misioneros, se trató muy en serio de la partida de la madre Inés de Jesús. Yo no hubiera movido un solo dedo para impedirle partir; sin embargo, sentía una gran tristeza en mi corazón. Me parecía que su alma, tan sensible y delicada, no estaba hecha para vivir entre unas almas que no sabrían comprenderla. Otros mil pensamientos se agolpaban en mi mente. Y Jesús callaba, no increpaba a la tempestad… Y yo le decía: Dios mío, por tu amor lo acepto todo. Si así lo quieres, acepto sufrir hasta morir de pena.

Jesús se contentó con la aceptación. Pero algunos meses después se habló de la partida de sor Genoveva y de sor María de la Trinidad. Aquélla fue otra clase de sufrimiento, muy íntimo, muy profundo. Me imaginaba todos los trabajos y todas las decepciones que iban a tener que sufrir. En una palabra, mi cielo estaba cargado de nubarrones… Sólo el fondo de mi corazón seguía en calma y en la paz.

Su prudencia, Madre querida, supo descubrir la voluntad de Dios, y en su nombre prohibió a las novicias pensar por el momento en abandonar la cuna de su infancia religiosa.

No obstante, usted comprendía sus aspiraciones, pues usted misma, Madre, había pedido en su juventud ir a Saigón. Ocurre con frecuencia que los deseos de las madres hallan eco en el alma [10rº] de sus hijas. Y usted sabe, Madre querida, que su deseo apostólico halla en mi alma un eco fiel. Permítame confiarle por qué he deseado, y aún sigo deseándolo, si la Santísima Virgen me cura, cambiar por una tierra extranjera el oasis donde vivo tan feliz bajo su mirada maternal.

Para vivir en los Carmelos extranjeros -usted, Madre, me lo dijo- hay que tener una vocación muy especial. Muchas almas se creen llamadas a ello sin estarlo en realidad. Usted también me dijo que yo tenía esa vocación, y que el único obstáculo para ello era mi salud. Sé que, si Dios me llamara a tierras lejanas, ese obstáculo desaparecería. Por eso, vivo sin la menor inquietud.

Si un día tuviese que dejar mi querido Carmelo, no lo haría, no, sin dolor. Jesús no me ha dado un corazón insensible; y justamente porque mi corazón es capaz de sufrir, deseo que le dé a Jesús todo lo que puede darle. Aquí, Madre querida, vivo sin la menor preocupación por las cosas de esta tierra miserable; mi único quehacer es cumplir la dulce y fácil misión que usted me ha encomendado.

Aquí me veo colmada de sus atenciones maternales; no sé lo que es la pobreza, pues nunca me ha faltado nada.

Pero, sobre todo, aquí me siento amada, por usted y por todas las hermanas, y este afecto es muy dulce para mí.

Por eso sueño con un monasterio donde nadie me conociese, donde tuviese que sufrir la pobreza, la falta de cariño, en una palabra, el destierro del corazón.

No, la razón para abandonar todo esto que tanto amo no sería la de prestar una serie de servicios al Carmelo que [10vº] quisiera recibirme. Ciertamente, haría todo lo que dependiese de mí; pero conozco mi incapacidad y sé que, aun haciendo todo lo posible, no lograría hacer nada de provecho, pues, como decía hace un momento, no tengo el menor conocimiento de las cosas de la tierra. Mi único objetivo sería, pues, hacer la voluntad de Dios y sacrificarme por él de la manera que a él más le agradase.

Estoy segura de que no sufriría la menor decepción, pues cuando se espera un sufrimiento puro y sin mezcla de ninguna clase, la menor alegría resulta una sorpresa inesperada. Y además, usted sabe, Madre, que el mismo sufrimiento, cuando se lo busca como el más preciado tesoro, se convierte en la mayor de las alegrías.

No, tampoco quiero partir con la intención de gozar del fruto de mis trabajos. Si eso fuera lo que busco, no sentiría esta dulce paz que me inunda, e incluso sufriría por no poder hacer realidad mi vocación en las lejanas misiones.

Hace ya mucho tiempo que no me pertenezco a mí misma, vivo totalmente entregada a Jesús. Por lo tanto, él es libre de hacer de mí lo que le plazca. El me dio la vocación del destierro total, y me hizo comprender todos los sufrimientos que en el iba a encontrar, preguntándome si quería beber ese cáliz hasta las heces. Yo quise coger sin tardanza esa copa que Jesús me ofrecía; pero él, retirando la mano, me dio a entender que se conformaba con mi aceptación.

[11rº] ¡De cuántas inquietudes nos libramos, Madre mía, al hacer el voto de obediencia! ¡Qué dichosas son las simples religiosas! Al ser su única brújula la voluntad de los superiores, tienen siempre la seguridad de estar en el buen camino. No tienen por qué temer equivocarse, aun cuando les parezca seguro que los superiores se equivocan.

Pero cuando dejamos de mirar a esa brújula infalible, cuando nos separamos del camino que ella nos señala, bajo pretexto de cumplir la voluntad de Dios, que no ilumina bien a los que sin embargo están en su lugar, entonces el alma se extravía por áridos caminos en los que pronto le faltará el agua de la gracia.

Madre queridísima, usted es la brújula que Jesús me ha dado para guiarme con seguridad a las riberas eternas. ¡Qué bueno es para mí fijar en usted la mirada y luego cumplir la voluntad del Señor! Desde que él permitió que sufriese tentaciones contra la fe, ha hecho crecer enormemente en mi corazón el espíritu de fe, que me hace ver en usted, no sólo a una madre que me ama y a quien amo, sino que, sobre todo, me hace ver a Jesús que vive en su alma y que me comunica por medio de usted su voluntad.

Sé muy bien, Madre, que usted me trata como a un alma débil, como a una niña mimada; por eso, no me resulta pesado cargar con el yugo de la obediencia. Pero, a juzgar por lo que siento en el fondo del corazón, creo que no cambiaría de conducta y que el amor que le tengo no sufriría merma alguna aunque [11vº] me tratase con severidad, pues seguiría pensando que era voluntad de Jesús que usted actuase así para el mayor bien de mi alma.
– ir a índice –

La caridad
Este año, Madre querida, Dios me ha concedido la gracia de comprender lo que es la caridad. Es cierto que también antes la comprendía, pero de manera imperfecta. No había profundizado en estas palabras de Jesús: «El segundo mandamiento es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

Yo me dedicaba sobre todo a amar a Dios. Y amándolo, comprendí que mi amor no podía expresarse tan sólo en palabras, porque: «No todo el que me dice Señor, Señor entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de Dios». Y esta voluntad, Jesús la dio a conocer muchas veces, debería decir que casi en cada página de su Evangelio. Pero en la última cena, cuando sabía que el corazón de sus discípulos ardía con un amor más vivo hacia él, que acababa de entregarse a ellos en el inefable misterio de la Eucaristía, aquel dulce Salvador quiso darles un mandamientos nuevo. Y les dijo, con inefable ternura: os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, que os améis unos a otros igual que yo os he amado. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros.

[12rº] ¿Y cómo amó Jesús a sus discípulos, y por qué los amó? No, no eran sus cualidades naturales las que podían atraerle. Entre ellos y él la distancia era infinita. El era la Ciencia, la Sabiduría eterna; ellos eran unos pobres pescadores, ignorantes y llenos de pensamientos terrenos. Sin embargo, Jesús los llama sus amigos, sus hermanos. Quiere verles reinar con él en el reino de su Padre, y, para abrirles las puertas de ese reino, quiere morir en una cruz, pues dijo: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Madre querida, meditando estas palabras de Jesús, comprendí lo imperfecto que era mi amor a mis hermanas y vi que no las amaba como las ama Dios. Sí, ahora comprendo que la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no extrañarse de sus debilidades, en edificarse de los más pequeños actos de virtud que les veamos practicar. Pero, sobre todo, comprendí que la caridad no debe quedarse encerrada en el fondo del corazón: Nadie, dijo Jesús, enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa.

Yo pienso que esa lámpara representa a la caridad, que debe alumbrar y alegrar, no sólo a los que me son más queridos, sino a todos los que están en la casa, sin exceptuar a nadie.

Cuando el Señor mandó a su pueblo amar al prójimo [12vº] como a sí mismo, todavía no había venido a la tierra. Por eso, sabiendo bien hasta qué grado se ama uno a sí mismo, no podía pedir a sus criaturas un amor mayor al prójimo. Pero cuando Jesús dio a sus apóstoles un mandamiento nuevo -su mandamiento, como lo llama más adelante-, ya no habla de amar al prójimo como a uno mismo, sino de amarle como él, Jesús, le amó y como le amará hasta la consumación de los siglos…

Yo sé, Señor, que tú no mandas nada imposible. Tú conoces mejor que yo mi debilidad, mi imperfección. Tú sabes bien que yo nunca podría amar a mis hermanas como tú las amas, si tú mismo, Jesús mío, no las amaras también en mí. Y porque querías concederme esta gracia, por eso diste un mandamiento nuevo…

¡Y cómo amo este mandamiento, pues me da la certeza de que tu voluntad es amar tú en mí a todos los que me mandas amar…!

Sí, lo se: cuando soy caritativa, es únicamente Jesús quien actúa en mí. Cuanto más unida estoy a él, más amo a todas mis hermanas. Cuando quiero hacer que crezca en mí ese amor, y sobre todo cuando el demonio intenta poner ante los ojos de mi alma los defectos de tal o cual hermana que me cae menos simpática, me apresuro a buscar sus virtudes y sus buenos deseos, pienso que si la he visto caer una vez, puede haber conseguido un gran [13rº] número de victorias que oculta por humildad, y que incluso lo que a mí me parece una falta puede muy bien ser, debido a la recta intención, un acto de virtud. Y no me cuesta convencerme de ello, pues yo misma viví un día una experiencia que me demostró que no debemos juzgar a los demás.

Fue durante la recreación. La portera tocó dos campanadas, había que abrir la puerta de clausura a unos obreros para que metieran unos árboles destinados al belén. La recreación no estaba animada, pues faltaba usted, Madre querida. Así que pensé que me gustaría mucho que me mandasen como tercera; y justo la madre subpriora me dijo que fuese yo a prestar ese servicio, o bien la hermana que estaba a mi lado. Inmediatamente comencé a desatarme el delantal, pero muy despacio para que mi compañera pudiese quitarse el suyo antes que yo, pues pensaba darle un gusto dejándola hacer de tercera. La hermana que suplía a la procuradora nos miraba riendo, y, al ver que yo me había levantado la última, me dijo: Ya sabía yo que no eras tú quien iba a ganarse una perla para tu corona, ibas demasiado despacio…

Toda la comunidad, a no dudarlo, pensó que yo había actuado siguiendo mi impulso natural. Pero es increíble el bien que una cosa tan insignificante hizo a mi alma y lo comprensiva que me volvió ante las debilidades de las demás.

Eso mismo me impide también tener vanidad cuando me juzgan favorablemente, pues razono así: Si mis pequeños actos de virtud los toman por imperfecciones, lo mismo pueden [13vº] engañarse tomando por virtud lo que sólo es imperfección. Entonces digo con san Pablo: Para mí, lo de menos es que me pida cuentas un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. Mi juez es el Señor. Por eso, para que el juicio del Señor me sea favorable, o, mejor, simplemente para no ser juzgada, quiero tener siempre pensamientos caritativos, pues Jesús nos dijo: No juzguéis, y no os juzgarán.

Madre, al leer lo que acabo de escribir, usted podría pensar que la práctica de la caridad no me resulta difícil. Es cierto que, desde hace algunos meses, ya no tengo que luchar para practicar esta hermosa virtud. No quiero decir con esto que no cometa algunas faltas. No, soy demasiado imperfecta para eso. Pero cuando caigo, no me cuesta mucho levantarme, porque en un cierto combate conseguí la victoria, y desde entonces la milicia celestial viene en mi ayuda, pues no puede sufrir verme vencida después de haber salido victoriosa en la gloriosa batalla que voy a tratar de describir.

Hay en la comunidad una hermana que tiene el don de desagradarme en todo. Sus modales, sus palabras, su carácter me resultan sumamente desagradables. Sin embargo, es una santa religiosa, que debe de ser sumamente agradable a Dios.
Entonces, para no ceder a la antipatía natural que experimentaba, me dije a mí misma que la caridad no debía consistir en simples sentimientos, sino en obras, y [14rº] me dediqué a portarme con esa hermana como lo hubiera hecho con la persona a quien más quiero. Cada vez que la encontraba, pedía a Dios por ella, ofreciéndole todas sus virtudes y sus méritos.

Sabía muy bien que esto le gustaba a Jesús, pues no hay artista a quien no le guste recibir alabanzas por sus obras. Y a Jesús, el Artista de las almas, tiene que gustarle enormemente que no nos detengamos en lo exterior, sino que penetremos en el santuario íntimo que él se ha escogido por morada y admiremos su belleza.

No me conformaba con rezar mucho por esa hermana que era para mí motivo de tanta lucha. Trataba de prestarle todos los servicios que podía; y cuando sentía la tentación de contestarle de manera desagradable, me limitaba a dirigirle la más encantadora de mis sonrisas y procuraba cambiar de conversación, pues, como dice la Imitación: Mejor es dejar a cada uno con su idea que pararse a contestar.

Con frecuencia también, fuera de la recreación (quiero decir durante las horas de trabajo), como tenía que mantener relaciones con esta hermana a causa del oficio, cuando mis combates interiores eran demasiado fuertes, huía como un desertor.

Como ella ignoraba por completo lo que yo sentía hacia su persona, nunca sospechó los motivos de mi conducta, y vive convencida de que su carácter me resultaba agradable.

Un día, en la recreación, me dijo con aire muy satisfecho más o menos estas palabras: «¿Querría decirme, hermana Teresa del Niño Jesús, qué es lo que la atrae tanto en mí? Siempre que me mira, la veo sonreír». ¡Ay!, lo que me atraía era Jesús, escondido en el fondo de su alma… Jesús, que hace dulce hasta lo más amargo… Le respondí que sonreía porque me alegraba verla (por supuesto que no añadí que era bajo un punto de vista espiritual).

[14vº] Madre querida, como le he dicho, mi último recurso para no ser vencida en los combates es la deserción. Este recurso lo empleaba ya durante el noviciado, y siempre me dio muy buenos resultados. Quiero, Madre, citarle un ejemplo que la va a hacer sonreír.

Durante una de sus bronquitis, fui una mañana muy despacito a dejar en su celda las llaves de la reja de la comunión, pues era sacristana. En el fondo, no me disgustaba aquella ocasión que tenía de verla a usted, incluso me agradaba mucho, aunque trataba de disimularlo. Una hermana, animada de un santo celo, pero que sin embargo me quería mucho, al verme entrar en su celda, pensó, Madre, que iba a despertarla, y quiso cogerme las llaves; pero yo era demasiado lista para dárselas y ceder de mis derechos. Le dije, lo más educadamente que pude, que yo tenía tanto interés como ella en no despertarla, y que me tocaba a mí entregar las llaves…

Ahora comprendo que habría sido mucho más perfecto ceder ante aquella hermana, joven, es cierto, pero al fin más antigua que yo. Pero entonces no lo comprendí; y por eso, queriendo a toda costa entrar a su pesar detrás de ella, que empujaba la puerta para no dejarme pasar, pronto ocurrió la desgracia que las dos nos temíamos: el ruido que hacíamos le hizo a usted abrir los ojos…

Entonces, Madre, toda la culpa recayó sobre mí. La pobre hermana a la que yo había opuesto resistencia se puso a echar un discurso, cuyo fondo sonaba así: Ha sido sor Teresa del Niño Jesús la que ha hecho ruido… ¡Dios mío, qué hermana tan antipática…!, etc. [15rº] Yo, que pensaba todo lo contrario, sentía unas ganas enormes de defenderme. Afortunadamente, me vino una idea luminosa: pensé en mi interior que, si empezaba a justificarme, no iba a poder conservar la paz en mi alma; sabía también que no tenía la suficiente virtud como para dejarme acusar sin decir nada. Así que mi única tabla de salvación era la huida. Pensado y hecho: me fui sin decir ni mus, dejando que la hermana continuase su discurso, que se parecía a las imprecaciones de Camila contra Roma.

Me latía tan fuerte el corazón, que no pude ir muy lejos, y me senté en la escalera para disfrutar en paz los frutos de mi victoria. Aquello no era valentía, ¿verdad, Madre querida? Pero creo que, cuando la derrota es segura, vale más no exponerse al combate.

¡Ay!, cuando vuelvo con el pensamiento al tiempo de mi noviciado, me doy cuenta de lo imperfecta que era… Me angustiaba por tan poca cosa, que ahora me río de ello. ¡Qué bueno es el Señor, que hizo crecer a mi alma y le dio alas…! Ahora ya ni todas las redes juntas de los cazadores me dan miedo, «pues de nada sirve tender redes a la vista de las aves» (Prov.).

Seguramente que más adelante el tiempo en que ahora vivo me parecerá también lleno de imperfecciones, pero ahora no me sorprendo ya de nada ni me aflijo al ver que soy la debilidad misma; al contrario, me glorío de ello y espero descubrir cada día en mí nuevas imperfecciones. Acordándome de que la caridad cubre la multitud de los [15vº] pecados, exploto esta mina fecunda que Jesús ha abierto ante mí.

El Señor explica en el Evangelio en qué consiste su mandamiento nuevo. Dice en san Mateo: «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen».

La verdad es que en el Carmelo una no encuentra enemigos, pero sí que hay simpatías. Se siente atracción por una hermana, mientras que ante otra darías un gran rodeo para evitar encontrarte con ella, y así, sin darse cuenta, se convierte en motivo de persecución. Pues bien, Jesús me dice que a esa hermana hay que amarla, que hay que rezar por ella, aun cuando su conducta me indujese a pensar que ella no me ama: «Pues si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman». San Lucas, VI.

Y no basta con amar, hay que demostrarlo. Es natural que nos guste hacer un regalo a un amigo, y sobre todo que nos guste dar sorpresas. Pero eso no es caridad, pues también los pecadores lo hacen. Y Jesús nos dice también: «A todo el que te pide, dale, y al que se lleve lo tuyo no se lo reclames».

Dar a todas las que pidan gusta menos que ofrecer algo una misma por propia iniciativa. Más aún, cuando se nos pide algo amablemente, no nos cuesta dar. Pero si, por desgracia, no se emplean palabras bastante delicadas, enseguida el alma se rebela si no está firmemente afianzada en la caridad. Encuentra mil razones para negar [16rº] lo que le piden y sólo después de haber convencido de su falta de delicadeza a la que pide acaba dándole como un favor lo que reclama, o le presta un ligero servicio que le habría exigido veinte veces menos tiempo del que le llevó hacer valer sus derechos imaginarios.

Si es difícil dar a todo el que nos pide, lo es todavía mucho más dejar que nos cojan lo que nos pertenece, sin reclamarlo. Digo, Madre, que es difícil, pero debería más bien decir que parece difícil, pues el yugo del Señor es suave y ligero. Cuando lo aceptamos, sentimos enseguida su suavidad y exclamamos con el salmista: «Corrí por el camino de tus mandatos cuando me ensanchaste el corazón».

Sólo la caridad puede ensanchar mi corazón. Y desde que esta dulce llama lo consume, Jesús, corro alegre por el camino de tu mandato nuevo… Y quiero correr por él hasta que llegue el día venturoso en que, uniéndome al cortejo de las vírgenes, pueda seguirte por los espacios infinitos cantando tu cántico nuevo, que será el cántico del amor.

Decía que Jesús no quiere que reclame lo que me pertenece. Y debería parecerme fácil y natural, pues no tengo nada mío. Por el voto de pobreza he renunciado a los bienes de la tierra. No tengo, pues, derecho a quejarme si me quitan algo que no me pertenece; al contrario, debería alegrarme cuando se me ofrece la ocasión de vivir la pobreza.

Tiempo atrás creía no estar apegada a nada. Pero desde que comprendí las palabras de Jesús, veo que, cuando llega la ocasión, [16vº] soy aún muy imperfecta.

Por ejemplo, en el oficio de pintura nada es mío, lo sé muy bien. Pero si, al ponerme a trabajar, encuentro los pinceles y las pinturas en completo desorden, si ha desaparecido una regla o un cortaplumas, ya me pongo en un tris de perder la paciencia y tengo que armarme de todo mi valor para no reclamar con aspereza los objetos que me faltan.

A veces, ¿cómo no?, hay que pedir las cosas indispensables; pero si se hace con humildad, no se falta al mandamiento de Jesús, al contrario, se obra como los pobres, que tienden la mano para recibir lo que necesitan, y, si son rechazados, no se extrañan, pues nadie les debe nada.

¡Y qué paz inunda el alma cuando se eleva por encima de los sentimientos de la naturaleza…! No, no existe alegría comparable a la que saborea el verdadero pobre de espíritu. Si pide con desprendimiento algo que necesita, y no sólo se lo niegan sino que hasta intentan quitarle lo que tiene, está siguiendo el consejo de Jesús: «Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa…» Darle también la capa es, creo yo, renunciar una a sus últimos derechos, considerarse como la sierva y la esclava de las demás.

Cuando se ha entregado la capa, es más fácil caminar, correr. Por eso Jesús añade: «Y al que te exija caminar con él mil pasos, acompáñale dos mil».

Así que [17rº] no basta con dar a quien me pida; debo adelantarme a su deseos, mostrarme muy agradecida y muy honrada de poder prestarle un servicio; y si me cogen una cosa que tengo a mi uso, no he de hacer ver que lo siento, sino, por el contrario, mostrarme contenta de que me hayan quitado de en medio ese estorbo.

Madre querida, estoy muy lejos de practicar lo que entiendo tan bien, pero el simple deseo que tengo de hacerlo me da paz.

Me doy cuenta, más aún que los días anteriores, que me he explicado rematadamente mal. He hecho una especie de discurso sobre la caridad, cuya lectura ha tenido que cansarla.

Perdóneme, Madre querida, y piense que en este momento las enfermeras están practicando conmigo lo que acabo de escribir: no les importa caminar dos mil pasos cuando veinte bastarían. ¡He podido, pues, contemplar la caridad en acción! Sin duda que mi alma debe sentirse perfumada por ello. Pero mi mente confieso que se ha paralizado un poco ante semejante abnegación, y mi pluma ha perdido agilidad.

Para poder trasladar al papel mis pensamientos, tendría que estar como el pájaro solitario, y pocas veces tengo esa suerte. En cuanto cojo la pluma, aparece una hermana que pasa junto a mí con la horca al hombro y que cree que me distraerá dándome un poco de palique: el heno, los patos, las gallinas, la visita del médico, todo sale a relucir.

A decir verdad, la escena no dura mucho; pero hay más de una hermana caritativa, y de pronto otra heneadora me deja unas flores sobre las rodillas, pensando quizás inspirarme pensamientos poéticos. Y yo, que en ese momento no los busco, [17vº] preferiría que las flores siguieran meciéndose en sus tallos.

Por fin, cansada de abrir y cerrar este famoso cuaderno, abro un libro (que no quiere quedarse abierto), y digo muy decidida que estoy copiando algunos pensamientos de los salmos y del Evangelio para el santo de nuestra Madre. Y es muy cierto, pues no economizo precisamente las citas…

Madre querida, creo que la divertiría mucho si le contase todas mis aventuras en los bosquecillos del Carmelo. No sé si habré podido escribir diez líneas sin verme interrumpida. Esto no debería hacerme reír, ni divertirme; pero, por amor a Dios y a mis hermanas (tan caritativas conmigo), trato de parecer contenta, y sobre todo de estarlo…

Ahora mismo acaba de irse una heneadora después de decirme con tono compasivo: -«Pobre hermanita, ¡cómo tiene que cansarte estar escribiendo así todo el día! -«No te preocupes, le contesté, parece que escribo mucho, pero en realidad no escribo casi nada». -«Me alegro, me dijo ya más tranquila; de todas formas, me alegro de que estemos con la siega, pues eso no dejará de distraerte un poco».

Y, en efecto, es una distracción tan grande la que tengo (sin contar las visitas de las enfermeras), que no miento cuando digo que no escribo casi nada.

Por suerte, no me desanimo fácilmente. Para demostrárselo, Madre, voy a terminar de explicarle lo que Jesús me ha hecho comprender acerca de la caridad.

Hasta aquí sólo le he hablado de lo exterior. Ahora quisiera decirle cómo entiendo yo la [18rº] caridad puramente espiritual.

Estoy segura, Madre, de que no tardaré en mezclar una con otra. Pero como es a usted a quien le hablo, sé que no le será difícil captar mi pensamiento y desenredar la madeja de su hija.

No siempre es posible en el Carmelo practicar al pie de la letra las enseñanzas del Evangelio. A veces una se ve obligada, en razón de su oficio, a negarse a hacer un favor. Pero cuando la caridad ha echado hondas raíces en el alma, se manifiesta al exterior. Hay una forma tan elegante de negar lo que no se puede dar, que la negativa agrada tanto como el mismo don. Es cierto que cuesta menos pedir un favor a una hermana que está siempre dispuesta a complacernos. Pero Jesús dijo: «Al que te pide prestado, no lo rehúyas». Así pues, no debemos huir de las hermanas que tienen la costumbre de estar siempre pidiendo favores, con el pretexto de que tendremos que negárselos. Ni debemos tampoco ser serviciales por parecerlo, o con la esperanza de que en otra ocasión la hermana a la que ahora ayudamos nos devolverá el favor, pues Nuestro Señor nos dice también: «Y si prestáis a aquellos de los esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestar a otros pecadores con intención de cobrárselo. No, vosotros prestad sin esperar nada, y tendréis un gran premio».

Sí, el premio es grande, incluso en esta tierra… En este camino, sólo cuesta dar el primer paso. Prestar sin esperar nada a cambio parece duro a la naturaleza; preferiríamos dar, pues lo que damos [18vº] ya no nos pertenece.

Cuando alguien viene a decirnos con aire muy sincero: «Hermana, necesito tu ayuda durante unas horas; pero no te preocupes, que ya tengo permiso de nuestra Madre, y en otra ocasión te devolveré el tiempo que me dediques, pues sé lo ocupada que estás», como realmente sabemos muy bien que ese tiempo que prestamos nunca se nos devolverá, preferiríamos decir: Te lo regalo

Esto satisfaría nuestro amor propio, pues dar es un acto más generoso que prestar, y además así hacemos saber a la hermana que no contamos con sus servicios…

¡Qué contrarias a los sentimientos de la naturaleza son las enseñanzas de Jesús! Sin la ayuda de su gracia, no sólo no podríamos ponerlas por obra, sino ni siquiera comprenderlas.
– ir a índice –

Capítulo XI
Los que usted me dio
(1896 – 1897)

Madre, Jesús ha concedido a su hija la gracia de penetrar en las profundidades misteriosas de la caridad. Si ella pudiese expresar todo lo que se la ha dado a entender, usted escucharía una melodía de cielo. Pero, ¡ay!, lo único que puedo hacerle oír son simples balbuceos infantiles… Si no vinieran en mi ayuda las propias palabras de Jesús, me sentiría tentada de pedirle disculpas y de dejar la pluma… Pero no, he de terminar por obediencia lo que comencé por obediencia.
– ir a índice –

Novicias y hermanos espirituales
Madre querida, yo escribía ayer que, al no ser míos los bienes de aquí abajo, no debería resultarme difícil no reclamarlos nunca si alguien me los quita.

Tampoco los bienes del cielo me pertenecen. Me han sido prestados por Dios, que puede [19rº] quitármelos sin que yo tenga ningún derecho a quejarme.

Sin embargo, los bienes que vienen directamente de Dios, las intuiciones de la inteligencia y del corazón, los pensamientos profundos, todo eso constituye una riqueza a la que solemos apegarnos como a un bien propio que nadie tiene derecho a tocar…

Por ejemplo, si durante la licencia comunicamos a una hermana alguna luz recibida en la oración, y poco después esa hermana, hablando con otra, le dice lo que le habíamos confiado como si lo hubiese pensado ella misma, parece que se apropia de algo que no era suyo.

O bien, cuando en la recreación decimos por lo bajo a nuestra compañera una frase ingeniosa o que viene como anillo al dedo, si ella la repite en voz alta sin decir la fuente de donde procede, parece también un robo a la propietaria, que no reclama nada pero que tiene muchas ganas de hacerlo y que aprovechará la primera ocasión para hacer saber sutilmente que se han apropiado de sus pensamientos.
– ir a índice –

Instrumentos de Dios
Madre, yo no sabría explicarle tan bien estos tristes sentimientos de la naturaleza si yo misma no los hubiese experimentado en mi propio corazón. Y me gustaría mecerme en la dulce ilusión de que sólo han visitado el mío, si usted no me hubiese mandado escuchar las tentaciones de sus queridas novicias.

En el cumplimiento de la misión que usted me confió he aprendido mucho. Sobre todo, me he visto obligada a practicar yo misma lo que enseñaba a las demás. Y así, ahora puedo decir que Jesús me ha concedido la gracia de no estar más apegada a los bienes del espíritu y del corazón que a los de la tierra.

Si alguna vez me ocurre pensar y decir algo [19vº] que les gusta a mis hermanas, me parece completamente natural que se apropien de ello como de un bien suyo propio. Ese pensamiento pertenece al Espíritu Santo y no a mí, pues san Pablo dice que, sin ese Espíritu de amor, no podemos llamar «Padre» a nuestro Padre que está en el cielo. El es, pues, muy libre de servirse de mí para comunicar a un alma un buen pensamiento. Si yo creyera que ese pensamiento me pertenece, me parecería al «asno que llevaba las reliquias», que pensaba que los homenajes tributados a los santos iban dirigidos a él.

No desprecio los pensamientos profundos que alimentan el alma y la unen a Dios. Pero hace mucho tiempo ya que he comprendido que el alma no debe apoyarse en ellos, ni hacer consistir la perfección en recibir muchas iluminaciones. Los pensamientos más hermosos no son nada sin las obras.

Es cierto que los demás pueden sacar mucho provecho de las luces que a ella se le conceden, si se humillan y saben dar gracias a Dios por permitirles tomar parte en el festín de un alma a la que él se digna enriquecer con sus gracias. Pero si esta alma se complace en sus grandes pensamientos y hace la oración del fariseo, entonces viene a ser como una persona que se muere de hambre ante una mesa bien surtida mientras todos sus invitados disfrutan en ella de comida abundante y hasta dirigen de vez en cuando una mirada de envidia al personaje poseedor de tantos bienes.

¡Qué gran verdad es que sólo Dios conoce el fondo de los corazones…! ¡Y qué cortos son los pensamientos de las criaturas…! Cuando ven un alma con más luces que las otras, enseguida [20rº] sacan la conclusión de que Jesús las ama a ellas menos que a esa alma y de que no las llama a la misma perfección.

¿Desde cuándo no tiene ya derecho el Señor a servirse de una de sus criaturas para conceder a las almas que ama el alimento que necesitan? En tiempos del faraón el Señor aún tenía ese derecho, pues en la Sagrada Escritura le dice a este monarca: «Te he constituido rey para mostrar en ti mi poder y para hacer famoso mi nombre en toda la tierra». Desde que el Todopoderoso pronunció estas palabras han pasado siglos y siglos, y su forma de actuar sigue siendo la misma: siempre se ha servido de sus criaturas como de instrumentos para realizar su obra en las almas.
– ir a índice –

El pincelito
Si el lienzo que pinta un artista pudiera pensar y hablar, seguramente no se quejaría de que el pincel lo toque y lo retoque sin cesar; ni tampoco envidiaría la suerte de ese instrumento, pues sabría que la belleza que lo adorna no se la debe al pincel sino al artista que lo maneja.

El pincel, por su parte, no puede gloriarse de haber hecho él la obra de arte. Sabe que los artistas no se atan a un instrumento, que se ríen de las dificultades, que a veces les gusta escoger instrumentos débiles y defectuosos…

Madre querida, yo soy un pincelito que Jesús ha escogido para pintar su imagen en las almas que usted me ha confiado. Un artista no utiliza solamente un pincel, necesita al menos dos. El primero es el más útil, con él da los colores comunes, [20vº] y cubre totalmente el lienzo en muy poco tiempo; del otro, del más pequeño, se sirve para los detalles.

Madre querida, usted representa el precioso pincel que la mano de Jesús toma con amor cuando quiere hacer un gran trabajo en el alma de sus hijas; y yo soy el pequeñito del que luego quiere servirse para los detalles menores.

La primera vez que Jesús se sirvió de su pincelito fue hacia el 8 de diciembre de 1892. Siempre recordaré aquella época como un tiempo de gracias. Voy a confiarle, Madre querida, aquellos dulces recuerdos.

Cuando, a los 15 años, tuve la dicha de entrar en el Carmelo, me encontré con una compañera de noviciado que había ingresado unos meses antes. Tenía ocho años más que yo; pero su temperamento infantil borraba la diferencia de los años, así que pronto usted, Madre, tuvo la alegría de ver que sus dos postulantes se entendían a las mil maravillas y se hacían inseparables.

En orden a propiciar aquel afecto naciente, que le parecía que había de dar buenos frutos, nos permitió que tuviéramos juntas, de vez en cuando, algunas charlas espirituales.

Mi querida compañera me encantaba por su inocencia y por su carácter abierto. Pero, por otro lado, me extrañaba ver cuán distinto era el afecto que ella le tenía a usted del que le tenía yo. Había también, en su comportamiento con las hermanas, muchas otras cosas que yo hubiera deseado que cambiase…

Ya en aquella época Dios me hizo [21rº] comprender que hay almas a las que su misericordia no se cansa de esperar, a las que no concede su luz sino paso a paso. Por eso, yo me cuidaba muy bien de adelantar su hora y esperaba pacientemente a que Jesús tuviese a bien hacerla llegar.

Reflexionando un día sobre el permiso que usted nos había dado para hablar y así inflamarnos más en el amor de nuestro Esposo, como dicen nuestras santas Constituciones, me di cuenta con tristeza de que nuestras conversaciones no alcanzaban el fin deseado. Entonces Dios me dio a entender que había llegado el momento y que ya no tenía por qué tener miedo a hablar, o que, de lo contrario, debería poner fin a unas conversaciones que tanto se parecían a las de dos amigas del mundo.

Aquel día era sábado. Al día siguiente, durante la acción de gracias, le pedí a Dios que pusiera en mi boca palabras tiernas y convincentes, o, más bien, que hablase él mismo por mi boca. Jesús escuchó mi oración y permitió que el resultado colmase ampliamente mi esperanza, pues los que vuelvan su mirada hacia él quedarán radiantes (Sal XXXIII) y la luz brillará en las tinieblas para los rectos de corazón. Las primeras palabras se aplican a mí y las segundas a mi compañera, que realmente tenía un corazón recto…

Cuando llegó la hora en que habíamos quedado para encontrarnos, al poner los ojos en mí la pobre hermanita se dio cuenta enseguida de que yo no era la misma. Se sentó a mi lado, sonrojada, y yo, apoyando su cabeza en mi corazón, le dije, con llanto en [21vº] la voz, todo lo que pensaba de ella, pero con palabras tan tiernas y manifestándole tanto cariño, que pronto sus lágrimas se mezclaron con las mías.

Reconoció con gran humildad que todo lo que le decía era verdad, me prometió comenzar una nueva vida y me pidió, como un favor, que le advirtiese siempre sus faltas. Al final, en el momento de separarnos, nuestro afecto se había vuelto totalmente espiritual, no había ya en él nada de humano. Se hacía realidad en nosotras aquel pasaje de la Sagrada Escritura: «Hermano ayudado por su hermano es como una plaza fuerte».

Lo que Jesús hizo con su pincelito se hubiera borrado pronto si él, Madre, no hubiese echado mano de usted para consumar su obra en aquella alma que él quería toda para sí.

A mi pobre compañera la prueba le pareció muy amarga, pero la firmeza que usted usó con ella acabó por triunfar. Y entonces fue cuando yo, tratando de consolarla, pude explicarle a quien usted me había dado por hermana entre todas las demás en qué consiste el verdadero amor. Le hice ver que era a sí misma a quien amaba, y no a usted. Le conté cómo la amaba a usted yo, y los sacrificios que me había visto obligada a hacer en los comienzos de mi vida religiosa para no encariñarme con usted de manera puramente material, como el perro se encariña con su dueño. El amor se alimenta de sacrificios; y de cuantas más satisfacciones naturales se priva el alma, más fuerte y desinteresado se hace su cariño.

Recuerdo que, siendo postulante, me venían a veces tan fuertes [22rº] tentaciones de entrar en su celda por mi satisfacción personal, por encontrar algunas gotas de alegría, que me veía obligada a pasar a toda prisa por delante de la procura y a agarrarme fuertemente al pasamanos de la escalera; me venían a la cabeza un montón de permisos que pedir. En una palabra, encontraba mil razones para dar gusto a mi naturaleza…
– ir a índice –

Poder de la oración y el sacrificio
¡Cuanto me alegro ahora de todas las renuncias que me impuse desde el comienzo de mi vida religiosa! Ahora gozo ya del premio prometido a los que luchan valientemente. Siento que ya no necesito negarme todos los consuelos del corazón, pues mi alma está afianzada en el Único a quien quería amar. Veo feliz que, amándolo a él, el corazón se ensancha y que puede dar un cariño incomparablemente mayor a los que ama que si se encerrase en un amor egoísta e infructuoso.

Madre querida, le he recordado el primer trabajo que usted y Jesús quisieron llevar a cabo sirviéndose de mí. No era más que el preludio de los que iban a serme confiados.

Cuando me fue dado penetrar en el santuario de las almas, vi enseguida que la tarea era superior a mis fuerzas. Entonces me eché en los brazos de Dios como un niñito, y, escondiendo mi rostro entre sus cabellos, le dije: Señor, yo soy demasiado pequeña para dar de comer a tus hijas. Si tú quieres darle a cada una, por medio de mí, lo que necesita, llena tú mi mano; y entonces, sin separarme de tus brazos y sin volver siquiera la cabeza, [22vº] yo entregaré tus tesoros al alma que venga a pedirme su alimento. Si lo encuentra de su gusto, sabré que no me lo debe a mí, sino a ti; si, por el contrario, se queja y encuentra amargo lo que le ofrezco, no perderé la paz, intentaré convencerla de que ese alimento viene de ti y me guardaré muy bien de buscarle otro.

Madre, desde que comprendí que no podía hacer nada por mí misma, la tarea que usted me encomendó dejó de parecerme difícil. Vi que la única cosa necesaria era unirme cada día más a Jesús y que todo lo demás se me daría por añadidura. Y mi esperanza nunca ha sido defraudada. Dios ha tenido a bien llenar mi manita cuantas veces ha sido necesario para que yo pudiese alimentar el alma de mis hermanas.

Le confieso, Madre querida, que si me hubiese apoyado lo más mínimo en mis propias fuerzas, pronto le hubiera entregado las armas…

De lejos, parece de color de rosa eso de hacer bien a las almas, hacerlas amar más a Dios, en una palabra modelarlas según los propios puntos de vista y los criterios personales. De cerca ocurre todo lo contrario: el color rosa desaparece…, y una ve por experiencia que hacer el bien es algo tan imposible sin la ayuda de Dios como hacer brillar el sol en plena noche… Se comprueba que hay que olvidarse por completo de los propios gustos y de las ideas personales, y guiar a las almas por los caminos que Jesús ha trazado para ellas, sin pretender hacerlas ir [23rº] por el nuestro.

Pero esto no es todavía lo más difícil. Lo que más me cuesta de todo es tener que estar pendiente de las faltas y de las más ligeras imperfecciones y declararles una guerra a muerte. Iba a decir: por desgracia para mí; pero no, eso sería cobardía. Así que digo: por suerte para mis hermanas.

Desde que me puse en brazos de Jesús, soy como el vigía que observa al enemigo desde la torre más alta de una fortaleza. Nada escapa a mis ojos. Muchas veces yo misma me sorprendo de ver tan claro, y me parece muy digno de excusas el profeta Jonás por haber huido en vez de ir a anunciar la ruina de Nínive. Preferiría mil veces ser reprendida que reprender yo a las demás. Pero entiendo que es muy necesario que eso me resulte doloroso, pues cuando obramos por impulso natural, es imposible que el alma a quien queremos hacer ver sus faltas entienda sus errores, ya que no ve más que una cosa: la hermana encargada de guiarme está enfadada, y pago los platos rotos yo, que estoy llena de la mejor voluntad.

Sé muy bien que a tus corderitos les parezco severa. Si leyeran estas líneas, dirían que no parece costarme lo más mínimo correr detrás de ellos, hablarles en tono severo mostrándoles su hermoso vellón manchado, o bien traerles algún ligero mechón de lana que han dejado prendido en los espinos del camino.

Los corderitos pueden decir lo que quieran. En el fondo, saben que les amo con verdadero amor y que yo nunca imitaré al mercenario, que, al ver venir al lobo, abandona el rebaño y [23vº] huye. Yo estoy dispuesta a dar mi vida por ellos. Pero mi afecto es tan puro, que no deseo que lo sepan. Nunca, por la gracia de Jesús, he tratado de granjearme sus corazones. Siempre he tenido muy claro que mi misión consistía en llevarlos a Dios y en hacerles comprender que, aquí en la tierra, usted, Madre, era el Jesús visible a quien deben amar y respetar.

Le he dicho, Madre querida, que yo misma había aprendido mucho instruyendo a las demás. Lo primero que descubrí es que todas las almas sufren más o menos las mismas luchas, pero que, por otra parte, son tan diferentes las unas de las otras, que no me resulta difícil comprender lo que decía el P. Pichon: «Hay mucha más diferencia entre las almas que entre los rostros».

Por tanto, no se las puede tratar a todas de la misma manera. Con ciertas almas, veo que tengo que hacerme pequeña, no tener reparo en humillarme confesando mis luchas y mis derrotas. Al ver que yo tengo las mismas debilidades que ellas, mis hermanitas me confiesan a su vez las faltas que se reprochan a sí mismas y se alegran de que las comprenda por experiencia. Con otras, por el contrario, he comprobado que, para ayudarlas, hay que tener una gran firmeza y no dar nunca marcha atrás de lo que se ha dicho. Abajarse no sería humildad, sino debilidad.

Dios me ha concedido la gracia de no temer el combate. Tengo que cumplir con mi deber al precio que sea. Más de una vez he oído decir esto: «Si quieres conseguir algo de mí, tendrás que ganarme por el camino de la dulzura; por [24rº] el de la fuerza no conseguirás nada». Sé que nadie es buen juez en propia causa, y que un niño al que el médico somete a una operación dolorosa no dejará de chillar y de decir que es peor el remedio que la enfermedad; sin embargo, cuando a los pocos días se encuentre curado, se sentirá feliz de poder jugar y correr.

Lo mismo ocurre con las almas. No tardan en reconocer que, en ocasiones, un poco de acíbar es preferible al azúcar, y no tienen reparo en confesarlo.

A veces no puedo dejar de sonreír en mi interior al ver qué cambio se opera de un día para otro. ¡Parece cosa de magia…! Vienen a decirme: «Tuviste razón ayer al ser tan severa. En un primer momento me sublevó lo que me dijiste, pero luego fui recordándolo todo y vi que tenías razón… Ya ves, cuando me fui de tu lado, pensé que todo había terminado, y me decía: Iré a ver a nuestra Madre y le diré que ya no volveré más con sor Teresa del Niño Jesús. Pero me di cuenta de que era el demonio quien me inspiraba esas cosas. Además, me pareció que tú estabas rezando por mí. Entonces recobré la paz y la luz empezó a brillar. Pero ahora necesito que me acabes de iluminar, y por eso he venido».

Y enseguida entablamos conversación. Y me siento feliz de seguir los dictados de mi corazón no teniendo ya que servir ningún plato amargo.

Sí, pero… no tardo en darme cuenta de que no debo precipitarme, de que una sola palabra podría derribar todo el edificio construido entre lágrimas. Si tengo la mala suerte de decir una palabra que pueda atenuar lo que dije la víspera, veo que mi hermanita [24vº] intenta agarrarse a ella como a un clavo ardiendo; entonces rezo interiormente una oracioncita, y la verdad acaba triunfando.

Sí, toda mi fuerza se encuentra en la oración y en el sacrificio; son las armas invencibles que Jesús me ha dado, y logran mover los corazones mucho más que las palabras. Muchas veces lo he comprobado por experiencia. Pero hay una, entre todas ellas, que me ha dejado una grata y profunda impresión.

Fue durante la cuaresma. Yo me encargaba por entonces de la única novicia que había en el convento, pues era su ángel. Un mañana vino a verme toda radiante: «Si supieras, me dijo, lo que soñé anoche… Estaba con mi hermana e intentaba desasirla de todas las vanidades a que está tan apegada. Para lograrlo, me puse a explicarle esta estrofa del Vivir de amor: «¡Jesús, amarte es pérdida fecunda! / Tuyos son mis perfumes para siempre». Yo veía que mis palabras penetraban en su alma, y estaba loca de alegría. Esta mañana, al despertarme, pensé que quizás Dios quería que le ofreciera esta alma. ¿Y si le escribiera después de la cuaresma contándole mi sueño y diciéndole que Jesús la quiere toda para sí?»

Yo, sin pensarlo demasiado, le dije que podía muy bien intentarlo, pero que antes tenía que pedir permiso a nuestra madre.

Como la cuaresma estaba todavía lejos de tocar a su fin, usted, Madre querida, se quedó muy sorprendida de semejante petición, que le parecía demasiado prematura. Y, ciertamente inspirada por Dios, le contestó que las carmelitas no [25rº] tienen que salvar las almas con cartas, sino con la oración.

Al conocer su decisión, vi enseguida que era la de Jesús, y le dije a sor María de la Trinidad: «Pongamos manos a la obra, recemos mucho. ¡Qué alegría si al final de la cuaresma hubiésemos sido escuchadas…!»

Y ¡oh, misericordia infinita del Señor, que se digna escuchar la oración de sus hijos…!, al final de la cuaresma, una nueva alma se consagraba a Jesús. Fue un verdadero milagro de la gracia, ¡un milagro alcanzado por el fervor de una humilde novicia!

¡Qué grande es, pues el poder de la oración! Se diría que es como una reina que en todo momento tiene acceso libre al rey y que puede alcanzar todo lo que pide.

Para ser escuchadas, no hace falta leer en un libro una hermosa fórmula compuesta para esa ocasión. Si fuese así…, ¡qué digna de lástima sería yo…! Fuera del Oficio divino, que tan indigna soy de recitar, no me siento con fuerzas para sujetarme a buscar en los libros hermosas oraciones; me produce dolor de cabeza, ¡hay tantas…, y cada cual más hermosa…! No podría rezarlas todas, y, al no saber cuál escoger, hago como los niños que no saben leer: le digo a Dios simplemente lo que quiero decirle, sin componer frases hermosas, y él siempre me entiende…

Para mí, la oración es un impulso del corazón, una simple mirada lanzada hacia el cielo, un grito de gratitud y de amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría180. En una palabra, es algo [25vº] grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une a Jesús.

No quisiera, sin embargo, Madre querida, que pensara que rezo sin devoción las oraciones comunitarias en el coro o en las ermitas. Al contrario, soy muy amiga de las oraciones comunitarias, pues Jesús nos prometió estar en medio de los que se reúnen en su nombre; siento entonces que el fervor de mis hermanas suple al mío.

Pero rezar yo sola el rosario (me da vergüenza decirlo) me cuesta más que ponerme un instrumento de penitencia… ¡Sé que lo rezo tan mal! Por más que me esfuerzo por meditar los misterios del rosario, no consigo fijar la atención… Durante mucho tiempo viví desconsolada por esta falta de atención, que me extrañaba, pues amo tanto a la Santísima Virgen, que debería resultarme fácil rezar en su honor unas oraciones que tanto le agradan. Ahora me entristezco ya menos, pues pienso que, como la Reina de los cielos es mi Madre, ve mi buena voluntad y se conforma con ella.

A veces, cuando mi espíritu está tan seco que me es imposible sacar un solo pensamiento para unirme a Dios, rezo muy despacio un «Padrenuestro», y luego la salutación angélica. Entonces, esas oraciones me encantan y alimentan mi alma mucho más que si las rezase precipitadamente un centenar de veces…

La Santísima Virgen me demuestra que no está disgustada [26rº] conmigo. Nunca deja de protejerme en cuanto la invoco. Si me sobreviene una inquietud o me encuentro en un aprieto, me vuelvo rápidamente hacia ella, y siempre se hace cargo de mis intereses como la más tierna de las madres. ¡Cuántas veces, hablando a las novicias, me ha ocurrido invocarla y sentir los beneficios de su protección maternal…

Con frecuencia me dicen las novicias: «Tú tienes respuesta para todo. Creía que esta vez iba a ponerte en un apuro… ¿De dónde sacas lo que nos dices?» Hay incluso algunas tan cándidas, que creen que leo en sus almas porque me ha sucedido anticiparme a decirles lo que pensaban.

Una noche, una de mis compañeras había decidido ocultarme una pena que la hacía sufrir mucho. La encuentro por la mañana, me habla con cara sonriente, y yo, sin contestar a lo que me decía, le digo muy segura: Tú tienes una pena. Creo que si hubiese hecho caer la luna a sus pies, no me habría mirado con mayor asombro. Su estupor era tan grande, que se me contagió también a mí: por un instante, se apoderó de mí una especie de pavor sobrenatural. Estaba segura de no poseer el don de leer en las almas, y por eso me sorprendía más haber dado tan en el clavo. Sentí que Dios estaba allí muy cerca y que, sin darme cuenta, había dicho, como un niño, palabras que no provenían de mí sino de él.

Madre querida, usted sabe muy bien que a las novicias todo les está permitido. [26vº] Tienen que poder decir lo que piensan con total libertad, lo bueno y lo malo. Conmigo esto les resulta más fácil, pues a mí no me deben el respeto que se tiene a una maestra de novicias.

No puedo decir que Jesús me lleve externamente por el camino de las humillaciones. Se conforma con humillarme en lo hondo del alma. A los ojos de las criaturas todo me sale bien, sigo el camino de los honores, en cuanto es posible en la vida religiosa. Comprendo que si tengo que marchar por este camino que parece tan peligroso, no es por mí, sino por las demás. En efecto, si pasase por ser una religiosa llena de defectos, inepta, poco inteligente y alocada, usted, Madre, no podría dejarse ayudar por mí. Por eso Dios ha echado un velo sobre todos mis defectos, exteriores e interiores.

A veces ese velo me vale algunos cumplidos por parte de las novicias. Yo sé que no me los hacen por adularme, sino que son una expresión de sus sentimientos inocentes. Y la verdad es que no me producen la menor vanidad, pues traigo siempre presente en la memoria el recuerdo de lo que soy.

No obstante, a veces siento un gran deseo de escuchar algo que no sean alabanzas. Usted, Madre querida, sabe que prefiero la vinagreta al azúcar. También mi alma se cansa de los alimentos demasiado azucarados, y entonces Jesús permite que le sirvan una buena ensaladita, [27rº] con mucha vinagre y muchas especias, y en la que nada falta excepto el aceite, lo cual le da un nuevo sabor…

Esta buena ensaladita me la sirven las novicias cuando menos lo espero. Dios levanta el velo que oculta mis imperfecciones, y entonces mis queridas hermanitas, al verme tal cual soy, ya no me encuentran totalmente de su agrado. Con una sencillez que me encanta, me cuentan todas las luchas que les produzco y lo que no les gusta de mí. En una palabra, no se muerden más la lengua que si se tratara de cualquier otra y no de mí, sabiendo que me producen un gran placer actuando así.

Y verdaderamente es más que un placer, es un festín delicioso que me llena el alma de alegría. No puedo explicarme cómo algo que desagrada tanto a la naturaleza puede producir tanta felicidad; si no lo hubiese experimentado, no podría creerlo…

Un día en que deseaba particularmente ser humillada, una novicia se encargó de colmar tan bien mis deseos, que me acordé de Semeí maldiciendo a David, y pensé: Sí, es el Señor quien le ordena decirme todo eso… Y mi alma saboreaba con verdadero deleite la amarga comida que le servían en tanta abundancia.

Así es como Dios cuida de mí. No siempre puede darme el pan reconfortante de la humillación exterior; pero de vez en cuando me permite alimentarme de las migajas que caen de la mesa de los hijos. ¡Qué grande es su misericordia! Sólo podré [27vº] cantarla en el cielo.

Madre querida, ya que trato de empezar a cantar con usted aquí en la tierra esa misericordia infinita, debo contarle otra gran ganancia que saqué de la misión que usted me confió.

Antes, cuando una hermana hacía algo que no me gustaba y que me parecía contrario a la ley, pensaba: ¡qué tranquila me quedaría si pudiese decirle lo que pienso, hacerle ver que está actuando mal! Desde que vengo ejercitando un poco ese oficio, le aseguro, Madre, que he cambiado por completo de parecer. Cuando me acontece ver que una hermana hace algo que me parece imperfecto, lanzo un suspiro de alivio y me digo a mí misma: ¡Qué suerte!, no es una novicia, no estoy obligada a reprenderla. Y luego, trato enseguida de disculpar a la hermana y de atribuirle unas buenas intenciones, que seguramente tiene.

Madre querida, desde que estoy enferma, los cuidados que usted me prodiga me han enseñado también mucho sobre la caridad. Ningún remedio le parece demasiado caro; y si no da resultado, prueba con otro sin cansarse.

Cuando yo iba todavía a la recreación, ¡cómo se preocupaba porque estuviera en un buen lugar, al abrigo de las corrientes de aire! En una palabra, si quisiera contarlo todo, no acabaría nunca.

Pensando en todo esto, me dije a mí misma que yo debía ser tan compasiva con las enfermedades espirituales de mis hermanas como usted, Madre querida, lo es cuidándome con tanto amor.

He observado (y es muy natural) que las hermanas más santas son también las [28rº] más queridas. Se busca su conversación, se les hacen favores sin que los pidan. En una palabra, estas almas, tan capaces de soportar faltas de consideración o de delicadeza, se ven rodeadas del afecto de todas. A ellas puede aplicarse esta frase de nuestro Padre san Juan de la Cruz: «Cuando con propio amor no lo quise, dióseme todo sin ir tras ello».

Por el contrario, a las almas imperfectas no se las busca; se las trata, ciertamente, conforme a las reglas de la educación religiosa; pero, por miedo a decirles alguna palabra menos delicada, se evita su compañía.

Al decir almas imperfectas, no me refiero solamente a las imperfecciones espirituales, pues ni las más santas serán perfectas hasta que lleguen al cielo. Quiero decir faltas de discreción, de educación, la susceptibilidad de ciertos caracteres, cosas todas que no hacen la vida muy agradable.

Sé muy bien que estas enfermedades morales son crónicas y que no hay esperanza de curación; pero sé también que mi Madre no dejaría de cuidarme y de tratar de aliviarme aunque siguiera enferma toda la vida.

Y ésta es la conclusión que yo saco: en la recreación y en la licencia, debo buscar la compañía de las hermanas que peor me caen y desempeñar con esas almas heridas el oficio de buen samaritano. Una palabra, una sonrisa amable bastan muchas veces para alegrar a un alma triste.

Pero no quiero en modo alguno practicar la caridad con este fin, pues sé muy bien que pronto cedería al desaliento: una palabra dicha con la mejor intención puede ser interpretada completamente al revés. Por eso, para no perder el tiempo, quiero ser amable con todas [28vº] (y especialmente con las hermanas menos amables) por agradar a Jesús y seguir el consejo que él da en el Evangelio, poco más o menos en estos términos: «Cuando des un banquete, no invites a tus parientes ni a tus amigos, porque corresponderán invitándote y así quedarás pagado. Invita a pobres, cojos, paralíticos; dichoso tú, porque no pueden pagarte: tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará».

¿Y qué banquete puede ofrecer una carmelita a sus hermanas sino un banquete espiritual compuesto de caridad atenta y gozosa? Yo no conozco ningún otro, y quiero imitar a san Pablo, que se alegraba con los que estaban alegres. Es cierto que también lloraba con los tristes, y que las lágrimas han de aparecer también algunas veces en el banquete que yo quiero servir; pero siempre intentaré que al final esas lágrimas se conviertan en alegría, pues el Señor ama a los que dan con alegría.
– ir a índice –

Sor San Pedro
Recuerdo un acto de caridad que el Señor me inspiró hacer siendo todavía novicia. No fue nada importante, pero nuestro Padre, que ve en lo escondido y que mira más a la intención que a la importancia de la obra, ya me lo ha pagado sin esperar a la otra vida.

Era en la época en que sor San Pedro iba todavía al coro y al refectorio. En la oración de la tarde se ponía delante de mí. Diez minutos antes de las seis, una hermana tenía que encargarse de llevarla al refectorio, pues las enfermeras tenían en aquel entonces demasiadas enfermas para venir a [29rº] buscarla a ella.

Me costaba mucho ofrecerme para prestar ese pequeño servicio, pues sabía que no era fácil contentar a la pobre sor San Pedro, que sufría tanto que no le gustaba andar cambiando de conductora. Sin embargo, no quería perder una ocasión tan hermosa de practicar la caridad, recordando que Jesús había dicho: Lo que hagáis al más pequeño de los míos, a mí me lo hacéis. Me ofrecí, pues, con mucha humildad a conducirla, ¡y no me costó poco trabajo conseguir que aceptara mis servicios! Al fin puse manos a la obra, y fue tanta mi buena voluntad, que el éxito fue completo.

Todas las tardes, cuando veía que sor San Pedro comenzaba a agitar su reloj de arena, sabía que eso quería decir: Vamos. Es increíble lo que me costaba hacer aquel esfuerzo, sobre todo al principio. Sin embargo, acudía inmediatamente, y a continuación comenzaba toda una ceremonia.

Había que mover y llevar la banqueta de una determinada manera, y, sobre todo, no ir de prisa. Luego venía el paseo. Había que ir detrás de la pobre enferma, sosteniéndola por la cintura. Yo lo hacía con toda la suavidad posible; pero si, por desgracia, ella daba un paso en falso, ya le parecía que la sostenía mal y que se iba a caer. «¡Dios mío, vas demasiado deprisa, voy a romperme la crisma!» Si trataba de ir más despacio: «¡Pero sígueme, no siento tu mano, me has soltado, me voy a caer! Ya decía yo que tú eras demasiado joven para acompañarme»

Por fin, llegábamos sin contratiempos al refectorio. Allí surgían nuevas dificultades. Había que sentar a sor San Pedro y actuar hábilmente para [29vº] no lastimarla; luego, había que recogerle las mangas (también de una manera determinada); y entonces ya quedaba libre para marcharme.

Con sus pobres manos deformadas, echaba el pan en la escudilla como mejor podía. No tardé en darme cuenta de ello, y ya ninguna tarde me iba sin haberle prestado ese pequeño servicio. Como ella no me lo había pedido, esa atención la conmovió mucho, y gracias a esa atención, que yo no había buscado intencionadamente, me gané por completo sus simpatías, y sobre todo (lo supe más tarde) porque, después de cortarle el pan, le dirigía antes de marcharme mi más hermosa sonrisa.

Madre querida, quizás le extrañe que le haya escrito este pequeño acto de caridad que tuvo lugar hace tanto tiempo. Si lo he hecho, es porque, gracias a él, tengo que cantar las misericordias del Señor. Dios ha querido que conserve este recuerdo como un perfume que me mueve a practicar la caridad. A veces recuerdo ciertos detalles que son para mi alma como una brisa de primavera. He aquí uno que me viene a la memoria.

Una tarde de invierno estaba yo, como de costumbre, cumpliendo con mi tarea. Hacía frío y era de noche… De pronto, oí a lo lejos el sonido armonioso de un instrumento musical. Entonces me imaginé un salón muy iluminado, todo resplandeciente de ricos dorados; unas jóvenes elegantemente vestidas se hacían unas a otras toda suerte de cumplidos y de cortesías mundanas. Luego mi mirada se posó sobre la pobre enferma a la que estaba sosteniendo: en vez de una melodía, escuchaba de tanto en tanto sus gemidos lastimeros; en vez de ricos dorados, [30rº] veía los ladrillos de nuestro austero claustro apenas alumbrado por una lucecita.

No puedo expresar lo que pasó en mi alma. Lo que sí sé es que el Señor la iluminó con los rayos de la verdad, que excedían de tal forma el brillo tenebroso de las fiestas de la tierra, que no podía creer en mi felicidad…

No, no cambiaría los diez minutos que me llevó realizar mi humilde servicio de caridad por gozar mil años de fiestas mundanas…

Si ya en el sufrimiento y en medio de la lucha es posible gozar un instante de una dicha que excede a todas las alegrías de la tierra sólo con pensar que Dios nos ha sacado del mundo, ¡qué será en el cielo cuando, abismadas en un júbilo y en un descanso eternos, veamos la gracia incomparable que el Señor nos ha concedido al elegirnos para habitar en su casa, verdadero pórtico del cielo…!

No siempre he practicado la caridad entre estos transportes de júbilo. Pero en los comienzos de mi vida religiosa Jesús quiso hacerme sentir qué dulce es verle a él en el alma de sus esposas. Así, cuando llevaba a la hermana sor San Pedro, lo hacía con tanto amor, que no hubiera podido hacerlo mejor si hubiese tenido que llevar al mismo Jesús.

No, la práctica de la caridad no me ha sido siempre tan dulce, como acabo, Madre, de decirle. Para demostrárselo, voy a contarle algunos pequeños combates que seguramente la harán sonreír.

Durante mucho tiempo, en la oración de la tarde, yo me colocaba delante de una hermana que tenía una curiosa manía, y pienso que también… muchas luces interiores, pues rara vez se servía de algún libro. Verá cómo [30vº] me di cuenta.

En cuanto llegaba esa hermana, se ponía a hacer un extraño ruido, parecido al que se haría frotando dos conchas una contra otra. Sólo yo lo notaba, pues tengo un oído extremadamente fino (demasiado a veces).

Imposible decirle, Madre, cómo me molestaba aquel ruidito. Sentía unas ganas enormes de volver la cabeza y mirar a la culpable, que seguramente no se daba cuenta de su manía. Era la única forma de hacérselo ver. Pero en el fondo del corazón sentía que era mejor sufrir aquello por amor de Dios y no hacer sufrir a la hermana. Así que seguía quieta y trataba de unirme a Dios y de olvidar el ruidito…

Todo inútil. Me sentía bañada de sudor, y me veía forzada a hacer sencillamente una oración de sufrimiento.

Pero a la vez que sufría, buscaba la manera de hacerlo sin irritarme, sino con alegría y paz, al menos allá en lo íntimo del alma. Trataba de amar aquel ruidito tan desagradable: en vez de procurar no oírlo (lo cual era imposible), centraba toda mi atención en escucharlo bien, como si se tratara de un concierto maravilloso, y pasaba toda la oración (que no era precisamente de quietud) ofreciendo aquel concierto a Jesús.

En otra ocasión, en la lavandería, tenía enfrente de mí a una hermana que, cada vez que golpeaba los pañuelos en la tabla de lavar, me salpicaba la cara de agua sucia. Mi primer impulso fue echarme hacia atrás y [31rº] secarme la cara, con el fin de hacer ver a la hermana que me estaba asperjando que me haría un gran favor si ponía más cuidado. Pero enseguida pensé que sería bien tonta si rechazaba unos tesoros que me ofrecían con tanta generosidad, y me guardé bien de manifestar mi lucha interior. Me esforcé todo lo que pude por desear recibir mucha agua sucia, de manera que acabé por sacarle verdadero gusto a aquel nuevo tipo de aspersión e hice el propósito de volver otra vez a aquel venturoso sitio en el que tantos tesoros se recibían.

Madre querida, ya ve que yo soy una alma muy pequeña que no puede ofrecer a Dios más que cosas muy pequeñas. Con todo, muchas veces me ocurre que dejo escapar algunos de esos pequeños sacrificios que dan al alma tanta paz. Pero no me desanimo por eso: me resigno a tener un poco menos de paz, y procuro poner más cuidado la próxima vez.

El Señor es tan bueno conmigo, que no puedo tenerle miedo. Siempre me ha dado lo que deseaba, o, mejor dicho, me ha hecho desear lo que quería darme.

Así, poco tiempo antes de que comenzase mi prueba contra la fe, yo pensaba en mi interior: Realmente, no tengo grandes pruebas exteriores, y para tenerlas interiores Dios tendría que cambiar mi camino. No creo que lo haga. De todas formas, no puedo vivir siempre así, en el sosiego… ¿Cómo se las arreglará, pues, Jesús para probarme?

La respuesta no se hizo esperar, y me hizo ver que mi Amado no es pobre en recursos. Sin cambiar mi camino, me envió una prueba que iba a mezclar una saludable amargura en todas mis alegrías.
– ir a índice –

Los misioneros
Pero Jesús no se limita [31vº] a hacérmelo presentir y desear cuando quiere probarme.

Desde hacía mucho tiempo, yo venía deseando algo que me parecía totalmente irrealizable: el de tener un hermano sacerdote. Pensaba con frecuencia que, si mis hermanitos no hubiesen volado al cielo, yo tendría la dicha de verles subir al altar. Pero como Dios los escogió para convertirlos en angelitos, ya no podía esperar ver mi sueño hecho realidad.

Y he aquí que Jesús no sólo me ha concedido la gracia que deseaba, sino que me ha unido con los lazos del alma a dos de sus apóstoles, que se han convertido en hermanos míos…

Quiero contarle detalladamente, Madre querida, cómo Jesús colmó mi deseo, e incluso lo superó, pues yo sólo deseaba un hermano sacerdote que se acordase de mí a diario en el altar santo.

Fue nuestra Madre santa Teresa quien, en 1895, me envió como ramillete de fiesta a mi primer hermanito. Estaba yo en el lavadero, muy ocupada en mi faena, cuando la madre Inés de Jesús me llamó aparte y me leyó una carta que acababa de recibir. Se trataba de un joven seminarista que, inspirado por santa Teresa -decía él-, pedía una hermana que se dedicase especialmente a la salvación de su alma y que, cuando fuese misionero, le ayudase con sus oraciones y sacrificios a salvar muchas almas. Por su parte, él prometía tener siempre un recuerdo por la que fuese su hermana cuando pudiera ofrecer el santo sacrificio. Y la madre Inés de Jesús me dijo que quería que fuese yo la hermana de ese futuro misionero.

[32rº] Imposible, Madre, decirle la dicha que sentí. El ver mi deseo colmado de manera inesperada hizo nacer en mi corazón una alegría que yo llamaría infantil, pues tengo que remontarme a los días de mi niñez para encontrarme con el recuerdo de unas alegrías tan intensas que el alma es demasiado pequeña para contenerlas.

Hacía muchos años que no saboreaba esta clase de felicidad. Sentía que, en ese aspecto, mi alma estaba sin estrenar. Era como si alguien hubiese pulsado por primera vez en ella unas cuerdas musicales hasta entonces olvidadas.

Sabía las obligaciones que asumía, así que puse manos a la obra, tratando de redoblar mi fervor. Tengo que confesar que al principio no conté con ningún consuelo que estimulara mi celo. Mi hermanito, tras escribir una carta preciosa, muy emotiva y llena de nobles sentimientos, para darle las gracias a la madre Inés de Jesús, no dio más señales de vida hasta el mes de julio siguiente, excepto una tarjeta que envió en el mes de noviembre para decirnos que se incorporaba al servicio militar.

Dios le reservaba a usted, Madre querida, la consumación de la obra comenzada. Es muy cierto que a los misioneros podemos ayudarlos por medio de la oración y el sacrificio. Pero a veces, cuando Jesús quiere unir dos almas para su gloria, permite que de tanto en tanto puedan comunicarse sus pensamientos y animarse así mutuamente a amar más a Dios.

Pero para ello se requiere la voluntad expresa de la autoridad, pues me parece que de lo contrario esa correspondencia haría más mal que bien, si no al misionero, sí al menos a la carmelita, llamada de continuo por su género de vida [32vº] a vivir replegada sobre sí misma. Y entonces esa correspondencia (incluso esporádica) pedida por ella, en vez de unirla a Dios, ocuparía su espíritu; imaginándose el oro y el moro, no haría otra cosa que buscarse, bajo color de celo, una distracción inútil.

A mi modo de ver, ocurre con esto como con todo lo demás. Creo que, para que mis cartas hagan provecho, he de escribirlas por obediencia y experimentar, al escribirlas, más repugnancia que placer.

De la misma manera, cuando hablo con una novicia, procuro hacerlo mortificándome y evito hacerle preguntas que puedan satisfacer mi curiosidad. Si ella empieza a hablar de una cosa interesante y luego, sin terminar la primera, pasa a otra que me aburre, me guardo muy bien de recordarle el tema que ha dejado a un lado, pues creo que no se puede hacer bien alguno cuando uno se busca a sí mismo.

Madre querida, veo que nunca me corregiré. Una vez más, con mis disertaciones, me he ido muy lejos del tema que estaba tratando. Le ruego que me perdone, y disculpe si a la primera ocasión vuelvo a caer otra vez, pues no lo puedo remediar….

Usted hace como Dios, que nunca se cansa de escucharme cuando le cuento con sencillez mis penas y mis alegrías como si él no las conociera ya… Usted, Madre, también conoce desde hace mucho tiempo lo que pienso y todos los acontecimientos un poco señalados de mi vida, por lo que no puede contarle nada nuevo.

Cuando pienso que le estoy escribiendo pormenorizadamente tantas cosas que usted conoce tan bien como yo, no puedo evitar la risa. [33rº] En fin, Madre querida, no hago más que obedecerla. Y si ahora no le encuentra el menor interés a leer estas páginas, quizás le sirvan de distracción en los días de su vejez y la ayuden también a avivar el fuego del amor, y así no habré perdido el tiempo… Pero me divierto hablando como un niño. No crea, Madre, que me pregunto por la utilidad que pueda tener mi humilde trabajo. Lo hago por obediencia, y eso me basta. Y si usted lo quemase ante mis ojos antes de leerlo, no lo sentiría lo más mínimo.

Es hora ya de que reanude la historia de mis hermanos, que ocupan ahora un lugar tan importante en mi vida.

Recuerdo que el año pasado, un día de finales del mes de mayo, usted me mandó llamar antes de ir al refectorio. Cuando entré en su celda, Madre querida, me latía muy fuerte el corazón; me preguntaba a mí misma qué sería lo que tenía que decirme, pues era la primera vez que me mandaba llamar de esa manera. Después de decirme que me sentara, me hizo esta propuesta: «¿Quieres encargarte de los intereses espirituales de un misionero que se va a ordenar de sacerdote y que partirá dentro de poco»? Y a continuación, me leyó la carta de ese joven Padre para que supiera exactamente lo que pedía.

Mi primer sentimiento fue un sentimiento de alegría, que inmediatamente dio paso al de miedo. Yo le expliqué, Madre querida, que, al haber ofrecido ya mis pobres méritos por un futuro apóstol, no creía poder ofrecerlos también por las intenciones de otro, y que, además, había muchas hermanas mejores que yo, que podrían responder a sus deseos.

Todas mis objeciones fueron inútiles. Usted [33vº] me contestó que se podían tener varios hermanos. Entonces yo le pregunté si la obediencia no podría duplicar mis méritos. Usted me respondió que sí, añadiendo varias razones que me hicieron ver que debía aceptar sin ningún escrúpulo un nuevo hermano.

En el fondo, Madre, yo pensaba igual que usted. Es más: ya que «el celo de una carmelita debe abarcar el mundo entero», espero, con la gracia de Dios, ser útil a más de dos misioneros y nunca me olvidaré de rezar por todos, sin dejar de lado a los simples sacerdotes, cuya misión es a veces tan difícil de cumplir como la de los apóstoles que predican a los infieles.

En una palabra, quiero ser hija de la Iglesia, como nuestra Madre santa Teresa, y rogar por las intenciones de nuestro Santo Padre el papa, sabiendo que sus intenciones abarcan todo el universo.

Esta es la meta global de mi vida. Pero esto no me habría impedido rezar y unirme de una manera muy especial a la actividad de mis angelitos queridos si ellos hubiesen sido sacerdotes.

Pues bien, así es como me he unido espiritualmente a los apóstoles que Jesús me ha dado por hermanos: todo lo mío es de cada uno de ellos. Sé muy bien que Dios es demasiado bueno para andarse con repartos. Es tan rico, que me da sin medida todo lo que le pido… Pero no vaya a creer, Madre, que me pierdo en largas enumeraciones.
– ir a índice –

Atráeme, y correremos

Si desde que tengo a estos dos hermanos y a mis hermanitas, las novicias, quisiera pedir para cada alma lo que cada una necesita y detallarlo todo bien, los días se me harían demasiado cortos y temería olvidarme de alguna cosa importante.

Las almas sencillas no necesitan usar medios complicados. Y como yo soy una de ellas, una mañana, durante la acción de gracias, Jesús me inspiró un medio muy sencillo de cumplir mi misión. Me hizo [34rº] comprender estas palabras del Cantar de los Cantares: «Atráeme, y correremos tras el olor de tus perfumes».

¡Oh, Jesús!, ni siquiera es, pues, necesario decir: Al atraerme a mí, atrae también a las almas que amo. Esta simple palabra, «Atráeme», basta.

Lo entiendo, Señor. Cuando un alma se ha dejado fascinar por el perfume embriagador de tus perfumes, ya no puede correr sola, todas las almas que ama se ven arrastradas tras de ella. Y eso se hace sin tensiones, sin esfuerzos, como una consecuencia natural de su propia atracción hacia ti. Como un torrente que se lanza impetuosamente hacia el océano arrastrando tras de sí todo lo que encuentra a su paso, así, Jesús mío, el alma que se hunde en el océano sin riberas de tu amor atrae tras de sí todos los tesoros que posee…

Señor, tu sabes que yo no tengo más tesoros que las almas que tú has querido unir a la mía. Estos tesoros tú me los has confiado. Por eso, me atrevo a hacer mías las palabras que tú dirigiste al Padre celestial la última noche que te vio, peregrino y mortal, en nuestra tierra. Jesús, Amado mío, yo no sé cuándo acabará mi destierro… Más de una noche me verá todavía cantar en el destierro tus misericordias. Pero, finalmente, también para mí llegará la última noche, y entonces quisiera poder decirte, Dios mío: «Yo te he glorificado en la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. He dado a conocer tu nombre a los que me diste. Tuyos eran y tú me los diste. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido y han creído que tú me has enviado. Te ruego por éstos que tú me diste y que son tuyos.

[34vº] Yo no voy a estar ya en el mundo, pero ellos están en el mundo mientras yo voy a ti. Padre santo, guárdalos en tu nombre a los que me has dado. Ahora voy a ti, y digo esto mientras estoy en el mundo para que ellos puedan participar plenamente de mi alegría. No te ruego que los saques del mundo, sino que los preserves del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Pero no sólo por ellos ruego, sino también por los que creerán en ti gracias a su palabra.

Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo y que el mundo sepa que tú los has amado como me has amado a mí».

Sí, Señor, esto es lo que yo quisiera repetir contigo antes de volar a tus brazos. ¿Es tal vez una temeridad? No, no. Hace ya mucho tiempo que tú me has permitido ser audaz contigo. Como el padre del hijo pródigo cuando hablaba con su hijo mayor, tú me dijiste: «Todo lo mío es tuyo». Por tanto, tus palabras son mías, y yo puedo servirme de ellas para atraer sobre las almas que están unidas a mí las gracias del Padre celestial.

Pero, Señor, cuando digo que deseo que los que tú me diste están también donde yo esté, no pretendo que ellos no puedan llegar a una gloria mucho más alta de la que quieras darme a mí. Quiero simplemente pedir que un día nos veamos todos reunidos en tu hermoso cielo.

Tú sabes, Dios mío, que yo nunca he deseado otra cosa que amarte. No ambiciono otra gloria. [35rº] Tu amor me ha acompañado desde la infancia, ha ido creciendo conmigo, y ahora es un abismo cuyas profundidades no puedo sondear.

El amor llama al amor. Por eso, Jesús mío, mi amor se lanza hacia ti y quisiera colmar el abismo que lo atrae. Pero, ¡ay!, no es ni siquiera una gota de rocío perdida en el océano… Para amarme como tú me amas, necesito pedirte prestado tu propio amor. Sólo entonces encontraré reposo.

Jesús mío, tal vez sea una ilusión, pero creo que no podrás colmar a un alma de más amor del que has colmado la mía. Por eso me atrevo a pedirte que ames a los que me has dado como me has amado a mí. Si un día en el cielo descubro que los amas más que a mí, me alegraré, pues desde ahora mismo reconozco que esas almas merecen mucho más amor que la mía. Pero aquí abajo no puedo concebir una mayor inmensidad de amor del que te has dignado prodigarme a mí gratuitamente y sin mérito alguno de mi parte.

Madre querida, vuelvo a estar con usted. Estoy asombrada de lo que acabo de escribir, pues no tenía intención de hacerlo. Ya que está escrito, habrá que dejarlo.

Pero antes de volver a la historia de mis hermanos, quiero decirle, Madre, que las primeras palabras que he tomado del Evangelio -«Yo les he comunicado las palabras que tú me diste», etc.- no se las aplico a ellos, sino a mis hermanitas, pues no me creo capaz de enseñar nada a un misionero. ¡Gracias a Dios, todavía no soy tan orgullosa como para eso! Ni hubiera sido tampoco capaz [35vº] de dar ningún consejo a mis hermanas si usted, madre, que representa a Dios, no me hubiese confiado esa misión.

Pero sí que pensaba en sus queridos hijos, que son ya mis hermanos, cuando escribía estas palabras de Jesús y las que va a continuación de ellas: «No te ruego que los saques del mundo… Te ruego también por los que creerán en ti gracias a su palabra». En efecto, ¿cómo podría yo dejar de rezar por las almas que ellos salvarán en sus misiones lejanas mediante el sufrimiento y la predicación?

Madre, creo necesario darle alguna explicación más sobre aquel pasaje del Cantar de los Cantares: «Atráeme y correremos», pues me parece que no quedó muy claro lo que quería decir.

«Nadie puede venir a mí, dice Jesús, si no lo trae mi Padre que me ha enviado». Y a continuación, con parábolas sublimes -y muchas veces incluso sin servirse de este medio, tan familiar para el pueblo-, nos enseña que basta llamar para que nos abran, buscar para encontrar, y tender humildemente la mano para recibir lo que pedimos…Dice también que todo lo que pidamos al Padre en su nombre nos lo concederá. Sin duda, por eso el Espíritu Santo, antes del nacimiento de Jesús, dictó esta oración profética: Atráeme y correremos.

¿Qué quiere decir, entonces, pedir ser atraídos, sino unirnos de una manera íntima al objeto que nos cautiva el corazón? Si el fuego y el hierro tuvieran inteligencia, y éste último dijera al otro «Atráeme», ¿no estaría demostrando que quiere identificarse con el fuego de tal manera que éste lo penetre [36rº] y lo empape de su ardiente sustancia hasta parecer una sola cosa con él?
– ir a índice –

Fin del Manuscrito C
Madre querida, ésa es mi oración. Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan íntimamente a él que sea él quien viva y quien actúe en mí. Siento que cuanto más abrase mi corazón el fuego del amor, con mayor fuerza diré «Atráeme»; y que cuanto más se acerquen las almas a mí (pobre trocito de hierro, si me alejase de la hoguera divina), más ligeras correrán tras los perfumes de su Amado.

Porque un alma abrasada de amor no puede estarse inactiva. Es cierto que, como santa María Magdalena, permanece a los pies de Jesús, escuchando sus palabras dulces e inflamadas. Parece que no da nada, pero da mucho más que Marta, que anda inquieta y nerviosa con muchas cosas y quisiera que su hermana la imitase.

Lo que Jesús censura no son los trabajos de Marta. A trabajos como ésos se sometió humildemente su divina Madre durante toda su vida, pues tenía que preparar la comida de la Sagrada Familia. Lo único que Jesús quisiera corregir es la inquietud de su ardiente anfitriona.

Así lo entendieron todos los santos, y más especialmente los que han llenado el universo con la luz de la doctrina evangélica. ¿No fue en la oración donde san Pablo, san Agustín, san Juan de la Cruz, santo Tomás de Aquino, san Francisco, santo Domingo y tantos otros amigos ilustres de Dios bebieron aquella ciencia divina que cautivaba a los más grandes genios?

Un sabio decía: «Dadme una palanca, un punto de apoyo, y levantaré el mundo».

Lo que Arquímedes no pudo lograr, porque su petición no se dirigía a Dios y porque la hacía desde un punto de vista material, los santos lo lograron [36vº] en toda su plenitud. El Todopoderoso les dio un punto de apoyo: El mismo, El solo. Y una palanca: la oración, que abrasa con fuego de amor. Y así levantaron el mundo. Y así lo siguen levantando los santos que aún militan en la tierra. Y así lo seguirán levantando hasta el fin del mundo los santos que vendrán.

Madre querida, quisiera decirle ahora lo que yo entiendo por el olor de los perfumes del Amado.

Dado que Jesús ascendió al cielo, yo sólo puedo seguirle siguiendo las huellas que él dejó. ¡Pero qué luminosas y perfumadas son esas huellas! Sólo tengo que poner los ojos en el santo Evangelio para respirar los perfumes de la vida de Jesús y saber hacia dónde correr… No me abalanzo al primer puesto, sino al último; en vez de adelantarme con el fariseo, repito llena de confianza la humilde oración del publicano. Pero, sobre todo, imito la conducta de la Magdalena. Su asombrosa, o, mejor dicho, su amorosa audacia, que cautiva el corazón de Jesús, seduce al mío.

Sí, estoy segura de que, aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que pueden cometerse, iría, con el corazón roto de arrepentimiento, a echarme en brazos de Jesús, pues sé cómo ama al hijo pródigo que vuelve a él.

Es cierto que Dios, en su misericordia preveniente, ha preservado mi alma del pecado mortal. Pero no es ésa la razón de que yo me eleve a él [37rº] por la confianza y el amor.

Fin de los manuscritos autobiográficos
– ir a índice –




2da. Corintios

Índice: Sagrada Escritura, 2a. Corintios

1     2     3     4     5     6     7     8     9     10     11     12     13

     

2 Corintios 1
1 Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y Timoteo, el hermano, a la Iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda Acaya;
2 a vosotros gracia y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo.
3 ¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de los misericordias y Dios de toda consolación,
4 que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!
5 Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación.
6 Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos.
7 Es firme nuestra esperanza respecto de vosotros; pues sabemos que, como sois solidarios con nosotros en los sufrimientos, así lo seréis también en la consolación.
8 Pues no queremos que lo ignoréis, hermanos: la tribulación sufrida en Asia nos abrumó hasta el extremo, por encima de nuestras fuerzas, hasta tal punto que perdimos la esperanza de conservar la vida.
9 Pues hemos tenido sobre nosotros mismos la sentencia de muerte, para que no pongamos nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos.
10 El nos libró de tan mortal peligro, y nos librará; en él esperamos que nos seguirá librando,
11 si colaboráis también vosotros con la oración en favor nuestro, para que la gracia obtenida por intervención de muchos sea por muchos agradecida en nuestro nombre.
12 El motivo de nuestro orgullo es el testimonio de nuestra conciencia, de que nos hemos conducido en el mundo, y sobre todo respecto de vosotros, con la santidad y la sinceridad que vienen de Dios, y no con la sabiduría carnal, sino con la gracia de Dios.
13 Pues no os escribimos otra cosa que lo que leéis y comprendéis, y espero comprenderéis plenamente,
14 como ya nos habéis comprendido en parte, que somos nosotros el motivo de vuestro orgullo, lo mismo que vosotros seréis el nuestro en el Día de nuestro Señor Jesús.
15 Con este convencimiento quería yo ir primero donde vosotros a fin de procuraros una segunda gracia,
16 y pasando por vosotros ir a Macedonia y volver nuevamente de Macedonia donde vosotros, y ser encaminado por vosotros hacia Judea.
17 Al proponerme esto ¿obré con ligereza? O ¿se inspiraban mis proyectos en la carne, de forma que se daban en mí el sí y el no?
18 ¡Por la fidelidad de Dios!, que la palabra que os dirigimos no es sí y no.
19 Porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús, a quien os predicamos Silvano, Timoteo y yo, no fue sí y no; en él no hubo más que sí.
20 Pues todas las promesas hechas por Dios han tenido su sí en él; y por eso decimos por él «Amén» a la gloria de Dios.
21 Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió,
22 y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones.
23 ¡Por mi vida!, testigo me es Dios de que, si todavía no he ido a Corinto, ha sido por miramiento a vosotros.
24 No es que pretendamos dominar sobre vuestra fe, sino que contribuimos a vuestro gozo, pues os mantenéis firmes en la fe.
« ir a capítulos »

2 Corintios 2
1 En mi interior tomé la decisión de no ir otra vez con tristeza donde vosotros.
2 Porque si yo os entristezco ¿quién podría alegrarme sino el que se ha entristecido por mi causa?
3 Y si os escribí aquello, fue para no entristecerme a mi ida, a causa de los mismos que deberían procurarme alegría, convencido respecto de todos vosotros de que mi alegría es la alegría de todos vosotros.
4 Efectivamente, os escribí en una gran aflicción y angustia de corazón, con muchas lágrimas, no para entristeceros, sino para que conocierais el amor desbordante que sobre todo a vosotros os tengo.
5 Pues si alguien ha causado tristeza, no es a mí quien se la ha causado; sino en cierto sentido – para no exagerar – a todos vosotros.
6 Bastante es para ese tal el castigo infligido por la comunidad,
7 por lo que es mejor, por el contrario, que le perdonéis y le animéis no sea que se vea ése hundido en una excesiva tristeza.
8 Os suplico, pues, que reavivéis la caridad para con él.
9 Pues también os escribí con la intención de probaros y ver si vuestra obediencia era perfecta.
10 Y a quien vosotros perdonéis, también yo le perdono. Pues lo que yo perdoné – si algo he perdonado – fue por vosotros en presencia de Cristo,
11 para que no seamos engañados por Satanás, pues no ignoramos sus propósitos.
12 Llegué, pues, a Tróada para predicar el Evangelio de Cristo, y aun cuando se me había abierto una gran puerta en el Señor,
13 mi espíritu no tuvo punto de reposo, pues no encontré a mi hermano Tito, y despidiéndome de ellos, salí para Macedonia.
14 ¡Gracias sean dadas a Dios, que nos lleva siempre en su triunfo, en Cristo, y por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento!
15 Pues nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden:
16 para los unos, olor que de la muerte lleva a la muerte; para los otros, olor que de la vida lleva a la vida. Y ¿quién es capaz para esto?
17 Ciertamente no somos nosotros como la mayoría que negocian con la Palabra de Dios. ¡No!, antes bien, con sinceridad y como de parte de Dios y delante de Dios hablamos en Cristo.
« ir a capítulos »

2 Corintios 3
1 ¿Comenzamos de nuevo a recomendarnos? ¿O es que, como algunos, necesitamos presentaros cartas de recomendación o pedíroslas?
2 Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres.
3 Evidentemente sois una carta de Cristo, redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones.
4 Esta es la confianza que tenemos delante de Dios por Cristo.
5 No que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios,
6 el cual nos capacitó para ser ministros de una nueva Alianza, no de la letra, sino del Espíritu. Pues la letra mata mas el Espíritu da vida.
7 Que si el ministerio de la muerte, grabado con letras sobre tablas de piedra, resultó glorioso hasta el punto de no poder los hijos de Israel fijar su vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, aunque pasajera,
8 ¡cuánto más glorioso no será el ministerio del Espíritu!
9 Efectivamente, si el ministerio de la condenación fue glorioso, con mucha más razón lo será el ministerio de la justicia.
10 Pues en este aspecto, no era gloria aquella glorificación en comparación de esta gloria sobreeminente.
11 Porque si aquello, que era pasajero, fue glorioso, ¡cuánto más glorioso será lo permanente!
12 Teniendo, pues, esta esperanza, hablamos con toda valentía,
13 y no como Moisés, que se ponía un velo sobre su rostro para impedir que los israelitas vieran el fin de lo que era pasajero…
14 Pero se embotaron sus inteligencias. En efecto, hasta el día de hoy perdura ese mismo velo en la lectura del Antiguo Testamento. El velo no se ha levantado, pues sólo en Cristo desaparece.
15 Hasta el día de hoy, siempre que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus corazones.
16 Y cuando se convierte al Señor, se arranca el velo.
17 Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad.
18 Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu.
« ir a capítulos »

2 Corintios 4
1 Por esto, misericordiosamente investidos de este ministerio, no desfallecemos.
2 Antes bien, hemos repudiado el silencio vergonzoso no procediendo con astucia, ni falseando la Palabra de Dios; al contrario, mediante la manifestación de la verdad nos recomendamos a nosotros mismos a toda conciencia humana delante de Dios.
3 Y si todavía nuestro Evangelio está velado, lo está para los que se pierden,
4 para los incrédulos, cuyo entendimiento cegó el dios de este mundo para impedir que vean brillar el resplandor del Evangelio de la gloria de Cristo, que es imagen de Dios.
5 No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús.
6 Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo.
7 Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros.
8 Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados;
9 perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados.
10 Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
11 Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.
12 De modo que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida.
13 Pero teniendo aquel espíritu de fe conforme a lo que está escrito: Creí, por eso hablé, también nosotros creemos, y por eso hablamos,
14 sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante él juntamente con vosotros.
15 Y todo esto, para vuestro bien a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.
16 Por eso no desfallecemos. Aun cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día.
17 En efecto, la leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna,
18 a cuantos no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras, mas las invisibles son eternas.
« ir a capítulos »

2 Corintios 5
1 Porque sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos un edificio que es de Dios: una morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos.
2 Y así gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celeste,
3 si es que nos encontramos vestidos, y no desnudos.
4 ¡Sí!, los que estamos en esta tienda gemimos abrumados. No es que queramos ser desvestidos, sino más bien sobrevestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida.
5 Y el que nos ha destinado a eso es Dios, el cual nos ha dado en arras el Espíritu.
6 Así pues, siempre llenos de buen ánimo, sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, vivimos lejos del Señor,
7 pues caminamos en la fe y no en la visión…
8 Estamos, pues, llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor.
9 Por eso, bien en nuestro cuerpo, bien fuera de él, nos afanamos por agradarle.
10 Porque es necesario que todos nosotros seamos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba conforme a lo que hizo durante su vida mortal, el bien o el mal.
11 Por tanto, conociendo el temor del Señor, tratamos de persuadir a los hombres, pues ante Dios estamos al descubierto, como espero que ante vuestras conciencias también estemos al descubierto.
12 No volvemos a recomendarnos ante vosotros; solamente queremos daros ocasión para gloriaros de nosotros y así tengáis cómo responder a los que se glorían de lo exterior, y no de lo que está en el corazón.
13 En efecto, si hemos perdido el juicio, ha sido por Dios; y si somos sensatos, lo es por vosotros.
14 Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron.
15 Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
16 Así que, en adelante, ya no conocemos a nadie según la carne. Y si conocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así.
17 Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo.
18 Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación.
19 Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación.
20 Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!
21 A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él.
« ir a capítulos »

2 Corintios 6
1 Y como cooperadores suyos que somos, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios.
2 Pues dice él: En el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé. Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación.
3 A nadie damos ocasión alguna de tropiezo, para que no se haga mofa del ministerio,
4 antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios: con mucha constancia en tribulaciones, necesidades, angustias;
5 en azotes, cárceles, sediciones; en fatigas, desvelos, ayunos;
6 en pureza, ciencia, paciencia, bondad; en el Espíritu Santo, en caridad sincera,
7 en la palabra de verdad, en el poder de Dios; mediante las armas de la justicia: las de la derecha y las de la izquierda;
8 en gloria e ignominia, en calumnia y en buena fama; tenidos por impostores, siendo veraces;
9 como desconocidos, aunque bien conocidos; como quienes están a la muerte, pero vivos; como castigados, aunque no condenados a muerte;
10 como tristes, pero siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos.
11 ¡Corintios!, os hemos hablado con toda franqueza; nuestro corazón se ha abierto de par en par.
12 No está cerrado nuestro corazón para vosotros; los vuestros sí que lo están para nosotros.
13 Correspondednos; os hablo como a hijos; abríos también vosotros.
14 ¡No unciros en yugo desigual con los infieles! Pues ¿qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión entre la luz y las tinieblas?
15 ¿Qué armonía entre Cristo y Beliar? ¿Qué participación entre el fiel y el infiel?
16 ¿Qué conformidad entre el santuario de Dios y el de los ídolos? Porque nosotros somos santuario de Dios vivo, como dijo Dios: Habitaré en medio de ellos y andaré entre ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.
17 Por tanto, salid de entre ellos y apartaos, dice el Señor. No toquéis cosa impura, y yo os acogeré.
18 Yo seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso.
« ir a capítulos »

2 Corintios 7
1 Teniendo, pues, estas promesas, queridos míos, purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios.
2 Dadnos lugar en vuestros corazones. A nadie hemos ofendido; a nadie hemos arruinado; a nadie hemos explotado.
3 No os digo esto con ánimo de condenaros. Pues acabo de deciros que en vida y muerte estáis unidos en mi corazón.
4 Tengo plena confianza en hablaros; estoy muy orgulloso de vosotros. Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones.
5 Efectivamente, en llegando a Macedonia, no tuvo sosiego nuestra carne, sino, toda suerte de tribulaciones: por fuera, luchas; por dentro, temores.
6 Pero el Dios que consuela a los humillados, nos consoló con la llegada de Tito,
7 y no sólo con su llegada, sino también con el consuelo que le habíais proporcionado, comunicándonos vuestra añoranza, vuestro pesar, vuestro celo por mí hasta el punto de colmarme de alegría.
8 Porque si os entristecí con mi carta, no me pesa. Y si me pesó – pues veo que aquella carta os entristeció, aunque no fuera más que por un momento –
9 ahora me alegro. No por haberos entristecido, sino porque aquella tristeza os movió a arrepentimiento. Pues os entristecisteis según Dios, de manera que de nuestra parte no habéis sufrido perjuicio alguno.
10 En efecto, la tristeza según Dios produce firme arrepentimiento para la salvación; mas la tristeza del mundo produce la muerte.
11 Mirad qué ha producido entre vosotros esa tristeza según Dios: ¡qué interés y qué disculpas, qué enojo, qué temor, qué añoranza, qué celo, qué castigo! En todo habéis mostrado que erais inocentes en este asunto.
12 Así pues, si os escribí no fue a causa del que injurió, ni del que recibió la injuria. Fue para que se pusiera de manifiesto entre vosotros ante Dios vuestro interés por nosotros.
13 Eso es lo que nos ha consolado. Y mucho más que por este consuelo, nos hemos alegrado por el gozo de Tito, cuyo espíritu fue tranquilizado por todos vosotros.
14 Y si en algo me he gloriado de vosotros ante él, no he quedado avergonzado. Antes bien, así como os hemos dicho siempre la verdad, así también el motivo de nuestra gloria ante Tito ha resultado verdadero.
15 Y su corazón se inclina todavía más hacia vosotros al recordar la obediencia de todos vosotros y cómo le acogisteis con temor y temblor.
16 Me alegro de poder confiar totalmente en vosotros.
« ir a capítulos »

2 Corintios 8
1 Os damos a conocer, hermanos, la gracia que Dios ha otorgado a las Iglesias de Macedonia.
2 Pues, aunque probados por muchas tribulaciones, su rebosante alegría y su extrema pobreza han desbordado en tesoros de generosidad.
3 Porque atestiguo que según sus posibilidades, y aun sobre sus posibilidades, espontáneamente
4 nos pedían con mucha insistencia la gracia de participar en el servicio en bien de los santos.
5 Y superando nuestras esperanzas, se entregaron a sí mismos, primero al Señor, y luego a nosotros, por voluntad de Dios,
6 de forma que rogamos a Tito llevara a buen término entre vosotros esta generosidad, tal como la había comenzado.
7 Y del mismo modo que sobresalís en todo: en fe, en palabra, en ciencia, en todo interés y en la caridad que os hemos comunicado, sobresalid también en esta generosidad.
8 No es una orden; sólo quiero, mediante el interés por los demás, probar la sinceridad de vuestra caridad.
9 Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza.
10 Os doy un consejo sobre el particular: que es lo que os conviene a vosotros, ya que desde el año pasado habéis sido los primeros no sólo en hacer la colecta, sino también en tomar la iniciativa.
11 Ahora llevadla también a cabo, de forma que a vuestra prontitud en la iniciativa corresponda la realización conforme a vuestras posibilidades.
12 Pues si hay prontitud de voluntad es bien acogida con lo que se tenga, y no importa si nada se tiene.
13 No que paséis apuros para que otros tengan abundancia, sino con igualdad.
14 Al presente, vuestra abundancia remedia su necesidad, para que la abundancia de ellos pueda remediar también vuestra necesidad y reine la igualdad,
15 como dice la Escritura: El que mucho recogió, no tuvo de más; y el que poco, no tuvo de menos.
16 ¡Gracias sean dadas a Dios, que pone en el corazón de Tito el mismo interés por vosotros!,
17 pues aceptó mi ruego y, más solícito que nunca, por propia iniciativa fue donde vosotros.
18 Con él enviamos al hermano, cuyo renombre a causa del Evangelio se ha extendido por todas las Iglesias.
19 Y no sólo eso, sino que fue designado por elección de todas las Iglesias como compañero nuestro de viaje en esta generosidad, en que servimos nosotros para la gloria del mismo Señor, por iniciativa nuestra.
20 Así evitaremos todo motivo de reproche por esta abundante suma que administramos;
21 pues procuramos el bien no sólo ante el Señor sino también ante los hombres.
22 Con ellos os enviamos también al hermano nuestro, cuya solicitud tenemos ya comprobada muchas veces y de muchas maneras; solicitud aún mayor ahora por la gran confianza que tiene en vosotros.
23 En cuanto a Tito, es compañero y colaborador mío cerca de vosotros; en cuanto a los demás hermanos, son los delegados de las Iglesias: la gloria de Cristo.
24 Mostrad, pues, ante la faz de las Iglesias, vuestra caridad y la razón de nuestro orgullo respecto de vosotros.
« ir a capítulos »

2 Corintios 9
1 En cuanto a este servicio en favor de los santos, me es superfluo escribiros.
2 Conozco, en efecto, vuestra prontitud de ánimo, de la que me glorío ante los macedonios diciéndoles que Acaya está preparada desde el año pasado. Y vuestro celo ha estimulado a muchísimos.
3 No obstante, os envío a los hermanos para que nuestro motivo de gloria respecto de vosotros no se desvanezca en este particular y estéis preparados como os decía.
4 No sea que vayan los macedonios conmigo y os encuentren sin prepararos, y nuestra gran confianza se torne en confusión nuestra, por no decir vuestra.
5 Por tanto, he creído necesario rogar a los hermanos que vayan antes donde vosotros y preparen de antemano vuestros ya anunciados generosos dones, a fin de que sean preparados como dones generosos y no como una tacañería.
6 Mirad: el que siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia.
7 Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con alegría.
8 Y poderoso es Dios para colmaros de toda gracia a fin de que teniendo, siempre y en todo, todo lo necesario, tengáis aún sobrante para toda obra buena.
9 Como está escrito: Repartió a manos llenas; dio a los pobres; su justicia permanece eternamente.
10 Aquel que provee de simiente al sembrador y de pan para su alimento, proveerá y multiplicará vuestra sementera y aumentará los frutos de vuestra justicia.
11 Sois ricos en todo para toda largueza, la cual provocará por nuestro medio acciones de gracias a Dios.
12 Porque el servicio de esta ofrenda no sólo provee a las necesidades de los santos, sino que redunda también en abundantes acciones de gracias a Dios.
13 Experimentando este servicio, glorifican a Dios por vuestra obediencia en la profesión del Evangelio de Cristo y por la generosidad de vuestra comunión con ellos y con todos.
14 Y con su oración por vosotros, manifiestan su gran afecto hacia vosotros a causa de la gracia sobreabundante que en vosotros ha derramado Dios.
15 ¡Gracias sean dadas a Dios por su don inefable!
« ir a capítulos »

2 Corintios 10
1 Soy yo, Pablo en persona, quien os suplica por la mansedumbre y la benignidad de Cristo, yo tan humilde cara a cara entre vosotros, y tan atrevido con vosotros desde lejos.
2 Os ruego que no tenga que mostrarme atrevido en presencia vuestra, con esa audacia con que pienso atreverme contra algunos que consideran procedemos según la carne.
3 Pues aunque vivimos en la carne no combatimos según la carne.
4 ¡No!, las armas de nuestro combate no son carnales, antes bien, para la causa de Dios, son capaces de arrasar fortalezas. Deshacemos sofismas
5 y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo.
6 Y estamos dispuestos a castigar toda desobediencia cuando vuestra obediencia sea perfecta.
7 ¡Mirad cara a cara! Si alguien cree ser de Cristo, considere una vez más dentro de sí mismo esto: si él es de Cristo, también lo somos nosotros.
8 Y aun cuando me gloriara excediéndome algo, respecto de ese poder nuestro que el Señor nos dio para edificación vuestra y no para ruina, no me avergonzaría.
9 Pues no quiero aparecer como que os atemorizo con mis cartas.
10 Porque se dice que las cartas son severas y fuertes, mientras que la presencia del cuerpo es pobre y la palabra despreciable.
11 Piense ese tal que lo que somos a distancia y de palabra por carta, lo seremos también de cerca y de obra.
12 Ciertamente no osamos igualarnos ni compararnos a algunos que se recomiendan a sí mismos. Midiéndose a sí mismos según su opinión y comparándose consigo mismos, obran sin sentido.
13 Nosotros, en cambio, no nos gloriaremos desmesuradamente; antes bien, nos mediremos a nosotros mismos por la norma que Dios mismo nos ha asignado como medida al hacernos llegar también hasta vosotros.
14 Porque no traspasamos los límites debidos, como sería si no hubiéramos llegado hasta vosotros; hasta vosotros hemos llegado con el Evangelio de Cristo.
15 No nos gloriamos desmesuradamente a costa de los trabajos de los demás; sino que esperamos, mediante el progreso de vuestra fe, engrandecernos cada vez más en vosotros conforme a nuestra norma,
16 extendiendo el Evangelio más allá de vosotros en lugar de gloriarnos en territorio ajeno por trabajos ya realizados.
17 El que se gloríe, gloríese en el Señor.
18 Que no es hombre de probada virtud el que a sí mismo se recomienda, sino aquel a quien el Señor recomienda.
« ir a capítulos »

2 Corintios 11
1 ¡Ojalá pudierais soportar un poco mi necedad! ¡Sí que me la soportáis!
2 Celoso estoy de vosotros con celos de Dios. Pues os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo.
3 Pero temo que, al igual que la serpiente engañó a Eva con su astucia, se perviertan vuestras mentes apartándose de la sinceridad con Cristo.
4 Pues, cualquiera que se presenta predicando otro Jesús del que os prediqué, y os proponga recibir un Espíritu diferente del que recibisteis, y un Evangelio diferente del que abrazasteis ¡lo toleráis tan bien!
5 Sin embargo, no me juzgo en nada inferior a esos «superapóstoles».
6 Pues si carezco de elocuencia, no así de ciencia; que en todo y en presencia de todos os lo hemos demostrado.
7 ¿Acaso tendré yo culpa porque me abajé a mí mismo para ensalzaros a vosotros anunciándoos gratuitamente el Evangelio de Dios?
8 A otras Iglesias despojé, recibiendo de ellas con qué vivir para serviros.
9 Y estando entre vosotros y necesitado, no fui gravoso a nadie; fueron los hermanos llegados de Macedonia los que remediaron mi necesidad. En todo evité el seros gravoso, y lo seguiré evitando.
10 ¡Por la verdad de Cristo que está en mí!, que esta gloria no me será arrebatada en las regiones de Acaya.
11 ¿Por qué? ¿Porque no os amo? ¡Dios lo sabe!
12 Y lo que hago, continuaré haciéndolo para quitar todo pretexto a los que lo buscan con el fin de ser iguales a nosotros en lo que se glorían.
13 Porque esos tales son unos falsos apóstoles, unos trabajadores engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo.
14 Y nada tiene de extraño: que el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz.
15 Por tanto, no es mucho que sus ministros se disfracen también de ministros de justicia. Pero su fin será conforme a sus obras.
16 Digo una vez más que nadie me tome por fatuo; pero, aunque sea como fatuo, permitidme que también me gloríe yo un poco.
17 Lo que os voy a decir, no lo diré según el Señor, sino como en un acceso de locura, en la seguridad de tener algo de qué gloriarme.
18 Ya que tantos otros se glorían según la carne, también yo me voy a gloriar.
19 Gustosos soportáis a los fatuos, ¡vosotros que sois sensatos!
20 Soportáis que os esclavicen, que os devoren, que os roben, que se engrían, que os abofeteen.
21 Para vergüenza vuestra lo digo; ¡como si nos hubiéramos mostrado débiles…! En cualquier cosa en que alguien presumiere – es un locura lo que digo – también presumo yo.
22 ¿Que son hebreos? También yo lo soy. ¿Que son israelitas? ¡También yo! ¿Son descendencia de Abraham? ¡También yo!
23 ¿Ministros de Cristo? – ¡Digo una locura! – ¡Yo más que ellos! Más en trabajos; más en cárceles; muchísimo más en azotes; en peligros de muerte, muchas veces.
24 Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno.
25 Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el abismo.
26 Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos;
27 trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez.
28 Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias.
29 ¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?
30 Si hay que gloriarse, en mi flaqueza me gloriaré.
31 El Dios y Padre del Señor Jesús, ¡bendito sea por todos los siglos!, sabe que no miento.
32 En Damasco, el etnarca del rey Aretas tenía puesta guardia en la ciudad de los damascenos con el fin de prenderme.
33 Por una ventana y en una espuerta fui descolgado muro abajo. Así escapé de sus manos.
« ir a capítulos »

2 Corintios 12
1 ¿Que hay que gloriarse? – aunque no trae ninguna utilidad -; pues vendré a las visiones y revelaciones del Señor.
2 Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años – si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe – fue arrebatado hasta el tercer cielo.
3 Y sé que este hombre – en el cuerpo o fuera del cuerpo del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe –
4 fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar.
5 De ese tal me gloriaré; pero en cuanto a mí, sólo me gloriaré en mis flaquezas.
6 Si pretendiera gloriarme no haría el fatuo, diría la verdad. Pero me abstengo de ello. No sea que alguien se forme de mí una idea superior a lo que en mí ve u oye de mí.
7 Y por eso, para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría.
8 Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí.
9 Pero él me dijo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza». Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo.
10 Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte.
11 ¡Vedme aquí hecho un loco! Vosotros me habéis obligado. Pues vosotros debíais recomendarme, porque en nada he sido inferior a esos «superapóstoles», aunque nada soy.
12 Las características del apóstol se vieron cumplidas entre vosotros: paciencia perfecta en los sufrimientos y también señales, prodigios y milagros.
13 Pues ¿en qué habéis sido inferiores a las demás Iglesias, excepto en no haberos sido yo gravoso? ¡Perdonadme este agravio!
14 Mirad, es la tercera vez que estoy a punto de ir a vosotros, y no os seré gravoso, pues no busco vuestras cosas sino a vosotros. Efectivamente, no corresponde a los hijos atesorar para los padres, sino a los padres atesorar para los hijos.
15 Por mi parte, muy gustosamente gastaré y me desgastaré totalmente por vuestras almas. Amándoos más ¿seré yo menos amado?
16 Es verdad, en nada os fui gravoso; pero en mi astucia, os capturé con dolo.
17 ¿Acaso os exploté por alguno de los que os envié?
18 Invité a Tito y mandé con él al hermano. ¿Os ha explotado acaso Tito? ¿No hemos obrado según el mismo espíritu? ¿No hemos seguido las mismas huellas?
19 Hace tiempo, pensáis, que nos estamos justificando delante de vosotros. Delante de Dios, en Cristo, estamos hablando. Y todo esto, queridos míos, para edificación vuestra.
20 En efecto, temo que a mi llegada no os encuentre como yo querría; ni me encontréis como querríais: que haya discordias, envidias, iras, disputas, calumnias, murmuraciones, insolencias, desórdenes.
21 Temo que en mi próxima visita el Señor me humille por causa vuestra y tenga que llorar por muchos que anteriormente pecaron y no se convirtieron de sus actos de impureza, fornicación y libertinaje.
« ir a capítulos »

2 Corintios 13
1 Por tercera vez voy a vosotros. Por la palabra de dos o tres testigos se zanjará todo asunto.
2 Ya lo tengo dicho a los que anteriormente pecaron y a todos los demás, y vuelvo a decirlo de antemano ahora que estoy ausente, lo mismo que la segunda vez estando presente: Si vuelvo otra vez, obraré sin miramientos,
3 ya que queréis una prueba de que habla en mí Cristo, el cual no es débil para con vosotros, sino poderoso entre vosotros.
4 Pues, ciertamente, fue crucificado en razón de su flaqueza, pero está vivo por la fuerza de Dios. Así también nosotros: somos débiles en él, pero viviremos con él por la fuerza de Dios sobre vosotros.
5 Examinaos vosotros mismos si estáis en la fe. Probaos a vosotros mismos. ¿No reconocéis que Jesucristo está en vosotros? ¡A no ser que os encontréis ya reprobados!
6 Espero que reconoceréis que nosotros no estamos reprobados.
7 Rogamos a Dios que no hagáis mal alguno. No para que nosotros aparezcamos probados, sino para que obréis el bien, aun cuando quedáramos nosotros reprobados.
8 Pues nada podemos contra la verdad, sino sólo a favor de la verdad.
9 Ciertamente, nos alegramos cuando somos nosotros débiles y vosotros fuertes. Lo que pedimos es vuestro perfeccionamiento.
10 Por eso os escribo esto ausente, para que, presente, no tenga que obrar con severidad conforme al poder que me otorgó el Señor para edificar y no para destruir.
11 Por lo demás, hermanos, alegraos; sed perfectos; animaos; tened un mismo sentir; vivid en paz, y el Dios de la caridad y de la paz estará con vosotros.
12 Saludaos mutuamente con el beso santo. Todos los santos os saludan.
13 La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros.
« ir a capítulos »

1ra. Corintios

Índice: Sagrada Escritura: 1ra Corintios

1     2     3     4     5     6     7     8     9    10     11     12     13     14     15     16

     

1 Corintios 1
1 Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, y Sóstenes, el hermano,
2 a la Iglesia de Dios que está en Corinto: a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, de nosotros y de ellos
3 gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo.
4 Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús,
5 pues en él habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento,
6 en la medida en que se ha consolidado entre vosotros el testimonio de Cristo.
7 Así, ya no os falta ningún don de gracia a los que esperáis la Revelación de nuestro Señor Jesucristo.
8 El os fortalecerá hasta el fin para que seáis irreprensibles en el Día de nuestro Señor Jesucristo.
9 Pues fiel es Dios, por quien habéis sido llamados a la comunión con su hijo Jesucristo, Señor nuestro.
10 Os conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengáis todos un mismo hablar, y no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estéis unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio.
11 Porque, hermanos míos, estoy informado de vosotros, por los de Cloe, que existen discordias entre vosotros.
12 Me refiero a que cada uno de vosotros dice: «Yo soy de Pablo», «Yo de Apolo», «Yo de Cefas», «Yo de Cristo».
13 ¿Esta dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?
14 ¡Doy gracias a Dios por no haber bautizado a ninguno de vosotros fuera de Crispo y Gayo!
15 Así, nadie puede decir que habéis sido bautizados en mi nombre.
16 ¡Ah, sí!, también bauticé a la familia de Estéfanas. Por lo demás, no creo haber bautizado a ningún otro.
17 Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo.
18 Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan – para nosotros – es fuerza de Dios.
19 Porque dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes.
20 ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo?
21 De hecho, como el mundo mediante su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación.
22 Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría,
23 nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles;
24 mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios.
25 Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres.
26 ¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza.
27 Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte.
28 Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es.
29 Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios.
30 De él os viene que estéis en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención,
31 a fin de que, como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor.
« ir a capítulos »

1 Corintios 2
1 Pues yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el misterio de Dios,
2 pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado.
3 Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso.
4 Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder
5 para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios.
6 Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, abocados a la ruina;
7 sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra,
8 desconocida de todos los príncipes de este mundo – pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria -.
9 Más bien, como dice la Escritura, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman.
10 Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios.
11 En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios.
12 Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado,
13 de las cuales también hablamos, no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales.
14 El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer pues sólo espiritualmente pueden ser juzgadas.
15 En cambio, el hombre de espíritu lo juzga todo; y a él nadie puede juzgarle.
16 Porque ¿quién conoció la mente del Señor para instruirle? Pero nosotros tenemos la mente de Cristo.
« ir a capítulos »

1 Corintios 3
1 Yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo.
2 Os di a beber leche y no alimento sólido, pues todavía no lo podíais soportar. Ni aun lo soportáis al presente;
3 pues todavía sois carnales. Porque, mientras haya entre vosotros envidia y discordia ¿no es verdad que sois carnales y vivís a lo humano?
4 Cuando dice uno «Yo soy de Pablo», y otro «Yo soy de Apolo», ¿no procedéis al modo humano?
5 ¿Qué es, pues Apolo? ¿Qué es Pablo?… ¡Servidores, por medio de los cuales habéis creído!, y cada uno según lo que el Señor le dio.
6 Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el crecimiento.
7 De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer.
8 Y el que planta y el que riega son una misma cosa; si bien cada cual recibirá el salario según su propio trabajo,
9 ya que somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios.
10 Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como buen arquitecto, puse el cimiento, y otro construye encima. ¡Mire cada cual cómo construye!
11 Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo.
12 Y si uno construye sobre este cimiento con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja,
13 la obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día, que ha de revelarse por el fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego.
14 Aquél, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa.
15 Mas aquél, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. El, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego.
16 ¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?
17 Si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario.
18 ¡Nadie se engañe! Si alguno entre vosotros se cree sabio según este mundo, hágase necio, para llegar a ser sabio;
19 pues la sabiduría de este mundo es necedad a los ojos de Dios. En efecto, dice la Escritura: El que prende a los sabios en su propia astucia.
20 Y también: El Señor conoce cuán vanos son los pensamientos de los sabios.
21 Así que, no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es vuestro:
22 ya sea Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es vuestro;
23 y vosotros, de Cristo y Cristo de Dios.
« ir a capítulos »

1 Corintios 4
1 Por tanto, que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios.
2 Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles.
3 Aunque a mí lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano. ¡Ni siquiera me juzgo a mí mismo!
4 Cierto que mi conciencia nada me reprocha; mas no por eso quedo justificado. Mi juez es el Señor.
5 Así que, no juzguéis nada antes de tiempo hasta que venga el Señor. El iluminará los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto los designios de los corazones. Entonces recibirá cada cual del Señor la alabanza que le corresponda.
6 En esto, hermanos, me he puesto como ejemplo a mí y a Apolo, en orden a vosotros; para que aprendáis de nosotros aquello de «No propasarse de lo que está escrito» y para que nadie se engría en favor de uno contra otro.
7 Pues ¿quién es el que te distingue? ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?
8 ¡Ya estáis hartos! ¡Ya sois ricos! ¡Os habéis hecho reyes sin nosotros! ¡Y ojalá reinaseis, para que también nosotros reináramos con vosotros!
9 Porque pienso que a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha asignado el último lugar, como condenados a muerte, puestos a modo de espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres.
10 Nosotros, necios por seguir a Cristo; vosotros, sabios en Cristo. Débiles nosotros; mas vosotros, fuertes. Vosotros llenos de gloria; mas nosotros, despreciados.
11 Hasta el presente, pasamos hambre, sed, desnudez. Somos abofeteados, y andamos errantes.
12 Nos fatigamos trabajando con nuestras manos. Si nos insultan, bendecimos. Si nos persiguen, lo soportamos.
13 Si nos difaman, respondemos con bondad. Hemos venido a ser, hasta ahora, como la basura del mundo y el desecho de todos.
14 No os escribo estas cosas para avergonzaros, sino más bien para amonestaros como a hijos míos queridos.
15 Pues aunque hayáis tenido 10.000 pedagogos en Cristo, no habéis tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús.
16 Os ruego, pues, que seáis mis imitadores.
17 Por esto mismo os he enviado a Timoteo, hijo mío querido y fiel en el Señor; él os recordará mis normas de conducta en Cristo, conforme enseño por doquier en todas las Iglesias.
18 Como si yo no hubiera de ir donde vosotros, se han hinchado algunos.
19 Mas iré pronto donde vosotros, si es la voluntad del Señor; entonces conoceré no la palabrería de esos orgullosos, sino su poder,
20 que no está en la palabrería el Reino de Dios, sino en el poder.
21 ¿Qué preferís, que vaya a vosotros con palo o con amor y espíritu de mansedumbre?
« ir a capítulos »

1 Corintios 5
1 Sólo se oye hablar de inmoralidad entre vosotros, y una inmoralidad tal, que no se da ni entre los gentiles, hasta el punto de que uno de vosotros vive con la mujer de su padre.
2 Y ¡vosotros andáis tan hinchados! Y no habéis hecho más bien duelo para que fuera expulsado de entre vosotros el autor de semejante acción.
3 Pues bien, yo por mi parte corporalmente ausente, pero presente en espíritu, he juzgado ya, como si me hallara presente, al que así obró:
4 que en nombre del Señor Jesús, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de Jesús Señor nuestro,
5 sea entregado ese individuo a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu se salve en el Día del Señor.
6 ¡No es como para gloriaros! ¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa?
7 Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva; pues sois ázimos. Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado.
8 Así que, celebremos la fiesta, no con vieja levadura, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de pureza y verdad.
9 Al escribiros en mi carta que no os relacionarais con los impuros,
10 no me refería a los impuros de este mundo en general o a los avaros, a ladrones o idólatras. De ser así, tendríais que salir del mundo.
11 ¡No!, os escribí que no os relacionarais con quien, llamándose hermano, es impuro, avaro, idólatra, ultrajador, borracho o ladrón. Con ésos ¡ni comer!
12 Pues ¿por que voy a juzgar yo a los de fuera? ¿No es a los de dentro a quienes vosotros juzgáis?
13 A los de fuera Dios los juzgará. ¡Arrojad de entre vosotros al malvado!
« ir a capítulos »

1 Corintios 6
1 Cuando alguno de vosotros tiene un pleito con otro, ¿se atreve a llevar la causa ante los injustos, y no ante los santos?
2 ¿No sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si vosotros vais a juzgar al mundo, ¿no sois acaso dignos de juzgar esas naderías?
3 ¿No sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? Y ¡cómo no las cosas de esta vida!
4 Y cuando tenéis pleitos de este género ¡tomáis como jueces a los que la Iglesia tiene en nada!
5 Para vuestra vergüenza lo digo. ¿No hay entre vosotros algún sabio que pueda juzgar entre los hermanos?
6 Sino que vais a pleitear hermano contra hermano, ¡y eso, ante infieles!
7 De todos modos, ya es un fallo en vosotros que haya pleitos entre vosotros. ¿Por qué no preferís soportar la injusticia? ¿Por qué no dejaros más bien despojar?
8 ¡Al contrario! ¡Sois vosotros los que obráis la injusticia y despojáis a los demás! ¡Y esto, a hermanos!
9 ¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales,
10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios.
11 Y tales fuisteis algunos de vosotros. Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios.
12 «Todo me es lícito»; mas no todo me conviene. «Todo me es lícito»; mas ¡no me dejaré dominar por nada!
13 La comida para el vientre y el vientre para la comida. Mas lo uno y lo otro destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo.
14 Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder.
15 ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? Y ¿había de tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de prostituta? ¡De ningún modo!
16 ¿O no sabéis que quien se une a la prostituta se hace un solo cuerpo con ella? Pues está dicho: Los dos se harán una sola carne.
17 Mas el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él.
18 ¡Huid de la fornicación! Todo pecado que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; mas el que fornica, peca contra su propio cuerpo.
19 ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?
20 ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo.
« ir a capítulos »

1 Corintios 7
1 En cuanto a lo que me habéis escrito, bien le está al hombre abstenerse de mujer.
2 No obstante, por razón de la impureza, tenga cada hombre su mujer, y cada mujer su marido.
3 Que el marido dé a su mujer lo que debe y la mujer de igual modo a su marido.
4 No dispone la mujer de su cuerpo, sino el marido. Igualmente, el marido no dispone de su cuerpo, sino la mujer.
5 No os neguéis el uno al otro sino de mutuo acuerdo, por cierto tiempo, para daros a la oración; luego, volved a estar juntos, para que Satanás no os tiente por vuestra incontinencia.
6 Lo que os digo es una concesión, no un mandato.
7 Mi deseo sería que todos los hombres fueran como yo; mas cada cual tiene de Dios su gracia particular: unos de una manera, otros de otra.
8 No obstante, digo a los célibes y a las viudas: Bien les está quedarse como yo.
9 Pero si no pueden contenerse, que se casen; mejor es casarse que abrasarse.
10 En cuanto a los casados, les ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido,
11 mas en el caso de separarse, que no vuelva a casarse, o que se reconcilie con su marido, y que el marido no despida a su mujer.
12 En cuanto a los demás, digo yo, no el Señor: Si un hermano tiene una mujer no creyente y ella consiente en vivir con él, no la despida.
13 Y si una mujer tiene un marido no creyente y él consiente en vivir con ella, no le despida.
14 Pues el marido no creyente queda santificado por su mujer, y la mujer no creyente queda santificada por el marido creyente. De otro modo, vuestros hijos serían impuros, mas ahora son santos.
15 Pero si la parte no creyente quiere separarse, que se separe, en ese caso el hermano o la hermana no están ligados: para vivir en paz os llamó el Señor.
16 Pues ¿qué sabes tú, mujer, si salvarás a tu marido? Y ¿qué sabes tú, marido, si salvarás a tu mujer?
17 Por lo demás, que cada cual viva conforme le ha asignado el Señor, cada cual como le ha llamado Dios. Es lo que ordeno en todas las Iglesias.
18 ¿Que fue uno llamado siendo circunciso? No rehaga su prepucio. ¿Que fue llamado siendo incircunciso? No se circuncide.
19 La circuncisión es nada, y nada la incircuncisión; lo que importa es el cumplimiento de los mandamientos de Dios.
20 Que permanezca cada cual tal como le halló la llamada de Dios.
21 ¿Eras esclavo cuando fuiste llamado? No te preocupes. Y aunque puedas hacerte libre, aprovecha más bien tu condición de esclavo.
22 Pues el que recibió la llamada del Señor siendo esclavo, es un liberto del Señor; igualmente, el que era libre cuando recibió la llamada, es un esclavo de Cristo.
23 ¡Habéis sido bien comprados! No os hagáis esclavos de los hombres.
24 Hermanos, permanezca cada cual ante Dios en el estado en que fue llamado.
25 Acerca de la virginidad no tengo precepto del Señor. Doy, no obstante, un consejo, como quien, por la misericordia de Dios, es digno de crédito.
26 Por tanto, pienso que es cosa buena, a causa de la necesidad presente, quedarse el hombre así.
27 ¿Estás unido a una mujer? No busques la separación. ¿No estás unido a mujer? No la busques.
28 Mas, si te casas, no pecas. Y, si la joven se casa, no peca. Pero todos ellos tendrán su tribulación en la carne, que yo quisiera evitaros.
29 Os digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen.
30 Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen.
31 Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa.
32 Yo os quisiera libres de preocupaciones. El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor.
33 El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer;
34 está por tanto dividido. La mujer no casada, lo mismo que la doncella, se preocupa de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. Mas la casada se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido.
35 Os digo esto para vuestro provecho, no para tenderos un lazo, sino para moveros a lo más digno y al trato asiduo con el Señor, sin división.
36 Pero si alguno teme faltar a la conveniencia respecto de su novia, por estar en la flor de la edad, y conviene actuar en consecuencia, haga lo que quiera: no peca, cásense.
37 Mas el que ha tomado una firme decisión en su corazón, y sin presión alguna, y en pleno uso de su libertad está resuelto en su interior a respetar a su novia, hará bien.
38 Por tanto, el que se casa con su novia, obra bien. Y el que no se casa, obra mejor.
39 La mujer está ligada a su marido mientras él viva; mas una vez muerto el marido, queda libre para casarse con quien quiera, pero sólo en el Señor.
40 Sin embargo, será feliz si permanece así según mi consejo; que también yo creo tener el Espíritu de Dios.
« ir a capítulos »

1 Corintios 8
1 Respecto a lo inmolado a los ídolos, es cosa sabida, pues todos tenemos ciencia. Pero la ciencia hincha, el amor en cambio edifica.
2 Si alguien cree conocer algo, aún no lo conoce como se debe conocer.
3 Mas si uno ama a Dios, ése es conocido por él.
4 Ahora bien, respecto del comer lo sacrificado a los ídolos, sabemos que el ídolo no es nada en el mundo y no hay más que un único Dios.
5 Pues aun cuando se les dé el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, de forma que hay multitud de dioses y de señores,
6 para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros.
7 Mas no todos tienen este conocimiento. Pues algunos, acostumbrados hasta ahora al ídolo, comen la carne como sacrificada a los ídolos, y su conciencia, que es débil, se mancha.
8 No es ciertamente la comida lo que nos acercará a Dios. Ni somos menos porque no comamos, ni somos más porque comamos.
9 Pero tened cuidado que esa vuestra libertad no sirva de tropiezo a los débiles.
10 En efecto, si alguien te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un templo de ídolos, ¿no se creerá autorizado por su conciencia, que es débil, a comer de lo sacrificado a los ídolos?
11 Y por tu conocimiento se pierde el débil: ¡el hermano por quien murió Cristo!
12 Y pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia, que es débil, pecáis contra Cristo.
13 Por tanto, si un alimento causa escándalo a mi hermano, nunca comeré carne para no dar escándalo a mi hermano.
« ir a capítulos »

1 Corintios 9
1 ¿No soy yo libre? ¿No soy yo apóstol? ¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor?
2 Si para otros no soy yo apóstol, para vosotros sí que lo soy; pues ¡vosotros sois el sello de mi apostolado en el Señor!
3 He aquí mi defensa contra mis acusadores.
4 ¿Por ventura no tenemos derecho a comer y beber?
5 ¿No tenemos derecho a llevar con nosotros una mujer cristiana, como los demás apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas?
6 ¿Acaso únicamente Bernabé y yo estamos privados del derecho de no trabajar?
7 ¿Quién ha militado alguna vez a cosa propia? ¿Quién planta una viña y no come de sus frutos? ¿Quién apacienta un rebaño y no se alimenta de la leche del rebaño?
8 ¿Hablo acaso al modo humano o no lo dice también la Ley?
9 Porque está escrito en la Ley de Moisés: «No pondrás bozal al buey que trilla.» ¿Es que se preocupa Dios de los bueyes?
10 O bien, ¿no lo dice expresamente por nosotros? Por nosotros ciertamente se escribió, pues el que ara, en esperanza debe arar; y el que trilla, con la esperanza de recibir su parte.
11 Si en vosotros hemos sembrado bienes espirituales, ¡qué mucho que recojamos de vosotros bienes materiales!
12 Si otros tienen estos derechos sobre vosotros, ¿no los tenemos más nosotros? Sin embargo, nunca hemos hecho uso de estos derechos. Al contrario, todo lo soportamos para no crear obstáculo alguno al Evangelio de Cristo.
13 ¿No sabéis que los ministros del templo viven del templo? ¿Que los que sirven al altar, del altar participan?
14 Del mismo modo, también el Señor ha ordenado que los que predican el Evangelio vivan del Evangelio.
15 Mas yo, de ninguno de esos derechos he hecho uso. Y no escribo esto para que se haga así conmigo. ¡Antes morir que…! Mi timbre de gloria ¡nadie lo eliminará!
16 Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!
17 Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado.
18 Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el Evangelio.
19 Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda.
20 Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos; con los que están bajo la Ley, como quien está bajo la Ley – aun sin estarlo – para ganar a los que están bajo ella.
21 Con los que están sin ley, como quien está sin ley para ganar a los que están sin ley, no estando yo sin ley de Dios sino bajo la ley de Cristo.
22 Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos.
23 Y todo esto lo hago por el Evangelio para ser partícipe del mismo.
24 ¿No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio? ¡Corred de manera que lo consigáis!
25 Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible.
26 Así pues, yo corro, no como a la ventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío,
27 sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado.
« ir a capítulos »

1 Corintios 10
1 No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar;
2 y todos fueron bautizados en Moisés, por la nube y el mar;
3 y todos comieron el mismo alimento espiritual;
4 y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo.
5 Pero la mayoría de ellos no fueron del agrado de Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto.
6 Estas cosas sucedieron en figura para nosotros para que no codiciemos lo malo como ellos lo codiciaron.
7 No os hagáis idólatras al igual de algunos de ellos, como dice la Escritura: «Sentóse el pueblo a comer y a beber y se levantó a divertirse.»
8 Ni forniquemos como algunos de ellos fornicaron y cayeron muertos 23.000 en un solo día.
9 Ni tentemos al Señor como algunos de ellos le tentaron y perecieron víctimas de las serpientes.
10 Ni murmuréis como algunos de ellos murmuraron y perecieron bajo el Exterminador.
11 Todo esto les acontecía en figura, y fue escrito para aviso de los que hemos llegado a la plenitud de los tiempos.
12 Así pues, el que crea estar en pie, mire no caiga.
13 No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito.
14 Por eso, queridos, huid de la idolatría.
15 Os hablo como a prudentes. Juzgad vosotros lo que digo.
16 La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?
17 Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan.
18 Fijaos en el Israel según la carne. Los que comen de las víctimas ¿no están acaso en comunión con el altar?
19 ¿Qué digo, pues? ¿Que lo inmolado a los ídolos es algo? O ¿que los ídolos son algo?
20 Pero si lo que inmolan los gentiles, ¡lo inmolan a los demonios y no a Dios! Y yo no quiero que entréis en comunión con los demonios.
21 No podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios.
22 ¿O es que queremos provocar los celos del Señor? ¿Somos acaso más fuertes que él?
23 «Todo es lícito», mas no todo es conveniente. «Todo es lícito», mas no todo edifica.
24 Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás.
25 Comed todo lo que se vende en el mercado sin plantearos cuestiones de conciencia;
26 pues del Señor es la tierra y todo cuanto contiene.
27 Si un infiel os invita y vosotros aceptáis, comed todo lo que os presente sin plantearos cuestiones de conciencia.
28 Mas si alguien os dice: «Esto ha sido ofrecido en sacrificio», no lo comáis, a causa del que lo advirtió y por motivos de conciencia.
29 No me refiero a tu conciencia, sino a la del otro; pues ¿cómo va a ser juzgada la libertad de mi conciencia por una conciencia ajena?
30 Si yo tomo algo dando gracias, ¿por qué voy a ser reprendido por aquello mismo que tomo dando gracias?
31 Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios.
32 No deis escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios;
33 lo mismo que yo, que me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el de la mayoría, para que se salven.
« ir a capítulos »

1 Corintios 11
1 Sed mis imitadores, como lo soy de Cristo.
2 Os alabo porque en todas las cosas os acordáis de mí y conserváis las tradiciones tal como os las he transmitido.
3 Sin embargo, quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo; y la cabeza de la mujer es el hombre; y la cabeza de Cristo es Dios.
4 Todo hombre que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta a su cabeza.
5 Y toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta a su cabeza; es como si estuviera rapada.
6 Por tanto, si una mujer no se cubre la cabeza, que se corte el pelo. Y si es afrentoso para una mujer cortarse el pelo o raparse, ¡que se cubra!
7 El hombre no debe cubrirse la cabeza, pues es imagen y reflejo de Dios; pero la mujer es reflejo del hombre.
8 En efecto, no procede el hombre de la mujer, sino la mujer del hombre.
9 Ni fue creado el hombre por razón de la mujer, sino la mujer por razón del hombre.
10 He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción por razón de los ángeles.
11 Por lo demás, ni la mujer sin el hombre, ni el hombre sin la mujer, en el Señor.
12 Porque si la mujer procede del hombre, el hombre, a su vez, nace mediante la mujer. Y todo proviene de Dios.
13 Juzgad por vosotros mismos. ¿Está bien que la mujer ore a Dios con la cabeza descubierta?
14 ¿No os enseña la misma naturaleza que es una afrenta para el hombre la cabellera,
15 mientras es una gloria para la mujer la cabellera? En efecto, la cabellera le ha sido dada a modo de velo.
16 De todos modos, si alguien quiere discutir, no es ésa nuestra costumbre ni la de las Iglesias de Dios.
17 Y al dar estas disposiciones, no os alabo, porque vuestras reuniones son más para mal que para bien.
18 Pues, ante todo, oigo que, al reuniros en la asamblea, hay entre vosotros divisiones, y lo creo en parte.
19 Desde luego, tiene que haber entre vosotros también disensiones, para que se ponga de manifiesto quiénes son de probada virtud entre vosotros.
20 Cuando os reunís, pues, en común, eso ya no es comer la Cena del Señor;
21 porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga.
22 ¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O es que despreciáis a la Iglesia de Dios y avergonzáis a los que no tienen? ¿Qué voy a deciros? ¿Alabaros? ¡En eso no los alabo!
23 Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan,
24 y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío.»
25 Asimismo también la copa después de cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío.»
26 Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.
27 Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor.
28 Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa.
29 Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo.
30 Por eso hay entre vosotros muchos enfermos y muchos débiles, y mueren no pocos.
31 Si nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos castigados.
32 Mas, al ser castigados, somos corregidos por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo.
33 Así pues, hermanos míos, cuando os reunáis para la Cena, esperaos los unos a los otros.
34 Si alguno tiene hambre, que coma en su casa, a fin de que no os reunáis para castigo vuestro. Lo demás lo dispondré cuando vaya.
« ir a capítulos »

1 Corintios 12
1 En cuanto a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que estéis en la ignorancia.
2 Sabéis que cuando erais gentiles, os dejabais arrastrar ciegamente hacia los ídolos mudos.
3 Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: «¡Anatema es Jesús!»; y nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu Santo.
4 Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo;
5 diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo;
6 diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos.
7 A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común,
8 Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu;
9 a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu;
10 a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas.
11 Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad.
12 Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo.
13 Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
14 Así también el cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos.
15 Si dijera el pie: «Puesto que no soy mano, yo no soy del cuerpo» ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso?
16 Y si el oído dijera: «Puesto que no soy ojo, no soy del cuerpo» ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso?
17 Si todo el cuerpo fuera ojo ¿dónde quedaría el oído? Y si fuera todo oído ¿donde el olfato?
18 Ahora bien, Dios puso cada uno de los miembros en el cuerpo según su voluntad.
19 Si todo fuera un solo miembro ¿dónde quedaría el cuerpo?
20 Ahora bien, muchos son los miembros, mas uno el cuerpo.
21 Y no puede el ojo decir a la mano: «¡No te necesito!» Ni la cabeza a los pies: «¡No os necesito!»
22 Más bien los miembros del cuerpo que tenemos por más débiles, son indispensables.
23 Y a los que nos parecen los más viles del cuerpo, los rodeamos de mayor honor. Así a nuestras partes deshonestas las vestimos con mayor honestidad.
24 Pues nuestras partes honestas no lo necesitan. Dios ha formado el cuerpo dando más honor a los miembros que carecían de él,
25 para que no hubiera división alguna en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocuparan lo mismo los unos de los otros.
26 Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo.
27 Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte.
28 Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar como profetas; en tercer lugar como maestros; luego, los milagros; luego, el don de las curaciones, de asistencia, de gobierno, diversidad de lenguas.
29 ¿Acaso todos son apóstoles? O ¿todos profetas? ¿Todos maestros? ¿Todos con poder de milagros?
30 ¿Todos con carisma de curaciones? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos?
31 ¡Aspirad a los carismas superiores! Y aun os voy a mostrar un camino más excelente.
« ir a capítulos »

1 Corintios 13
1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe.
2 Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy.
3 Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha.
4 La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe;
5 es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal;
6 no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad.
7 Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta.
8 La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia.
9 Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía.
10 Cuando vendrá lo perfecto, desaparecerá lo parcial.
11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño.
12 Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido.
13 Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad.
« ir a capítulos »

1 Corintios 14
1 Buscad la caridad; pero aspirad también a los dones espirituales, especialmente a la profecía.
2 Pues el que habla en lengua no habla a los hombres sino a Dios. En efecto, nadie le entiende: dice en espíritu cosas misteriosas.
3 Por el contrario, el que profetiza, habla a los hombres para su edificación, exhortación y consolación.
4 El que habla en lengua, se edifica a sí mismo; el que profetiza, edifica a toda la asamblea.
5 Deseo que habléis todos en lenguas; prefiero, sin embargo, que profeticéis. Pues el que profetiza, supera al que habla en lenguas, a no ser que también interprete, para que la asamblea reciba edificación.
6 Y ahora, hermanos, supongamos que yo vaya donde vosotros hablándoos en lenguas, ¿qué os aprovecharía yo, si mi palabra no os trajese ni revelación ni ciencia ni profecía ni enseñanza?
7 Así sucede con los instrumentos de música inanimados, tales como la flauta o la cítara. Si no dan distintamente los sonidos, ¿cómo se conocerá lo que toca la flauta o la cítara?
8 Y si la trompeta no da sino un sonido confuso, ¿quién se preparará para la batalla?
9 Así también vosotros: si al hablar no pronunciáis palabras inteligibles, ¿cómo se entenderá lo que decís? Es como si hablarais al viento.
10 Hay en el mundo no sé cuántas variedades de lenguas, y nada hay sin lenguaje.
11 Mas si yo desconozco el valor del lenguaje seré un bárbaro para el que me habla; y el que me habla, un bárbaro para mí.
12 Así pues, ya que aspiráis a los dones espirituales, procurad abundar en ellos para la edificación de la asamblea.
13 Por tanto, el que habla en lengua, pida el don de interpretar.
14 Porque si oro en lengua, mi espíritu ora, pero mi mente queda sin fruto.
15 Entonces, ¿qué hacer? Oraré con el espíritu, pero oraré también con la mente. Cantaré salmos con el espíritu, pero también los cantaré con la mente.
16 Porque si no bendices más que con el espíritu ¿cómo dirá «amén» a tu acción de gracias el que ocupa el lugar del no iniciado, pues no sabe lo que dices?
17 ¡Cierto!, tu acción de gracias es excelente; pero el otro no se edifica.
18 Doy gracias a Dios porque hablo en lenguas más que todos vosotros;
19 pero en la asamblea, prefiero decir cinco palabras con mi mente, para instruir a los demás, que 10.000 en lengua.
20 Hermanos, no seáis niños en juicio. Sed niños en malicia, pero hombres maduros en juicio.
21 Está escrito en la Ley: Por hombres de lenguas extrañas y por boca de extraños hablaré yo a este pueblo, y ni así me escucharán, dice el Señor.
22 Así pues, las lenguas sirven de señal no para los creyentes, sino para los infieles; en cambio la profecía, no para los infieles, sino para los creyentes.
23 Si, pues, se reúne toda la asamblea y todos hablan en lenguas y entran en ella no iniciados o infieles, ¿no dirán que estáis locos?
24 Por el contrario, si todos profetizan y entra un infiel o un no iniciado, será convencido por todos, juzgado por todos.
25 Los secretos de su corazón quedarán al descubierto y, postrado rostro en tierra, adorará a Dios confesando que Dios está verdaderamente entre vosotros.
26 ¿Qué concluir, hermanos? Cuando os reunís, cada cual puede tener un salmo, una instrucción, una revelación, un discurso en lengua, una interpretación; pero que todo sea para edificación.
27 Si se habla en lengua, que hablen dos, o a lo más, tres, y por turno; y que haya un interprete.
28 Si no hay quien interprete, guárdese silencio en la asamblea; hable cada cual consigo mismo y con Dios.
29 En cuanto a los profetas, hablen dos o tres, y los demás juzguen.
30 Si algún otro que está sentado tiene una revelación, cállese el primero.
31 Pues podéis profetizar todos por turno para que todos aprendan y sean exhortados.
32 Los espíritus de los profetas están sometidos a los profetas,
33 pues Dios no es un Dios de confusión, sino de paz. Como en todas la Iglesias de los santos,
34 las mujeres cállense en las asambleas; que no les está permitido tomar la palabra antes bien, estén sumisas como también la Ley lo dice.
35 Si quieren aprender algo, pregúntenlo a sus propios maridos en casa; pues es indecoroso que la mujer hable en la asamblea.
36 ¿Acaso ha salido de vosotros la palabra de Dios? O ¿solamente a vosotros ha llegado?
37 Si alguien se cree profeta o inspirado por el Espíritu, reconozca en lo que os escribo un mandato del Señor.
38 Si no lo conoce, tampoco él es conocido.
39 Por tanto, hermanos, aspirad al don de la profecía, y no estorbéis que se hable en lenguas.
40 Pero hágase todo con decoro y orden.
« ir a capítulos »

1 Corintios 15
1 Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes,
2 por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué… Si no, ¡habríais creído en vano!
3 Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras;
4 que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras;
5 que se apareció a Cefas y luego a los Doce;
6 después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron.
7 Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles.
8 Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo.
9 Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios.
10 Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo.
11 Pues bien, tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.
12 Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos?
13 Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó.
14 Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe.
15 Y somos convictos de falsos testigos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si es que los muertos no resucitan.
16 Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó.
17 Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados.
18 Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron.
19 Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres!
20 ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron.
21 Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos.
22 Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo.
23 Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su Venida.
24 Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad.
25 Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies.
26 El último enemigo en ser destruido será la Muerte.
27 Porque ha sometido todas las cosas bajo sus pies. Mas cuando diga que «todo está sometido», es evidente que se excluye a Aquel que ha sometido a él todas las cosas.
28 Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo.
29 De no ser así ¿a qué viene el bautizarse por los muertos? Si los muertos no resucitan en manera alguna ¿por qué bautizarse por ellos?
30 Y nosotros mismos ¿por qué nos ponemos en peligro a todas horas?
31 Cada día estoy a la muerte ¡sí hermanos! gloria mía en Cristo Jesús Señor nuestro, que cada día estoy en peligro de muerte.
32 Si por motivos humanos luché en Éfeso contra las bestias ¿qué provecho saqué? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos.
33 No os engañéis: «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres.»
34 Despertaos, como conviene, y no pequéis; que hay entre vosotros quienes desconocen a Dios. Para vergüenza vuestra lo digo.
35 Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida?
36 ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere.
37 Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano, de trigo por ejemplo o de alguna otra planta.
38 Y Dios le da un cuerpo a su voluntad: a cada semilla un cuerpo peculiar.
39 No toda carne es igual, sino que una es la carne de los hombres, otra la de los animales, otra la de las aves, otra la de los peces.
40 Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero uno es el resplandor de los cuerpos celestes y otro el de los cuerpos terrestres.
41 Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de las estrellas. Y una estrella difiere de otra en resplandor.
42 Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción;
43 se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza;
44 se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual.
45 En efecto, así es como dice la Escritura: Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida.
46 Mas no es lo espiritual lo que primero aparece, sino lo natural; luego, lo espiritual.
47 El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo, viene del cielo.
48 Como el hombre terreno, así son los hombres terrenos; como el celeste, así serán los celestes.
49 Y del mismo modo que hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del celeste.
50 Os digo esto, hermanos: La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos: ni la corrupción hereda la incorrupción.
51 ¡Mirad! Os revelo un misterio: No moriremos todos, mas todos seremos transformados.
52 En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados.
53 En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad.
54 Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: La muerte ha sido devorada en la victoria.
55 ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?
56 El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley.
57 Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!
58 Así pues, hermanos míos amados, manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que vuestro trabajo no es vano el Señor.
« ir a capítulos »

1 Corintios 16
1 En cuanto a la colecta en favor de los santos, haced también vosotros tal como mandé a las Iglesias de Galacia.
2 Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros reserve en su casa lo que haya podido ahorrar, de modo que no se hagan las colectas cuando llegue yo.
3 Cuando me halle ahí, enviaré a los que hayáis considerado dignos, acompañados de cartas, para que lleven a Jerusalén vuestra liberalidad.
4 Y si vale la pena de que vaya también yo, irán conmigo.
5 Iré donde vosotros después de haber atravesado Macedonia; pues por Macedonia pasaré.
6 Tal vez me detenga entre vosotros y hasta pase ahí el invierno, para que vosotros me encaminéis adonde haya de ir.
7 Pues no quiero ahora veros sólo de paso: espero estar algún tiempo entre vosotros, si así lo permite el Señor.
8 De todos modos, seguiré en Éfeso hasta Pentecostés:
9 porque se me ha abierto una puerta grande y prometedora, y los enemigos son muchos.
10 Si se presenta Timoteo, procurad que esté sin temor entre vosotros, pues trabaja como yo en la obra del Señor.
11 Que nadie le menosprecie. Procurad que vuelva en paz a mí, que le espero con los hermanos.
12 En cuanto a nuestro hermano Apolo, le he insistido mucho para que vaya donde vosotros con los hermanos; pero no tiene intención alguna de ir ahora. Irá cuando tenga oportunidad.
13 Velad, manteneos firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes.
14 Haced todo con amor.
15 Os hago una recomendación, hermanos. Sabéis que la familia de Estéfanas son las primicias de Acaya y se han puesto al servicio de los santos.
16 También vosotros mostraos sumisos a ellos y a todo aquel que con ellos trabaja y se afana.
17 Estoy lleno de alegría por la visita de Estéfanas, de Fortunato y de Acaico, que han suplido vuestra ausencia.
18 Ellos han tranquilizado mi espíritu y el vuestro. Sabed apreciar a estos hombres.
19 Las Iglesias de Asia os saludan. Os envían muchos saludos Aquila y Prisca en el Señor, junto con la Iglesia que se reúne en su casa.
20 Os saludan todos los hermanos. Saludaos los unos a los otros con el beso santo.
21 El saludo va de mi mano, Pablo.
22 El que no quiera al Señor, ¡sea anatema! «Maran atha.»
23 ¡Que la gracia del Señor Jesús sea con vosotros!
24 Os amo a todos en Cristo Jesús.
« ir a capítulos »

Libro de la vida

Índice: Santa Teresa de Jesús. Libro de la Vida

Prólogo

1 2  3 4 5 6 7 8 9 10
11 12 13 14 15 16 17 18 19 20
21 22 23 24 25 26 27 28 29 30
31 32 33 34 35 36 37 38 39 40

Epílogo

PRÓLOGO
JHS

1. Quisiera yo que, como me han mandado y dado larga licencia para que escriba el modo de oración y las mercedes que el Señor me ha hecho, me la dieran para que muy por menudo y con claridad dijera mis grandes pecados y ruin vida. Diérame gran consuelo.

Mas no han querido, antes atádome mucho en este caso. Y por esto pido, por amor del Señor, tenga delante de los ojos quien este discurso de mi vida leyere, que ha sido tan ruin que no he hallado santo de los que se tornaron a Dios con quien me consolar. Porque considero que, después que el Señor los llamaba, no le tornaban a ofender. Yo no sólo tornaba a ser peor, sino que parece traía estudio a resistir las mercedes que Su Majestad me hacía, como quien se veía obligada a servir más y entendía de sí no podía pagar lo menos de lo que debía.

2. Sea bendito por siempre, que tanto me esperó, a quien con todo mi corazón suplico me dé gracia para que con toda claridad y verdad yo haga esta relación que mis confesores me mandan (y aun el Señor sé yo lo quiere muchos días ha, sino que yo no me he atrevido) y que sea para gloria y alabanza suya y para quede aquí adelante, conociéndome ellos mejor, ayuden a mi flaqueza para que pueda servir algo de lo que debo al Señor, a quien siempre alaben todas las cosas, amén.
– ir a índice –

CAPÍTULO 1
En que trata cómo comenzó el Señor a despertar esta alma en su niñez a cosas virtuosas, y la ayuda que es para esto serlo los padres.

1. El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena. Era mi padre aficionado a leer buenos libros y así los tenía de romance para que leyesen sus hijos. Esto, con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de nuestra Señora y de algunos santos, comenzó a despertarme de edad, a mi parecer, de seis o siete años. Ayudábame no ver en mis padres favor sino para la virtud. Tenían muchas.

Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos y aun con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él tuviese esclavos, porque los había gran piedad, y estando una vez en casa una de un su hermano, la regalaba como a sus hijos. Decía que, de que no era libre, no lo podía sufrir de piedad. Era de gran verdad. Jamás nadie le vio jurar ni murmurar. Muy honesto en gran manera.

2. Mi madre también tenía muchas virtudes y pasó la vida con grandes enfermedades. Grandísima honestidad. Con ser de harta hermosura, jamás se entendió que diese ocasión a que ella hacía caso de ella, porque con morir de treinta y tres años, ya su traje era como de persona de mucha edad. Muy apacible y de harto entendimiento. Fueron grandes los trabajos que pasaron el tiempo que vivió. Murió muy cristianamente.

3. Eramos tres hermanas y nueve hermanos. Todos parecieron a sus padres, por la bondad de Dios, en ser virtuosos, si no fui yo, aunque era la más querida de mi padre. Y antes que comenzase a ofender a Dios, parece tenía alguna razón; porque yo he lástima cuando me acuerdo las buenas inclinaciones que el Señor me había dado y cuán mal me supe aprovechar de ellas.

4. Pues mis hermanos ninguna cosa me desayudaban a servir a Dios. Tenía uno casi de mi edad, juntábamonos entrambos a leer vidas de Santos, que era el que yo más quería, aunque a todos tenía gran amor y ellos a mí. Como veía los martirios que por Dios las santas pasaban, parecíame compraban muy barato el ir a gozar de Dios y deseaba yo mucho morir así, no por amor que yo entendiese tenerle, sino por gozar tan en breve de los grandes bienes que leía haber en el cielo, y juntábame con este mi hermano a tratar qué medio habría para esto. Concertábamos irnos a tierra de moros, pidiendo por amor de Dios, para que allá nos descabezasen. Y paréceme que nos daba el Señor ánimo en tan tierna edad, si viéramos algún medio, sino que el tener padres nos parecía el mayor embarazo.

Espantábanos mucho el decir que pena y gloria era para siempre, en lo que leíamos. Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto y gustábamos de decir muchas veces: ¡para siempre, siempre, siempre! En pronunciar esto mucho rato era el Señor servido me quedase en esta niñez imprimido el camino de la verdad.

5. De que vi que era imposible ir a donde me matasen por Dios, ordenábamos ser ermitaños; y en una huerta que había en casa procurábamos, como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas pedrecillas que luego se nos caían, y así no hallábamos remedio en nada para nuestro deseo; que ahora me pone devoción ver cómo me daba Dios tan presto lo que yo perdí por mi culpa.

6. Hacía limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario, de que mi madre era muy devota, y así nos hacía serlo. Gustaba mucho, cuando jugaba con otras niñas, hacer monasterios, como que éramos monjas, y yo me parece deseaba serlo, aunque no tanto como las cosas que he dicho.

7. Acuérdome que cuando murió mi madre quedé yo de edad de doce años, poco menos. Como yo comencé a entender lo que había perdido, afligida fuime a una imagen de nuestra Señora y supliquéla fuese mi madre, con muchas lágrimas. Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a ella y, en fin, me ha tornado a sí.

Fatígame ahora ver y pensar en qué estuvo el no haber yo estado entera en los buenos deseos que comencé.

8. ¡Oh Señor mío!, pues parece tenéis determinado que me salve, plega a Vuestra Majestad sea así; y de hacerme tantas mercedes como me habéis hecho, ¿no tuvierais por bien -no por mi ganancia, sino por vuestro acatamiento- que no se ensuciara tanto posada adonde tan continuo habíais de morar? Fatígame, Señor, aun decir esto, porque sé que fue mía toda la culpa; porque no me parece os quedó a Vos nada por hacer para que desde esta edad no fuera toda vuestra. Cuando voy a quejarme de mis padres, tampoco puedo, porque no veía en ellos sino todo bien y cuidado de mi bien.

9. Pues pasando de esta edad, que comencé a entender las gracias de naturaleza que el Señor me había dado, que según decían eran muchas, cuando por ellas le había de dar gracias, de todas me comencé a ayudar para ofenderle, como ahora diré.
– ir a índice –

CAPÍTULO 2
Trata cómo fue perdiendo estas virtudes y lo que importa en la niñez tratar con personas virtuosas.

1. Paréceme que comenzó a hacerme mucho daño lo que ahora diré. Considero algunas veces cuán mal lo hacen los padres que no procuran que vean sus hijos siempre cosas de virtud de todas maneras; porque, con serlo tanto mi madre como he dicho, de lo bueno no tomé tanto en llegando a uso de razón, ni casi nada, y lo malo me dañó mucho. Era aficionada a libros de caballerías y no tan mal tomaba este pasatiempo como yo le tomé para mí, porque no perdía su labor, sino desenvolvíamonos para leer en ellos, y por ventura lo hacía para no pensar en grandes trabajos que tenía, y ocupar sus hijos, que no anduviesen en otras cosas perdidos. De esto le pesaba tanto a mi padre, que se había de tener aviso a que no lo viese. Yo comencé a quedarme en costumbre de leerlos; y aquella pequeña falta que en ella vi, me comenzó a enfriar los deseos y comenzar a faltar en lo demás; y parecíame no era malo, con gastar muchas horas del día y de la noche en tan vano ejercicio, aunque escondida de mi padre. Era tan en extremo lo que en esto me embebía que, si no tenía libro nuevo, no me parece tenía contento.

2. Comencé a traer galas y a desear contentar en parecer bien, con mucho cuidado de manos y cabello y olores y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran hartas, por ser muy curiosa. No tenía mala intención, porque no quisiera yo que nadie ofendiera a Dios por mí. Duróme mucha curiosidad de limpieza demasiada y cosas que me parecía a mí no eran ningún pecado, muchos años. Ahora veo cuán malo debía ser.

Tenía primos hermanos algunos, que en casa de mi padre no tenían otros cabida para entrar, que era muy recatado, y pluguiera a Dios que lo fuera de éstos también. Porque ahora veo el peligro que es tratar en la edad que se han de comenzar a criar virtudes con personas que no conocen la vanidad del mundo, sino que antes despiertan para meterse en él. Eran casi de mi edad, poco mayores que yo. Andábamos siempre juntos. Teníanme gran amor, y en todas las cosas que les daba contento los sustentaba plática y oía sucesos de sus aficiones y niñerías nonada buenas; y lo que peor fue, mostrarse el alma a lo que fue causa de todo su mal.

3. Si yo hubiera de aconsejar, dijera a los padres que en esta edad tuviesen gran cuenta con las personas que tratan sus hijos, porque aquí está mucho mal, que se va nuestro natural antes a lo peor que a lo mejor.

Así me acaeció a mí, que tenía una hermana de mucha más edad que yo, de cuya honestidad y bondad -que tenía mucha- de ésta no tomaba nada, y tomé todo el daño de una parienta que trataba mucho en casa. Era de tan livianos tratos, que mi madre la había mucho procurado desviar que tratase en casa; parece adivinaba el mal que por ella me había de venir, y era tanta la ocasión que había para entrar, que no había podido. A ésta que digo, me aficioné a tratar. Con ella era mi conversación y pláticas, porque me ayudaba a todas las cosas de pasatiempos que yo quería, y aun me ponía en ellas y daba parte de sus conversaciones y vanidades.

Hasta que traté con ella, que fue de edad de catorce años, y creo que más (para tener amistad conmigo -digo- y darme parte de sus cosas), no me parece había dejado a Dios por culpa mortal ni perdido el temor de Dios, aunque le tenía mayor de la honra. Este tuvo fuerza para no la perder del todo, ni me parece por ninguna cosa del mundo en esto me podía mudar, ni había amor de persona de él que a esto me hiciese rendir. ¡Así tuviera fortaleza en no ir contra la honra de Dios, como me la daba mi natural para no perder en lo que me parecía a mí está la honra del mundo! ¡Y no miraba que la perdía por otras muchas vías!

4. En querer ésta vanamente tenía extremo. Los medios que eran menester para guardarla, no ponía ninguno. Sólo para no perderme del todo tenía gran miramiento.

Mi padre y hermana sentían mucho esta amistad. Reprendíanmela muchas veces. Como no podían quitar la ocasión de entrar ella en casa, no les aprovechaban sus diligencias, porque mi sagacidad para cualquier cosa mala era mucha. Espántame algunas veces el daño que hace una mala compañía, y si no hubiera pasado por ello, no lo pudiera creer. En especial en tiempo de mocedad debe ser mayor el mal que hace. Querría escarmentasen en mí los padres para mirar mucho en esto. Y es así que de tal manera me mudó esta conversación, que de natural y alma virtuoso no me dejó casi ninguna, y me parece me imprimía sus condiciones ella y otra que tenía la misma manera de pasatiempos.

5. Por aquí entiendo el gran provecho que hace la buena compañía, y tengo por cierto que, si tratara en aquella edad con personas virtuosas, que estuviera entera en la virtud. Porque si en esta edad tuviera quien me enseñara a temer a Dios, fuera tomando fuerzas el alma para no caer. Después, quitado este temor del todo, quedóme sólo el de la honra, que en todo lo que hacía me traía atormentada. Con pensar que no se había de saber, me atrevía a muchas cosas bien contra ella y contra Dios.

6. Al principio dañáronme las cosas dichas, a lo que me parece, y no debía ser suya la culpa, sino mía. Porque después mi malicia para el mal bastaba, junto con tener criadas, que para todo mal hallaba en ellas buen aparejo; que si alguna fuera en aconsejarme bien, por ventura me aprovechara; mas el interés las cegaba, como a mí la afición. Y pues nunca era inclinada a mucho mal -porque cosas deshonestas naturalmente las aborrecía-, sino a pasatiempos de buena conversación, mas puesta en la ocasión, estaba en la mano el peligro, y ponía en él a mi padre y hermanos. De los cuales me libró Dios de manera que se parece bien procuraba contra mi voluntad que del todo no me perdiese, aunque no pudo ser tan secreto que no hubiese harta quiebra de mi honra y sospecha en mi padre.

Porque no me parece había tres meses que andaba en estas vanidades, cuando me llevaron a un monasterio que había en este lugar, adonde se criaban personas semejantes, aunque no tan ruines en costumbres como yo; y esto con tan gran disimulación, que sola yo y algún deudo lo supo; porque aguardaron a coyuntura que no pareciese novedad: porque, haberse mi hermana casado y quedar sola sin madre, no era bien.

7. Era tan demasiado el amor que mi padre me tenía y la mucha disimulación mía, que no había creer tanto mal de mí, y así no quedó en desgracia conmigo. Como fue breve el tiempo, aunque se entendiese algo, no debía ser dicho con certinidad. Porque como yo temía tanto la honra, todas mis diligencias eran en que fuese secreto, y no miraba que no podía serlo a quien todo lo ve.

¡Oh Dios mío! ¡Qué daño hace en el mundo tener esto en poco y pensar que ha de haber cosa secreta que sea contra Vos! Tengo por cierto que se excusarían grandes males si entendiésemos que no está el negocio en guardarnos de los hombres, sino en no nos guardar de descontentaros a Vos.

8. Los primeros ocho días sentí mucho, y más la sospecha que tuve se había entendido la vanidad mía, que no de estar allí. Porque ya yo andaba cansada y no dejaba de tener gran temor de Dios cuando le ofendía, y procuraba confesarme con brevedad.

Traía un desasosiego, que en ocho días -y aun creo menos- estaba muy más contenta que en casa de mi padre. Todas lo estaban conmigo, porque en esto me daba el Señor gracia, en dar contento adondequiera que estuviese, y así era muy querida. Y puesto que yo estaba entonces ya enemiguísima de ser monja, holgábame de ver tan buenas monjas, que lo eran mucho las de aquella casa, y de gran honestidad y religión y recatamiento.

9. Aun con todo esto no me dejaba el demonio de tentar, y buscar los de fuera cómo me desasosegar con recaudos. Como no había lugar, presto se acabó, y comenzó mi alma a tornarse a acostumbrar en el bien de mi primera edad y vi la gran merced que hace Dios a quien pone en compañía de buenos.

Paréceme andaba Su Majestad mirando y remirando por dónde me podía tornar a sí. ¡Bendito seáis Vos, Señor, que tanto me habéis sufrido! Amén.

Una cosa tenía que parece me podía ser alguna disculpa, si no tuviera tantas culpas; y es que era el trato con quien por vía de casamiento me parecía podía acabar en bien; e informada de con quien me confesaba y de otras personas, en muchas cosas me decían no iba contra Dios.

10. Dormía una monja con las que estábamos seglares, que por medio suyo parece quiso el Señor comenzar a darme luz, como ahora diré.
– ir a índice –

CAPÍTULO 3
En que trata cómo fue parte la buena compañía para tornar a despertar sus deseos, y por qué manera comenzó el Señor a darla alguna luz del engaño que había traído.

1. Pues comenzando a gustar de la buena y santa conversación de esta monja, holgábame de oírla cuán bien hablaba de Dios, porque era muy discreta y santa. Esto, a mi parecer, en ningún tiempo dejé de holgarme de oírlo. Comenzóme a contar cómo ella había venido a ser monja por sólo leer lo que dice el evangelio: Muchos son los llamados y pocos los escogidos. Decíame el premio que daba el Señor a los que todo lo dejan por El.

Comenzó esta buena compañía a desterrar las costumbres que había hecho la mala y a tornar a poner en mi pensamiento deseos de las cosas eternas y a quitar algo la gran enemistad que tenía con ser monja, que se me había puesto grandísima. Y si veía alguna tener lágrimas cuando rezaba, u otras virtudes, habíala mucha envidia; porque era tan recio mi corazón en este caso que, si leyera toda la Pasión, no llorara una lágrima. Esto me causaba pena.

