Purgatorio

Dos son las claves fundamentales de lectura dentro de las cuales hay que entender las afirmaciones de Juan de la Cruz sobre el purgatorio: su visión del mismo como una fase más del proceso más amplio de purificación, y el conjunto de su dinámica escatológica. Las grandes verdades de la escatología cristiana, y, sobre todo, lo que se ha dado en llamar la tensión escatológica, entre el “ya” y el “todavía no”, están presentes en sus escritos más de lo que se pudiera pensar en un primer momento (J. V.

Rodríguez, “San Juan de la Cruz, evangelista y testigo de lo eterno. Apuntes de escatología sanjuanista”, RevEsp 33, 1974, 233-275). Precisamente, dentro de esta dinámica antropológicamente vital y de fe cristiana, se enmarcan algunas de sus referencias al purgatorio. Se trata, por lo general, de textos bastante sobrios, aunque no faltan algunos más amplios y complicados.

En opinión de U. Barrientos, la doctrina de nuestro místico sobre el purgatorio es, al mismo tiempo, fragmentaria y armónica. Lo primero, porque no cubre todo lo que la Iglesia católica, teólogos y magisterio, han venido diciendo sobre el purgatorio a lo largo de los siglos. Lo segundo, por su clara coherencia entre sus referencias al purgatorio y el conjunto de su escatología y doctrina espiritual (Purificación y purgatorio. Doctrina de San Juan de la Cruz sobre el Purgatorio, a la luz de su sistema místico, p. 136-137).

I. Purificación y purgatorio

Resumiendo lo más importante de la enseñanza católica de siglos anteriores, el concilio de Trento, en el Decreto sobre la justificación, canon 30, había afirmado que: “Si alguno dijere que después de recibida la gracia de la justificación, de tal manera se le perdona la culpa y se le borra el reato de la pena eterna a cualquier pecador arrepentido, que no queda reato alguno de pena temporal que haya que pagarse o en este mundo o en el otro en el purgatorio, antes de que pueda abrirse la entrada en el reino de los cielos, sea anatema” (Enchiridion Symbolorum, n. 1580).

Varios son los textos de nuestro místico que hacen referencia, más o menos explícitamente, al purgatorio después de esta vida y siguen a grandes rasgos este esquema ternario ya tradicional. Se trata de exposiciones y referencias teológicamente bastante sencillas, que suelen seguir un razonamiento simple: la necesidad de vivir un camino de purificación en esta vida, la posibilidad y necesidad de una purificación después de la  muerte, aunque no en todos los casos, y la posesión plena de  Dios como término de todo este camino. En todos esos textos, sin embargo, lo que le mueve no es tanto la intención de afirmar o reafirmar la existencia del purgatorio, cuanto de urgir la necesidad de iniciar y tomarse en serio el camino de purificación ya desde esta vida terrena, para llegar a la meta de la comunión perfecta de amor con Dios.

He aquí las afirmaciones o textos del Santo que siguen fundamentalmente el esquema antes mencionado: 1º. “Así como no comprehende a la luz el que tiene tinieblas, así no podrá comprehender a Dios el alma que en criaturas pone su afición; de la cual hasta que se purgue, ni acá podrá poseer por transformación pura de amor, ni allá por clara visión” (S 1,4,3); 2º. “Porque a los apetitos vivientes en el alma, antes de que ellos puedan entender a Dios, los absorberá Dios en esta vida o en la otra con castigo y corrección, que será la purgación” (S 1,8,5); 3º. “Porque de éstos son los que de veras descienden al infierno viviendo (Sal 54,16), pues aquí se purgan a la manera de allí; porque esta purgación es la que allí se había de hacer. Y así el alma que por aquí pasa, o no entra en aquel lugar, o se detiene allí muy poco, porque aprovecha más una hora aquí que muchas allí” (N 2,6,6); 4º. “El décimo y último grado de esta escala secreta de amor hace el alma asimilarse totalmente a Dios, por razón de la clara visión de Dios que luego posee inmediatamente el alma, que, habiendo llegado en esta vida al nono grado, sale de la carne. Porque éstos, pocos que son, por cuanto ya por el amor están purgadísimos, no entran en el purgatorio” (N 2,20,5); 5º. “Y así esta pena se parece a la del purgatorio; porque así como se purgan allí los espíritu para poder ver a Dios por clara visión en la otra vida, así, en su manera, se purgan aquí las almas para poder transformarse en él por amor en ésta” (LlB 1,24); 6º. “Porque, en la purgación espiritual que arriba hemos dicho, acaba el alma de romper estas dos telas (la temporal y la natural), y de ahí viene a unirse con Dios, como aquí está, y no queda por romper más que la tercera de la vida sensitiva” (LlB 1,29); 7º. “Por eso es gran negocio para el alma ejercitar en esta vida los actos de amor, porque, consumándose en breve, no se detenga mucho acá o allá sin ver a Dios” (LlB 1,34); 8º. “Porque, así como para unirse con Dios en gloria los espíritus impuros pasan por las penas del fuego en la otra vida; así para la unión de perfección en ésta han de pasar por el fuego de estas dichas penas” (LlB 2,25).

