Pobreza

No es uno de los términos más característicos del léxico sanjuanista. No prodiga su uso. También la referencia al voto de pobreza es escasa, no obstante que sus escritos estén dirigidos más explícitamente a sus hermanos/as de profesión. Sí es, en cambio, muy significativo que éste está, en la mayoría de los casos, relacionado con términos clave del sistema doctrinal del Doctor místico.

I. El voto de pobreza

Aunque sea parco, J. de la Cruz es siempre rico y sugeridor en cualquier tema importante que toque. Parco y sugeridor lo es en el del voto de pobreza. Lo muestra el hecho de que en las pocas  Cartas que nos han llegado sea este voto el que, con mucho, casi únicamente trate. Y veremos con qué acierto.

El contenido del voto de pobreza hay que enmarcarlo en el campo de la consagración religiosa, de la que expresa una dimensión esencial. Esta forma de seguimiento de  Cristo, en cuanto llamada, hay que empezar a entenderla desde  Dios que se da y “quiere ser su riqueza, consuelo y gloria deleitable” (Ct del 8.2.1589); un Dios que “porque la quiere bien, la quiere bien sola, con gana de hacerle él toda compañía” (Ct del 8.7.1589). A este Dios hay que responderle con una total donación de sí: “no es suya, sino de Dios” (Ct del 8.2.1589). En esta dirección hay que entender el contenido de la profesión religiosa centrada y recogida en Cristo, el consagrado a Dios: “Den a entender lo que profesan que es a Cristo desnudamente, para que las que se movieren sepan con qué espíritu han de venir” (Ct del 18.7.1589).

La referencia a Cristo es esencial. El nació “en bajo estado”, vivió “en pobreza”, y murió “en miseria” (S 3,19,7); “en la vida no tuvo dónde reclinar su cabeza, y en la muerte lo tuvo menos” (S 2,7,10). Jesús señala motivación y causa, principio y orientación de comportamiento: “Procure siempre inclinarse… no a andar buscando lo mejor de las cosas temporales, sino lo peor, y desear entrar en toda desnudez y vacío y pobreza por Cristo de todo cuanto hay en el mundo” (S 1,13,6; cf Av. 161), pues es a él a quien seguimos y con quien queremos “hacernos semejantes en vida, condiciones y virtudes” (Av pról.). Y, porque él “no tuvo otro gusto, ni le quiso, que hacer la voluntad de su Padre” (S 1,13,4), el religioso –y aquí entra ya directamente el voto de pobreza– deberá “contentarse con solo Dios” (Ct del 18.7.1589), ser persona de un solo amor, ya que “para tener a Dios en todo, conviene no tener en todo nada; porque el corazón, que es de uno, ¿cómo puede ser todo de otro?” (Ct del 28.7.1589). En un contexto precioso de pobreza, escribe a la superiora de una comunidad que “procure traer su alma y las de sus monjas… unidas a Dios, olvidadas de toda criatura y respecto de ella, hechas todas en Dios y alegres con solo él” (Ct del 20.6.1590).

Es esta afirmación existencial y amorosa de Dios la que explica, exige y da contenido a la pobreza. Lo expresa el Santo en sendas cartas a una comunidad descalza. “Y miren que conserven el espíritu de pobreza y desprecio de todo, si no, sepan que caerán en mil necesidades espirituales y temporales, queriéndose contentar con solo Dios” (Ct del 18.7.1589). Apenas un año después le dice: “Cate que no le falte el deseo de que le falte y ser pobre, porque en esa misma hora le faltará el espíritu e irá aflojando en las virtudes”. Y aún le añade: “Y, si antes deseaba la pobreza, ahora que es prelada la ha de desear y amar mucho más; porque la casa más la ha de gobernar y proveer con virtudes y deseos vivos del cielo que con cuidados y trazas de lo temporal y de tierra” (Ct del 20.6.1590).