2. Estuve año y medio en este monasterio harto mejorada. Comencé a rezar muchas oraciones vocales y a procurar con todas me encomendasen a Dios, que me diese el estado en que le había de servir. Mas todavía deseaba no fuese monja, que éste no fuese Dios servido de dármele, aunque también temía el casarme.

A cabo de este tiempo que estuve aquí, ya tenía más amistad de ser monja, aunque no en aquella casa, por las cosas más virtuosas que después entendí tenían, que me parecían extremos demasiados; y había algunas de las más mozas que me ayudaban en esto, que si todas fueran de un parecer, mucho me aprovechara. También tenía yo una grande amiga en otro monasterio, y esto me era parte para no ser monja, si lo hubiese de ser, sino adonde ella estaba. Miraba más el gusto de mi sensualidad y vanidad que lo bien que me estaba a mi alma. Estos buenos pensamientos de ser monja me venían algunas veces y luego se quitaban, y no podía persuadirme a serlo.

3. En este tiempo, aunque yo no estaba descuidada de mi remedio, andaba más ganoso el Señor de disponerme para el estado que me estaba mejor. Diome una gran enfermedad, que hube de tornar en casa de mi padre. En estando buena, lleváronme en casa de mi hermana -que residía en una aldea- para verla, que era extremo el amor que me tenía y, a su querer, no saliera yo de con ella; y su marido también me amaba mucho, al menos mostrábame todo regalo, que aun esto debo más al Señor, que en todas partes siempre le he tenido, y todo se lo servía como la que soy.

4. Estaba en el camino un hermano de mi padre, muy avisado y de grandes virtudes, viudo, a quien también andaba el Señor disponiendo para sí, que en su mayor edad dejó todo lo que tenía y fue fraile y acabó de suerte que creo goza de Dios. Quiso que me estuviese con él unos días. Su ejercicio era buenos libros de romance, y su hablar era -lo más ordinario- de Dios y de la vanidad del mundo. Hacíame le leyese y, aunque no era amiga de ellos, mostraba que sí. Porque en esto de dar contento a otros he tenido extremo, aunque a mí me hiciese pesar; tanto, que en otras fuera virtud y en mí ha sido gran falta, porque iba muchas veces muy sin discreción.

¡Oh, válgame Dios, por qué términos me andaba Su Majestad disponiendo para el estado en que se quiso servir de mí, que, sin quererlo yo, me forzó a que me hiciese fuerza! Sea bendito por siempre, amén.

5. Aunque fueron los días que estuve pocos, con la fuerza que hacían en mi corazón las palabras de Dios, así leídas como oídas, y la buena compañía, vine a ir entendiendo la verdad de cuando niña, de que no era todo nada, y la vanidad del mundo, y cómo acababa en breve, y a temer, si me hubiera muerto, cómo me iba al infierno.

Y aunque no acababa mi voluntad de inclinarse a ser monja, vi era el mejor y más seguro estado. Y así poco a poco me determiné a forzarme para tomarle.

6. En esta batalla estuve tres meses, forzándome a mí misma con esta razón: que los trabajos y pena de ser monja no podía ser mayor que la del purgatorio, y que yo había bien merecido el infierno; que no era mucho estar lo que viviese como en purgatorio, y que después me iría derecha al cielo, que éste era mi deseo.

Y en este movimiento de tomar estado, más me parece me movía un temor servil que amor. Poníame el demonio que no podría sufrir los trabajos de la religión, por ser tan regalada. A esto me defendía con los trabajos que pasó Cristo, porque no era mucho yo pasase algunos por El; que El me ayudaría a llevarlos -debía pensar-, que esto postrero no me acuerdo. Pasé hartas tentaciones estos días.

7. Habíanme dado, con unas calenturas, unos grandes desmayos, que siempre tenía bien poca salud. Diome la vida haber quedado ya amiga de buenos libros. Leía en las Epístolas de San Jerónimo, que me animaban de suerte que me determiné a decirlo a mi padre, que casi era como a tomar el hábito, porque era tan honrosa que me parece no tornara atrás por ninguna manera, habiéndolo dicho una vez. Era tanto lo que me quería, que en ninguna manera lo pude acabar con él, ni bastaron ruegos de personas que procuré le hablasen. Lo que más se pudo acabar con él fue que después de sus días haría lo que quisiese. Yo ya me temía a mí y a mi flaqueza no tornase atrás, y así no me pareció me convenía esto, y procurélo por otra vía, como ahora diré.
– ir a índice –

CAPÍTULO 4
Dice cómo la ayudó el Señor para forzarse a sí misma para tomar hábito, y las muchas enfermedades que Su Majestad la comenzó a dar.

1. En estos días que andaba con estas determinaciones, había persuadido a un hermano mío a que se metiese fraile diciéndole la vanidad del mundo. Y concertamos entrambos de irnos un día muy de mañana al monasterio adonde estaba aquella mi amiga, que era al que yo tenía mucha afición, puesto que ya en esta postrera determinación ya yo estaba de suerte, que a cualquiera que pensara servir más a Dios o mi padre quisiera, fuera; que más miraba ya el remedio de mi alma, que del descanso ningún caso hacía de él.

Acuérdaseme, a todo mi parecer y con verdad, que cuando salí de casa de mi padre no creo será más el sentimiento cuando me muera. Porque me parece cada hueso se me apartaba por sí, que, como no había amor de Dios que quitase el amor del padre y parientes, era todo haciéndome una fuerza tan grande que, si el Señor no me ayudara, no bastaran mis consideraciones para ir adelante. Aquí me dio ánimo contra mí, de manera que lo puse por obra.

2. En tomando el hábito, luego me dio el Señor a entender cómo favorece a los que se hacen fuerza para servirle, la cual nadie no entendía de mí, sino grandísima voluntad. A la hora me dio un tan gran contento de tener aquel estado, que nunca jamás me faltó hasta hoy, y mudó Dios la sequedad que tenía mi alma en grandísima ternura. Dábanme deleite todas las cosas de la religión, y es verdad que andaba algunas veces barriendo en horas que yo solía ocupar en mi regalo y gala, y acordándoseme que estaba libre de aquello, me daba un nuevo gozo, que yo me espantaba y no podía entender por dónde venía.

Cuando de esto me acuerdo, no hay cosa que delante se me pusiese, por grave que fuese, que dudase de acometerla. Porque ya tengo experiencia en muchas que, si me ayudo al principio a determinarme a hacerlo, que, siendo sólo por Dios, hasta comenzarlo quiere -para que más merezcamos- que el alma sienta aquel espanto, y mientras mayor, si sale con ello, mayor premio y más sabroso se hace después. Aun en esta vida lo paga Su Majestad por unas vías que sólo quien goza de ello lo entiende. Esto tengo por experiencia, como he dicho, en muchas cosas harto graves. Y así jamás aconsejaría -si fuera persona que hubiera de dar parecer- que, cuando una buena inspiración acomete muchas veces, se deje, por miedo, de poner por obra; que si va desnudamente por solo Dios, no hay que temer sucederá mal, que poderoso es para todo. Sea bendito por siempre, amén.

3. Bastara, ¡oh sumo Bien y descanso mío!, las mercedes que me habíais hecho hasta aquí, de traerme por tantos rodeos vuestra piedad y grandeza a estado tan seguro y a casa adonde había muchas siervas de Dios, de quien yo pudiera tomar, para ir creciendo en su servicio. No sé cómo he de pasar de aquí, cuando me acuerdo la manera de mi profesión y la gran determinación y contento con que la hice y el desposorio que hice con Vos. Esto no lo puedo decir sin lágrimas, y habían de ser de sangre y quebrárseme el corazón, y no era mucho sentimiento para lo que después os ofendí.

Paréceme ahora que tenía razón de no querer tan gran dignidad, pues tan mal había de usar de ella. Mas Vos, Señor mío, quisisteis ser -casi veinte años que usé mal de esta merced- ser el agraviado, porque yo fuese mejorada. No parece, Dios mío, sino que prometí no guardar cosa de lo que os había prometido, aunque entonces no era esa mi intención. Mas veo tales mis obras después, que no sé qué intención tenía, para que más se vea quién Vos sois, Esposo mío, y quién soy yo. Que es verdad, cierto, que muchas veces me templa el sentimiento de mis grandes culpas el contento que me da que se entienda la muchedumbre de vuestras misericordias.

¿En quién, Señor, pueden así resplandecer como en mí, que tanto he oscurecido con mis malas obras las grandes mercedes que me comenzasteis a hacer? ¡Ay de mí, Criador mío, que si quiero dar disculpa, ninguna tengo! Ni tiene nadie la culpa sino yo. Porque si os pagara algo del amor que me comenzasteis a mostrar, no le pudiera yo emplear en nadie sino en Vos, y con esto se remediaba todo. Pues no lo merecí ni tuve tanta ventura, válgame ahora, Señor, vuestra misericordia.

4. La mudanza de la vida y de los manjares me hizo daño a la salud, que, aunque el contento era mucho, no bastó. Comenzáronme a crecer los desmayos y diome un mal de corazón tan grandísimo, que ponía espanto a quien le veía, y otros muchos males juntos, y así pasé el primer año con harta mala salud, aunque no me parece ofendí a Dios en él mucho.

5. Y como era el mal tan grave que casi me privaba el sentido siempre y algunas veces del todo quedaba sin él, era grande la diligencia que traía mi padre para buscar remedio; y como no le dieron los médicos de aquí, procuró llevarme a un lugar adonde había mucha fama de que sanaban allí otras enfermedades, y así dijeron harían la mía. Fue conmigo esta amiga que he dicho que tenía en casa, que era antigua. En la casa que era monja no se prometía clausura.

Estuve casi un año por allá, y los tres meses de él padeciendo tan grandísimo tormento en las curas que me hicieron tan recias, que yo no sé cómo las pude sufrir; y en fin, aunque las sufrí, no las pudo sufrir mi sujeto, como diré.

Había de comenzarse la cura en el principio del verano, y yo fui en el principio del invierno. Todo este tiempo estuve en casa de la hermana que he dicho que estaba en la aldea, esperando el mes de abril, porque estaba cerca, y no andar yendo y viniendo.

6. Cuando iba, me dio aquel tío mío que tengo dicho que estaba en el camino, un libro: llámase Tercer Abecedario, que trata de enseñar oración de recogimiento; y puesto que este primer año había leído buenos libros (que no quise más usar de otros, porque ya entendía el daño que me habían hecho), no sabía cómo proceder en oración ni cómo recogerme, y así holguéme mucho con él y determinéme a seguir aquel camino con todas mis fuerzas. Y como ya el Señor me había dado don de lágrimas y gustaba de leer, comencé a tener ratos de soledad y a confesarme a menudo y comenzar aquel camino, teniendo a aquel libro por maestro. Porque yo no hallé maestro, digo confesor, que me entendiese, aunque le busqué, en veinte años después de esto que digo, que me hizo harto daño para tornar muchas veces atrás y aun para del todo perderme; porque todavía me ayudara a salir de las ocasiones que tuve para ofender a Dios.

7. Comenzóme Su Majestad a hacer tantas mercedes en los principios, que al fin de este tiempo que estuve aquí (que era casi nueve meses en esta soledad, aunque no tan libre de ofender a Dios como el libro me decía, mas por esto pasaba yo; parecíame casi imposible tanta guarda; teníala de no hacer pecado mortal, y pluguiera a Dios la tuviera siempre; de los veniales hacía poco caso, y esto fue lo que me destruyó…), comenzó el Señor a regalarme tanto por este camino, que me hacía merced de darme oración de quietud, y alguna vez llegaba a unión, aunque yo no entendía qué era lo uno ni lo otro y lo mucho que era de preciar, que creo me fuera gran bien entenderlo. Verdad es que duraba tan poco esto de unión, que no sé si era Avemaría; mas quedaba con unos efectos tan grandes que, con no haber en este tiempo veinte años, me parece traía el mundo debajo de los pies, y así me acuerdo que había lástima a los que le seguían, aunque fuese en cosas lícitas.

8. Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente, y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior; aunque lo más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con el entendimiento ni de aprovecharme con la imaginación, que la tengo tan torpe, que aun para pensar y representar en mí -como lo procuraba traer- la Humanidad del Señor, nunca acababa. Y aunque por esta vía de no poder obrar con el entendimiento llegan más presto a la contemplación si perseveran, es muy trabajoso y penoso. Porque si falta la ocupación de la voluntad y el haber en qué se ocupe en cosa presente el amor, queda el alma como sin arrimo ni ejercicio, y da gran pena la soledad y sequedad, y grandísimo combate los pensamientos.

9. A personas que tienen esta disposición les conviene más pureza de conciencia que a las que con el entendimiento pueden obrar. Porque quien va discurriendo en lo que es el mundo y en lo que debe a Dios y en lo mucho que sufrió y lo poco que le sirve y lo que da a quien le ama, saca doctrina para defenderse de los pensamientos y de las ocasiones y peligros. Pero quien no se puede aprovechar de esto, tiénele mayor y conviénele ocuparse mucho en lección, pues de su parte no puede sacar ninguna.

Es tan penosísima esta manera de proceder, que si el maestro que enseña aprieta en que sin lección, que ayuda mucho para recoger (a quien de esta manera procede le es necesario, aunque sea poco lo que lea, sino en lugar de la oración mental que no puede tener); digo que si sin esta ayuda le hacen estar mucho rato en la oración, que será imposible durar mucho en ella y le hará daño a la salud si porfía, porque es muy penosa cosa.

Ahora me parece que proveyó el Señor que yo no hallase quien me enseñase, porque fuera imposible, -me parece-, perseverar dieciocho años que pasé este trabajo, y en éstos grandes sequedades, por no poder, como digo, discurrir. En todos éstos, si no era acabando de comulgar, jamás osaba comenzar a tener oración sin un libro; que tanto temía mi alma estar sin él en oración, como si con mucha gente fuera a pelear. Con este remedio, que era como una compañía o escudo en que había de recibir los golpes de los muchos pensamientos, andaba consolada. Porque la sequedad no era lo ordinario, mas era siempre cuando me faltaba libro, que era luego desbaratada el alma, y los pensamientos perdidos; con esto los comenzaba a recoger y como por halago llevaba el alma. Y muchas veces, en abriendo el libro, no era menester más. Otras leía poco, otras mucho, conforme a la merced que el Señor me hacía.

10. Parecíame a mí, en este principio que digo, que teniendo yo libros y cómo tener soledad, que no habría peligro que me sacase de tanto bien; y creo con el favor de Dios fuera así, si tuviera maestro o persona que me avisara de huir las ocasiones en los principios y me hiciera salir de ellas, si entrara, con brevedad. Y si el demonio me acometiera entonces descubiertamente, parecíame en ninguna manera tornara gravemente a pecar; mas fue tan sutil y yo tan ruin, que todas mis determinaciones me aprovecharon poco, aunque muy mucho los días que serví a Dios, para poder sufrir las terribles enfermedades que tuve, con tan gran paciencia como Su Majestad me dio.

Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de Dios, y regaládose mi alma de ver su gran magnificencia y misericordia. Sea bendito por todo, que he visto claro no dejar sin pagarme, aun en esta vida, ningún deseo bueno. Por ruines e imperfectas que fuesen mis obras, este Señor mío las iba mejorando y perfeccionando y dando valor, y los males y pecados luego los escondía. Aun en los ojos de quien los ha visto, permite Su Majestad se cieguen y los quita de su memoria. Dora las culpas. Hace que resplandezca una virtud que el mismo Señor pone en mí casi haciéndome fuerza para que la tenga.

11. Quiero tornar a lo que me han mandado. Digo que, si hubiera de decir por menudo de la manera que el Señor se había conmigo en estos principios, que fuera menester otro entendimiento que el mío para saber encarecer lo que en este caso le debo y mi gran ingratitud y maldad, pues todo esto olvidé. Sea por siempre bendito, que tanto me ha sufrido. Amén.
– ir a índice –

CAPÍTULO 5
Prosigue en las grandes enfermedades que tuvo y la paciencia que el Señor le dio en ellas, y cómo saca de los males bienes, según se verá en una cosa que le acaeció en este lugar que se fue a curar.

1. Olvidé de decir cómo en el año del noviciado pasé grandes desasosiegos con cosas que en sí tenían poco tomo; mas culpábanme sin tener culpa hartas veces. Yo lo llevaba con harta pena e imperfección, aunque con el gran contento que tenía de ser monja todo lo pasaba. Como me veían procurar soledad y me veían llorar por mis pecados algunas veces, pensaban era descontento, y así lo decían.

Era aficionada a todas las cosas de religión, mas no a sufrir ninguna que pareciese menosprecio. Holgábame de ser estimada. Era curiosa en cuanto hacía. Todo me parecía virtud, aunque esto no me será disculpa, porque para todo sabía lo que era procurar mi contento, y así la ignorancia no quita la culpa. Alguna tiene no estar fundado el monasterio en mucha perfección; yo, como ruin, íbame a lo que veía falta y dejaba lo bueno.

2. Estaba una monja entonces enferma de grandísima enfermedad y muy penosa, porque eran unas bocas en el vientre, que se le habían hecho de opilaciones, por donde echaba lo que comía. Murió presto de ello. Yo veía a todas temer aquel mal. A mí hacíame gran envidia su paciencia. Pedía a Dios que, dándomela así a mí, me diese las enfermedades que fuese servido. Ninguna me parece temía, porque estaba tan puesta en ganar bienes eternos, que por cualquier medio me determinaba a ganarlos. Y espántome, porque aún no tenía -a mi parecer- amor de Dios, como después que comencé a tener oración me parecía a mí le he tenido, sino una luz de parecerme todo de poca estima lo que se acaba y de mucho precio los bienes que se pueden ganar con ello, pues son eternos.

Tan bien me oyó en esto Su Majestad, que antes de dos años estaba tal, que aunque no el mal de aquella suerte, creo no fue menos penoso y trabajoso el que tres años tuve, como ahora diré.

3. Venido el tiempo que estaba aguardando en el lugar que digo que estaba con mi hermana para curarme, lleváronme con harto cuidado de mi regalo mi padre y hermana y aquella monja mi amiga que había salido conmigo, que era muy mucho lo que me quería.

Aquí comenzó el demonio a descomponer mi alma, aunque Dios sacó de ello harto bien. Estaba una persona de la iglesia, que residía en aquel lugar adonde me fui a curar, de harto buena calidad y entendimiento. Tenía letras, aunque no muchas. Yo comencéme a confesar con él, que siempre fui amiga de letras, aunque gran daño hicieron a mi alma confesores medio letrados, porque no los tenía de tan buenas letras como quisiera.

He visto por experiencia que es mejor, siendo virtuosos y de santas costumbres, no tener ningunas; porque ni ellos se fían de sí sin preguntar a quien las tenga buenas, ni yo me fiara. Y buen letrado nunca me engañó. Estotros tampoco me debían de querer engañar, sino no sabían más. Yo pensaba que sí y que no era obligada a más de creerlos, como era cosa ancha lo que me decían y de más libertad; que si fuera apretada, yo soy tan ruin que buscara otros. Lo que era pecado venial decíanme que no era ninguno; lo que era gravísimo mortal, que era venial. Esto me hizo tanto daño que no es mucho lo diga aquí para aviso de otras de tan gran mal; que para delante de Dios bien veo no me es disculpa, que bastaban ser las cosas de su natural no buenas para que yo me guardara de ellas. Creo permitió Dios, por mis pecados, ellos se engañasen y me engañasen a mí. Yo engañé a otras hartas con decirles lo mismo que a mí me habían dicho.

Duré en esta ceguedad creo más de diecisiete años, hasta que un Padre dominico, gran letrado, me desengañó en cosas, y los de la Compañía de Jesús del todo me hicieron tanto temer, agraviándome tan malos principios, como después diré.

4. Pues comenzándome a confesar con este que digo, él se aficionó en extremo a mí, porque entonces tenía poco que confesar para lo que después tuve, ni lo había tenido después de monja. No fue la afición de éste mala; mas de demasiada afición venía a no ser buena. Tenía entendido de mí que no me determinaría a hacer cosa contra Dios que fuese grave por ninguna cosa, y él también me aseguraba lo mismo, y así era mucha la conversación.

Mas mis tratos entonces, con el embebecimiento de Dios que traía, lo que más gusto me daba era tratar cosas de El; y como era tan niña, hacíale confusión ver esto, y con la gran voluntad que me tenía, comenzó a declararme su perdición. Y no era poca, porque había casi siete años que estaba en muy peligroso estado, con afición y trato con una mujer del mismo lugar, y con esto decía misa. Era cosa tan pública, que tenía perdida la honra y la fama, y nadie le osaba hablar contra esto. A mí hízoseme gran lástima, porque le quería mucho; que esto tenía yo de gran liviandad y ceguedad, que me parecía virtud ser agradecida y tener ley a quien me quería. ¡Maldita sea tal ley, que se extiende hasta ser contra la de Dios! Es un desatino que se usa en el mundo, que me desatina; que debemos todo el bien que nos hacen a Dios, y tenemos por virtud, aunque sea ir contra El, no quebrantar esta amistad. ¡Oh ceguedad del mundo! ¡Fuerais Vos servido, Señor, que yo fuera ingratísima contra todo él, y contra Vos no lo fuera un punto! Mas ha sido todo al revés, por mis pecados.

5. Procuré saber e informarme más de personas de su casa. Supe más la perdición, y vi que el pobre no tenía tanta culpa; porque la desventurada de la mujer le tenía puestos hechizos en un idolillo de cobre que le había rogado le trajese por amor de ella al cuello, y éste nadie había sido poderoso de podérsele quitar.

Yo no creo es verdad esto de hechizos determinadamente; mas diré esto que yo vi, para aviso de que se guarden los hombres de mujeres que este trato quieren tener, y crean que, pues pierden la vergüenza a Dios (que ellas más que los hombres son obligadas a tener honestidad), que ninguna cosa de ellas pueden confiar; que a trueco de llevar adelante su voluntad y aquella afición que el demonio les pone, no miran nada. Aunque yo he sido tan ruin, en ninguna de esta suerte yo no caí, ni jamás pretendí hacer mal ni, aunque pudiera, quisiera forzar la voluntad para que me la tuvieran, porque me guardó el Señor de esto; mas si me dejara, hiciera el mal que hacía en lo demás, que de mí ninguna cosa hay que fiar.

6. Pues como supe esto, comencé a mostrarle más amor. Mi intención buena era, la obra mala, pues por hacer bien, por grande que sea, no había de hacer un pequeño mal. Tratábale muy ordinario de Dios. Esto debía aprovecharle, aunque más creo le hizo al caso el quererme mucho; porque, por hacerme placer, me vino a dar el idolillo, el cual hice echar luego en un río.

Quitado éste, comenzó -como quien despierta de un gran sueño- a irse acordando de todo lo que había hecho aquellos años; y espantándose de sí, doliéndose de su perdición, vino a comenzar a aborrecerla. Nuestra Señora le debía ayudar mucho, que era muy devoto de su Concepción, y en aquel día hacía gran fiesta. En fin, dejó del todo de verla y no se hartaba de dar gracias a Dios por haberle dado luz.

A cabo de un año en punto desde el primer día que yo le vi, murió. Y había estado muy en servicio de Dios, porque aquella afición grande que me tenía nunca entendí ser mala, aunque pudiera ser con más puridad; mas también hubo ocasiones para que, si no se tuviera muy delante a Dios, hubiera ofensas suyas más graves. Como he dicho, cosa que yo entendiera era pecado mortal no la hiciera entonces. Y paréceme que le ayudaba a tenerme amor ver esto en mí; que creo todos los hombres deben ser más amigos de mujeres que ven inclinadas a virtud; y aun para lo que acá pretenden deben de ganar con ellos más por aquí, según después diré.

Tengo por cierto está en carrera de salvación. Murió muy bien y muy quitado de aquella ocasión. Parece quiso el Señor que por estos medios se salvase.

7. Estuve en aquel lugar tres meses con grandísimos trabajos, porque la cura fue más recia que pedía mi complexión. A los dos meses, a poder de medicinas, me tenía casi acabada la vida, y el rigor del mal de corazón de que me fui a curar era mucho más recio, que algunas veces me parecía con dientes agudos me asían de él, tanto que se temió era rabia. Con la falta grande de virtud (porque ninguna cosa podía comer, si no era bebida, de grande hastío) calentura muy continua, y tan gastada, porque casi un mes me había dado una purga cada día, estaba tan abrasada, que se me comenzaron a encoger los nervios con dolores tan incomportables, que día ni noche ningún sosiego podía tener. Una tristeza muy profunda.

8. Con esta ganancia me tornó a traer mi padre adonde tornaron a verme médicos. Todos me desahuciaron, que decían sobre todo este mal, decían estaba hética. De esto se me daba a mí poco. Los dolores eran los que me fatigaban, porque eran en un ser desde los pies hasta la cabeza; porque de nervios son intolerables, según decían los médicos, y como todos se encogían, cierto -si yo no lo hubiera por mi culpa perdido- era recio tormento. En esta reciedumbre no estaría más de tres meses, que parecía imposible poderse sufrir tantos males juntos.

Ahora me espanto, y tengo por gran merced del Señor la paciencia que Su Majestad me dio, que se veía claro venir de El. Mucho me aprovechó para tenerla haber leído la historia de Job en los Morales de San Gregorio, que parece previno el Señor con esto, y con haber comenzado a tener oración, para que yo lo pudiese llevar con tanta conformidad. Todas mis pláticas eran con El. Traía muy ordinario estas palabras de Job en el pensamiento y decíalas: Pues recibimos los bienes de la mano del Señor, ¿por qué no sufriremos los males? Esto parece me ponía esfuerzo.

9. Vino la fiesta de nuestra Señora de Agosto, que hasta entonces desde abril había sido el tormento, aunque los tres postreros meses mayor. Di prisa a confesarme, que siempre era muy amiga de confesarme a menudo. Pensaron que era miedo de morirme y, por no me dar pena, mi padre no me dejó. ¡Oh amor de carne demasiado, que aunque sea de tan católico padre y tan avisado – que lo era harto, que no fue ignorancia- me pudiera hacer gran daño! Diome aquella noche un paraxismo que me duró estar sin ningún sentido cuatro días, poco menos. En esto me dieron el Sacramento de la Unción y cada hora o momento pensaban expiraba y no hacían sino decirme el Credo, como si alguna cosa entendiera. Teníanme a veces por tan muerta, que hasta la cera me hallé después en los ojos.

10. La pena de mi padre era grande de no me haber dejado confesar; clamores y oraciones a Dios, muchas. Bendito sea El que quiso oírlas, que teniendo día y medio abierta la sepultura en mi monasterio, esperando el cuerpo allá y hechas las honras en uno de nuestros frailes fuera de aquí, quiso el Señor tornase en mí.

11. Luego me quise confesar. Comulgué con hartas lágrimas; mas a mi parecer que no eran con el sentimiento y pena de sólo haber ofendido a Dios, que bastara para salvarme, si el engaño que traía de los que me habían dicho no eran algunas cosas pecado mortal, que cierto he visto después lo eran, no me aprovechara. Porque los dolores eran incomportables, con que quedé; el sentido poco, aunque la confesión entera, a mi parecer, de todo lo que entendí había ofendido a Dios; que esta merced me hizo Su Majestad, entre otras, que nunca, después que comencé a comulgar, dejé cosa por confesar que yo pensase era pecado, aunque fuese venial, que le dejase de confesar. Mas sin duda me parece que lo iba harto mi salvación si entonces me muriera, por ser los confesores tan poco letrados por una parte, y por otra ser yo ruin, y por muchas.

12. Es verdad, cierto, que me parece estoy con tan gran espanto llegando aquí y viendo cómo parece me resucitó el Señor, que estoy casi temblando entre mí. Paréceme fuera bien, oh ánima mía, que miraras del peligro que el Señor te había librado y, ya que por amor no le dejabas de ofender, lo dejaras por temor que pudiera otras mil veces matarte en estado más peligroso. Creo no añado muchas en decir otras mil, aunque me riña quien me mandó moderase el contar mis pecados, y harto hermoseados van.

Por amor de Dios le pido de mis culpas no quite nada, pues se ve más aquí la magnificencia de Dios y lo que sufre a un alma. Sea bendito para siempre. Plega a Su Majestad que antes me consuma que le deje yo más de querer.
– ir a índice –

CAPÍTULO 6
Trata de lo mucho que debió al Señor en darle conformidad con tan grandes trabajos, y cómo tomó por medianero y abogado al glorioso San José, y lo mucho que le aprovechó.

1. Quedé de estos cuatro días de paroxismo de manera que sólo el Señor puede saber los incomportables tormentos que sentía en mí: la lengua hecha pedazos de mordida; la garganta, de no haber pasado nada y de la gran flaqueza que me ahogaba, que aun el agua no podía pasar; toda me parecía estaba descoyuntada; con grandísimo desatino en la cabeza; toda encogida, hecha un ovillo, porque en esto paró el tormento de aquellos días, sin poderme menear, ni brazo ni pie ni mano ni cabeza, más que si estuviera muerta, si no me meneaban; sólo un dedo me parece podía menear de la mano derecha. Pues llegar a mí no había cómo, porque todo estaba tan lastimado que no lo podía sufrir. En una sábana, una de un cabo y otra de otro, me meneaban.

Esto fue hasta Pascua Florida. Sólo tenía que, si no llegaban a mí, los dolores me cesaban muchas veces y, a cuento de descansar un poco, me contaba por buena, que traía temor me había de faltar la paciencia; y así quedé muy contenta de verme sin tan agudos y continuos dolores, aunque a los recios fríos de cuartanas dobles con que quedé, recísimas, los tenía incomportables; el hastío muy grande.

2. Di luego tan gran prisa de irme al monasterio, que me hice llevar así. A la que esperaban muerta, recibieron con alma; mas el cuerpo peor que muerto, para dar pena verle. El extremo de flaqueza no se puede decir, que solos los huesos tenía ya. Digo que estar así me duró más de ocho meses; el estar tullida, aunque iba mejorando, casi tres años. Cuando comencé a andar a gatas, alababa a Dios. Todos los pasé con gran conformidad y, si no fue estos principios, con gran alegría; porque todo se me hacía nonada comparado con los dolores y tormentos del principio. Estaba muy conforme con la voluntad de Dios, aunque me dejase así siempre.

Paréceme era toda mi ansia de sanar por estar a solas en oración como venía mostrada, porque en la enfermería no había aparejo. Confesábame muy a menudo. Trataba mucho de Dios, de manera que edificaba a todas, y se espantaban de la paciencia que el Señor me daba; porque, a no venir de mano de Su Majestad, parecía imposible poder sufrir tanto mal con tanto contento.

3. Gran cosa fue haberme hecho la merced en la oración que me había hecho, que ésta me hacía entender qué cosa era amarle; porque de aquel poco tiempo vi nuevas en mí esta virtudes, aunque no fuertes, pues no bastaron a sustentarme en justicia: no tratar mal de nadie por poco que fuese, sino lo ordinario era excusar toda murmuración; porque traía muy delante cómo no había de querer ni decir de otra persona lo que no quería dijesen de mí. Tomaba esto en harto extremo para las ocasiones que había, aunque no tan perfectamente que algunas veces, cuando me las daban grandes, en algo no quebrase; mas lo continuo era esto; y así, a las que estaban conmigo y me trataban persuadía tanto a esto, que se quedaron en costumbre. Vínose a entender que adonde yo estaba tenían seguras las espaldas, y en esto estaban con las que yo tenía amistad y deudo, y enseñaba; aunque en otras cosas tengo bien que dar cuenta a Dios del mal ejemplo que les daba.

Plega a Su Majestad me perdone, que de muchos males fui causa, aunque no con tan dañada intención como después sucedía la obra.

4. Quedóme deseo de soledad; amiga de tratar y hablar en Dios, que si yo hallara con quién, más contento y recreación me daba que toda la policía -o grosería, por mejor decir- de la conversación del mundo; comulgar y confesar muy más a menudo, y desearlo; amiguísima de leer buenos libros; un grandísimo arrepentimiento en habiendo ofendido a Dios, que muchas veces me acuerdo que no osaba tener oración, porque temía la grandísima pena que había de sentir de haberle ofendido, como un gran castigo. Esto me fue creciendo después en tanto extremo, que no sé yo a qué compare este tormento. Y no era poco ni mucho por temor jamás, sino como se me acordaba los regalos que el Señor me hacía en la oración y lo mucho que le debía, y veía cuán mal se lo pagaba, no lo podía sufrir, y enojábame en extremo de las muchas lágrimas que por la culpa lloraba, cuando veía mi poca enmienda, que ni bastaban determinaciones ni fatiga en que me veía para no tornar a caer en poniéndome en la ocasión. Parecíanme lágrimas engañosas y parecíame ser después mayor la culpa, porque veía la gran merced que me hacía el Señor en dármelas y tan gran arrepentimiento. Procuraba confesarme con brevedad y, a mi parecer, hacía de mi parte lo que podía para tornar en gracia.

Estaba todo el daño en no quitar de raíz las ocasiones y en los confesores, que me ayudaban poco; que, a decirme en el peligro que andaba y que tenía obligación a no traer aquellos tratos, sin duda creo se remediara; porque en ninguna vía sufriera andar en pecado mortal sólo un día, si yo lo entendiera.

Todas estas señales de temer a Dios me vinieron con la oración, y la mayor era ir envuelto en amor, porque no se me ponía delante el castigo. Todo lo que estuve tan mala, me duró mucha guarda de mi conciencia cuanto a pecados mortales. ¡Oh, válgame Dios, que deseaba yo la salud para más servirle, y fue causa de todo mi daño!

5. Pues como me vi tan tullida y en tan poca edad y cuál me habían parado los médicos de la tierra, determiné acudir a los del cielo para que me sanasen; que todavía deseaba la salud, aunque con mucha alegría lo llevaba, y pensaba algunas veces que, si estando buena me había de condenar, que mejor estaba así; mas todavía pensaba que serviría mucho más a Dios con la salud. Este es nuestro engaño, no nos dejar del todo a lo que el Señor hace, que sabe mejor lo que nos conviene.

6. Comencé a hacer devociones de misas y cosas muy aprobadas de oraciones, que nunca fui amiga de otras devociones que hacen algunas personas, en especial mujeres, con ceremonias que yo no podía sufrir y a ellas les hacía devoción; después se ha dado a entender no convenían, que eran supersticiosas. Y tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra -que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar-, así en el cielo hace cuanto le pide.

Esto han visto otras algunas personas, a quien yo decía se encomendasen a él, también por experiencia; y aun hay muchas que le son devotas de nuevo, experimentando esta verdad.

7. Procuraba yo hacer su fiesta con toda la solemnidad que podía, más llena de vanidad que de espíritu, queriendo se hiciese muy curiosamente y bien, aunque con buen intento. Mas esto tenía malo, si algún bien el Señor me daba gracia que hiciese, que era lleno de imperfecciones y con muchas faltas. Para el mal y curiosidad y vanidad tenía gran maña y diligencia. El Señor me perdone.

Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío.

8. Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso Santo a mí y a otras personas; mas por no hacer más de lo que me mandaron, en muchas cosas seré corta más de lo que quisiera, en otras más larga que era menester; en fin, como quien en todo lo bueno tiene poca discreción. Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción. En especial, personas de oración siempre le habían de ser aficionadas; que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino. Plega al Señor no haya yo errado en atreverme a hablar en él; porque aunque publico serle devota, en los servicios y en imitarle siempre he faltado.

Pues él hizo como quien es en hacer de manera que pudiese levantarme y andar y no estar tullida; y yo como quien soy, en usar mal de esta merced.

9. ¡Quién dijera que había tan presto de caer, después de tantos regalos de Dios, después de haber comenzado Su Majestad a darme virtudes, que ellas mismas me despertaban a servirle, después de haberme visto casi muerta y en tan gran peligro de ir condenada, después de haberme resucitado alma y cuerpo, que todos los que me vieron se espantaban de verme viva! ¡Qué es esto, Señor mío! ¿En tan peligrosa vida hemos de vivir? Que escribiendo esto estoy y me parece que con vuestro favor y por vuestra misericordia podría decir lo que San Pablo, aunque no con esa perfección, que no vivo yo ya sino que Vos, Criador mío, vivís en mí, según ha algunos años que, a lo que puedo entender, me tenéis de vuestra mano y me veo con deseos y determinaciones y en alguna manera probado por experiencia en estos años en muchas cosas, de no hacer cosa contra vuestra voluntad, por pequeña que sea, aunque debo hacer hartas ofensas a Vuestra Majestad sin entenderlo. Y también me parece que no se me ofrecerá cosa por vuestro amor, que con gran determinación me deje de poner a ella, y en algunas me habéis Vos ayudado para que salga con ellas, y no quiero mundo ni cosa de él, ni me parece me da contento cosa que salga de Vos, y lo demás me parece pesada cruz.

Bien me puedo engañar, y así será que no tengo esto que he dicho; mas bien veis Vos, mi Señor, que a lo que puedo entender no miento, y estoy temiendo -y con mucha razón- si me habéis de tornar a dejar; porque ya sé a lo que llega mi fortaleza y poca virtud en no me la estando Vos dando siempre y ayudando para que no os deje; y plega a Vuestra Majestad que aun ahora no esté dejada de Vos, pareciéndome todo esto de mí.

No sé cómo queremos vivir, pues es todo tan incierto. Parecíame a mí, Señor mío, ya imposible dejaros tan del todo a Vos; y como tantas veces os dejé, no puedo dejar de temer, porque, en apartándoos un poco de mí, daba con todo en el suelo.

Bendito seáis por siempre, que aunque os dejaba yo a Vos, no me dejasteis Vos a mí tan del todo, que no me tornase a levantar, con darme Vos siempre la mano; y muchas veces, Señor, no la quería, ni quería entender cómo muchas veces me llamabais de nuevo, como ahora diré.
– ir a índice –

CAPÍTULO 7
Trata por los términos que fue perdiendo las mercedes que el Señor le había hecho, y cuán perdida vida comenzó a tener. – Dice los daños que hay en no ser muy encerrados los monasterios de monjas.

1. Pues así comencé, de pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en vanidad, de ocasión en ocasión, a meterme tanto en muy grandes ocasiones y andar tan estragada mi alma en muchas vanidades, que ya yo tenía vergüenza de en tan particular amistad como es tratar de oración tornarme a llegar a Dios. Y ayudóme a esto que, como crecieron los pecados, comenzóme a faltar el gusto y regalo en las cosas de virtud. Veía yo muy claro, Señor mío, que me faltaba esto a mí por faltaros yo a Vos.

Este fue el más terrible engaño que el demonio me podía hacer debajo de parecer humildad, que comencé a temer de tener oración, de verme tan perdida; y parecíame era mejor andar como los muchos, pues en ser ruin era de los peores, y rezar lo que estaba obligada y vocalmente, que no tener oración mental y tanto trato con Dios la que merecía estar con los demonios, y que engañaba a la gente, porque en lo exterior tenía buenas apariencias.

Y así no es de culpar a la casa adonde estaba, porque con mi maña procuraba me tuviesen en buena opinión, aunque no de advertencia fingiendo cristiandad; porque en esto de hipocresía y vanagloria, gloria a Dios, jamás me acuerdo haberle ofendido que yo entienda; que en viniéndome primer movimiento, me daba tanta pena, que el demonio iba con pérdida y yo quedaba con ganancia, y así en esto muy poco me ha tentado jamás. Por ventura si Dios permitiera me tentara en esto tan recio como en otras cosas, también cayera; mas Su Majestad hasta ahora me ha guardado en esto, sea por siempre bendito; antes me pesaba mucho de que me tuviesen en buena opinión, como yo sabía lo secreto de mí.

2. Este no me tener por tan ruin venía que, como me veían tan moza y en tantas ocasiones y apartarme muchas veces a soledad a rezar y leer, mucho hablar de Dios, amiga de hacer pintar su imagen en muchas partes y de tener oratorio y procurar en él cosas que hiciesen devoción, no decir mal, otras cosas de esta suerte que tenían apariencia de virtud, y yo que de vana me sabía estimar en las cosas que en el mundo se suelen tener por estima, con esto me daban tanta y más libertad que a las muy antiguas y tenían gran seguridad de mí. Porque tomar yo libertad ni hacer cosas sin licencia, digo por agujeros o paredes o de noche, nunca me parece lo pudiera acabar conmigo en monasterio hablar de esta suerte, ni lo hice, porque me tuvo el Señor de su mano. Parecíame a mí -que con advertencia y de propósito miraba muchas cosas- que poner la honra de tantas en aventura, por ser yo ruin, siendo ellas buenas, que era muy mal hecho; como si fuera bien otras cosas que hacía. A la verdad, no iba el mal de tanto acuerdo como esto fuera, aunque era mucho.

3. Por esto me parece a mí me hizo harto daño no estar en monasterio encerrado; porque la libertad que las que eran buenas podían tener con bondad (porque no debían más, que no se prometía clausura), para mí, que soy ruin, hubiérame cierto llevado al infierno, si con tantos remedios y medios el Señor con muy particulares mercedes suyas no me hubiera sacado de este peligro. Y así me parece lo es grandísimo, monasterio de mujeres con libertad, y que más me parece es paso para caminar al infierno las que quisieren ser ruines, que remedio para sus flaquezas.

Esto no se tome por el mío, porque hay tantas que sirven muy de veras y con mucha perfección al Señor, que no puede Su Majestad dejar, según es bueno, de favorecerlas, y no es de los muy abiertos, y en él se guarda toda religión, sino de otros que yo sé y he visto.

4. Digo que me hace gran lástima; que ha menester el Señor hacer particulares llamamientos -y no una vez sino muchas- para que se salven, según están autorizadas las honras y recreaciones del mundo, y tan mal entendido a lo que están obligadas, que plega a Dios no tengan por virtud lo que es pecado, como muchas veces yo lo hacía. Y hay tan gran dificultad en hacerlo entender, que es menester el Señor ponga muy de veras en ello su mano.

Si los padres tomasen mi consejo, ya que no quieran mirar a poner sus hijas adonde vayan camino de salvación sino con más peligro que en el mundo, que lo miren por lo que toca a su honra; y quieran más casarlas muy bajamente, que meterlas en monasterios semejantes, si no son muy bien inclinadas -y plega a Dios aproveche-, o se las tenga en su casa. Porque, si quiere ser ruin, no se podrá encubrir sino poco tiempo, y acá muy mucho, y en fin lo descubre el Señor; y no sólo daña a sí, sino a todas; y a las veces las pobrecitas no tienen culpa, porque se van por lo que hallan; y es lástima de muchas que se quieren apartar del mundo y, pensando que se van a servir al Señor y a apartar de los peligros del mundo, se hallan en diez mundos juntos, que ni saben cómo se valer ni remediar; que la mocedad y sensualidad y demonio las convida e inclina a seguir algunas cosas que son del mismo mundo. Ve allí que lo tienen por bueno, a manera de decir.

Paréceme como los desventurados de los herejes, en parte, que se quieren cegar y hacer entender que es bueno aquello que siguen, y que lo creen así sin creerlo, porque dentro de sí tienen quien les diga que es malo.

5. Oh grandísimo mal, grandísimo mal de religiosos -no digo ahora más mujeres que hombres- adonde no se guarda religión, adonde en un monasterio hay dos caminos: de virtud y religión, y falta de religión, y todos casi se andan por igual; antes mal dije, no por igual, que por nuestros pecados camínase más el más imperfecto; y como hay más de él, es más favorecido. Usase tan poco el de la verdadera religión, que más ha de temer el fraile y la monja que ha de comenzar de veras a seguir del todo su llamamiento a los mismos de su casa, que a todos los demonios; y más cautela y disimulación ha de tener para hablar en la amistad que desea tener con Dios, que en otras amistades y voluntades que el demonio ordena en los monasterios. Y no sé de qué nos espantamos haya tantos males en la Iglesia, pues los que habían de ser los dechados para que todos sacasen virtudes tienen tan borrada la labor que el espíritu de los santos pasados dejaron en las religiones.

Plega a la divina Majestad ponga remedio en ello, como ve que es menester, amén.

6. Pues comenzando yo a tratar estas conversaciones, no me pareciendo – como veía que se usaban- que había de venir a mi alma el daño y distraimiento que después entendí era semejantes tratos, pareciéndome que cosa tan general como es este visitar en muchos monasterios que no me haría a mí más mal que a las otras que yo veía eran buenas -y no miraba que eran muy mejores, y que lo que en mí fue peligro en otras no lo sería tanto, que alguno dudo yo le deja de haber, aunque no sea sino tiempo malgastado-, estando con una persona, bien al principio del conocerla, quiso el Señor darme a entender que no me convenían aquellas amistades, y avisarme y darme luz en tan gran ceguedad: representóseme Cristo delante con mucho rigor, dándome a entender lo que de aquello le pesaba. Vile con los ojos del alma más claramente que le pudiera ver con los del cuerpo, y quedóme tan imprimido, que ha esto más de veinte y seis años y me parece lo tengo presente. Yo quedé muy espantada y turbada, y no quería ver más a con quien estaba.

7. Hízome mucho daño no saber yo que era posible ver nada si no era con los ojos del cuerpo, y el demonio que me ayudó a que lo creyese así y hacerme entender era imposible y que se me había antojado y que podía ser el demonio y otras cosas de esta suerte, puesto que siempre me quedaba un parecerme era Dios y que no era antojo. Mas, como no era a mi gusto, yo me hacía a mí misma desmentir; y yo como no lo osé tratar con nadie y tornó después a haber gran importunación asegurándome que no era mal ver persona semejante ni perdía honra, antes que la ganaba, torné a la misma conversación y aun en otros tiempos a otras, porque fue muchos años los que tomaba esta recreación pestilencial; que no me parecía a mí -como estaba en ello- tan malo como era, aunque a veces claro veía no era bueno; mas ninguna no me hizo el distraimiento que ésta que digo, porque la tuve mucha afición.

8. Estando otra vez con la misma persona, vimos venir hacia nosotros -y otras personas que estaban allí también lo vieron- una cosa a manera de sapo grande, con mucha más ligereza que ellos suelen andar. De la parte que él vino no puedo yo entender pudiese haber semejante sabandija en mitad del día ni nunca la habido, y la operación que hizo en mí me parece no era sin misterio. Y tampoco esto se me olvidó jamás. ¡Oh grandeza de Dios, y con cuánto cuidado y piedad me estábais avisando de todas maneras, y qué poco me aprovechó a mí!

Tenía allí una monja que era mi parienta, antigua y gran sierva de Dios y de mucha religión. Esta también me avisaba algunas veces, y no sólo no la creía, mas disgustábame con ella y parecíame se escandalizaba sin tener por qué.

9. He dicho esto para que se entienda mi maldad y la gran bondad de Dios y cuán merecido tenía el infierno por tan grande ingratitud; y también porque si el Señor ordenare y fuere servido en algún tiempo lea esto alguna monja, escarmienten en mí; y les pido yo por amor de nuestro Señor huyan de semejantes recreaciones. Plega a Su Majestad se desengañe alguna por mí de cuantas he engañado diciéndoles que no era mal y asegurando tan gran peligro con la ceguedad que yo tenía, que de propósito no las quería yo engañar; y por el mal ejemplo que las di -como he dicho- fui causa de hartos males, no pensando hacía tanto mal.

10. Estando yo mala en aquellos primeros días, antes que supiese valerme a mí, me daba grandísimo deseo de aprovechar a los otros; tentación muy ordinaria de los que comienzan, aunque a mí me sucedió bien.

Como quería tanto a mi padre, deseábale con el bien que yo me parecía tenía con tener oración -que me parecía que en esta vida no podía ser mayor que tener oración-, y así por rodeos, como pude, comencé a procurar con él la tuviese. Dile libros para este propósito. Como era tan virtuoso como he dicho, asentóse tan bien en él este ejercicio, que en cinco o seis años -me parece sería- estaba tan adelante, que yo alababa mucho al Señor, y dábame grandísimo consuelo. Eran grandísimos los trabajos que tuvo de muchas maneras. Todos los pasaba con grandísima conformidad. Iba muchas veces a verme, que se consolaba en tratar cosas de Dios.

11. Ya después que yo andaba tan destraída y sin tener oración, como veía pensaba que era la que solía, no lo pude sufrir sin desengañarle; porque estuve un año y más sin tener oración, pareciéndome más humildad. Y ésta, como después diré, fue la mayor tentación que tuve, que por ella me iba a acabar de perder; que con la oración un día ofendía a Dios, y tornaba otros a recogerme y apartarme más de la ocasión.

Como el bendito hombre venía con esto, hacíaseme recio verle tan engañado en que pensase trataba con Dios como solía, y díjele que ya yo no tenía oración, aunque no la causa. Púsele mis enfermedades por inconveniente; que, aunque sané de aquella tan grave, siempre hasta ahora las he tenido y tengo bien grandes, aunque de poco acá no con tanta reciedumbre, mas no se quitan, de muchas maneras. En especial tuve veinte años vómito por las mañanas, que hasta más de mediodía me acaecía no poder desayunarme; algunas veces, más tarde. Después acá que frecuento más a menudo las comuniones, es a la noche, antes que me acueste, con mucha más pena, que tengo yo de procurarle con plumas y otras cosas, porque si lo dejo, es mucho el mal que siento. Y casi nunca estoy, a mi parecer, sin muchos dolores, y algunas veces bien graves, en especial en el corazón, aunque el mal que me tomaba muy continuo es muy de tarde en tarde. Perlesía recia y otras enfermedades de calenturas que solía tener muchas veces, me hallo buena ocho años ha. De estos males se me da ya tan poco, que muchas veces me huelgo, pareciéndome en algo se sirve el Señor.

12. Y mi padre me creyó que era ésta la causa, como él no decía mentira y ya, conforme a lo que yo trataba con él, no la había yo de decir. Díjele, porque mejor lo creyese (que bien veía yo que para esto no había disculpa), que harto hacía en poder servir el coro; y aunque tampoco era causa bastante para dejar cosa que no son menester fuerzas corporales para ella, sino sólo amar y costumbre; que el Señor da siempre oportunidad, si queremos.

Digo «siempre,» que, aunque con ocasiones y aun enfermedad algunos ratos impida para muchos ratos de soledad, no deja de haber otros que hay salud para esto; y en la misma enfermedad y ocasiones es la verdadera oración, cuando es alma que ama, en ofrecer aquello y acordarse por quién lo pasa y conformarse con ello y mil cosas que se ofrecen. Aquí ejercita el amor, que no es por fuerza que ha de haberla cuando hay tiempo de soledad, y lo demás no ser oración. Con un poquito de cuidado, grandes bienes se hallan en el tiempo que con trabajos el Señor nos quita el tiempo de la oración, y así los había yo hallado cuando tenía buena conciencia.

Mas él, con la opinión que tenía de mí y el amor que me tenía, todo me lo creyó; antes me hubo lástima. Mas como él estaba ya en tan subido estado, no estaba después tanto conmigo, sino como me había visto, íbase, que decía era tiempo perdido. Como yo le gastaba en otras vanidades, dábaseme poco.

13. No fue sólo a él, sino a otras algunas personas las que procuré tuviesen oración. Aun andando yo en estas vanidades, como las veía amigas de rezar, las decía cómo tendrían meditación, y les aprovechaba, y dábales libros. Porque este deseo de que otros sirviesen a Dios, desde que comencé oración, como he dicho, le tenía. Parecíame a mí que, ya que yo no servía al Señor como lo entendía, que no se perdiese lo que me había dado Su Majestad a entender, y que le sirviesen otros por mí. Digo esto para que se vea la gran ceguedad en que estaba, que me dejaba perder a mí y procuraba ganar a otros.

14. En este tiempo dio a mi padre la enfermedad de que murió, que duró algunos días. Fuile yo a curar, estando más enferma en el alma que él en el cuerpo, en muchas vanidades, aunque no de manera que -a cuanto entendía- estuviese en pecado mortal en todo este tiempo más perdido que digo; porque entendiéndolo yo, en ninguna manera lo estuviera.

Pasé harto trabajo en su enfermedad. Creo le serví algo de los que él había pasado en las mías. Con estar yo harto mala, me esforzaba, y con que en faltarme él me faltaba todo el bien y regalo, porque en un ser me le hacía, tuve tan gran ánimo para no le mostrar pena y estar hasta que murió como si ninguna cosa sintiera, pareciéndome se arrancaba mi alma cuando veía acabar su vida, porque le quería mucho.

15. Fue cosa para alabar al Señor la muerte que murió y la gana que tenía de morirse, los consejos que nos daba después de haber recibido la Extremaunción, el encargarnos le encomendásemos a Dios y le pidiésemos misericordia para él y que siempre le sirviésemos, que mirásemos se acababa todo. Y con lágrimas nos decía la pena grande que tenía de no haberle él servido, que quisiera ser un fraile, digo, haber sido de los más estrechos que hubiera.

Tengo por muy cierto que quince días antes le dio el Señor a entender no había de vivir; porque antes de éstos, aunque estaba malo, no lo pensaba; después, con tener mucha mejoría y decirlo los médicos, ningún caso hacía de ello, sino entendía en ordenar su alma.

16. Fue su principal mal de un dolor grandísimo de espaldas que jamás se le quitaba. Algunas veces le apretaba tanto, que le congojaba mucho. Díjele yo que, pues era tan devoto de cuando el Señor llevaba la cruz a cuestas, que pensase Su Majestad le quería dar a sentir algo de lo que había pasado con aquel dolor. Consolóse tanto, que me parece nunca más le oí quejar.

Estuvo tres días muy falto el sentido. El día que murió se le tornó el Señor tan entero, que nos espantábamos, y le tuvo hasta que a la mitad del Credo, diciéndole él mismo, expiró. Quedó como un ángel. Así me parecía a mí lo era él -a manera de decir- en alma y disposición, que la tenía muy buena.

No sé para qué he dicho esto, si no es para culpar más mi ruin vida después de haber visto tal muerte y entender tal vida,que por parecerme en algo a tal padre la había yo de mejorar. Decía su confesor -que era dominico, muy gran letrado- que no dudaba de que se iba derecho al cielo, porque había algunos años que le confesaba, y loaba su limpieza de conciencia.

17. Este padre dominico, que era muy bueno y temeroso de Dios, me hizo harto provecho; porque me confesé con él, y tomó a hacer bien a mi alma con cuidado y hacerme entender la perdición que traía. Hacíame comulgar de quince a quince días. Y poco a poco, comenzándole a tratar, tratéle de mi oración. Díjome que no la dejase, que en ninguna manera me podía hacer sino provecho. Comencé a tornar a ella, aunque no a quitarme de las ocasiones, y nunca más la dejé.

Pasaba una vida trabajosísima, porque en la oración entendía más mis faltas. Por una parte me llamaba Dios; por otra, yo seguía al mundo. Dábanme gran contento todas las cosas de Dios; teníanme atada las del mundo. Parece que quería concertar estos dos contrarios -tan enemigo uno de otro- como es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos sensuales. En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración) sin encerrar conmigo mil vanidades.

18. Pasé así muchos años, que ahora me espanto qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración no era ya en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes.

¡Oh, válgame Dios, si hubiera de decir las ocasiones que en estos años Dios me quitaba, y cómo me tornaba yo a meter en ellas, y de los peligros de perder del todo el crédito que me libró! Yo a hacer obras para descubrir la que era, y el Señor encubrir los males y descubrir alguna pequeña virtud, si tenía, y hacerla grande en los ojos de todos, de manera que siempre me tenían en mucho.

Porque aunque algunas veces se traslucían mis vanidades, como veían otras cosas que les parecían buenas, no lo creían.

Y era que había ya visto el Sabedor de todas las cosas que era menester así, para que en las que después he hablado de su servicio me diesen algún crédito, y miraba su soberana largueza, no los grandes pecados, sino los deseos que muchas veces tenía de servirle y la pena por no tener fortaleza en mí para ponerlo por obra.

¡Oh Señor de mi alma! ¡Cómo podré encarecer las mercedes que en estos años me hicisteis! ¡Y cómo en el tiempo que yo más os ofendía, en breve me disponíais con un grandísimo arrepentimiento para que gustase de vuestros regalos y mercedes! A la verdad, tomabais, Rey mío, el más delicado y penoso castigo por medio que para mí podía ser, como quien bien entendía lo que me había de ser más penoso. Con regalos grandes castigábais mis delitos.

19. Y no creo digo desatino, aunque sería bien que estuviese desatinada tornando a la memoria ahora de nuevo mi ingratitud y maldad.

Era tan más penoso para mi condición recibir mercedes, cuando había caído en graves culpas, que recibir castigos, que una de ellas me parece, cierto, me deshacía y confundía más y fatigaba, que muchas enfermedades con otros trabajos hartos, juntas. Porque lo postrero veía lo merecía y parecíame pagaba algo de mis pecados, aunque todo era poco, según ellos eran muchos; mas verme recibir de nuevo mercedes, pagando tan mal las recibidas, es un género de tormento para mí terrible, y creo para todos los que tuvieren algún conocimiento o amor de Dios, y esto por una condición virtuosa lo podemos acá sacar. Aquí eran mis lágrimas y mi enojo de ver lo que sentía, viéndome de suerte que estaba en víspera de tornar a caer, aunque mis determinaciones y deseos entonces -por aquel rato, digo- estaban firmes.

20. Gran mal es un alma sola entre tantos peligros. Paréceme a mí que si yo tuviera con quién tratar todo esto, que me ayudara a no tornar a caer, siquiera por vergüenza, ya que no la tenía de Dios. Por eso, aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse unos a otros con sus oraciones, ¡cuánto más que hay muchas más ganancias! Y no sé yo por qué (pues de conversaciones y voluntades humanas, aunque no sean muy buenas se procuran amigos con quien descansar, y para más gozar de contar aquellos placeres vanos) no se ha de permitir que quien comenzare de veras a amar a Dios y a servirle, deje de tratar con algunas personas sus placeres y trabajos, que de todo tienen los que tienen oración.

21. Porque si es de verdad la amistad que quiere tener con Su Majestad, no haya miedo de vanagloria; y cuando el primer movimiento le acometa, salga de ello con mérito. Y creo que el que tratando con esta intención lo tratare, que aprovechará a sí y a los que le oyeren y saldrá más enseñado; aun sin entender cómo, enseñará a sus amigos.

El que de hablar en esto tuviere vanagloria, también la tendrá en oír misa con devoción, si le ven, y en hacer otras cosas que, so pena de no ser cristiano, las ha de hacer y no se han de dejar por miedo de vanagloria.

Pues es tan importantísimo esto para almas que no están fortalecidas en virtud -como tienen tantos contrarios, y amigos para incitar al mal- que no sé cómo lo encarecer. Paréceme que el demonio ha usado de este ardid como cosa que muy mucho le importa: que se escondan tanto de que se entienda que de veras quieren procurar amar y contentar a Dios, como ha incitado se descubran otras voluntades malhonestas, con ser tan usadas, que ya parece se toma por gala y se publican las ofensas que en este caso se hacen a Dios.

22. No sé si digo desatinos. Si lo son, vuestra merced los rompa; y si no lo son, le suplico ayude a mi simpleza con añadir aquí mucho. Porque andan ya las cosas del servicio de Dios tan flacas, que es menester hacerse espaldas unos a otros los que le sirven para ir adelante, según se tiene por bueno andar en las vanidades y contentos del mundo. Y para estos hay pocos ojos; y si uno comienza a darse a Dios, hay tantos que murmuren, que es menester buscar compañía para defenderse, hasta que ya estén fuertes en no les pesar de padecer; y si no, veránse en mucho aprieto.

Paréceme que por esto debían usar algunos santos irse a los desiertos; y es un género de humildad no fiar de sí, sino creer que para aquellos con quien conversa le ayudará Dios, y crece la caridad con ser comunicada, y hay mil bienes que no los osaría decir, si no tuviese gran experiencia de lo mucho que va en esto.

Verdad es que yo soy más flaca y ruin que todos los nacidos; mas creo no perderá quien, humillándose, aunque sea fuerte, no lo crea de sí, y creyere en esto a quien tiene experiencia. De mí sé decir que, si el Señor no me descubriera esta verdad y diera medios para que yo muy ordinario tratara con personas que tienen oración, que cayendo y levantando iba a dar de ojos en el infierno. Porque para caer había muchos amigos que me ayudasen; para levantarme hallábame tan sola, que ahora me espanto cómo no me estaba siempre caída, y alabo la misericordia de Dios, que era sólo el que me daba la mano. Sea bendito por siempre jamás, amén.
– ir a índice –

CAPÍTULO 8
Trata del gran bien que le hizo no se apartar del todo de la oración para no perder el alma, y cuán excelente remedio es para ganar lo perdido. – Persuade a que todos la tengan. – Dice cómo es tan gran ganancia y que, aunque la tornen a dejar, es gran bien usar algún tiempo de tan gran bien.

1. No sin causa he ponderado tanto este tiempo de mi vida, que bien veo no dará a nadie gusto ver cosa tan ruin; que, cierto, querría me aborreciesen los que esto leyesen, de ver un alma tan pertinaz e ingrata con quien tantas mercedes le ha hecho. Y quisiera tener licencia para decir las muchas veces que en este tiempo falté a Dios.

2. Por estar arrimada a esta fuerte columna de la oración, pasé este mar tempestuoso casi veinte años, con estas caídas y con levantarme y mal -pues tornaba a caer- y en vida tan baja de perfección, que ningún caso casi hacía de pecados veniales, y los mortales, aunque los temía, no como había de ser, pues no me apartaba de los peligros. Sé decir que es una de las vidas penosas que me parece se puede imaginar; porque ni yo gozaba de Dios ni traía contento en el mundo. Cuando estaba en los contentos del mundo, en acordarme lo que debía a Dios era con pena; cuando estaba con Dios, las aficiones del mundo me desasosegaban. Ello es una guerra tan penosa, que no sé cómo un mes la pude sufrir, cuánto más tantos años. Con todo, veo claro la gran misericordia que el Señor hizo conmigo: ya que había de tratar en el mundo, que tuviese ánimo para tener oración. Digo ánimo, porque no sé yo para qué cosa de cuantas hay en él es menester mayor, que tratar traición al rey y saber que lo sabe y nunca se le quitar de delante. Porque, puesto que siempre estamos delante de Dios, paréceme a mí es de otra manera los que tratan de oración, porque están viendo que los mira; que los demás podrá ser estén algunos días que aun no se acuerden que los ve Dios.

3. Verdad es que en estos años hubo muchos meses, y creo alguna vez año, que me guardaba de ofender al Señor y me daba mucho a la oración y hacía algunas y hartas diligencias para no le venir a ofender. Porque va todo lo que escribo dicho con toda verdad, trato ahora esto. Mas acuérdaseme poco de estos días buenos, y así debían ser pocos, y mucho de los ruines. Ratos grandes de oración pocos días se pasaban sin tenerlos, si no era estar muy mala o muy ocupada. Cuando estaba mala, estaba mejor con Dios; procuraba que las personas que trataban conmigo lo estuviesen, y suplicábalo al Señor; hablaba muchas veces en El.

Así que, si no fue el año que tengo dicho, en veinte y ocho que ha que comencé oración, más de los dieciocho pasé esta batalla y contienda de tratar con Dios y con el mundo. Los demás que ahora me quedan por decir, mudóse la causa de la guerra, aunque no ha sido pequeña; mas con estar, a lo que pienso, en servicio de Dios y con conocimiento de la vanidad que es el mundo, todo ha sido suave, como diré después.

4. Pues para lo que he tanto contado esto es, como he ya dicho, para que se vea la misericordia de Dios y mi ingratitud; lo otro, para que se entienda el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone para tener oración con voluntad, aunque no esté tan dispuesta como es menester, y cómo si en ella persevera, por pecados y tentaciones y caídas de mil manera que ponga el demonio, en fin tengo por cierto la saca el Señor a puerto de salvación, como -a lo que ahora parece- me ha sacado a mí. Plega a Su Majestad no me torne yo a perder.

5. El bien que tiene quien se ejercita en oración hay muchos santos y buenos que lo han escrito, digo oración mental: ¡gloria sea a Dios por ello! Y cuando no fuera esto, aunque soy poco humilde, no tan soberbia que en esto osara hablar.

De lo que yo tengo experiencia puedo decir, y es que por males que haga quien la ha comenzado, no la deje, pues es el medio por donde puede tornarse a remediar, y sin ella será muy más dificultoso. Y no le tiente el demonio por la manera que a mí, a dejarla por humildad; crea que no pueden faltar sus palabras, que en arrepintiéndonos de veras y determinándose a no le ofender, se torna a la amistad que estaba y hacer las mercedes que antes hacía y a las veces mucho más si el arrepentimiento lo merece.

Y quien no la ha comenzado, por amor del Señor le ruego yo no carezca de tanto bien. No hay aquí que temer, sino que desear; porque, cuando no fuere adelante y se esforzare a ser perfecto, que merezca los gustos y regalos que a estos da Dios, a poco ganar irá entendiendo el camino para el cielo; y si persevera, espero yo en la misericordia de Dios, que nadie le tomó por amigo que no se lo pagase; que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama. Y si vos aún no le amáis (porque, para ser verdadero el amor y que dure la amistad, hanse de encontrar las condiciones: la del Señor ya se sabe que no puede tener falta, la nuestra es ser viciosa, sensual, ingrata), no podéis acabar con vos de amarle tanto, porque no es de vuestra condición; mas viendo lo mucho que os va en tener su amistad y lo mucho que os ama, pasáis por esta pena de estar mucho con quien es tan diferente de vos.

6. ¡Oh bondad infinita de mi Dios, que me parece os veo y me veo de esta suerte! ¡Oh regalo de los ángeles, que toda me querría, cuando esto veo, deshacer en amaros! ¡Cuán cierto es sufrir Vos a quien os sufre que estéis con él! ¡Oh, qué buen amigo hacéis, Señor mío! ¡Cómo le vais regalando y sufriendo, y esperáis a que se haga a vuestra condición y tan de mientras le sufrís Vos la suya! ¡Tomáis en cuenta, mi Señor, los ratos que os quiere, y con un punto de arrepentimiento olvidáis lo que os ha ofendido!. He visto esto claro por mí, y no veo, Criador mío, por qué todo el mundo no se procure llegar a Vos por esta particular amistad: los malos, que no son de vuestra condición, para que nos hagáis buenos con que os sufran estéis con ellos siquiera dos horas cada día, aunque ellos no estén con Vos sino con mil revueltas de cuidados y pensamientos de mundo, como yo hacía. Por esta fuerza que se hacen a querer estar en tan buena compañía, miráis que en esto a los principios no pueden más, ni después algunas veces; forzáis vos, Señor, los demonios para que no los acometan y que cada día tengan menos fuerza contra ellos, y dáisselas a ellos para vencer.

Sí, que no matáis a nadie -¡Vida de todas las vidas!- de los que se fían de Vos y de los que os quieren por amigo; sino sustentáis la vida del cuerpo con más salud y dáisla al alma. No entiendo esto que temen los que temen comenzar oración mental, ni sé de qué han miedo. Bien hace de ponerle el demonio para hacernos él de verdad mal, si con miedos me hace no piense en lo que he ofendido a Dios y en lo mucho que le debo y en que hay infierno y hay gloria y en los grandes trabajos y dolores que pasó por mí.

7. Esta fue toda mi oración y ha sido cuando anduve en estos peligros, y aquí era mi pensar cuando podía; y muy muchas veces, algunos años, tenía más cuenta con desear se acabase la hora que tenía por mí de estar, y escuchar cuándo daba el reloj, que no en otras cosas buenas; y hartas veces no sé qué penitencia grave se me pusiera delante que no la acometiera de mejor gana que recogerme a tener oración.

Y es cierto que era tan incomportable la fuerza que el demonio me hacía o mi ruin costumbre que no fuese a la oración, y la tristeza que me daba en entrando en el oratorio, que era menester ayudarme de todo mi ánimo (que dicen no le tengo pequeño y se ha visto me le dio Dios harto más que de mujer, sino que le he empleado mal) para forzarme, y en fin me ayudaba el Señor.

Y después que me había hecho esta fuerza, me hallaba con más quietud y regalo que algunas veces que tenía deseo de rezar.

8. Pues si a cosa tan ruin como yo tanto tiempo sufrió el Señor, y se ve claro que por aquí se remediaron todos mis males, ¿qué persona, por malo que sea, podrá temer? Porque por mucho que lo sea, no lo será tantos años después de haber recibido tantas mercedes del Señor. Ni ¿quién podrá desconfiar, pues a mí tanto me sufrió, sólo porque deseaba y procuraba algún lugar y tiempo para que estuviese conmigo, y esto muchas veces sin voluntad, por gran fuerza que me hacía o me la hacía el mismo Señor? Pues si a los que no le sirven sino que le ofenden les está tan bien la oración y les es tan necesaria, y no puede nadie hallar con verdad daño que pueda hacer, que no fuera mayor el no tenerla, los que sirven a Dios y le quieren servir ¿por qué lo han de dejar? Por cierto, si no es por pasar con más trabajo los trabajos de la vida, yo no lo puedo entender, y por cerrar a Dios la puerta para que en ella no les dé contento. Cierto, los he lástima, que a su costa sirven a Dios; porque a los que tratan la oración el mismo Señor les hace la costa, pues por un poco de trabajo da gusto para que con él se pasen los trabajos.

9. Porque de estos gustos que el Señor da a los que perseveran en la oración se tratará mucho, no digo aquí nada. Sólo digo que para estas mercedes tan grandes que me ha hecho a mí, es la puerta la oración. Cerrada ésta, no sé cómo las hará; porque, aunque quiera entrar a regalarse con un alma y regalarla, no hay por dónde, que la quiere sola y limpia y con gana de recibirlos. Si le ponemos muchos tropiezos y no ponemos nada en quitarlos, ¿cómo ha de venir a nosotros? ¡Y queremos nos haga Dios grandes mercedes!

10. Para que vean su misericordia y el gran bien que fue para mí no haber dejada la oración y lección, diré aquí -pues va tanto en entender- la batería que da el demonio a un alma para ganarla, y el artificio y misericordia con que el Señor procura tornarla a Sí, y se guarden de los peligros que yo no me guardé. Y sobre todo, por amor de nuestro Señor y por el grande amor con que anda granjeando tornarnos a Sí, pido yo se guarden de las ocasiones; porque, puestos en ellas, no hay que fiar donde tantos enemigos nos combaten y tantas flaquezas hay en nosotros para defendernos.

11. Quisiera yo saber figurar la cautividad que en estos tiempos traía mi alma, porque bien entendía yo que lo estaba, y no acababa de entender en qué ni podía creer del todo que lo que los confesores no me agraviaban tanto, fuese tan malo como yo lo sentía en mi alma. Díjome uno, yendo yo a él con escrúpulo, que aunque tuviese subida contemplación, no me eran inconveniente semejantes ocasiones y tratos. Esto era ya a la postre, que yo iba con el favor de Dios apartándome más de los peligros grandes; mas no me quitaba del todo de la ocasión. Como me veían con buenos deseos y ocupación de oración, parecíales hacía mucho; mas entendía mi alma que no era hacer lo que era obligada por quien debía tanto. Lástima la tengo ahora de lo mucho que pasó y el poco socorro que de ninguna parte tenía, sino de Dios, y la mucha salida que le daban para sus pasatiempos y contentos con decir eran lícitos.

12. Pues el tormento en los sermones no era pequeño, y era aficionadísima a ellos, de manera que si veía a alguno predicar con espíritu y bien, un amor particular le cobraba, sin procurarle yo, que no sé quién me le ponía. Casi nunca me parecía tan mal sermón, que no le oyese de buena gana, aunque al dicho de los que le oían no predicase bien. Si era bueno, érame muy particular recreación. De hablar de Dios u oír de El casi nunca me cansaba, y esto después que comencé oración. Por un cabo tenía gran consuelo en los sermones, por otro me atormentaba, porque allí entendía yo que no era la que había de ser, con mucha parte.

13. Suplicaba al Señor me ayudase; mas debía faltar -a lo que ahora me parece- de no poner en todo la confianza en Su Majestad y perderla de todo punto de mí. Buscaba remedio; hacía diligencias; mas no debía entender que todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la confianza de nosotros, no la ponemos en Dios. Deseaba vivir, que bien entendía que no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte, y no había quien me diese vida, y no la podía yo tomar; y quien me la podía dar tenía razón de no socorrerme, pues tantas veces me había tornado a Sí y yo dejádole.
– ir a índice –

CAPÍTULO 9
Trata por qué términos comenzó el Señor a despertar su alma y darla luz en tan grandes tinieblas y a fortalecer sus virtudes para no ofenderle.

1. Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle.

2. Era yo muy devota de la gloriosa Magdalena y muy muchas veces pensaba en su conversión, en especial cuando comulgaba, que como sabía estaba allí cierto el Señor dentro de mí, poníame a sus pies, pareciéndome no eran de desechar mis lágrimas. Y no sabía lo que decía, que harto hacía quien por sí me las consentía derramar, pues tan presto se me olvidaba aquel sentimiento. Y encomendábame a aquesta gloriosa Santa para que me alcanzase perdón.

3. Mas esta postrera vez de esta imagen que digo, me parece me aprovechó más, porque estaba ya muy desconfiada de mí y ponía toda mi confianza en Dios. Paréceme le dije entonces que no me había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba. Creo cierto me aprovechó, porque fui mejorando mucho desde entonces.

4. Tenía este modo de oración: que, como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí, y hallábame mejor -a mi parecer- de las partes adonde le veía más solo. Parecíame a mí que, estando solo y afligido, como persona necesitada me había de admitir a mí. De estas simplicidades tenía muchas. En especial me hallaba muy bien en la oración del Huerto. Allí era mi acompañarle. Pensaba en aquel sudor y aflicción que allí había tenido, si podía. Deseaba limpiarle aquel tan penoso sudor. Mas acuérdome que jamás osaba determinarme a hacerlo, como se me representaban mis pecados tan graves. Estábame allí lo más que me dejaban mis pensamientos con El, porque eran muchos los que me atormentaban.

Muchos años, las más noches antes que me durmiese, cuando para dormir me encomendaba a Dios, siempre pensaba un poco en este paso de la oración del Huerto, aun desde que no era monja, porque me dijeron se ganaban muchos perdones. Y tengo para mí que por aquí ganó muy mucho mi alma, porque comencé a tener oración sin saber qué era, y ya la costumbre tan ordinaria me hacía no dejar esto, como el no dejar de santiguarme para dormir.

5. Pues tornando a lo que decía del tormento que me daban los pensamientos, esto tiene este modo de proceder sin discurso del entendimiento, que el alma ha de estar muy ganada o perdida, digo perdida la consideración. En aprovechando, aprovecha mucho, porque es en amar. Mas para llegar aquí es muy a su costa, salvo a personas que quiere el Señor muy en breve llegarlas a oración de quietud, que yo conozco a algunas. Para las que van por aquí es bueno un libro para presto recogerse. Aprovechábame a mí también ver campo o agua, flores. En estas cosas hallaba yo memoria del Criador, digo que me despertaban y recogían y servían de libro; y en mi ingratitud y pecados. En cosas del cielo ni en cosas subidas, era mi entendimiento tan grosero que jamás por jamás las pude imaginar, hasta que por otro modo el Señor me las representó.

6. Tenía tan poca habilidad para con el entendimiento representar cosas, que si no era lo que veía, no me aprovechaba nada de mi imaginación, como hacen otras personas que pueden hacer representaciones adonde se recogen. Yo sólo podía pensar en Cristo como hombre. Mas es así que jamás le pude representar en mí, por más que leía su hermosura y veía imágenes, sino como quien está ciego o a oscuras, que aunque habla con una persona y ve que está con ella porque sabe cierto que está allí (digo que entiende y cree que está allí, mas no la ve), de esta manera me acaecía a mí cuando pensaba en nuestro Señor. A esta causa era tan amiga de imágenes. ¡Desventurados de los que por su culpa pierden este bien! Bien parece que no aman al Señor, porque si ld amaran, holgáranse de ver su retrato, como acá aun da contento ver el de quien se quiere bien.

7. En este tiempo me dieron las Confesiones de San Agustín, que parece el Señor lo ordenó, porque yo no las procuré ni nunca las había visto. Yo soy muy aficionada a San Agustín, porque el monasterio adonde estuve seglar era de su Orden y también por haber sido pecador, que en los santos que después de serlo el Señor tornó a Sí hallaba yo mucho consuelo, pareciéndome en ellos había de hallar ayuda y que como los había el Señor perdonado, podía hacer a mí; salvo que una cosa me desconsolaba, como he dicho, que a ellos sola una vez los había el Señor llamado y no tornaban a caer, y a mí eran ya tantas, que esto me fatigaba. Mas considerando en el amor que me tenía, tornaba a animarme, que de su misericordia jamás desconfié. De mí muchas veces.

¡Oh, válgame Dios, cómo me espanta la reciedumbre que tuvo mi alma, con tener tantas ayudas de Dios! Háceme estar temerosa lo poco que podía conmigo y cuán atada me veía para no me determinar a darme del todo a Dios.

8. Como comencé a leer las Confesiones, paréceme me veía yo allí. Comencé a encomendarme mucho a este glorioso Santo. Cuando llegué a su conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto, no me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi corazón. Estuve por gran rato que toda me deshacía en lágrimas, y entre mí misma con gran aflicción y fatiga.

¡Oh, qué sufre un alma, válgame Dios, por perder la libertad que había de tener de ser señora, y qué de tormentos padece! Yo me admiro ahora cómo podía vivir en tanto tormento. Sea Dios alabado, que me dio vida para salir de muerte tan mortal.

9. Paréceme que ganó grandes fuerzas mi alma de la divina Majestad, y que debía oír mis clamores y haber lástima de tantas lágrimas. Comenzóme a crecer la afición de estar más tiempo con El y a quitarme de los ojos las ocasiones, porque, quitadas, luego me volvía a amar a Su Majestad; que bien entendía yo, a mi parecer, le amaba, mas no entendía en qué está el amar de veras a Dios como lo había de entender. No me parece acababa yo de disponerme a quererle servir, cuando Su Majestad me comenzaba a tornar a regalar. No parece sino que lo que otros procuran con gran trabajo adquirir, granjeaba el Señor conmigo que yo lo quisiese recibir, que era ya en estos postreros años darme gustos y regalos. Suplicar yo me los diese, ni ternura de devoción, jamás a ello me atreví; sólo le pedía me diese gracia para que no le ofendiese, y me perdonase mis grandes pecados. Como los veía tan grandes, aun desear regalos ni gustos nunca de advertencia osaba. Harto me parece hacía su piedad, y con verdad hacía mucha misericordia conmigo en consentirme delante de sí y traerme a su presencia; que veía yo, si tanto El no lo procurara, no viniera.

Sola una vez en mi vida me acuerdo pedirle gustos, estando con mucha sequedad; y como advertí lo que hacía, quedé tan confusa que la misma fatiga de verme tan poco humilde me dio lo que me había atrevido a pedir. Bien sabía yo era lícito pedirla, mas parecíame a mí que lo es a los que están dispuestos con haber procurado lo que es verdadera devoción con todas sus fuerzas, que es no ofender a Dios y estar dispuestos y determinados para todo bien. Parecíame que aquellas mis lágrimas eran mujeriles y sin fuerza, pues no alcanzaba con ellas lo que deseaba.

10. Pues con todo, creo me valieron; porque, como digo, en especial después de estas dos veces de tan gran compunción de ellas y fatiga de mi corazón, comencé más a darme a oración y a tratar menos en cosas que me dañasen, aunque aún no las dejaba del todo, sino -como digo- fueme ayudando Dios a desviarme. Como no estaba Su Majestad esperando sino algún aparejo en mí, fueron creciendo las mercedes espirituales de la manera que diré; cosa no usada darlas el Señor, sino a los que están en más limpieza de conciencia.
– ir a índice –

CAPÍTULO 10
Comienza a declarar las mercedes que el Señor la hacía en la oración, y en lo que nos podemos nosotros ayudar, y lo mucho que importa que entendamos las mercedes que el Señor nos hace. – Pide a quien esto envía que de aquí adelante sea secreto lo que escribiere, pues la mandan diga tan particularmente las mercedes que la hace el Señor.

1. Tenía yo algunas veces, como he dicho, aunque con mucha brevedad pasaba, comienzo de lo que ahora diré: acaecíame en esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo, que he dicho, y aun algunas veces leyendo, venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en El.

Esto no era manera de visión; creo lo llaman mística teología. Suspende el alma de suerte, que toda parecía estar fuera de sí: ama la voluntad, la memoria me parece está casi perdida, el entendimiento no discurre, a mi parecer, mas no se pierde; mas, como digo, no obra, sino está como espantado de lo mucho que entiende, porque quiere Dios entienda que de aquello que Su Majestad le representa ninguna cosa entiende.

2. Primero había tenido muy continuo una ternura, que en parte algo de ella me parece se puede procurar: un regalo, que ni bien es todo sensual ni bien espiritual. Todo es dado de Dios; mas parece para esto nos podemos mucho ayudar con considerar nuestra bajeza y la ingratitud que tenemos con Dios, lo mucho que hizo por nosotros, su Pasión con tan graves dolores, su vida tan afligida; en deleitarnos de ver sus obras, su grandeza, lo que nos ama, otras muchas cosas, que quien con cuidado quiera aprovechar tropieza muchas veces en ellas, aunque no ande con mucha advertencia. Si con esto hay algún amor, regálase el alma, enternécese el corazón, vienen lágrimas; algunas veces parece las sacamos por fuerza, otras el Señor parece nos la hace para no podernos resistir. Parece nos paga Su Majestad aquel cuidadito con un don tan grande como es el consuelo que da a un alma ver que llora por tan gran Señor; y no me espanto, que le sobra la razón de consolarse: regálase allí, huélgase allí.

3. Paréceme bien esta comparación que ahora se me ofrece: que son estos gozos de oración como deben ser los que están en el cielo, que como no han visto más de lo que el Señor, conforme a lo que merecen, quiere que vean, y ven sus pocos méritos, cada uno está contento con el lugar en que está, con haber tan grandísima diferencia de gozar a gozar en el cielo, mucho más que acá hay de unos gozos espirituales a otros, que es grandísima. Y verdaderamente un alma en sus principios, cuando Dios la hace esta merced, ya casi le parece no hay más que desear, y se da por bien pagada de todo cuanto ha servido. Y sóbrale la razón, que una lágrima de éstas que, como digo, casi nos las procuramos -aunque sin Dios no se hace cosa-, no me parece a mí que con todos los trabajos del mundo se puede comprar, porque se gana mucho con ellas; y ¿qué más ganancia que tener algún testimonio que contentamos a Dios?

4. Así que quien aquí llegare, alábele mucho, conózcase por muy deudor; porque ya parece le quiere para su casa y escogido para su reino, si no torna atrás. No cure de unas humildades que hay, de que pienso tratar, que les parece humildad no entender que el Señor les va dando dones. Entendamos bien, bien, como ello es, que nos los da Dios sin ningún merecimiento nuestro, y agradezcámoslo a Su Majestad; porque si no conocemos que recibimos, no despertamos a amar.

Y es cosa muy cierta que mientras más vemos estamos ricos, sobre conocer somos pobres, más aprovechamiento nos viene y aun más verdadera humildad. Lo demás es acobardar el ánimo a parecer que no es capaz de grandes bienes, si en comenzando el Señor a dárselos comienza él a atemorizarse con miedo de vanagloria. Creamos que quien nos da los bienes, nos dará gracia para que, en comenzando el demonio a tentarle en este caso, lo entienda, y fortaleza para resistir; digo, si andamos con llaneza delante de Dios, pretendiendo contentar sólo a El y no a los hombres.

5. Es cosa muy clara que amamos más a una persona cuando mucho se nos acuerda las buenas obras que nos hace. Pues si es lícito y tan meritorio que siempre tengamos memoria que tenemos de Dios el ser y que nos crió de nonada y que nos sustenta y todos los demás beneficios de su muerte y trabajos, que mucho antes que nos criase los tenía hechos por cada uno de los que ahora viven, ¿por qué no será lícito que entienda yo y vea y considere muchas veces que solía hablar en vanidades, y que ahora me ha dado el Señor que no querría sino hablar sino en El? He aquí una joya que, acordándonos que es dada y ya la poseemos, forzado convida a amar, que es todo el bien de la oración fundada sobre humildad. Pues ¿qué será cuando vean en su poder otras joyas más preciosas, como tienen ya recibidas algunos siervos de Dios, de menosprecio de mundo, y aun de sí mismos? Está claro que se han de tener por más deudores y más obligados a servir, y entender que no teníamos nada de esto, y a conocer la largueza del Señor, que a un alma tan pobre y ruin y de ningún merecimiento como la mía, que bastaba la primera joya de éstas y sobraba para mí, quiso hacerme con más riquezas que yo supiera desear.

6. Es menester sacar fuerzas de nuevo para servir y procurar no ser ingratos; porque con esa condición las da el Señor, que si no usamos bien del tesoro y del gran estado en que pone, nos lo tornará a tomar y quedarnos hemos muy más pobres, y dará Su Majestad las joyas a quien luzca y aproveche con ellas a sí y a los otros.

Pues ¿cómo aprovechará y gastará con largueza el que no entiende que está rico? Es imposible conforme a nuestra naturaleza -a mi parecer- tener ánimo para cosas grandes quien no entiende está favorecido de Dios. Porque somos tan miserables y tan inclinados a cosas de tierra, que mal podrá aborrecer todo lo de acá de hecho con gran desasimiento quien no entiende tiene alguna prenda de lo de allá. Porque con estos dones es adonde el Señor nos da la fortaleza que por nuestros pecados nosotros perdimos. Y mal deseará se descontenten todos de él y le aborrezcan y todas las demás virtudes grandes que tienen los perfectos, si no tiene alguna prenda del amor que Dios le tiene, y juntamente fe viva. Porque es tan muerto nuestro natural, que nos vamos a lo que presente vemos; y así estos mismos favores son los que despiertan la fe y la fortalecen.

7. Ya puede ser que yo, como soy tan ruin, juzgo por mí, que otros habrá que no hayan menester más de la verdad de la fe para hacer obras muy perfectas, que yo, como miserable, todo lo he habido menester.

Estos, ellos lo dirán. Yo digo lo que ha pasado por mí, como me lo mandan. Y si no fuere bien, romperálo a quien lo envío, que sabrá mejor entender lo que va mal que yo; a quien suplico por amor del Señor, lo que he dicho hasta aquí de mi ruin vida y pecados lo publiquen. Desde ahora doy licencia, y a todos mis confesores, que así lo es a quien esto va. Y si quisieren, luego en mi vida; porque no engañe más el mundo, que piensan hay en mí algún bien. Y cierto cierto, con verdad digo, a lo que ahora entiendo de mí, que me dará gran consuelo.

8. Para lo que de aquí adelante dijere, no se la doy. Ni quiero, si a alguien lo mostraren, digan quién es por quien pasó ni quién lo escribió; que por esto no me nombro ni a nadie, sino escribirlo he todo lo mejor que pueda para no ser conocida, y así lo pido por amor de Dios. Bastan personas tan letradas y graves para autorizar alguna cosa buena, si el Señor me diere gracia para decirla, que si lo fuere, será suya y no mía, porque yo sin letras ni buena vida ni ser informada de letrado ni de persona ninguna (porque solos los que me lo mandan escribir saben que lo escribo, y al presente no están aquí) y casi hurtando el tiempo, y con pena porque me estorbo de hilar, por estar en casa pobre y con hartas ocupaciones. Así que, aunque el Señor me diera más habilidad y memoria, que aun con ésta me pudiera aprovechar de lo que he oído o leído, es poquísima la que tengo; así que si algo bueno dijere, lo quiere el Señor para algún bien; lo que fuere malo será de mí, y vuestra merced lo quitará.

Para lo uno ni para lo otro, ningún provecho tiene decir mi nombre: en vida está claro que no se ha de decir de lo bueno; en muerte no hay para qué, sino para que pierda la autoridad el bien, y no la dar ningún crédito, por ser dicho de persona tan baja y tan ruin.

Y por pensar vuestra merced hará esto que por amor del Señor le pido y los demás que lo han de ver, escribo con libertad; de otra manera sería con gran escrúpulo, fuera de decir mis pecados, que para esto ninguno tengo; para lo demás basta ser mujer para caérseme las alas, cuánto más mujer y ruin.

Y así lo que fuere más de decir simplemente el discurso de mi vida, tome vuestra merced para sí -pues tanto me ha importunado escriba alguna declaración de las mercedes que me hace Dios en la oración-, si fuere conforme a las verdades de nuestra santa fe católica; y si no, vuestra merced lo queme luego, que yo a esto me sujeto. Y diré lo que pasa por mí, para que, cuando sea conforme a esto, podrá hacer a vuestra merced algún provecho; y si no, desengañará mi alma, para que no gane el demonio adonde me parece gano yo; que ya sabe el Señor, como después diré, que siempre he procurado buscar quién me dé luz.

9. Por claro que yo quiera decir estas cosas de oración, será bien oscuro para quien no tuviere experiencia. Algunos impedimentos diré, que a mi entender lo son para ir adelante en este camino, y otras cosas en que hay peligro, de lo que el Señor me ha enseñado por experiencia y después tratádolo yo con grandes letrados y personas espirituales de muchos años, y ven que en solos veinte y siete años que ha que tengo oración, me ha dado Su Majestad la experiencia -con andar en tantos tropiezos y tan mal este camino- que a otros en cuarenta y siete y en treinta y siete, que con penitencia y siempre virtud han caminado por él.

Sea bendito por todo y sírvase de mí, por quien Su Majestad es, que bien sabe mi Señor que no pretendo otra cosa en esto, sino que sea alabado y engrandecido un poquito de ver que en un muladar tan sucio y de mal olor hiciese huerto de tan suaves flores. Plega a Su Majestad que por mi culpa no las torne yo a arrancar y se torne a ser lo que era. Esto pido yo por amor del Señor le pida vuestra merced, pues sabe la que soy con más claridad que aquí me lo ha dejado decir.
– ir a índice –

CAPÍTULO 11
Dice en qué está la falta de no amar a Dios con perfección en breve tiempo. – Comienza a declarar, por una comparación que pone, cuatro grados de oración. – Va tratando aquí del primero. – Es muy provechoso para los que comienzan y para los que no tienen gustos en la oración.

1. Pues hablando ahora de los que comienzan a ser siervos del amor (que no me parece otra cosa determinarnos a seguir por este camino de oración al que tanto nos amó), es una dignidad tan grande, que me regalo extrañamente en pensar en ella. Porque el temor servil luego va fuera, si en este primer estado vamos como hemos de ir. ¡Oh Señor de mi alma y bien mío! ¿Por qué no quisisteis que en determinándose un alma a amaros, con hacer lo que puede en dejarlo todo para mejor se emplear en este amor de Dios, luego gozase de subir a tener este amor perfecto? Mal he dicho: había de decir y quejarme porque no queremos nosotros; pues toda la falta nuestra es, en no gozar luego de tan gran dignidad, pues en llegando a tener con perfección este verdadero amor de Dios, trae consigo todos los bienes. Somos tan caros y tan tardíos de darnos del todo a Dios, que, como Su Majestad no quiere gocemos de cosa tan preciosa sin gran precio, no acabamos de disponernos.

2. Bien veo que no le hay con qué se pueda comprar tan gran bien en la tierra; mas si hiciésemos lo que podemos en no nos asir a cosa de ella, sino que todo nuestro cuidado y trato fuese en el cielo, creo yo sin duda muy en breve se nos daría este bien, si en breve del todo nos dispusiésemos, como algunos santos lo hicieron. Mas parécenos que lo damos todo, y es que ofrecemos a Dios la renta o los frutos y quedámonos con la raíz y posesión. Determinámonos a ser pobres, y es de gran merecimiento; mas muchas veces tornamos a tener cuidado y diligencia para que no nos falte no sólo lo necesario sino lo superfluo, y a granjear los amigos que nos lo den y ponernos en mayor cuidado, y por ventura peligro, porque no nos falte, que antes teníamos en poseer la hacienda.

Parece también que dejamos la honra en ser religiosos o en haber ya comenzado a tener vida espiritual y a seguir perfección, y no nos han tocado en un punto de honra, cuando no se nos acuerda la hemos ya dado a Dios, y nos queremos tornar a alzar con ella y tomársela -como dicen- de las manos, después de haberle de nuestra voluntad, al parecer, hecho de ella señor. Así son todas las otras cosas.

3. ¡Donosa manera de buscar amor de Dios! Y luego le queremos a manos llenas, a manera de decir. Tenernos nuestras aficiones (ya que no procuramos efectuar nuestros deseos y no acabarlos de levantar de la tierra) y muchas consolaciones espirituales con esto, no viene bien, ni me parece se compadece esto con estotro. Así que, porque no se acaba de dar junto, no se nos da por junto este tesoro. Plega al Señor que gota a gota nos le dé Su Majestad, aunque sea costándonos todos los trabajos del mundo.

4. Harto gran misericordia hace a quien da gracia y ánimo para determinarse a procurar con todas sus fuerzas este bien. Porque si persevera, no se niega Dios a nadie. Poco a poco va habilitando él el ánimo para que salga con esta victoria. Digo ánimo, porque son tantas las cosas que el demonio pone delante a los principios para que no comiencen este camino de hecho, como quien sabe el daño que de aquí le viene, no sólo en perder aquel alma sino muchas. Si el que comienza se esfuerza con el fervor de Dios a llegar a la cumbre de la perfección, creo jamás va solo al cielo; siempre lleva mucha gente tras sí. Como a buen capitán, le da Dios quien vaya en su compañía.

Póneles tantos peligros y dificultades delante, que no es menester poco ánimo para no tornar atrás, sino muy mucho y mucho favor de Dios.

5. Pues hablando de los principios de los que ya van determinados a seguir este bien y a salir con esta empresa (que de lo demás que comencé a decir de mística teología, que creo se llama así, diré más adelante), en estos principios está todo el mayor trabajo; porque son ellos los que trabajan dando el Señor el caudal; que en los otros grados de oración lo más es gozar, puesto que primeros y medianos y postreros, todos llevan sus cruces, aunque diferentes; que por este camino que fue Cristo han de ir los que le siguen, si no se quieren perder. ¡Y bienaventurados trabajos, que aun acá en la vida tan sobradamente se pagan!

6. Habré de aprovecharme de alguna comparación, aunque yo las quisiera excusar por ser mujer y escribir simplemente lo que me mandan. Mas este lenguaje de espíritu es tan malo de declarar a los que no saben letras, como yo, que habré de buscar algún modo, y podrá ser las menos veces acierte a que venga bien la comparación. Servirá de dar recreación a vuestra merced de ver tanta torpeza.

Paréceme ahora a mí que he leído u oído esta comparación -que como tengo mala memoria, ni sé adónde ni a qué propósito, mas para el mío ahora conténtame-: ha de hacer cuenta el que comienza, que comienza a hacer un huerto en tierra muy infructuosa que lleva muy malas hierbas, para que se deleite el Señor. Su Majestad arranca las malas hierbas y ha de plantar las buenas. Pues hagamos cuenta que está ya hecho esto cuando se determina a tener oración un alma y lo ha comenzado a usar. Y con ayuda de Dios hemos de procurar, como buenos hortelanos, que crezcan estas plantas y tener cuidado de regarlas para que no se pierdan, sino que vengan a echar flores que den de sí gran olor para dar recreación a este Señor nuestro, y así se venga a deleitar muchas veces a esta huerta y a holgarse entre estas virtudes.

7. Pues veamos ahora de la manera que se puede regar, para que entendamos lo que hemos de hacer y el trabajo que nos ha de costar, si es mayor que la ganancia, o hasta qué tanto tiempo se ha de tener.

Paréceme a mí que se puede regar de cuatro maneras: o con sacar el agua de un pozo, que es a nuestro gran trabajo; o con noria y arcaduces, que se saca con un torno; yo lo he sacado algunas veces: es a menos trabajo que estotro y sácase más agua; o de un río o arroyo: esto se riega muy mejor, que queda más harta la tierra de agua y no se ha menester regar tan a menudo y es a menos trabajo mucho del hortelano; o con llover mucho, que lo riega el Señor sin trabajo ninguno nuestro, y es muy sin comparación mejor que todo lo que queda dicho.

8. Ahora, pues, aplicadas estas cuatro maneras de agua de que se ha de sustentar este huerto -porque sin ella perderse ha-, es lo que a mí me hace al caso y ha parecido que se podrá declarar algo de cuatro grados de oración, en que el Señor, por su bondad, ha puesto algunas veces mi alma. Plega a su bondad atine a decirlo de manera que aproveche a una de las personas que esto me mandaron escribir, que la ha traído el Señor en cuatro meses harto más adelante que yo estaba en diecisiete años. Hase dispuesto mejor, y así sin trabajo suyo riega este vergel con todas estas cuatro aguas, aunque la postrera aún no se le da sino a gotas; mas va de suerte que presto se engolfará en ella con ayuda del Señor. Y gustaré se ría, si le pareciere desatino la manera del declarar.

9. De los que comienzan a tener oración podemos decir son los que sacan el agua del pozo, que es muy a su trabajo, como tengo dicho, que han de cansarse en recoger los sentidos, que, como están acostumbrados a andar derramados, es harto trabajo. Han menester irse acostumbrando a no se les dar nada de ver ni oír, y aun ponerlo por obra las horas de la oración, sino estar en soledad y, apartados, pensar su vida pasada. Aunque esto primeros y postreros todos lo han de hacer muchas veces, hay más y menos de pensar en esto, como después diré. Al principio aún da pena, que no acaban de entender que se arrepienten de los pecados; y sí hacen, pues se determinan a servir a Dios tan de veras. Han de procurar tratar de la vida de Cristo, y cánsase el entendimiento en esto.

Hasta aquí podemos adquirir nosotros, entiéndese con el favor de Dios, que sin éste ya se sabe no podemos tener un buen pensamiento. Esto es comenzar a sacar agua del pozo, y aun plega a Dios lo quiera tener. Mas al menos no queda por nosotros, que ya vamos a sacarla y hacemos lo que podemos para regar estas flores. Y es Dios tan bueno que, cuando por lo que Su Majestad sabe -por ventura para gran provecho nuestro- quiere que esté seco el pozo, haciendo lo que es en nosotros como buenos hortelanos, sin agua sustenta las flores y hace crecer las virtudes. Llamo «agua» aquí las lágrimas y, aunque no las haya, la ternura y sentimiento interior de devoción.

10. Pues ¿qué hará aquí el que ve que en muchos días no hay sino sequedad y disgusto y dessabor y tan mala gana para venir a sacar el agua, que si no se le acordase que hace placer y servicio al Señor de la huerta y mirase a no perder todo lo servido y aun lo que espera ganar del gran trabajo que es echar muchas veces el caldero en el pozo y sacarle sin agua, lo dejaría todo? Y muchas veces le acaecerá aun para esto no se le alzar los brazos, ni podrá tener un buen pensamiento: que este obrar con el entendimiento, entendido va que es el sacar agua del pozo.

Pues, como digo, ¿qué hará aquí el hortelano? Alegrarse y consolarse y tener por grandísima merced de trabajar en huerto de tan gran Emperador. Y pues sabe le contenta en aquello y su intento no ha de ser contentarse a sí sino a El, alábele mucho, que hace de él confianza, pues ve que sin pagarle nada tiene tan gran cuidado de lo que le encomendó. Y ayúdele a llevar la cruz y piense que toda la vida vivió en ella y no quiera acá su reino ni deje jamás la oración. Y así se determine, aunque para toda la vida le dure esta sequedad, no dejar a Cristo caer con la cruz. Tiempo vendrá que se lo pague por junto. No haya miedo que se pierda el trabajo. A buen amo sirve. Mirándole está. No haga caso de malos pensamientos. Mire que también los representaba el demonio a San Jerónimo en el desierto.

11. Su precio se tienen estos trabajos, que, como quien los pasó muchos años (que cuando una gota de agua sacaba de este bendito pozo pensaba me hacía Dios merced), sé que son grandísimos y me parece es menester más ánimo que para otros muchos trabajos del mundo. Mas he visto claro que no deja Dios sin gran premio, aun en esta vida; porque es así, cierto, que una hora de las que el Señor me ha dado de gusto de Sí después acá, me parece quedan pagadas todas las congojas que en sustentarme en la oración mucho tiempo pasé.

Tengo para mí que quiere el Señor dar muchas veces al principio, y otras a la postre, estos tormentos y otras muchas tentaciones que se ofrecen, para probar a sus amadores y saber si podrán beber el cáliz y ayudarle a llevar la cruz, antes que ponga en ellos grandes tesoros. Y para bien nuestro creo nos quiere Su Majestad llevar por aquí, para que entendamos bien lo poco que somos; porque son de tan gran dignidad las mercedes de después, que quiere por experiencia veamos antes nuestra miseria primero que nos las dé, por que no nos acaezca lo que a Lucifer.

12. ¿Qué hacéis Vos, Señor mío, que no sea para mayor bien del alma que entendéis que es ya vuestra y que se pone en vuestro poder para seguiros por donde fuereis hasta muerte de cruz y que está determinada a ayudárosla a llevar y a no dejaros solo con ella?

Quien viere en sí esta determinación, no, no hay que temer. Gente espiritual, no hay por qué se afligir. Puesto ya en tan alto grado como es querer tratar a solas con Dios y dejar los pasatiempos del mundo, lo más está hecho. Alabad por ello a Su Majestad y fiad de su bondad, que nunca faltó a sus amigos. Tapaos los ojos de pensar por qué da a aquél de tan pocos días devoción, y a mí no en tantos años. Creamos es todo para más bien nuestro. Guíe Su Majestad por donde quisiere. Ya no somos nuestros, sino suyos.

Harta merced nos hace en querer que queramos cavar en su huerto y estarnos cabe el Señor de él, que cierto está con nosotros. Si El quiere que crezcan estas plantas y flores a unos con dar agua que saquen de este pozo, a otros sin ella, ¿qué se me da mí? Haced vos, Señor, lo que quisiereis. No os ofenda yo. No se pierdan las virtudes, si alguna me habéis ya dado por sola vuestra bondad. Padecer quiero, Señor, pues Vos padecisteis. Cúmplase en mí de todas maneras vuestra voluntad. Y no plega a Vuestra Majestad que cosa de tanto precio como vuestro amor se dé a gente que os sirve sólo por gustos.

13. Hase de notar mucho -y dígolo porque lo sé por experiencia- que el alma que en este camino de oración mental comienza a caminar con determinación y puede acabar consigo de no hacer mucho caso ni consolarse ni desconsolarse mucho porque falten estos gustos y ternura o la dé el Señor, que tiene andado gran parte del camino. Y no haya miedo de tornar atrás, aunque más tropiece, porque va comenzado el edificio en firme fundamento. Sí, que no está el amor de Dios en tener lágrimas ni estos gustos y ternura, que por la mayor parte los deseamos y consolamos con ellos, sino en servir con justicia y fortaleza de ánima y humildad. Recibir, más me parece a mí eso, que no dar nosotros nada.

14. Para mujercitas como yo, flacas y con poca fortaleza, me parece a mí conviene, como Dios ahora lo hace, llevarme con regalos, porque pueda sufrir algunos trabajos que ha querido Su Majestad tenga; mas para siervos de Dios, hombres de tomo, de letras, de entendimiento, que veo hacer tanto caso de que Dios no los da devoción, que me hace disgusto oírlo. No digo yo que no la tomen, si Dios se la da, y la tengan en mucho, porque entonces verá Su Majestad que conviene; mas que cuando no la tuvieren, que no se fatiguen y que entiendan que no es menester, pues Su Majestad no la da, y anden señores de sí mismos. Crean que es falta. Yo lo he probado y visto. Crean que es imperfección y no andar con libertad de espíritu, sino flacos para acometer.

15. Esto no lo digo tanto por los que comienzan (aunque pongo tanto en ello, porque les importa mucho comenzar con esta libertad y determinación), sino por otros; que habrá muchos que lo ha que comenzaron y nunca acaban de acabar. Y creo es gran parte este no abrazar la cruz desde el principio, que andarán afligidos pareciéndoles no hacen nada. En dejando de obrar el entendimiento, no lo pueden sufrir y por ventura entonces engorda la voluntad y toma fuerza, y no lo entienden ellos.

Hemos de pensar que no mira el Señor en estas cosas, que, aunque a nosotros nos parecen faltas, no lo son. Ya sabe Su Majestad nuestra miseria y bajo natural mejor que nosotros mismos, y sabe que ya estas almas desean siempre pensar en El y amarle. Esta determinación es la que quiere. Estotro afligimiento que nos damos no sirve de más de inquietar el alma, y si había de estar inhábil para aprovechar una hora, que lo esté cuatro. Porque muy muchas veces (yo tengo grandísima experiencia de ello, y sé que es verdad, porque lo he mirado con cuidado y tratado después a personas espirituales) que viene de indisposición corporal, que somos tan miserables que participa esta encarceladita de esta pobre alma de las miserias del cuerpo. Y las mudanzas de los tiempos y las vueltas de los humores muchas veces hacen que sin culpa suya no pueda hacer lo que quiere, sino que padezca de todas maneras. Y mientras más la quieren forzar en estos tiempos, es peor y dura más el mal; sino que haya discreción para ver cuándo es de esto, y no la ahoguen a la pobre. Entiendan son enfermos. Múdese la hora de la oración, y hartas veces será algunos días. Pasen como pudieren este destierro, que harta malaventura es de un alma que ama a Dios ver que vive en esta miseria y que no puede lo que quiere, por tener tan mal huésped como este cuerpo.

16. Dije «con discreción», porque alguna vez el demonio lo hará; y así es bien ni siempre dejar la oración cuando hay gran distraimiento y turbación en el entendimiento, ni siempre atormentar el alma a lo que no puede.

Otras cosas hay exteriores de obras de caridad y de lección, aunque a veces aun no estará para esto. Sirva entonces al cuerpo por amor de Dios, porque otras veces muchas sirva él al alma, y tome algunos pasatiempos santos de conversaciones que lo sean, o irse al campo, como aconsejare el confesor. Y en todo es gran cosa la experiencia, que da a entender lo que nos conviene. Y en todo se sirve Dios. Suave es su yugo, y es gran negocio no traer el alma arrastrada, como dicen, sino llevarla con suavidad para su mayor aprovechamiento.

17. Así que torno a avisar -y aunque lo diga muchas veces no va nada- que importa mucho que de sequedades ni de inquietud y distraimiento en los pensamientos nadie se apriete ni aflija. Si quiere ganar libertad de espíritu y no andar siempre atribulado, comience a no se espantar de la cruz, y verá cómo se la ayuda también a llevar el Señor y con el contento que anda y el provecho que saca de todo. Porque ya se ve que, si el pozo no mana, que nosotros no podemos poner el agua. Verdad es que no hemos de estar descuidados para que, cuando la haya, sacarla; porque entonces ya quiere Dios por este medio multiplicar las virtudes.
– ir a índice –

CAPÍTULO 12
Prosigue en este primer estado. – Dice hasta dónde podemos llegar con el favor de Dios por nosotros mismos, y el daño que es querer, hasta que el Señor lo haga, subir el espíritu a cosas sobrenaturales.

1. Lo que he pretendido dar a entender en este capítulo pasado – aunque me he divertido mucho en otras cosas por parecerme muy necesarias- es decir hasta lo que podemos nosotros adquirir, y cómo en esta primera devoción podemos nosotros ayudarnos algo. Porque en pensar y escudriñar lo que el Señor pasó por nosotros, muévenos a compasión, y es sabrosa esta pena y las lágrimas que proceden de aquí. Y de pensar la gloria que esperamos y el amor que el Señor nos tuvo y su resurrección, muévenos a gozo que ni es del todo espiritual ni sensual, sino gozo virtuoso y la pena muy meritoria. De esta manera son todas las cosas que causan devoción adquirida con el entendimiento en parte, aunque no podida merecer ni ganar si no la de Dios. Estále muy bien a un alma que no la ha subido de aquí, no procurar subir ella; y nótese esto mucho, porque no le aprovechará más de perder.

2. Puede en este estado hacer muchos actos para determinarse a hacer mucho por Dios y despertar el amor, otros para ayudar a crecer las virtudes, conforme a lo que dice un libro llamado Arte de servir a Dios, que es muy bueno y apropiado para los que están en este estado, porque obra el entendimiento. Puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Humanidad y traerle siempre consigo y hablar con El, pedirle para sus necesidades y quejársele de sus trabajos, alegrarse con El en sus contentos y no olvidarle por ellos, sin procurar oraciones compuestas, sino palabras conforme a sus deseos y necesidad.

Es excelente manera de aprovechar y muy en breve; y quien trabajare a traer consigo esta preciosa compañía y se aprovechare mucho de ella y de veras cobrare amor a este Señor a quien tanto debemos, yo le doy por aprovechado.

3. Para esto no se nos ha de dar nada de no tener devoción -como tengo dicho-, sino agradecer al Señor que nos deja andar deseosos de contentarle, aunque sean flacas las obras. Este modo de traer a Cristo con nosotros aprovecha en todos estados, y es un medio segurísimo para ir aprovechando en el primero y llegar en breve al segundo grado de oración, y para los postreros andar seguros de los peligros que el demonio puede poner.

4. Pues esto es lo que podemos. Quien quisiere pasar de aquí y levantar el espíritu a sentir gustos que no se los dan, es perder lo uno y lo otro, a mi parecer, porque es sobrenatural; y perdido el entendimiento, quédase el alma desierta y con mucha sequedad. Y como este edificio todo va fundado en humildad, mientras más llegados a Dios, más adelante ha de ir esta virtud, y si no, va todo perdido. Y parece algún género de soberbia querer nosotros subir a más, pues Dios hace demasiado, según somos, en allegarnos cerca de Sí.

No se ha de entender que digo esto por el subir con el pensamiento a pensar cosas altas del cielo o de Dios y las grandezas que allá hay y su gran sabiduría; porque, aunque yo nunca lo hice (que no tenía habilidad -como he dicho- y me hallaba tan ruin, que aun para pensar cosas de la tierra me hacía Dios merced de que entendiese esta verdad, que no era poco atrevimiento, cuánto más para las del cielo), otras personas se aprovecharán, en especial si tienen letras, que es un gran tesoro para este ejercicio, a mi parecer, si son con humildad. De unos días acá lo he visto por algunos letrados, que ha poco que comenzaron y han aprovechado muy mucho; y esto me hace tener grandes ansias porque muchos fuesen espirituales, como adelante diré.

5. Pues lo que digo «no se suban sin que Dios los suba», es lenguaje de espíritu. Entenderme ha quien tuviere alguna experiencia, que yo no lo sé decir si por aquí no se entiende. En la mística teología que comencé a decir, pierde de obrar el entendimiento, porque le suspende Dios, como después declararé más, si supiere y El me diere para ello su favor. Presumir ni pensar de suspenderle nosotros, es lo que digo no se haga, ni se deje de obrar con él, porque nos quedaremos bobos y fríos, y ni haremos lo uno ni lo otro; que cuando el Señor le suspende y hace parar, dale de qué se espante y se ocupe, y que sin discurrir entienda más en un «credo» que nosotros podemos entender con todas nuestras diligencias de tierra en muchos años. Ocupar las potencias del alma y pensar hacerlas estar quedas, es desatino.

Y torno a decir que, aunque no se entiende, es de no gran humildad; aunque no con culpa, con pena sí, que será trabajo perdido, y queda el alma con un disgustillo como quien va a saltar y la asen por detrás, que ya parece ha empleado su fuerza, y hállase sin efectuar lo que con ella quería hacer; y en la poca ganancia que queda verá quien lo quisiere mirar esto poquillo de falta de humildad que he dicho. Porque esto tiene excelente esta virtud, que no hay obra a quien ella acompañe, que deje el alma disgustada.

Paréceme lo he dado a entender, y por ventura será sola para mí. Abra el Señor los ojos de los que lo leyeren, con la experiencia; que, por poca que sea, luego lo entenderán.

6. Hartos años estuve yo que leía muchas cosas y no entendía nada de ellas; y mucho tiempo que, aunque me lo daba Dios, palabra no sabía decir para darlo a entender, que no me ha costado esto poco trabajo. Cuando Su Majestad quiere, en un punto lo enseña todo, de manera que yo me espanto.

Una cosa puedo decir con verdad: que, aunque hablaba con muchas personas espirituales que querían darme a entender lo que el Señor me daba, para que se lo supiese decir, y es cierto que era tanta mi torpeza, que poco ni mucho me aprovechaba; o quería el Señor, como Su Majestad fue siempre mi maestro (sea por todo bendito, que harta confusión es para mí poder decir esto con verdad), que no tuviese a nadie que agradecer. Y sin querer ni pedirlo (que en esto no he sido nada curiosa -porque fuera virtud serlo- sino en otras vanidades), dármelo Dios en un punto a entender con toda claridad y para saberlo decir, de manera que se espantaban y yo más que mis confesores, porque entendía mejor mi torpeza. Esto ha poco. Y así lo que el Señor no me ha enseñado no lo procuro, si no es lo que toca a mi conciencia.

7. Torno otra vez a avisar que va mucho en «no subir el espíritu si el Señor no le subiere». Qué cosa es, se entiende luego. En especial para mujeres es más malo, que podrá el demonio causar alguna ilusión; aunque tengo por cierto no consiente el Señor dañe a quien con humildad se procura llegar a El, antes sacará más provecho y ganancia por donde el demonio le pensare hacer perder.

Por ser este camino de los primeros más usado, e importan mucho los avisos que he dado, me he alargado tanto. Y habránlos escrito en otras partes muy mejor, yo lo confieso, y que con harta confusión y vergüenza lo he escrito, aunque no tanta como había de tener.

Sea el Señor bendito por todo, que a una como yo quiere y consiente hable en cosas suyas, tales y tan subidas.
– ir a índice –

CAPÍTULO 13
Prosigue en este primer estado y pone avisos para algunas tentaciones que el demonio suele poner algunas veces. – Da avisos para ellas. – Es muy provechoso.

1. Hame parecido decir algunas tentaciones que he visto que se tienen a los principios, y algunas tenido yo, y dar algunos avisos de cosas que me parecen necesarias.

Pues procúrese a los principios andar con alegría y libertad, que hay algunas personas que parece se les ha de ir la devoción si se descuidan un poco. Bien es andar con temor de sí para no se fiar poco ni mucho de ponerse en ocasión donde suele ofender a Dios, que esto es muy necesario hasta estar ya muy enteros en la virtud; y no hay muchos que lo puedan estar tanto, que en ocasiones aparejadas a su natural se puedan descuidar, que siempre, mientras vivimos, aun por humildad, es bien conocer nuestra miserable naturaleza. Mas hay muchas cosas adonde se sufre, como he dicho, tomar recreación aun para tornar a la oración más fuertes. En todo es menester discreción.

2. Tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los deseos, sino creer de Dios que, si nos esforzamos, poco a poco, aunque no sea luego, podremos llegar a lo que muchos santos con su favor; que si ellos nunca se determinaran a desearlo y poco a poco a ponerlo por obra, no subieran a tan alto estado. Quiere Su Majestad y es amigo de ánimas animosas, como vayan con humildad y ninguna confianza de sí. Y no he visto a ninguna de éstas que quede baja en este camino; ni ninguna alma cobarde, con amparo de humildad, que en muchos años ande lo que estotros en muy pocos. Espántame lo mucho que hace en este camino animarse a grandes cosas; aunque luego no tenga fuerzas el alma, da un vuelo y llega a mucho, aunque -como avecita que tiene pelo malo- cansa y queda.

3. Otro tiempo traía yo delante muchas veces lo que dice San Pablo, que todo se puede en Dios. En mí bien entendía no podía nada. Esto me aprovechó mucho, y lo que dice San Agustín: Dame, Señor, lo que me mandas, y manda lo que quisieres. Pensaba muchas veces que no había perdido nada San Pedro en arrojarse en la mar, aunque después temió. Estas primeras determinaciones son gran cosa, aunque en este primer estado es menester irse más deteniendo y atados a la discreción y parecer de maestro; mas han de mirar que sea tal, que no los enseñe a ser sapos, ni que se contente con que se muestre el alma a sólo cazar lagartijas.

¡Siempre la humildad delante, para entender que no han de venir estas fuerzas de las nuestras!

4. Mas es menester entendamos cómo ha de ser esta humildad, porque creo el demonio hace mucho daño para no ir muy adelante gente que tiene oración, con hacerlos entender mal de la humildad, haciendo que nos parezca soberbia tener grandes deseos y querer imitar a los santos y desear ser mártires. Luego nos dice o hace entender que las cosas de los santos son para admirar, mas no para hacerlas los que somos pecadores.

Esto también lo digo yo; mas hemos de mirar cuál es de espantar y cuál de imitar. Porque no sería bien si una persona flaca y enferma se pusiese en muchos ayunos y penitencias ásperas, yéndose a un desierto adonde ni pudiese dormir ni tuviese qué comer, o casas semejantes. Mas pensar que nos podemos esforzar con el favor de Dios a tener un gran desprecio de mundo, un no estimar honra, un no estar atado a la hacienda; que tenemos unos corazones tan apretados, que parece nos ha de faltar la tierra en queriéndonos descuidar un poco del cuerpo y dar al espíritu; luego parece ayuda al recogimiento tener muy bien lo que es menester, porque los cuidados inquietan a la oración.

De esto me pesa a mí, que tengamos tan poca confianza de Dios y tanto amor propio, que nos inquiete ese cuidado. Y es así que adonde está tan poco medrado el espíritu como esto, unas naderías nos dan tan gran trabajo como a otros cosas grandes y de mucho tomo. ¡Y en nuestro seso presumimos de espirituales!

5. Paréceme ahora a mí esta manera de caminar un querer concertar cuerpo y alma para no perder acá el descanso y gozar allá de Dios. Y así será ello si se anda en justicia y vamos asidos a virtud. Mas es paso de gallina. Nunca con él se llegará a la libertad de espíritu. Manera de proceder muy buena me parece para estado, de casados, que han de ir conforme a su llamamiento; mas para otro estado, en ninguna manera deseo tal manera de aprovechar ni me harán creer es buena, porque la he probado, y siempre me estuviera así si el Señor por su bondad no me enseñara otro atajo.

6. Aunque en esto de deseos siempre los tuve grandes, mas procuraba esto que he dicho: tener oración, mas vivir a mi placer. Creo si hubiera quien me sacara a volar, más me hubiera puesto en que estos deseos fueran con obra. Mas hay -por nuestros pecados- tan pocos, tan contados, que no tengan discreción demasiada en este caso, que creo es harta causa para que los que comienzan no vayan más presto a gran perfección. Porque el Señor nunca falta ni queda por El; nosotros somos los faltos y miserables.

7. También se pueden imitar los santos en procurar soledad y silencio y otras muchas virtudes, que no nos matarán estos negros cuerpos que tan concertadamente se quieren llevar para desconcertar el alma, y el demonio ayuda mucho a hacerlos inhábiles, cuando ve un poco de temor; no quiere él más para hacernos entender que todo nos ha de matar y quitar la salud; hasta tener lágrimas nos hace temer de cegar. He pasado por esto y por eso lo sé; y no sé yo qué mejor vista ni salud podemos desear que perderla por tal causa.

Como soy tan enferma, hasta que me determiné en no hacer caso del cuerpo ni de la salud, siempre estuve atada, sin valer nada; y ahora hago bien poco. Mas como quiso Dios entendiese este ardid del demonio, y como me ponía delante el perder la salud, decía yo: «poco va en que me muera»; si el descanso: «no he ya menester descanso, sino cruz»; así otras cosas. Vi claro que en muy muchas, aunque yo de hecho soy harto enferma, que era tentación del demonio o flojedad mía; que después que no estoy tan mirada y regalada, tengo mucha más salud.

Así que va mucho a los principios de comenzar oración a no amilanar los pensamientos, y créanme esto, porque lo tengo por experiencia. Y para que escarmienten en mí, aun podría aprovechar decir estas mis faltas.

8. Otra tentación es luego muy ordinaria, que es desear que todos sean muy espirituales, como comienzan a gustar del sosiego y ganancia que es. El desearlo no es malo; el procurarlo podría ser no bueno, si no hay mucha discreción y disimulación en hacerse de manera que no parezca enseñan; porque quien hubiere de hacer algún provecho en este caso, es menester que tenga las virtudes muy fuertes para que no dé tentación a los otros.

Acaecióme a mí -y por eso lo entiendo- cuando, como he dicho, procuraba que otras tuviesen oración, que, como por una parte me veían hablar grandes cosas del gran bien que era tener oración, y por otra parte me veían con gran pobreza de virtudes, tenerla yo traíalas tentadas y desatinadas; y ¡con harta razón!, que después me lo han venido a decir, porque no sabían cómo se podía compadecer lo uno con lo otro; y era causa de no tener por malo lo que de suyo lo era, por ver que lo hacía yo algunas veces, cuando les parecía algo bien de mí.

9. Y esto hace el demonio, que parece se ayuda de las virtudes que tenemos buenas para autorizar en lo que puede el mal que pretende, que, por poco que sea, cuando es en una comunidad, debe ganar mucho; cuánto más que lo que yo hacía malo era muy mucho. Y así, en muchos años solas tres se aprovecharon de lo que les decía, y después que ya el Señor me había dado más fuerzas en la virtud, se aprovecharon en dos o tres años muchas, como después diré.

Y, sin esto, hay otro gran inconveniente, que es perder el alma; porque lo más que hemos de procurar al principio es sólo tener cuidado de sí sola, y hacer cuenta que no hay en la tierra sino Dios y ella; y esto es lo que le conviene mucho.

10. Da otra tentación (y todas van con un celo de virtud que es menester entenderse y andar con cuidado) de pena de los pecados y faltas que ven en los otros: pone el demonio que es sólo la pena de querer que no ofendan a Dios y pesarle por su honra, y luego querrían remediarlo. Inquieta esto tanto, que impide la oración; y el mayor daño es pensar que es virtud y perfección y gran celo de Dios.

Dejo las penas que dan pecados públicos -si los hubiese en costumbre- de una congregación, o daños de la Iglesia de estas herejías, adonde vemos perder tantas almas; que ésta es muy buena, y como lo es buena, no inquieta. Pues lo seguro será del alma que tuviere oración descuidarse de todo y de todos, y tener cuenta consigo y con contentar a Dios. Esto conviene muy mucho, porque ¡si hubiese de decir los yerros que he visto suceder fiando en la buena intención!….

Pues procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que viéremos en los otros, y tapar sus defectos con nuestros grandes pecados. Es una manera de obrar que, aunque luego no se haga con perfección, se viene a ganar una gran virtud, que es tener a todos por mejores que nosotros, y comiénzase a ganar por aquí con el favor de Dios, que es menester en todo y, cuando falta, excusadas son las diligencias, y suplicarle nos dé esta virtud, que con que las hagamos no falta a nadie.

11. Miren también este aviso los que discurren mucho con el entendimiento, sacando muchas cosas de una cosa y muchos conceptos; que de los que no pueden obrar con él, como yo hacía, no hay que avisar, sino que tengan paciencia, hasta que el Señor les dé en qué se ocupen y luz, pues ellos pueden tan poco por sí, que antes los embaraza su entendimiento que los ayuda.

Pues tornando a los que discurren, digo que no se les vaya todo el tiempo en esto; porque, aunque es muy meritorio, no les parece – como es oración sabrosa- que ha de haber día de domingo, ni rato que no sea trabajar. Luego les parece es perdido el tiempo, y tengo yo por muy ganada esta pérdida; sino que -como he dicho- se representen delante de Cristo, y sin cansancio del entendimiento se estén hablando y regalando con El, sin cansarse en componer razones, sino presentar necesidades y la razón que tiene para no nos sufrir allí: lo uno un tiempo, y lo otro otro, porque no se canse el alma de comer siempre un manjar. Estos son muy gustosos y provechosos, si el gusto se usa a comer de ellos; traen consigo gran sustentamiento para dar vida al alma, y muchas ganancias.

12. Quiérome declarar más, porque estas cosas de oración todas son dificultosas y, si no se halla maestro, muy malas de entender; y esto hace que, aunque quisiera abreviar y bastaba para el entendimiento bueno de quien me mandó escribir estas cosas de oración sólo tocarlas, mi torpeza no da lugar a decir y dar a entender en pocas palabras cosa que tanto importa declararla bien; que como yo pasé tanto, he lástima a los que comienzan con solos libros, que es cosa extraña cuán diferentemente se entiende de lo que después de experimentado se ve.

Pues tornando a lo que decía, ponémonos a pensar un paso de la Pasión, digamos el de cuando estaba el Señor a la columna: anda el entendimiento buscando las causas que allí da a entender, los dolores grandes y pena que Su Majestad tendría en aquella soledad y otras muchas cosas que, si el entendimiento es obrador, podrá sacar de aquí. ¡Oh que si es letrado!…. Es el modo de oración en que han de comenzar y demediar y acabar todos, y muy excelente y seguro camino, hasta que el Señor los lleve a otras cosas sobrenaturales.

13. Digo «todos», porque hay muchas almas que aprovechan más en otras meditaciones que en la de la sagrada Pasión; que así como hay muchas moradas en el cielo, hay muchos caminos. Algunas personas aprovechan considerándose en el infierno, y otras en el cielo y se afligen en pensar en el infierno, otras en la muerte. Algunas, si son tiernas de corazón, se fatigan mucho de pensar siempre en la Pasión, y se regalan y aprovechan en mirar el poder y grandeza de Dios en las criaturas y el amor que nos tuvo, que en todas las cosas se representa, y es admirable manera de proceder, no dejando muchas veces la Pasión y vida de Cristo, que es de donde nos ha venido y viene todo el bien.

14. Ha menester aviso el que comienza, para mirar en lo que aprovecha más. Para esto es muy necesario el maestro, si es experimentado; que si no, mucho puede errar y traer un alma sin entenderla ni dejarla a sí misma entender; porque, como sabe que es gran mérito estar sujeta a maestro, no osa salir de lo que le manda. Yo he topado almas acorraladas y afligidas por no tener experiencia quien las enseñaba, que me hacían lástima, y alguna que no sabía ya qué hacer de sí; porque, no entendiendo el espíritu, afligen alma y cuerpo, y estorban el aprovechamiento. Una trató conmigo, que la tenía el maestro atada ocho años había a que no la dejaba salir de propio conocimiento, y teníala ya el Señor en oración de quietud, y así pasaba mucho trabajo.

15. Y aunque esto del conocimiento propio jamás se ha de dejar, ni hay alma, en este camino, tan gigante que no haya menester muchas veces tornar a ser niño y a mamar (y esto jamás se olvide, quizás lo diré más veces, porque importa mucho); porque no hay estado de oración tan subido, que muchas veces no sea necesario tornar al principio, y en esto de los pecados y conocimiento propio, es el pan con que todos los manjares se han de comer, por delicados que sean, en este camino de oración, y sin este pan no se podrían sustentar; mas hase de comer con tasa, que después que un alma se ve ya rendida y entiende claro no tiene cosa buena de sí y se ve avergonzada delante de tan gran Rey y ve lo poco que le paga lo mucho que le debe, ¿qué necesidad hay de gastar el tiempo aquí?, sino irnos a otras cosas que el Señor pone delante y no es razón las dejemos, que Su Majestad sabe mejor que nosotros de lo que nos conviene comer.

16. Así que importa mucho ser el maestro avisado -digo de buen entendimiento- y que tenga experiencia. Si con esto tiene letras, es grandísimo negocio. Mas si no se pueden hallar estas tres cosas juntas, las dos primeras importan más; porque letrados pueden procurar para comunicarse con ellos cuando tuvieren necesidad. Digo que a los principios, si no tienen oración, aprovechan poco letras; no digo que no traten con letrados, porque espíritu que no vaya comenzado en verdad yo más le querría sin oración; y es gran cosa letras, porque éstas nos enseñan a los que poco sabemos y nos dan luz y, llegados a verdades de la Sagrada Escritura, hacemos lo que debemos: de devociones a bobas nos libre Dios.

17. Quiérome declarar más, que creo me meto en muchas cosas. Siempre tuve esta falta de no me saber dar a entender -como he dicho- sino a costa de muchas palabras. Comienza una monja a tener oración; si un simple la gobierna y se le antoja, harála entender que es mejor que le obedezca a él que a su superior, y sin malicia suya, sino pensando acierta; porque si no es de religión, parecerle ha es así. Y si es mujer casada, dirála que es mejor, cuando ha de entender en su casa, estarse en oración, aunque descontente a su marido. Así que no sabe ordenar el tiempo ni las cosas para que vayan conforme a verdad. Por faltarle a él la luz, no la da a los otros aunque quiere. Y aunque para esto parece no son menester letras, mi opinión ha sido siempre y será que cualquier cristiano procure tratar con quien las tenga buenas, si puede, y mientras más, mejor; y los que van por camino de oración tienen de esto mayor necesidad, y mientras más espirituales, más.

18. Y no se engañe con decir que letrados sin oración no son para quien la tiene. Yo he tratado hartos, porque de unos años acá lo he más procurado con la mayor necesidad, y siempre fui amiga de ellos, que aunque algunos no tienen experiencia, no aborrecen al espíritu ni le ignoran; porque en la Sagrada Escritura que tratan, siempre hallan la verdad del buen espíritu. Tengo para mí que persona de oración que trate con letrados, si ella no se quiere engañar, no la engañará el demonio con ilusiones, porque creo temen en gran manera las letras humildes y virtuosas, y saben serán descubiertos y saldrán con pérdida.

19. He dicho esto porque hay opiniones de que no son letrados para gente de oración, si no tienen espíritu. Ya dije es menester espiritual maestro; mas si éste no es letrado, gran inconveniente es. Y será mucha ayuda tratar con ellos, como sean virtuosos. Aunque no tenga espíritu, me aprovechará, y Dios le dará a entender lo que ha de enseñar y aun le hará espiritual para que nos aproveche. Y esto no lo digo sin haberlo probado y acaecídome a mí con más de dos. Digo que para rendirse un alma del todo a estar sujeta a solo un maestro, que yerra mucho en no procurar que sea tal, si es religioso, pues ha de estar sujeto a su prelado, que por ventura le faltarán todas tres cosas -que no será pequeña cruz- sin que él de su voluntad sujete su entendimiento a quien no le tenga bueno. Al menos esto no lo he yo podido acabar conmigo ni me parece conviene. Pues si es seglar, alabe a Dios que puede escoger a quien ha de estar sujeto, y no pierda esta tan virtuosa libertad; antes esté sin ninguno hasta hallarle, que el Señor se le dará, como vaya fundado todo en humildad y con deseo de acertar. Yo le alabo mucho, y las mujeres y los que no saben letras le habíamos siempre de dar infinitas gracias, porque haya quien con tantos trabajos haya alcanzado la verdad que los ignorantes ignoramos.

20. Espántanme muchas veces letrados, religiosos en especial, con el trabajo que han ganado lo que sin ninguno, más que preguntarlo, me aproveche a mí. ¡Y que haya personas que no quieran aprovecharse de esto! ¡No plega a Dios! Véolos sujetos a los trabajos de la religión, que son grandes, con penitencias y mal comer, sujetos a la obediencia, que algunas veces me es gran confusión, cierto; con esto, mal dormir, todo trabajo, todo cruz. Paréceme sería gran mal que tanto bien ninguno por su culpa lo pierda. Y podrá ser que pensemos algunos que estamos libres de estos trabajos, y nos lo dan guisado, como dicen, y viviendo a nuestro placer, que por tener un poco de más oración nos hemos de aventajar a tantos trabajos.

21. ¡Bendito seáis vos, Señor, que tan inhábil y sin provecho me hicisteis! Mas aláboos muy mucho, porque despertáis a tantos que nos despierten. Había de ser muy continua nuestra oración por estos que nos dan luz. ¿Qué seríamos sin ellos entre tan grandes tempestades como ahora tiene la Iglesia? Si algunos ha habido ruines, más resplandecerán los buenos. Plega al Señor los tenga de su mano y los ayude para que nos ayuden, amén.

22. Mucho he salido de propósito de lo que comencé a decir; mas todo es propósito para los que comienzan, que comiencen camino tan alto de manera que vayan puestos en verdadero camino. Pues tornando a lo que decía de pensar a Cristo a la columna, es bueno discurrir un rato y pensar las penas que allí tuvo y por qué las tuvo y quién es el que las tuvo y el amor con que las pasó. Mas que no se canse siempre en andar a buscar esto, sino que se esté allí con El, acallado el entendimiento. Si pudiere, ocuparle en que mire que le mira, y le acompañe y hable y pida y se humille y regale con El, y acuerde que no merecía estar allí. Cuando pudiere hacer esto, aunque sea al principio de comenzar oración, hallará grande provecho, y hace muchos provechos esta manera de oración; al menos hallóle mi alma.

No sé si acierto a decirlo. Vuestra merced lo verá. Plega al Señor acierte a contentarle siempre, amén.
– ir a índice –

CAPÍTULO 14
Comienza a declarar el segundo grado de oración, que es ya dar el Señor al alma a sentir gustos más particulares. – Decláralo para dar a entender cómo son ya sobrenaturales. – Es harto de notar.

1. Pues ya queda dicho con el trabajo que se riega este vergel y cuán a fuerza de brazos sacando el agua del pozo, digamos ahora el segundo modo de sacar el agua que el Señor del huerto ordenó para que con artificio de con un torno y arcaduces sacase el hortelano más agua y a menos trabajo, y pudiese descansar sin estar continuo trabajando.

Pues este modo, aplicado a la oración que llaman de quietud, es lo que yo ahora quiero tratar.

2. Aquí se comienza a recoger el alma, toca ya aquí cosa sobrenatural, porque en ninguna manera ella puede ganar aquello por diligencias que haga. Verdad es que parece que algún tiempo se ha cansado en andar el torno y trabajar con el entendimiento y henchídose los arcaduces; mas aquí está el agua más alto y así se trabaja muy menos que en sacarlo del pozo. Digo que está más cerca el agua, porque la gracia dase más claramente a conocer al alma.

Esto es un recogerse las potencias dentro de sí para gozar de aquel contento con más gusto; mas no se pierden ni se duermen; sola la voluntad se ocupa de manera que, sin saber cómo, se cautiva; sólo da consentimiento para que la encarcele Dios, como quien bien sabe ser cautivo de quien ama. ¡Oh Jesús y Señor mío! ¡qué nos vale aquí vuestro amor!, porque éste tiene al nuestro tan atado que no deja libertad para amar en aquel punto a otra cosa sino a Vos.

3. Las otras dos potencias ayudan a la voluntad para que vaya haciéndose hábil para gozar de tanto bien, puesto que algunas veces, aun estando unida la voluntad, acaece desayudar harto; mas entonces no haga caso de ellas, sino estése en su gozo y quietud; porque, si las quiere recoger, ella y ellas perderán, que son entonces como unas palomas que no se contentan con el cebo que les da el dueño del palomar sin trabajarlo ellas, y van a buscar de comer por otras partes, y hallan tan mal que se tornan; y así van y vienen a ver si les da la voluntad de lo que goza. Si el Señor quiere echarles cebo, detiénense, y si no, tornan a buscar; y deben pensar que hacen a la voluntad provecho, y a las veces en querer la memoria o imaginación representarla lo que goza, la dañará. Pues tenga aviso de haberse con ellas como diré.

4. Pues todo esto que pasa aquí es con grandísimo consuelo y con tan poco trabajo, que no cansa la oración, aunque dure mucho rato; porque el entendimiento obra aquí muy paso a paso y saca muy mucha más agua que no sacaba del pozo. Las lágrimas que Dios aquí da, ya van con gozo; aunque se sienten, no se procuran.

5. Este agua de grandes bienes y mercedes que el Señor da aquí, hacen crecer las virtudes muy más sin comparación que en la oración pasada, porque se va ya esta alma subiendo de su miseria y dásele ya un poco de noticia de los gustos de la gloria. Esto creo las hace más crecer y también llegar más cerca de la verdadera virtud, de donde todas las virtudes vienen, que es Dios; porque comienza Su Majestad a comunicarse a esta alma y quiere que sienta ella cómo se le comunica.

Comiénzase luego, en llegando aquí, a perder la codicia de lo de acá, ¡y pocas gracias! Porque ve claro que un momento de aquel gusto no se puede haber acá, ni hay riquezas ni señoríos ni honras ni deleites que basten a dar un cierra ojo y abre de este contentamiento, porque es verdadero y contento que se ve que nos contenta. Porque los de acá, por maravilla me parece entendemos adónde está este contento, porque nunca falta un «sí-no». Aquí todo es «sí» en aquel tiempo; el «no» viene después, por ver que se acabó y que no lo puede tornar a cobrar ni sabe cómo; porque si se hace pedazos a penitencias y oración y todas las demás cosas, si el Señor no le quiere dar, aprovecha poco. Quiere Dios por su grandeza que entienda esta alma que está Su Majestad tan cerca de ella que ya no ha menester enviarle mensajeros, sino hablar ella misma con El, y no a voces, porque está ya tan cerca que en meneando los labios la entiende.

6. Parece impertinente decir esto, pues sabemos que siempre nos entiende Dios y está con nosotros. En esto no hay que dudar que es así, mas quiere este Emperador y Señor nuestro que entendamos aquí que nos entiende, y lo que hace su presencia, y que quiere particularmente comenzar a obrar en el alma, en la gran satisfacción interior y exterior que la da, y en la diferencia que, como he dicho, hay de este deleite y contento a los de acá, que parece hinche el vacío que por nuestros pecados teníamos hecho en el alma. Es en lo muy íntimo de ella esta satisfacción, y no sabe por dónde ni cómo le vino, ni muchas veces sabe qué hacer ni qué querer ni qué pedir. Todo parece lo halla junto y no sabe lo que ha hallado, ni aun yo sé cómo darlo a entender, porque para hartas cosas eran menester letras. Porque aquí viniera bien dar aquí a entender qué es auxilio general o particular -que hay muchos que lo ignoran-, y cómo este particular quiere el Señor aquí que casi le vea el alma por vista de ojos, como dicen, y también para muchas cosas que irán erradas. Mas, como lo han de ver personas que entiendan si hay yerro, voy descuidada; porque así de letras como de espíritu sé que lo puedo estar, yendo a poder de quien va, que entenderán y quitarán lo que fuere mal.

7. Pues querría dar a entender esto, porque son principios, y cuando el Señor comienza a hacer estas mercedes, la misma alma no las entiende ni sabe qué hacer de sí. Porque, si la lleva Dios por camino de temor, como hizo a mí, es gran trabajo, si no hay quien la entienda; y esle gran gusto verse pintada, y entonces ve claro va por allí. Y es gran bien saber lo que ha de hacer, para ir aprovechando en cualquier estado de estos. Porque he yo pasado mucho y perdido harto tiempo por no saber qué hacer y he gran lástima a almas que se ven solas cuando llegan aquí; porque aunque he leído muchos libros espirituales, aunque tocan en lo que hace al caso, decláranse muy poco, y si no es alma muy ejercitada, aun declarándose mucho, tendrá harto que hacer en entenderse.

8. Querría mucho el Señor me favoreciese para poner los efectos que obran en el alma estas cosas, que ya comienzan a ser sobrenaturales, para que se entienda por los efectos cuándo es espíritu de Dios. Digo «se entienda», conforme a lo que acá se puede entender, aunque siempre es bien andemos con temor y recato; que, aunque sea de Dios, alguna vez podrá transfigurarse el demonio en ángel de luz, y si no es alma muy ejercitada, no lo entenderá: y tan ejercitada, que para entender esto es menester llegar muy en la cumbre de la oración.

Ayúdame poco el poco tiempo que tengo, y así ha menester Su Majestad hacerlo; porque he de andar con la comunidad y con otras hartas ocupaciones (como estoy en casa que ahora se comienza, como después se verá), y así es muy sin tener asiento lo que escribo, sino a pocos a pocos, y esto quisiérale, porque cuando el Señor da espíritu, pónese con facilidad y mejor: parece como quien tiene un dechado delante, que está sacando aquella labor; mas si el espíritu falta, no hay más concertar este lenguaje que si fuese algarabía, a manera de decir, aunque hayan muchos años pasado en oración. Y así me parece es grandísima ventaja, cuando lo escribo estar en ello; porque veo claro no soy yo quien lo dice, que ni lo ordeno con el entendimiento ni sé después cómo lo acerté a decir. Esto me acaece muchas veces.

9. Ahora tornemos a nuestra huerta o vergel, y veamos cómo comienzan estos árboles a empreñarse para florecer y dar después fruto, y las flores y claveles lo mismo para dar olor. Regálame esta comparación, porque muchas veces en mis principios (y plega al Señor haya yo ahora comenzado a servir a Su Majestad; digo «principio» de lo que diré de aquí adelante de mi vida) me era gran deleite considerar ser mi alma un huerto y al Señor que se paseaba en él. Suplicábale aumentase el olor de las florecitas de virtudes que comenzaban, a lo que parecía, a querer salir y que fuese para su gloria y las sustentase, pues yo no quería nada para mí, y cortase las que quisiese, que ya sabía habían de salir mejores. Digo «cortar», porque vienen tiempos en el alma que no hay memoria de este huerto: todo parece está seco y que no ha de haber agua para sustentarle, ni parece hubo jamás en el alma cosa de virtud. Pásase mucho trabajo, porque quiere el Señor que le parezca al pobre hortelano que todo el que ha tenido en sustentarle y regarle va perdido. Entonces es el verdadero escardar y quitar de raíz las hierbecillas -aunque sean pequeñas- que han quedado malas. Con conocer no hay diligencia que baste si el agua de la gracia nos quita Dios, y tener en poco nuestra nada, y aun menos que nada, gánase aquí mucha humildad; tornan de nuevo a crecer las flores.

10. ¡Oh Señor mío y bien mío! ¡Que no puedo decir esto sin lágrimas y gran regalo de mi alma! ¡Que queráis Vos, Señor, estar así con nosotros, y estáis en el Sacramento (que con toda verdad se puede creer, pues lo es, y con gran verdad podemos hacer esta comparación), y si no es por nuestra culpa nos podemos gozar con Vos, y que Vos os holgáis con nosotros, pues decís ser vuestro deleite estar con los hijos de los hombres! ¡Oh Señor mío! ¿Qué es esto? Siempre que oigo esta palabra me es gran consuelo, aun cuando era muy perdida. ¿Es posible, Señor, que haya alma que llegue a que Vos la hagáis mercedes semejantes y regalos, y a entender que Vos os holgáis con ella, que os torne a ofender después de tantos favores y tan grandes muestras del amor que la tenéis, que no se puede dudar, pues se ve clara la obra?

Sí hay, por cierto, y no una vez sino muchas, que soy yo. Y plega a vuestra bondad, Señor, que sea yo sola la ingrata y la que haya hecho tan gran maldad y tenido tan excesiva ingratitud: porque aun ya de ella algún bien ha sacado vuestra infinita bondad; y mientras mayor mal, más resplandece el gran bien de vuestras misericordias.

¡Y con cuánta razón las puedo yo para siempre cantar!.

11. Suplícoos yo, Dios mío, sea así y las cante yo sin fin, ya que habéis tenido por bien de hacerlas tan grandísimas conmigo, que espantan los que las ven y a mí me saca de mí muchas veces, para poderos mejor alabar a Vos. Que estando en mí, sin Vos, no podría, Señor mío, nada, sino tornar a ser cortadas estas flores de este huerto, de suerte que esta miserable tierra tornase a servir de muladar como antes. No lo permitáis, Señor, ni queráis se pierda alma que con tantos trabajos comprasteis y tantas veces de nuevo la habéis tornado a rescatar y quitar de los dientes del espantoso dragón.

12. Vuestra merced me perdone, que salgo de propósito; y como hablo a mi propósito, no se espante, que es como toma el alma lo que se escribe, que a las veces hace harto de dejar de ir adelante en alabanzas de Dios, como se le representa, escribiendo, lo mucho que le debe. Y creo no le hará a vuestra merced mal gusto, porque entrambos, me parece, podemos cantar una cosa, aunque en diferente manera; porque es mucho más lo que yo debo a Dios, porque me ha perdonado más, como vuestra merced sabe.
– ir a índice –

CAPÍTULO 15
Prosigue en la misma materia y da algunos avisos de cómo se han de haber en esta oración de quietud. – Trata de cómo hay muchas almas que lleguen a tener esta oración y pocas que pasen adelante. – Son muy necesarias y provechosas las cosas que aquí se tocan.

1. Ahora tornemos al propósito. Esta quietud y recogimiento del alma es cosa que se siente mucho en la satisfacción y paz que en ella se pone, con grandísimo contento y sosiego de las potencias y muy suave deleite. Parécele -como no ha llegado a más- que no le queda qué desear y que de buena gana diría con San Pedro que fuese allí su morada. No osa bullirse ni menearse, que de entre las manos le parece se le ha de ir aquel bien; ni resolgar algunas veces no querría. No entiende la pobrecita que, pues ella por sí no pudo nada para traer a sí aquel bien, que menos podrá detenerle más de lo que el Señor quisiere.

Ya he dicho que en este primer recogimiento y quietud no faltan las potencias del alma, mas está tan satisfecha con Dios que mientras aquello dura, aunque las dos potencias se desbaraten, como la voluntad está unida con Dios, no se pierde la quietud y el sosiego, antes ella poco a poco torna a recoger el entendimiento y memoria. Porque, aunque ella aún no está de todo punto engolfada, está tan bien ocupada sin saber cómo, que por mucha diligencia que ellas pongan, no la pueden quitar su contento y gozo, antes muy sin trabajo se va ayudando para que esta centellica de amor de Dios no se apague.

2. Plega a Su Majestad me dé gracia para que yo dé esto a entender bien, porque hay muchas, muchas almas que llegan a este estado y pocas las que pasan adelante, y no sé quién tiene la culpa. A buen seguro que no falta Dios, que ya que Su Majestad hace merced que llegue a este punto, no creo cesará de hacer muchas más, si no fuese por nuestra culpa. Y va mucho en que el alma que llega aquí conozca la dignidad grande en que está y la gran merced que le ha hecho el Señor y cómo de buena razón no había de ser de la tierra, porque ya parece la hace su bondad vecina del cielo, si no queda por su culpa; y desventurada será si torna atrás. Yo pienso será para ir hacia abajo, como yo iba, si la misericordia del Señor no me tornara. Porque, por la mayor parte, será por graves culpas, a mi parecer, ni es posible dejar tan gran bien sin gran ceguedad de mucho mal.

3. Y así ruego yo, por amor del Señor, a las almas a quien Su Majestad ha hecho tan gran merced de que lleguen a este estado, que se conozcan y tengan en mucho, con una humilde y santa presunción para no tornar a las ollas de Egipto Y si por su flaqueza y maldad y ruin y miserable natural cayeren, como yo hice, siempre tengan delante el bien que perdieron, y tengan sospecha y anden con temor (que tienen razón de tenerle) que, si no tornan a la oración, han de ir de mal en peor. Que ésta llamo yo verdadera caída, la que aborrece el camino por donde ganó tanto bien, y con estas almas hablo; que no digo que no han de ofender a Dios y caer en pecados, aunque sería razón se guardase mucho de ellos quien ha comenzado a recibir estas mercedes, mas somos miserables. Lo que aviso mucho es que no deje la oración, que allí entenderá lo que hace y ganará arrepentimiento del Señor y fortaleza para levantarse; y crea que, si de ésta se aparta, que lleva, a mi parecer, peligro. No sé si entiendo lo que digo, porque -como he dicho- juzgo por mí…

4. Es, pues, esta oración una centellica que comienza el Señor a encender en el alma del verdadero amor suyo, y quiere que el alma vaya entendiendo qué cosa es este amor con regalo, esta quietud y recogimiento y centellica, si es espíritu de Dios y no gusto dado del demonio o procurado por nosotros. Aunque a quien tiene experiencia es imposible no entender luego que no es cosa que se puede adquirir, sino que este natural nuestro es tan ganoso de cosas sabrosas que todo lo prueba. Mas quédase muy en frío bien en breve, porque, por mucho que quiera comenzar a hacer arder el fuego para alcanzar este gusto, no parece sino que le echa agua para matarle. Pues esta centellica puesta por Dios, por pequeñita que es, hace mucho ruido, y si no la mata por su culpa, ésta es la que comienza a encender el gran fuego que echa llamas de sí, como diré en su lugar, del grandísimo amor de Dios que hace Su Majestad tengan las almas perfectas.

5. Es esta centella una señal o prenda que da Dios a esta alma de que la escoge ya para grandes cosas, si ella se apareja para recibirlas. Es gran don, mucho más de lo que yo podré decir.

Esme gran lástima, porque -como digo- conozco muchas almas que llegan aquí, y que pasen de aquí como han de pasar, son tan pocas, que se me hace vergüenza decirlo. No digo yo que hay pocas, que muchas debe haber, que por algo nos sustenta Dios. Digo lo que he visto. Querríalas mucho avisar que miren no escondan el talento, pues que parece las quiere Dios escoger para provecho de otras muchas, en especial en estos tiempos que son menester amigos fuertes de Dios para sustentar los flacos. Y los que esta merced conocieren en sí, ténganse por tales, si saben responder con las leyes que aun la buena amistad del mundo pide; y si no -como he dicho-, teman y hayan miedo no se hagan a sí mal y ¡plega a Dios sea a sí solos!

6. Lo que ha de hacer el alma en los tiempos de esta quietud, no es más de con suavidad y sin ruido. Llamo «ruido» andar con el entendimiento buscando muchas palabras y consideraciones para dar gracias de este beneficio y amontonar pecados suyos y faltas para ver que no lo merece. Todo esto se mueve aquí, y representa el entendimiento, y bulle la memoria, que cierto estas potencias a mí me cansan a ratos, que con tener poca memoria no la puedo sojuzgar. La voluntad, con sosiego y cordura, entienda que no se negocia bien con Dios a fuerza de brazos, y que éstos son unos leños grandes puestos sin discreción para ahogar esta centella, y conózcalo y con humildad diga: «Señor, ¿qué puedo yo aquí? ¿Qué tiene que ver la sierva con el Señor, y la tierra con el cielo?», o palabras que se ofrecen aquí de amor, fundada mucho en conocer que es verdad lo que dice, y no haga caso del entendimiento, que es un moledor. Y si ella le quiere dar parte de lo que goza, o trabaja por recogerle, que muchas veces se verá en esta unión de la voluntad y sosiego, y el entendimiento muy desbaratado, y vale más que le deje que no que vaya ella tras él, digo la voluntad, sino estése ella gozando de aquella merced y recogida como sabia abeja; porque si ninguna entrase en la colmena, sino que por traerse unas a otras se fuesen todas, mal se podría labrar la miel.

7. Así que perderá mucho el alma si no tiene aviso en esto; en especial si es el entendimiento agudo, que cuando comienza a ordenar pláticas y buscar razones, en tantito, si son bien dichas, pensará hace algo. La razón que aquí ha de haber es entender claro que no hay ninguna para que Dios nos haga tan gran merced, sino sola su bondad, y ver que estamos tan cerca, y pedir a Su Majestad mercedes y rogarle por la Iglesia y por los que se nos han encomendado y por las ánimas de purgatorio, no con ruido de palabras, sino con sentimiento de desear que nos oiga. Es oración que comprende mucho y se alcanza más que por mucho relatar el entendimiento. Despierte en sí la voluntad algunas razones que de la misma razón se representarán de verse tan mejorada, para avivar este amor, y haga algunos actos amorosos de qué hará por quien tanto debe, sin -como he dicho- admitir ruido del entendimiento a que busque grandes cosas. Más hacen aquí al caso unas pajitas puestas con humildad (y menos serán que pajas, si las ponemos nosotros) y más le ayudan a encender, que no mucha leña junta de razones muy doctas, a nuestro parecer, que en un credo la ahogarán.

Esto es bueno para los letrados que me lo mandan escribir; porque, por la bondad de Dios, todos llegan aquí, y podrá ser se les vaya el tiempo en aplicar Escrituras. Y aunque no les dejarán de aprovechar mucho las letras antes y después, aquí en estos ratos de oración poca necesidad hay de ellas, a mi parecer, si no es para entibiar la voluntad; porque el entendimiento está entonces, de verse cerca de la luz, con grandísima claridad, que aun yo, con ser la que soy, parezco otra.

8. Y es así que me ha acaecido estando en esta quietud, con no entender casi cosa que rece en latín, en especial del Salterio, no sólo entender el verso en romance, sino pasar adelante en regalarme de ver lo que el romance quiere decir.

Dejemos si hubiesen de predicar o enseñar, que entonces bien es ayudarse de aquel bien para ayudar a los pobres de poco saber, como yo, que es gran cosa la caridad y este aprovechar almas siempre, yendo desnudamente por Dios.

Así que en estos tiempos de quietud, dejar descansar el alma con su descanso. Quédense las letras a un cabo. Tiempo vendrá que aprovechen al Señor y las tengan en tanto, que por ningún tesoro quisieran haberlas dejado de saber, sólo para servir a Su Majestad, porque ayudan mucho. Mas delante de la Sabiduría infinita, créanme que vale más un poco de estudio de humildad y un acto de ella, que toda la ciencia del mundo. Aquí no hay que argüir, sino que conocer lo que somos con llaneza, y con simpleza representarnos delante de Dios, que quiere se haga el alma boba, como a la verdad lo es delante de su presencia, pues Su Majestad se humilla tanto que la sufre cabe sí siendo nosotros lo que somos.

9. También se mueve el entendimiento a dar gracias muy compuestas; mas la voluntad, con sosiego, con un no osar alzar los ojos con el publicano, hace más hacimiento de gracias que cuanto el entendimiento, con trastornar la retórica, por ventura puede hacer. En fin, aquí no se ha de dejar del todo la oración mental ni algunas palabras aun vocales, si quisieren alguna vez o pudieren; porque, si la quietud es grande, puédese mal hablar, si no es con mucha pena.

Siéntese, a mi parecer, cuándo es espíritu de Dios, o procurado de nosotros con comienzo de devoción que da Dios y queremos -como he dicho- pasar nosotros a esta quietud de la voluntad: no hace efecto ninguno, acábase presto, deja sequedad.

10. Si es del demonio, alma ejercitada paréceme lo entenderá; porque deja inquietud y poca humildad y poco aparejo para los efectos que hace el de Dios. No deja luz en el entendimiento ni firmeza en la verdad. Puede hacer aquí poco daño o ninguno, si el alma endereza su deleite y suavidad, que allí siente, a Dios, y poner en El sus pensamientos y deseos, como queda avisado; no puede ganar nada el demonio, antes permitirá Dios que con el mismo deleite que causa en el alma pierda mucho; porque éste ayudará a que el alma, como piense que es Dios, venga muchas veces a la oración con codicia de El; y si es alma humilde y no curiosa ni interesal de deleites, aunque sean espirituales, sino amiga de cruz, hará poco caso del gusto que da el demonio; lo que no podrá así hacer si es espíritu de Dios, sino tenerlo en muy mucho. Mas cosa que pone el demonio, como él es todo mentira, con ver que el alma con el gusto y deleite se humilla (que en esto ha de tener mucho: en todas las cosas de oración y gustos procurar salir humilde), no tornará muchas veces el demonio, viendo su pérdida.

11. Por esto y por otras muchas cosas, avisé yo en el primer modo de oración, en la primera agua, que es gran negoción comenzar las almas oración comenzándose a desasir de todo género de contentos, y entrar determinadas a sólo ayudar a llevar la cruz a Cristo, como buenos caballeros que sin sueldo quieren servir a su rey, pues le tienen bien seguro. Los ojos en el verdadero y perpetuo reino que pretendemos ganar. Es muy gran cosa traer esto siempre delante, en especial en los principios; que después tanto se ve claro, que antes es menester olvidarlo para vivir, que procurarlo: traer a la memoria lo poco que dura todo y cómo no es todo nada y en lo nonada que se ha de estimar el descanso.

12. Parece que esto es cosa muy baja, y así es verdad, que los que están adelante en más perfección tendrían por afrenta y entre sí se correrían si pensasen que porque se han de acabar los bienes de este mundo los dejan, sino que, aunque durasen para siempre, se alegran de dejarlos por Dios. Y mientras más perfectos fueren, más; y mientras más duraren, más. Aquí en estos está ya crecido el amor, y él es el que obra. Mas a los que comienzan esles cosa importantísima, y no lo tengan por bajo, que es gran bien el que se gana, y por eso lo aviso tanto; que les será menester, aun a los muy encumbrados en oración, algunos tiempos que los quiere Dios probar, y parece que Su Majestad los deja. Que, como ya he dicho y no querría esto se olvidase, en esta vida que vivimos no crece el alma como el cuerpo, aunque decimos que sí, y de verdad crece. Mas un niño, después que crece y echa gran cuerpo y ya le tiene de hombre, no torna a descrecer y a tener pequeño cuerpo; acá quiere el Señor que sí, a lo que yo he visto por mí, que no lo sé por más. Debe ser por humillarnos para nuestro gran bien y para que no nos descuidemos mientras estuviéremos en este destierro, pues el que más alto estuviere, más se ha de temer y fiar menos de sí. Vienen veces que es menester, para librarse de ofender a Dios estos que ya están tan puesta su voluntad en la suya, que por no hacer una imperfección se dejarían atormentar y pasarían mil muertes, que para no hacer pecados -según se ven combatidos de tentaciones y persecuciones- sea menester aprovecharse de las primeras armas de la oración y tornen a pensar que todo se acaba y que hay cielo e infierno y otras cosas de esta suerte.

13. Pues tornando a lo que decía, gran fundamento es, para librarse de los ardides y gustos que da el demonio, el comenzar con determinación de llevar camino de cruz desde el principio y no los desear, pues el mismo Señor mostró ese camino de perfección diciendo: Toma tu cruz y sígueme. El es nuestro dechado; no hay que temer quien por sólo contentarle siguiere sus consejos.

14. En el aprovechamiento que vieren en sí entenderán que no es demonio; que, aunque tornen a caer, queda una señal de que estuvo allí el Señor, que es levantarse presto, y éstas que ahora diré: -cuando es espíritu de Dios, no es menesterandar rastreando cosas para sacar humildad y confusión, porque el mismo Señor la da de manera bien diferente de la que nosotros podemos ganar con nuestras consideracioncillas, que no son nada en comparación de una verdadera humildad con luz que enseña aquí el Señor, que hace una confusión que hace deshacer. Esto es cosa muy conocida, el conocimiento que da Dios para que conozcamos que ningún bien tenemos de nosotros, y mientras mayores mercedes, más.

-Pone un gran deseo de ir adelante en la oración y no la dejar por ninguna cosa de trabajo que le pudiese suceder.
-A todo se ofrece.
-Una seguridad, con humildad y temor, de que ha de salvarse.
-Echa luego el temor servil del alma y pónele el fiel temor muy más crecido.
-Ve que se le comienza un amor con Dios muy sin interés suyo.
-Desea ratos de soledad para gozar más de aquel bien.

15. – En fin, por no me cansar, es un principio de todos los bienes, un estar ya las flores en término que no les falta casi nada para brotar. Y esto verá muy claro el alma, y en ninguna manera por entonces se podrá determinar a que no estuvo Dios con ella, hasta que se torna a ver con quiebras e imperfecciones, que entonces todo lo teme. Y es bien que tema. Aunque almas hay que les aprovecha más creer cierto que es Dios, que todos los temores que la puedan poner; porque, si de suyo es amorosa y agradecida, más la hace tornar a Dios la memoria de la merced que la hizo, que todos los castigos del infierno que la representen. Al menos la mía, aunque tan ruin, esto me acaecía.

16. Porque las señales del buen espíritu se irán diciendo, mas como a quien le cuestan muchos trabajos sacarlas en limpio, no las digo ahora aquí. Creo, con el favor de Dios, en esto atinaré algo; porque, dejado la experiencia en que he mucho entendido, sélo de algunos letrados muy letrados y personas muy santas, a quien es razón se dé crédito, y no anden las almas tan fatigadas, cuando llegaren aquí por la bondad del Señor, como yo he andado.
– ir a índice –

CAPÍTULO 16
Trata tercer grado de oración, y va declarando cosas muy subidas, y lo que puede el alma que llega aquí, y los efectos que hacen estas mercedes tan grandes del Señor. – Es muy para levantar el espíritu en alabanzas de Dios y para gran consuelo de quien llegare aquí.

1. Vengamos ahora a hablar de la tercera agua con que se riega esta huerta, que es agua corriente de río o de fuente, que se riega muy a menos trabajo, aunque alguno da el encaminar el agua. Quiere el Señor aquí ayudar al hortelano de manera que casi El es el hortelano y el que lo hace todo.

Es un sueño de las potencias, que ni del todo se pierden ni entienden cómo obran. El gusto y suavidad y deleite es más sin comparación que lo pasado; es que da el agua a la garganta, a esta alma, de la gracia, que no puede ya ir adelante, ni sabe cómo, ni tornar atrás. Querría gozar de grandísima gloria. Es como uno que está, la candela en la mano, que le falta poco para morir muerte que la desea; está gozando en aquella agonía con el mayor deleite que se puede decir. No me parece que es otra cosa sino un morir casi del todo a todas las cosas del mundo y estar gozando de Dios.

Yo no sé otros términos cómo lo decir ni cómo lo declarar, ni entonces sabe el alma qué hacer; porque ni sabe si hable ni si calle, ni si ría, ni si llore. Es un glorioso desatino, una celestial locura, adonde se deprende la verdadera sabiduría, y es deleitosísima manera de gozar el alma.

2. Y es así que ha que me dio el Señor en abundancia esta oración creo cinco y aun seis años, muchas veces, y que ni yo la entendía ni la supiera decir; y así tenía por mí, llegada aquí, decir muy poco o nonada. Bien entendía que no era del todo unión de todas las potencias y que era más que la pasada, muy claro; mas yo confieso que no podía determinar ni entender cómo era esta diferencia.

Creo por la humildad que vuestra merced ha tenido en quererse ayudar de una simpleza tan grande como la mía, me dio el Señor hoy, acabando de comulgar, esta oración, sin poder ir adelante, y me puso estas comparaciones y enseñó la manera de decirlo y lo que ha de hacer aquí el alma; que, cierto, yo me espanté y entendí en un punto.

