Lujuria

Si bien Juan de la Cruz trata con detenimiento de muchos  vicios, y entre ellos los capitales en que puede incurrir el principiante, acaso en ninguno alcanza la agudeza y sagacidad que tiene su descripción de la lujuria espiritual. Y lo primero que hace al mencionarla en el libro de la Noche es aclarar eso que podría parecer una contradicción “in términis”, al añadir el término espiritual a algo que parece puramente sensual señalando que la llama así “no porque así lo sea, sino porque procede de cosas espirituales” (N 1,4,1). Cosa que se hace evidente según describe su causa y sus efectos. Pues dice que muchas veces mientras el  principiante realiza los mismos  ejercicios espirituales, como la propia  oración, o incluso al recibir los mismos sacramentos de la Penitencia y Eucaristía acaece “en la sensualidad movimientos y actos torpes” (ib.) sin que esté en su mano el evitarlos.

Luego, para explicar esto que podría parecer extraño, enseña el Santo que del gusto en las cosas espirituales disfruta el hombre según su natural. Y que así mientras lo espiritual se remonta hacia Dios, la sensualidad lleva a lo sensual y a lo torpe (N 1,4,2) y pone el ejemplo de la misma Comunión con la que  Dios regala al alma y en el que algunos sienten simultáneamente el reclamo de la  carne. Esto puede darse más especialmente en aquellas personas que, como describe el Santo son de “naturales tan tiernos y deleznables” que de cualquier mínimo gusto les surge el espíritu de lujuria, que dura pasivamente mientras dura la causa. Cosa que no es de extrañar según él, pues también les sucede bajo la impresión de otros sentimientos, como cuando “se encienden en ira o tienen algún alboroto o pena” (N 1,4,5).

Pero no es la única causa de que eso suceda, según el Santo. Pues también puede deberse al espíritu tentador que pretende atemorizar y apartar de lo espiritual a quienes padecen esos efectos, ya que al sentirlos sólo en la oración o en momentos de comunión íntima con Dios, piensan será mejor dejarlos para librarse de ellos (N 1,4,3). El Santo añade todavía sagazmente otra posible causa de los mismos. Y es el miedo que ha dejado en el espíritu la experiencia de esos movimientos, que le lleva a temer que renazcan y en definitiva, a veces, a volver a sentirlos (ib. 4).

Otro síntoma de esta misma lujuria espiritual sería la amistad que a veces nace por “vía espiritual” con algunas personas con todo lo que conlleva de deseo de trato y cercanía. Para evitar equívocos y discernir si verdaderamente es una amistad espiritual o camina hacia lo puramente sensual, enseña J. de la Cruz que cuando la  memoria de esa persona no aviva y hace crecer el amor de Dios es amistad que nace de la lujuria, pues si en verdad nace de Dios, mientras crece el amor por El se resfría el amor a la criatura, que la intensidad del uno hace siempre decrecer al otro. Ni se puede intensificar el humano sin sentir remordimiento (ib. 7).

Además de esta lujuria espiritual que tiene su origen en la vivencia de la vida espiritual, en el libro de la Subida señala también el Santo otras ocasiones en que puede surgir la motivada más en experiencias ajenas a la vida espiritual. Así, por ejemplo, cuando el principiante pone su gozo en las cosas puramente naturales (S 3,22,2) pues pueden mover el sentido a “complacencia y deleite sensual”. Y más aún cuando la complacencia se pone en los bienes estrictamente sensuales y que afectan por lo tanto a los sentidos. Así, cuando el gusto se pone en el sabor de los manjares, pues de él, amén de otros efectos negativos, se siguen “los malos movimientos, pues crece el incentivo de la lujuria” (S 3,25,5). Y lo mismo sucede, según el Santo, cuando la voluntad se pone en el disfrute de los bienes que el tacto percibe, pues de él puede nacer el vicio de la molicie, y “críase la lujuria” y hace el ánimo afeminado, dejando al sentido (S 3,25,6) dispuesto para pecar.

Alfonso Ruiz