Como se puede ver, siguiendo igualmente la tradición teológica y enseñanzas del magisterio, algunos de estos textos ofrecen pequeños matices y aportaciones a lo esencial del esquema lineal de razonamiento sobre el sentido y función del purgatorio, que antes indicamos. Se habla de él como “castigo y corrección” (S 1,8,5); de “las penas del fuego” (LlB 2,25); de la posibilidad real de no tener que pasar por el purgatorio –“pocos que son”– (N 2,6,6; 20,5; LlB 1,29), o, en todo caso, de la posibilidad de detenerse allí por poco tiempo, cuando se ha vivido un proceso de purificación profunda en esta vida, alcanzando así un amor a Dios plenamente puro (N 2,6,6; 20,5; LlB 1,34); del mayor valor que tiene aquí una hora de purificación que allí muchas (N 2,6,6; cf. U. Barrientos, o.c., 141-154).

De todas las afirmaciones que encontramos en los pasajes antes citados, sólo podría resultar algo chocante en su día, e incluso hoy, la de N 2,6,6, en donde se habla, a la vez, de infierno y de purificación. Pero, en líneas generales, el razonamiento del Santo es bastante claro. Determinadas experiencias de la purificación pasiva del espíritu se describen aquí como un “ver abierto el infierno y la perdición”; lo que confirma con la frase del salmo: “éstos descienden al infierno viviendo” (Sal 54,16).

A continuación, explica que esta experiencia forma parte del proceso de purificación en esta vida; dejando, sin embargo, dicho algo que, en cierta medida, anticipa lo que afirmará en el capítulo siguiente: “Pues aquí se purgan a la manera de allí; porque esta purgación es la que allí se había de hacer”. Volveremos sobre el tema. Ahora sólo quiero recordar que, en nuestro siglo, también Silvano del Monte Athos hace una identificación entre la experiencia de bajar al propio infierno, sin desesperar, y la realidad purificativa salvadora de Dios en esta vida (cf. Espiritualidad rusa: Antología, Rialp, Madrid, 1965, 147-149). En dicho autor, sin embargo, esta experiencia tiene tintes más activos que pasivos, mientras que en N 2,6,6 sucede más bien al revés. Dentro del marco de lo que venimos exponiendo, me parece importante hacer aquí una anotación antes de pasar adelante. En toda la doctrina sanjuanista sobre el sentido y función del purgatorio tiene mucho que ver su visión del  pecado y de los  apetitos voluntarios no purgados o purificados, sean de pecado o no (S 1,11-12). Estos tendrían su raíz al menos en la actual condición del hombre, nacida tras el pecado original (S 1,1,1; S 1,15,1), cuando no en los propios pecados personales (S 1,8; S 1,1112; N 1,2-8; 2,2, etc.). Más allá del perdón y la reconciliación con Dios, dicha purificación, como cualquier otro proceso psicológico de crecimiento humano, supone todo un desarrollo de reintegración y maduración humano-espiritual personal en el amor. Lo que tradicionalmente se ha dado en llamar proceso de conversión (N 2,1,1; 2,7,4; CB 23,6; 33).

Quizá el predominio de esta visión global de la vida humano-cristiana explique por qué, en el Santo, no suelen darse referencias al purgatorio como lugar donde pagar el reato de la pena temporal, antes de entrar en el cielo, sino más bien al purgatorio como lugar de purgación, en el sentido más antropológico de la palabra. Sin embargo, es también curioso señalar cómo, siguiendo cierta terminología tradicional en la Iglesia, nuestro místico no suele referirse tanto al purgatorio como momento de purificación cuanto de purgación. Juan Luis Ruiz de la Peña indica que el Vaticano II supuso un cambio de sentido a este respecto, prefiriendo el verbo purificari al verbo purgari (J. L. Ruiz de la Peña, La Pascua de la creación. Escatología, Madrid, 1996, 288-289). Falta, en todo caso, por completo cualquier referencia a sufragios, misas y otras prácticas y devociones populares referidas a las almas del purgatorio. El concilio de Trento, aunque había condenado ciertas exageraciones al respecto, había afirmado la importancia de los sufragios y oraciones por los difuntos (“Decreto sobre el Purgatorio”, Enchiridion Symbolorum, n. 1820).