Muchas veces estaba así como desatinada y embriagada en este amor, y jamás había podido entender cómo era. Bien entendía que era Dios, mas no podía entender cómo obraba aquí; porque en hecho de verdad están casi del todo unidas las potencias, mas no tan engolfadas que no obren. Gustado he en extremo de haberlo ahora entendido. ¡Bendito sea el Señor, que así me ha regalado!

3. Sólo tienen habilidad las potencias para ocuparse todas en Dios. No parece se osa bullir ninguna ni la podemos hacer menear, si con mucho estudio no quisiéramos divertirnos, y aun no me parece que del todo se podría entonces hacer. Háblanse aquí muchas palabras en alabanzas de Dios sin concierto, si el mismo Señor no las concierta. Al menos el entendimiento no vale aquí nada. Querría dar voces en alabanzas el alma, y está que no cabe en sí; un desasosiego sabroso. Ya ya se abren las flores, ya comienzan a dar olor. Aquí querría el alma que todos la viesen y entendiesen su gloria para alabanzas de Dios, y que la ayudasen a ella, y darles parte de su gozo, porque no puede tanto gozar. Paréceme que es como la que dice el Evangelio que quería llamar o llamaba a sus vecinas. Esto me parece debía sentir el admirable espíritu del real profeta David, cuando tañía y cantaba con el arpa en alabanzas de Dios. De este glorioso Rey soy yo muy devota y querría todos lo fuesen, en especial los que somos pecadores.

4. ¡Oh, válgame Dios! ¡Cuál está un alma cuando está así! Toda ella querría fuese lenguas para alabar al Señor. Dice mil desatinos santos, atinando siempre a contentar a quien la tiene así. Yo sé persona que, con no ser poeta, que le acaecía hacer de presto coplas muy sentidas declarando su pena bien, no hechas de su entendimiento, sino que, para más gozar la gloria que tan sabrosa pena le daba, se quejaba de ella a su Dios. Todo su cuerpo y alma querría se despedazase para mostrar el gozo que con esta pena siente. ¿Qué se le pondrá entonces delante de tormentos, que no le fuese sabroso pasarlos por su Señor? Ve claro que no hacían nada los mártires de su parte en pasar tormentos, porque conoce bien el alma viene de otra parte la fortaleza. Mas ¿qué sentirá de tornar a tener seso para vivir en el mundo, y de haber de tornar a los cuidados y cumplimientos de él?

Pues no me parece he encarecido cosa que no quede baja en este modo de gozo que el Señor quiere en este destierro que goce un alma. ¡Bendito seáis por siempre, Señor! ¡Alaben os todas las cosas por siempre! ¡Quered ahora, Rey mío, suplícooslo yo, que, pues cuando esto escribo, no estoy fuera de esta santa locura celestial por vuestra bondad y misericordia -que tan sin méritos míos me hacéis esta merced-, que o estén todos los que yo tratare locos de vuestro amor, o permitáis que no trate yo con nadie, u ordenad, Señor, cómo no tenga ya cuenta en cosa del mundo o me sacad de él! ¡No puede ya, Dios mío, esta vuestra sierva sufrir tantos trabajos como de verse sin Vos le vienen, que si ha de vivir, no quiere descanso en esta vida, ni se le deis Vos! Querría ya esta alma verse libre: el comer la mata; el dormir la congoja; ve que se le pasa el tiempo de la vida pasar en regalos, y que nada ya la puede regalar fuera de Vos; que parece vive contra natura, pues ya no querría vivir en sí sino en Vos.

5. ¡Oh verdadero Señor y gloria mía! ¡Qué delgada y pesadísima cruz tenéis aparejada a los que llegan a este estado! Delgada, porque es suave; pesada, porque vienen veces que no hay sufrimiento que la sufra, y no se querría jamás ver libre de ella, si no fuese para verse ya con Vos. Cuando se acuerda que no os ha servido en nada, y que viviendo os puede servir, querría cargarse muy más pesada y nunca hasta el fin del mundo morirse. No tiene en nada su descanso, a trueco de haceros un pequeño servicio. No sabe qué desee, mas bien entiende que no desea otra cosa sino a Vos.

6. ¡Oh hijo mío! (que es tan humilde, que así se quiere nombrar a quien va esto dirigido y me lo mandó escribir), sea sólo para vos algunas cosas de las que viere vuestra merced salgo de términos; porque no hay razón que baste a no me sacar de ella, cuando me saca el Señor de mí, ni creo soy yo la que hablo desde esta mañana que comulgué. Parece que sueño lo que veo y no querría ver sino enfermos de este mal que estoy yo ahora. Suplico a vuestra merced seamos todos locos por amor de quien por nosotros se lo llamaron. Pues dice vuestra merced que me quiere, en disponerse para que Dios le haga esta merced quiero que me lo muestre, porque veo muy pocos que no los vea con seso demasiado para lo que les cumple. Ya puede ser que tenga yo más que todos. No me lo consienta vuestra merced, Padre mío, pues también lo es como hijo, pues es mi confesor y a quien he fiado mi alma. Desengáñeme con verdad, que se usan muy poco estas verdades.

7. Este concierto querría hiciésemos los cinco que al presente nos amamos en Cristo, que como otros en estos tiempos se juntaban en secreto para contra Su Majestad y ordenar maldades y herejías, procurásemos juntarnos alguna vez para desengañar unos a otros, y decir en lo que podríamos enmendarnos y contentar más a Dios; que no hay quien tan bien se conozca a sí como conocen los que nos miran, si es con amor y cuidado de aprovecharnos.

Digo «en secreto», porque no se usa ya este lenguaje. Hasta los predicadores van ordenando sus sermones para no descontentar. Buena intención tendrán y la obra lo será; mas ¡así se enmiendan pocos! Mas ¿cómo no son muchos los que por los sermones dejan los vicios públicos? ¿Sabe qué me parece? Porque tienen mucho seso los que los predican. No están sin él, con el gran fuego de amor de Dios, como lo estaban los Apóstoles, y así calienta poco esta llama. No digo yo sea tanta como ellos tenían, mas querría que fuese más de lo que veo. ¿Sabe vuestra merced en qué debe ir mucho? En tener ya aborrecida la vida y en poca estima la honra; que no se les daba más -a trueco de decir una verdad y sustentarla para gloria de Dios- perderlo todo, que ganarlo todo; que a quien de veras lo tiene todo arriscado por Dios, igualmente lleva lo uno que lo otro. No digo yo que soy ésta, mas querríalo ser.

8. ¡Oh gran libertad, tener por cautiverio haber de vivir y tratar conforme a las leyes del mundo!, que como ésta se alcance del Señor, no hay esclavo que no lo arrisque todo por rescatarse y tornar a su tierra. Y pues éste es el verdadero camino, no hay que parar en él, que nunca acabaremos de ganar tan gran tesoro, hasta que se nos acabe la vida. El Señor nos dé para esto su favor.

Rompa vuestra merced esto que he dicho, si le pareciere, y tómelo por carta para sí, y perdóneme, que he estado muy atrevida.
– ir a índice –

CAPÍTULO 17
Prosigue en la misma materia de declarar este tercer grado de oración. – Acaba de declarar los efectos que hace. – Dice el daño que aquí hace la imaginación y memoria.

1. Razonablemente está dicho de este modo de oración y lo que ha de hacer el alma o, por mejor decir, hace Dios en ella, que es el que toma ya el oficio de hortelano y quiere que ella huelgue. Sólo consiente la voluntad en aquellas mercedes que goza. Y se ha de ofrecer a todo lo que en ella quisiere hacer la verdadera sabiduría, porque es menester ánimo, cierto. Porque es tanto el gozo, que parece algunas veces no queda un punto para acabar el ánima de salir de este cuerpo. ¡Y qué venturosa muerte sería!

2. Aquí me parece viene bien, como a vuestra merced se dijo, dejarse del todo en los brazos de Dios. Si quiere llevarla al cielo, vaya; si al infierno, no tiene pena, como vaya con su Bien; si acabar del todo la vida, eso quiere; si que viva mil años, también. Haga Su Majestad como de cosa propia; ya no es suya el alma de sí misma; dada está del todo al Señor; descuídese del todo.

Digo que en tan alta oración como ésta, que cuando la da Dios al alma puede hacer todo esto. Y mucho más que éstos son sus efectos. Y entiende que lo hace sin ningún cansancio del entendimiento. Sólo me parece está como espantada de ver cómo el Señor hace tan buen hortelano y no quiere que tome él trabajo ninguno, sino que se deleite en comenzar a oler las flores; que en una llegada de éstas, por poco que dure, como es tal el hortelano, en fin criador del agua, dala sin medida, y lo que la pobre del alma con trabajo por ventura de veinte años de cansar el entendimiento no ha podido acaudalar, hácelo este hortelano celestial en un punto, y crece la fruta y madúrala de manera que se puede sustentar de su huerto, queriéndolo el Señor. Mas no le da licencia que reparta la fruta, hasta que él esté tan fuerte con lo que ha comido de ella, que no se le vaya en gustaduras y no dándole nada de provecho ni pagándosela a quien la diere, sino que los mantenga y dé de comer a su costa, y quedarse ha él por ventura muerto de hambre.

Esto bien entendido va para tales entendimientos, y sabránlo aplicar mejor que yo lo sabré decir, y cánsome.

3. En fin, es que las virtudes quedan ahora más fuertes que en la oración de quietud pasada, que el alma no las puede ignorar, porque se ve otra y no sabe cómo. Comienza a obrar grandes cosas con el olor que dan de sí las flores, que quiere el Señor se abran para que ella vea que tiene virtudes, aunque ve muy bien que no las podía ella -ni ha podido- ganar en muchos años, y que en aquello poquito el celestial hortelano se las dio. Aquí es muy mayor la humildad y más profunda que al alma queda, que en lo pasado; porque ve más claro que poco ni mucho hizo, sino consentir que la hiciese el Señor mercedes y abrazarlas la voluntad.

Paréceme este modo de oración unión muy conocida de toda el alma con Dios, sino que parece quiere Su Majestad dar licencia a las potencias para que entiendan y gocen de lo mucho que obra allí.

4. Acaece algunas y muy muchas veces, estando unida la voluntad (para que vea vuestra merced puede ser esto, y lo entienda cuando lo tuviere; al menos a mí trájome tonta, y por eso lo digo aquí), vese claro y entiéndese que está la voluntad atada y gozando; digo que «se ve claro», y en mucha quietud está sola la voluntad, y está por otra parte el entendimiento y memoria tan libres, que pueden tratar en negocios y entender en obras de caridad.

Esto, aunque parece todo uno, es diferente de la oración de quietud que dije, en parte, porque allí está el alma que no se querría bullir ni menear, gozando en aquel ocio santo de María; en esta oración puede también ser Marta. Así que está casi obrando juntamente en vida activa y contemplativa, y entender en obras de caridad y negocios que convengan a su estado, y leer, aunque no del todo están señores de sí, y entienden bien que está la mejor parte del alma en otro cabo. Es como si estuviésemos hablando con uno y por otra parte nos hablase otra persona, que ni bien estaremos en lo uno ni bien en lo otro.

Es cosa que se siente muy claro y da mucha satisfacción y contento cuando se tiene, y es muy gran aparejo para que, en teniendo tiempo de soledad o desocupación de negocios, venga el alma a muy sosegada quietud. Es un andar como una persona que está en sí satisfecha, que no tiene necesidad de comer, sino que siente el estómago contento, de manera que no a todo manjar arrostraría; mas no tan harta que, si los ve buenos, deje de comer de buena gana. Así, no le satisface ni querría entonces contento del mundo, porque en sí tiene el que le satisface más: mayores contentos de Dios, deseos de satisfacer su deseo, de gozar más, de estar con El. Esto es lo que quiere.

5. Hay otra manera de unión, que aún no es entera unión, mas es más que la que acabo de decir, y no tanto como la que se ha dicho de esta tercera agua.

Gustará vuestra merced mucho, de que el Señor se las dé todas si no las tiene ya, de hallarlo escrito y entender lo que es. Porque una merced es dar el Señor la merced, y otra es entender qué merced es y qué gracia, otra es saber decirla y dar a entender cómo es. Y aunque no parece es menester más de la primera, para no andar el alma confusa y medrosa e ir con más ánimo por el camino del Señor llevando debajo de los pies todas las cosas del mundo, es gran provecho entenderlo y merced; que por cada una es razón alabe mucho al Señor quien la tiene, y quien no, porque la dio Su Majestad a alguno de los que viven, para que nos aprovechase a nosotros.

Ahora pues, acaece muchas veces esta manera de unión que quiero decir (en especial a mí, que me hace Dios esta merced de esta suerte muy muchas), que coge Dios la voluntad y aun el entendimiento, a mi parecer, porque no discurre, sino está ocupado gozando de Dios, como quien está mirando y ve tanto que no sabe hacia dónde mirar; uno por otro se le pierde de vista, que no dará señas de cosa. La memoria queda libre, y junto con la imaginación debe ser; y ella, como se ve sola, es para alabar a Dios la guerra que da y cómo procura desasosegarlo todo. A mí cansada me tiene y aborrecida la tengo, y muchas veces suplico al Señor, si tanto me ha de estorbar, me la quite en estos tiempos. Alguna veces le digo: «¿Cuándo, mi Dios, ha de estar ya toda junta mi alma en vuestra alabanza y no hecha pedazos, sin poder valerse a sí?». Aquí veo el mal que nos causa el pecado, pues así nos sujetó a no hacer lo que queremos de estar siempre ocupados en Dios.

6. Digo que me acaece a veces -y hoy ha sido la una, y así lo tengo bien en la memoria- que veo deshacerse mi alma, por verse junta donde está la mayor parte, y ser imposible, sino que le da tal guerra la memoria e imaginación que no la dejan valer; y como faltan las otras potencias, no valen, aun para hacer mal, nada. Harto hacen en desasosegar. Digo «para hacer mal», porque no tienen fuerza ni paran en un ser. Como el entendimiento no la ayuda poco ni mucho a lo que le representa, no para en nada, sino de uno en otro, que no parece sino de estas maripositas de las noches, importunas y desasosegadas: así anda de un cabo a otro. En extremo me parece le viene al propio esta comparación, porque aunque no tiene fuerza para hacer ningún mal, importuna a los que la ven.

Para esto no sé qué remedio haya, que hasta ahora no me le ha dado Dios a entender; que de buena gana le tomaría para mí, que me atormenta, como digo, muchas veces. Represéntase aquí nuestra miseria, y muy claro el gran poder de Dios; pues ésta, que queda suelta, tanto nos daña y nos cansa, y las otras que están con Su Majestad, el descanso que nos dan.

7. El postrer remedio que he hallado, a cabo de haberme fatigado hartos años, es lo que dije en la oración de quietud: que no se haga caso de ella más que de un loco, sino dejarla con su tema, que sólo Dios se la puede quitar; y, en fin, aquí por esclava queda. Hémoslo de sufrir con paciencia, como hizo Jacob a Lía, porque harta merced nos hace el Señor que gocemos de Raquel. Digo que «queda esclava», porque, en fin, no puede -por mucho que haga- traer a sí las otras potencias; antes ellas, sin ningún trabajo, la hacen venir muchas veces a sí. Algunas, es Dios servido de haber lástima de verla tan perdida y desasosegada, con deseo de estar con las otras, y consiéntela Su Majestad se queme en el fuego de aquella vela divina, donde las otras están ya hechas polvo, perdido su ser natural, casi estando sobrenatural, gozando tan grandes bienes.

8. En todas estas maneras que de esta postrera agua de fuente he dicho, es tan grande la gloria y descanso del alma, que muy conocidamente aquel gozo y deleite participa de él el cuerpo, y esto muy conocidamente, y quedan tan crecidas las virtudes como he dicho.

Parece ha querido el Señor declarar estos estados en que se ve el alma, a mi parecer, lo más que acá se puede dar a entender. Trátelo vuestra merced con persona espiritual que haya llegado aquí y tenga letras. Si le dijere que está bien, crea que se lo ha dicho Dios y téngalo en mucho a Su Majestad; porque, como he dicho, andando el tiempo se holgará mucho de entender lo que es, mientras no le diere la gracia (aunque se la dé de gozarlo) para entenderlo. Como le haya dado Su Majestad la primera, con su entendimiento y letras lo entenderá por aquí.

Sea alabado por todos los siglos de los siglos por todo, amén.
– ir a índice –

CAPÍTULO 18
En que trata del cuarto grado de oración. 
– Comienza a declarar por excelente manera la gran dignidad en que el Señor pone al alma que está en este estado. – Es para animar mucho a los que tratan oración, para que se esfuercen a llegar a tan alto estado, pues se puede alcanzar en la tierra, aunque no por merecerlo, sino por la bondad del Señor. – Léase con advertencia, porque se declara por muy delicado modo y tiene cosas mucho de notar.

1. El Señor me enseñe palabras cómo se pueda decir algo de la cuarta agua. Bien es menester su favor, aun más que para la pasada; porque en ella aún siente el alma no está muerta del todo, que así lo podemos decir, pues lo está al mundo; mas, como dije, tiene sentido para entender que está en él y sentir su soledad, y aprovéchase de lo exterior para dar a entender lo que siente, siquiera por señas.

En toda la oración y modos de ella que queda dicho, alguna cosa trabaja el hortelano; aunque en estas postreras va el trabajo acompañado de tanta gloria y consuelo del alma, que jamás querría salir de él, y así no se siente por trabajo, sino por gloria.

Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se goza. Entiéndese que se goza un bien, adonde juntos se encierran todos los bienes, mas no se comprende este bien. Ocúpanse todos los sentidos en este gozo, de manera que no queda ninguno desocupado para poder en otra cosa, exterior ni interiormente.

Antes dábaseles licencia para que, como digo, hagan algunas muestras del gran gozo que sienten; acá el alma goza más sin comparación, y puédese dar a entender muy menos, porque no queda poder en el cuerpo, ni el alma le tiene para poder comunicar aquel gozo. En aquel tiempo todo le sería gran embarazo y tormento y estorbo de su descanso; y digo que si es unión de todas las potencias, que, aunque quiera -estando en ello digo- no puede, y si puede, ya no es unión.

2. El cómo es ésta que llaman unión y lo que es, yo no lo sé dar a entender. En la mística teología se declara, que yo los vocablos no sabré nombrarlos, ni sé entender qué es mente, ni qué diferencia tenga del alma o espíritu tampoco; todo me parece una cosa, bien que el alma alguna vez sale de sí misma, a manera de un fuego que está ardiendo y hecho llama, y algunas veces crece este fuego con ímpetu; esta llama sube muy arriba del fuego, mas no por eso es cosa diferente, sino la misma llama que está en el fuego.

Esto vuestras mercedes lo entenderán -que yo no lo sé más decir- con sus letras. Lo que yo pretendo declarar es qué siente el alma cuando está en esta divina unión.

3. Lo que es unión ya se está entendido, que es dos cosas divisas hacerse una. ¡Oh Señor mío, qué bueno sois! ¡Bendito seáis para siempre! ¡Alaben os, Dios mío, todas las cosas, que así nos amasteis, de manera que con verdad podamos hablar de esta comunicación que aun en este destierro tenéis con las almas!; y aun con las que son buenas es gran largueza y magnanimidad. En fin, vuestra, Señor mío, que dais como quien sois. ¡Oh largueza infinita, cuán magníficas son vuestras obras! Espanta a quien no tiene ocupado el entendimiento en cosas de la tierra, que no tenga ninguno para entender verdades. Pues que hagáis a almas que tanto os han ofendido mercedes tan soberanas, cierto, a mí me acaba el entendimiento, y cuando llego a pensar en esto, no puedo ir adelante. ¿Dónde ha de ir que no sea tornar atrás? Pues daros gracias por tan grandes mercedes, no sabe cómo. Con decir disparates me remedio algunas veces.

4. Acaéceme muchas, cuando acabo de recibir estas mercedes o me las comienza Dios a hacer (que estando en ellas ya he dicho que no hay poder hacer nada), decir: «Señor, mirad lo que hacéis, no olvidéis tan presto tan grandes males míos; ya que para perdonarme lo hayáis olvidado, para poner tasa en las mercedes os suplico se os acuerde. No pongáis, Criador mío, tan precioso licor en vaso tan quebrado, pues habéis ya visto de otras veces que le torno a derramar. No pongáis tesoro semejante adonde aún no está -como ha de estar- perdida del todo la codicia de consolaciones de la vida, que lo gastará mal gastado. ¿Cómo dais la fuerza de esta ciudad y llaves de la fortaleza de ella a tan cobarde alcaide, que al primer combate de los enemigos los deja entrar dentro? No sea tanto el amor, oh Rey eterno, que pongáis en aventura joyas tan preciosas. Parece, Señor mío, se da ocasión para que se tengan en poco, pues las ponéis en poder de cosa tan ruin, tan baja, tan flaca y miserable, y de tan poco tomo, que ya que trabaje por no las perder con vuestro favor (y no es menester pequeño, según yo soy), no puede dar con ellas a ganar a nadie; en fin, mujer, y no buena, sino ruin. Parece que no sólo se esconden los talentos, sino que se entierran, en ponerlos en tierra tan astrosa. No soléis Vos hacer, Señor, semejantes grandezas y mercedes a un alma, sino para que aproveche a muchas. Ya sabéis, Dios mío, que de toda voluntad y corazón os lo suplico y he suplicado algunas veces, y tengo por bien de perder el mayor bien que se posee en la tierra, por que las hagáis Vos a quien con este bien más aproveche, porque crezca vuestra gloria».

5. Estas y otras cosas me ha acaecido decir muchas veces. Veía después mi necedad y poca humildad. Porque bien sabe el Señor lo que conviene, y que no había fuerzas en mi alma para salvarse, si Su Majestad con tantas mercedes no se las pusiera.

6. También pretendo decir las gracias y efectos que quedan en el alma, y qué es lo que puede de suyo hacer, o si es parte para llegar a tan gran estado.

7. Acaece venir este levantamiento de espíritu o juntamiento con el amor celestial: que, a mi entender, es diferente la unión del levantamiento en esta misma unión. A quien no lo hubiere probado lo postrero, parecerle ha que no; y a mi parecer, que con ser todo uno, obra el Señor de diferente manera; y en el crecimiento del desasir de las criaturas, más mucho en el vuelo del espíritu. Yo he visto claro ser particular merced, aunque, como digo, sea todo uno o lo parezca; mas un fuego pequeño también es fuego como un grande, y ya se ve la diferencia que hay de lo uno a lo otro: en un fuego pequeño, primero que un hierro pequeño se hace ascua, pasa mucho espacio; mas si el fuego es grande, aunque sea mayor el hierro, en muy poquito pierde del todo su ser, al parecer. Así me parece es en estas dos maneras de mercedes del Señor, y sé que quien hubiere llegado a arrobamientos lo entenderá bien. Si no lo ha probado, parecerle ha desatino, y ya puede ser; porque querer una como yo hablar en una cosa tal y dar a entender algo de lo que parece imposible aun haber palabras con que lo comenzar, no es mucho que desatine.

8. Mas creo esto del Señor (que sabe Su Majestad que, después de obedecer, es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto) que me ha en ello de ayudar. No diré cosa que no la haya experimentado mucho. Y es así que cuando comencé esta postrera agua a escribir, que me parecía imposible saber tratar cosa más que hablar en griego, que así es ello dificultoso. Con esto, lo dejé y fui a comulgar. ¡Bendito sea el Señor que así favorece a los ignorantes! ¡Oh virtud de obedecer, que todo lo puedes!: aclaró Dios mi entendimiento, unas veces con palabras y otras poniéndome delante cómo lo había de decir, que, como hizo en la oración pasada, Su Majestad parece quiere decir lo que yo no puedo ni sé.

Esto que digo es entera verdad, y así lo que fuere bueno es suya la doctrina; lo malo, está claro es del piélago de los males, que soy yo. Y así, digo que si hubiere personas que hayan llegado a las cosas de oración que el Señor ha hecho merced a esta miserable -que debe haber muchas- y quisiesen tratar estas cosas conmigo, pareciéndoles descaminadas, que ayudara el Señor a su sierva para que saliera con su verdad adelante.

9. Ahora, hablando de esta agua que viene del cielo para con su abundancia henchir y hartar todo este huerto de agua, si nunca dejara, cuando lo hubiera menester, de darlo el Señor, ya se ve qué descanso tuviera el hortelano. Y a no haber invierno, sino ser siempre el tiempo templado, nunca faltaran flores y frutas; ya se ve qué deleite tuviera; mas mientras vivimos es imposible: siempre ha de haber cuidado de cuando faltare la una agua procurar la otra. Esta del cielo viene muchas veces cuando más descuidado está el hortelano. Verdad es que a los principios casi siempre es después de larga oración mental, que de un grado en otro viene el Señor a tomar esta avecita y ponerla en el nido para que descanse. Como la ha visto volar mucho rato, procurando con el entendimiento y voluntad y con todas sus fuerzas buscar a Dios y contentarle, quiérela dar el premio aun en esta vida. ¡Y qué gran premio!, que basta un momento para quedar pagados todos los trabajos que en ella puede haber.

10. Estando así el alma buscando a Dios, siente con un deleite grandísimo y suave casi desfallecer toda con una manera de desmayo que le va faltando el huelgo y todas las fuerzas corporales, de manera que, si no es con mucha pena, no puede aun menear las manos; los ojos se le cierran sin quererlos cerrar, o si los tiene abiertos, no ve casi nada; ni, si lee, acierta a decir letra, ni casi atina a conocerla bien; ve que hay letra, mas, como el entendimiento no ayuda, no la sabe leer aunque quiera; oye, mas no entiende lo que oye. Así que de los sentidos no se aprovecha nada, si no es para no la acabar de dejar a su placer; y así antes la dañan. Hablar es por demás, que no atina a formar palabra, ni hay fuerza, ya que atinase, para poderla pronunciar; porque toda la fuerza exterior se pierde y se aumenta en las del alma para mejor poder gozar de su gloria. El deleite exterior que se siente es grande y muy conocido.

11. Esta oración no hace daño, por larga que sea. Al menos a mí nunca me le hizo, ni me acuerdo hacerme el Señor ninguna vez esta merced, por mala que estuviese, que sintiese mal, antes quedaba con gran mejoría. Mas ¿qué mal puede hacer tan gran bien? Es cosa tan conocida las operaciones exteriores, que no se puede dudar que hubo gran ocasión, pues así quitó las fuerzas con tanto deleite para dejarlas mayores.

12. Verdad es que a los principios pasa en tan breve tiempo -al menos a mí así me acaecía-, que en estas señales exteriores ni en la falta de los sentidos no se da tanto a entender cuando pasa con brevedad. Mas bien se entiende en la sobra de las mercedes que ha sido grande la claridad del sol que ha estado allí, pues así la ha derretido. Y nótese esto, que a mi parecer por largo que sea el espacio de estar el alma en esta suspensión de todas las potencias, es bien breve: cuando estuviese media hora, es muy mucho; yo nunca, a mi parecer, estuve tanto. Verdad es que se puede mal sentir lo que se está, pues no se siente; mas digo que de una vez es muy poco espacio sin tornar alguna potencia en sí. La voluntad es la que mantiene la tela, mas las otras dos potencias presto tornan a importunar. Como la voluntad está queda, tórnalas a suspender y están otro poco y tornan a vivir.

13. En esto se puede pasar algunas horas de oración y se pasan. Porque, comenzadas las dos potencias a emborrachar y gustar de aquel vino divino, con facilidad se tornan a perder de sí para estar muy más ganadas, y acompañan a la voluntad y se gozan todas tres. Mas este estar perdidas del todo y sin ninguna imaginación en nada -que a mi entender también se pierde del todo- digo que es breve espacio; aunque no tan del todo tornan en sí que no pueden estar algunas horas como desatinadas, tornando de poco en poco a cogerlas Dios consigo.

14. Ahora vengamos a lo interior de lo que el alma aquí siente. ¡Dígalo quien lo sabe, que no se puede entender, cuánto más decir!

Estaba yo pensando cuando quise escribir esto, acabando de comulgar y de estar en esta misma oración que escribo, qué hacía el alma en aquel tiempo. Díjome el Señor estas palabras: Deshácese toda, hija, para ponerse más en Mí. Ya no es ella la que vive, sino Yo. Como no puede comprender lo que entiende, es no entender entendiendo.

Quien lo hubiere probado entenderá algo de esto, porque no se puede decir más claro, por ser tan oscuro lo que allí pasa. Sólo podré decir que se representa estar junto con Dios, y queda una certidumbre que en ninguna manera se puede dejar de creer. Aquí faltan todas las potencias y se suspenden de manera que en ninguna manera -como he dicho- se entiende que obran. Si estaba pensando en un paso, así se pierde de la memoria como si nunca la hubiera habido de él. Si lee, en lo que leía no hay acuerdo, ni parar. Si rezar, tampoco. Así que a esta mariposilla importuna de la memoria aquí se le queman las alas: ya no puede más bullir. La voluntad debe estar bien ocupada en amar, mas no entiende cómo ama. El entendimiento, si entiende, no se entiende cómo entiende; al menos no puede comprender nada de lo que entiende. A mí no me parece que entiende, porque -como digo- no se entiende. ¡Yo no acabo de entender esto!

15. Acaecióme a mí una ignorancia al principio, que no sabía que estaba Dios en todas las cosas. Y como me parecía estar tan presente, parecíame imposible. Dejar de creer que estaba allí no podía, por parecerme casi claro había entendido estar allí su misma presencia. Los que no tenían letras me decían que estaba sólo por gracia. Yo no lo podía creer; porque, como digo, parecíame estar presente, y así andaba con pena. Un gran letrado de la Orden del glorioso Santo Domingo me quitó de esta duda, que me dijo estar presente, y cómo se comunicaba con nosotros, que me consoló harto.

Es de notar y entender que siempre esta agua del cielo, este grandísimo favor del Señor, deja el alma con grandísimas ganancias, como ahora diré.
– ir a índice –

CAPÍTULO 19
Prosigue en la misma materia. – Comienza a declarar los efectos que hace en el alma este grado de oración. – Persuade mucho a que no tornen atrás, aunque después de esta merced tornen a caer, ni dejen la oración. – Dice los daños que vendrán de no hacer esto. – Es mucho de notar y de gran consolación para los flacos y pecadores.

1. Queda el alma de esta oración y unión con grandísima ternura, de manera que se querría deshacer, no de pena, sino de unas lágrimas gozosas. Hállase bañada de ellas sin sentirlo ni saber cuándo ni cómo las lloró; mas dale gran deleite ver aplacado aquel ímpetu del fuego con agua que le hace más crecer.

Parece esto algarabía, y pasa así. Acaecídome ha algunas veces en este término de oración estar tan fuera de mí, que no sabía si era sueño o si pasaba en verdad la gloria que había sentido; y de verme llena de agua que sin pena destilaba con tanto ímpetu y presteza que parece lo echaba de sí aquella nube del cielo, veía que no había sino sueño. Esto era a los principios, que pasaba con brevedad.

2. Queda el ánima animosa, que si en aquel punto la hiciesen pedazos por Dios, le sería gran consuelo. Allí son las promesas y determinaciones heroicas, la viveza de los deseos, el comenzar a aborrecer el mundo, el ver muy claro su vanidad, esto muy más aprovechada y altamente que en las oraciones pasadas, y la humildad más crecida; porque ve claro que para aquella excesiva merced y grandiosa no hubo diligencia suya, ni fue parte para traerla ni para tenerla. Vese claro indignísima, porque en pieza adonde entra mucho sol no hay telaraña escondida: ve su miseria.

Va tan fuera la vanagloria, que no le parece la podría tener, porque ya es por vista de ojos lo poco o ninguna cosa que puede, que allí no hubo casi consentimiento, sino que parece, aunque no quiso, le cerraron la puerta a todos los sentidos para que más pudiese gozar del Señor. Quédase sola con El, ¿qué ha de hacer sino amarle? Ni ve ni oye, si no fuese a fuerza de brazos: poco hay que la agradecer. Su vida pasada se le representa después y la gran misericordia de Dios, con gran verdad y sin haber menester andar a caza el entendimiento, que allí ve guisado lo que ha de comer y entender. De sí ve que merece el infierno y que le castigan con gloria. Deshácese en alabanzas de Dios, y yo me querría deshacer ahora. ¡Bendito seáis, Señor mío, que así hacéis de pecina tan sucia como yo, agua tan clara que sea para vuestra mesa! ¡Seáis alabado, oh regalo de los ángeles, que así queréis levantar un gusano tan vil!

3. Queda algún tiempo este aprovechamiento en el alma: puede ya, con entender claro que no es suya la fruta, comenzar a repartir de ella, y no le hace falta a sí. Comienza a dar muestras de alma que guarda tesoros del cielo, y a tener deseo de repartirlos con otros, y suplicar a Dios no sea ella sola la rica. Comienza a aprovechar a los prójimos casi sin entenderlo ni hacer nada de sí; ellos lo entienden, porque ya las flores tienen tan crecido el olor, que les hace desear llegarse a ellas. Entienden que tiene virtudes y ven la fruta que es codiciosa. Querríanle ayudar a comer.

Si esta tierra está muy cavada con trabajos y persecuciones y murmuraciones y enfermedades -que pocos deben llegar aquí sin esto- y si está mullida con ir muy desasida de propio interés, el agua se embebe tanto, que casi nunca se seca; mas si es tierra que aun se está en la tierra y con tantas espinas como yo al principio estaba, y aun no quitada de las ocasiones ni tan agradecida como merece tan gran merced, tórnase la tierra a secar.

Y si el hortelano se descuida y el Señor por sola su bondad no torna a querer llover, dad por perdida la huerta, que así me acaeció a mí algunas veces; que, cierto, yo me espanto y, si no hubiera pasado por mí, no lo pudiera creer.

Escríbolo para consuelo de almas flacas, como la mía, que nunca desesperen ni dejen de confiar en la grandeza de Dios. Aunque después de tan encumbradas, como es llegarlas el Señor aquí, caigan, no desmayen, si no se quieren perder del todo; que lágrimas todo lo ganan: un agua trae otra.

4. Una de las cosas por que me animé -siendo la que soy- a obedecer en escribir esto y dar cuenta de mi ruin vida y de las mercedes que me ha hecho el Señor, con no servirle sino ofenderle, ha sido ésta. Que cierto, yo quisiera aquí tener gran autoridad para que se me creyera esto. Al Señor suplico Su Majestad la dé. Digo que no desmaye nadie de los que han comenzado a tener oración, con decir: «si torno a ser malo, es peor ir adelante con el ejercicio de ella». Yo lo creo, si se deja la oración y no se enmienda del mal; mas, si no la deja, crea que la sacará a puerto de luz. Hízome en esto gran batería el demonio, y pasé tanto en parecerme poca humildad tenerla, siendo tan ruin, que, como ya he dicho, la dejé año y medio -al menos un año, que del medio no me acuerdo bien- Y no fuera más, ni fue, que meterme yo misma sin haber menester demonios que me hiciesen ir al infierno. ¡Oh, válgame Dios, qué ceguedad tan grande! ¡Y qué bien acierta el demonio para su propósito en cargar aquí la mano! Sabe el traidor que alma que tenga con perseverancia oración la tiene perdida y que todas las caídas que la hace dar la ayudan, por la bondad de Dios, a dar después mayor salto en lo que es su servicio: ¡algo le va en ello!

5. ¡Oh Jesús mío! ¡Qué es ver un alma que ha llegado aquí, caída en un pecado, cuando Vos por vuestra misericordia la tornáis a dar la mano y la levantáis! ¡Cómo conoce la multitud de vuestras grandezas y misericordias y su miseria! Aquí es el deshacerse de veras y conocer vuestras grandezas; aquí el no osar alzar los ojos; aquí es el levantarlos para conocer lo que os debe; aquí se hace devota de la Reina del Cielo para que os aplaque; aquí invoca los Santos que cayeron después de haberlos Vos llamado, para que la ayuden; aquí es el parecer que todo le viene ancho lo que le dais, porque ve no merece la tierra que pisa; el acudir a los Sacramentos; la fe viva que aquí le queda de ver la virtud que Dios en ellos puso; el alabaros porque dejasteis tal medicina y ungüento para nuestras llagas, que no las sobresanan, sino que del todo las quitan. Espántanse de esto. Y ¿quién, Señor de mi alma, no se ha de espantar de misericordia tan grande y merced tan crecida a traición tan fea y abominable? Que no sé cómo no se me parte el corazón, cuando esto escribo; porque soy ruin.

6. Con estas lagrimillas que aquí lloro, dadas de Vos -agua de tan mal pozo en lo que es de mi parte- parece que os hago pago de tantas traiciones, siempre haciendo males y procurando deshacer las mercedes que Vos me habéis hecho. Ponedlas Vos, Señor mío, valor; aclarad agua tan turbia, siquiera porque no dé a alguno tentación en echar juicios, como me la ha dado a mí, pensando por qué, Señor, dejáis unas personas muy santas, que siempre os han servido y trabajado, criadas en religión y siéndolo, y no como yo que no tenía más del nombre, y ver claro que no las hacéis las mercedes que a mí. Bien veía yo, Bien mío, que les guardáis Vos el premio para dársele junto, y que mi flaqueza ha menester esto. Ya ellos, como fuertes, os sirven sin ello y los tratáis como a gente esforzada y no interesal.

7. Mas con todo, sabéis Vos, mi Señor, que clamaba muchas veces delante de Vos, disculpando a las personas que me murmuraban, porque me parecía les sobraba razón. Esto era ya, Señor, después que me teníais por vuestra bondad para que tanto no os ofendiese, y yo estaba ya desviándome de todo lo que me parecía os podía enojar; que en haciendo yo esto, comenzasteis, Señor, a abrir vuestros tesoros para vuestra sierva. No parece esperabais otra cosa sino que hubiese voluntad y aparejo en mí para recibirlos, según con brevedad comenzasteis a no sólo darlos, sino a querer entendiesen me los dabais.

8. Esto entendido, comenzó a tenerse buena opinión de la que todas aún no tenían bien entendido cuán mala era, aunque mucho se traslucía. Comenzó la murmuración y persecución de golpe y, a mi parecer, con mucha causa; y así no tomaba con nadie enemistad, sino suplicábaos a Vos miraseis la razón que tenían. Decían que me quería hacer santa y que inventaba novedades no habiendo llegado entonces con gran parte aun a cumplir toda mi Regla, ni a las muy buenas y santas monjas que en casa había (ni creo llegaré, si Dios por su bondad no lo hace todo de su parte), sino antes lo era yo para quitar lo bueno y poner costumbres que no lo eran; al menos hacía lo que podía para ponerlas, y en el mal podía mucho. Así que sin culpa suya me culpaban. No digo eran sólo monjas, sino otras personas; descubríanme verdades, porque lo permitíais Vos.

9. Una vez rezando las Horas, como yo algunas tenía esta tentación, llegué al verso que dice: Justus es, Domine, y tus juicios; comencé a pensar cuán gran verdad era, que en esto no tenía el demonio fuerza jamás para tentarme de manera que yo dudase tenéis Vos, mi Señor, todos los bienes, ni en ninguna cosa de la fe, antes me parecía mientras más sin camino natural iban, más firme la tenía, y me daba devoción grande: en ser todopoderoso quedaban conclusas en mí todas las grandezas que hicierais Vos, y en esto -como digo- jamás tenía duda. Pues pensando cómo con justicia permitíais a muchas que había -como tengo dicho- muy vuestras siervas, y que no tenían los regalos y mercedes que me hacíais a mí, siendo la que era, respondísteisme, Señor: Sírveme tú a Mí, y no te metas en eso. Fue la primera palabra que entendí hablarme Vos, y así me espantó mucho.

Porque después declararé esta manera de entender, con otras cosas, no lo digo aquí, que es salir del propósito, y creo harto he salido: casi no sé lo que me he dicho. No puede ser menos, mi hijo, sino que ha vuestra merced de sufrir estos intervalos; porque cuando veo lo que Dios me ha sufrido y me veo en este estado, no es mucho pierda el tino de lo que digo y he de decir. Plega al Señor que siempre sean esos mis desatinos y que no permita ya Su Majestad tenga yo poder para ser contra El un punto, antes en éste que estoy me consuma.

10. Basta ya para ver sus grandes misericordias, no una sino muchas veces que ha perdonado tanta ingratitud. A San Pedro una vez que lo fue, a mí muchas; que con razón me tentaba el demonio no pretendiese amistad estrecha con quien trataba enemistad tan pública. ¡Qué ceguedad tan grande la mía! ¿Adónde pensaba, Señor mío, hallar remedio sino en Vos? ¡Qué disparate huir de la luz para andar siempre tropezando! ¡Qué humildad tan soberbia inventaba en mí el demonio: apartarme de estar arrimada a la columna y báculo que me ha de sustentar para no dar tan gran caída! Ahora me santiguo y no me parece que he pasado peligro tan peligroso como esta invención que el demonio me enseñaba por vía de humildad. Poníame en el pensamiento que cómo cosa tan ruin y habiendo recibido tantas mercedes, había de llegarme a la oración; que me bastaba rezar lo que debía, como todas; mas que aun pues esto no hacía bien, cómo quería hacer más; que era poco acatamiento y tener en poco las mercedes de Dios.

Bien era pensar y entender esto; mas ponerlo por obra fue el grandísimo mal. Bendito seáis Vos, Señor, que así me remediasteis.

11. Principio de la tentación que hacía a Judas me parece ésta, sino que no osaba el traidor tan al descubierto; mas él viniera de poco en poco a dar conmigo adonde dio con él. Miren esto, por amor de Dios, todos los que tratan oración. Sepan que el tiempo que estuve sin ella era mucho más perdida mi vida; mírese qué buen remedio me daba el demonio y qué donosa humildad; un desasosiego en mí grande. Mas ¿cómo había de sosegar mi alma? Apartábase la cuitada de su sosiego; tenía presentes las mercedes y favores; veía los contentos de acá ser asco. Cómo pudo pasar, me espanto. Era con esperanza que nunca yo pensaba (a lo que ahora me acuerdo, porque debe haber esto más de veinte y un años), dejaba de estar determinada de tornar a la oración; mas esperaba a estar muy limpia de pecados. ¡Oh, qué mal encaminada iba en esta esperanza! Hasta el día del juicio me la libraba el demonio, para de allí llevarme al infierno.

12. Pues teniendo oración y lección -que era ver verdades y el ruin camino que llevaba- e importunando al Señor con lágrimas muchas veces, era tan ruin que no me podía valer, apartada de esto, puesta en pasatiempos con muchas ocasiones y pocas ayudas -y osaré decir ninguna sino para ayudarme a caer-, ¿qué esperaba sino lo dicho?

Creo tiene mucho delante de Dios un fraile de Santo Domingo, gran letrado, que él me despertó de este sueño; él me hizo, como creo he dicho, comulgar de quince a quince días; y del mal, no tanto.

Comencé a tornar en mí, aunque no dejaba de hacer ofensas al Señor; mas como no había perdido el camino, aunque poco a poco, cayendo y levantando, iba por él; y el que no deja de andar e ir adelante, aunque tarde, llega. No me parece es otra cosa perder el camino sino dejar la oración. ¡Dios nos libre, por quien El es!

13. Queda de aquí entendido -y nótese mucho, por amor del Señor- que aunque un alma llegue a hacerla Dios tan grandes mercedes en la oración, que no se fíe de sí, pues puede caer, ni se ponga en ocasiones en ninguna manera. Mírese mucho, que va mucho; que el engaño que aquí puede hacer el demonio después, aunque la merced sea cierto de Dios, es aprovecharse el traidor de la misma merced en lo que puede, y a personas no crecidas en las virtudes, ni mortificadas, ni desasidas; porque aquí no quedan fortalecidas tanto que baste, como adelante diré, para ponerse en las ocasiones y peligros, por grandes deseos y determinaciones que tengan… Es excelente doctrina ésta, y no mía, sino enseñada de Dios; y así querría que personas ignorantes, como yo, la supiesen. Porque aunque esté un alma en este estado, no ha de fiar de sí para salir a combatir, porque hará harto en defenderse. Aquí son menester armas para defenderse de los demonios, y aún no tienen fuerzas para pelear contra ellos y traerlos debajo de los pies, como hacen los que están en el estado que diré después.

14. Este es el engaño con que coge el demonio: que, como se ve un alma tan llegada a Dios y ve la diferencia que hay del bien del cielo al de la tierra y el amor que la muestra el Señor, de este amor nace confianza y seguridad de no caer de lo que goza; parécele que ve claro el premio, que no es posible ya en cosa que aun para la vida es tan deleitosa y suave, dejarla por cosa tan baja y sucia como es el deleite; y con esta confianza quítale el demonio la poca que ha de tener de sí; y, como digo, pónese en los peligros y comienza con buen celo a dar de la fruta sin tasa, creyendo que ya no hay que temer de sí. Y esto no va con soberbia, que bien entiende el alma que no puede de sí nada, sino de mucha confianza de Dios sin discreción, porque no mira que aún tiene pelo malo.

Puede salir del nido, y sácala Dios; mas aún no están para volar; porque las virtudes aún no están fuertes, ni tiene experiencia para conocer los peligros, ni sabe el daño que hace en confiar de sí.

15. Esto fue lo que a mí me destruyó. Y para esto y para todo hay gran necesidad de maestros y trato con personas espirituales. Bien creo que alma que llega Dios a este estado, si muy del todo no deja a Su Majestad, que no la dejará de favorecer ni la dejará perder. Mas cuando, como he dicho, cayere, mire, mire por amor del Señor no la engañe en que deje la oración, como hacía a mí con humildad falsa, como ya lo he dicho y muchas veces lo querría decir.

Fíe de la bondad de Dios, que es mayor que todos los males que podemos hacer, y no se acuerda de nuestra ingratitud, cuando nosotros, conociéndonos, queremos tornar a su amistad, ni de las mercedes que nos ha hecho para castigarnos por ellas; antes ayudan a perdonarnos más presto, como a gente que ya era de su casa y ha comido, como dicen, de su pan.

Acuérdense de sus palabras y miren lo que ha hecho conmigo, que primero me cansé de ofenderle, que Su Majestad dejó de perdonarme. Nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias; no nos cansemos nosotros de recibir.

Sea bendito para siempre, amén, y alábenle todas las cosas.
– ir a índice –

CAPÍTULO 20
En que trata la diferencia que hay de unión a arrobamiento. – Declara qué cosa es arrobamiento, y dice algo del bien que tiene el alma que el Señor por su bondad llega a él. – Dice los efectos que hace. – Es de mucha admiración.

1. Querría saber declarar con el favor de Dios la diferencia que hay de unión a arrobamiento o elevamiento o vuelo que llaman de espíritu o arrebatamiento, que todo es uno. Digo que estos diferentes nombres todo es una cosa, y también se llama éxtasis.

Es grande la ventaja que hace a la unión. Los efectos muy mayores hace y otras hartas operaciones, porque la unión parece principio y medio y fin, y lo es en lo interior; mas así como estotros fines son en más alto grado, hace los efectos interior y exteriormente. Declárelo el Señor, como ha hecho lo demás, que, cierto, si Su Majestad no me hubiera dado a entender por qué modos y maneras se puede algo decir, yo no supiera.

2. Consideremos ahora que esta agua postrera, que hemos dicho, es tan copiosa que, si no es por no lo consentir la tierra, podemos creer que se está con nosotros esta nube de la gran Majestad acá en esta tierra. Mas cuando este gran bien le agradecemos, acudiendo con obras según nuestras fuerzas, coge el Señor el alma, digamos ahora, a manera que las nubes cogen los vapores de la tierra, y levántala toda de ella (helo oído así esto de que cogen las nubes los vapores, o el sol), y sube la nube al cielo y llévala consigo, y comiénzala a mostrar cosas del reino que le tiene aparejado. No sé si la comparación cuadra, mas en hecho de verdad ello pasa así.

3. En estos arrobamientos parece no anima el alma en el cuerpo, y así se siente muy sentido faltar de él el calor natural; vase enfriando, aunque con grandísima suavidad y deleite. Aquí no hay ningún remedio de resistir, que en la unión, como estamos en nuestra tierra, remedio hay: aunque con pena y fuerza, resistir se puede casi siempre. Acá, las más veces, ningún remedio hay, sino que muchas, sin prevenir el pensamiento ni ayuda ninguna, viene un ímpetu tan acelerado y fuerte, que veis y sentís levantarse esta nube o esta águila caudalosa y cogeros con sus alas.

4. Y digo que se entiende y veisos llevar, y no sabéis dónde. Porque, aunque es con deleite, la flaqueza de nuestro natural hace temer a los principios, y es menester ánima determinada y animosa -mucho más que para lo que queda dicho- para arriscarlo todo, venga lo que viniere, y dejarse en las manos de Dios e ir adonde nos llevaren, de grado, pues os llevan aunque os pese. Y en tanto extremo, que muy muchas veces querría yo resistir, y pongo todas mis fuerzas, en especial algunas que es en público y otras hartas en secreto, temiendo ser engañada. Algunas podía algo, con gran quebrantamiento: como quien pelea con un jayán fuerte, quedaba después cansada; otras era imposible, sino que me llevaba el alma y aun casi ordinario la cabeza tras ella, sin poderla tener, y algunas toda el cuerpo, hasta levantarle.

5. Esto ha sido pocas, porque como una vez fuese adonde estábamos juntas en el coro y yendo a comulgar, estando de rodillas, dábame grandísima pena, porque me parecía cosa muy extraordinaria y que había de haber luego mucha nota; y así mandé a las monjas (porque es ahora después que tengo oficio de Priora), no lo dijesen. Mas otras veces, como comenzaba a ver que iba a hacer el Señor lo mismo (y una estando personas principales de señoras, que era la fiesta de la vocación, en un sermón), tendíame en el suelo y allegábanse a tenerme el cuerpo, y todavía se echaba de ver. Supliqué mucho al Señor que no quisiese ya darme más mercedes que tuviesen muestras exteriores; porque yo estaba cansada ya de andar en tanta cuenta y que aquella merced podía Su Majestad hacérmela sin que se entendiese. Parece ha sido por su bondad servido de oírme, que nunca más hasta ahora lo he tenido; verdad es que ha poco.

6. Es así que me parecía, cuando quería resistir, que desde debajo de los pies me levantaban fuerzas tan grandes que no sé cómo lo comparar, que era con mucho más ímpetu que estotras cosas de espíritu, y así quedaba hecha pedazos; porque es una pelea grande y, en fin, aprovecha poco cuando el Señor quiere, que no hay poder contra su poder. Otras veces es servido de contentarse con que veamos nos quiere hacer la merced y que no queda por Su Majestad, y resistiéndose por humildad, deja los mismos efectos que si del todo se consintiese.

7. A los que esto hace son grandes: lo uno, muéstrase el gran poder del Señor y cómo no somos parte, cuando Su Majestad quiere, de detener tan poco el cuerpo como el alma, ni somos señores de ello; sino que, mal que nos pese, vemos que hay superior y que estas mercedes son dadas de El y que nosotros no podemos en nada nada, e imprímese mucha humildad. Y aun yo confieso que gran temor me hizo; al principio, grandísimo; porque verse así levantar un cuerpo de la tierra, que aunque el espíritu le lleva tras sí y es con suavidad grande si no se resiste, no se pierde el sentido; al menos yo estaba de manera en mí, que podía entender era llevada. Muéstrase una majestad de quien puede hacer aquello, que espeluza los cabellos, y queda un gran temor de ofender a tan gran Dios; éste, envuelto en grandísimo amor que se cobra de nuevo a quien vemos le tiene tan grande a un gusano tan podrido, que no parece se contenta con llevar tan de veras el alma a Sí, sino que quiere el cuerpo, aun siendo tan mortal y de tierra tan sucia como por tantas ofensas se ha hecho.

8. También deja un desasimiento extraño, que yo no podré decir cómo es. Paréceme que puedo decir es diferente en alguna manera, -digo, más que estotras cosas de sólo espíritu-; porque ya que estén cuanto al espíritu con todo desasimiento de las cosas, aquí parece quiere el Señor el mismo cuerpo lo ponga por obra, y hácese una extrañeza nueva para con las cosas de la tierra, que es muy penosa la vida.

9. Después da una pena, que ni la podemos traer a nosotros ni venida se puede quitar. Yo quisiera harto dar a entender esta gran pena y creo no podré, mas diré algo si supiere. Y hase de notar, que estas cosas son ahora muy a la postre, después de todas las visiones y revelaciones que escribiré; y el tiempo que solía tener oración, adonde el Señor me daba tan grandes gustos y regalos, ahora, ya que eso no cesa algunas veces, las más y lo más ordinario es esta pena que ahora diré.

Es mayor y menor. De cuando es mayor quiero ahora decir, porque, aunque adelante diré de estos grandes ímpetus que me daban cuando me quiso el Señor dar los arrobamientos, no tiene más que ver, a mi parecer, que una cosa muy corporal a una muy espiritual, y creo no lo encarezco mucho. Porque aquella pena parece, aunque la siente el alma, es en compañía del cuerpo; entrambos parece participan de ella, y no es con el extremo del desamparo que en ésta.

Para la cual -como he dicho- no somos parte, sino muchas veces a deshora viene un deseo que no sé cómo se mueve, y de este deseo, que penetra toda el alma en un punto, se comienza tanto a fatigar, que sube muy sobre sí y de todo lo criado, y pónela Dios tan desierta de todas las cosas, que por mucho que ella trabaje, ninguna que la acompañe le parece hay en la tierra, ni ella la querría, sino morir en aquella soledad. Que la hablen y ella se quiera hacer toda la fuerza posible a hablar, aprovecha poco; que su espíritu, aunque ella más haga, no se quita de aquella soledad.

Y con parecerme que está entonces lejísimo Dios, a veces comunica sus grandezas por un modo el más extraño que se puede pensar; y así no se sabe decir, ni creo lo creerá ni entenderá sino quien hubiere pasado por ello; porque no es la comunicación para consolar, sino para mostrar la razón que tiene de fatigarse de estar ausente de bien que en sí tiene todos los bienes.

10. Con esta comunicación crece el deseo y el extremo de soledad en que se ve, con una pena tan delgada y penetrativa que, aunque el alma se estaba puesta en aquel desierto, que al pie de la letra me parece se puede entonces decir (y por ventura lo dijo el real Profeta estando en la misma soledad, sino que como a santo se la daría el Señor a sentir en más excesiva manera): Vigilavi, et factus sum sicut passer solitarius in tecto; y así, se me representa este verso entonces que me parece lo veo yo en mí, y consuélame ver que han sentido otras personas tan gran extremo de soledad, cuánto más tales.

Así parece que está el alma no en sí, sino en el tejado o techo de sí misma y de todo lo criado; porque aun encima de lo muy superior del alma me parece que está.

11. Otras veces parece anda el alma como necesitadísima, diciendo y preguntando a sí misma: ¿Dónde está tu Dios? Es de mirar que el romance de estos versos yo no sabía bien el que era, y después que lo entendía me consolaba de ver que me los había traído el Señor a la memoria sin procurarlo yo. Otras me acordaba de lo que dice San Pablo, que está crucificado al mundo. No digo yo que sea esto así, que ya lo veo; mas paréceme que está así el alma, que ni del cielo le viene consuelo ni está en él, ni de la tierra le quiere ni está en ella, sino como crucificada entre el cielo y la tierra, padeciendo sin venirle socorro de ningún cabo. Porque el que le viene del cielo (que es, como he dicho, una noticia de Dios tan admirable, muy sobre todo lo que podemos desear), es para más tormento; porque acrecienta el deseo de manera que, a mi parecer, la gran pena algunas veces quita el sentido, sino que dura poco sin él.

Parecen unos tránsitos de la muerte, salvo que trae consigo un tan gran contento este padecer, que no sé yo a qué lo comparar. Ello es un recio martirio sabroso, pues todo lo que se le puede representar al alma de la tierra, aunque sea lo que le suele ser más sabroso, ninguna cosa admite; luego parece lo lanza de sí.

Bien entiende que no quiere sino a su Dios; mas no ama cosa particular de El, sino todo junto le quiere y no sabe lo que quiere. Digo «no sabe», porque no representa nada la imaginación; ni, a mi parecer, mucho tiempo de lo que está así no obran las potencias. Como en la unión y arrobamiento el gozo, aquí la pena las suspende.

12. ¡Oh Jesús! ¡Quién pudiera dar a entender bien a vuestra merced esto, aun para que me dijera lo que es, porque es en lo que ahora anda siempre mi alma!

Lo más ordinario, en viéndose desocupada, es puesta en estas ansias de muerte, y teme, cuando ve que comienzan, porque no se ha de morir; mas llegada a estar en ello, lo que hubiese de vivir querría en este padecer; aunque es tan excesivo, que el sujeto le puede mal llevar, y así algunas veces se me quitan todos los pulsos casi, según dicen las que algunas veces se llegan a mí de las hermanas que ya más lo entienden, y las canillas muy abiertas, y las manos tan yertas que yo no las puedo algunas veces juntar; y así me queda dolor hasta otro día en los pulsos y en el cuerpo, que parece me han descoyuntado.

13. Yo bien pienso alguna vez ha de ser el Señor servido, si va adelante como ahora, que se acabe con acabar la vida, que, a mi parecer, bastante es tan gran pena para ello, sino que no lo merezco yo. Toda la ansia es morirme entonces. Ni me acuerdo de purgatorio, ni de los grandes pecados que he hecho, por donde merecía el infierno. Todo se me olvida con aquella ansia de ver a Dios; y aquel desierto y soledad le parece mejor que toda la compañía del mundo. Si algo la podría dar consuelo, es tratar con quien hubiese pasado por este tormento; y ver que, aunque se queje de él, nadie le parece la ha de creer, [14] también la atormenta; que esta pena es tan crecida que no querría soledad como otras, ni compañía sino con quien se pueda quejar. Es como uno que tiene la soga a la garganta y se está ahogando, que procura tomar huelgo. Así me parece que este deseo de compañía es de nuestra flaqueza; que como nos pone la pena en peligro de muerte (que esto sí, cierto, hace; yo me he visto en este peligro algunas veces con grandes enfermedades y ocasiones, como he dicho, y creo podría decir es éste tan grande como todos), así el deseo que el cuerpo y alma tienen de no se apartar es el que pide socorro para tomar huelgo y, con decirlo y quejarse y divertirse, buscar remedio para vivir muy contra voluntad del espíritu o de lo superior del alma, que no querría salir de esta pena.

15. No sé yo si atino a lo que digo o si lo sé decir, mas, a todo mi parecer, pasa así. Mire vuestra merced qué descanso puede tener en esta vida, pues el que había -que era la oración y soledad, porque allí me consolaba el Señor- es ya lo más ordinario este tormento, y es tan sabroso y ve el alma que es de tanto precio, que ya le quiere más que todos los regalos que solía tener. Parécele más seguro, porque es camino de cruz, y en sí tiene un gusto muy de valor, a mi parecer, porque no participa con el cuerpo sino pena, y el alma es la que padece y goza sola del gozo y contento que da este padecer.

No sé yo cómo puede ser esto, mas así pasa, que, a mi parecer, no trocaría esta merced que el Señor me hace (que bien de su mano -y como he dicho- nonada adquirida de mí, porque es muy muy sobrenatural) por todas las que después diré; no digo juntas, sino tomada cada una por sí. Y no se deje de tener acuerdo que es después de todo lo que va escrito en este libro y en lo que ahora me tiene el Señor.

Digo que estos ímpetus es después de las mercedes que aquí van, que me ha hecho el Señor.

16. Estando yo a los principios con temor (como me acaece casi en cada merced que me hace el Señor, hasta que con ir adelante Su Majestad asegura), me dijo que no temiese y que tuviese en más esta merced que todas las que me había hecho; que en esta pena se purificaba el alma, y se labra o purifica como el oro en el crisol, para poder mejor poner los esmaltes de sus dones, y que se purgaba allí lo que había de estar en purgatorio.

Bien entendía yo era gran merced, mas quedé con mucha más seguridad, y mi confesor me dice que es bueno. Y aunque yo temí, por ser yo tan ruin, nunca podía creer que era malo; antes, el muy sobrado bien me hacía temer, acordándome cuán mal lo tengo merecido. Bendito sea el Señor que tan bueno es. Amén.

17. Parece que he salido de propósito, porque comencé a decir de arrobamientos y esto que he dicho aun es más que arrobamiento, y así deja los efectos que he dicho.

18. Ahora tornemos a arrobamiento, de lo que en ellos es más ordinario.

Digo que muchas veces me parecía me dejaba el cuerpo tan ligero, que toda la pesadumbre de él me quitaba, y algunas era tanto, que casi no entendía poner los pies en el suelo. Pues cuando está en el arrobamiento, el cuerpo queda como muerto, sin poder nada de sí muchas veces, y como le toma se queda: si en pie, si sentado, si las manos abiertas, si cerradas. Porque aunque pocas veces se pierde el sentido, algunas me ha acaecido a mí perderle del todo, pocas y poco rato. Mas lo ordinario es que se turba y aunque no puede hacer nada de sí cuanto a lo exterior, no deja de entender y oír como cosa de lejos.

No digo que entiende y oye cuando está en lo subido de él (digo subido, en los tiempos que se pierden las potencias, porque están muy unidas con Dios), que entonces no ve ni oye ni siente, a mi parecer; mas, como dije en la oración de unión pasada, este transformamiento del alma del todo en Dios dura poco; mas eso que dura, ninguna potencia se siente, ni sabe lo que pasa allí.

No debe ser para que se entienda mientras vivimos en la tierra, al menos no lo quiere Dios, que no debemos ser capaces para ello. Yo esto he visto por mí.

19. Diráme vuestra merced que cómo dura alguna vez tantas horas el arrobamiento, y muchas veces. Lo que pasa por mí es que -como dije en la oración pasada- gózase con intervalos. Muchas veces se engolfa el alma o la engolfa el Señor en sí, por mejor decir, y teniéndola así un poco, quédase con sola la voluntad. Paréceme es este bullicio de estotras dos potencias como el que tiene una lengüecilla de estos relojes de sol, que nunca para; mas cuando el sol de justicia quiere, hácelas detener.

Esto digo que es poco rato. Mas como fue grande el ímpetu, y levantamiento de espíritu, y aunque éstas tornen a bullirse, queda engolfada la voluntad, hace, como señora del todo, aquella operación en el cuerpo; porque, ya que las otras dos potencias bullidoras la quieren estorbar, de los enemigos los menos: no la estorben también los sentidos; y así hace que estén suspendidos, porque lo quiere así el Señor. Y por la mayor parte están cerrados los ojos, aunque no queramos cerrarlos; y si abiertos alguna vez, como ya dije, no atina ni advierte lo que ve.

20. Aquí es mucho menos lo que puede hacer de sí, para que cuando se tornaren las potencias a juntar no haya tanto que hacer. Por eso, a quien el Señor diere esto, no se desconsuele cuando se vea así atado el cuerpo muchas horas, y a veces el entendimiento y memoria divertidos. Verdad es que lo ordinario es estar embebidas en alabanzas de Dios o en querer comprender y entender lo que ha pasado por ellas; y aun para esto no están bien despiertas, sino como una persona que ha mucho dormido y soñado, y aún no acaba de despertar.

21. Declárome tanto en esto, porque sé que hay ahora, aun en este lugar, personas a quien el Señor hace estas mercedes, y si los que las gobiernan no han pasado por esto, por ventura les parecerá que han de estar como muertas en arrobamiento, en especial si no son letrados, y lastima lo que se padece con los confesores que no lo entienden, como yo diré después. Quizá yo no sé lo que digo. Vuestra merced lo entenderá, si atino en algo, pues el Señor le ha ya dado experiencia de ello, aunque como no es de mucho tiempo, quizá no habrá mirádolo tanto como yo.

Así que, aunque mucho lo procuro, por buenos ratos no hay fuerza en el cuerpo para poderse menear; todas las llevó el alma consigo. Muchas veces queda sano -que estaba bien enfermo y lleno de grandes dolores- y con más habilidad, porque es cosa grande lo que allí se da, y quiere el Señor algunas veces -como digo- lo goce el cuerpo, pues ya obedece a lo que quiere el alma. Después que torna en sí, si ha sido grande el arrobamiento, acaece andar un día o dos y aun tres tan absortas las potencias, o como embobecida, que no parece anda en sí.

22. Aquí es la pena de haber de tornar a vivir. Aquí le nacieron las alas para bien volar. Ya se le ha caído el pelo malo. Aquí se levanta ya del todo la bandera por Cristo, que no parece otra cosa sino que este alcaide de esta fortaleza se sube o le suben a la torre más alta a levantar la bandera por Dios. Mira a los de abajo como quien está en salvo. Ya no teme los peligros, antes los desea, como quien por cierta manera se le da allí seguridad de la victoria. Vese aquí muy claro en lo poco que todo lo de acá se ha de estimar y lo nonada que es. Quien está de lo alto, alcanza muchas cosas. Ya no quiere querer, ni tener libre albedrío no querría, y así lo suplica al Señor. Dale las llaves de su voluntad.

Hele aquí el hortelano hecho alcaide. No quiere hacer cosa, sino la voluntad del Señor, ni serlo él de sí ni de nada ni de un pero de esta huerta, sino que, si algo bueno hay en ella, lo reparta Su Majestad; que de aquí adelante no quiere cosa propia, sino que haga de todo conforme a su gloria y a su voluntad.

23. Y en hecho de verdad pasa así todo esto, si los arrobamientos son verdaderos, que queda el alma con los efectos y aprovechamiento que queda dicho. Y si no son estos, dudaría yo mucho serlos de parte de Dios, antes temería no sean los rabiamientos que dice San Vicente. Esto entiendo yo y he visto por experiencia: quedar aquí el alma señora de todo y con libertad en una hora y menos, que ella no se puede conocer. Bien ve que no es suyo, ni sabe cómo se le dio tanto bien, mas entiende claro el grandísimo provecho que cada rapto de estos trae.

No hay quien lo crea si no ha pasado por ello; y así no creen a la pobre alma, como la han visto ruin y tan presto la ven pretender cosas tan animosas; porque luego da en no se contentar con servir en poco al Señor, sino en lo más que ella puede. Piensan es tentación y disparate. Si entendiesen no nace de ella sino del Señor a quien ya ha dado las llaves de su voluntad, no se espantarían.

24. Tengo para mí que un alma que allega a este estado, que ya ella no habla ni hace cosa por sí, sino que de todo lo que ha de hacer tiene cuidado este soberano Rey. ¡Oh, válgame Dios, qué claro se ve aquí la declaración del verso, y cómo se entiende tenía razón y la tendrán todos de pedir alas de paloma! Entiéndese claro es vuelo el que da el espíritu para levantarse de todo lo criado, y de sí mismo el primero; mas es vuelo suave, es vuelo deleitoso, vuelo sin ruido.

25. ¡Qué señorío tiene un alma que el Señor llega aquí, que lo mire todo sin estar enredada en ello! ¡Qué corrida está del tiempo que lo estuvo! ¡Qué espantada de su ceguedad! ¡Qué lastimada de los que están en ella, en especial si es gente de oración y a quien Dios ya regala! Querría dar voces para dar a entender qué engañados están, y aun así lo hace algunas veces, y lluévenle en la cabeza mil persecuciones. Tiénenla por poco humilde y que quiere enseñar a de quien había de aprender, en especial si es mujer. Aquí es el condenar -y con razón-, porque no saben el ímpetu que la mueve, que a veces no se puede valer, ni puede sufrir no desengañar a los que quiere bien y desea ver sueltos de esta cárcel de esta vida, que no es menos ni le parece menos en la que ella ha estado.

26. Fatígase del tiempo en que miró puntos de honra y en el engaño que traía de creer que era honra lo que el mundo llama honra; ve que es grandísima mentira y que todos andamos en ella; entiende que la verdadera honra no es mentirosa, sino verdadera, teniendo en algo lo que es algo, y lo que no es nada tenerlo en nonada, pues todo es nada y menos que nada lo que se acaba y no contenta a Dios.

27. Ríese de sí, del tiempo que tenía en algo los dineros y codicia de ellos, aunque en ésta nunca creo -y es así verdad- confesé culpa; harta culpa era tenerlos en algo. Si con ellos se pudiera comprar el bien que ahora veo en mí, tuviéralos en mucho; mas ve que este bien se gana con dejarlo todo. ¿Qué es esto que se compra con estos dineros que deseamos? ¿Es cosa de precio? ¿Es cosa durable? ¿O para qué los queremos? Negro descanso se procura, que tan caro cuesta. Muchas veces se procura con ellos el infierno y se compra fuego perdurable y pena sin fin. ¡Oh, si todos diesen en tenerlos por tierra sin provecho, qué concertado andaría el mundo, qué sin tráfagos! ¡Con qué amistad se tratarían todos si faltase interés de honra y de dineros! Tengo para mí se remediaría todo.

28. Ve de los deleites tan gran ceguedad, y cómo con ellos compra trabajo, aun para esta vida, y desasosiego. ¡Qué inquietud! ¡Qué poco contento! ¡Qué trabajar en vano!

Aquí no sólo las telarañas ve de su alma y las faltas grandes, sino un polvito que haya, por pequeño que sea, porque el sol está muy claro; y así, por mucho que trabaje un alma en perfeccionarse, si de veras la coge este Sol, toda se ve muy turbia. Es como el agua que está en un vaso, que si no le da el sol está muy claro; si da en él, vese que está todo lleno de motas. Al pie de la letra es esta comparación. Antes de estar el alma en este éxtasis, parécele que trae cuidado de no ofender a Dios y que conforme a sus fuerzas hace lo que puede; mas llegada aquí, que le da este sol de justicia que la hace abrir los ojos, ve tanta motas, que los querría tornar a cerrar; porque aún no es tan hija de esta águila caudalosa, que pueda mirar este sol de en hito en hito; mas, por poco que los tenga abiertos, vese toda turbia. Acuérdase del verso que dice; ¿Quién será justo delante de Ti?.

29. Cuando mira este divino sol, deslúmbrale la claridad. Como se mira a sí, el barro la tapa los ojos: ciega está esta palomita. Así acaece muy muchas veces quedarse así ciega del todo, absorta, espantada, desvanecida de tantas grandezas como ve.

Aquí se gana la verdadera humildad, para no se le dar nada de decir bienes de sí, ni que lo digan otros. Reparte el Señor del huerto la fruta y no ella, y así no se le pega nada a las manos. Todo el bien que tiene va guiado a Dios. Si algo dice de sí, es para su gloria. Sabe que no tiene nada él allí y, aunque quiera, no puede ignorarlo, porque lo ve por vista de ojos, que, mal que le pese, se los hace cerrar a las cosas del mundo, y que los tenga abiertos para entender verdades.
– ir a índice –

CAPÍTULO 21
Prosigue y acaba este postrer grado de oración. 
– Dice lo que siente el alma que está en él de tornar a vivir en el mundo, y de la luz que la da el Señor de los engaños de él. – Tiene buena doctrina.

1. Pues acabando en lo que iba, digo que no ha menester aquí consentimiento de esta alma; ya se le tiene dado, y sabe que con voluntad se entregó en sus manos y que no le puede engañar, porque es sabedor de todo. No es como acá, que está toda la vida llena de engaños y dobleces: cuando pensáis tenéis una voluntad ganada, según lo que os muestra, venís a entender que todo es mentira. No hay ya quien viva en tanto tráfago, en especial si hay algún poco de interés.

¡Bienaventurada alma que la trae el Señor a entender verdades!

¡Oh, qué estado éste para los reyes! ¡Cómo les valdría mucho más procurarle, que no gran señorío! ¡Qué rectitud habría en el reino!

¡Qué de males se excusarían y habrían excusado! Aquí no se teme perder vida ni honra por amor de Dios. ¡Qué gran bien éste para quien está más obligado a mirar la honra del Señor, que todos los que son menos, pues han de ser los reyes a quien sigan! Por un punto de aumento en la fe y de haber dado luz en algo a los herejes, perdería mil reinos, y con razón. Otro ganar es. Un reino que no se acaba. Que con sola una gota que gusta un alma de esta agua de él, parece asco todo lo de acá. Pues cuando fuere estar engolfada en todo ¿qué será?

2. ¡Oh Señor! Si me dierais estado para decir a voces esto, no me creyeran, como hacen a muchos que lo saben decir de otra suerte que yo; mas al menos satisficiérame yo. Paréceme que tuviera en poco la vida por dar a entender una sola verdad de éstas; no sé después lo que hiciera, que no hay que fiar de mí. Con ser la que soy, me dan grandes ímpetus por decir esto a los que mandan, que me deshacen. De que no puedo más, tórnome a Vos, Señor mío, a pediros remedio para todo; y bien sabéis Vos que muy de buena gana me desposeería yo de las mercedes que me habéis hecho, con quedar en estado que no os ofendiese, y se las daría a los reyes; porque sé que sería imposible consentir cosas que ahora se consienten, ni dejar de haber grandísimos bienes.

3. ¡Oh Dios mío! Dadles a entender a lo que están obligados, pues los quisisteis Vos señalar en la tierra de manera, que aun he oído decir hay señales en el cielo cuando lleváis a alguno. Que, cierto, cuando pienso esto, me hace devoción que queráis Vos, Rey mío, que hasta en esto entiendan os han de imitar en vida, pues en alguna manera hay señal en el cielo, como cuando moristeis Vos, en su muerte.

4. Mucho me atrevo. Rómpalo vuestra merced si mal le parece, y crea se lo diría mejor en presencia, si pudiese o pensase me han de creer, porque los encomiendo a Dios mucho, y querría me aprovechase. Todo lo hace aventurar la vida, que deseo muchas veces estar sin ella, y era por poco precio aventurar a ganar mucho.

Porque no hay ya quien viva, viendo por vista de ojos el gran engaño en que andamos y la ceguedad que traemos.

5. Llegada un alma aquí, no es sólo deseos los que tiene por Dios; Su Majestad la da fuerzas para ponerlos por obra. No se le pone cosa delante, en que piense le sirve, a que no se abalance; y no hace nada, porque -como digo- ve claro que no es todo nada, sino contentar a Dios. El trabajo es que no hay qué se ofrezca a las que son de tan poco provecho como yo. Sed Vos, Bien mío, servido venga algún tiempo en que yo pueda pagar algún cornado de lo mucho que os debo. Ordenad Vos, Señor, como fuereis servido, cómo esta vuestra sierva os sirva en algo. Mujeres eran otras y han hecho cosas heroicas por amor de Vos. Yo no soy para más de parlar, y así no queréis Vos, Dios mío, ponerme en obras. Todo se va en palabras y deseos cuanto he de servir, y aun para esto no tengo libertad, porque por ventura faltara en todo. Fortaleced Vos mi alma y disponedla primero, Bien de todos los bienes y Jesús mío, y ordenad luego modos cómo haga algo por Vos, que no hay ya quien sufra recibir tanto y no pagar nada. Cueste lo que costare, Señor, no queráis que vaya delante de Vos tan vacías las manos, pues conforme a las obras se ha de dar el premio. Aquí está mi vida, aquí está mi honra y mi voluntad; todo os lo he dado, vuestra soy, disponed de mí conforme a la vuestra. Bien veo yo, mi Señor, lo poco que puedo; mas llegada a Vos, subida en esta atalaya adonde se ven verdades, no os apartando de mí, todo lo podré; que si os apartáis, por poco que sea, iré adonde estaba, que era al infierno.

6. ¡Oh, qué es un alma que se ve aquí, haber de tornar a tratar con todos, a mirar y ver esta farsa de esta vida tan mal concertada, a gastar el tiempo en cumplir con el cuerpo, durmiendo y comiendo! Todo la cansa, no sabe cómo huir, vese encadenada y presa. Entonces siente más verdaderamente el cautiverio que traemos con los cuerpos, y la miseria de la vida. Conoce la razón que tenía San Pablo de suplicar a Dios le librase de ella. Da voces con él. Pide a Dios libertad, como otras veces he dicho; mas aquí es con tan gran ímpetu muchas veces, que parece se quiere salir el alma del cuerpo a buscar esta libertad, ya que no la sacan. Anda como vendida en tierra ajena, y lo que más la fatiga es no hallar muchos que se quejen con ella y pidan esto, sino lo más ordinario es desear vivir.

¡Oh, si no estuviésemos asidos a nada ni tuviésemos puesto nuestro contento en cosa de la tierra, cómo la pena que nos daría vivir siempre sin él templaría el miedo de la muerte con el deseo de gozar de la vida verdadera!

7. Considero algunas veces cuando una como yo, por haberme el Señor dado esta luz, con tan tibia caridad y tan incierto el descanso verdadero por no lo haber merecido mis obras, siento tanto verme en este destierro muchas veces, ¿qué sería el sentimiento de los santos? ¿Qué debía de pasar San Pablo y la Magdalena y otros semejantes, en quien tan crecido estaba este fuego de amor de Dios? Debía ser un continuo martirio.

Paréceme que quien me da algún alivio y con quien descanso de tratar, son las personas que hallo de estos deseos; digo deseos con obras; digo con obras, porque hay algunas personas que, a su parecer, están desasidas, y así lo publican y había ello de ser, pues su estado lo pide y los muchos años que ha que algunas han comenzado camino de perfección, mas conoce bien esta alma desde muy lejos los que lo son de palabras, o los que ya estas palabras han confirmado con obras; porque tiene entendido el poco provecho que hacen los unos y el mucho los otros, y es cosa que a quien tiene experiencia lo ve muy claramente.

8. Pues dicho ya estos efectos que hacen los arrobamientos que son de espíritu de Dios…, verdad es que hay más o menos. Digo menos, porque a los principios, aunque hace estos efectos, no están experimentados con obras, y no se puede así entender que los tiene. Y también va creciendo la perfección y procurando no haya memoria de telaraña, y esto requiere algún tiempo. Y mientras más crece el amor y humildad en el alma, mayor olor dan de sí estas flores de virtudes, para sí y para los otros.

Verdad es que de manera puede obrar el Señor en el alma en un rapto de estos, que quede poco que trabajar al alma en adquirir perfección, porque no podrá nadie creer, si no lo experimenta, lo que el Señor la da aquí, que no hay diligencia nuestra que a esto llegue, a mi parecer. No digo que con el favor del Señor, ayudándose muchos años, por los términos que escriben los que han escrito de oración, principios y medios, no llegarán a la perfección y desasimiento mucho con hartos trabajos; mas no en tan breve tiempo como, sin ninguno nuestro, obra el Señor aquí y determinadamente saca el alma de la tierra y le da señorío sobre lo que hay en ella, aunque en esta alma no haya más merecimientos que había en la mía, que no lo puedo más encarecer, porque era casi ninguno.

9. El por qué lo hace Su Majestad, es porque quiere, y como quiere hácelo, y aunque no haya en ella disposición, la dispone para recibir el bien que Su Majestad le da. Así que no todas veces los da porque se lo han merecido en granjear bien el huerto -aunque es muy cierto a quien esto hace bien y procura desasirse, no dejar de regalarle-, sino que es su voluntad mostrar su grandeza algunas veces en la tierra que es más ruin, como tengo dicho, y dispónela para todo bien, de manera que parece no es ya parte en cierta manera para tornar a vivir en las ofensas de Dios que solía. Tiene el pensamiento tan habituado a entender lo que es verdadera verdad, que todo lo demás le parece juego de niños. Ríese entre sí algunas veces cuando ve a personas graves de oración y religión hacer mucho caso de unos puntos de honra que esta alma tiene ya debajo de los pies. Dicen que es discreción y autoridad de su estado para más aprovechar. Sabe ella muy bien que aprovecharía más en un día que pospusiese aquella autoridad de estado por amor de Dios, que con ella en diez años.

10. Así vive vida trabajosa y con siempre cruz, mas va en gran crecimiento. Cuando parece a los que la tratan, están muy en la cumbre. Desde a poco están muy más mejoradas, porque siempre las va favoreciendo más Dios. Es alma suya. Es El que la tiene ya a cargo, y así le luce. Porque parece asistentemente la está siempre guardando para que no le ofenda, y favoreciendo y despertando para que le sirva.

En llegando mi alma a que Dios la hiciese esta tan gran merced, cesaron mis males y me dio el Señor fortaleza para salir de ellos, y no me hacía más estar en las ocasiones y con gente que me solía distraer, que si no estuviera, antes me ayudaba lo que me solía dañar. Todo me era medios para conocer más a Dios y amarle y ver lo que le debía y pesarme de la que había sido.

11. Bien entendía yo no venía aquello de mí ni lo había ganado con mi diligencia, que aún no había habido tiempo para ello. Su Majestad me había dado fortaleza para ello por su sola bondad.

Hasta ahora, desde que me comenzó el Señor a hacer esta merced de estos arrobamientos, siempre ha ido creciendo esta fortaleza, y por su bondad me ha tenido de su mano para no tornar atrás. Ni me parece, como es así, hago nada casi de mi parte, sino que entiendo claro el Señor es el que obra.

Y por esto me parece que a almas que el Señor hace estas mercedes que, yendo con humildad y temor, siempre entendiendo el mismo Señor lo hace y nosotros casi nonada, que se podía poner entre cualquiera gente; aunque sea más distraída y viciosa, no le hará al caso, ni moverá en nada; antes, como he dicho, le ayudará y serle ha modo para sacar muy mayor aprovechamiento. Son ya almas fuertes que escoge el Señor para aprovechar a otras; aunque esta fortaleza no viene de sí. De poco en poco, en llegando el Señor aquí un alma, le va comunicando muy grandes secretos.

12. Aquí son las verdaderas revelaciones en este éxtasis y las grandes mercedes y visiones, y todo aprovecha para humillar y fortalecer el alma y que tenga en menos las cosas de esta vida y conozca más claro las grandezas del premio que el Señor tiene aparejado a los que le sirven.

Plega a Su Majestad sea alguna parte la grandísima largueza que con esta miserable pecadora ha tenido, para que se esfuercen y animen los que esto leyeren a dejarlo todo del todo por Dios. Pues tan cumplidamente paga Su Majestad, que aun en esta vida se ve claro el premio y la ganancia que tienen los que le sirven, ¿qué será en la otra?
– ir a índice –

CAPÍTULO 22
En que trata cuán seguro camino es para los contemplativos no levantar el espíritu a cosas altas si el Señor no le levanta, y cómo ha de ser el medio para la más subida contemplación la Humanidad de Cristo. – Dice de un engaño en que ella estuvo un tiempo. – Es muy provechoso este capítulo.

1. Una cosa quiero decir, a mi parecer importante; si a vuestra merced le pareciere bien, servirá de aviso, que podría ser haberle menester; porque en algunos libros que están escritos de oración tratan que, aunque el alma no puede por sí llegar a este estado, porque es todo obra sobrenatural que el Señor obra en ella, que podrá ayudarse levantando el espíritu de todo lo criado y subiéndole con humildad, después de muchos años que haya ido por la vida purgativa, y aprovechando por la iluminativa.

No sé yo bien por qué dicen «iluminativa»; entiendo que de los que van aprovechando.

Y avisan mucho que aparten de sí toda imaginación corpórea y que se lleguen a contemplar en la Divinidad; porque dicen que, aunque sea la Humanidad de Cristo, a los que llegan ya tan adelante, que embaraza o impide a la más perfecta contemplación.

Traen lo que dijo el Señor a los Apóstoles cuando la venida del Espíritu Santo -digo cuando subió a los cielos- para este propósito. Paréceme a mí que si tuvieran la fe, como la tuvieron después que vino el Espíritu Santo, de que era Dios y hombre, no les impidiera, pues no se dijo esto a la Madre de Dios, aunque le amaba más que todos.

Porque les parece que como esta obra toda es espíritu, que cualquier cosa corpórea la puede estorbar o impedir; y que considerarse en cuadrada manera, y que está Dios de todas partes y verse engolfado en El, es lo que han de procurar.

Esto bien me parece a mí, algunas veces; mas apartarse del todo de Cristo y que entre en cuenta este divino Cuerpo con nuestras miserias ni con todo lo criado, no lo puedo sufrir. Plega a Su Majestad que me sepa dar a entender.

2. Yo no lo contradigo, porque son letrados y espirituales, y saben lo que dicen, y por muchos caminos y vías lleva Dios las almas. Cómo ha llevado la mía quiero yo ahora decir -en lo demás no me entremeto- y en el peligro en que me vi por querer conformarme con lo que leía. Bien creo que quien llegare a tener unión y no pasare adelante -digo a arrobamientos y visiones y otras mercedes que hace Dios a las almas-, que tendrá lo dicho por lo mejor, como yo lo hacía; y si me hubiera estado en ello, creo nunca hubiera llegado a lo que ahora, porque a mi parecer es engaño. Ya puede ser yo sea la engañada; mas diré lo que me acaeció.

3. Como yo no tenía maestro y leía en estos libros, por donde poco a poco yo pensaba entender algo (y después entendí que, si el Señor no me mostrara, yo pudiera poco con los libros deprender, porque no era nada lo que entendía hasta que Su Majestad por experiencia me lo daba a entender, ni sabía lo que hacía), en comenzando a tener algo de oración sobrenatural, digo de quietud, procuraba desviar toda cosa corpórea, aunque ir levantando el alma yo no osaba, que, como era siempre tan ruin, veía que era atrevimiento. Mas parecíame sentir la presencia de Dios, como es así, y procuraba estarme recogida con El; y es oración sabrosa, si Dios allí ayuda, y el deleite mucho. Y como se ve aquella ganancia y aquel gusto, ya no había quien me hiciese tornar a la Humanidad, sino que, en hecho de verdad, me parecía me era impedimento.

¡Oh Señor de mi alma y Bien mío, Jesucristo crucificado! No me acuerdo vez de esta opinión que tuve, que no me da pena, y me parece que hice una gran traición, aunque con ignorancia.

4. Había sido yo tan devota toda mi vida de Cristo. Porque esto era ya a la postre (digo a la postre de antes que el Señor me hiciese estas mercedes de arrobamientos y visiones), y en tanto extremo duró muy poco estar en esta opinión. Y así siempre tornaba a mi costumbre de holgarme con este Señor, en especial cuando comulgaba. Quisiera yo siempre traer delante de los ojos su retrato e imagen, ya que no podía traerle tan esculpido en mi alma como yo quisiera. ¿Es posible, Señor mío, que cupo en mi pensamiento ni una hora que Vos me habíais de impedir para mayor bien? ¿De dónde me vinieron a mí todos los bienes sino de Vos?

No quiero pensar que en esto tuve culpa, porque me lastimo mucho, que cierto era ignorancia; y así quisisteis Vos, por vuestra bondad, remediarla con darme quien me sacase de este yerro, y después con que os viese yo tantas veces, como adelante diré, para que más claro entendiese cuán grande era, y que lo dijese a muchas personas que lo he dicho, y para que lo pusiese ahora aquí.

5. Tengo para mí que la causa de no aprovechar más muchas almas y llegar a muy gran libertad de espíritu, cuando llegan a tener oración de unión, es por esto.

Paréceme que hay dos razones en que puedo fundar mi razón, y quizá no digo nada, mas lo que dijere helo visto por experiencia, que se hallaba muy mal mi alma hasta que el Señor la dio luz; porque todos sus gozos eran a sorbos, y salida de allí, no se hallaba con la compañía que después para los trabajos y tentaciones.

La una es, que va un poco de poca humildad tan solapada y escondida, que no se siente. Y ¿quién será el soberbio y miserable, como yo, que cuando hubiere trabajado toda su vida con cuantas penitencias y oraciones y persecuciones se pudieren imaginar, no se halle por muy rico y muy bien pagado, cuando le consienta el Señor estar al pie de la Cruz con San Juan? No sé en qué seso cabe no se contentar con esto, sino en el mío que de todas maneras fue perdido en lo que había de ganar.

6. Pues si todas veces la condición o enfermedad, por ser penoso pensar en la Pasión, no se sufre, ¿quién nos quita estar con El después de resucitado, pues tan cerca le tenemos en el Sacramento, adonde ya está glorificado, y no le miraremos tan fatigado y hecho pedazos, corriendo sangre, cansado por los caminos, perseguido de los que hacía tanto bien, no creído de los Apóstoles? Porque, cierto, no todas veces hay quien sufra pensar en tantos trabajos como pasó. Hele aquí sin pena, lleno de gloria, esforzando a los unos, animando a los otros, antes que subiese a los cielos, compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros. ¡Y que haya sido en la mía apartarme yo de Vos, Señor mío, por más serviros! Que ya cuando os ofendía, no os conocía; ¡mas que, conociéndoos, pensase ganar más por este camino! ¡Oh, qué mal camino llevaba, Señor! Ya me parece iba sin camino, si Vos no me tornarais a él, que en veros cabe mí, he visto todos los bienes. No me ha venido trabajo que, mirándoos a Vos cuál estuvisteis delante de los jueces, no se me haga bueno de sufrir. Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir: es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero. Y veo yo claro, y he visto después, que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo Su Majestad se deleita. Muy muy muchas veces lo he visto por experiencia. Hámelo dicho el Señor. He visto claro que por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos.

7. Así que vuestra merced, señor, no quiera otro camino, aunque esté en la cumbre de contemplación; por aquí va seguro. Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes. El le enseñará. Mirando su vida, es el mejor dechado. ¿Qué más queremos de un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí. Miremos al glorioso San Pablo, que no parece se le caía de la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón. Yo he mirado con cuidado, después que esto he entendido, de algunos santos, grandes contemplativos, y no iban por otro camino. San Francisco da muestra de ello en las llagas; San Antonio de Padua, el Niño; San Bernardo se deleitaba en la Humanidad; Santa Catalina de Sena… otros muchos que vuestra merced sabrá mejor que yo.

8. Esto de apartarse de lo corpóreo, bueno debe ser, cierto, pues gente tan espiritual lo dice; mas, a mi parecer, ha de ser estando el alma muy aprovechada, porque hasta esto, está claro, se ha de buscar al Criador por las criaturas. Todo es como la merced el Señor hace a cada alma; en eso no me entremeto. Lo que querría dar a entender es que no ha de entrar en esta cuenta la sacratísima Humanidad de Cristo. Y entiéndase bien este punto, que querría saberme declarar.

9. Cuando Dios quiere suspender todas las potencias, como en los modos de oración que quedan dichos hemos visto, claro está que, aunque no queramos, se quita esta presencia. Entonces vaya enhorabuena; dichosa tal pérdida que es para gozar más de lo que nos parece se pierde; porque entonces se emplea el alma toda en amar a quien el entendimiento ha trabajado conocer, y ama lo que no comprendió, y goza de lo que no pudiera tan bien gozar si no fuera perdiéndose a sí, para, como digo, más ganarse.

Mas que nosotros de maña y con cuidado nos acostumbremos a no procurar con todas nuestras fuerzas traer delante siempre -y pluguiese al Señor fuese siempre- esta sacratísima Humanidad, esto digo que no me parece bien y que es andar el alma en el aire, como dicen; porque parece no trae arrimo, por mucho que le parece anda llena de Dios. Es gran cosa, mientras vivimos y somos humanos, traerle humano, que éste es el otro inconveniente que digo hay. El primero, ya comencé a decir es un poco de falta de humildad de quererse levantar el alma hasta que el Señor la levante, y no contentarse con meditar cosa tan preciosa, y querer ser María antes que haya trabajado con Marta. Cuando el Señor quiere que lo sea, aunque sea desde el primer día, no hay que temer; mas comidámonos nosotros, como ya creo otra vez he dicho. Esta motita de poca humildad, aunque no parece es nada, para querer aprovechar en la contemplación hace mucho daño.

10. Tornando al segundo punto, nosotros no somos ángeles, sino tenemos cuerpo. Querernos hacer ángeles estando en la tierra -y tan en la tierra como yo estaba- es desatino, sino que ha menester tener arrimo el pensamiento para lo ordinario. Ya que algunas veces el alma salga de sí o ande muchas tan llena de Dios que no haya menester cosa criada para recogerla, esto no es tan ordinario, que en negocios y persecuciones y trabajos, cuando no se puede tener tanta quietud, y en tiempo de sequedades, es muy buen amigo Cristo, porque le miramos Hombre y vémosle con flaquezas y trabajos, y es compañía y, habiendo costumbre, es muy fácil hallarle cabe sí, aunque veces vendrán que lo uno ni lo otro se pueda.

Para esto es bien lo que ya he dicho: no nos mostrar a procurar consolaciones de espíritu; venga lo que viniere, abrazado con la cruz, es gran cosa. Desierto quedó este Señor de toda consolación; solo le dejaron en los trabajos; no le dejemos nosotros, que, para más sufrir, El nos dará mejor la mano que nuestra diligencia, y se ausentará cuando viere que conviene y que quiere el Señor sacar el alma de sí, como he dicho.

11. Mucho contenta a Dios ver un alma que con humildad pone por tercero a su Hijo y le ama tanto, que aun queriendo Su Majestad subirle a muy gran contemplación -como tengo dicho-, se conoce por indigno, diciendo con San Pedro: Apartaos de mí, que soy hombre pecador.

Esto he probado. De este arte ha llevado Dios mi alma. Otros irán – como he dicho- por otro atajo. Lo que yo he entendido es que todo este cimiento de la oración va fundado en humildad y que mientras más se abaja un alma en la oración, más la sube Dios. No me acuerdo haberme hecho merced muy señalada, de las que adelante diré, que no sea estando deshecha de verme tan ruin. Y aun procuraba Su Majestad darme a entender cosas para ayudarme a conocerme, que yo no las supiera imaginar.

Tengo para mí que cuando el alma hace de su parte algo para ayudarse en esta oración de unión, que aunque luego luego parece la aprovecha, que como cosa no fundada se tornará muy presto a caer; y he miedo que nunca llegará a la verdadera pobreza de espíritu, que es no buscar consuelo ni gusto en la oración -que los de la tierra ya están dejados-, sino consolación en los trabajos por amor de El que siempre vivió en ellos, y estar en ellos y en las sequedades quieta. Aunque algo se sienta, no para dar inquietud y la pena que a algunas personas, que, si no están siempre trabajando con el entendimiento y con tener devoción, piensan que va todo perdido, como si por su trabajo se mereciese tanto bien.

No digo que no se procure y estén con cuidado delante de Dios; mas que si no pudieren tener aun un buen pensamiento, como otra vez he dicho, que no se maten; siervos sin provecho somos, ¿qué pensamos poder?

12. Más quiere el Señor que conozcamos esto y andemos hechos asnillos para traer la noria del agua que queda dicha, que, aunque cerrados los ojos y no entendiendo lo que hacen, sacarán más que el hortelano con toda su diligencia. Con libertad se ha de andar en este camino, puestos en las manos de Dios. Si Su Majestad nos quisiere subir a ser de los de su cámara y secreto, ir de buena gana; si no, servir en oficios bajos y no sentarnos en el mejor lugar, como he dicho alguna vez. Dios tiene cuidado más que nosotros y sabe para lo que es cada uno. ¿De qué sirve gobernarse a sí quien tiene dada ya toda su voluntad a Dios?

A mi parecer, muy menos se sufre aquí que en el primer grado de la oración, y mucho más daña. Son bienes sobrenatural. Si uno tiene mala voz, por mucho que se esfuerce a cantar no se le hace buena; si Dios quiere dársela, no ha él menester antes dar voces. Pues supliquemos siempre nos haga mercedes, rendida el alma, aunque confiada de la grandeza de Dios. Pues para que esté a los pies de Cristo la dan licencia, que procure no quitarse de allí, esté como quiera; imite a la Magdalena, que de que esté fuerte, Dios la llevará al desierto.

13. Así que vuestra merced, hasta que halle quien tenga más experiencia que yo y lo sepa mejor, estése en esto. Si son personas que comienzan a gustar de Dios, no las crea, que les parece les aprovecha y gustan más ayudándose. ¡Oh, cuando Dios quiere, cómo viene al descubierto sin estas ayuditas!; que, aunque más hagamos, arrebata el espíritu, como un gigante tomaría una paja, y no basta resistencia. ¡Qué manera para creer que, cuando El quiere, espera a que vuele el sapo por sí mismo! Y aun más dificultoso y pesado me parece levantarse nuestro espíritu, si Dios no le levanta; porque está cargado de tierra y de mil impedimentos, y aprovéchale poco querer volar; que, aunque es más su natural que del sapo, está ya tan metido en el cieno, que lo perdió por su culpa.

14. Pues quiero concluir con esto: que siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene; que amor saca amor. Y aunque sea muy a los principios y nosotros muy ruines, procuremos ir mirando esto siempre y despertándonos para amar; porque si una vez nos hace el Señor merced que se nos imprima en el corazón este amor, sernos ha todo fácil y obraremos muy en breve y muy sin trabajo. Dénosle Su Majestad -pues sabe lo mucho que nos conviene- por el que El nos tuvo y por su glorioso Hijo, a quien tan a su costa nos le mostró, amén.

15. Una cosa querría preguntar a vuestra merced: cómo en comenzando el Señor a hacer mercedes a un alma, tan subidas, como es ponerla en perfecta contemplación, que de razón había de quedar perfecta del todo luego (de razón, sí por cierto, porque quien tan gran merced recibe no había más de querer consuelos de la tierra), pues ¿por qué en arrobamiento y en cuando está ya el alma más habituada a recibir mercedes, parece que trae consigo los efectos tan más subidos, y mientras más, más desasida, pues en un punto que el Señor llega la puede dejar santificada, como después, andando el tiempo, la deja el mismo Señor con perfección en las virtudes?.

Esto quiero yo saber, que no lo sé. Mas bien sé es diferente lo que Dios deja de fortaleza cuando al principio no dura más que cerrar y abrir los ojos y casi no se siente sino en los efectos que deja, o cuando va más a la larga esta merced. Y muchas veces paréceme a mí si es el no se disponer del todo luego el alma, hasta que el Señor poco a poco la cría y la hace determinar y da fuerzas de varón, para que dé del todo con todo en el suelo. Como lo hizo con la Magdalena con brevedad, hácelo en otras personas, conforme a lo que ellas hacen en dejar a Su Majestad hacer. No acabamos de creer que aun en esta vida da Dios ciento por uno.

16. También pensaba yo esta comparación: que puesto que sea todo uno lo que se da a los que más adelante van que en el principio, es como un manjar que comen de él muchas personas, y las que comen poquito, quédales sólo buen sabor por un rato; las que más, ayuda a sustentar; las que comen mucho, da vida y fuerza; y tantas veces se puede comer y tan cumplido de este manjar de vida, que ya no coman cosa que les sepa bien sino él; porque ve el provecho que le hace, y tiene ya tan hecho el gusto a esta suavidad, que querría más no vivir que haber de comer otras cosas que no sean sino para quitar el buen sabor que el buen manjar dejó.

También una compañía santa no hace su conversación tanto provecho de un día como de muchos; y tantos pueden ser los que estemos con ella, que seamos como ella, si nos favorece Dios. Y en fin, todo está en lo que Su Majestad quiere y a quien quiere darlo; mas mucho va en determinarse, a quien ya comienza a recibir esta merced, en desasirse de todo y tenerla en lo que es razón.

17. También me parece que anda Su Majestad a probar quién le quiere, si no uno, si no otro, descubriendo quién es con deleite tan soberano, por avivar la fe -si está muerta- de lo que nos ha de dar, diciendo: «Mirad, que esto es una gota del mar grandísimo de bienes», por no dejar nada por hacer con los que ama, y como ve que le reciben, así da y se da. Quiere a quien le quiere. Y ¡qué bien querido! Y ¡qué buen amigo!

¡Oh Señor de mi alma, y quién tuviera palabras para dar a entender qué dais a los que se fían de Vos, y qué pierden los que llegan a este estado, y se quedan consigo mismos! No queréis Vos esto, Señor, pues más que esto hacéis Vos, que os venís a una posada tan ruin como la mía. ¡Bendito seáis por siempre jamás!

18.-Torno a suplicar a vuestra merced que estas cosas que he escrito de oración, si las tratare con personas espirituales, lo sean. Porque si no saben más de un camino o se han quedado en el medio, no podrán así atinar. Y hay algunas que desde luego las lleva Dios por muy subido camino, y paréceles que así podrán los otros aprovechar allí y quietar el entendimiento y no se aprovechar de medios de cosas corpóreas, y quedarse han secos como un palo. Y algunos que hayan tenido un poco de quietud, luego piensan que como tienen lo uno pueden hacer lo otro; y en lugar de aprovechar, desaprovecharán, como he dicho. Así que en todo es menester experiencia y discreción. El Señor nos la dé por su bondad.
– ir a índice –

CAPÍTULO 23
En que torna a tratar del discurso de su vida, y cómo comenzó a tratar de más perfección, y por qué medios. – Es provechoso para las personas que tratan de gobernar almas que tienen oración saber cómo se han de haber en los principios, y el provecho que le hizo saberla llevar.

1. Quiero ahora tornar adonde dejé de mi vida, -que me he detenido, creo, más de lo que me había de detener-, porque se entienda mejor lo que está por venir. Es otro libro nuevo de aquí adelante, digo otra vida nueva. La de hasta aquí era mía; la que he vivido desde que comencé a declarar estas cosas de oración, es que vivía Dios en mí, a lo que me parecía; porque entiendo yo era imposible salir en tan poco tiempo de tan malas costumbres y obras. Sea el Señor alabado que me libró de mí.

2. Pues comenzando a quitar ocasiones y a darme más a la oración, comenzó el Señor a hacerme las mercedes, como quien deseaba, a lo que pareció, que yo las quisiese recibir. Comenzó Su Majestad a darme muy ordinario oración de quietud, y muchas veces de unión, que duraba mucho rato.

Yo, como en estos tiempos habían acaecido grandes ilusiones en mujeres y engaños que las había hecho el demonio, comencé a temer, como era tan grande el deleite y suavidad que sentía, y muchas veces sin poderlo excusar, puesto que veía en mí por otra parte una grandísima seguridad que era Dios, en especial cuando estaba en la oración, y veía que quedaba de allí muy mejorada y con más fortaleza. Mas en distrayéndome un poco, tornaba a temer y a pensar si quería el demonio, haciéndome entender que era bueno, suspender el entendimiento para quitarme la oración mental y que no pudiese pensar en la Pasión ni aprovecharme del entendimiento, que me parecía a mí mayor pérdida, como no lo entendía.

3. Mas como Su Majestad quería ya darme luz para que no le ofendiese ya y conociese lo mucho que le debía, creció de suerte este miedo, que me hizo buscar con diligencia personas espirituales con quien tratar, que ya tenía noticia de algunos, porque habían venido aquí los de la Compañía de Jesús, a quien yo -sin conocer a ninguno- era muy aficionada, de sólo saber el modo que llevaban de vida y oración; mas no me hallaba digna de hablarlos ni fuerte para obedecerlos, que esto me hacía más temer, porque tratar con ellos y ser la que era hacíaseme cosa recia.

4. En esto anduve algún tiempo, hasta que ya, con mucha batería que pasé en mí y temores, me determiné a tratar con una persona espiritual para preguntarle qué era la oración que yo tenía, y que me diese luz, si iba errada, y hacer todo lo que pudiese por no ofender a Dios. Porque la falta -como he dicho- que veía en mí de fortaleza me hacía estar tan tímida.

¡Qué engaño tan grande, válgame Dios, que para querer ser buena me apartaba del bien! En esto debe poner mucho el demonio en el principio de la virtud, porque yo no podía acabarlo conmigo. Sabe él que está todo el medio de un alma en tratar con amigos de Dios, y así no había término para que yo a esto me determinase.

Aguardaba a enmendarme primero, como cuando dejé la oración, y por ventura nunca lo hiciera, porque estaba ya tan caída en cosillas de mala costumbre que no acababa de entender eran malas, que era menester ayuda de otros y darme la mano para levantarme. Bendito sea el Señor que, en fin, la suya fue la primera.

5. Como yo vi iba tan adelante mi temor, porque crecía la oración, parecióme que en esto había algún gran bien o grandísimo mal. Porque bien entendía ya era cosa sobrenatural lo que tenía, porque algunas veces no lo podía resistir. Tenerlo cuando yo quería, era excusado. Pensé en mí que no tenía remedio si no procuraba tener limpia conciencia y apartarme de toda ocasión, aunque fuese de pecados veniales, porque, siendo espíritu de Dios, clara estaba la ganancia; si era demonio, procurando yo tener contento al Señor y no ofenderle, poco daño me podía hacer, antes él quedaría con pérdida. Determinada en esto y suplicando siempre a Dios me ayudase, procurando lo dicho algunos días, vi que no tenía fuerza mi alma para salir con tanta perfección a solas, por algunas aficiones que tenía a cosas que, aunque de suyo no eran muy malas, bastaban para estragarlo todo.

6. Dijéronme de un clérigo letrado que había en este lugar, que comenzaba el Señor a dar a entender a la gente su bondad y buena vida. Yo procuré por medio de un caballero santo que hay en este lugar. Es casado, mas de vida tan ejemplar y virtuosa, y de tanta oración y caridad, que en todo él resplandece su bondad y perfección. Y con mucha razón, porque grande bien ha venido a muchas almas por su medio, por tener tantos talentos, que, aun con no le ayudar su estado, no puede dejar con ellos de obrar. Mucho entendimiento y muy apacible para todos. Su conversación no pesada, tan suave y agraciada, junto con ser recta y santa, que da contento grande a los que trata. Todo lo ordena para gran bien de las almas que conversa, y no parece trae otro estudio sino hacer por todos los que él ve se sufre y contentar a todos.

7. Pues este bendito y santo hombre, con su industria, me parece fue principio para que mi alma se salvase. Su humildad a mí espántame, que con haber, a lo que creo, poco menos de cuarenta años que tiene oración -no sé si son dos o tres menos-, y lleva toda la vida de perfección, que, a lo que parece, sufre su estado. Porque tiene una mujer tan gran sierva de Dios y de tanta caridad, que por ella no se pierde; en fin, como mujer de quien Dios sabía había de ser tan gran siervo suyo, la escogió. Estaban deudos suyos casados con parientes míos. Y también con otro harto siervo de Dios, que estaba casado con una prima mía, tenía mucha comunicación.

8. Por esta vía procuré viniese a hablarme este clérigo que digo tan siervo de Dios, que era muy su amigo, con quien pensé confesarme y tener por maestro. Pues trayéndole para que me hablase, y yo con grandísima confusión de verme presente de hombre tan santo, dile parte de mi alma y oración, que confesarme no quiso: dijo que era muy ocupado, y era así. Comenzó con determinación santa a llevarme como a fuerte, que de razón había de estar según la oración vio que tenía, para que en ninguna manera ofendiese a Dios.

Yo, como vi su determinación tan de presto en cosillas que, como digo, yo no tenía fortaleza para salir luego con tanta perfección, afligíme; y como vi que tomaba las cosas de mi alma como cosa que en una vez había de acabar con ella, yo veía que había menester mucho más cuidado.

9. En fin, entendí no eran por los medios que él me daba por donde yo me había de remediar, porque eran para alma más perfecta; y yo, aunque en las mercedes de Dios estaba adelante, estaba muy en los principios en las virtudes y mortificación. Y cierto, si no hubiera de tratar más de con él, yo creo nunca medrara mi alma; porque de la aflicción que me daba de ver cómo yo no hacía -ni me parece podía- lo que él me decía, bastaba para perder la esperanza y dejarlo todo.

Algunas veces me maravillo, que siendo persona que tiene gracia particular en comenzar a llegar almas a Dios, cómo no fue servido entendiese la mía ni se quisiese encargar de ella, y veo fue todo para mayor bien mío, porque yo conociese y tratase gente tan santa como la de la Compañía de Jesús.

10. De esta vez quedé concertada con este caballero santo, para que alguna vez me viniese a ver. Aquí se vio su gran humildad, querer tratar con persona tan ruin como yo. Comenzóme a visitar y a animarme y decirme que no pensase que en un día me había de apartar de todo, que poco a poco lo haría Dios; que en cosas bien livianas había él estado algunos años, que no las había podido acabar consigo. ¡Oh humildad, qué grandes bienes haces adonde estás y a los que se llegan a quien la tiene! Decíame este santo (que a mi parecer con razón le puedo poner este nombre) flaquezas, que a él le parecían que lo eran, con su humildad, para mi remedio; y mirado conforme a su estado, no era falta ni imperfección, y conforme al mío, era grandísima tenerlas.

Yo no digo esto sin propósito, porque parece me alargo en menudencias, e importan tanto para comenzar a aprovechar un alma y sacarla a volar (que aún no tiene plumas, como dicen), que no lo creerá nadie, sino quien ha pasado por ello. Y porque espero yo en Dios vuestra merced ha de aprovechar muchas, lo digo aquí, que fue toda mi salud saberme curar y tener humildad y caridad para estar conmigo, y sufrimiento de ver que no en todo me enmendaba. Iba con discreción, poco a poco dando maneras para vencer el demonio. Yo le comencé a tener tan grande amor, que no había para mí mayor descanso que el día que le veía, aunque eran pocos. Cuando tardaba, luego me fatigaba mucho, pareciéndome que por ser tan ruin no me veía.

11. Como él fue entendiendo mis imperfecciones tan grandes, y aun serían pecados (aunque después que le traté, más enmendada estaba), y como le dije las mercedes que Dios me hacía, para que me diese luz, díjome que no venía lo uno con lo otro, que aquellos regalos eran ya de personas que estaban muy aprovechadas y mortificadas, que no podía dejar de temer mucho, porque le parecía mal espíritu en algunas cosas, aunque no se determinaba, mas que pensase bien todo lo que entendía de mi oración y se lo dijese. Y era el trabajo que yo no sabía poco ni mucho decir lo que era mi oración; porque esta merced de saber entender qué es, y saberlo decir, ha poco que me lo dio Dios.

12. Como me dijo esto, con el miedo que yo traía, fue grande mi aflicción y lágrimas. Porque, cierto, yo deseaba contentar a Dios y no me podía persuadir a que fuese demonio; mas temía por mis grandes pecados me cegase Dios para no lo entender.

Mirando libros para ver si sabría decir la oración que tenía, hallé en uno que se llama Subida del Monte, en lo que toca a unión del alma con Dios, todas las señales que yo tenía en aquel no pensar nada, que esto era lo que yo más decía: que no podía pensar nada cuando tenía aquella oración; y señalé con unas rayas las partes que eran, y dile el libro para que él y el otro clérigo que he dicho, santo y siervo de Dios, lo mirasen y me dijesen lo que había de hacer; y que, si les pareciese, dejaría la oración del todo, que para qué me había yo de meter en esos peligros; pues a cabo de veinte años casi que había que la tenía, no había salido con ganancia, sino con engaños del demonio, que mejor era no la tener; aunque también esto se me hacía recio, porque ya yo había probado cuál estaba mi alma sin oración.

Así que todo lo veía trabajoso, como el que está metido en un río, que a cualquier parte que vaya de él teme más peligro, y él se está casi ahogando.

Es un trabajo muy grande éste, y de éstos he pasado muchos, como diré adelante; que aunque parece no importa, por ventura hará provecho entender cómo se ha de probar el espíritu.

13. Y es grande, cierto, el trabajo que se pasa, y es menester tiento, en especial con mujeres, porque es mucha nuestra flaqueza y podría venir a mucho mal diciéndoles muy claro es demonio; sino mirarlo muy bien, y apartarlas de los peligros que puede haber, y avisarlas en secreto pongan mucho y le tengan ellos, que conviene.

Y en esto hablo como quien le cuesta harto trabajo no le tener algunas personas con quien he tratado mi oración, sino preguntando unos y otros, por bien me han hecho harto daño, que se han divulgado cosas que estuvieran bien secretas -pues no son para todos- y parecía las publicaba yo. Creo sin culpa suya lo ha permitido el Señor para que yo padeciese. No digo que decían lo que trataba con ellos en confesión; mas, como eran personas a quien yo daba cuenta por mis temores para que me diesen luz, parecíame a mí habían de callar. Con todo, nunca osaba callar cosa a personas semejantes.

Pues digo que se avise con mucha discreción, animándolas y aguardando tiempo, que el Señor las ayudará como ha hecho a mí; que si no, grandísimo daño me hiciera, según era temerosa y medrosa. Con el gran mal de corazón que tenía, espántome cómo no me hizo mucho mal.

14. Pues como di el libro, y hecha relación de mi vida y pecados lo mejor que pude por junto (que no confesión, por ser seglar, mas bien di a entender cuán ruin era), los dos siervos de Dios miraron con gran caridad y amor lo que me convenía.

Venida la respuesta que yo con harto temor esperaba, y habiendo encomendado a muchas personas que me encomendasen a Dios y yo con harta oración aquellos días, con harta fatiga vino a mí y díjome que, a todo su parecer de entrambos, era demonio; que lo que me convenía era tratar con un padre de la Compañía de Jesús, que como yo le llamase diciendo tenía necesidad vendría, y que le diese cuenta de toda mi vida por una confesión general, y de mi condición, y todo con mucha claridad; que por la virtud del sacramento de la confesión le daría Dios más luz; que eran muy experimentados en cosas de espíritu; que no saliese de lo que me dijese en todo, porque estaba en mucho peligro si no había quien me gobernase.

15. A mí me dio tanto temor y pena, que no sabía qué me hacer. Todo era llorar. Y estando en un oratorio muy afligida, no sabiendo qué había de ser de mí, leí en un libro -que parece el Señor me lo puso en las manos- que decía San Pablo: Que era Dios muy fiel, que nunca a los que le amaban consentía ser del demonio engañados. Esto me consoló mucho.

Comencé a tratar de mi confesión general y poner por escrito todos los males y bienes, un discurso de mi vida lo más claramente que yo entendí y supe, sin dejar nada por decir.

Acuérdome que como vi, después que lo escribí, tantos males y casi ningún bien, que me dio una aflicción y fatiga grandísima. También me daba pena que me viesen en casa tratar con gente tan santa como los de la Compañía de Jesús, porque temía mi ruindad y parecíame quedaba obligada más a no lo ser y quitarme de mis pasatiempos, y si esto no hacía, que era peor; y así, procuré con la sacristana y portera no lo dijesen a nadie. Aprovechóme poco, que acertó a estar a la puerta, cuando me llamaron, quien lo dijo por todo el convento. Mas ¡qué de embarazos pone el demonio y qué de temores a quien se quiere llegar a Dios!

16. Tratando con aquel siervo de Dios -que lo era harto y bien avisado- toda mi alma, como quien bien sabía este lenguaje, me declaró lo que era y me animó mucho. Dijo ser espíritu de Dios muy conocidamente, sino que era menester tornar de nuevo a la oración: porque no iba bien fundada, ni había comenzado a entender mortificación (y era así, que aun el nombre no me parece entendía), y que en ninguna manera dejase la oración, sino que me esforzase mucho, pues Dios me hacía tan particulares mercedes; que qué sabía si por mis medios quería el Señor hacer bien a muchas personas, y otras cosas (que parece profetizó lo que después el Señor ha hecho conmigo); que tendría mucha culpa si no respondía a las mercedes que Dios me hacía.

En todo me parecía hablaba en él el Espíritu Santo para curar mi alma, según se imprimía en ella.

17. Hízome gran confusión. Llevóme por medios que parecía del todo me tornaba otra. ¡Qué gran cosa es entender un alma! Díjome tuviese cada día oración en un paso de la Pasión, y que me aprovechase de él, y que no pensase sino en la Humanidad, y que aquellos recogimientos y gustos resistiese cuanto pudiese, de manera que no los diese lugar hasta que él me dijese otra cosa.

18. Dejóme consolada y esforzada, y el Señor que me ayudó y a él para que entendiese mi condición y cómo me había de gobernar. Quedé determinada de no salir de lo que me mandase en ninguna cosa, y así lo hice hasta hoy. Alabado sea el Señor, que me ha dado gracia para obedecer a mis confesores, aunque imperfectamente; y casi siempre han sido de estos benditos hombres de la Compañía de Jesús; aunque imperfectamente, como digo, los he seguido.

Conocida mejoría comenzó a tener mi alma, como ahora diré.
– ir a índice –

CAPÍTULO 24
Prosigue en lo comenzado, y dice cómo fue aprovechándose su alma después que comenzó a obedecer, y lo poco que le aprovechaba el resistir las mercedes de Dios, y cómo Su Majestad se las iba dando más cumplidas.

1. Quedó mi alma de esta confesión tan blanda, que me parecía no hubiera cosa a que no me dispusiera; y así comencé a hacer mudanza en muchas cosas, aunque el confesor no me apretaba, antes parecía hacía poco caso de todo. Y esto me movía más, porque lo llevaba por modo de amar a Dios y como que dejaba libertad y no apremio, si yo no me le pusiese por amor.

Estuve así casi dos meses, haciendo todo mi poder en resistir los regalos y mercedes de Dios. Cuanto a lo exterior, veíase la mudanza, porque ya el Señor me comenzaba a dar ánimo para pasar por algunas cosas que decían personas que me conocían, pareciéndoles extremos, y aun en la misma casa. Y de lo que antes hacía, razón tenían, que era extremo; mas de lo que era obligada al hábito y profesión que hacía, quedaba corta.

2. Gané de este resistir gustos y regalos de Dios, enseñarme Su Majestad. Porque antes me parecía que para darme regalos en la oración era menester mucho arrinconamiento, y casi no me osaba bullir. Después vi lo poco que hacía al caso; porque cuando más procuraba divertirme, más me cubría el Señor de aquella suavidad y gloria, que me parecía toda me rodeaba y que por ninguna parte podía huir, y así era.

3. Yo traía tanto cuidado, que me daba pena. El Señor le traía mayor a hacerme mercedes y a señalarse mucho más que solía en estos dos meses, para que yo mejor entendiese no era más en mi mano. Comencé a tomar de nuevo amor a la sacratísima Humanidad. Comenzóse a asentar la oración como edificio que ya llevaba cimiento, y a aficionarme a más penitencia, de que yo estaba descuidada por ser tan grandes mis enfermedades. Díjome aquel varón santo que me confesó, que algunas cosas no me podrían dañar; que por ventura me daba Dios tanto mal, porque yo no hacía penitencia, me la quería dar Su Majestad. Mandábame hacer algunas mortificaciones no muy sabrosas para mí. Todo lo hacía, porque parecíame que me lo mandaba el Señor, y dábale gracia para que me lo mandase de manera que yo le obedeciese.

Iba ya sintiendo mi alma cualquiera ofensa que hiciese a Dios, por pequeña que fuese, de manera que si alguna cosa superflua traía, no podía recogerme hasta que me la quitaba. Hacía mucha oración porque el Señor me tuviese de su mano; pues trataba con sus siervos, permitiese no tornase atrás, que me parecía fuera gran delito y que habían ellos de perder crédito por mí.

4. En este tiempo vino a este lugar el padre Francisco, que era duque de Gandía y había algunos años que, dejándolo todo, había entrado en la Compañía de Jesús. Procuró mi confesor, y el caballero que he dicho también vino a mí, para que le hablase y diese cuenta de la oración que tenía, porque sabía iba adelante en ser muy favorecido y regalado de Dios, que como quien había mucho dejado por El, aun en esta vida le pagaba. Pues después que me hubo oído, díjome que era espíritu de Dios y que le parecía que no era bien ya resistirle más, que hasta entonces estaba bien hecho, sino que siempre comenzase la oración en un paso de la Pasión, y que si después el Señor me llevase el espíritu, que no lo resistiese, sino que dejase llevarle a Su Majestad, no lo procurando yo. Como quien iba bien adelante, dio la medicina y consejo, que hace mucho en esto la experiencia. Dijo que era yerro resistir ya más. Yo quedé muy consolada, y el caballero también holgábase mucho que dijese era de Dios, y siempre me ayudaba y daba avisos en lo que podía, que era mucho.

5. En este tiempo mudaron a mi confesor de este lugar a otro, lo que yo sentí muy mucho, porque pensé me había de tornar a ser ruin y no me parecía posible hallar otro como él. Quedó mi alma como en un desierto, muy desconsolada y temerosa. No sabía qué hacer de mí. Procuróme llevar una parienta mía a su casa, y yo procuré ir luego a procurar otro confesor en la Compañía.

6. Fue el Señor servido que comencé a tomar amistad con una señora viuda, de mucha calidad y oración, que trataba con ellos mucho. Hízome confesar a su confesor, y estuve en su casa muchos días. Vivía cerca. Yo me holgaba por tratar mucho con ellos, que, de sólo entender la santidad de su trato, era grande el provecho que mi alma sentía.

Este Padre me comenzó a poner en más perfección. Decíame que para del todo contentar a Dios no había de dejar nada por hacer; también con harta maña y blandura, porque no estaba aún mi alma nada fuerte, sino muy tierna, en especial en dejar algunas amistades que tenía. Aunque no ofendía a Dios con ellas, era mucha afición, y parecíame a mí era ingratitud dejarlas, y así le decía que, pues no ofendía a Dios, que por qué había de ser desagradecida. El me dijo que lo encomendase a Dios unos días y rezase el himno de Veni, Creator, porque me diese luz de cuál era lo mejor.

7. Habiendo estado un día mucho en oración y suplicando al Señor me ayudase a contentarle en todo, comencé el himno, y estándole diciendo, vínome un arrebatamiento tan súbito que casi me sacó de mí, cosa que yo no pude dudar, porque fue muy conocido.

Fue la primera vez que el Señor me hizo esta merced de arrobamientos. Entendí estas palabras: Ya no quiero que tengas conversación con hombres, sino con ángeles. A mí me hizo mucho espanto, porque el movimiento del ánima fue grande, y muy en el espíritu se me dijeron estas palabras, y así me hizo temor, aunque por otra parte gran consuelo, que en quitándoseme el temor que -a mi parecer- causó la novedad, me quedó.

8. Ello se ha cumplido bien, que nunca más yo he podido asentar en amistad ni tener consolación ni amor particular sino a personas que entiendo le tienen a Dios y le procuran servir, ni ha sido en mi mano, ni me hace el caso ser deudos ni amigos. Si no entiendo esto o es persona que trata de oración, esme cruz penosa tratar con nadie. Esto es así, a todo mi parecer, sin ninguna falta.

9. Desde aquel día yo quedé tan animosa para dejarlo todo por Dios como quien había querido en aquel momento -que no me parece fue más- dejar otra a su sierva. Así que no fue menester mandármelo más; que como me veía el confesor tan asida en esto, no había osado determinadamente decir que lo hiciese. Debía aguardar a que el Señor obrase, como lo hizo. Ni yo pensé salir con ello, porque ya yo misma lo había procurado, y era tanta la pena que me daba, que como cosa que me parecía no era inconveniente, lo dejaba; ya aquí me dio el Señor libertad y fuerza para ponerlo por obra. Así se lo dije al confesor y lo dejé todo conforme a como me lo mandó. Hizo harto provecho a quien yo trataba ver en mí esta determinación.

10. Sea Dios bendito por siempre, que en un punto me dio la libertad que yo, con todas cuantas diligencias había hecho muchos años había, no pude alcanzar conmigo, haciendo hartas veces tan gran fuerza, que me costaba harto de mi salud. Como fue hecho de quien es poderoso y Señor verdadero de todo, ninguna pena me dio.
– ir a índice –

CAPÍTULO 25
En que trata el modo y manera cómo se entienden estas hablas que hace Dios al alma sin oírse, y de algunos engaños que puede haber en ello, y en qué se conocerá cuándo lo es. – Es de mucho provecho para quien se viere en este grado de oración, porque se declara muy bien, y de harta doctrina.

1. Paréceme será bien declarar cómo es este hablar que hace Dios al alma y lo que ella siente, para que vuestra merced lo entienda. Porque desde esta vez que he dicho que el Señor me hizo esta merced, es muy ordinario hasta ahora, como se verá en lo que está por decir.

Son unas palabras muy formadas, mas con los oídos corporales no se oyen, sino entiéndense muy más claro que si se oyesen; y dejarlo de entender, aunque mucho se resista, es por demás. Porque cuando acá no queremos oír, podemos tapar los oídos o advertir a otra cosa, de manera que, aunque se oiga, no se entienda. En esta plática que hace Dios al alma no hay remedio ninguno, sino que, aunque me pese, me hacen escuchar y estar el entendimiento tan entero para entender lo que Dios quiere entendamos, que no basta querer ni no querer. Porque el que todo lo puede, quiere que entendamos se ha de hacer lo que quiere y se muestra señor verdadero de nosotros. Esto tengo muy experimentado, porque me duró casi dos años el resistir, con el gran miedo que traía, y ahora lo pruebo algunas veces, mas poco me aprovecha.

2. Yo querría declarar los engaños que puede haber aquí (aunque a quien tiene mucha experiencia paréceme será poco o ninguno, mas ha de ser mucha la experiencia) y la diferencia que hay cuando es espíritu bueno o cuando es malo, o cómo puede también ser aprensión del mismo entendimiento -que podría acaecer- o hablar el mismo espíritu a sí mismo. Esto no sé yo si puede ser, mas aún hoy me ha parecido que sí.

Cuando es de Dios, tengo muy probado en muchas cosas que se me decían dos o tres años antes, y todas se han cumplido, y hasta ahora ninguna ha salido mentira, y otras cosas adonde se ve claro ser espíritu de Dios, como después se dirá.

3. Paréceme a mí que podría una persona, estando encomendando una cosa a Dios con gran afecto y aprensión, parecerle entiende alguna cosa si se hará o no, y es muy posible; aunque a quien ha entendido de estotra suerte, verá claro lo que es, porque es mucha la diferencia, y si es cosa que el entendimiento fabrica, por delegado que vaya, entiende que ordena él algo y que habla; que no es otra cosa sino ordenar uno la plática, o escuchar lo que otro le dice; y verá el entendimiento que entonces no escucha, pues que obra; y las palabras que él fabrica son como cosa sorda, fantaseada, y no con la claridad que estotras. Y aquí está en nuestra mano divertirnos, como callar cuando hablamos; en estotro no hay términos.

Y otra señal más que todas: que no hace operación. Porque estotra que habla el Señor es palabras y obras; y aunque las palabras no sean de devoción, sino de reprensión, a la primera disponen un alma, y la habilita y enternece y da luz y regala y quieta; y si estaba con sequedad o alboroto y desasosiego de alma, como con la mano se le quita, y aun mejor, que parece quiere el Señor se entienda que es poderoso y que sus palabras son obras.

4. Paréceme que hay la diferencia que si nosotros hablásemos u oyésemos, ni más ni menos. Porque lo que hablo, como he dicho, voy ordenando con el entendimiento lo que digo. Mas si me hablan, no hago más de oír sin ningún trabajo.

Lo uno va como una cosa que no nos podemos bien determinar si es, como uno que está medio dormido; estotro es voz tan clara que no se pierde una sílaba de lo que se dice. Y acaece ser a tiempos que está el entendimiento y alma tan alborotada y distraída, que no acertaría a concertar una buena razón, y halla guisadas grandes sentencias que le dicen, que ella, aun estando muy recogida, no pudiera alcanzar, y a la primera palabra, como digo, la mudan toda.

En especial si está en arrobamiento, que las potencias están suspendidas, ¿cómo se entenderán cosas que no habían venido a la memoria aun antes? ¿Cómo vendrán entonces, que no obra casi, y la imaginación está como embobada?

5. Entiéndase que cuando se ven visiones o se entienden estas palabras, a mi parecer, nunca es en tiempo que está unida el alma en el mismo arrobamiento; que en este tiempo -como ya dejo declarado, creo en la segunda agua- del todo se pierden todas las potencias y a mi parecer allí ni se puede ver ni entender ni oír: está en otro poder toda, y en este tiempo, que es muy breve, no me parece la deja el Señor para nada libertad. Pasado este breve tiempo, que se queda aún en el arrobamiento el alma, es esto que digo; porque quedan las potencias de manera que, aunque no están perdidas, casi nada obran; están como absortas y no hábiles para concertar razones. Hay tantas para entender la diferencia, que si una vez se engañase, no serán muchas.

6. Y digo que si es alma ejercitada y está sobre aviso, lo verá muy claro; porque dejadas otras cosas por donde se ve lo que he dicho, ningún efecto hace, ni el alma lo admite (porque estotro, mal que nos pese), y no se da crédito, antes se entiende que es devanear del entendimiento, casi como no se haría caso de una persona que sabéis tiene frenesí.

Estotro es como si lo oyésemos a una persona muy santa o letrada y de gran autoridad, que sabemos no nos ha de mentir. Y aun es baja comparación, porque traen algunas veces una majestad consigo estas palabras, que, sin acordarnos quién las dicen, si son de reprensión hacen temblar, y si son de amor, hacen deshacerse en amar. Y son cosas, como he dicho, que estaban bien lejos de la memoria, y dícense tan de presto sentencias tan grandes, que era menester mucho tiempo para haberlas de ordenar, y en ninguna manera me parece se puede entonces ignorar no ser cosa fabricada de nosotros.

Así que en esto no hay que me detener, que por maravilla me parece puede haber engaño en persona ejercitada, si ella misma de advertencia no se quiere engañar.

7. Acaecídome ha muchas veces, si tengo alguna duda, no creer lo que me dicen, y pensar si se me antojó (esto después de pasado, que entonces es imposible), y verlo cumplido desde a mucho tiempo; porque hace el Señor que quede en la memoria, que no se puede olvidar. Y lo que es del entendimiento es como primer movimiento del pensamiento, que pasa y se olvida. Estotro es como obra que, aunque se olvide algo y pase tiempo, no tan del todo que se pierda la memoria de que, en fin, se dijo, salvo si no ha mucho tiempo o son palabras de favor o doctrina; mas de profecía no hay olvidarse, a mi parecer, al menos a mí, aunque tengo poca memoria.

8. Y torno a decir que me parece si un alma no fuese tan desalmada que lo quiera fingir (que sería harto mal) y decir que lo entiende no siendo así; mas dejar de ver claro que ella lo ordena y lo parla entre sí, paréceme no lleva camino, si ha entendido el espíritu de Dios, que si no, toda su vida podrá estarse en ese engaño y parecerle que entiende, aunque yo no sé cómo. O esta alma lo quiere entender, o no: si se está deshaciendo de lo que entiende y en ninguna manera querría entender nada por mil temores y otras muchas causas que hay para tener deseo de estar quieta en su oración sin estas cosas, ¿cómo da tanto espacio al entendimiento que ordene razones? Tiempo es menester para esto. Acá sin perder ninguno, quedamos enseñadas y se entienden cosas que parece era menester un mes para ordenarlas, y el mismo entendimiento y alma quedan espantadas de algunas cosas que se entienden.

9. Esto es así, y quien tuviere experiencia verá que es al pie de la letra todo lo que he dicho. Alabo a Dios porque lo he sabido así decir. Y acabo con que me parece, siendo del entendimiento, cuando lo quisiésemos lo podríamos entender, y cada vez que tenemos oración nos podría parecer entendemos. Mas en estotro no es así, sino que estaré muchos días que aunque quiera entender algo es imposible, y cuando otras veces no quiero, como he dicho, lo tengo de entender.

Paréceme que quien quisiese engañar a los otros, diciendo que entiende de Dios lo que es de sí, que poco le cuesta decir que lo oye con los oídos corporales; y es así cierto con verdad, que jamás pensé había otra manera de oír ni entender hasta que lo vi por mí; y así, como he dicho, me cuesta harto trabajo.

10. Cuando es demonio, no sólo no deja buenos efectos, mas déjalos malos. Esto me ha acaecido no más de dos o tres veces, y he sido luego avisada del Señor cómo era demonio. Dejado la gran sequedad que queda, es una inquietud en el alma a manera de otras muchas veces que ha permitido el Señor que tenga grandes tentaciones y trabajos de alma de diferentes maneras; y aunque me atormenta hartas veces, como adelante diré, es una inquietud que no se sabe entender de dónde viene, sino que parece resiste el alma y se alborota y aflige sin saber de qué, porque lo que él dice no es malo sino bueno. Pienso si siente un espíritu a otro. El gusto y deleite que él da, a mi parecer, es diferente en gran manera. Podrá él engañar con estos gustos a quien no tuviere o hubiere tenido otros de Dios.

11. De veras digo gustos, una recreación suave, fuerte, impresa, deleitosa, quieta; que unas devocioncitas del alma, de lágrimas y otros sentimientos pequeños, que al primer airecito de persecución se pierden estas florecitas, no las llamo devociones, aunque son buenos principios y santos sentimientos, mas no para determinar estos efectos de buen espíritu o malo. Y así es bien andar siempre con gran aviso, porque cuando a personas que no están más adelante en la oración que hasta esto, fácilmente podrían ser engañadas si tuviesen visiones o revelaciones.

Yo nunca tuve cosa de estas postreras hasta haberme Dios dado, por sólo su bondad, oración de unión, si no fue la primera vez que dije, que ha muchos años, que vi a Cristo, que pluguiera a Su Majestad entendiera yo era verdadera visión como después lo he entendido, que no me fuera poco bien. Ninguna blandura queda en el alma, sino como espantada y con gran disgusto.

12. Tengo por muy cierto que el demonio no engañará -ni lo permitirá Dios- a alma que de ninguna cosa se fía de sí y está fortalecida en la fe, que entienda ella de sí que por un punto de ella morirá mil muertes. Y con este amor a la fe, que infunde luego Dios, que es una fe viva, fuerte, siempre procura ir conforme a lo que
tiene la Iglesia, preguntando a unos y a otros, como quien tiene ya hecho asiento fuerte en estas verdades, que no la moverían cuantas revelaciones pueda imaginar -aunque viese abiertos los cielos- un punto de lo que tiene la Iglesia

Si alguna vez se viese vacilar en su pensamiento contra esto, o detenerse en decir: «pues si Dios me dice esto, también puede ser verdad, como lo que decía a los santos» (no digo que lo crea, sino que el demonio la comience a tentar por primer movimiento; que detenerse en ello ya se ve que es malísimo, mas aun primeros movimientos muchas veces en este caso creo no vendrán si el alma está en esto tan fuerte como la hace el Señor a quien da estas cosas, que le parece desmenuzaría los demonios sobre una verdad de lo que tiene la Iglesia, muy pequeña), [13] digo que si no viere en sí esta fortaleza grande y que ayude a ella la devoción o visión, que no la tenga por segura.

Porque, aunque no se sienta luego el daño, poco a poco podría hacerse grande. Que, a lo que yo veo y sé de experiencia, de tal manera queda el crédito de que es Dios, que vaya conforme a la Sagrada Escritura, y como un tantico torciese de esto, mucha más firmeza sin comparación me parece tendría en que es demonio que ahora tengo de que es Dios, por grande que la tenga. Porque entonces no es menester andar a buscar señales ni qué espíritu es, pues está tan clara esta señal para creer que es demonio, que si entonces todo el mundo me asegurase que es Dios, no lo creería.

El caso es que, cuando es demonio parece que se esconden todos los bienes y huyen del alma, según queda desabrida y alborotada y sin ningún efecto bueno. Porque aunque parece pone deseos, no son fuertes. La humildad que deja es falsa, alborotada y sin suavidad. Paréceme que a quien tiene experiencia del buen espíritu, lo entenderá.

14. Con todo, puede hacer muchos embustes el demonio, y así no hay cosa en esto tan cierta que no lo sea más temer e ir siempre con aviso, y tener maestro que sea letrado y no le callar nada, y con esto ningún daño puede venir; aunque a mí hartos me han venido por estos temores demasiados que tienen algunas personas.

En especial me acaeció una vez que se habían juntado muchos a quien yo daba gran crédito -y era razón se le diese- que, aunque yo ya no trataba sino con uno, y cuando él me lo mandaba hablaba a otros, unos con otros trataban mucho de mi remedio, que me tenían mucho amor y temían no fuese engañada. Yo también traía grandísimo temor cuando no estaba en la oración, que estando en ella y haciéndome el Señor alguna merced, luego me aseguraba. Creo eran cinco o seis, todos muy siervos de Dios. Y díjome mi confesor que todos se determinaban en que era demonio, que no comulgase tan a menudo y que procurase distraerme de suerte que no tuviese soledad.

Yo era temerosa en extremo, como he dicho. Ayudábame el mal de corazón, que aun en una pieza sola no osaba estar de día muchas veces. Yo, como vi que tantos lo afirmaban y yo no lo podía creer, diome grandísimo escrúpulo, pareciendo poca humildad; porque todos eran más de buena vida sin comparación que yo, y letrados, que por qué no los había de creer. Forzábame lo que podía para creerlo, y pensaba que mi ruin vida y que conforme a esto debían de decir verdad.

15. Fuime de la iglesia con esta aflicción y entréme en un oratorio, habiéndome quitado muchos días de comulgar, quitada la soledad, que era todo mi consuelo, sin tener persona con quien tratar, porque todos eran contra mí: unos me parecía burlaban de mí cuando de ello trataba, como que se me antojaba; otros avisaban al confesor que se guardase de mí; otros decían que era claro demonio; sólo el confesor, que, aunque conformaba con ellos por probarme -según después supe-, siempre me consolaba y me decía que, aunque fuese demonio, no ofendiendo yo a Dios, no me podía hacer nada, que ello se me quitaría, que lo rogase mucho a Dios. Y él y todas las personas que confesaba lo hacían harto, y otras muchas, y yo toda mi oración, y cuantos entendía eran siervos de Dios, porque Su Majestad me llevase por otro camino. Y esto me duró no sé si dos años, que era continuo pedirlo al Señor.

16. A mí ningún consuelo me bastaba, cuando pensaba que era posible que tantas veces me había de hablar el demonio. Porque de que no tomaba horas de soledad para oración, en conversación me hacía el Señor recoger y, sin poderlo yo excusar, me decía lo que era servido y, aunque me pesaba, lo había de oír.

17. Pues estándome sola, sin tener una persona con quien descansar, ni podía rezar ni leer, sino como persona espantada de tanta tribulación y temor de si me había de engañar el demonio, toda alborotada y fatigada, sin saber qué hacer de mí. En esta aflicción me vi algunas y muchas veces, aunque no me parece ninguna en tanto extremo. Estuve así cuatro o cinco horas, que consuelo del cielo ni de la tierra no había para mí, sino que me dejó el Señor padecer, temiendo mil peligros. ¡Oh Señor mío, cómo sois Vos el amigo verdadero; y como poderoso, cuando queréis podéis, y nunca dejáis de querer si os quieren! ¡Alaben os todas las cosas, Señor del mundo! ¡Oh, quién diese voces por él, para decir cuán fiel sois a vuestros amigos! Todas las cosas faltan; Vos Señor de todas ellas, nunca faltáis. Poco es lo que dejáis padecer a quien os ama.

¡Oh Señor mío!, ¡qué delicada y pulida y sabrosamente los sabéis tratar! ¡Quién nunca se hubiera detenido en amar a nadie sino a Vos! Parece, Señor, que probáis con rigor a quien os ama, para que en el extremo del trabajo se entienda el mayor extremo de vuestro amor. ¡Oh Dios mío, quién tuviera entendimiento y letras y nuevas palabras para encarecer vuestras obras como lo entiende mi alma! Fáltame todo, Señor mío; mas si Vos no me desamparáis, no os faltaré yo a Vos. Levántense contra mí todos los letrados; persíganme todas las cosas criadas, atorméntenme los demonios, no me faltéis Vos, Señor, que ya tengo experiencia de la ganancia con que sacáis a quien sólo en Vos confía.

18. Pues estando en esta gran fatiga (aún entonces no había comenzado a tener ninguna visión), solas estas palabras bastaban para quitármela y quietarme del todo: No hayas miedo, hija, que Yo soy y no te desampararé; no temas. Paréceme a mí, según estaba, que era menester muchas horas para persuadirme a que me sosegase y que no bastara nadie.

Heme aquí con solas estas palabras sosegada, con fortaleza, con ánimo, con seguridad, con una quietud y luz que en un punto vi mi alma hecha otra, y me parece que con todo el mundo disputara que era Dios. ¡Oh, qué buen Dios! ¡Oh, qué buen Señor y qué poderoso! No sólo da el consejo, sino el remedio. Sus palabras son obras.

¡Oh, válgame Dios, y cómo fortalece la fe y se aumenta el amor!

19. Es así, cierto, que muchas veces me acordaba de cuando el Señor mandó a los vientos que estuviesen quedos, en la mar, cuando se levantó la tempestad y así decía yo: ¿Quién es éste que así le obedecen todas mis potencias, y da luz en tan gran oscuridad en un momento, y hace blando un corazón que parecía piedra, da agua de lágrimas suaves adonde parecía había de haber mucho tiempo sequedad? ¿Quién pone estos deseos? ¿Quién da este ánimo? Que me acaeció pensar: ¿de qué temo? ¿Qué es esto? Yo deseo servir a este Señor. No pretendo otra cosa sino contentarle. No quiero contento ni descanso ni otro bien sino hacer su voluntad (que de esto bien cierta estaba, a mi parecer, que lo podía afirmar). Pues si este Señor es poderoso, como veo que lo es y sé que lo es, y que son sus esclavos los demonios (y de esto no hay que dudar, pues es fe), siendo yo sierva de este Señor y Rey, ¿qué mal me pueden ellos hacer a mí? ¿Por qué no he yo de tener fortaleza para combatirme con todo el infierno? Tomaba una cruz en la mano y parecía verdaderamente darme Dios ánimo, que yo me vi otra en un breve tiempo, que no temiera tomarme con ellos a brazos, que me parecía fácilmente con aquella cruz los venciera a todos. Y así dije: «ahora venid todos, que siendo sierva del Señor yo quiero ver qué me podéis hacer».

20. Es sin duda que me parecía me habían miedo, porque yo quedé sosegada y tan sin temor de todos ellos, que se me quitaron todos los miedos que solía tener, hasta hoy. Porque, aunque algunas veces los veía, como diré después, no los he habido más casi miedo, antes me parecía ellos me le habían a mí.

Quedóme un señorío contra ellos bien dado del Señor de todos, que no se me da más de ellos que de moscas. Parécenme tan cobardes que, en viendo que los tienen en poco, no les queda fuerza. No saben estos enemigos de hecho acometer, sino a quien ven que se les rinde, o cuando lo permite Dios para más bien de sus siervos que los tienten y atormenten.

Pluguiese a Su Majestad temiésemos a quien hemos de temer y entendiésemos nos puede venir mayor daño de un pecado venial que de todo el infierno junto, pues es ello así.

21. ¡Qué espantados nos traen estos demonios, porque nos queremos nosotros espantar con otros asimientos de honras y haciendas y deleites!, que entonces, juntos ellos con nosotros mismos que nos somos contrarios amando y queriendo lo que hemos de aborrecer, mucho daño nos harán. Porque con nuestras mismas armas les hacemos que peleen contra nosotros, poniendo en sus manos con las que nos hemos de defender. Esta es la gran lástima. Mas si todo lo aborrecemos por Dios, y nos abrazamos con la cruz, y tratamos servirle de verdad, huye él de estas verdades como de pestilencia. Es amigo de mentiras, y la misma mentira; no hará pacto con quien anda en verdad.

Cuando él ve oscurecido el entendimiento, ayuda lindamente a que se quiebren los ojos; porque si a uno ve ya ciego en poner su descanso en cosas vanas, y tan vanas que parecen las de este mundo cosa de juego de niños, ya él ve que éste es niño, pues trata como tal, y atrévese a luchar con él una y muchas veces.

22. Plega al Señor que no sea yo de éstos, sino que me favorezca Su Majestad para entender por descanso lo que es descanso, y por honra lo que es honra, y por deleite lo que es deleite, y no todo al revés, y ¡una higa para todos los demonios!, que ellos me temerán a mí. No entiendo estos miedos: «¡demonio! ¡demonio!», adonde podemos decir: «¡Dios ¡Dios!», y hacerle temblar. Sí, que ya sabemos que no se puede menear si el Señor no lo permite. ¿Qué es esto? Es sin duda que tengo ya más miedo a los que tan grande le tienen al demonio que a él mismo; porque él no me puede hacer nada, y estotros, en especial si son confesores, inquietan mucho, y he pasado algunos años de tan gran trabajo, que ahora me espanto cómo lo he podido sufrir. ¡Bendito sea el Señor que tan de veras me ha ayudado!.
– ir a índice –

CAPÍTULO 26
Prosigue en la misma materia. – Va declarando y diciendo cosas que le han acaecido, que la hacían perder el temor y afirmar que era buen espíritu el que la hablaba.

1. Tengo por una de las grandes mercedes que me ha hecho el Señor este ánimo que me dio contra los demonios. Porque andar un alma acobardada y temerosa de nada sino de ofender a Dios, es grandísimo inconveniente. Pues tenemos Rey todopoderoso y tan gran Señor que todo lo puede y a todos sujeta, no hay qué temer, andando -como he dicho- en verdad delante de Su Majestad y con limpia conciencia. Para esto, como he dicho, querría yo todos los temores: para no ofender en un punto a quien en el mismo punto nos puede deshacer; que contento Su Majestad, no hay quien sea contra nosotros que no lleve las manos en la cabeza.

Podráse decir que así es, mas que ¿quién será esta alma tan recta que del todo le contente?, y que por eso teme. -No la mía, por cierto, que es muy miserable y sin provecho y llena de mil miserias. Mas no ejecuta Dios como las gentes, que entiende nuestras flaquezas. Mas por grandes conjeturas siente el alma en sí si le ama de verdad, porque las que llegan a este estado no anda el amor disimulado como a los principios, sino con tan grandes ímpetus y deseo de ver a Dios, como después diré o queda ya dicho: todo cansa, todo fatiga, todo atormenta. Si no es con Dios o por Dios, no hay descanso que no canse, porque se ve ausente de su verdadero descanso, y así es cosa muy clara que, como digo, no pasa en disimulación.

2. Acaecióme otras veces verme con grandes tribulaciones y murmuraciones sobre cierto negocio que después diré, de casi todo el lugar adonde estoy y de mi Orden, y afligida con muchas ocasiones que había para inquietarme, y decirme el Señor: ¿De qué temes? ¿No sabes que soy todopoderoso? Yo cumpliré lo que te he prometido (y así se cumplió bien después), y quedar luego con una fortaleza, que de nuevo me parece me pusiera en emprender otras cosas, aunque me costasen más trabajos, para servirle, y me pusiera de nuevo a padecer.

Es esto tantas veces, que no lo podría yo contar. Muchas las que me hacía reprensiones y hace, cuando hago imperfecciones, que bastan a deshacer un alma; al menos traen consigo el enmendarse, porque Su Majestad -como he dicho- da el consejo y el remedio. Otras, traerme a la memoria mis pecados pasados, en especial cuando el Señor me quiere hacer alguna señalada merced, que parece ya se ve el alma en el verdadero juicio; porque le representan la verdad con conocimiento claro, que no sabe adónde se meter. Otras avisarme de algunos peligros míos y de otras personas, cosas por venir, tres o cuatro años antes muchas, y todas se han cumplido. Algunas podrá ser señalar.

Así que hay tantas cosas para entender que es Dios, que no se puede ignorar, a mi parecer.

3. Lo más seguro es (yo así lo hago, y sin esto no tendría sosiego, ni es bien que mujeres le tengamos, pues no tenemos letras) y aquí no puede haber daño sino muchos provechos, como muchas veces me ha dicho el Señor, que no deje de comunicar toda mi alma y las mercedes que el Señor me hace, con el confesor, y que sea letrado, y que le obedezca. Esto muchas veces.

Tenía yo un confesor que me mortificaba mucho y algunas veces me afligía y daba gran trabajo, porque me inquietaba mucho, y era el que más me aprovechó, a lo que me parece. Y aunque le tenía mucho amor, tenía algunas tentaciones por dejarle, y parecíame me estorbaban aquellas penas que me daba de la oración. Cada vez que estaba determinada a esto, entendía luego que no lo hiciese, y una reprensión que me deshacía más que cuanto el confesor hacía. Algunas veces me fatigaba: cuestión por un cabo y reprensión por otro, y todo lo había menester, según tenía poco doblada la voluntad.

Díjome una vez que no era obedecer si no estaba determinada a padecer; que pusiese los ojos en lo que El había padecido, y todo se me haría fácil.

4. Aconsejóme una vez un confesor que a los principios me había confesado, que ya que estaba probado ser buen espíritu, que callase y no diese ya parte a nadie, porque mejor era ya estas cosas callarlas. A mí no me pareció mal, porque yo sentía tanto cada vez que las decía al confesor, y era tanta mi afrenta, que mucho más que confesar pecados graves lo sentía algunas veces; en especial si eran las mercedes grandes, parecíame no me habían de creer y que burlaban de mí. Sentía yo tanto esto, que me parecía era desacato a las maravillas de Dios, que por esto quisiera callar. Entendí entonces que había sido muy mal aconsejada de aquel confesor, que en ninguna manera callase cosa al que me confesaba, porque en esto había gran seguridad, y haciendo lo contrario podría ser engañarme alguna vez.

5. Siempre que el Señor me mandaba una cosa en la oración, si el confesor me decía otra, me tornaba el mismo Señor a decir que le obedeciese; después Su Majestad le volvía para que me lo tornase a mandar.

Cuando se quitaron muchos libros de romance, que no se leyesen, yo sentí mucho, porque algunos me daba recreación leerlos y yo no podía ya, por dejarlos en latín; me dijo el Señor. No tengas pena, que Yo te daré libro vivo. Yo no podía entender por qué se me había dicho esto, porque aún no tenía visiones. Después, desde a bien pocos días, lo entendí muy bien, porque he tenido tanto en qué pensar y recogerme en lo que veía presente, y ha tenido tanto amor el Señor conmigo para enseñarme de muchas maneras, que muy poca o casi ninguna necesidad he tenido de libros; Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las verdades ¡Bendito sea tal libro, que deja imprimido lo que se ha de leer y hacer, de manera que no se puede olvidar! ¿Quién ve al Señor cubierto de llagas y afligido con persecuciones que no las abrace y las ame y las desee? ¿Quién ve algo de la gloria que da a los que le sirven que no conozca es todo nonada cuanto se puede hacer y padecer, pues tal premio esperamos? ¿Quién ve los tormentos que pasan los condenados, que no se le hagan deleites los tormentos de acá en su comparación, y conozcan lo mucho que deben al Señor en haberlos librado tantas veces de aquel lugar?

6. Porque con el favor de Dios se dirá más de algunas cosas, quiero ir adelante en el proceso de mi vida. Plega al Señor haya sabido declararme en esto que he dicho. Bien creo que quien tuviere experiencia lo entenderá y verá que he atinado a decir algo; quien no, no me espanto le parezca desatino todo. Basta decirlo yo para quedar disculpado, ni yo culparé a quien lo dijere.

El Señor me deje atinar en cumplir su voluntad. Amén.
– ir a índice –

CAPÍTULO 27
En que trata otro modo con que enseña el Señor al alma y sin hablarla la da a entender su voluntad por una manera admirable. – Trata también de declarar una visión y gran merced que la hizo el Señor no imaginaria. – Es mucho de notar este capítulo.

1. Pues tornando al discurso de mi vida, yo estaba con esta aflicción de penas y con grandes oraciones como he dicho que se hacían porque el Señor me llevase por otro camino que fuese más seguro, pues éste me decían era tan sospechoso. Verdad es que, aunque yo lo suplicaba a Dios, por mucho que quería desear otro camino, como veía tan mejorada mi alma, si no era alguna vez cuando estaba muy fatigada de las cosas que me decían y miedos que me ponían, no era en mi mano desearlo, aunque siempre lo pedía. Yo me veía otra en todo. No podía, sino poníame en las manos de Dios, que El sabía lo que me convenía, que cumpliese en mí lo que era su voluntad en todo.

Veía que por este camino le llevaba para el cielo, y que antes iba al infierno. Que había de desear esto ni creer que era demonio, no me podía forzar a mí, aunque hacía cuanto podía por creerlo y desearlo, mas no era en mi mano.

Ofrecía lo que hacía, si era alguna buena obra, por eso. Tomaba santos devotos porque me librasen del demonio. Andaba novenas. Encomendábame a San Hilarión, a San Miguel Angel, con quien por esto tomé nuevamente devoción; y otros muchos santos importunaba mostrase el Señor la verdad, digo que lo acabasen con Su Majestad.

2. A cabo de dos años que andaba con toda esta oración mía y de otras personas para lo dicho, o que el Señor me llevase por otro camino, o declarase la verdad, porque eran muy continuo las hablas que he dicho me hacía el Señor, me acaeció esto: estando un día del glorioso San Pedro en oración, vi cabe mí o sentí, por mejor decir, que con los ojos del cuerpo ni del alma no vi nada, mas parecíame estaba junto cabe mi Cristo y veía ser El el que me hablaba, a mi parecer. Yo, como estaba ignorantísima de que podía haber semejante visión, diome gran temor al principio, y no hacía sino llorar, aunque, en diciéndome una palabra sola de asegurarme, quedaba como solía, quieta y con regalo y sin ningúntemor. Parecíame andar siempre a mi lado Jesucristo, y como no era visión imaginaria, no veía en qué forma; mas estar siempre al lado derecho, sentíalo muy claro, y que era testigo de todo lo que yo hacía, y que ninguna vez que me recogiese un poco o no estuviese muy divertida podía ignorar que estaba cabe mí.

3. Luego fui a mi confesor, harto fatigada, a decírselo. Preguntóme que en qué forma le veía. Yo le dije que no le veía. Díjome que cómo sabía yo que era Cristo. Yo le dije que no sabía cómo, mas que no podía dejar de entender estaba cabe mí y lo veía claro y sentía, y que el recogimiento del alma era muy mayor, en oración de quietud y muy continua, y los efectos que eran muy otros que solía tener, y que era cosa muy clara.

No hacía sino poner comparaciones para darme a entender; y, cierto, para esta manera de visión, a mi parecer, no la hay que mucho cuadre. Así como es de las más subidas (según después me dijo un santo hombre y de gran espíritu, llamado Fray Pedro de Alcántara, de quien después haré mención, y me han dicho otros letrados grandes, y que es adonde menos se puede entremeter el demonio de todas), así no hay términos para decirla acá las que poco sabemos, que los letrados mejor lo darán a entender. Porque si digo que con los ojos del cuerpo ni del alma no lo veo, porque no es imaginaria visión, ¿cómo entiendo y me afirmo con más claridad que está cabe mí que si lo viese? Porque parecer que es como una persona que está a oscuras, que no ve a otra que está cabe ella, o si es ciega, no va bien. Alguna semejanza tiene, mas no mucha, porque siente con los sentidos, o la oye hablar o menear, o la toca. Acá no hay nada de esto, ni se ve oscuridad, sino que se representa por una noticia al alma más clara que el sol. No digo que se ve sol ni claridad, sino una luz que, sin ver luz, alumbra el entendimiento, para que goce el alma de tan gran bien. Trae consigo grandes bienes.

4. No es como una presencia de Dios que se siente muchas veces, en especial los que tienen oración de unión y quietud, que parece en queriendo comenzar a tener oración hallamos con quién hablar, y parece entendemos nos oye por los efectos y sentimientos espirituales que sentimos de gran amor y fe, y otras determinaciones, con ternura. Esta gran merced es de Dios, y téngalo en mucho a quien lo ha dado, porque es muy subida oración, mas no es visión, que entiéndese que está allí Dios por los efectos que, como digo, hace al alma, que por aquel modo quiere Su Majestad darse a sentir. Acá vese claro que está aquí Jesucristo, hijo de la Virgen. En estotra oración represéntanse unas influencias de la Divinidad; aquí, junto con éstas, se ve nos acompaña y quiere hacer mercedes también la Humanidad Sacratísima.

5. Pues preguntóme el confesor: ¿quién dijo que era Jesucristo? -. El me lo dice muchas veces, respondí yo; mas antes que me lo dijese se imprimió en mi entendimiento que era El, y antes de esto me lo decía y no le veía. Si una persona que yo nunca hubiese visto sino oído nuevas de ella, me viniese a hablar estando ciega o en gran oscuridad, y me dijese quién era, lo creería, mas no tan determinadamente lo podría afirmar ser aquella persona como si la hubiera visto. Acá sí, que sin verse, se imprime con una noticia tan clara que no parece se puede dudar; que quiere el Señor esté tan esculpido en el entendimiento, que no se puede dudar más que lo que se ve, ni tanto. Porque en esto algunas veces nos queda sospecha, si se nos antojó; acá, aunque de presto dé esta sospecha, queda por una parte gran certidumbre que no tiene fuerza la duda.

6. Así es también en otra manera que Dios enseña el alma y la habla de la manera que queda dicha. Es un lenguaje tan del cielo, que acá se puede mal dar a entender aunque más queramos decir, si el Señor por experiencia no lo enseña. Pone el Señor lo que quiere que el alma entienda, en lo muy interior del alma, y allí lo representa sin imagen ni forma de palabras, sino a manera de esta visión que queda dicha. Y nótese mucho esta manera de hacer Dios que entienda el alma lo que El quiere y grandes verdades y misterios; porque muchas veces lo que entiendo cuando el Señor me declara alguna visión que quiere Su Majestad representarme es así, y paréceme que es adonde el demonio se puede entremeter menos, por estas razones. Si ellas no son buenas, yo me debo engañar.

7. Es una cosa tan de espíritu esta manera de visión y de lenguaje, que ningún bullicio hay en las potencias ni en los sentidos, a mi parecer, por donde el demonio pueda sacar nada. Esto es alguna vez y con brevedad, que otras bien me parece a mí que no están suspendidas las potencias ni quitados los sentidos, sino muy en sí; que no es siempre esto en contemplación, antes muy pocas veces; mas éstas que son, digo que no obramos nosotros nada ni hacemos nada. Todo parece obra el Señor.

Es como cuando ya está puesto el manjar en el estómago, sin comerle, ni saber nosotros cómo se puso allí, mas entiende bien que está, aunque aquí no se entiende el manjar que es, ni quién le puso. Acá sí; mas cómo se puso no lo sé, que ni se vio, ni se entiende, ni jamás se había movido a desearlo, ni había venido a mi noticia podía ser.

8. En la habla que hemos dicho antes, hace Dios al entendimiento que advierta, aunque le pese, a entender lo que se dice, que allá parece tiene el alma otros oídos con que oye, y que la hace escuchar y que no se divierta; como a uno que oyese bien y no le consistiesen tapar los oídos y le hablasen junto a voces, aunque no quisiese, lo oiría; y, en fin, algo hace, pues está atento a entender lo que le hablan. Acá, ninguna cosa; que aun esto poco que es sólo escuchar, que hacía en lo pasado, se le quita. Todo lo halla guisado y comido; no hay más que hacer de gozar, como uno que sin deprender ni haber trabajado nada para saber leer ni tampoco hubiese estudiado nada, hallase toda la ciencia sabida ya en sí, sin saber cómo ni dónde, pues aun nunca había trabajado aun para desprender el abecé.

9. Esta comparación postrera me parece declara algo de este don celestial, porque se ve el alma en un punto sabia, y tan declarado el misterio de la Santísima Trinidad y de otras cosas muy subidas, que no hay teólogo con quien no se atreviese a disputar la verdad de estas grandezas. Quédase tan espantada, que basta una merced de éstas para trocar toda un alma y hacerla no amar cosa, sino a quien ve que, sin trabajo ninguno suyo, la hace capaz de tan grandes bienes y le comunica secretos y trata con ella con tanta amistad y amor que no se sufre escribir. Porque hace algunas mercedes que consigo traen la sospecha, por ser de tanta admiración y hechas a quien tan poco las ha merecido, que si no hay muy viva fe no se podrán creer. Y así yo pienso decir pocas de las que el Señor me ha hecho a mí -si no me mandaren otra cosa-, si no son algunas visiones que pueden para alguna cosa aprovechar, o para que, a quien el Señor las diere, no se espante pareciéndole imposible, como hacía yo, o para declararle el modo y camino por donde el Señor me ha llevado, que es lo que me mandan escribir.

10. Pues tornando a esta manera de entender, lo que me parece es que quiere el Señor de todas maneras tenga esta alma alguna noticia de lo que pasa en el cielo, y paréceme a mí que así como allá sin hablar se entiende (lo que yo nunca supe cierto es así, hasta que el Señor por su bondad quiso que lo viese y me lo mostró en un arrobamiento), así es acá, que se entienden Dios y el alma con sólo querer Su Majestad que lo entienda, sin otro artificio para darse a entender el amor que se tienen estos dos amigos. Como acá si dos personas se quieren mucho y tienen buen entendimiento, aun sin señas parece que se entienden con sólo mirarse. Esto debe ser aquí, que sin ver nosotros cómo, de en hito en hito se miran estos dos amantes, como lo dice el Esposo a la Esposa en los Cantares; a lo que creo, lo he oído que es aquí.

11. ¡Oh benignidad admirable de Dios, que así os dejáis mirar de unos ojos que tan mal han mirado como los de mi alma! ¡Queden ya, Señor, de esta vista acostumbrados en no mirar cosas bajas, ni que les contente ninguna fuera de Vos! ¡Oh ingratitud de los mortales! ¿Hasta cuándo ha de llegar? Que sé yo por experiencia que es verdad esto que digo, y que es lo menos de lo que Vos hacéis con un alma que traéis a tales términos, lo que se puede decir. ¡Oh almas que habéis comenzado a tener oración y las que tenéis verdadera fe!, ¿qué bienes podéis buscar aun en esta vida – dejemos lo que se gana para sin fin-, que sea como el menor de éstos?

 12. Mirad que es así cierto, que se da Dios a Sí a los que todo lo dejan por El. No es aceptador de personas; a todos ama. No tiene nadie excusa por ruin que sea, pues así lo hace conmigo trayéndome a tal estado. Mirad que no es cifra lo que digo, de lo que se puede decir; sólo va dicho lo que es menester para darse a entender esta manera de visión y merced que hace Dios al alma; mas no puedo decir lo que se siente cuando el Señor la da a entender secretos y grandezas suyas, el deleite tan sobre cuantos acá se pueden entender, que bien con razón hace aborrecer los deleites de la vida, que son basura todos juntos. Es asco traerlos a ninguna comparación aquí, aunque sea para gozarlos sin fin, y de estos que da el Señor sola una gota de agua del gran río caudaloso que nos está aparejado.