Y puesto que “no hay peor ladrón que el de dentro de casa” (Ct del 6.7.1591), y que es siempre “nuestra solicitud la que nos necesita” (Ct 20.6.1590), es decir, la que crea en nosotros necesidades sin cuento, al espíritu apunta decididamente J. con estas dos finísimas y grávidas afirmaciones de psicólogo y teólogo: “No tendrán ni sentirán más necesidades que a las que quisieren sujetar el corazón” (Ct del 18.7.1589); “aunque esté en el cielo, si no acomoda su voluntad a quererlo, no estará contenta” (Ct del 8.7.1589). Por el contrario, la alegría y la libertad, también la “posesión” verdadera hunden sus raíces en la pobreza. Escribe: “El pobre de espíritu en las menguas está más constante y alegre porque ha puesto su todo en nonada y en nada, y así halla en todo anchura de corazón” (Ct del 18.7.1589). Alegre y libre: “el que busca gusto en alguna cosa, ya no se guarda vacío para que Dios le llene de su inefable deleite; y así como va a Dios, así sale, porque lleva las manos embarazadas y no puede tomar lo que Dios le daba. ¡Dios nos libre de tan malos embarazos, que tan dulces y sabrosas libertades estorban!” (Ct del 18.11.1586). La Oración de alma enamorada es el canto de quien, no teniendo nada, “ni obras” en las que apoyarse, se sabe poseedor de todo (Av 26). Sentencia: “Para venir a poseerlo  todo, no quieras poseer algo en nada” (S 1,13,11).

II. Pobreza espiritual

En el corto manejo del sustantivo “pobreza” sorprende la frecuencia del adjetivo “espiritual” o “de espíritu” (cf S 2,15,4; 24,9; S 3,35,7; 24,8; 40,1; N 1,3,1,LlB 3,46; Ca pról). Es muestra de la querencia sanjuanista por apuntar siempre a la raíz de la persona. En este campo de la pobreza, concretamente, “todas las riquezas y gloria de todo lo criado, comparado con la riqueza que es Dios, es suma pobreza y miseria. Y así, el alma que lo ama y posee es sumamente pobre y miserable delante de Dios” (S 1,4,7). En cambio, citando el salmo 87,16: “Yo soy pobre…”, escribe: “Llámase pobre, aunque está claro que era rico, porque no tenía en la riqueza su voluntad, y así era tanto como ser pobre realmente; mas antes, si fuera realmente pobre y de la voluntad no lo fuera, no era verdaderamente pobre, pues el ánima estaba rica y llena en el apetito” (S 1,3,4).

S. de la Cruz, al subrayar la dimensión espiritual de la pobreza, y aun cuando no lo hace, la aproxima a términos verdaderamente decisivos de su vocabulario y a las realidades que señalan. He aquí un pequeño elenco de textos en los que aparece la pobreza como sinónimo de estos vocablos: critica a muchos espirituales porque, con su método ascético, moralista (S 1,8,4; S 2,7,5.8) “no llegan a la desnudez y pobreza o enajenación o pureza espiritual” (S 2,7,5). Al iniciar la declaración de la primera estrofa del poema Noche Oscura, aclara que lo va a hacer ahora “a propósito de la purgación contemplativa, o desnudez y pobreza de espíritu, que todo aquí casi es una misma cosa” (N 2,4,1). Así, pues, empareja “desnudez y pobreza” (S 2,22,17; 15,4; S 3,35,7; 3,40,1; Ca pról.); añade alguna vez a este binomio “vacío” (S 1,13,6; S 2,24,8; S 3,13,1; Av 161), “vacío en fe” (S 2,15,4), o sólo con “pobreza” (N 2,6,4.5). Otras veces, aunque menos, une pobreza a negación: “vacía en negación pura de toda criatura puesta en pobreza espiritual” (LlB 3,46). Llega hasta identificarlas. Así, “si tienes algo menos de desnudez interior, que es la pobreza espiritual en negación de todas las cosas” (S 3,40,1).

Cualquier lector del místico y poeta carmelita sabe el alcance significativo de estos términos. Por ejemplo “la suma desnudez” aparece en el subtítulo de Subida como exigencia de la “divina unión”. Y la define diciendo que “no es carencia de las cosas sino del gusto y apetito de ellas” (S 1,3,4). Definición que está muy próxima, hasta en la formulación literaria, a ésta en la que entra la pobreza espiritual: “la desnudez y pobreza espiritual y sensitiva, consiste en querer de veras carecer de todo arrimo consolatorio y aprehensivo, así interior como exterior” (S 3,13,1). La  negación, la desnudez, la pobreza son una de las dos dimensiones intrínsecas de las virtudes teologales, “mediante las cuales el alma se une con Dios … y hacen el mismo vacío…”( S 2,6,1), que “porque … tienen por oficio apartar al alma de todo lo que es menos que Dios, le tienen, consiguientemente, de juntarla con Dios” (N 2,21,11; cf S 2,10,2; 2,24,8).

