Jesucristo

GESCHÉ, A.,

Jesucristo

Sígueme, Salamanca, 2002, 270 pp.

El que hasta no hace mucho fuera profesor de la Universidad de Lovaina, Adolphe Gesché, es un autor sobradamente conocido entre nosotros. A ello ha contribuido la traducción al español de algunas de sus obras, en las que ha intentado hablar bien del hombre y de Dios. En la que ahora presentamos se propone hablar correctamente de la relación entre Dios y el hombre, lo que hace que se pregunte por la figura de Cristo. Él, no sólo habló de Dios y del hombre, sino que ilumina extraordinariamente la relación entre uno y otro.

Según el autor, el tratado de cristología habría que enfocarlo desde la relación Dios-hombre. Sin olvidar las cuestiones clásicas, es deseable abrir y proyectar la cristología «hacia una memoria colectiva». Hasta tal punto el Cristo de la fe pertenece a la historia que se ha constituido en un verdadero hecho de civilización. En Cristo y desde Cristo, el hombre no sólo se comprende a sí mismo, sino que comprende también a Dios, ya que en él (Cristo) Dios y hombre se encuentran maravillosamente. Pero dicha comprensión es difícilmente pensable sin un reajuste del discurso cristológico que exprese con claridad haber visto a Dios en el hombre. Se trata, en el fondo, de elaborar una cristología narrativa, capaz de dar cuenta de las cosas de Dios y del hombre. Para ello, después de dejar claro el lugar que Cristo ocupa en la fe cristiana, el autor plantea la relación entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. Debate crucial en la modernidad que aquí se afronta mediante las nociones de identidad histórica e identidad dogmática, a las que se añade la de identidad narrativa que constituye el nudo e interfaz en que todo se decide. Otras cuestiones de las que tradicionalmente se ocupa la cristología son la resurrección de Jesús y su título de Hijo de Dios. Son cuestiones difíciles, pero que no se pueden eludir. Consciente de ello, el autor, desde un procedimiento narrativo, intenta demostrar el sentido de cada una de ellas para concluir diciéndonos que no sólo el hombre es capaz de Dios, sino que también Dios es capaz del hombre, en el sentido de que su amor es deseo de humanidad. Aquí radica el secreto de la cristología y éste es el mensaje de la Navidad: mostrarnos, no ya sólo a un Verbum incarnatum, sino incarnandum (San Bernardo), que se reviste de nuestra humanidad. Dios y el hombre se atraen e interpretan mutuamente. ¿No habrá llegado la hora —se pregunta Gesché— de que los cristianos se den cuenta de ello?.

– Jesús García Rojo