13. ¡Vergüenza es y yo cierto la he de mí y, si pudiera haber afrenta en el cielo, con razón estuviera yo allá más afrentada que nadie!

¿Por qué hemos de querer tantos bienes y deleites y gloria para sin fin, todos a costa del buen Jesús? ¿No lloraremos siquiera con las hijas de Jerusalén, ya que no le ayudemos a llevar la cruz con el Cirineo? ¿Que con placeres y pasatiempos hemos de gozar lo que El nos ganó a costa de tanta sangre? -Es imposible. ¿Y con honras vanas pensamos remedar un desprecio como El sufrió para que nosotros reinemos para siempre?-No lleva camino, errado, errado va el camino. Nunca llegaremos allá.

Dé voces vuestra merced en decir estas verdades, pues Dios me quitó a mi esta libertad. A mí me las querría dar siempre, y óigome tan tarde y entendí a Dios, como se verá por lo escrito, que me es gran confusión hablar en esto, y así quiero callar. Sólo diré lo que algunas veces considero. Plega al Señor me traiga a términos que yo pueda gozar de este bien.

14. ¡Qué gloria accidental será y qué contento de los bienaventurados que ya gozan de esto, cuando vieren que, aunque tarde, no les quedó cosa por hacer por Dios de las que le fue posible, ni dejaron cosa por darle de todas las maneras que pudieron, conforme a sus fuerzas y estado, y el que más, más! ¡Qué rico se hallará el que todas las riquezas dejó por Cristo! ¡Qué honrado el que no quiso honra por El, sino que gustaba de verse muy abatido! ¡Qué sabio el que se holgó de que le tuviesen por loco, pues lo llamaron a la misma Sabiduría! ¡Qué pocos hay ahora, por nuestros pecados! Ya, ya parece se acabaron los que las gentes tenían por locos, de verlos hacer obras heroicas de verdaderos amadores de Cristo. ¡Oh mundo, mundo, cómo vas ganando honra en haber pocos que te conozcan!

15. Mas ¡si pensamos se sirve ya más Dios de que nos tengan por sabios y por discretos! -Eso, eso debe ser, según se usa discreción. Luego nos parece es poca edificación no andar con mucha compostura y autoridad cada uno en su estado. Hasta el fraile y clérigo y monja nos parecerá que traer cosa vieja y remendada es novedad y dar escándalo a los flacos; y aun estar muy recogidos y tener oración, según está el mundo y tan olvidadas las cosas de perfección de grandes ímpetus que tenían los santos, que pienso hace más daño a las desventuras que pasan en estos tiempos, que no haría escándalo a nadie dar a entender los religiosos por obras, como lo dicen por palabras, en lo poco que se ha de tener el mundo; que de estos escándalos el Señor saca de ellos grandes provechos. Y si unos se escandalizan, otros se remuerden. Siquiera que hubiese un dibujo de lo que pasó por Cristo y sus Apóstoles, pues ahora más que nunca es menester.

16. ¡Y qué bueno nos le llevó Dios ahora en el bendito Fray Pedro de Alcántara! No está ya el mundo para sufrir tantaperfección. Dicen que están las saludes más flacas y que no son los tiempos pasados. Este santo hombre de este tiempo era; estaba grueso el espíritu como en los otros tiempos, y así tenía el mundo debajo de los pies. Que, aunque no anden desnudos, ni hagan tan áspera penitencia como él, muchas cosas hay -como otras veces he dicho- para repisar el mundo, y el Señor las enseña cuando ve ánimo. ¡Y cuán grande le dio Su Majestad a este santo que digo, para hacer cuarenta y siete años tan áspera penitencia, como todos saben! Quiero decir algo de ella, que sé es toda verdad.

17. Díjome a mí y a otra persona, de quien se guardaba poco (y a mí el amor que me tenía era la causa, porque quiso el Señor le tuviese para volver por mí y animarme en tiempo de tanta necesidad, como he dicho y diré), paréceme fueron cuarenta años los que me dijo había dormido sola hora y media entre noche y día, y que éste era el mayor trabajo de penitencia que había tenido en los principios, de vencer el sueño, y para esto estaba siempre o de rodillas o en pie. Lo que dormía era sentado, y la cabeza arrimada a un maderillo que tenía hincado en la pared. Echado, aunque quisiera, no podía, porque su celda -como se sabe- no era más larga de cuatro pies y medio.

En todos estos años jamás se puso la capilla, por grandes soles y aguas que hiciese, ni cosa en los pies ni vestida; sino un hábito de sayal, sin ninguna otra cosa sobre las carnes, y éste tan angosto como se podía sufrir, y un mantillo de lo mismo encima. Decíame que en los grandes fríos se le quitaba, y dejaba la puerta y ventanilla abierta de la celda, para que con ponerse después el manto y cerrar la puerta, contentaba al cuerpo, para que sosegase con más abrigo. Comer a tercer día era muy ordinario; y díjome que de qué me espantaba, que muy posible era a quien se acostumbraba a ello. Un su compañero me dijo que le acaecía estar ocho días sin comer. Debía ser estando en oración, porque tenía grandes arrobamientos e ímpetus de amor de Dios, de que una vez yo fui testigo.

18. Su pobreza era extrema y mortificación en la mocedad, que me dijo que le había acaecido estar tres años en una casa de su Orden y no conocer fraile, si no era por el habla; porque no alzaba los ojos jamás, y así a las partes que de necesidad había de ir no sabía, sino íbase tras los frailes. Esto le acaecía por los caminos. A mujeres jamás miraba; esto muchos años. Decíame que ya no se le daba más ver que no ver. Mas era muy viejo cuando le vine a conocer, y tan extrema su flaqueza, que no parecía sino hecho de raíces de árboles.

Con toda esta santidad era muy afable, aunque de pocas palabras, si no era con preguntarle. En éstas era muy sabroso, porque tenía muy lindo entendimiento. Otras cosas muchas quisiera decir, sino que he miedo dirá vuestra merced que para qué me meto en esto, y con él lo he escrito. Y así lo dejo con que fue su fin como la vida, predicando y amonestando a sus frailes. Como vio ya se acababa, dijo el salmo de Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi, e, hincado de rodillas, murió.

19. Después ha sido el Señor servido yo tenga más en él que en la vida, aconsejándome en muchas cosas. Hele visto muchas veces con grandísima gloria. Díjome la primera que me apareció, que bienaventurada penitencia que tanto premio había merecido y otras muchas cosas. Un año antes que muriese, me apareció estando ausente, y supe se había de morir, y se lo avisé. Estando algunas leguas de aquí cuando expiró, me apareció y dijo cómo se iba a descansar. Yo no lo creí, y díjelo a algunas personas, y desde a ocho días vino la nueva cómo era muerto, o comenzado a vivir para siempre, por mejor decir.

20. Hela aquí acabada esta aspereza de vida con tan gran gloria. Paréceme que mucho más me consuela que cuando acá estaba. Díjome una vez el Señor que no le pedirían cosa en su nombre que no la oyese. Muchas que le he encomendado pida al Señor, las he visto cumplidas. Sea bendito por siempre, amén.

21. Mas ¡qué hablar he hecho, para despertar a vuestra merced a no estimar en nada cosa de esta vida, como si no lo supiese, o no estuviera ya determinado a dejarlo todo y puéstolo por obra! Veo tanta perdición en el mundo, que, aunque no aproveche más decirlo yo de cansarme de escribirlo, me es descanso; que todo es contra mí lo que digo. El Señor me perdone lo que en este caso le he ofendido, y vuestra merced, que le canso sin propósito. Parece que quiero haga penitencia de lo que yo en esto pequé.
– ir a índice –

CAPÍTULO 28
En que trata las grandes mercedes que la hizo el Señor y cómo le apareció la primera vez. – Declara qué es visión imaginaria. – Dice los grandes efectos y señales que deja cuando es de Dios. – Es muy provechoso capítulo y mucho de notar.

1 Tornando a nuestro propósito, pasé algunos días, pocos, con esta visión muy continua, y hacíame tanto provecho, que no salía de oración, y aun cuanto hacía, procuraba fuese de suerte que no descontentase al que claramente veía estaba por testigo. Y aunque a veces temía, con lo mucho que me decían, durábame poco el temor, porque el Señor me aseguraba.

Estando un día en oración, quiso el Señor mostrarme solas las manos con tan grandísima hermosura que no lo podría yo encarecer. Hízome gran temor, porque cualquier novedad me le hace grande en los principios de cualquiera merced sobrenatural que el Señor me haga. Desde a pocos días, vi también aquel divino rostro, que del todo me parece me dejó absorta. No podía yo entender por qué el Señor se mostraba así poco a poco, pues después me había de hacer merced de que yo le viese del todo, hasta después que he entendido que me iba Su Majestad llevando conforme a mi flaqueza natural. ¡Sea bendito por siempre!, porque tanta gloria junta, tan bajo y ruin sujeto no la pudiera sufrir. Y como quien esto sabía, iba el piadoso Señor disponiendo.

2. Parecerá a vuestra merced que no era menester mucho esfuerzo para ver unas manos y rostro tan hermoso. -Sonlo tanto los cuerpos glorificados, que la gloria que traen consigo ver cosa tan sobrenatural hermosa desatina; y así me hacía tanto temor, que toda me turbaba y alborotaba, aunque después quedaba con certidumbre y seguridad y con tales efectos, que presto se perdía el temor.

3. Un día de San Pablo, estando en misa, se me representó toda esta Humanidad sacratísima como se pinta resucitado, con tanta hermosura y majestad como particularmente escribí a vuestra merced cuando mucho me lo mandó, y hacíaseme harto de mal, porque no se puede decir que no sea deshacerse; mas lo mejor que supe, ya lo dije, y así no hay para qué tornarlo a decir aquí. Sólo digo que, cuando otra cosa no hubiese para deleitar la vista en el cielo sino la gran hermosura de los cuerpos glorificados, es grandísima gloria, en especial ver la Humanidad de Jesucristo, Señor nuestro, aun acá que se muestra Su Majestad conforme a lo que puede sufrir nuestra miseria; ¿qué será adonde del todo se goza tal bien?

4. Esta visión, aunque es imaginaria, nunca la vi con los ojos corporales, ni ninguna, sino con los ojos del alma.

Dicen los que lo saben mejor que yo, que es más perfecta la pasada que ésta, y ésta más mucho que las que se ven con los ojos corporales. Esta dicen que es la más baja y adonde más ilusiones puede hacer el demonio, aunque entonces no podía yo entender tal, sino que deseaba, ya que se me hacía esta merced, que fuese viéndola con los ojos corporales, para que no me dijese el confesor se me antojaba. Y también después de pasada me acaecía –esto era luego luego- pensar yo también esto: que se me había antojado. Y fatigábame de haberlo dicho al confesor, pensando si le había engañado. Este era otro llanto, e iba a él y decíaselo.

Preguntábame que si me parecía a mí así o si había querido engañar. Yo le decía la verdad, porque, a mi parecer, no mentía, ni tal había pretendido, ni por cosa del mundo dijera una cosa por otra.

Esto bien lo sabía él, y así procuraba sosegarme, y yo sentía tanto en irle con estas cosas, que no sé cómo el demonio me ponía lo había de fingir para atormentarme a mí misma.

Mas el Señor se dio tanta prisa a hacerme esta merced y declarar esta verdad, que bien presto se me quitó la duda de si era antojo, y después veo muy claro mi bobería; porque, si estuviera muchos años imaginando cómo figurar cosa tan hermosa, no pudiera ni supiera, porque excede a todo lo que acá se puede imaginar, aun sola la blancura y resplandor.

5. No es resplandor que deslumbre, sino una blancura suave y el resplandor infuso, que da deleite grandísimo a la vista y no la cansa, ni la claridad que se ve para ver esta hermosura tan divina. Es una luz tan diferente de las de acá, que parece una cosa tan deslustrada la claridad del sol que vemos, en comparación de aquella claridad y luz que se representa a la vista, que no se querrían abrir los ojos después. Es como ver un agua clara, que corre sobre cristal y reverbera en ello el sol, a una muy turbia y con gran nublado y corre por encima de la tierra. No porque se representa sol, ni la luz es como la del sol; parece, en fin, luz natural y estotra cosa artificial. Es luz que no tiene noche, sino que, como siempre es luz, no la turba nada. En fin, es de suerte que, por gran entendimiento que una persona tuviese, en todos los días de su vida podría imaginar cómo es. Y pónela Dios delante tan presto, que aun no hubiera lugar para abrir los ojos, si fuera menester abrirlos; mas no hace más estar abiertos que cerrados, cuando el Señor quiere; que, aunque no queramos, se ve. No hay divertimiento que baste, ni hay poder resistir, ni basta diligencia ni cuidado para ello. Esto tengo yo bien experimentado, como diré.

6. Lo que yo ahora querría decir es el modo cómo el Señor se muestra por estas visiones. No digo que declararé de qué manera puede ser poner esta luz tan fuerte en el sentido interior, y en el entendimiento imagen tan clara, que parece verdaderamente está allí, porque esto es de letrados. No ha querido el Señor darme a entender el cómo, y soy tan ignorante y de tan rudo entendimiento, que, aunque mucho me lo han querido declarar, no he aun acabado de entender el cómo. Y esto es cierto, que aunque a vuestra merced le parezca que tengo vivo entendimiento, que no le tengo; porque en muchas cosas lo he experimentado, que no comprende más de lo que le dan de comer, como dicen. Algunas veces se espantaba el que me confesaba de mis ignorancias; y jamás me di a entender, ni aun lo deseaba, cómo hizo Dios esto o pudo ser esto, ni lo preguntaba, aunque -como he dicho- de muchos años acá trataba con buenos letrados. Si era una cosa pecado o no, esto sí; en lo demás no era menester más para mí de pensar hízolo Dios todo, y veía que no había de qué me espantar, sino por qué le alabar; y antes me hacen devoción las cosas dificultosas, y mientras más, más.

7. Diré, pues, lo que he visto por experiencia. El cómo el Señor lo hace, vuestra merced lo dirá mejor, y declarará todo lo que fuere oscuro y yo no supiere decir.

Bien me parecía en algunas cosas que era imagen lo que veía, mas por otras muchas no, sino que era el mismo Cristo, conforme a la claridad con que era servido mostrárseme. Unas veces era tan en confuso, que me parecía imagen, no como los dibujos de acá, por muy perfectos que sean, que hartos he visto buenos; es disparate pensar que tiene semejanza lo uno con lo otro en ninguna manera, no más ni menos que la tiene una persona viva a su retrato, que por bien que esté sacado no puede ser tan al natural, que, en fin, se ve es cosa muerta. Mas dejemos esto, que aquí viene bien y muy al pie de la letra.

8. No digo que es comparación, que nunca son tan cabales, sino verdad, que hay la diferencia que de lo vivo a lo pintado, no más ni menos. Porque si es imagen, es imagen viva; no hombre muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios; no como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado; y viene a veces con tan grande majestad, que no hay quien pueda dudar sino que es el mismo Señor, en especial en acabando de comulgar, que ya sabemos que está allí, que nos lo dice la fe. Represéntase tan señor de aquella posada, que parece toda deshecha el alma se ve consumir en Cristo. ¡Oh Jesús mío!, ¡quién pudiese dar a entender la majestad con que os mostráis! Y cuán Señor de todo el mundo y de los cielos y de otros mil mundos y sin cuento mundos y cielos que Vos crearais, entiende el alma, según con la majestad que os representáis, que no es nada para ser Vos señor de ello.

9. Aquí se ve claro, Jesús mío, el poco poder de todos los demonios en comparación del vuestro, y cómo quien os tuviere contento puede repisar el infierno todo. Aquí ve la razón que tuvieron los demonios de temer cuando bajasteis al limbo, y tuvieran de desear otros mil infiernos más bajos para huir de tan gran majestad, y veo que queréis dar a entender al alma cuán grande es, y el poder que tiene esta sacratísima Humanidad junto con la Divinidad. Aquí se representa bien qué será el día del juicio ver esta majestad de este Rey, y verle con rigor para los malos. Aquí es la verdadera humildad que deja en el alma, de ver su miseria, que no la puede ignorar.

Aquí la confusión y verdadero arrepentimiento de los pecados, que aun con verle que muestra amor, no sabe adonde se meter, y así se deshace toda.

Digo que tiene tan grandísima fuerza esta visión, cuando el Señor quiere mostrar al alma mucha parte de su grandeza y majestad, que tengo por imposible, si muy sobrenatural no la quisiese el Señor ayudar con quedar puesta en arrobamiento y éxtasis (que pierde el ver la visión de aquella divina presencia con gozar), sería, como digo, imposible sufrirla ningún sujeto.

¿Es verdad que se olvida después? -Tan imprimida queda aquella majestad y hermosura, que no hay poderlo olvidar, si no es cuando quiere el Señor que padezca el alma una sequedad y soledad grande que diré adelante, que aun entonces de Dios parece se olvida. Queda el alma otra, siempre embebida. Parécele comienza de nuevo amor vivo de Dios en muy alto grado, a mi parecer; que, aunque la visión pasada que dije que representa Dios sin imagen es más subida, que para durar la memoria conforme a nuestra flaqueza, para traer bien ocupado el pensamiento, es gran cosa el quedar representado y puesta en la imaginación tan divina presencia. Y casi vienen juntas estas dos maneras de visión siempre; y aun es así que lo vienen, porque con los ojos del alma vese la excelencia y hermosura y gloria de la santísima Humanidad, y por estotra manera que queda dicha se nos da a entender cómo es Dios y poderoso y que todo lo puede y todo lo manda y todo lo gobierna y todo lo hinche su amor.

10. Es muy mucho de estimar esta visión, y sin peligro, a mi parecer, porque en los efectos se conoce no tiene fuerza aquí el demonio. Paréceme que tres o cuatro veces me ha querido representar de esta suerte al mismo Señor en representación falsa: toma la forma de carne, mas no puede contrahacerla con la gloria que cuando es de Dios. Hace representaciones para deshacer la verdadera visión que ha visto el alma; mas así la resiste de sí y se alborota y se desabre e inquieta, que pierde la devoción y gusto que antes tenía, y queda sin ninguna oración.

A los principios fue esto -como he dicho- tres o cuatro veces. Es cosa tan diferentísima, que, aun quien hubiere tenido sola oración de quietud, creo lo entenderá por los efectos que quedan dichos en las hablas. Es cosa muy conocida y, si no se quiere dejar engañar un alma, no me parece la engañará, si anda con humildad y simplicidad. A quien hubiere tenido verdadera visión de Dios, desde luego casi se siente; porque, aunque comienza con regalo y gusto, el alma lo lanza de sí; y aun, a mi parecer, debe ser diferente el gusto; y no muestra apariencia de amor puro y casto. Muy en breve da a entender quién es. Así que, adonde hay experiencia, a mi parecer, no podrá el demonio hacer daño.

11. Pues ser imaginación esto, es imposible de toda imposibilidad. Ningún camino lleva, porque sola la hermosura y blancura de una mano es sobre toda nuestra imaginación: pues sin acordarnos de ello ni haberlo jamás pensado, ver en un punto presentes cosas que en gran tiempo no pudieran concertarse con la imaginación, porque va muy más alto -como ya he dicho- de lo que acá podemos comprender…; así que esto es imposible. Y si pudiésemos algo en esto, aun se ve claro por estotro que ahora diré: porque si fuese representado con el entendimiento, dejado que no haría las grandes operaciones que esto hace, ni ninguna (porque sería como uno que quisiese hacer que dormía y estáse despierto porque no le ha venido el sueño: él, como si tiene necesidad o flaqueza en la cabeza, lo desea, adormécese él en sí y hace sus diligencias y a las veces parece hace algo, mas si no es sueño de veras, no le sustentará ni dará fuerza a la cabeza, antes a las veces queda más desvanecida), así sería en parte acá, quedar el alma desvanecida, mas no sustentada y fuerte, antes cansada y disgustada. Acá no se puede encarecer la riqueza que queda: aun al cuerpo da salud y queda confortado.

12. Esta razón, con otras, daba yo cuando me decían que era demonio y que se me antojaba -que fue muchas veces- y ponía comparaciones como yo podía y el Señor me daba a entender. Mas todo aprovechaba poco. Porque como había personas muy santas en este lugar (y yo en su comparación una perdición) y no los llevaba Dios por este camino, luego era el temor en ellos; que mis pecados parece lo hacían, que de uno en otro se rodeaba de manera, que lo venían a saber, sin decirlo yo sino a mi confesor o a quien él me mandaba.

13. Yo les dije una vez que si los que me decían esto me dijeran que a una persona que hubiese acabado de hablar y la conociese mucho, que no era ella, sino que se me antojaba, que ellos lo sabían, que sin duda yo lo creyera más que lo que había visto. Mas si esta persona me dejara algunas joyas y se me quedaban en las manos por prendas de mucho amor, y que antes no tenía ninguna y me veía rica siendo pobre, que no podría creerlo, aunque yo quisiese. Y que estas joyas se las podría mostrar, porque todos los que me conocían veían claro estar otra mi alma, y así lo decía mi confesor. Porque era muy grande la diferencia en todas las cosas, y no disimulada, sino muy con claridad lo podían todos ver. Porque, como antes era tan ruin, decía yo que no podía creer que si el demonio hacía esto para engañarme y llevarme al infierno, tomase medio tan contrario como era quitarme los vicios y poner virtudes y fortaleza. Porque veía claro con estas cosas quedar en una vez otra.

14. Mi confesor, como digo -que era un padre bien santo de la Compañía de Jesús-, respondía esto mismo según yo supe. Era muy discreto y de gran humildad, y esta humildad tan grande me acarreó a mí hartos trabajos; porque, con ser de mucha oración y letrado, no se fiaba de sí, como el Señor no le llevaba por este camino. Pasólos harto grandes conmigo de muchas maneras. Supe que le decían que se guardase de mí, no le engañase el demonio con creerme algo de lo que le decía. Traíanle ejemplos de otras personas. Todo esto me fatigaba a mí. Temía que no había de haber con quién me confesar, sino que todos habían de huir de mí. No hacía sino llorar.

15. Fue providencia de Dios querer él durar en oírme, sino que era tan gran siervo de Dios, que a todo se pusiera por El. Y así me decía que no ofendiese yo a Dios ni saliese de lo que él me decía; que no hubiese miedo me faltase. Siempre me animaba y sosegaba. Mandábame siempre que no le callase ninguna cosa. Yo así lo hacía. El me decía que haciendo yo esto, que aunque fuese demonio, no me haría daño, antes sacaría el Señor bien del mal que él quería hacer a mi alma. Procuraba perfeccionarla en todo lo que él podía. Yo, como traía tanto miedo, obedecíale en todo, aunque imperfectamente, que harto pasó conmigo tres años y más, que me confesó, con estos trabajos; porque en grandes persecuciones que tuve, y cosas hartas que permitía el Señor me juzgasen mal, y muchas estando sin culpa, con todo venían a él y era culpado por mí, estando él sin ninguna culpa.

16. Fuera imposible, si no tuviera tanta santidad -y el Señor que le animaba- poder sufrir tanto, porque había de respondera los que les parecía iba perdida, y no le creían; y por otra parte, habíame de sosegar a mí y de curar el miedo que yo traía, poniéndomele mayor. Me había por otra parte de asegurar, porque a cada visión, siendo cosa nueva, permitía Dios me quedasen después grandes temores. Todo me procedía de ser tan pecadora yo y haberlo sido. El me consolaba con mucha piedad y, si él se creyera a sí mismo, no padeciera yo tanto; que Dios le daba a entender la verdad en todo, porque el mismo Sacramento le daba luz, a lo que yo creo.

17. Los siervos de Dios, que no se aseguraban, tratábanme mucho. Yo, como hablaba con descuido algunas cosas que ellos tomaban por diferente intención (yo quería mucho al uno de ellos, porque le debía infinito mi alma y era muy santo; yo sentía infinito de que veía no me entendía, y él deseaba en gran manera mi aprovechamiento y que el Señor me diese luz), y así lo que yo decía -como digo- sin mirar en ello, parecíales poca humildad. En viéndome alguna falta – que verían muchas-, luego era todo condenado. Preguntábanme algunas cosas; yo respondía con llaneza y descuido. Luego les parecía los quería enseñar, y que me tenía por sabia. Todo iba a mi confesor, porque, cierto, ellos deseaban mi provecho. El a reñirme.

18. Duró esto harto tiempo, afligida por muchas partes, y con las mercedes que me hacía el Señor todo lo pasaba.

Digo esto para que se entienda el gran trabajo que es no haber quien tenga experiencia en este camino espiritual, que a no me favorecer tanto el Señor, no sé qué fuera de mí. Bastantes cosas había para quitarme el juicio, y algunas veces me veía en términos que no sabía qué hacer, sino alzar los ojos al Señor. Porque contradicción de buenos a una mujercilla ruin y flaca como yo y temerosa, no parece nada así dicho, y con haber yo pasado en la vida grandísimos trabajos, es éste de los mayores.

Plega al Señor que yo haya servido a Su Majestad algo en esto; que de que le servían los que me condenaban y argüían, bien cierta estoy, y que era todo para gran bien mío.
– ir a índice –

CAPÍTULO 29
Prosigue en lo comenzado y dice algunas mercedes grandes que la hizo el Señor y las cosas que Su Majestad la decía para asegurarla y para que respondiese a los que la contradecían.

l. Mucho he salido del propósito, porque trataba de decir las causas que hay para ver que no es imaginación; porque ¿cómo podríamos representar con estudio la Humanidad de Cristo y ordenando con la imaginación su gran hermosura? Y no era menester poco tiempo, si en algo se había de parecer a ella. Bien la puede representar delante de su imaginación y estarla mirando algún espacio, y las figuras que tiene y la blancura, y poco a poco irla más perfeccionando y encomendando a la memoria aquella imagen. Esto ¿quién se lo quita, pues con el entendimiento la pudo fabricar?

En lo que tratamos, ningún remedio hay de esto, sino que la hemos de mirar cuando el Señor lo quiere representar y como quiere y lo que quiere. Y no hay quitar ni poner, ni modo para ello aunque más hagamos, ni para verlo cuando queremos, ni para dejarlo de ver; en queriendo mirar alguna cosa particular, luego se pierde Cristo.

2. Dos años y medio me duró que muy ordinario me hacía Dios esta merced. Habrá más de tres que tan continuo me la quitó de este modo, con otra cosa más subida -como quizá diré después-; y con ver que me estaba hablando y yo mirando aquella gran hermosura y la suavidad con que habla aquellas palabras por aquella hermosísima y divina boca, y otras veces con rigor, y desear yo en extremo entender el color de sus ojos o del tamaño que era, para que lo supiese decir, jamás lo he merecido ver, ni me basta procurarlo, antes se me pierde la visión del todo. Bien que algunas veces veo mirarme con piedad; mas tiene tanta fuerza esta vista, que el alma no la puede sufrir, y queda en tan subido arrobamiento que, para más gozarlo todo, pierde esta hermosa vista. Así que aquí no hay que querer y no querer. Claro se ve quiere el Señor que no haya sino humildad y confusión, y tomar lo que nos dieren y alabar a quien lo da.

3. Esto es en todas las visiones, sin quedar ninguna, que ninguna cosa se puede, ni para ver menos ni más, hace ni deshace nuestra diligencia. Quiere el Señor que veamos muy claro no es ésta obra nuestra, sino de Su Majestad; porque muy menos podemos tener soberbia, antes nos hace estar muy humildes y temerosos, viendo que, como el Señor nos quita el poder para ver lo que queremos, nos puede quitar estas mercedes y la gracia, y quedar perdidos del todo; y que siempre andemos con miedo, mientras en este destierro vivimos.

4. Casi siempre se me representaba el Señor así resucitado, y en la Hostia lo mismo, si no eran algunas veces para esforzarme, si estaba en tribulación, que me mostraba las llagas; algunas veces en la cruz y en el Huerto; y con la corona de espinas, pocas; y llevando la cruz también algunas veces, para -como digo- necesidades mías y de otras personas, mas siempre la carne glorificada.

Hartas afrentas y trabajos he pasado en decirlo, y hartos temores y hartas persecuciones. Tan cierto les parecía que tenía demonio, que me querían conjurar algunas personas. De esto poco se me daba a mí: más sentía cuando veía yo que temían los confesores de confesarme, o cuando sabía les decían algo. Con todo, jamás me podía pesar de haber visto estas visiones celestiales, y por todos los bienes y deleites del mundo sola una vez no lo trocara. Siempre lo tenía por gran merced del Señor, y me parece un grandísimo tesoro, y el mismo Señor me aseguraba muchas veces. Yo me veía crecer en amarle muy mucho; íbame a quejar a El de todos estos trabajos; siempre salía consolada de la oración y con nuevas fuerzas. A ellos no los osaba yo contradecir, porque veía era todo peor, que les parecía poca humildad. Con mi confesor trataba; él siempre me consolaba mucho, cuando me veía fatigada.

5. Como las visiones fueron creciendo, uno de ellos que antes me ayudaba (que era con quien me confesaba algunas veces que no podía el ministro), comenzó a decir que claro era demonio. Mándanme que, ya que no había remedio de resistir, que siempre me santiguase cuando alguna visión viese, y diese higas, porque tuviese por cierto era demonio, y con esto no vendría; y que no hubiese miedo, que Dios me guardaría y me lo quitaría. A mí me era esto gran pena; porque, como yo no podía creer sino que era Dios, era cosa terrible para mí. Y tampoco podía -como he dicho- desear se me quitase; mas, en fin, hacía cuanto me mandaban. Suplicaba mucho a Dios que me librase de ser engañada. Esto siempre lo hacía y con hartas lágrimas, y a San Pedro y a San Pablo, que me dijo el Señor, como fue la primera vez que me apareció en su día, que ellos me guardarían no fuese engañada; y así muchas veces los veía al lado izquierdo muy claramente, aunque no con visión imaginaria. Eran estos gloriosos Santos muy mis señores.

6 Dábame este dar higas grandísima pena cuando veía esta visión del Señor; porque cuando yo le veía presente, si me hicieran pedazos no pudiera yo creer que era demonio, y así era un género de penitencia grande para mí. Y, por no andar tanto santiguándome, tomaba una cruz en la mano. Esto hacía casi siempre; las higas no tan continuo, porque sentía mucho. Acordábame de las injurias que le habían hecho los judíos, y suplicábale me perdonase, pues yo lo hacía por obedecer al que tenía en su lugar, y que no me culpase, pues eran los ministros que El tenía puestos en su Iglesia. Decíame que no se me diese nada, que bien hacía en obedecer, mas que él haría que se entendiese la verdad. Cuando me quitaban la oración, me pareció se había enojado. Díjome que les dijese que ya aquello era tiranía. Dábame causas para que entendiese que no era demonio. Alguna diré después.

7. Una vez, teniendo yo la cruz en la mano, que la traía en un rosario, me la tomó con la suya, y cuando me la tornó a dar, era de cuatro piedras grandes muy más preciosas que diamantes, sin comparación, porque no la hay casi a lo que se ve sobrenatural. Diamante parece cosa contrahecha e imperfecta, de las piedras preciosas que se ven allá. Tenía las cinco llagas de muy linda hechura. Díjome que así la vería de aquí adelante, y así me acaecía, que no veía la madera de que era, sino estas piedras. Mas no lo veía nadie sino yo.

En comenzando a mandarme hiciese estas pruebas y resistiese, era muy mayor el crecimiento de las mercedes. En queriéndome divertir, nunca salía de oración. Aun durmiendo me parecía estaba en ella. Porque aquí era crecer el amor y las lástimas que yo decía al Señor y el no lo poder sufrir; ni era en mi mano, aunque yo quería y más lo procuraba, de dejar de pensar en El. Con todo, obedecía cuando podía, mas podía poco o nonada en esto, y el Señor nunca me lo quitó; mas, aunque me decía lo hiciese, asegurábame por otro cabo, y enseñábame lo que les había de decir, y así lo hace ahora, y dábame tan bastantes razones, que a mí me hacía toda seguridad.

8. Desde a poco tiempo comenzó Su Majestad, como me lo tenía prometido, a señalar más que era El, creciendo en mí un amor tan grande de Dios, que no sabía quién me le ponía, porque era muy sobrenatural, ni yo le procuraba. Veíame morir con deseo de ver a Dios, y no sabía adónde había de buscar esta vida, si no era con la muerte. Dábanme unos ímpetus grandes de este amor, que, aunque no eran tan insufrideros como los que ya otra vez he dicho ni de tanto valor, yo no sabía qué me hacer; porque nada me satisfacía, ni cabía en mí, sino que verdaderamente me parecía se me arrancaba el alma. ¡Oh artificio soberano del Señor! ¡Qué industria tan delicada hacíais con vuestra esclava miserable! Escondíaisos de mí y apretábaisme con vuestro amor, con una muerte tan sabrosa que nunca el alma querría salir de ella.

9. Quien no hubiere pasado estos ímpetus tan grandes, es imposible poderlo entender, que no es desasosiego del pecho, ni unas devociones que suelen dar muchas veces, que parece ahogan el espíritu, que no caben en sí. Esta es oración más baja, y hanse de evitar estos aceleramientos con procurar con suavidad recogerlos dentro en sí y acallar el alma; que es esto como unos niños que tienen un acelerado llorar, que parece van a ahogarse, y con darlos a beber, cesa aquel demasiado sentimiento. Así acá la razón ataje a encoger la rienda, porque podría ser ayudar el mismo natural; vuelva la consideración con temer no es todo perfecto, sino que puede ser mucha parte sensual, y acalle este niño con un regalo de amor que la haga mover a amar por vía suave y no a puñadas, como dicen. Que recojan este amor dentro, y no como olla que cuece demasiado, porque se pone la leña sin discreción y se vierte toda; sino que moderen la causa que tomaron para ese fuego y procuren matar la llama con lágrimas suaves y no penosas, que lo son las de estos sentimientos y hacen mucho daño. Yo las tuve algunas veces a los principios, y dejábanme perdida la cabeza y cansado el espíritu de suerte que otro día y más no estaba para tornar a la oración. Así que es menester gran discreción a los principios para que vaya todo con suavidad y se muestre el espíritu a obrar interiormente. Lo exterior se procure mucho evitar.

10. Estotros ímpetus son diferentísimos. No ponemos nosotros la leña, sino que parece que, hecho ya el fuego, de presto nos echan dentro para que nos quememos. No procura el alma que duela esta llaga de la ausencia del Señor, sino hincan una saeta en lo más vivo de las entrañas y corazón, a las veces, que no sabe el alma qué ha ni qué quiere. Bien entiende que quiere a Dios, y que la saeta parece traía hierba para aborrecerse a sí por amor de este Señor, y perdería de buena gana la vida por El.

No se puede encarecer ni decir el modo con que llaga Dios el alma, y la grandísima pena que da, que la hace no saber de sí; mas es esta pena tan sabrosa, que no hay deleite en la vida que más contento dé. Siempre querría el alma -como he dicho- estar muriendo de este mal.

11. Esta pena y gloria junta me traía desatinada, que no podía yo entender cómo podía ser aquello. ¡Oh, qué es ver un alma herida! Que digo que se entiende de manera que se puede decir herida por tan excelente causa; y ve claro que no movió ella por dónde le viniese este amor, sino que del muy grande que el Señor la tiene, parece cayó de presto aquella centella en ella que la hace toda arder. ¡Oh, cuántas veces me acuerdo, cuando así estoy, de aquel verso de David: Quemadmodum desiderat cervus ad fontes aquarum que me parece lo veo al pie de la letra en mí!

12. Cuando no da esto muy recio, parece se aplaca algo, al menos busca el alma algún remedio -porque no sabe qué hacer- con algunas penitencias, y no se sienten más ni hace más pena derramar sangre que si estuviese el cuerpo muerto. Busca modos y maneras para hacer algo que sienta por amor de Dios; mas es tan grande el primer dolor, que no sé yo qué tormento corporal le quitase. Como no está allí el remedio, son muy bajas estas medicinas para tan subido mal; alguna cosa se aplaca y pasa algo con esto, pidiendo a Dios la dé remedio para su mal, y ninguno ve sino la muerte, que con ésta piensa gozar del todo a su Bien. Otras veces da tan recio, que eso ni nada no se puede hacer, que corta todo el cuerpo. Ni pies ni brazos no puede menear; antes si está en pie se sienta, como una cosa trasportada que no puede ni aun resolgar; sólo da unos gemidos no grandes, porque no puede más; sonlo en el sentimiento.

13. Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla; aunque muchas veces se me representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada que dije primero. En esta visión quiso el Señor le viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines, que los nombres no me los dicen; mas bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos ángeles a otros y de otros a otros, que no lo sabría decir. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento.

14. Los días que duraba esto andaba como embobada. No quisiera ver ni hablar, sino abrazarme con mi pena, que para mí era mayor gloria que cuantas hay en todo lo criado.

Esto tenía algunas veces, cuando quiso el Señor me viniesen estos arrobamientos tan grandes, que aun estando entre gentes no los podía resistir, sino que con harta pena mía se comenzaron a publicar. Después que los tengo, no siento esta pena tanto, sino la que dije en otra parte antes -no me acuerdo en qué capítulo-, que es muy diferente en hartas cosas y de mayor precio; antes en comenzando esta pena de que ahora hablo, parece arrebata el Señor el alma y la pone en éxtasis, y así no hay lugar de tener pena ni de padecer, porque viene luego el gozar.

Sea bendito por siempre, que tantas mercedes hace a quien tan mal responde a tan grandes beneficios.
– ir a índice –

CAPÍTULO 30
Torna a contar el discurso de su vida y cómo remedió el Señor mucho de sus trabajos con traer al lugar adonde estaba el santo Fray Pedro de Alcántara, de la orden del glorioso San Francisco. – Trata de grandes tentaciones y trabajos interiores que pasaba algunas veces.

1. Pues viendo yo lo poco o nonada que podía hacer para no tener estos ímpetus tan grandes, también temía de tenerlos; porque pena y contento no podía yo entender cómo podía estar junto; que ya pena corporal y contento espiritual, ya lo sabía que era bien posible; mas tan excesiva pena espiritual y con tan grandísimo gusto, esto me desatinaba.

Aún no cesaba en procurar resistir, mas podía tan poco, que algunas veces me cansaba. Amparábame con la cruz y queríame defender del que con ella nos amparó a todos. Veía que no me entendía nadie, que esto muy claro lo entendía yo; mas no lo osaba decir sino a mi confesor, porque esto fuera decir bien de verdad que no tenía humildad.

2. Fue el Señor servido remediar gran parte de mi trabajo -y por entonces todo- con traer a este lugar al bendito Fray Pedro de Alcántara, de quien ya hice mención y dije algo de su penitencia, que, entre otras cosas, me certificaron había traído veinte años cilicio de hoja de lata continuo. Es autor de unos libros pequeños de oración que ahora se tratan mucho, de romance, porque como quien bien la había ejercitado, escribió harto provechosamente para los que la tienen. Guardó la primera Regla del bienaventurado San Francisco con todo rigor y lo demás que allá queda algo dicho.

3. Pues como la viuda sierva de Dios, que he dicho, y amiga mía, supo que estaba aquí tan gran varón, y sabía mi necesidad, porque era testigo de mis aflicciones y me consolaba harto, porque era tanta su fe que no podía sino creer que era espíritu de Dios el que todos los más decían era del demonio, y como es persona de harto buen entendimiento y de mucho secreto y a quien el Señor hacía harta merced en la oración, quiso Su Majestad darla luz en lo que los letrados ignoraban. Dábanme licencia mis confesores que descansase con ella algunas cosas, porque por hartas causas cabía en ella. Cabíale parte algunas veces de las mercedes que el Señor me hacía, con avisos harto provechosos para su alma.

Pues como lo supo, para que mejor le pudiese tratar, sin decirme nada recaudó licencia de mi Provincial para que ocho días estuviese en su casa, y en ella y en algunas iglesias le hablé muchas veces esta primera vez que estuvo aquí, que después en diversos tiempos le comuniqué mucho. Como le di cuenta en suma de mi vida y manera de proceder de oración, con la mayor claridad que yo supe, que esto he tenido siempre, tratar con toda claridad y verdad con los que comunico mi alma, hasta los primeros movimientos querría yo les fuesen públicos, y las cosas más dudosas y de sospecha yo les argüía con razones contra mí, así que sin doblez ni encubierta le traté mi alma.

 4. Casi a los principio vi que me entendía por experiencia, que era todo lo que yo había menester; porque entonces no me sabía entender como ahora, para saberlo decir, que después me lo ha dado Dios que sepa entender y decir las mercedes que Su Majestad me hace, y era menester que hubiese pasado por ello quien del todo me entendiese y declarase lo que era. El me dio grandísima luz, porque al menos en las visiones que no eran imaginarias no podía yo entender qué podía ser aquello, y parecíame que en las que veía con los ojos del alma tampoco entendía cómo podía ser; que -como he dicho- sólo las que se ven con los ojos corporales era de las que me parecía a mí había de hacer caso, y éstas no tenía.

5. Este santo hombre me dio luz en todo y me lo declaró, y dijo que no tuviese pena, sino que alabase a Dios y estuviese tan cierta que era espíritu suyo, que, si no era la fe, cosa más verdadera no podía haber, ni que tanto pudiese creer. Y él se consolaba mucho conmigo y hacíame todo favor y merced, y siempre después tuvo mucha cuenta conmigo y daba parte de sus cosas y negocios. Y como me veía con los deseos que él ya poseía por obra -que éstos dábamelos el Señor muy determinados- y me veía con tanto ánimo, holgábase de tratar conmigo; que a quien el Señor llega a este estado no hay placer ni consuelo que se iguale a topar con quien le parece le ha dado el Señor principios de esto; que entonces no debía yo tener mucho más, a lo que me parece, y plega al Señor lo tenga ahora.

6. Húbome grandísima lástima. Díjome que uno de los mayores trabajos de la tierra era el que había padecido, que es contradicción de buenos, y que todavía me quedaba harto, porque siempre tenía necesidad y no había en esta ciudad quien me entendiese; mas que él hablaría al que me confesaba y a uno de los que me daban más pena, que era este caballero casado que ya he dicho. Porque, como quien me tenía mayor voluntad, me hacía toda la guerra. Y es alma temerosa y santa, y como me había visto tan poco había tan ruin, no acababa de asegurarse.

Y así lo hizo el santo varón, que los habló a entrambos y les dio causas y razones para que se asegurasen y no me inquietasen más. El confesor poco había menester; el caballero tanto, que aun no del todo bastó, mas fue parte para que no tanto me amedrentase.

7. Quedamos concertados que le escribiese lo que me sucediese más de ahí adelante, y de encomendarnos mucho a Dios; que era tanta su humildad, que tenía en algo las oraciones de esta miserable, que era harta mi confusión. Dejóme con grandísimo consuelo y contento, y con que tuviese la oración con seguridad, y que no dudase de que era Dios; y de lo que tuviese alguna duda y, por más seguridad, de todo diese parte al confesor, y con esto viviese segura.

Mas tampoco podía tener esa seguridad del todo, porque me llevaba el Señor por camino de temer, como creer que era demonio cuando me decían que lo era. Así que temor ni seguridad nadie podía que yo la tuviese de manera que les pudiese dar más crédito del que el Señor ponía en mi alma. Así que, aunque me consoló y sosegó, no le di tanto crédito para quedar del todo sin temor, en especial cuando el Señor me dejaba en los trabajos de alma que ahora diré. Con todo, quedé -como digo- muy consolada.

No me hartaba de dar gracias a Dios y al glorioso padre mío San José, que me pareció le había él traído, porque era Comisario General de la Custodia de San José, a quien yo mucho me encomendaba y a nuestra Señora.

8. Acaecíame algunas veces -y aun ahora me acaece, aunque no tantas- estar con tan grandísimos trabajos de alma junto con tormentos y dolores de cuerpo, de males tan recios, que no me podía valer.

Otras veces tenía males corporales más graves, y como no tenía los del alma, los pasaba con mucha alegría; mas cuando era todo junto, era tan gran trabajo que me apretaba muy mucho. Todas las mercedes que me había hecho el Señor se me olvidaban. Sólo quedaba una memoria como cosa que se ha soñado, para dar pena. Porque se entorpece el entendimiento de suerte, que me hacía andar en mil dudas y sospecha, pareciéndome que yo no lo había sabido entender y que quizá se me antojaba y que bastaba que anduviese yo engañada sin que engañase a los buenos. Parecíame yo tan mala, que cuantos males y herejías se habían levantado me parecía eran por mis pecados.

9. Esta es una humildad falsa que el demonio inventaba para desasosegarme y probar si puede traer el alma a desesperación. Tengo ya tanta experiencia que es cosa de demonio, que, como ya ve que le entiendo, no me atormenta en esto tantas veces como solía. Vese claro en la inquietud y desasosiego con que comienza, y el alboroto que da en el alma todo lo que dura, y la oscuridad y aflicción que en ella pone, la sequedad y mala disposición para oración ni para ningún bien. Parece que ahoga el alma y ata el cuerpo para que de nada aproveche. Porque la humildad verdadera, aunque se conoce el alma por ruin, y da pena ver lo que somos, y pensamos grandes encarecimientos de nuestra maldad, tan grandes como los dichos, y se sienten con verdad, no viene con alboroto ni desasosiega el alma ni la oscurece ni da sequedad; antes la regala, y es todo al revés: con quietud, con suavidad, con luz. Pena que, por otra parte conforta de ver cuán gran merced la hace Dios en que tenga aquella pena y cuán bien empleada es. Duélele lo que ofendió a Dios. Por otra parte, la ensancha su misericordia. Tiene luz para confundirse a sí y alaba a Su Majestad porque tanto la sufrió.

En estotra humildad que pone el demonio, no hay luz para ningún bien, todo parece lo pone Dios a fuego y a sangre. Represéntale la justicia, y aunque tiene fe que hay misericordia, porque no puede tanto el demonio que la haga perder, es de manera que no me consuela, antes cuando mira tanta misericordia, le ayuda a mayor tormento, porque me parece estaba obligada a más.

10. Es una invención del demonio de las más penosas y sutiles y disimuladas que yo he entendido de él, y así querría avisar a vuestra merced para que, si por aquí le tentare, tenga alguna luz y lo conozca, si le dejare el entendimiento para conocerlo. Que no piense que va en letras y saber, que, aunque a mí todo me falta, después de salida de ello bien entiendo es desatino. Lo que he entendido es que quiere y permite el Señor y le da licencia, como se la dio para que tentase a Job, aunque a mí -como a ruin- no es con aquel rigor.

11. Hame acaecido y me acuerdo ser un día antes de la víspera de Corpus Christi, fiesta de quien yo soy devota, aunque no tanto como es razón. Esta vez duróme sólo hasta el día, que otras dúrame ocho y quince días, y aun tres semanas, y no sé si más, en especial las Semanas Santas, que solía ser mi regalo de oración.

Me acaece que coge de presto el entendimiento por cosas tan livianas a las veces, que otras me riera yo de ellas; y hácele estar trabucado en todo lo que él quiere y el alma aherrojada allí, sin ser señora de sí ni poder pensar otra cosa más de los disparates que él la representa, que casi ni tienen tomo ni atan ni desatan; sólo ata para ahogar de manera el alma, que no cabe en sí. Y es así que me ha acaecido parecerme que andan los demonios como jugando a la pelota con el alma, y ella que no es parte para librarse de su poder.

No se puede decir lo que en este caso se padece. Ella anda a buscar reparo, y permite Dios no le halle. Sólo queda siempre la razón del libre albedrío, no clara. Digo yo que debe ser casi tapados los ojos, como una persona que muchas veces ha ido por una parte, que, aunque sea noche y a oscuras, ya por el tino pasado sabe adónde puede tropezar, porque lo ha visto de día, y guárdase de aquel peligro. Así es para no ofender a Dios, que parece se va por la costumbre. Dejemos aparte el tenerla el Señor, que es lo que hace al caso.

12. La fe está entonces tan amortiguada y dormida como todas las demás virtudes, aunque no perdida, que bien cree lo que tiene la Iglesia, mas pronunciado por la boca, y que parece por otro cabo la aprietan y entorpecen para que, casi como cosa que oyó de lejos, le parece conoce a Dios.

El amor tiene tan tibio que, si oye hablar en El, escucha como una cosa que cree ser el que es porque lo tiene la Iglesia; mas no hay memoria de lo que ha experimentado en sí.

Irse a rezar, no es sino más congoja, o estar en soledad; porque el tormento que en sí se siente, sin saber de qué, es incomportable.

A mi parecer, es un poco del traslado del infierno. Esto es así, según el Señor en una visión me dio a entender; porque el alma se quema en sí, sin saber quién ni por dónde le ponen fuego, ni cómo huir de él, ni con qué le matar.

Pues quererse remediar con leer, es como si no se supiese. Una vez me acaeció ir a leer una vida de un santo para ver si me embebería y para consolarme de lo que él padeció, y leer cuatro o cinco veces otros tantos renglones y, con ser romance, menos entendía de ellos a la postre que al principio, y así lo dejé. Esto me acaeció muchas veces, sino que ésta se me acuerda más en particular.

13. Tener, pues, conversación con nadie, es peor. Porque un espíritu tan disgustado de ira pone el demonio, que parece a todos me querría comer, sin poder hacer más, y algo parece se hace en irme a la mano, o hace el Señor en tener de su mano a quien así está, para que no diga ni haga contra sus prójimos cosa que los perjudique y en que ofenda a Dios.

Pues ir al confesor, esto es cierto que muchas veces me acaecía lo que diré, que, con ser tan santos como lo son los que en este tiempo he tratado y trato, me decían palabras y me reñían con una aspereza, que después que se las decía yo ellos mismos se espantaban y me decían que no era más en su mano. Porque, aunque ponían muy por sí de no lo hacer otras veces (que se les hacía después lástima y aún escrúpulo), cuando tuviese semejantes trabajos de cuerpo y de alma, y se determinaban a consolarme con piedad, no podían. No decían ellos malas palabras -digo en que ofendiesen a Dios-, mas las más disgustadas que se sufrían para confesor. Debían pretender mortificarme, y aunque otras veces me holgaba y estaba para sufrirlo, entonces todo me era tormento.

Pues dame también parecer que los engaño, e iba a ellos y avisábalos muy a las veras que se guardasen de mí, que podría ser los engañase. Bien veía yo que de advertencia no lo haría, ni les diría mentira, mas todo me era temor. Uno medijo una vez, como entendió la tentación, que no tuviese pena, que aunque yo quisiese engañarle, seso tenía él para no dejarse engañar. Esto me dio mucho consuelo.

14. Algunas veces -y casi ordinario, al menos lo más continuo- en acabando de comulgar descansaba; y aun algunas, en llegando al Sacramento, luego a la hora quedaba tan buena, alma y cuerpo, que yo me espanto. No parece sino que en un punto se deshacen todas las tinieblas del alma y, salido el sol, conocía las tonterías en que había estado.

Otras, con sola una palabra que me decía el Señor, con sólo decir: No estés fatigada; no hayas miedo -como ya dejo otra vez dicho-, quedaba del todo sana, o con ver alguna visión, como si no hubiera tenido nada. Regalábame con Dios; quejábame a El cómo consentía tantos tormentos que padeciese; mas ello era bien pagado, que casi siempre eran después en gran abundancia las mercedes.

No me parece sino que sale el alma del crisol como el oro, más afinada y clarificada, para ver en sí al Señor. Y así se hacen después pequeños estos trabajos con parecer incomportables, y se desean tornar a padecer, si el Señor se ha de servir más de ello. Y aunque haya mas tribulaciones y persecuciones, como se pasen sin ofender al Señor, sino holgándose de padecerlo por El, todo es para mayor ganancia, aunque como se han de llevar no los llevo yo, sino harto imperfectamente.

15.Otras veces me venían de otra suerte, y vienen, que de todo punto me parece se me quita la posibilidad de pensar cosa buena ni desearla hacer, sino un alma y cuerpo del todo inútil y pesado; mas no tengo con esto estotras tentaciones y desasosiegos, sino un disgusto, sin entender de qué, ni nada contenta al alma. Procuraba hacer buenas obras exteriores para ocuparme medio por fuerza, y conozco bien lo poco que es un alma cuando se esconde la gracia. No me daba mucha pena, porque este ver mi bajeza me daba alguna satisfacción.

16. Otras veces me hallo que tampoco cosa formada puedo pensar de Dios ni de bien que vaya con asiento, ni tener oración, aunque esté en soledad; mas siento que le conozco. El entendimiento e imaginación entiendo yo es aquí lo que me daña, que la voluntad buena me parece a mí que está y dispuesta para todo bien. Mas este entendimiento está tan perdido, que no parece sino un loco furioso que nadie le puede atar, ni soy señora de hacerle estar quedo un credo. Algunas veces me río y conozco mi miseria, y estoyle mirando y déjole a ver qué hace; y -gloria a Dios- nunca por maravilla va a cosa mala, sino indiferentes: si algo hay que hacer aquí y allí y acullá. Conozco más entonces la grandísima merced que me hace el Señor cuando tiene atado este loco en perfecta contemplación. Miro qué sería si me viesen este desvarío las personas que me tienen por buena. He lástima grande al alma de verla en tan mala compañía. Deseo verla con libertad, y así digo al Señor: «¿cuándo, Dios mío, acabaré ya de ver mi alma junta en vuestra alabanza, que os gocen todas las potencias? ¡No permitáis, Señor, sea ya más despedazada, que no parece sino que cada pedazo anda por su cabo!».

Esto paso muchas veces. Algunas bien entiendo le hace harto al caso la poca salud corporal. Acuérdome mucho del daño que nos hizo el primer pecado, que de aquí me parece nos vino ser incapaces de gozar tanto bien en un ser, y deben ser los míos, que, si yo no hubiera tenido tantos, estuviera más entera en el bien.

17. Pasé también otro gran trabajo: que como todos los libros que leía que tratan de oración me parecía los entendía todos y que ya me había dado aquello el Señor, que no los había menester, y así no los leía, sino vidas de Santos, que, como yo me hallo tan corta en lo que ellos servían a Dios, esto parece me aprovecha y anima. Parecíame muy poca humildad pensar yo había llegado a tener aquella oración; y como no podía acabar conmigo otra cosa, dábame mucha pena, hasta que letrados y el bendito Fray Pedro de Alcántara me dijeron que no se me diese nada. Bien veo yo que en el servir a Dios no he comenzado -aunque en hacerme Su Majestad mercedes es como a muchos buenos- y que estoy hecha una imperfección, si no es en los deseos y en amar, que en esto bien veo me ha favorecido el Señor para que le pueda en algo servir. Bien me parece a mí que le amo, mas las obras me desconsuelan y las muchas imperfecciones que veo en mí.

18. Otras veces me da una bobería de alma -digo yo que es-, que ni bien ni mal me parece que hago, sino andar al hilo de la gente, como dicen: ni con pena ni con gloria, ni la da vida ni muerte, ni placer ni pesar. No parece se siente nada. Paréceme a mí que anda el alma como un asnillo que pace, que se sustenta porque lo dan de comer y come casi sin sentirlo; porque el alma en este estado no debe estar sin comer algunas grandes mercedes de Dios, pues en vida tan miserable no le pesa de vivir y lo pasa con igualdad, mas no se sienten movimientos ni efectos para que se entienda el alma.

19. Paréceme ahora a mí como un navegar con un aire muy sosegado, que se anda mucho sin entender cómo; porque en estotras maneras son tan grandes los efectos, que casi luego ve el alma su mejora. Porque luego bullen los deseos y nunca acaba de satisfacerse un alma. Esto tienen los grandes ímpetus de amor que he dicho, a quien Dios los da. Es como unas fontecicas que yo he visto manar, que nunca cesa de hacer movimiento la arena hacia arriba.

Al natural me parece este ejemplo o comparación de las almas que aquí llegan: siempre está bullendo el amor y pensando qué hará. No cabe en sí, como en la tierra parece no cabe aquel agua, sino que la echa de sí. Así está el alma muy ordinario, que no sosiega ni cabe en sí con el amor que tiene; ya la tiene a ella empapada en sí.

Querría bebiesen los otros, pues a ella no la hace falta, para que la ayudasen a alabar a Dios. ¡Oh, qué de veces me acuerdo del agua viva que dijo el Señor a la Samaritana!, y así soy muy aficionada a aquel Evangelio; y es así, cierto, que sin entender como ahora este bien, desde muy niña lo era, y suplicaba muchas veces al Señor me diese aquel agua, y la tenía dibujada adonde estaba siempre, con este letrero, cuando el Señor llegó al pozo. Domine, da mihi aquam.

20. Parece también como un fuego que es grande y, para que no se aplaque, es menester haya siempre qué quemar. Así son las almas que digo. Aunque fuese muy a su costa, querrían traer leña para que no cesase este fuego. Yo soy tal que aun con pajas que pudiese echar en él me contentaría, y así me acaece algunas y muchas veces; unas me río y otras me fatigo mucho. El movimiento interior me incita a que sirva en algo -de que no soy para más- en poner ramitos y flores a imágenes, en barrer, en poner un oratorio, en unas cositas tan bajas que me hacía confusión. Si hacía o hago algo de penitencia, todo poco y de manera que, a no tomar el Señor la voluntad, veía yo era sin ningún tomo, y yo misma burlaba de mí.

Pues no tienen poco trabajo a ánimas que da Dios por su bondad este fuego de amor suyo en abundancia, faltar fuerzas corporales para hacer algo por El. Es una pena bien grande. Porque, como le faltan fuerzas para echar alguna leña en este fuego y ella muere porque no se mate, paréceme que ella entre sí se consume y hace ceniza y se deshace en lágrimas y se quema; y es harto tormento, aunque es sabroso.

21. Alabe muy mucho al Señor el alma que ha llegado aquí y le da fuerzas corporales para hacer penitencia, o le dio letras y talentos y libertad para predicar y confesar y llegar almas a Dios. Que no sabe ni entiende el bien que tiene, si no ha pasado por gustar qué es no poder hacer nada en servicio del Señor, y recibir siempre mucho. Sea bendito por todo y denle gloria los ángeles, amén.

22. No sé si hago bien de escribir tantas menudencias. Como vuestra merced me tornó a enviar a mandar que no se me diese nada de alargarme ni dejase nada, voy tratando con claridad y verdad lo que se me acuerda. Y no puede ser menos de dejarse mucho, porque sería gastar mucho más tiempo, y tengo tan poco como he dicho, y por ventura no sacar ningún provecho.
– ir a índice –

CAPÍTULO 31
Trata de algunas tentaciones exteriores y representaciones que la hacía el demonio, y tormentos que la daba. – Trata también algunas cosas harto buenas para aviso de personas que van camino de perfección.

1. Quiero decir, ya que he dicho algunas tentaciones y turbaciones interiores y secretas que el demonio me causaba, otras que hacía casi públicas en que no se podía ignorar que era él.

2. Estaba una vez en un oratorio, y aparecióme hacia el lado izquierdo, de abominable figura; en especial miré la boca, porque me habló, que la tenía espantable. Parecía le salía una gran llama del cuerpo, que estaba toda clara, sin sombra. Díjome espantablemente que bien me había librado de sus manos, mas que él me tornaría a ellas. Yo tuve gran temor y santigüéme como pude, y desapareció y tornó luego. Por dos veces me acaeció esto. Yo no sabía qué me hacer. Tenía allí agua bendita y echélo hacia aquella parte, y nunca más tornó.

3. Otra vez me estuvo cinco horas atormentando, con tan terribles dolores y desasosiego interior y exterior, que no me parece se podía ya sufrir. Las que estaban conmigo estaban espantadas y no sabían qué se hacer ni yo cómo valerme. Tengo por costumbre, cuando los dolores y mal corporal es muy intolerable, hacer actos como puedo entre mí, suplicando al Señor, si se sirve de aquello, que me dé Su Majestad paciencia y me esté yo así hasta el fin del mundo.

Pues como esta vez vi el padecer con tanto rigor, remediábame con estos actos para poderlo llevar, y determinaciones. Quiso el Señor entendiese cómo era el demonio, porque vi cabe mí un negrillo muy abominable, regañando como desesperado de que adonde pretendía ganar perdía. Yo, como le vi, reíme, y no hube miedo, porque había allí algunas conmigo que no se podían valer ni sabían qué remedio poner a tanto tormento, que eran grandes los golpes que me hacía dar sin poderme resistir, con cuerpo y cabeza y brazos. Y lo peor era el desasosiego interior, que de ninguna suerte podía tener sosiego. No osaba pedir agua bendita por no las poner miedo y porque no entendiesen lo que era.

4. De muchas veces tengo experiencia que no hay cosa con que huyan más para no tornar. De la cruz también huyen, mas vuelven. Debe ser grande la virtud del agua bendita. Para mí es particular y muy conocida consolación que siente mi alma cuando lo tomo. Es cierto que lo muy ordinario es sentir una recreación que no sabría yo darla a entender, como un deleite interior que toda el alma me conforta. Esto no es antojo, ni cosa que me ha acaecido sola una vez, sino muy muchas, y mirado con gran advertencia. Digamos como si uno estuviese con mucha calor y sed y bebiese un jarro de agua fría, que parece todo él sintió el refrigerio. Considero yo qué gran cosa es todo lo que está ordenado por la Iglesia, y regálame mucho ver que tengan tanta fuerza aquellas palabras, que así la pongan en el agua, para que sea tan grande la diferencia que hace a lo que no es bendito.

5. Pues como no cesaba el tormento, dije: si no se riesen, pediría agua bendita. Trajéronmelo y echáronmelo a mí, y no aprovechaba; echélo hacia donde estaba, y en un punto se fue y se me quitó todo el mal como si con la mano me lo quitaran, salvo que quedé cansada como si me hubieran dado muchos palos. Hízome gran provecho ver que, aun no siendo un alma y cuerpo suyo, cuando el Señor le da licencia hace tanto mal, ¿qué hará cuando él lo posea por suyo? Diome de nuevo gana de librarme de tan ruin compañía.

6. Otra vez poco ha, me acaeció lo mismo, aunque no duró tanto, y yo estaba sola. Pedí agua bendita, y las que entraron después que ya se habían ido (que eran dos monjas bien de creer, que por ninguna suerte dijeran mentira), olieron un olor muy malo, como de piedra azufre. Yo no lo olí. Duró de manera que se pudo advertir a ello.

Otra vez estaba en el coro y diome un gran ímpetu de recogimiento. Fuime de allí porque no lo entendiesen, aunque cerca oyeron todas dar golpes grandes adonde yo estaba, y yo cabe mí oí hablar como que concertaban algo, aunque no entendí qué; habla gruesa; mas estaba tan en oración, que no entendí cosa ni hube ningún miedo. Casi cada vez era cuando el Señor me hacía merced de que por mi persuasión se aprovechase algún alma.

Y es cierto que me acaeció lo que ahora diré, y de esto hay muchos testigos, en especial quien ahora me confiesa, que lo vio por escrito en una carta; sin decirle yo quién era la persona cuya era la carta, bien sabía él quién era.

7. Vino una persona a mí que había dos años y medio que estaba en un pecado mortal, de los más abominables que yo he oído, y en todo este tiempo ni le confesaba ni se enmendaba, y decía misa. Y aunque confesaba otros, éste decía que cómo le había de confesar, cosa tan fea. Y tenía gran deseo de salir de él y no se podía valer a sí. A mí hízome gran lástima; y ver que se ofendía Dios de tal manera, me dio mucha pena. Prometíle de suplicar mucho a Dios le remediase y hacer que otras personas lo hiciesen, que eran mejores que yo, y escribía a cierta persona que él me dijo podía dar las cartas. Y es así que a la primera se confesó; que quiso Dios (por las muchas personas muy santas que lo habían suplicado a Dios, que se lo había yo encomendado) hacer con esta alma esta misericordia, y yo, aunque miserable, hacía lo que podía con harto cuidado.

Escribióme que estaba ya con tanta mejoría, que había días que no caía en él; mas que era tan grande el tormento que le daba la tentación, que parecía estaba en el infierno, según lo que padecía; que le encomendase a Dios. Yo lo torné a encomendar a mis Hermanas, por cuyas oraciones debía el Señor hacerme esta merced, que lo tomaron muy a pechos. Era persona que no podía nadie atinar en quién era. Yo supliqué a Su Majestad se aplacasen aquellos tormentos y tentaciones, y se viniesen aquellos demonios a atormentarme a mí, con que yo no ofendiese en nada al Señor. Es así que pasé un mes de grandísimos tormentos. Entonces eran estas dos cosas que he dicho.

8. Fue el Señor servido que le dejaron a él. Así me lo escribieron, porque yo le dije lo que pasaba en este mes. Tomó fuerza su alma y quedó del todo libre, que no se hartaba de dar gracias al Señor y a mí, como si yo hubiera hecho algo, sino que ya el crédito que tenía de que el Señor me hacía mercedes le aprovechaba.

Decía que cuando se veía muy apretado, leía mis cartas y se le quitaba la tentación, y estaba muy espantado de lo que yo había padecido y cómo se había librado él. Y aun yo me espanté y lo sufriera otros muchos años por ver aquel alma libre. Sea alabado por todo, que mucho puede la oración de los que sirven al Señor, como yo creo lo hacen en esta casa estas hermanas; sino que, como yo lo procuraba, debían los demonios indignarse más conmigo, y el Señor por mis pecados lo permitía.

9. En este tiempo también una noche pensé me ahogaban; y como echaron mucha agua bendita, vi ir mucha multitud de ellos, como quien se va desempeñando. Son tantas veces las que estos malditos me atormentan y tan poco el miedo que yo ya los he, con ver que no se pueden menear si el Señor no les da licencia, que cansaría a vuestra merced y me cansaría si las dijese.

10. Lo dicho aproveche de que el verdadero siervo de Dios se le dé poco de estos espantajos que éstos ponen para hacer temer. Sepan que, a cada vez que se nos da poco de ellos, quedan con menos fuerza y el alma muy más señora. Siempre queda algún gran provecho, que por no alargar no lo digo.

Sólo diré esto que me acaeció una noche de las ánimas: estando en un oratorio, habiendo rezado un nocturno y diciendo unas oraciones muy devotas -que están al fin de él- muy devotas que tenemos en nuestro rezado, se me puso sobre el libro para que no acabase la oración. Yo me santigüé, y fuese. Tornando a comenzar, tornóse. Creo fueron tres veces las que la comencé y, hasta que eché agua bendita, no pude acabar. Vi que salieron algunas almas del purgatorio en el instante, que debía faltarlas poco, y pensé si pretendía estorbar esto.

Pocas veces le he visto tomando forma y muchas sin ninguna forma, como la visión que sin forma se ve claro está allí, como he dicho.

11. Quiero también decir esto, porque me espantó mucho: estando un día de la Trinidad en cierto monasterio en el coro y en arrobamiento, vi una gran contienda de demonios contra ángeles. Yo no podía entender qué querría decir aquella visión. Antes de quince días se entendió bien en cierta contienda que acaeció entre gente de oración y muchos que no lo eran, y vino harto daño a la casa que era; fue contienda que duró mucho y de harto desasosiego.

Otras veces veía mucha multitud de ellos en rededor de mí, y parecíame estar una gran claridad que me cercaba toda, y ésta no les consentía llegar a mí. Entendí que me guardaba Dios, para que no llegasen a mí de manera que me hiciesen ofenderle. En lo que he visto en mí algunas veces, entendí que era verdadera visión. El caso es que ya tengo tan entendido su poco poder, si yo no soy contra Dios, que casi ningún temor los tengo. Porque no son nada sus fuerzas, si no ven almas rendidas a ellos y cobardes, que aquí muestran ellos su poder.

Algunas veces, en las tentaciones que ya dije, me parecía que todas las vanidades y flaquezas de tiempos pasados tornaban a despertar en mí, que tenía bien que encomendarme a Dios. Luego era el tormento de parecerme que, pues me venían aquellos pensamientos, que debía de ser todo demonio, hasta que me sosegaba el confesor. Porque aun primer movimiento de mal pensamiento me parecía a mí no había de tener quien tantas mercedes recibía del Señor.

12. Otras veces me atormentaba mucho y aún ahora me atormenta ver que se hace mucho caso de mí, en especial personas principales, y de que decían mucho bien. En esto he pasado y paso mucho. Miro luego a la vida de Cristo y de los santos, y paréceme que voy al revés, que ellos no iban sino por desprecio e injurias. Háceme andar temerosa y como que no oso alzar la cabeza ni querría parecer, lo que no hago cuando tengo persecuciones. Anda el ánima tan señora, aunque el cuerpo lo siente, y por otra parte ando afligida, que yo no sé cómo esto puede ser; mas pasa así, que entonces parece está el alma en su reino y que lo trae todo debajo de los pies.

Dábame algunas veces y duróme hartos días, y parecía era virtud y humildad por una parte, y ahora veo claro que era tentación. Un fraile dominico, gran letrado, me lo declaró bien. Cuando pensaba que estas mercedes que el Señor me hace se habían de venir a saber en público, era tan excesivo el tormento, que me inquietaba mucho el ánima. Vino a términos que, considerándolo, de mejor gana me parece me determinaba a que me enterraran viva que por esto. Y así, cuando me comenzaron estos grandes recogimientos o arrobamientos a no poder resistirlos aun en público, quedaba yo después tan corrida, que no quisiera parecer adonde nadie me viera.

13. Estando una vez muy fatigada de esto, me dijo el Señor, que qué temía; que en esto no podía, sino haber dos cosas: o que murmurasen de mí, o alabarle a El; dando a entender que los que lo creían, le alabarían, y los que no, era condenarme sin culpa, y que entrambas cosas eran ganancia para mí; que no me fatigase. Mucho me sosegó esto, y me consuela cuando se me acuerda.

Vino a términos la tentación, que me quería ir de este lugar y dotar en otro monasterio muy más encerrado que en el que yo al presente estaba, que había oído decir muchos extremos de él. Era también de mi Orden, y muy lejos, que eso es lo que a mí me consolara, estar adonde no me conocieran; y nunca mi confesor me dejó.

14. Mucho me quitaban la libertad del espíritu estos temores, que después vine yo a entender no era buena humildad, pues tanto inquietaba, y me enseñó el Señor esta verdad: que yo tan determinada y cierta estuviera que no era ninguna cosa buena mía, sino de Dios, que así como no me pesaba de oír loar a otras personas, antes me holgaba y consolaba mucho de ver que allí se mostraba Dios, que tampoco me pesaría mostrase en mí sus obras.

15. También di en otro extremo, que fue suplicar a Dios -y hacía oración particular- que cuando a alguna persona le pareciese algo bien en mí, que Su Majestad le declarase mis pecados, para que viese cuán sin mérito mío me hacía mercedes, que esto deseo yo siempre mucho. Mi confesor me dijo que no lo hiciese. Mas hasta ahora poco ha, si veía yo que una persona pensaba de mí bien mucho, por rodeos o como podía le daba a entender mis pecados, y con esto parece descansaba. También me han puesto mucho escrúpulo en esto.

16. Procedía esto no de humildad, a mi parecer, sino de una tentación venían muchas. Parecíame que a todos los traía engañados y, aunque es verdad que andan engañados en pensar que hay algún bien en mí, no era mi deseo engañarlos, ni jamás tal pretendí, sino que el Señor por algún fin lo permite; y así, aun con los confesores, si no viera era necesario, no tratara ninguna cosa, que se me hiciera gran escrúpulo.

Todos estos temorcillos y penas y sombra de humildad entiendo yo ahora era harta imperfección, y de no estar mortificada; porque un alma dejada en las manos de Dios no se le da más que digan bien que mal, si ella entiende bien bien entendido -como el Señor quiere hacerle merced que lo entienda- que no tiene nada de sí. Fíese de quien se lo da, que sabrá por qué lo descubre, y aparéjese a la persecución, que está cierta en los tiempos de ahora, cuando de alguna persona quiere el Señor se entienda que la hace semejantes mercedes; porque hay mil ojos para un alma de éstas, adonde para mil almas de otra hechura no hay ninguno.

17. A la verdad, no hay poca razón de temer, y éste debía ser mi temor, y no humildad, sino pusilanimidad. Porque bien se puede aparejar un alma que así permite Dios que ande en los ojos del mundo, a ser mártir del mundo, porque si ella no se quiere morir a él, el mismo mundo los matará. No veo, cierto, otra cosa en él que bien me parezca, sino no consentir faltas en los buenos que a poder de murmuraciones no las perfeccione. Digo que es menester más ánimo para, si uno no está perfecto, llevar camino de perfección, que para ser de presto mártires. Porque la perfección no se alcanza en breve, si no es a quien el Señor quiere por particular privilegio hacerle esta merced. El mundo, en viéndole comenzar, le quiere perfecto y de mil lenguas le entiende una falta que por ventura en él es virtud, y quien le condena usa de aquello mismo por vicio y así lo juzga en el otro. No ha de haber comer ni dormir ni, como dicen, resolgar; y mientras en más le tienen, más deben olvidar que aún se están en el cuerpo, por perfecta que tengan el alma. Viven aún en la tierra sujetos a sus miserias, aunque más la tengan debajo de los pies. Y así, como digo, es menester gran ánimo, porque la pobre alma aún no ha comenzado a andar, y quiérenla que vuele. Aún no tiene vencidas las pasiones, y quieren que en grandes ocasiones estén tan enteras como ellos leen estaban los santos después de confirmados en gracia.

Es para alabar al Señor lo que en esto pasa, y aun para lastimar mucho el corazón; porque muy muchas almas tornan atrás, que no saben las pobrecitas valerse. Y así creo hiciera la mía, si el Señor tan misericordiosamente no lo hiciera todo de su parte; y hasta que por su bondad lo puso todo, ya verá vuestra merced que no ha habido en mí sino caer y levantar.

18. Querría saberlo decir, porque creo se engañan aquí muchas almas que quieren volar antes que Dios les dé alas. Ya creo he dicho otra vez esta comparación, mas viene bien aquí. Trataré esto, porque veo a algunas almas muy afligidas por esta causa: como comienzan con grandes deseos y hervor y determinación de ir adelante en la virtud, y algunas cuanto a lo exterior todo lo dejan por El, como ven en otras personas, que son más crecidas, cosas muy grandes de virtudes que les da el Señor, que no nos la podemos nosotros tomar, ven en todos los libros que están escritos de oración y contemplación poner cosas que hemos de hacer para subir a esta dignidad, que ellos no las pueden luego acabar consigo, desconsuélanse. Como es: un no se nos dar nada que digan mal de nosotros, antes tener mayor contento que cuando dicen bien; una poca estima de honra; un desasimiento de sus deudos, que, si no tienen oración, no los querría tratar, antes le cansan; otras cosas de esta manera muchas, que, a mi parecer, las ha de dar Dios, porque me parece son ya bienes sobrenaturales o contra nuestra natural inclinación.

No se fatiguen; esperen en el Señor, que lo que ahora tienen en deseos Su Majestad hará que lleguen a tenerlo por obra, con oración y haciendo de su parte lo que es en sí; porque es muy necesario para este nuestro flaco natural tener gran confianza y no desmayar, ni pensar que, si nos esforzamos, dejaremos de salir con victoria.

19. Y porque tengo mucha experiencia de esto, diré algo para aviso de vuestra merced. No piense, aunque le parezca que sí, que está ya ganada la virtud, si no la experimenta con su contrario. Y siempre hemos de estar sospechosos y no descuidarnos mientras vivimos; porque mucho se nos pega luego, si -como digo- no está ya dada del todo la gracia para conocer lo que es todo, y en esta vida nunca hay todo sin muchos peligros.

Parecíame a mí, pocos años ha, que no sólo no estaba asida a mis deudos, sino que me cansaban. Y era cierto así, que su conversación no podía llevar. Ofrecióse cierto negocio de harta importancia, y hube de estar con una hermana mía a quien yo quería muy mucho antes y, puesto que en la conversación, aunque ella es mejor que yo, no me hacía con ella (porque como tiene diferente estado, que es casada, no puede ser la conversación siempre en lo que yo la querría, y lo más que podía me estaba sola), vi que me daban pena sus penas más harto que de prójimo, y algún cuidado. En fin, entendí de mí que no estaba tan libre como yo pensaba, y que aún había menester huir la ocasión, para que esta virtud que el Señor me había comenzado a dar fuese en crecimiento, y así con su favor lo he procurado hacer siempre después acá.

20. En mucho se ha de tener una virtud cuando el Señor la comienza a dar, y en ninguna manera ponernos en peligro de perderla. Así es en cosas de honra y en otras muchas; que crea vuestra merced que no todos los que pensamos estamos desasidos del todo, lo están, y es menester nunca descuidar en esto; y cualquiera persona que sienta en sí algún punto de honra, si quiere aprovechar, créame y dé tras este atamiento, que es una cadena que no hay lima que la quiebre, si no es Dios con oración y hacer mucho de nuestra parte. Paréceme que es una ligadura para este camino, que yo me espanto el daño que hace.

Veo a algunas personas santas en sus obras, que las hacen tan grandes que espantan las gentes. ¡Válgame Dios! ¿Por qué está aún en la tierra esta alma? ¿Cómo no está en la cumbre de la perfección? ¿Qué es esto? ¿Quién detiene a quien tanto hace por Dios? -¡Oh, que tiene un punto de honra…! Y lo peor que tiene es que no quiere entender que le tiene, y es porque algunas veces le hace entender el demonio que es obligado a tenerle.

21. Pues créanme, crean por amor del Señor a esta hormiguilla que el Señor quiere que hable, que si no quitan esta oruga, que ya que a todo el árbol no dañe (porque algunas otras virtudes quedarán, mas todas carcomidas), no es árbol hermoso, sino que él no medra, ni aun deja medrar a los que andan cabe él. Porque la fruta que da de buen ejemplo no es nada sana; poco durará.

Muchas veces lo digo: que por poco que sea el punto de honra, es como en el canto de órgano, que un punto o compás que se yerre, disuena toda la música. Y es cosa que en todas partes hace harto daño al alma, mas en este camino de oración es pestilencia.

22. Andas procurando juntarte con Dios por unión, y queremos seguir sus consejos de Cristo, cargado de injurias y testimonios, ¿y queremos muy entera nuestra honra y crédito? -No es posible llegar allá, que no van por un camino. Llega el Señor al alma, esforzándonos nosotros y procurando perder de nuestro derecho en muchas cosas.

Dirán algunos: «no tengo en qué ni se me ofrece». -Yo creo que a quien tuviere esta determinación, que no querrá el Señor pierda tanto bien. Su Majestad ordenará tantas cosas en que gane esta virtud que no quiera tantas. Manos a la obra.

23. Quiero decir las naderías y poquedades que yo hacía cuando comencé, o alguna de ellas: las pajitas que tengo dichas pongo en el fuego, que no soy yo para más. Todo lo recibe el Señor. Sea bendito por siempre.

Entre mis faltas tenía ésta: que sabía poco del rezado y de lo que había de hacer en el coro y cómo lo regir, de puro descuidada y metida en otras vanidades, y veía a otras novicias que me podían enseñar. Acaecíame no les preguntar, porque no entendiesen yo sabía poco. Luego se pone delante el buen ejemplo. Esto es muy ordinario. Ya que Dios me abrió un poco los ojos, aun sabiéndolo, tantito que estaba en duda, lo preguntaba a las niñas. Ni perdí honra ni crédito; antes quiso el Señor, a mi parecer, darme después más memoria.

Sabía mal cantar. Sentía tanto si no tenía estudiando lo que me encomendaban (y no por el hacer falta delante del Señor, que esto fuera virtud, sino por las muchas que me oían), que de puro honrosa me turbaba tanto, que decía muy menos de lo que sabía.

Tomé después por mí, cuando no lo sabía muy bien, decir que no lo sabía. Sentía harto a los principios, y después gustaba de ello. Y es así que como comencé a no se me dar nada de que se entendiese no lo sabía, que lo decía muy mejor, y que la negra honra me quitaba supiese hacer esto que yo tenía por honra, que cada uno la pone en lo que quiere.

24. Con estas naderías, que no son nada – y harto nada soy yo, pues esto me daba pena- de poco en poco se van haciendo con actos. Y cosas poquitas como éstas, que en ser hechas por Dios les da Su Majestad tomo, ayuda Su Majestad para cosas mayores. Y así en cosas de humildad me acaecía que, de ver que todas aprovechaban sino yo -porque nunca fui para nada- de que se iban del coro, coger todos los mantos; parecíame servía a aquellos ángeles que allí alababan a Dios. Hasta que, no sé cómo, vinieron a entenderlo, que no me corrí yo poco; porque no llegaba mi virtud a querer que entendiesen estas cosas, y no debía ser por humilde, sino porque no se riesen de mí, como eran tan nonada.

25. ¡Oh Señor mío!, ¡qué vergüenza es ver tantas maldades, y contar unas arenitas, que aun no las levantaba de la tierra por vuestro servicio, sino que todo iba envuelto en mil miserias! No manaba aún el agua, debajo de estas arenas, de vuestra gracia, para que las hiciese levantar. ¡Oh Criador mío, quién tuviera alguna cosa que contar, entre tantos males, que fuera de tomo, pues cuento las grandes mercedes que he recibido de Vos! Es así, Señor mío, que no sé cómo puede sufrirlo mi corazón, ni cómo podrá quien esto leyere dejarme de aborrecer, viendo tan mal servidas tan grandísimas mercedes, y que no he vergüenza de contar estos servicios, en fin, como míos. – Sí tengo, Señor mío; mas el no tener otra cosa que contar de mi parte me hace decir tan bajos principios, para que tenga esperanza quien los hiciere grandes, que, pues éstos parece ha tomado el Señor en cuenta, los tomará mejor. Plega a Su Majestad me dé gracia para que no esté siempre en principios. Amén.
– ir a índice –

CAPÍTULO 32.
En que trata cómo quiso el Señor ponerla en espíritu en un lugar del infierno que tenía por sus pecados merecido. – Cuenta una cifra de lo que allí se lo representó para lo que fue. – Comienza a tratar la manera y modo cómo se fundó el monasterio, adonde ahora está, de San José.

1. Después de mucho tiempo que el Señor me había hecho ya muchas de las mercedes que he dicho y otras muy grandes, estando un día en oración me hallé en un punto toda, sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue en brevísimo espacio, mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme.

Parecíame la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy bajo y oscuro y angosto. El suelo me pareció de un agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una concavidad metida en una pared, a manera de una alacena, adonde me vi
meter en mucho estrecho.

Todo esto era deleitoso a la vista en comparación de lo que allí sentí. Esto que he dicho va mal encarecido.

2. Estotro me parece que aun principio de encarecerse como es no le puede haber, ni se puede entender; mas sentí un fuego en el alma, que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera que es. Los dolores corporales tan incomportables, que, con haberlos pasado en esta vida gravísimos y, según dicen los médicos, los mayores que se pueden acá pasar (porque fue encogérseme todos los nervios cuando me tullí, sin otros muchos de muchas maneras que he tenido, y aun algunos, como he dicho, causados del demonio), no es todo nada en comparación de lo que allí sentí, y ver que habían de ser sin fin y sin jamás cesar.

Esto no es, pues, nada en comparación del agonizar del alma: un apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sentible y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no sé cómo lo encarecer. Porque decir que es un estarse siempre arrancando el alma, es poco, porque aun parece que otro os acaba la vida; mas aquí el alma misma es la que se despedaza.

El caso es que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior y aquel desesperamiento, sobre tan gravísimos tormentos y dolores. No veía yo quién me los daba, mas sentíame quemar y desmenuzar, a lo que me parece. Y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor.

3. Estando en tan pestilencial lugar, tan sin poder esperar consuelo, no hay sentarse ni echarse, ni hay lugar, aunque me pusieron en éste como agujero hecho en la pared. Porque estas paredes, que son espantosas a la vista, aprietan ellas mismas, y todo ahoga. No hay luz, sino todo tinieblas oscurísimas. Yo no entiendo cómo puede ser esto, que con no haber luz, lo que a la vista ha de dar pena todo se ve.

No quiso el Señor entonces viese más de todo el infierno. Después he visto otra visión de cosas espantosas, de algunos vicios el castigo. Cuanto a la vista, muy más espantosos me parecieron, mas como no sentía la pena, no me hicieron tanto temor; que en esta visión quiso el Señor que verdaderamente yo sintiese aquellos tormentos y aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo estuviera padeciendo.

Yo no sé cómo ello fue, mas bien entendí ser gran merced y que quiso el Señor yo viese por vista de ojos de dónde me había librado su misericordia. Porque no es nada oírlo decir, ni haber yo otras veces pensado en diferentes tormentos (aunque pocas, que por temor no se llevaba bien mi alma), ni que los demonios atenazan, ni otros diferentes tormentos que he leído, no es nada con esta pena, porque es otra cosa. En fin como de dibujo a la verdad, y el quemarse acá es muy poco en comparación de este fuego de allá.

4. Yo quedé tan espantada, y aún lo estoy ahora escribiéndolo, con que ha casi seis años, y es así que me parece el calor natural me falta de temor aquí adonde estoy. Y así no me acuerdo vez que tengo trabajo ni dolores, que no me parece nonada todo lo que acá se puede pasar, y así me parece en parte que nos quejamos sin propósito. Y así torno a decir que fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho, así para perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida, como para esforzarme a padecerlas y dar graciasal Señor que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y terribles.

5. Después acá, como digo, todo me parece fácil en comparación de un momento que se haya de sufrir lo que yo en él allí padecí. Espántame cómo habiendo leído muchas veces libros adonde se da algo a entender las penas del infierno, cómo no las temía ni tenía en lo que son. ¿Adónde estaba? ¿Cómo me podía dar cosa descanso de lo que me acarreaba ir a tan mal lugar? ¡Seáis bendito, Dios mío, por siempre! Y ¡cómo se ha parecido que me queríais Vos mucho más a mí que yo me quiero! ¡Qué de veces, Señor, me librasteis de cárcel tan tenebrosa, y cómo me tornaba yo a meter en ella contra vuestra voluntad!

6. De aquí también gané la grandísima pena que me da las muchas almas que se condenan (de estos luteranos en especial, porque eran ya por el bautismo miembros de la Iglesia), y los ímpetus grandes de aprovechar almas, que me parece, cierto, a mí que, por librar una sola de tan gravísimos tormentos, pasaría yo muchas muertes muy de buena gana. Miro que, si vemos acá una persona que bien queremos, en especial con un gran trabajo o dolor, parece que nuestro mismo natural nos convida a compasión y, si es grande, nos aprieta a nosotros. Pues ver a un alma para sin fin en el sumo trabajo de los trabajos, ¿quién lo ha de poder sufrir? No hay corazón que lo lleve sin gran pena. Pues acá con saber que, en fin, se acabará con la vida y que ya tiene término, aun nos mueve a tanta compasión, estotro que no le tiene no sé cómo podemos sosegar viendo tantas almas como lleva cada día el demonio consigo.

7. Esto también me hace desear que, en cosa que tanto importa, no nos contentemos con menos de hacer todo lo que pudiéremos de nuestra parte. No dejemos nada, y plega al Señor sea servido de darnos gracia para ello.

Cuando yo considero que, aunque era tan malísima, traía algún cuidado de servir a Dios y no hacía algunas cosas que veo que, como quien no hace nada, se las tragan en el mundo y, en fin, pasaba grandes enfermedades y con mucha paciencia, que me la daba el Señor; no era inclinada a murmurar, ni a decir mal de nadie, ni me parece podía querer mal a nadie, ni era codiciosa, ni envidia jamás me acuerdo tener de manera que fuese ofensa grave del Señor, y otras algunas cosas, que, aunque era tan ruin, traía temor de Dios lo más continuo; y veo adonde me tenían ya los demonios aposentada, y es verdad que, según mis culpas, aun me parece merecía más castigo. Mas, con todo, digo que era terrible tormento, y que es peligrosa cosa contentarnos, ni traer sosiego ni contento el alma que anda cayendo a cada paso en pecado mortal; sino que por amor de Dios nos quitemos de las ocasiones, que el Señor nos ayudará como ha hecho a mí. Plega a Su Majestad que no me deje de su mano para que yo torne a caer, que ya tengo visto adónde he de ir a parar. No lo permita el Señor, por quien Su Majestad es, amén.

8. Andando yo, después de haber visto esto y otras grandes cosas y secretos que el Señor, por quien es, me quiso mostrar de la gloria que se dará a los buenos y pena a los malos, deseando modo y manera en que pudiese hacer penitencia de tanto mal y merecer algo para ganar tanto bien, deseaba huir de gentes y acabar ya de en todo en todo apartarme del mundo. No sosegaba mi espíritu, mas no desasosiego inquieto, sino sabroso. Bien se veía que era de Dios, y que le había dado Su Majestad al alma calor para digerir otros manjares más gruesos de los que comía.

9. Pensaba qué podría hacer por Dios. Y pensé que lo primero era seguir el llamamiento que Su majestad me había hecho a religión, guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese. Y aunque en la casa adonde estaba había muchas siervas de Dios y era harto servido en ella, a causa de tener gran necesidad salían las monjas muchas veces a partes adonde con toda honestidad y religión podíamos estar; y también no estaba fundada en su primer rigor la Regla, sino guardábase conforme a lo que en toda la Orden, que es con bula de relajación. Y también otros inconvenientes, que me parecía a mí tenía mucho regalo, por ser la casa grande y deleitosa. Mas este inconveniente de salir, aunque yo era la que mucho lo usaba, era grande para mí ya, porque algunas personas, a quien los prelados no podían decir de no, gustaban estuviese yo en su compañía, e, importunados, mandábanmelo. Y así, según se iba ordenando, pudiera poco estar en el monasterio, porque el demonio en parte debía ayudar para que no estuviese en casa, que todavía, como comunicaba con algunas lo que los que me trataban me enseñaban, hacíase gran provecho.

10. Ofrecióse una vez, estando con una persona, decirme a mí y a otras que si no seríamos para ser monjas de la manera de las descalzas, que aun posible era poder hacer un monasterio. Yo, como andaba en estos deseos, comencélo a tratar con aquella señora mi compañera viuda que ya he dicho, que tenía el mismo deseo. Ella comenzó a dar trazas para darle renta, que ahora veo yo que no llevaban mucho camino y el deseo que de ello teníamos nos hacía parecer que sí.

Mas yo, por otra parte, como tenía tan grandísimo contento en la casa que estaba, porque era muy a mi gusto y la celda en que estaba hecha muy a mi propósito, todavía me detenía. Con todo concertamos de encomendarlo mucho a Dios.

11. Habiendo un día comulgado, mandóme mucho Su Majestad lo procurase con todas mis fuerzas, haciéndome grandes promesas de que no se dejaría de hacer el monasterio, y que se serviría mucho en él, y que se llamase San José, y que a la una puerta nos guardaría él y nuestra Señora la otra, y que Cristo andaría con nosotras, y que sería una estrella que diese de sí gran resplandor, y que, aunque las religiones estaban relajadas, que no pensase se servía poco en ellas; que qué sería del mundo si no fuese por los religiosos; que dijese a mi confesor esto que me mandaba, y que le rogaba El que no fuese contra ello ni me lo estorbase.

12. Era esta visión con tan grandes efectos, y de tal manera esta habla que me hacía el Señor, que yo no podía dudar que era El. Yo sentí grandísima pena, porque en parte se me representaron los grandes desasosiegos y trabajos que me había de costar, y como estaba contentísima en aquella casa; que, aunque antes lo trataba, no era con tanta determinación ni certidumbre que sería. Aquí parecía se me ponía apremio y, como veía comenzaba cosa de gran desasosiego, estaba en duda de lo que haría. Mas fueron muchas veces las que el Señor me tornó a hablar en ello, poniéndome delante tantas causas y razones que yo veía ser claras y que era su voluntad, que ya no osé hacer otra cosa sino decirlo a mi confesor, y dile por escrito todo lo que pasaba.

13. El no osó determinadamente decirme que lo dejase, mas veía que no llevaba camino conforme a razón natural, por haber poquísima y casi ninguna posibilidad en mi compañera, que era la que lo había de hacer. Díjome que lo tratase con mi prelado, y que lo que él hiciese, eso hiciese yo.

Yo no trataba estas visiones con el prelado, sino aquella señora trató con él que quería hacer este monasterio. Y el provincial vino muy bien en ello, que es amigo de toda religión, y diole todo el favor que fue menester, y díjole que él admitiría la casa. Trataron de la renta que había de tener. Y nunca queríamos fuesen más de trece por muchas causas.

Antes que lo comenzásemos a tratar, escribimos al santo Fray Pedro de Alcántara todo lo que pasaba, y aconsejónos que no lo dejásemos de hacer, y dionos su parecer en todo.

14. No se hubo comenzado a saber por el lugar, cuando no se podrá escribir en breve la gran persecución que vino sobre nosotras, los dichos, las risas, el decir que era disparate. A mí, que bien me estaba en mi monasterio. A la mi compañera tanta persecución, que la traían fatigada. Yo no sabía qué me hacer. En parte me parecía que tenían razón.

Estando así muy fatigada encomendándome a Dios, comenzó Su majestad a consolarme y a animarme. Díjome que aquí vería lo que habían pasado los santos que habían fundado las Religiones; que mucha más persecución tenía por pasar de las que yo podía pensar; que no se nos diese nada. Decíame algunas cosas que dijese a mi compañera; y lo que más me espantaba yo es que luego quedábamos consoladas de lo pasado y con ánimo para resistir a todos. Y es así que de gente de oración y todo, en fin, el lugar no había casi persona que entonces no fuese contra nosotras y le pareciese grandísimo disparate.

15. Fueron tantos los dichos y el alboroto de mi mismo monasterio, que al Provincial le pareció recio ponerse contra todos, y así mudó el parecer y no la quiso admitir. Dijo que la renta no era segura y que era poca, y que era mucha la contradicción. Y en todo parece tenía razón. Y, en fin, lo dejó y no lo quiso admitir.

Nosotras, que ya parecía teníamos recibidos los primeros golpes, dionos muy gran pena; en especial me la dio a mí de ver al Provincial contrario, que, con quererlo él, tenía yo disculpa con todos. A la mi compañera ya no la querían absolver si no lo dejaba, porque decían era obligada a quitar el escándalo.

16. Ella fue a un gran letrado muy gran siervo de Dios, de la Orden de Santo Domingo, a decírselo y darle cuenta de todo. Esto fue aun antes que el Provincial lo tuviese dejado, porque en todo el lugar no teníamos quien nos quisiese dar parecer. Y así decían que sólo era por nuestras cabezas. Dio esta señora relación de todo y cuenta de la renta que tenía de su mayorazgo a este santo varón, con harto deseo nos ayudase, porque era el mayor letrado que entonces había en el lugar, y pocos más en su Orden. Yo le dije todo lo que pensábamos hacer y algunas causas. No le dije cosa de revelación ninguna, sino las razones naturales que me movían, porque no quería yo nos diese parecer sino conforme a ellas.

El nos dijo que le diésemos de término ocho días para responder, y que si estábamos determinadas a hacer lo que él dijese. Yo le dije que sí; mas aunque yo esto decía y me parece lo hiciera (porque no veía camino por entonces de llevarlo adelante), nunca jamás se me quitaba una seguridad de que se había de hacer. Mi compañera tenía más fe; nunca ella, por cosa que la dijesen, se determinaba a dejarlo.

17. Yo, aunque como digo me parecía imposible dejarse de hacer, de tal manera creo ser verdadera la revelación, como no vaya contra lo que está en la Sagrada Escritura o contra las leyes de la Iglesia que somos obligadas a hacer. Porque, aunque a mí verdaderamente me parecía era de Dios, si aquel letrado me dijera que no lo podíamos hacer sin ofenderle y que íbamos contra conciencia, paréceme luego me apartara de ello o buscara otro medio. Mas a mí no me daba el señor sino éste.

Decíame después este siervo de Dios que lo había tomado a cargo con toda determinación de poner mucho en que nos apartásemos de hacerlo, porque ya había venido a su noticia el clamor del pueblo, y también le parecía desatino, como a todos, y en sabiendo habíamos ido a él, le envió a avisar un caballero que mirase lo que hacía, que no nos ayudase. Y que, en comenzando a mirar en lo que nos había de responder y a pensar en el negocio y el intento que llevábamos y manera de concierto y religión, se le asentó ser muy en servicio de Dios, y que no había de dejar de hacerse.

Y así nos respondió nos diésemos prisa a concluirlo, y dijo la manera y traza que se había de tener; y aunque la hacienda era poca, que algo se había de fiar de Dios; que quien lo contradijese fuese a él, que él respondería. Y así siempre nos ayudó, como después diré.

18. Con esto fuimos muy consoladas y con que algunas personas santas, que nos solían ser contrarias, estaban ya más aplacadas, y algunas nos ayudaban.

Entre ellas era el caballero santo, de quien ya he hecho mención, que, como lo es y le parecía llevaba camino de tanta perfección, por ser todo nuestro fundamento en oración, aunque los medios le parecían muy dificultosos y sin camino, rendía su parecer a que podía ser cosa de Dios, que el mismo señor le debía mover.

Y así hizo al maestro, que es el clérigo siervo de Dios que dije que había hablado primero, que es espejo de todo el lugar, como persona que le tiene Dios en él para remedio y aprovechamiento de muchas almas, y ya venía en ayudarme en el negocio.

Y estando en estos términos y siempre con ayuda de muchas oraciones y teniendo comprada ya la casa en buena parte, aunque pequeña…; mas de esto a mí no se me daba nada, que me había dicho el Señor que entrase como pudiese, que después yo vería lo que Su majestad hacía. ¡Y cuán bien que lo he visto! Y así, aunque veía ser poca la renta, tenía creído el Señor lo había por otros medios de ordenar y favorecernos.
– ir a índice –

CAPÍTULO 33
Procede en la misma materia de la fundación del glorioso San José.- Dice cómo le mandaron que no entendiese en ella y el tiempo que lo dejó y algunos trabajos que tuvo, y cómo la consolaba en ellos el Señor.

1. Pues estando los negocios en este estado y tan al punto de acabarse que otro día se habían de hacer las escrituras, fue cuando el Padre Provincial nuestro mudó parecer. Creo fue movido por ordenación divina, según después ha parecido; porque como las oraciones eran tantas, iba el Señor perfeccionando la obra y ordenando que se hiciese de otra suerte. Como él no lo quiso admitir, luego mi confesor me mandó no entendiese más en ello, con que sabe el Señor los grandes trabajos y aflicciones que hasta traerlo a aquel estado me había costado.

2. Como se dejó y quedó así, confirmóse más ser todo disparate de mujeres y a crecer la murmuración sobre mí, con habérmelo mandado hasta entonces mi Provincial.

Estaba muy malquista en todo mi monasterio, porque quería hacer monasterio más encerrado. Decían que las afrentaba, que allí podía también servir a Dios, pues había otras mejores que yo; que no tenía amor a la casa, que mejor era procurar renta para ella que para otra parte. Unas decían que me echasen en la cárcel; otras, bien pocas, tornaban algo de mí.

Yo bien veía que en muchas cosas tenían razón, y algunas veces dábales descuento; aunque, como no había de decir lo principal, que era mandármelo el Señor, no sabía qué hacer, y así callaba otras. Hacíame Dios muy gran merced que todo esto no me daba inquietud, sino con tanta facilidad y contento lo dejé como si no me hubiera costado nada. Y esto no lo podía nadie creer, ni aun las mismas personas de oración que me trataban, sino que pensaban estaba muy penada y corrida, y aun mi mismo confesor no lo acababa de creer. Yo, como me parecía había hecho todo lo que había podido, parecíame no era más obligada para lo que me había mandado el Señor, y quedábame en la casa, que yo estaba muy contenta y a mi placer. Aunque jamás podía dejar de creer que había de hacerse, yo no veía ya medio, ni sabía cómo ni cuándo, mas teníalo muy cierto.

3. Lo que mucho me fatigó fue una vez que mi confesor, como si yo hubiera hecho cosa contra su voluntad (también debía el Señor querer que de aquella parte que más me había de doler no me dejase de venir trabajo), y así en esta multitud de persecuciones que a mí me parecía había de venirme de él consuelo, me escribió que ya vería que era todo sueño en lo que había sucedido, que me enmendase de allí adelante en no querer salir con nada ni hablar más en ello, pues veía el escándalo que había sucedido, y otras cosas, todas para dar pena.

Esto me la dio mayor que todo junto, pareciéndome si había sido yo ocasión y tenido culpa en que se ofendiese, y que, si estas visiones eran ilusión, que toda la oración que tenía era engaño, y que yo andaba muy engañada y perdida. Apretóme esto en tanto extremo, que estaba toda turbada y con grandísima aflicción. Mas el Señor, que nunca me faltó, que en todos estos trabajos que he contado hartas veces me consolaba y esforzaba -que no hay para qué lo decir aquí-, me dijo entonces que no me fatigase, que yo había mucho servido a Dios y no ofendídole en aquel negocio; que hiciese lo que me mandaba el confesor en callar por entonces, hasta que fuese tiempo de tornar a ello. Quedé tan consolada y contenta, que me parecía todo nada la persecución que había sobre mí.

4. Aquí me enseñó el Señor el grandísimo bien que es pasar trabajos y persecuciones por El, porque fue tanto el acrecentamiento que vi en mi alma de amor de Dios y otras muchas cosas, que yo me espantaba; y esto me hace no poder dejar de desear trabajos. Y las otras personas pensaban que estaba muy corrida, y sí estuviera si el Señor no me favoreciera en tanto extremo con merced tan grande. Entonces me comenzaron más grandes los ímpetus de amor de Dios que tengo dicho y mayores arrobamientos, aunque yo callaba y no decía a nadie estas ganancias. El santo varón dominico no dejaba de tener por tan cierto como yo que se había de hacer; y como yo no quería entender en ello por no ir contra la obediencia de mi confesor, negociábalo él con mi compañera y escribían a Roma y daban trazas.

5. También comenzó aquí el demonio, de una persona en otra, procurar se entendiese que había yo visto alguna revelación en este negocio, e iban a mí con mucho miedo a decirme que andaban los tiempos recios y que podría ser me levantasen algo y fuesen a los inquisidores.

A mí me cayó esto en gracia y me hizo reír, porque en este caso jamás yo temí, que sabía bien de mí que en cosa de la fe contra la menor ceremonia de la Iglesia que alguien viese yo iba, por ella o por cualquier verdad de la Sagrada Escritura me pondría yo a morir mil muertes. Y dije que de eso no temiesen; que harto mal sería para mi alma, si en ella hubiese cosa que fuese de suerte que yo temiese la Inquisición; que si pensase había para qué, yo me la iría a buscar; y que si era levantado, que el Señor me libraría y quedaría con ganancia.

6. Y tratélo con este Padre mío dominico que -como digo- era tan letrado que podía bien asegurar con lo que él me dijese, y díjele entonces todas las visiones y modo de oración y las grandes mercedes que me hacía el Señor, con la mayor claridad que pude, y supliquéle lo mirase muy bien, y me dijese si había algo contra la Sagrada Escritura y lo que de todo sentía. El me aseguró mucho y, a mi parecer, le hizo provecho; porque aunque él era muy bueno, de ahí adelante se dio mucho más a la oración y se apartó en un monasterio de su Orden, adonde hay mucha soledad, para mejor poder ejercitarse en esto adonde estuvo más de dos años, y sacóle de allí la obediencia -que sintió harto- porque le hubieron menester, como era persona tal.

Yo en parte sentí mucho cuando se fue -aunque no se lo estorbé-, por la gran falta que me hacía. Mas entendí su ganancia; porque estando con harta pena de su ida, me dijo el Señor que me consolase y no la tuviese, que bien guiado iba.

Vino tan aprovechada su alma de allí y tan adelante en aprovechamiento de espíritu, que me dijo, cuando vino, que por ninguna cosa quisiera haber dejado de ir allí. Y yo también podía decir lo mismo; porque lo que antes me aseguraba y consolaba con solas sus letras, ya lo hacía también con la experiencia de espíritu, que tenía harta de cosas sobrenaturales. Y trájole Dios a tiempo que vio Su Majestad había de ser menester para ayudar a su obra de este monasterio que quería Su Majestad se hiciese.

Pues estuve en este silencio y no entendiendo ni hablando en este negocio cinco o seis meses, y nunca el Señor me lo mandó. Yo no entendía qué era la causa, mas no se me podía quitar del pensamiento que se había de hacer.

7. Al fin de este tiempo, habiéndose ido de aquí el rector que estaba en la Compañía de Jesús, trajo Su Majestad aquí otro muy espiritual y de gran ánimo y entendimiento y buenas letras, a tiempo que yo estaba con harta necesidad; porque, como el que me confesaba tenía superior y ellos tienen esta virtud en extremo de no se bullir sino conforme a la voluntad de su mayor, aunque él entendía bien mi espíritu y tenía deseo de que fuese muy adelante, no se osaba en algunas cosas determinar, por hartas causas que para ello tenía. Y ya mi espíritu iba con ímpetus tan grandes, que sentía mucho tenerle atado y, con todo, no salía de lo que me mandaba.

8. Estando un día con gran aflicción de parecerme el confesor no me creía, díjome el Señor que no me fatigase, que presto se acabaría aquella pena. Yo me alegré mucho pensando que era que me había de morir presto, y traía mucho contento cuando se me acordaba. Después vi claro era la venida de este rector que digo; porque aquella pena nunca más se ofreció en qué la tener, a causa de que el rector que vino no iba a la mano al ministro que era mi confesor, antes le decía que me consolase y que no había de qué temer y que no me llevase por camino tan apretado, que dejase obrar el espíritu del Señor, que a veces parecía con estos grandes ímpetus de espíritu no le quedaba al alma cómo resolgar.

9. Fueme a ver este rector, y mandóme el confesor tratase con él con toda libertad y claridad. Yo solía sentir grandísima contradicción en decirlo. Y es así que, en entrando en el confesonario, sentí en mi espíritu un no sé qué, que antes ni después no me acuerdo haberlo con nadie sentido, ni yo sabré decir cómo fue, ni por comparaciones podría. Porque fue un gozo espiritual y un entender mi alma que aquella alma la había de entender y que conformaba con ella, aunque -como digo- no entiendo cómo; porque si le hubiera hablado o me hubieran dado grandes nuevas de él, no era mucho darme gozo en entender que había de entenderme; mas ninguna palabra él a mí ni yo a él nos habíamos hablado, ni era persona de quien yo tenía antes ninguna noticia. Después he visto bien que no se engañó mi espíritu, porque de todas maneras ha hecho gran provecho a mí y a mi alma tratarle. Porque su trato es mucho para personas que ya parece el Señor tiene ya muy adelante, porque él las hace correr y no ir paso a paso; y su modo es para desasirlas de todo y mortificarlas, que en esto le dio el Señor grandísimo talento también como en otras muchas cosas.

10. Como le comencé a tratar, luego entendí su estilo y vi ser un alma pura, santa y con don particular del Señor para conocer espíritus. Consoléme mucho.

Desde a poco que le trataba, comenzó el Señor a tornarme a apretar que tornase a tratar el negocio del monasterio y que dijese a mi confesor y a este rector muchas razones y cosas para que no me lo estorbasen; y algunas los hacía temer, porque este padre rector nunca dudó en que era espíritu de Dios, porque con mucho estudio y cuidado miraba todos los efectos. En fin de muchas cosas, no se osaron atrever a estorbármelo.

11. Tornó mi confesor a darme licencia que pusiese en ello todo lo que pudiese. Yo bien veía al trabajo que me ponía, por ser muy sola y tener poquísima posibilidad. Concertamos se tratase con todo secreto, y así procuré que una hermana mía que vivía fuera de aquí comprase la casa y la labrase como que era para sí, con dineros que el Señor dio por algunas vías para comprarla, que sería largo de contar cómo el Señor lo fue proveyendo; porque yo traía gran cuenta de no hacer cosa contra obediencia; mas sabía que, si lo decía a mis prelados, era todo perdido, como la vez pasada, y aun ya fuera peor.

12. En tener los dineros, en procurarlo, en concertarlo y hacerlo labrar, pasé tantos trabajos y algunos bien a solas, aunque mi compañera hacía lo que podía, mas podía poco, y tan poco que era casi nonada, más de hacerse en su nombre y con su favor, y todo el más trabajo era mío, de tantas maneras, que ahora me espanto cómo lo pude sufrir. Algunas veces afligida decía: «Señor mío, ¿cómo me mandáis cosas que parecen imposibles? que, aunque fuera mujer, ¡si tuviera libertad…!; mas atada por tantas partes, sin dineros ni de dónde los tener, ni para Breve, ni para nada, ¿qué puedo yo hacer, Señor?».

Una vez estando en una necesidad que no sabía qué me hacer ni con qué pagar unos oficiales, me apareció San José, mi verdadero padre y señor, y me dio a entender que no me faltarían, que los concertase. Y así lo hice sin ninguna blanca, y el Señor, por maneras que se espantaban los que lo oían, me proveyó.

Hacíaseme la casa muy chica, porque lo era tanto, que no parece llevaba camino ser monasterio, y quería comprar otra (ni había con qué, ni había manera para comprarse, ni sabía qué me hacer) que estaba junto a ella, también harto pequeña, para hacer la iglesia; y acabando un día de comulgar, díjome el Señor: Ya te he dicho que entres como pudieres. Y a manera de exclamación también me dijo: ¡Oh codicia del género humano, que aun tierra piensas que te ha de faltar! ¡Cuántas veces dormí yo al sereno por no tener adonde me meter!. Yo quedé muy espantada y vi que tenía razón. Y voy a la casita y tracéla y hallé, aunque bien pequeño, monasterio cabal, y no curé de comprar más sitio, sino procuré se labrase en ella de manera que se pueda vivir, todo tosco y sin labrar, no más de como no fuese dañoso a la salud, y así se ha de hacer siempre.

13. El día de Santa Clara, yendo a comulgar, se me apareció con mucha hermosura. Díjome que me esforzase y fuese adelante en lo comenzado, que ella me ayudaría. Yo la tomé gran devoción, y ha salido tan verdad, que un monasterio de monjas de su Orden que está cerca de éste, nos ayuda a sustentar; y lo que ha sido más, que poco a poco trajo este deseo mío a tanta perfección, que en la pobreza que la bienaventurada Santa tenía en su casa, se tiene en ésta, y vivimos de limosna; que no me ha costado poco trabajo que sea con toda firmeza y autoridad del Padre Santo que no se pueda hacer otra cosa, ni jamás haya renta. Y más hace el Señor, y debe por ventura ser por ruegos de esta bendita Santa, que sin demanda ninguna nos provee Su Majestad muy cumplidamente lo necesario. Sea bendito por todo, amén.

14. Estando en estos mismos días, el de nuestra Señora de la Asunción, en un monasterio de la Orden del glorioso Santo Domingo, estaba considerando los muchos pecados que en tiempos pasados había en aquella casa confesado y cosas de mi ruin vida. Vínome un arrobamiento tan grande, que casi me sacó de mí. Sentéme, y aun paréceme que no pude ver alzar ni oír misa, que después quedé con escrúpulo de esto. Parecióme, estando así, que me veía vestir una ropa de mucha blancura y claridad, y al principio no veía quién me la vestía. Después vi a nuestra Señora hacia el lado derecho y a mi padre San José al izquierdo, que me vestían aquella ropa. Dióseme a entender que estaba ya limpia de mis pecados. Acabada de vestir, y yo con grandísimo deleite y gloria, luego me pareció asirme de las manos nuestra Señora: díjome que la daba mucho contento en servir al glorioso San José, que creyese que lo que pretendía del monasterio se haría y en él se serviría mucho el Señor y ellos dos; que no temiese habría quiebra en esto jamás, aunque la obediencia que daba no fuese a mi gusto, porque ellos nos guardarían, y que ya su Hijo nos había prometido andar con nosotras; que para señal que sería esto verdad me daba aquella joya. Parecíame haberme echado al cuello un collar de oro muy hermoso, asida una cruz a él de mucho valor. Este oro y piedras es tan diferente de lo de acá, que no tiene comparación; porque es su hermosura muy diferente de lo que podemos acá imaginar, que no alcanza el entendimiento a entender de qué era la ropa ni cómo imaginar el blanco que el Señor quiere que se represente, que parece todo lo de acá como un dibujo de tizne, a manera de decir.

Era grandísima la hermosura que vi en nuestra Señora, aunque por figuras no determiné ninguna particular, sino toda junta la hechura del rostro, vestida de blanco con grandísimo resplandor, no que deslumbra, sino suave. Al glorioso San José no vi tan claro, aunque bien vi que estaba allí, como las visiones que he dicho que no se ven. Parecíame nuestra Señora muy niña.

Estando así conmigo un poco, y yo con grandísima gloria y contento, más a mi parecer que nunca le había tenido y nunca quisiera quitarme de él, parecióme que los veía subir al cielo con mucha multitud de ángeles.

15. Yo quedé con mucha soledad, aunque tan consolada y elevada y recogida en oración y enternecida, que estuve algún espacio que menearme ni hablar no podía, sino casi fuera de mí. Quedé con un ímpetu grande de deshacerme por Dios y con tales efectos, y todo pasó de suerte que nunca pude dudar, aunque mucho lo procurase, no ser cosa de Dios. Dejóme consoladísima y con mucha paz.

16. En lo que dijo la Reina de los Ángeles de la obediencia, es que a mí se me hacía de mal no darla a la Orden, y habíame dicho el Señor que no convenía dársela a ellos. Diome las causas para que en ninguna manera convenía lo hiciese, sino que enviase a Roma por cierta vía, que también me dijo, que El haría viniese recado por allí. Y así fue, que se envió por donde el Señor me dijo -que nunca acabábamos de negociarlo- y vino muy bien. Y para las cosas que después han sucedido, convino mucho se diese la obediencia al Obispo. Mas entonces no le conocía yo, ni aun sabía qué prelado sería, y quiso el Señor fuese tan bueno y favoreciese tanto esta casa, como ha sido menester para la gran contradicción que ha habido en ella -como después diré- y para ponerla en el estado que está. Bendito sea El que así lo ha hecho todo, amén.
– ir a índice –

CAPÍTULO 34
Trata cómo en este tiempo convino que se ausentase de este lugar. – Dice la causa y cómo la mandó ir su prelado para consuelo de una señora muy principal que estaba muy afligida. – Comienza a tratar lo que allá le sucedió y la gran merced que el Señor la hizo de ser medio para que Su Majestad despertase a una persona muy principal para servirle muy de veras, y que ella tuviese favor y amparo después en él. – Es mucho de notar.

1. Pues por mucho cuidado que yo traía para que no se entendiese, no podía hacerse tan secreto toda esta obra, que no se entendiese mucho en algunas personas. Unas lo creían y otras no. Yo temía harto que, venido el Provincial, si algo le dijesen de ello, me había de mandar no entender en ello, y luego era todo cesado.

Proveyólo el Señor de esta manera: que se ofreció en un lugar grande, más de veinte leguas de éste, que estaba una señora muy afligida a causa de habérsele muerto su marido. Estábalo en tanto extremo, que se temía su salud. Tuvo noticia de esta pecadorcilla, que lo ordenó el Señor así, que la dijesen bien de mí para otros bienes que de aquí sucedieron. Conocía esta señora mucho al Provincial, y como era persona principal y supo que yo estaba en monasterio que salían, pónele el Señor tan gran deseo de verme, pareciéndole que se consolaría conmigo, que no debía ser en su mano, sino luego procuró, por todas las vías que pudo, llevarme allá, enviando al Provincial, que estaba bien lejos. El me envió un mandamiento, con precepto de obediencia, que luego fuese con otra compañera. Yo lo supe la noche de Navidad.

Hízome algún alboroto y mucha pena ver que, por pensar que había en mí algún bien, me quería llevar, que, como yo me veía tan ruin no podía sufrir esto.

2. Encomendándome mucho a Dios, estuve todos los maitines, o gran parte de ellos, en gran arrobamiento. Díjome el Señor que no dejase de ir y que no escuchase pareceres, porque pocos me aconsejarían sin temeridad; que, aunque tuviese trabajos, se serviría mucho Dios, y que para este negocio del monasterio convenía ausentarme hasta ser venido el Breve; porque el demonio tenía armada una gran trama, venido el Provincial; que no temiese de nada, que El me ayudaría allá.

Yo quedé muy esforzada y consolada. Díjelo al rector. Díjome que en ninguna manera dejase de ir, porque otros me decían que no se sufría, que era invención del demonio para que allá me viniese algún mal: que tornase a enviar al Provincial.

Yo obedecí al rector, y con lo que en la oración había entendido iba sin miedo aunque no sin grandísima confusión de ver el título con que me llevaban y cómo se engañaban tanto. Esto me hacía importunar más al Señor para que no me dejase. Consolábame mucho que había casa de la Compañía de Jesús en aquel lugar adonde iba y, con estar sujeta a lo que me mandasen, como lo estaba acá, me parecía estaría con alguna seguridad.

3. Fue el Señor servido que aquella señora se consoló tanto, que conocida mejoría comenzó luego a tener y cada día más se hallaba consolada. Túvose a mucho, porque -como he dicho- la pena la tenía en gran aprieto; y debíalo de hacer el Señor por las muchas oraciones que hacían por mí las personas buenas que yo conocía porque me sucediese bien. Era muy temerosa de Dios y tan buena, que su mucha cristiandad suplió lo que a mí me faltaba. Tomó grande amor conmigo. Yo se le tenía harto de ver su bondad, mas casi todo me era cruz; porque los regalos me daban gran tormento y el hacer tanto caso de mí me traía con gran temor. Andaba mi alma tan encogida, que no me osaba descuidar, ni se descuidaba el Señor. Porque estando allí me hizo grandísimas mercedes, y éstas me daban tanta libertad y tanto me hacían menospreciar todo lo que veía -y mientras más eran, más-, que no dejaba de tratar con aquellas tan señoras, que muy a mi honra pudiera yo servirlas, con la libertad que si yo fuera su igual.

4. Saqué una ganancia muy grande, y decíaselo. Vi que era mujer y tan sujeta a pasiones y flaquezas como yo, y en lo poco que se ha de tener el señorío, y cómo, mientras es mayor, tienen más cuidados y trabajos, y un cuidado de tener la compostura conforme a su estado, que no las deja vivir; comer sin tiempo ni concierto, porque ha de andar todo conforme al estado y no a las complexiones. Han de comer muchas veces los manjares más conformes a su estado que no a su gusto.

5. Es así que de todo aborrecí el desear ser señora. – ¡Dios me libre de mala compostura!-, aunque ésta, con ser de las principales del reino, creo hay pocas más humildes, y de mucha llaneza. Yo la había lástima, y se la he, de ver cómo va muchas veces no conforme a su inclinación por cumplir con su estado.

Pues con los criados es poco lo poco que hay que fiar, aunque ella los tenía buenos. No se ha de hablar más con uno que con otro, sino al que se favorece ha de ser el malquisto.

Ello es una sujeción, que una de las mentiras que dice el mundo es llamar señores a las personas semejantes, que no me parece son sino esclavos de mil cosas.

Fue el Señor servido que el tiempo que estuve en aquella casa se mejoraban en servir a Su Majestad las personas de ella, aunque no estuve libre de trabajos y algunas envidias que tenían algunas personas del mucho amor que aquella señora me tenía. Debían por ventura pensar que pretendía algún interés. Debía permitir el Señor me diesen algunos trabajos cosas semejantes y otras de otras suertes, porque no me embebiese en el regalo que había por otra parte, y fue servido sacarme de todo con mejoría de mi alma.

6. Estando allí acertó a venir un religioso, persona muy principal y con quien yo, muchos años había, había tratado algunas veces. Y estando en misa en un monasterio de su Orden que estaba cerca de donde yo estaba, diome deseo de saber en qué disposición estaba aquella alma, que deseaba yo fuese muy siervo de Dios, y levantéme para irle a hablar. Como yo estaba recogida ya en oración, parecióme después era perder tiempo, que quién me metía a mí en aquello, y tornéme a sentar. Paréceme que fueron tres veces las que esto me acaeció.

Y, en fin, pudo más el ángel bueno que el malo, y fuile a llamar y vino a hablarme a un confesonario. Comencéle a preguntar y él a mí -porque había muchos años que no nos habíamos visto- de nuestras vidas. Yo le comencé a decir que había sido la mía de muchos trabajos de alma. Puso muy mucho en que le dijese qué eran los trabajos. Yo le dije que no eran para saber ni para que yo los dijese. El dijo que, pues lo sabía el padre dominico que he dicho -que era muy su amigo-, que luego se los diría y que no se me diese nada.

7. El caso es que ni fue en su mano dejarme de importunar ni en la mía, me parece, dejárselo de decir. Porque con toda la pesadumbre y vergüenza que solía tener cuando trataba estas cosas, con él y con el rector que he dicho no tuve ninguna pena, antes me consolé mucho. Díjeselo debajo de confesión. Parecióme más avisado que nunca, aunque siempre le tenía por de gran entendimiento. Miré los grandes talentos y partes que tenía para aprovechar mucho, si del todo se diese a Dios. Porque esto tengo yo de unos años acá, que no veo persona que mucho me contente, que luego querría verla del todo dar a Dios, con unas ansias que algunas veces no me puedo valer. Y aunque deseo que todos le sirvan, estas personas que me contentan es con muy gran ímpetu, y así importuno mucho al Señor por ellas. Con el religioso que digo, me acaeció así.

8. Rogóme le encomendase mucho a Dios, y no había menester decírmelo, que ya yo estaba de suerte que no pudiera hacer otra cosa. Y voyme adonde solía a solas tener oración, y comienzo a tratar con el Señor, estando muy recogida, con un estilo abobado que muchas veces, sin saber lo que digo, trato; que el amor es el que habla, y está el alma tan enajenada, que no miro la diferencia que haya de ella a Dios. Porque el amor que conoce que la tiene Su Majestad, la olvida de sí y le parece está en El y, como una cosa propia sin división, habla desatinos. Acuérdome que le dije esto, después de pedirle con hartas lágrimas aquella alma pusiese en su servicio muy de veras, que aunque yo le tenía por bueno, no me contentaba, que le quería muy bueno, y así le dije: «Señor, no me habéis de negar esta merced; mirad que es bueno este sujeto para nuestro amigo».

¡Oh bondad y humanidad grande de Dios, cómo no mira las palabras, sino los deseos y voluntad con que se dicen! ¡Cómo sufre que una como yo hable a Su Majestad tan atrevidamente! Sea bendito por siempre jamás.

9. Acuérdome que me dio en aquellas horas de oración aquella noche un afligimiento grande de pensar si estaba en enemistad de Dios. Y como no podía yo saber si estaba en gracia o no (no para que yo lo desease saber, mas deseábame morir por no me ver en vida adonde no estaba segura si estaba muerta, porque no podía haber muerte más recia para mí que pensar si tenía ofendido a Dios) y apretábame esta pena; suplicábale no lo permitiese, toda regalada y derretida en lágrimas. Entonces entendí que bien me podía consolar y estar cierta que estaba en gracia; porque semejante amor de Dios y hacer Su Majestad aquellas mercedes y sentimientos que daba al alma, que no se compadecía hacerse a alma que estuviese en pecado mortal.

10. Quedé confiada que había de hacer el Señor lo que le suplicaba de esta persona. Díjome que le dijese unas palabras. Esto sentí yo mucho, porque no sabía cómo las decir, que esto de dar recado a tercera persona;- como he dicho,- es lo que más siento siempre, en especial a quien no sabía cómo lo tomaría, o si burlaría de mí. Púsome en mucha congoja. En fin, fui tan persuadida, que, a mi parecer, prometí a Dios no dejárselas de decir y, por la gran vergüenza que había, las escribí y se las di.

11. Bien pareció ser cosa de Dios en la operación que le hicieron. Determinóse muy de veras de darse a oración, aunque no lo hizo desde luego. El Señor, como le quería para Sí, por mi medio le enviaba a decir unas verdades, que, sin entenderlo yo, iban tan a su propósito que él se espantaba, y el Señor que debía disponerle para creer que era Su Majestad. Yo, aunque miserable, era mucho lo que suplicaba al Señor muy del todo lo tornase a Sí y le hiciese aborrecer los contentos y cosas de la vida.

Y así -¡sea alabado por siempre!- lo hizo tan de hecho, que cada vez que me habla me tiene como embobada; y si yo no lo hubiera visto, lo tuviera por dudoso en tan breve tiempo hacerle tan crecidas mercedes y tenerle tan ocupado en Sí, que no parece vive ya para cosa de la tierra. Su Majestad le tenga de su mano, que si así va adelante (lo que espero en el Señor sí hará, por ir muy fundado en conocerse), será uno de los muy señalados siervos suyos y para gran provecho de muchas almas; porque en cosas de espíritu en poco tiempo tiene mucha experiencia, que estos son dones que da Dios cuando quiere y como quiere, y ni va en el tiempo ni en los servicios. No digo que no hace esto mucho, mas que muchas veces no da el Señor en veinte años la contemplación que a otros da en uno. Su Majestad sabe la causa.

12. Y es el engaño, que nos parece por los años hemos de entender lo que en ninguna manera se puede alcanzar sin experiencia. Y así yerran muchos -como he dicho- en querer conocer espíritus sin tenerle. No digo que quien no tuviere espíritu, si es letrado, no gobierne a quien le tiene; mas entiéndese en lo exterior e interior que va conforme a vía natural por obra del entendimiento, y en lo sobrenatural que mire vaya conforme a la Sagrada Escritura. En lo demás no se mate, ni piense entender lo que no entiende, ni ahogue los espíritus, que ya, cuanto en aquello, otro mayor Señor los gobierna, que no están sin superior.

No se espante ni le parezcan cosas imposibles -todo es posible al Señor-, sino procure esforzar la fe y humillarse de que hace el Señor en esta ciencia a una vejecita más sabia, por ventura, que a él aunque sea muy letrado; y con esta humildad aprovechará más a las almas y a sí que por hacerse contemplativo sin serlo. Porque torno a decir que si no tiene experiencia, si no tiene muy mucha humildad en entender que no lo entiende y que no por eso es imposible, que ganará poco y dará a ganar menos a quien trata. No haya miedo, si tiene humildad, permita el Señor que se engañe el uno ni el otro.

13. Pues a este Padre que digo, como en muchas cosas se la ha dado el Señor, ha procurado estudiar todo lo que por estudio ha podido en este caso -que es buen letrado- y lo que no entiende por experiencia infórmase de quien la tiene, y con esto ayúdale el Señor con darle mucha fe, y así ha aprovechado mucho a sí y a algunas ánimas, y la mía es una de ellas; que como el Señor sabía en los trabajos que me había de ver, parece proveyó Su Majestad que, pues había de llevar consigo a algunos que me gobernaban, quedasen otros que me han ayudado a hartos trabajos y hecho gran bien.

Hale mudado el Señor casi del todo, de manera que casi él no se conoce -a manera de decir- y dado fuerzas corporales para penitencia (que antes no tenía, sino enfermo), y animoso para todo lo que es bueno y otras cosas, que se parece bien ser muy particular llamamiento del Señor. Sea bendito por siempre.

14. Creo todo el bien le viene de las mercedes que el Señor le ha hecho en la oración, porque no son postizos. Porque ya en algunas cosas ha querido el Señor sea ya experimentado, porque sale de ellas como quien tiene ya conocida la verdad del mérito que se gana en sufrir persecuciones. Espero en la grandeza del Señor ha de venir mucho bien a algunos de su Orden por él, y a ella misma.

Ya se comienza esto a entender. He visto grandes visiones, y díchome el Señor algunas cosas de él y del rector de la Compañía de Jesús que tengo dicho, de grande admiración, y de otros dos religiosos de la Orden de Santo Domingo, en especial de uno, que también ha dado ya a entender el Señor por obra en su aprovechamiento algunas cosas que antes yo había entendido de él. Mas de quien ahora hablo han sido muchas.

15. Una cosa quiero decir ahora aquí. Estaba yo una vez con él en un locutorio, y era tanto el amor que mi alma y espíritu entendía que ardía en el suyo, que me tenía a mí casi absorta; porque consideraba las grandezas de Dios en cuán poco tiempo había subido un alma a tan gran estado. Hacíame gran confusión, porque le veía con tanta humildad escuchar lo que yo le decía en algunas cosas de oración, como yo tenía poca de tratar así con persona semejante. Debíamelo sufrir el Señor, por el gran deseo que yo tenía de verle muy adelante. Hacíame tanto provecho estar con él, que parece dejaba a mi ánima puesto nuevo fuego para desear servir al Señor de principio. ¡Oh Jesús mío, qué hace un alma abrasada en vuestro amor! ¡Cómo la habíamos de estimar en mucho y suplicar al Señor la dejase en esta vida!

16. Quien tiene el mismo amor, tras estas almas se había de andar si pudiese. Gran cosa es un enfermo hallar otro herido de aquel mal. Mucho se consuela de ver que no es solo. Mucho se ayudan a padecer y aun a merecer. Excelentes espaldas se hacen ya gente determinada a arriscar mil vidas por Dios y desean que se les ofrezca en qué perderlas. Son como soldados que, por ganar el despojo y hacerse con él ricos, desean que haya guerra. Tienen entendido no lo pueden ser sino por aquí. Es este su oficio, el trabajar. ¡Oh, gran cosa es adonde el Señor da esta luz de entender lo mucho que se gana en padecer por El! No se entiende esto bien hasta que se deja todo, porque quien en ello se está, señal es que lo tiene en algo; pues si lo tiene en algo, forzado le ha de pesar de dejarlo, y ya va imperfecto todo y perdido. Bien viene aquí, que es perdido quien tras perdido anda. ¿Y qué más perdición, y qué más ceguedad, qué más desventura que tener en mucho lo que no es nada?

17. Pues, tornando a lo que decía, estando yo en grandísimo gozo mirando aquel alma, que me parece quería el Señor viese claro los tesoros que había puesto en ella, y viendo la merced que me había hecho en que fuese por medio mío -hallándome indigna de ella-, en mucho más tenía yo las mercedes que el Señor le había hecho y más a mi cuenta las tomaba que si fuera a mí y alababa mucho al Señor de ver que Su Majestad iba cumpliendo mis deseos y había oído mi oración, que era despertase el Señor personas semejantes. Estando ya mi alma que no podía sufrir en sí tanto gozo, salió de sí y perdióse para más ganar. Perdió las consideraciones, y de oír aquella lengua divina en quien parece hablaba el Espíritu Santo, diome un gran arrobamiento que me hizo casi perder el sentido, aunque duró poco tiempo. Vi a Cristo con grandísima majestad y gloria, mostrando gran contento de lo que allí pasaba; y así me lo dijo, y quiso viese claro que a semejantes pláticas siempre se hallaba presente y lo mucho que se sirve en que así se deleiten en hablar en El.

18. Otra vez estando lejos de este lugar, le vi con mucha gloria levantar, a los ángeles; entendí iba su alma muy adelante, por esta visión. Y así fue, que le habían levantado un gran testimonio bien contra su honra, persona a quien él había hecho mucho bien y remediado la suya y el alma, y habíalo pasado con mucho contento y hecho otras obras muy en servicio de Dios y pasado otras persecuciones.

19. No me parece conviene ahora declarar más cosas. Si después le pareciere a vuestra merced, pues las sabe, se podrán poner para gloria del Señor. De todas las que he dicho de profecías de esta casa, y otras que diré de ella y de otras cosas, todas se han cumplido. Algunas, tres años antes que se supiesen -otras más y otras menos- me las decía el Señor. Y siempre las decía al confesor y a esta mi amiga viuda con quien tenía licencia de hablar, como he dicho; y ella he sabido que las decía a otras personas, y éstas saben que ni miento, ni Dios me dé tal lugar, que en ninguna cosa, cuánto más siendo tan graves, tratase yo sino toda verdad.

20. Habiéndose muerto un cuñado mío súbitamente, y estando yo con mucha pena por no se haber viado a confesarse, se me dijo en la oración que había así de morir mi hermana, que fuese allá y procurase se dispusiese para ello. Díjelo a mi confesor y, como no me dejaba ir, entendílo otras veces. Ya como esto vio, díjome que fuese allá, que no se perdía nada. Ella estaba en una aldea, y, como fui, sin decirla nada la fui dando la luz que pude en todas las cosas, e hice se confesase muy a menudo y en todo trajese cuenta con su alma. Ella era muy buena e hízolo así.

Desde a cuatro o cinco años que tenía esta costumbre y muy buena cuenta con su conciencia, se murió sin verla nadie ni poderse confesar. Fue el bien que, como lo acostumbraba, no había poco más de ocho días que estaba confesada.

A mí me dio gran alegría cuando supe su muerte. Estuvo muy poco en el purgatorio. Serían aún no me parece ocho días cuando, acabando de comulgar, me apareció el Señor y quiso la viese cómo la llevaba a la gloria.

En todos estos años, desde que se me dijo hasta que murió, no se me olvidaba lo que se me había dado a entender, ni a mi compañera, que, así como murió, vino a mí muy espantada de ver cómo se había cumplido. Sea Dios alabado por siempre, que tanto cuidado trae de las almas para que no se pierdan.
– ir a índice –

CAPÍTULO 35
Prosigue en la misma materia de la fundación de esta casa de nuestro glorioso Padre San José. – Dice por los términos que ordenó el Señor viniese a guardarse en ella la santa pobreza, y la causa por qué se vino de con aquella señora que estaba, y otras algunas cosas que le sucedieron.

1. Pues estando con esta señora que he dicho, adonde estuve más de medio año, ordenó el Señor que tuviese noticia de mí una beata de nuestra Orden, de más de setenta leguas de aquí de este lugar, y acertó a venir por acá y rodeó algunas por hablarme. Habíala el Señor movido el mismo año y mes que a mí para hacer otro monasterio de esta Orden; y como le puso este deseo, vendió todo lo que tenía y fuese a Roma a traer despacho para ello, a pie y descalza.

2. Es mujer de mucha penitencia y oración, y hacíala el Señor muchas mercedes, y aparecídola nuestra Señora y mandádola lo hiciese. Hacíame tantas ventajas en servir al Señor, que yo había vergüenza de estar delante de ella. Mostróme los despachos que traía de Roma y, en quince días que estuvo conmigo, dimos orden en cómo habíamos de hacer estos monasterios. Y hasta que yo la hablé, no había venido a mi noticia que nuestra Regla -antes que se relajase- mandaba no se tuviese propio, ni yo estaba en fundarle sin renta, que iba mi intento a que no tuviésemos cuidado de lo que habíamos menester, y no miraba a los muchos cuidados que trae consigo tener propio.

Esta bendita mujer, como la enseñaba el Señor, tenía bien entendido, con no saber leer, lo que yo con tanto haber andado a leer las Constituciones, ignoraba. Y como me lo dijo, perecióme bien, aunque temí que no me lo habían de consentir, sino decir que hacía desatinos y que no hiciese cosa que padeciesen otras por mí, que, a ser yo sola, poco ni mucho me detuviera, antes me era gran regalo pensar de guardar los consejos de Cristo Señor nuestro, porque grandes deseos de pobreza ya me los había dado Su Majestad.

Así que para mí no dudaba ser lo mejor; porque días había que deseaba fuera posible a mi estado andar pidiendo por amor de Dios y no tener casa ni otra cosa. Mas temía que, si a las demás no daba el Señor estos deseos, vivirían descontentas, y también no fuese causa de alguna distracción, porque veía algunos monasterios pobres no muy recogidos, y no miraba que el no serlo era causa de ser pobres, y no la pobreza de la distracción; porque ésta no hace más ricas, ni falta Dios jamás a quien le sirve. En fin tenía flaca la fe, lo que no hacía a esta sierva de Dios.

3. Como yo en todo tomaba tantos pareceres, casi a nadie hallaba de este parecer: ni confesor, ni los letrados que trataba. Traíanme tantas razones, que no sabía qué hacer, porque, como ya yo sabía era Regla y veía ser más perfección, no podía persuadirme a tener renta. Y ya que algunas veces me tenían convencida, en tornando a la oración y mirando a Cristo en la cruz tan pobre y desnudo, no podía poner a paciencia ser rica. Suplicábale con lágrimas lo ordenase de manera que yo me viese pobre como El.

4. Hallaba tantos inconvenientes para tener renta y veía ser tanta causa de inquietud y aun distracción, que no hacía sino disputar con los letrados. Escribílo al religioso dominico que nos ayudaba. Envióme escritos dos pliegos de contradicción y teología para que no lo hiciese, y así me lo decía, que lo había estudiado mucho. Yo le respondí que para no seguir mi llamamiento y el voto que tenía hecho de pobreza y los consejos de Cristo con toda perfección, que no quería aprovecharme de teología, ni con sus letras en este caso me hiciese merced.

Si hallaba alguna persona que me ayudase, alegrábame mucho. Aquella señora con quien estaba, para esto me ayudaba mucho. Algunos luego al principio decíanme que les parecía bien; después, como más lo miraban, hallaban tantos inconvenientes, que tornaban a poner mucho en que no lo hiciese. Decíales yo que, si ellos tan presto mudaban parecer, que yo al primero me quería llegar.

5. En este tiempo, por ruegos míos, porque esta señora no había visto al santo Fray Pedro de Alcántara, fue el Señor servido viniese a su casa, y como el que era bien amador de la pobreza y tantos años la había tenido, sabía bien la riqueza que en ella estaba , y así me ayudó mucho y mandó que en ninguna manera dejase de llevarlo muy adelante. Ya con este parecer y favor, como quien mejor le podía dar por tenerlo sabido por larga experiencia, yo determiné no andar buscando otros.

6. Estando un día mucho encomendándolo a Dios, me dijo el Señor que en ninguna manera dejase de hacerle pobre, que ésta era la voluntad de su Padre y suya, que El me ayudaría. Fue con tan grandes efectos, en un gran arrobamiento, que en ninguna manera pude tener duda de que era Dios.

Otra vez me dijo que en la renta estaba la confusión, y otras cosas en loor de la pobreza, y asegurándome que a quien le servía no le faltaba lo necesario para vivir; y esta falta, como digo, nunca yo la temí por mí.

También volvió el Señor el corazón del Presentado, digo del religioso dominico, de quien he dicho me escribió no lo hiciese sin renta. Ya yo estaba muy contenta con haber entendido esto y tener tales pareceres; no me parecía sino que poseía toda la riqueza del mundo, en determinándome a vivir de por amor de Dios.

7. En este tiempo, mi Provincial me alzó el mandamiento y obediencia que me había puesto para estar allí, y dejó en mi voluntad que si me quisiese ir que pudiese, y si estar, también, por cierto tiempo; y en éste había de haber elección en mi monasterio, y avisáronme que muchas querían darme aquel cuidado de prelada, que para mí sólo pensarlo era tan gran tormento que a cualquier martirio me determinaba a pasar por Dios con facilidad, a éste en ningún arte me podía persuadir. Porque dejado el trabajo grande, por ser muy muchas y otras causas de que yo nunca fui amiga, ni de ningún oficio, antes siempre los había rehusado, parecíame gran peligro para la conciencia, y así alabé a Dios de no me hallar allá. Escribí a mis amigas para que no me diesen voto.

8. Estando muy contenta de no me hallar en aquel ruido, díjome el Señor que en ninguna manera deje de ir, que pues deseo cruz, que buena se me apareja, que no la deseche, que vaya con ánimo, que El me ayudará, y que me fuese luego. Yo me fatigué mucho y no hacía sino llorar, porque pensé que era la cruz ser prelada y, como digo, no podía persuadirme a que estaba bien a mi alma en ninguna manera, ni yo hallaba términos para ello.

Contélo a mi confesor. Mandóme que luego procurase ir, que claro estaba era más perfección y que, porque hacía gran calor, que bastaba hallarme allá a la elección, y que me estuviese unos días, porque no me hiciese mal el camino; mas el Señor, que tenía ordenado otra cosa, húbose de hacer; porque era tan grande el desasosiego que traía en mí y el no poder tener oración y parecerme faltaba de lo que el Señor me había mandado, y que, como estaba allí a mi placer y con regalo, no quería irme a ofrecer al trabajo; que todo era palabras con Dios; que, por qué pudiendo estar adonde era más perfección, había de dejarlo; que si me muriese, muriese…, y con esto un apretamiento de alma, un quitarme el Señor todo el gusto en la oración…, en fin, yo estaba tal, que ya me era tormento tan grande, que supliqué a aquella señora tuviese por bien dejarme venir, porque ya mi confesor -como me vio así- me dijo que me fuese, que también le movía Dios como a mí.

9. Ella sentía tanto que la dejase, que era otro tormento; que le había costado mucho acabarlo con el Provincial por muchas maneras de importunaciones. Tuve por grandísima cosa querer venir en ello, según lo que sentía; sino, como era muy temerosa de Dios y como le dije que se le podía hacer gran servicio y otras hartas cosas, y dila esperanza que era posible tornarla a ver, y así, con harta pena, lo tuvo por bien.

10. Ya yo no la tenía de venirme, porque entendiendo yo era más perfección una cosa y servicio de Dios, con el contento que me da contentarle, pasé la pena de dejar a aquella señora que tanto la veía sentir, y a otras personas a quien debía mucho, en especial a mi confesor, que era de la Compañía de Jesús, y hallábame muy bien con él. Mas mientras más veía que perdía de consuelo por el Señor, más contento me daba perderle. No podía entender cómo era esto, porque veía claro estos dos contrarios: holgarme y consolarme y alegrarme de lo que me pesaba en el alma. Porque yo estaba consolada y sosegada y tenía lugar para tener muchas horas de oración; veía que venía a meterme en un fuego, que ya el Señor me lo había dicho que venía a pasar gran cruz, aunque nunca yo pensé lo fuera tanto como después vi. Y con todo, venía yo alegre, y estaba deshecha de que no me ponía luego en la batalla, pues el Señor quería la tuviese; y así enviaba Su Majestad el esfuerzo y le ponía en mi flaqueza.

11. No podía, como digo, entender cómo podía ser esto. Pensé esta comparación: si poseyendo yo una joya o cosa que me da gran contento, ofréceseme saber que la quiere una persona que yo quiero más que a mí y deseo más contentarla que mi mismo descanso, dame gran contento quedarme sin el que me daba lo que poseía, por contentar a aquella persona; y como este contento de contentarla excede a mi mismo contento, quítase la pena de la falta que me hace la joya o lo que amo, y de perder el contento que daba. De manera que, aunque quería tenerla de ver que dejaba personas que tanto sentían apartarse de mí, con ser yo de mi condición tan agradecida que bastara en otro tiempo a fatigarme mucho, y ahora, aunque quisiera tener pena, no podía.

12. Importó tanto el no me tardar un día más para lo que tocaba al negocio de esta bendita casa, que yo no sé cómo pudiera concluirse si entonces me detuviera. ¡Oh grandeza de Dios!, muchas veces me espanta cuando lo considero y veo cuán particularmente quería Su Majestad ayudarme para que se efectuase este rinconcito de Dios, que yo creo lo es, y morada en que Su Majestad se deleita, como una vez estando en oración me dijo, que era esta casa paraíso de su deleite. Y así parece ha Su Majestad escogido las almas que ha traído a él, en cuya compañía yo vivo con harta harta confusión; porque yo no supiera desearlas tales para este propósito de tanta estrechura y pobreza y oración; y llévanlo con una alegría y contento, que cada una se halla indigna de haber merecido venir a tal lugar; en especial algunas, que las llamó el Señor de mucha vanidad y gala del mundo, adonde pudieran estar contentas conforme a sus leyes, y hales dado el Señor tan doblados los contentos aquí, que claramente conocen haberles el Señor dado ciento por uno que dejaron, y no se hartan de dar gracias a Su Majestad. A otras ha mudado de bien en mejor. A las de poca edad da fortaleza y conocimiento para que no puedan desear otra cosa, y que entiendan que es vivir en mayor descanso, aun para lo de acá, estar apartadas de todas las cosas de la vida. A las que son de más edad y con poca salud, da fuerzas y se las ha dado para poder llevar la aspereza y penitencia que todas.

13. ¡Oh Señor mío, cómo se os parece que sois poderoso! No es menester buscar razones para lo que Vos queréis, porque sobre toda razón natural hacéis las cosas tan posibles que dais a entender bien que no es menester más de amaros de veras y dejarlo de veras todo por Vos, para que Vos, Señor mío, lo hagáis todo fácil. Bien viene aquí decir que fingís trabajo en vuestra ley; porque yo no le veo, Señor, ni sé cómo es estrecho el camino que lleva a Vos. Camino real veo que es, que no senda. Camino que, quien de verdad se pone en él, va más seguro. Muy lejos están los puertos y rocas para caer, porque lo están de las ocasiones. Senda llamo yo, y ruin senda y angosto camino, el que de una parte está un valle muy hondo adonde caer y de la otra un despeñadero: no se han descuidado, cuando se despeñan y se hacen pedazos.

14. El que os ama de verdad, Bien mío, seguro va por ancho camino y real. Lejos está el despeñadero. No ha tropezado tantico, cuando le dais Vos, Señor, la mano. No basta una caída ni muchas, si os tiene amor y no a las cosas del mundo, para perderse. Va por el valle de la humildad. No puedo entender qué es lo que temen de ponerse en el camino de la perfección.

El Señor, por quien es, nos dé a entender cuán mala es la seguridad en tan manifiestos peligros como hay en andar con el hilo de la gente, y cómo está la verdadera seguridad en procurar ir muy adelante en el camino de Dios. Los ojos en El, y no hayan miedo se ponga este Sol de Justicia, ni nos deje caminar de noche para que nos perdamos, si primero no le dejamos a El.

15. No temen andar entre leones, que cada uno parece que quiere llevar un pedazo, que son las honras y deleites y contentos semejantes que llama el mundo; y acá parece hace el demonio temer de musarañas. Mil veces me espanto y diez mil querría hartarme de llorar y dar voces a todos para decir la gran ceguedad y maldad mía, porque si aprovechase algo para que ellos abriesen los ojos, ábraselos el que puede, por su bondad, y no permita se me tornen a cegar a mí, amén.
– ir a índice –

CAPÍTULO 36
Prosigue en la materia comenzada y dice cómo se acabó de concluir y se fundó este monasterio del glorioso San José y las grandes contradicciones y persecuciones que después de tomar hábito las religiosas hubo, y los grandes trabajos y tentaciones que ella pasó, y cómo de todo la sacó el Señor con victoria y en gloria y alabanza suya.

1. Partida ya de aquella ciudad, venía muy contenta por el camino, determinándome a pasar todo lo que el Señor fuese servido muy con toda voluntad.

La noche misma que llegué a esta tierra, llega nuestro despacho para el monasterio y Breve de Roma, que yo me espanté, y se espantaron los que sabían la prisa que me había dado el Señor a la venida, cuando supieron la gran necesidad que había de ello y a la coyuntura que el Señor me traía; porque hallé aquí al Obispo y al santo fray Pedro de Alcántara y a otro caballero muy siervo de Dios, en cuya casa este santo hombre posaba, que era persona adonde los siervos de Dios hallaban espaldas y cabida.

2. Entrambos a dos acabaron con el Obispo admitiese el monasterio, que no fue poco, por ser pobre, sino que era tan amigo de personas que veía así determinadas a servir al Señor, que luego se aficionó a favorecerle; y el aprobarlo este santo viejo y poner mucho con unos y con otros en que nos ayudasen, fue el que lo hizo todo. Si no viniera a esta coyuntura -como ya he dicho-, no puedo entender cómo pudiera hacerse. Porque estuvo poco aquí este santo hombre, que no creo fueron ocho días, y ésos muy enfermo, y desde a muy poco le llevó el Señor consigo. Parece que le había guardado Su Majestad hasta acabar este negocio, que había muchos días -no sé si más de dos años- que andaba muy malo.

3. Todo se hizo debajo de gran secreto, porque a no ser así no se pudiera hacer nada, según el pueblo estaba mal con ello, como se pareció después. Ordenó el Señor que estuviese malo un cuñado mío, y su mujer no aquí, y en tanta necesidad, que me dieron licencia para estar con él. Y con esta ocasión no se entendió nada, aunque en algunas personas no dejaba de sospecharse algo, mas aún no lo creían. Fue cosa para espantar, que no estuvo más malo de lo que fue menester para el negocio y, en siendo menester tuviese salud para que yo me desocupase y él dejase desembarazada la casa, se la dio luego el Señor, que él estaba maravillado.

4. Pasé harto trabajo en procurar con unos y con otros que se admitiese, y con el enfermo, y con oficiales para que se acabase la casa a mucha prisa, para que tuviese forma de monasterio, que faltaba mucho de acabarse. Y la mi compañera no estaba aquí, que nos pareció era mejor estar ausente para más disimular, y yo veía que iba el todo en la brevedad por muchas causas; y la una era porque cada hora temía me habían de mandar ir. Fueron tantas las cosas de trabajos que tuve, que me hizo pensar si era esta la cruz; aunque todavía me parecía era poco para la gran cruz que yo había entendido del Señor había de pasar.

5. Pues todo concertado, fue el Señor servido que, día de San Bartolomé, tomaron hábito algunas y se puso el Santísimo Sacramento, y con toda autoridad y fuerza quedó hecho nuestro monasterio del gloriosísimo padre nuestro San José, año de mil y quinientos y sesenta y dos. Estuve yo a darles el hábito, y otras dos monjas de nuestra casa misma, que acertaron a estar fuera. Como en ésta que se hizo el monasterio era la que estaba mi cuñado (que, como he dicho, la había él comprado por disimular mejor el negocio), con licencia estaba yo en ella, y no hacía cosa que no fuese con parecer de letrados, para no ir un punto contra obediencia. Y como veían ser muy provechoso para toda la Orden por muchas causas, que aunque iba con secreto y guardándome no lo supiesen mis prelados, me decían lo podía hacer. Porque por muy poca imperfección que me dijeran era, mil monasterios me parece dejara, cuánto más uno. Esto es cierto. Porque aunque lo deseaba por apartarme más de todo y llevar mi profesión y llamamiento con más perfección y encerramiento, de tal manera lo deseaba, que cuando entendiera era más servicio del Señor dejarlo todo, lo hiciera -como lo hice la otra vez- con todo sosiego y paz.

6. Pues fue para mí como estar en una gloria ver poner el Santísimo Sacramento y que se remediaron cuatro huérfanas pobres (porque no se tomaban con dote) y grandes siervas de Dios, que esto se pretendió al principio, que entrasen personas que con su ejemplo fuesen fundamento para en que se pudiese el intento que llevábamos, de mucha perfección y oración, efectuar, y hecha una obra que tenía entendido era para servicio del Señor y honra del hábito de su gloriosa Madre, que éstas eran mis ansias.

Y también me dio gran consuelo de haber hecho lo que tanto el Señor me había mandado, y otra iglesia más en este lugar, de mi padre glorioso San José, que no la había. No porque a mí me pareciese había hecho en ello nada, que nunca me lo parecía, ni parece. Siempre entiendo lo hacía el Señor, y lo que era de mi parte iba con tantas imperfecciones, que antes veo había que me culpar que no que me agradecer. Mas érame gran regalo ver que hubiese Su Majestad tomádome por instrumento -siendo tan ruin- para tan gran obra.

Así que estuve con tan gran contento, que estaba como fuera de mí, con grande oración.

7. Acabado todo, sería como desde a tres o cuatro horas, me revolvió el demonio una batalla espiritual, como ahora diré. Púsome delante si había sido mal hecho lo que había hecho, si iba contra obediencia en haberlo procurado sin que me lo mandase el Provincial (que bien me parecía a mí le había de ser algún disgusto, a causa de sujetarle al Ordinario, por no se lo haber primero dicho; aunque como él no le había querido admitir, y yo no la mudaba, también me parecía no se le daría nada por otra parte), y que si habían de tener contento las que aquí estaban en tanta estrechura, si les había de faltar de comer, si había sido disparate, que quién me metía en esto, pues yo tenía monasterio.

Todo lo que el Señor me había mandado y los muchos pareceres y oraciones que había más de dos años que no casi cesaban, todo tan quitado de mi memoria como si nunca hubiera sido. Sólo de mi parecer me acordaba, y todas las virtudes y la fe estaban en mí entonces suspendidas, sin tener yo fuerza para que ninguna obrase ni me defendiese de tantos golpes.

8. También me ponía el demonio que cómo me quería encerrar en casa tan estrecha, y con tantas enfermedades, que cómo había de poder sufrir tanta penitencia, y dejaba casa tan grande y deleitosa y adonde tan contenta siempre había estado, y tantas amigas; que quizás las de acá no serían a mi gusto, que me había obligado a mucho, que quizá estaría desesperada, y que por ventura había pretendido esto el demonio, quitarme la paz y quietud, y que así no podría tener oración, estando desasosegada, y perdería el alma.

Cosas de esta hechura juntas me ponía delante, que no era en mi mano pensar en otra cosa, y con esto una aflicción y oscuridad y tinieblas en el alma, que yo no lo sé encarecer. De que me vi así, fuime a ver el Santísimo Sacramento, aunque encomendarme a El no podía. Paréceme estaba con una congoja como quien está en agonía de muerte. Tratarlo con nadie no había de osar, porque aun confesor no tenía señalado.

9. ¡Oh, válgame Dios, qué vida esta tan miserable! No hay contento seguro ni cosa sin mudanza. Había tan poquito que no me parece trocara mi contento con ninguno de la tierra, y la misma causa de él me atormentaba ahora de tal suerte que no sabía qué hacer de mí. ¡Oh, si mirásemos con advertencia las cosas de nuestra vida! Cada uno vería por experiencia en lo poco que se ha de tener contento ni descontento de ella.

Es cierto que me parece fue uno de los recios ratos que he pasado en mi vida. Parece que adivinaba el espíritu lo mucho que estaba por pasar, aunque no llegó a ser tanto como esto si durara. Mas no dejó el Señor padecer mucho a su pobre sierva; porque nunca en las tribulaciones me dejó de socorrer, y así fue en ésta, que me dio un poco de luz para ver que era demonio y para que pudiese entender la verdad y que todo era quererme espantar con mentiras. Y así comencé a acordarme de mis grandes determinaciones de servir al Señor y deseos de padecer por El; y pensé que si había de cumplirlos, que no había de andar a procurar descanso, y que si tuviese trabajos, que ése era el merecer, y si descontento, como lo tomase por servir a Dios, me serviría de purgatorio; que de qué temía, que pues deseaba trabajos, que buenos eran éstos; que en la mayor contradicción estaba la ganancia; que por qué me había de faltar ánimo para servir a quien tanto debía.

Con estas y otras consideraciones, haciéndome gran fuerza, prometí delante del Santísimo Sacramento de hacer todo lo que pudiese para tener licencia de venirme a esta casa, y en pudiéndolo hacer con buena conciencia, prometer clausura.

10. En haciendo esto, en un instante huyó el demonio y me dejó sosegada y contenta, y lo quedé y lo he estado siempre, y todo lo que en esta casa se guarda de encerramiento y penitencia y lo demás, se me hace en extremo suave y poco. El contento es tan grandísimo que pienso yo algunas veces qué pudiera escoger en la tierra que fuera más sabroso. No sé si es esto parte para tener mucha más salud que nunca, o querer el Señor -por ser menester y razón que haga lo que todas- darme este consuelo que pueda hacerlo, aunque con trabajo. Mas del poder se espantan todas las personas que saben mis enfermedades. ¡Bendito sea El, que todo lo da y en cuyo poder se puede!.

11. Quedé bien cansada de tal contienda y riéndome del demonio, que vi claro ser él. Creo lo permitió el Señor, porque yo nunca supe qué cosa era descontento de ser monja ni un momento, en veinte y ocho años y más que ha que lo soy, para que entendiese la merced grande que en esto me había hecho, y del tormento que me había librado; y también para que si alguna viese lo estaba, no me espantase y me apiadase de ella y la supiese consolar.

Pues pasado esto, queriendo después de comer descansar un poco (porque en toda la noche no había casi sosegado, ni en otras algunas dejado de tener trabajo y cuidado, y todos los días bien cansada), como se había sabido en mi monasterio y en la ciudad lo que estaba hecho, había en él mucho alboroto por las causas que ya he dicho, que parecía llevaban algún color.

Luego la prelada me envió a mandar que a la hora me fuese allá. Yo en viendo su mandamiento, dejo mis monjas harto penadas, y voyme luego.

Bien vi que se me habían de ofrecer hartos trabajos; mas como ya quedaba hecho, muy poco se me daba. Hice oración suplicando al Señor me favoreciese, y a mi padre San José que me trajese a su casa, y ofrecíle lo que había de pasar y, muy contenta se ofreciese algo en que yo padeciese por él y le pudiese servir, me fui, con tener creído luego me habían de echar en la cárcel. Mas a mi parecer me diera mucho contento, por no hablar a nadie y descansar un poco en soledad, de lo que yo estaba bien necesitada, porque me traía molida tanto andar con gente.

12. Como llegué y di mi descuento a la prelada, aplacóse algo, y todas enviaron al Provincial, y quedóse la causa para delante de él. Y venido, fui a juicio con harto gran contento de ver que padecía algo por el Señor, porque contra Su Majestad ni la Orden no hallaba haber ofendido nada en este caso; antes procuraba aumentarla con todas mis fuerzas, y muriera de buena gana por ello, que todo mi deseo era que se cumpliese con toda perfección. Acordéme del juicio de Cristo y vi cuán nonada era aquél. Hice mi culpa como muy culpada, y así lo parecía a quien no sabía todas las causas.

Después de haberme hecho una gran reprensión, aunque no con tanto rigor como merecía el delito y lo que muchos decían al Provincial, yo no quisiera disculparme, porque iba determinada a ello, antes pedí me perdonase y castigase y no estuviese desabrido conmigo.

13. En algunas cosas bien veía yo me condenaban sin culpa, porque me decían lo había hecho porque me tuviesen en algo y por ser nombrada y otras semejantes. Mas en otras claro entendía que decían verdad, en que era yo más ruin que otras, y que pues no había guardado la mucha religión que se llevaba en aquella casa, cómo pensaba guardarla en otra con más rigor, que escandalizaba el pueblo y levantaba cosas nuevas. Todo no me hacía ningún alboroto ni pena, aunque yo mostraba tenerla porque no pareciese tenía en poco lo que me decían. En fin, me mandó delante de las monjas diese descuento, y húbelo de hacer.

14. Como yo tenía quietud en mí y me ayudaba el Señor, di mi descuento de manera que no halló el Provincial, ni las que allí estaban, por qué me condenar. Y después a solas le hablé más claro, y quedó muy satisfecho, y prometióme -si fuese adelante- en sosegándose la ciudad, de darme licencia que me fuese a él, porque el alboroto de toda la ciudad era tan grande como ahora diré.

15. Desde a dos o tres días, juntáronse algunos de los regidores y corregidor y del cabildo, y todos juntos dijeron que en ninguna manera se había de consentir, que venía conocido daño a la república, y que habían de quitar el Santísimo Sacramento, y que en ninguna manera sufrirían pasase adelante. Hicieron juntar todas las Ordenes para que digan su parecer, de cada una dos letrados. Unos callaban, otros condenaban; en fin, concluyeron que luego se deshiciese. Sólo un Presentado de la Orden de Santo Domingo, aunque era contrario -no del monasterio, sino de que fuese pobre-, dijo que no era cosa que así se había de deshacer, que se mirase bien, que tiempo había para ello, que éste era caso del Obispo, o cosas de este arte, que hizo mucho provecho. Porque según la furia, fue dicha no lo poner luego por obra. Era, en fin, que había de ser; que era el Señor servido de ello, y podían todos poco contra su voluntad. Daban sus razones y llevaban buen celo, y así, sin ofender ellos a Dios, hacíanme padecer y a todas las personas que lo favorecían, que eran algunas, y pasaron mucha persecución.

16. Era tanto el alboroto del pueblo, que no se hablaba en otra cosa, y todos condenarme e ir al Provincial y a mi monasterio. Yo ninguna pena tenía de cuanto decían de mí más que si no lo dijeran, sino temor si se había de deshacer. Esto me daba gran pena, y ver que perdían crédito las personas que me ayudaban y el mucho trabajo que pasaban, que de lo que decían de mí antes me parece me holgaba; y si tuviera alguna fe, ninguna alteración tuviera, sino que faltar algo en una virtud basta a adormecerlas todas; y así estuve muy penada dos días que hubo estas juntas que digo en el pueblo, y estando bien fatigada me dijo el Señor: ¿No sabes que soy poderoso?; ¿de qué temes?, y me aseguró que no se desharía. Con esto quedé muy consolada.

Enviaron al Consejo Real con su información. Vino provisión para que se diese relación de cómo se había hecho.

17. Hela aquí comenzado un gran pleito; porque de la ciudad fueron a la Corte, y hubieron de ir de parte del monasterio, y ni había dineros ni yo sabía qué hacer. Proveyólo el Señor, que nunca mi Padre Provincial me mandó dejase de entender en ello; porque es tan amigo de toda virtud, que aunque no ayudaba, no quería ser contra ello. No me dio licencia, hasta ver en lo que paraba, para venir acá. Estas siervas de Dios estaban solas y hacían más con sus oraciones que con cuanto yo andaba negociando, aunque fue menester harta diligencia.

Algunas veces parecía que todo faltaba, en especial un día antes que viniese el Provincial, que me mandó la priora no tratase en nada, y era dejarse todo. Yo me fui a Dios y díjele: «Señor, esta casa no es mía; por Vos se ha hecho; ahora que no hay nadie que negocie, hágalo Vuestra Majestad». Quedaba tan descansada y tan sin pena, como si tuviera a todo el mundo que negociara por mí, y luego tenía por seguro el negocio.

18. Un muy siervo de Dios, sacerdote, que siempre me había ayudado, amigo de toda perfección, fue a la Corte a entender en el negocio, y trabajaba mucho; y el caballero santo -de quien he hecho mención- hacía en este caso muy mucho, y de todas maneras lo favorecía. Pasó hartos trabajos y persecución, y siempre en todo le tenía por padre y aun ahora le tengo.