La pobreza espiritual o del espíritu, sobre la que prevalentemente recae la atención del Doctor místico, es una actitud radical –él piensa que la única–, de  recogimiento amoroso en Dios, en su Reino. Actitud, por tanto, positiva, que implica, que es, a la vez, liberación,  desnudez y negación de todo lo demás. Por eso, como define el amor sólo por su aspecto negativo, diciendo que es “obrar en despojarse y desnudarse por Dios de todo lo que no es Dios” (S 2,5,7), podrá también definir la perfección aludiendo únicamente a su dimensión de negación y pobreza.

¿Cómo conocerá alguien que “de veras ama a Dios?”, se pregunta J. “Si con ninguna cosa menos que él (Dios) se contenta”, responde. Corrige rápido, sobre la marcha: “Mas, ¿qué digo se contenta? Pues, aunque todas juntas las posea, no estará contento, antes cuantas más tuviere estará menos satisfecho; porque la satisfacción del corazón no se halla en la posesión de las cosas, sino en la desnudez y pobreza de espíritu. Que, por consistir en esta la perfección “(CB 1,4). Téngase en cuenta la Ct del 18.7.1589. Conviene leer también los capítulos consagrados a tratar de “los bienes temporales, sensuales y naturales” en la Subida. Entre los “daños” producidos por ellos señala que “no dejan entrar alegría en el corazón” (S 3,29,10); entre los “provechos” que producen apunta que “adquiere virtud de libertad”, y “más gozo y recreación en las criaturas”, gustándolas “según la verdad de ellas” (S 3,20,2).

De este modo la pobreza se sitúa en el centro mismo de nuestra existencia; es la liberación que se alimenta de la verdad de todo, también, por tanto, de los “bienes espirituales”. Porque también en éstos puede hallar el alma “su propiedad y asimiento y embarazo, como en las cosas del mundo, si no las sabe renunciar como a ellas” (S 2,16,14) para quedarse con “solo él”: “apartando el corazón y el gozo de la voluntad de todo lo que no es Dios, para ponerlo en él solamente” (S 3,32,1).

III. “Noche oscura” y pobreza

Cualquiera puede comprender con relativa facilidad que una tal visión de la verdad de todo, asumida, sitúa a la persona en el camino de la libertad –la verdad nos hace libres–, necesita no poca luz de Dios y fortaleza para que la persona opte con decisión por ella, venciendo las resistencias que se alzan en su interior. Ver hasta el fondo la propia pobreza ontológica, y aceptarla en sí misma como la mayor riqueza, es condición esencial para la plena realización personal. Ésta es la gracia de la noche oscura o de “la contemplación que se da en fe” (S 2, 10,4), la prueba más grande, última –¡hasta cronológicamente! – y definida para ser.

Llama poderosamente la atención la insistencia con la que el santo habla de la pobreza personal como verdad de la que hace consciente la purificación pasiva del espíritu. En ella Dios conduce a la persona a la visión plena de su nada creatural absoluta. La confesión de que Dios es gracia comporta la de que la persona es nada.

“El alma de suyo es pobrísima” (LlB 1,23). “De suyo”, naturalmente, lo que la constituye criatura es recibido, dado. “Toda la bondad que tenemos es prestada, y Dios la tiene por propia obra: Dios y su obra es Dios” (Av 107). Por eso, cualquier acto de posesión y apropiación atenta contra la verdad, es una usurpación de lo que no nos pertenece. Es mentira. Así advierte el serio desenfoque de la vida espiritual de los “principiantes” que acumulan en vez de adentrarse en la desposesión y vacío, en la pobreza. Cuando habla de la “avaricia espiritual” lamenta el tiempo que pierden multiplicando prácticas y actos y valorando su vida espiritual por lo que hacen “más que en obrar la mortificación y perfección de la pobreza de espíritu que deben” (N 1,3,1).

