FORTE, B.,
La esencia del cristianismo
Sígueme, Salamanca, 2002.
En todas las etapas y ante las instituciones «viejas», el hombre —y el pensador, sobre todo— se hace la misma pregunta: ¿qué es lo esencial? Porque siempre corremos el riesgo de perder el norte y de vivir de relativos circunstanciales. Sígueme nos ofrece en este estudio de Bruno Forte pistas suficientes para encontrar hoy la «esencia del cristianismo». Comienza, con buena lógica, preguntándose e invitando al lector a preguntarse dónde estamos y quiénes somos. Una pregunta de situación, imprescindible. Escrutando el alma del mundo se encuentran luces y sombras. Los grandes deseos y proyectos de autonomía resultan insuficientes. En lugar de matar al Padre, habrá que re-encontrarse con el Dios Padre-Madre de amor. Y vivir en diálogo abierto y respetuoso con las religiones no cristianas y «universales», ya que en todas existen detalles divinos. Un segundo capítulo presenta lo que el autor juzga la esencia del cristianismo, percibida desde la fe. Sólo la fe nos acerca a la Palabra que sale del Padre —éxodo— y que se hace historia de libertad salvadora para el hombre. Jesús da sentido definitivo al cristianismo, desde la cruz, desde la Pascua, desde la Trinidad, revelándonos al Padre-Amor y al Espíritu de Vida. El siguiente capítulo ha de leerse a la luz de los Tres, para entender la vocación de seguimiento que hace posible la Iglesia como sacramento de Cristo. De ahí las exigencias como testigos de fe, con razones para la esperanza y siempre tocados por el amor trinitario, para un servicio permanente de reconciliación que el mundo espera.
Un tema original para poner broche final: Hacia la belleza de Dios. Y camino hacia esa belleza o expresión de la misma, María de Nazaret, a quien se califica con acierto realista icono del misterio. Ella es la mejor antropología de Dios y la mejor teología del hombre (p.141). La cercanía de María nos descubre el verdadero rostro del Dios trinitario y enseña a ser Iglesia, nacida de la Trinidad. El segundo apartado está dedicado a la belleza como «kenosis» y como esplendor. O, lo que es lo mismo, de la tragedia de la Cruz a la gloria de la Pascua. Una belleza positiva, porque salva. La obra se cierra con un «apéndice», en que la pregunta que sirve de título al autor, la formula a tres grandes maestros que respondieron desde perspectivas parciales: Feuerbach, con el amor infeliz. Harnack, con el amor intimista y conciliador. Guardini, con el amor paradójico. La crítica de Bruno Forte la resume en el último título: El amor crucificado, porque sólo él, a juicio del autor, constituye el Evangelio para el tiempo postmoderno.
– Gratiniano Turiño