Y en los que nos ayudaban ponía el Señor tanto hervor, que cada uno lo tomaba por cosa tan propia suya, como si en ello les fuera la vida y la honra, y no les iba más de ser cosa en que a ellos les parecía se servía el Señor. Pareció claro ayudar Su Majestad al Maestro que he dicho, clérigo, que también era de los que mucho me ayudaban, a quien el Obispo puso de su parte en una junta grande que se hizo, y él estaba solo contra todos y en fin, los aplacó con decirles ciertos medios, que fue harto para que se entretuviesen, mas ninguno bastaba para que luego no tornasen a poner la vida, como dicen, en deshacerle. Este siervo de Dios que digo, fue quien dio los hábitos y puso el Santísimo Sacramento, y se vio en harta persecución. Duró esta batería casi medio año, que decir los grandes trabajos que se pasaron por menudo, sería largo.

19. Espantábame yo de lo que ponía el demonio contra unas mujercitas y cómo les parecía a todos era gran daño para el lugar solas doce mujeres y la priora, que no han de ser más -digo a los que lo contradecían-, y de vida tan estrecha; que ya que fuera daño o yerro, era para sí mismas; mas daño al lugar, no parece llevaba camino; y ellos hallaban tantos, que con buena conciencia lo contradecían. Ya vinieron a decir que, como tuviese renta, pasarían por ello y que fuese adelante. Yo estaba ya tan cansada de ver el trabajo de todos los que me ayudaban, más que del mío, que me parecía no sería malo hasta que se sosegasen tener renta, y dejarla después. Y otras veces, como ruin e imperfecta, me parecía que por ventura lo quería el Señor, pues sin ella no podíamos salir con ello, y venía ya en este concierto.

20. Estando la noche antes que se había de tratar en oración, y ya se había comenzado el concierto, díjome el Señor que no hiciese tal, que si comenzásemos a tener renta, que no nos dejarían después que lo dejásemos, y otras algunas cosas. La misma noche me apareció el santo fray Pedro de Alcántara, que era ya muerto, y antes que muriese me escribió -como supo la gran contradicción y persecución que teníamos- que se holgaba fuese la fundación con contradicción tan grande, que era señal se había el Señor servir muy mucho en este monasterio, pues el demonio tanto ponía en que no se hiciese, y que en ninguna manera viniese en tener renta; y aun dos o tres veces me persuadió en la carta, y que, como esto hiciese, ello vendría a hacerse todo como yo quería. Ya yo le había visto otras dos veces después que murió, y la gran gloria que tenía, y así no me hizo temor, antes me holgué mucho; porque siempre aparecía como cuerpo glorificado, lleno de mucha gloria, y dábamela muy grandísima verle. Acuérdome que me dijo la primera vezque le vi, entre otras cosas, diciéndome lo mucho que gozaba, que dichosa penitencia había sido la que había hecho, que tanto premio había alcanzado.

21. Porque ya creo tengo dicho algo de esto, no digo aquí más de cómo esta vez me mostró rigor y sólo me dijo que en ninguna manera tomase renta y que por qué no quería tomar su consejo, y desapareció luego.

Yo quedé espantada, y luego otro día dije al caballero -que era a quien en todo acudía como el que más en ello hacía- lo que pasaba, y que no se concertase en ninguna manera tener renta, sino que fuese adelante el pleito. El estaba en esto mucho más fuerte que yo, y holgóse mucho; después me dijo cuán de mala gana hablaba en el concierto.

22. Después se tornó a levantar otra persona, y sierva de Dios harto, y con buen celo; ya que estaba en buenos términos, decía se pusiese en manos de letrados. Aquí tuve hartos desasosiegos, porque algunos de los que me ayudaban venían en esto, y fue esta maraña que hizo el demonio, de la más mala digestión de todas. En todo me ayudó el Señor, que así dicho en suma no se puede bien dar a entender lo que se pasó en dos años que se estuvo comenzada esta casa, hasta que se acabó. Este medio postrero y lo primero fue lo más trabajoso.

23. Pues aplacada ya algo la ciudad, diose tan buena maña el Padre Presentado Dominico que nos ayudaba, aunque no estaba presente, mas habíale traído el Señor a un tiempo que nos hizo harto bien y pareció haberle Su Majestad para solo este fin traído, que me dijo él después que no había tenido para qué venir, sino que acaso lo había sabido. Estuvo lo que fue menester. Tornado a ir, procuró por algunas vías que nos diese licencia nuestro Padre Provincial para venir yo a esta casa con otras algunas conmigo, (que parecía casi imposible darla tan en breve), para hacer el oficio y enseñar a las que estaban. Fue grandísimo consuelo para mí el día que vinimos.

24. Estando haciendo oración en la iglesia antes que entrase en el monasterio, estando casi en arrobamiento, vi a Cristo que con grande amor me pareció me recibía y ponía una corona y agradeciéndome lo que había hecho por su Madre.

Otra vez, estando todas en el coro en oración después de Completas, vi a nuestra Señora con grandísima gloria, con manto blanco, y debajo de él parecía ampararnos a todas; entendí cuán alto grado de gloria daría el Señor a las de esta casa.

25. Comenzado a hacer el oficio, era mucha la devoción que el pueblo comenzó a tener con esta casa. Tomáronse más monjas, y comenzó el Señor a mover a los que más nos habían perseguido para que mucho nos favoreciesen e hiciesen limosna; y así aprobaban lo que tanto habían reprobado, y poco a poco se dejaran del pleito y decían que ya entendían ser obra de Dios, pues con tanta contracción Su Majestad había querido fuese adelante. Y no hay al presente nadie que le parezca fuera acertado dejarse de hacer, y así tienen tanta cuenta con proveernos de limosna, que sin haber demanda ni pedir a nadie, los despierta el Señor para que nos la envíen, y pasamos sin que nos falte lo necesario, y espero en el Señor será así siempre; que, como son pocas, si hacen lo que deben como Su Majestad ahora les da gracia para hacerlo, segura estoy que no les faltará ni habrán menester ser cansosas, ni importunar a nadie, que el Señor se tendrá cuidado como hasta aquí. [26] Que es para mí grandísimo consuelo de verme aquí metida con almas tan desasidas. Su trato es entender cómo irán adelante en el servicio de Dios. La soledad es su consuelo, y pensar de ver a nadie que no sea para ayudarlas a encender más el amor de su Esposo, les es trabajo, aunque sean muy deudos; y así no viene nadie a esta casa, sino quien trata de esto, porque ni las contenta ni los contenta. No es su lenguaje otro sino hablar de Dios, y así no entienden ni las entiende sino quien habla el mismo.

Guardamos la Regla de nuestra Señora del Carmen, y cumplida ésta sin relajación, sino como la ordenó fray Hugo, Cardenal de Santa Sabina, que fue dada a 1248 años, en el año quinto del Pontificado del Papa Inocencio IV.

27. Me parece serán bien empleados todos los trabajos que se han pasado. Ahora, aunque tiene algún rigor, porque no se come jamás carne sin necesidad y ayuno de ocho meses y otras cosas, como se ve en la misma primera Regla, en muchas aun se les hace poco a las hermanas y guardan otras cosas que para cumplir ésta con más perfección nos han parecido necesarias. Y espero en el Señor ha de ir muy delante lo comenzado, como Su Majestad me lo ha dicho.

28. La otra casa que la beata que dije procuraba hacer, también la favoreció el Señor, y está hecha en Alcalá, y no le faltó harta contradicción ni dejó de pasar trabajos grandes. Sé que se guarda en ella toda religión, conforme a esta primera Regla nuestra. Plega al Señor sea todo para gloria y alabanza suya y de la gloriosa Virgen María, cuyo hábito traemos, amén.

29. Creo se enfadará vuestra merced de la larga relación que he dado de este monasterio, y va muy corta para los muchos trabajos y maravillas que el Señor en esto ha obrado, que hay de ello muchos testigos que lo podrán jurar, y así pido yo a vuestra merced por amor de Dios, que si le pareciere romper lo demás que aquí va escrito, lo que toca a este monasterio vuestra merced lo guarde y, muerta yo, lo dé a las hermanas que aquí estuvieren, que animará mucho para servir a Dios las que vinieren, y a procurar no caiga lo comenzado, sino que vaya siempre adelante, cuando vean lo mucho que puso Su Majestad en hacerla por medio de cosa tan ruin y baja como yo.

Y pues el Señor tan particularmente se ha querido mostrar en favorecer para que se hiciese, paréceme a mí que hará mucho mal y será muy castigada de Dios la que comenzare a relajar la perfección que aquí el Señor ha comenzado y favorecido para que se lleve con tanta suavidad, que se ve muy bien es tolerable y se puede llevar con descanso, y el gran aparejo que hay para vivir siempre en él las que a solas quisieren gozar de su esposo Cristo; que esto es siempre lo que han de pretender, y solas con El solo, y no ser más de trece; porque esto tengo por muchos pareceres sabido que conviene, y visto por experiencia, que para llevar el espíritu que se lleva y vivir de limosna y sin demanda, que no se sufre más. Y siempre crean más a quien con trabajos muchos y oración de muchas personas procuró lo que sería mejor; y en el gran contento y alegría y poco trabajo que en estos años que ha estamos en esta casa vemos tener todas, y con mucha más salud que solían, se verá ser esto lo que conviene. Y quien le pareciere áspero, eche la culpa a su falta de espíritu y no a lo que aquí se guarda, pues personas delicadas y no sanas, porque le tienen, con tanta suavidad lo pueden llevar, y váyanse a otro monasterio, adonde se salvarán conforme a su espíritu.
– ir a índice –

CAPÍTULO 37
Trata de los efectos que le quedaban cuando el Señor le había hecho alguna merced. – Junta con esto harto buena doctrina. – Dice cómo se ha de procurar y tener en mucho ganar algún grado más de gloria, y que por ningún trabajo dejemos bienes que son perpetuos.

1. De mal se me hace decir más de las mercedes que me ha hecho el Señor de las dichas, y aun son demasiadas para que se crea haberlas hecho a persona tan ruin; mas por obedecer al Señor, que me lo ha mandado, y a vuestras mercedes, diré algunas cosas para gloria suya. Plega a Su Majestad sea para aprovechar algún alma ver que a una cosa tan miserable ha querido el Señor así favorecer -¿qué hará a quien le hubiere de verdad servido?- y se animen todos a contentar a Su Majestad, pues aun en esta vida da tales prendas.

2. Lo primero, hase de entender que en estas mercedes que hace Dios al alma hay más y menos gloria. Porque en algunas visiones excede tanto la gloria y gusto y consuelo al que da en otras, que yo me espanto de tanta diferencia de gozar, aun en esta vida. Porque acaece ser tanta la diferencia que hay de un gusto y regalo que da Dios en una visión o en un arrobamiento, que parece no es posible poder haber más acá que desear y así el alma no lo desea ni pediría más contento. Aunque después que el Señor me ha dado a entender la diferencia que hay en el cielo de lo que gozan unos a lo que gozan otros cuán grande es, bien veo que también acá no hay tasa en el dar cuando el Señor es servido, y así no querría yo la hubiese en servir yo a Su Majestad y emplear toda mi vida y fuerzas y salud en esto, y no querría por mi culpa perder un tantito de más gozar. Y digo así que si me dijesen cuál quiero más, estar con todos los trabajos del mundo hasta el fin de él y después subir un poquito más en gloria, o sin ninguno irme a un poco de gloria más baja, que de muy buena gana tomaría todos los trabajos por un tantito de gozar más de entender las grandezas de Dios; pues veo que quien más le entiende más le ama y le alaba.

3. No digo que no me contentaría y tendría por muy venturosa de estar en el cielo, aunque fuese en el más bajo lugar, pues quien tal le tenía en el infierno, harta misericordia me haría en esto el Señor, y plega a Su Majestad vaya yo allá, y no mire a mis grandes pecados. Lo que digo es que, aunque fuese a muy gran costa mía, si pudiese y el Señor me diese gracia para trabajar mucho, no querría por mi culpa perder nada. ¡Miserable de mí, que con tantas culpas lo tenía perdido todo!

4. Hase de notar también que en cada merced que el Señor me hacía de visión o revelación quedaba mi alma con alguna gran ganancia, y con algunas visiones quedaba con muy muchas.

De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la tengo hoy día, porque para esto bastaba sola una vez, ¡cuánto más tantas como el Señor me hace esta merced! Quedé con un provecho grandísimo y fue éste: tenía una grandísima falta de donde me vinieron grandes daños, y era ésta: que como comenzaba a entender que una persona me tenía voluntad y si me caía en gracia, me aficionaba tanto, que me ataba en gran manera la memoria a pensar en él, aunque no era con intención de ofender a Dios, mas holgábame de verle y de pensar en él y en las cosas buenas que le veía. Era cosa tan dañosa, que me traía el alma harto perdida. Después que vi la gran hermosura del Señor, no veía a nadie que en su comparación me pareciese bien ni me ocupase; que, con poner un poco los ojos de la consideración en la imagen que tengo en mi alma, he quedado con tanta libertad en esto, que después acá todo lo que veo me parece hace asco en comparación de las excelencias y gracias que en este Señor veía. Ni hay saber ni manera de regalo que yo estime en nada, en comparación del que es oír sola una palabra dicha de aquella divina boca, cuánto más tantas. Y tengo yo por imposible, si el Señor por mis pecados no permite se me quite esta memoria, podérmela nadie ocupar de suerte que, con un poquito de tornarme a acordar de este Señor, no quede libre.

5. Acaecióme con algún confesor (que siempre quiero mucho a los que gobiernan mi alma) como los tomo en lugar de Dios tan de verdad, paréceme que es siempre adonde mi voluntad más se emplea y, como yo andaba con seguridad, mostrábales gracia.

Ellos, como temerosos y siervos de Dios, temíanse no me asiese en alguna manera y me atase a quererlos, aunque santamente, y mostrábanme desgracia. Esto era después que yo estaba tan sujeta a obedecerlos, que antes no los cobraba ese amor. Yo me reía entre mí de ver cuán engañados estaban, aunque no todas veces trataba tan claro lo poco que me ataba a nadie como lo tenía en mí. Mas asegurábalos y, tratándome más, conocían lo que debía al Señor; que estas sospechas que traían de mí, siempre era a los principios.

Comenzóme mucho mayor amor y confianza de este Señor en viéndole, como con quien tenía conversación tan continua. Veía que, aunque era Dios, que era hombre, que no se espanta de las flaquezas de los hombres, que entiende nuestra miserable compostura, sujeta a muchas caídas por el primer pecado que El había venido a reparar. Puedo tratar como con amigo, aunque es señor. Porque entiendo no es como los que acá tenemos por señores, que todo el señorío ponen en autoridades postizas: ha de haber horas de hablar y señaladas personas que los hablen; si es algún pobrecito que tiene algún negocio, ¡más rodeos y favores y trabajos le ha de costar tratarlo! ¡Oh que si es con el Rey!, aquí no hay tocar gente pobre y no caballerosa, sino preguntar quién son los más privados; y a buen seguro que no sean personas que tengan el mundo debajo de los pies, porque éstos hablan verdades, que no temen ni deben; no son para palacio, que allí no se deben usar, sino callar lo que mal les parece, que aun pensarlo no deben osar por no ser desfavorecidos.

6. ¡Oh Rey de gloria y Señor de todos los reyes! ¡Cómo no es vuestro reino armado de palillos, pues no tiene fin! ¡Cómo no son menester terceros para Vos! Con mirar vuestra persona, se ve luego que es sólo el que merecéis que os llamen Señor, según la majestad mostráis. No es menester gente de acompañamiento ni de guarda para que conozcan que sois Rey. Porque acá un rey solo mal se conocerá por sí. Aunque él más quiera ser conocido por rey, no le creerán, que no tiene más que los otros; es menester que se vea por qué lo creer, y así es razón tenga estas autoridades postizas, porque si no las tuviese no le tendrían en nada. Porque no sale de sí el parecer poderoso. De otros le ha de venir la autoridad.

¡Oh Señor mío, oh Rey mío! ¡Quién supiera ahora representar la majestad que tenéis! Es imposible dejar de ver que sois gran Emperador en Vos mismo, que espanta mirar esta majestad; mas más espanta, Señor mío, mirar con ella vuestra humildad y el amor que mostráis a una como yo. En todo se puede tratar y hablar con Vos como quisiéramos, perdido el primer espanto y temor de ver vuestra majestad, con quedar mayor para no ofenderos; mas no por miedo del castigo, Señor mío, porque éste no se tiene en nada en comparación de no perderos a Vos.

7. Hela aquí los provechos de esta visión, sin otros grandes que deja en el alma. Si es de Dios, entiéndese por los efectos, cuando el alma tiene luz; porque, como muchas veces he dicho, quiere el Señor que esté en tinieblas y que no vea esta luz, y así no es mucho tema la que se ve tan ruin como yo. No ha más que ahora que me ha acaecido estar ocho días que no parece había en mí ni podía tener conocimiento de lo que debo a Dios, ni acuerdo de las mercedes, sino tan embobada el alma y puesta no sé en qué, ni cómo, no en malos pensamientos, mas para los buenos estaba tan inhábil, que me reía de mí y gustaba de ver la bajeza de un alma cuando no anda Dios siempre obrando en ella. Bien ve que no está sin El en este estado, que no es como los grandes trabajos que he dicho tengo algunas veces; mas aunque pone leña y hace eso poco que puede de su parte, no hay arder el fuego de amor de Dios. Harta misericordia suya es que se ve el humo, para entender que no está del todo muerto. Torna el Señor a encender, que entonces un alma, aunque se quiebre la cabeza en soplar y en concertar los leños, parece que todo lo ahoga más. Creo es lo mejor rendirse del todo a que no puede nada por sí sola, y entender en otras cosas – como he dicho- meritorias; porque por ventura la quita el Señor la oración para que entienda en ellas y conozca por experiencia lo poco que puede por sí.

8. Es cierto que yo me he regalado hoy con el Señor y atrevido a quejarme de Su Majestad, y le he dicho: «¿cómo Dios mío, que no basta que me tenéis en esta miserable vida, y que por amor de Vos paso por ello, y quiero vivir adonde todo es embarazos para no gozaros, sino que he de comer y dormir y negociar y tratar con todos, y todo lo paso por amor de Vos, pues bien sabéis, Señor mío, que me es tormento grandísimo, y que tan poquitos ratos como me quedan para gozar de Vos os me escondáis? ¿Cómo se compadece esto en vuestra misericordia? ¿Cómo lo puede sufrir el amor que me tenéis? Creo yo, Señor, que si fuera posible poderme esconder yo de Vos, como Vos de mí, que pienso y creo del amor que me tenéis que no lo sufrierais; mas estáisos Vos conmigo, y veisme siempre. ¡No se sufre esto, Señor mío! Suplícoos miréis que se hace agravio a quien tanto os ama».

9. Esto y otras cosas me ha acaecido decir, entendiendo primero cómo era piadoso el lugar que tenía en el infierno para lo que merecía. Mas algunas veces desatina tanto el amor, que no me siento, sino que en todo mi seso doy estas quejas, y todo me lo sufre el Señor. ¡Alabado sea tan buen Rey! ¡Llegáramos a los de la tierra con estos atrevimientos!… Aun ya al rey no me maravillo que no se ose hablar, que es razón se tema, y a los señores que representan ser cabezas; mas está ya el mundo de manera, que habían de ser más largas las vidas para deprender los puntos y novedades y maneras que hay de crianza, si han de gastar algo de ella en servir a Dios. Yo me santiguo de ver lo que pasa. El caso es que ya yo no sabía cómo vivir cuando aquí me metí; porque no se toma de burla cuando hay descuido en tratar con las gentes mucho más que merecen, sino que tan de veras lo toman por afrenta, que es menester hacer satisfacciones de vuestra intención, si hay -como digo- descuido; y aun plega a Dios lo crean.

10. Torno a decir que, cierto, yo no sabía cómo vivir, porque se ve una pobre de alma fatigada: ve que la mandan que ocupe siempre el pensamiento en Dios y que es necesario traerle en El para librarse de muchos peligros; por otro cabo ve que no cumple perder punto en puntos de mundo, so pena de no dejar de dar ocasión a que se tienten los que tienen su honra puesta en estos puntos.

Traíame fatigada, y nunca acababa de hacer satisfacciones, porque no podía -aunque lo estudiaba- dejar de hacer muchas faltas en esto, que, como digo, no se tiene en el mundo por pequeña.

¿Y es verdad que en las Religiones, que de razón habíamos en estos casos estar disculpados, hay disculpa? -No, que dicen que los monasterios ha de ser corte de crianza y de saberla. Yo cierto que no puedo entender esto. He pensado si dijo algún santo que había de ser corte para enseñar a los que quisiesen ser cortesanos del cielo, y lo han entendido al revés. Porque traer este cuidado quien es razón le traiga continuo en contentar a Dios y aborrecer el mundo, que le pueda traer tan grande en contentar a los que viven en él en estas cosas que tantas veces se mudan, no sé cómo. Aun si se pudiera deprender de una vez, pasara; mas aun para títulos de cartas es ya menester haya cátedra, adonde se lea cómo se ha de hacer -a manera de decir-, porque ya se deja papel de una parte, ya de otra, y a quien no se solía poner magnífico, se ha de poner ilustre.

11. Yo no sé en qué ha de parar, porque aún no he yo cincuenta años, y en lo que he vivido he visto tantas mudanzas, que no sé vivir; pues los que ahora nacen y vivieren muchos, ¿qué han de hacer? Por cierto, yo he lástima a gente espiritual que está obligada a estar en el mundo por algunos santos fines, que es terrible la cruz que en esto llevan. Si se pudiesen concertar todos y hacerse ignorantes y querer que los tengan por tales en estas ciencias, de mucho trabajo se quitarían.

12. Mas ¡en qué boberías me he metido! Por tratar en las grandezas de Dios, he venido a hablar de las bajezas del mundo. Pues el Señor me ha hecho merced en haberle dejado, quiero ya salir de él. Allá se avengan los que sustentan con tanto trabajo estas naderías. Plega a Dios que en la otra vida, que es sin mudanzas, no las paguemos. Amén.
– ir a índice –

CAPÍTULO 38
En que trata de algunas grandes mercedes que el Señor la hizo, así en mostrarle algunos secretos del cielo, como otras grandes visiones y revelaciones que Su Majestad tuvo por bien viese. – Dice los efectos con que la dejaban y el gran aprovechamiento que quedaba en su alma.

1. Estando una noche tan mala que quería excusarme de tener oración, tomé un rosario por ocuparme vocalmente, procurando no recoger el entendimiento, aunque en lo exterior estaba recogida en un oratorio.

Cuando el Señor quiere, poco aprovechan estas diligencias. Estuve así bien poco, y vínome un arrebatamiento de espíritu con tanto ímpetu que no hubo poder resistir. Parecíame estar metida en el cielo, y las primeras personas que allá vi fue a mi padre y madre, y tan grandes cosas -en tan breve espacio como se podía decir una avemaría- que yo quedé bien fuera de mí, pareciéndome muy demasiada merced.

Esto de en tan breve tiempo, ya puede ser fuese más, sino que se hace muy poco. Temí no fuese alguna ilusión, puesto que no me lo parecía. No sabía qué hacer, porque había gran vergüenza de ir al confesor con esto; y no por humilde, a mi parecer, sino que me parecía había de burlar de mí y decir: que ¡qué San Pablo para ver cosas del cielo, o San Jerónimo! Y por haber tenido estos santos gloriosos cosas de éstas me hacía más temor a mí, y no hacía sino llorar mucho, porque no me parecía llevaba ningún camino. En fin, aunque más sentí, fui al confesor, porque callar cosa jamás osaba, aunque más sintiese en decirla, por el gran miedo que tenía de ser engañada. El, como me vio tan fatigada, que me consoló mucho y dijo hartas cosas buenas para quitarme de pena.

2. Andando más el tiempo, me ha acaecido y acaece esto algunas veces. Ibame el Señor mostrando más grandes secretos. Porque querer ver el alma más de lo que se representa, no hay ningún remedio, ni es posible, y así no veía más de lo que cada vez quería el Señor mostrarme. Era tanto, que lo menos bastaba para quedar espantada y muy aprovechada el alma para estimar y tener en poco todas las cosas de la vida.

Quisiera yo poder dar a entender algo de lo menos que entendía, y pensando cómo puede ser, hallo que es imposible; porque en sólo la diferencia que hay de esta luz que vemos a la que allá se representa, siendo todo luz, no hay comparación, porque la claridad del sol parece cosa muy desgustada. En fin, no alcanza la imaginación, por muy sutil que sea, a pintar ni trazar cómo será esta luz, ni ninguna cosa de las que el Señor me daba a entender con un deleite tan soberano que no se puede decir. Porque todos los sentidos gozan en tan alto grado y suavidad, que ello no se puede encarecer, y así es mejor no decir más.

3. Había una vez estado así más de una hora mostrándome el Señor cosas admirables, que no me parece se quitaba de cabe mí. Díjome: Mira, hija, qué pierden los que son contra Mí; no dejes de decírselo.

¡Ay, Señor mío, y qué poco aprovecha mi dicho a los que sus hechos los tienen ciegos, si Vuestra Majestad no les da luz! A algunas personas, que Vos la habéis dado, aprovechádose han de saber vuestras grandezas; mas venlas, Señor mío, mostradas a cosa tan ruin y miserable, que tengo yo en mucho que haya habido nadie que me crea. Bendito sea vuestro nombre y misericordia, que -al menos a mí- conocida mejoría he visto en mi alma.

Después quisiera ella estarse siempre allí y no tornar a vivir, porque fue grande el desprecio que me quedó de todo lo de acá: parecíame basura y veo yo cuán bajamente nos ocupamos los que nos detenemos en ello.

4. Cuando estaba con aquella señora que he dicho, me acaeció una vez, estando yo mala del corazón (porque, como he dicho, le he tenido recio, aunque ya no lo es), como era de mucha caridad, hízome sacar joyas de oro y piedras, que las tenía de gran valor, en especial una de diamantes que apreciaban en mucho. Ella pensó que me alegraran. Yo estaba riéndome entre mí y habiendo lástima de ver lo que estiman los hombres, acordándome de lo que nos tiene guardado el Señor, y pensaba cuán imposible me sería, aunque yo conmigo misma lo quisiese procurar, tener en algo a aquellas cosas, si el Señor no me quitaba la memoria de otras.

Esto es un gran señorío para el alma, tan grande que no sé si lo entenderá sino quien lo posee; porque es el propio y natural desasimiento, porque es sin trabajo nuestro; todo lo hace Dios, que muestra Su Majestad estas verdades de manera, que quedan tan imprimidas que se ve claro no lo pudiéramos por nosotros de aquella manera en tan breve tiempo adquirir.

5. Quedóme también poco miedo a la muerte, a quien yo siempre temía mucho. Ahora paréceme facilísima cosa para quien sirve a Dios, porque en un momento se ve el alma libre de esta cárcel y puesta en descanso. Que este llevar Dios el espíritu y mostrarle cosas tan excelentes en estos arrebatamientos, paréceme a mí conforma mucho a cuando sale un alma del cuerpo, que en un instante se ve en todo este bien; dejemos los dolores de cuando se arranca, que hay poco caso que hacer de ellos; y a los que de veras amaren a Dios y hubieren dado de mano a las cosas de esta vida, más suavemente deben de morir.

6. También me parece me aprovechó mucho para conocer nuestra verdadera tierra y ver que somos acá peregrinos, y es gran cosa ver lo que hay allá y saber adónde hemos de vivir. Porque si uno ha de ir a vivir de asiento a una tierra, esle gran ayuda, para pasar el trabajo del camino, haber visto que es tierra adonde ha de estar muy a su descanso, y también para considerar las cosas celestiales y procurar que nuestra conversación sea allá; hácese con facilidad. Esto es mucha ganancia, porque sólo mirar el cielo recoge el alma; porque, como ha querido el Señor mostrar algo de lo que hay allá, estáse pensando, y acaéceme algunas veces ser los que me acompañan y con los que me consuelo los que sé que allá viven, y parecerme aquéllos verdaderamente los vivos, y los que acá viven, tan muertos, que todo el mundo me parece no me hace compañía, en especial cuando tengo aquellos ímpetus.

7. Todo me parece sueño lo que veo, y que es burla, con los ojos del cuerpo. Lo que he ya visto con los del alma, es lo que ella desea, y como se ve lejos, éste es el morir. En fin, es grandísima la merced que el Señor hace a quien da semejantes visiones, porque la ayuda mucho, y también a llevar una pesada cruz, porque todo no la satisface, todo le da en rostro. Y si el Señor no permitiese a veces se olvidase, aunque se torna a acordar, no sé cómo se podría vivir. ¡Bendito sea y alabado por siempre jamás!

Plega a Su Majestad, por la sangre que su Hijo derramó por mí, que ya que ha querido entienda algo de tan grandes bienes y que comience en alguna manera a gozar de ellos, no me acaezca lo que a Lucifer, que por su culpa lo perdió todo. No lo permita por quien El es, que no tengo poco temor algunas veces; aunque por otra parte, y lo muy ordinario, la misericordia de Dios me pone seguridad, que, pues me ha sacado de tantos pecados, no querrá dejarme de su mano para que me pierda.

Esto suplico yo a vuestra merced siempre le suplique.

8. Pues no son tan grandes las mercedes dichas, a mi parecer, como ésta que ahora diré, por muchas causas y grandes bienes que de ella me quedaron y gran fortaleza en el alma; aunque, mirada cada cosa por sí, es tan grande, que no hay qué comparar.

9. Estaba un día, víspera del Espíritu Santo, después de misa. Fuime a una parte bien apartada, adonde yo rezaba muchas veces, y comencé a leer en un Cartujano esta fiesta. Y leyendo las señales que han de tener los que comienzan y aprovechan y los perfectos, para entender está con ellos el Espíritu Santo, leídos estos tres estados, parecióme, por la bondad de Dios, que no dejaba de estar conmigo, a lo que yo podía entender. Estándole alabando y acordándome de otra vez que lo había leído, que estaba bien falta de todo aquello, que lo veía yo muy bien, así como ahora entendía lo contrario de mí, y así conocí era merced grande la que el Señor me había hecho. Y así comencé a considerar el lugar que tenía en el infierno merecido por mis pecados, y daba muchos loores a Dios, porque no me parecía conocía mi alma según la veía trocada. Estando en esta consideración, diome un ímpetu grande, sin entender yo la ocasión. Parecía que el alma se me quería salir del cuerpo, porque no cabía en ella ni se hallaba capaz de esperartanto bien. Era ímpetu tan excesivo, que no me podía valer y, a mi parecer, diferente de otras veces, ni entendía qué había el alma, ni qué quería, que tan alterada estaba. Arriméme, que aun sentada no podía estar, porque la fuerza natural me faltaba toda.

10. Estando en esto, veo sobre mi cabeza una paloma, bien diferente de las de acá, porque no tenía estas plumas, sino las alas de unas conchicas que echaban de sí gran resplandor. Era grande más que paloma. Paréceme que oía el ruido que hacía con las alas. Estaría aleando espacio de un avemaría. Ya el alma estaba de tal suerte, que, perdiéndose a sí de sí, la perdió de vista.

Sosegóse el espíritu con tan buen huésped, que, según mi parecer, la merced tan maravillosa le debía de desasosegar y espantar; y como comenzó a gozarla, quitósele el miedo y comenzó la quietud con el gozo, quedando en arrobamiento.

11. Fue grandísima la gloria de este arrobamiento. Quedé lo más de la Pascua tan embobada y tonta, que no sabía qué me hacer, ni cómo cabía en mí tan gran favor y merced. No oía ni veía, a manera de decir, con gran gozo interior. Desde aquel día entendí quedar con grandísimo aprovechamiento en más subido amor de Dios y las virtudes muy más fortalecidas. Sea bendito y alabado por siempre, amén.

12. Otra vez vi la misma paloma sobre la cabeza de un padre de la Orden de Santo Domingo, salvo que me pareció los rayos y resplandor de las mismas alas que se extendían mucho más. Dióseme a entender había de traer almas a Dios.

13. Otra vez vi estar a nuestra Señora poniendo una capa muy blanca al Presentado de esta misma Orden, de quien he tratado algunas veces. Díjome que por el servicio que la había hecho en ayudar a que se hiciese esta casa le daba aquel manto en señal que guardaría su alma en limpieza de ahí adelante y que no caería en pecado mortal. Yo tengo cierto que así fue; porque desde a pocos años murió, y su muerte y lo que vivió fue con tanta penitencia la vida, y la muerte con tanta santidad, que, a cuanto se puede entender, no hay que poner duda. Díjome un fraile que había estado a su muerte, que antes que expirase le dijo cómo estaba con él Santo Tomás. Murió con gran gozo y deseo de salir de estedestierro. Después me ha aparecido algunas veces con muy gran gloria y díchome algunas cosas. Tenía tanta oración que, cuando murió, que con la gran flaqueza la quisiera excusar, no podía, porque tenía muchos arrobamientos. Escribióme poco antes que muriese, que qué medio tendría; porque, como acababa de decir misa, se quedaba con arrobamiento mucho rato, sin poderlo excusar. Diole Dios al fin el premio de lo mucho que había servido toda su vida.

14. Del rector de la Compañía de Jesús -que algunas veces he hecho de él mención- he visto algunas cosas de grandes mercedes que el Señor le hacía, que, por no alargar, no las pongo aquí. Acaecióle una vez un gran trabajo, en que fue muy perseguido, y se vio muy afligido. Estando yo un día oyendo misa, vi a Cristo en la cruz cuando alzaba la Hostia; díjome algunas palabras que le dijese de consuelo, y otras previniéndole de lo que estaba por venir y poniéndole delante lo que había padecido por él, y que se aparejase para sufrir. Diole esto mucho consuelo y ánimo, y todo ha pasado después como el Señor me lo dijo.

15. De los de la Orden de este Padre, que es la Compañía de Jesús, toda la Orden junta he visto grandes cosas: vilos en el cielo con banderas blancas en las manos algunas veces, y, como digo, otras cosas he visto de ellos de mucha admiración; y así tengo esta Orden en gran veneración, porque los he tratado mucho y veo conforma su vida con lo que el Señor me ha dado de ellos a entender.

16. Estando una noche en oración, comenzó el Señor a decirme algunas palabras trayéndome a la memoria por ellas cuán mala había sido mi vida, que me hacían harta confusión y pena; porque, aunque no van con rigor, hacen un sentimiento y pena que deshacen, y siéntese más aprovechamiento de conocernos con una palabra de éstas que en muchos días que nosotros consideremos nuestra miseria, porque trae consigo esculpida una verdad que no la podemos negar. Representóme las voluntades con tanta vanidad que había tenido, y díjome que tuviese en mucho querer que se pusiese en El voluntad que tan mal se había gastado como la mía, y admitirla El.

Otras veces me dijo que me acordase cuando parece tenía por honra el ir contra la suya. Otras, que me acordase lo que le debía; que, cuando yo le daba mayor golpe, estaba El haciéndome mercedes. Si tenía algunas faltas, que no son pocas, de manera me las da Su Majestad a entender, que toda parece me deshago, y como tengo muchas, es muchas veces. Acaecíame reprenderme el confesor, y quererme consolar en la oración y hallar allí la reprensión verdadera.

17. Pues tornando a lo que decía, como comenzó el Señor a traerme a la memoria mi ruin vida, a vuelta de mis lágrimas (como yo entonces no había hecho nada, a mi parecer), pensé si me quería hacer alguna merced. Porque es muy ordinario, cuando alguna particular merced recibo del Señor, haberme primero deshecho a mí misma, para que vea más claro cuán fuera de merecerlas yo son; pienso lo debe el Señor de hacer.

Desde a un poco, fue tan arrebatado mi espíritu, que casi me pareció estaba del todo fuera del cuerpo; al menos no se entiende que se vive en él. Vi a la Humanidad sacratísima con más excesiva gloria que jamás la había visto. Representóseme por una noticia admirable y clara estar metido en los pechos del Padre. Esto no sabré yo decir cómo es, porque sin ver me pareció me vi presente de aquella Divinidad. Quedé tan espantada y de tal manera, que me parece pasaron algunos días que no podía tornar en mí; y siempre me parecía traía presente aquella majestad del Hijo de Dios, aunque no era como la primera. Esto bien lo entendía yo, sino que queda tan esculpido en la imaginación, que no lo puede quitar de sí -por en breve que haya pasado- por algún tiempo, y es harto consuelo y aun aprovechamiento.

18. Esta misma visión he visto otras tres veces. Es, a mi parecer, la más subida visión que el Señor me ha hecho merced que vea, y trae consigo grandísimos provechos. Parece que purifica el alma en gran manera, y quita la fuerza casi del todo a esta nuestra sensualidad. Es una llama grande, que parece abrasa y aniquila todos los deseos de la vida; porque ya que yo, gloria a Dios, no los tenía en cosas vanas, declaróseme aquí bien cómo era todo vanidad, y cuán vanos, y cuán vanos son los señoríos de acá. Y es un enseñamiento grande para levantar los deseos en la pura verdad. Queda imprimido un acatamiento que no sabré yo decir cómo, mas es muy diferente de lo que acá podemos adquirir. Hace un espanto al alma grande de ver cómo osó, ni puede nadie osar, ofender una majestad tan grandísima.

19. Algunas veces habré dicho estos efectos de visiones y otras cosas, mas ya he dicho que hay más y menos aprovechamiento; de ésta queda grandísimo.

Cuando yo me llegaba a comulgar y me acordaba de aquella majestad grandísima que había visto, y miraba que era el que estaba en el Santísimo Sacramento (y muchas veces quiere el Señor que le vea en la Hostia), los cabellos se me espeluzaban, y toda parecía me aniquilaba. ¡Oh Señor mío! Mas si no encubrierais vuestra grandeza, ¿quién osara llegar tantas veces a juntar cosa tan sucia y miserable con tan gran majestad? ¡Bendito seáis, Señor! Alaben os los ángeles y todas las criaturas, que así medís las cosas con nuestra flaqueza, para que, gozando de tan soberanas mercedes, no nos espante vuestro gran poder de manera que aun no las osemos gozar, como gente flaca y miserable.

20. Podríanos acaecer lo que a un labrador, y esto sé cierto que pasó así; hallóse un tesoro, y como era más que cabía en su ánimo, que era bajo, en viéndose con él le dio una tristeza, que poco a poco se vino a morir de puro afligido y cuidadoso de no saber qué hacer de él. Si no le hallara junto, sino que poco a poco se le fueran dando y sustentando con ello, viviera más contento que siendo pobre, y no le costara la vida.

21. ¡Oh riqueza de los pobres, y qué admirablemente sabéis sustentar las almas y, sin que vean tan grandes riquezas, poco a poco se las vais mostrando!

Cuando yo veo una majestad tan grande disimulada en cosa tan poca como es la Hostia, es así que después acá a mí me admira sabiduría tan grande, y no sé cómo me da el Señor ánimo ni esfuerzo para llegarme a El; si El, que me ha hecho tan grandes mercedes y hace, no me le diese, ni sería posible poderlo disimular, ni dejar de decir a voces tan grandes maravillas. ¿Pues qué sentirá una miserable como yo, cargada de abominaciones y que con tan poco temor de Dios ha gastado su vida, de verse llegar a este Señor de tan gran majestad cuando quiere que mi alma le vea? ¿Cómo ha de juntar boca, que tantas palabras ha hablado contra el mismo Señor, a aquel cuerpo gloriosísimo, lleno de limpieza y de piedad? Que duele mucho más y aflige al alma, por no le haber servido, el amor que muestra aquel rostro de tanta hermosura con una ternura y afabilidad, que temor pone la majestad que ve en El.

Mas ¿qué podría yo sentir dos veces que vi esto que diré?.

22. Cierto, Señor mío y gloria mía, que estoy por decir que, en alguna manera, en estas grandes aflicciones que siente mi alma he hecho algo en vuestro servicio. ¡Ay… que no sé qué me digo…, que casi sin hablar yo, escribo ya esto!; porque me hallo turbada y algo fuera de mí, como he tornado a traer a mi memoria estas cosas. Bien dijera, si viniera de mí este sentimiento, que había hecho algo por Vos, Señor mío. Mas, pues no puede haber buen pensamiento si Vos no le dais, no hay qué me agradecer. Yo soy la deudora, Señor, y Vos el ofendido.

23. Llegando una vez a comulgar, vi dos demonios con los ojos del alma, más claro que con los del cuerpo, con muy abominable figura. Paréceme que los cuernos rodeaban la garganta del pobre sacerdote, y vi a mi Señor con la majestad que tengo dicha puesto en aquellas manos, en la Forma que me iba a dar, que se veía claro ser ofendedoras suyas; y entendí estar aquel alma en pecado mortal.

¿Qué sería, Señor mío, ver vuestra hermosura entre figuras tan abominables? Estaban ellos como amedrentados y espantados delante de Vos, que de buena gana parece que huyeran si Vos los dejarais ir. Diome tan gran turbación, que no sé cómo pude comulgar, y quedé con gran temor, pareciéndome que, si fuera visión de Dios, que no permitiera Su Majestad viera yo el mal que estaba en aquel alma. Díjome el mismo Señor que rogase por él, y que lo había permitido para que entendiese yo la fuerza que tienen las palabras de la consagración, y cómo no deja Dios de estar allí por malo que sea el sacerdote que las dice, y para que viese su gran bondad, cómo se pone en aquellas manos de su enemigo, y todo para bien mío y de todos.

Entendí bien cuán más obligados están los sacerdotes a ser buenos que otros, y cuán recia cosa es tomar este Santísimo Sacramento indignamente, y cuán señor es el demonio del alma que está en pecado mortal. Harto gran provecho me hizo y harto conocimiento me puso de lo que debía a Dios. Sea bendito por siempre jamás.

24. Otra vez me acaeció así otra cosa que me espantó muy mucho. Estaba en una parte adonde se murió cierta persona que había vivido harto mal, según supe, y muchos años; mas había dos que tenía enfermedad y en algunas cosas parece estaba con enmienda. Murió sin confesión, mas, con todo esto, no me parecía a mí que se había de condenar. Estando amortajando el cuerpo, vi muchos demonios tomar aquel cuerpo, y parecía que jugaban con él, y hacían también justicias en él, que a mí me puso gran pavor, que con garfios grandes le traían de uno en otro. Como le vi llevar a enterrar con la honra y ceremonias que a todos, yo estaba pensando la bondad de Dios cómo no quería fuese infamada aquel alma, sino que fuese encubierto ser su enemiga.

25. Estaba yo medio boba de lo que había visto. En todo el Oficio no vi más demonio. Después, cuando echaron el cuerpo en la sepultura, era tanta la multitud que estaban dentro para tomarle, que yo estaba fuera de mí de verlo, y no era menester poco ánimo para disimularlo. Consideraba qué harían de aquel alma cuando así se enseñoreaban del triste cuerpo. Pluguiera al Señor que esto que yo vi -¡cosa tan espantosa!- vieran todos los que están en mal estado, que me parece fuera gran cosa para hacerlos vivir bien.

Todo esto me hace más conocer lo que debo a Dios y de lo que me ha librado. Anduve harto temerosa hasta que lo traté con mi confesor, pensando si era ilusión del demonio para infamar aquel alma, aunque no estaba tenida por de mucha cristiandad. Verdad es que, aunque no fuese ilusión, siempre me hace temor que se me acuerda.

26. Ya que he comenzado a decir de visiones de difuntos, quiero decir algunas cosas que el Señor ha sido servido en este caso que vea de algunas almas. Diré pocas, por abreviar y por no ser necesario, digo, para ningún aprovechamiento.

Dijéronme era muerto un nuestro Provincial que había sido, (y cuando murió, lo era de otra Provincia), a quien yo había tratado y debido algunas buenas obras. Era persona de muchas virtudes. Como lo supe que era muerto, diome mucha turbación, porque temí su salvación, que había sido veinte años prelado, cosa que yo temo mucho, cierto, por parecerme cosa de mucho peligro tener cargo de almas, y con mucha fatiga me fui a un oratorio. Dile todo el bien que había hecho en mi vida, que sería bien poco, y así lo dije al Señor que supliesen los méritos suyos lo que había menester aquel alma para salir de purgatorio.

27. Estando pidiendo esto al Señor lo mejor que yo podía, parecióme salía del profundo de la tierra a mi lado derecho, y vile subir al cielo con grandísima alegría. El era ya bien viejo, mas vile de edad de treinta años, y aun menos me pareció, y con resplandor en el rostro. Pasó muy en breve esta visión; mas en tanto extremo quedé consolada, que nunca me pudo dar más pena su muerte, aunque veía fatigadas personas hartas por él, que era muy bienquisto. Era tanto el consuelo que tenía mi alma, que ninguna cosa se me daba, ni podía dudar en que era buena visión, digo que no era ilusión. Había no más de quince días que era muerto. Con todo, no descuidé de procurar le encomendasen a Dios y hacerlo yo, salvo que no podía con aquella voluntad que si no hubiera visto esto; porque, cuando así el Señor me lo muestra y después las quiero encomendar a Su Majestad, paréceme, sin poder más, que es como dar limosna al rico. Después supe -porque murió bien lejos de aquí- la muerte que el Señor le dio, que fue de tan gran edificación, que a todos dejó espantados del conocimiento y lágrimas y humildad con que murió.

28. Habíase muerto una monja en casa, había poco más de día y medio, harto sierva de Dios. Estando diciendo una lección de difuntos una monja, que se decía por ella en el coro, yo estaba en pie para ayudarla a decir el verso; a la mitad de la lección la vi, que me pareció salía el alma de la parte que la pasada y que se iba al cielo. Esta no fue visión imaginaria como la pasada, sino como otras que he dicho; mas no se duda más que las que se ven.

29. Otra monja se murió en mi misma casa: de hasta dieciocho o veinte años, siempre había sido enferma y muy sierva de Dios, amiga del coro y harto virtuosa. Yo, cierto, pensé no entrara en purgatorio, porque eran muchas las enfermedades que había pasado, sino que le sobraran méritos. Estando en las Horas antes que la enterrasen, habría cuatro horas que era muerta, entendí salir del mismo lugar e irse al cielo.

30. Estando en un colegio de la Compañía de Jesús, con los grandes trabajos que he dicho tenía algunas veces y tengo de alma y de cuerpo, estaba de suerte que aun un buen pensamiento, a mi parecer, no podía admitir. Habíase muerto aquella noche un hermano de aquella casa de la Compañía, y estando como podía encomendándole a Dios y oyendo misa de otro padre de la Compañía por él, diome un gran recogimiento y vile subir al cielo con mucha gloria y al Señor con él. Por particular favor entendí era ir Su Majestad con él.

31. Otro fraile de nuestra Orden, harto buen buen fraile, estaba muy malo y, estando yo en misa, me dio un recogimiento y vi cómo era muerto y subir al cielo sin entrar en purgatorio. Murió a aquella hora que yo lo vi, según supe después. Yo me espanté de que no había entrado en purgatorio. Entendí que por haber sido fraile que había guardado bien su profesión, le habían aprovechado las Bulas de la Orden para no entrar en purgatorio. No entiendo por qué entendí esto. Paréceme debe ser porque no está el ser fraile en el hábito – digo en traerle- para gozar del estado de más perfección que es ser fraile.

32. No quiero decir más de estas cosas; porque, como he dicho, no hay para qué, aunque son hartas las que el Señor me ha hecho merced que vea. Mas no he entendido, de todas las que he visto, dejar ningún alma de entrar en purgatorio, si no es la de este Padre y el santo fray Pedro de Alcántara y el padre dominico que queda dicho. De algunos ha sido el Señor servido vea los grados que tienen de gloria, representándoseme en los lugares que se ponen. Es grande la diferencia que hay de unos a otros.
– ir a índice –

CAPÍTULO 39
Prosigue en la misma materia de decir las grandes mercedes que le ha hecho el Señor. – Trata de cómo le prometió de hacer por las personas que ella le pidiese. – Dice algunas cosas señaladas en que le ha hecho Su Majestad este favor.

1. Estando yo una vez importunando al Señor mucho porque diese vista a una persona que yo tenía obligación, que la había del todo casi perdido, yo teníale gran lástima y temía por mis pecados no me había el Señor de oír. Aparecióme como otras veces y comenzóme a mostrar la llaga de la mano izquierda, y con la otra sacaba un clavo grande que en ella tenía metido. Parecíame que a vuelta del clavo sacaba la carne. Veíase bien el gran dolor, que me lastimaba mucho, y díjome que quien aquello había pasado por mí, que no dudase sino que mejor haría lo que le pidiese; que El me prometía que ninguna cosa le pidiese que no la hiciese, que ya sabía El que yo no pediría sino conforme a su gloria, y que así haría esto que ahora pedía; que aun cuando no le servía, mirase yo que no le había pedido cosa que no la hiciese mejor que yo lo sabía pedir, que cuán mejor lo haría ahora que sabía le amaba, que no dudase de esto.

No creo pasaron ocho días, que el Señor no tornó la vista a aquella persona. Esto supo mi confesor luego. Ya puede ser no fuese por mi oración; mas yo como había visto esta visión, quedóme una certidumbre que, por merced hecha a mí, di a Su Majestad las gracias.

2. Otra vez estaba una persona muy enfermo de una enfermedad muy penosa, que por ser no sé de qué hechura, no la señalo aquí. Era cosa incomportable lo que había dos meses que pasaba y estaba en un tormento que se despedazaba. Fuele a ver mi confesor, que era el Rector que he dicho, y húbole gran lástima, y díjome que en todo caso le fuese a ver, que era persona que yo lo podía hacer, por ser mi deudo. Yo fui y movióme a tener de él tanta piedad,que comencé muy importunamente a pedir su salud al Señor. En esto vi claro, a todo mi parecer, la merced que me hizo; porque luego otro día estaba del todo bueno de aquel dolor.

3. Estaba una vez con grandísima pena, porque sabía que una persona, a quien yo tenía mucha obligación, quería hacer una cosa harto contra Dios y su honra, y estaba ya muy determinado a ello. Era tanta mi fatiga, que no sabía qué hacer. Remedio para que lo dejase, ya parecía que no le había. Supliqué a Dios muy de corazón que le pusiese; mas hasta verlo, no podía aliviarse mi pena.

Fuime, estando así, a una ermita bien apartada, que las hay en este monasterio, y estando en una, adonde está Cristo a la Columna, suplicándole me hiciese esta merced, oí que me hablaba una voz muy suave, como metida en un silbo. Yo me espelucé toda, que me hizo temor, y quisiera entender lo que me decía, mas no pude, que pasó muy en breve. Pasado mi temor, que fue presto, quedé con un sosiego y gozo y deleite interior, que yo me espanté que sólo oír una voz (que esto oílo con los oídos corporales y sin entender palabra) hiciese tanta operación en el alma. En esto vi que se había de hacer lo que pedía, y así fue que se me quitó del todo la pena en cosa que aún no era, como si lo viera hecho, como fue después. Díjelo a mis confesores, que tenía entonces dos, harto letrados y siervos de Dios.

4. Sabía que una persona que se había determinado a servir muy de veras a Dios y tenido algunos días oración y en ella le hacía Su Majestad muchas mercedes, y que por ciertas ocasiones que había tenido la había dejado, y aún no se apartaba de ellas, y eran bien peligrosas. A mi me dio grandísima pena por ser persona a quien quería mucho y debía. Creo fue más de un mes que no hacía sino suplicar a Dios tornase esta alma a Sí. Estando un día en oración, vi un demonio cabe mí que hizo unos papeles que tenía en la mano pedazos con mucho enojo. A mí me dio gran consuelo, que me pareció se había hecho lo que pedía; y así fue, que después lo supe que había hecho una confesión con gran contrición, y tornóse tan de veras a Dios, que espero en Su Majestad ha de ir siempre muy adelante. Sea bendito por todo, amén.

5. En esto de sacar nuestro Señor almas de pecados graves por suplicárselo yo, y otras traídolas a más perfección, es muchas veces. Y de sacar almas de purgatorio y otras cosas señaladas, son tantas las mercedes que en esto el Señor me ha hecho, que sería cansarme y cansar a quien lo leyese si las hubiese de decir, y mucho más en salud de almas que de cuerpos. Esto ha sido cosa muy conocida y que de ello hay hartos testigos. Luego luego dábame mucho escrúpulo, porque yo no podía dejar de creer que el Señor lo hacía por mi oración. Dejemos ser lo principal, por sola su bondad. Mas son ya tantas las cosas y tan vistas de otras personas, que no me da pena creerlo, y alabo a Su Majestad y háceme confusión, porque veo soy más deudora, y háceme -a mi parecer- crecer el deseo de servirle, y avívase el amor. Y lo que más me espanta es que las que el Señor ve no convienen, no puedo, aunque quiero, suplicárselo, sino con tan poca fuerza y espíritu y cuidado, que, aunque más yo quiero forzarme, es imposible, como otras cosas que Su Majestad ha de hacer, que veo yo que puedo pedirlo muchas veces y con gran importunidad. Aunque yo no traiga este cuidado, parece que se me representa delante.

6. Es grande la diferencia de estas dos maneras de pedir, que no sé cómo lo declarar; porque aunque lo uno pido (que no dejo de esforzarme a suplicarlo al Señor, aunque no sienta en mí aquel hervor que en otras, aunque mucho me toquen), es como quien tiene trabada la lengua, que aunque quiera hablar no puede, y si habla, es de suerte que ve que no le entienden; o como quien habla claro y despierto a quien ve que de buena gana le está oyendo. Lo uno se pide, digamos ahora, como oración vocal, y lo otro en contemplación tan subida, que se representa el Señor de manera que se entiende que nos entiende y que se huelga Su Majestad de que se lo pidamos y de hacernos merced.

Sea bendito por siempre, que tanto da y tan poco le doy yo. Porque ¿qué hace, Señor mío, quien no se deshace toda por Vos? ¡Y qué de ello, qué de ello, qué de ello -y otras mil veces lo puedo decir-, me falta para esto! Por eso no había de querer vivir (aunque hay otras causas), porque no vivo conforme a lo que os debo. ¡Con qué de imperfecciones me veo! ¡Con qué flojedad en serviros! Es cierto que algunas veces me parece querría estar sin sentido, por no entender tanto mal de mí. El, que puede, lo remedie.

7. Estando en casa de aquella señora que he dicho, adonde había menester estar con cuidado y considerar siempre la vanidad que consigo traen todas las cosas de la vida, porque estaba muy estimada y era muy loada y ofrecíanse hartas cosas a que me pudiera bien apegar, si mirara a mí; mas miraba el que tiene verdadera vista a no me dejar de su mano.

8. Ahora que digo de «verdadera vista», me acuerdo de los grandes trabajos que se pasan en tratar (personas a quien Dios ha llegado a conocer lo que es verdad) en estas cosas de la tierra, adonde tanto se encubre, como una vez el Señor me dijo. Que muchas cosas de las que aquí escribo, no son de mi cabeza, sino que me las decía este mi Maestro celestial. Y porque en las cosas que yo señaladamente digo «esto entendí», o «me dijo el Señor», se me hace escrúpulo grande poner o quitar una sola sílaba que sea; así, cuando puntualmente no se me acuerda bien todo, va dicho como de mío; porque algunas cosas también lo serán; no llamo mío lo que es bueno, que ya sé no hay cosa en mí, sino lo que tan sin merecerlo me ha dado el Señor; sino llamo «dicho de mí», no ser dado a entender en revelación.

9. Mas ¡ay Dios mío, y cómo aun en las espirituales queremos muchas veces entender las cosas por nuestro parecer, y muy torcidas de la verdad también, como en las del mundo, y nos parece que hemos de tasar nuestro aprovechamiento por los años que tenemos algún ejercicio de oración, y aun parece queremos poner tasa a quien sin ninguna da sus dones cuando quiere, y puede dar en medio año más a uno que a otro en muchos! Y es cosa ésta que la tengo tan vista por muchas personas, que yo me espanto cómo nos podemos detener en esto.

10. Bien creo no estará en este engaño quien tuviere talento de conocer espíritus y le hubiere el Señor dado humildad verdadera; que éste juzga por los efectos y determinaciones y amor, y dale el Señor luz para que lo conozca. Y en esto mira el adelantamiento y aprovechamiento de las almas, que no en los años; que en medio puede uno haber alcanzado más que otro en veinte. Porque, como digo, dalo el Señor a quien quiere y aun a quien mejor se dispone. Porque veo yo venir ahora a esta casa unas doncellas que son de poca edad, y en tocándolas Dios y dándoles un poco de luz y amor -digo en un poco de tiempo que les hizo algún regalo-, no le aguardaron, ni se les puso cosa delante, sin acordarse del comer, pues se encierran para siempre en casa sin renta, como quien no estima la vida por el que sabe que las ama. Déjanlo todo, ni quieren voluntad, ni se les pone delante que pueden tener descontento en tanto encerramiento y estrechura: todas juntas se ofrecen en sacrificio por Dios.

11. ¡Cuán de buena gana les doy yo aquí la ventaja y había de andar avergonzada delante de Dios! Porque lo que Su Majestad no acabó conmigo en tanta multitud de años como ha que comencé a tener oración y me comenzó a hacer mercedes, acaba con ellas en tres meses -y aun con alguna en tres días-, con hacerlas muchas menos que a mí, aunque bien las paga Su Majestad. A buen seguro que no están descontentas por lo que por El han hecho.

12. Para esto querría yo se nos acordase de los muchos años a los que los tenemos de profesión y las personas que los tienen de oración, y no para fatigar a los que en poco tiempo van más adelante, con hacerlos tornar atrás para que anden a nuestro paso; y a los que vuelan como águilas con las mercedes que les hace Dios, quererlos hacer andar como pollo trabado; sino que pongamos los ojos en Su Majestad y, si los viéremos con humildad, darles la rienda; que el Señor que los hace tantas mercedes no los dejará despeñar. Fíanse ellos mismos de Dios, que esto les aprovecha la verdad que conocen de la fe, ¿y no los fiaremos nosotros, sino que queremos medirlos por nuestra medida conforme a nuestros bajos ánimos? No así, sino que, si no alcanzamos sus grandes efectos y determinaciones, porque sin experiencia se pueden mal entender, humillémonos y no los condenemos; que, con parecer que miramos su provecho, nos le quitamos a nosotros y perdemos esta ocasión que el Señor pone para humillarnos y para que entendamos lo que nos falta, y cuán más desasidas y llegadas a Dios deben estar estas almas que las nuestras, pues tanto Su Majestad se llega a ellas.

13. No entiendo otra cosa ni la querría entender, sino que oración de poco tiempo que hace efectos muy grandes, que luego se entienden (que es imposible que los haya, para dejarlo todo sólo por contentar a Dios, sin gran fuerza de amor), yo la querría más que la de muchos años, que nunca acabó de determinarse más al postrero que al primero a hacer cosa que sea nada por Dios, salvo si unas cositas menudas como sal, que no tienen peso ni tomo -que parece un pájaro se las llevara en el pico-, no tenemos por gran efecto y mortificación; que de algunas cosas hacemos caso, que hacemos por el Señor, que es lástima las entendamos, aunque se hiciesen muchas.

Yo soy ésta, y olvidaré las mercedes a cada paso. No digo yo que no las tendrá Su Majestad en mucho, según es bueno; mas querría yo no hacer caso de ellas, ni ver que las hago, pues no son nada. Mas perdonadme, Señor mío, y no me culpéis, que con algo me tengo de consolar, pues no os sirvo en nada, que si en cosas grandes os sirviera, no hiciera caso de las nonadas.

¡Bienaventuradas las personas que os sirven con obras grandes! Si con haberlas yo envidia y desearlo se me toma en cuenta, no quedaría muy atrás en contentaros; mas no valgo nada, Señor mío. Ponedme Vos el valor, pues tanto me amáis.

14. Acaecióme un día de estos que con traer un Breve de Roma para no poder tener renta este monasterio, se acabó del todo, que paréceme ha costado algún trabajo. Estando consolada de verlo así concluido y pensando los que había tenido y alabando al Señor que en algo se había querido servir de mí, comencé a pensar las cosas que había pasado. Y es así que en cada una de las que parecía eran algo, que yo había hecho, hallaba tantas faltas e imperfecciones, y a veces poco ánimo, y muchas poca fe; porque hasta ahora, que todo lo veo cumplido cuanto el Señor me dijo de esta casa se había de hacer, nunca determinadamente lo acababa de creer, ni tampoco lo podía dudar. No sé cómo era esto. Es que muchas veces, por una parte me parecía imposible, por otra no lo podía dudar, digo creer que no se había de hacer. En fin, hallé lo bueno haberlo el Señor hecho todo de su parte, y lo malo yo; y así dejé de pensar en ello, y no querría se me acordase por no tropezar con tantas faltas mías. Bendito sea El, que de todas saca bien, cuando es servido, amén.

15. Pues digo que es peligroso ir tasando los años que se han tenido de oración, que aunque haya humildad, parece puede quedar un no sé qué de parecer se merece algo por lo servido. No digo yo que no lo merecen y les será bien pagado; mas cualquier espiritual que le parezca que por muchos años que haya tenido oración merece estos regalos de espíritu, tengo yo por cierto que no subirá a la cumbre de él. ¿No es harto que haya merecido le tenga Dios de su mano para no le hacer las ofensas que antes que tuviese oración le hacía, sino que le ponga pleito por sus dineros, como dicen? No me parece profunda humildad. Ya puede ser lo sea; mas yo por atrevimiento lo tengo; pues yo, con tener poca humildad, no me parece jamás he osado. Ya puede ser que, como nunca he servido, no he pedido; por ventura si lo hubiera hecho, quisiera más que todos me lo pagara el Señor.

16. No digo yo que no va creciendo un alma y que no se lo dará Dios, si la oración ha sido humilde; mas que se olviden estos años, que es todo asco cuanto podemos hacer, en comparación de una gota de sangre de las que el Señor por nosotros derramó. Y si con servir más quedamos más deudores, ¿qué es esto que pedimos, pues si pagamos un maravedí de la deuda, nos tornan a dar mil ducados? Que, por amor de Dios, dejemos estos juicios, que son suyos. Estas comparaciones siempre son malas, aun en cosas de acá; pues ¿qué será en lo que sólo Dios sabe? Y lo mostró bien Su Majestad cuando pagó tanto a los postreros como a los primeros.

17. Es en tantas veces las que he escrito estas tres hojas y en tantos días – porque he tenido y tengo, como he dicho, poco lugar-, que se me había olvidado lo que comencé a decir, que era esta visión:

Vime estando en oración en un gran campo a solas. En rededor de mí mucha gente de diferentes maneras que me tenían rodeada. Todas me parece tenían armas en las manos para ofenderme: unas, lanzas; otras, espadas; otras, dagas y otras, estoques muy largos. En fin, yo no podía salir por ninguna parte sin que me pusiese a peligro de muerte, y sola, sin persona que hallase de mi parte. Estando mi espíritu en esta aflicción, que no sabía qué me hacer, alcé los ojos al cielo, y vi a Cristo, no en el cielo, sino bien alto de mí en el aire, que tendía la mano hacia mí, y desde allí me favorecía de manera que yo no temía toda la otra gente, ni ellos, aunque querían, me podían hacer daño.

18. Parece sin fruto esta visión, y hame hecho grandísimo provecho, porque se me dio a entender lo que significaba. Y poco después me vi casi en aquella batería y conocí ser aquella visión un retrato del mundo, que cuanto hay en él parece tiene armas para ofender a la triste alma. Dejemos los que no sirven mucho al Señor, y honras y haciendas y deleites y otras cosas semejantes, que está claro que, cuando no se cata, se ve enredada, al menos procuran todas estas cosas enredar; mas amigos, parientes y, lo que más me espanta, personas muy buenas, de todo me vi después tan apretada, pensando ellos que hacían bien, que yo no sabía cómo me defender ni qué hacer.

19. ¡Oh, válgame Dios! si dijese de las maneras y diferencias de trabajos que en este tiempo tuve, aun después de lo que atrás queda dicho, ¡cómo sería harto aviso para del todo aborrecerlo todo!

Fue la mayor persecución -me parece- de las que he pasado. Digo que me vi a veces de todas partes tan apretada, que sólo hallaba remedio en alzar los ojos al cielo y llamar a Dios. Acordábame bien de lo que había visto en esta visión. E hízome harto gran provecho para no confiar mucho de nadie, porque no le hay que sea estable sino Dios. Siempre en estos trabajos grandes me enviaba el Señor, como me lo mostró, una persona de su parte que me diese la mano, como me lo había mostrado en esta visión, sin ir asida a nada más de a contentar al Señor; que ha sido para sustentar esa poquita de virtud que yo tenía en desearos servir. ¡Seáis bendito por siempre!

20. Estando una vez muy inquieta y alborotada, sin poder recogerme, y en batalla y contienda, yéndoseme el pensamiento a cosas que no eran perfectas -aún no me parece estaba con el desasimiento que suelo-, como me vi así tan ruin, tenía miedo si las mercedes que el Señor me había hecho eran ilusiones. Estaba, en fin, con una oscuridad grande de alma. Estando con esta pena, comenzóme a hablar el Señor y díjome que no me fatigase, que en verme así entendería la miseria que era, si El se apartaba de mí, y que no había seguridad mientras vivíamos en esta carne. Dióseme a entender cuán bien empleada es esta guerra y contienda por tal premio, y parecióme tenía lástima el Señor de los que vivimos en el mundo. Mas que no pensase yo me tenía olvidada, que jamás me dejaría, mas que era menester hiciese yo lo que es en mí. Esto me dijo el Señor con una piedad y regalo, y con otras palabras en que me hizo harta merced, que no hay para qué decirlas.

21. Estas me dice Su Majestad muchas veces, mostrándome gran amor: Ya eres mía y Yo soy tuyo.

Las que yo siempre tengo costumbre de decir, y a mi parecer las digo con verdad, son: ¿Qué se me da, Señor, a mí de mí, sino de Vos? Son para mí estas palabras y regalos tan grandísima confusión, cuando me acuerdo la que soy, que como he dicho creo otras veces y ahora lo digo algunas a mi confesor, más ánimo me parece es menester para recibir estas mercedes, que para pasar grandísimos trabajos. Cuando pasa, estoy casi olvidada de mis obras, sino un representárseme que soy ruin, sin discurso de entendimiento, que también me parece a veces sobrenatural.

22. Viénenme algunas veces unas ansias de comulgar tan grandes, que no sé si se podría encarecer. Acaecióme una mañana que llovía tanto, que no parece hacía para salir de casa. Estando yo fuera de ella, yo estaba ya tan fuera de mí con aquel deseo, que aunque me pusieran lanzas a los pechos, me parece entrara por ellas, cuánto más agua. Como llegué a la iglesia, diome un arrobamiento grande: parecióme vi abrir los cielos, no una entrada como otras veces he visto. Representóseme el trono que dije a vuestra merced he visto otras veces, y otro encima de él, adonde por una noticia que no sé decir, aunque no lo vi, entendí estar la Divinidad. Parecíame sostenerle unos animales; a mí me parece he oído una figura de estos animales; pensé si eran los evangelistas.

Mas cómo estaba el trono, ni qué estaba en él, no lo vi, sino muy gran multitud de ángeles. Pareciéronme sin comparación con muy mayor hermosura que los que en el cielo he visto. He pensado si son serafines o querubines, porque son muy diferentes en la gloria, que parecía tener inflamamiento: es grande la diferencia, como he dicho. Y la gloria que entonces en mí sentí no se puede escribir ni aun decir, ni la podrá pensar quien no hubiere pasado por esto.

Entendí estar allí todo junto lo que se puede desear, y no vi nada. Dijéronme, y no sé quién, que lo que allí podía hacer era entender que no podía entender nada, y mirar lo nonada que era todo en comparación de aquello. Es así que se afrentaba después mi alma de ver que pueda parar en ninguna cosa criada, cuánto más aficionarse a ella, porque todo me parecía un hormiguero.

23. Comulgué y estuve en la misa, que no sé cómo pude estar. Parecióme había sido muy breve espacio. Espantéme cuando dio el reloj y vi que eran dos horas las que había estado en aquel arrobamiento y gloria. Espantábame después, cómo en llegando a este fuego, que parece viene de arriba, de verdadero amor de Dios (porque aunque más lo quiera y procure y me deshaga por ello, si no es cuando Su Majestad quiere, como he dicho otras veces, no soy parte para tener una centella de él), parece que consume el hombre viejo de faltas y tibieza y miseria; y a manera de como hace el ave fénix -según he leído- y de la misma ceniza, después que se quema, sale otra, así queda hecha otra el alma después con diferentes deseos y fortaleza grande. No parece es la que antes, sino que comienza con nueva puridad el camino del Señor.

Suplicando yo a Su Majestad fuese así, y que de nuevo comenzase a servirle, me dijo: Buena comparación has hecho; mira no se te olvide para procurar mejorarte siempre.

24. Estando una vez con la misma duda que poco ha dije, si eran estas visiones de Dios, me apareció el Señor y me dijo con rigor: ¡Oh hijos de los hombres! ¿Hasta cuándo seréis duros de corazón? Que una cosa examinase bien en mí: si del todo estaba dada por suya, o no; que si lo estaba y lo era, que creyese no me dejaría perder.

Yo me fatigué mucho de aquella exclamación. Con gran ternura y regalo me tornó a decir que no me fatigase, que ya sabía que por mí no faltaría de ponerme a todo lo que fuese su servicio; que se haría todo lo que yo quería (y así se hizo lo que entonces le suplicaba); que mirase el amor que se iba aumentando en mí cada día para amarle, que en esto vería no ser demonio; que no pensase que consentía Dios tuviese tanta parte el demonio en las almas de sus siervos y que te pudiese dar la claridad de entendimiento y quietud que tienes. Diome a entender que habiéndome dicho tantas personas, y tales, que era Dios, que haría mal en no creerlo.

25. Estando una vez rezando el salmo de Quicumque vult, se me dio a entender la manera cómo era un solo Dios y tres Personas tan claro, que yo me espanté y consolé mucho. Hízome grandísimo provecho para conocer más la grandeza de Dios y sus maravillas, y para cuando pienso o se trata de la Santísima Trinidad, parece entiendo cómo puede ser, y esme mucho contento.

26. Un día de la Asunción de la Reina de los Ángelesy Señora nuestra, me quiso el Señor hacer esta merced, que en un arrobamiento se me representó su subida al cielo, y la alegría y solemnidad con que fue recibida y el lugar adonde está. Decir cómo fue esto, yo no sabría. Fue grandísima la gloria que mi espíritu tuvo de ver tanta gloria. Quedé con grandes efectos, y aprovechóme para desear más pasar grandes trabajos, y quedóme gran deseo de servir a esta Señora, pues tanto mereció.

27. Estando en un Colegio de la Compañía de Jesús, y estando comulgando los hermanos de aquella casa, vi un palio muy rico sobre sus cabezas. Esto vi dos veces. Cuando otras personas comulgaban, no lo veía.
– ir a índice –

CAPÍTULO 40
Prosigue en la misma materia de decir las grandes mercedes que el Señor la ha hecho. – De algunas se puede tomar harto buena doctrina, que éste ha sido, según ha dicho, su principal intento, después de obedecer: poner las que son para provecho de las almas. – Con este capítulo se acaba el discurso de su vida que escribió. – Sea para gloria del Señor, amén.

1. Estando una vez en oración, era tanto el deleite que en mí sentía, que, como indigna de tal bien, comencé a pensar en cómo merecía mejor estar en el lugar que yo había visto estar para mí en el infierno, que, como he dicho, nunca olvido de la manera que allí me vi.

Comenzóse con esta consideración a inflamar más mi alma, y vínome un arrebatamiento de espíritu de suerte que yo no lo sé decir. Parecióme estar metido y lleno de aquella majestad que he entendido otras veces. En esta majestad se me dio a entender una verdad, que es cumplimiento de todas las verdades. No sé yo decir cómo, porque no vi nada.

Dijéronme, sin ver quién, mas bien entendí ser la misma Verdad: No es poco esto que hago por ti, que una de las cosas es en que mucho me debes. Porque todo el daño que viene al mundo es no conocer las verdades de la Escritura con clara verdad. No faltará una tilde de ella.

A mí me pareció que siempre yo había creído esto, y que todos los fieles lo creían. Díjome: ¡Ay, hija, qué pocos me aman de verdad! que si me amasen, no les encubriría Yo mis secretos. ¿Sabes qué es amarme con verdad? Entender que todo es mentira lo que no es agradable a mí. Con claridad verás esto que ahora no entiendes, en lo que aprovecha a tu alma.

2. Y así lo he visto, sea el Señor alabado, que después acá tanta vanidad y mentira me parece lo que yo no veo va guiado al servicio de Dios, que no lo sabría yo decir como lo entiendo, y la lástima que me hacen los que veo con la oscuridad que están en esta verdad, y con esto otras ganancias que aquí diré y muchas no sabré decir. Díjome aquí el Señor una particular palabra de grandísimo favor. Yo no sé cómo esto fue, porque no vi nada; mas quedé de una suerte que tampoco sé decir, con grandísima fortaleza, y muy de veras para cumplir con todas mis fuerzas la más pequeña parte de la Escritura divina. Paréceme que ninguna cosa se me pondría delante que no pasase por esto.

3. Quedóme una verdad de esta divina Verdad que se me representó, sin saber cómo ni qué, esculpida, que me hace tener un nuevo acatamiento a Dios, porque da noticia de su majestad y poder, de una manera que no se puede decir. Sé entender que es una gran cosa.

Quedóme muy gran gana de no hablar sino cosas muy verdaderas, que vayan adelante de lo que acá se trata en el mundo, y así comencé a tener pena de vivir en él. Dejóme con gran ternura y regalo y humildad. Paréceme que, sin entender cómo, me dio el Señor aquí mucho. No me quedó ninguna sospecha de que era ilusión. No vi nada, mas entendí el gran bien que hay en no hacer caso de cosas que no sea para llegarnos más a Dios, y así entendí qué cosa es andar un alma en verdad delante de la misma Verdad. Esto que entendí, es darme el Señor a entender que es la misma Verdad.

4. Todo lo que he dicho entendí hablándome algunas veces, y otras sin hablarme, con más claridad algunas cosas que las que por palabra se me decían. Entendí grandísimas verdades sobre esta Verdad, más que si muchos letrados me lo hubieran enseñado. Paréceme que en ninguna manera me pudiera imprimir así, ni tan claramente se me diera a entender la vanidad de este mundo.

Esta verdad que digo se me dio a entender, es en sí misma verdad, y es sin principio ni fin, y todas las demás verdades dependen de esta verdad, como todos los demás amores de este amor, y todas las demás grandezas de esta grandeza, aunque esto va dicho oscuro para la claridad con que a mí el Señor quiso se me diese a entender. ¡Y cómo se parece el poder de esta Majestad, pues en tan breve tiempo deja tan gran ganancia y tales cosas imprimidas en el alma!

¡Oh Grandeza y Majestad mía! ¿Qué hacéis, Señor mío todopoderoso? ¡Mirad a quién hacéis tan soberanas mercedes! ¿No os acordáis que ha sido esta alma un abismo de mentiras y piélago de vanidades y todo por mi culpa, que con haberme Vos dado natural de aborrecer el mentir, yo misma me hice tratar en muchas cosas mentira? ¿Cómo se sufre, Dios mío, cómo se compadece tan gran favor y merced, a quien tan mal os lo ha merecido?

5. Estando una vez en las Horas con todas, de presto se recogió mi alma, y parecióme ser como un espejo claro toda, sin haber espaldas ni lados ni alto ni bajo que no estuviese toda clara, y en el centro de ella se me representó Cristo nuestro Señor, como le suelo ver. Parecíame en todas las partes de mi alma le veía claro como en un espejo, y también este espejo -yo no sé decir cómo- se esculpía todo en el mismo Señor por una comunicación que yo no sabré decir, muy amorosa. Sé que me fue esta visión de gran provecho, cada vez que se me acuerda, en especial cuando acabo de comulgar.

Dióseme a entender que estar un alma en pecado mortal es cubrirse este espejo de gran niebla y quedar muy negro, y así no se puede representar ni ver este Señor, aunque esté siempre presente dándonos el ser. Y que los herejes es como si el espejo fuese quebrado, que es muy peor que oscurecido. Es muy diferente el cómo se ve, a decirse, porque se puede mal dar a entender. Mas hame hecho mucho provecho y gran lástima de las veces que con mis culpas oscurecí mi alma para no ver este Señor.

6. Paréceme provechosa esta visión para personas de recogimiento, para enseñarse a considerar al Señor en lo muy interior de su alma, que es consideración que más se apega, y muy más fructuosa que fuera de sí -como otras veces he dicho- y en algunos libros de oración está escrito, adónde se ha de buscar a Dios. En especial lo dice el glorioso San Agustín, que ni en las plazas, ni en los contentos ni por ninguna parte que le buscaba, le hallaba como dentro de sí. Y esto es muy claro ser mejor. Y no es menester ir al cielo, ni más lejos que a nosotros mismos, porque es cansar el espíritu y distraer el alma y no con tanto fruto.

7. Una cosa quiero avisar aquí, porque si alguno la tuviere; que acaece en gran arrobamiento que, pasado aquel rato que el alma está en unión (que del todo tiene absortas las potencias, y esto dura poco, como he dicho), quedarse el alma recogida y aun en lo exterior no poder tornar en sí, mas quedan las dos potencias, memoria y entendimiento, casi con frenesí, muy desatinadas. Esto digo que acaece alguna vez, en especial a los principios. Pienso si procede de que no puede sufrir nuestra flaqueza natural tanta fuerza de espíritu, y enflaquece la imaginación. Tendría por bueno que se forzasen a dejar por entonces la oración y la cobrasen en otro tiempo aquel que pierden, que no sea junto, porque podrá venir a mucho mal. Y de esto hay experiencia y de cuán acertado es mirar lo que puede nuestra salud.

8. En todo es menester experiencia y maestro, porque, llegada el alma a estos términos, muchas cosas se ofrecerán que es menester con quién tratarlo. Y si buscado no le hallare, el Señor no le faltará, pues no me ha faltado a mí, siendo la que soy. Porque creo hay pocos que hayan llegado a la experiencia de tantas cosas; y si no la hay, es por demás dar remedio sin inquietar y afligir. Mas esto también tomará el Señor en cuenta, y por esto es mejor tratarlo (como ya he dicho otras veces y aun todo lo que ahora digo, sino que no se me acuerda bien y veo importa mucho), en especial si son mujeres, con su confesor, y que sea tal; y hay muchas más que hombres a quien el Señor hace estas mercedes, y esto oí al santo Fray Pedro de Alcántara (y también lo he visto yo), que decía aprovechaban mucho más en este camino que hombres, y daba de ello excelentes razones, que no hay para qué las decir aquí, todas en favor de las mujeres.

9. Estando una vez en oración, se me representó muy en breve (sin ver cosa formada, mas fue una representación con toda claridad), cómo se ven en Dios todas las cosas y cómo las tiene todas en Sí. Saber escribir esto, yo no lo sé, mas quedó muy imprimido en mi alma, y es una de las grandes mercedes que el Señor me ha hecho y de las que más me han hecho confundir y avergonzar, acordándome de los pecados que he hecho.

Creo, si el Señor fuera servido viera esto en otro tiempo y si lo viesen los que le ofenden, que no tendrían corazón ni atrevimiento para hacerlo. Parecióme, ya digo sin poder afirmarme en que vi nada, mas algo se debe ver, pues yo podré poner esta comparación, sino que es por modo tan sutil y delicado, que el entendimiento no lo debe alcanzar, o yo no me sé entender en estas visiones, que no parecen imaginarias, y en algunas algo de esto debe haber; sino que, como son en arrobamiento, las potencias no lo saben después formar como allí el Señor se lo representa y quiere que lo gocen.

10. Digamos ser la Divinidad como un muy claro diamante, muy mayor que todo el mundo, o espejo, a manera de lo que dije del alma en estotra visión, salvo que es por tan más subida manera, que yo no lo sabré encarecer; y que todo lo que hacemos se ve en ese diamante, siendo de manera que él encierra todo en sí, porque no hay nada que salga fuera de esta grandeza. Cosa espantosa me fue en tan breve espacio ver tantas cosas juntas aquí en este claro diamante, y lastimosísima, cada vez que se me acuerda, ver que cosas tan feas se representaban en aquella limpieza de claridad, como eran mis pecados. Y es así que, cuando se me acuerda, yo no sé cómo lo puedo llevar, y así quedé entonces tan avergonzada, que no sabía, me parece, adónde me meter.

¡Oh, quién pudiese dar a entender esto a los que muy deshonestos y feos pecados hacen, para que se acuerden que no son ocultos, y que con razón los siente Dios, pues tan presentes a la Majestad pasan, y tan desacatadamente nos habemos delante de El!

Vi cuán bien se merece el infierno por una sola culpa mortal, porque no se puede entender cuán gravísima cosa es hacerla delante de tan gran Majestad, y qué tan fuera de quien El es son cosas semejantes. Y así se ve más su misericordia, pues entendiendo nosotros todo esto, nos sufre.

11. Hame hecho considerar si una cosa como ésta así deja espantada el alma, ¿qué será el día del juicio cuando esta Majestad claramente se nos mostrará, y veremos las ofensas que hemos hecho? ¡Oh, válgame Dios, qué ceguera es ésta que yo he traído! Muchas veces me he espantado en esto que he escrito. Y no se espante vuestra merced sino cómo vivo viendo estas cosas y mirándome a mí. ¡Sea bendito por siempre quien tanto me ha sufrido!

12. Estando una vez en oración con mucho recogimiento y suavidad y quietud, parecíame estar rodeada de ángeles y muy cerca de Dios. Comencé a suplicar a Su Majestad por la Iglesia. Dióseme a entender el gran provecho que había de hacer una Orden en los tiempos postreros, y con la fortaleza que los de ella han de sustentar la fe.

13. Estando una vez rezando cerca del Santísimo Sacramento, aparecióme un santo cuya Orden ha estado algo caída. Tenía en las manos un libro grande. Abrióle y díjome que leyese una letras que eran grandes y muy legibles y decían así: En los tiempos advenideros florecerá esta Orden; habrá muchos mártires.

14. Otra vez, estando en Maitines en el coro, se me representaron y pusieron delante seis o siete -me parece serían- de esta Orden, con espadas en las manos. Pienso que se da en esto a entender han de defender la fe. Porque otra vez, estando en oración, se arrebató mi espíritu: parecióme estar en un gran campo, adonde se combatían muchos, y éstos de esta Orden peleaban con gran hervor. Tenían los rostros hermosos y muy encendidos, y echaban muchos en el suelo vencidos, otros mataban. Parecíame esta batalla contra los herejes.

15. A este glorioso Santo he visto algunas veces, y me ha dicho algunas cosas y agradecídome la oración que hago por su Orden y prometido de encomendarme al Señor. No señalo las Ordenes (si el Señor es servido se sepa, las declarará), porque no se agravien otras. Mas cada Orden había de procurar, o cada uno de ellas por sí, que por sus medios hiciese el Señor tan dichosa su Orden que, en tan gran necesidad como ahora tiene la Iglesia, le sirviesen. ¡Dichosas vidas que en esto se acabaren!

16. Rogóme una persona una vez que suplicase a Dios le diese a entender si sería servicio suyo tomar un obispado. Díjome el Señor, acabando de comulgar: Cuando entendiere con toda verdad y claridad que el verdadero señorío es no poseer nada, entonces le podrá tomar; dando a entender que ha de estar muy fuera de desearlo ni quererlo quien hubiere de tener prelacías, o al menos de procurarlas.

17. Estas mercedes y otras muchas ha hecho el Señor y hace muy continuo a esta pecadora, que me parece no hay para qué las decir; pues por lo dicho se puede entender mi alma, y el espíritu que me ha dado el Señor. Sea bendito por siempre, que tanto cuidado ha tenido de mí.

18. Díjome una vez, consolándome, que no me fatigase (esto con mucho amor), que en esta vida no podíamos estar siempre en un ser; que unas veces tendría hervor y otras estaría sin él; unas con desasosiegos y otras con quietud y tentaciones, mas que esperase en El y no temiese.

19. Estaba un día pensando si era asimiento darme contento estar con las personas que trato mi alma y tenerlos amor, y a los que yo veo muy siervos de Dios, que me consolaba con ellos. Me dijo que si un enfermo que estaba en peligro de muerte le parece le da salud un médico, que no era virtud dejárselo de agradecer y no le amar; que qué hubiera hecho si no fuera por estas personas; que la conversación de los buenos no dañaba, mas que siempre fuesen mis palabras pesadas y santas, y que no los dejase de tratar, que antes sería provecho que daño. Consolóme mucho esto, porque algunas veces, pareciéndome asimiento, quería del todo no tratarlos.

Siempre en todas las cosas me aconsejaba este Señor, hasta decirme cómo me había de haber con los flacos y con algunas personas. Jamás se descuida de mí.

20. Algunas veces estoy fatigada de verme para tan poco en su servicio y de ver que por fuerza he de ocupar el tiempo en cuerpo tan flaco y ruin como el mío más de lo que yo querría. Estaba una vez en oración y vino la hora de ir a dormir, y yo estaba con hartos dolores y había de tener el vómito ordinario. Como me vi tan atada de mí y el espíritu por otra parte queriendo tiempo para sí, vime tan fatigada, que comencé a llorar mucho y a afligirme.

Esto no es sola una vez, sino -como digo- muchas, que me parece me daba un enojo contra mí misma, que en forma por entonces me aborrezco. Mas lo continuo es entender de mí que no me tengo aborrecida, ni falto a lo que veo me es necesario. Y plega al Señor que no tome muchas más de lo que es menester, que sí debo hacer.

Esta que digo, estando en esta pena, me apareció el Señor y regaló mucho, y me dijo que hiciese yo estas cosas por amor de El y lo pasase, que era menester ahora mi vida. Y así me parece que nunca me vi en pena después que estoy determinada a servir con todas mis fuerzas a este Señor y consolador mío, que, aunque me dejaba un poco padecer, no me consolaba de manera que no hago nada en desear trabajos.

Y así ahora no me parece hay para qué vivir sino para esto, y lo que más de voluntad pido a Dios. Dígole algunas veces con toda ella: «Señor, o morir o padecer; no os pido otra cosa para mí». Dame consuelo oír el reloj, porque me parece me allego un poquito más para ver a Dios de que veo ser pasada aquella hora de la vida.

21. Otras veces estoy de manera, que ni siento vivir ni me parece he gana de morir, sino con una tibieza y oscuridad en todo, como he dicho que tengo muchas veces, de grandes trabajos, y con haber querido el Señor se sepan en público estas mercedes que Su Majestad me hace, como me lo dijo algunos años ha, que lo habían de ser, que me fatigué yo harto, y hasta ahora no he pasado poco, como vuestra merced sabe, porque cada uno lo toma como le parece; consuelo me ha sido no ser por mi culpa. Porque en no lo decir sino a mis confesores o a personas que sabía de ellos lo sabían, he tenido gran aviso y extremo; y no por humildad, sino porque, como he dicho, aun a los mismos confesores me daba pena decirlo.

Ahora ya, gloria a Dios, aunque mucho me murmuran, y con buen celo, y otros temen tratar conmigo y aun confesarme, y otros me dicen hartas cosas, como entiendo que por este medio ha querido el Señor remediar muchas almas (porque lo he visto claro, y me acuerdo de lo mucho que por una sola pasara el Señor), muy poco se me da de todo.

No sé si es parte para esto haberme Su Majestad metido en este rinconcito tan encerrado, y adonde ya, como cosa muerta, pensé no hubiera más memoria de mí. Mas no ha sido tanto como yo quisiera, que forzado he de hablar algunas personas. Mas, como no estoy adonde me vean, parece ya fue el Señor servido echarme a un puerto, que espero en Su Majestad será seguro, [22] por estar ya fuera de mundo y entre poca y santa compañía. Miro como desde lo alto, y dáseme ya bien poco de que digan, ni se sepa. En más tendría se aprovechase un tantito un alma, que todo lo que de mí se puede decir. Que después que estoy aquí, ha sido el Señor servido que todos mis deseos paren en esto; y hame dado una manera de sueño en la vida, que casi siempre me parece estoy soñando lo que veo; ni contento ni pena, que sea mucha, no la veo en mí. Si alguna me dan algunas cosas, pasa con tanta brevedad, que yo me maravillo, y deja el sentimiento como una cosa que soñó.

Y esto es entera verdad, que aunque después yo quiera holgarme de aquel contento o pesarme de aquella pena, no es en mi mano, sino como lo sería a una persona discreta tener pena o gloria de un sueño que soñó. Porque ya mi alma la despertó el Señor de aquello que, por no estar yo mortificada ni muerta a las cosas del mundo, me había hecho sentimiento, y no quiere Su Majestad que se torne a cegar.

23. De esta manera vivo ahora, señor y padre mío. Suplique vuestra merced a Dios, o me lleve consigo, o me dé cómo le sirva. Plega a Su Majestad esto que aquí va escrito haga a vuestra merced algún provecho, que, por el poco lugar, ha sido con trabajo; mas dichoso sería el trabajo, si he acertado a decir algo que sola una vez se alabe por ello el Señor, que con esto me daría por pagada, aunque vuestra merced luego lo queme.

24. No querría fuese sin que lo viesen las tres personas que vuestra merced sabe, pues son y han sido confesores míos. Porque, si va mal, es bien pierdan la buena opinión que tienen de mí; si va bien, son buenos y letrados, sé que verán de dónde viene y alabarán a quien lo ha dicho por mí.

25. Su Majestad tenga siempre a vuestra merced de su mano y le haga tan gran santo, que con su espíritu y luz alumbre esta miserable, poco humilde y muy atrevida, que se ha osado determinar a escribir cosas tan subidas. Plega al Señor no haya en ello errado, teniendo intención y deseo de acertar y obedecer, y que por mí se alabase en algo el Señor, que es lo que ha muchos años que le suplico. Y como me faltan para esto las obras, heme atrevido a concertar esta mi desbaratada vida, aunque no gastando en ello más cuidado ni tiempo de lo que ha sido menester para escribirla, sino poniendo lo que ha pasado por mí con toda la llaneza y verdad que yo he podido.

Plega al Señor, pues es poderoso y si quiere puede, quiera que en todo acierte yo a hacer su voluntad, y no permita se pierda esta alma que con tantos artificios y maneras y tantas veces ha sacado Su Majestad del infierno y traído a Sí. Amén.
– ir a índice –

EPÍLOGO

Jhs

1. El Espíritu Santo sea siempre con vuestra merced, amén. No sería malo encarecer a vuestra merced este servicio, por obligarle a tener mucho cuidado de encomendarme a nuestro Señor, que según lo que he pasado en verme escrita y traer a la memoria tantas miserias mías, bien podría; aunque con verdad puedo decir que he sentido más en escribir las mercedes que el Señor me ha hecho, que las ofensas que yo a Su Majestad.

2. Yo he hecho lo que vuestra merced me mandó en alargarme, a condición que vuestra merced haga lo que me prometió en romper lo que mal le pareciere. No había acabado de leerlo después de escrito, cuando vuestra merced envía por él. Puede ser vayan algunas cosas mal declaradas y otras puestas dos veces; porque ha sido tan poco el tiempo que he tenido, que no podía tornar a ver lo que escribía. Suplico a vuestra merced lo enmiende y mande trasladar, si se ha de llevar al Padre Maestro Ávila, porque podría ser conocer alguien la letra. Yo deseo harto se dé orden en cómo lo vea, pues con ese intento lo comencé a escribir. Porque, como a él le parezca voy por buen camino, quedaré muy consolada, que ya no me queda más para hacer lo que es en mí. En todo haga vuestra merced como le pareciere y ve está obligado a quien así le fía su alma.

3. La de vuestra merced encomendaré yo toda mi vida a nuestro Señor. Por eso, dese prisa a servir a Su Majestad para hacerme a mí merced, pues verá vuestra merced, por lo que aquí va, cuán bien se emplea en darse todo -como vuestra merced lo ha comenzado- a quien tan sin tasa se nos da.

4. Sea bendito por siempre, que yo espero en su misericordia nos veremos adonde más claramente vuestra merced y yo veamos las grandes que ha hecho con nosotros, y para siempre jamás le alabemos, amén.

Acabóse este libro en junio, año de 1562.
– ir a índice –

Deuteronomio

Índice: Sagrada Escritura, Deuteronomio

1   2   3  4   5   6   7   8   9   10   11   12   13   14   15   16   17   18   19   20   21   22   23  24  25  26   27   28   29   30   31   32   33   34

Deuteronomio 1
1 Estas son las palabras que dijo Moisés a todo Israel al otro lado del Jordán en el desierto, en la Arabá, frente a Suf, entre Parán y Tófel, Labán, Jaserot y Di Zahab. –
2 Once son las jornadas desde el Horeb, por el camino del monte Seír, hasta Cadés Barnea -.
3 El año cuarenta, el día uno del undécimo mes, habló Moisés a los israelitas exponiendo todo cuanto Yahveh la había mandado respecto a ellos.
4 Después de batir a Sijón, rey de los amorreos, que moraba en Jesbón, y a Og, rey de Basán, que moraba en Astarot y en Edreí,
5 al otro lado del Jordán, en el país de Moab, decidió Moisés promulgar esta Ley. Dijo:
6 Yahveh, nuestro Dios, nos habló así en el Horeb: «Ya habéis estado bastante tiempo en esta montaña.
7 ¡En marcha!, partid y entrad en la montaña de los amorreos, y donde todos sus vecinos de la Arabá, la Montaña, la Tierra Baja, el Négueb y la costa del mar; en la tierra de Canaán y el Líbano, hasta el río grande, el río Eufrates.
8 Mirad: Yo he puesto esa tierra ante vosotros; id a tomar posesión de la tierra que Yahveh juró dar a vuestros padres Abraham, Isaac y Jacob, y a su descendencia después de ellos.»
9 Yo os hablé entonces y os dije: «No puedo cargar con todos vosotros yo solo.
10 Yahveh, vuestro Dios, os ha multiplicado y sois ahora tan numerosos como las estrellas del cielo.
11 Yahveh, el Dios de vuestros padres, os aumente mil veces más todavía y os bendiga como os ha prometido.
12 Pero ¿cómo voy a poder yo solo llevar vuestro peso, vuestra carga y vuestros litigios?
13 Escoged entre vosotros hombres sabios, perspicaces y experimentados, de cada una de vuestras tribus, y yo los pondré a vuestra cabeza.»
14 Me respondisteis: «Está bien lo que propones hacer.»
15 Yo tomé, entre los jefes de vuestras tribus, hombres sabios y experimentados, y los hice jefes vuestros: jefes de millar, de cien, de cincuenta y de diez, así como escribas para vuestras tribus.
16 Y di entonces esta orden a vuestros jueces: «Escucharéis lo que haya entre vuestros hermanos y administraréis justicia entre un hombre y su hermano o un forastero.
17 No haréis en juicio acepción de personas, escucharéis al pequeño lo mismo que al grande, no tendréis miedo al hombre, pues la sentencia es de Dios. El asunto que os resulte demasiado difícil, me lo remitiréis a mí, y yo lo oiré.»
18 Yo os prescribí entonces todo lo que tenías que hacer.
19 Partimos del Horeb y fuimos por ese enorme y temible desierto que habéis visto, camino de la montaña de los amorreos, como Yahveh nuestro Dios nos había mandado, y llegamos a Cadés Barnea.
20 Yo os dije: «Ya habéis llegado a la montaña de los amorreos que Yahveh nuestro Dios nos da.
21 Mira: Yahveh tu Dios ha puesto ante ti este país. Sube a tomar posesión de él como te ha dicho Yahveh el Dios de tus padres; no tengas miedo ni te asustes».
22 Pero todos vosotros os acercasteis a decirme: «Enviemos delante de nosotros hombres para que exploren el país y nos den noticias sobre el camino por donde hemos de subir y sobre las ciudades en que podemos entrar.»
23 Me pareció bien la propuesta y tomé de entre vosotros doce hombres, uno por tribu.
24 Partieron y subieron a la montaña; llegaron hasta el valle de Eskol y lo exploraron.
25 Tomaron en su mano frutos del país, nos los trajeron, y nos informaron: «Buena tierra es la que Yahveh nuestro Dios nos da.»
26 Pero vosotros os negasteis a subir; os rebelasteis contra la orden de Yahveh vuestro Dios,
27 y os pusisteis a murmurar en vuestras tiendas: «Por el odio que nos tiene nos ha sacado Yahveh de Egipto, para entregarnos en manos de los amorreos y destruirnos.
28 ¿Adónde vamos a subir? Nuestros hermanos nos han descorazonado al decir: Es un pueblo más grande y corpulento que nosotros, las ciudades son grandes y sus murallas llegan hasta el cielo. Y hasta anaquitas hemos visto allí.»
29 Yo os dije: «No os asustéis, no tengáis miedo de ellos.
30 Yahveh vuestro Dios, que marcha a vuestro frente, combatirá por vosotros, como visteis que lo hizo en Egipto,
31 y en el desierto, donde has visto que Yahveh tu Dios te llevaba como un hombre lleva a su hijo, a todo lo largo del camino que habéis recorrido hasta llegar a este lugar.»
32 Pero ni aun así confiasteis en Yahveh vuestro Dios,
33 que era el que os precedía en el camino y os buscaba lugar donde acampar, con el fuego durante la noche para alumbrar el camino que debíais seguir, y con la nube durante el día.
34 Yahveh oyó encolerizado vuestras palabras y juró así:
35 «Ni un solo hombre de esta generación perversa verá la tierra buena que yo juré dar a vuestros padres,
36 excepto Caleb, hijo de Yefunné: él la verá, y yo le daré a él y a sus hijos la tierra que ha pisado, porque siguió cabalmente a Yahveh.»
37 Por culpa vuestra Yahveh se irritó también contra mí y me dijo: «Tampoco tú entrarás allí.
38 Será tu ayudante Josué, hijo de Nun, el que entrará. Fortalécele, ya que él dará a Israel posesión de la tierra.
39 Pero vuestros pequeños, de los que dijisteis que iban a servir de botín, vuestros hijos que no conocen todavía el bien y el mal, sí entrarán allá, a ellos se la daré yo, y ellos la poseerán.
40 Y vosotros ahora, volveos y partid hacia el desierto por el camino del mar de Suf.»
41 Vosotros me respondisteis: «Hemos pecado contra Yahveh nuestro Dios. Subiremos y combatiremos como Yahveh nuestro Dios nos ha mandado.» Ceñísteis cada uno vuestras armas y creísteis fácil subir a la montaña.
42 Pero Yahveh me dijo: «Diles: No subáis a combatir porque no estoy yo en medio de vosotros, y así seréis derrotados por vuestros enemigos.»
43 Yo os hablé, pero vosotros no me escuchasteis; fuisteis rebeldes a la orden de Yahveh y tuvisteis la osadía de subir a la montaña.
44 Los amorreos, habitantes de aquella montaña, salieron a vuestro encuentro, os persiguieron como lo hubieran hecho las abejas, y os derrotaron en Seír hasta Jormá.
45 A vuestro regreso llorasteis ante Yahveh, pero Yahveh no escuchó vuestra voz ni os prestó oídos.
46 Por eso tuvisteis que permanecer en Cadés todo ese largo tiempo que habéis estado allí.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 2
1 Luego nos volvimos y partimos hacia el desierto, por el camino del mar de Suf, como Yahveh me había mandado. Durante muchos días anduvimos rodeando la montaña de Seír.
2 Yahveh me habló y me dijo:
3 «Ya habéis dado bastantes rodeos a esta montaña: dirigíos hacia el norte.
4 Y da al pueblo esta orden: Vais a pasar por el territorio de vuestros hermanos, los hijos de Esaú, que habitan en Seír. Ellos os temen; pero vosotros tened mucho cuidado;
5 no los ataquéis, porque yo no os daré nada de su país, ni siquiera la medida de la planta del pie, ya que el monte Seír se lo he dado en posesión a Esaú.
6 La comida que comáis se la compraréis por dinero, y por dinero les compraréis también el agua que bebáis.
7 Pues Yahveh tu Dios te ha bendecido en todas tu obras: ha protegido tu marcha por este gran desierto, y hace ya cuarenta años que Yahveh tu Dios está contigo sin que te haya faltado nada.»
8 Pasamos, pues, al lado de nuestros hermanos, los hijos de Esaú que habitan en Seír, por el camino de la Arabá, de Elat y de Esyón Guéber; después cambiando de rumbo, tomamos el camino del desierto de Moab.
9 Yahveh me dijo: «No ataques a Moab, no le provoques al combate, pues yo no te daré nada de su país, ya que Ar se la he dado en posesión a los hijos de Lot.
10 (Antiguamente habitaban allí los emitas, pueblo grande, numeroso y corpulento como los anaquitas.
11 Tanto a ellos como a los anaquitas se los tenía por refaítas, pero los moabitas los llamaban emitas.
12 Igualmente en Seír habitaron antiguamente los joritas, pero los hijos de Esaú los desalojaron, los exterminaron y se establecieron en su lugar, como ha hecho Israel con la tierra de su posesión, la que Yahveh les dio.)
13 Y ahora, levantaos y pasad el torrente Zéred.» Y pasamos el torrente Zéred.
14 El tiempo que estuvimos caminando desde Cadés Barnea hasta que pasamos el torrente Zéred fue de 38 años; por lo que había desaparecido ya del campamento toda la generación de hombres de guerra, como Yahveh les había jurado.
15 La misma mano de Yahveh había caído sobre ellos para extirparlos de en medio del campamento hasta hacerlos desaparecer.
16 Cuando la muerte había hecho desaparecer a todos los hombres de guerra en medio del pueblo,
17 Yahveh me habló y me dijo:
18 «Vas a pasar hoy la frontera de Moab, por Ar,
19 y vas a encontrarte con los hijos de Ammón. No los ataques ni les provoques; pues yo no te daré nada del país de los hijos de Ammón, ya que se lo he entregado a los hijos de Lot en posesión.
20 (También éste era considerado país de refaítas; los refaítas habitaron aquí antiguamente; y los ammonitas los llamaban zanzumitas,
21 pueblo grande, numeroso y corpulento como los anaquitas; Yahveh los exterminó ante los ammonitas, que los desalojaron y se establecieron en su lugar;
22 así había hecho también en favor de los hijos de Esaú, que habitaban en Seír, exterminando delante de ellos a los joritas; aquéllos los desalojaron y se establecieron en su lugar hasta el día de hoy.
23 Y también a los avitas, que habitan en los campos hasta Gaza; los kaftoritas, venidos de Kaftor, los exterminaron y se establecieron en su lugar).
24 Levantaos, partid y pasad el torrente Arnón. Mira, yo pongo en tus manos a Sijón, el amorreo, rey de Jesbón, y todo su país. Comienza la conquista; provócale al combate.
25 Desde hoy comienzo a infundir terror y miedo de ti entre todos los pueblos que hay debajo del cielo: al tener noticia de tu llegada temblarán todos y se estremecerán.»
26 Del desierto de Quedemot envié mensajeros a Sijón, rey de Jesbón, con estas palabras de paz:
27 «Voy a pasar por tu país; seguiré el camino sin desviarme a derecha ni a izquierda.
28 La comida que coma véndemela por dinero, el agua que beba dámela por dinero; sólo deseo pasar a pie,
29 como me han dejado los hijos de Esaú que habitan en Seír y los moabitas que habitan en Ar, hasta cruzar el Jordán para ir hacia la tierra que nos da Yahveh nuestro Dios.»
30 Pero Sijón, rey de Jesbón, no quiso dejarnos pasar por allí porque Yahveh tu Dios le había empedernido el espíritu y endurecido el corazón, a fin de entregarle en tus manos, como lo está todavía hoy.
31 Yahveh me dijo: «Mira, he comenzado a entregarte a Sijón y su país; empieza la conquista, apodérate de su territorio.»
32 Sijón salió a nuestro encuentro con todo su pueblo, y nos presentó batalla en Yahás.
33 Yahveh nuestro Dios nos lo entregó y le derrotamos a él, a sus hijos y a todo su pueblo.
34 Nos apoderamos entonces de todas sus ciudades y consagramos al anatema toda ciudad: hombres, mujeres y niños, sin dejar superviviente.
35 Tan sólo guardamos como botín el ganado y los despojos de las ciudades tomadas.
36 Desde Aroer, al borde del valle del Arnón, y la ciudad que está en el valle, hasta Galaad, no hubo ciudad inaccesible para nosotros; Yahveh nuestro Dios nos las entregó todas.
37 Únicamente respetaste el país de los ammonitas, toda la ribera del torrente Yabboq y las ciudades de la montaña, todo lo que Yahveh nuestro Dios había prohibido.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 3
1 Luego nos volvimos y subimos por el camino de Basán. Og, rey de Basán, salió a nuestro encuentro con todo su pueblo y nos presentó batalla en Edreí.
2 Yahveh me dijo: «No le temas, porque yo le he entregado en tus manos con todo su pueblo y su país. Harás con él lo que hiciste son Sijón, el rey amorreo que habitaba en Jesbón.»
3 Yahveh nuestro Dios entregó en nuestras manos también a Og, rey de Basán, con todo su pueblo. Le batimos hasta no dejarle ni un superviviente.
4 Nos apoderamos entonces de todas sus ciudades; no hubo ciudad que no les tomáramos: sesenta ciudades, toda la confederación de Argob, reino de Og en Basán,
5 plazas fuertes todas ellas, con altas murallas, puertas y cerrojos; sin contar las ciudades de los perizitas, en gran número.
6 Las consagramos al anatema, como habíamos hecho con Sijón, rey de Jesbón: anatema a toda ciudad: hombres, mujeres y niños;
7 aunque guardamos como botín todo el ganado y los despojos de estas ciudades.
8 Así tomamos entonces, de mano de los dos reyes amorreos, el país de Transjordania, desde el torrente Arnón hasta el monte Hermón
9 (los sidonios llaman al Hermón Siryón, y los amorreos lo llaman Senir):
10 todas las ciudades de la Altiplanicie, todo Galaad y todo Basán hasta Salká y Edreí, ciudades del reino de Og en Basán.
11 (Og, rey de Basán, era el último superviviente de los refaítas: su lecho es el lecho de hierro que se halla en Rabbá de los ammonitas, de nueve codos de largo por cuatro de ancho, en codos corrientes.
12 De este país tomamos posesión entonces: desde Aroer, a orillas del torrente Arnón, la mitad de la montaña de Galaad con sus ciudades se la di a los rubenitas y a los gaditas.
13 A la media tribu de Manasés le di el resto de Galaad y todo Basán, reino de Og: toda la confederación de Argob. (A todo este Basán es a lo que se llama el país de los refaítas.)
14 Yaír, hijo de Manasés, se quedó con toda la confederación de Argob, hasta la frontera de los guesuritas y de los maakatitas, y dio a Basán su nombre que aún conserva: Aduares de Yaír.
15 A Makir le di Galaad.
16 A los rubenitas y a los gaditas les di desde Galaad hasta el torrente Arnón – la mitad del torrente marcaba la frontera – y hasta el torrente Yabboq, frontera de los ammonitas.
17 La Arabá y el Jordán hacían de frontera, desde Kinnéret hasta el mar de la Arabá (el mar de la Sal), al pie de las laderas del Pisgá, al oriente.
18 Yo os ordené entonces: «Yahveh, vuestro Dios, os ha dado esta tierra en posesión. Vosotros pasaréis armados al frente de vuestros hermanos los israelitas, todos hombres de armas.
19 Sólo vuestras mujeres, vuestros hijos y vuestros rebaños (pues sé que tenéis rebaños numerosos) quedarán en las ciudades que yo os he dado,
20 hasta que Yahveh conceda reposo a vuestros hermanos, como a vosotros, y ellos también hayan tomado posesión de la tierra que Yahveh vuestro Dios les ha dado al otro lado del Jordán; entonces volveréis cada uno a la heredad que yo os he dado.»
21 A Josué también le di entonces la orden siguiente: «Tus propios ojos han visto todo lo que Yahveh vuestro Dios ha hecho con estos dos reyes; lo mismo hará Yahveh con todos los reinos por donde vas a pasar.
22 No les temáis, porque el mismo Yahveh vuestro Dios combate por vosotros.»
23 Entonces hice esta súplica a Yahveh:
24 «Yahveh, Señor mío, tú has comenzado a manifestar a tu siervo tu grandeza y tu mano fuerte; pues ¿qué Dios hay, en los cielos ni en la tierra, que pueda hacer obras y proezas como las tuyas?
25 Déjame, por favor, pasar y ver la tierra buena de allende el Jordán, esa buena montaña y el Líbano.»
26 Pero, por culpa vuestra, Yahveh se irritó contra mí y no me escuchó; antes bien me dijo: «¡Basta ya! No sigas hablándome de esto.
27 Sube a la cumbre del Pisgá, alza tus ojos al occidente, al norte, al mediodía y al oriente; y contempla con tu ojos, porque no pasarás ese Jordán.
28 Da tus órdenes a Josué, dale ánimos y fortalécele, porque él pasará al frente de este pueblo: él le pondrá en posesión de esa tierra que ves.»
29 Y nos quedamos, en el valle, enfrente de Bet Peor.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 4
1 Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las normas que yo os enseño para que las pongáis en práctica, a fin de que viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que os da Yahveh, Dios de vuestros padres.
2 No añadiréis nada a lo que yo os mando, ni quitaréis nada; para así guardar los mandamientos de Yahveh vuestro Dios que yo os prescribo.
3 Vuestros propios ojos han visto lo que hizo Yahveh con Baal Peor: a todos los que habían seguido a Baal Peor, Yahveh tu Dios los exterminó de en medio de ti;
4 en cambio vosotros, que habéis seguido unidos a Yahveh vuestro Dios, estáis hoy todos vivos.
5 Mira, como Yahveh mi Dios me ha mandado, yo os enseño preceptos y normas para que los pongáis en práctica en la tierra en la que vais a entrar para tomarla en posesión.
6 Guardadlos y practicadlos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos estos preceptos, dirán: «Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente.»
7 Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahveh nuestro Dios siempre que le invocamos?
8 Y ¿cuál es la gran nación cuyos preceptos y normas sean tan justos como toda esta Ley que yo os expongo hoy?
9 Pero ten cuidado y guárdate bien, no vayas o olvidarte de estas cosas que tus ojos han visto, ni dejes que se aparten de tu corazón en todos los días de tu vida; enséñaselas, por el contrario, a tus hijos y a los hijos de tus hijos.
10 El día que estabas en el Horeb en presencia de Yahveh tu Dios, cuando Yahveh me dijo: «Reúneme al pueblo para que yo les haga oír mis palabras a fin de que aprendan a tenerme mientras vivan en el suelo y se las enseñen a sus hijos»,
11 vosotros os acercasteis y permanecisteis al pie de la montaña, mientras la montaña ardía en llamas hasta el mismo cielo, entre tinieblas de nube y densa niebla.
12 Yahveh os habló de en medio del fuego; vosotros oíais rumor de palabras, pero no percibíais figura alguna, sino sólo una voz.
13 El os reveló su alianza, que os mandó poner en práctica, las diez Palabras que escribió en dos tablas de piedra.
14 Y a mí me mandó entonces Yahveh que os enseñase los preceptos y normas que vosotros deberíais poner en práctica en la tierra en la que vais a entrar para tomarla en posesión.
15 Tened mucho cuidado de vosotros mismos: puesto que no visteis figura alguna el día en que Yahveh os habló en el Horeb de en medio del fuego,
16 no vayáis a pervertiros y os hagáis alguna escultura de cualquier representación que sea: figura masculina o femenina,
17 figura de alguna de las bestias de la tierra, figura de alguna de las aves que vuelan por el cielo,
18 figura de alguno de los reptiles que serpean por el suelo, figura de alguno de los peces que hay en las aguas debajo de la tierra.
19 Cuando levantes tus ojos al cielo, cuando veas el sol, la luna, las estrellas y todo el ejército de los cielos, no vayas a dejarte seducir y te postres ante ellos para darles culto. Eso se lo ha repartido Yahveh tu Dios a todos los pueblos que hay debajo del cielo,
20 pero a vosotros os tomó Yahveh y os sacó del horno de hierro, de Egipto, para que fueseis el pueblo de su heredad, como lo sois hoy.
21 Por culpa vuestra Yahveh se irritó contra mí y juró que yo no pasaría el Jordán ni entraría en la tierra buena que Yahveh tu Dios te da en herencia.
22 Yo voy a morir en este país y no pasaré el Jordán. Vosotros en cambio lo pasaréis y poseeréis esa tierra buena.
23 Guardaos, pues, de olvidar la alianza que Yahveh vuestro Dios ha concluido con vosotros, y de haceros alguna escultura o representación de todo lo que Yahveh tu Dios te ha prohibido;
24 porque Yahveh tu Dios es un fuego devorador, un Dios celoso.
25 Cuando hayas engendrado hijos y nietos y hayáis envejecido en el país, si os pervertís y hacéis alguna escultura de cualquier representación, si hacéis lo malo a los ojos de Yahveh tu Dios hasta irritarle,
26 pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra que desapareceréis rápidamente de esa tierra que vais a tomar en posesión al pasar el Jordán. No prolongaréis en ella vuestros días, porque seréis completamente destruidos.
27 Yahveh os dispersará entre los pueblos y no quedaréis más que unos pocos, en medio de las naciones adonde Yahveh os lleve.
28 Allí serviréis a dioses hechos por manos de hombre, de madera y piedra, que ni ven ni oyen, ni comen ni huelen.
29 Desde allí buscarás a Yahveh tu Dios; y le encontrarás si le buscas con todo tu corazón y con toda tu alma.
30 Cuando estés angustiado y te alcancen todas estas palabras, al fin de los tiempos, te volverás a Yahveh tu Dios y escucharás su voz;
31 porque Yahveh tu Dios es un Dios misericordioso: no te abandonará ni te destruirá, y no se olvidará de la alianza que con juramento concluyó con tus padres.
32 Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿Hubo jamás desde un extremo a otro del cielo palabra tan grande como ésta? ¿Se oyó semejante?
33 ¿Hay algún pueblo que haya oído como tú has oído la voz del Dios vivo hablando de en medio del fuego, y haya sobrevivido?
34 ¿Algún dios intentó jamás venir a buscarse una nación de en medio de otra nación por medio de pruebas, señales, prodigios y guerra, con mano fuerte y tenso brazo, por grandes terrores, como todo lo que Yahveh vuestro Dios hizo con vosotros, a vuestros mismos ojos, en Egipto?
35 A ti se te ha dado a ver todo esto, para que sepas que Yahveh es el verdadero Dios y que no hay otro fuera de él.
36 Desde el cielo te ha hecho oír su voz para instruirte, y en la tierra te ha mostrado su gran fuego, y de en medio del fuego has oído sus palabras.
37 Porque amó a tus padres y eligió a su descendencia después de ellos, te sacó de Egipto personalmente con su gran fuerza,
38 desalojó ante ti naciones más numerosas y fuertes que tú, te introdujo en su tierra y te la dio en herencia, como la tienes hoy.
39 Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que Yahveh es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro.
40 Guarda los preceptos y los mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que Yahveh tu Dios te da para siempre.
41 Moisés reservó entonces tres ciudades allende el Jordán, al oriente,
42 a las que pudiera huir el homicida que hubiera matado a su prójimo sin querer, sin haberle odiado anteriormente, y huyendo a una de estas ciudades, salvara su vida.
43 Eran éstas, para los rubenitas, Béser, en el desierto, en la Altiplanicie; para los gaditas, Ramot en Galaad; para los manasitas, Golán en Basán.
44 Esta es la ley que expuso Moisés a los israelitas.
45 Estos son los estatutos, preceptos y normas que dictó Moisés a los israelitas a su salida de Egipto,
46 al otro lado del Jordán, en el valle próximo a Bet Peor, en el país de Sijón, rey de los amorreos, que habitaba en Jesbón, aquel a quien Moisés y los israelitas habían batido a su salida de Egipto,
47 y cuyo país habían conquistado, así como el país de Og, rey de Basán, – los dos reyes amorreos del lado oriental del Jordán,
48 desde Aroer, que está situada al borde del valle del Arnón, hasta el monte Siryón (esto es, el Hermón) –
49 con toda la Arabá del lado oriental del Jordán, hasta el mar de la Arabá, al pie de las laderas del Pisgá.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 5
1 Moisés convocó a todo Israel y les dijo: Escucha, Israel, los preceptos y las normas que yo pronuncio hoy a tus oídos. Apréndelos y cuida de ponerlos en práctica.
2 Yahveh nuestro Dios ha concluido con nosotros una alianza en el Horeb.
3 No con nuestros padres concluyó Yahveh esta alianza, sino con nosotros, con nosotros que estamos hoy aquí, todos vivos.
4 Cara a cara os habló Yahveh en la montaña, de en medio del fuego;
5 yo estaba entre Yahveh y vosotros para comunicaros la palabra de Yahveh, ya que vosotros teníais miedo del fuego y no subisteis a la montaña. Dijo:
6 «Yo soy Yahveh tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre.
7 «No habrá para ti otros dioses delante de mi.
8 «No te harás escultura ni imagen alguna, ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra.
9 No te postrarás ante ellas ni les darás culto. Porque yo, Yahveh tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian,
10 y tengo misericordia por mil generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos.
11 «No tomarás en falso el nombre de Yahveh tu Dios, porque Yahveh no dejará sin castigo a quien toma su nombre en falso.
12 «Guardarás el día del sábado para santificarlo, como te lo ha mandado Yahveh tu Dios.
13 Seis días trabajarás y harás todas tus tareas,
14 pero el día séptimo es día de descanso para Yahveh tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ninguna de tus bestias, ni el forastero que vive en tus ciudades; de modo que puedan descansar, como tú, tu siervo, y tu sierva.
15 Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto y que Yahveh tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y tenso brazo; por eso Yahveh tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y tenso brazo; por eso Yahveh tu Dios te ha mandado guardar el día del sábado.
16 Honra a tu padre y a tu madre, como te lo ha mandado Yahveh tu Dios, para que se prolonguen tus días y seas feliz en el suelo que Yahveh tu Dios te da.
17 «No matarás.
18 «No cometerás adulterio.
19 «No robarás.
20 «No darás testimonio falso contra tu prójimo.
21 «No desearás la mujer de tu prójimo, no codiciarás su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu prójimo.»
22 Estas palabras dijo Yahveh a toda vuestra asamblea, en la montaña, de en medio del fuego, la nube y la densa niebla, con voz potente, y nada más añadió. Luego las escribió en dos tablas de piedra y me las entregó a mí.
23 Cuando vosotros oísteis la voz que salía de las tinieblas, mientras la montaña ardía en fuego, os acercasteis a mí todos vosotros, jefes de tribu y ancianos,
24 y dijisteis: «Mira, Yahveh nuestro Dios nos ha mostrado su gloria y su grandeza y hemos oído su voz de en medio del fuego. Hemos visto en este día que puede Dios hablar al hombre y seguir éste con vida.
25 Pero ahora, ¿por qué hemos de morir? – porque este fuego nos va a devorar -; si seguimos oyendo la voz de Yahveh nuestro Dios, moriremos.
26 Pues, ¿qué hombre ha oído como nosotros la voz del Dios vivo hablando de en medio del fuego, y ha sobrevivido?
27 Acércate tú a oír todo lo que diga Yahveh nuestro Dios, y luego nos dirás todo lo que Yahveh nuestro Dios te haya dicho; nosotros lo escucharemos y lo pondremos en práctica.»
28 Yahveh oyó vuestras palabras y me dijo: «He oído las palabras de este pueblo, lo que te han dicho; está bien todo lo que han dicho.
29 ¡Ojalá fuera siempre así su corazón para temerme y guardar todos mis mandamientos, y de esta forma ser eternamente felices, ellos y sus hijos!
30 Ve a decirles: “Volved a vuestras tiendas.”
31 Y tú quédate aquí junto a mí; yo te diré a ti todos los mandamientos, preceptos y normas que has de enseñarles para que los pongan en práctica en la tierra que yo les doy en posesión.»
32 Ciudad, pues, de proceder como Yahveh vuestro Dios os ha mandado. No os desviéis ni a derecha ni a izquierda.
33 Seguid en todo el camino que Yahveh vuestro Dios os ha trazado: así viviréis, seréis felices y prolongaréis vuestros días en la tierra que vais a tomar en posesión.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 6
1 Estos son los mandamientos, preceptos y normas que Yahveh vuestro Dios ha mandado enseñaros para que los pongáis en práctica en la tierra a la que vais a pasar para tomarla en posesión,
2 a fin de que temas a Yahveh tu Dios, guardando todos los preceptos
y mandamientos que yo te prescribo hoy, tú, tu hijo y tu nieto, todos los días de tu vida, y así se prolonguen tus días.
3 Escucha, Israel; cuida de practicar lo que te hará feliz y por lo que te multiplicarás, como te ha dicho Yahveh, el Dios de tus padres, en la tierra que mana leche y miel.
4 Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh.
5 Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza.
6 Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy.
7 Se la repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado;
8 las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos;
9 las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas.
10 Cuando Yahveh tu Dios te haya introducido en la tierra que a tus padres Abraham, Isaac y Jacob juró que te daría: ciudades grandes y prósperas que tú no edificaste,
11 casas llenas de toda clase de bienes, que tú no llenaste, cisternas excavadas que tú no excavaste, viñedos y olivares que tú no plantaste, cuando hayas comido y te hayas saciado,
12 cuida de no olvidarte de Yahveh que te sacó del país de Egipto, de la casa de servidumbre.
13 A Yahveh tu Dios temerás, a él le servirás, por su nombre jurarás.
14 No vayáis en pos de otros dioses, de los dioses de los pueblos que os rodean,
15 porque un Dios celoso es Yahveh tu Dios que está en medio de ti. La ira de Yahveh tu Dios se encendería contra ti y te haría desaparecer de la haz de la tierra.
16 No tentaréis a Yahveh vuestro Dios, como le habéis tentado en Massá.
17 Guardaréis puntualmente los mandamientos de Yahveh vuestro Dios, los estatutos y preceptos que te ha prescrito,
18 harás lo que es justo y bueno a los ojos de Yahveh para que seas feliz y llegues a tomar posesión de esa tierra buena de la que Yahveh juró a tus padres
19 que arrojaría a todos tus enemigos ante ti, como te ha dicho Yahveh.
20 Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: «¿Qué son estos estatutos, estos preceptos y estas normas que Yahveh nuestro Dios os ha prescrito?»,
21 dirás a tu hijo: «Éramos esclavos de Faraón en Egipto, y Yahveh nos sacó de Egipto con mano fuerte.
22 Yahveh realizó a nuestros propios ojos señales y prodigios grandes y terribles en Egipto, contra Faraón y toda su casa.
23 Y a nosotros nos sacó de allí para conducirnos y entregarnos la tierra que había prometido bajo juramento a nuestros padres.
24 Y Yahveh nos mandó que pusiéramos en práctica todos estos preceptos, temiendo a Yahveh nuestro Dios, para que fuéramos felices siempre y nos permitiera vivir como el día de hoy.
25 Tal será nuestra justicia: cuidar de poner en práctica todos estos mandamientos ante Yahveh nuestro Dios, como él nos ha prescrito.»
« ir a capítulos »

Deuteronomio 7
1 Cuando Yahveh tu Dios te haya introducido en la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión, y haya arrojado delante de ti a naciones numerosas: hititas, guirgasitas, amorreos, cananeos, perizitas, jivitas y jebuseos, siete naciones más numerosas y fuertes que tú,
2 cuando Yahveh tu Dios te las entregue y las derrotes, las consagrarás al anatema. No harás alianza con ellas, no les tendrás compasión.
3 No emparentarás con ellas, no darás tu hija a su hijo ni tomarás su hija para tu hijo.
4 Porque tu hijo se apartaría de mi seguimiento, serviría o otros dioses; y a la ira de Yahveh se encendería contra vosotros y se apresuraría a destruiros.
5 Por el contrario, esto es lo que haréis con ellos: demoleréis sus altares, romperéis sus estelas, cortaréis sus cipos y prenderéis fuego a sus ídolos.
6 Porque tú eres un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios; él te ha elegido a ti para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay sobre la haz de la tierra.
7 No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahveh de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos;
8 sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres, por eso os ha sacado Yahveh con mano fuerte y os ha librado de la casa de servidumbre, del poder de Faraón, rey de Egipto.
9 Has de saber, pues, que Yahveh tu Dios es el Dios verdadero, el Dios verdadero, el Dios fiel que guarda la alianza y el amor por mil generaciones a los que le aman y guardan sus mandamientos,
10 pero que da su merecido en su propia persona a quien le odia, destruyéndole. No es remiso con quien le odia: en su propia persona le da su merecido.
11 Guarda, pues, los mandamientos, preceptos y normas que yo te mando hoy poner en práctica.
12 Y por haber escuchado estas normas, por haberlas guardado y practicado, Yahveh tu Dios te mantendrá la alianza y el amor que bajo juramento prometió a tus padres.
13 Te amará, te bendecirá, te multiplicará, bendecirá el fruto de tu seno y el fruto de tu suelo, tu trigo, tu mosto, tu aceite, las crías de tus vacas y las camadas de tus rebaños, en el suelo que a tus padres juró que te daría.
14 Serás bendito más que todos los pueblos. No habrá macho ni hembra estéril en ti ni en tus rebaños.
15 Yahveh apartará de ti toda enfermedad; no dejará caer sobre ti ninguna de esas malignas epidemias de Egipto que tú conoces, sino que se las enviará a todos los que te odian.
16 Destruirás, pues, todos esos pueblos que Yahveh tu Dios te entrega, sin que tu ojo tenga piedad de ellos; y no darás culto a sus dioses, porque eso sería un lazo para ti.
17 Acaso digas en tu corazón: «Esas naciones son más numerosas que yo; ¿cómo voy a poder desalojarlas?»
18 Pero no las temas: acuérdate bien de lo que Yahveh tu Dios hizo con Faraón y con todo Egipto,
19 de las grandes pruebas que tus ojos vieron, las señales y prodigios, la mano fuerte y el tenso brazo con que Yahveh tu Dios te sacó. Lo mismo hará Yahveh tu Dios con todos los pueblos a los que temes.
20 Yahveh tu Dios enviará incluso avispas contra ellos para destruir a los que hubieren quedado y se te hubieren ocultado a ti.
21 Así que no tiembles ante ellos, porque en medio de ti está Yahveh tu Dios, Dios grande y temible.
22 Yahveh tu Dios irá arrojando a esas naciones de delante de ti poco a poco; no podrás exterminarlas de golpe, no sea que las bestias salvajes se multipliquen contra ti,
23 sino que Yahveh tu Dios te las entregará y les infligirá grandes descalabros hasta que queden destruidas.
24 Entregará a sus reyes en tu mano y tú borrarás sus nombres de debajo del cielo: nadie podrá resistir ante ti, hasta que los hayas destruido.
25 Quemaréis las esculturas de sus dioses, y no codiciarás el oro y la plata que los recubren, ni lo tomarás para ti, no sea que por ello caigas en un lazo, pues es una cosa abominable para Yahveh tu Dios;
26 y no debes meter en tu casa una cosa abominable, pues te harías anatema como ella. Las tendrás por cosa horrenda y abominable, porque son anatema.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 8
1 Todos los mandamientos que yo os prescribo hoy, cuidad de practicarlos, para que viváis, os multipliquéis y lleguéis a tomar posesión de la tierra que Yahveh prometió bajo juramento a vuestros padres.
2 Acuérdate de todo el camino que Yahveh tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos.
3 Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habíais conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Yahveh.
4 No se gastó el vestido que llevabas ni se hincharon tus pies a lo largo de esos cuarenta años.
5 Date cuenta, pues, de que Yahveh tu Dios te corregía como un hombre corrige a su hijo,
6 y guarda los mandamientos de Yahveh tu Dios siguiendo sus caminos y temiéndole.
7 Pues Yahveh tu Dios te conduce a una tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes y hontanares que manan en los valles y en las montañas,
8 tierra de trigo y de cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares, de aceite y de miel,
9 tierra donde el pan que comas no te será racionado y donde no carecerás de nada; tierra donde las piedras tienen hierro y de cuyas montañas extraerás el bronce.
10 Comerás hasta hartarte, y bendecirás a Yahveh tu Dios en esa tierra buena que te ha dado.
11 Guárdate de olvidar a Yahveh tu Dios descuidando los mandamientos, normas y preceptos que yo te prescribo hoy;
12 no sea que cuando comas y quedes harto, cuando construyas hermosas casas y vivas en ellas,
13 cuando se multipliquen tus vacadas y tus ovejas, cuando tengas plata y oro en abundancia y se acrecienten todos tus bienes,
14 tu corazón se engría y olvides a Yahveh tu Dios que te sacó del país de Egipto, de la casa de servidumbre;
15 que te ha conducido a través de ese desierto grande y terrible entre serpientes abrasadoras y escorpiones: que en un lugar de sed, sin agua, hizo brotar para ti agua de la roca más dura;
16 que te alimentó en el desierto con el maná, que no habían conocido tus padres, a fin de humillarte y ponerte a prueba para después hacerte feliz.
17 No digas en tu corazón: «Mi propia fuerza y el poder de mi mano me han creado esta prosperidad»,
18 sino acuérdate de Yahveh tu Dios, que es el que te da la fuerza para crear la prosperidad, cumpliendo así la alianza que bajo juramento prometió a tus padres, como lo hace hoy.
19 Pero si llegas a olvidarte de Yahveh tu Dios, si sigues a otros dioses, si les das culto y te postras ante ellos, yo certifico hoy contra vosotros que pereceréis.
20 Lo mismo que las naciones que Yahveh va destruyendo a vuestro paso, así pereceréis también vosotros por haber desoído la voz de Yahveh vuestro Dios.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 9
1 Escucha, Israel. Hoy vas a pasar ya el Jordán para ir a desalojar a naciones más grandes y fuertes que tú, ciudades grandes, de murallas que llegan hasta el cielo,
2 un pueblo grande y corpulento, los anaquitas, a quienes tú conoces y de quienes has oído decir: «¿Quién puede hacer frente a los hijos de Anaq?»
3 Pero has de saber hoy que Yahveh tu Dios es quien va a pasar delante de ti como un fuego devorador que los destruirá y te los someterá, para que los desalojes y los destruyas rápidamente, como te ha dicho Yahveh.
4 No digas en tu corazón cuando Yahveh tu Dios los arroje de delante de ti: «Por mis méritos me ha hecho Yahveh entrar en posesión de esta tierra», siendo así que sólo por la perversidad de estas naciones las desaloja Yahveh ante ti.
5 No por tus méritos ni por la rectitud de tu corazón vas a tomar posesión de su tierra, sino que sólo por la perversidad de estas naciones las desaloja Yahveh tu Dios ante ti; y también por cumplir la palabra que juró a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob.
6 Has de saber, pues, que no es por tu justicia por lo que Yahveh tu Dios te da en posesión esa tierra buena, ya que eres un pueblo de dura cerviz.
7 Acuérdate. No olvides que irritaste a Yahveh tu Dios en el desierto. Desde el día en que saliste del país de Egipto hasta vuestra llegada a este lugar, habéis sido rebeldes a Yahveh.
8 En el Horeb irritasteis a Yahveh, y Yahveh montó en tal cólera contra vosotros que estuvo a punto de destruiros.
9 Yo había subido al monte a recoger las tablas de piedra, las tablas de la alianza que Yahveh había concluido con vosotros. Permanecí en el monte cuarenta días y cuarenta noches sin comer pan ni beber agua.
10 Yahveh me dio las dos tablas de piedra escritas por el dedo de Dios, en las que estaban todas las palabras que Yahveh os había dicho de en medio del fuego, en la montaña, el día de la Asamblea.
11 Al cabo de cuarenta días y cuarenta noches, después de darme las dos tablas de piedra, las tablas de la alianza,
12 me dijo Yahveh: «Levántate, baja de aquí a toda prisa, porque tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto, se ha pervertido. Bien pronto se han apartado del camino que yo les había prescrito: se han hecho un ídolo de fundición.»
13 Continuó Yahveh y me dijo: «He visto a este pueblo: es un pueblo de dura cerviz.
14 Déjame que los destruya y borre su nombre de debajo del cielo; y que haga de ti una nación más fuerte y numerosa que ésta.»
15 Yo me volví y bajé del monte, que ardía en llamas, llevando en mis manos las dos tablas de la alianza.
16 Y vi que vosotros habíais pecado contra Yahveh vuestro Dios. Os habíais hecho un becerro de fundición: bien pronto os habíais apartado del camino que Yahveh os tenía prescrito.
17 Tomé entonces las dos tablas, las arrojé de mis manos y las hice pedazos a vuestros propios ojos.
18 Luego me postré ante Yahveh; como la otra vez, estuve cuarenta días y cuarenta noches sin comer pan ni beber agua, por todo el pecado que habíais cometido haciendo el mal a los ojos de Yahveh hasta irritarle.
19 Porque tenía mucho miedo de la ira y del furor que irritaba a Yahveh contra vosotros hasta querer destruiros. Y una vez más me escuchó Yahveh.
20 También contra Aarón estaba Yahveh violentamente irritado hasta querer destruirle. Yo intercedí también entonces en favor de Aarón.
21 Y vuestro pecado, el becerro que os habíais hecho, lo tomé y lo quemé; lo hice pedazos, lo pasé a la muela hasta que quedó reducido a polvo, y tiré el polvo al torrente que baja de la montaña.
22 Y en Taberá, y en Massá, y en Quibrot Hattaavá, irritasteis a Yahveh.
23 Y cuando Yahveh os hizo salir de Cadés Barnea diciendo: «Subid a tomar posesión de la tierra que yo os he dado», os rebelasteis contra la orden de Yahveh vuestro Dios, no creísteis en él ni escuchasteis su voz.
24 Habéis sido rebeldes a Yahveh vuestro Dios desde el día en que os conoció.
25 Me postré, pues, ante Yahveh y estuve postrado estos cuarenta días y cuarenta noches, porque Yahveh había hablado de destruiros.
26 Supliqué a Yahveh y dije: «Señor Yahveh, no destruyas a tu pueblo, tu heredad, que tú rescataste con tu grandeza y que sacaste de Egipto con mano fuerte.
27 Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac y Jacob, y no tomes en cuenta la indocilidad de este pueblo, ni su maldad ni su pecado,
28 para que no se diga en el país de donde nos sacaste: “Porque Yahveh no ha podido llevarlos a la tierra que les había prometido, y por el odio que les tiene, los ha sacado para hacerlos morir en el desierto.”
29 Pero ellos son tu pueblo, tu heredad, aquellos a quienes tú sacaste con tu gran fuerza y tu tenso brazo.»
« ir a capítulos »