La luz de la  noche oscura, ya en sus primeros compases, le hace ver “la verdad… de su miseria” (ib 12,2), y así “sólo” ve y siente sus miserias”, subraya (LlB 1,19), y “la trae delante de sus ojos” (N 1,12,8), “no se teniendo ya en nada” (ib. 2). Es un movimiento diametralmente contrario al que sigue quien quiso ser dios pero sin Dios. En la “noche”, cuando Dios asume el protagonismo, hace sentir a la persona “su íntima pobreza y miseria…, siente en sí un profundo vacío y pobreza”. Añade: “conviene que el alma sea puesta en vacío y pobreza y desamparo” (N 2,6,4).

Juana de Pedraza recibió un día una carta de su padre espiritual. En ella habla J. de la Cruz de la experiencia y realidad y de la respuesta que hay que dar. Encontramos afirmaciones vibrantes, poderosas, y preguntas como dardos de fuego. “Como ella anda en esas tinieblas y vacíos de pobreza espiritual, piensa que todos le faltan, y todo» y Dios. Mas no le falta nada, ni tiene ninguna necesidad de tratar nada…, que todo es sospecha sin causa. Quien no quiere otra cosa sino a Dios, no anda en tinieblas, aunque más oscuro y pobre se vea… Buena va, déjese y huélguese. ¿Quién es ella para tener cuidado de sí? ¡Buena se pararía!”. Y, más adelante, primero, una pregunta incendiaria; después, una afirmación vigorosa sobre la realidad purificadora de la noche oscura. “¿Qué vida o modo de proceder se pinta ella en esta vida? ¿Qué piensa que es servir a Dios?” “Es gran merced de Dios cuando las oscurece (las potencias), y empobrece al alma”. “Alégrese y fíese de Dios” (Ct del 12.10.1589). ¡Viva en fe, esperanza, amor!, a las que pertenece esa dimensión de “vacío” de todo para que Dios “quepa”. Para llegar a la unión “conviene primero sea puesta el alma en vacío y pobreza de espíritu… para que, así vacía, esté bien pobre de espíritu… para vivir aquella nueva y bienaventurada vida” (N 2,9,4). La “contemplación oscura”, la fe, “le empobrece y vacía de toda posesión y afección natural… para que divinamente se pueda… extender a gozar y gustar de todas las cosas de arriba y de abajo, siendo con libertad de espíritu general en todo” (N 2,9,1).

No es extraño que el autor de Noche Oscura se dirija al “alma espiritual” para decirle que “no se pene por eso, antes lo tenga a buena dicha, pues que Dios te va librando de ti misma, quitándote de las manos la hacienda” (N 2,16,7). Al oído del espíritu de una persona a la que acompaña en el camino del espíritu musita en un plural de comunión: “Dios nos libre de nosotros. Dénos lo que él se agradare y nunca nos lo muestre hasta que él quiera. Y, en fin, quien atesora por amor, para otro atesora, y es bueno que él se lo guarde y goce, pues todo es para él; y nosotros, ni verlo de los ojos, ni gozarlo” (Ct 23). Dios nos empobrece, hasta vaciarnos completamente, de lo “nuestro”, de las apropiaciones indebidas. Gratuiza nuestro amor, respuesta al suyo, gratuito siempre, y desata tantos nudos que nos impiden y atan la libertad: “¡Dios nos libre de tan malos embarazos, que tan dulces y sabrosas libertades estorban!” (Ct del 18.11.1586).

“Y cuando viniere a quedar resuelto en nada, que será la suma humildad, quedará hecha la unión espiritual entre el alma y Dios” (S 2,7,11).

BIBL. — MAXIMILIANO HERRÁIZ, “Pobreza y experiencia cristiana profunda”, en RevEsp 47(1988) 265-294; EUSEBIO GÓMEZ NAVARRO, La pobreza en san Juan de la Cruz, en Rev. de Vida Espiritual (Bogotá) n. 98 (1989) 7-85; EUSEBIO GÓMEZ NAVARRO LUCIO DEL BURGO, El rostro de Dios y del pobre. Acercamiento a san Juan de la Cruz, Santo Domingo (Rep. Dominicana), 1990.

Maximiliano Herráiz