Deuteronomio 10
1 Yahveh me dijo entonces: «Labra dos tablas de piedra como las primeras y sube donde mí a la montaña; hazte también un arca de madera.
2 Yo escribiré en las tablas las palabras que había en las primeras que rompiste, y tú las depositarás en el arca.»
3 Hice un arca de madera de acacia, labré dos tablas de piedra como las primeras y subí a la montaña con las dos tablas en la mano.
4 El escribió en las tablas lo mismo que había escrito antes, las diez Palabras que Yahveh había dicho en el monte, de en medio del fuego, el día de la Asamblea. Y Yahveh me las entregó.
5 Yo volví a bajar del monte, puse las tablas en el arca que había hecho y allí quedaron, como me había mandado Yahveh.
6 Los israelitas partieron de los pozos de Bené Yaacán, hacia Moserá. Allí murió Aarón y allí fue enterrado. Le sucedió en el sacerdocio su hijo Eleazar.
7 De allí se dirigieron a Gudgoda y de Gudgoda a Yotbatá, lugar de torrentes.
8 Yahveh separó entonces a la tribu de Leví para llevar el arca de la alianza de Yahveh, sirviéndole y dando la bendición en su nombre hasta el día de hoy.
9 Por eso Leví no ha tenido parte ni heredad con sus hermanos: Yahveh es su heredad, como Yahveh tu Dios le dijo.
10 Yo me quedé en el monte, como la primera vez, cuarenta días y cuarenta noches. También esta vez me escuchó Yahveh y renunció a destruirte.
11 Y me dijo Yahveh: «Levántate, ve a ponerte al frente de este pueblo, para que vayan a tomar posesión de la tierra que yo juré a sus padres que les daría.»
12 Y ahora, Israel, ¿qué te pide tu Dios, sino que temas a Yahveh tu Dios, que sigas todos sus caminos, que le ames, que sirvas a Yahveh tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma,
13 que guardes los mandamientos de Yahveh y sus preceptos que yo te prescribo hoy para que seas feliz?
14 Mira: De Yahveh tu Dios son los cielos y los cielos de los cielos, la tierra y cuanto hay en ella.
15 Y con todo, sólo de tus padres se prendó Yahveh y eligió a su descendencia después de ellos, a vosotros mismos, de entre todos los pueblos, como hoy sucede.
16 Circuncidad el prepucio de vuestro corazón y no endurezcáis más vuestra cerviz,
17 porque Yahveh vuestro Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas ni admite soborno;
18 que hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al forastero, a quien da pan y vestido.
19 (Amad al forastero porque forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto.)
20 A Yahveh tu Dios temerás, a él servirás, vivirás unido a él y en su nombre jurarás.
21 El será objeto de tu alabanza y él tu Dios, que ha hecho por ti esas cosas grandes y terribles que tus ojos han visto.
22 No más de setenta personas eran tus padres cuando bajaron a Egipto, y Yahveh tu Dios te ha hecho ahora numeroso como las estrellas del cielo.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 11
1 Amarás a Yahveh tu Dios y guardarás siempre sus ritos, sus preceptos, normas y mandamientos.
2 Vosotros sabéis hoy – no vuestros hijos, que ni saben ni han visto la lección de Yahveh vuestro Dios, su grandeza, su mano fuerte y su tenso brazo –
3 las señales y hazañas que realizó él en medio de Egipto, contra Faraón rey de Egipto y todo su pueblo;
4 lo que hizo con el ejército de Egipto, con sus caballos y sus carros, precipitando sobre ellos las aguas del mar de Suf cuando os perseguían, y aniquilándolos Yahveh hasta el día de hoy;
5 lo que ha hecho por vosotros en el desierto hasta vuestra llegada a este lugar;
6 lo que hizo con Datán y Abirón, hijos de Eliab el rubenita, cuando la tierra abrió su boca y los tragó en medio de todo Israel, con sus familias, sus tiendas y todos los que les seguían.
7 Pues vuestros mismos ojos han visto toda esta gran obra que Yahveh ha realizado.
8 Guardaréis todos los mandamientos que yo os prescribo hoy, para que os hagáis fuertes y lleguéis a poseer la tierra a la que vais a pasar para tomarla en posesión,
9 y para que prolonguéis vuestros días en el suelo que Yahveh juró dar a vuestros padres y a su descendencia, tierra que mana leche y miel.
10 Porque la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión no es como el país de Egipto del que habéis salido, donde después de sembrar había que regar con el pie, como se riega un huerto de hortalizas.
11 Sino que la tierra a la que vais a pasar para tomarla en posesión es una tierra de montes y valles, que bebe el agua de la lluvia del cielo.
12 De esta tierra se cuida Yahveh tu Dios; los ojos de Yahveh tu Dios están constantemente puestos en ella, desde que comienza el año hasta que termina.
13 Y si vosotros obedecéis puntualmente a los mandamientos que yo os prescribo hoy, amando a Yahveh vuestro Dios y sirviéndole con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma,
14 yo daré a vuestro país la lluvia a su tiempo, lluvia de otoño y lluvia de primavera, y tú podrás cosechar tu trigo, tu mosto y tu aceite;
15 yo daré a tu campo hierba para tu ganado, y comerás hasta hartarte.
16 Cuidad bien que no se pervierta vuestro corazón y os descarriéis a dar culto o otros dioses, y a postraros ante ellos;
17 pues la ira de Yahveh se encendería contra vosotros y cerraría los cielos, no habría más lluvia, el suelo no daría su fruto y vosotros pereceríais bien pronto en esa tierra buena que Yahveh os da.
18 Poned estas palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, atadlas a vuestra mano como una señal, y sean como una insignia entre vuestros ojos.
19 Enseñádselas a vuestros hijos, hablando de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado.
20 Las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas,
21 para que vuestros días y los días de vuestros hijos en la tierra que Yahveh juró dar a vuestros padres sean tan numerosos como los días del cielo sobre la tierra.
22 Porque, si de verdad guardáis todos estos mandamientos que yo os mando practicar, amando a Yahveh vuestro Dios, siguiendo todos sus caminos y viviendo unidos a él,
23 Yahveh desalojará delante de vosotros a todas esas naciones, y vosotros desalojaréis a naciones más numerosas y fuertes que vosotros.
24 Todo lugar que pise la planta de vuestro pie será vuestro; desde el Río, el río Eufrates, hasta el mar occidental, se extenderá vuestro territorio.
25 Nadie podrá resistiros; Yahveh vuestro Dios hará que se os tema y se os respete sobre la haz de toda la tierra que habéis de pisar, como él os ha dicho.
26 Mira: Yo pongo hoy ante vosotros bendición y maldición.
27 Bendición si escucháis los mandamientos de Yahveh vuestro Dios que yo os prescribo hoy,
28 maldición si desoís los mandamientos de Yahveh vuestro Dios, si os apartáis del camino que yo os prescribo hoy, para seguir a otros dioses que no conocéis.
29 Cuando Yahveh tu Dios te haya introducido en la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión, pondrás la bendición sobre el monte Garizim y la maldición sobre el monte Ebal.
30 (Estos montes están, como sabéis, al otro lado del Jordán, detrás del camino del poniente, en el país de los cananeos que habitan en la Arabá, frente a Guilgal, cerca de la Encina de Moré.)
31 Ya que vais a pasar el Jordán para ir a tomar posesión de la tierra que Yahveh vuestro Dios os da, cuando la poseáis y habitéis en ella,
32 cuidaréis de poner en práctica todos los preceptos y normas que yo os expongo hoy.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 12
1 Estos son los preceptos y normas que cuidaréis de poner en práctica en la tierra que Yahveh el Dios de tus padres te ha dado en posesión, todos los días que viváis en su suelo.
2 Suprimiréis todos los lugares donde los pueblos que vais a desalojar han dado culto a sus dioses, en lo alto de los montes, en las colinas, y bajo todo árbol frondoso;
3 demoleréis su altares, romperéis sus estelas, quemaréis sus cipos, derribaréis las esculturas de sus dioses y suprimiréis su nombre de este lugar.
4 No procederéis así respecto de Yahveh vuestro Dios,
5 sino que sólo vendréis a buscarle al lugar elegido por Yahveh vuestro Dios, de entre todas las tribus, para poner en él la morada de su nombre.
6 Allí llevaréis vuestros holocaustos y vuestros sacrificios, vuestros diezmos y las ofrendas reservadas de vuestras manos, vuestras ofrendas votivas y vuestras ofrendas voluntarias, los primogénitos de vuestro ganado mayor y menor,
7 allí comeréis en presencia de Yahveh vuestro Dios y os regocijaréis, vosotros y vuestras casas, de todas las empresas en que Yahveh tu Dios te haya bendecido.
8 No haréis lo que nosotros hacemos aquí hoy, cada cual lo que le parece bien,
9 porque todavía no habéis llegado al lugar de descanso y a la heredad que Yahveh tu Dios te da.
10 Pero cuando paséis el Jordán y habitéis en la tierra que Yahveh vuestro Dios os da en herencia, cuando él os haya puesto al abrigo de todos vuestros enemigos de alrededor, y viváis con tranquilidad,
11 llevaréis al lugar elegido por Yahveh vuestro Dios para morada de su nombre todo lo que yo os prescribo: vuestros holocaustos y vuestros sacrificios, vuestros diezmos y las ofrendas reservadas de vuestras manos, lo más selecto de vuestras ofrendas que hayáis prometido con voto a Yahveh;
12 y os regocijaréis en presencia de Yahveh, vosotros, vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros siervos y vuestras siervas, así como el levita que vive en vuestras ciudades, ya que no tiene parte ni heredad con vosotros.
13 Guárdate de ofrecer tus holocaustos en cualquier lugar sagrado que veas;
14 sólo en el lugar elegido por Yahveh en una de tus tribus podrás ofrecer tus holocaustos y sólo allí pondrás en práctica todo lo que yo te mando.
15 Podrás, sin embargo, siempre que lo desees, sacrificar y comer la carne, como bendición que te ha dado Yahveh tu Dios, en todas tus ciudades. Tanto el puro como el impuro podrán comerla, como si fuese gacela o ciervo.
16 Sólo la sangre no la comeréis; la derramarás en tierra como agua.
17 No podrás comer en tus ciudades el diezmo de tu trigo, de tu mosto o de tu aceite, ni los primogénitos de tu ganado mayor o menor, ninguna de tus ofrendas votivas o de tus ofrendas voluntarias, ni las ofrendas reservadas de tus manos.
18 Sino que lo comerás en presencia de Yahveh tu Dios, en el lugar elegido por Yahveh tu Dios y solamente allí, tú, tu hijo y tu hija, tu siervo y tu sierva, y el levita que vive en tus ciudades. Y te regocijarás en presencia de Yahveh tu Dios por todas tus empresas.
19 Guárdate de dejar abandonado al levita mientras vivas en tu suelo.
20 Cuando Yahveh tu Dios haya ensanchado tu territorio, como te ha prometido, y digas: «Querría comer carne», si deseas comer carne, podrás hacerlo siempre que quieras.
21 Si el lugar elegido por Yahveh tu Dios para morada de su nombre está demasiado lejos de ti, podrás sacrificar del ganado mayor y menor que Yahveh te haya concedido, del modo que yo te he prescrito; lo podrás comer en tus ciudades a la medida de tus deseos;
22 y lo comerás como se come la gacela o el ciervo; podrán comerlo tanto el puro como el impuro.
23 Guárdate sólo de comer la sangre, porque la sangre es la vida, y no debes comer la vida con la carne.
24 No la comerás, la derramarás en tierra como agua.
25 No la comerás, para que seas feliz, tú y tu hijo después de ti, por haber hecho lo que es justo a los ojos de Yahveh.
26 Pero las cosas sagradas que te correspondan y las que hayas prometido con voto, irás a llevarlas a aquel lugar elegido por Yahveh.
27 Harás el holocausto de la carne y de la sangre sobre el altar de Yahveh tu Dios; la sangre de tus sacrificios será derramada sobre el altar de Yahveh tu Dios, y tu podrás comer la carne.
28 Observa y escucha todas estas cosas que yo te mando, para que seas feliz siempre, tú y tu hijo después de ti, por haber hecho lo que es bueno y justo a los ojos de Yahveh tu Dios.
29 Cuando Yahveh tu Dios haya exterminado las naciones que tú vas a desalojar ante ti, cuando las hayas desalojado y habites en su tierra,
30 guárdate de dejarte prender en el lazo siguiendo su ejemplo después de haber sido ellos exterminados ante ti, y de buscar sus dioses, diciendo;
«¿Cómo servían estas naciones a sus dioses? Así haré yo también,»
31 No procederás así con Yahveh tu Dios. Porque todo lo que es una abominación para Yahveh, lo que detesta, lo hacen ellos en honor de sus dioses: llegan incluso a quemar al fuego a sus hijos e hijas en honor de sus dioses.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 13
1 Todo esto que yo os mando, cuidaréis de ponerlo por obra, sin añadir ni quitar nada.
2 Si surge en medio de ti un profeta o vidente en sueños, que te propone una señal o un prodigio,
3 y llega a realizarse la señal o el prodigio que te ha anunciado, y te dice: «Vamos en pos de otros dioses (que tú no conoces) a servirles»,
4 no escucharás las palabras de ese profeta o de ese vidente en sueños. Es que Yahveh vuestro Dios os pone a prueba para saber si verdaderamente amáis a Yahveh vuestro Dios con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma.
5 A Yahveh vuestro Dios seguiréis y a él temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis y viviréis unidos a él.
6 Ese profeta o vidente en sueños deberá morir por haber predicado la rebelión contra Yahveh tu Dios – que te sacó del país de Egipto y te rescató de la casa de servidumbre – para apartarte del camino que Yahveh tu Dios te ha mandado seguir. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti.
7 Si tu hermano, hijo de tu padre o hijo de tu madre, tu hijo o tu hija, la esposa que reposa en tu seno o el amigo que es tu otro yo, trata de seducirte en secreto diciéndote: «Vamos a servir a otros dioses», desconocidos de ti y de tus padres,
8 de entre los dioses de los pueblos próximos o lejanos que os rodean de un extremo a otro de la tierra,
9 no accederás ni le escucharás, tu ojo no tendrá piedad de él, no le perdonarás ni le encubrirás,
10 sino que le harás morir; tu mano caerá la primera sobre él para darle muerte, y después la mano de todo el pueblo.
11 Le apedrearás hasta que muera, porque trató de apartarte de Yahveh tu Dios, el que te sacó del país de Egipto, de la casa de servidumbre.
12 Y todo Israel, cuando lo sepa, tendrá miedo y dejará de cometer este mal en medio de ti.
13 Si oyes decir que en una de las ciudades que Yahveh tu Dios te da para habitar en ella
14 algunos hombres, malvados, salidos de tu propio seno, han seducido a sus conciudadanos diciendo: «Vamos a dar culto a otros dioses», desconocidos de vosotros,
15 consultarás, indagarás y preguntarás minuciosamente. Si es verdad, si se comprueba que en medio de ti se ha cometido tal abominación,
16 deberás pasar a filo de espada a los habitantes de esa ciudad; la consagrarás al anatema con todo lo que haya dentro de ella;
17 amontonarás todos sus despojos en medio de la plaza pública y prenderás fuego a la ciudad con todos sus despojos, todo ello en honor de Yahveh tu Dios. Quedará para siempre convertida en un montón de ruinas, y no volverá a ser edificada.
18 De este anatema no se te quedará nada en la mano, para que Yahveh aplaque el ardor de su ira y sea misericordioso contigo, tenga piedad de ti y te multiplique como prometió bajo juramento a tus padres,
19 a condición de que escuches la voz de Yahveh tu Dios guardando todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy y haciendo lo que es justo a los ojos de Yahveh tu Dios.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 14
1 Hijos sois de Yahveh vuestro Dios. No os haréis incisión ni tonsura entre los ojos por un muerto.
2 Porque tú eres un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios, y Yahveh te ha escogido para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay sobre la haz de la tierra.
3 No comerás nada que sea abominable.
4 Estos son los animales que podréis comer: buey, carnero, cabra,
5 ciervo, gacela, gamo, cabra montés, antílope, búfalo, gamuza.
6 Y todo animal de pezuña partida, hendida en dos mitades, y que rumia, lo podéis comer.
7 Sin embargo, entre los que rumian y entre los animales de pezuña partida y hendida no podréis comer los siguientes: el camello, la liebre y el damán, que rumian pero no tienen la pezuña hendida; los tendréis por impuros.
8 Tampoco el cerdo, que tiene la pezuña partida y hendida, pero no rumia; lo tendréis por impuro. No comeréis su carne ni tocaréis su cadáver.
9 De entre todo lo que vive en el agua, podéis comer lo siguiente: todo lo que tiene aletas y escamas lo podéis comer.
10 Pero no comeréis lo que no tiene aletas y escamas: lo tendréis por impuro.
11 Podéis comer toda ave pura,
12 pero las siguientes no las podéis comer: el águila, el quebrantahuesos, el águila marina,
13 el buitre, las diferentes especies de halcón,
14 todas las especies de cuervo,
15 el avestruz, la lechuza, la gaviota y las diferentes especies de gavilanes,
16 el búho, el ibis, el cisne,
17 el pelícano, el calamón, el somormujo,
18 la cigüeña, las diferentes especies de garza real, la abubilla y el murciélago.
19 Tendréis por impuro todo bicho alado, no lo comeréis.
20 Podéis comer todo volátil puro.
21 No comeréis ninguna bestia muerta. Se la darás al forastero que vive en tus ciudades para que él la coma, o bien véndesela a un extranjero. Porque tú eres un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios. No cocerás el cabrito en la leche de su madre.
22 Cada año deberás apartar el diezmo de todo lo que tus sementeras hayan producido en tus campos,
23 y, en presencia de Yahveh tu Dios, en el lugar que él haya elegido para morada de su nombre, comerás el diezmo de tu trigo, de tu mosto y de tu aceite, así como los primogénitos de tu ganado mayor y menor; a fin de que aprendas a temer siempre a Yahveh tu Dios.
24 Si el camino es demasiado largo para ti, si no puedes transportarlo porque el lugar elegido por Yahveh para morada de su nombre te cae demasiado lejos, cuando Yahveh tu Dios te haya bendecido,
25 lo cambiarás por dinero, llevarás el dinero en tu mano e irás al lugar elegido por Yahveh tu Dios;
26 allí emplearás este dinero en todo lo que desees, ganado mayor o menor, vino o bebida fermentada, todo lo que tu alma apetezca. Comerás allí en presencia de Yahveh tu Dios y te regocijarás, tú y tu casa.
27 Y no abandonarás al levita que vive en tus ciudades, ya que él no tiene parte ni heredad contigo.
28 Cada tres años apartarás todos los diezmos de tus cosechas de ese año y los depositarás a tus puertas.
29 Vendrán así el levita – ya que él no tiene parte ni heredad contigo – el forastero, el huérfano y la viuda que viven en tus ciudades, y comerán hasta hartarse. Y Yahveh tu Dios te bendecirá en todas las obras que emprendas.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 15
1 Cada siete años harás remisión.
2 En esto consiste la remisión. Todo acreedor que posea una prenda personal obtenida de su prójimo, le hará remisión; no apremiará a su prójimo ni a su hermano, si se invoca la remisión en honor de Yahveh.
3 Podrás apremiar al extranjero, pero a tu hermano le concederás la remisión de lo que te debe.
4 Cierto que no debería haber ningún pobre junto a ti, porque Yahveh te otorgará su bendición en la tierra que Yahveh tu Dios te da en herencia para que la poseas,
5 pero sólo si escuchas de verdad la voz de Yahveh tu Dios cuidando de poner en práctica todos estos mandamientos que yo te prescribo hoy.
6 Sí, Yahveh tu Dios te bendecirá como te ha dicho: prestarás a naciones numerosas, y tú no pedirás prestado, dominarás a naciones numerosas, y a ti no te dominarán.
7 Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos, en alguna de las ciudades de tu tierra que Yahveh tu Dios te da, no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre,
8 sino que le abrirás tu mano y le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia.
9 Cuida de no abrigar en tu corazón estos perversos pensamientos: «Ya pronto llega el año séptimo, el año de la remisión», para mirar con malos ojos a tu hermano pobre y no darle nada; él apelaría a Yahveh contra ti y te cargarías con un pecado.
10 Cuando le des algo, se lo has de dar de buena gana, que por esta acción te bendecirá Yahveh, tu Dios en todas tus obras y en todas tus empresas.
11 Pues no faltarán pobres en esta tierra; por eso te doy yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquel de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra.
12 Si tu hermano hebreo, hombre o mujer, se vende a ti, te servirá durante seis años y al séptimo le dejarás libre.
13 Al dejarle libre, no le mandarás con las manos vacías;
14 le harás algún presente de tu ganado menor, de tu era y de tu lagar; le darás según como te haya bendecido Yahveh tu Dios.
15 Recordarás que tu fuiste esclavo en el país de Egipto y que Yahveh tu Dios te rescató: por eso te mando esto hoy.
16 Pero si él te dice: «No quiero marcharme de tu lado», porque te ama, a ti y a tu casa, porque le va bien contigo,
17 tomarás un punzón, le horadarás la oreja contra la puerta, y será tu siervo para siempre. Lo mismo harás con tu sierva.
18 No se te haga demasiado duro el dejarle en libertad, porque el haberte servido seis años vale por un doble salario de jornalero. Y Yahveh tu Dios te bendecirá en todo lo que hagas.
19 Todo primogénito que nazca en tu ganado mayor o menor, si es macho, lo consagraras a Yahveh tu Dios. No someterás al trabajo al primogénito de tu vaca ni esquilarás al primogénito de tu oveja.
20 Lo comerás, tú y tu casa, cada año, en presencia de Yahveh tu Dios, en el lugar elegido por Yahveh.
21 Si tiene alguna tara, si es cojo o ciego o con algún otro defecto grave, no lo sacrificarás a Yahveh tu Dios.
22 Lo comerás en tus ciudades, lo mismo el puro que el impuro, como si fuese gacela o ciervo;
23 sólo la sangre no la comerás; la derramarás en tierra como agua.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 16
1 Guarda el mes de Abib y celebra en él la Pascua en honor de Yahveh tu Dios, porque fue en el mes de Abib, por la noche, cuando Yahveh tu Dios te sacó de Egipto.
2 Sacrificarás en honor de Yahveh tu Dios una víctima pascual de ganado mayor y menor, en el lugar elegido por Yahveh tu Dios para morada de su nombre.
3 No comerás con la víctima pan fermentado; durante siete días la comerás con ázimos – pan de aflicción – porque a toda prisa saliste del país de Egipto: para que te acuerdes todos los días de tu vida del día en que saliste del país de Egipto.
4 Durante siete días no se verá junto a ti levadura, en todo tu territorio, y de la carne que hayas sacrificado la tarde del primer día no deberá quedar nada para la mañana siguiente.
5 No podrás sacrificar la Pascua en ninguna de las ciudades que Yahveh tu Dios te da,
6 sino que sólo en el lugar elegido por Yahveh tu Dios para morada de su nombre, sacrificarás la Pascua, por la tarde a la puesta del sol, hora en que saliste de Egipto.
7 La cocerás y la comerás en el lugar elegido por Yahveh tu Dios, y a la mañana siguiente te volverás y marcharás a tus tiendas.
8 Comerás ázimos durante seis días; el día séptimo habrá reunión en honor de Yahveh tu Dios; y no harás ningún trabajo.
9 Contarás siete semanas. Cuando la hoz comience a cortar las espigas comenzarás a contar estas siete semanas.
10 Y celebrarás en honor de Yahveh tu Dios la fiesta de las Semanas, con la ofrenda voluntaria que haga tu mano, en la medida en que Yahveh tu Dios te haya bendecido.
11 En presencia de Yahveh tu Dios te regocijarás, en el lugar elegido por Yahveh tu Dios para morada de su nombre: tú, tu hijo y tu hija, tu siervo y tu sierva, el levita que vive en tus ciudades, el forastero, el huérfano y la viuda que viven en medio de ti.
12 Te acordarás de que fuiste esclavo en Egipto y cuidarás de poner en práctica estos preceptos.
13 Celebrarás la fiesta de las Tiendas durante siete días, cuando hayas recogido la cosecha de tu era y de tu lagar.
14 Durante tu fiesta te regocijarás, tú, tu hijo y tu hija, tu siervo y tu sierva, el levita, el forastero, el huérfano y la viuda que viven en tus ciudades.
15 Durante siete días harás fiesta a Yahveh tu Dios en el lugar elegido por Yahveh; porque Yahveh tu Dios te bendecirá en todas tus cosechas y en todas tus obras, y serás plenamente feliz.
16 Tres veces al año se presentarán todos tus varones ante Yahveh tu Dios, en el lugar elegido por él: en la fiesta de los Ázimos, en la fiesta de las Semanas, y en la fiesta de las Tiendas. Nadie se presentará ante Yahveh con las manos vacías;
17 sino que cada cual ofrecerá el don de su mano, según la bendición que Yahveh tu Dios te haya otorgado.
18 Establecerás jueces y escribas para tus tribus en cada una de las ciudades que Yahveh te da; ellos juzgarán al pueblo con juicios justos.
19 No torcerás el derecho, no harás acepción de personas, no aceptarás soborno, porque el soborno cierra los ojos de los sabios y corrompe las palabras de los justos.
20 Justicia, sólo justicia has de buscar, para que vivas y poseas la tierra que Yahveh tu Dios te da.
21 No plantarás cipo, ni ninguna clase de árbol, junto al altar de Yahveh tu Dios que hayas construido;
22 y no te erigirás estela, cosa que detesta Yahveh tu Dios.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 17
1 No sacrificarás a Yahveh tu Dios ganado mayor o menor que tenga cualquier tara o defecto, porque es una abominación para Yahveh tu Dios.
2 Si hay en medio de ti, en alguna de las ciudades que Yahveh tu Dios te da, un hombre o una mujer que haga lo que es malo a los ojos de Yahveh tu Dios, violando su alianza,
3 que vaya a servir a otros dioses y se postre ante ellos, o ante el sol, la luna, o todo el ejército de los cielos, cosa que yo no he mandado,
4 y es denunciado a ti; si, después de escucharle y haber hecho una indagación minuciosa, se verifica el hecho y se comprueba que en Israel se ha cometido tal abominación,
5 sacarás a las puertas de tu ciudad a ese hombre o mujer, culpables de esta mala acción, y los apedrearás, al hombre o a la mujer, hasta que mueran.
6 No se podrá ejecutar al reo de muerte más que por declaración de dos o tres testigos; no se le hará morir por declaración de un solo testigo.
7 La primera mano que se pondrá sobre él para darle muerte será la de los testigos, y luego la mano de todo el pueblo. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti.
8 Si tienes que juzgar un caso demasiado difícil para ti, una causa de sangre, de colisión de derechos, o de lesiones, un litigio cualquiera en tus ciudades, te levantarás, subirás al lugar elegido por Yahveh tu Dios,
9 y acudirás a los sacerdotes levitas y al juez que entonces esté en funciones. Ellos harán una investigación y te indicarán el fallo de la causa.
10 Te ajustarás al fallo que te hayan indicado en este lugar elegido por Yahveh, y cuidarás de actuar conforme a cuanto te hayan enseñado.
11 Te ajustarás a las instrucciones que te hayan dado y a la sentencia que te dicten, sin desviarte a derecha ni a izquierda del fallo que te señalen.
12 Si alguno procede insolentemente, no escuchando ni al sacerdote que se encuentra allí al servicio de Yahveh tu Dios, ni al juez, ese hombre morirá. Harás desaparecer el mal de Israel.
13 Así todo el pueblo, al saberlo, temerá y no actuará más con insolencia.
14 Si cuando llegues a la tierra que Yahveh tu Dios te da, la tomes en posesión y habites en ella, dices: «Querría poner un rey sobre mí como todas las naciones de alrededor».
15 deberás poner sobre ti un rey elegido por Yahveh, y a uno de entre tus hermanos pondrás sobre ti como rey; no podrás darte por rey a un extranjero que no sea hermano tuyo.
16 Pero no ha de tener muchos caballos, ni hará volver al pueblo a Egipto para aumentar su caballería, porque Yahveh os ha dicho: «No volveréis a ir jamás por ese camino.»
17 No ha de tener muchas mujeres, cosa que podría descarriar su corazón. Tampoco deberá tener demasiada plata y oro.
18 Cuando suba al trono real, deberá escribir esta Ley para su uso, copiándola del libro de los sacerdotes levitas.
19 La llevará consigo; la leerá todos los días de su vida para aprender a temer a Yahveh su Dios, guardando todas las palabras de esta Ley y estos preceptos, para ponerlos en práctica.
20 Así su corazón no se engreirá sobre sus hermanos y no se apartará de estos mandamientos ni a derecha ni a izquierda. Y así prolongará los días de su reino, él y sus hijos, en medio de Israel.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 18
1 Los sacerdotes levitas, toda la tribu de Leví, no tendrán parte ni heredad con Israel: vivirán de los manjares ofrecidos a Yahveh y de su heredad.
2 Esta tribu no tendrá heredad entre sus hermanos; Yahveh será su heredad, como él le ha dicho.
3 Este será el derecho de los sacerdotes sobre aquellos que ofrezcan un sacrificio de ganado mayor o menor: se dará al sacerdote la espaldilla, las quijadas y el cuajar.
4 Le darás las primicias de tu trigo, de tu mosto y de tu aceite, así como las primicias del esquileo de tu ganado menor.
5 Porque a él le ha elegido Yahveh tu Dios entre todas las tribus para ejercer su ministerio en el nombre de Yahveh él y sus hijos para siempre.
6 Si el levita llega de una de tus ciudades de todo Israel donde reside, y entra por deseo propio en el lugar elegido por Yahveh,
7 oficiará en el nombre de Yahveh su Dios, como todos sus hermanos levitas que se encuentran allí en presencia de Yahveh;
8 comerá una porción igual a la de ellos, aparte lo que obtenga por la venta de sus bienes patrimoniales.
9 Cuando hayas entrado en la tierra que Yahveh tu Dios te da, no aprenderás a cometer abominaciones como las de esas naciones.
10 No ha de haber en ti nadie que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, que practique adivinación, astrología, hechicería o magia,
11 ningún encantador ni consultor de espectros o adivinos, ni evocador de muertos.
12 Porque todo el que hace estas cosas es una abominación para Yahveh tu Dios y por causa de estas abominaciones desaloja Yahveh tu Dios a esas naciones delante de ti.
13 Has de ser íntegro con Yahveh tu Dios.
14 Porque esas naciones que vas a desalojar escuchan a astrólogos y adivinos, pero a ti Yahveh tu Dios no te permite semejante cosa.
15 Yahveh tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo, a quien escucharéis.
16 Es exactamente lo que tú pediste a Yahveh tu Dios en el Horeb, el día de la Asamblea, diciendo: «Para no morir, no volveré a escuchar la voz de Yahveh mi Dios, ni miraré más a este gran fuego».
17 Y Yahveh me dijo a mí: «Bien está lo que han dicho.
18 Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande.
19 Si alguno no escucha mis palabras, las que ese profeta pronuncie en mi nombre, yo mismo le pediré cuentas de ello.
20 Pero si un profeta tiene la presunción de decir en mi nombre una palabra que yo no he mandado decir, y habla en nombre de otros dioses, ese profeta morirá.»
21 Acaso vas a decir en tu corazón: «¡Cómo sabremos que esta palabra no la ha dicho Yahveh?»
22 Si ese profeta habla en nombre de Yahveh, y lo que dice queda sin efecto y no se cumple, es que Yahveh no ha dicho tal palabra; el profeta lo ha dicho por presunción; no le tengas miedo.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 19
1 Cuando Yahveh tu Dios haya exterminado a las naciones cuya tierra te va a dar Yahveh tu Dios, cuando las hayas desalojado y habites en sus ciudades y sus casas,
2 te reservarás tres ciudades en medio de la tierra que Yahveh tu Dios te da en posesión.
3 Tendrás franco el camino de acceso a ellas, y dividirás en tres partes el territorio del país que Yahveh tu Dios te da en posesión: esto para que todo homicida pueda huir allá.
4 Este es el caso del homicida que puede salvar su vida huyendo allá. El que mate a su prójimo sin querer, sin haberle odiado antes
5 (por ejemplo, si va al bosque con su prójimo a cortar leña y, al blandir su mano el hacha para tirar el árbol, se sale el hierro del mango y va a herir mortalmente a su prójimo), éste puede huir a una de esas ciudades y salvar su vida:
6 no sea que el vengador de sangre, cuando su corazón arde de ira, persiga al asesino, le dé alcance por ser largo el camino, y le hiera de muerte, siendo así que éste no es reo de muerte, puesto que no odiaba anteriormente al otro.
7 Por eso te doy yo esta orden: «Te reservarás tres ciudades»;
8 y si Yahveh tu Dios dilata tu territorio, como juró a tus padres, y te da toda la tierra que prometió dar a tus padres. –
9 a condición de que guardes y practiques todos los mandamientos que yo te prescribo hoy, amando a Yahveh tu Dios y siguiendo siempre sus caminos -, a estas tres ciudades añadirás otras tres.
10 Así no se derramará sangre inocente en medio de la tierra que Yahveh tu Dios te da en herencia, y no habrá sangre sobre ti.
11 Pero si un hombre odia a su prójimo y le tiende una emboscada, se lanza sobre él, le hiere mortalmente y aquél muere, y luego huye a una de estas ciudades,
12 los ancianos de su ciudad mandarán a prenderle allí, y le entregarán en manos del vengador de sangre, para que muera.
13 No tendrá tu ojo piedad de él. Harás desaparecer de Israel todo derramamiento de sangre inocente, y así te irá bien.
14 No desplazarás los mojones de tu prójimo, puestos por los antepasados, en la heredad recibida en la tierra que Yahveh tu Dios te da en posesión.
15 Un solo testigo no es suficiente para convencer a un hombre de cualquier culpa o delito; sea cual fuere el delito que haya cometido, sólo por declaración de dos o tres testigos será firme la causa.
16 Si un testigo injusto se levanta contra un hombre para acusarle de transgresión,
17 los dos hombres que por ello tienen pleito comparecerán en presencia de Yahveh, ante los sacerdotes y los jueces que estén entonces en funciones.
18 Los jueces indagarán minuciosamente, y si resulta que el testigo es un testigo falso, que ha acusado falsamente a su hermano,
19 haréis con él lo que él pretendía hacer con su hermano. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti.
20 Los demás, al saberlo, temerán y no volverán a cometer una maldad semejante en medio de ti.
21 No tendrá piedad tu ojo. Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 20
1 Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos, y veas caballos, carros y un pueblo más numeroso que tú, no les tengas miedo; porque está contigo Yahveh tu Dios, el que te sacó del país de Egipto.
2 Cuando estéis para entablar combate, el sacerdote se adelantará y hablará al pueblo.
3 Les dirá: «Escucha, Israel; hoy vais a entablar combate con vuestros enemigos; no desmaye vuestro corazón, no tengáis miedo ni os turbéis, ni tembléis ante ellos,
4 porque Yahveh vuestro Dios marcha con vosotros para pelear en favor vuestro contra vuestros enemigos y salvaros.»
5 Luego los escribas hablarán al pueblo y dirán: «¿Quién ha edificado una casa nueva y no la ha estrenado todavía? Váyase y vuelva a su casa, no sea que muera en el combate y la estrene otro hombre.
6 «¿Quién ha plantado una viña y todavía no la ha disfrutado? Váyase y vuelva a su casa, no sea que muera en el combate y la disfrute otro.
7 «¿Quién se ha desposado con una mujer y no se ha casado aún con ella? Váyase y vuelva a su casa, no sea que muera en el combate y se case con ella otro hombre.»
8 Los escribas dirán además al pueblo: «¿Quién tiene miedo y siente enflaquecer su ánimo? Váyase y vuelva a su casa, para que no desanime el corazón de sus hermanos como lo está el suyo.»
9 En cuanto los escribas hayan acabado de hablar al pueblo, se pondrán al frente de él jefes de tropa.
10 Cuando te acerques a una ciudad para combatir contra ella, le propondrás la paz.
11 Si ella te responde con la paz y te abre sus puertas, todo el pueblo que se encuentre en ella te deberá tributo y te servirá.
12 Pero si no hace la paz contigo y te declara la guerra, la sitiarás.
13 Yahveh tu Dios la entregará en tus manos, y pasarás a filo de espada a todos sus varones;
14 las mujeres, los niños, el ganado, todo lo que haya en la ciudad, todos sus despojos, lo tomarás como botín. Comerás los despojos de los enemigos que Yahveh tu Dios te haya entregado.
15 Así has de tratar a las ciudades muy alejadas de ti, que no forman parte de estas naciones.
16 En cuanto a las ciudades de estos pueblos que Yahveh tu Dios te da en herencia, no dejarás nada con vida,
17 sino que las consagrarás al anatema: a hititas, amorreos, cananeos, perizitas, jivitas, y jebuseos, como te ha mandado Yahveh tu Dios,
18 para que no os enseñen a imitar todas esas abominaciones que ellos hacían en honor de sus dioses: ¡pecaríais contra Yahveh vuestro Dios!
19 Si, al atacar una ciudad, tienes que sitiarla mucho tiempo para tomarla, no destruirás su arbolado metiendo en él el hacha; te alimentarás de él sin talarlo. ¿Son acaso hombres los árboles del campo para que los trates como a sitiados?
20 Sin embargo podrás destruir y cortar los árboles que sabes que no son frutales, y hacer con ellos obras de asedio contra esa ciudad que está en guerra contigo, hasta que caiga.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 21
1 Si en el suelo que Yahveh tu Dios te da en posesión se descubre un hombre muerto, tendido en el campo, sin que se sepa quién lo mató,
2 tus ancianos y tus escribas irán a medir la distancia entre la víctima y las ciudades de alrededor.
3 Los ancianos de la ciudad que resulte más próxima al muerto, tomarán una becerra a la que no se le haya hecho todavía trabajar ni llevar el yugo.
4 Los ancianos de esa ciudad bajarán la becerra a un torrente de agua perenne, donde no se haya arado ni se siembre, y allí, en el torrente, romperán la nuca de la becerra.
5 Se adelantarán entonces los sacerdotes hijos de Leví; porque a ellos ha elegido Yahveh tu Dios para estar a su servicio y para dar la bendición en el nombre de Yahveh, y a su decisión corresponde resolver todo litigio y toda causa de lesiones.
6 Todos los ancianos de la ciudad mas próxima al hombre muerto se lavarán las manos en el torrente, sobre la becerra desnucada.
7 Y pronunciarán estas palabras: «Nuestras manos no han derramado esa sangre y nuestros ojos no han visto nada.
8 Cubre a Israel tu pueblo, tú Yahveh que lo rescataste, y no dejes que se derrame sangre inocente en medio de tu pueblo Israel.» Así quedarán a cubierto de esa sangre,
9 y tú habrás quitado de en medio de ti la sangre inocente, haciendo lo que es justo a los ojos de Yahveh.
10 Cuando vayas a la guerra contra tus enemigos, y Yahveh tu Dios los entregue en tus manos y te lleves sus cautivos,
11 si ves entre ellos una mujer hermosa, te prendas de ella y quieres tomarla por mujer,
12 la llevarás a tu casa. Ella se rapará la cabeza y se hará las uñas,
13 se quitará su vestido de cautiva y quedará en tu casa llorando a su padre y a su madre un mes entero. Después de esto podrás llegarte a ella, y serás su marido y ella será tu mujer.
14 Si más tarde resulta que ya no la quieres, la dejarás marchar en libertad, y no podrás venderla por dinero, ni hacerla tu esclava, por cuanto la has humillado.
15 Si un hombre tiene dos mujeres a una de las cuales ama y a la otra no, y tanto la mujer amada como la otra le dan hijos, si resulta que el primogénito es de la mujer a quien no ama,
16 el día que reparta la herencia entre sus hijos no podrá dar el derecho de primogenitura al hijo de la mujer que ama, en perjuicio del hijo de la mujer que no ama, que es el primogénito.
17 Sino que reconocerá como primogénito al hijo de ésta, dándole una parte doble de todo lo que posee: porque este hijo, primicias de su vigor, tiene derecho de primogenitura.
18 Si un hombre tiene un hijo rebelde y díscolo, que no escucha la voz de su padre ni la voz de su madre, y que, castigado por ellos, no por eso les escucha,
19 su padre y su madre le agarrarán y le llevarán afuera donde los ancianos de su ciudad, a la puerta del lugar.
20 Dirán a los ancianos de su ciudad: «Este hijo nuestro es rebelde y díscolo, y no nos escucha, es un libertino y un borracho.»
21 Y todos los hombres de su ciudad le apedrearán hasta que muera. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti, y todo Israel, al saberlo, temerá.
22 Si un hombre, reo de delito capital, ha sido ejecutado y le has colgado de un árbol,
23 no dejarás que su cadáver pase la noche en el árbol; lo enterrarás el mismo día, porque un colgado es una maldición de Dios. Así no harás impuro el suelo que Yahveh tu Dios te da en herencia.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 22
1 Si ves extraviada alguna res del ganado mayor o menor de tu hermano, no te desentenderás de ella, sino que se la llevarás a tu hermano.
2 Y si tu hermano no es vecino tuyo, o no le conoces, la recogerás en tu casa y la guardarás contigo hasta que tu hermano venga a buscarla; entonces se la devolverás.
3 Lo mismo harás con su asno, con su manto, o con cualquier objeto perdido por tu hermano que tú encuentres; no puedes desentenderte.
4 Si ves caído en el camino el asno o el buey de tu hermano, no te desentenderás de ellos, sino que le ayudarás a levantarlos.
5 La mujer no llevará ropa de hombre ni el hombre se pondrá vestidos de mujer, porque el que hace esto es una abominación para Yahveh tu Dios.
6 Si encuentras en el camino un nido de pájaros, con polluelos o huevos, sobre un árbol o en el suelo, y la madre echada sobre los polluelos o sobre los huevos, no tomarás a la madre con las crías.
7 Deja marchar a la madre, y puedes quedarte con las crías. Así tendrás prosperidad y larga vida.
8 Cuando construyas una casa nueva, pondrás un pretil a tu azotea; así tu casa no incurrirá en la venganza de sangre en el caso de que alguno se cayera de allí.
9 No sembrarás tu viña con semilla de dos clases, no sea que quede consagrado todo: la semilla que siembres y el fruto de la viña.
10 No ararás con un buey y una asna juntos.
11 No vestirás ropa tejida mitad de lana y mitad de lino.
12 Te harás unas borlas en las cuatro puntas del manto con que te cubras.
13 Si un hombre se casa con una mujer, y después de llegarse a ella, le cobra aversión,
14 le atribuye acciones torpes y la difama públicamente diciendo: «Me he casado con esta mujer y, al llegarme a ella, no la he encontrado virgen,»
15 el padre de la joven y su madre tomarán las pruebas de su virginidad y las descubrirán ante los ancianos de la ciudad, a la puerta.
16 El padre de la joven dirá a los ancianos: «Yo di mi hija por esposa a este hombre; él le ha cobrado aversión,
17 y ahora le achaca acciones torpes diciendo: “No he encontrado virgen a tu hija.” Sin embargo, aquí tenéis las señales de la virginidad de mi hija», y levantarán el paño ante los ancianos de la ciudad.
18 Los ancianos de aquella ciudad tomarán a ese hombre, le castigarán,
19 y le pondrán una multa de cien monedas de plata, que entregarán al padre de la joven, por haber difamado públicamente a una virgen de Israel. El la recibirá por mujer, y no podrá repudiarla en toda su vida.
20 Pero si resulta que es verdad, si no aparecen en la joven las pruebas de la virginidad,
21 sacarán a la joven a la puerta de la casa de su padre, y los hombres de su ciudad la apedrearán hasta que muera, por haber cometido una infamia en Israel prostituyéndose en casa de su padre. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti.
22 Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos: el hombre que se acostó con la mujer y la mujer misma. Así harás desaparecer de Israel el mal.
23 Si una joven virgen está prometida a un hombre y otro hombre la encuentra en la ciudad y se acuesta con ella,
24 los sacaréis a los dos a la puerta de esa ciudad y los apedrearéis hasta que mueran: a la joven por no haber pedido socorro en la ciudad, y al hombre por haber violado a la mujer de su prójimo. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti.
25 Pero si es en el campo donde el hombre encuentra a la joven prometida, la fuerza y se acuesta con ella, sólo morirá el hombre que se acostó con ella;
26 no harás nada a la joven: no hay en ella pecado que merezca la muerte. El caso es semejante al de un hombre que se lanza sobre su prójimo y le mata:
27 porque fue en el campo donde la encontró, y la joven prometida acaso gritó sin que hubiera nadie que la socorriera.
28 Si un hombre encuentra a una joven virgen no prometida, la agarra y se acuesta con ella, y son sorprendidos,
29 el hombre que acostó con ella dará al padre de la joven cincuenta monedas de plata; ella será su mujer, porque la ha violado, y no podrá repudiarla en toda su vida.
30 (1) Nadie tomará a la mujer de su padre, no retirará el borde del manto de su padre.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 23
1 (2) El hombre que tenga los testículos aplastados o el pene mutilado no será admitido en la asamblea de Yahveh.
2 (3) El bastardo no será admitido en la asamblea de Yahveh; ni siquiera en su décima generación será admitido en la asamblea de Yahveh.
3 (4) El ammonita y el moabita no serán admitidos en la asamblea de Yahveh; ni aun en la décima generación serán admitidos en la asamblea de Yahveh, nunca jamás.
4 (5) Porque no vinieron a vuestro encuentro con el pan y el agua cuando estábais de camino a la salida de Egipto, y porque alquiló para maldecirte a Balaam, hijo de Beor, desde Petor, Aram de Mesopotamia.
5 (6) Sólo que Yahveh tu Dios no quiso escuchar a Balaam, y Yahveh tu Dios te cambió la maldición en bendición, porque Yahveh tu Dios te ama.
6 (7) No buscarás jamás mientras vivas su prosperidad ni su bienestar.
7 (8) No tendrás por abominable al idumeo, porque es tu hermano; tampoco al egipcio tendrás por abominable, porque fuiste forastero en su país.
8 (9) A la tercera generación, sus descendientes podrán ser admitidos en la asamblea de Yahveh.
9 (10) Cuando salgas a campaña contra tus enemigos, te guardarás de todo mal.
10 (11) Si hay entre los tuyos un hombre que no esté puro, por causa de una polución nocturna, saldrá del campamento y no volverá a entrar.
11 (12) Pero a llegar la tarde se lavará, y a la puesta del sol podrá volver al campamento.
12 (13) Tendrás fuera del campamento un lugar, y saldrás allá fuera.
13 (14) Llevarás en tu equipo una estaca, y cuando vayas a evacuar afuera, harás un hoyo con la estaca, te darás vuelta, y luego taparás tus excrementos.
14 (15) Porque Yahveh tu Dios recorre el campamento para protegerte y entregar en tu mano a tus enemigos. Por eso tu campamento debe ser una cosa sagrada, Yahveh no debe ver en él nada inconveniente; de lo contrario se apartaría de ti.
15 (16) No entregarás a su amo el esclavo que se haya acogido a ti huyendo de él.
16 (17) Se quedará contigo, entre los tuyos, en el lugar que escoja en una de tus ciudades, donde le parezca bien; no le molestarás.
17 (18) No habrá hieródula entre las israelitas, ni hieródulo entre los israelitas.
18 (19) No llevarás a la casa de Yahveh tu Dios don de prostituta ni salario de perro, sea cual fuere el voto que hayas hecho: porque ambos son abominación para Yahveh tu Dios.
19 (20) No prestarás a interés a tu hermano, ya se trate de réditos de dinero, o de víveres, o de cualquier otra cosa que produzca interés.
20 (21) Al extranjero podrás prestarle a interés, pero a tu hermano no le prestarás a interés, para que Yahveh tu Dios te bendiga en todas tus empresas, en la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión.
21 (22) Si haces un voto a Yahveh tu Dios, no tardarás en cumplirlo, porque sin duda Yahveh tu Dios te lo reclamaría, y te cargarías con un pecado.
22 (23) Si te abstienes de hacer voto, no habrá pecado en ti.
23 (24) Pero lo que salga de tus labios lo mantendrás, y cumplirás el voto que has hecho voluntariamente a Yahveh tu Dios, lo que has dicho con tu propia boca.
24 (25) Si entras en la viña de tu prójimo, podrás comer todas las uvas que quieras, hasta saciarte, pero no las meterás en tu zurrón.
25 (26) Si pasas por las mieses de tu prójimo, podrás arrancar espigas con tu mano, pero no meterás la hoz en la mies de tu prójimo.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 24
1 Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no halla gracia a sus ojos, porque descubre en ella algo que le desagrada, le redactará un libelo de repudio, se lo pondrá en su mano y la despedirá de su casa.
2 Si después de salir y marcharse de casa de éste, se casa con otro hombre,
3 y luego este otro hombre le cobra aversión, le redacta un libelo de repudio, lo pone en su mano y la despide de su casa (o bien, si llega a morir este otro hombre que se ha casado con ella),
4 el primer marido que la repudió no podrá volver a tomarla por esposa después de haberse hecho ella impura. Pues sería una abominación a los ojos de Yahveh, y tú no debes hacer pecar a la tierra que Yahveh tu Dios te da en herencia.
5 Si un hombre está recién casado, no saldrá a campaña ni se le impondrá compromiso alguno; quedará exento en su casa durante un año, para recrear a la mujer que ha tomado.
6 No se tomará en prenda el molino ni la muela; porque ello sería tomar en prenda la vida misma.
7 Si se encuentra a un hombre que haya raptado a uno de sus hermanos, entre los israelitas – ya le haya hecho su esclavo o le haya vendido – ese ladrón debe morir. Harás desaparecer el mal de en medio de ti.
8 En caso de lepra, cuida bien de observar y ejecutar todo lo que os enseñen los sacerdotes levitas. Procuraréis poner en práctica lo que yo les he mandado.
9 Recuerda lo que Yahveh tu Dios hizo con María cuando estabais de camino a la salida de Egipto.
10 Si haces algún préstamo a tu prójimo, no entrarás en su casa para tomar la prenda, sea cual fuere.
11 Te quedarás fuera, y el hombre a quien has hecho el préstamo te sacará la prenda afuera.
12 Y si es un hombre de condición humilde, no te acostarás guardando su prenda;
13 se la devolverás a la puesta del sol, para que pueda acostarse en su manto. Así te bendecirá y habrás hecho una buena acción a los ojos de Yahveh tu Dios.
14 No explotarás al jornalero humilde y pobre, ya sea uno de tus hermanos o un forastero que resida en tus ciudades.
15 Le darás cada día su salario, sin dejar que el sol se ponga sobre esta deuda; porque es pobre, y para vivir necesita de su salario. Así no apelará por ello a Yahveh contra ti, y no te cargarás con un pecado.
16 No morirán los padres por culpa de los hijos ni los hijos por culpa de los padres. Cada cual morirá por su propio pecado.
17 No torcerás el derecho del forastero ni del huérfano, ni tomarás en prenda el vestido de la viuda.
18 Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto y que Yahveh tu Dios te rescató de allí. Por eso te mando hacer esto.
19 Cuando siegues la mies en tu campo, si dejas en él olvidada una gavilla, no volverás a buscarla. Será para el forastero, el huérfano y la viuda, a fin de que Yahveh tu Dios te bendiga en todas tus obras.
20 Cuando varees tus olivos, no harás rebusco. Lo que quede será para el forastero, el huérfano y la viuda.
21 Cuando vendimies tu viña, no harás rebusco. Lo que quede será para el forastero, el huérfano y la viuda.
22 Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto. Por eso te mando hacer esto.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 25
1 Cuando hay pleito entre dos hombres, se presentarán a juicio para que se pronuncie entre ellos: se dará la razón a quien la tenga y se condenará al culpable.
2 Si el culpable merece azotes, el juez le hará echarse en tierra en su presencia y hará que le azoten con un número de golpes proporcionado a su culpa.
3 Podrá infligirle cuarenta azotes, pero no más, no sea que al golpearle más sea excesivo el castigo, y tu hermano quede envilecido a tus ojos.
4 No pondrás bozal al buey que trilla.
5 Si unos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin tener hijos, la mujer del difunto no se casará fuera con un hombre de familia extraña. Su cuñado se llegará a ella, ejercerá su levirato tomándola por esposa,
6 y el primogénito que ella dé a luz llevará el nombre de su hermano difunto; así su nombre no se borrará de Israel.
7 Pero si el cuñado se niega a tomarla por mujer, subirá ella a la puerta donde los ancianos y dirá: «Mi cuñado se niega a perpetuar el nombre de su hermano en Israel, no quiere ejercer conmigo su levirato.»
8 Los ancianos de su ciudad llamarán a ese hombre y le hablarán. Cuando al comparecer diga: «No quiero tomarla»,
9 su cuñada se acercará a él en presencia de los ancianos, le quitará su sandalia del pie, le escupirá a la cara y pronunciará estas palabras: «Así se hace con el hombre que no edifica la casa de su hermano»;
10 y se le dará en Israel el nombre de «Casa del descalzado».
11 Si un hombre está peleándose con su hermano, y la mujer de uno de ellos se acerca y, para librar a su marido de los golpes del otro, alarga la mano y agarra a éste por sus partes,
12 tú le cortarás a ella la mano sin piedad.
13 No tendrás en tu bolsa pesa y pesa, una grande y otra pequeña.
14 No tendrás en tu casa medida y medida, una grande y otra pequeña.
15 Has de tener un peso cabal y exacto, e igualmente una medida cabal y exacta, para que se prolonguen tus días en el suelo que Yahveh tu Dios te da.
16 Porque todo el que hace estas cosas, todo el que comete fraude, es una abominación para Yahveh tu Dios.
17 Recuerda lo que te hizo Amalec cuando estabais de camino a vuestra salida de Egipto,
18 cómo vino a tu encuentro en el camino y atacó por la espalda a todos los que iban agotados en tu retaguardia, cuando tú estabas cansado y extenuado; ¡no tuvo temor de Dios!
19 Por eso, cuando Yahveh tu Dios te haya asentado al abrigo de todos tus enemigos de alrededor, en la tierra que Yahveh tu Dios te da en herencia para que la poseas, borrarás el recuerdo de Amalec de debajo de los cielos. ¡No lo olvides!
« ir a capítulos »

Deuteronomio 26
1 Cuando llegues a la tierra que Yahveh tu Dios te da en herencia, cuando la poseas y habites en ella,
2 tomarás las primicias de todos los productos del suelo que coseches en la tierra que Yahveh tu Dios te da, las pondrás en una cesta, y las llevarás al lugar elegido por Yahveh tu Dios para morada de su nombre.
3 Te presentarás al sacerdote que esté entonces en funciones y le dirás: «Yo declaro hoy a Yahveh mi Dios que he llegado a la tierra que Yahveh juró a nuestros padres que nos daría.»
4 El sacerdote tomará de tu mano la cesta y la depositará ante el altar de Yahveh tu Dios.
5 Tú pronunciarás estas palabras ante Yahveh tu Dios: «Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto y residió allí como inmigrante siendo pocos aún, pero se hizo una nación grande, fuerte y numerosa.
6 Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre.
7 Nosotros clamamos a Yahveh Dios de nuestros padres, y Yahveh escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión,
8 y Yahveh nos sacó de Egipto con mano fuerte y tenso brazo en medio de gran terror, señales y prodigios.
9 Nos trajo aquí y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel
10 Y ahora yo traigo las primicias de los productos del suelo que tú, Yahveh, me has dado.» Las depositarás ante Yahveh tu Dios y te postrarás ante Yahveh tu Dios.
11 Luego te regocijarás por todos los bienes que Yahveh tu Dios te haya dado a ti y a tu casa, y también se regocijará el levita y el forastero que viven en medio de ti.
12 El tercer año, el año del diezmo, cuando hayas acabado de apartar el diezmo de toda tu cosecha y se lo hayas dado al levita, al forastero, a la viuda y al huérfano, para que coman de ello en tus ciudades hasta saciarse,
13 dirás en presencia de Yahveh tu Dios: «He retirado de mi casa lo que era sagrado; se lo he dado al levita, al forastero, al huérfano y a la viuda, según todos los mandamientos que me has dado sin traspasar ninguno de tus mandamientos ni olvidarlos.
14 Nada de ello he comido estando en duelo, nada he retirado hallándome impuro, nada he ofrecido a un muerto. He escuchado la voz de Yahveh mi Dios y he obrado conforme a todo lo que me has mandado.
15 Desde la morada de tu santidad, desde lo alto de los cielos, contempla y bendice a tu pueblo Israel, así como al suelo que nos has dado como habías jurado a nuestros padres, tierra que mana leche y miel.»
16 Yahveh tu Dios te manda hoy practicar estos preceptos y estas normas; las guardarás y las practicarás con todo tu corazón y con toda tu alma.
17 Has hecho decir a Yahveh que él será tu Dios – tú seguirás sus caminos, observarás sus preceptos, sus mandamientos y sus normas, y escucharás su voz -.
18 Y Yahveh te ha hecho decir hoy que serás su pueblo propio, como él te ha dicho – tú deberás guardar todos sus mandamientos -;
19 él te elevará en honor, renombre y gloria, por encima de todas las naciones que hizo, y serás un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios como él te ha dicho.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 27
1 Moisés y los ancianos de Israel dieron al pueblo esta orden: «Guardad todos los mandamientos que yo os prescribo hoy.
2 Cuando paséis el Jordán para ir a la tierra que Yahveh tu Dios te da, erigirás grandes piedras, las blanquearás con cal,
3 y escribirás en ellas todas las palabras de esta Ley, en el momento en que pases para entrar en la tierra que Yahveh tu Dios te da, tierra que mana leche y miel, como te ha dicho Yahveh el Dios de tus padres.
4 Y cuando hayáis pasado el Jordán, erigiréis estas piedras en el monte Ebal, como os lo mando hoy, y las blanquearéis con cal.
5 Levantarás allí en honor de Yahveh tu Dios un altar de piedras, sin labrarlas con el hierro.
6 Con piedras sin labrar harás el altar de Yahveh tu Dios, y sobre este altar ofrecerás holocaustos a Yahveh tu Dios.
7 Allí también inmolarás sacrificios de comunión, los comerás y te regocijarás en presencia de Yahveh tu Dios.
8 Escribirás en esas piedras todas las palabras de esta Ley. Grábalas bien.»
9 Después Moisés y los sacerdotes levitas hablaron así a todo Israel: «Calla y escucha, Israel. Hoy te has convertido en el pueblo de Yahveh tu Dios.
10 Escucharás la voz de Yahveh tu Dios y pondrás en práctica los mandamientos y preceptos que yo te prescribo hoy.»
11 Y Moisés ordenó aquel día al pueblo:
12 Estos son los que se situarán en el monte Garizim para dar la bendición al pueblo, cuando hayáis pasado el Jordán: Simeón, Leví, Judá, Isacar, José y Benjamín;
13 y estos otros los que se situarán, para la maldición, en el monte Ebal: Rubén, Gad, Aser, Zabulón, Dan y Neftalí.
14 Los levitas tomarán la palabra y dirán en voz alta a todos los israelitas:
15 Maldito el hombre que haga un ídolo esculpido o fundido, abominación de Yahveh, obra de manos de artífice, y lo coloque en un lugar secreto. – Y todo el pueblo dirá: Amén.
16 Maldito quien desprecie a su padre o a su madre. – Y todo el pueblo dirá: Amén.
17 Maldito quien desplace el mojón de su prójimo. – Y todo el pueblo dirá: Amén.
18 Maldito quien desvíe a un ciego en el camino. – Y todo el pueblo dirá: Amén.
19 Maldito quien tuerza el derecho del forastero, el huérfano o la viuda. – Y todo el pueblo dirá: Amén.
20 Maldito quien se acueste con la mujer de su padre, porque descubre el borde del manto de su padre. – Y todo el pueblo dirá: Amén.
21 Maldito quien se acueste con cualquier bestia. – Y todo el pueblo dirá: Amén.
22 Maldito quien se acueste con su hermana, hija de su padre o hija de su madre. – Y todo el pueblo dirá: Amén.
23 Maldito quien se acueste con su suegra. – Y todo el pueblo dirá: Amén.
24 Maldito quien mate a traición a su prójimo. – Y todo el pueblo dirá: Amén.
25 Maldito quien acepte soborno para quitar la vida a un inocente. – Y todo el pueblo dirá: Amén.
26 Maldito quien no mantenga las palabras de esta Ley, poniéndolas en práctica. – Y todo el pueblo dirá: Amén.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 28
1 Y si tú escuchas de verdad la voz de Yahveh tu Dios, cuidando de practicar todos los mandamientos que yo te prescribo hoy, Yahveh tu Dios le levantará por encima de todas las naciones de la tierra,
2 y vendrán sobre ti y te alcanzarán todas las bendiciones siguientes, por haber escuchado la voz de Yahveh tu Dios.
3 Bendito serás en la ciudad y bendito en el campo.
4 Bendito será el fruto de tus entrañas, el producto de tu suelo, el fruto de tu ganado, el parto de tus vacas y las crías de tus ovejas.
5 Benditas serán tu cesta y tu artesa.
6 Bendito serás cuando entres y bendito cuando salgas.
7 A los enemigos que se levanten contra ti, Yahveh los pondrá en derrota: salidos por un camino a tu encuentro, por siete caminos huirán de ti.
8 Yahveh mandará a la bendición que esté contigo, en tus graneros y en tus empresas, y te bendecirá en la tierra que Yahveh tu Dios te da.
9 Yahveh hará de ti el pueblo consagrado a él, como te ha jurado, si tú guardas los mandamientos de Yahveh tu Dios y sigues sus caminos.
10 Todos los pueblos de la tierra verán que sobre ti es invocado el nombre de Yahveh y te temerán.
11 Yahveh te hará rebosar de bienes: frutos de tus entrañas, frutos de tu ganado, y frutos de tu suelo, en esta tierra que él juró a tus padres que te daría.
12 Yahveh abrirá para ti los cielos, su rico tesoro, para dar a su tiempo la lluvia necesaria a tu tierra y para bendecir todas tus obras. Prestarás a naciones numerosas, y tú no tendrás que tomar prestado.
13 Yahveh te pondrá a la cabeza y no a la zaga; siempre estarás encima y nunca debajo, si escuchas los mandamientos de Yahveh tu Dios, que yo te prescribo hoy, guardándolos y poniéndolos en práctica,
14 sin apartarte ni a derecha ni a izquierda de ninguna de estas palabras que yo os prescribo hoy, para ir en pos de otros dioses a servirles.
15 Pero si desoyes la voz de Yahveh tu Dios, y no cuidas de practicar todos sus mandamientos y sus preceptos, que yo te prescribo hoy, te sobrevendrán y te alcanzarán todas las maldiciones siguientes:
16 Maldito serás en la ciudad y maldito en el campo.
17 Malditas serán tu cesta y tu artesa.
18 Maldito el fruto de tus entrañas y el fruto de tu suelo, el parto de tus vacas y las crías de tus ovejas.
19 Maldito serás cuando entres y maldito cuando salgas.
20 Yahveh enviará contra ti la maldición, el desastre, la amenaza, en todas tus empresas, hasta que seas exterminado y perezcas rápidamente, a causa de la perversidad de tus acciones por las que me habrás abandonado.
21 Yahveh hará que se te pegue la peste, hasta que te haga desaparecer de este suelo adonde vas a entrar para tomarlo en posesión.
22 Yahveh te herirá de tisis, fiebre, inflamación, gangrena, sequía, tizón y añublo, que te perseguirán hasta que perezcas.
23 Los cielos de encima de tu cabeza serán de bronce, y la tierra de debajo de ti será de hierro.
24 Yahveh dará como lluvia a tu tierra polvo y arena, que caerán del cielo sobre ti hasta tu destrucción.
25 Yahveh hará que sucumbas ante tus enemigos: salido a su encuentro por un camino, por siete caminos huirás de ellos, y serás el espanto de todos los reinos de la tierra.
26 Tu cadáver será pasto de todas las aves del cielo y de todas las bestias de la tierra sin que nadie las espante.
27 Yahveh te herirá con úlceras de Egipto, con tumores, sarna y tiña, de las que no podrás sanar.
28 Yahveh te herirá de delirio, ceguera y pérdida de sentidos,
29 hasta el punto que andarás a tientas en pleno mediodía como el ciego anda a tientas en la oscuridad, y tus pasos no llegarán a término. Estarás oprimido y despojado toda la vida, y no habrá quien te salve.
30 Te desposarás con una mujer y otro hombre la hará suya; edificarás una casa y no la habitarás; plantarás una viña y no podrás disfrutar de ella.
31 Tu buey será degollado a tus propios ojos, y no podrás comer de él; tu asno será robado en tu presencia, y no se te devolverá; tus ovejas serán entregadas a tus enemigos, y no habrá quien te salve;
32 tus hijos y tus hijas serán entregados a otro pueblo; tus ojos se consumirán mirando todos los días hacia ellos, pero tus manos no podrán hacer nada.
33 El fruto de tu suelo y toda tu fatiga lo comerá un pueblo que no conoces. No serás más que un explotado y oprimido toda la vida.
34 Y te volverás loco ante el espectáculo que verás con tus ojos.
35 Yahveh te herirá de úlceras malignas en las rodillas y en las piernas, de las que no podrás sanar, desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza.
36 Yahveh te llevará a ti y al que hayas puesto sobre ti a una nación que ni tú ni tus padres conocíais, y allí servirás a otros dioses, de madera y de piedra.
37 Serás el asombro, el proverbio y la irrisión de todos los pueblos a donde Yahveh te conduzca.
38 Echarás en tus campos mucha semilla y cosecharás poco, porque la asolará la langosta.
39 Plantarás y cultivarás viñas, pero no beberás vino ni recogerás nada, porque el gusano las devorará.
40 Tendrás olivos por todo tu territorio, pero no te ungirás de aceite, porque tus olivos caerán.
41 Engendrarás hijos e hijas, pero no serán para ti, porque irán al cautiverio.
42 Todos tus árboles y los frutos de tu suelo serán presa de los insectos.
43 El forastero que vive junto a ti subirá a costa tuya cada vez más alto, y tú caerás cada vez más bajo.
44 El te prestará, y tú tendrás que tomar prestado; él estará a la cabeza y tú a la zaga.
45 Todas estas maldiciones caerán sobre ti, te perseguirán y te alcanzarán hasta destruirte, por no haber escuchado la voz de Yahveh tu Dios, guardando los mandamientos y los preceptos que él te ha prescrito.
46 Serán como una señal y un prodigio sobre ti y sobre tu descendencia para siempre.
47 Por no haber servido a Yahveh tu Dios en la alegría y la dicha de corazón, cuando abundabas en todo,
48 servirás a los enemigos que Yahveh enviará contra ti, con hambre, sed, desnudez y privación de todo. El pondrá en tu cuello un yugo de hierro hasta que te destruya.
49 Yahveh levantará contra ti una nación venida de lejos, de los extremos de la tierra, como el águila que se cierne. Será una nación de lengua desconocida para ti,
50 una nación de rostro fiero, que no respetará al anciano ni tendrá compasión del niño.
51 Comerá el fruto de tu ganado y el fruto de tu suelo, hasta destruirte; no te dejará trigo, mosto, ni aceite, ni los partos de tus vacas, ni las crías de tus ovejas, hasta acabar contigo.
52 Te asediará en todas tus ciudades, hasta que caigan en toda tu tierra tus murallas más altas y más fortificadas, en las que tú ponías tu confianza. Te asediará en tus ciudades, en toda la tierra que te haya dado Yahveh tu Dios.
53 Comerás el fruto de tus entrañas, la carne de tus hijos y tus hijas que te haya dado Yahveh tu Dios, en el asedio y la angustia a que te reducirá tu enemigo.
54 El más delicado y tierno de entre los tuyos mirará con malos ojos a su hermano, e incluso a la esposa de su corazón y a los hijos que le queden,
55 negándose a compartir con ellos la carne de sus hijos que se comerá, al quedarle ya nada en el asedio y la angustia a que tu enemigo te reducirá en todas tus ciudades.
56 La más delicada y tierna de las mujeres de tu pueblo, tan delicada y tierna que no hubiera osado posar en tierra la planta de su pie, mirará con malos ojos al esposo de su corazón, e incluso a su hijo y a su hija,
57 a las secundinas salidas de su seno y a los hijos que dé a luz, pues los comerá a escondidas, por la privación de todo, en el asedio y la angustia a que te reducirá tu enemigo en todas tus ciudades.
58 Si no cuidas de poner en práctica todas las palabras de esta Ley escritas en este libro, temiendo a ese nombre glorioso y temible, a Yahveh tu Dios,
59 Yahveh hará terribles tus plagas y las de tu descendencia: plagas grandes y duraderas, enfermedades perniciosas y tenaces.
60 Hará caer de nuevo sobre ti aquellas epidemias de Egipto a las que tanto miedo tenías, y se pegarán a ti.
61 Más todavía, todas las enfermedades y plagas que no se mencionan en el libro de esta Ley, las suscitará Yahveh contra ti, hasta destruirte.
62 No quedaréis más que unos pocos hombres, vosotros que erais tan numerosos como las estrellas del cielo, por haber desoído la voz de Yahveh tu Dios.
63 Y sucederá que lo mismo que Yahveh se complacía en haceros favor y en multiplicaros, así se gozará en perderos, y destruiros. Seréis arrancados del suelo adonde vas a entrar para tomarlo en posesión.
64 Yahveh te dispersará entre todos los pueblos, de un extremo a otro de la tierra, y allí servirás a otros dioses, de madera y de piedra, desconocidos de ti y de tus padres.
65 No hallarás sosiego en aquellas naciones, ni habrá descanso para la planta de tus pies, sino que Yahveh te dará allí un corazón trémulo, languidez de ojos y ansiedad de alma.
66 Tu vida estará ante ti como pendiente de un hilo, tendrás miedo de noche y de día, y ni de tu vida te sentirás seguro.
67 Por la mañana dirás: «¡Ojalá llegase la tarde!», y por la tarde dirás: «¡Ojalá llegase la mañana!», a causa del espanto que estremecerá tu corazón y del espectáculo que verán tus ojos.
68 Yahveh volverá a llevarte a Egipto en barcos, por ese camino del que yo te había dicho: «No volverás a verlo más.» Y allí os ofreceréis en venta a vuestros enemigos como esclavos y esclavas, pero no habrá ni comprador.
69 Estas son las palabras de la alianza que Yahveh mandó a Moisés concluir con los israelitas en el país de Moab, aparte de la alianza que había concluido con ellos en el Horeb.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 29
1 Moisés convocó a todo Israel y les dijo: Vosotros visteis todo lo que Yahveh hizo a vuestros propios ojos en Egipto con Faraón, sus siervos y todo su país:
2 las grandes pruebas que tus mismos ojos vieron, aquellas señales, aquellos grandes prodigios.
3 Pero hasta el día de hoy no os había dado Yahveh corazón para entender, ojos para ver, ni oídos para oír.
4 Durante cuarenta años os he hecho caminar por el desierto, sin que se hayan gastado los vestidos sobre vosotros ni las sandalias en tus pies.
5 No habéis tenido pan que comer, ni vino o licor fermentado que beber, para que supierais que yo, Yahveh, soy vuestro Dios.
6 Luego llegasteis a este lugar. Sijón, rey de Jesbón, y Og, rey de Basán, salieron a nuestro encuentro para hacernos la guerra, pero los derrotamos.
7 Conquistamos su país, y se lo dimos en heredad a Rubén, a Gad y a la media tribu de Manasés.
8 Guardad, pues, las palabras de esta alianza y ponedlas en práctica, para que tengáis éxito en todas vuestras empresas.
9 Aquí estáis hoy todos vosotros en presencia de Yahveh vuestro Dios: vuestros jefes de tribu, vuestros ancianos y vuestros escribas, todos los hombres de Israel,
10 con vuestros hijos y vuestras mujeres (y también el forastero que está en tu campamento, desde tu leñador hasta tu aguador),
11 a punto de entrar en la alianza de Yahveh tu Dios, jurada con imprecación, que Yahveh tu Dios concluye hoy contigo
12 para hacer hoy de ti su pueblo y ser él tu Dios como te ha dicho y como juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob.
13 Y no solamente con vosotros hago yo hoy esta alianza y esta imprecación,
14 sino que la hago tanto con quien está hoy aquí con nosotros en presencia de Yahveh nuestro Dios como con quien no está hoy aquí con nosotros.
15 Pues vosotros sabéis cómo vivíamos en Egipto, y cómo hemos pasado por las naciones por las que habéis pasado.
16 Habéis visto sus monstruos abominables y los ídolos de madera y de piedra, de plata y de oro que hay entre ellos.
17 No haya entre vosotros hombre o mujer, familia o tribu, cuyo corazón se aparte hoy de Yahveh vuestro Dios para ir a servir a los dioses de esas naciones. No haya entre vosotros raíz que eche veneno o ajenjo.
18 Si alguien, después de haber oído las palabras de esta imprecación, se las promete felices en su corazón diciendo: «Aunque me conduzca en la terquedad de mi corazón, todo me irá bien, puesto que la abundancia de agua quitará la sed»,
19 Yahveh no se avendrá a perdonarle. Porque la ira y el celo de Yahveh se encenderán contra ese hombre, toda la imprecación escrita en este libro caerá sobre él, y Yahveh borrará su nombre de debajo de los cielos.
20 Yahveh le separará de todas las tribus de Israel, para su desgracia, conforme a todas las imprecaciones de la alianza escrita en el libro de esta Ley.
21 La generación futura, vuestros hijos que vendrán después de vosotros, así como el extranjero llegado de un país lejano, verán las plagas de esta tierra y las enfermedades con que Yahveh la castigará, y exclamarán:
22 «Azufre, sal, calcinación es su tierra entera; no se sembrará ni germinará ni hierba alguna crecerá en ella, como en la catástrofe de Sodoma y Gomorra, Admá y Seboyím, que Yahveh asoló en su ira y su furor.»
23 Y todas las naciones preguntarán: «¿Por qué ha tratado así Yahveh a esta tierra? ¿Por qué el ardor de tan gran ira?»
24 Y se dirá: «Porque han abandonado la alianza que Yahveh, Dios de sus padres, había concluido con ellos al sacarlos del país de Egipto;
25 porque se han ido a servir a otros dioses y se han postrado ante ellos, dioses que no conocían y que él no les había dado en suerte.
26 Por eso se ha encendido la ira de Yahveh contra este país y ha traído sobre él toda la maldición escrita en este libro.
27 Yahveh los ha arrancado de su suelo con ira, furor y gran indignación, y los ha arrojado a otro país donde hoy están.»
28 Las cosas secretas pertenecen a Yahveh nuestro Dios, pero las cosas reveladas nos atañen a nosotros y a nuestros hijos para siempre, a fin de que pongamos en práctica todas las palabras de esta Ley.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 30
1 Cuando te sucedan todas estas cosas, la bendición y la maldición que te he propuesto, si las meditas en tu corazón en medio de las naciones donde Yahveh tu Dios te haya arrojado,
2 si vuelves a Yahveh tu Dios, si escuchas su voz en todo lo que yo te mando hoy, tú y tus hijos, con todo tu corazón y con toda tu alma,
3 Yahveh tu Dios cambiará tu suerte, tendrá piedad de ti, y te reunirá de nuevo de en medio de todos los pueblos a donde Yahveh tu Dios te haya dispersado.
4 Aunque tus desterrados estén en el extremo de los cielos, de allí mismo te recogerá Yahveh tu Dios y vendrá a buscarte;
5 te llevará otra vez a la tierra poseída por tus padres, para que también tú la poseas, te hará feliz y te multiplicará más que a tus padres.
6 Yahveh tu Dios circuncidará tu corazón y el corazón de tu descendencia, a fin de que ames a Yahveh tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, para que vivas.
7 Yahveh tu Dios descargará todas sus imprecaciones sobre los enemigos y adversarios que te han perseguido.
8 Tú volverás a escuchar la voz de Yahveh tu Dios y pondrás en práctica todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy.
9 Yahveh tu Dios te hará prosperar en todas tus obras, en el fruto de tus entrañas, el fruto de tu ganado y el fruto de tu suelo. Porque de nuevo se complacerá Yahveh en tu felicidad, como se complacía en la felicidad de tus padres,
10 si tú escuchas la voz de Yahveh tu Dios guardando sus mandamientos y sus preceptos, lo que está escrito en el libro de esta Ley, si te conviertes a Yahveh tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma.
11 Porque estos mandamientos que yo te prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance.
12 No están en el cielo, para que hayas de decir: «¿Quién subirá por nosotros al cielo a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?»
13 Ni están al otro lado del mar, para que hayas de decir: «¿Quién irá por nosotros al otro lado del mar a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?»
14 Sino que la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica.
15 Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia.
16 Si escuchas los mandamientos de Yahveh tu Dios que yo te prescribo hoy, si amas a Yahveh tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás y multiplicarás; Yahveh tu Dios te bendecirá en la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión.
17 Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar a postrarte ante otros dioses y a darles culto,
18 yo os declaro hoy que pereceréis sin remedio y que no viviréis muchos días en el suelo que vas a tomar en posesión al pasar el Jordán.
19 Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia,
20 amando Yahveh tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a él; pues en eso está tu vida, así como la prolongación de tus días mientras habites en la tierra que Yahveh juró dar a tus padres Abraham, Isaac y Jacob.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 31
1 Moisés acabó diciendo estas palabras a todo Israel:
2 «He cumplido 120 años. Ya no puedo salir ni entrar. Y Yahveh me ha dicho: Tú no pasarás este Jordán.
3 Yahveh tu Dios pasará delante de ti, él destruirá ante ti esas naciones y las desalojará. Será Josué quien pasará delante de ti, como ha dicho Yahveh.
4 Yahveh las tratará como trató a Sijón y a Og, reyes amorreos, y a su país, a los cuales destruyó.
5 Yahveh os los entregará, y vosotros los trataréis exactamente conforme a la orden que yo os he dado.
6 ¡Sed fuertes y valerosos!, no temáis ni os asustéis ante ellos, porque Yahveh tu Dios marcha contigo: no te dejará ni te abandonará.»
7 Después Moisés llamó a Josué y le dijo en presencia de todo Israel: «¡Se fuerte y valeroso!, tú entrarás con este pueblo en la tierra que Yahveh juró dar a sus padres, y tú se la darás en posesión.
8 Yahveh marchará delante de ti, él estará contigo; no te dejará ni te abandonará. No temas ni te asustes.»
9 Moisés puso esta Ley por escrito y se la dio a los sacerdotes, hijos de Leví, que llevaban el arca de la alianza de Yahveh, así como a todos los ancianos de Israel.
10 Y Moisés les dio esta orden: «Cada siete años, tiempo fijado para el año de la Remisión, en la fiesta de las Tiendas,
11 cuando todo Israel acuda, para ver el rostro de Yahveh tu Dios, al lugar elegido por él, leerás esta Ley a oídos de todo Israel.
12 Congrega al pueblo, hombres, mujeres y niños, y al forastero que vive en tus ciudades, para que oigan, aprendan a temer a Yahveh vuestro Dios, y cuiden de poner en práctica todas las palabras de esta Ley.
13 Y sus hijos, que todavía no la conocen, la oirán y aprenderán a temer a Yahveh vuestro Dios todos los días que viváis en el suelo que vais a tomar en posesión al pasar el Jordán.»
14 Yahveh dijo a Moisés: «Ya se acerca el día de tu muerte; llama a Josué y presentaos en la Tienda del Encuentro, para que yo le dé mis órdenes.» Fue, pues, Moisés con Josué a presentarse en la Tienda del Encuentro.
15 Y Yahveh se apareció en la Tienda, en una columna de nube; la columna de nube estaba parada a la entrada de la Tienda.
16 Yahveh dijo a Moisés: «He aquí que vas a acostarte con tus padres, y este pueblo se levantará para prostituirse yendo en pos de dioses extraños, los de la tierra en la que va a entrar. Me abandonará y romperá mi alianza, que yo he concluido con él.
17 Aquel día montaré en cólera contra él, los abandonaré y les ocultaré mi rostro. Será pasto y presa de un sinfín de males y adversidades, de suerte que dirá aquel día: «¿No me habrán llegado estos males porque mi Dios no está en medio de mí?»
18 Pero yo ocultaré mi rostro aquel día, a causa de todo el mal que habrá hecho, yéndose en pos de otros dioses.
19 «Y ahora escribid para vuestro uso el cántico siguiente; enséñaselo a los israelitas, ponlo en su boca para que este cántico me sirva de testimonio contra los israelitas,
20 cuando yo les lleve a la tierra que bajo juramento prometí a sus padres, tierra que mana leche y miel, y ellos, después de comer hasta hartarse y engordar bien, se vuelvan hacia otros dioses, les den culto, y a mí me desprecien y rompan mi alianza.
21 Y cuando les alcancen males y adversidades sin número, este cántico dará testimonio contra él, porque no caerá en olvido en la boca de su descendencia. Pues sé muy bien los planes que está tramando hoy, incluso antes de haberle introducido en la tierra que le tengo prometida bajo juramento.»
22 Y Moisés escribió aquel día este cántico y se lo enseño a los israelitas.
23 Luego dio esta orden a Josué, hijo de Nun: «¡Sé fuerte y valeroso!, porque tú llevarás a los israelitas a la tierra que yo les tengo prometida bajo juramento, y yo estaré contigo.»
24 Cuando terminó de escribir en un libro las palabras de esta Ley hasta el fin,
25 Moisés dio esta orden a los levitas que llevaban el arca de la alianza de Yahveh:
26 «Tomad el libro de esta Ley. Ponedlo al lado del arca de la alianza de Yahveh vuestro Dios. Ahí quedará como testimonio contra ti.
27 Porque conozco tu rebeldía y tu dura cerviz. Si hoy, que vivo todavía entre vosotros, sois rebeldes a Yahveh, ¡cuánto más lo seréis después de mi muerte!»
28 «Congregad junto a mí a todos los ancianos de vuestras tribus y a vuestros escribas, que voy a pronunciar a sus oídos estas palabras, poniendo por testigos contra ellos al cielo y a la tierra.
29 Porque sé que después de mi muerte no dejaréis de pervertiros; os apartaréis del camino que os he prescrito; y la desgracia vendrá sobre vosotros en el futuro, por haber hecho lo que es malo a los ojos de Yahveh, irritándole con vuestras obras.»
30 Luego, a oídos de toda la asamblea de Israel, Moisés pronunció hasta el fin las palabras de este cántico:
« ir a capítulos »

Deuteronomio 32
1 Prestad oído, cielos, que hablo yo, escuche la tierra las palabras de mi boca.
2 Como lluvia se derrame mi doctrina, caiga como rocío mi palabra, como blanda lluvia sobre la hierba verde, como aguacero sobre el césped.
3 Porque voy a aclamar el nombre de Yahveh; ¡ensalzad a nuestro Dios!
4 El es la Roca, su obra es consumada, pues todos sus caminos son justicia. Es Dios de la lealtad, no de perfidia, es justo y recto.
5 Se han pervertido los que él engendró sin tara, generación perversa y tortuosa.
6 ¿Así pagáis a Yahveh, pueblo insensato y necio? ¿No es él tu padre, el que te creó, el que te hizo y te fundó?
7 Acuérdate de los días de antaño, considera los años de edad en edad. Interroga a tu padre, que te cuente, a tus ancianos, que te hablen.
8 Cuando el Altísimo repartió las naciones, cuando distribuyó a los hijos de Adán, fijó las fronteras de los pueblos, según el número de los hijos de Dios;
9 mas la porción de Yahveh fue su pueblo, Jacob su parte de heredad.
10 En tierra desierta le encuentra, en la soledad rugiente de la estepa. Y le envuelve, le sustenta, le cuida, como a la niña de sus ojos.
11 Como un águila incita a su nidada, revolotea sobre sus polluelos, así el despliega sus alas y te toma, y le lleva sobre su plumaje.
12 Sólo Yahveh le guía a su destino, con él ningún dios extranjero.
13 Le hace cabalgar por las alturas de la tierra, le alimenta de los frutos del campo, le da a gustar miel de la peña, y aceite de la dura roca,
14 cuajada de vacas y leche de ovejas, con la grasa de corderos; carneros de raza de Basán, y machos cabríos, con la flor de los granos de trigo, y por bebida la roja sangre de la uva.
15 Come Jacob, se sacia, engorda Yesurún, respinga, – te has puesto grueso, rollizo, turgente -, rechaza a Dios, su Hacedor, desprecia a la Roca, su salvación.
16 Le encelan con dioses extraños, le irritan con abominaciones.
17 Sacrifican a demonios, no a Dios, a dioses que ignoraban, a nuevos, recién llegados, que no veneraron vuestros padres.
18 (¡Desdeñas a la Roca que te dio el ser, olvidas al Dios que te engendró!)
19 Yahveh lo ha visto y, en su ira, ha desechado a sus hijos y a sus hijas.
20 Ha dicho: Les voy a esconder mi rostro, a ver en qué paran. Porque es una generación torcida, hijos sin lealtad.
21 Me han encelado con lo que no es Dios, me han irritado con sus vanos ídolos; ¡pues yo también voy a encelarles con lo que no es pueblo, con una nación fatua los irritaré!
22 Porque ha saltado fuego de mi ira, que quemará hasta las honduras del seol; devorará la tierra y sus productos, abrasará los cimientos de los montes.
23 Acumularé desgracias sobre ellos, agotaré en ellos mis saetas.
24 Andarán extenuados de hambre, consumidos de fiebre y mala peste. Dientes de fieras mandaré contra ellos, veneno de reptiles.
25 Por fuera la espada sembrará orfandad, y dentro reinará el espanto. Caerán a la vez joven y doncella, niño de pecho y viejo encanecido.
26 He dicho: A polvo los reduciría, borraría su recuerdo de en medio de los hombres,
27 si no temiera azuzar el furor del enemigo, y que lo entiendan al revés sus adversarios, no sea que digan: «Nuestra mano prevalece, y no es Yahveh el que hace todo esto.»
28 Porque es gente de consejo obtuso, y no hay inteligencia en ellos.
29 Si fueran sabios, podrían entenderlo, sabrían vislumbrar su suerte última.
30 Pues, ¿cómo un solo hombre puede perseguir a mil, y dos poner en fuga a una miríada, sino porque su Roca se los ha vendido, porque Yahveh los ha entregado?
31 Mas no es su roca como nuestra Roca, y nuestros enemigos son testigos.
32 Porque su viña es viña de Sodoma y de las plantaciones de Gomorra: uvas venenosas son sus uvas, racimos amargos sus racimos;
33 su vino, un veneno de serpiente, mortal ponzoña de áspid.
34 Pero él, ¿no está guardado junto a mí, sellado en mis tesoros?
35 A mí me toca la venganza y el pago para el momento en que su pie vacile. Porque está cerca el día de su ruina, ya se precipita lo que les espera.
36 (Que va hacer Yahveh justicia al pueblo suyo, va a apiadarse de sus siervos.) Porque verá que su fuerza se agota, que no queda ya libre ni esclavo.
37 Dirá entonces: ¿Dónde están sus dioses, roca en que buscaban su refugio,
38 los que comían la grasa de sus sacrificios y bebían el vino de sus libaciones? ¡Levántense y os salven, sean ellos vuestro amparo!
39 Ved ahora que yo, sólo yo soy, y que no hay otro Dios junto a mí. Yo doy la muerte y doy la vida, hiero yo, y sano yo mismo (y no hay quien libre de mi mano).
40 Sí, yo alzo al cielo mi mano, y digo: Tan cierto como que vivo eternamente,
41 cuando afile el rayo de mi espada, y mi mano empuñe el Juicio, tomaré venganza de mis adversarios, y daré el pago a quienes me aborrecen.
42 Embriagaré de sangre mis saetas, y mi espada se saciará de carne: sangre de muertos y cautivos, cabezas encrestadas de enemigos.
43 ¡Cielos, exultad con él, y adórenle los hijos de Dios! ¡Exultad, naciones, con su pueblo, y todos los mensajeros de Dios narren su fuerza! Porque él vengará la sangre de sus siervos, tomará venganza de sus adversarios, dará su pago a quienes le aborrecen y purificará el suelo de su pueblo.
44 Fue Moisés y pronunció o oídos del pueblo todas las palabras de este cántico, acompañado de Josué, hijo de Nun.
45 Cuando Moisés acabó de pronunciar estas palabras a todo Israel,
46 les dijo: «Estad bien atentos a todas estas palabras que hoy os doy como testimonio. Se las prescribiréis a vuestros hijos, para que cuiden de poner en práctica todas las palabras de esta Ley.
47 Porque no es una palabra vana para vosotros, sino que es vuestra vida, y por ella prolongaréis vuestros días en el suelo que vais a tomar en posesión al pasar el Jordán.»
48 Yahveh habló a Moisés aquel mismo día y le dijo:
49 «Sube a esa montaña de los Abarim, al monte Nebo que está en el país de Moab, frente a Jericó, y contempla la tierra de Canaán que yo doy en propiedad a los israelitas.
50 En el monte al que vas a subir morirás, e irás a reunirte con los tuyos, como tu hermano Aarón murió en el monte Hor y fue a reunirse con los suyos.
51 Por haberme sido infiel en medio de los israelitas, en las aguas de Meribá Cadés, en el desierto de Sin, por no haber manifestado mi santidad en medio de los israelitas,
52 por eso, sólo de lejos verás la tierra, pero no entrarás en ella, en esa tierra que yo doy a los israelitas.»
« ir a capítulos »

Deuteronomio 33
1 Esta es la bendición con la que Moisés, hombre de Dios, bendijo a los israelitas antes de morir.
2 Dijo: Ha venido Yahveh del Sinaí. Para ellos desde Seír se ha levantado, ha iluminado desde el monte Parán. Con él las miríadas de Cadés, Ley de fuego en su diestra para ellos.
3 Tú que amas a los antepasados, todos los santos están en tu mano. Y ellos, postrados a tus pies, cargados están de tus palabras.
4 Una Ley nos señaló Moisés herencia de la asamblea de Jacob.
5 Hubo un rey en Yesurún, cuando se congregaron los jefes del pueblo, todas juntas las tribus de Israel.
6 ¡Viva Rubén y nunca muera, aunque sean pocos sus nombres!
7 Para Judá dijo esto: Escucha, Yahveh, la voz de Judá y guíale hacia su pueblo. Sus manos le defenderán y tú serás su auxilio contra sus enemigos.
8 Para Leví dijo: Dale a Leví tus Urim y tus Tummim al hombre de tu agrado, a quien probaste en Massá, con quien querellaste en las aguas de Meribá,
9 el que dijo de su padre y de su madre: «No los he visto.» El que no reconoce a sus hermanos y a sus hijos ignora. Pues guardan tu palabra, y tu alianza observan.
10 Ellos enseñan tus normas a Jacob y tu Ley a Israel; ofrecen incienso ante tu rostro, y perfecto sacrificio en tu altar.
11 Bendice, Yahveh, su vigor, y acepta la obra de sus manos. Rompe los lomos a sus adversarios y a sus enemigos, que no se levanten.
12 Para Benjamín dijo: Querido de Yahveh, en seguro reposa junto a El, todos los días le protege, y entre sus hombros mora.
13 Para José dijo: Su tierra es bendita de Yahveh; para él lo mejor de los cielos: el rocío, y del abismo que reposa abajo;
14 lo mejor de los frutos del sol, de lo que brota a cada luna,
15 las primicias de los montes antiguos, lo mejor de los collados eternos,
16 lo mejor de la tierra y cuanto contiene, y el favor del que mora en la Zarza: ¡caiga sobre la cabeza de José, sobre la frente del elegido entre sus hermanos!
17 Primogénito del toro, a él la gloria, cuernos de búfalo sus cuernos; con ellos acornea a los pueblos todos juntos hasta los confines de la tierra. Tales son las miríadas de Efraím, tales los millares de Manasés.
18 Para Zabulón dijo: Regocíjate, Zabulón, en tus empresas, y tú, Isacar, en tus tiendas.
19 Convocarás a los pueblos en el monte, ofrecerán sacrificios de justicia, pues gustarán la abundancia de los mares, y los tesoros ocultos en la arena.
20 Para Gad dijo: ¡Bendito el que ensanchó a Gad! Echado está como leona; ha desgarrado un brazo, y hasta una cabeza;
21 se quedó con las primicias, pues allí la porción de jefe le estaba reservada, y ha venido a la cabeza del pueblo: ha cumplido la justicia de Yahveh, y sus juicios con Israel.
22 Para Dan dijo: Dan es un cachorro de león, que se lanza desde Basán.
23 Para Neftalí dijo: Neftalí, saciado de favor, colmado de la bendición de Yahveh, Oeste y Mediodía son su posesión.
24 Para Aser dijo: ¡Bendito Aser entre los hijos! Sea el favorito entre sus hermanos, y bañe su pie en aceite.
25 Sea tu cerrojo de hierro y de bronce, y tu fuerza tan larga como tus días.
26 Nadie como el Dios de Yesurún. que cabalga los cielos en tu auxilio, y las nubes, en su majestad.
27 El Dios de antaño es tu refugio, estás debajo de los brazos eternos. El expulsa ante ti al enemigo, y dice: ¡Destruye!
28 Israel mora en seguro; la fuente de Jacob aparte brota para un país de trigo y vino; hasta sus cielos el rocío destilan.
29 Dichoso tú, Israel, ¿quién como tú, pueblo salvado por Yahveh, cuyo escudo es tu auxilio, cuya espada es tu esplendor? Tus enemigos tratarán de engañarte, pero tú hollarás sus espaldas.
« ir a capítulos »

Deuteronomio 34
1 Moisés subió de las Estepas de Moab al monte Nebo, cumbre del Pisgá, frente a Jericó, y Yahveh le mostró la tierra entera: Galaad hasta Dan,
2 todo Neftalí, la tierra de Efraím y de Manasés, toda la tierra de Judá, hasta el mar Occidental,
3 el Négueb, la vega del valle de Jericó, ciudad de las palmeras, hasta Soar.
4 Y Yahveh le dijo: «Esta es la tierra que bajo juramento prometí a Abraham, Isaac y Jacob, diciendo: A tu descendencia se la daré. Te dejo verla con tus ojos, pero no pasarás a ella.»
5 Allí murió Moisés, servidor de Yahveh, en el país de Moab, como había dispuesto Yahveh.
6 Le enterró en el Valle, en el País de Moab, frente a Bet Peor. Nadie hasta hoy ha conocido su tumba.
7 Tenía Moisés 120 años cuando murió; y no se había apagado su ojo ni se había perdido su vigor.
8 Los israelitas lloraron a Moisés treinta días en las Estepas de Moab; cumplieron así los días de llanto por el duelo de Moisés.
9 Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos. A él obedecieron los israelitas, cumpliendo la orden que Yahveh había dado a Moisés.
10 No ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés, a quien Yahveh trataba cara a cara,
11 nadie como él en todas las señales y prodigios que Yahveh le envió a realizar en el país de Egipto, contra Faraón, todos sus siervos y todo su país,
12 y en la mano tan fuerte y el gran terror que Moisés puso por obra a los ojos de todo Israel.
« ir a capítulos »

Cantar de los cantares

.
Índice: Sagrada Escritura, Cantar de los cantares

1     2     3     4     5     6     7     8
         


Cantar de los cantares 1

1 Cantar de los cantares, de Salomón.
2 ¡Que me bese con los besos de su boca! Mejores son que el vino tus amores;
3 mejores al olfato tus perfumes; ungüento derramado es tu nombre, por eso te aman las doncellas.
4 Llévame en pos de ti: ¡Corramos! El Rey me ha introducido en sus mansiones; por ti exultaremos y nos alegraremos. Evocaremos tus amores más que el vino; ¡con qué razón eres amado!
5 Negra soy, pero graciosa, hijas de Jerusalén, como las tiendas de Quedar, como los pabellones de Salmá.
6 No os fijéis en que estoy morena: es que el sol me ha quemado. Los hijos de mi madre se airaron contra mí; me pusieron a guardar las viñas, ¡mi propia viña no la había guardado!
7 Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía, para que no ande yo como errante tras los rebaños de tus compañeros.
8 Si no lo sabes, ¡oh la más bella de las mujeres!, sigue las huellas de las ovejas, y lleva a pacer tus cabritas junto al jacal de los pastores.
9 A mi yegua, entre los carros de Faraón, yo te comparo, amada mía.
10 Graciosas son tus mejillas entre los zarcillos, y tu cuello entre los collares.
11 Zarcillos de oro haremos para ti, con cuentas de plata.
12 – Mientras el rey se halla en su diván, mi nardo exhala su fragancia.
13 Bolsita de mirra es mi amado para mí, que reposa entre mis pechos.
14 Racimo de alheña es mi amado para mí, en las viñas de Engadí.
15 – ¡Qué bella eres, amada mía, qué bella eres! ¡Palomas son tus ojos!
16 – ¡Qué hermoso eres, amado mío, qué delicioso! Puro verdor es nuestro lecho.
17 – Las vigas de nuestra casa son de cedro, nuestros artesonados, de ciprés.
« ir a capítulos »

Cantar de los cantares 2
1 – Yo soy el narciso de Sarón, el lirio de los valles.
2 – Como el lirio entre los cardos, así mi amada entre las mozas.
3 – Como el manzano entre los árboles silvestres, así mi amado entre los mozos. A su sombra apetecida estoy sentada, y su fruto me es dulce al paladar.
4 Me ha llevado a la bodega, y el pendón que enarbola sobre mí es Amor.
5 Confortadme con pasteles de pasas, con manzanas reanimadme, que enferma estoy de amor.
6 Su izquierda está bajo mi cabeza, y su diestra me abraza.
7 – Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, por las gacelas, por las ciervas del campo, no despertéis, no desveléis al amor, hasta que le plazca.
8 ¡La voz de mi amado! Helo aquí que ya viene, saltando por los montes, brincando por los collados.
9 Semejante es mi amado a una gacela, o un joven cervatillo. Vedle ya que se para detrás de nuestra cerca, mira por las ventanas, atisba por las rejas.
10 Empieza a hablar mi amado, y me dice: «Levántate, amada mía, hermosa mía, y vente.
11 Porque, mira, ha pasado ya el invierno, han cesado las lluvias y se han ido.
12 Aparecen las flores en la tierra, el tiempo de las canciones es llegado, se oye el arrullo de la tórtola en nuestra tierra.
13 Echa la higuera sus yemas, y las viñas en cierne exhalan su fragancia. ¡Levántate, amada mía, hermosa mía, y vente!
14 Paloma mía, en las grietas de la roca, en escarpados escondrijos, muéstrame tu semblante, déjame oír tu voz; porque tu voz es dulce, y gracioso tu semblante.»
15 Cazadnos las raposas, las pequeñas raposas que devastan las viñas, pues nuestras viñas están en flor.
16 Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado: él pastorea entre los lirios.
17 Antes que sople la brisa del día y se huyan las sombras, vuelve, sé semejante, amado mío, a una gacela o a un joven cervatillo por los montes de Béter.
« ir a capítulos »

Cantar de los cantares 3
1 En mi lecho, por las noches, he buscado al amor de mi alma. Busquéle y no le hallé.
2 Me levantaré, pues, y recorreré la ciudad. Por las calles y las plazas buscaré al amor de mi alma. Busquéle y no le hallé.
3 Los centinelas me encontraron, los que hacen la ronda en la ciudad: «¿Habéis visto al amor de mi alma?»
4 Apenas habíalos pasado, cuando encontré al amor de mi alma. Le aprehendí y no le soltaré hasta que le haya introducido en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me concibió.
5 Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, por las gacelas, por las ciervas del campo, no despertéis, no desveléis al amor, hasta que le plazca.
6 ¿Qué es eso que sube del desierto, cual columna de humo sahumado de mirra y de incienso, de todo polvo de aromas exóticos?
7 Ved la litera de Salomón. Sesenta valientes en torno a ella, la flor de los valientes de Israel:
8 todos diestros en la espada, veteranos en la guerra. Cada uno lleva su espada al cinto, por las alarmas de la noche.
9 El rey Salomón se ha hecho un palanquín de madera del Líbano.
10 Ha hecho de plata sus columnas, de oro su respaldo, de púrpura su asiento; su interior, tapizado de amor por las hijas de Jerusalén.
11 Salid a contemplar, hijas de Sión, a Salomón el rey, con la diadema con que le coronó su madre el día de sus bodas, el día del gozo de su corazón.
« ir a capítulos »

Cantar de los cantares 4
1 ¡Qué bella eres, amada mía, qué bella eres! Palomas son tus ojos a través de tu velo; tu melena, cual rebaño de cabras, que ondulan por el monte Galaad.
2 Tus dientes, un rebaño de ovejas de esquileo que salen de bañarse: todas tienen mellizas, y entre ellas no hay estéril.
3 Tus labios, una cinta de escarlata, tu hablar, encantador. Tus mejillas, como cortes de granada a través de tu velo.
4 Tu cuello, la torre de David, erigida para trofeos: mil escudos penden de ella, todos paveses de valientes.
5 Tus dos pechos, cual dos crías mellizas de gacela, que pacen entre lirios.
6 Antes que sople la brisa del día, y se huyan las sombras, me iré al monte de la mirra, a la colina del incienso.
7 ¡Toda hermosa eres, amada mía, no hay tacha en ti!
8 Ven del Líbano, novia mía, ven del Líbano, vente. Otea desde la cumbre del Amaná, desde la cumbre del Sanir y del Hermón, desde las guaridas de leones, desde los montes de leopardos.
9 Me robaste el corazón, hermana mía, novia, me robaste el corazón con una mirada tuya, con una vuelta de tu collar.
10 ¡Qué hermosos tus amores, hermosa mía, novia! ¡Qué sabrosos tus amores! ¡más que el vino! ¡Y la fragancia de tus perfumes, más que todos los bálsamos!
11 Miel virgen destilan tus labios, novia mía. Hay miel y leche debajo de tu lengua; y la fragancia de tus vestidos, como la fragancia del Líbano.
12 Huerto eres cerrado, hermana mía, novia, huerto cerrado, fuente sellada.
13 Tus brotes, un paraíso de granados, con frutos exquisitos:
14 nardo y azafrán, caña aromática y canela, con todos los árboles de incienso, mirra y áloe, con los mejores bálsamos.
15 ¡Fuente de los huertos, pozo de aguas vivas, corrientes que del Líbano fluyen!
16 ¡Levántate, cierzo, ábrego, ven! ¡Soplad en mi huerto, que exhale sus aromas! ¡Entre mi amado en su huerto y coma sus frutos exquisitos!
« ir a capítulos »

Cantar de los cantares 5
1 Ya he entrado en mi huerto, hermana mía, novia; he tomado mi mirra con mi bálsamo, he comido mi miel con mi panal, he bebido mi vino con mi leche. ¡Comed, amigos, bebed, oh queridos, embriagaos!
2 Yo dormía, pero mi corazón velaba. ¡La voz de mi amado que llama!: «¡Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, mi perfecta! Que mi cabeza está cubierta de rocío y mis bucles del relente de la noche.»
3 – «Me he quitado mi túnica, ¿cómo ponérmela de nuevo? He lavado mis pies, ¿cómo volver a mancharlos?»
4 ¡Mi amado metió la mano por la hendedura; y por él se estremecieron mis entrañas.
5 Me levanté para abrir a mi amado, y mis manos destilaron mirra, mirra fluida mis dedos, en el pestillo de la cerradura.
6 Abrí a mi amado, pero mi amado se había ido de largo. El alma se me salió a su huida. Le busqué y no le hallé, le llamé, y no me respondió.
7 Me encontraron los centinelas, los que hacen la ronda en la ciudad. Me golpearon, me hirieron, me quitaron de encima mi chal los guardias de las murallas.
8 Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, si encontráis a mi amado, ¿qué le habéis de anunciar? Que enferma estoy de amor.
9 ¿Qué distingue a tu amado de los otros, oh la más bella de las mujeres? ¿Qué distingue a tu amado de los otros, para que así nos conjures?
10 Mi amado es fúlgido y rubio, distinguido entre diez mil.
11 Su cabeza es oro, oro puro; sus guedejas, racimos de palmera, negras como el cuervo.
12 Sus ojos como palomas junto a arroyos de agua, bañándose en leche, posadas junto a un estanque.
13 Sus mejillas, eras de balsameras, macizos de perfumes. Sus labios son lirios que destilan mirra fluida.
14 Sus manos, aros de oro, engastados de piedras de Tarsis. Su vientre, de pulido marfil, recubierto de zafiros.
15 Sus piernas, columnas de alabastro, asentadas en basas de oro puro. Su porte es como el Líbano, esbelto cual los cedros.
16 Su paladar, dulcísimo, y todo él, un encanto. Así es mi amado, así mi amigo, hijas de Jerusalén.
« ir a capítulos »

Cantar de los cantares 6
1 ¿A dónde se fue tu amado, oh la más bella de las mujeres? ¿A dónde tu amado se volvió, para que contigo le busquemos?
2 Mi amado ha bajado a su huerto, a las eras de balsameras, a apacentar en los huertos, y recoger lirios.
3 Yo soy para mi amado y mi amado es para mí: él pastorea entre los lirios.
4 Hermosa eres, amiga mía, como Tirsá, encantadora, como Jerusalén, imponente como batallones.
5 Retira de mí tus ojos, que me subyugan. Tu melena cual rebaño de cabras que ondulan por el monte Galaad.
6 Tus dientes, un rebaño de ovejas, que salen de bañarse. Todas tienen mellizas, y entre ellas no hay estéril.
7 Tus mejillas, como cortes de granada a través de tu velo.
8 Sesenta son las reinas, ochenta las concubinas, (e innumerables las doncellas).
9 Única es mi paloma, mi perfecta. Ella, la única de su madre, la preferida de la que la engendró. Las doncellas que la ven la felicitan, reinas y concubinas la elogian:
10 «¿Quién es ésta que surge cual la aurora, bella como la luna, refulgente como el sol, imponente como batallones?»
11 Al nogueral había yo bajado para ver la floración del valle, a ver si la vid estaba en cierne, y si florecían los granados.
12 ¡Sin saberlo, mi deseo me puso en los carros de Aminadib!
« ir a capítulos »

Cantar de los cantares 7
1 ¡Vuelve, vuelve, Sulamita, vuelve, vuelve, que te miremos! ¿Por qué miráis a la Sulamita, como en una danza de dos coros?
2 ¡Qué lindos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe! Las curvas de tus caderas son como collares, obra de manos de artista.
3 Tu ombligo es un ánfora redonda, donde no falta el vino. Tu vientre, un montón de trigo, de lirios rodeado.
4 Tus dos pechos, cual dos crías mellizas de gacela.
5 Tu cuello, como torre de marfil. Tus ojos, las piscinas de Jesbón, junto a la puerta de Bat Rabbim. Tu nariz, como la torre del Líbano, centinela que mira hacia Damasco.
6 Tu cabeza sobre ti, como el Carmelo, y tu melena, como la púrpura; ¡un rey en esas trenzas está preso!
7 ¡Qué bella eres, qué encantadora, oh amor, oh delicias!
8 Tu talle se parece a la palmera, tus pechos, a los racimos.
9 Me dije: Subiré a la palmera, recogeré sus frutos. ¡Sean tus pechos como racimos de uvas, el perfume de tu aliento como el de las manzanas,
10 tu paladar como vino generoso! El va derecho hacia mi amado, como fluye en los labios de los que dormitan.
11 Yo soy para mi amado, y hacia mí tiende su deseo.
12 ¡Oh, ven, amado mío, salgamos al campo! Pasaremos la noche en las aldeas.
13 De mañana iremos a las viñas; veremos si la vid está en cierne, si las yemas se abren, y si florecen los granados. Allí te entregaré el don de mis amores.
14 Las mandrágoras exhalan su fragancia. A nuestras puertas hay toda suerte de frutos exquisitos. Los nuevos, igual que los añejos, los he guardado, amado mío, para ti.
« ir a capítulos »

Cantar de los cantares 8
1 ¡Ah, si fueras tú un hermano mío, amamantado a los pechos de mi madre! Podría besarte, al encontrarte afuera, sin que me despreciaran.
2 Te llevaría, te introduciría en la casa de mi madre, y tú me enseñarías. Te daría a beber vino aromado, el licor de mis granadas.
3 Su izquierda está bajo mi cabeza, y su diestra me abraza.
4 Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, no despertéis, no desveléis al amor, hasta que le plazca.
5 ¿Quién es ésta que sube del desierto, apoyada en su amado? Debajo del manzano te desperté, allí donde te concibió tu madre, donde concibió la que te dio a luz.
6 Ponme cual sello sobre tu corazón, como un sello en tu brazo. Porque es fuerte el amor como la Muerte, implacable como el seol la pasión. Saetas de fuego, sus saetas, una llama de Yahveh.
7 Grandes aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo. Si alguien ofreciera todos los haberes de su casa por el amor, se granjearía desprecio.
8 Tenemos una hermana pequeña: no tiene pechos todavía. ¿Qué haremos con nuestra hermana el día que se hable de ella?
9 – Si es una muralla, construiremos sobre ella almenas de plata si es una puerta, apoyaremos contra ella barras de cedro.
10 – Yo soy una muralla, y mis pechos, como torres. Así soy a sus ojos como quien ha hallado la paz.
11 Salomón tenía una viña en Baal Hamón. Encomendó la viña a los guardas, y cada uno le traía por sus frutos mil siclos de plata.
12 Mi viña, la mía, está ante mí; los mil siclos para ti, Salomón; y doscientos para los guardas de su fruto.
13 ¡Oh tú, que moras en los huertos, mis compañeros prestan oído a tu voz: ¡deja que la oiga!
14 ¡Huye, amado mío, sé como la gacela o el joven cervatillo, por los montes de las balsameras!.
« ir a capítulos »

 

Malaquías

.
Índice: Sagrada Escritura, Malaquías

1     2     3





     





Malaquías 1

1 Oráculo. Palabra de Yahveh a Israel por ministerio de Malaquías.
2 Os he amado, dice Yahveh. Y vosotros decís: ¿En qué nos has amado? – ¿No era acaso Esaú el hermano de Jacob?, oráculo de Yahveh. Sin embargo yo amé a Jacob,
3 y a Esaú le odié. Entregué sus montes a la desolación y su heredad a los chacales del desierto.
4 Si dice Edom: «Hemos sido aplastados, pero volveremos a edificar nuestras ruinas», así dice Yahveh Sebaot: Ellos edificarán, mas yo demoleré, y se les llamará: «Territorio de impiedad», y «Pueblo contra el que Yahveh está irritado para siempre».
5 Vuestros ojos lo verán y vosotros diréis: «¡Grande es Yahveh más allá del término de Israel!»
6 El hijo honra a su padre, el siervo a su señor. Pues si yo soy padre, ¿dónde está mi honra? Y si señor, ¿dónde mi temor?, dice Yahveh Sebaot a vosotros sacerdotes que menospreciáis mi Nombre. – Decís: ¿En qué hemos menospreciado tu Nombre? –
7 Presentando en mi altar pan impuro. – Y decís ahora: ¿En qué te hemos manchado? – Pensando que la mesa de Yahveh es despreciable.
8 Y cuando presentáis para el sacrificio una res ciega, ¿no está mal? Y cuando presentáis una coja o enferma, ¿no está mal? Anda, ofrécesela a tu gobernador: ¿se te pondrá contento o te acogerá con agrado?, dice Yahveh Sebaot.
9 Ahora, pues, ablandad el rostro de Dios para que tenga compasión de nosotros. De vuestras manos viene esto, ¿acaso os acogerá benignamente?, dice Yahveh Sebaot.
10 ¡Oh, quién de vosotros cerrará las puertas para que no encendáis mi altar en vano! No tengo ninguna complacencia en vosotros, dice Yahveh Sebaot, y no me es grata la oblación de vuestras manos.
11 Pues desde el sol levante hasta el poniente, grande es mi Nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi Nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura. Pues grande es mi Nombre entre las naciones, dice Yahveh Sebaot.
12 Pero vosotros lo profanáis, cuando decís: ¡La mesa del Señor es impura, y despreciables sus alimentos!,
13 y añadís: ¡Oh, qué fatiga!, y me desdeñáis, dice Yahveh Sebaot. Cuando traéis una res robada, o coja, o enferma, cuando traéis una oblación así, ¿la voy a aceptar de vuestras manos?, dice Yahveh Sebaot.
14 ¡Maldito el tramposo que tiene macho en su rebaño, pero que promete en voto y sacrifica al Señor bestia defectuosa! ¡Que yo soy un gran Rey, dice Yahveh Sebaot, y mi Nombre es terrible entre las naciones!
« ir a capítulos »

Malaquías 2
1 Y ahora, a vosotros esta orden, sacerdotes:
2 Si no escucháis ni tomáis a pecho dar gloria a mi Nombre, dice Yahveh Sebaot, yo lanzaré sobre vosotros la maldición y maldeciré vuestra bendición; y hasta la he maldecido ya, porque ninguno de vosotros toma nada a pecho.
3 He aquí que yo voy a romper vuestro brazo, os echaré estiércol a la cara, el estiércol de vuestras fiestas, y seréis aventados con él.
4 Sabréis así que yo os dirigí esta orden para que subsistiera mi alianza con Leví, dice Yahveh Sebaot.
5 Mi alianza era con él vida y paz, y se las concedí; era temor, y él me temía y ante mi Nombre guardaba reverencia.
6 La Ley de verdad estaba en su boca, e iniquidad no se hallaba en sus labios; en paz y en rectitud caminaba conmigo, y a muchos recobró de la culpa.
7 Pues los labios del sacerdote guardan la ciencia, y la Ley se busca en su boca; porque él es el mensajero de Yahveh Sebaot.
8 Pero vosotros os habéis extraviado del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la Ley, habéis corrompido la alianza de Leví, dice Yahveh Sebaot.
9 Por eso yo también os he hecho despreciables y viles ante todo el pueblo, de la misma manera que vosotros no guardáis mis caminos y hacéis acepción de personas en la Ley.
10 ¿No tenemos todos nosotros un mismo Padre? ¿No nos ha creado el mismo Dios? ¿Por qué nos traicionamos los unos a los otros, profanando la alianza de nuestros padres?
11 Judá ha traicionado; una abominación se ha cometido en Israel y en Jerusalén. Porque Judá ha profanado el santuario querido de Yahveh, al casarse con la hija de un dios extranjero.
12 ¡Que extirpe Yahveh al hombre que hace tal, ya sea testigo o defensor, de las tiendas de Jacob y de entre los que presentan la oblación a Yahveh Sebaot!
13 Y esta otra cosa hacéis también vosotros: cubrir de lágrimas el altar de Yahveh, de llantos y suspiros, porque él ya no se vuelve hacia la oblación, ni la acepta con gusto de vuestras manos.
14 Y vosotros decís: ¿Por qué? – Porque Yahveh es testigo entre tú y la esposa de tu juventud, a la que tú traicionaste, siendo así que ella era tu compañera y la mujer de tu alianza.
15 ¿No ha hecho él un solo ser, que tiene carne y espíritu? Y este uno ¿qué busca? ¡Una posteridad dada por Dios! Guardad, pues, vuestro espíritu; no traiciones a la esposa de tu juventud.
16 Pues yo odio el repudio, dice Yahveh Dios de Israel, y al que encubre con su vestido la violencia, dice Yahveh Sebaot. Guardad, pues, vuestro espíritu y no cometáis tal traición.
17 Vosotros cansáis a Yahveh con vuestras palabras. – Y decís: ¿En qué le cansamos? – Cuando decís: Todo el que hace el mal es bueno a los ojos de Yahveh, y él le acepta complacido; o también: ¿Dónde está el Dios del juicio?
« ir a capítulos »

Malaquías 3
1 He aquí que yo envío a mi mensajero a allanar el camino delante de mí, y enseguida vendrá a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el Angel de la alianza, que vosotros deseáis, he aquí que viene, dice Yahveh Sebaot.
2 ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién se tendrá en pie cuando aparezca? Porque es él como fuego de fundidor y como lejía de lavandero.
3 Se sentará para fundir y purgar. Purificará a los hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata; y serán para Yahveh los que presentan la oblación en justicia.
4 Entonces será grata a Yahveh la oblación de Judá y de Jerusalén, como en los días de antaño, como en los años antiguos.
5 Yo me acercaré a vosotros para el juicio, y seré un testigo expeditivo contra los hechiceros y contra los adúlteros, contra los que juran con mentira, contra los que oprimen al jornalero, a la viuda y al huérfano, contra los que hacen agravio al forastero sin ningún temor de mí, dice Yahveh Sebaot.
6 Que yo, Yahveh, no cambio, y vosotros, hijos de Jacob, no termináis nunca.
7 Desde los días de vuestros padres venís apartándoos de mis preceptos y no los observáis. Volveos a mí y yo me volveré a vosotros, dice Yahveh Sebaot. – Decís: ¿En qué hemos de volver? –
8 ¿Puede un hombre defraudar a Dios? ¡Pues vosotros me defraudáis a mí! – Y aún decís: ¿En qué te hemos defraudado? – En el diezmo y en la ofrenda reservada.
9 De maldición estáis malditos, porque me defraudáis a mí vosotros, la nación entera.
10 Llevad el diezmo íntegro a la casa del tesoro, para que haya alimento en mi Casa; y ponedme así a prueba, dice Yahveh Sebaot, a ver si no os abro las esclusas del cielo y no vacío sobre vosotros la bendición hasta que ya no quede,
11 y no ahuyento de vosotros al devorador, para que no os destruya el fruto del suelo y no se os quede estéril la viña en el campo, dice Yahveh Sebaot.
12 Todas las naciones os felicitarán entonces, porque seréis una tierra de delicias, dice Yahveh Sebaot.
13 Duras me resultan vuestras palabras, dice Yahveh. – Y todavía decís: ¿Qué hemos dicho contra ti? –
14 Habéis dicho: Cosa vana es servir a Dios; ¿qué ganamos con guardar su mandamiento o con andar en duelo ante Yahveh Sebaot?
15 Más bien, llamamos felices a los arrogantes: aun haciendo el mal prosperan, y aun tentando a Dios escapan libres.
16 Entonces los que temen a Yahveh se hablaron unos a otros. Y puso atención Yahveh y oyó; y se escribió ante él un libro memorial en favor de los que temen a Yahveh y piensan en su Nombre.
17 Serán ellos para mí, dice Yahveh Sebaot, en el día que yo preparo, propiedad personal; y yo seré indulgente con ellos como es indulgente un padre con el hijo que le sirve.
18 Entonces vosotros volveréis a distinguir entre el justo y el impío, entre quien sirve a Dios y quien no le sirve.
19 Pues he aquí que viene el Día, abrasador como un horno; todos los arrogantes y los que cometen impiedad serán como paja; y los consumirá el Día que viene, dice Yahveh Sebaot, hasta no dejarles raíz ni rama.
20 Pero para vosotros, los que teméis mi Nombre, brillará el sol de justicia con la salud en sus rayos, y saldréis brincando como becerros bien cebados fuera del establo.
21 Y pisotearéis a los impíos, porque serán ellos ceniza bajo la planta de vuestros pies, el día que yo preparo, dice Yahveh Sebaot.
22 Acordaos de la Ley de Moisés, mi siervo, a quien yo prescribí en el Horeb preceptos y normas para todo Israel.
23 He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahveh, grande y terrible.
24 El hará volver el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres; no sea que venga yo a herir la tierra de anatema.
« ir a capítulos »

Proverbios

.
Índice: Sagrada Escritura, Proverbios

1      2      3      4      5      6      7      8      9      10      11      12      13      14      15      16      17      18      19      20      21      22      23      24      25      26      27      28      29      30      31

         


           




Proverbios 1

1 Proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel:
2 para aprender sabiduría e instrucción, para entender los discursos profundos,
3 para alcanzar instrucción y perspicacia, -justicia, equidad y rectitud-,
4 para enseñar a los simples la prudencia, a los jóvenes ciencia y reflexión,
5 Que atienda el sabio y crecerá en doctrina, y el inteligente aprenderá a hacer proyectos.
6 para descifrar proverbios y enigmas, los dichos de los sabios y sus adivinanzas.
7 El temor de Yahveh es el principio de la ciencia; los necios desprecian la sabiduría y la instrucción.
8 Escucha, hijo mío, la instrucción de tu padre y no desprecies la lección de tu madre:
9 corona graciosa son para tu cabeza y un collar para tu cuello.
10 Hijo mío, si los pecadores te quieren seducir, no vayas.
11 Si te dicen: «¡Vente con nosotros, estemos al acecho para derramar sangre, apostémonos contra el inocente sin motivo alguno,
12 devorémoslos vivos como el seol, enteros como los que bajan a la fosa!;
13 ¡hallaremos toda clase de riquezas, llenaremos nuestras casas de botín,
14 te tocará tu parte igual que a nosotros, para todos habrá bolsa común!»:
15 no te pongas, hijo mío, en camino con ellos, tu pie detén ante su senda,
16 porque sus pies corren hacia el mal y a derramar sangre se apresuran;
17 pues es inútil tender la red a los ojos mismos de los pajarillos.
18 Contra su propia sangre están acechando, apostados están contra sus propias vidas.
19 Esa es la senda de todo el que se entrega a la rapiña: ella quita la vida a su propio dueño.
20 La Sabiduría clama por las calles, por las plazas alza su voz,
21 llama en la esquina de las calles concurridas, a la entrada de las puertas de la ciudad pronuncia sus discursos:
22 «¿Hasta cuándo, simples, amaréis vuestra simpleza y arrogantes os gozaréis en la arrogancia y necios tendréis odio a la ciencia?
23 Convertíos por mis reprensiones: voy a derramar mi espíritu para vosotros, os voy a comunicar mis palabras.
24 Ya que os he llamado y no habéis querido, he tendido mi mano y nadie ha prestado atención,
25 habéis despreciado todos mis consejos, no habéis hecho caso de mis reprensiones;
26 también yo me reiré de vuestra desgracia, me burlaré cuando llegue vuestro espanto,
27 cuando llegue, como huracán, vuestro espanto, vuestra desgracia sobrevenga como torbellino, cuando os alcancen la angustia y la tribulación.
28 Entonces me llamarán y no responderé, me buscarán y no me hallarán.
29 Porque tuvieron odio a la ciencia y no eligieron el temor de Yahveh,
30 no hicieron caso de mi consejo, ni admitieron de mí ninguna reprensión;
31 comerán del fruto de su conducta, de sus propios consejos se hartarán.
32 Su propio descarrío matará a los simples, la despreocupación perderá a los insensatos.
33 Pero el que me escucha vivirá seguro, tranquilo, sin temor a la desgracia.»
« ir a capítulos »

Proverbios 2
1 Hijo mío, si das acogida a mis palabras, y guardas en tu memoria mis mandatos,
2 prestando tu oído a la sabiduría, inclinando tu corazón a la prudencia;
3 si invocas a la inteligencia y llamas a voces a la prudencia;
4 si la buscas como la plata y como un tesoro la rebuscas,
5 entonces entenderás el temor de Yahveh y la ciencia de Dios encontrarás.
6 Porque Yahveh es el que da la sabiduría, de su boca nacen la ciencia y la prudencia.
7 Reserva el éxito para los rectos, es escudo para quienes proceden con entereza,
8 vigila las sendas de la equidad y guarda el camino de sus amigos.
9 Entonces entenderás la justicia, la equidad y la rectitud: todos los senderos del bien.
10 Cuando entre la sabiduría en tu corazón y la ciencia sea dulce para tu alma,
11 velará sobre ti la reflexión y la prudencia te guardará,
12 apartándote del mal camino, del hombre que propone planes perversos,
13 de los que abandonan el recto sendero para ir por caminos tenebrosos,
14 de los que se gozan en hacer el mal, se regocijan en la perversidad,
15 cuyos senderos son tortuosos y sus sendas llenas de revueltas.
16 Ella te apartará de la mujer ajena, de la extraña de melosas palabras,
17 que ha dejado al amigo de su juventud y ha olvidado la alianza de su Dios;
18 su casa está inclinada hacia la muerte, hacia las sombras sus tortuosos senderos.
19 Nadie que entre por ella volverá, no alcanzará las sendas de la vida.
20 Por eso has de ir por el camino de los buenos, seguirás las sendas de los justos.
21 Porque los rectos habitarán la tierra y los íntegros se mantendrán en ella;
22 pero los malos serán cercenados de la tierra, se arrancará de ella a los desleales.
« ir a capítulos »

Proverbios 3
1 Hijo mío, no olvides mi lección, en tu corazón guarda mis mandatos,
2 pues largos días y años de vida y bienestar te añadirán.
3 La piedad y la lealtad no te abandonen; átalas a tu cuello, escríbelas en la tablilla de tu corazón.
4 Así hallarás favor y buena acogida a los ojos de Dios y de los hombres.
5 Confía en Yahveh de todo corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia;
6 reconócele en todos tus caminos y él enderezará tus sendas.
7 No seas sabio a tus propios ojos, teme a Yahveh y apártate del mal:
8 medicina será para tu carne y refrigerio para tus huesos.
9 Honra a Yahveh con tus riquezas, con las primicias de todas tus ganancias:
10 tus trojes se llenarán de grano y rebosará de mosto tu lagar.
11 No desdeñes, hijo mío, la instrucción de Yahveh, no te dé fastidio su reprensión,
12 porque Yahveh reprende a aquel que ama, como un padre al hijo querido.
13 Dichoso el hombre que ha encontrado la sabiduría y el hombre que alcanza la prudencia;
14 más vale su ganancia que la ganancia de plata, su renta es mayor que la del oro.
15 Más preciosa es que las perlas, nada de lo que amas se le iguala.
16 Largos días a su derecha, y a su izquierda riqueza y gloria.
17 Sus caminos son caminos de dulzura y todas sus sendas de bienestar.
18 Es árbol de vida para los que a ella están asidos, felices son los que la abrazan.
19 Con la Sabiduría fundó Yahveh la tierra, consolidó los cielos con inteligencia;
20 con su ciencia se abrieron los océanos y las nubes destilan el rocío.
21 Hijo mío, guarda la prudencia y la reflexión, no se aparten nunca de tus ojos:
22 serán vida para tu alma y adorno para tu cuello.
23 Así irás tranquilo por tu camino y no tropezará tu pie.
24 No tendrás miedo al acostarte, una vez acostado, será dulce tu sueño.
25 No temerás el espanto repentino, ni cuando llegue la tormenta de los malos,
26 porque Yahveh será tu tranquilidad y guardará tu pie de caer en el cepo.
27 No niegues un favor a quien es debido, si en tu mano está el hacérselo.
28 No digas a tu prójimo: «Vete y vuelve, mañana te daré», si tienes algo en tu poder.
29 No trames mal contra tu prójimo cuando se sienta confiado junto a ti.
30 No te querelles contra nadie sin motivo, si no te ha hecho ningún mal.
31 No envidies al hombre violento, ni elijas ninguno de sus caminos;
32 porque Yahveh abomina a los perversos, pero su intimidad la tiene con los rectos.
33 La maldición de Yahveh en la casa del malvado, en cambio bendice la mansión del justo.
34 Con los arrogantes es también arrogante, otorga su favor a los pobres.
35 La gloria es patrimonio de los sabios y los necios heredarán la ignominia.
« ir a capítulos »

Proverbios 4
1 Escuchad, hijos, la instrucción del padre, estad atentos para aprender inteligencia,
2 porque es buena la doctrina que os enseño; no abandonéis mi lección.
3 También yo fui hijo para mi padre, tierno y querido a los ojos de mi madre,
4 El me enseñaba y me decía: «Retén mis palabras en tu corazón, guarda mis mandatos y vivirás.
5 Adquiere la sabiduría, adquiere la inteligencia, no la olvides, no te apartes de los dichos de mi boca.
6 No la abandones y ella te guardará, ámala y ella será tu defensa.
7 El comienzo de la sabiduría es: adquiere la sabiduría, a costa de todos tus bienes adquiere la inteligencia.
8 Haz acopio de ella, y ella te ensalzará; ella te honrará, si tú la abrazas;
9 pondrá en tu cabeza una diadema de gracia, una espléndida corona será tu regalo».
10 Escucha, hijo mío, recibe mis palabras, y los años de tu vida se te multiplicarán.
11 En el camino de la sabiduría te he instruido, te he encaminado por los senderos de la rectitud.
12 Al andar no se enredarán tus pasos, y si corres, no tropezarás.
13 Aférrate a la instrucción, no la sueltes; guárdala, que es tu vida.
14 No te metas por la senda de los perversos, ni vayas por el camino de los malvados.
15 Evítalo, no pases por él, apártate de él, pasa adelante.
16 Porque ésos no duermen si no obran el mal, se les quita el sueño si no han hecho caer a alguno.
17 Es que su pan es pan de maldad, y vino de violencia es su bebida.
18 La senda de los justos es como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día.
19 Pero el camino de los malos es como tinieblas, no saben dónde han tropezado.
20 Atiende, hijo mío, a mis palabras, inclina tu oído a mis razones.
21 No las apartes de tus ojos, guárdalas dentro de tu corazón.
22 Porque son vida para los que las encuentran, y curación para toda carne.
23 Por encima de todo cuidado, guarda tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida.
24 Aparta de ti la falsía de la boca y el enredo de los labios arrójalo de ti.
25 Miren de frente tus ojos, tus párpados derechos a lo que está ante tí.
26 Tantea bien el sendero de tus pies y sean firmes todos tus caminos.
27 No te tuerzas ni a derecha ni a izquierda, aparta tu pie de la maldad.
« ir a capítulos »

Proverbios 5
1 Presta, hijo mío, atención a mi sabiduría, aplica tu oído a mi prudencia,
2 para que guardes tú la reflexión y tus labios conserven la ciencia. No hagas caso de la mujer perversa,
3 pues miel destilan los labios de la extraña, su paladar es más suave que el aceite;
4 pero al fin es amarga como el ajenjo, mordaz como espada de dos filos.
5 Sus pies descienden a la muerte, sus pasos se dirigen al seol.
6 Por no seguir la senda de la vida, se desvía por sus vericuetos sin saberlo.
7 Así pues, hijo mío, escúchame, no te apartes de los dichos de mi boca:
8 aleja de ella tu camino, no te acerques a la puerta de su casa;
9 no sea que ella dé tu honor a otro y tus años a un hombre cruel;
10 no se harten de tus bienes los extraños, ni paren tus fatigas en casa del extranjero;
11 no sea que gimas a la postre cuando tu cuerpo y tu carne se consuman,
12 y digas: «Ay de mí, que he odiado la instrucción, mi corazón ha despreciado los reproches,
13 no he escuchado la voz de mis maestros ni he prestado oídos a los que me instruían.
14 A punto he estado de cualquier desgracia, en medio de la asamblea y la comunidad.»
15 Bebe el agua de tu cisterna, la que brota de tu pozo.
16 ¿Se van a desbordar por fuera tus arroyos, las corrientes de agua por las plazas?
17 Que sean para ti solo, no para que las beban contigo los extraños.
18 – Sea tu fuente bendita. Gózate en la mujer de tu mocedad,
19 cierva amable, graciosa gacela: embriáguente en todo tiempo sus amores, su amor te apasione para siempre.
20 ¿Por qué apasionarte, hijo mío, de una ajena, abrazar el seno de una extraña?
21 Pues los caminos del hombre están en la presencia de Yahveh, él vigila todos sus senderos.
22 El malvado será presa de sus propias maldades, con los lazos de su pecado se le capturará.
23 Morirá por su falta de instrucción, por su gran necedad se perderá.
« ir a capítulos »

Proverbios 6
1 Si has salido, hijo mío, fiador de tu prójimo, si has chocado tu mano con un extraño,
2 si te has obligado con las palabras de tu boca, si de la palabra de tu boca te has dejado prender,
3 haz esto, hijo mío, para quedar libre, pues has caído en manos de tu prójimo: Vete, póstrate, importuna a tu prójimo;
4 no concedas a tus ojos sueño ni a tus párpados reposo;
5 líbrate, como la gacela del lazo, como el pájaro de la mano del pajarero.
6 Vete donde la hormiga, perezoso, mira sus andanzas y te harás sabio.
7 Ella no tiene jefe, ni capataz, ni amo;
8 asegura en el verano su sustento, recoge su comida al tiempo de la mies.
9 ¿Hasta cuándo, perezoso, estarás acostado? ¿cuándo te levantarás de tu sueño?
10 Un poco dormir, otro poco dormitar, otro poco tumbarse con los brazos cruzados;
11 y llegará como vagabundo tu miseria y como un mendigo tu pobreza.
12 Un malvado, un hombre inicuo, anda con la boca torcida,
13 guiña el ojo, arrastra los pies, hace señas con los dedos.
14 Torcido está su corazón, medita el mal, pleitos siembra en todo tiempo.
15 Por eso vendrá su ruina de repente, de improviso quebrará, y no habrá remedio.
16 Seis cosas hay que aborrece Yahveh, y siete son abominación para su alma:
17 ojos altaneros, lengua mentirosa, manos que derraman sangre inocente,
18 corazón que fragua planes perversos, pies que ligeros corren hacia el mal,
19 testigo falso que profiere calumnias, y el que siembra pleitos entre los hermanos.
20 Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu madre.
21 Tenlos atados siempre a tu corazón, enlázalos a tu cuello;
22 en tus pasos ellos serán tu guía; cuando te acuestes, velarán por ti; conversarán contigo al despertar.
23 Porque el mandato es una lámpara y la lección una luz; camino de vida los reproches y la instrucción,
24 para librarte de la mujer perversa, de la lengua suave de la extraña.
25 No codicies su hermosura en tu corazón, no te cautive con sus párpados,
26 porque un mendrugo de pan basta a la prostituta, pero la casada va a la caza de una vida preciosa.
27 ¿Puede uno meter fuego en su regazo sin que le ardan los vestidos?
28 ¿Puede uno andar sobre las brasas sin que se le quemen los pies?
29 Así le pasa al que se llega a la mujer del prójimo: no saldrá ileso ninguno que la toque.
30 No se desprecia al ladrón cuando roba para llenar su estómago, porque tiene hambre.
31 Mas, si le sorprenden, paga el séptuplo, tiene que dar todos los bienes de su casa.
32 Pero el que hace adulterar a una mujer es un mentecato; un suicida es el que lo hace;
33 encontrará golpes y deshonra y su vergüenza no se borrará.
34 Porque los celos enfurecen al marido. y no tendrá piedad el día de la venganza.
35 No hará caso de compensación alguna; aunque prodigues regalos, no aceptará.
« ir a capítulos »

Proverbios 7
1 Guarda, hijo mío, mis palabras, conserva como un tesoro mis mandatos.
2 Guarda mis mandamientos y vivirás; sea mi lección como la niña de tus ojos.
3 Átalos a tus dedos, escríbelos en la tablilla de tu corazón.
4 Dile a la sabiduría: «Tú eres mi hermana», llama pariente a la inteligencia,
5 para que te guarde de la mujer ajena, de la extraña de palabras melosas.
6 Estaba yo a la ventana de mi casa y miraba a través de las celosías,
7 cuando ví, en el grupo de los simples, distinguí entre los muchachos a un joven falto de juicio:
8 pasaba por la calle, junto a la esquina donde ella vivía, iba camino de su casa,
9 al atardecer, ya oscurecido, en lo negro de la noche y de las sombras.
10 De repente, le sale al paso una mujer, con atavío de ramera y astucia en el corazón.
11 Es alborotada y revoltosa, sus pies nunca paran en su casa.
12 Tan pronto en las calles como en las plazas, acecha por todas las esquinas.
13 Ella lo agarró y lo abrazó, y desvergonzada le dijo:
14 «Tenía que ofrecer un sacrificio de comunión y hoy he cumplido mi voto;
15 por eso he salido a tu encuentro para buscarte en seguida; y va te he encontrado.
16 He puesto en mi lecho cobertores policromos, lencería de Egipto,
17 con mirra mi cama he rociado, con áloes y cinamomo.
18 Ven, embriaguémonos de amores hasta la mañana, solacémonos los dos, entre caricias.
19 Porque no está el marido en casa, está de viaje muy lejos;
20 ha llevado en su mano la bolsa del dinero, volverá a casa para la luna llena.»
21 Con sus muchas artes lo seduce, lo rinde con el halago de sus labios.
22 Se va tras ella en seguida, como buey al matadero, como el ciervo atrapado en el cepo,
23 hasta que una flecha le atraviese el hígado; como pájaro que se precipita en la red, sin saber que le va en ello la vida.
24 Ahora pues, hijo mío, escúchame, pon atención a las palabras de mi boca:
25 no se desvíe tu corazón hacia sus caminos, no te descarríes por sus senderos,
26 porque a muchos ha hecho caer muertos, robustos eran todos los que ella mató.
27 Su morada es camino del seol, que baja hacia las cámaras de la muerte.
« ir a capítulos »

Proverbios 8
1 ¿No está llamando la Sabiduría? y la Prudencia, ¿no alza su voz?
2 En la cumbre de las colinas que hay sobre el camino, en los cruces de sendas se detiene;
3 junto a las puertas, a la salida de la ciudad, a la entrada de los portales, da sus voces:
4 «A vosotros, hombres, os llamo, para los hijos de hombre es mi voz.
5 Entended, simples, la prudencia y vosotros, necios, sed razonables.
6 Escuchad: voy a decir cosas importantes y es recto cuanto sale de mis labios.
7 Porque verdad es el susurro de mi boca y mis labios abominan la maldad.
8 Justos son todos los dichos de mi boca, nada hay en ellos astuto ni tortuoso.
9 Todos están abiertos para el inteligente y rectos para los que la ciencia han encontrado.
10 Recibid mi instrucción y no la plata, la ciencia más bien que el oro puro.
11 Porque mejor es la sabiduría que las piedras preciosas, ninguna cosa apetecible se le puede igualar.
12 «Yo, la Sabiduría, habito con la prudencia, yo he inventado la ciencia de la reflexión.
13 (El temor de Yahveh es odiar el mal.) La soberbia y la arrogancia y el camino malo y la boca torcida yo aborrezco.
14 Míos son el consejo y la habilidad, yo soy la inteligencia, mía es la fuerza.
15 Por mí los reyes reinan y los magistrados administran la justicia.
16 Por mí los príncipes gobiernan y los magnates, todos los jueces justos.
17 Yo amo a los que me aman y los que me buscan me encontrarán.
18 Conmigo están la riqueza y la gloria, la fortuna sólida y la justicia.
19 Mejor es mi fruto que el oro, que el oro puro, y mi renta mejor que la plata acrisolada.
20 Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad,
21 para repartir hacienda a los que me aman y así llenar sus arcas.»
22 «Yahveh me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas.
23 Desde la eternidad fui fundada, desde el principio, antes que la tierra.
24 Cuando no existían los abismos fui engendrada, cuando no había fuentes cargadas de agua.
25 Antes que los montes fuesen asentados, antes que las colinas, fui engendrada.
26 No había hecho aún la tierra ni los campos, ni el polvo primordial del orbe.
27 Cuando asentó los cielos, allí estaba yo, cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo,
28 cuando arriba condensó las nubes, cuando afianzó las fuentes del abismo,
29 cuando al mar dio su precepto -y las aguas no rebasarán su orilla- cuando asentó los cimientos de la tierra,
30 yo estaba allí, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo,
31 jugando por el orbe de su tierra; y mis delicias están con los hijos de los hombres.»
32 «Ahora pues, hijos, escuchadme, dichosos los que guardan mis caminos.
33 Escuchad la instrucción y haceos sabios, no la despreciéis.
34 Dichoso el hombre que me escucha velando ante mi puerta cada día, guardando las jambas de mi entrada.
35 Porque el que me halla, ha hallado la vida, ha logrado el favor de Yahveh.
36 Pero el que me ofende, hace daño a su alma; todos los que me odian, aman la muerte.»
« ir a capítulos »

Proverbios 9
1 La Sabiduría ha edificado una casa, ha labrado sus siete columnas,
2 ha hecho su matanza, ha mezclado su vino, ha aderezado también su mesa.
3 Ha mandado a sus criadas y anuncia en lo alto de las colinas de la ciudad:
4 «Si alguno es simple, véngase acá.» Y al falto de juicio le dice:
5 «Venid y comed de mi pan, bebed del vino que he mezclado;
6 dejaos de simplezas y viviréis, y dirigíos por los caminos de la inteligencia.»
7 El que corrige al arrogante se acarrea desprecio, y el que reprende al malvado, insultos.
8 No reprendas al arrogante, porque te aborrecerá; reprende al sabio, y te amará.
9 Da al sabio, y se hará más sabio todavía; enseña al justo, y crecerá su doctrina.
10 Comienzo de la sabiduría es el temor de Yahveh, y la ciencia de los santos es inteligencia.
11 Pues por mí se multiplicarán tus días y se aumentarán los años de tu vida.
12 Si te haces sabio, te haces sabio para tu provecho, y si arrogante, tú solo lo tendrás que pagar.
13 La mujer necia es alborotada, todo simpleza, no sabe nada.
14 Se sienta a la puerta de su casa, sobre un trono, en las colinas de la ciudad,
15 para llamar a los que pasan por el camino, a los que van derechos por sus sendas:
16 «Si alguno es simple, véngase acá» y al falto de juicio le dice:
17 «Son dulces las aguas robadas y el pan a escondidas es sabroso.»
18 No sabe el hombre que allí moran las Sombras; sus invitados van a los valles del seol.
« ir a capítulos »

Proverbios 10
1 Proverbios de Salomón. El hijo sabio es la alegría de su padre, el hijo necio entristece a su madre.
2 Tesoros mal adquiridos no aprovechan, mas la justicia libra de la muerte.
3 Yahveh no permite que el justo pase hambre, pero rechaza la codicia de los malos.
4 Mano indolente empobrece, la mano de los diligentes enriquece.
5 Amontonar en verano es de hombre sensato, dormirse en la cosecha es de hombre indigno.
6 Bendiciones sobre la cabeza del justo; pero la boca de los impíos rezuma violencia.
7 El recuerdo del justo sirve de bendición; el nombre de los malos se pudre.
8 El sensato de corazón acepta los mandatos, el hombre charlatán corre a su ruina.
9 Quien va a derecho, va seguro, quien va con rodeos es descubierto.
10 El que guiña de ojos, dará disgustos, quien reprende a la cara, proporciona paz.
11 Manantial de vida la boca del justo; la boca de los impíos rezuma violencia.
12 El odio provoca discusiones, el amor cubre todas las faltas.
13 En labios del inteligente se encuentra sabiduría, palo a las espaldas del falto de seso.
14 Los sabios atesoran conocimiento, la boca del necio es ruina inmediata.
15 La fortuna del rico es su plaza fuerte, la ruina de los débiles es su pobreza.
16 El salario del justo es para vivir, la renta del malo es para pecar.
17 Camina hacia la vida el que guarda las instrucciones; quien desatiende la reprensión se extravía.
18 Los labios mentirosos disimulan el odio; quien profiere una calumnia es un necio.
19 En las muchas palabras no faltará pecado; quien reprime sus labios es sensato.
20 Plata elegida es la lengua del justo, el corazón de los malos vale poco.
21 Los labios del justo apacientan a muchos, los insensatos mueren en su falta de seso.
22 La bendición de Yahveh es la que enriquece, y nada le añade el trabajo a que obliga.
23 Como un juego es para el necio cometer el crimen, la sabiduría lo es para el hombre inteligente.
24 Lo que teme el malo, eso le sucede, lo que el justo desea, se le da.
25 Cuando pasa la tormenta, ya no existe el malo, mas el justo es construcción eterna.
26 Vinagre para los dientes y humo para los ojos: así es el perezoso para quien lo envía.
27 El temor de Yahveh prolonga los días, los años de los malos son acortados.
28 La espera de los justos es alegría, la esperanza de los malos fracasará.
29 Fortaleza es para el íntegro la senda de Yahveh; pero ruina para los malhechores.
30 Jamás el justo será conmovido, pero los malos no habitarán la tierra.
31 La boca del justo da frutos de sabiduría, la lengua perversa será cortada.
32 Los labios del justo saben de benevolencia; la boca de los malos, de perversidad.
« ir a capítulos »

Proverbios 11
1 Abominación de Yahveh la balanza falsa, pero el peso justo gana su favor.
2 Detrás de la insolencia viene el insulto; mas con los modosos está la sabiduría.
3 A los rectos su integridad les guía; a los pérfidos les arruina su perversidad.
4 Nada servirán riquezas el día de la ira, mas la justicia libra de la muerte.
5 A los íntegros su justicia les allana el camino, pero el malo cae en su malicia.
6 A los rectos les salva su justicia, los pérfidos en su codicia son atrapados.
7 En la muerte del malo se esfuma su esperanza, la confianza en las riquezas se desvanece.
8 El justo es librado de la angustia, y el malo viene a ocupar su lugar.
9 Con la boca el impío pierde a su vecino, por la ciencia se libran los justos.
10 Con el bien de los justos la ciudad se regocija, con la perdición de los malos grita de alegría.
11 Con la bendición de los rectos, se levanta la ciudad; la boca de los malos la destruye.
12 Quien desprecia a su vecino es un insensato; el hombre discreto se calla.
13 El que anda calumniando descubre secretos, el de espíritu leal oculta las cosas.
14 Donde no hay buen gobierno, el pueblo se hunde; abundancia de consejeros, trae salvación.
15 El mal se busca quien avala al desconocido, quien no es amigo de chocar la mano está seguro.
16 Mujer graciosa consigue honor, y los audaces consiguen la riqueza.
17 A sí mismo se beneficia el que es compasivo, a sí mismo se perjudica el hombre cruel.
18 El malo consigue un jornal falso; el que siembra justicia, un salario verdadero.
19 Al que establece justicia, la vida, al que obra el mal, la muerte.
20 A los de corazón torcido abomina Yahveh; a los de camino intachable da su favor.
21 De cierto que el malo no quedará impune, mas la raza de los justos quedará a salvo.
22 Anillo de oro en nariz de un puerco, mujer hermosa pero sin gusto.
23 El deseo de los justos es sólo el bien, la esperanza de los malos, la ira.
24 Hay quien gasta y todavía va a más; y hay quien ahorra en demasía sólo para venir a menos.
25 El alma generosa será colmada, y el que sacia a otro la sed, también será saciado.
26 El pueblo maldice al que acapara trigo; bendición para la cabeza del que vende.
27 Quien busca el bien, se procura favor, quien va tras el mal, le saldrá al encuentro.
28 Quien confía en su riqueza, ése caerá, los justos brotarán como follaje.
29 Quien desordena su casa, hereda viento, el insensato será esclavo del sabio.
30 El fruto del justo es un árbol de vida; cautivador de las almas es el sabio.
31 Si el justo recibe su recompensa en la tierra, ¡cuánto más el pecador y el malo!
« ir a capítulos »

Proverbios 12
1 El que ama la instrucción ama la ciencia, el que odia la reprensión es tonto.
2 El bueno obtiene el favor de Yahveh; pero él condena al hombre taimado.
3 Nadie se afianza por la maldad, la raíz de los justos no vacilará.
4 Mujer virtuosa, corona del marido, mujer desvergonzada, caries en los huesos.
5 Las intenciones de los justos son equidad, los planes de los malos, son engaño.
6 Las palabras de los malos son trampas sangrientas, pero a los rectos su boca los pone a salvo.
7 Derribados los malos, no existen ya más, mas la casa de los justos permanece.
8 Se alaba al hombre según su prudencia, el de corazón torcido será despreciado.
9 Más vale hombre sencillo que tiene un esclavo, que hombre glorioso a quien falta el pan.
10 El justo se cuida de su ganado, pero las entrañas de los malos son crueles.
11 Quien cultiva su tierra se hartará de pan, quien persigue naderías es un insensato.
12 El placer del impío está en la maquinación de los malvados, pero la raíz de los justos producirá.
13 En el delito de los labios hay una trampa fatal, pero el justo saldrá de la angustia.
14 Por el fruto de su boca, se harta de bien el hombre, cada cual recibe el salario de sus obras.
15 El necio tiene por recto su camino, pero el sabio escucha los consejos.
16 El necio, al momento descubre su pena, el prudente oculta la ignominia.
17 Quien declara la verdad, descubre la justicia; el testigo mentiroso, la falsedad.
18 Quien habla sin tino, hiere como espada; mas la lengua de los sabios cura.
19 Los labios sinceros permanecen por siempre, la lengua mentirosa dura un instante.
20 Fraude en el corazón de quien trama el mal; gozo para los que aconsejan paz.
21 Ninguna desgracia le sucede al justo, pero los malos están llenos de miserias.
22 Los labios mentirosos abomina Yahveh; los que practican la verdad alcanzan su favor.
23 El hombre cauto oculta su ciencia, el corazón del insensato proclama su necedad.
24 La mano diligente obtiene el mando; la flojedad acaba en trabajos forzados.
25 Ansiedad en el corazón deprime al hombre, pero una palabra buena le causa alegría.
26 El justo enseña el camino a su prójimo, el camino de los malos los extravía.
27 El indolente no pone a asar su caza; la diligencia es la mejor fortuna del hombre.
28 En la senda de la justicia está la vida; el camino de los rencorosos lleva a la muerte.
« ir a capítulos »

Proverbios 13
1 El hijo sabio atiende a la instrucción de su padre, el arrogante no escucha la reprensión.
2 Con el fruto de su boca, come el hombre lo que es bueno, pero el alma de los pérfidos se nutre de violencia.
3 Quien vigila su boca, guarda su vida; quien abre sus labios, busca su ruina.
4 Tiene hambre el perezoso, mas no se cumple su deseo; el deseo de los diligentes queda satisfecho.
5 El justo odia la palabra mentirosa, pero el malo infama y deshonra.
6 La justicia guarda al íntegro en su camino, mas la maldad arruina al pecador.
7 Hay quien se hace el rico y nada tiene, hay quien se hace el pobre y tiene gran fortuna.
8 El precio de la vida de un hombre es su riqueza; pero el pobre no hace caso a la amenaza.
9 La luz de los justos alegremente luce, la lámpara de los malos se apaga.
10 La insolencia sólo disputas proporciona; con los que admiten consejos está la sabiduría.
11 Fortuna rápida, vendrá a menos, quien junta poco a poco, irá en aumento.
12 Espera prolongada enferma el corazón; árbol de vida es el deseo cumplido.
13 Quien desprecia la palabra se perderá, quien respeta el mandato se salvará.
14 La lección del sabio es fuente de vida, para sortear las trampas de la muerte.
15 Una gran prudencia alcanza favor, el camino de los pérfidos no tiene fin,
16 Todo hombre cauto obra con conocimiento, el tonto ostenta su necedad.
17 Mensajero perverso cae en desgracia, mensajero leal trae la curación.
18 Miseria e ignominia al que rechaza la instrucción, gloria al que acepta la reprensión.
19 Deseo cumplido, dulzura para el alma, los necios detestan abandonar el mal.
20 El que anda con los sabios será sabio; quien frecuenta los necios se hará malo.
21 A los pecadores los persigue la desgracia, los justos son colmados de dicha.
22 El hombre de bien deja herencia a los hijos de sus hijos, al justo se reserva la riqueza del pecador.
23 Las roturas de los pobres dan mucho de comer; pero hay perdición cuando falta justicia.
24 Quien escatima la vara, odia a su hijo, quien le tiene amor, le castiga.
25 Come el justo y queda satisfecho, pero el vientre de los malos pasa necesidad.
« ir a capítulos »

Proverbios 14
1 La Sabiduría edifica su casa; le Necedad con sus manos la destruye.
2 Quien anda en rectitud, teme a Yahveh; el de torcido camino le desprecia.
3 En la boca del necio hay una raíz de orgullo, pero los labios de los sabios los protegen.
4 Donde no hay bueyes, pesebre vacío; cosecha abundante con la fuerza del toro.
5 Testigo veraz no miente, testigo falso respira mentiras.
6 Busca el arrogante la sabiduría pero en vano, al inteligente la ciencia le es fácil.
7 Apártate del hombre necio, pues no conocerías labios doctos.
8 Sabiduría del cauto es atender a su conducta, la necedad de los tontos es engaño.
9 De los necios se aparta el sacrificio expiatorio, pero entre los rectos se encuentra el favor de Dios.
10 El corazón conoce su propia amargura, y con ningún extraño comparte su alegría.
11 La casa de los malos será destruida, la tienda de los rectos florecerá.
12 Hay caminos que parecen rectos, pero, al cabo, son caminos de muerte.
13 También en el reír padece el corazón, y al cabo la alegría es dolor.
14 El perverso de corazón está satisfecho de su conducta, y el hombre de bien, de sus obras.
15 El simple cree cuanto se dice, el cauto medita sus propios pasos.
16 El sabio teme el mal y de él se aparta, el necio es presuntuoso y confiado.
17 El de genio pronto, hace necedades, el hombre artero es odiado.
18 La herencia de los simples es la necedad, los cautos son coronados de ciencia.
19 Los malos se postran ante los buenos, los malvados a la puerta de los justos.
20 Incluso a su vecino es odioso el pobre, pero son muchos los amigos del rico.
21 Quien desprecia a su vecino comete pecado; dichoso el que tiene piedad de los pobres.
22 ¿No andan extraviados los que planean el mal?; amor y lealtad a los que planean el bien.
23 Todo trabajo produce abundancia, la charlatanería sólo indigencia.
24 Corona de los sabios es la riqueza, la necedad de los insensatos es necedad.
25 Salvador de vidas es el testigo veraz, quien profiere mentira es un impostor.
26 El temor de Yahveh es seguridad inexpugnable; sus hijos tendrán en él refugio.
27 El temor de Yahveh es fuente de vida, para apartarse de las trampas de la muerte.
28 Pueblo numeroso, gloria del rey; pueblo escaso, ruina del príncipe.
29 El tardo a la ira tiene gran prudencia, el de genio pronto pone de manifiesto su necedad
30 El corazón manso es vida del cuerpo; la envidia es caries de los huesos.
31 Quien oprime al débil, ultraja a su Hacedor; mas el que se apiada del pobre, le da gloria.
32 El malo es derribado por su propia malicia, el justo en su integridad halla refugio.
33 En corazón inteligente descansa la sabiduría, en el corazón de los necios no es conocida.
34 La justicia eleva a las naciones, el pecado es la vergüenza de los pueblos.
35 El favor del rey para el siervo prudente; y su cólera para el que le avergüenza.
« ir a capítulos »

Proverbios 15
1 Una respuesta suave calma el furor, una palabra hiriente aumenta la ira.
2 La lengua de los sabios hace agradable la ciencia, la boca de los insensatos esparce necedad.
3 En todo lugar, los ojos de Yahveh, observando a los malos y a los buenos.
4 Lengua mansa, árbol de vida, lengua perversa rompe el alma.
5 El tonto desprecia la corrección de su padre; quien sigue la reprensión es cauto.
6 La casa del justo abunda en riquezas, en las rentas del malo no falta inquietud.
7 Los labios de los sabios siembran ciencia, pero no así el corazón de los necios.
8 Yahveh abomina el sacrificio de los malos; la oración de los rectos alcanza su favor.
9 Yahveh abomina el camino malo; y ama al que va tras la justicia.
10 Corrección severa a quien deja el camino; el que odia la reprensión perecerá.
11 Seol y Perdición están ante Yahveh: ¡cuánto más los corazones de los hombres!
12 El arrogante no quiere ser reprendido, no va junto a los sabios.
13 Corazón alegre hace buena cara, corazón en pena deprime el espíritu.
14 Corazón inteligente busca la ciencia, los labios de los necios se alimentan de necedad.
15 Todos los días del pobre son malos, para el corazón dichoso, banquetes sin fin.
16 Mejor es poco con temor de Yahveh, que gran tesoro con inquietud.
17 Más vale un plato de legumbres, con cariño, que un buey cebado, con odio.
18 El hombre violento provoca disputas, el tardo a la ira aplaca las querellas.
19 El camino del perezoso es como un seto de espinos. la senda de los rectos es llana.
20 El hijo sabio es la alegría de su padre, el hombre necio desprecia a su madre.
21 La necedad alegra al insensato, el hombre inteligente camina en derechura.
22 Donde no hay consultas, los planes fracasan; con muchos consejeros, se llevan a cabo.
23 El hombre halla alegría en la respuesta de su boca; una palabra a tiempo, ¡qué cosa más buena!
24 Camino de la vida, hacia arriba, para el sabio, para que se aparte del seol, que está abajo.
25 La casa de los soberbios la destruye Yahveh, y mantiene en pie los linderos de la viuda.
26 Yahveh abomina los proyectos perversos; pero son puras las palabras agradables.
27 Quien se da al robo, perturba su casa, quien odia los regalos, vivirá.
28 El corazón del justo recapacita para responder, la boca de los malos esparce maldades.
29 Yahveh se aleja de los malos, y escucha la plegaria de los justos.
30 Una mirada luminosa alegra el corazón, una buena noticia reanima el vigor.
31 Oído que escucha reprensión saludable, tiene su morada entre los sabios.
32 Quien desatiende la corrección se desprecia a sí mismo, quien escucha la reprensión adquiere sensatez.
33 El temor de Yahveh instruye en sabiduría: y delante de la gloria va la humildad.
« ir a capítulos »

Proverbios 16
1 Al hombre, los planes del corazón; pero de Yahveh, la respuesta.
2 Al hombre le parecen puros todos sus caminos, pero Yahveh pondera los espíritus.
3 Encomienda tus obras a Yahveh y tus proyectos se llevarán a cabo.
4 Todas las obras de Yahveh tienen su propio fin, hasta el malvado, para el día del mal
5 Yahveh abomina al de corazón altivo, de cierto no quedará impune.
6 Con amor y lealtad se expía la falta; con el temor de Yahveh se evita el mal.
7 Cuando Yahveh se complace en la conducta de un hombre, hasta a sus enemigos los reconcilia con él.
8 Más vale poco, con justicia, que mucha renta sin equidad.
9 El corazón del hombre medita su camino, pero es Yahveh quien asegura sus pasos
10 Oráculo en los labios del rey: en el juicio no comete falta su boca.
11 De Yahveh son la balanza y los platillos justos, todas las pesas del saco son obra suya.
12 Los reyes aborrecen las malas acciones, pues su trono en la justicia se afianza.
13 El favor del rey para los labios justos; y ama al que habla rectamente.
14 El furor del rey es mensajero de muerte; pero el hombre sabio lo apacigua.
15 Si el rostro del rey se ilumina, hay vida; su favor es como nube de lluvia tardía.
16 Adquirir sabiduría, cuánto mejor que el oro; adquirir inteligencia es preferible a la plata.
17 La calzada de los rectos es apartarse del mal; el que atiende a su camino, guarda su alma.
18 La arrogancia precede a la ruina; el espíritu altivo a la caída.
19 Mejor es ser humilde con los pobres que participar en el botín con los soberbios.
20 El que está atento a la palabra encontrará la dicha, el que confía en Yahveh será feliz.
21 Al de corazón sabio, se le llama inteligente, la dulzura de labios aumenta el saber.
22 La prudencia es fuente de vida para el que la tiene, el castigo de los necios es la necedad.
23 El corazón del sabio hace circunspecta su boca, y aumenta el saber de sus labios.
24 Palabras suaves, panal de miel: dulces al alma, saludables al cuerpo.
25 Hay caminos que parecen rectos, pero al cabo son caminos de muerte.
26 El ansia del trabajador para él trabaja, pues le empuja el hambre de su boca.
27 El hombre malvado trama el mal, tiene en los labios como un fuego ardiente.
28 El hombre perverso provoca querellas, el delator divide a los amigos.
29 El hombre violento seduce al vecino, y le hace ir por camino no bueno.
30 Quien cierra los ojos es para meditar maldades, el que se muerde los labios, ha consumado el mal.
31 Cabellos blancos son corona de honor; y en el camino de la justicia se la encuentra.
32 Más vale el hombre paciente que el héroe, el dueño de sí que el conquistador de ciudades.
33 Se echan las suertes en el seno, pero la decisión viene de Yahveh.
« ir a capítulos »

Proverbios 17
1 Mejor es un mendrugo de pan a secas, pero con tranquilidad, que casa llena de sacrificios de discordia.
2 El siervo prudente prevalece sobre el hijo sin honra; tendrá, con los hermanos, parte en la herencia.
3 Crisol para la plata, horno para el oro; los corazones, Yahveh mismo los prueba.
4 El malo está atento a los labios inicuos, el mentiroso presta oído a la lengua perversa.
5 Quien se burla de un pobre, ultraja a su Hacedor, quien se ríe de la desgracia no quedará impune.
6 Corona de los ancianos son los hijos de los hijos; los padres son el honor de los hijos.
7 Al necio no le sienta un lenguaje pulido, y aún menos al noble un hablar engañoso.
8 El obsequio es un talismán, para el que puede hacerlo; dondequiera que vaya, tiene éxito.
9 El que cubre un delito, se gana una amistad el que propala cosas, divide a los amigos.
10 Más afecta un reproche a un hombre inteligente que cien golpes a un necio.
11 El malvado sólo busca rebeliones, pero le será enviado un cruel mensajero.
12 Mejor topar con osa privada de sus cachorros que con tonto en su necedad.
13 Si uno devuelve mal por bien no se alejará la desdicha de su casa.
14 Entablar proceso es dar curso libre a las aguas; interrúmpelo antes de que se extienda.
15 Justificar al malo y condenar al justo; ambas cosas abomina Yahveh.
16 ¿De qué sirve la riqueza en manos del necio? ¿Para adquirir sabiduría, siendo un insensato?
17 El amigo ama en toda ocasión, el hermano nace para tiempo de angustia.
18 Es hombre insensato el que choca la mano y sale fiador de su vecino.
19 El que ama el pecado, ama los golpes, el que es altanero, busca la ruina.
20 El de corazón pervertido, no hallará la dicha; el de lengua doble caerá en desgracia.
21 El que engendra un necio, es para su mal; no tendrá alegría el padre del insensato.
22 El corazón alegre mejora la salud; el espíritu abatido seca los huesos.
23 El malo acepta regalos en su seno, para torcer las sendas del derecho.
24 Ante el hombre inteligente está la sabiduría, los ojos del necio en los confines de la tierra.
25 Hijo necio, tristeza de su padre, y amargura de la que lo engendró.
26 No es bueno poner multa al justo, golpear a los nobles es contra derecho.
27 El que retiene sus palabras es conocedor de la ciencia, el de sangre fría es hombre inteligente.
28 Hasta al necio, si calla, se le tiene por sabio, por inteligente, si cierra los labios.
« ir a capítulos »

Proverbios 18
1 El que vive apartado, busca su capricho, se enfada por cualquier consejo.
2 El necio no halla gusto en la prudencia, sino en manifestar su corazón.
3 Cuando llega la maldad, también llega el desprecio; y con la afrenta viene la ignominia.
4 Las palabras en la boca del hombre son aguas profundas: torrente desbordado, fuente de sabiduría.
5 No es bueno tener miramientos con el malo, para quitar, en el juicio, la razón al justo.
6 Los labios del necio se meten en el proceso, y su boca llama a los golpes.
7 La boca del necio es su ruina, y sus labios una trampa para su vida.
8 Las palabras del delator son golosinas, que bajan hasta el fondo de las entrañas.
9 El que es perezoso en el trabajo, es hermano del que destruye.
10 El nombre de Yahveh es torre fuerte, a ella corre el justo y no es alcanzado.
11 La fortuna del rico es su plaza fuerte; como muralla inexpugnable, en su opinión.
12 El corazón humano se engríe antes de la ruina, y delante de la gloria va la humildad.
13 Si uno responde antes de escuchar eso es para él necedad y confusión.
14 El ánimo del hombre lo sostiene en su enfermedad; pero perdido el ánimo, ¿quién lo levantará?
15 Corazón inteligente adquiere ciencia, el oído de los sabios busca la ciencia.
16 El regalo de un hombre todo se lo allana, y le lleva hasta la presencia de los grandes.
17 Parece justo el primero que pleitea; mas llega su contendiente y lo pone al descubierto.
18 Las suertes ponen fin a los litigios y deciden entre los poderosos.
19 Un hermano ofendido es peor que una plaza fuerte, y las querellas son como cerrojos de ciudadela.
20 Con el fruto de la boca sacia el hombre su vientre, con los frutos de sus labios se sacia.
21 Muerte y vida están en poder de la lengua, el que la ama comerá su fruto.
22 Quien halló mujer, halló cosa buena, y alcanzó favor de Yahveh.
23 El pobre habla suplicando, pero el rico responde con dureza.
24 Hay amigos que causan la ruina, y hay quien ama con más apego que un hermano.
« ir a capítulos »

Proverbios 19
1 Mejor es el pobre que camina en su integridad que el de labios perversos y además necio.
2 Tampoco es bueno el afán cuando falta la ciencia, el de pies precipitados se extravía.
3 La necedad del hombre pervierte su camino, y luego en su corazón se irrita contra Yahveh.
4 La riqueza multiplica los amigos, pero el pobre de su amigo es separado.
5 El testigo falso no quedará impune, el que profiere mentiras no escapará.
6 Son numerosos los que halagan al noble, todos son amigos del hombre que da.
7 Los hermanos del pobre le odian todos, ¡cuánto más se alejarán de él los amigos! Persigue palabras, pero no hay.
8 El que adquiere cordura se ama a sí mismo, el que sigue la prudencia, hallará la dicha.
9 El testigo falso no quedará impune, el que profiere mentiras perecerá.
10 No sienta bien al necio vivir en delicias, y menos al siervo dominar a los príncipes.
11 La prudencia del hombre domina su ira, y su gloria es dejar pasar una ofensa.
12 Como rugido de león la indignación del rey, su favor, como rocío sobre la hierba.
13 El hijo necio, calamidad para su padre, goteo sin fin las querellas de mujer.
14 Casa y fortuna se heredan de los padres, mujer prudente viene de Yahveh.
15 La pereza hunde en el sopor, el alma indolente pasará hambre.
16 Quien guarda los mandatos se guarda a sí mismo, quien desprecia sus caminos morirá.
17 Quien se apiada del débil, presta a Yahveh, el cual le dará su recompensa.
18 Mientras hay esperanza corrige a tu hijo, pero no te excites hasta hacerle morir.
19 El iracundo carga con la multa; pues si le perdonas, se la tendrás que aumentar.
20 Escucha el consejo, acoge la corrección, para llegar, por fin, a ser sabio.
21 Muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Yahveh se realiza.
22 Lo que se desea en un hombre es la bondad, más vale un pobre que un mentiroso.
23 El temor de Yahveh es para vida, vive satisfecho sin ser visitado por el mal.
24 El perezoso hunde la mano en el plato, y no es capaz ni de llevarla a la boca.
25 Golpea al arrogante y el simple se volverá sensato; reprende al inteligente y alcanzará el saber.
26 El que despoja a su padre y expulsa a su madre, es hijo infamante y desvergonzado.
27 Deja ya, hijo, de escuchar la instrucción, y de apartarte de las palabras de la ciencia.
28 El testigo malvado se burla del derecho; la boca de los malos devora iniquidad.
29 Los castigos están hechos para los arrogantes; y los golpes para la espalda de los necios.
« ir a capítulos »

Proverbios 20
1 Arrogante es el vino, tumultuosa la bebida; quien en ellas se pierde, no llegará a sabio.
2 Como rugido de león la indignación del rey, el que la excita, se daña a sí mismo.
3 Es gloria para el hombre apartarse de litigios, pero todo necio se sale de sí.
4 A partir del otoño, el perezoso no trabaja, en la cosecha busca, pero no hay nada.
5 El consejo en el corazón del hombre es agua profunda, el hombre inteligente sabrá sacarla.
6 Muchos hombres se dicen piadosos; pero un hombre fiel, ¿quién lo encontrará?
7 El justo camina en la integridad; ¡dichosos sus hijos después de él!
8 Un rey sentado en el tribunal disipa con sus ojos todo mal.
9 ¿Quién puede decir: «Purifiqué mi corazón, estoy limpio de mi pecado?»
10 Dos pesos y dos medidas, ambas cosas aborrece Yahveh.
11 Incluso en sus acciones da el muchacho a conocer si sus obras serán puras y rectas.
12 El oído que oye y el ojo que ve; ambas cosas las hizo Yahveh.
13 No ames el sueño, para no hacerte pobre; ten abiertos los ojos y te hartarás de pan.
14 «¡Malo, malo!» dice el comprador, pero al marchar se felicita.
15 Hay oro y numerosas perlas, pero los labios instruidos son la cosa más preciosa.
16 Tómale su vestido, pues salió fiador de otro; tómale prenda por los extraños.
17 El pan de fraude le es dulce al hombre, pero luego la boca se llena de grava.
18 Los proyectos con el consejo se afianzan: haz con táctica la guerra.
19 El que anda murmurando descubre secretos; no andes con quien tiene la lengua suelta.
20 Al que maldice a su padre y a su madre, se le extinguirá su lámpara en medio de tinieblas.
21 Herencia adquirida al principio con presteza, no será a la postre bendecida.
22 No digas: «Voy a devolver el mal»; confía en Yahveh, que te salvará.
23 Tener dos pesas lo abomina Yahveh; tener balanzas falsas no está bien.
24 De Yahveh dependen los pasos del hombre: ¿cómo puede el hombre comprender su camino?
25 Lazo es para el hombre pronunciar a la ligera: «¡Sagrado!» y después de haber hecho el voto reflexionar.
26 Un rey sabio aventa a los malos y hace pasar su rueda sobre ellos.
27 Lámpara de Yahveh es el hálito del hombre que explora hasta el fondo de su ser.
28 Bondad y lealtad custodian al rey, fundamenta su trono en la bondad.
29 El vigor es la belleza de los jóvenes, las canas el ornato de los viejos.
30 Las cicatrices de las heridas son remedio contra el mal, los golpes curan hasta el fondo de las entrañas.
« ir a capítulos »

Proverbios 21
1 Corriente de agua es el corazón del rey en la mano de Yahveh, que él dirige donde quiere.
2 Al hombre le parecen rectos todos sus caminos, pero es Yahveh quien pesa los corazones.
3 Practicar la justicia y la equidad, es mejor ante Yahveh que el sacrificio.
4 Ojos altivos, corazón arrogante, antorcha de malvados, es pecado.
5 Los proyectos del diligente, todo son ganancia; para el que se precipita, todo es indigencia.
6 Hacer tesoros con lengua engañosa, es vanidad fugitiva de quienes buscan la muerte.
7 La violencia de los malos los domina, porque se niegan a practicar la equidad.
8 Tortuoso es el camino del hombre criminal, pero el puro es recto en sus obras.
9 Mejor es vivir en la esquina del terrado, que casa en común con mujer litigiosa.
10 El alma del malvado desea el mal, su vecino no halla gracia a sus ojos.
11 Cuando se castiga al arrogante, el simple se hace sabio; cuando se instruye al sabio, adquiere ciencia.
12 El Justo observa la casa del malvado, y arroja a los malvados a la desgracia.
13 Quien cierra los oídos a las súplicas del débil clamará también él y no hallará respuesta.
14 Regalo a escondidas, aplaca la cólera, y obsequio oculto, la ira violenta.
15 Alegría para el justo es el cumplimiento de la justicia, pero horror para los que hacen el mal.
16 El hombre que se aparta del camino de la prudencia reposará en la asamblea de las sombras.
17 Se arruina el hombre que ama el placer, no será rico el aficionado a banquetes.
18 Rescate del justo es el malo, y en lugar de los rectos, el traidor.
19 Mejor es habitar en el desierto que con mujer litigiosa y triste.
20 Tesoro precioso y aceite en la casa del sabio, pero el hombre necio los devora.
21 Quien va tras la justicia y el amor hallará vida, justicia y honor.
22 El sabio escala la ciudad de los fuertes, y derriba la fortaleza en que confiaban.
23 El que guarda su boca y su lengua, guarda su alma de la angustia.
24 Al insolente y altivo se le llama: «arrogante»; actúa en el exceso de su insolencia.
25 El deseo del perezoso le lleva a la muerte, porque sus manos rehúsan el trabajo.
26 Todo el día está el malo codicioso; pero el justo da sin rehusar jamás.
27 El sacrificio de los malos es abominable, sobre todo si se ofrece con mala intención.
28 El testigo falso perecerá, el hombre que escucha, por siempre podrá hablar.
29 El hombre malo se muestra atrevido, el recto afianza su camino.
30 No hay sabiduría, ni hay prudencia ni hay consejo, delante de Yahveh.
31 Se prepara el caballo para el día del combate, pero la victoria es de Yahveh.
« ir a capítulos »

Proverbios 22
1 Más vale buen nombre que muchas riquezas, y mejor es favor que plata y oro.
2 El rico y el pobre se encuentran, a los dos los hizo Yahveh.
3 El hombre precavido ve el mal y se esconde, los simples pasan y reciben castigo.
4 Premio de la humildad, el temor de Yahveh, la riqueza, el honor y la vida.
5 Espinas y lazos en la senda del malo, el que cuida de su vida, se aleja de ellos.
6 Instruye al joven según sus disposiciones, que luego, de viejo, no se apartará de ellas.
7 El rico domina a los pobres, el deudor es esclavo de su acreedor.
8 Quien siembra injusticia cosecha miserias y la vara de su cólera desaparecerá.
9 El de buena intención será bendito, porque da de su pan al débil.
10 Expulsa al arrogante y se irá el litigio, y pleitos e injurias cesarán.
11 El que ama los corazones puros, el de gracia en los labios, es amigo del rey.
12 Los ojos de Yahveh custodian la ciencia, pero confunden las palabras del pérfido.
13 El perezoso dice: «Hay fuera un león; voy a ser muerto en medio de la calle.»
14 Fosa profunda la boca de las mujeres ajenas: aquel contra el que Yahveh se aíra, caerá en ella.
15 La necedad está enraizada en el corazón del joven, la vara de la instrucción lo alejará de ella.
16 El que oprime a un débil, lo engrandece; el que da a un rico, llega a empobrecerlo.
17 Presta oído y escucha las palabras de los sabios, y aplica tu corazón a mi ciencia,
18 porque te será dulce guardarlas en tu seno, y tener todas a punto en tus labios.
19 Para que esté en Yahveh tu confianza también a ti hoy te enseñaré.
20 ¿No he escrito para ti treinta capítulos de consejos y ciencia,
21 para hacerte conocer la certeza de las palabras verdaderas, y puedas responder palabras verdaderas a quien te envíe?
22 No despojes al débil, porque es débil, y no aplastes al desdichado en la puerta,
23 porque Yahveh defenderá su causa y despojará de la vida a los despojadores.
24 No tomes por compañero a un hombre airado, ni vayas con un hombre violento,
25 no sea que aprendas sus senderos, y te encuentres con un lazo para tu vida.
26 No seas de los que chocan la mano, y salen fiadores de préstamos:
27 porque si no tienes con qué pagar, te tomarán el lecho en que te acuestas.
28 No desplaces el lindero antiguo que tus padres pusieron.
29 ¿Has visto un hombre hábil en su oficio? Se colocará al servicio de los reyes. No quedará al servicio de gentes oscuras.
« ir a capítulos »

Proverbios 23
1 Si te sientas a comer con poderoso, mira bien al que está frente a ti;
2 pon un cuchillo a tu garganta si eres hombre de apetito;
3 no desees sus manjares, porque es alimento engañoso.
4 No te fatigues por enriquecerte, deja de pensar en ello.
5 Pones tus ojos en ello y no hay nada. Porque se hace alas como águila, y se vuela hasta el cielo.
6 No comas pan con hombre de malas intenciones, ni desees sus manjares.
7 Porque, según lo que calcula en su interior, te dice: «¡Come y bebe!», pero su corazón no está contigo.
8 Nada más comer lo vomitarías y tus palabras amables serían tu ruina.
9 A oídos de necio no hables, porque se burlará de la prudencia de tus dichos.
10 No desplaces el lindero antiguo, no entres en el campo de los huérfanos,
11 porque su vengador es poderoso, y defendería su pleito contra ti.
12 Aplica tu corazón a la instrucción, y tus oídos a las palabras de la ciencia.
13 No ahorres corrección al niño, que no se va a morir porque le castigues con la vara.
14 Con la vara le castigarás y librarás su alma del seol.
15 Hijo mío, si tu corazón es sabio, se alegrará también mi corazón,
16 y exultarán mis riñones al decir tus labios cosas rectas.
17 No envidie tu corazón a los pecadores, más bien en el temor de Yahveh permanezca todo el día,
18 porque hay un mañana, y tu esperanza no será aniquilada.
19 Escucha, hijo, y serás sabio, y endereza tu corazón por el camino…
20 No seas de los que se emborrachan de vino, ni de los que se ahítan de carne,
21 porque borracho y glotón se empobrecen y el sopor se viste de harapos.
22 Escucha a tu padre, que él te engendró, y no desprecies a tu madre por ser vieja.
23 Adquiere la verdad y no la vendas: la sabiduría, la instrucción, la inteligencia.
24 El padre del justo rebosa de gozo, quien engendra un sabio por él se regocija.
25 Se alegrarán tu padre y tu madre, y gozará la que te ha engendrado.
26 Dame, hijo mío, tu corazón, y que tus ojos hallen deleite en mis caminos.
27 Fosa profunda es la prostituta, pozo angosto la mujer extraña.
28 También ella como ladrón pone emboscadas, y multiplica entre los hombres los traidores.
29 ¿Para quién las «Desgracias»? ¿para quién los «Ayes»? ¿para quién los litigios? ¿para quién los lloros? ¿para quién los golpes sin motivo? ¿para quién los ojos turbios?
30 Para los que se eternizan con el vino, los que van en busca de vinos mezclados.
31 No mires el vino: ¡Qué buen color tiene! ¡cómo brinca en la copa! ¡qué bien entra!
32 Pero, a la postre, como serpiente muerde, como víbora pica.
33 Tus ojos verán cosas extrañas, y tu corazón hablará sin ton ni son.
34 Estarás como acostado en el corazón del mar, o acostado en la punta de un mástil.
35 «Me han golpeado, pero no estoy enfermo; me han tundido a palos, pero no lo he sentido, ¿Cuándo me despertaré…?, me lo seguiré preguntando.»
« ir a capítulos »

Proverbios 24
1 No tengas envidia de los malos, no desees estar con ellos,
2 porque su corazón trama violencias, y sus labios hablan de desgracias.
3 Con la sabiduría se construye una casa, y con la prudencia se afianza;
4 con la ciencia se llenan los cilleros de todo bien precioso y deseable.
5 El varón sabio está fuerte, el hombre de ciencia fortalece su vigor;
6 porque con sabios consejos harás la guerra, y en la abundancia de consejeros está el éxito.
7 Muy alta está la sabiduría para el necio: no abre su boca en la puerta.
8 Al que piensa en hacer mal, se le llama maestro en intrigas.
9 La necedad sólo maquina pecados, el arrogante es abominable a los hombres.
10 Si te dejas abatir el día de la angustia, angosta es tu fuerza.
11 Libra a los que son llevados a la muerte, y a los conducidos al suplicio ¡si los pudieras retener!
12 Si dices: «Mira que no lo sabíamos», ¿acaso el que pesa los corazones no comprende? ¿el que vigila tu alma, no lo sabe? El da a cada hombre según sus obras.
13 Come miel, hijo mío, porque es buena. Panal de miel es dulce a tu paladar.
14 Pues sábete que así será la sabiduría para tu alma, y si la hallas, hay un mañana, y tu esperanza no será aniquilada.
15 No pongas, malvado, asechanzas en la mansión del justo, no hagas violencia a su morada.
16 Que siete veces cae el justo, pero se levanta, mientras los malos se hunden en la desgracia.
17 No te alegres por la caída de tu enemigo, no se goce tu corazón cuando se hunde;
18 no sea que lo vea Yahveh y le desagrade, y aparte de él su ira.
19 No te enfurezcas por causa de los malvados, ni tengas envidia de los malos.
20 Porque para el malvado no hay un mañana: la lámpara de los malos se extinguirá.
21 Teme, hijo mío, a Yahveh y al rey, no te relaciones con los innovadores,
22 porque al instante surgirá su calamidad, y ¿quién sabe el castigo que pueden ambos dar?
23 También esto pertenece a los sabios: Hacer acepción de personas en el juicio no está bien.
24 Al que dice al malo: «Eres justo», le maldicen los pueblos y le detestan las naciones;
25 los que los castigan, viven felices, y viene sobre ellos la bendición del bien.
26 Besa en los labios, el que responde con franqueza.
27 Ordena tus trabajos de fuera y prepara tus faenas en el campo; y después puedes construirte tu casa.
28 No des testimonio, en vano, contra tu prójimo, ni engañes con tus labios.
29 No digas: «Como él me ha hecho a mí, le haré yo a él, daré a cada uno según sus obras.»
30 He pasado junto al campo de un perezoso, y junto a la viña de un hombre insensato,
31 y estaba todo invadido de ortigas, los cardos cubrían el suelo, la cerca de piedras estaba derruída.
32 Al verlo, medité en mi corazón, al contemplarlo aprendí la lección:
33 «Un poco dormir, otro poco dormitar, otro poco tumbarse con los brazos cruzados
34 y llegará, como vagabundo, tu miseria y como un mendigo tu pobreza.»
« ir a capítulos »

Proverbios 25
1 También estos son proverbios de Salomón, transcritos por los hombres de Ezequías, rey de Judá.
2 Es gloria de Dios ocultar una cosa, y gloria de los reyes escrutarla.
3 Los cielos por su altura, la tierra por su profundidad, y el corazón de los reyes: son inescrutables.
4 Quita las escorias de la plata, y quedará enteramente pura;
5 quita al malo de delante del rey, y su trono se afianzará en la justicia.
6 No te des importancia ante el rey, no te coloques en el sitio de los grandes;
7 porque es mejor que te digan: «Sube acá», que ser humillado delante del príncipe. Lo que han visto tus ojos,
8 no te apresures a llevarlo a juicio; pues ¿qué harás a la postre cuando tu prójimo te confunda?
9 Defiende tu causa contra tu prójimo, pero no descubras los secretos de otro,
10 no sea que el que lo oye te avergüence, y que tu difamación no tenga vuelta.
11 Manzanas de oro con adornos de plata, es la palabra dicha a tiempo.
12 Anillo de oro, o collar de oro fino, la reprensión sabia en oído atento.
13 Como frescor de nieve el día de la siega el mensajero leal, para el que lo envía: conforta el ánimo de su señor.
14 Nubes y viento, pero no lluvia, el hombre que se jacta de que va a hacer un regalo, pero miente.
15 Con paciencia se persuade al juez, una lengua dulce quebranta los huesos.
16 ¿Has hallado miel?, come lo que necesites; no llegues a hartarte y la vomites.
17 Pon tu pie pocas veces en casa del vecino, no sea que se hastíe y te aborrezca.
18 Martillo, espada, flecha aguda: es el hombre que da testimonio falso contra su prójimo.
19 Diente roto, pie titubeante: la confianza en el pérfido, el día de la angustia,
20 como quitar el vestido en día helado. Poner vinagre sobre salitre, es cantar canciones a un corazón triste.
21 Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer, si tiene sed, dale de beber;
22 así amontonas sobre su cabeza brasas y Yahveh te dará la recompensa.
23 El viento norte trae la lluvia, la lengua que disimula, rostros airados.
24 Mejor es vivir en la esquina del terrado, que casa en común con mujer litigiosa.
25 Agua fresca en fauces sedientas: la noticia buena de un país lejano.
26 Fuente hollada, manantial ensuciado, el justo que titubea ante el malo.
27 No es bueno comer mucha miel, ni buscar gloria y más gloria.
28 Ciudad abierta y sin muralla es el hombre que no domina su ánimo.
« ir a capítulos »

Proverbios 26
1 Como nieve en verano y lluvia en la siega, así de mal le sienta la gloria al insensato.
2 Como se escapa el pájaro y vuela la golondrina, así no se realiza la maldición sin motivo.
3 Látigo para el caballo, brida para el asno y vara para la espalda de los necios.
4 No respondas al necio según su necedad, no sea que tú también te vuelvas como él.
5 Responde al necio según su necedad, no vaya a creerse que es un sabio.
6 Se corta los pies, se empapa de amargura, el que envía un recado en mano de necio.
7 Como las piernas vacilantes del cojo, es el proverbio en boca de los necios.
8 Como sujetar una piedra en la honda, es conceder honores a un necio.
9 Como espino que va a parar a mano de borracho, es el proverbio en boca de los necios.
10 Como arquero que a todos hiere, es el que toma a sueldo al necio y al borracho que pasan.
11 Como el perro vuelve a su vómito, vuelve el necio a su insensatez.
12 ¿Has visto a un hombre que se cree sabio? Más se puede esperar de un necio que de él.
13 Dice el perezoso: «¡Un león en el camino! ¡Un león en la plaza!»
14 La puerta gira en los goznes, y el perezoso en la cama.
15 El perezoso hunde la mano en el plato; pero le fatiga llevarla a la boca.
16 El perezoso se tiene por más sabio que siete personas que responden con tacto.
17 Agarra por las orejas a un perro que pasa el que se mete en litigio que no le incumbe.
18 Como un loco que arroja saetas escondidas, flechas y muerte,
19 tal es el hombre que engaña a su prójimo, y dice: «¿No ves que estaba bromeando?»
20 Cuando se acaba la leña, se apaga el fuego, cuando no hay chismoso, se apacigua la disputa.
21 Carbón sobre brasas y leña sobre fuego, es el pleiteador para atizar querellas.
22 Las palabras del delator son golosinas que bajan hasta el fondo de las entrañas.
23 Plata con escorias esmaltada sobre arcilla, son los labios dulces con corazón perverso.
24 El que odia, disimula con sus labios, pero en su interior comete perfidia;
25 si da a su voz un tono amable, no te fíes, porque hay siete abominaciones en su corazón.
26 Encubrirá su odio con engaño, pero en la asamblea se descubrirá su malicia.
27 El que excava una fosa caerá en ella, el que hace rodar una piedra se le vendrá encima.
28 La lengua mentirosa odia a sus víctimas, la boca melosa labra la ruina.
« ir a capítulos »

Proverbios 27
1 No te regocijes por el día de mañana, porque no sabes lo que deparará el día de hoy.
2 Que otro te alabe y no tu propia boca; un extraño, que no tus labios.
3 Pesada es la piedra y pesada la arena, la ira del necio es más pesada que ellas.
4 El furor es cruel, agua desbordada la cólera; mas ¿quién resistirá ante la envidia?
5 Mejor es reprensión manifiesta que amor oculto.
6 Leales son las heridas del amigo, falsos los besos del enemigo.
7 Alma saciada pisotea la miel, al alma hambrienta, hasta lo amargo es dulce.
8 Como yerra el pájaro lejos de su nido, así yerra el hombre lejos de su lugar.
9 El aceite y el perfume alegran el corazón, la dulzura del amigo consuela el alma.
10 No abandones a tu amigo ni al amigo de tu padre; no entres en la casa de tu hermano el día de tu infortunio. Mejor es vecino próximo que hermano alejado.
11 Sé sabio, hijo mío, y alegra mi corazón; y podré responder al que me ultraja.
12 El hombre precavido ve el mal y se esconde, los simples pasan y reciben castigo.
13 Tómale su vestido, pues salió fiador de otro; tómale prenda por los extraños.
14 Al que ya de mañana a su prójimo bendice en alta voz, le será contado como una maldición.
15 Goteo incesante en día de lluvia y mujer chismosa, son iguales;
16 el que la retiene, retiene viento y aceite encuentra su derecha.
17 El hierro con hierro se aguza, y el hombre con su prójimo se afina.
18 El que vigila una higuera come de su fruto, el que guarda a su señor será honrado.
19 Como en el agua un rostro refleja otro rostro, así el corazón de un hombre refleja el de otro hombre.
20 Seol y Perdición son insaciables; tampoco se sacian los ojos del hombre.
21 Crisol para la plata, horno para el oro, el hombre vale según su reputación.
22 Aunque machaques al necio en el mortero, (entre el grano, con el pilón) no se apartará de él su necedad.
23 Conoce a fondo el estado de tu ganado, aplica tu corazón a tu rebaño;
24 porque no es eterna la riqueza, no se transmite una corona de edad en edad.
25 Cortada la hierba, aparecido el retoño, y apilado el heno de los montes,
26 ten corderos para poderte vestir, machos cabríos con que pagar un campo,
27 leche de cabras abundante para tu sustento, para alimentar a tu familia y mantener a tus criados.
« ir a capítulos »

Proverbios 28
1 El malo huye sin que nadie le persiga, pero el justo como un león está seguro.
2 Cuando un país es rebelde, son muchos sus príncipes; con un hombre inteligente y sabio hay estabilidad.
3 Hombre malo que oprime a los débiles es como lluvia devastadora que deja sin pan.
4 Los que abandonan la ley alaban al malo, los que guardan la ley se irritan contra ellos.
5 Los hombres malos no entienden de equidad, los que buscan a Yahveh lo comprenden todo.
6 Mejor es el pobre que camina en su integridad que el de caminos tortuosos, por más que sea rico.
7 El que guarda la ley es un hijo inteligente, el que frecuenta orgías es la deshonra de su padre.
8 El que aumenta su riqueza por usura e interés, la amontona para el que se compadece de los pobres.
9 El que aparta su oído para no oír la ley, hasta su oración es abominable.
10 El que extravía a los rectos por el mal camino, en su propia fosa caerá. Los hombres sin tacha heredarán la dicha.
11 El hombre rico se cree sabio, pero el pobre inteligente, lo desenmascara.
12 Cuando se alegran los justos, es grande el regocijo, cuando se alzan los malos, todos se esconden.
13 Al que encubre sus faltas, no le saldrá bien; el que las confiesa y abandona, obtendrá piedad.
14 Dichoso el hombre que siempre está en temor; el que endurece su corazón caerá en el mal.
15 León rugiente, oso hambriento, es el malo que domina al pueblo débil.
16 Príncipe sin inteligencia multiplica la opresión, el que odia el lucro prolongará sus días.
17 El hombre culpable de una muerte huirá hasta la tumba; ¡que nadie le detenga!
18 El que anda sin tacha será salvo, el que va oscilante entre dos caminos, caerá en uno de ellos.
19 Quien cultiva su tierra se hartará de pan, quien va tras naderías, se hartará de pobreza.
20 El hombre leal será muy bendecido, quien se hace rico aprisa, no quedará impune.
21 No es bueno hacer acepción de personas, que por un bocado de pan el hombre prevarica.
22 El hombre de malas intenciones corre tras la riqueza, sin saber que lo que le viene es la indigencia.
23 El hombre que reprende halla al cabo más gracia que el de lengua aduladora.
24 El que roba a su padre y a su madre y dice: «No hay en ello falta», es compañero del hombre destructor.
25 El hombre ambicioso azuza querellas, el que confía en Yahveh prosperará.
26 El que confía en su corazón es un necio, el que anda con sabiduría se salvará.
27 El que da a los pobres no conocerá la indigencia, para el que se tapa los ojos abundante maldición.
28 Cuando se alzan los malos, todos se esconden, cuando perecen, los justos se multiplican.
« ir a capítulos »

Proverbios 29
1 El hombre que, reprendido, endurece la cerviz, será pronto deshecho y sin remedio.
2 Cuando los justos se multiplican, el pueblo se alegra, cuando dominan los malos, el pueblo gime.
3 El que ama la sabiduría, da alegría a su padre, el que anda con prostitutas, disipa su fortuna.
4 El rey, con la equidad, mantiene el país, el hombre exactor lo arruina.
5 El hombre que adula a su prójimo pone una red bajo sus pasos.
6 En el pecado del malo hay una trampa, pero el justo se regocija y alegra.
7 El justo conoce la causa de los débiles, el malo no tiene inteligencia para conocerla.
8 Los arrogantes turban la ciudad, los sabios alejan la cólera.
9 Cuando el sabio tiene un pleito con el necio, ya se exaspere o se ría, no logrará sosiego.
10 Los hombres sanguinarios odian al intachable, los rectos van en busca de su persona.
11 El necio da salida a toda su pasión; el sabio la reprime y apacigua.
12 Si un jefe hace caso de las palabras mentirosas, todos sus servidores serán malos.
13 El pobre y el opresor se encuentran, Yahveh da la luz a los ojos de ambos.
14 El rey que juzga con verdad a los débiles, asegura su trono para siempre.
15 Vara y reprensión dan sabiduría, muchacho dejado a sí mismo, avergüenza a su madre.
16 Cuando se multiplican los malos, se multiplican los delitos, pero los justos contemplarán su caída.
17 Corrige a tu hijo y te dejará tranquilo; y hará las delicias de tu alma.
18 Cuando no hay visiones, el pueblo se relaja, pero el que guarda la ley es dichoso.
19 No se corrige a un siervo con palabras, porque aunque las entienda, no las cumple.
20 ¿Has visto un hombre dispuesto siempre a hablar? más se puede esperar de un necio que de él.
21 Si se mima a un esclavo desde niño, al final será un ingrato.
22 El hombre violento provoca querellas, el hombre airado multiplica los delitos.
23 El orgullo del pobre lo humillará; el humilde de espíritu obtendrá honores.
24 El que reparte con ladrón se odia a sí mismo, oye la imprecación, pero no revela nada.
25 Temblar ante los hombres es un lazo; el que confía en Yahveh está seguro.
26 Son muchos los que buscan el favor del jefe, pero es Yahveh el que juzga a cada uno.
27 Abominación para los justos es el hombre inicuo abominación para el malo el de recto camino.
« ir a capítulos »

Proverbios 30
1 Palabras de Agur, hijo de Yaqué, de Massá. Oráculo de este hombre para Itiel, para Itiel y para Ukal.
2 ¡Soy el más estúpido de los hombres! No tengo inteligencia humana.
3 No he aprendido la sabiduría, ¿y voy a conocer la ciencia de los santos?
4 ¿Quién subió a los cielos y volvió a bajar? ¿quién ha recogido viento en sus palmas? ¿quién retuvo las aguas en su manto? ¿quién estableció los linderos de la tierra? ¿Cuál es su nombre y el nombre de su hijo, si es que lo sabes?
5 Probadas son todas las palabras de Dios; él es un escudo para cuantos a él se acogen.
6 No añadas nada a sus palabras, no sea que te reprenda y pases por mentiroso.
7 Dos cosas te pido. no me las rehúses antes de mi muerte:
8 Aleja de mí la mentira y la palabra engañosa; no me des pobreza ni riqueza, déjame gustar mi bocado de pan,
9 no sea que llegue a hartarme y reniegue, y diga: «¿Quién es Yahveh?». o no sea que, siendo pobre, me dé al robo, e injurie el nombre de mi Dios.
10 No calumnies a un siervo ante su amo no sea que te maldiga y tengas que pagar la pena.
11 Hay gente que maldice a su padre, y a su madre no bendice,
12 gente que se cree pura y no está limpia de su mancha,
13 ¡gente de qué altivos ojos, cuyos párpados se alzan!;
14 gente cuyos dientes son espadas, y sus mandíbulas cuchillos, para devorar a los desvalidos echándolos del país y a los pobres de entre los hombres.
15 La sanguijuela tiene dos hijas: «¡Daca, daca!» Hay tres cosas insaciables y cuatro que no dicen: «¡Basta!»
16 El seol, el seno estéril, la tierra que no se sacia de agua, y el fuego que no dice: «¡Basta!»
17 Al ojo que se ríe del padre y desprecia la obediencia de una madre, lo picotearán los cuervos del torrente, los aguiluchos lo devorarán.
18 Tres cosas hay que me desbordan y cuatro que no conozco:
19 el camino del águila en el cielo, el camino de la serpiente por la roca, el camino del navío en alta mar, el camino del hombre en la doncella.
20 Este es el camino de la mujer adúltera: come, se limpia la boca y dice: «¡No he hecho nada de malo¡»
21 Por tres cosas tiembla la tierra y cuatro no puede soportar:
22 Por esclavo que llega a rey, por idiota que se ahíta de comer,
23 por mujer odiada que se casa, por esclava que hereda a su señora.
24 Hay cuatro seres los más pequeños de la tierra, pero que son más sabios que los sabios:
25 las hormigas – multitud sin fuerza – que preparan en verano su alimento;
26 los damanes – multitud sin poder -, que ponen sus casas en la roca;
27 las langostas, que sin tener rey, salen todas en orden;
28 el lagarto, al que se agarra con la mano y está en los palacios de los reyes.
29 Hay tres cosas de paso gallardo y cuatro de elegante marcha:
30 el león – fuerte entre los animales -, que ante nada retrocede,
31 el esbelto gallo o el macho cabrío, y el rey que arenga a su pueblo.
32 Si hiciste el necio, envalentonándote, y has reflexionado, pon mano en boca,
33 pues apretando la leche se saca mantequilla apretando la nariz se saca sangre y apretando la ira, se saca querella.
« ir a capítulos »

Proverbios 31
1 Palabras de Lemuel, rey de Massá, que le enseño su madre:
2 ¡No, hijo mío, no, hijo de mis entrañas! ¡No, hijo de mis votos!
3 No entregues tu vigor a las mujeres, ni tus caminos a las que pierden a los reyes.
4 No es para los reyes, Lemuel, no es para los reyes beber vino, ni para los príncipes ser aficionado a la bebida.
5 No sea que, bebiendo, olviden sus decretos y perviertan las causas de todos los desvalidos.
6 Dad bebidas fuertes al que va a perecer y vino al de alma amargada;
7 que beba y olvide su miseria, y no se acuerde ya de su desgracia.
8 Abre tu boca en favor del mudo, por la causa de todos los abandonados,
9 abre tu boca, juzga con justicia y defiende la causa del mísero y del pobre.
10 Alef. Una mujer completa, ¿quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas.
11 Bet. En ella confía el corazón de su marido, y no será sin provecho.
12 Guímel. Le produce el bien, no el mal, todos los días de su vida.
13 Dálet. Se busca lana y lino y lo trabaja con manos diligentes.
14 He. Es como nave de mercader que de lejos trae su provisión.
15 Vau. Se levanta cuando aún es de noche da de comer a sus domésticos y órdenes a su servidumbre.
16 Zain. Hace cálculos sobre un campo y lo compra; con el fruto de sus manos planta una viña.
17 Jet. Se ciñe con fuerza sus lomos y vigoriza sus brazos.
18 Tet. Siente que va bien su trabajo, no se apaga por la noche su lámpara.
19 Tod. Echa mano a la rueca, sus palmas toman el huso.
20 Kaf. Alarga su palma al desvalido, y tiende sus manos al pobre.
21 Lámed. No teme por su casa a la nieve, pues todos los suyos tienen vestido doble.
22 Mem. Para sí se hace mantos, y su vestido es de lino y púrpura.
23 Nun. Su marido es considerado en las puertas, cuando se sienta con los ancianos del país.
24 Sámek. Hace túnicas de lino y las vende, entrega al comerciante ceñidores.
25 Ain. Se viste de fuerza y dignidad, y se ríe del día de mañana.
26 Pe. Abre su boca con sabiduría, lección de amor hay en su lengua.
27 Sade. Está atenta a la marcha de su casa, y no come pan de ociosidad.
28 Qof. Se levantan sus hijos y la llaman dichosa; su marido, y hace su elogio:
29 Res. «¡Muchas mujeres hicieron proezas, pero tú las superas a todas!»
30 Sin. Engañosa es la gracia, vana la hermosura, la mujer que teme a Yahveh, ésa será alabada.
31 Tau. Dadle del fruto de sus manos y que en las puertas la alaben sus obras.
« ir a capítulos »

Moradas del castillo interior

Índice: Santa Teresa de Jesús, Moradas del Castillo interior

Prólogo

Moradas primeras

  Capítulo 1
  Capítulo 2

Moradas segundas
  Capítulo único

Terceras moradas
  Capítulo 1
  Capítulo 2

Cuartas moradas
  Capítulo 1
  Capítulo 2
  Capítulo 3

Moradas quintas
  Capítulo 1
  Capítulo 2
  Capítulo 3
  Capítulo 4

Moradas sextas
  Capítulo 1
  Capítulo 2
  Capítulo 3
  Capítulo 4
  Capítulo 5
  Capítulo 6
  Capítulo 7
  Capítulo 8
  Capítulo 9
  Capítulo 10
  Capítulo 11

Séptimas moradas
  Capítulo 1
  Capítulo 2
  Capítulo 3
  Capítulo 4

Epílogo

Moradas del castillo interior
Santa Teresa de Jesús

JHS

Prólogo

Este tratado, llamado Castillo interior escribió Teresa de Jesús, monja de nuestra Señora del Carmen, a sus hermanas e hijas las monjas Carmelitas Descalzas.

JHS

1. Pocas cosas que me ha mandado la obediencia, se me han hecho tan dificultosas como escribir ahora cosas de oración; lo uno, porque no me parece me da el Señor espíritu para hacerlo ni deseo; lo otro, por tener la cabeza tres meses ha con un ruido y flaqueza tan grande, que aun los negocios forzosos escribo con pena. Mas, entendiendo que la fuerza de la obediencia suele allanar cosas que parecen imposibles, la voluntad se determina a hacerlo muy de buena gana, aunque el natural parece que se aflige mucho; porque no me ha dado el Señor tanta virtud que el pelear con la enfermedad continua y con ocupaciones de muchas maneras se pueda hacer sin gran contradicción suya. Hágalo el que ha hecho otras cosas más dificultosas por hacerme merced, en cuya misericordia confío.

2. Bien creo he de saber decir poco más que lo que he dicho en otras cosas que me han mandado escribir, antes temo que han de ser casi todas las mismas; porque así como los pájaros que enseñan a hablar no saben más de lo que les muestran u oyen, y esto repiten muchas veces, soy yo al pie de la letra.

Si el Señor quisiere diga algo nuevo, Su Majestad lo dará o será servido traerme a la memoria lo que otras veces he dicho, que aun con esto me contentaría, por tenerla tan mala que me holgaría de atinar a algunas cosas que decían estaban bien dichas, por si se hubieren perdido.

Si tampoco me diere el Señor esto, con cansarme y acrecentar el mal de cabeza por obediencia, quedaré con ganancia, aunque de lo que dijere no se saque ningún provecho.

3. Y así, comienzo a cumplirla hoy, día de la Santísima Trinidad, año de 1577 en este monasterio de San José del Carmen en Toledo adonde al presente estoy, sujetándome en todo lo que dijere al parecer de quien me lo manda escribir, que son personas de grandes letras.

4. Si alguna cosa dijere que no vaya conforme a lo que tiene la santa Iglesia Católica Romana, será por ignorancia y no por malicia. Esto se puede tener por cierto, y que siempre estoy y estaré sujeta por la bondad de Dios, y lo he estado a ella. Sea por siempre bendito, amén, y glorificado.

5. Díjome quien me mandó escribir que como estas monjas de estos monasterios de nuestra Señora del Carmen tienen necesidad de quien algunas dudas de oración las declare, y que le parecía que mejor se entienden el lenguaje unas mujeres de otras, y con el amor que me tienen les haría más al caso lo que yo les dijese, tiene entendido por esta causa será de alguna importancia, si se acierta a decir alguna cosa; y por esto iré hablando con ellas en lo que escribiré, y porque parece desatino pensar que puede hacer al caso a otras personas. Harta merced me hará nuestro Señor, si alguna de ellas se aprovechare para alabarle algún poquito más: bien sabe Su Majestad que yo no pretendo otra cosa; y está muy claro que, cuando algo se atinare a decir, entenderán no es mío, pues no hay causa para ello, si no fuere tener tan poco entendimiento como yo habilidad para cosas semejantes, si el Señor por su misericordia no la da.
– ir a índice –

Moradas primeras

Capítulo 1
En que trata de la hermosura y dignidad de nuestras almas. Pone una comparación para entenderse, y dice la ganancia que es entenderla y saber las mercedes que recibimos de Dios. Cómo la puerta de este castillo es la oración.

1. Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí, porque yo no atinaba a cosa que decir ni cómo comenzar a cumplir esta obediencia, se me ofreció lo que ahora diré, para comenzar con algún fundamento: que es considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas. Que si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino un paraíso adonde dice El tiene sus deleites. Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa con que comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar nuestros entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla, así como no pueden llegar a considerar a Dios, pues El mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza.

Pues si esto es, como lo es, no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este castillo; porque puesto que hay la diferencia de él a Dios que del Criador a la criatura, pues es criatura, basta decir Su Majestad que es hecha a su imagen para que apenas podamos entender la gran dignidad y hermosura del ánima.

2. No es pequeña lástima y confusión que, por nuestra culpa, no entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos. ¿No sería gran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es, y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra? Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es mayor la que hay en nosotras cuando no procuramos saber qué cosa somos, sino que nos detenemos en estos cuerpos, y así a bulto, porque lo hemos oído y porque nos lo dice la fe, sabemos que tenemos almas. Mas qué bienes puede haber en esta alma o quién está dentro en esta alma o el gran valor de ella, pocas veces lo consideramos; y así se tiene en tan poco procurar con todo cuidado conservar su hermosura: todo se nos va en la grosería del engaste o cerca de este castillo, que son estos cuerpos.

3. Pues consideremos que este castillo tiene -como he dicho- muchas moradas, unas en lo alto, otras en bajo, otras a los lados; y en el centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma.

Es menester que vayáis advertidas a esta comparación. Quizá será Dios servido pueda por ella daros algo a entender de las mercedes que es Dios servido hacer a las almas y las diferencias que hay en ellas, hasta donde yo hubiere entendido que es posible; que todas será imposible entenderlas nadie, según son muchas, cuánto más quien es tan ruin como yo; porque os será gran consuelo, cuando el Señor os las hiciere, saber que es posible; y a quien no, para alabar su gran bondad; que así como no nos hace daño considerar las cosas que hay en el cielo y lo que gozan los bienaventurados, antes nos alegramos y procuramos alcanzar lo que ellos gozan, tampoco nos hará ver que es posible en este destierro comunicarse un tan gran Dios con unos gusanos tan llenos de mal olor; y amar una bondad tan buena y una misericordia tan sin tasa. Tengo por cierto que a quien hiciere daño entender que es posible hacer Dios esta merced en este destierro, que estará muy falta de humildad y del amor del prójimo; porque si esto no es, ¿cómo nos podemos dejar de holgar de que haga Dios estas mercedes a un hermano nuestro, pues no impide para hacérnoslas a nosotras, y de que Su Majestad dé a entender sus grandezas, sea en quien fuere? Que algunas veces será sólo por mostrarlas, como dijo del ciego que dio vista, cuando le preguntaron los apóstoles si era por sus pecados o de sus padres. Y así acaece no las hacer por ser más santos a quien las hace que a los que no, sino porque se conozca su grandeza, como vemos en San Pablo y la Magdalena, y para que nosotros le alabemos en sus criaturas.

4. Podráse decir que parecen cosas imposibles y que es bien no escandalizar los flacos. – Menos se pierde en que ellos no lo crean, que no en que se dejen de aprovechar a los que Dios las hace; y se regalarán y despertarán a más amar a quien hace tantas misericordias, siendo tan grande su poder y majestad; cuánto más que sé que hablo con quien no habrá este peligro, porque saben y creen que hace Dios aun muy mayores muestras de amor. Yo sé que quien esto no creyere no lo verá por experiencia, porque es muy amigo de que no pongan tasa a sus obras, y así, hermanas, jamás os acaezca a las que el Señor no llevare por este camino.

5. Pues tornando a nuestro hermoso y deleitoso castillo, hemos de ver cómo podremos entrar en él. Parece que digo algún disparate; porque si este castillo es el ánima claro está que no hay para qué entrar, pues se es él mismo; como parecería desatino decir a uno que entrase en una pieza estando ya dentro. – Mas habéis de entender que va mucho de estar a estar; que hay muchas almas que se están en la ronda del castillo que es adonde están los que le guardan, y que no se les da nada de entrar dentro ni saben qué hay en aquel tan precioso lugar ni quién está dentro ni aun qué piezas tiene. Ya habréis oído en algunos libros de oración aconsejar al alma que entre dentro de sí; pues esto mismo es.

6. Decíame poco ha un gran letrado que son las almas que no tienen oración como un cuerpo con perlesía o tullido, que aunque tiene pies y manos no los puede mandar; que así son, que hay almas tan enfermas y mostradas a estarse en cosas exteriores, que no hay remedio ni parece que pueden entrar dentro de sí; porque ya la costumbre la tiene tal de haber siempre tratado con las sabandijas y bestias que están en el cerco del castillo, que ya casi está hecha como ellas, y con ser de natural tan rica y poder tener su conversación no menos que con Dios, no hay remedio. Y si estas almas no procuran entender y remediar su gran miseria, quedarse han hechas estatuas de sal por no volver la cabeza hacia sí, así como lo quedó la mujer de Lot por volverla.

7. Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración, no digo más mental que vocal, que como sea oración ha de ser con consideración; porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quién, no la llamo yo oración, aunque mucho menee los labios; porque aunque algunas veces sí será, aunque no lleve este cuidado, mas es habiéndole llevado otras. Mas quien tuviese de costumbre hablar con la majestad de Dios como hablaría con su esclavo, que ni mira si dice mal, sino lo que se le viene a la boca y tiene deprendido por hacerlo otras veces, no la tengo por oración, ni plega a Dios que ningún cristiano la tenga de esta suerte; que entre vosotras, hermanas, espero en Su Majestad no lo habrá, por la costumbre que hay de tratar de cosas interiores, que es harto bueno para no caer en semejante bestialidad.

8. Pues no hablemos con estas almas tullidas, que si no viene el mismo Señor a mandarlas se levanten -como al que había treinta años que estaba en la piscina-, tienen harta malaventura y gran peligro, sino con otras almas que, en fin, entran en el castillo; porque aunque están muy metidas en el mundo, tienen buenos deseos, y alguna vez, aunque de tarde en tarde, se encomiendan a nuestro Señor y consideran quién son, aunque no muy despacio; alguna vez en un mes rezan llenos de mil negocios, el pensamiento casi lo ordinario en esto, porque están tan asidos a ellos, que como adonde está su tesoro se va allá el corazón, ponen por sí algunas veces de desocuparse, y es gran cosa el propio conocimiento y ver que no van bien para atinar a la puerta. En fin, entran en las primeras piezas de las bajas; mas entran con ellos tantas sabandijas, que ni le dejan ver la hermosura del castillo, ni sosegar; harto hacen en haber entrado.

9. Pareceros ha, hijas, que es esto impertinente, pues por la bondad del Señor no sois de éstas. – Habéis de tener paciencia, porque no sabré dar a entender, como yo tengo entendido, algunas cosas interiores de oración si no es así, y aun plega al Señor que atine a decir algo, porque es bien dificultoso lo que querría daros a entender, si no hay experiencia; si la hay, veréis que no se puede hacer menos de tocar en lo que plega al Señor no nos toque por su misericordia.
– ir a índice –

Capítulo 2
Trata de cuán fea cosa es un alma que está en pecado mortal y cómo quiso Dios dar a entender algo de esto a una persona. – Trata también algo sobre el propio conocimiento. – Es de provecho, porque hay algunos puntos de notar. – Dice cómo se han de entender estas moradas.

1. Antes que pase adelante, os quiero decir que consideréis qué será ver este castillo tan resplandeciente y hermoso, esta perla oriental, este árbol de vida que está plantado en las mismas aguas vivas de la vida, que es Dios, cuando cae en un pecado mortal: no hay tinieblas más tenebrosas, ni cosa tan oscura y negra, que no lo esté mucho más. No queráis más saber de que, con estarse el mismo sol que le daba tanto resplandor y hermosura todavía en el centro de su alma, es como si allí no estuviese para participar de El, con ser tan capaz para gozar de Su Majestad como el cristal para resplandecer en él el sol. Ninguna cosa le aprovecha; y de aquí viene que todas las buenas obras que hiciere, estando así en pecado mortal, son de ningún fruto para alcanzar gloria; porque no procediendo de aquel principio, que es Dios, de donde nuestra virtud es virtud, y apartándonos de El, no puede ser agradable a sus ojos; pues, en fin, el intento de quien hace un pecado mortal no es contentarle, sino hacer placer al demonio, que como es las mismas tinieblas, así la pobre alma queda hecha una misma tiniebla.

2. Yo sé de una persona a quien quiso nuestro Señor mostrar cómo quedaba un alma cuando pecaba mortalmente. Dice aquella persona que le parece si lo entendiesen no sería posible ninguno pecar, aunque se pusiese a mayores trabajos que se pueden pensar por huir de las ocasiones. Y así le dio mucha gana que todos lo entendieran; y así os la dé a vosotras, hijas, de rogar mucho a Dios por los que están en este estado, todos hechos una oscuridad, y así son sus obras; porque así como de una fuente muy clara lo son todos los arroyicos que salen de ella, como es un alma que está en gracia, que de aquí le viene ser sus obras tan agradables a los ojos de Dios y de los hombres, porque proceden de esta fuente de vida, adonde el alma está como un árbol plantado en ella, que la frescura y fruto no tuviera si no le procediere de allí, que esto le sustenta y hace no secarse y que dé buen fruto; así el alma que por su culpa se aparta de esta fuente y se planta en otra de muy negrísima agua y de muy mal olor, todo lo que corre de ella es la misma desventura y suciedad.

3. Es de considerar aquí que la fuente y aquel sol resplandeciente que está en el centro del alma no pierde su resplandor y hermosura que siempre está dentro de ella, y cosa no puede quitar su hermosura. Mas si sobre un cristal que está al sol se pusiese un paño muy negro, claro está que, aunque el sol dé en él, no hará su claridad operación en el cristal.

4. ¡Oh almas redimidas por la sangre de Jesucristo! ¡Entendeos y habed lástima de vosotras! ¿Cómo es posible que entendiendo esto no procuráis quitar esta pez de este cristal? Mirad que, si se os acaba la vida, jamás tornaréis a gozar de esta luz. ¡Oh Jesús, qué es ver a un alma apartada de ella! ¡Cuáles quedan los pobres aposentos del castillo! ¡qué turbados andan los sentidos, que es la gente que vive en ellos! Y las potencias, que son los alcaides y mayordomos y maestresalas, ¡con qué ceguedad, con qué mal gobierno! En fin, como adonde está !plantado el árbol que es el demonio, ¿qué fruto puede dar?
5. Oí una vez a un hombre espiritual que no se espantaba de cosas que hiciese uno que está en pecado mortal, sino de lo que no hacía. Dios por su misericordia nos libre de tan gran mal, que no hay cosa mientras vivimos que merezca este nombre de mal, sino ésta, pues acarrea males eternos para sin fin. Esto es, hijas, de lo que hemos de andar temerosas y lo que hemos de pedir a Dios en nuestras oraciones; porque, si El no guarda la ciudad, en vano trabajaremos, pues somos la misma vanidad.

Decía aquella persona que había sacado dos cosas de la merced que Dios le hizo: la una, un temor grandísimo de ofenderle, y así siempre le andaba suplicando no la dejase caer, viendo tan terribles daños; la segunda, un espejo para la humildad, mirando cómo cosa buena que hagamos no viene su principio de nosotros, sino de esta fuente adonde está plantado este árbol de nuestras almas, y de este sol que da calor a nuestras obras. Dice que se le representó esto tan claro, que en haciendo alguna cosa buena o viéndola hacer, acudía a su principio y entendía cómo sin esta ayuda no podíamos nada; y de aquí le procedía ir luego a alabar a Dios y, lo más ordinario, no se acordar de sí en cosa buena que hiciese.

6. No sería tiempo perdido, hermanas, el que gastaseis en leer esto ni yo en escribirlo, si quedásemos con estas dos cosas, que los letrados y entendidos muy bien las saben, mas nuestra torpeza de las mujeres todo lo ha menester; y así por ventura quiere el Señor que vengan a nuestra noticia semejantes comparaciones. Plega a su bondad nos dé gracia para ello.

7. Son tan oscuras de entender estas cosas interiores, que a quien tan poco sabe como yo, forzado habrá de decir muchas cosas superfluas y aun desatinadas para decir alguna que acierte. Es menester tenga paciencia quien lo leyere, pues yo la tengo para escribir lo que no sé; que, cierto algunas veces tomo el papel como una cosa boba, que ni sé qué decir ni cómo comenzar.

Bien entiendo que es cosa importante para vosotras declarar algunas interiores, como pudiere; porque siempre oímos cuán buena es la oración, y tenemos de constitución tenerla tantas horas, y no se nos declara más de lo que podemos nosotras; y de cosas que obra el Señor en un alma declárase poco, digo sobrenatural. Diciéndose y dándose a entender de muchas maneras, sernos ha mucho consuelo considerar este artificio celestial interior tan poco entendido de los mortales aunque vayan muchos por él. Y aunque en otras cosas que he escrito ha dado el Señor algo a entender, entiendo que algunas no las había entendido como después acá, en especial de las más dificultosas. El trabajo es que para llegar a ellas -como he dicho- se habrán de decir muchas muy sabidas porque no puede ser menos para mi rudo ingenio.

8. Pues tornemos ahora a nuestro castillo de muchas moradas. No habéis de entender estas moradas una en pos de otra, como cosa en hilada, sino poned los ojos en el centro, que es la pieza o palacio adonde está el rey, y considerar como un palmito, que para llegar a lo que es de comer tiene muchas coberturas que todo lo sabroso cercan. Así acá, en rededor de esta pieza están muchas, y encima lo mismo. Porque las cosas del alma siempre se han de considerar con plenitud y anchura y grandeza, pues no le levantan nada, que capaz es de mucho más que podremos considerar, y a todas partes de ella se comunica este sol que está en este palacio.

Esto importa mucho a cualquier alma que tenga oración, poca o mucha, que no la arrincone ni apriete. Déjela andar por estas moradas, arriba y abajo y a los lados, pues Dios la dio tan gran dignidad; no se estruje en estar mucho tiempo en una pieza sola. ¡Oh que si es en el propio conocimiento! Que con cuán necesario es esto (miren que me entiendan), aun a las que las tiene el Señor en la misma morada que El está, que jamás -por encumbrada que esté- le cumple otra cosa ni podrá aunque quiera; que la humildad siempre labra como la abeja en la colmena la miel, que sin esto todo va perdido. Mas consideremos que la abeja no deja de salir a volar para traer flores; así el alma en el propio conocimiento, créame y vuele algunas veces a considerar la grandeza y majestad de su Dios. Aquí hallará su bajeza mejor que en sí misma, y más libre de las sabandijas adonde entran en las primeras piezas, que es el propio conocimiento; que aunque, como digo, es harta misericordia de Dios que se ejercite en esto, tanto es lo de más como lo de menos -suelen decir-. Y créanme, que con la virtud de Dios obraremos muy mejor virtud que muy atadas a nuestra tierra.

9. No sé si queda dado bien a entender, porque es cosa tan importante este conocernos que no querría en ello hubiese jamás relajación, por subidas que estéis en los cielos; pues mientras estamos en esta tierra no hay cosa que más nos importe que la humildad. Y así torno a decir que es muy bueno y muy rebueno tratar de entrar primero en el aposento adonde se trata de esto, que volar a los demás; porque éste es el camino, y si podemos ir por lo seguro y llano, ¿para qué hemos de querer alas para volar?; mas que busque cómo aprovechar más en esto; y a mi parecer jamás nos acabamos de conocer si no procuramos conocer a Dios; mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza; y mirando su limpieza, veremos nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos cuán lejos estamos de ser humildes.

10. Hay dos ganancias de esto: la primera, está claro que parece una cosa blanca muy más blanca cabe la negra, y al contrario la negra cabe la blanca; la segunda es, porque nuestro entendimiento y voluntad se hace más noble y más aparejado para todo bien tratando a vueltas de sí con Dios; y si nunca salimos de nuestro cieno de miserias, es mucho inconveniente. Así como decíamos de los que están en pecado mortal cuán negras y de mal olor son sus corrientes, así acá (aunque no son como aquéllas, Dios nos libre, que esto es comparación), metidos siempre en la miseria de nuestra tierra, nunca la corriente saldrá de cieno de temores, de pusilanimidad y cobardía: de mirar si me miran, no me miran; si, yendo por este camino, me sucederá mal; si osaré comenzar aquella obra, si será soberbia; si es bien que una persona tan miserable trate de cosa tan alta como la oración; si me tendrán por mejor si no voy por el camino de todos; que no son buenos los extremos, aunque sea en virtud; que, como soy tan pecadora, será caer de más alto; quizá no iré adelante y haré daño a los buenos; que una como yo no ha menester particularidades.

11. ¡Oh válgame Dios, hijas, qué de almas debe el demonio de haber hecho perder mucho por aquí! Que todo esto les parece humildad, y otras muchas cosas que pudiera decir, y viene de no acabar de entendernos; tuerce el propio conocimiento y, si nunca salimos de nosotros mismos, no me espanto, que esto y más se puede temer. Por eso digo, hijas, que pongamos los ojos en Cristo, nuestro bien, y allí deprenderemos la verdadera humildad, y en sus santos, y ennoblecerse ha el entendimiento -como he dicho- y no hará el propio conocimiento ratero y cobarde; que, aunque ésta es la primera morada, es muy rica y de tan gran precio, que si se descabulle de las sabandijas de ella, no se quedará sin pasar adelante. Terribles son los ardides y mañas del demonio para que las almas no se conozcan ni entiendan sus caminos.

12. De estas moradas primeras podré yo dar muy buenas señas de experiencia. Por eso digo que no consideren pocas piezas, sino un millón; porque de muchas maneras entran almas aquí, unas y otras con buena intención. Mas, como el demonio siempre la tiene tan mala, debe tener en cada una muchas legiones de demonios para combatir que no pasen de unas a otras y, como la pobre alma no lo entiende, por mil maneras nos hace trampantojos, lo que no puede tanto a las que están más cerca de donde está el rey, que aquí, como aún se están embebidas en el mundo y engolfadas en sus contentos y desvanecidas en sus honras y pretensiones, no tienen la fuerza los vasallos del alma (que son los sentidos y potencias) que Dios les dio de su natural, y fácilmente estas almas son vencidas, aunque anden con deseos de no ofender a Dios, y hagan buenas obras. Las que se vieren en este estado han menester acudir a menudo, como pudieren, a Su Majestad, tomar a su bendita Madre por intercesora, y a sus Santos, para que ellos peleen por ellas, que sus criados poca fuerza tienen para se defender. A la verdad, en todos estados es menester que nos venga de Dios. Su Majestad nos la dé por su misericordia, amén.

13. ¡Qué miserable es la vida en que vivimos! Porque en otra parte dije mucho del daño que nos hace, hijas, no entender bien esto de la humildad y propio conocimiento, no os digo más aquí, aunque es lo que más nos importa y aun plega al Señor haya dicho algo que os aproveche.

14. Habéis de notar que en estas moradas primeras aún no llega casi nada la luz que sale del palacio donde está el Rey; porque, aunque no están oscurecidas y negras como cuando el alma está en pecado, está oscurecida en alguna manera para que no la pueda ver -el que está en ella digo- y no por culpa de la pieza -que no sé darme a entender-, sino porque con tantas cosas malas de culebras y víboras y cosas emponzoñosas que entraron con él, no le dejan advertir a la luz. Como si uno entrase en una parte adonde entra mucho sol y llevase tierra en los ojos, que casi no los pudiese abrir. Clara está la pieza, mas él no lo goza por el impedimento o cosas de esas fieras y bestias que le hacen cerrar los ojos para no ver sino a ellas. Así me parece debe ser un alma que, aunque no está en mal estado, está tan metida en cosas del mundo y tan empapada en la hacienda u honra o negocios -como tengo dicho- que, aunque en hecho de verdad se querría ver y gozar de su hermosura, no le dejan, ni parece que puede descabullirse de tantos impedimentos. Y conviene mucho, para haber de entrar a las segundas moradas, que procure dar de mano a las cosas y negocios no necesarios, cada uno conforme a su estado; que es cosa que le importa tanto para llegar a la morada principal, que si no comienza a hacer esto lo tengo por imposible; y aun estar sin mucho peligro en la que está, aunque haya entrado en el castillo, porque entre cosas tan ponzoñosas, una vez u otra es imposible dejarle de morder.

15. Pues ¿qué sería, hijas, si a las que ya están libres de estos tropiezos como nosotras y hemos ya entrado muy más dentro a otras moradas secretas del castillo, si por nuestra culpa tornásemos a salir a estas baraúndas, como por nuestros pecados debe haber muchas personas, que las ha hecho Dios mercedes y por su culpa las echan a esta miseria? Acá libres estamos en lo exterior; en lo interior plega al Señor que lo estemos y nos libre. Guardaos, hijas mías, de cuidados ajenos. Mirad que en pocas moradas de este castillo dejan de combatir los demonios. Verdad es que en algunas tienen fuerza las guardas para pelear -como creo he dicho que son las potencias-, mas es mucho menester no nos descuidar para entender sus ardides y que no nos engañe, hecho ángel de luz; que hay una multitud de cosas con que nos puede hacer daño entrando poco a poco, y hasta haberle hecho no le entendemos.

16. Ya os dije otra vez que es como una lima sorda, que hemos menester entenderle a los principios. Quiero decir alguna cosa para dároslo mejor a entender. Pone en una hermana unos ímpetus de penitencia, que le parece no tiene descanso sino cuando se está atormentando. Este principio bueno es; mas si la priora ha mandado que no hagan penitencia sin licencia, y le hace parecer que en cosa tan buena bien se puede atrever, y escondidamente se da tal vida que viene a perder la salud y no hacer lo que manda su Regla, ya veis en qué paró este bien.

Pone a otra un celo de la perfección muy grande. Esto muy bueno es; mas podría venir de aquí que cualquier faltita de las hermanas le pareciese una gran quiebra, y un cuidado de mirar si las hacen, y acudir a la priora; y aun a las veces podría ser no ver las suyas por el gran celo que tiene de la religión. Como las otras no entienden lo interior y ven el cuidado, podría ser no lo tomar tan bien.

17. Lo que aquí pretende el demonio no es poco, que es enfriar la caridad y el amor de unas con otras, que sería gran daño. Entendamos, hijas mías, que la perfección verdadera es amor de Dios y del prójimo, y mientras con más perfección guardáremos estos dos mandamientos, seremos más perfectas. Toda nuestra Regla y Constituciones no sirven de otra cosa sino de medios para guardar esto con más perfección. Dejémonos de celos indiscretos, que nos pueden hacer mucho daño. Cada una se mire a sí.

Porque en otra parte os he dicho harto sobre esto, no me alargaré.

18. Importa tanto este amor de unas con otras, que nunca querría que se os olvidase; porque de andar mirando en las otras unas naderías, que a las veces no será imperfección, sino, como sabemos poco, quizá lo echaremos a la peor parte, puede el alma perder la paz y aun inquietar la de las otras: mirad si costaría caro la perfección. También podría el demonio poner esta tentación con la priora, y sería más peligrosa. Para esto es menester mucha discreción; porque, si fuesen cosas que van contra la Regla y Constitución, es menester que no todas veces se eche a buena parte, sino avisarla, y si no se enmendare, al prelado. Esto es caridad. Y también con las hermanas, si fuese alguna cosa grave; y dejarlo todo por miedo si es tentación, sería la misma tentación.

Mas hase de advertir mucho (porque no nos engañe el demonio) no lo tratar una con otra, que de aquí puede sacar el demonio gran ganancia y comenzar costumbre de murmuración; sino con quien ha de aprovechar, como tengo dicho. Aquí, gloria a Dios, no hay tanto lugar, como se guarda tan continuo silencio; mas bien es que estemos sobre aviso.
– ir a índice –

Moradas segundas

Capítulo único
Que trata de lo mucho que importa la perseverancia para llegar a las postreras moradas, y la gran guerra que da el demonio, y cuánto conviene no errar el camino en el principio. Para acertar, da un medio que ha probado ser muy eficaz.

1. Ahora vengamos a hablar cuáles serán las almas que entran a las segundas moradas y qué hacen en ellas. Querría deciros poco, porque lo he dicho en otras partes bien largo, y será imposible dejar de tornar a decir otra vez mucho de ello, porque cosa no se me acuerda de lo dicho; que si lo supiera guisar de diferentes maneras, bien sé que no os enfadaríais, como nunca nos cansamos de los libros que tratan de esto, con ser muchos.

2. Es de los que han ya comenzado a tener oración y entendido lo que les importa no se quedar en las primeras moradas, mas no tienen aún determinación para dejar muchas veces de estar en ella, porque no dejan las ocasiones, que es harto peligro. Mas harta misericordia es que algún rato procuren huir de las culebras y cosas emponzoñosas, y entender que es bien dejarlas.

Estos, en parte, tienen harto más trabajo que los primeros, aunque no tanto peligro, porque ya parece los entienden, y hay gran esperanza de que entrarán más adentro. Digo que tienen más trabajo,porque los primeros son como mudos que no oyen, y así pasan mejor su trabajo de no hablar, lo que no pasarían, sino muy mayor, los que oyesen y no pudiesen hablar. Mas no por eso se desea más lo de los que no oyen, que en fin es gran cosa entender lo que nos dicen. Así éstos entienden los llamamientos que les hace el Señor; porque, como van entrando más cerca de donde está Su Majestad, es muy buen vecino, y tanta su misericordia y bondad, que aun estándonos en nuestros pasatiempos y negocios y contentos y baraterías del mundo, y aun cayendo y levantando en pecados (porque estas bestias son tan ponzoñosas y peligrosa su compañía y bulliciosas que por maravilla dejarán de tropezar en ellas para caer), con todo esto, tiene en tanto este Señor nuestro que le queramos y procuremos su compañía, que una vez u otra no nos deja de llamar para que nos acerquemos a El; y es esta voz tan dulce que se deshace la pobre alma en no hacer luego lo que le manda; y así -como digo- es más trabajo que no lo oír.

3. No digo que son estas voces y llamamientos como otras que diré después sino con palabras que oyen a gente buena o sermones o con lo que leen en buenos libros y cosas muchas que habéis oído, por donde llama Dios, o enfermedades, trabajos, y también con una verdad que enseña en aquellos ratos que estamos en la oración; sea cuan flojamente quisiereis, tiénelos Dios en mucho. Y vosotras, hermanas, no tengáis en poco esta primera merced ni os desconsoléis aunque no respondáis luego al Señor, que bien sabe Su Majestad aguardar muchos días y años, en especial cuando ve perseverancia y buenos deseos. Esta es lo más necesario aquí, porque con ella jamás se deja de ganar mucho. Mas es terrible la batería que aquí dan los demonios de mil maneras y con más pena del alma que aun en la pasada; porque acullá estaba muda y sorda, al menos oía muy poco y resistía menos, como quien tiene en parte perdida la esperanza de vencer; aquí está el entendimiento más vivo y las potencias más hábiles: andan los golpes y la artillería de manera que no lo puede el alma dejar de oír. Porque aquí es el representar los demonios estas culebras de las cosas del mundo y el hacer los contentos de él casi eternos, la estima en que está tenido en él, los amigos y parientes, la salud en las cosas de penitencia (que siempre comienza el alma que entra en esta morada a desear hacer alguna), y otras mil maneras de impedimentos.

4. ¡Oh Jesús, qué es la baraúnda que aquí ponen los demonios, y las aflicciones de la pobre alma, que no sabe si pasar adelante o tornar a la primera pieza! Porque la razón, por otra parte, le representa el engaño que es pensar que todo esto vale nada en comparación de lo que pretende; la fe la enseña cuáles lo que le cumple; la memoria le representa en lo que paran todas estas cosas, trayéndole presente la muerte de los que mucho gozaron estas cosas, que ha visto: cómo algunas ha visto súbitas, cuán presto son olvidados de todos, cómo ha visto a algunos que conoció en gran prosperidad pisar debajo de la tierra y aun pasado por la sepultura él muchas veces, y mirar que están en aquel cuerpo hirviendo muchos gusanos, y otras hartas cosas que le puede poner delante; la voluntad se inclina a amar adonde tan innumerables cosas y muestras ha visto de amor, y querría pagar alguna: en especial se le pone delante cómo nunca se quita de con él este verdadero amador, acompañándole, dándole vida y ser. Luego el entendimiento acude con darle a entender que no puede cobrar mejor amigo, aunque viva muchos años; que todo el mundo está lleno de falsedad, y estos contentos que le pone el demonio, de trabajos y cuidados y contradicciones; y le dice que esté cierto que fuera de este castillo no hallará seguridad ni paz; que se deje de andar por casas ajenas, pues la suya es tan llena de bienes, si la quiere gozar; que quién hay que halle todo lo que ha menester como en su casa, en especial teniendo tal huésped que le hará señor de todos los bienes, si él quiere no andar perdido, como el hijo pródigo, comiendo manjar de puercos.

5. Razones son éstas para vencer los demonios. Mas ¡oh Señor y Dios mío! que la costumbre en las cosas de vanidad y el ver que todo el mundo trata de esto lo estraga todo. Porque está tan muerta la fe, que queremos más lo que vemos que lo que ella nos dice; y a la verdad, no vemos sino harta malaventura en los que se van tras estas cosas visibles. Mas eso han hecho estas cosas ponzoñosas que tratamos: que, como si a uno muerde una víbora se emponzoña todo y se hincha, así es acá; no nos guardamos; claro está que es menester muchas curas para sanar; y harta merced nos hace Dios, si no morimos de ello. Cierto, pasa el alma aquí grandes trabajos; en especial si entiende el demonio que tiene aparejo en su condición y costumbres para ir muy adelante, todo el infierno juntará para hacerle tornar a salir fuera.

6. ¡Oh Señor mío!, aquí es menester vuestra ayuda, que sin ella no se puede hacer nada. Por vuestra misericordia no consintáis que esta alma sea engañada para dejar lo comenzado. Dadle luz para que vea cómo está en esto todo su bien, y para que se aparte de malas compañías; que grandísima cosa es tratar con los que tratan de esto; allegarse no sólo a los que viere en estos aposentos que él está, sino a los que entendiere que han entrado a los de más cerca; porque le será gran ayuda, y tanto los puede conversar, que le metan consigo. Siempre esté con aviso de no sedejar vencer; porque si el demonio le ve con una gran determinación de que antes perderá la vida y el descanso y todo lo que le ofrece que tornar a la pieza primera, muy más presto le dejará. Sea varón y no de los que se echaban a beber de bruces, cuando iban a la batalla, no me acuerdo con quién, sino que se determine que va a pelear con todos los demonios y que no hay mejores armas que las de la cruz.

7. Aunque otras veces he dicho esto, importa tanto que lo torno a decir aquí: es que no se acuerde que hay regalos en esto que comienza, porque es muy baja manera de comenzar a labrar un tan precioso y grande edificio; y si comienzan sobre arena, darán con todo en el suelo; nunca acabarán de andar disgustados y tentados. Porque no son éstas las moradas adonde se llueve el maná; están más adelante, adonde todo sabe a lo que quiere un alma, porque no quiere sino lo que quiere Dios. Es cosa donosa que aún nos estamos con mil embarazos e imperfecciones y las virtudes que aun no saben andar, sino que ha poco que comenzaron a nacer, y aun plega a Dios estén comenzadas, ¿y no habemos vergüenza de querer gustos en la oración y quejarnos de sequedades? Nunca os acaezca, hermanas; abrazaos con la cruz que vuestro Esposo llevó sobre sí y entended que ésta ha de ser vuestra empresa; la que más pudiere padecer, que padezca más por El, y será la mejor librada. Lo demás, como cosa accesoria, si os lo diere el Señor dadle muchas gracias.

8. Pareceros ha que para los trabajos exteriores bien determinadas estáis, con que os regale Dios en lo interior. – Su Majestad sabe mejor lo que nos conviene; no hay para qué le aconsejar lo que nos ha de dar, que nos puede con razón decir, que no sabemos lo que pedimos. Toda la pretensión de quien comienza oración (y no se os olvide esto, que importa mucho) ha de ser trabajar y determinarse y disponerse con cuantas diligencias pueda a hacer su voluntad conformar con la de Dios; y -como diré después- estad muy cierta que en esto consiste toda la mayor perfección que se puede alcanzar en el camino espiritual: quien más perfectamente tuviere esto, más recibirá del Señor y más adelante está en este camino. No penséis que hay aquí más algarabías ni cosas no sabidas y entendidas, que en esto consiste todo nuestro bien. Pues si erramos en el principio, queriendo luego que el Señor haga la nuestra y que nos lleve como imaginamos, ¿qué firmeza puede llevar este edificio?

9. Procuremos hacer lo que es en nosotros y guardarnos de estas sabandijas ponzoñosas; que muchas veces quiere el Señor que nos persigan malos pensamientos y nos aflijan, sin poderlos echar de nosotros, y sequedades; y aun algunas veces permite que nos muerdan, para que nos sepamos mejor guardar después y para probar si nos pesa mucho de haberle ofendido.

Por eso, no os desaniméis, si alguna vez cayereis, para dejar de procurar ir adelante; que aun de esa caída sacará Dios bien, como hace el que vende la triaca para probar si es buena, que bebe la ponzoña primero. Cuando no viésemos en otra cosa nuestra miseria y el gran daño que nos hace andar derramados, sino en esta batería que se pasa para tornarnos a recoger, bastaba. ¿Puede ser mayor mal que no nos hallemos en nuestra misma casa? ¿Qué esperanza podemos tener de hallar sosiego en otras cosas, pues en las propias no podemos sosegar? Sino que tan grandes y verdaderos amigos y parientes y con quien siempre, aunque no queramos, hemos de vivir, como son las potencias, ésas parece nos hacen la guerra, como sentidas de las que a ellas les han hecho nuestros vicios. ¡Paz, paz!, hermanas mías, dijo el Señor, y amonestó a sus Apóstoles tantas veces. Pues créeme, que si no la tenemos y procuramos en nuestra casa, que no la hallaremos en los extraños.

Acábese ya esta guerra; por la sangre que derramó por nosotros lo pido yo a los que no han comenzado a entrar en sí; y a los que han comenzado, que no baste para hacerlos tornar atrás. Miren que es peor la recaída que la caída; ya ven su pérdida; confíen en la misericordia de Dios y nonada en sí, y verán cómo Su Majestad le lleva de unas moradas a otras y le mete en la tierra adonde estas fieras ni le puedan tocar ni cansar, sino que él las sujete a todas y burle de ellas, y goce de muchos más bienes que podría desear, aun en esta vida digo.

10. Porque -como dije al principio-, os tengo escrito cómo os habéis de haber en estas turbaciones que aquí pone el demonio, y cómo no ha de ir a fuerza de brazos el comenzarse a recoger, sino con suavidad, para que podáis estar más continuamente, no lo dire aquí, más de que, de mi parecer hace mucho al caso tratar con personas experimentadas; porque en cosas que son necesario hacer, pensaréis que hay gran quiebra. Como no sea el dejarlo, todo lo guiará el Señor a nuestro provecho, aunque no hallemos quien nos enseñe; que para este mal no hay remedio si no se torna a comenzar, sino ir perdiendo poco a poco cada día más el alma, y aun plega a Dios que lo entienda.

11. Podría alguna pensar que si tanto mal es tornar atrás, que mejor será nunca comenzarlo, sino estarse fuera del castillo. – Ya os dije al principio, y el mismo Señor lo dice, que quien anda en el peligro en él perece, y que la puerta para entrar en este castillo es la oración. Pues pensar que hemos de entrar en el cielo y no entrar en nosotros, conociéndonos y considerando nuestra miseria y lo que debemos a Dios y pidiéndole muchas veces misericordia, es desatino. El mismo Señor dice: Ninguno subirá a mi Padre, sino por Mí; no sé si dice así, creo que sí; y quien me ve a Mí, ve a mi Padre. Pues si nunca le miramos ni consideramos lo que le debemos y la muerte que pasó por nosotros, no sé cómo le podemos conocer ni hacer obras en su servicio; porque la fe sin ellas y sin ir llegadas al valor de los merecimientos de Jesucristo, bien nuestro, ¿qué valor pueden tener? ¿Ni quién nos despertará a amar a este Señor?

Plega a Su Majestad nos dé a entender lo mucho que le costamos y cómo no es más el siervo que el Señor, y qué hemos menester obrar para gozar su gloria, y que para esto nos es necesario orar para no andar siempre en tentación.
– ir a índice –

Terceras moradas

Capítulo primero
Trata de la poca seguridad que podemos tener mientras se vive en este destierro, aunque el estado sea subido, y cómo conviene andar con temor. – Hay algunos buenos puntos.

1. A los que por la misericordia de Dios han vencido estos combates, y con la perseverancia entrado a las terceras moradas ¿qué les diremos, sino bienaventurado el varón que teme al Señor?

No ha sido poco hacer Su Majestad que entienda yo ahora qué quiere decir el romance de este verso a este tiempo, según soy torpe en este caso. Por cierto, con razón le llamaremos bienaventurado, pues si no torna atrás, a lo que podemos entender lleva camino seguro de su salvación. Aquí veréis, hermanas, lo que importa vencer las batallas pasadas; porque tengo por cierto que nunca deja el Señor de ponerle en seguridad de conciencia, que no es poco bien. Digo en seguridad, y dije mal, que no la hay en esta vida, y por eso siempre entended que digo «si no torna a dejar el camino comenzado».

2. Harto gran miseria es vivir en vida que siempre hemos de andar como los que tienen los enemigos a la puerta, que ni pueden dormir ni comer sin armas, y siempre con sobresalto si por alguna parte pueden desportillar esta fortaleza. ¡Oh Señor mío y bien mío!, ¿cómo queréis que se desee vida tan miserable, que no es posible dejar de querer y pedir nos saquéis de ella si no es con esperanza de perderla por Vos o gastarla muy de veras en vuestro servicio, y sobre todo entender que es vuestra voluntad? Si lo es, Dios mío, muramos con Vos, como dijo Santo Tomás, que no es otra cosa sino morir muchas veces vivir sin Vos y con estos temores de que puede ser posible perderos para siempre. Por eso digo, hijas, que la bienaventuranza que hemos de pedir es estar ya en seguridad con los bienaventurados; que con estos temores ¿qué contento puede tener quien todo su contento es contentar a Dios? Y considerad que éste, y muy mayor, tenían algunos santos que cayeron en graves pecados; y no tenemos seguro que nos dará Dios la mano para salir de ellos y hacer la penitencia que ellos (entiéndese del auxilio particular).

3. Por cierto, hijas mías, que estoy con tanto temor escribiendo esto, que no sé cómo lo escribo ni cómo vivo cuando se me acuerda, que es muy muchas veces. Pedidle, hijas mías, que viva Su Majestad en mí siempre; porque si no es así, ¿qué seguridad puede tener una vida tan mal gastada como la mía? Y no os pese de entender que esto es así, como algunas veces lo he visto en vosotras cuando os lo digo, y procede de que quisierais que hubiera sido muy santa, y tenéis razón: también lo quisiera yo; mas ¡qué tengo de hacer si lo perdí por sola mi culpa! Que no me quejaré de Dios que dejó de darme bastantes ayudas para que se cumplieran vuestros deseos; que no puedo decir esto sin lágrimas y gran confusión de ver que escriba yo cosa para las que me pueden enseñar a mí. ¡Recia obediencia ha sido! Plega al Señor que, pues se hace por El, sea para que os aprovechéis de algo porque le pidáis perdone a esta miserable atrevida.

Mas bien sabe Su Majestad que sólo puedo presumir de su misericordia, y ya que no puedo dejar de ser la que he sido, no tengo otro remedio, sino llegarme a ella y confiar en los méritos de su Hijo y de la Virgen, madre suya, cuyo hábito indignamente traigo y traéis vosotras. Alabadle, hijas mías, que lo sois de esta Señora verdaderamente; y así no tenéis para qué os afrentar de que sea yo ruin, pues tenéis tan buena madre. Imitadla y considerad qué tal debe ser la grandeza de esta Señora y el bien de tenerla por patrona, pues no han bastado mis pecados y ser la que soy para deslustrar en nada esta sagrada Orden.

4. Mas una cosa os aviso: que no por ser tal y tener tal madre estéis seguras, que muy santo era David, y ya veis lo que fue Salomón; ni hagáis caso del encerramiento y penitencia en que vivís, ni os asegure el tratar siempre de Dios y ejercitaros en la oración tan continuo y estar tan retiradas de las cosas del mundo y tenerlas a vuestro parecer aborrecidas. Bueno es todo esto, mas no basta – como he dicho- para que dejemos de temer; y así continuad este verso y traedle en la memoria muchas veces: Beatus vir, qui timet Dominum.

5. Ya no sé lo que decía, que me he divertido mucho y, en acordándome de mí, se me quiebran las alas para decir cosa buena; y así lo quiero dejar por ahora. Tornando a lo que os comencé a decir de las almas que han entrado a las terceras moradas, que no las ha hecho el Señor pequeña merced en que hayan pasado las primeras dificultades, sino muy grande, de éstas, por la bondad del Señor, creo hay muchas en el mundo: son muy deseosas de no ofender a Su Majestad ni aun de los pecados veniales se guardan, y de hacer penitencia amigas, sus horas de recogimiento, gastan bien el tiempo, ejercítanse en obras de caridad con los prójimos, muy concertadas en su hablar y vestir y gobierno de casa, los que las tienen. Cierto, estado para desear y que, al parecer, no hay por qué se les niegue la entrada hasta la postrera morada ni se la negará el Señor, si ellos quieren, que linda disposición es para que las haga toda merced.

¡Oh Jesús!, ¿y quién dirá que no quiere un tan gran bien, habiendo ya en especial pasado por lo más trabajoso? – No, ninguna. Todas decimos que lo queremos; mas como aun es menester más para que del todo posea el Señor el alma, no basta decirlo, como no bastó al mancebo cuando le dijo el Señor que si quería ser perfecto. Desde que comencé a hablar en estas moradas le traigo delante; porque somos así al pie de la letra, y lo más ordinario vienen de aquí las grandes sequedades en la oración, aunque también hay otras causas; y dejo unos trabajos interiores, que tienen muchas almas buenas, intolerables y muy sin culpa suya, de los cuales siempre las saca el Señor con mucha ganancia, y de las que tienen melancolía y otras enfermedades. En fin, en todas las cosas hemos de dejar aparte los juicios de Dios.

6. De lo que yo tengo para mí que es lo más ordinario, es lo que he dicho; porque como estas almas se ven que por ninguna cosa harían un pecado, y muchas que aun venial de advertencia no le harían, y que gastan bien su vida y su hacienda, no pueden poner a paciencia que se les cierre la puerta para entrar adonde está nuestro Rey, por cuyos vasallos se tienen y lo son. Mas aunque acá tenga muchos el rey de la tierra, no entran todos hasta su cámara. Entrad, entrad, hijas mías, en lo interior; pasad adelante de vuestras obrillas, que por ser cristianas debéis todo eso y mucho más y os basta que seáis vasallas de Dios; no queráis tanto, que os quedéis sin nada. Mirad los santos que entraron a la cámara de este Rey, y veréis la diferencia que hay de ellos a nosotras. No pidáis lo que no tenéis merecido, ni había de llegar a nuestro pensamiento que por mucho que sirvamos lo hemos de merecer los que hemos ofendido a Dios.

¡Oh humildad, humildad! No sé qué tentación me tengo en este caso que no puedo acabar de creer a quien tanto caso hace de estas sequedades, sino que es un poco de falta de ella.

7. Digo que dejo los trabajos grandes interiores que he dicho, que aquéllos son mucho más que falta de devoción. Probémonos a nosotras mismas, hermanas mías, o pruébenos el Señor, que lo sabe bien hacer, aunque muchas veces no queremos entenderlo; y vengamos a estas almas tan concertadas, veamos qué hacen por Dios y luego veremos cómo no tenemos razón de quejarnos de Su Majestad. Porque si le volvemos las espaldas y nos vamos tristes, como el mancebo del Evangelio, cuando nos dice lo que hemos de hacer para ser perfectos, ¿qué queréis que haga Su Majestad, que ha de dar el premio conforme al amor que le tenemos? Y este amor, hijas, no ha de ser fabricado en nuestra imaginación, sino probado por obras; y no penséis que ha menester nuestras obras, sino la determinación de nuestra voluntad.

8. Parecernos ha que las que tenemos hábito de religión y le tomamos de nuestra voluntad y dejamos todas las cosas del mundo y lo que teníamos por El (aunque sea las redes de San Pedro, que harto le parece que da quien da lo que tiene), que ya está todo hecho. – Harto buena disposición es, si persevera en aquello y no se torna a meter en las sabandijas de las primeras piezas, aunque sea con el deseo; que no hay duda sino que si persevera en esta desnudez y dejamiento de todo, que alcanzará lo que pretende. Mas ha de ser con condición, y mirad que os aviso de esto, que se tenga por siervo sin provecho -como dice San Pablo, o Cristo- y crea que no ha obligado a Nuestro Señor para que le haga semejantes mercedes; antes, como quien más ha recibido, queda más adeudado. ¿Qué podemos hacer por un Dios tan generoso que murió por nosotros y nos crio y da ser, que no nos tengamos por venturosos en que se vaya desquitando algo de lo que le debemos, por lo que nos ha servido (de mala gana dije esta palabra, mas ello es así que no hizo otra cosa todo lo que vivió en el mundo), sin que le pidamos mercedes de nuevo y regalos?

9. Mirad mucho, hijas, algunas cosas que aquí van apuntadas, aunque arrebujadas, que no lo sé más declarar. El Señor os lo dará a entender, para que saquéis de las sequedades humildad y no inquietud, que es lo que pretende el demonio; y creed que adonde la hay de veras, que, aunque nunca dé Dios regalos, dará una paz y conformidad con que anden más contentas que otros con regalos; que muchas veces -como habéis leído- los da la divina Majestad a los más flacos; aunque creo de ellos que no los trocarían por las fortalezas de los que andan con sequedad. Somos amigos de contentos más que de cruz. Pruébanos, tú, Señor, que sabes las verdades, para que nos conozcamos.
– ir a índice –

Capítulo 2
Prosigue en lo mismo y trata de las sequedades en la oración y de lo que podría suceder a su parecer, y cómo es menester probarnos y prueba el Señor a los que están en estas moradas.

1. Yo he conocido algunas almas, y aun creo puedo decir hartas, de las que han llegado a este estado, y estado y vivido muchos años en esta rectitud y concierto, alma y cuerpo, a lo que se puede entender, y después de ellos que ya parece habían de estar señores del mundo, al menos bien desengañados de él, probarlos Su Majestad en cosas no muy grandes, y andar con tanta inquietud y apretamiento de corazón, que a mí me traían tonta y aun temerosa harto. Pues darles consejo no hay remedio, porque, como ha tanto que tratan de virtud, paréceles que pueden enseñar a otros y que les sobra razón en sentir aquellas cosas.

En fin, que yo no he hallado remedio ni le hallo para consolar a semejantes personas, si no es mostrar gran sentimiento de su pena (y a la verdad se tiene de verlos sujetos a tanta miseria), y no contradecir su razón; porque todas las conciertan en su pensamiento que por Dios las sienten, y así no acaban de entender que es imperfección; que es otro engaño para gente tan aprovechada; que de que lo sientan, no hay que espantar, aunque a mi parecer, había de pasar presto el sentimiento de cosas semejantes. Porque muchas veces quiere Dios que sus escogidos sientan su miseria, y aparta un poco su favor, que no es menester más, que a osadas que nos conozcamos bien presto. Y luego se entiende esta manera de probarlos, porque entienden ellos su falta muy claramente, y a las veces les da más pena ésta de ver que, sin poder más, sienten cosas de la tierra y no muy pesadas, que lo mismo de que tienen pena. Esto téngolo yo por gran misericordia de Dios; y aunque es falta, muy gananciosa para la humildad.

2. En las personas que digo, no es así sino que canonizan -como he dicho- en sus pensamientos estas cosas, y así querrían que otros las canonizasen. Quiero decir alguna de ellas, porque nos entendamos y nos probemos a nosotras mismas antes que nos pruebe el Señor, que sería muy gran cosa estar apercibidas y habernos entendido primero.

3. Viene a una persona rica, sin hijos ni para quién querer la hacienda, una falta de ella, mas no es de manera que en lo que le queda le puede faltar lo necesario para sí y para su casa, y sobrado. Si éste anduviese con tanto desasosiego e inquietud como si no le quedara un pan que comer, ¿cómo ha de pedirle nuestro Señor que lo deje todo por El? Aquí entra el que lo siente porque lo quiere para los pobres. – Yo creo que quiere Dios más que yo me conforme con lo que Su Majestad hace y, aunque lo procure, tenga quieta mi alma, que no esta caridad. Y ya que no lo hace, porque no ha llegádole el Señor a tanto, enhorabuena; mas entienda que le falta esta libertad de espíritu, y con esto se dispondrá para que el Señor se la dé, porque se la pedirá.

4. Tiene una persona bien de comer, y aun sobrado; ofrécesele poder adquirir más hacienda: tomarlo, si se lo dan, enhorabuena, pase; mas procurarlo y, después de tenerlo, procurar más y más, tenga cuan buena intención quisiere (que sí debe tener, porque -como he dicho- son estas personas de oración y virtuosas), que no hayan miedo que suban a las moradas más juntas al Rey.

5. De esta manera es si se les ofrece algo de que los desprecien o quiten un poco de honra; que, aunque les hace Dios merced de que lo sufran bien muchas veces (porque es muy amigo de favorecer la virtud en público porque no padezca la misma virtud en que están tenidos, y aun será porque le han servido, que es muy bueno este Bien nuestro), allá les queda una inquietud que no se pueden valer, ni acaba de acabarse tan presto. ¡Válgame Dios! ¿No son éstos los que ha tanto que consideran cómo padeció el Señor y cuán bueno es padecer y aún lo desean? Querrían a todos tan concertados como ellos traen sus vidas, y plega a Dios que no piensen que la pena que tienen es de la culpa ajena y la hagan en su pensamiento meritoria.

6. Pareceros ha, hermanas, que hablo fuera de propósito y no con vosotras, porque estas cosas no las hay acá, que ni tenemos hacienda ni la queremos ni procuramos, ni tampoco nos injuria nadie. – Por eso las comparaciones no es lo que pasa; mas sácase de ellas otras muchas cosas que pueden pasar, que ni sería bien señalarlas ni hay para qué. Por éstas entenderéis si estáis bien desnudas de lo que dejasteis; porque cosillas se ofrecen, aunque no de esta suerte, en que os podéis muy bien probar y entender si estáis señoras de vuestras pasiones. Y creedme que no está el negocio en tener hábito de religión o no, sino en procurar ejercitar las virtudes y rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo, y que el concierto de nuestra vida sea lo que Su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra voluntad, sino la suya. Ya que no hayamos llegado aquí -como he dicho- humildad, que es el ungüento de nuestras heridas; porque, si la hay de veras, aunque tarde algún tiempo, vendrá el cirujano, que es Dios, a sanarnos.

7. Las penitencias que hacen estas almas son tan concertadas como su vida; quiérenla mucho para servir a nuestro Señor con ella, que todo esto no es malo, y así tienen gran discreción en hacerlas porque no dañen a la salud. No hayáis miedo que se maten, porque su razón está muy en sí; no está aún el amor para sacar de razón; mas querría yo que la tuviésemos para no nos contentar con esta manera de servir a Dios, siempre a un paso paso, que nunca acabaremos de andar este camino. Y como a nuestro parecer siempre andamos y nos cansamos (porque creed que es un camino abrumador), harto bien será que no nos perdamos. Mas ¿paréceos, hijas, si yendo a una tierra desde otra pudiésemos llegar en ocho días, que sería bueno andarlo en un año por ventas y nieves y aguas y malos caminos? ¿No valdría más pasarlo de una vez? Porque todo esto hay y peligros de serpientes. ¡Oh, qué buenas señas podré yo dar de esto! Y plega a Dios que haya pasado de aquí, que hartas veces me parece que no.

8. Como vamos con tanto seso, todo nos ofende, porque todo lo tememos; y así no osamos pasar adelante, como si pudiésemos nosotras llegar a estas moradas y que otros anduviesen el camino. Pues no es esto posible, esforcémonos, hermanas mías, por amor del Señor; dejemos nuestra razón y temores en sus manos; olvidemos esta flaqueza natural, que nos puede ocupar mucho. El cuidado de estos cuerpos ténganle los prelados; allá se avengan; nosotras de sólo caminar a prisa para ver este Señor; que, aunque el regalo que tenéis es poco o ninguno, el cuidado de la salud nos podría engañar; cuánto más que no se tendrá más por esto, yo lo sé; y también sé que no está el negocio en lo que toca al cuerpo, que esto es lo menos; que el caminar que digo es con una grande humildad; que si habéis entendido, aquí creo está el daño de las que no van adelante; sino que nos parezca que hemos andado pocos pasos y lo creamos así, y los que andan nuestras hermanas nos parezcan muy presurosos, y no sólo deseemos sino que procuremos nos tengan por la más ruin de todas.

9. Y con esto este estado es excelentísimo; y si no, toda nuestra vida nos estaremos en él y con mil penas y miserias. Porque, como no hemos dejado a nosotras mismas, es muy trabajoso y pesado; porque vamos muy cargadas de esta tierra de nuestra miseria, lo que no van los que suben a los aposentos que faltan. En éstos no deja el Señor de pagar como justo, y aun como misericordioso, que siempre da mucho más que merecemos, con darnos «contentos» harto mayores que los podemos tener en los que dan los regalos y distraimientos de la vida; mas no pienso que da muchos «gustos» si no es alguna vez, para convidarlos con ver lo que pasa en las demás moradas, porque se dispongan para entrar en ellas.

10. Pareceros ha que contentos y gustos todo es uno, que para qué hago esta diferencia en los nombres. – A mí paréceme que la hay muy grande; ya me puedo engañar. Diré lo que en esto entendiere en las moradas cuartas que vienen tras éstas; porque como se habrá de declarar algo de los gustos que allí da el Señor, viene mejor, y aunque parece sin provecho, podrá ser de alguno, para que, entendiendo lo que es cada cosa, podáis esforzaros a seguir lo mejor; y es mucho consuelo para las almas que Dios llega allí y confusión para las que les parece que lo tienen todo, y si son humildes moverse han a hacimiento de gracias; si hay alguna falta de esto, darles ha un desabrimiento interior y sin propósito; pues no está la perfección en los gustos, sino en quien ama más, y el premio lo mismo, y en quien mejor obrare con justicia y verdad.

11. Pareceros ha que de qué sirve tratar de estas mercedes interiores y dar a entender cómo son, si es esto verdad, como lo es. Yo no lo sé; pregúntese a quien me lo manda escribir, que yo no soy obligada a disputar con los superiores, sino a obedecer, ni sería bien hecho. Lo que os puedo decir con verdad es que, cuando yo no tenía ni aún sabía por experiencia ni pensaba saberlo en mi vida (y con razón, que harto contento fuera para mí saber o por conjeturas entender que agradaba a Dios en algo), cuando leía en los libros de estas mercedes y consuelos que hace el Señor a las almas que le sirven, me le daba grandísimo y era motivo para que mi alma diese grandes alabanzas a Dios. Pues si la mía, con ser tan ruin, hacía esto, las que son buenas y humildes le alabarán mucho más; y por sola una que le alabe una vez, es muy bien que se diga, a mi parecer, y que entendamos el contento y deleites que perdemos por nuestra culpa. Cuánto más que si son de Dios, vienen cargados de amor y fortaleza, con que se puede caminar más sin trabajo e ir creciendo en las obras y virtudes. No penséis que importa poco que no quede por nosotros, que cuando no es nuestra la falta, justo es el Señor, y Su Majestad os dará por otros caminos lo que os quita por éste por lo que Su Majestad sabe, que son muy ocultos sus secretos; al menos será lo que más nos conviene, sin duda ninguna.

12. Lo que me parece nos haría mucho provecho a las que por la bondad del Señor están en este estado (que, como he dicho, no les hace poca misericordia, porque están muy cerca de subir a más), es estudiar mucho en la prontitud de la obediencia; y aunque no sean religiosos, seria gran cosa -como lo hacen muchas personas- tener a quien acudir para no hacer en nada su voluntad, que es lo ordhnario en que nos dañamos; y no buscar otro de su humor, como dicen, que vaya con tanto tiento en todo, sino procurar quien esté con mucho desengaño de las cosas del mundo, que en gran manera aprovecha tratar con quien ya le conoce para conocernos, y porque algunas cosas que nos parecen imposibles, viéndolas en otros tan posibles y con la suavidad que las llevan, anima mucho y parece que con su vuelo nos atrevemos a volar, como hacen los hijos de las aves cuando se enseñan, que aunque no es de presto dar un gran vuelo, poco a poco imitan a sus padres. En gran manera aprovecha esto, yo lo sé. Acertarán, por determinadas que estén en no ofender al Señor personas semejantes, no se meter en ocasiones de ofenderle; porque como están cerca de las primeras moradas, con facilidad se podrán tornar a ellas; porque su fortaleza no está fundada en tierra firme, como los que están ya ejercitados en padecer, que conocen las tempestades del mundo, cuán poco hay que temerlas ni que desear sus contentos y sería posible con una persecución grande volverse a ellos, que sabe bien urdirlas el demonio para hacernos mal, y que yendo con buen celo, queriendo quitar pecados ajenos, no pudiese resistir lo que sobre esto se le podría suceder.

13. Miremos nuestras faltas y dejemos las ajenas, que es mucho de personas tan concertadas espantarse de todo; y por ventura de quien nos espantamos, podríamos bien deprender en lo principal; y en la compostura exterior y en su manera de trato le hacemos ventajas; y no es esto lo de más importancia, aunque es bueno, ni hay para qué querer luego que todos vayan por nuestro camino, ni ponerse a enseñar el del espíritu quien por ventura no sabe qué cosa es; que con estos deseos que nos da Dios, hermanas, del bien de las almas podemos hacer muchos yerros; y así es mejor llegarnos a lo que dice nuestra Regla: «en silencio y esperanza procurar vivir siempre», que el Señor tendrá cuidado de sus almas. Como no nos descuidemos nosotras en suplicarlo a Su Majestad, haremos harto provecho con su favor. Sea por siempre bendito.
– ir a índice –

Cuartas moradas

Capítulo 1
Trata de la diferencia que hay de contentos y ternura en la oración y de gustos, y dice el contento que le dio entender que es cosa diferente el pensamiento y el entendimiento. – Es de provecho para quien se divierte mucho en la oración.

1. Para comenzar a hablar de las cuartas moradas bien he menester lo que he hecho, que es encomendarme al Espíritu Santo y suplicarle de aquí adelante hable por mí, para decir algo de las que quedan de manera que lo entendáis; porque comienzan a ser cosas sobrenaturales, y es dificultosísimo de dar a entender, si Su Majestad no lo hace, como en otra parte que se escribió hasta donde yo había entendido, catorce años ha, poco más o menos. Aunque un poco más luz me parece tengo de estas mercedes que el Señor hace a algunas almas, es diferente el saberlas decir. Hágalo Su Majestad si se ha de seguir algún provecho, y si no, no.

2. Como ya estas moradas se llegan más adonde está el Rey, es grande su hermosura y hay cosas tan delicadas que ver y que entender, que el entendimiento no es capaz para poder dar traza cómo se diga siquiera algo que venga tan al justo que no quede bien oscuro para los que no tienen experiencia; que quien la tiene muy bien lo entenderá, en especial si es mucha.

Parecerá que para llegar a estas moradas se ha de haber vivido en las otras mucho tiempo; y aunque lo ordinario es que se ha de haber estado en la que acabamos de decir, no es regla cierta, como ya habréis oído muchas veces; porque da el Señor cuando quiere y como quiere y a quien quiere, como bienes suyos, que no hace agravio a nadie.

3. En estas moradas pocas veces entran las cosas ponzoñosas, y si entran no hacen daño, antes dejan con ganancia. Y tengo por muy mejor cuando entran y dan guerra en este estado de oración; porque podría el demonio engañar, a vueltas de los gustos que da Dios, si no hubiese tentaciones, y hacer mucho más daño que cuando las hay, y no ganar tanto el alma, por lo menos apartando todas las cosas que la han de hacer merecer, y dejarla en un embebecimiento ordinario. Que cuando lo es en un ser, no le tengo por seguro ni me parece posible estar en un ser el espíritu del Señor en este destierro.

4. Pues hablando de lo que dije que diría aquí, de la diferencia que hay entre contentos en la oración o gustos, los contentos me parece a mí se pueden llamar los que nosotros adquirimos con nuestra meditación y peticiones a nuestro Señor, que procede de nuestro natural, aunque en fin ayuda para ello Dios, que hase de entender en cuanto dijere que no podemos nada sin El; mas nacen de la misma obra virtuosa que hacemos y parece a nuestro trabajo lo hemos ganado, y con razón nos da contento habernos empleado en cosas semejantes. Mas, si lo consideramos, los mismos contentos tendremos en muchas cosas que nos pueden suceder en la tierra: así en una gran hacienda que de presto se provea a alguno; como de ver una persona que mucho amamos, de presto; como de haber acertado en un negocio importante y cosa grande, de que todos dicen bien; como si a alguna le han dicho que es muerto su marido o hermano o hijo y le ve venir vivo. Yo he visto derramar lágrimas de un gran contento, y aun me ha acaecido alguna vez. Paréceme a mí que así como estos contentos son naturales, así en los que nos dan las cosas de Dios, sino que son de linaje más noble, aunque estotros no eran tampoco malos. En fin, comienzan de nuestro natural mismo y acaban en Dios.

5. Los gustos comienzan de Dios y siéntelos el natural y goza tanto de ellos como gozan los que tengo dichos y mucho más. ¡Oh Jesús, y qué deseo tengo de saber declararme en esto!; porque entiendo, a mi parecer, muy conocida diferencia y no alcanza mi saber a darme a entender. Hágalo el Señor.

Ahora me acuerdo en un verso que decimos a Prima, al fin del postrer salmo, que al cabo del verso dice: Cum dilatasti cor meum. A quien tuviere mucha experiencia esto le basta para ver la diferencia que hay de lo uno a lo otro; a quien no, es menester más. Los contentos que están dichos no ensanchan el corazón, antes lo más ordinariamente parece aprietan un poco, aunque con contento todo de ver que se hace por Dios; mas vienen unas lágrimas congojosas, que en alguna manera parece las mueve la pasión. Yo sé poco de estas pasiones del alma -que quizá me diera a entender-, y lo que procede de la sensualidad y de nuestro natural, porque soy muy torpe; que yo me supiera declarar, si como he pasado por ello lo entendiera. Gran cosa es el saber y las letras para todo.

6. Lo que tengo de experiencia de este estado, digo de estos regalos y contentos en la meditación, es que si comenzaba a llorar por la Pasión, no sabía acabar hasta que se me quebraba la cabeza; si por mis pecados, lo mismo. Harta merced me hacía nuestro Señor, que no quiero yo ahora examinar cuál es mejor lo uno o lo otro, sino la diferencia que hay de lo uno a lo otro querría saber decir. Para estas cosas algunas veces van estas lágrimas y estos deseos ayudados del natural y como está la disposición; mas, en fin, como he dicho, vienen a parar en Dios, aunque sea esto. Y es de tener en mucho, si hay humildad para entender que no son mejores por eso; porque no se puede entender si son todos efectos del amor, y cuando sea, es dado de Dios.

Por la mayor parte, tienen estas devociones las almas de las moradas pasadas, porque van casi continuo con obra de entendimiento, empleadas en discurrir con el entendimiento y en meditación; y van bien, porque no se les ha dado más, aunque acertarían en ocuparse un rato en hacer actos y en alabanzas de Dios y holgarse de su bondad y que sea el que es, y en desear su honra y gloria. Esto como pudiere, porque despierta mucho la voluntad. Y estén con gran aviso cuando el Señor les diere estotro no lo dejar por acabar la meditación que se tiene de costumbre.

7. Porque me he alargado mucho en decir esto en otras partes, no lo diré aquí. Sólo quiero que estéis advertidas que, para aprovechar mucho en este camino y subir a las moradas que deseamos, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho; y así lo que más os despertare a amar, eso haced.

Quizá no sabemos qué es amar, y no me espantaré mucho; porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y procurar, en cuanto pudiéremos, no le ofender, y rogarle que vaya siempre adelante la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia Católica. Estas son las señales del amor, y no penséis que está la cosa en no pensar otra cosa, y que si os divertís un poco va todo perdido.

8. Yo he andado en esto de esta barahúnda del pensamiento bien apretada algunas veces, y habrá poco más de cuatro años que vine a entender por experiencia que el pensamiento (o imaginación, porque mejor se entienda) no es el entendimiento, y preguntélo a un letrado y díjome que era así, que no fue para mí poco contento. Porque, como el entendimiento es una de las potencias del alma, hacíaseme recia cosa estar tan tortolito a veces, y lo ordinario vuela el pensamiento de presto, que sólo Dios puede atarle, cuando nos ata a Sí de manera que parece estamos en alguna manera desatados de este cuerpo. Yo veía, a mi parecer, las potencias del alma empleadas en Dios y estar recogidas con El, y por otra parte el pensamiento alborotado: traíame tonta.

9. ¡Oh Señor, tomad en cuenta lo mucho que pasamos en este camino por falta de saber! Y es el mal que, como no pensamos que hay que saber más de pensar en Vos, aun no sabemos preguntar a los que saben ni entendemos qué hay que preguntar, y pásanse terribles trabajos, porque no nos entendemos, y lo que no es malo, sino bueno, pensamos que es mucha culpa. De aquí proceden las aflicciones de mucha gente que trata de oración y el quejarse de trabajos interiores, a lo menos mucha parte en gente que no tiene letras, y vienen las melancolías y a perder la salud y aun a dejarlo del todo, porque no consideran que hay un mundo interior acá dentro; y así como no podemos tener el movimiento del cielo, sino que anda a prisa con toda velocidad, tampoco podemos tener nuestro pensamiento, y luego metemos todas las potencias del alma con él y nos parece que estamos perdidas y gastado mal el tiempo que estamos delante de Dios; y estáse el alma por ventura toda junta con El en las moradas muy cercanas, y el pensamiento en el arrabal del castillo padeciendo con mil bestias fieras y ponzoñosas y mereciendo con este padecer; y así, ni nos ha de turbar ni lo hemos de dejar, que es lo que pretende el demonio. Y por la mayor parte, todas las inquietudes y trabajos vienen de este no nos entender.

10. Escribiendo esto, estoy considerando lo que pasa en mi cabeza del gran ruido de ella que dije al principio, por donde se me hizo casi imposible poder hacer lo que me mandaban de escribir. No parece sino que están en ella muchos ríos caudalosos, y por otra parte, que estas aguas se despeñan; muchos pajarillos y silbos, y no en los oídos, sino en lo superior de la cabeza, adonde dicen que está lo superior del alma. Y yo estuve en esto harto tiempo, por parecer que el movimiento grande del espíritu hacia arriba subía con velocidad. Plega a Dios que se me acuerde en las moradas de adelante decir la causa de esto, que aquí no viene bien, y no será mucho que haya querido el Señor darme este mal de cabeza para entenderlo mejor; porque con toda esta barahúnda de ella, no me estorba a la oración ni a lo que estoy diciendo, sino que el alma se está muy entera en su quietud y amor y deseos y claro conocimiento.

11. Pues si en lo superior de la cabeza está lo superior del alma, ¿cómo no la turba? – Eso no lo sé yo; mas sé que es verdad lo que digo. Pena da cuando no es la oración con suspensión, que entonces hasta que se pasa no se siente ningún mal; mas harto mal fuera si por este impedimento lo dejara yo todo. Y así no es bien que por los pensamientos nos turbemos ni se nos dé nada; que si los pone el demonio, cesará con esto; y si es, como lo es, de la miseria que nos quedó del pecado de Adán con otras muchas, tengamos paciencia y sufrámoslo por amor de Dios.

12. Pues estamos también sujetas a comer y dormir, sin poderlo excusar, que es harto trabajo. Conozcamos nuestra miseria, y deseemos ir adonde «nadie nos menosprecia»; que algunas veces me acuerdo haber oído esto que dice la Esposa en los Cantares, y verdaderamente que no hallo en toda la vida cosa adonde con más razón se pueda decir; porque todos los menosprecios y trabajos que puede haber en la vida no me parece que llegan a estas batallas interiores. Cualquier desasosiego y guerra se puede sufrir con hallar paz adonde vivimos -como ya he dicho-; mas que queremos venir a descansar de mil trabajos que hay en el mundo y que quiera el Señor aparejarnos el descanso, y que en nosotras mismas esté el estorbo, no puede dejar de ser muy penoso y casi insufridero. Por eso, llevadnos, Señor, adonde no nos menosprecien estas miserias, que parecen algunas veces que están haciendo burla del alma.

13. Aun en esta vida la libra el Señor de esto, cuando ha llegado a la postrera morada, como diremos, si Dios fuere servido.

Y no darán a todos tanta pena estas miserias ni las acometerán, como a mí hicieron muchos años por ser ruin, que parece que yo misma me quería vengar de mí. Y como cosa tan penosa para mí, pienso que quizá será para vosotras así y no hago sino decirlo en un cabo y en otro, para si acertase alguna vez a daros a entender cómo es cosa forzosa, y no os traiga inquietas y afligidas, sino que dejemos andar esta tarabilla de molino y molamos nuestra harina, no dejando de obrar la voluntad y entendimiento.

14. Hay más y menos en este estorbo, conforme a la salud y a los tiempos. Padezca la pobre alma, aunque no tenga en esto culpa, que otras haremos por donde es razón que tengamos paciencia. Y porque no basta lo que leemos y nos aconsejan, que es que no hagamos caso de estos pensamientos, para las que poco sabemos no me parece tiempo perdido todo lo que gasto en declararlo más y consolaros en este caso; mas hasta que el Señor nos quiera dar luz, poco aprovecha. Mas es menester y quiere Su Majestad que tomemos medios y nos entendamos, y lo que hace la flaca imaginación y el natural y demonio no pongamos la culpa al alma.
– ir a índice –

Capítulo 2
Prosigue en lo mismo y declara por una comparación qué es gustos y cómo se han de alcanzar no procurándolos.

1. ¡Válgame Dios en lo que me he metido! Ya tenía olvidado lo que trataba, porque los negocios y salud me hace dejarlo al mejor tiempo; y como tengo poca memoria, irá todo desconcertado por no poder tornarlo a leer. Y aun quizás se es todo desconcierto cuanto digo; al menos es lo que siento.

Paréceme queda dicho de los consuelos espirituales. Cómo algunas como veces van envueltos con nuestras pasiones, traen consigo unos alborotos de sollozos, y aun a personas he oído que se les aprieta el pecho y aun vienen a movimientos exteriores, que no se pueden ir a la mano, y es la fuerza de manera que les hace salir sangre de narices y cosas así penosas. De esto no sé decir nada, porque no he pasado por ello, mas debe quedar consuelo; porque -como digo- todo va a parar en desear contentar a Dios y gozar de Su Majestad.

2. Los que yo llamo «gustos de Dios» -que en otra parte lo he nombrado «oración de quietud»- es muy de otra manera, como entenderéis las que lo habéis probado por la misericordia de Dios. Hagamos cuenta, para entenderlo mejor, que vemos dos fuentes con dos pilas que se hinchen de agua, que no me hallo cosa más a propósito para declarar algunas de espíritu que esto de agua; y es, como sé poco y el ingenio no ayuda y soy tan amiga de este elemento, que le he mirado con más advertencia que otras cosas; que en todas las que crio tan gran Dios, tan sabio, debe haber hartos secretos de que nos podemos aprovechar, y así lo hacen los que lo entienden, aunque creo que en cada cosita que Dios crió hay más de lo que se entiende, aunque sea una hormiguita.

3. Estos dos pilones se hinchen de agua de diferentes maneras: el uno viene de más lejos por muchos arcaduces y artificio; el otro está hecho en el mismo nacimiento del agua y vase hinchendo sin ningún ruido, y si es el manantial caudaloso, como éste de que hablamos, después de henchido este pilón procede un gran arroyo; ni es menester artificio, ni se acaba el edificio de los arcaduces, sino siempre está procediendo agua de allí.

4. Es la diferencia que la que viene por arcaduces es, a mi parecer, los «contentos» que tengo dicho que se sacan con la meditación; porque los traemos con los pensamientos, ayudándonos de las criaturas en la meditación y cansando el entendimiento; y como viene en fin con nuestras diligencias, hace ruido cuando ha de haber algún henchimiento de provechos que hace en el alma, como queda dicho.

Estotra fuente, viene el agua de su mismo nacimiento, que es Dios, y así como Su Majestad quiere, cuando es servido hacer alguna merced sobrenatural, produce con grandísima paz y quietud y suavidad de lo muy interior de nosotros mismos, yo no sé hacia dónde ni cómo, ni aquel contento y deleite se siente como los de acá en el corazón -digo en su principio, que después todo lo hinche-, vase revertiendo este agua por todas las moradas y potencias hasta llegar al cuerpo; que por eso dije que comienza de Dios y acaba en nosotros; que cierto, como verá quien lo hubiere probado, todo el hombre exterior goza de este gusto y suavidad.

5. Estaba yo ahora mirando -escribiendo esto- que en el verso que dije: Dilatasti cor meum, dice que ensanchó el corazón; y no me parece que es cosa -como digo- que su nacimiento es del corazón, sino de otra parte aun más interior, como una cosa profunda. Pienso que debe ser el centro del alma, como después he entendido y diré a la postre; que, cierto, veo secretos en nosotros mismos que me traen espantada muchas veces. Y ¡cuántos más debe haber!

¡Oh Señor mío y Dios mío, qué grandes son vuestras grandezas!, y andamos acá como unos pastorcillos bobos, que nos parece alcanzamos algo de Vos y debe ser tanto como nonada, pues en nosotros mismos están grandes secretos que no entendemos. Digo tanto como nonada, para lo muy muy mucho que hay en Vos, que no porque no son muy grandes las grandezas que vemos, aun de lo que podemos alcanzar de vuestras obras.

6. Tornando al verso, en lo que me puede aprovechar, a mi parecer, para aquí, es en aquel ensanchamiento; que así parece que, como comienza a producir aquella agua celestial de este manantial que digo de lo profundo de nosotros, parece que se va dilatando y ensanchando todo nuestro interior y produciendo unos bienes que no se pueden decir, ni aun el alma sabe entender qué es lo que se le da allí. Entiende una fragancia -digamos ahora- como si en aquel hondón interior estuviese un brasero adonde se echasen olorosos perfumes; ni se ve la lumbre, ni dónde está; mas el calor y humo oloroso penetra toda el alma y aun hartas veces -como he dicho- participa el cuerpo. Mirad, entendedme, que ni se siente calor ni se huele olor, que más delicada cosa es que estas cosas; sino para dároslo a entender. Y entiendan las personas que no han pasado por esto, que es verdad que pasa así y que se entiende, y lo entiende el alma más claro que yo lo digo ahora; que no es esto cosa que se puede antojar, porque por diligencias que hagamos no lo podemos adquirir, y en ello mismo se ve no ser de nuestro metal, sino de aquel purísimo oro de la sabiduría divina. Aquí no están las potencias unidas, a mi parecer, sino embebidas y mirando como espantadas qué es aquello.

7. Podrá ser que en estas cosas interiores me contradiga algo de lo que tengo dicho en otras partes. No es maravilla, porque en casi quince años que ha que lo escribí, quizá me ha dado el Señor más claridad en estas cosas de lo que entonces entendía, y ahora y entonces puedo errar en todo, mas no mentir, que, por la misericordia de Dios, antes pasaría mil muertes. Digo lo que entiendo.

8. La voluntad bien me parece que debe estar unida en alguna manera con la de Dios; mas en los efectos y obras de después se conocen estas verdades de oración, que no hay mejor crisol para probarse. Harto gran merced es de nuestro Señor, si la conoce quien la recibe, y muy grande si no torna atrás.

9. Luego querréis, mis hijas, procurar tener esta oración, y tenéis razón; que -como he dicho- no acaba de entender el alma las que allí la hace el Señor y con el amor que la va acercando más a Sí, que cierto está desear saber cómo alcanzaremos esta merced. Yo os diré lo que en esto he entendido.

10. Dejemos cuando el Señor es servido de hacerla porque Su Majestad quiere y no por más. El sabe el porqué; no nos hemos de meter en eso. Después de hacer lo que los de las moradas pasadas, ¡humildad, humildad! Por ésta se deja vencer el Señor a cuanto de él queremos; y lo primero en que veréis si la tenéis, es en no pensar que merecéis estas mercedes y gustos del Señor ni los habéis de tener en vuestra vida. Diréisme que de esta manera que ¿cómo se han de alcanzar no los procurando?. A esto respondo que no hay otra mejor de la que os he dicho y no los procurar, por estas razones: la primera, porque lo primero que para esto es menester es amar a Dios sin interés; la segunda, porque es un poco de poca humildad pensar que por nuestros servicios miserables se ha de alcanzar cosa tan grande; la tercera, porque el verdadero aparejo para esto es deseo de padecer y de imitar al Señor y no gustos, los que, en fin, le hemos ofendido; la cuarta, porque no está obligado Su Majestad a dárnoslos, como a darnos la gloria si guardamos sus mandamientos, que sin esto nos podremos salvar y sabe mejor que nosotros lo que nos conviene y quién le ama de verdad; y así es cosa cierta, yo lo sé, y conozco personas que van por el camino del amor como han de ir, por sólo servir a su Cristo crucificado, que no sólo no le piden gustos ni los desean, mas le suplican no se los dé en esta vida. Esto es verdad. La quinta es, porque trabajaremos en balde, que como no se ha de traer esta agua por arcaduces como la pasada, si el manantial no la quiere producir, poco aprovecha que nos cansemos. Quiero decir que aunque más meditación tengamos y aunque más nos estrujemos y tengamos lágrimas, no viene este agua por aquí. Sólo se da a quien Dios quiere y cuando más descuidada está muchas veces el alma.

Suyas somos, hermanas; haga lo que quisiere de nosotras; llévenos por donde fuere servido. Bien creo que quien de verdad se humillare y desasiere (digo de verdad, porque no ha de ser por nuestros pensamientos, que muchas veces nos engañan, sino que estemos desasidas del todo), que no dejará el Señor de hacernos esta merced y otras muchas que no sabremos desear. Sea por siempre alabado y bendito, amén.
– ir a índice –

Capítulo 3
En que trata qué es oración de recogimiento, que por la mayor parte la da el Señor antes de la dicha. – Dice sus efectos y los que quedan de la pasada que trató, de los gustos que da el Señor.

1. Los efectos de esta oración son muchos: algunos diré, y primero, otra manera de oración que comienza casi siempre primero que ésta, y por haberla dicho en otras partes, diré poco. Un recogimiento que también me parece sobrenatural, porque no es estar en oscuro ni cerrar los ojos, ni consiste en cosa exterior, puesto que, sin quererlo, se hace esto de cerrar los ojos y desear soledad; y sin artificio, parece que se va labrando el edificio para la oración que queda dicha; porque estos sentidos y cosas exteriores parece que van perdiendo de su derecho porque el alma vaya cobrando el suyo que tenía perdido.

2. Dicen que «el alma se entra dentro de sí» y otras veces que «sube sobre sí». Por este lenguaje no sabré yo aclarar nada, que esto tengo malo que por el que yo lo sé decir pienso que me habéis de entender, y quizá será sola para mí. Hagamos cuenta que estos sentidos y potencias (que ya he dicho que son la gente de este castillo, que es lo que he tomado para saber decir algo), que se han ido fuera y andan con gente extraña, enemiga del bien de este castillo, días y años; y que ya se han ido, viendo su perdición, acercando a él, aunque no acaban de estar dentro -porque esta costumbre es recia cosa-, sino no son ya traidores y andan alrededor. Visto ya el gran Rey, que está en la morada de este castillo, su buena voluntad, por su gran misericordia, quiérelos tornar a él y, como buen pastor, con un silbo tan suave, que aun casi ellos mismos no le entienden, hace que conozcan su voz y que no anden tan perdidos, sino que se tornen a su morada. Y tiene tanta fuerza este silbo del pastor, que desamparan las cosas exteriores en que estaban enajenados y métense en el castillo.

3. Paréceme que nunca lo he dado a entender como ahora, porque para buscar a Dios en lo interior (que se halla mejor y más a nuestro provecho que en las criaturas, como dice San Agustín que le halló, después de haberle buscado en muchas partes), es gran ayuda cuando Dios hace esta merced. Y no penséis que es por el entendimiento adquirido procurando pensar dentro de sí a Dios, ni por la imaginación, imaginándole en sí. Bueno es esto y excelente manera de meditación, porque se funda sobre verdad, que lo es estar Dios dentro de nosotros mismos; mas no es esto, que esto cada uno lo puede hacer (con el favor del Señor, se entiende, todo). Mas lo que digo es en diferente manera, y que algunas veces, antes que se comience a pensar en Dios, ya esta gente está en el castillo, que no sé por dónde ni cómo oyó el silbo de su pastor. Que no fue por los oídos, que no se oye nada, mas siéntese notablemente un encogimiento suave a lo interior, como verá quien pasa por ello, que yo no lo sé aclarar mejor. Paréceme que he leído que como un erizo o tortuga, cuando se retiran hacia sí, y debíalo de entender bien quien lo escribió. Mas éstos, ellos se entran cuando quieren; acá no está en nuestro querer sino cuando Dios nos quiere hacer esta merced. Tengo para mí que cuando Su Majestad la hace, es a personas que van ya dando de mano a las cosas del mundo. No digo que sea por obra los que tienen estado que no pueden, sino por el deseo, pues los llama particularmente para que estén atentos a las interiores; y así creo que, si queremos dar lugar a Su Majestad, que no dará sólo esto a quien comienza a llamar para más.

4. Alábele mucho quien esto entendiere en sí, porque es muy mucha razón que conozca la merced, y el hacimiento de gracias por ella hará que se disponga para otras mayores. Y es disposición para poder escuchar, como se aconseja en algunos libros, que procuren no discurrir, sino estarse atentos a ver qué obra el Señor en el alma; que si Su Majestad no ha comenzado a embebernos, no puedo acabar de entender cómo se pueda detener el pensamiento de manera que no haga más daño que provecho, aunque ha sido contienda bien platicada entre algunas personas espirituales, y de mí confieso mi poca humildad que nunca me han dado razón para que yo me rinda a lo que dicen. Uno me alegó con cierto libro del santo Fray Pedro de Alcántara -que yo creo lo es- a quien yo me rindiera, porque sé que lo sabía; y leímoslo y dice lo mismo que yo, aunque no por estas palabras; mas entiéndese en lo que dice que ha de estar ya despierto el amor.

5. Ya puede ser que yo me engañe, mas voy por estas razones: la primera, que en esta obra de espíritu quien menos piensa y quiere hacer, hace más; lo que habemos de hacer es pedir como pobres necesitados delante de un grande y rico emperador, y luego bajar los ojos y esperar con humildad. Cuando por sus secretos caminos parece que entendemos que nos oye, entonces es bien callar, pues nos ha dejado estar cerca de él, y no será malo procurar no obrar con el entendimiento -si podemos digo- Mas si este Rey aun no entendemos que nos ha oído ni nos ve, no nos hemos de estar bobos, que lo queda harto el alma cuando ha procurado esto, y queda mucho más seca y por ventura más inquieta la imaginación con la fuerza que se ha hecho a no pensar nada, sino que quiere el Señor que le pidamos y consideremos estar en su presencia, que El sabe lo que nos cumple. Yo no puedo persuadirme a industrias humanas en cosas que parece puso Su Majestad límite y las quiso dejar para Sí; lo que no dejó otras muchas que podemos con su ayuda, así de penitencia, como de obras, como de oración, hasta donde puede nuestra miseria.

6. La segunda razón es, que estas obras interiores son todas suaves y pacíficas, y hacer cosa penosa, antes daña que aprovecha. Llamo penosa fuerza que nos queramos hacer, como sería pena detener el huelgo; sino dejarse el alma en las manos de Dios, haga lo que quisiere de ella, con el mayor descuido de su provecho que pudiere y mayor resignación a la voluntad de Dios.

7. La tercera es, que el mismo cuidado que se pone en no pensar nada quizá despertará el pensamiento a pensar mucho.

8. La cuarta es, que lo más sustancial y agradable a Dios es que nos acordemos de su honra y gloria y nos olvidemos de nosotros mismos y de nuestro provecho y regalo y gusto. Pues ¿cómo está olvidado de sí el que con mucho cuidado está, que no se osa bullir, ni aun deja a su entendimiento y deseos que se bullan a desear la mayor gloria de Dios, ni que se huelgue de la que tiene? Cuando Su Majestad quiere que el entendimiento cese, ocúpale por otra manera y da una luz en el conocimiento tan sobre la que podemos alcanzar, que le hace quedar absorto, y entonces, sin saber cómo, queda muy mejor enseñado que no con todas nuestras diligencias para echarle más a perder; que pues Dios nos dio las potencias para que con ellas trabajásemos y se tiene todo su premio, no hay para qué las encantar, sino dejarlas hacer su oficio, hasta que Dios las ponga en otro mayor.

Lo que entiendo que más conviene que ha de hacer el alma que ha querido el Señor meter a esta morada es lo dicho, y que sin ninguna fuerza ni ruido procure atajar el discurrir del entendimiento, mas no el suspenderle ni el pensamiento, sino que es bien que se acuerde que está delante de Dios y quién es este Dios. Si lo mismo que siente en sí le embebiere, enhorabuena; mas no procure entender lo que es, porque es dado a la voluntad; déjela gozar sin ninguna industria más de algunas palabras amorosas, que aunque no procuremos aquí estar sin pensar nada, se está muchas veces, aunque muy breve tiempo.

Mas -como dije en otra parte- la causa porque en esta manera de oración (digo en la que comencé esta morada, que he metido la de recogimiento con ésta que había de decir primero, y es muy menos que la de los gustos que he dicho de Dios, sino que es principio para venir a ella; que en la del recogimiento no se ha de dejar la meditación, ni la obra del entendimiento) en esta fuente manantial que no viene por arcaduces él se comide o le hace comedir ver que no entiende lo que quiere; y así anda de un cabo a otro, como tonto que en nada hace asiento. La voluntad le tiene tan grande en su Dios, que la da gran pesadumbre su bullicio, y así no ha menester hacer caso de él, que la hará perder mucho de lo que goza, sino dejarle y dejarse a sí en los brazos del amor, que Su Majestad la enseñará lo que ha de hacer en aquel punto, que casi todo es hallarse indigna de tanto bien y emplearse en hacimiento de gracias.

9. Por tratar de la oración de recogimiento, dejé los efectos o señales que tienen las almas a quien Dios nuestro Señor da esta oración. Así como se entiende claro un dilatamiento o ensanchamiento en el alma, a manera de como si el agua que mana de una fuente no tuviese corriente, sino que la misma fuente estuviese labrada de una cosa que mientras más agua manase más grande se hiciese el edificio, así parece en esta oración, y otras muchas maravillas que hace Dios en el alma, que la habilita y va disponiendo para que quepa todo en ella. Así esta suavidad y ensanchamiento interior se ve en el que le queda para no estar tan atada como antes en las cosas del servicio de Dios, sino con mucha más anchura. Así en no se apretar con el temor del infierno, porque aunque le queda mayor de no ofender a Dios, el servil piérdese aquí: queda con gran confianza que le ha de gozar. El que solía tener, para hacer penitencia, de perder la salud, ya le parece que todo lo podrá en Dios; tiene más deseos de hacerla que hasta allí. El temor que solía tener a los trabajos, ya va más templado; porque está más viva la fe y entiende que, si los pasa por Dios, Su Majestad le dará gracia para que los sufra con paciencia, y aun algunas veces los desea, porque queda también una gran voluntad de hacer algo por Dios. Como va más conociendo su grandeza, tiénese ya por más miserable; como ha probado ya los gustos de Dios, ve que es una basura los del mundo, vase poco a poco apartando de ellos y es más señora de sí para hacerlo. En fin, en todas las virtudes queda mejorada y no dejará de ir creciendo, si no torna atrás ya, a hacer ofensas de Dios, porque entonces todo se pierde, por subida que esté un alma en la cumbre. Tampoco se entiende que de una vez o dos que Dios haga esta merced a un alma, quedan todas éstas hechas si no va perseverando en recibirlas, que en esta perseverancia está todo nuestro bien.

10. De una cosa aviso mucho a quien se viere en este estado: que se guarde muy mucho de ponerse en ocasiones de ofender a Dios; porque aquí no está aún el alma criada, sino como un niño que comienza a mamar, que si se aparta de los pechos de su madre, ¿qué se puede esperar de él sino la muerte? Yo he mucho temor que a quien Dios hubiere hecho esta merced y se apartare de la oración, que será así, si no es con grandísima ocasión o si no torna presto a ella, porque irá de mal en peor. Yo sé que hay mucho que temer en este caso, y conozco a algunas personas que me tienen harto lastimada y he visto lo que digo, por haberse apartado de quien con tanto amor se le quería dar por amigo y mostrárselo por obras. Aviso tanto que no se pongan en ocasiones, porque pone mucho el demonio más por un alma de éstas que por muy muchas a quien el Señor no haga estas mercedes; porque le pueden hacer gran daño con llevar otras consigo, y hacer gran provecho, podría ser, en la Iglesia de Dios; y aunque no haya otra cosa sino ver el que Su Majestad las muestra amor particular, basta para que él se deshaga porque se pierdan; y así son muy combatidas y aun mucho más perdidas que otras, si se pierden.

11. Vosotras, hermanas, libres estáis de estos peligros, a lo que podemos entender; de soberbia y vanagloria os libre Dios; y de que el demonio quiera contrahacer estas mercedes, conocerse ha en que no hará estos efectos, sino todo al revés.

De un peligro os quiero avisar (aunque os lo he dicho en otra parte) en que he visto caer a personas de oración, en especial mujeres, que como somos más flacas, ha más lugar para lo que voy a decir. Y es que algunas, de la mucha penitencia y oración y vigilias y aun sin esto, sonse flacas de complexión; en teniendo algún regalo, sujétales el natural y, como sienten contento alguno interior y caimiento en lo exterior y una flaqueza, cuando hay un sueño que llaman espiritual, que es un poco más de lo que queda dicho, paréceles que es lo uno como lo otro y déjanse embebecer. Y mientras más se dejan, se embebecen más, porque se enflaquece más el natural, y en su seso les parece arrobamiento; y llámole yo abobamiento, que no es otra cosa más de estar perdiendo tiempo allí y gastando su salud.

A una persona le acaecía estar ocho horas), que ni están sin sentido, ni sienten cosa de Dios. Con dormir y comer y no hacer tanta penitencia, se le quitó a esta persona, porque hubo quien la entendiese, que a su confesor traía engañado y a otras personas y a sí misma, que ella no quería engañar. Bien creo que haría el demonio alguna diligencia para sacar alguna ganancia, y no comenzaba a sacar poca.

12. Hase de entender que cuando es cosa verdaderamente de Dios, que aunque hay caimiento interior y exterior, que no le hay en el alma, que tiene grandes sentimientos de verse tan cerca de Dios, ni tampoco dura tanto, sino muy poco espacio, bien que se torna a embebecer; y en esta oración, si no es flaqueza -como he dicho- no llega a tanto que derrueque el cuerpo ni haga ningún sentimiento exterior en él.

13. Por eso tengan aviso que cuando sintieren esto en sí, lo digan a la prelada y diviértanse lo que pudieren y hágalas no tener horas tantas de oración sino muy poco, y procure que duerman bien y coman, hasta que se les vaya tornando la fuerza natural, si se perdió por aquí. Si es de tan flaco natural que no le baste esto, créanme que no la quiere Dios sino para la vida activa, que de todo ha de haber en los monasterios; ocúpenla en oficios, y siempre se tenga cuenta que no tenga mucha soledad, porque vendrá a perder del todo la salud. Harta mortificación será para ella; aquí quiere probar el Señor el amor que le tiene en cómo lleva esta ausencia, y será servido de tornarle la fuerza después de algún tiempo, y si no, con oración vocal ganará y con obedecer, y merecerá lo que había de merecer por aquí y por ventura más.

14. También podría haber algunas de tan flaca cabeza e imaginación -como yo las he conocido- que todo lo que piensan les parece que lo ven; es harto peligroso.

15. Porque quizá se tratará de ello adelante, no más aquí, que me he alargado mucho en esta morada, porque es en la que más almas creo entran, y como es también natural junto con lo sobrenatural, puede el demonio hacer más daño; que en las que están por decir, no le da el Señor tanto lugar. Sea por siempre alabado, amén.
– ir a índice –

Moradas quintas

Capítulo 1
Comienza a tratar cómo en la oración se une el ama con Dios. – Dice en qué se conocerá no ser engaño.

1. ¡Oh hermanas!, ¿cómo os podría yo decir la riqueza y tesoros y deleites que hay en las quintas moradas? Creo fuera mejor no decir nada de las que faltan, pues no se ha de saber decir ni el entendimiento lo sabe entender ni las comparaciones pueden servir de declararlo, porque son muy bajas las cosas de la tierra para este fin. Enviad, Señor mío, del cielo luz para que yo pueda dar alguna a estas vuestras siervas, pues sois servido de que gocen algunas de ellas tan ordinariamente de estos gozos, porque no sean engañadas, transfigurándose el demonio en ángel de luz, pues todos sus deseos se emplean en desear contentaros.

2. Y aunque dije «algunas», bien pocas hay que no entren en esta morada que ahora diré. Hay más y menos, y a esta causa digo que son las más las que entran en ellas. En algunas cosas de las que aquí diré que hay en este aposento, bien creo que son pocas; mas aunque no sea sino llegar a la puerta, es harta misericordia la que las hace Dios; porque, puesto que son muchos los llamados, pocos son los escogidos.

3. Así digo ahora que aunque todas las que traemos este hábito sagrado del Carmen somos llamadas a la oración y contemplación (porque éste fue nuestro principio, de esta casta venimos, de aquellos santos Padres nuestros del Monte Carmelo, que en tan gran soledad y con tanto desprecio del mundo buscaban este tesoro, esta preciosa margarita de que hablamos), pocas nos disponemos para que nos la descubra el Señor. Porque cuanto a lo exetiror vamos bien para llegar a lo que es menester; en las virtudes para llegar aquí, hemos menester mucho, mucho, y no nos descuidar poco ni mucho. Por eso, hermanas mías, alto a pedir al Señor, que pues en alguna manera podemos gozar del cielo en la tierra, que nos dé su favor para que no quede por nuestra culpa y nos muestre el camino y dé fuerzas en el alma para cavar hasta hallar este tesoro escondido, pues es verdad que le hay en nosotras mismas, que esto querría yo dar a entender, si el Señor es servido que sepa.

4. Dije «fuerzas en el alma», porque entendáis que no hacen falta las del cuerpo a quien Dios nuestro Señor no las da; no imposibilita a ninguno para comprar sus riquezas; con que dé cada uno lo que tuviere, se contenta. Bendito sea tan gran Dios. Mas mirad, hijas, que para esto que tratamos no quiere que os quedéis con nada; poco o mucho, todo lo quiere para sí, y conforme a lo que entendiéreis de vos que os han dado, se os harán mayores o menores mercedes. No hay mejor prueba para entender si llega a unión o si no nuestra oración. No penséis que es cosa soñada, como la pasada. Digo soñada, porque así parece está el alma como adormezida, que ni bien parece está dormida ni se siente despierta. Aquí con estar todas dormidas, y bien dormidas, a las cosas del mundo y a nosotras mismas (porque en hecho de verdad se queda como sin sentido aquello poco que dura, que ni hay poder pensar, aunque quieran, aquí no es menester con artificio suspender el pensamiento; hasta el amar -si lo hace- no entiende cómo, ni qué es lo que ama ni qué querría; en fin, como quien de todo punto ha muerto al mundo para vivir más en Dios, que así es: una muerte sabrosa, un arrancamiento del alma de todas las operaciones que puede tener estando en el cuerpo; deleitosa, porque aunque de verdad parece se aparta el alma de él para mejor estar en Dios, de manera que aun no sé yo si le queda vida para resolgar (ahora lo estaba pensando y paréceme que no, al menos si lo hace no se entiende si lo hace), todo su entendimiento se querría emplear en entender algo de lo que siente y, como no llegan sus fuerzas a esto, quédase espantado de manera que, si no se pierde del todo, no menea pie ni mano, como acá decimos de una persona que está tan desmayada que nos parece está muerta.

¡Oh secretos de Dios!, que no me hartaría de procurar dar a entenderlos si pensase acertar en algo, y así diré mil desatinos, por si alguna vez atinase, para que alabemos mucho al Señor.

5. Dije que no era cosa soñada, porque en la morada que queda dicha, hasta que la experiencia es mucha queda el alma dudosa de qué fue aquello: si se le antojó, si estaba dormida, si fue dado de Dios, si se transfiguró el demonio en ángel de luz. Queda con mil sospechas, y es bien que las tenga, porque -como dije- aun el mismo natural nos puede engañar allí alguna vez; porque aunque no hay tanto lugar para entrar las cosas ponzoñosas, unas lagartijillas sí, que como son agudas por doquiera se meten; y aunque no hacen daño, en especial si no hacen caso de ellas – como dije- porque son pensamientillos que proceden de la imaginación y de lo que queda dicho, importunan muchas veces. Aquí, por ayudas que son las lagartijas, no pueden entrar en esta morada; porque ni hay imaginación, ni memoria ni entendimiento que pueda impedir este bien. Y osaré afirmar que si verdaderamente es unión de Dios, que no puede entrar el demonio ni hacer ningún daño; porque está Su Majestad tan junto y unido con la esencia del alma, que no osará llegar ni aun debe de entender este secreto. Y está claro: pues dicen que no entiende nuestro pensamiento, menos entenderá cosa tan secreta, que aun no la fía Dios de nuestro pensamiento. ¡Oh gran bien, estado adonde este maldito no nos hace mal! Así queda el alma con tan grandes ganancias, por obrar Dios en ella sin que nadie le estorbe, ni nosotros mismos. ¿Qué no dará quien es tan amigo de dar y puede dar todo lo que quiere?

6. Parece que os dejo confusas en decir si es unión de Dios y que hay otras uniones. Y ¡cómo si las hay! Aunque sean en cosas vanas, cuando se aman mucho, también los transportará el demonio; mas no con la manera que Dios ni con el deleite y satisfacción del alma y paz y gozo. Es sobre todos los gozos de la tierra y sobre todos los deleites y sobre todos los contentos y más, que no tiene que ver adonde se engendran estos contentos o los de la tierra, que es muy diferente su sentir como lo tendréis experimentado. Dije yo una vez, que es como si fuesen en esta grosería del cuerpo, o en los tuétanos, y atiné bien, que no sé cómo lo decir mejor.

7. Paréceme que aún no os veo satisfechas, porque os parecerá que os podéis engañar, que esto interior es cosa recia de examinar; y aunque para quien ha pasado por ello basta lo dicho, porque es grande la diferencia, quiéroos decir una señal clara por donde no os podréis engañar ni dudar si fue de Dios, que Su Majestad me la ha traído hoy a la memoria, y a mi parecer es la cierta.

8. Siempre en cosas dificultosas, aunque me parece que lo entiendo y que digo verdad, voy con este lenguaje de que «me parece»; porque si me engañare, estoy muy aparejada a creer lo que dijeren los que tienen letras muchas; porque aunque no hayan pasado por estas cosas, tienen un no sé qué grandes letrados, que como Dios los tiene para luz de su Iglesia, cuando es una verdad, dásela para que se admita; y si no son derramados sino siervos de Dios, nunca se espantan de sus grandezas, que tienen bien entendido que puede mucho más y más. Y, en fin, aunque algunas cosas no tan declaradas, otras deben hallar escritas, por donde ven que pueden pasar éstas.

De esto tengo grandísima experiencia, y también la tengo de unos medioletrados espantadizos, porque me cuestan muy caro. Al menos creo que quien no creyere que puede Dios mucho más y que ha tenido por bien y tiene algunas veces comunicarlo a sus criaturas, que tiene bien cerrada la puerta para recibirlas. Por eso, hermanas, nunca os acaezca, sino creed de Dios mucho más y más, y no pongáis los ojos en si son ruines o buenos a quien las hace, que Su Majestad lo sabe, como os lo he dicho; no hay para qué nos meter en esto, sino con simpleza de corazón y humildad servir a Su Majestad y alabarle por sus obras y maravillas.

9. Pues tornando a la señal que digo es la verdadera, ya veis esta alma que la ha hecho Dios boba del todo para imprimir mejor en ella la verdadera sabiduría, que ni ve ni oye ni entiende en el tiempo que está así, que siempre es breve, y aun harto más breve le parece a ella de lo que debe de ser. Fija Dios a sí mismo en lo interior de aquel alma de manera que cuando torna en si en ninguna manera pueda dudar que estuvo en Dios y Dios en ella. Con tanta firmeza le queda esta verdad, que aunque pase años sin tornarle Dios a hacer aquella merced, ni se le olvida ni puede dudar que estuvo. Aun dejemos por los efectos con que queda, que éstos diré después; esto es lo que hace mucho al caso.

10. Pues diréisme: ¿cómo lo vio o cómo lo entendió, si no ve ni entiende? No digo que lo vio entonces, sino que lo ve después claro; y no porque es visión, sino una certidumbre que queda en el alma que sólo Dios la puede poner. Yo sé de una persona que no había llegado a su noticia que estaba Dios en todas las cosas por presencia y potencia y esencia, y de una merced que le hizo Dios de esta suerte lo vino a creer de manera, que aunque un medioletrado de los que tengo dichos a quien preguntó cómo estaba Dios en nosotros (él lo sabía tan poco como ella antes que Dios se lo diese a entender) le dijo que no estaba más de por gracia, ella tenía ya tan fija la verdad, que no le creyó y preguntólo a otros que le dijeron la verdad, con que se consoló mucho.

11. No os habéis de engañar pareciéndoos que esta certidumbre queda en forma corporal, como el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo está en el Santísimo Sacramento, aunque no le vemos, porque acá no queda así, sino de sola la divinidad. Pues ¿cómo lo que no vimos se nos queda con esa certidumbre? – Eso no lo sé yo, son obras suyas: mas sé que digo la verdad, y quien no quedare con esta certidumbre, no diría yo que es unión de toda el alma con Dios, sino de alguna potencia, y otras muchas maneras de mercedes que hace Dios al alma.

12. Hemos de dejar en todas estas cosas de buscar razones para ver cómo fue; pues no llega nuestro entendimiento a entenderlo, ¿para qué nos queremos desvanecer? Basta ver que es todopoderoso el que lo hace, y pues no somos ninguna parte por diligencias que hagamos para alcanzarlo, sino que es Dios el que lo hace, no lo queramos ser para entenderlo.

13. Ahora me acuerdo, sobre esto que digo de que «no somos parte», de lo que habéis oído que dice la Esposa en los Cantares: Llevóme el rey a la bodega del vino, o metiome, creo que dice. Y no dice que ella se fue. Y dice también que andaba buscando a su Amado por una parte y por otra. Esta entiendo yo es la bodega adonde nos quiere meter el Señor cuando quiere y como quiere; mas por diligencias que nosotros hagamos, no podemos entrar. Su Majestad nos ha de meter y entrar El en el centro de nuestra alma y, para mostrar sus maravillas mejor, no quiere que tengamos en ésta más parte de la voluntad que del todo se le ha rendido, ni que se le abra la puerta de las potencias y sentidos, que todos están dormidos; sino entrar en el centro del alma sin ninguna, como entró a sus discípulos cuando dijo: Pax vobis, y salió del sepulcro sin levantar la piedra.

14. Adelante veréis cómo Su Majestad quiere que le goce el alma en su mismo centro, aun más que aquí mucho en la postrera morada.
¡Oh hijas, qué mucho veremos si no queremos ver más de nuestra bajeza y miseria, y entender que no somos dignas de ser siervas de un Señor tan grande, que no podemos alcanzar sus maravillas! Sea por siempre alabado, amén.
– ir a índice –

Capítulo 2
Prosigue en lo mismo. – Declara la oración de unión por una comparación delicada. – Dice los efectos con que queda el alma. – Es muy de notar.

1. Pareceros ha que ya está todo dicho lo que hay que ver en esta morada, y falta mucho, porque -como dije- hay más y menos. Cuanto a lo que es unión, no creo sabré decir más; mas cuando el alma a quien Dios hace estas mercedes se dispone, hay muchas cosas que decir de lo que el Señor obra en ellas. Algunas diré y de la manera que queda. Para darlo mejor a entender, me quiero aprovechar de una comparación que es buena para este fin, y también para que veamos cómo, aunque en esta obra que hace el Señor no podemos hacer nada, mas para que Su Majestad nos haga esta merced, podemos hacer mucho disponiéndonos.

2. Ya habréis oído sus maravillas en cómo se cría la seda, que sólo El pudo hacer semejante invención, y cómo de una simiente, que dicen que es a manera de granos de pimienta pequeños (que yo nunca la he visto, sino oído, y así si algo fuere torcido no es mía la culpa), con el calor, en comenzando a haber hoja en los morales, comienza esta simiente a vivir; que hasta que hay este mantenimiento de que se sustentan, se está muerta; y con hojas de moral se crían, hasta que, después de grandes, les ponen unas ramillas y allí con las boquillas van de sí mismos hilando la seda y hacen unos capuchillos muy apretados adonde se encierran; y acaba este gusano que es grande y feo, y sale del mismo capucho una mariposica blanca, muy graciosa. Mas si esto no se viese, sino que nos lo contaran de otros tiempos, ¿quién lo pudiera creer? ¿Ni con qué razones pudiéramos sacar que una cosa tan sin razón como es un gusano y una abeja, sean tan diligentes en trabajar para nuestro provecho y con tanta industria, y el pobre gusanillo pierda la vida en la demanda? Para un rato de meditación basta esto, hermanas, aunque no os diga más, que en ello podéis considerar las maravillas y sabiduría de nuestro Dios. Pues ¿qué será si supiésemos la propiedad de todas las cosas? De gran provecho es ocuparnos en pensar estas grandezas y regalarnos en ser esposas de Rey tan sabio y poderoso.

3. Tornemos a lo que decía. Entonces comienza a tener vida este gusano, cuando con el calor del Espíritu Santo se comienza a aprovechar del auxilio general que a todos nos da Dios y cuando comienza a aprovecharse de los remedios que dejó en su Iglesia, así de continuar las confesiones, como con buenas lecciones y sermones, que es el remedio que un alma que está muerta en su descuido y pecados y metida en ocasiones puede tener. Entonces comienza a vivir y vase sustentando en esto y en buenas meditaciones, hasta que está crecida, que es lo que a mí me hace al caso, que estotro poco importa.

4. Pues crecido este gusano -que es lo que en los principios queda dicho de esto que he escrito-, comienza a labrar la seda y edificar la casa adonde ha de morir. Esta casa querría dar a entender aquí, que es Cristo. En una parte me parece he leído u oído que nuestra vida está escondida en Cristo, o en Dios, que todo es uno, o que nuestra vida es Cristo. En que esto sea o no, poco va para mi propósito.

5. Pues veis aquí, hijas, lo que podemos con el favor de Dios hacer: que Su Majestad mismo sea nuestra morada, como lo es en esta oración de unión, labrándola nosotras. Parece que quiero decir que podemos quitar y poner en Dios, pues digo que El es la morada y la podemos nosotras fabricar para meternos en ella. Y ¡cómo si podemos!, no quitar de Dios ni poner, sino quitar de nosotros y poner, como hacen estos gusanitos; que no habremos acabado de hacer en esto todo lo que podemos, cuando este trabajillo, que no es nada, junte Dios con su grandeza y le dé tan gran valor que el mismo Señor sea el premio de esta obra. Y así como ha sido el que ha puesto la mayor costa, así quiere juntar nuestros trabajillos con los grandes que padeció Su Majestad y que todo sea una cosa.

6. Pues ¡ea, hijas mías!, prisa a hacer esta labor y tejer este capuchillo, quitando nuestro amor propio y nuestra voluntad, el estar asidas a ninguna cosa de la tierra, poniendo obras de penitencia, oración, mortificación, obediencia, todo lo demás que sabéis; que ¡así obrásemos como sabemos y somos enseñadas de lo que hemos de hacer! ¡Muera, muera este gusano, como lo hace en acabando de hacer para lo que fue criado!, y veréis cómo vemos a Dios y nos vemos tan metidas en su grandeza como lo está este gusanillo en este capucho. Mirad que digo ver a Dios, como dejo dicho quese da a sentir en esta manera de unión.

7. Pues veamos qué se hace este gusano, que es para lo que he dicho todo lo demás, que cuando está en esta oración bien muerto está al mundo: sale una mariposita blanca. ¡Oh grandeza de Dios, y cuál sale una alma de aquí, de haber estado un poquito metida en la grandeza de Dios y tan junta con El; que a mi parecer nunca llega a media hora! Yo os digo de verdad que la misma alma no se conoce a sí; porque, mirad la diferencia que hay de un gusano feo a una mariposica blanca, que la misma hay acá. No sabe de dónde pudo merecer tanto bien -de dónde le pudo venir, quise decir, que bien sabe que no le merece-; vese con un deseo de alabar al Señor, que se querría deshacer, y de morir por El mil muertes. Luego le comienza a tener de padecer grandes trabajos, sin poder hacer otra cosa. Los deseos de penitencia grandísimos, el de soledad, el de que todos conociesen a Dios; y de aquí le viene una pena grande de ver que es ofendido. Y aunque en la morada que viene se tratará más de estas cosas en particular, porque aunque casi lo que hay en esta morada y en la que viene después es todo uno, es muy diferente la fuerza de los efectos; porque -como he dicho- si después que Dios llega a un alma aquí se esfuerza a ir adelante, verá grandes cosas.

8. ¡Oh, pues ver el desasosiego de esta mariposita, con no haber estado más quieta y sosegada en su vida, es cosa para alabar a Dios! Y es que no sabe adónde posar y hacer su asiento, que como le ha tenido tal, todo lo que ve en la tierra le descontenta, en especial cuando son muchas las veces que la da Dios de este vino; casi de cada una queda con nuevas ganancias. Ya no tiene en nada las obras que hacía siendo gusano, que era poco a poco tejer el capucho; hanle nacido alas, ¿cómo se ha de contentar, pudiendo volar, de andar paso a paso? Todo se le hace poco cuanto puede hacer por Dios, según son sus deseos. No tiene en mucho lo que pasaron los santos, entendiendo ya por experiencia cómo ayuda el Señor y transforma un alma, que no parece ella ni su figura. Porque la flaqueza que antes le parecía tener para hacer penitencia, ya la halla fuerte; el atamiento con deudos o amigos o hacienda (que ni le bastaban actos, ni determinaciones, ni quererse apartar, que entonces le parecía se hallaba más junta), ya se ve de manera que le pesa estar obligada a lo que, para no ir contra Dios, es menester hacer. Todo le cansa, porque ha probado que el verdadero descanso no le pueden dar las criaturas.

9. Parece que me alargo, y mucho más podría decir, y a quien Dios hubiere hecho esta merced verá que quedo corta; y así no hay que espantar que esta mariposilla busque asiento de nuevo, así como se halla nueva de las cosas de la tierra. Pues ¿adónde irá la pobrecica? Que tornar adonde salió no puede, que -como está dicho- no es en nuestra mano, aunque más hagamos, hasta que es Dios servido de tornarnos a hacer esta merced.

¡Oh Señor!, y ¡qué nuevos trabajos comienzan a esta alma! ¿Quién dijera tal después de merced tan subida? En fin, fin, de una manera o de otra ha de haber cruz mientras vivimos, y quien dijere que, después que llegó aquí, siempre está con descanso y regalo, diría yo que nunca llegó, sino que por ventura fue algún gusto, si entró en la morada pasada, y ayudado de flaqueza natural, y aun, por ventura, del demonio, que le da paz para hacerle después mucha mayor guerra.

10. No quiero decir que no tienen paz los que llegan aquí, que sí tienen y muy grande; porque los mismos trabajos son de tanto valor y de tan buena raíz, que, con serlo muy grandes, de ellos mismos sale la paz y el contento. Del mismo descontento que dan las cosas del mundo nace un deseo de salir de él tan penoso, que si algún alivio tiene es pensar que quiere Dios viva en este destierro, y aun no basta, porque aun el alma con todas estas ganancias no está tan rendida en la voluntad de Dios, como se verá adelante, aunque no deja de conformarse; mas es con un gran sentimiento, que no puede más, porque no le han dado más, y con muchas lágrimas. Cada vez que tiene oración es ésta su pena. En alguna manera quizá procede de la muy grande que le da de ver que es ofendido Dios y poco estimado en este mundo y de las muchas almas que se pierden, así de herejes, como de moros; aunque las que más la lastiman son las de los cristianos, que aunque ve es grande la misericordia de Dios, que por mal que vivan se pueden enmendar y salvarse, teme que se condenan muchos.

11. ¡Oh grandeza de Dios!, que pocos años antes estaba esta alma, y aun quizá días, que no se acordaba sino de sí, ¿quién la ha metido en tan penosos cuidados? Que, aunque queramos tener muchos años de meditación, tan penosamente como ahora esta alma lo siente no lo podremos sentir. Pues ¡válgame Dios!, si muchos días y años yo me procuro ejercitar en el gran mal que es ser Dios ofendido y pensar que estos que se condenan son hijos suyos y hermanos míos, y los peligros en que vivimos, cuán bien nos está salir de esta miserable vida, ¿no bastará? -Que no, hijas, no es la pena que se siente aquí como las de acá; que eso bien podríamos con el favor del Señor tenerla, pensando mucho esto; mas no llega a lo íntimo de las entrañas como aquí, que parece desmenuza un alma y la muele, sin procurarlo ella y aun a veces sin quererlo. Pues ¿qué es esto? ¿De dónde procede? -Yo os lo diré.

12. ¿No habéis oído -que ya aquí lo he dicho otra vez, aunque no a este propósito- de la Esposa, que la metió Dios a la bodega del vino y ordenó en ella la caridad? Pues esto es; que como aquel alma ya se entrega en sus manos y el gran amor la tiene tan rendida que no sabe ni quiere más de que haga Dios lo que quisiere de ella (que jamás hará Dios, a lo que yo pienso, esta merced sino a alma que ya toma muy por suya), quiere que, sin que ella entienda cómo, salga de allí sellada con su sello. Porque verdaderamente el alma allí no hace más que la cera cuando imprime otro el sello, que la cera no se le imprime a sí, sólo está dispuesta, digo blanda; y aun para esta disposición tampoco se ablanda ella, sino que se está queda y lo consiente. ¡Oh bondad de Dios, que todo ha de ser a vuestra costa! Sólo queréis nuestra voluntad y que no haya impedimento en la cera.

13. Pues veis aquí, hermanas, lo que nuestro Dios hace aquí para que esta alma ya se conozca por suya; da de lo que tiene, que es lo que tuvo su Hijo en esta vida; no nos puede hacer mayor merced. ¿Quién más debía querer salir de esta vida? Y así lo dijo Su Majestad en la Cena: Con deseo he deseado.

Pues ¿cómo, Señor, no se os puso delante la trabajosa muerte que habéis de morir tan penosa y espantosa? -No; porque el grande amor que tengo y deseo de que se salven las almas sobrepuja sin comparación a esas penas; y las muy grandísimas que he padecido y padezco, después que estoy en el mundo, son bastantes para no tener esas en nada en su comparación.

14. Es así que muchas veces he considerado en esto, y sabiendo yo el tormento que pasa y ha pasado cierta alma que conozco de ver ofender a nuestro Señor, tan insufridero que se quisiera mucho más morir que sufrirla, y pensando si una alma con tan poquísima caridad, comparada a la de Cristo, que se puede decir casi ninguna en esta comparación, sentía este tormento tan insufridero, ¿qué sería el sentimiento de nuestro Señor Jesucristo, y qué vida debía pasar, pues todas las cosas le eran presentes y estaba siempre viendo las grandes ofensas que se hacían a su Padre? Sin duda creo yo que fueron muy mayores que las de su sacratísima Pasión; porque entonces ya veía el fin de estos trabajos, y con esto y con el contento de ver nuestro remedio con su muerte y de mostrar el amor que tenía a su Padre en padecer tanto por El, moderaría los dolores, como acaece acá a los que con fuerza de amor hacen grandes penitencias, que no las sienten casi, antes querrían hacer más y más, y todo se le hace poco. Pues ¿qué sería a Su Majestad, viéndose en tan gran ocasión, para mostrar a su Padre cuán cumplidamente cumplía el obedecerle, y con el amor del prójimo? ¡Oh gran deleite, padecer en hacer la voluntad de Dios! Mas en ver tan continuo tantas ofensas a Su Majestad hechas, e ir tantas almas al infierno, téngolo por cosa tan recia, que creo, si no fuera más de hombre, un día de aquella pena bastaba para acabar muchas vidas, ¡cuánto más una!
– ir a índice –

Capítulo 3
Continúa la misma materia. – Dice de otra manera de unión que puede alcanzar el alma con el favor de Dios, y lo que importa para esto el amor del prójimo. – Es de mucho provecho.

1. Pues tornemos a nuestra palomica y veamos algo de lo que Dios da en este estado. Siempre se entiende que ha de procurar ir adelante en el servicio de nuestro Señor y en el conocimiento propio; que si no hace más de recibir esta merced y, como cosa ya segura, descuidarse en su vida y torcer el camino del cielo, que son los mandamientos, acaecerle ha lo que a la que sale del gusano, que echa la simiente para que produzcan otras y ella queda muerta para siempre. Digo que echa la simiente, porque tengo para mí que quiere Dios que no sea dada en balde una merced tan grande; sino que ya que no se aproveche de ella para sí, aproveche a otros. Porque como queda con estos deseos y virtudes dichas, el tiempo que dura en el bien siempre hace provecho a otras almas y de su calor les pega calor; y aun cuando le tienen ya perdido, acaece quedar con esa gana de que se aprovechen otros, y gusta de dar a entender las mercedes que Dios hace a quien le ama y sirve.

2. Yo he conocido persona que le acaecía así, que, estando muy perdida, gustaba de que se aprovechasen otras con las mercedes que Dios le había hecho y mostrarles el camino de oración a las que no le entendían, e hizo harto provecho, harto. Después le tornó el Señor a dar luz. Verdad es que aún no tenía los efectos que quedan dichos. Mas ¡cuántos debe haber que los llama el Señor al apostolado, como a Judas, comunicando con ellos, y los llama para hacer reyes, como a Saúl, y después por su culpa se pierden! De donde sacaremos, hermanas, que para ir mereciendo más y más y no perdiéndonos como éstos, la seguridad que podemos tener es la obediencia y no torcer de la ley de Dios; digo a quien hiciere semejantes mercedes, y aun a todos.

3. Paréceme que queda algo oscura, con cuanto he dicho, esta morada. Pues hay tanta ganancia de entrar en ella, bien será que no parezca quedan sin esperanza a los que el Señor no da cosas tan sobrenaturales; pues la verdadera unión se puede muy bien alcanzar, con el favor de nuestro Señor, si nosotros nos esforzamos a procurarla, con no tener voluntad sino atada con lo que fuere la voluntad de Dios. ¡Oh, qué de ellos habrá que digamos esto y nos parezca que no queremos otra cosa y moriríamos por esta verdad, como creo ya he dicho! Pues yo os digo, y lo diré muchas veces, que cuando lo fuere, que habéis alcanzado esta merced del Señor, y ninguna cosa se os dé de estotra unión regalada que queda dicha, que lo que hay de mayor precio en ella es por proceder de ésta que ahora digo y por no poder llegar a lo que queda dicho si no es muy cierta la unión de estar resignada nuestra voluntad en la de Dios. ¡Oh, qué unión ésta para desear! Venturosa el alma que la ha alcanzado, que vivirá en esta vida con descanso y en la otra también; porque ninguna cosa de los sucesos de la tierra la afligirá, si no fuere si se ve en algún peligro de perder a Dios o ver si es ofendido; ni enfermedad, ni pobreza, ni muertes, si no fuere de quien ha de hacer falta en la Iglesia de Dios; que ve bien esta alma, que El sabe mejor lo que hace que ella lo que desea.

4. Habéis de notar que hay penas y penas; porque algunas penas hay producidas de presto de la naturaleza, y contentos lo mismo, y aun de caridad de apiadarse de los prójimos, como hizo nuestro Señor cuando resucitó a Lázaro; y no quitan éstas el estar unidas con la voluntad de Dios, ni tampoco turban el ánima con una pasión inquieta, desasosegada, que dura mucho. Estas penas pasan de presto; que, como dije, de los gozos en la oración, parece que no llegan a lo hondo del alma, sino a estos sentidos y potencias. Andan por estas moradas pasadas, mas no entran en la que está por decir postrera, pues para esto es menester lo que queda dicho de suspensión de potencias, que poderoso es el Señor de enriquecer las almas por muchos caminos y llegarlas a estas moradas y no por el atajo que queda dicho.

5. Mas advertid mucho, hijas, que es necesario que muera el gusano, y más a vuestra costa; porque acullá ayuda mucho para morir el verse en vida tan nueva; acá es menester que, viviendo en ésta, le matemos nosotras. Yo os confieso que será a mucho o más trabajo, mas su precio se tiene; así será mayor el galardón si salís con victoria. Mas de ser posible no hay que dudar como lo sea la unión verdaderamente con la voluntad de Dios.
Esta es la unión que toda mi vida he deseado; ésta es la que pido siempre a nuestro Señor y la que está más clara y segura.

6. Mas ¡ay de nosotros, qué pocos debemos de llegar a ella, aunque a quien se guarda de ofender al Señor y ha entrado en religión le parezca que todo lo tiene hecho! ¡Oh!, que quedan unos gusanos que no se dan a entender, hasta que, como el que royó la yedra a Jonás, nos han roído las virtudes, con un amor propio, una propia estimación, un juzgar los prójimos, aunque sea en pocas cosas, una falta de caridad con ellos, no los queriendo como a nosotros mismos; que, aunque arrastrando cumplimos con la obligación para no ser pecado, no llegamos con mucho a lo que ha de ser para estar del todo unidas con la voluntad de Dios.

7. ¿Qué pensáis, hijas, que es su voluntad? Que seamos del todo perfectas; que para ser unos con El y con el Padre, como Su Majestad le pidió, mirad qué nos falta para llegar a esto. Yo os digo que lo estoy escribiendo con harta pena de verme tan lejos, y todo por mi culpa; que no ha menester el Señor hacernos grandes regalos para esto; basta lo que nos ha dado en darnos a su Hijo, que nos enseñase el camino. No penséis que está la cosa en si se muere mi padre o hermano, conformarme tanto con la voluntad de Dios que no lo sienta; y si hay trabajos y enfermedades, sufrirlos con contento. Bueno es, y a las veces consiste en discreción, porque no podemos más, y hacemos de la necesidad virtud. Cuántas cosas de éstas hacían los filósofos, o aunque no sea de éstas, de otras, de tener mucho saber. Acá solas estas dos que nos pide el Señor: amor de Su Majestad y del prójimo, es en lo que hemos de trabajar. Guardándolas con perfección, hacemos su voluntad, y así estaremos unidos con El. Mas ¡qué lejos estamos de hacer, como debemos a tan gran Dios, estas dos cosas, como tengo dicho! Plega a Su Majestad nos dé gracia para que merezcamos llegar a este estado, que en nuestra mano está, si queremos.

8. La más cierta señal que, a mi parecer, hay de si guardamos estas dos cosas, es guardando bien la del amor del prójimo; porque si amamos a Dios no se puede saber, aunque hay indicios grandes para entender que le amamos; mas el amor del prójimo, sí. Y estad ciertas que mientras más en éste os viereis aprovechadas, más lo estáis en el amor de Dios; porque es tan grande el que Su Majestad nos tiene, que en pago del que tenemos al prójimo hará que crezca el que tenemos a Su Majestad por mil maneras. En esto yo no puedo dudar.

9. Impórtanos mucho andar con gran advertencia cómo andamos en esto, que si es con mucha perfección, todo lo tenemos hecho; porque creo yo que según es malo nuestro natural, que si no es naciendo de raíz del amor de Dios, que no llegaremos a tener con perfección el del prójimo. Pues tanto nos importa esto, hermanas, procuremos irnos entendiendo en cosas aun menudas, y no haciendo caso de unas muy grandes, que así por junto vienen en la oración, de parecer que haremos y aconteceremos por los prójimos y por sola un alma que se salve; porque si no vienen después conformes las obras, no hay para qué creer que lo haremos. Así digo de la humildad también y de todas las virtudes. Son grandes los ardides del demonio, que por hacernos entender que tenemos una, no la teniendo, dará mil vueltas al infierno. Y tiene razón, porque es muy dañoso, que nunca estas virtudes fingidas vienen sin alguna vanagloria, como son de tal raíz; así como las que da Dios están libres de ella ni de soberbia.

10. Yo gusto algunas veces de ver unas almas, que, cuando están en oración, les parece querrían ser abatidas y públicamente afrentadas por Dios, y después una falta pequeña encubrirían si pudiesen, o que si no la han hecho y se la cargan, Dios nos libre. Pues mírese mucho quien esto no sufre, para no hacer caso de lo que a solas determinó, a su parecer; que en hecho de verdad no fue determinación de la voluntad, que cuando ésta hay verdadera es otra cosa; sino alguna imaginación, que en ésta hace el demonio sus saltos y engaños; y a mujeres o gente sin letras, podrá hacer muchos, porque no sabemos entender las diferencias de potencias e imaginación y otras mil cosas que hay interiores. ¡Oh hermanas, cómo se ve claro adónde está de veras el amor del prójimo en algunas de vosotras, y en las que no está con esta perfección! Si entendieseis lo que nos importa esta virtud, no traeríais otro estudio.

11. Cuando yo veo almas muy diligentes a entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella, que parece no se osan bullir ni menear el pensamiento porque no se les vaya un poquito de gusto y devoción que han tenido, háceme ver cuán poco entienden del camino por donde se alcanza la unión, y piensan que allí está todo el negocio. Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor, y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada de perder esa devoción y te compadezcas de ella; y si tiene algún dolor, te duela a ti; y si fuere menester, lo ayunes, porque ella lo coma, no tanto por ella, como porque sabes que tu Señor quiere aquello. Esta es la verdadera unión con su voluntad, y que si vieres loar mucho a una persona te alegres más mucho que si te loasen a ti. Esto, a la verdad, fácil es, que si hay humildad, antes tendrá pena de verse loar. Mas esta alegría de que se entiendan las virtudes de las hermanas es gran cosa, y cuando viéremos alguna falta en alguna, sentirla como si fuera en nosotras y encubrirla.

12. Mucho he dicho en otras partes de esto, porque veo, hermanas, que si hubiese en ello quiebra vamos perdidas. Plega al Señor nunca la haya, que como esto sea, yo os digo que no dejéis de alcanzar de Su Majestad la unión que queda dicha. Cuando os viéreis faltas en esto, aunque tengáis devoción y regalos, que os parezca habéis llegado ahí, y alguna suspensioncilla en la oración de quietud (que algunas luego les parecerá que está todo hecho), creedme que no habéis llegado a unión, y pedid a nuestro Señor que os dé con perfección este amor del prójimo, y dejad hacer a Su Majestad, que El os dará más que sepáis desear, como vosotras os esforcéis y procuréis en todo lo que pudiereis esto; y forzar vuestra voluntad para que se haga en todo la de las hermanas, aunque perdáis de vuestro derecho, y olvidar vuestro bien por el suyo, aunque más contradicción os haga el natural; y procurar tomar trabajo por quitarle al prójimo, cuando se ofreciere. No penséis que no ha de costar algo y que os lo habéis de hallar hecho. Mirad lo que costó a nuestro Esposo el amor que nos tuvo, quepor librarnos de la muerte, la murió tan penosa como muerte de cruz.

Capítulo 4
Prosigue en lo mismo, declarando más esta manera de oración. – Dice lo mucho que importa andar con aviso, porque el demonio le trae grande para hacer tornar atrás de lo comenzado.

1. Paréceme que estáis con deseo de ver qué se hace esta palomica y adónde asienta, pues queda entendido que no es en gustos espirituales ni en contentos de la tierra: más alto es su vuelo. Y no os puedo satisfacer de este deseo hasta la postrera morada, y aun plega a Dios se me acuerde o tenga lugar de escribirlo; porque han pasado casi cinco meses desde que lo comencé hasta ahora; y como la cabeza no está para tornarlo a leer, todo debe ir desbaratado y por ventura dicho algunas cosas dos veces. Como es para mis hermanas, poco va en ello.

2. Todavía quiero más declararos lo que me parece que es esta oración de unión. Conforme a mi ingenio pondré una comparación; después diremos más de esta mariposica, que no para, porque no halla su verdadero reposo, aunque siempre fructífera hacienda bien a sí y a otras almas.

3. Ya tendréis oído muchas veces que se desposa Dios con las almas espiritualmente. ¡Bendita sea su misericordia que tanto se quiere humillar! Y aunque sea grosera comparación, yo no hallo otra que más pueda dar a entender lo que pretendo que el sacramento del matrimonio. Porque aunque de diferente manera, porque en esto que tratamos jamás hay cosa que no sea espiritual (esto corpóreo va muy lejos, y los contentos espirituales que da el Señor, y los gustos, al que deben tener los que se desposan, van mil leguas lo uno de lo otro), porque todo es amor con amor, y sus operaciones son limpísimas y tan delicadísimas y suaves, que no hay cómo se decir, mas sabe el Señor darlas muy bien a sentir.

4. Paréceme a mí que la unión aún no llega a desposorio espiritual; sino, como por acá cuando se han de desposar dos, se trata si son conformes y que el uno y el otro quieran, y aun que se vean, para que más se satisfaga el uno del otro, así acá, presupuesto que el concierto está ya hecho y que esta alma está muy bien informada cuán bien le está y determinada a hacer en todo la voluntad de su Esposo de todas cuantas maneras ella viere que le ha de dar contento, y Su Majestad, como quien bien entenderá si es así, lo está de ella, y así hace esta misericordia, que quiere que entienda más y que -como dicen- vengan a vistas y juntarla consigo. Podemos decir que es así esto, porque pasa en brevísimo tiempo. Allí no hay más dar y tomar, sino un ver el alma, por una manera secreta, quién es este Esposo que ha de tomar; porque por los sentidos y potencias en ninguna manera podía entender en mil años lo que aquí entiende en brevísimo tiempo; mas como es tal el Esposo, de sola aquella vista la deja más digna de que se vengan a dar las manos, como dicen; porque queda el alma tan enamorada, que hace de su parte lo que puede para que no se desconcierte este divino desposorio. Mas si esta alma se descuida a poner su afición en cosa que no sea El, piérdelo todo, y es tan grandísima pérdida como lo son las mercedes que va haciendo, y mucho mayor que se puede encarecer.

5. Por eso, almas cristianas, a las que el Señor ha llegado a estos términos, por El os pido que no os descuidéis, sino que os apartéis de las ocasiones, que aún en este estado no está el alma tan fuerte que se pueda meter en ellas, como lo está después de hecho el desposorio, que es en la morada que diremos tras ésta; porque la comunicación no fue más de una vista -como dicen- y el demonio andará con gran cuidado a combatirla y a desviar este desposorio; que después, como ya la ve del todo rendida al Esposo, no osa tanto, porque la ha miedo, y tiene experiencia que, si alguna vez lo hace, queda con gran pérdida y ella con más ganancia.

6. Yo os digo, hijas, que he conocido a personas muy encumbradas, y llegar a este estado y con la gran sutileza y ardid del demonio, tornarlas a ganar para sí; porque debe de juntarse todo el infierno para ello, porque, como muchas veces digo, no pierden un alma sola, sino gran multitud. Ya él tiene experiencia en este caso; porque, si miramos la multitud de almas que por medio de una trae Dios a sí, es para alabarle mucho los millares que convertían los mártires: ¡una doncella como Santa Ursula! Pues ¡las que habrá perdido el demonio por Santo Domingo y San Francisco y otros fundadores de Ordenes, y pierde ahora por el Padre Ignacio, el que fundó la Compañía!, que todos está claro -como lo leemos- recibían mercedes semejantes de Dios. ¿Qué fue esto, sino que se esforzaron a no perder por su culpa tan divino desposorio? ¡Oh hijas mías!, que tan aparejado está este Señor a hacernos merced ahora como entonces, y aun en parte más necesitado de que las queramos recibir, porque hay pocos que miren por su honra, como entonces había. Querémonos mucho; hay muy mucha cordura para no perder de nuestro derecho. ¡Oh, qué engaño tan grande! El Señor nos dé luz para no caer en semejantes tinieblas, por su misericordia.

7. Podréisme preguntar o estar con duda de dos cosas: la primera, que si está el alma tan puesta con la voluntad de Dios como queda dicho, que ¿cómo se puede engañar, pues ella en todo no quiere hacer la suya? La segunda, ¿por qué vías puede entrar el demonio tan peligrosamente que se pierda vuestra alma, estando tan apartadas del mundo y tan llegadas a los sacramentos y en compañía -podemos decir- de ángeles, pues por la bondad del Señor todas no traen otros deseos sino de servirley agradarle en todo?; que ya los que están metidos en las ocasiones del mundo, no es mucho. Yo digo que en esto tenéis razón, que harta misericordia nos ha hecho Dios; mas cuando veo -como he dicho- que estaba Judas en compañía de los Apóstoles, y tratando siempre con el mismo Dios, y oyendo sus palabras, entiendo que no hay seguridad en esto.

8. Respondiendo a lo primero, digo que si esta alma se estuviese siempre asida a la voluntad de Dios, que está claro que no se perdería; mas viene el demonio con unas sutilezas grandes, y debajo de color de bien vala desquiciando en poquitas cosas de ella y metiendo en algunas que él le hace entender que no son malas, y poco a poco oscureciendo el entendimiento y entibiando la voluntad y haciendo crecer en ella el amor propio, hasta que de uno en otro la va apartando de la voluntad de Dios y llegando a la suya.

De aquí queda respondido a lo segundo; porque no hay encerramiento tan encerrado adonde él no pueda entrar, ni desierto tan partado adonde deje de ir. Y aun otra cosa os digo, que quizá lo permite el Señor para ver cómo se ha aquel alma a quien quiere poner por luz de otras; que más vale que en los principios, si ha de ser ruin, lo sea que no cuando dañe a muchas.

9. La diligencia que a mí se me ofrece más cierta (después de pedir siempre a Dios en la oración que nos tenga de su mano, y pensar muy continuo cómo, si El nos deja, seremos luego en el profundo, como es verdad, y jamás estar confiadas en nosotras, pues será desatino estarlo), es andar con particular cuidado y aviso, mirando cómo vamos en las virtudes: si vamos mejorando o disminuyendo en algo, en especial en el amor unas con otras y en el deseo de ser tenida por la menor y en cosas ordinarias; que si miramos en ello y pedimos al Señor que nos dé luz, luego veremos la ganancia o la pérdida. Que no penséis que alma que llega Dios a tanto la deja tan a prisa de su mano, que no tenga bien el demonio que trabajar, y siente Su Majestad tanto en que se le pierda, que le da mil avisos interiores de muchas maneras; así que no se le podrá esconder el daño.

10. En fin, sea la conclusión en esto, que procuremos siempre ir adelante, y si esto no hay, andemos con gran temor, porque sin duda algún salto nos quiere hacer el demonio; pues no es posible que, habiendo llegado a tanto, deje ir creciendo, que el amor jamás está ocioso, y así será harto mala señal. Porque alma que ha pretendido ser esposa del mismo Dios y tratádose ya con Su Majestad y llegado a los términos que queda dicho, no se ha de echar a dormir.

11. Y para que veáis, hija, lo que hace con las que ya tiene por esposas, comencemos a tratar de las sextas moradas, y veréis cómo es poco todo lo que pudiéremos servir y padecer y hacer para disponernos a tan grandes mercedes. Que podrá ser haber ordenado nuestro Señor que me lo mandasen escribir para que, puestos los ojos en el premio y viendo cuán sin tasa es su misericordia, pues con unos gusanos quiere así comunicarse y mostrarse, olvidemos nuestros contentillos de tierra y, puestos los ojos en su grandeza, corramos encendidas en su amor.

12. Plega a El que acierte yo a declarar algo de cosas tan dificultosas; que si Su Majestad y el Espíritu Santo no menea la pluma, bien sé que será imposible. Y si no ha de ser para vuestro provecho, le suplico no acierte a decir nada; pues sabe Su Majestad que no es otro mi deseo, a cuanto puedo entender de mí, sino que sea alabado su nombre, y que nos esforcemos a servir a un Señor que así paga aún acá en la tierra; por donde podemos entender algo de lo que nos ha de dar en el cielo, sin los intervalos y trabajos y peligros que hay en este mar de tempestades. Porque, a no le haber de perderle y ofenderle, descanso sería que no se acabase la vida hasta el fin del mundo, por trabajar por tan gran Dios y Señor y Esposo. Plega a Su Majestad merezcamos hacerle algún servicio, sin tantas faltas como siempre tenemos, aun en las obras buenas, amén.
– ir a índice –

Moradas sextas

Capítulo 1
Trata cómo en comenzando el Señor a hacer mayores mercedes hay más grandes trabajos. – Dice algunos y cómo se han en ellos los que están ya en esta morada. – Es bueno para quien los pasa interiores.

1. Pues vengamos con el favor del Espíritu Santo a hablar en las sextas moradas, adonde el alma ya queda herida del amor del Esposo y procura más lugar para estar sola y quitar todo lo que puede, conforme a su estado, que la puede estorbar de esta soledad.

Está tan esculpida en el alma aquella vista, que todo su deseo es tornarla a gozar. Ya he dicho, que en esta oración no se ve nada, que se pueda decir ver, ni con la imaginación; digo vista, por la comparación que puse. Ya el alma bien determinada queda a no tomar otro esposo; mas el Esposo no mira a los grandes deseos que tiene de que se haga ya el desposorio, que aun quiere que lo desee más y que le cueste algo bien que es el mayor de los bienes. Y aunque todo es poco para tan grandísima ganancia, yo os digo, hijas, que no deja de ser menester la muestra y señal que ya se tiene de ella, para poderse llevar.

2. ¡Oh, válgame Dios, y qué son los trabajos interiores y exteriores que padece hasta que entra en la séptima morada! Por cierto que algunas veces lo considero y que temo que si se entendiesen antes, sería dificultosísimo determinarse la flaqueza natural para poderlo sufrir, ni determinarse a pasarlo, por bienes que se le representasen, salvo si no hubiese llegado a la séptima morada, que ya allí nada no se teme de arte que no se arroje muy de raíz el alma a pasarlo por Dios. Y es la causa que está casi siempre tan junta a Su Majestad, que de allí le viene la fortaleza.

3. Creo será bien contaros algunos de los que yo sé que se pasan con certidumbre. Quizá no serán todas las almas llevadas por este camino, aunque dudo mucho que vivan libres de trabajos de la tierra de una manera o de otra las almas que a tiempos gozan tan de veras de cosas del cielo.

Aunque no tenía por mí de tratar de esto, he pensado que algún alma que se vea en ello le será gran consuelo saber qué pasa en las que Dios hace semejantes mercedes, porque verdaderamente parece entonces que está todo perdido. No llevaré por concierto como suceden, sino como se me ofreciere a la memoria.

4. Y quiero comenzar de los más pequeños, que es una grita de las personas con quien se trata, y aun con las que no trata sino que en su vida le pareció se podían acordar de ella: «que se hace santa»; «que hace extremos para engañar el mundo y para hacer a los otros ruines; que son mejores cristianos sin esas ceremonias»; y hase de notar que no hay ninguna, sino procurar guardar bien su estado. Los que tenía por amigos, se apartan de ella y son los que le dan mejor bocado, y es de los que mucho se sienten: «que va perdida aquel alma y notablemente engañada»; «que son cosas del demonio»; «que ha de ser como aquella y la otra persona que se perdió, y ocasión de que caiga la virtud»; «que trae engañados los confesores», e ir a ellos y decírselo, poniéndole ejemplos de lo que acaeció a algunos que se perdieron por aquí; mil maneras de mofas y de dichos de estos.

Yo sé de una persona que tuvo harto miedo no había de haber quien la confesase, según andaban las cosas, que por ser muchas no hay para qué me detener. Y es lo peor que no pasan de presto, sino que es toda la vida, y el avisarse unos a otros que se guarden de tratar personas semejantes.

5. Diréisme que también hay quien diga bien. – ¡Oh hijas, y qué pocos hay que crean ese bien, en comparación de los muchos que abominan! ¡Cuánto más que ese es otro trabajo mayor que los dichos! Porque, como el alma ve claro que si tiene algún bien es dado de Dios y en ninguna manera no suyo, porque poco antes se vio muy pobre y metida en grandes pecados, esle un tormento intolerable, al menos a los principios, que después no tanto, por algunas razones: la primera, porque la experiencia le hace claro ver que tan presto dicen bien como mal, y así no hace más caso de lo uno que de lo otro; la segunda, porque le ha dado el Señor mayor luz de que ninguna cosa es buena suya, sino dada de Su Majestad, y como si la viese en tercera persona, olvidada de que tiene allí ninguna parte, se vuelve a alabar a Dios; la tercera, si ha visto algunas almas aprovechadas de ver las mercedes que Dios la hace, piensa que tomó Su Majestad este medio de que la tuviesen por buena no lo siendo, para que a ellas les viniese bien; la cuarta, porque como tiene más delante la honra y gloria de Dios que la suya, quítase una tentación que da a los principios de que esas alabanzas han de ser para destruirla, como ha visto algunas, y dásele poco de ser deshonrada a trueco de que siquiera una vez sea Dios alabado por su medio; después, venga lo que viniere.

6. Estas razones y otras aplacan la mucha pena que dan estas alabanzas, aunque casi siempre se siente alguna, si no es cuando poco ni mucho se advierte; mas sin comparación es mayor trabajo verse así en público tener por buena sin razón, que no los dichos; y cuando ya viene a no le tener mucho de esto, muy mucho menos le tiene de esotro, antes se huelga y le es como una música muy suave. Esto es gran verdad, y antes fortalece el alma que la acobarda; porque ya la experiencia la tiene enseñada la gran ganancia que le viene por este camino, y parécele que no ofenden a Dios los que la persiguen; antes, que lo permite Su Majestad para gran ganancia suya; y como la siente claramente, tómales un amor particular muy tierno, que le parece aquellos son más amigos y que la dan más a ganar que los que dicen bien.

7. También suele dar el Señor enfermedades grandísimas. Este es muy mayor trabajo, en especial cuando son dolores agudos, que en parte, si ellos son recios, me parece el mayor que hay en la tierra – digo exterior- aunque entren cuantos quisieren; si es de los muy recios dolores, digo, porque descompone lo interior y exterior de manera que aprieta un alma que no sabe qué hacer de sí; y de muy buena gana tomaría cualquier martirio de presto, que estos dolores; aunque en grandísimo extremo no duran tanto, que en fin no da Dios más de lo que se puede sufrir, y da Su Majestad primero la paciencia; mas de otros grandes en lo ordinario y enfermedades de muchas maneras.

Yo conozco una persona que desde que comenzó el Señor a hacerla esta merced que queda dicha, que ha cuarenta años, no puede decir con verdad que ha estado día sin tener dolores y otras maneras de padecer, de falta de salud corporal, digo, sin otros grandes trabajos. Verdad es que había sido muy ruin, y para el infierno que merecía todo se le hace poco. Otras, que no hayan ofendido tanto a nuestro Señor, las llevará por otro camino; mas yo siempre escogería el del padecer, siquiera por imitar a nuestro Señor Jesucristo, aunque no hubiese otra ganancia; en especial, que siempre hay muchas.

8. ¡Oh!, pues si tratamos de los interiores, estotros parecerían pequeños, si estos se acertasen a decir, sino que es imposible darse a entender de la manera que pasan.

Comencemos por el tormento que da topar con un confesor tan cuerdo y poco experimentado, que no hay cosa que tenga por segura: todo lo teme, en todo pone duda, como ve cosas no ordinarias; en especial, si en el alma que las tiene ve alguna imperfección (que les parece han de ser ángeles a quien Dios hiciere estas mercedes, y es imposible mientras estuvieren en este cuerpo), luego es todo condenado a demonio o melancolía. Y de ésta está el mundo tan lleno, que no me espanto; que hay tanta ahora en el mundo y hace el demonio tantos males por este camino, que tienen muy mucha razón de temerlo y mirarlo muy bien los confesores. Mas la pobre alma que anda con el mismo temor y va al confesor como a juez, y ése la condena, no puede dejar de recibir tan gran tormento y turbación, que sólo entenderá cuán gran trabajo es quien hubiere pasado por ello. Porque éste es otro de los grandes trabajos que estas almas padecen, en especial si han sido ruines, pensar que por sus pecados ha Dios de permitir que sean engañadas; y aunque cuando Su Majestad les hace la merced están seguros y no pueden creer ser otro espíritu sino de Dios, como es cosa que pasa de presto y el acuerdo de los pecados se está siempre y ve en sí faltas -que éstas nunca faltan-, luego viene este tormento. Cuando el confesor la asegura, aplácase, aunque torna; mas cuando él ayuda con más temor, es cosa casi insufrible; en especial, cuando tras estos vienen unas sequedades, que no parece que jamás se ha acordado de Dios ni se ha de acordar, y que como una persona de quien oyó decir desde lejos, es cuando oye hablar de Su Majestad.

9. Todo no es nada, si no es que sobre esto venga el parecer que no sabe informar a los confesores y que los trae engañados; y aunque más piensa y ve que no hay primer movimiento que no los diga, no aprovecha; que está el entendimiento tan oscuro que no es capaz de ver la verdad, sino creer lo que la imaginación le representa que entonces ella es la señora), y los desatinos que el demonio la quiere representar, a quien debe nuestro Señor de dar licencia para que la pruebe y aun para que la haga entender que está reprobada de Dios. Porque son muchas las cosas que la combaten con un apretamiento interior de manera tan sentible e intolerable, que yo no sé a qué se pueda comparar, sino a los que padecen en el infierno; porque ningún consuelo se admite en esta tempestad. Si le quieren tomar con el confesor, parece han acudido los demonios a él para que la atormente más; y así, tratando uno con un alma que estaba en este tormento, después de pasado que parece apretamiento peligroso por ser de tantas cosas juntas), la decía le avisase cuando estuviese así, y siempre era tan peor, que vino él a entender que no era más en su mano. Pues si se quiere tomar un libro de romance, persona que le sabía bien leer, le acaecía no entender más de él que si no supiera letra, porque no estaba el entendimiento capaz.

10. En fin, que ningún remedio hay en esta tempestad, sino aguardar a la misericordia de Dios, que a deshora, con una palabra sola suya o una ocasión que acaso sucedió, lo quita todo tan de presto, que parece no hubo nublado en aquel alma, según queda llena de sol y de mucho más consuelo; y como quien se ha escapado de una batalla peligrosa con haber ganado la victoria, queda alabando a nuestro Señor, que fue el que peleó para el vencimiento; porque conoce muy claro que ella no peleó; que todas las armas con que se podía defender le parece que las ve en manos de su contrario, y así conoce claramente su miseria y lo poquísimo que podemos de nosotros si nos desamparase el Señor.

11. Parece que ya no ha menester consideración para entender esto, porque la experiencia de pasar por ello, habiéndose visto del todo inhabilitada, le hacía entender nuestra nonada, y cuán miserable cosa somos; porque la gracia aunque no debe estar sin ella, pues con toda esta tormenta no ofende a Dios ni le ofendería por cosa de la tierra), está tan escondida, que ni aun una centella muy pequeña le parece no ve de que tiene amor de Dios ni que le tuvo jamás; porque si ha hecho algún bien o Su Majestad le ha hecho alguna merced, todo le parece cosa soñada y que fue antojo. Los pecados ve cierto que los hizo.

12. ¡Oh Jesús, y qué es ver un alma desamparada de esta suerte, y -como he dicho- cuán poco le aprovecha ningún consuelo de la tierra! Por eso no penséis, hermanas, si alguna vez os viereis así, que los ricos y los que están con libertad tendrán para estos tiempos más remedio. No, no, que me parece a mí es como si a los condenados les pusiesen cuantos deleites hay en el mundo delante, no bastarían para darles alivio, antes les acrecentaría el tormento; así acá viene de arriba, y no valen aquí nada cosas de la tierra. Quiere este gran Dios que conozcamos rey y nuestra miseria, e importa mucho para lo de adelante.

13. Pues ¿qué hará esta pobre alma cuando muchos días le durare así? Porque si reza, es como si no rezase, para su consuelo, digo; que no se admite en lo interior, ni aun se entiende lo que reza ella misma a sí, aunque sea vocal, que para mental no es este tiempo en ninguna manera, porque no están las potencias para ello, antes hace mayor daño la soledad, con que es otro tormento por sí estar con nadie ni que la hablen. Y así, por muy mucho que se esfuerce, anda con un desabrimiento y mala condición en lo exterior, que se le echa mucho de ver. ¿Es verdad que sabrá decir lo que ha? – Es indecible; porque son apretamientos y penas espirituales, que no se saben poner nombre. El mejor remedio -no digo para que se quite, que yo no le hallo, sino para que se pueda sufrir- es entender en obras de caridad y exteriores, y esperar en la misericordia de Dios, que nunca falta a los que en El esperan. Sea por siempre bendito, amén.

14. Otros trabajos que dan los demonios, exteriores, no deben ser tan ordinarios, y así no hay para qué hablar en ellos, ni son tan penosos con gran parte; porque, por mucho que hagan, no llegan a inhabilitar así las potencias, a mi parecer, ni a turbar el alma de esta manera; que, en fin, queda razón para pensar que no pueden hacer más de lo que el Señor les diere licencia, y cuando ésta no está perdida, todo es poco en comparación de lo que queda dicho.

15. Otras penas interiores iremos diciendo en esta morada, tratando diferencias de oración y mercedes del Señor; que aunque algunas son aun más recio que lo dicho en el padecer, como se verá por cuál deja el cuerpo, no merecen nombre de trabajos, ni es razón que se le pongamos, por ser tan grandes mercedes del Señor, y que en medio de ellos entiende el alma que lo son y muy fuera de sus merecimientos. Viene ya esta pena grande para entrar en la séptima morada, con otros hartos, que algunos diré, porque todos será imposible, ni aun declarar cómo son, porque vienen de otro linaje que los dichos, muy más alto; y si en ellos, con ser de más baja casta, no he podido declarar más de lo dicho, menos podré en estotro. El Señor dé para todo su favor por los méritos de su Hijo, amén.
– ir a índice –

Capítulo 2
Trata de algunas maneras con que despierta nuestro Señor al alma, que parece no hay en ellas qué temer, aunque es cosa muy subida.

1. Parece que hemos dejado mucho la palomica, y no hemos; porque estos trabajos son los que la hacen tener más alto vuelo. Pues comencemos ahora a tratar de la manera que se ha con ella el Esposo y cómo antes que del todo lo sea se lo hace bien desear, por unos medios tan delicados, que el alma misma no los entiende, ni yo creo acertaré a decir para que lo entienda, si no fueren las que han pasado por ello; porque son unos impulsos tan delicados y sutiles, que proceden de lo muy interior del alma, que no sé comparación que poner que cuadre.

Va bien diferente de todo lo que acá podemos procurar y aun de los gustos que quedan dichos, que muchas veces estando la misma persona descuidada y sin tener la memoria en Dios, Su Majestad la despierta, a manera de una cometa que pasa de presto, o un trueno, aunque no se oye ruido; mas entiende muy bien el alma que fue llamada de Dios, y tan entendido, que algunas veces, en especial a los principios, la hace estremecer y aun quejar, sin ser cosa que le duele. Siente ser herida sabrosísimamente, mas no atina cómo ni quién la hirió; mas bien conoce ser cosa preciosa y jamás querría ser sana de aquella herida. Quéjase con palabras de amor, aun exteriores, sin poder hacer otra cosa, a su Esposo; porque entiende que está presente, mas no se quiere manifestar de manera que deje gozarse. Y es harta pena, aunque sabrosa y dulce; y aunque quiera no tenerla, no puede; mas esto no querría jamás: mucho más le satisface que el embebecimiento sabroso que carece de pena, de la oración de quietud.

2. Deshaciéndome estoy, hermanas, por daros a entender esta operación de amor, y no sé cómo. Porque parece cosa contraria dar a entender el Amado claramente que está con el alma, y parecer que la llama con una seña tan cierta que no se puede dudar y un silbo tan penetrativo para entenderle el alma que no le puede dejar de oír; porque no parece sino que en hablando el Esposo, que está en la séptima morada, por esta manera que no es habla formada), toda la gente que está en las otras no se osan bullir, ni sentidos, ni imaginación, ni potencias. ¡Oh mi poderoso Dios, qué grandes son vuestros secretos, y qué diferentes las cosas del Espíritu Santo a cuanto por acá se puede ver ni entender, pues con ninguna cosa se puede declarar ésta tan pequeña, para las muy grandes que obráis con las almas!

3. Hace en ella tan gran operación, que se está deshaciendo de deseo y no sabe qué pedir, porque claramente le parece que está con ella su Dios. Diréisme: pues si esto entiende, ¿qué desea, o qué le da pena?, ¿qué mayor bien quiere? – No lo sé; sé que parece le llega a las entrañas esta pena, y que, cuando de ellas saca la saeta el que la hiere, verdaderamente parece que se las lleva tras sí, según el sentimiento de amor siente.

4. Estaba pensando ahora si sería que de este fuego del brasero encendido que es mi Dios, saltaba alguna centella y daba en el alma, de manera que se dejaba sentir aquel encendido fuego, y como no era aún bastante para quemarla y él es tan deleitoso, queda con aquella pena y al tocar hace aquella operación; y paréceme es la mejor comparación que he acertado a decir. Porque este dolor sabroso -y no es dolor- no está en un ser; aunque a veces dura gran rato, otras de presto se acaba, como quiere comunicarle el Señor, que no es cosa que se puede procurar por ninguna vía humana. Mas aunque está algunas veces rato, quítase y torna; en fin, nunca está estante, y por eso no acaba de abrasar el alma, sino ya que se va a encender, muérese la centella y queda con deseo de tornar a padecer aquel dolor amoroso que le causa.

5. Aquí no hay que pensar si es cosa movida del mismo natural, ni causada de melancolía, ni tampoco engaño del demonio, ni si es antojo; porque es cosa que se deja muy bien entender ser este movimiento de adonde está el Señor, que es inmutable; y las operaciones no son como de otras devociones, que el mucho embebecimiento del gusto nos puede hacer dudar. Aquí están todos los sentidos y potencias sin ningún embebecimiento, mirando qué podrá ser, sin estorbar nada ni poder acrecentar aquella pena deleitosa ni quitarla, a mi parecer.

A quien nuestro Señor hiciere esta merced que, si se la ha hecho, en leyendo esto lo entenderá), déle muy muchas gracias, que no tiene que temer si es engaño; tema mucho si ha de ser ingrato a tan gran merced, y procure esforzarse a servir y a mejorar en todo su vida, y verá en lo que para y cómo recibe más y más; aunque a una persona que esto tuvo pasó algunos años con ello y con aquella merced estaba bien satisfecha, que si multitud de años sirviera al Señor con grandes trabajos, quedaba con ella muy bien pagada. Sea bendito por siempre jamás, amén.

6. Podrá ser que reparéis en cómo más en esto que en otras cosas hay seguridad – A mi parecer por estas razones: la primera, porque jamás el demonio debe dar pena sabrosa como ésta; podrá él dar el sabor y el deleite que parezca espiritual; mas juntar pena, y tanta, con quietud y gusto del alma, no es de su facultad; que todos sus poderes están por las adefueras, y sus penas, cuando él las da, no son, a mi parecer, jamás sabrosas ni con paz, sino inquietas y con guerra. La segunda, porque esta tempestad sabrosa viene de otra región de las que él puede señorear. La tercera, por los grandes provechos que quedan en el alma, que es lo más ordinario determinarse a padecer por Dios y desear tener muchos trabajos, y quedar muy más determinada a apartarse de los contentos y conversaciones de la tierra, y otras cosas semejantes.

7. El no ser antojo, está muy claro; porque aunque otras veces lo procure, no podrá contrahacer aquello. Y es cosa tan notoria, que en ninguna manera se puede antojar, digo parecer que es, no siendo, ni dudar de que es; y si alguna quedare, sepan que no son éstos verdaderos ímpetus; digo, si dudare en si le tuvo, o si no; porque así se da a sentir, como a los oídos una gran voz.

8. Pues ser melancolía, no lleva camino ninguno, porque la melancolía no hace y fabrica sus antojos sino en la imaginación; estotro procede de lo interior del alma. Ya puede ser que yo me engañe, mas hasta oír otras razones a quien lo entienda, siempre estaré en esta opinión; y así sé de una persona harto llena de temor de estos engaños, que de esta oración jamás le pudo tener.

9. También suele nuestro Señor tener otras maneras de despertar el alma: que a deshora, estando rezando vocalmente y con descuido de cosa interior, parece viene una inflamación deleitosa, como si de presto viniese un olor tan grande que se comunicase por todos los sentidos no digo que es olor, sino pongo esta comparación) o cosa de esta manera, sólo para dar a sentir que está allí el Esposo; mueve un deseo sabroso de gozar el alma de El, y con esto queda dispuesta para hacer grandes actos y alabanzas a nuestro Señor. Su nacimiento de esta merced es de donde lo que queda dicho; mas aquí no hay cosa que dé pena, ni los deseos mismos de gozar a Dios son penosos: esto es más ordinario sentirlo el alma. Tampoco me parece que hay aquí que temer, por algunas razones de las dichas, sino procurar admitir esta merced con hacimiento de gracias.
– ir a índice –

Capítulo 3
Trata de la misma materia y dice de la manera que habla Dios al alma cuando es servido, y avisa cómo se han de haber en esto y no seguirse por su parecer. – Pone algunas señales para que se conozca cuándo no es engaño y cuándo lo es. – Es de harto provecho.

1. Otra manera tiene Dios de despertar al alma, y aunque en alguna manera parece mayor merced que las dichas, podrá ser más peligrosa y por eso me detendré algo en ella, que son unas hablas con el alma de muchas maneras: unas parece vienen de fuera, otras de lo muy interior del alma, otras de lo superior de ella, otras tan en lo exterior que se oyen con los oídos, porque parece es voz formada. Algunas veces, y muchas, puede ser antojo, en especial en personas de flaca imaginación o melancólicas, digo de melancolía notable.

2. De estas dos maneras de personas no hay que hacer caso, a mi parecer, aunque digan que ven y oyen y entienden, ni inquietarlas con decir que es demonio; sino oírlas como a personas enfermas, diciendo la priora o confesor, a quien lo dijere, que no haga caso de ello, que no es la sustancia para servir a Dios y que a muchos ha engañado el demonio por allí, aunque no será quizá así a ella, por no la afligir más que trae con su humor; porque si le dicen que es melancolía, nunca acabará, que jurará que lo ve y lo oye, porque le parece así.

3. Verdad es, que es menester traer cuenta con quitarle la oración, y lo más que se pudiere que no haga caso de ello; porque suele el demonio aprovecharse de estas almas así enfermas, aunque no sea para su daño, para el de otros; y a enfermas y sanas, siempre de estas cosas hay que temer hasta ir entendiendo el espíritu. Y digo que siempre es lo mejor a los principios deshacérsele; porque si es de Dios, es más ayuda para ir adelante, y antes crece cuando es probado. Esto es así, mas no sea apretando mucho el alma e inquietándola, porque verdaderamente ella no puede más.

4. Pues tornando a lo que decía de las hablas con el ánima, de todas las maneras que he dicho, pueden ser de Dios y también del demonio y de la propia imaginación. Diré, si acertare, con el favor del Señor, las señales que hay en estas diferencias y cuándo serán estas hablas peligrosas. Porque hay muchas almas que las entienden entre gente de oración, y querría, hermanas, que no penséis hacéis mal en no las dar crédito, ni tampoco en dársele cuando son solamente para vosotras mismas, de regalo o aviso de faltas vuestras, dígalas quien las dijere, o sea antojo, que poco va en ello. De una cosa os aviso, que no penséis, aunque sean de Dios, seréis por eso mejores, que harto habló a los fariseos, y todo el bien está cómo se aprovechan de estas palabras; y ninguna que no vaya muy conforme a la Escritura hagáis más caso de ellas que si las oyeseis al mismo demonio; porque aunque sean de vuestra flaca imaginación, es menester tomarse como una tentación de cosas de la fe, y así resistir siempre, para que se vayan quitando; y sí quitarán, porque llevan poca fuerza consigo.

5. Pues tornando a lo primero, que venga de lo interior, que de lo superior, que de lo exterior, no importa para dejar de ser de Dios. Las más ciertas señales que se puede tener, a mi parecer, son éstas: la primera y más verdadera es el poderío y señorío que traen consigo, que es hablando y obrando. Declárome más: está un alma en toda la tribulación y alboroto interior que queda dicho y oscuridad del entendimiento y sequedad; con una palabra de éstas que diga solamente: no tengas pena, queda sosegada y sin ninguna, y con gran luz, quitada toda aquella pena con que le parecía que todo el mundo y letrados que se juntaran a darle razones para que no la tuviese, no la pudieran con cuanto trabajaran quitar de aquella aflicción. Está afligida por haberle dicho su confesor y otros, que es espíritu del demonio el que tiene, y toda llena de temor: y con una palabra que se le diga sólo: Yo soy, no hayas miedo, se le quita del todo y queda consoladísima, y pareciéndole que ninguno bastará a hacerla creer otra cosa. Está con mucha pena de algunos negocios graves, que no sabe cómo han de suceder: entiende, que se sosiegue que todo sucederá bien. Queda con certidumbre y sin pena. Y de esta manera otras muchas cosas.

6. La segunda razón, una gran quietud que queda en el alma, y recogimiento devoto y pacífico, y dispuesta para alabanzas de Dios. ¡Oh Señor! Si una palabra enviada a decir con un paje vuestro que a lo que dicen, al menos éstas en esta morada no las dice el mismo Señor, sino algún ángel), tienen tanta fuerza, ¿qué tal la dejaréis en el alma que está atada por amor con Vos y Vos con ella?

7. La tercera señal es no pasarse estas palabras de la memoria en muy mucho tiempo y algunas jamás, como se pasan las que por acá entendemos, digo que oímos de los hombres; que aunque sean muy graves y letrados, no las tenemos tan esculpidas en la memoria, ni tampoco, si son en cosas por venir, las creemos como a éstas; que queda una certidumbre grandísima, de manera que, aunque algunas veces en cosas muy imposibles al parecer, no deja de venirle duda si será o no será y andan con algunas vacilaciones el entendimiento, en la misma alma está una seguridad que no se puede rendir, aunque le parezca que vaya todo al contrario de lo que entendió, y pasan años, no se le quita aquel pensar que Dios buscará otros medios que los hombres no entienden, mas que, en fin, se ha de hacer; y así es que se hace; aunque, como digo, no se deja de padecer cuando ve muchos desvíos, porque como ha tiempo que lo entendió y las operaciones y certidumbre que al presente quedan de ser Dios es ya pasado, han lugar estas dudas, pensando si fue demonio, si fue de la imaginación. Ninguna de éstas le queda al presente, sino que moriría por aquella verdad. Mas, como digo, con todas estas imaginaciones, que debe poner el demonio para dar pena y acobardar el alma, en especial si es en negocio que en el hacerse lo que se entendió ha de haber muchos bienes de almas, y es obras para gran honra y servicio de Dios, y en ellas hay gran dificultad, ¿qué no hará? Al menos enflaquece la fe, que es harto daño no creer que Dios es poderoso para hacer obras que no entienden nuestros entendimientos.

8. Con todos estos combates, aunque haya quien diga a la misma persona que son disparates digo los confesores con quien se tratan estas cosas), y con cuantos malos sucesos hubiere para dar a entender que no se pueden cumplir, queda una centella -no sé dónde- tan viva de que será, aunque todas las demás esperanzas estén muertas, que no podría, aunque quisiese, dejar de estar viva aquella centella de seguridad. Y en fin -como he dicho- se cumple la palabra del Señor, y queda el alma tan contenta y alegre, que no querría sino alabar siempre a Su Majestad y mucho más por ver cumplido lo que se le había dicho, que por la misma obra, aunque le vaya muy mucho en ella.

9. No sé en qué va esto que tiene en tanto el alma que salgan estas palabras verdaderas, que si a la misma persona la tomasen en algunas mentiras, no creo sentiría tanto; como si ella en esto pudiese más, que no dice sino lo que la dicen. Infinitas veces se acordaba cierta persona de Jonás, profeta, sobre esto, cuando temía no había de perderse Nínive. En fin, como es espíritu de Dios, es razón se le tenga esta fidelidad en desear no le tengan por falso, pues es la suma verdad. Y así es grande la alegría, cuando después de mil rodeos y en cosas dificultosísimas lo ve cumplido; aunque a la misma persona se le hayan de seguir grandes trabajos de ello, los quiere más pasar que no que deje de cumplirse lo que tiene por cierto le dijo el Señor. Quizá no todas personas tendrán esta flaqueza, si lo es, que no lo puedo condenar por malo.

10. Si son de la imaginación, ninguna de estas señales hay, ni certidumbre ni paz y gusto interior; salvo que podría acaecer, y aun yo sé de algunas personas a quien ha acaecido, estando muy embebidas en oración de quietud y sueño espiritual, que algunas son tan flacas de complexión o imaginación, o no sé la causa, que verdaderamente en este gran recogimiento están tan fuera de sí, que no se sienten en lo exterior, y están tan adormecidos todos los sentidos, que como una persona que duerme, y aun quizá es así que están adormizidas, como manera de sueño les parece que las hablan y aun que ven cosas, y piensan que es de Dios, y dejan los efectos en fin como de sueño. Y también podría ser pidiendo una cosa a nuestro Señor afectuosamente, parecerles que le dicen lo que quieren, y esto acaece algunas veces. Mas a quien tuviere mucha experiencia de las hablas de Dios, no se podrá engañar en esto -a mi parecer- de la imaginación.

11. Del demonio hay más que temer. Mas si hay las señales que quedan dichas, mucho se puede asegurar ser de Dios, aunque no de manera que si es cosa grave lo que se le dice y que se ha de poner por obra de sí o de negocios de terceras personas, jamás haga nada, ni le pase por pensamiento, sin parecer de confesor letrado y avisado y siervo de Dios, aunque más y más entienda y le parezca claro ser de Dios; porque esto quiere Su Majestad, y no es dejar de hacer lo que El manda, pues nos tiene dicho tengamos al confesor en su lugar, adonde no se puede dudar ser palabras suyas; y éstas ayudan a dar ánimo, si es negocio dificultoso, y nuestro Señor le pondrá al confesor y le hará crea es espíritu suyo, cuando El lo quisiere; y si no, no están más obligados. Y hacer otra cosa sino lo dicho y seguirse nadie por su parecer en esto, téngolo por cosa muy peligrosa; y así, hermanas, os amonesto de parte de nuestro Señor que jamás os acaezca.

12. Otra manera hay como habla el Señor al alma, que yo tengo para mí ser muy cierto de su parte, con alguna visión intelectual, que adelante diré cómo es. Es tan en lo íntimo del alma, y parécele tan claro oír aquellas palabras con los oídos del alma al mismo Señor y tan en secreto, que la misma manera del entenderlas, con las operaciones que hace la misma visión, asegura y da certidumbre no poder el demonio tener parte allí. Deja grandes efectos para creer esto; al menos hay seguridad de que no procede de la imaginación; y también, si hay advertencia, la puede siempre tener de esto, por estas razones: la primera, porque debe ser diferente en la claridad de la habla, que lo es tan clara, que una sílaba que falte de lo que entendió, se acuerda, y si se dijo por un estilo o por otro, aunque sea todo una sentencia; y en lo que se antoja por la imaginación, será no habla tan clara ni palabras tan distintas, sino como cosa medio soñada.

13. La segunda, porque acá no se pensaba muchas veces en lo que se entendió -digo que es a deshora y aun algunas estando en conversación-, aunque hartas se responde a lo que pasa de presto por el pensamiento o a lo que antes se ha pensado; mas muchas es en cosas que jamás tuvo acuerdo de que habían de ser ni serían, y así no las podía haber fabricado la imaginación para que el alma se engañase en antojársele lo que no había deseado ni querido ni venido a su noticia.

14. La tercera, porque lo uno es como quien oye, y lo de la imaginación es como quien va componiendo lo que él mismo quiere que le digan, poco a poco.

15. La cuarta, porque las palabras son muy diferentes, y con una se comprende mucho, lo que nuestro entendimiento no podría componer tan de presto.

16. La quinta, porque junto con las palabras muchas veces, por un modo que yo no sabré decir, se da a entender mucho más de lo que ellas suenan sin palabras. En este modo de entender hablaré en otra parte más, que es cosa muy delicada y para alabar a nuestro Señor. Porque en esta manera y diferencias ha habido personas muy dudosas en especial alguna por quien ha pasado y así habrá otras) que no acababan de entenderse; y así sé que lo ha mirado con mucha advertencia, porque han sido muy muchas veces las que el Señor le hace esta merced, y la mayor duda que tenía era en esto si se le antojaba, a los principios; que el ser demonio más presto se puede entender, aunque son tantas sus sutilezas, que sabe bien contrahacer el espíritu de luz; mas será -a mi parecer- en las palabras, decirlas muy claras, que tampoco quede duda si se entendieron como en el espíritu de verdad; mas no podrá contrahacer los efectos que quedan dichos, ni dejar esa paz en el alma, ni luz; antes inquietud y alboroto. Mas puede hacer poco daño o ninguno, si el alma es humilde y hace lo que he dicho, de no se mover a hacer nada por cosa que entienda.

17. Si son favores y regalos del Señor, mire con atención si por ello se tiene por mejor; y si mientras mayor palabra de regalo, no quedare más confundida, crea que no es espíritu de Dios. Porque es cosa muy cierta que, cuando lo es, mientras mayor merced le hace, muy más en menos se tiene la misma alma y más acuerdo trae de sus pecados y más olvidada de su ganancia y más empleada su voluntad y memoria en querer sólo la honra de Dios, ni acordarse de su propio provecho, y con más temor anda de torcer en ninguna cosa su voluntad, y con mayor certidumbre de que nunca mereció aquellas mercedes, sino el infierno. Como hagan estos efectos todas las cosas y mercedes que tuviere en la oración, no ande el alma espantada, sino confiada en la misericordia del Señor, que es fiel y no dejará al demonio que la engañe, aunque siempre es bien se ande con temor.

18. Podrá ser que a las que no lleva el Señor por este camino les parezca que podrían estas almas no escuchar estas palabras que les dicen y, si son interiores, distraerse de manera que no se admitan, y con esto andarán sin estos peligros.

A esto respondo que es imposible. No hablo de las que se les antoja, que con no estar tanto apeteciendo alguna cosa ni queriendo hacer caso de las imaginaciones, tienen remedio. Acá ninguno; porque de tal manera el mismo Espíritu que habla hace parar todos los otros pensamientos y advertir a lo que se dice, que en alguna manera me parece, y creo es así, que sería más posible no entender a una persona que hablase muy a voces a otra que oyese muy bien; porque podría no advertir, y poner el pensamiento y entendimiento en otra cosa; mas en lo que tratamos no se puede hacer: no hay oídos que se tapar, ni poder para pensar sino en lo que se le dice, en ninguna manera; porque el que pudo hacer parar el sol -por petición de Josué creo era- puede hacer parar las potencias y todo el interior de manera que ve bien el alma que otro mayor Señor gobierna aquel castillo que ella, y hácela harta devoción y humildad. Así que en excusarlo no hay remedio ninguno. Dénosle la divina Majestad, para que sólo pongamos los ojos en contentarle y nos olvidemos de nosotros mismos, como he dicho, amén. Plega a El que haya acertado a dar a entender lo que en esto he pretendido y que sea de algún aviso para quien lo tuviere.
– ir a índice –

Capítulo 4
Trata de cuando suspende Dios el alma en la oración con arrobamiento o éxtasis o rapto, que todo es uno a mi parecer, y cómo es menester gran ánimo para recibir tan grandes mercedes de su Majestad.

1. Con estas cosas dichas de trabajos y las demás, ¿qué sosiego puede traer la pobre mariposica? Todo es para más desear gozar al Esposo; y Su Majestad, como quien conoce nuestra flaqueza, vala habilitando con estas cosas y otras muchas para que tenga ánimo de juntarse con tan gran Señor y tomarle por Esposo.

2. Reíros heis de que digo esto y pareceros ha desatino, porque cualquiera de vosotras os parecerá que no es menester y que no habrá ninguna mujer tan baja que no le tenga para desposarse con el rey. – Así lo creo yo con el de la tierra, mas con el del cielo yo os digo que es menester más de lo que pensáis; porque nuestro natural es muy tímido y bajo para tan gran cosa, y tengo por cierto que, si no le diese Dios, con cuanto veis que nos está bien, sería imposible. Y así veréis lo que hace Su Majestad para concluir este desposorio, que entiendo yo debe ser cuando da arrobamientos, que la saca de sus sentidos; porque si estando en ellos se viese tan cerca de esta gran majestad, no era posible por ventura quedar con vida. Entiéndese arrobamientos que lo sean, y no flaquezas de mujeres como por acá tenemos, que todo nos parece arrobamiento y éxtasis y como creo dejo dicho, hay complexiones tan flacas, que con una oración de quietud se mueren.

Quiero poner aquí algunas maneras que yo he entendido como he tratado con tantas personas espirituales) que hay de arrobamientos, aunque no sé si acertaré, como en otra parte que lo escribí, esto y algunas cosas de las que van aquí, que por algunas razones ha parecido no va nada tornarlo a decir, aunque no sea sino porque vayan las moradas por junto aquí.

3. Una manera hay que estando el alma, aunque no sea en oración, tocada con alguna palabra que se acordó u oye de Dios, parece que Su Majestad desde lo interior del alma hace crecer la centella que dijimos ya, movido de piedad de haberla visto padecer tanto tiempo por su deseo, que abrasada toda ella como un ave fénix queda renovada y, piadosamente se puede creer, perdonadas sus culpas; hase de entender, con la disposición y medios que esta alma habrá tenido, como la Iglesia lo enseña), y así limpia, la junta consigo, sin entender aquí nadie sino ellos dos, ni aun la misma alma entiende de manera que lo pueda después decir, aunque no está sin sentido interior; porque no es como a quien toma un desmayo o paroxismo, que ninguna cosa interior ni exterior entiende. Lo que yo entiendo en este caso, es que el alma nunca estuvo tan despierta para las cosas de Dios ni con tan gran luz y conocimiento de Su Majestad.

4. Parecerá imposible, porque si las potencias están tan absortas, que podemos decir que están muertas, y los sentidos lo mismo, ¿cómo se puede entender que entiende ese secreto? -Yo no lo sé, ni quizá ninguna criatura, sino el mismo Criador, y otras cosas muchas que pasan en este estado, digo en estas dos moradas; que ésta y la postrera se pudieran juntar bien, porque de la una a la otra no hay puerta cerrada. Porque hay cosas en la postrera que no se han manifestado a los que aún no han llegado a ella, me pareció dividirlas.

5. Cuando estando el alma en esta suspensión, el Señor tiene por bien de mostrarle algunos secretos, como de cosas del cielo y visiones imaginarias, esto sábelo después decir, y de tal manera queda imprimido en la memoria, que nunca jamás se olvida; mas cuando son visiones intelectuales, tampoco las sabe decir; porque debe haber algunas en estos tiempos tan subidas que no las convienen entender los que viven en la tierra para poderlas decir; aunque estando en sus sentidos, por acá se pueden decir muchas de estas visiones intelectuales. Podrá ser que no entendáis algunas qué cosa es visión, en especial las intelectuales. Yo lo diré a su tiempo, porque me lo ha mandado quien puede; y aunque parezca cosa impertinente, quizá para algunas almas será de provecho.

6. Pues diréisme: si después no ha de haber acuerdo de esas mercedes tan subidas que ahí hace el Señor al alma, ¿qué provecho le traen? – ¡Oh hijas!, que es tan grande, que no se puede encarecer; porque, aunque no las saben decir, en lo muy interior del alma quedan bien escritas y jamás se olvidan.

Pues si no tienen imagen ni las entienden las potencias, ¿cómo se pueden acordar? – Tampoco entiendo eso; mas entiendo que quedan unas verdades en esta alma tan fijas de la grandeza de Dios, que cuando no tuviera fe que le dice quién es y que está obligada a creerle por Dios, le adorara desde aquel punto por tal, como hizo Jacob cuando vio la escala, que con ella debía de entender otros secretos, que no los supo decir; que por sólo ver una escala que bajaban y subían ángeles, si no hubiera más luz interior, no entendiera tan grandes misterios.

7. No sé si atino en lo que digo, porque aunque lo he oído, no sé si se me acuerda bien. Ni tampoco Moisés supo decir todo lo que vio en la zarza, sino lo que quiso Dios que dijese; mas si no mostrara Dios a su alma secretos con certidumbre para que viese y creyese que era Dios, no se pusiera en tantos y tan grandes trabajos; mas debía entender tan grandes cosas dentro de los espinos de aquella zarza, que le dieron ánimo para hacer lo que hizo por el pueblo de Israel. Así que, hermanas, las cosas ocultas de Dios no hemos de buscar razones para entenderlas, sino que, como creemos que es poderoso, está claro que hemos de creer que un gusano de tan limitado poder como nosotros que no ha de entender sus grandezas. Alabémosle mucho, porque es servido que entendamos algunas.

8. Deseando estoy acertar a poner una comparación para si pudiese dar a entender algo de esto que estoy diciendo, y creo no la hay que cuadre, mas digamos ésta: entráis en un aposento de un rey o gran señor, o creo camarín los llaman, adonde tienen infinitos géneros de vidrios y barros y muchas cosas, puestas por tal orden, que casi todas se ven en entrando. Una vez me llevaron a una pieza de éstas en casa de la Duquesa de Alba adonde viniendo de camino me mandó la obediencia estar, por haberlos importunado esta señora), que me quedé espantada en entrando, y consideraba de qué podía aprovechar aquella baraúnda de cosas y veía que se podía alabar al Señor de ver tantas diferencias de cosas, y ahora me cae en gracia cómo me ha aprovechado para aquí; y aunque estuve allí un rato, era tanto lo que había que ver, que luego se me olvidó todo de manera que de ninguna de aquellas piezas me quedó más memoria que si nunca las hubiera visto, ni sabría decir de qué hechura eran mas por junto acuérdase que lo vio. Así acá, estando el alma tan hecha una cosa con Dios, metida en este aposento de cielo empíreo que debemos tener en lo interior de nuestras almas porque claro está, que pues Dios está en ellas, que tiene alguna de estas moradas), y aunque cuando está así el alma en éxtasis, no debe siempre el Señor querer que vea estos secretos porque está tan embebida en gozarle, que le basta tan gran bien), algunas veces gusta que se desembeba y de presto vea lo que está en aquel aposento, y así queda, después que torna en sí, con aquel representársele las grandezas que vio; mas no puede decir ninguna, ni llega su natural a más de lo que sobrenatural ha querido Dios que vea.

9. Luego ya confieso que fue ver, y que es visión imaginaria. – No quiero decir tal, que no es esto de que trato sino visión intelectual; que, como no tengo letras, mi torpeza no sabe decir nada; que, lo que he dicho hasta aquí en esta oración, entiendo claro que, si va bien, que no soy yo la que lo he dicho.

Yo tengo para mí que si algunas veces no entiende de estos secretos, en los arrobamientos, el alma a quien los ha dado Dios, que no son arrobamientos, sino alguna flaqueza natural, que puede ser a personas de flaca complexión, como somos las mujeres, con alguna fuerza de espíritu sobrepujar al natural y quedarse así embebidas, como creo dije en la oración de quietud. Aquéllos no tienen que ver con arrobamientos; porque el que lo es, creed que roba Dios toda el alma para sí, y que como a cosa suya propia y ya esposa suya, la va mostrando alguna partecita del reino que ha ganado, por serlo; que por poca que sea, es todo mucho lo que hay en este gran Dios, y no quiere estorbo de nadie, ni de potencias, ni sentidos; sino de presto manda cerrar las puertas de estas moradas todas, y sólo en la que El está queda abierta para entrambos. Bendita sea tanta misericordia, y con razón serán malditos los que no quisieren aprovecharse de ella y perdieren a este Señor. ¡Oh hermanas mías, que no es nada lo que dejamos, ni es nada cuanto hacemos ni cuanto pudiéremos hacer por un Dios que así se quiere comunicar a un gusano!

10. Y si tenemos esperanza de aun en esta vida gozar de este bien, ¿qué hacemos?, ¿en qué nos detenemos?, ¿qué es bastante para que un momento dejemos de buscar a este Señor, como lo hacía la Esposa por barrios y plazas? ¡Oh, que es burlería todo lo del mundo, si no nos llega y ayuda a esto, aunque duraran para siempre sus deleites y riquezas y gozos, cuantos se pudieren imaginar, que es todo asco y basura comparado a estos tesoros que se han de gozar sin fin! Ni aun éstos no son nada en comparación de tener por nuestro al Señor de todos los tesoros y del cielo y de la tierra.

11. ¡Oh ceguedad humana! ¿Hasta cuándo, hasta cuándo se quitará esta tierra de nuestros ojos? Que aunque entre nosotras no parece es tanta que nos ciegue del todo, veo unas motillas, unas chinillas, que si las dejamos crecer bastarán a hacernos gran daño; sino que, por amor de Dios, hermanas, nos aprovechemos de estas faltas, para conocer nuestra miseria y ellas nos den mayor vista, como la dio el lodo del ciego que sanó nuestro Esposo; y así, viéndonos tan imperfectas, crezca más el suplicarle saque bien de nuestras miserias, para en todo contentar a Su Majestad.

12. Mucho me he divertido sin entenderlo. Perdonadme, hermanas, y creed que, llegada a estas grandezas de Dios, digo a hablar en ellas, no puede dejar de lastimarme mucho ver lo que perdemos por nuestra culpa. Porque, aunque es verdad que son cosas que las da el Señor a quien quiere, si quisiésemos a Su Majestad como El nos quiere, a todas las daría. No está deseando otra cosa, sino tener a quien dar, que no por eso se disminuyen sus riquezas.

13. Pues, tornando a lo que decía, manda el Esposo cerrar las puertas de las moradas y aun las del castillo y cerca; que en queriendo arrebatar esta alma, se le quita el huelgo de manera que aunque duren un poquito más algunas veces los otros sentidos, en ninguna manera puede hablar; aunque otras veces todo se quita de presto y se enfrían las manos y el cuerpo de manera que no parece tiene alma, ni se entiende algunas veces si echa el huelgo. Esto dura poco espacio, digo para estar en un ser; porque quitándose esta gran suspensión un poco, parece que el cuerpo torna algo en sí y alienta para tornarse a morir y dar mayor vida al alma, y con todo no dura mucho este tan gran éxtasis.

14. Mas acaece, aunque se quita, quedarse la voluntad tan embebida y el entendimiento tan enajenado, y durar así día, y aun días, que parece no es capaz para entender en cosa que no sea para despertar la voluntad a amar, y ella se está harto despierta para esto y dormida para arrostrar a asirse a ninguna criatura.

15. ¡Oh, cuando el alma torna ya del todo en sí, qué es la confusión que le queda y los deseos tan grandísimos de emplearse en Dios de todas cuantas maneras se quisiere servir de ella! Si de las oraciones pasadas quedan tales efectos como quedan dichos, ¿qué será de una merced tan grande como ésta? Querría tener mil vidas para emplearlas todas en Dios, y que todas cuantas cosas hay en la tierra fuesen lenguas para alabarle por ella. Los deseos de hacer penitencia, grandísimos; y no hace mucho en hacerla, porque con la fuerza del amor siente poco cuanto hace y ve claro que no hacían mucho los mártires en los tormentos que padecían, porque con esta ayuda de parte de nuestro Señor, es fácil, y así se quejan estas almas a Su Majestad cuando no se les ofrece en qué padecer.

16. Cuando esta merced les hace en secreto, tiénenla por muy grande; porque cuando es delante de algunas personas, es tan grande el corrimiento y afrenta que les queda, que en alguna manera desembebe el alma de lo que gozó, con la pena y cuidado que le da pensar qué pensarán los que lo han visto. Porque conocen la malicia del mundo, y entienden que no lo echarán por ventura a lo que es, sino que, por lo que habían de alabar al Señor, por ventura les será ocasión para echar juicios.

17. En alguna manera me parece esta pena y corrimiento falta de humildad; mas ello no es más en su mano; porque si esta persona desea ser vituperada, ¿qué se le da? Como entendió una que estaba en esta aflicción de parte de nuestro Señor: No tengas pena, que o ellos han de alabarme a Mí, o murmurar de ti; y en cualquiera cosa de éstas ganas tú. Supe después que esta persona se había mucho animado con estas palabras y consolado; y porque si alguna se viere en esta aflicción, os las pongo aquí. Parece que quiere nuestro Señor que todos entiendan que aquel alma es ya suya, que no ha de tocar nadie en ella; en el cuerpo, en la honra, en la hacienda, enhorabuena, que de todo se sacará honra para Su Majestad; mas en el alma, eso no, que si ella, con muy culpable atrevimiento, no se aparta de su Esposo, El la amparará de todo el mundo y aun de todo el infierno.

18. No sé si queda dado algo a entender de qué cosa es arrobamiento, que todo es imposible, como he dicho; y creo no se ha perdido nada en decirlo para que se entienda lo que lo es; porque hay efectos muy diferentes en los fingidos arrobamientos. No digo fingidos, porque quien los tiene quiere engañar, sino porque ella lo está; y como las señales y efectos no conforman con tan gran merced, queda infamada de manera que con razón no se cree después a quien el Señor la hiciere. Sea por siempre bendito y alabado, amén, amén.
– ir a índice –

Capítulo 5
Prosigue en lo mismo, y pone una manera de cuando levanta Dios el alma con un vuelo del espíritu en diferente manera de lo que queda dicho. – Dice alguna causa por que es menester ánimo. – Declara algo de esta merced que hace el Señor, por sabrosa manera. – Es harto provechoso.

1. Otra manera de arrobamientos hay, o vuelo del espíritu le llamo yo, que aunque todo es uno en la sustancia, en el interior se siente muy diferente; porque muy de presto algunas veces se siente un movimiento tan acelerado del alma, que parece es arrebatado el espíritu con una velocidad que pone harto temor, en especial a los principios; que por eso os decía que es menester ánimo grande para a quien Dios ha de hacer estas mercedes, y aun fe y confianza y resignación grande de que haga nuestro Señor del alma lo que quisiere. ¿Pensáis que es poca turbación estar una persona muy en su sentido y verse arrebatar el alma y aun algunos hemos leído que el cuerpo con ella) sin saber adónde va, qué o quién la lleva o cómo?; que al principio de este momentáneo movimiento no hay tanta certidumbre de que es Dios.

2. Pues ¿hay algún remedio de poder resistir? – En ninguna manera; antes es peor; que yo sé de alguna persona que parece quiere Dios dar a entender al alma que, pues tantas veces con tan grandes veras se ha puesto en sus manos, y con tan entera voluntad se le ha ofrecido toda, que entienda que ya no tiene parte en sí, y notablemente con más impetuoso movimiento es arrebatada; y tomaba ya por sí no hacer más que hace una paja cuando la levanta el ámbar, si lo habéis mirado, y dejarse en las manos de quien tan poderoso es, que ve es lo más acertado hacer de la necesidad virtud. Y porque dije de la paja, este nuestro gran gigante y poderoso arrebata el espíritu.

3. No parece sino que aquel pilar de agua que dijimos -creo era en la cuarta morada, que no me acuerdo bien-, que con tanta suavidad y mansedumbre, digo sin ningún movimiento, se henchía, aquí desató este gran Dios, que detiene los manantiales de las aguas y no deja salir la mar de sus términos, los manantiales por donde venía a este pilar del agua; y con un ímpetu grande se levanta una ola tan poderosa, que sube a lo alto esta navecica de nuestra alma. Y así como no puede una nave, ni es poderoso el piloto, ni todos los que la gobiernan, para que las olas, si vienen con furia, la dejen estar adonde quieren, muy menos puede lo interior del alma detenerse en donde quiere, ni hacer que sus sentidos ni potencias hagan más de lo que les tienen mandado, que lo exterior no se hace aquí caso de ello.

4. Es cierto, hermanas, que de sólo irlo escribiendo me voy espantando de cómo se muestra aquí el gran poder de este gran Rey y Emperador; ¡qué hará quien pasa por ello! Tengo para mí, que si los que andan muy perdidos por el mundo se les descubriese Su Majestad, como hace a estas almas, que aunque no fuese por amor, por miedo no le osarían ofender. Pues ¡oh, cuán obligadas estarán las que han sido avisadas por camino tan subido a procurar con todas sus fuerzas no enojar este Señor! Por El os suplico, hermanas, a las que hubiere hecho Su Majestad estas mercedes u otras semejantes, que no os descuidéis con no hacer más que recibir. Mirad que quien mucho debe, mucho ha de pagar.

5. Para esto también es menester gran ánimo, que es una cosa que acobarda en gran manera; y si nuestro Señor no se le diese, andaría siempre con gran aflicción; porque mirando lo que Su Majestad hace con ella y tornándose a mirar a sí, cuán poco sirve para lo que está obligada, y eso poquillo que hace lleno de faltas y quiebras y flojedad, que por no se acordar de cuán imperfectamente hace alguna obra, si la hace, tiene por mejor procurar que se le olvide y traer delante sus pecados y meterse en la misericordia de Dios, que, pues no tiene con qué pagar, supla la piedad y misericordia que siempre tuvo con los pecadores.

6. Quizás le responderá lo que a una persona que estaba muy afligida delante de un crucifijo en este punto, considerando que nunca había tenido qué dar a Dios ni qué dejar por El: díjole el mismo Crucificado, consolándola, que El le daba todos los dolores y trabajos que había pasado en su Pasión, que los tuviese por propios, para ofrecer a su Padre. Quedó aquel alma tan consolada y tan rica, según de ella he entendido, que no se le puede olvidar; antes cada vez que se ve tan miserable, acordándosele, queda animada y consolada.

Algunas cosas de éstas podría decir aquí, que como he tratado tantas personas santas y de oración, sé muchas; porque no penséis que soy yo, me voy a la mano. Esta paréceme de gran provecho para que entendáis lo que se contenta nuestro Señor de que nos conozcamos y procuremos siempre mirar y remirar nuestra pobreza y miseria, y que no tenemos nada que no lo recibimos. Así que, hermanas mías, para esto y otras muchas cosas que se ofrece a un alma que ya el Señor la tiene en este punto, es menester ánimo; y a mi parecer, para esto postrero más que para nada, si hay humildad. Dénosla el Señor, por quien El es.

7. Pues tornando a este apresurado arrebatar el espíritu, es de tal manera que verdaderamente parece sale del cuerpo, y por otra parte claro está que no queda esta persona muerta; al menos ella no puede decir si está en el cuerpo o si no, por algunos instantes. Parécele que toda junta ha estado en otra región muy diferente de en ésta que vivimos, adonde se le muestra otra luz tan diferente de la de acá, que si toda su vida ella la estuviera fabricando junto con otras cosas, fuera imposible alcanzarlas. Y acaece que en un instante le enseñan tantas cosas juntas que en muchos años que trabajara en ordenarlas con su imaginación y pensamiento no pudiera de mil partes la una. Esto no es visión intelectual, sino imaginaria, que se ve con los ojos del alma muy mejor que acá vemos con los del cuerpo, y sin palabras se le da a entender algunas cosas; digo como si ve algunos santos, los conoce como si los hubiera mucho tratado.

8. Otras veces, junto con las cosas que ve con los ojos del alma, por visión intelectual se le representan otras, en especial multitud de ángeles con el Señor de ellos; y sin ver nada con los ojos del cuerpo, por un conocimiento admirable que yo no sabré decir, se le representa lo que digo y otras muchas cosas que no son para decir. Quien pasare por ellas, que tenga más habilidad que yo, las sabrá quizá dar a entender, aunque me parece bien dificultoso. Si esto todo pasa estando en el cuerpo, o no, yo no lo sabré decir; al menos ni juraría que está en el cuerpo ni tampoco que está el cuerpo sin alma.

9. Muchas veces he pensado, si como el sol estándose en el cielo, que sus rayos tienen tanta fuerza que no mudándose él de allí, de presto llegan acá, si el alma y el espíritu, que son una misma cosa como lo es el sol y sus rayos, puede, quedándose ella en su puesto, con la fuerza del calor que le viene del verdadero Sol de Justicia, alguna parte superior salir sobre sí misma. En fin, yo no sé lo que digo. Lo que es verdad, es que con la presteza que sale la pelota de un arcabuz cuando la ponen el fuego, se levanta en el interior un vuelo que yo no sé otro nombre que le poner), que aunque no hace ruido, hace movimiento tan claro que no puede ser antojo en ninguna manera; y muy fuera de sí misma, a todo lo que puede entender, se le muestran grandes cosas; y cuando torna a sentirse en sí, es con tan grandes ganancias y teniendo en tan poco todas las cosas de la tierra para en comparación de las que ha visto, que le parecen basura; y desde ahí adelante vive en ella con harta pena, y no ve cosa de las que le solían parecer bien, que le haga dársele nada de ella. Parece que le ha querido el Señor mostrar algo de la tierra adonde ha de ir, como llevaron señas los que enviaron a la tierra de promisión los del pueblo de Israel, para que pase los trabajos de este camino tan trabajoso, sabiendo adónde ha de ir a descansar.

10. Aunque cosa que pasa tan de presto no os parecerá de mucho provecho, son tan grandes los que deja en el alma que si no es por quien pasa, no se sabrá entender su valor. Por donde se ve bien no ser cosa del demonio; que de la propia imaginación es imposible, ni el demonio podría representar cosas que tanta operación y paz y sosiego y aprovechamiento deja en el alma, en especial tres cosas muy en subido grado: conocimiento de la grandeza de Dios, porque mientras más cosas viéremos de ella, más se nos da a entender. Segunda razón: propio conocimiento y humildad de ver cómo cosa tan baja en comparación del Criador de tantas grandezas, la ha osado ofender ni osa mirarle; la tercera, tener en muy poco todas las cosas de la tierra, si no fueren las que puede aplicar para servicio de tan gran Dios.

11. Estas son las joyas que comienza el Esposo a dar a su esposa, y son de tanto valor que no las pondrá a mal recaudo; que así quedan esculpidas en la memoria estas visitas, que creo es imposible olvidarlas hasta que las goce para siempre, si no fuese para grandísimo mal suyo; mas el Esposo que se las da, es poderoso para darle gracia que no las pierda.

12. Pues tornando al ánimo que es menester, ¿paréceos que es tan liviana cosa?; que verdaderamente parece que el alma se aparta del cuerpo, porque se ve perder los sentidos y no entiende para qué. Menester es que le dé el que da todo lo demás. Diréis que bien pagado va este temor. Así lo digo yo. Sea para siempre alabado el que tanto puede dar. Plega a Su Majestad, que nos dé para que merezcamos servirle, amén.
– ir a índice –

Capítulo 6
En que dice un efecto de la oración que está dicha en el capítulo pasado. Y en qué se entenderá que es verdadera y no engaño. – Trata de otra merced que hace el Señor al alma para emplearla en sus alabanzas.

1. De estas mercedes tan grandes queda el alma tan deseosa de gozar del todo al que se las hace, que vive con harto tormento, aunque sabroso; unas ansias grandísimas de morirse, y así, con lágrimas muy ordinarias pide a Dios la saque de este destierro. Todo la cansa cuanto ve en él; en viéndose a solas tiene algún alivio, y luego acude esta pena, y en estando sin ella, no se hace. En fin, no acaba esta mariposica de hallar asiento que dure; antes, como anda el alma tan tierna del amor, cualquier ocasión que sea para encender más ese fuego la hace volar; y así en esta morada son muy continuos los arrobamientos, sin haber remedio de excusarlos, aunque sea en público, y luego las persecuciones y murmuraciones, que aunque ella quiera estar sin temores no la dejan, porque son muchas las personas que se los ponen, en especial los confesores.

Y aunque en lo interior del alma parece tiene gran seguridad por una parte, en especial cuando está a solas con Dios, por otra anda muy afligida; porque teme si la ha de engañar el demonio de manera que ofenda a quien tanto ama, que de las murmuraciones tiene poca pena, si no es cuando el mismo confesor la aprieta, como si ella pudiese más.

2. No hace sino pedir a todos oraciones y suplicar a Su Majestad la lleve por otro camino, porque le dicen que lo haga, porque éste es muy peligroso; mas como ella ha hallado por él tan gran aprovechamiento, que no puede dejar de ver que le lleva, como lee y oye y sabe por los mandamientos de Dios el que va al cielo, no lo acaba de desear, aunque quiere, sino dejarse en sus manos. Y aun este no lo poder desear le da pena, por parecerle que no obedece al confesor; que en obedecer y no ofender a nuestro Señor le parece que está todo su remedio para no ser engañada; y así no haría un pecado venial de advertencia porque la hiciesen pedazos, a su parecer; y aflígese en gran manera de ver que no se puede excusar de hacer muchos sin entenderse.

3. Da Dios a estas almas un deseo tan grandísimo de no le descontentar en cosa ninguna, por poquito que sea, ni hacer una imperfección, si pudiese, que por solo esto, aunque no fuese por más, querría huir de las gentes y ha gran envidia a los que viven y han vivido en los desiertos. Por otra parte, se querría meter en mitad del mundo, por ver si pudiese ser parte para que un alma alabase más a Dios; y si es mujer, se aflige del atamiento que le hace su natural porque no puede hacer esto, y ha gran envidia a los que tienen libertad para dar voces, publicando quién es este gran Dios de las Caballerías.

4. ¡Oh pobre mariposilla, atada con tantas cadenas, que no te dejan volar lo que querrías! Habedla lástima, mi Dios; ordenad ya de manera que ella pueda cumplir en algo sus deseos para vuestra honra y gloria. No os acordéis de lo poco que lo merece y de su bajo natural. Poderoso sois Vos, Señor, para que la gran mar se retire y el gran Jordán, y dejen pasar los hijos de Israel. No la hayáis lástima, que, con vuestra fortaleza ayudada, puede pasar muchos trabajos; ella está determinada a ello y los desea padecer. Alargad, Señor, vuestro poderoso brazo, no se le pase la vida en cosas tan bajas. Parézcase vuestra grandeza en cosa tan femenil y baja, para que, entendiendo el mundo que no es nada de ella, os alaben a Vos, cuéstele lo que le costare, que eso quiere, y dar mil vidas porque un alma os alabe un poquito más a su causa, si tantas tuviera; y las da por muy bien empleadas y entiende con toda verdad que no merece padecer por Vos un muy pequeño trabajo, cuánto más morir.

5. No sé a qué propósito he dicho esto, hermanas, ni para qué, que no me he entendido. Entendamos que son estos los efectos que quedan de estas suspensiones o éxtasis, sin duda ninguna; porque no son deseos que se pasan sino que están en un ser, y cuando se ofrece algo en que mostrarlo se ve que no era fingido. ¿Por qué digo estar en un ser? – Algunas veces se siente el alma cobarde, y en las cosas más bajas, y atemorizada y con tan poco ánimo que no le parece posible tenerle para cosa: entiendo yo que la deja el Señor entonces en su natural para mucho mayor bien suyo; porque ve entonces que, si para algo le ha tenido, ha sido de Su Majestad, con una claridad que la deja aniquilada a sí y con mayor conocimiento de la misericordia de Dios y de su grandeza, que en cosa tan baja la ha querido mostrar. Mas, lo más ordinario, está como antes hemos dicho.

6. Una cosa advertid, hermanas, en estos grandes deseos de ver a nuestro Señor: que aprietan algunas veces tanto que es menester no ayudar a ellos, sino divertiros, si podéis digo; porque en otros que diré adelante, en ninguna manera se puede, como veréis. En estos primeros, alguna vez sí podrán, porque hay razón entera para conformarse con la voluntad de Dios, y decir lo que decía San Martín; y podráse volver la consideración si mucho aprietan; porque como es, al parecer, deseo que ya parece de personas muy aprovechadas, ya podría el demonio moverle, porque pensásemos que lo estamos, que siempre es bien andar con temor. Mas tengo para mí que no podrá poner la quietud y paz que esta pena da en el alma, sino que será moviendo con él alguna pasión, como se tiene cuando por cosas del siglo tenemos alguna pena. Mas a quien no tuviere experiencia de lo uno y de lo otro, no lo entenderá, y pensando es una gran cosa, ayudará cuanto pudiere, y haríale mucho daño a la salud: porque es continua esta pena, o al menos muy ordinaria.

7. También advertid que suele causar la complexión flaca cosas de estas penas, en especial si es en unas personas tiernas que por cada cosita lloran; mil veces las hará entender que lloran por Dios, que no sea así. Y aun puede acaecer ser cuando viene una multitud de lágrimas, digo, por un tiempo que a cada palabrita que oiga o piense de Dios no se puede resistir de ellas) haberse allegado algún humor al corazón, que ayuda más que el amor que se tiene a Dios, que no parece han de acabar de llorar; y como ya tienen entendido que las lágrimas son buenas, no se van a la mano ni querrían hacer otra cosa, y ayudan cuanto pueden a ellas. Pretende el demonio aquí que se enflaquezcan de manera, que después ni puedan tener oración ni guardar su Regla.

8. Paréceme que os estoy mirando cómo decís que qué habéis de hacer, si en todo pongo peligro, pues en una cosa tan buena como las lágrimas, me parece puede haber engaño; que yo soy la engañada; y ya puede ser, mas creed que no hablo sin haber visto que le puede haber en algunas personas, aunque no en mí; porque no soy nada tierna, antes tengo un corazón tan recio, que algunas veces me da pena; aunque cuando el fuego de adentro es grande, por recio que sea el corazón, destila como hace una alquitara; y bien entenderéis cuándo vienen las lágrimas de aquí, que son más confortadoras y pacifican, que no alborotadoras, y pocas veces hacen mal. El bien es en este engaño -cuando lo fuere- que sera daño del cuerpo digo, si hay humildad y no del alma; y cuando no le hay, no será malo tener esta sospecha.

9. No pensemos que está todo hecho en llorando mucho, sino que echemos mano del obrar mucho y de las virtudes, que son las que nos han de hacer al caso, y las lágrimas vénganse cuando Dios las enviare, no haciendo nosotras diligencias para traerlas. Estas dejarán esta tierra seca regada, y son gran ayuda para dar fruto; mientras menos caso hiciéremos de ellas, más, porque es agua que cae del cielo; la que sacamos cansándonos en cavar para sacarla, no tiene que ver con ésta, que muchas veces cavaremos y quedaremos molidas, y no hallaremos ni un charco de agua, cuánto más pozo manantial. Por eso, hermanas, tengo por mejor que nos pongamos delante del Señor y miremos su misericordia y grandeza y nuestra bajeza, y dénos El lo que quisiere, siquiera haya agua, siquiera sequedad: El sabe mejor lo que nos conviene. Y con esto andaremos descansadas y el demonio no tendrá tanto lugar de hacernos trampantojos.

10. Entre estas cosas penosas y sabrosas juntamente da nuestro Señor al alma algunas veces unos júbilos y oración extraña, que no sabe entender qué es. Porque si os hiciere esta merced, le alabéis mucho y sepáis que es cosa que pasa, la pongo aquí. Es, a mi parecer, una unión grande de las potencias, sino que las deja nuestro Señor con libertad para que gocen de este gozo, y a los sentidos lo mismo, sin entender qué es lo que gozan y cómo lo gozan. Parece esto algarabía, y cierto pasa así, que es un gozo tan excesivo del alma, que no querría gozarle a solas, sino decirlo a todos para que la ayudasen a alabar a nuestro Señor, que aquí va todo su movimiento. ¡Oh, qué de fiestas haría y qué de muestras, si pudiese, para que todos entendiesen su gozo! Parece que se ha hallado a sí, y que, como el padre del hijo pródigo, querría convidar a todos y hacer grandes fiestas, por ver su alma en puesto que no puede dudar que está en seguridad, al menos por entonces. Y tengo para mí que es con razón; porque tanto gozo interior de lo muy íntimo del alma, y con tanta paz, y que todo su content provoca a alabanzas de Dios, no es posible darle el demonio.

11. Es harto, estando con este gran ímpetu de alegría, que calle y pueda disimular, y no poco penoso. Esto debía sentir San Francisco, cuando le toparon los ladrones, que andaba por el campo dando voces y les dijo que era pregonero del gran Rey, y otros santos que se van a los desiertos por poder pregonar lo que San Francisco estas alabanzas de su Dios. Yo conocí uno llamado fray Pedro de Alcántara -que creo lo es, según fue su vida-, que hacía esto mismo, y le tenían por loco los que alguna vez le oyeron. ¡Oh, qué buena locura, hermanas, si nos la diese Dios a todas! Y ¡qué mercedes os ha hecho de teneros en parte que, aunque el Señor os haga ésta y deis muestras de ello, antes será para ayudaros que no para murmuración, como fuerais si estuvierais en el mundo, que se usa tan poco este pregón, que no es mucho que le murmuren!

¡Oh desventurados tiempos y miserable vida en la que ahora vivimos, y dichosas a las que les ha cabido tan buena suerte, que estén fuera de el. Algunas veces me es particular gozo, cuando estando juntas, las veo a estas hermanas tenerle tan grande interior, que la que más puede, más alabanzas da a nuestro Señor de verse en el monasterio; porque se les ve muy claramente que salen aquellas alabanzas de lo interior del alma. Muchas veces, querría, hermanas, hicieseis esto, que una que comienza despierta a las demás. ¿En qué mejor se puede emplear vuestra lengua cuando estéis juntas que en alabanzas de Dios, pues tenemos tanto por qué se las dar?

12. Plega a Su Majestad que muchas veces nos dé esta oración, pues es tan segura y gananciosa; que adquirirla no podremos, porque es cosa muy sobrenatural; y acaece durar un día, y anda el alma como uno que ha bebido mucho, mas no tanto que esté enajenado de los sentidos; o un melancólico, que del todo no ha perdido el seso, mas no sale de una cosa que se le puso en la imaginación ni hay quien le saque de ella.

Harto groseras comparaciones son éstas para tan preciosa causa, mas no alcanza otras mi ingenio; porque ello es así que este gozo la tiene tan olvidada de sí y de todas las cosas, que no advierte ni acierta a hablar, sino en lo que procede de su gozo, que son alabanzas de Dios. Ayudemos a esta alma, hijas mías, todas. ¿Para qué queremos tener más seso?; ¿qué nos puede dar mayor contento? ¡Y ayúdennos todas las criaturas, por todos los siglos de los siglos, amén, amén, amén!
– ir a índice –

Capítulo 7
Trata de la manera que es la pena que sienten de sus pecados las almas a quien Dios hace las mercedes dichas. – Dice cuán gran yerro es no ejercitarse, por muy espirituales que sean, en traer presente la Humanidad de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, y su sacratísima Pasión y vida, y su gloriosa Madre y santos. – Es de mucho provecho.

1. Pareceros ha hermanas, que a estas almas que el Señor se comunica tan particularmente en especial podrán pensar esto que diré las que no hubieren llegado a estas mercedes, porque si lo han gozado, y es de Dios, verán lo que yo diré), que estarán ya tan seguras de que han de gozarle para siempre, que no tendrán que temer ni que llorar sus pecados; y será muy gran engaño, porque el dolor de los pecados crece más, mientras más se recibe de nuestro Dios. Y tengo yo para mí que hasta que estemos adonde ninguna cosa puede dar pena, que ésta no se quitará.

2. Verdad es que unas veces aprieta más que otras, y también es de diferente manera; porque no se acuerda de la pena que ha de tener por ellos, sino de cómo fue tan ingrata a quien tanto debe y a quien tanto merece ser servido; porque en estas grandezas que le comunica, entiende mucho más la de Dios. Espántase cómo fue tan atrevida; llora su poco respeto; parécele una cosa tan desatinada su desatino, que no acaba de lastimar jamás, cuando se acuerda por las cosas tan bajas que dejaba una tan gran Majestad. Mucho más se acuerda de esto que de las mercedes que recibe, siendo tan grandes como las dichas y las que están por decir; parece que las lleva un río caudaloso y las trae a sus tiempos; esto de los pecados está como un cieno, que siempre parece se avivan en la memoria y es harto gran cruz.

3. Yo sé de una persona que, dejado de querer morirse por ver a Dios, lo deseaba por no sentir tan ordinariamente pena de cuán desagradecida había sido a quien tanto debió siempre y había de deber; y así no le parecía podían llegar maldades de ninguno a las suyas, porque entendía que no le habría a quien tanto hubiese sufrido Dios y tantas mercedes hubiese hecho. En lo que toca a miedo del infierno, ninguno tienen. De si han de perder a Dios, a veces aprieta mucho; mas es pocas veces. Todo su temor es no las deje Dios de su mano para ofenderle y se vean en estado tan miserable como se vieron en algún tiempo; que de pena ni gloria suya propia, no tienen cuidado, y si desean no estar mucho en purgatorio, es más por no estar ausentes de Dios, lo que allí estuvieren, que por las penas que han de pasar.

4. Yo no tendría por seguro, por favorecida que un alma esté de Dios, que se olvidase de que en algún tiempo se vio en miserable estado; porque, aunque es cosa penosa, aprovecha para muchas. Quizá como yo he sido tan ruin, me parece esto, y ésta es la causa de traerlo siempre en la memoria. Las que han sido buenas, no tendrán que sentir, aunque siempre hay quiebras mientras vivimos en este cuerpo mortal. Para esta pena ningún alivio es pensar que tiene nuestro Señor ya perdonados los pecados y olvidados; antes añade a la pena ver tanta bondad y que se hacen mercedes a quien no merecía sino infierno. Yo pienso que fue éste un gran martirio en San Pedro y la Magdalena; porque, como tenían el amor tan crecido y habían recibido tantas mercedes y tenían entendida la grandeza y majestad de Dios, sería harto recio de sufrir, y con muy tierno sentimiento.

5. También os parecerá que quien goza de cosas tan altas no tendrá meditación en los misterios de la sacratísima Humanidad de nuestro Señor Jesucristo, porque se ejercitará ya toda en amor. – Esto es una cosa que escribí largo en otra parte, y aunque me han contradecido en ella y dicho que no lo entiendo, porque son caminos por donde lleva nuestro Señor, y que cuando ya han pasado de los principios es mejor tratar en cosas de la divinidad y huir de las corpóreas, a mí no me harán confesar que es buen camino. Yo puede ser que me engañe y que digamos todos una cosa; mas vi yo que me quería engañar el demonio por ahí, y así estoy tan escarmentada que pienso, aunque lo haya dicho más veces, decíroslo otra vez aquí, porque vayáis en esto con mucha advertencia; y mirad que oso decir que no creáis a quien os dijere otra cosa. Y procuraré darme más a entender, que hice en otra parte; porque por ventura si alguno lo ha escrito, como él lo dijo, si más se alargara en declararlo, decía bien; y decirlo así por junto a las que no entendemos tanto, puede hacer mucho mal.

6. También les parecerá a algunas almas que no pueden pensar en la Pasión; pues menos podrán en la sacratísima Virgen, ni en la vida de los Santos, que tan gran provecho y aliento nos da su memoria. Yo no puedo pensar en qué piensan; porque, apartados de todo lo corpóreo, para espíritus angélicos es estar siempre abrasados en amor, que no para los que vivimos en cuerpo mortal, que es menester trate y piense y se acompañe de los que, teniéndole, hicieron tan grandes hazañas por Dios; cuánto más apartarse de industria de todo nuestro bien y remedio que es la sacratísima Humanidad de nuestro Señor Jesucristo. Y no puedo creer que lo hacen, sino que no se entienden, y así harán daño a sí y a los otros. Al menos yo les aseguro que no entren a estas dos moradas postreras; porque si pierden la guía, que es el buen Jesús, no acertarán el camino; harto será si se están en las demás con seguridad. Porque el mismo Señor dice que es camino; también dice el Señor que es luz, y que no puede ninguno ir al Padre sino por El; y «quien me ve a mí ve a mi Padre». Dirán que se da otro sentido a estas palabras. Yo no sé esotros sentidos; con éste que siempre siente mi alma ser verdad, me ha ido muy bien.

7. Hay algunas almas -y son hartas las que lo han tratado conmigo- que como nuestro Señor las llega a dar contemplación perfecta, querríanse siempre estar allí, y no puede ser; mas quedan con esta merced del Señor de manera que después no pueden discurrir en los misterios de la Pasión y de la vida de Cristo como antes. Y no sé qué es la causa, mas es esto muy ordinario, que queda el entendimiento más inhabilitado para la meditación. Creo debe ser la causa, que como en la meditación es todo buscar a Dios, como una vez se halla y queda el alma acostumbrada por obra de la voluntad a tornarle a buscar, no quiere cansarse con el entendimiento. Y también me parece que, como la voluntad esté ya encendida, no quiere esta potencia generosa aprovecharse de estotra si pudiese; y no hace mal, mas será imposible, en especial hasta que llegue a estas postreras moradas, y perderá tiempo, porque muchas veces ha menester ser ayudada del entendimiento para encender la voluntad.

8. Y notad, hermanas, este punto, que es importante, y así le quiero declarar más: está el alma deseando emplearse toda en amor y querría no entender en otra cosa, mas no podrá aunque quiera; porque, aunque la voluntad no esté muerta, está mortecino el fuego que la suele hacer quemar, y es menester quien le sople para echar calor de sí. ¿Sería bueno que se estuviese el alma con esta sequedad, esperando fuego del cielo que queme este sacrificio que está haciendo de sí a Dios, como hizo nuestro Padre Elías? No, por cierto, ni es bien esperar milagros. El Señor los hace cuando es servido, por esta alma, como queda dicho y se dirá adelante; mas quiere Su Majestad que nos tengamos por tan ruines que no merecemos los haga, sino que nos ayudemos en todo lo que pudiéremos. Y tengo para mí que hasta que muramos, por subida oración que haya, es menester esto.

9. Verdad es que a quien mete ya el Señor en la séptima morada, es muy pocas veces, o casi nunca, las que ha menester hacer esta diligencia, por la razón que en ella diré, si se me acordare; mas es muy continuo no se apartar de andar con Cristo nuestro Señor por una manera admirable, adonde divino y humano junto es siempre su compañía. Así que, cuando no hay encendido el fuego que queda dicho en la voluntad ni se siente la presencia de Dios, es menester que la busquemos; que esto quiere Su Majestad, como lo hacía la Esposa en los Cantares, y que preguntemos a las criaturas quién las hizo -como dice San Agustín, creo, en sus Meditaciones o Confesiones-, y no nos estemos bobos perdiendo tiempo por esperar lo que una vez se nos dio, que a los principios podrá ser que no lo dé el Señor en un año, y aun en muchos; Su Majestad sabe el porqué; nosotras no hemos de querer saberlo, ni hay para qué. Pues sabemos el camino como hemos de contentar a Dios por los mandamientos y consejos, en esto andemos muy diligentes, y en pensar su vida y muerte, y lo mucho que le debemos; lo demás venga cuando el Señor quisiere.

10. Aquí viene el responder que no pueden detenerse en estas cosas, y por lo que queda dicho, quizá tendrán razón en alguna manera. Ya sabéis que discurrir con el entendimiento es uno, y representar la memoria al entendimiento verdades es otro. Decís, quizá, que no me entendéis, y verdaderamente podrá ser que no lo entienda yo para saberlo decir; mas dirélo como supiere. Llamo yo meditación a discurrir mucho con el entendimiento de esta manera: comenzamos a pensar en la merced que no hizo Dios en darnos a su único Hijo, y no paramos allí, sino vamos adelante a los misterios de toda su gloriosa vida; o comenzamos en la oración del Huerto y no para el entendimiento hasta que está puesto en la cruz; o tomamos un paso de la Pasión, digamos como el prendimiento, y andamos en este misterio, considerando por menudo las cosas que hay que pensar en él y que sentir, así de la traición de Judas, como de la huida de los apóstoles y todo lo demás; y es admirable y muy meritoria oración.

11. Esta es la que digo que tendrán razón quien ha llegado a llevarla Dios a cosas sobrenaturales y a perfecta contemplación; porque -como he dicho- no sé la causa, mas lo más ordinario no podrá. Mas no la tendrá, digo razón, si dice que no se detiene en estos misterios y los trae presentes muchas veces, en especial cuando los celebra la Iglesia Católica; ni es posible que pierda memoria el alma que ha recibido tanto de Dios, de muestras de amor tan preciosas, porque son vivas centellas para encenderla más en el que tiene a nuestro Señor; sino que no se entiende, porque entiende el alma estos misterios por manera más perfecta: y es que se los representa el entendimiento, y estámpanse en la memoria de manera que de sólo ver al señor caído con aquel espantoso sudor en el Huerto, aquello le basta para no sólo una hora, sino muchos días, mirando con una sencilla vista quién es y cuán ingratos hemos sido a tan gran pena; luego acude la voluntad, aunque no sea con ternura, a desear servir en algo tan gran merced y a desear padecer algo por quien tanto padeció y a otras cosas semejantes, en que ocupa la memoria y el entendimiento. Y creo que por esta razón no puede pasar a discurrir más en la Pasión, y esto le hace parecer que no puede pensar en ella.

12. Y si esto no hace, es bien que lo procure hacer, que yo sé que no lo impedirá la muy subida oración, y no tengo por bueno que no se ejercite en esto muchas veces. Si de aquí la suspendiere el Señor, muy enhorabuena, que aunque no quiera la hará dejar en lo que está. Y tengo por muy cierto que no es estorbo esta manera de proceder, sino gran ayuda para todo bien, lo que sería si mucho trabajase en el discurrir que dije al principio, y tengo para mí que no podrá quien ha llegado a más. Ya puede ser que sí, que por muchos caminos lleva Dios las almas; mas no se condenen las que no pudieren ir por él, ni las juzguen inhabilitadas para gozar de tan grandes bienes como están encerrados en los misterios de nuestro bien Jesucristo; ni nadie me hará entender, sea cuan espiritual quisiere, que irá bien por aquí.

13. Hay unos principios, y aun medios, que tienen algunas almas, que como comienzan a llegar a oración de quietud y a gustar de los regalos y gustos que da el Señor, paréceles que es muy gran cosa estarse allí siempre gustando. Pues créanme y no se embeban tanto -como ya he dicho en otra parte- que es larga la vida, y hay en ella muchos trabajos, y hemos menester mirar a nuestro dechado Cristo, cómo los pasó, y aun a sus apóstoles y Santos, para llevarlos con perfección. Es muy buena compañía el buen Jesús para no nos apartar de ella, y su Sacratísima Madre, y gustar mucho de que nos dolamos de sus penas, aunque dejemos nuestro contento y gusto algunas veces. Cuánto más, hijas, que no es tan ordinario el regalo en la oración que no haya tiempo para todo; y la que dijere que es en un ser, tendríalo yo por sospechoso, digo que nunca puede hacer lo que queda dicho; y así lo tened y procurad salir de ese engaño y desembeberos con todas vuestras fuerzas; y si no bastaren, decirlo a la priora, para que os dé un oficio de tanto cuidado que se quite ese peligro; que al menos para el seso y cabeza es muy grande, si durase mucho tiempo.

14. Creo queda dado a entender lo que conviene, por espirituales que sean, no huir tanto de cosas corpóreas que les parezca aún hace daño la Humanidad sacratísima. Alegan lo que el Señor dijo a sus discípulos, que convenía que El se fuese. Yo no puedo sufrir esto. A osadas que no lo dijo a su Madre Sacratísima, porque estaba firme en la fe, que sabía que era Dios y hombre, y aunque le amaba más que ellos, era con tanta perfección, que antes la ayudaba. No debían estar entonces los apóstoles tan firmes en la fe como después estuvieron, y tenemos razón de estar nosotros ahora.

15. Yo os digo, hijas, que le tengo por peligroso camino y que podría el demonio venir a hacer perder la devoción con el Santísimo Sacramento.

El engaño que me pareció a mí que llevaba no llegó a tanto como esto, sino a no gustar de pensar en nuestro Señor Jesucristo tanto, sino andarme en aquel embebecimiento, aguardando aquel regalo. Y vi claramente que iba mal; porque como no podía ser tenerle siempre, andaba el pensamiento de aquí para allí, y el alma, me parece, como un ave revolando que no halla adonde parar, y perdiendo harto tiempo, y no aprovechando en las virtudes ni medrando en la oración. Y no entendía la causa, ni la entendiera, a mi parecer, porque me parecía que era aquello muy acertado, hasta que, tratando la oración que llevaba con una persona sierva de Dios, me avisó. Después vi claro cuán errada iba, y nunca me acaba de pesar de que haya habido ningún tiempo que yo careciese de entender que se podía mal ganar con tan gran pérdida; y cuando pudiera, no quiero ningún bien, sino adquirido por quien nos vinieron todos los bienes. Sea para siempre alabado, amén.
– ir a índice –

Capítulo 8
Trata de cómo se comunica Dios al alma por visión intelectual, y da algunos avisos, y dice los efectos que hace cuando es verdadera. – Encarga el secreto de estas mercedes.

1. Para que más claro veáis, hermanas, que es así lo que os he dicho y que mientras más adelante va un alma más acompañada es de este buen Jesús, será bien que tratemos de cómo, cuando Su Majestad quiere, no podemos sino andar siempre con El, como se ve claro por las maneras y modos con que Su Majestad se nos comunica y nos muestra el amor que nos tiene, con algunos aparecimientos y visiones tan admirables; que por si alguna merced de éstas os hiciere, no andéis espantadas, quiero decir -si el Señor fuere servido que acierte- en suma, alguna cosa de éstas, para que le alabemos mucho, aunque no nos las haga a nosotras, de que se quiera así comunicar con una criatura, siendo de tanta majestad y poder.

2. Acaece, estando el alma descuidada de que se le ha de hacer esta merced ni haber jamás pensado merecerla, que siente cabe sí a Jesucristo nuestro Señor, aunque no le ve, ni con los ojos del cuerpo ni del alma. Esta llaman visión intelectual, no sé yo por qué. Vi a esta persona que le hizo Dios esta merced, con otras que diré adelante, fatigada en los principios harto, porque no podía entender qué cosa era, pues no la veía; y entendía tan cierto ser Jesucristo nuestro Señor el que se le mostraba de aquella suerte, que no lo podía dudar, digo que estaba allí aquella visión; que si era de Dios o no, aunque traía consigo grandes efectos para entender que lo era, todavía andaba con miedo, y ella jamás había oído visión intelectual, ni pensó que la había de tal suerte; mas entendía muy claro que era este Señor el que le hablaba muchas veces de la manera que queda dicho, porque hasta que le hizo esta merced que digo, nunca sabía quién la hablaba, aunque entendía las palabras.

3. Sé que estando temerosa de esta visión porque no es como las imaginarias, que pasan de presto, sino que dura muchos días, y aun más que un año alguna vez), se fue a su confesor harto fatigada. El le dijo que, si no veía nada, que cómo sabía que era nuestro Señor; que le dijese qué rostro tenía. Ella le dijo que no sabía, ni veía rostro, ni podía decir más de lo dicho; que lo que sabía era que era El el que la hablaba y que no era antojo. Y aunque le ponían hartos temores, todavía muchas veces no podía dudar, en especial cuando la decía: No hayas miedo, que yo soy. Tenían tanta fuerza estas palabras, que no lo podía dudar por entonces, y quedaba muy esforzada y alegre con tan buena compañía; que veía claro serle gran ayuda para andar con una ordinaria memoria de Dios y un miramiento grande de no hacer cosa que le desagradase, porque le parecía la estaba siempre mirando. Y cada vez que quería tratar con Su Majestad en oración, y aun sin ella, le parecía estar tan cerca, que no la podía dejar de oír; aunque el entender las palabras no era cuando ella quería, sino a deshora, cuando era menester. Sentía que andaba al lado derecho, mas no con estos sentidos que podemos sentir que está cabe nosotros una persona; porque es por otra vía más delicada, que no se debe de saber decir; mas es tan cierto y con tanta certidumbre y aun mucho más; porque acá ya se podría antojar, mas en esto no, que viene con grandes ganancias y efectos interiores, que ni los podría haber, si fuese melancolía, ni tampoco el demonio haría tanto bien, ni andaría el alma con tanta paz y con tan continuos deseos de contentar a Dios y con tanto desprecio de todo lo que no la llega a El.

4. Y después se entendió claro no ser demonio, porque se iba más y más dando a entender. Con todo, sé yo que a ratos andaba harto temerosa; otros con grandísima confusión, que no sabía por dónde le había venido tanto bien. Eramos tan una cosa ella y yo, que no pasaba cosa por su alma que yo estuviese ignorante de ella, y así puedo ser buen testigo y me podéis creer ser verdad todo lo que en esto dijere. Es merced del Señor que trae grandísima confusión consigo y humildad.

Cuando fuese del demonio, todo sería al contrario. Y como es cosa que notablemente se entiende ser dada de Dios, que no bastaría industria humana para poderse así sentir, en ninguna manera puede pensar quien lo tiene que es bien suyo, sino dado de la mano de Dios. Y aunque, a mi parecer, es mayor merced algunas de las que quedan dichas, ésta trae consigo un particular conocimiento de Dios, y de esta compañía tan continua nace un amor ternísimo con Su Majestad y unos deseos aun mayores que los que quedan dichos de entregarse toda a su servicio, y una limpieza de conciencia grande, porque hace advertir a todo la presencia que trae cabe sí; porque aunque ya sabemos que lo está Dios a todo lo que hacemos, es nuestro natural tal, que se descuida en pensarlo: lo que no se puede descuidar acá, que la despierta el Señor que está cabe ella. Y aun para las mercedes que quedan dichas, como anda el alma casi continuo con un actual amor al que ve o entiende estar cabe sí, son muy más ordinarias.

5. En fin, en la ganancia del alma se ve ser grandísima merced y muy mucho de preciar, y agradecer al Señor que se la da tan sin poderlo merecer, y por ningún tesoro ni deleite de la tierra la trocaría. Y así, cuando el Señor es servido que se la quite, queda con mucha soledad; mas todas las diligencias posibles que pusiese para tornar a tener aquella compañía, aprovechan poco; que lo da el Señor cuando quiere, y no se puede adquirir. Algunas veces también es de algún santo, y es también de gran provecho.

6. Diréis que si no se ve, que cómo se entiende que es Cristo, o cuándo es santo, o su Madre gloriosísima. Eso no sabrá el alma decir, ni puede entender cómo lo entiende, sino que lo sabe con una grandísima certidumbre. Aun ya el Señor, cuando habla, más fácil parece; mas el santo, que no habla, sino que parece le pone el Señor allí por ayuda de aquel alma y por compañía, es más de maravillar. Así son otras cosas espirituales, que no se saben decir, mas entiéndese por ellas cuán bajo es nuestro natural para entender las grandes grandezas de Dios, pues aun éstas no somos capaces, sino que, con admiración y alabanzas a Su Majestad pase quien se las diere; y así le haga particulares gracias por ellas, que pues no es merced que se hace a todos, hase mucho de estimar y procurar hacer mayores servicios, pues por tantas maneras la ayuda Dios a ello. De aquí viene no se tener por eso en más, y parecerle que es la que menos sirve a Dios de cuantos hay en la tierra, porque le parece está más obligada a ello que ninguno, y cualquier falta que hace le atraviesa las entrañas y con muy grande razón.

7. Estos efectos con que anda el alma, que quedan dichos, podrá advertir cualquiera de vosotras a quien el Señor llevare por este camino, para entender que no es engaño ni tampoco antojo porque -como he dicho- no tengo que es posible durar tanto siendo demonio, haciendo tan notable provecho al alma y trayéndola con tanta paz interior, que no es de su costumbre, ni puede, aunque quiere, cosa tan mala hacer tanto bien; que luego habría unos humos de propia estimación y pensar era mejor que los otros. Mas este andar siempre el alma tan asida de Dios y ocupado su pensamiento en El, haríale tanta rabia, que aunque lo intentase, no tornase muchas veces; y es Dios tan fiel, que no permitirá darle tanta mano con alma que no pretende otra cosa sino agradar a Su Majestad y poner su vida por su honra y gloria, sino que luego ordenará cómo sea desengañada.

8. Mi tema es y será que como el alma ande de la manera que aquí se ha dicho la dejan estas mercedes de Dios, que Su Majestad la sacará con ganancia, si permite alguna vez se le atreva el demonio y que él quedará corrido. Por eso, hijas, si alguna fuere por este camino -como he dicho- no andéis asombradas. Bien es que haya temor y andemos con más aviso, ni tampoco confiadas que, por ser tan favorecidas, os podéis más descuidar, que esto será señal no ser de Dios, si no os viereis con los efectos que queda dicho. Es bien que a los principios lo comuniquéis debajo de confesión con un muy buen letrado, que son los que nos han de dar la luz, o, si hubiere, alguna persona muy espiritual; y si no lo es, mejor es muy letrado; si le hubiere, con el uno y con el otro. Y si os dijeren que es antojo, no se os dé nada, que el antojo poco mal ni bien puede hacer a vuestra alma; encomendaos a la divina Majestad, que no consienta seáis engañada. Si os dijeren es demonio, será más trabajo; aunque no dirá, si es buen letrado, y hay los efectos dichos, mas cuando lo diga, yo sé que el mismo Señor, que anda con vos, os consolará y asegurará, y a él le irá dando luz para que os la dé.

9. Si es persona que aunque tiene oración no la ha llevado el Señor por ese camino, luego se espantará y lo condenará. Por eso os aconsejo que sea muy letrado y, si se hallare, también espiritual, y la priora dé licencia para ello, porque, aunque vaya segura el alma por ver su buena vida, estará obligada la priora a que se comunique, para que anden con seguridad entrambas. Y, tratado con estas personas, quiétese y no ande más dando parte de ello; que algunas veces, sin haber de qué temer, pone el demonio unos temores tan demasiados, que fuerzan al alma a no se contentar de una vez. En especial si el confesor es de poca experiencia y le ve medroso, y él mismo la hace andar comunicando, viénese a publicar lo que había de razón estar muy secreto, y a ser esta alma perseguida y atormentada; porque cuando piensa que está secreto, lo ve público, y de aquí suceden muchas cosas trabajosas para ella, y podrían suceder para la Orden, según andan estos tiempos.

10. Así que es menester grande aviso en esto, y a las prioras lo encomiendo mucho; y que no piense que por tener una hermana cosas semejantes, es mejor que las otras; lleva el Señor a cada una como ve que es menester. Aparejo es para venir a ser muy sierva de Dios, si se ayuda; mas, a las veces, lleva Dios por este camino a las más flacas. Y así no hay en esto por qué aprobar ni condenar, sino mirar a las virtudes, y a quien con más mortificación y humildad y limpieza de conciencia sirviere a nuestro Señor, que ésa será la más santa, aunque la certidumbre poco se puede saber acá, hasta que el verdadero Juez dé a cada uno lo que merece. Allá nos espantaremos de ver cuán diferente es su juicio de lo que acá podemos entender. Sea para siempre alabado, amén.
– ir a índice –

Capítulo 9
Trata de cómo se comunica el Señor al alma por visión imaginaria, y avisa mucho se guarden de desear ir por este camino. – Da para ello razones. – Es de mucho provecho.

1. Ahora vengamos a las visiones imaginarias, que dicen que son adonde puede meterse el demonio más que en las dichas, y así debe de ser; mas cuando son de nuestro Señor, en alguna manera me parecen más provechosas, porque son más conformes a nuestro natural; salvo de las que el Señor da a entender en la postrera morada, que a éstas no llegan ningunas.

2. Pues miremos ahora como os he dicho en el capítulo pasado que está este Señor, que es como si en una pieza de oro tuviésemos una piedra preciosa de grandísimo valor y virtudes; sabemos certísimo que está allí, aunque nunca la hemos visto; mas las virtudes de la piedra no nos dejan de aprovechar, si la traemos con nosotras. Aunque nunca la hemos visto, no por eso la dejamos de preciar, porque por experiencia hemos visto que nos ha sanado de algunas enfermedades, para que es apropiada; mas no la osamos mirar, ni abrir el relicario, ni podemos, porque la manera de abrirle sólo la sabe cuya es la joya, y aunque nos la prestó para que nos aprovechásemos de ella, él se quedó con la llave y, como cosa suya, abrirá cuando nos la quisiere mostrar, y aun la tomará cuando le parezca, como lo hace.

3. Pues digamos ahora que quiere alguna vez abrirla de presto, por hacer bien a quien la ha prestado: claro está que le será después muy mayor contento cuando se acuerde del admirable resplandor de la piedra, y así quedará más esculpida en su memoria. Pues así acaece acá: cuando nuestro Señor es servido de regalar más a esta alma, muéstrale claramente su sacratísima Humanidad de la manera que quiere, o como andaba en el mundo, o después de resucitado; y aunque es con tanta presteza que lo podríamos comparar a la de un relámpago, queda tan esculpido en la imaginación esta imagen gloriosísima, que tengo por imposible quitarse de ella hasta que la vea adonde para sin fin la pueda gozar.

4. Aunque digo imagen, entiéndese que no es pintada al parecer de quien la ve, sino verdaderamente viva, y algunas veces se está hablando con el alma y aun mostrándole grandes secretos. Mas habéis de entender que aunque en esto se detenga algún espacio, no se puede estar mirando más que estar mirando al sol, y así esta vista siempre pasa muy de presto; y no porque su resplandor da pena, como el del sol, a la vista interior, que es la que ve todo esto que cuando es con la vista exterior no sabré decir de ello ninguna cosa, porque esta persona que he dicho, de quien tan particularmente yo puedo hablar, no había pasado por ello; y de lo que no hay experiencia, mal se puede dar razón cierta), porque su resplandor es como una luz infusa y de un sol cubierto de una cosa tan delgada como un diamante, si se puede labrar; como una holanda parece la vestidura, y casi todas las veces que Dios hace esta merced al alma, se queda en arrobamiento, que no puede su bajeza sufrir tan espantosa vista. Digo espantosa, porque con ser la más hermosa y de mayor deleite que podría una persona imaginar, aunque viviese mil años y trabajase en pensarlo, porque va muy adelante de cuanto cabe en nuestra imaginación ni entendimiento), es su presencia de tan grandísima majestad, que hace gran espanto al alma.

5. A osadas que no es menester aquí preguntar cómo sabe quién es sin que se lo hayan dicho, que se da bien a conocer que es Señor del cielo y de la tierra; lo que no harán los reyes de ella, que por sí mismos bien en poco se tendrán, si no va junto con él su acompañamiento, o lo dicen.

¡Oh Señor, cómo os desconocemos los cristianos! ¿Qué será aquel día cuando nos vengáis a juzgar, pues viniendo aquí tan de amistad a tratar con vuestra esposa, pone miraros tanto temor? ¡Oh hijas! ¿y qué será cuando con tan rigurosa voz dijere: Id malditos de mi Padre?

6. Quédenos ahora esto en la memoria de esta merced que hace Dios al alma, que no nos será poco bien, pues San Jerónimo, con ser santo, no la apartaba de la suya, y así no se nos hará nada cuanto aquí padeciéremos en el rigor de la religión que guardamos, pues cuando mucho durare, es un momento, comparado con aquella eternidad.

7. Yo os digo de verdad que, con cuan ruin soy, nunca he tenido miedo de los tormentos del infierno, que fuse nada en comparación de cuando me acordaba que habían los condenados de ver airados estos ojos tan hermosos y mansos y benignos del Señor, que no parece lo podía sufrir mi corazón: esto ha sido toda mi vida. ¡Cuánto más lo temerá la persona a quien así se le ha representado, pues es tanto el sentimiento, que la deja sin sentir! Esta debe ser la causa de quedar con suspensión; que ayuda el Señor a su flaqueza con que se junte con su grandeza en esta tan subida comunicación con Dios.

8. Cuando pudiere el alma estar con mucho espacio mirando este Señor, yo no creo que será visión, sino alguna vehemente consideración, fabricada en la imaginación alguna figura; será como cosa muerta en estotra comparación.

9. Acaece a algunas personas y sé que es verdad, que lo han tratado conmigo, y no tres o cuatro, sino muchas) ser de tan flaca imaginación, o el entendimiento tan eficaz, o no sé qué es, que se embeben de manera en la imaginación, que todo lo que piensan claramente les parece que lo ven; aunque si hubiesen visto la verdadera visión, entenderían, muy sin quedarles duda, el engaño; porque van ellas mismas componiendo lo que ven con su imaginación, y no hace después ningún efecto, sino que se quedan frías, mucho más que si viesen una imagen devota. Es cosa muy entendida no ser para hacer caso de ello, y así se olvida mucho más que cosa soñada.

10. En lo que tratamos no es así, sino que estando el alma muy lejos de que ha de ver cosa, ni pasarle por pensamiento, de presto se le representa muy por junto y revuelve todas las potencias y sentidos con un gran temor y alboroto, para ponerlas luego en aquella dichosa paz. Así como cuando fue derrocado San Pablo, vino aquella tempestad y alboroto en el cielo, así acá en este mundo interior se hace gran movimiento, y en un punto -como he dicho- queda todo sosegado, y esta alma tan enseñada de unas tan grandes verdades, que no ha menester otro maestro; que la verdadera sabiduría sin trabajo suyo la ha quitado la torpeza, y dura con una certidumbre el alma de que esta merced es de Dios, algún espacio de tiempo, que aunque más le dijesen lo contrario, entonces no la podrían poner temor de que puede haber engaño. Después, poniéndosele el confesor, la deja Dios para que ande vacilando en que por sus pecados sería posible; mas no creyendo, sino -como he dicho en estotras cosas- a manera de tentaciones en cosas de la fe, que puede el demonio alborotar, mas no dejar el alma de estar firme en ella; antes mientras más la combate, más queda con certidumbre de que el demonio no la podría dejar con tantos bienes, como ello es así, que no puede tanto en lo interior del alma; podrá él representarlo, mas no con esta verdad y majestad y operaciones.

11. Como los confesores no pueden ver esto ni, por ventura, a quien Dios hace esta merced, sabérselo decir, temen y con mucha razón. Y así es menester ir con aviso, hasta aguardar tiempo del fruto que hacen estas apariciones, e ir poco a poco mirando la humildad con que dejan al alma y la fortaleza en la virtud; que si es de demonio, presto dará señal y le cogerán en mil mentiras. Si el confesor tiene experiencia y ha pasado por estas cosas, poco tiempo ha menester para entenderlo, que luego en la relación verá si es Dios, o imaginación, o demonio, en especial si le ha dado Su Majestad don de conocer espíritus, que si éste tiene y letras, aunque no tenga experiencia, lo conocerá muy bien.

12. Lo que es mucho menester, hermanas, es que andéis con gran llaneza y verdad con el confesor, no digo en decir los pecados, que eso claro está, sino en contar la oración; porque si no hay esto, no aseguro que vais bien, ni que es Dios el que os enseña; que es muy amigo que al que está en su lugar se trate con la verdad y claridad que consigo mismo, deseando entienda todos sus pensamientos, cuánto más las obras, por pequeñas que sean.

13. Y con esto no andéis turbadas ni inquietas, que aunque no fuese de Dios, si tenéis humildad y buena conciencia no os dañará; que sabe Su Majestad sacar de los males bienes, y que por el camino que el demonio os quería hacer perder, ganaréis más. Pensando que os hace tan grandes mercedes, os esforzaréis a contentarle mejor y andar siempre ocupada en la memoria su figura, que como decía un gran letrado, que el demonio es gran pintor, y si le mostrase muy al vivo una imagen del Señor, que no le pesaría, para con ella avivar la devoción y hacer al demonio guerra con sus mismas maldades; que aunque un pintor sea muy malo, no por eso se ha de dejar de reverenciar la imagen que hace, si es de todo nuestro Bien.

Parecíale muy mal lo que algunos aconsejan, que den higas cuando así viesen alguna visión; porque decía que adondequiera que veamos pintado a nuestro Rey, le hemos de reverenciar; y veo que tiene razón, porque aun acá se sentiría: si supiese una persona que quiere bien a otra que hacía semejantes vituperios a su retrato, no gustaría de ello. Pues ¿cuánto más es razón que siempre se tenga respeto adonde viéremos un crucifijo o cualquier retrato de nuestro Emperador? Aunque he escrito en otra parte esto, me holgué de ponerlo aquí, porque vi que una persona anduvo afligida, que la mandaban tomar este remedio. No sé quién le inventó tan para atormentar a quien no pudiere hacer menos de obedecer, si el confesor le da este consejo, pareciéndole va perdida si no lo hace, y el mío es que, aunque os le dé, le digáis esta razón con humildad y no le toméis. En extremo me cuadró mucho las buenas que me dio quien me lo dijo en este caso.

14. Una gran ganancia saca el alma de esta merced del Señor, que es, cuando piensa en El o en su vida y Pasión, acordarse de su mansísimo y hermoso rostro, que es grandísimo consuelo, como acá nos le daría mayor haber visto a una persona que nos hace mucho bien que si nunca la hubiésemos conocido. Yo os digo que hace harto consuelo y provecho tan sabrosa memoria.

15. Otros bienes trae consigo hartos, mas como queda dicho tanto de los efectos que hacen estas cosas y se ha de decir más, no me quiero cansar ni cansaros, sino avisaros mucho que cuando sabéis u oís que Dios hace estas mercedes a las almas, jamás le supliquéis ni deseéis que os lleve por este camino; aunque os parezca muy bueno, y se ha de tener en mucho y reverenciar.

16. No conviene por algunas razones: la primera, porque es falta de humildad querer vos se os dé lo que nunca habéis merecido, y así creo que no tendrá mucha quien lo deseare; porque así como un bajo labrador está lejos de desear ser rey, pareciéndole imposible, porque no lo merece, así lo está el humilde de cosas semejantes; y creo yo que nunca se darán, porque primero da el Señor un gran conocimiento propio que hace estas mercedes. Pues ¿cómo entenderá con verdad que se la hace muy grande en no tenerla en el infierno, quien tiene tales pensamientos? – La segunda, porque está muy cierto ser engañado, o muy a peligro, porque no ha menester el demonio más de ver una puerta pequeña abierta para hacernos mil trampantojos. – La tercera, la misma imaginación, cuando hay un gran deseo, y la misma persona se hace entender que ve aquello que desea, y lo oye, como los que andan con gana de una cosa entre día y mucho pensando en ella, que acaece venirla a soñar. – La cuarta, es muy gran atrevimiento que quiera yo escoger camino no sabiendo el que me conviene más, sino dejar al Señor, que me conoce, que me lleve por el que conviene, para que en todo haga su voluntad. – La quinta, ¿pensáis que son pocos los trabajos que padecen los que el Señor hace estas mercedes? No, sino grandísimos y de muchas maneras. ¿Qué sabéis vos si seríais para sufrirlos? – La sexta, si por lo mismo que pensáis ganar, perderéis, como hizo Saúl por ser rey.

17. En fin, hermanas, sin éstas hay otras; y creedme que es lo más seguro no querer sino lo que quiere Dios, que nos conoce más que nosotros mismos y nos ama. Pongámonos en sus manos, para que sea hecha su voluntad en nosotras, y no podemos errar, si con determinada voluntad nos estamos siempre en esto.

18. Y habéis de advertir, que por recibir muchas mercedes de éstas no se merece más gloria, porque antes quedan más obligadas a servir, pues es recibir más. En lo que es más merecer, no nos lo quita el Señor, pues está en nuestra mano; y así hay muchas personas santas que jamás supieron qué cosa es recibir una de aquestas mercedes; y otras que las reciben, que no lo son.

19. Y no penséis que es continuo, antes por una vez que las hace el Señor son muy muchos los trabajos; y así el alma no se acuerda si las ha de recibir más, sino cómo las servir.

20. Verdad es que debe ser grandísima ayuda para tener las virtudes en más subida perfección; mas el que las tuviere con haberlas ganado a costa de su trabajo, mucho más merecerá.

21. Yo sé de una persona, a quien el Señor había hecho algunas de estas mercedes -y aun de dos, la una era hombre-, que estaban tan deseosas de servir a Su Majestad a su costa, sin estos grandes regalos, y tan ansiosas por padecer, que se quejaban a nuestro Señor porque se los daba, y si pudieran no recibirlos, lo excusaran. Digo regalos, no de estas visiones, que, en fin, ven la gran ganancia y son mucho de estimar, sino los que da el Señor en la contemplación.

22. Verdad es que también son estos deseos sobrenaturales, a mi parecer, y de almas muy enamoradas, que querrían viese el Señor que no le sirven por sueldo; y así -como he dicho- jamás se les acuerda que han de recibir gloria por cosa, para esforzarse más por eso a servir, sino de contentar al amor, que es su natural obrar siempre de mil maneras. Si pudiese, querría buscar invenciones para consumirse el alma en él; y si fuese menester quedar para siempre aniquilada para la mayor honra de Dios lo haría de muy buena gana. Sea alabado para siempre, amén, que abajándose a comunicar con tan miserables criaturas, quiere mostrar su grandeza.
– ir a índice –

Capítulo 10
Dice de otras mercedes que hace Dios al alma por diferente manera que las dichas, y del gran provecho que queda de ellas.

1. De muchas maneras se comunica el Señor al alma con estas apariciones; algunas, cuando está afligida; otras, cuando le ha de venir algún trabajo grande; otras, por regalarse Su Majestad con ella y regalarla. No hay para qué particularizar más cada cosa, pues el intento no es sino dar a entender cada una de las diferencias que hay en este camino, hasta donde yo entendiere, para que entendáis, hermanas, de la manera que son y los efectos que dejan; porque no se nos antoje que cada imaginación es visión, y porque cuando lo sea, entendiendo que es posible, no andéis alborotadas ni afligidas, que gana mucho el demonio y gusta en gran manera de ver afligida e inquieta un alma, porque ve que le es estorbo para emplearse toda en amar y alabar a Dios.

2. Por otras maneras se comunica Su Majestad harto más subidas y menos peligrosas, porque el demonio creo no las podrá contrahacer, y así se pueden mal decir, por ser cosa muy oculta, que las imaginarias puédense más dar a entender.

3. Acaece, cuando el Señor es servido, estando el alma en oración y muy en sus sentidos, venirle de presto una suspensión, adonde le da el Señor a entender grandes secretos, que parece los ve en el mismo Dios; que éstas no son visiones de la sacratísima Humanidad, ni aunque digo que ve, no ve nada, porque no es visión imaginaria, sino muy intelectual, adonde se le descubre cómo en Dios se ven todas las cosas y las tiene todas en sí mismo. Y es de gran provecho, porque, aunque pasa en un momento, quédase muy esculpido y hace grandísima confusión, y vese más claro la maldad de cuando ofendemos a Dios, porque en el mismo Dios -digo, estando dentro en El- hacemos grandes maldades. Quiero poner una comparación, si acertare, para dároslo a entender, que aunque esto es así y lo oímos muchas veces, o no reparamos en ello, o no lo queremos entender; porque no parece sería posible, si se entendiese como es, ser tan atrevidos.

4. Hagamos ahora cuenta que es Dios como una morada o palacio muy grande y hermoso y que este palacio, como digo, es el mismo Dios. ¿Por ventura puede el pecador, para hacer sus maldades, apartarse de este palacio? No, por cierto; sino que dentro en el mismo palacio, que es el mismo Dios, pasan las abominaciones y deshonestidades y maldades que hacemos los pecadores. ¡Oh cosa temerosa y digna de gran consideración y muy provechosa para los que sabemos poco, que no acabamos de entender estas verdades, que no sería posible tener atrevimiento tan desatinado! Consideremos, hermanas, la gran misericordia y sufrimiento de Dios en no nos hundir allí luego, y démosle grandísimas gracias, y hayamos vergüenza de sentirnos de cosa que se haga ni se diga contra nosotras; que es la mayor maldad del mundo ver que sufre Dios nuestro Criador tantas a sus criaturas dentro en Sí mismo y que nosotras sintamos alguna vez una palabra que se dijo en nuestra ausencia y quizá con no mala intención.

5. ¡Oh miseria humana! ¿Hasta cuándo, hijas, imitaremos en algo este gran Dios? ¡Oh!, pues no se nos haga ya que hacemos nada en sufrir injurias, sino que de muy buena gana pasemos por todo y amemos a quien nos las hace, pues este gran Dios no nos ha dejado de amar a nosotras aunque le hemos mucho ofendido, y así tiene muy gran razón en querer que todos perdonen por agravios que los hagan.

Yo os digo, hijas, que aunque pasa de presto esta visión, que es una gran merced que hace nuestro Señor a quien la hace, si se quiere aprovechar de ella, trayéndola presente muy ordinario.

6. También acaece, así muy de presto y de manera que no se puede decir, mostrar Dios en sí mismo una verdad, que parece deja oscurecidas todas las que hay en las criaturas, y muy claro dado a entender que El solo es verdad que no puede mentir; y dase bien a entender lo que dice David en un salmo, que todo hombre es mentiroso, lo que no se entendiera jamás así, aunque muchas veces se oyera. Es verdad que no puede faltar. Acuérdaseme de Pilatos lo mucho que preguntaba a nuestro Señor cuando en su Pasión le dijo qué era verdad, y lo poco que entendemos acá de esta suma Verdad.

7. Yo quisiera poder dar más a entender en este caso, mas no se puede decir. Saquemos de aquí, hermanas, que para conformarnos con nuestro Dios y Esposo en algo, será bien que estudiemos siempre mucho de andar en esta verdad. No digo sólo que no digamos mentira, que en eso, gloria a Dios, ya veo que traéis gran cuenta en estas casas con no decirla por ninguna cosa; sino que andemos en verdad delante de Dios y de las gentes de cuantas maneras pudiéremos, en especial no queriendo nos tengan por mejores de lo que somos, y en nuestras obras dando a Dios lo que es suyo y a nosotras lo que es nuestro, y procurando sacar en todo la verdad, y así tendremos en poco este mundo, que es todo mentira y falsedad, y como tal no es durable.

8. Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante -a mi parecer sin considerarlo, sino de presto- esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad, que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira. A quien más lo entienda agrada más a la suma Verdad, porque anda en ella. Plega a Dios, hermanas, nos haga merced de no salir jamás de este propio conocimiento, amén.

9. De estas mercedes hace nuestro Señor al alma, porque como a verdadera esposa, que ya está determinada a hacer en todo su voluntad, le quiere dar alguna noticia de en qué la ha de hacer y de sus grandezas. No hay para qué tratar de más, que estas dos cosas he dicho por parecerme de gran provecho; que en cosas semejantes no hay que temer, sino que alabar al Señor porque las da; que el demonio, a mi parecer, ni aun la imaginación propia, tienen aquí poca cabida, y así el alma queda con gran satisfacción.
– ir a índice –

Capítulo 11
Trata de unos deseos tan grandes e impetuosos que da Dios al alma de gozarle, que ponen en peligro de perder la vida, y con el provecho que se queda de esta merced que hace el Señor.

1. ¿Si habrán bastado todas estas mercedes que ha hecho el Esposo al alma para que la palomilla o mariposilla esté satisfecha no penséis que la tengo olvidada) y haga asiento adonde ha de morir? No, por cierto; antes está muy peor. Aunque haya muchos años que reciba estos favores, siempre gime y anda llorosa, porque de cada uno de ellos le queda mayor dolor. Es la causa, que como va conociendo más y más las grandezas de su Dios y se ve estar tan ausente y apartada de gozarle, crece mucho más el deseo; porque también crece el amar mientras más se le descubre lo que merece ser amado este gran Dios y Señor; y viene en estos años creciendo poco a poco este deseo de manera que la llega a tan gran pena como ahora diré. He dicho años, conformándome con lo que ha pasado por la persona que he dicho aquí, que bien entiendo que a Dios no hay que poner término, que en un momento puede llegar a un alma a lo más subido que se dice aquí. Poderoso es Su Majestad para todo lo que quisiere hacer y ganoso de hacer mucho por nosotros.

2. Pues viene veces que estas ansias y lágrimas y suspiros y los grandes ímpetus que quedan dichos que todo esto parece procedido de nuestro amor con gran sentimiento, mas todo no es nada en comparación de estotro, porque esto parece un fuego que está humeando y puédese sufrir, aunque con pena), andándose así esta alma, abrasándose en sí misma, acaece muchas veces por un pensamiento muy ligero, o por una palabra que oye de que se tarda el morir, venir de otra parte -no se entiende de dónde ni cómo- un golpe, o como si viniese una saeta de fuego. No digo que es saeta, mas cualquier cosa que sea, se ve claro que no podía proceder de nuestro natural. Tampoco es golpe, aunque digo golpe; mas agudamente hiere. Y no es adonde se sienten acá las penas, a mi parecer, sino en lo muy hondo e íntimo del alma, adonde este rayo, que de presto pasa, todo cuanto halla de esta tierra de nuestro natural y lo deja hecho polvos, que por el tiempo que dura es imposible tener memoria de cosa de nuestro Señor; porque en un punto ata las potencias de manera que no quedan con ninguna libertad para cosa, sino para las que le han de hacer acrecentar este dolor.

3. No querría pareciese encarecimiento, porque verdaderamente voy viendo que quedo corta, porque no se puede decir. Ello es un arrobamiento de sentidos y potencias para todo lo que no es, como he dicho, ayudar a sentir esta aflicción. Porque el entendimiento está muy vivo para entender la razón que hay que sentir de estar aquel alma ausente de Dios; y ayuda Su Majestad con una tan viva noticia de Sí en aquel tiempo, de manera que hace crecer la pena en tanto grado, que procede quien la tiene en dar grandes gritos. Con ser persona sufrida y mostrada a padecer grandes dolores, no puede hacer entonces más; porque este sentimiento no es en el cuerpo -como queda dicho-, sino en lo interior del alma. Por esto sacó esta persona cuán más recios son los sentimientos de ella que los del cuerpo, y se le representó ser de esta manera los que padecen en purgatorio, que no les impide no tener cuerpo para dejar de padecer mucho más que todos los que acá, teniéndole, padecen.

4. Yo vi una persona así, que verdaderamente pensé que se moría, y no era mucha maravilla, porque, cierto, es gran peligro de muerte. Y así, aunque dure poco, deja el cuerpo muy descoyuntado, y en aquella sazón los pulsos tienen tan abiertos como si el alma quisiese ya dar a Dios, que no es menos; porque el calor natural falta y le abrasa de manera que con otro poquito más hubiera cumplídole Dios sus deseos. No porque siente poco ni mucho dolor en el cuerpo, aunque se descoyunta, como he dicho, de manera que queda dos o tres días después sin poder aún tener fuerza para escribir, y con grandes dolores; y aun siempre me parece le queda el cuerpo más sin fuerza que de antes. El no sentirlo debe ser la causa ser tan mayor el sentimiento interior del alma, que ninguna cosa hace caso del del cuerpo; como si acá tenemos un dolor muy agudo en una parte: aunque haya otros muchos, se sienten poco; esto yo lo he bien probado. Acá, ni poco ni mucho, ni creo sentiría si la hiciesen pedazos.

5. Diréisme que es imperfección; que por qué no se conforma con la voluntad de Dios, pues le está tan rendida. – Hasta aquí podía hacer eso, y con eso pasaba la vida. Ahora no, porque su razón está de suerte, que no es señora de ella, ni de pensar sino la razón que tiene para penar, pues está ausente de su bien, que para qué quiere vida. Siente una soledad extraña, porque criatura de toda la tierra no la hace compañía, ni creo se la harían los del cielo como no fuese el que ama, antes todo la atormenta. Mas vese como una persona colgada, que no asienta en cosa de la tierra, ni al cielo puede subir; abrasada con esta sed, y no puede llegar al agua; y no sed que puede sufrir, sino ya en tal término que con ninguna se le quitaría, ni quiere que se le quite, si no es con la que dijo nuestro Señor a la Samaritana, y eso no se lo dan.

6. ¡Oh, válgame Dios, Señor, cómo apretáis a vuestros amadores! Mas todo es poco para lo que les dais después. Bien es que lo mucho cueste mucho. Cuánto más que, si es purificar esta alma para que entre en la séptima morada, como los que han de entrar en el cielo se limpian en el purgatorio, es tan poco este padecer, como sería una gota de agua en la mar. Cuánto más que con todo este tormento y aflicción, que no puede ser mayor, a lo que yo creo, de todas las que hay en la tierra y que esta persona había pasado muchas, así corporales, como espirituales, mas todo le parece nada en esta comparación), siente el alma que es de tanto precio esta pena, que entiende muy bien no la podía ella merecer; sino que no es este sentimiento de manera que la alivia ninguna cosa, mas con esto la sufre de muy buena gana y sufriría toda su vida, si Dios fuese de ello servido; aunque no sería morir de una vez, sino estar siempre muriendo, que verdaderamente no es menos.

7. Pues consideremos, hermanas, aquellos que están en el infierno, que no están con esta conformidad, ni con este contento y gusto que pone Dios en el alma, ni viendo ser ganancioso este padecer, sino que siempre padecen más y más, digo más y más, cuanto a las penas accidentales). Siendo el tormento del alma tan más recio que los del cuerpo y los que ellos pasan mayores sin comparación que éste que aquí hemos dicho, y éstos ver que han de ser para siempre jamás, ¿qué será de estas desventuradas almas? Y ¿qué podemos hacer en vida tan corta, ni padecer, que sea nada para librarnos de tan terribles y eternales tormentos? Yo os digo que será imposible dar a entender cuán sentible cosa es el padecer del alma, y cuán diferente al del cuerpo, si no se pasa por ello; y quiere el mismo Señor que lo entendamos, para que más conozcamos lo mucho que le debemos en traernos a estado, que, por su misericordia, tenemos esperanza de que nos ha de librar y perdonar nuestros pecados.

8. Pues tornando a lo que tratábamos que dejamos esta alma con mucha pena), en este rigor es poco lo que le dura; será, cuando más, tres o cuatro horas, a mi parecer, porque si mucho durase, si no fuese por milagro, sería imposible sufrirlo la flaqueza natural. Acaecido ha no durar más que un cuarto de hora y quedar hecha pedazos. Verdad es que esta vez del todo perdió el sentido, según vino con rigor y estando en conversación, Pascua de Resurrección, el postrer día, y habiendo estado toda la Pascua con tanta sequedad, que casi no entendía lo era), de sólo oír una palabra de no acabarse la vida.

¡Pues pensar que se puede resistir!, no más que si, metida en un fuego, quisiese hacer a la llama que no tuviese calor para quemarle. No es el sentimiento que se puede pasar en disimulación, sin que las que están presentes entiendan el gran peligro en que está, aunque de lo interior no pueden ser testigos; es verdad que le son alguna compañía, como si fuesen sombras, y así le parecen todas las cosas de la tierra.

9. Y porque veáis que es posible, si alguna vez os viereis en esto, acudir aquí nuestra flaqueza y natural, acaece alguna vez que estando el alma como habéis visto, que se muere por morir cuando aprieta tanto que ya parece que para salir del cuerpo no le falta casi nada, verdaderamente teme y querría aflojase la pena por no acabar de morir. Bien se deja entender ser este temor de flaqueza natural que por otra parte no se quita su deseo ni es posible haber remedio que se quite esta pena hasta que la quita el mismo Señor, que casi es lo ordinario con un arrobamiento grande, o con alguna visión, adonde el verdadero Consolador la consuela y fortalece, para que quiera vivir todo lo que fuere su voluntad.

10. Cosa penosa es ésta, mas queda el alma con grandísimos efectos y perdido el miedo a los trabajos que le pueden suceder; porque en comparación del sentimiento tan penoso que sintió su alma, no le parece son nada. De manera queda aprovechada, que gustaría padecerle muchas veces. Mas tampoco puede eso en ninguna manera, ni hay ningún remedio para tornarle a tener hasta que quiere el Señor, como no le hay para resistirle ni quitarle cuando le viene. Queda con muy mayor desprecio del mundo que antes, porque ve que cosa de él no le valió en aquel tormento, y muy más desasida de las criaturas, porque ya ve que sólo el Criador es el que puede consolar y hartar su alma, y con mayor temor y cuidado de no ofenderle, porque ve que también puede atormentar como consolar.

11. Dos cosas me parece a mí que hay en este camino espiritual que son peligro de muerte: la una ésta, que verdaderamente lo es y no pequeño; la otra, de muy excesivo gozo y deleite, que es en tan grandísimo extremo, que verdaderamente parece que desfallece el alma de suerte que no le falta tantito para acabar de salir del cuerpo: a la verdad, no sería poca dicha la suya.

12. Aquí veréis, hermanas, si he tenido razón en decir que es menester ánimo y que tendrá razón el Señor, cuando le pidiéreis estas cosas, de deciros lo que respondió a los hijos del Zebedeo: Si podrían beber el cáliz.

Todas creo, hermanas, que responderemos que sí, y con mucha razón; porque Su Majestad da esfuerzo a quien ve que le ha menester, y en todo defiende a estas almas, y responde por ellas en las persecuciones y murmuraciones, como hacía por la Magdalena, aunque no sea por palabras, por obras; y en fin, en fin, antes que se mueran se lo paga todo junto, como ahora veréis. Sea por siempre bendito y alábenle todas las criaturas, amén.
– ir a índice –

Séptimas moradas

Capítulo 1
Trata de mercedes grandes que hace Dios a las almas que han llegado a entrar en las séptimas moradas. – Dice cómo, a su parecer, hay diferencia alguna del alma al espíritu, aunque es todo uno. – Hay cosas de notar.

1. Pareceros ha, hermanas, que está dicho tanto en este camino espiritual, que no es posible quedar nada por decir. Harto desatino sería pensar esto; pues la grandeza de Dios no tiene término, tampoco le tendrán sus obras. ¿Quién acabará de contar sus misericordias y grandezas? Es imposible, y así no os espantéis de lo que está dicho y se dijere, porque es una cifra de lo que hay que contar de Dios. Harta misericordia nos hace que haya comunicado estas cosas a persona que las podamos venir a saber, para que mientras más supiéremos que se comunica con las criaturas, más alabaremos su grandeza y nos esforzaremos a no tener en poco almas con que tanto se deleita el Señor, pues cada una de nosotras la tiene, sino que como no las preciamos como merece criatura hecha a la imagen de Dios, así no entendemos los grandes secretos que están en ella.

Plega a Su Majestad, si es servido, menee la pluma y me dé a entender cómo yo os diga algo de lo mucho que hay que decir y da Dios a entender a quien mete en esta morada. Harto lo he suplicado a Su Majestad, pues sabe que mi intento es que no estén ocultas sus misericordias, para que más sea alabado y glorificado su nombre.

2. Esperanza tengo que, no por mí, sino por nosotras, hermanas, me ha de hacer esta merced, para que entendáis lo que os importa que no quede por vosotras el celebrar vuestro Esposo este espiritual matrimonio con vuestras almas, pues trae tantos bienes consigo como veréis.

¡Oh gran Dios!, parece que tiembla una criatura tan miserable como yo de tratar en cosa tan ajena de lo que merezco entender. Y es verdad que he estado en gran confusión pensando si será mejor acabar con pocas palabras esta morada; porque me parece que han de pensar que yo lo sé por experiencia, y háceme grandísima vergüenza, porque, conociéndome la que soy, es terrible cosa. Por otra parte, me ha parecido que es tentación y flaqueza, aunque más juicios de estos echéis. Sea Dios alabado y entendido un poquito más, y gríteme todo el mundo; cuánto más que estaré yo quizá muerta cuando se viniere a ver. Sea bendito el que vive para siempre y vivirá, amén.

3. Cuando nuestro Señor es servido haber piedad de lo que padece y ha padecido por su deseo esta alma que ya espiritualmente ha tomado por esposa, primero que se consuma el matrimonio espiritual métela en su morada, que es esta séptima; porque así como la tiene en el cielo, debe tener en el alma una estancia adonde sólo Su Majestad mora, y digamos otro cielo. Porque nos importa mucho, hermanas, que no entendamos es el alma alguna cosa oscura; que como no la vemos, lo más ordinario debe parecer que no hay otra luz interior sino ésta que vemos, y que está dentro de nuestra alma alguna oscuridad. De la que no está en gracia yo os lo confieso, y no por falta del Sol de Justicia que está en ella dándole ser; sino por no ser ella capaz para recibir la luz, como creo dije en la primera morada, que había entendido una persona que estas desventuradas almas es así que están como en una cárcel oscura, atadas de pies y manos para hacer ningún bien que les aproveche para merecer, y ciegas y mudas. Con razón podemos compadecernos de ellas y mirar que algún tiempo nos vimos así y que también puede el Señor haber misericordia de ellas.

4. Tomemos, hermanas, particular cuidado de suplicárselo y no nos descuidar, que es grandísima limosna rogar por los que están en pecado mortal; muy mayor que sería si viésemos un Cristiano atadas las manos atrás con una fuerte cadena y él amarrado a un poste y muriendo de hambre, y no por falta de qué coma, que tiene cabe sí muy extremados manjares, sino que no los puede tomar para llegarlos a la boca, y aun está con grande hastío, y ve que va ya a expirar, y no muerte como acá, sino eterna, ¿no sería gran crueldad estarle mirando y no le llegar a la boca qué comiese? Pues ¿qué si por vuestra oración le quitasen las cadenas? Ya lo veis. Por amor de Dios os pido que siempre tengáis acuerdo en vuestras oraciones de almas semejantes.

5. No hablamos ahora con ellas, sino con las que ya, por la misericordia de Dios, han hecho penitencia por sus pecados y están en gracia, que podemos considerar no una cosa arrinconada y limitada, sino un mundo interior, adonde caben tantas y tan lindas moradas como habéis visto; y así es razón que sea, pues dentro de esta alma hay morada para Dios.

6. Pues cuando Su Majestad es servido de hacerle la merced dicha de este divino matrimonio, primero la mete en su morada, y quiere Su Majestad que no sea como otras veces que la ha metido en estos arrobamientos, que yo bien creo que la une consigo entonces y en la oración que queda dicha de unión, aunque no le parece al alma que es tan llamada para entrar en su centro, como aquí en esta morada, sino a la parte superior. En esto va poco: sea de una manera o de otra, el Señor la junta consigo; mas es haciéndola ciega y muda, como lo quedó San Pablo en su conversión, y quitándola el sentir cómo o de qué manera es aquella merced que goza; porque el gran deleite que entonces siente el alma, es de verse cerca de Dios. Mas cuando la junta consigo, ninguna cosa entiende, que las potencias todas se pierden.

7. Aquí es de otra manera: quiere ya nuestro buen Dios quitarla las escamas de los ojos y que vea y entienda algo de la merced que le hace, aunque es por una manera extraña; y metida en aquella morada, por visión intelectual, por cierta manera de representación de la verdad, se le muestra la Santísima Trinidad, todas tres personas, con una inflamación que primero viene a su espíritu a manera de una nube de grandísima claridad, y estas Personas distintas, y por una noticia admirable que se da al alma, entiende con grandísima verdad ser todas tres Personas una sustancia y un poder y un saber y un solo Dios; de manera que lo que tenemos por fe, allí lo entiende el alma, podemos decir, por vista, aunque no es vista con los ojos del cuerpo, porque no es visión imaginaria. Aquí se le comunican todas tres Personas, y la hablan, y la dan a entender aquellas palabras que dice el Evangelio que dijo el Señor: que vendría El y el Padre y el Espíritu Santo a morar con el alma que le ama y guarda sus mandamientos.

8. ¡Oh, válgame Dios! ¡Cuán diferente cosa es oír estas palabras y creerlas, a entender por esta manera cuán verdaderas son! Y cada día se espanta más esta alma, porque nunca más le parece se fueron de con ella, sino que notoriamente ve, de la manera que queda dicho, que están en lo interior de su alma, en lo muy muy interior, en una cosa muy honda, que no sabe decir cómo es, porque no tiene letras, siente en sí esta divina compañía.

9. Pareceros ha que, según esto, no andará en sí, sino tan embebida que no pueda entender en nada. – Mucho más que antes, en todo lo que es servicio de Dios, y en faltando las ocupaciones, se queda con aquella agradable compañía; y si no falta a Dios el alma, jamás El la faltará, a mi parecer, de darse a conocer tan conocidamente su presencia; y tiene gran confianza que no la dejará Dios, pues la ha hecho esta merced, para que la pierda; y así se puede pensar, aunque no deja de andar con más cuidado que nunca, para no le desagradar en nada.

10. El traer esta presencia entiéndese que no es tan enteramente, digo tan claramente, como se le manifiesta la primera vez y otras algunas que quiere Dios hacerle este regalo; porque si esto fuese, era imposible entender en otra cosa, ni aun vivir entre la gente; mas aunque no es con esta tan clara luz siempre que advierte se halla con esta compañía. Digamos ahora como una persona que estuviese en una muy clara pieza con otras y cerrasen las ventanas y se quedase a oscuras; no porque se quitó la luz para verlas y que hasta tornar la luz no las ve, deja de entender que están allí.

11. Es de preguntar si cuando torna la luz y las quiere tornar a ver, si puede. Esto no está en su mano, sino cuando quiere nuestro Señor que se abra la ventana del entendimiento; harta misericordia la hace en nunca se ir de con ella y querer que ella lo entienda tan entendido.

Parece que quiere aquí la divina Majestad disponer el alma para más con esta admirable compañía; porque está claro que será bien ayudada para en todo ir adelante en la perfección y perder el temor que traía algunas veces de las demás mercedes que la hacía, como queda dicho. Y así fue, que en todo se hallaba mejorada, y le parecía que por trabajos y negocios que tuviese, lo esencial de su alma jamás se movía de aquel aposento, de manera que en alguna manera le parecía había división en su alma, y andando con grandes trabajos, que poco después que Dios le hizo esta merced tuvo, se quejaba de ella, a manera de Marta cuando se quejó de María, y algunas veces la decía que se estaba ella siempre gozando de aquella quietud a su placer, y la deja a ella en tantos trabajos y ocupaciones, que no la puede tener compañía.

12. Esto os parecerá, hijas, desatino, mas verdaderamente pasa así; que aunque se entiende que el alma está toda junta, no es antojo lo que he dicho, que es muy ordinario. Por donde decía yo que se ven cosas interiores, de manera que cierto se entiende hay diferencia en alguna manera, y muy conocida, del alma al espíritu, aunque más sea todo uno. Conócese una división tan delicada, que algunas veces parece obra de diferente manera lo uno de lo otro, como el sabor que les quiere dar el Señor. También me parece que el alma es diferente cosa de las potencias y que no es todo una cosa. Hay tantas y tan delicadas en lo interior, que sería atrevimiento ponerme yo a declararlas. Allá lo veremos, si el Señor nos hace merced de llevarnos por su misericordia, adonde entendamos estos secretos.
– ir a índice –

Capítulo 2
Procede en lo mismo. – Dice la diferencia que hay de unión espiritual a matrimonio espiritual. – Decláralo por delicadas comparaciones, en que da a entender cómo muere aquí la mariposilla que ha dicho en la quinta morada.

1. Pues vengamos ahora a tratar del divino y espiritual matrimonio, aunque esta gran merced no debe cumplirse con perfección mientras vivimos pues si nos apartásemos de Dios, se perdería este tan gran bien.

La primera vez que Dios hace esta merced quiere Su Majestad mostrarse al alma por visión imaginaria de su sacratísima Humanidad, para que lo entienda bien y no esté ignorante de que recibe tan soberano don. A otras personas será por otra forma, a ésta de quien hablamos, se le representó el Señor, acabando de comulgar, con forma de gran resplandor y hermosura y majestad, como después de resucitado, y le dijo que ya era tiempo de que sus cosas tomase ella por suyas, y El tendría cuidado de las suyas, y otras palabras que son más para sentir que para decir.

2. Parecerá que no era ésta novedad, pues otras veces se había representado el Señor a esta alma en esta manera. Fue tan diferente, que la dejó bien desatinada y espantada: lo uno, porque fue con gran fuerza esta visión; lo otro, porque las palabras que le dijo, y también porque en lo interior de su alma, adonde se le representó, si no es la visión pasada, no había visto otras; porque entended que hay grandísima diferencia de todas las pasadas a las de esta morada, y tan grande del desposorio espiritual, al matrimonio espiritual, como le hay entre dos desposados, a los que ya no se pueden apartar.

3. Ya he dicho que, aunque se ponen estas comparaciones, porque no hay otras más a propósito, que se entienda que aquí no hay memoria de cuerpo más que si el alma no estuviese en él, sino sólo espíritu, y en el matrimonio espiritual, muy menos, porque pasa esta secreta unión en el centro muy interior del alma, que debe ser adonde está el mismo Dios, y a mi parecer no ha menester puerta por donde entre. Digo que no es menester puerta, porque en todo lo que se ha dicho hasta aquí, parece que va por medio de los sentidos y potencias, y este aparecimiento de la Humanidad del Señor así debía ser; mas lo que pasa en la unión del matrimonio espiritual es muy diferente: aparécese el Señor en este centro del alma sin visión imaginaria sino intelectual, aunque más delicada que las dichas, como se apareció a los Apóstoles sin entrar por la puerta, cuando les dijo: «Pax vobis».

4. Es un secreto tan grande y una merced tan subida lo que comunica Dios allí al alma en un instante, y el grandísimo deleite que siente el alma, que no sé a qué lo comparar, sino a que quiere el Señor manifestarle por aquel momento la gloria que hay en el cielo, por más subida manera que por ninguna visión ni gusto espiritual. No se puede decir más de que -a cuanto se puede entender- queda el alma, digo el espíritu de esta alma, hecho una cosa con Dios que, como es también espíritu, ha querido Su Majestad mostrar el amor que nos tiene, en dar a entender a algunas personas hasta adonde llega para que alabemos su grandeza, porque de tal manera ha querido juntarse con la criatura, que así como los que ya no se pueden apartar, no se quiere apartar El de ella.

5. El desposorio espiritual es diferente, que muchas veces se apartan, y la unión también lo es; porque, aunque unión es juntarse dos cosas en una, en fin, se pueden apartar y quedar cada cosa por sí, como vemos ordinariamente, que pasa de presto esta merced del Señor, y después se queda el alma sin aquella compañía, digo de manera que lo entienda. En estotra merced del Señor, no; porque siempre queda el alma con su Dios en aquel centro.

6. Digamos que sea la unión, como si dos velas de cera se juntasen tan en extremo, que toda la luz fuese una, o que el pábilo y la luz y la cera es todo uno; mas después bien se puede apartar la una vela de la otra, y quedan en dos velas, o el pábilo de la cera. Acá es como si cayendo agua del cielo en un río o fuente, adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividir ni apartar cual es el agua, del río, o lo que cayó del cielo; o como si un arroyico pequeño entra en la mar, no habrá remedio de apartarse; o como si en una pieza estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz; aunque entra dividida se hace todo una luz.

Quizá es esto lo que dice San Pablo: El que se arrima y allega a Dios, hácese un espíritu con El, tocando este soberano matrimonio, que presupone haberse llegado Su Majestad al alma por unión. Y también dice: Mihi vivere Chistus est, mori lucrum; así me parece puede decir aquí el alma, porque es adonde la mariposilla, que hemos dicho, muere y con grandísimo gozo, porque su vida es ya Cristo.

7. Y esto se entiende mejor, cuando anda el tiempo, por los efectos, porque se entiende claro, por unas secretas aspiraciones, ser Dios el que da vida a nuestra alma, muy muchas veces tan vivas, que en ninguna manera se puede dudar, porque las siente muy bien el alma, aunque no se saben decir, mas que es tanto este sentimiento que producen algunas veces unas palabras regaladas, que parecen no se pueden excusar de decir: ¡Oh, vida de mi vida y sustento que me sustentas!, y cosas de esta manera. Porque de aquellos pechos divinos adonde parece está Dios siempre sustentando el alma, salen unos rayos de leche que toda la gente del castillo conforta; que parece quiere el Señor que gocen de alguna manera de lo mucho que goza el alma, y que de aquel río caudaloso, adonde se consumió esta fontecita pequeña, salgan algunas veces algún golpe de aquel agua para sustentar los que en lo corporal han de servir a estos dos desposados.

8. Y así como sentiría este agua una persona que está descuidada si la bañasen de presto en ello, y no lo podía dejar de sentir, de la misma manera, y aun con más certidumbre se entienden estas operaciones que digo. Porque así como no nos podría venir un gran golpe de agua, si no tuviese principio -como he dicho-, así se entiende claro que hay en lo interior quien arroje estas saetas y dé vida a esta vida, y que hay sol de donde procede una gran luz, que se envía a las potencias, de lo interior del alma. Ella -como he dicho- no se muda de aquel centro ni se le pierde la paz; porque el mismo que la dio a los apóstoles, cuando estaban juntos se la puede dar a ella.

9. Heme acordado que esta salutación del Señor debía ser mucho más de lo que suena, y el decir a la gloriosa Magdalena que se fuese en paz; porque como las palabras del Señor son hechas como obras en nosotros, de tal manera debían hacer la operación en aquellas almas que estaban ya dispuestas, que apartase en ellos todo lo que es corpóreo en el alma y la dejase en puro espíritu, para que se pudiese juntar en esta unión celestial con el espíritu increado, que es muy cierto que en vaciando nosotros todo lo que es criatura y desasiéndonos de ella por amor de Dios, el mismo Señor la ha de henchir de Sí. Y así, orando una vez Jesucristo nuestro Señor por sus apóstoles -no sé adónde es- dijo, que fuesen una cosa con el Padre y con El, como Jesucristo nuestro Señor está en el Padre y el Padre en El.

10. ¡No sé qué mayor amor puede ser que éste! Y no dejamos de entrar aquí todos, porque así dijo Su Majestad: No sólo ruego por ellos, sino por todos aquellos que han de creer en mi también, y dice: Yo estoy en ellos.

¡Oh, válgame Dios, qué palabras tan verdaderas!, y ¡cómo las entiende el alma, que en esta oración lo ve por sí! Y ¡cómo lo entenderíamos todas si no fuese por nuestra culpa, pues las palabras de Jesucristo nuestro Rey y Señor no pueden faltar! Mas como faltamos en no disponernos y desviarnos de todo lo que puede embarazar esta luz, no nos vemos en este espejo que contemplamos, adonde nuestra imagen está esculpida.

11. Pues tornando a lo que decíamos, en metiendo el Señor al alma en esta morada suya, que es el centro de la misma alma, así como dicen que el cielo empíreo, adonde está nuestro Señor, no se mueve como los demás, así parece no hay los movimientos en esta alma, en entrando aquí, que suele haber en las potencias e imaginación, de manera que la perjudiquen ni la quiten su paz.

12. Parece que quiero decir que llegando el alma a hacerla Dios esta merced, está segura de su salvación y de tornar a caer. No digo tal, y en cuantas partes tratare de esta manera, que parece está el alma en seguridad, se entienda mientras la divina Majestad la tuviere así de su mano y ella no le ofendiere. Al menos sé cierto que, aunque se ve en este estado y le ha durado años, que no se tiene por segura, sino que anda con mucho más temor que antes en guardarse de cualquier pequeña ofensa de Dios y con tan grandes deseos de servirle como se dirá adelante, y con ordinaria pena y confusión de verlo poco que puede hacer y lo mucho a que está obligada, que no es pequeña cruz, sino harto gran penitencia, porque el hacer penitencia esta alma, mientras más grande, le es mayor deleite. La verdadera penitencia es cuando le quita Dios la salud para poderla hacer y fuerzas; que aunque en otra parte he dicho la gran pena que esto da, es muy mayor aquí, y todo le debe venir de la raíz adonde está plantada; que así como el árbol que está cabe las corrientes de las aguas está más fresco y da más fruto, ¿qué hay que maravillar de deseos que tenga esta alma, pues el verdadero espíritu de ella está hecho uno con el agua celestial que dijimos?

13. Pues, tornando a lo que decía, no se entienda que las potencias y sentidos y pasiones están siempre en esta paz; el alma sí; mas en estotras moradas no deja de haber tiempos de guerra y de trabajos y fatigas; mas son de manera que no se quita de su paz y puesto: esto es lo ordinario.

14. Este centro de nuestra alma, o este espíritu, es una cosa tan dificultosa de decir y aun de creer, que pienso, hermanas, por no me saber dar a entender, no os dé alguna tentación de no creer lo que digo; porque decir que hay trabajos y penas, y que el alma se está en paz, es cosa dificultosa. Quiéroos poner una comparación o dos. Plega a Dios que sean tales que diga algo; mas si no lo fuere, yo sé que digo verdad en lo dicho.

Está el Rey en su palacio, y hay muchas guerras en su reino y muchas cosas penosas, mas no por eso deja de estarse en su puesto; así acá, aunque en estotras moradas anden muchas baraúndas y fieras ponzoñosas y se oye el ruido, nadie entra en aquélla que la haga quitar de allí; ni las cosas que oye, aunque le dan alguna pena, no es de manera que la alboroten y quiten la paz, porque las pasiones están ya vencidas, de suerte que han miedo de entrar allí, porque salen más rendidas.

Duélenos todo el cuerpo; mas si la cabeza está sana, no porque duele el cuerpo, dolerá la cabeza.

Riéndome estoy de estas comparaciones, que no me contentan, mas no sé otras. Pensad lo que quisiereis; ello es verdad lo que he dicho.
– ir a índice –

Capítulo 3
Trata los grandes efectos que causa esta oración dicha. – Es menester ir con atención y acuerdo de los que hacen las cosas pasadas, que es cosa admirable la diferencia que hay.

1. Ahora, pues, decimos que esta mariposica ya murió, con grandísima alegría de haber hallado reposo, y que vive en ella Cristo. Veamos qué vida hace, o qué diferencia hay de cuando ella vivía; porque en los efectos veremos si es verdadero lo que queda dicho. A lo que puedo entender, son los que diré:

El primero un olvido de sí, que verdaderamente parece ya no es, como queda dicho; porque toda está de tal manera que no se conoce ni se acuerda que para ella ha de haber cielo ni vida ni honra, porque toda está empleada en procurar la de Dios, que parece que las palabras que le dijo Su Majestad hicieron efecto de obra, que fue que mirase por sus cosas, que El miraría por las suyas. Y así, de todo lo que puede suceder no tiene cuidado, sino un extraño olvido, que -como digo- parece ya no es ni querría ser en nada nada, si no es para cuando entiende que puede haber por su parte algo en que acreciente un punto la gloria y honra de Dios, que por esto pondría muy de buena gana su vida.

No entendáis por esto, hijas, que deja de tener cuenta con comer y dormir, que no le es poco tormento, y hacer todo lo que está obligada conforme a su estado; que hablamos en cosas interiores, que de obras exteriores poco hay que decir, que antes ésa es su pena ver que es nada lo que ya pueden sus fuerzas. En todo lo que puede y entiende que es servicio de nuestro Señor, no lo dejaría de hacer por cosa de la tierra.

2. Lo segundo un deseo de padecer grande, mas no de manera que la inquiete como solía; porque es en tanto extremo el deseo que queda en estas almas de que se haga la voluntad de Dios en ellas, que todo lo que Su Majestad hace tienen por bueno: si quisiere que padezca, enhorabuena; si no, no se mata como solía.

3. Tienen también estas almas un gran gozo interior cuando son perseguidas, con mucha más paz que lo que queda dicho, y sin ninguna enemistad con los que las hacen mal o desean hacer; antes les cobran amor particular, de manera que si los ven en algún trabajo lo sienten tiernamente, y cualquiera tomarían por librarlos de él, y encomiéndanlos a Dios muy de gana, y de las mercedes que les hace Su Majestad holgarían perder por que se las hiciese a ellos, porque no ofendiesen a nuestro Señor.

4. Lo que más me espanta de todo, es que ya habéis visto los trabajos y aflicciones que han tenido por morirse, por gozar de nuestro Señor; ahora es tan grande el deseo que tienen de servirle y que por ellas sea alabado, y de aprovechar algún alma si pudiesen, que no sólo no desean morirse, mas vivir muy muchos años padeciendo grandísimos trabajos, por si pudiesen que fuese el Señor alabado por ellos, aunque fuese en cosa muy poca. Y si supiesen cierto que en saliendo el alma del cuerpo ha de gozar de Dios, no les hace al caso, ni pensar en la gloria que tienen los santos; no desean por entonces verse en ella: su gloria tienen puesta en si pudiesen ayudar en algo al Crucificado, en especial cuando ven que es tan ofendido, y los pocos que hay que de veras miren por su honra, desasidos de todo lo demás.

Verdad es que algunas veces que se olvida de esto tornan con ternura los deseos de gozar de Dios y desear salir de este destierro, en especial viendo lo poco que le sirve; mas luego torna y mira en sí misma con la continuanza que le tiene consigo, y con aquello se contenta y ofrece a Su Majestad el querer vivir, como una ofrenda la más costosa para ella que le puede dar.

5. Temor ninguno tiene de la muerte, más que tendría de un suave arrobamiento. El caso es que el que daba aquellos deseos con tormento tan excesivo, da ahora estotros. Sea por siempre bendito y alabado.

6. El fin es que los deseos de estas almas no son ya de regalos ni de gustos, como tienen consigo al mismo Señor, y Su Majestad es el que ahora vive. Claro está que su vida no fue sino continuo tormento, y así hace que sea la nuestra, al menos con los deseos, que nos lleva como a flacos en lo demás; aunque bien les cabe de su fortaleza cuando ve que la han menester.

7. Un desasimiento grande de todo y deseo de estar siempre o solas u ocupadas en cosa que sea provecho de algún alma.

8. No sequedades ni trabajos interiores, sino con una memoria y ternura con nuestro Señor, que nunca querría estar sino dándole alabanzas; y cuando se descuida, el mismo Señor la despierta de la manera que queda dicho, que se ve clarísimamente que procede aquel impulso, o no sé cómo le llame, de lo interior del alma, como se dijo de los ímpetus. Acá es con gran suavidad, mas ni procede del pensamiento, ni de la memoria, ni cosa que se pueda entender que el alma hizo nada de su parte. Esto es tan ordinario y tantas veces -que se ha mirado bien con advertencia-, que así como un fuego no echa la llama hacia abajo, sino hacia arriba, por grande que quieran encender el fuego, así se entiende acá que este movimiento interior procede del centro del alma y despierta las potencias.

9. Por cierto, cuando no hubiera otra cosa de ganancia en este camino de oración, sino entender el particular cuidado que Dios tiene de comunicarse con nosotros y andarnos rogando -que no parece esto otra cosa- que nos estemos con El, me parece eran bien empleados cuantos trabajos se pasan por gozar de estos toques de su amor, tan suaves y penetrativos.

Esto habréis, hermanas, experimentado; porque pienso, en llegando a tener oración de unión, anda el Señor con este cuidado, si nosotros no nos descuidamos de guardar sus mandamientos. Cuando esto os acaeciere, acordaos que es de esta morada interior, adonde está Dios en nuestra alma, y alabadle mucho; porque, cierto, es suyo aquel recaudo o billete escrito con tanto amor, y de manera que sólo vos quiere entendáis aquella letra y lo que por ella os pide, y en ninguna manera dejéis de responder a Su Majestad, aunque estéis ocupadas exteriormente y en conversación con algunas personas; porque acaecerá muchas veces en público querer nuestro Señor haceros esta secreta merced, y es muy fácil – como ha de ser la respuesta interior- hacer lo que digo haciendo un acto de amor, o decir lo que San Pablo: ¿qué queréis, Señor, que haga? de muchas maneras os enseñará allí con qué le agradéis y es tiempo acepto; porque parece se entiende que nos oye, y casi siempre dispone el alma este toque tan delicado para poder hacer lo que queda dicho con voluntad determinada.

10. La diferencia que hay aquí en esta morada es lo dicho: que casi nunca hay sequedad ni alborotos interiores de los que había en todas las otras a tiempos, sino que está el alma en quietud casi siempre; el no temer que esta merced tan subida puede contrahacer el demonio, sino estar en un ser con seguridad que es Dios; porque -como está dicho- no tienen que ver aquí los sentidos ni potencias, que se descubrió Su Majestad al alma y la metió consigo adonde, a mi parecer, no osará entrar el demonio ni le dejará el Señor; ni todas las mercedes que hace aquí al alma -como he dicho- son con ningún ayuda de la misma alma, sino la que ya ella ha hecho de entregarse toda a Dios.

11. Pasa con tanta quietud y tan sin ruido todo lo que el Señor aprovecha aquí al alma y la enseña, que me parece es como en la edificación del templo de Salomón, adonde no se había de oír ningún ruido; así en este templo de Dios, en esta morada suya, sólo El y el alma se gozan con grandísimo silencio. No hay para qué bullir ni buscar nada el entendimiento, que el Señor que le crio le quiere sosegar aquí, y que por una resquicia pequeña mire lo que pasa; porque aunque a tiempos se pierde esta vista y no le dejan mirar, es poquísimo intervalo; porque, a mi parecer, aquí no se pierden las potencias, mas no obran, sino están como espantadas.

12. Yo lo estoy de ver que en llegando aquí el alma todos los arrobamientos se le quitan, si no es alguna vez, el quitarse llama aquí cuanto a perder los sentidos), y ésta no con aquellos arrebatamientos y vuelo de espíritu, y son muy raras veces y ésas casi siempre no en público como antes, que era muy ordinario; ni le hacen al caso grandes ocasiones de devoción que vea, como antes, que si ven una imagen devota u oyen un sermón -que casi no era oírle- o música, como la pobre mariposilla andaba tan ansiosa, todo la espantaba y hacía volar. Ahora, o es que halló su reposo, o que el alma ha visto tanto en esta morada que no se espanta de nada, o que no se halla con aquella soledad que solía, pues goza de tal compañía; en fin, hermanas, yo no sé qué sea la causa, que en comenzando el Señor a mostrar lo que hay en esta morada y metiendo el alma allí, se les quita esta gran flaqueza que les era harto trabajo, y antes no se quitó. Quizá es que la ha fortalecido el Señor y ensanchado y habilitado; o pudo ser que quería dar a entender en público lo que hacía con estas almas en secreto, por algunos fines que Su Majestad sabe, que sus juicios son sobre todo lo que acá podemos imaginar.

13. Estos efectos, con todos los demás que hemos dicho que sean buenos en los grados de oración que quedan dichos, da Dios cuando llega el alma a Sí, con este ósculo que pedía la Esposa, que yo entiendo aquí se le cumple esta petición. Aquí se dan las aguas a esta cierva, que va herida, en abundancia. Aquí se deleita en el tabernáculo de Dios. Aquí halla la paloma que envió Noé a ver si era acabada la tempestad, la oliva, por señal que ha hallado tierra firme dentro en las aguas y tempestades de este mundo. ¡Oh Jesús! Y ¡quién supiera las muchas cosas de la Escritura que debe haber para dar a entender esta paz del alma! Dios mío, pues veis lo que nos importa, haced que quieran los cristianos buscarla, y a los que la habéis dado, no se le quitéis, por vuestra misericordia; que, en fin, hasta que les deis la verdadera, y las llevéis adonde no se puede acabar, siempre se ha de vivir con temor. Digo la verdadera, no porque entienda ésta no lo es, sino porque se podría tornar la guerra primera, si nosotros nos apartásemos de Dios.

14. Mas ¿qué sentirán estas almas de ver que podrían carecer de tan gran bien? Esto les hace andar más cuidadosas y procurar sacar fuerzas de su flaqueza, para no dejar cosa que se les pueda ofrecer, para más agradar a Dios, por culpa suya. Mientras más favorecidas de Su Majestad, andan más acobardadas y temerosas de sí. Y como en estas grandezas suyas han conocido más sus miserias y se les hacen más graves sus pecados, andan muchas veces que no osan alzar los ojos, como el publicano; otras con deseos de acabar la vida por verse en seguridad, aunque luego tornan, con el amor que le tienen, a querer vivir para servirle -como queda dicho- y fían todo lo que les toca de su misericordia. Algunas veces las muchas mercedes las hacen andar más aniquiladas, que temen que, como una nao que va muy demasiado de cargada se va a lo hondo, no les acaezca así.

15. Yo os digo, hermanas, que no les falta cruz, salvo que no las inquieta ni hace perder la paz, sino pasan de presto, como una ola, algunas tempestades, y torna bonanza; que la presencia que traen del Señor les hace que luego se les olvide todo. Sea por siempre bendito y alabado de todas sus criaturas, amén.
– ir a índice –

Capítulo 4
Con que acaba, dando a entender lo que le parece pretende nuestro Señor en hacer tan grandes mercedes al alma, y cómo es necesario que anden juntas Marta y María. – Es muy provechoso.

1. No habéis de entender, hermanas, que siempre en un ser están estos efectos que he dicho en estas almas, que por eso adonde se me acuerda digo «lo ordinario»; que algunas veces las deja nuestro Señor en su natural, y no parece sino que entonces se juntan todas las cosas ponzoñosas del arrabal y moradas de este castillo para vengarse de ellas por el tiempo que no las pueden haber a las manos.

Verdad es que dura poco: un día lo más, o poco más; y en este gran alboroto, que procede lo ordinario de alguna ocasión, se ve lo que gana el alma en la buena compañía que está, porque la da el Señor una gran entereza para no torcer en nada de su servicio y buenas determinaciones, sino que parece le crecen, y por un primer movimiento muy pequeño no tuercen de esta determinación.

2. Como digo, es pocas veces, sino que quiere nuestro Señor que no pierda la memoria de su ser, para que siempre esté humilde, lo uno; lo otro, porque entienda más lo que debe a Su Majestad y la grandeza de la merced que recibe, y le alabe.

3. Tampoco os pase por pensamiento que por tener estas almas tan grandes deseos y determinación de no hacer una imperfección por cosa de la tierra, dejan de hacer muchas, y aun pecados. De advertencia no, que las debe el Señor a estas tales dar muy particular ayuda para esto. Digo pecados veniales, que de los mortales, que ellas entiendan, están libres, aunque no seguras; que tendrán algunos que no entienden, que no les será pequeño tormento. También se le dan las almas que ven que se pierden; y aunque en alguna manera tienen gran esperanza que no serán de ellas, cuando se acuerdan de algunos que dice la Escritura que parecía eran favorecidos del Señor, como un Salomón, que tanto comunicó con Su Majestad, no pueden dejar de temer, como tengo dicho; y la que se viere de vosotras con mayor seguridad en sí, ésa tema más, porque bienaventurado el varón que teme a Dios, dice David. Su Majestad nos ampare siempre; suplicárselo para que no le ofendamos es la mayor seguridad que podemos tener. Sea por siempre alabado, amén.

4. Bien será, hermanas, deciros qué es el fin para que hace el Señor tantas mercedes en este mundo. Aunque en los efectos de ellas lo habréis entendido, si advertisteis en ello, os lo quiero tornar a decir aquí, porque no piense alguna que es para sólo regalar estas almas, que sería grande yerro; porque no nos puede Su Majestad hacer mayor, que es darnos vida que sea imitando a la que vivió su Hijo tan amado; y así tengo yo por cierto que son estas mercedes para fortalecer nuestra flaqueza -como aquí he dicho alguna vez- para poderle imitar en el mucho padecer.

5. Siempre hemos visto que los que más cercanos anduvieron a Cristo nuestro Señor fueron los de mayores trabajos: miremos los que pasó su gloriosa Madre y los gloriosos apóstoles. ¿Cómo pensáis que pudiera sufrir San Pablo tan grandísimos trabajos? Por él podemos ver qué efectos hacen las verdaderas visiones y contemplación, cuando es de nuestro Señor y no imaginación o engaño del demonio. ¿Por ventura escondióse con ellas para gozar de aquellos regalos y no entender en otra cosa? Ya lo veis, que no tuvo día de descanso, a lo que podemos entender, y tampoco le debía tener de noche, pues en ella ganaba lo que había de comer. Gusto yo mucho de San Pedro cuando iba huyendo de la cárcel y le apareció nuestro Señor y le dijo que iba a Roma a ser crucificado otra vez. Ninguna rezamos esta fiesta adonde esto está, que no me es particular consuelo. ¿Cómo quedó San Pedro de esta merced del Señor, o qué hizo? Irse luego a la muerte; y no es poca misericordia del Señor hallar quien se la dé.

6. ¡Oh hermanas mías, qué olvidado debe tener su descanso, y qué poco se le debe de dar de honra, y qué fuera debe estar de querer ser tenida en nada el alma adonde está el Señor tan particularmente! Porque si ella está mucho con El, como es razón, poco se debe de acordar de sí; toda la memoria se le va en cómo más contentarle, y en qué o por dónde mostrará el amor que le tiene. Para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre obras, obras.

7. Esta es la verdadera muestra de ser cosa y merced hecha de Dios -como ya os he dicho-, porque poco me aprovecha estarme muy recogida a solas haciendo actos con nuestro Señor, proponiendo y prometiendo de hacer maravillas por su servicio, si en saliendo de allí, que se ofrece la ocasión, lo hago todo al revés.

8. Mal dije que aprovechará poco, que todo lo que se está con Dios aprovecha mucho; y estas determinaciones, aunque seamos flacos en no las cumplir después, alguna vez, nos dará Su Majestad cómo lo hagamos, y aun quizá aunque nos pese, como acaece muchas veces: que, como ve un alma muy cobarde, dale un muy gran trabajo, bien contra su voluntad, y sácala con ganancia; y después, como esto entiende el alma, queda más perdido el miedo, para ofrecerse más a El. Quise decir que es poco, en comparación de lo mucho más que es que conformen las obras con los actos y palabras, y que la que no pudiere por junto, sea poco a poco; vaya doblando su voluntad, si quiere que le aproveche la oración: que dentro de estos rincones no faltarán hartas ocasiones en que lo podáis hacer.

9. Mirad que importa esto mucho más que yo os sabré encarecer. Poned los ojos en el Crucificado y haráseos todo poco. Si Su Majestad nos mostró el amor con tan espantables obras y tormentos, ¿cómo queréis contentarle con sólo palabras? ¿Sabéis qué es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios, a quien, señalados con su hierro que es el de la cruz, porque ya ellos le han dado su libertad, los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como El lo fue; que no les hace ningún agravio ni pequeña merced. Y si a esto no se determinan, no hayan miedo que aprovechen mucho, porque todo este edificio -como he dicho- es su cimiento humildad; y si no hay ésta muy de veras, aun por vuestro bien no querrá el Señor subirle muy alto, porque no dé todo en el suelo. Así que, hermanas, para que lleve buenos cimientos, procurad ser la menor de todas y esclava suya, mirando cómo o por dónde las podéis hacer placer y servir; pues lo que hiciereis en este caso, hacéis más por vos que por ellas, poniendo piedras tan firmes, que no se os caiga el castillo.

10. Torno a decir, que para esto es menester no poner vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar; porque, si no procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas; y aun plega a Dios que sea sólo no crecer, porque ya sabéis que quien no crece, descrece; porque el amor tengo por imposible contentarse de estar en un ser, adonde le hay.

11. Pareceros ha que hablo con los que comienzan, y que después pueden ya descansar. Ya os he dicho que el sosiego que tienen estas almas en lo interior, es para tenerle muy menos, ni querer tenerle, en lo exterior. ¿Para qué pensáis que son aquellas inspiraciones que he dicho, o por mejor decir aspiraciones, y aquellos recaudos que envía el alma del centro interior a la gente de arriba del castillo, y a las moradas que están fuera de donde ella está? ¿Es para que se echen a dormir? ¡No, no, no!, que más guerra les hace desde allí, para que no estén ociosas potencias y sentidos y todo lo corporal, que les ha hecho cuando andaba con ellos padeciendo; porque entonces no entendía la ganancia tan grande que son los trabajos, que por ventura han sido medios para traerla Dios allí, y cómo la compañía que tiene le da fuerzas muy mayores que nunca. Porque si acá dice David que con los santos seremos santos, no hay que dudar, sino que, estando hecha una cosa con el Fuerte por la unión tan soberana de espíritu con espíritu, se le ha de pegar fortaleza, y así veremos la que han tenido los santos para padecer y morir.

12. Es muy cierto que aun de la que ella allí se le pega, acude a todos los que están en el castillo, y aun al mismo cuerpo, que parece muchas veces no se siente; sino, esforzado con el esfuerzo que tiene el alma bebiendo del vino de esta bodega, adonde la ha traído su Esposo y no la deja salir, redunda en el flaco cuerpo, como acá el manjar que se pone en el estómago da fuerza a la cabeza y a todo él. Y así tiene harta malaventura mientras vive; porque, por mucho que haga, es mucho más la fuerza interior y la guerra que se le da, que todo le parece nonada.

13. De aquí debían venir las grandes penitencias que hicieron muchos santos, en especial la gloriosa Magdalena, criada siempre en tanto regalo, y aquella hambre que tuvo nuestro padre Elías de la honra de su Dios y tuvo Santo Domingo y San Francisco de allegar almas para que fuese alabado; que yo os digo que no debían pasar poco, olvidados de sí mismos.

14. Esto quiero yo, mis hermanas, que procuremos alcanzar, y no para gozar, sino para tener estas fuerzas para servir: deseemos y nos ocupemos en la oración; no queramos ir por camino no andado, que nos perderemos al mejor tiempo; y sería bien nuevo pensar tener estas mercedes de Dios por otro que el que El fue y han ido todos sus santos; no nos pase por pensamiento; creedme, que Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo, y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer. ¿Cómo se lo diera María, sentada siempre a sus pies, si su hermana no le ayudara? Su manjar es que de todas las maneras que pudiéremos lleguemos almas para que se salven y siempre le alaben.

15. Decirme heis dos cosas: la una, que dijo que María había escogido la mejor parte. Y es que ya había hecho el oficio de Marta, regalando al Señor en lavarle los pies y limpiarlos con sus cabellos, y ¿pensáis que le sería poca mortificación a una señora como ella era, irse por esas calles, y por ventura sola, porque no llevaba hervor para entender cómo iba, y entrar adonde nunca había entrado, y después sufrir la murmuración del fariseo y otras muy muchas que debía sufrir? Porque ver en el pueblo una mujer como ella hacer tanta mudanza, y como sabemos, entre tan mala gente, que bastaba ver que tenía amistad con el Señor, a quien ellos tenían tan aborrecido, para traer a la memoria la vida que había hecho, y que se quería ahora hacer santa, porque está claro que luego mudaría vestido y todo lo demás; pues ahora se dice a personas, que no son tan nombradas, ¿qué sería entonces? Yo os digo, hermanas, que venía «la mejor parte» sobre hartos trabajos y mortificación, que aunque no fuera sino ver a su Maestro tan aborrecido, era intolerable trabajo. Pues los muchos que después pasó en la muerte del Señor y en los años que vivió, en verse ausente de El, que serían de terrible tormento, se verá que no estaba siempre con regalo de contemplación a los pies del Señor. Tengo para mí que el no haber recibido martirio fue por haberle pasado en ver morir al Señor.

16. La otra, que no podéis vosotras, ni tenéis cómo allegar almas a Dios; que lo haríais de buena gana, mas que no habiendo de enseñar ni de predicar, como hacían los apóstoles, que no sabéis cómo. A esto he respondido por escrito algunas veces, y aun no sé si en este Castillo; mas porque es cosa que creo os pasa por pensamiento, con los deseos que os da el Señor, no dejaré de decirlo aquí.

17. Ya os dije en otra parte que algunas veces nos pone el demonio deseos grandes, porque no echemos mano de lo que tenemos a mano para servir a nuestro Señor en cosas posibles, y quedemos contentas con haber deseado las imposibles. Dejado que en la oración ayudaréis mucho, no queráis aprovechar a todo el mundo, sino a las que están en vuestra compañía, y así será mayor la obra, porque estáis a ellas más obligada. ¿Pensáis que es poca ganancia que sea vuestra humildad tan grande, y mortificación, y el servir a todas, y una gran caridad con ellas, y un amor del Señor, que ese fuego las encienda a todas, y con las demás virtudes siempre las andéis despertando? No será sino mucha, y muy agradable servicio al Señor, y con esto que ponéis por obra -que podéis-, entenderá Su Majestad que haríais mucho más; y así os dará premio como si le ganaseis muchas.

18. Diréis que esto no es convertir, porque todas son buenas. ¿Quién os mete en eso? Mientras fueren mejores, más agradables serán sus alabanzas al Señor y más aprovechará su oración a los prójimos.

En fin, hermanas mías, con lo que concluyo es, que no hagamos torres sin fundamento, que el Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen; y como hagamos lo que pudiéremos, hará Su Majestad que vayamos pudiendo cada día más y más, como no nos cansemos luego, sino que lo poco que dura esta vida -y quizá será más poco de lo que cada una piensa- interior y exteriormente ofrezcamos al Señor el sacrificio que pudiéremos, que Su Majestad le juntará con el que hizo en la cruz por nosotras al Padre, para que tenga el valor que nuestra voluntad hubiere merecido, aunque sean pequeñas las obras.

19. Plega a Su Majestad, hermanas e hijas mías, que nos veamos todas adonde siempre le alabemos, y me dé gracia para que yo obre algo de lo que os digo, por los méritos de su Hijo, que vive y reina por siempre jamás amén; que yo os digo que es harta confusión mía, y así os pido por el mismo Señor que no olvidéis en vuestras oraciones esta pobre miserable.
– ir a índice –

Epílogo

JHS

20. Aunque cuando comencé a escribir esto que aquí va fue con la contradicción que al principio digo, después de acabado me ha dado mucho contento y doy por bien empleado el trabajo, aunque confieso que ha sido harto poco. Considerando el mucho encerramiento y pocas cosas de entretenimiento que tenéis, mis hermanas, y no casas tan bastantes como conviene en algunos monasterios de los vuestros, me parece os será consuelo deleitaros en este castillo interior, pues sin licencia de las superioras podéis entrar y pasearos por él a cualquier hora.

21. Verdad es que no en todas las moradas podréis entrar por vuestras fuerzas, aunque os parezca las tenéis grandes, si no os mete el mismo Señor del castillo. Por eso os aviso, que ninguna fuerza pongáis, si hallareis resistencia alguna, porque le enojaréis de manera, que nunca os deje entrar en ellas. Es muy amigo de humildad. Con teneros por tales que no merecéis aún entrar en las terceras, le ganaréis más presto la voluntad para llegar a las quintas; y de tal manera le podéis servir desde allí, continuando a ir muchas veces a ellas, que os meta en la misma morada que tiene para Sí, de donde no salgáis más, si no fuereis llamada de la priora cuya voluntad quiere tanto este gran Señor que cumpláis como la suya misma; y aunque mucho estéis fuera por su mandado, siempre cuando tornareis, os tendrá la puerta abierta. Una vez mostradas a gozar de este castillo, en todas las cosas hallaréis descanso, aunque sean de mucho trabajo, con esperanza de tornar a él, y que no os lo puede quitar nadie.

22. Aunque no se trata de más de siete moradas, en cada una de éstas hay muchas: en lo bajo y alto y a los lados, con lindos jardines y fuentes y laberintos y cosas tan deleitosas, que desearéis deshaceros en alabanzas del gran Dios, que lo crió a su imagen y semejanza.

23 Si algo hallareis bueno en la orden de daros noticia de él, creed verdaderamente que lo dijo Su Majestad por daros a vosotras contento, y lo malo que hallareis, es dicho de mí.

24. Por el gran deseo que tengo de ser alguna parte para ayudaros a servir a este mi Dios y Señor, os pido que en mi nombre, cada vez que leyereis aquí, alabéis mucho a Su Majestad y le pidáis el aumento de su Iglesia y luz para los luteranos; y para mí, que me perdone mis pecados y me saque del purgatorio, que allá estaré quizá, por la misericordia de Dios, cuando esto se os diere a leer si estuviere para que se vea, después de visto de letrados. Y si algo estuviere en error, es por más no lo entender, y en todo me sujeto a lo que tiene la santa Iglesia Católica Romana, que en esto vivo y protesto y prometo vivir y morir.

Sea Dios nuestro Señor por siempre alabado y bendito, amén, amén.

25. Acabóse esto de escribir en el monasterio de San José de Ávila, año de 1577, víspera de San Andrés, para gloria de Dios, que vive y reina por siempre jamás, amén.
– ir a índice –