II. El purgatorio, paradigma de purificación

No todas las referencias de J. de la Cruz al purgatorio tienen un esquema que podríamos llamar de  escatología progresiva. Aun pretendiendo la misma finalidad antes indicada, algunos otros textos tienen una estructura literaria o argumentativa que van de la realidad purificativa de esta vida a la del purgatorio, y de ésta, de nuevo, a la descripción de la experiencia de purificación del hombre en este mundo. Estaríamos así ante un planteamiento de escatología anticipativa o anticipadora. En LlB 2,25 encontramos una y otra perspectiva: “Porque, así como para unirse con Dios en gloria los espíritus impuros pasan por las penas del fuego en la otra vida; así para la unión de perfección en ésta han de pasar por el fuego de estas dichas penas”.

La relación entre ambas formas (¿la finalidad de ambas formas?) de  purificación, se explica porque “aquí se purgan a la manera de allí; porque esta purgación es la que allí se había de hacer” (N 2,6,6). Entre los textos más explícitos, que no han sido citados anteriormente, está el de LlB 1,21, que es el más breve: “No se puede encarecer lo que el alma padece en este tiempo, es a saber, muy poco menos que en el Purgatorio”. J. de la Cruz no es el único autor espiritual que ha hablado de este parecido y semejanza entre algunos momentos del camino de purificación de esta vida y la experiencia del purgatorio. Antes de él, por ejemplo, también lo hicieron otros como santa Catalina de Génova (14471510), en su Tratado sobre el purgatorio, y la misma  S. Teresa de Jesús (V 20,16; M 6,11,3-6; cf. DS 12, 2659-2666).

En el libro Noche oscura se encuentran los tres textos más importantes en los que, para explicar las características de la experiencia actual de purificación, nuestro místico recurre a hablar, aunque sea de pasada, de lo que sucede en el purgatorio.

a) El primero se encuentra en un capítulo todo él dedicado a explicarnos, a la luz del símbolo del fuego y el madero, el proceso de purificación del hombre. En ese contexto se comenta: “Podemos sacar de aquí de camino la manera de penar de los del purgatorio. Porque el fuego no tendría en ellos poder, aunque se les aplicase, si ellos no tuviesen imperfecciones en qué padecer, que son la materia en que allí puede el fuego; la cual acabada, no hay más que arder; como aquí, acabadas las imperfecciones, se acaba el penar del alma y queda el gozar” (N 2,10,5; cf. LlB 2,25).

Al referirse al purgatorio tras de la muerte, se atendría en este caso el Santo a la doctrina teológica del purgatorio como fuego purificador, sin entrar en mayores detalles, aunque sí indicando que lo que purifica ese fuego del que habla son “las imperfecciones”, al igual que en esta vida.

b) El segundo de los textos a los que ahora me refiero es muy parecido al anterior en líneas generales. Pero en él se quieren dejar claras ciertas diferencias que existen en el fuego purificador, según sea de esta vida o de la otra: “Por lo dicho echaremos de ver cómo esta oscura noche de fuego amoroso, así como a oscuras va purificando, así a oscuras va al alma inflamando. Echaremos de ver también cómo, así como se purgan los espíritus en la otra vida con fuego tenebroso material, en esta vida se purgan y limpian con fuego amoroso tenebroso espiritual; porque ésta es la diferencia: que allá se limpian con fuego, y acá se limpian e iluminan sólo con amor” (N 2,12,1).

En esta vida, pues, el fuego purificador sería un “fuego amoroso tenebroso espiritual”, que, a la vez, limpia e ilumina. En la otra, sería un fuego tenebroso material, del que sólo se afirma que limpia.

c) El pasaje más original, y que más problemas ha planteado siempre, es el de N 2,7,7. De hecho, fue censurado en distintas copias manuscritas y ediciones impresas de Noche oscura hasta comienzos de nuestro siglo (cf. U. Barrientos, o.c., 7-8 y 25-31). En él se dice: “Esta es la causa por que los que yacen en el purgatorio padecen grandes dudas de que han de salir de allí jamás y de que se han de acabar sus penas. Porque, aunque habitualmente tienen las tres virtudes teologales, que son fe, esperanza y caridad, la actualidad que tiene del sentimiento de las penas y privación de Dios, no les deja gozar del bien actual y consuelo de estas virtudes. Porque, aunque ellos echan de ver que quieren bien a Dios, no les consuela esto; porque les parece que no les quiere Dios a ellos ni que de tal cosa son dignos; antes, como se ven privados de él, puestos en sus miserias, paréceles que tienen muy bien en sí por qué ser aborrecidos y desechados de Dios con mucha razón para siempre”.

Esta descripción del purgatorio plantea dificultades, no sólo porque no se refiera en ningún momento al posible gozo de sentirse ya salvados, incluso en medio de las penas purificadoras, sino porque además explícitamente se afirma que las almas “padecen grandes dudas de que han de salir de allí jamás y de que se han de acabar sus penas”. No era ésta, ni en el siglo XVI ni después, la doctrina común al respecto. Incluso, contra Lutero, el papa León X había condenado, en 1520, la afirmación que “las almas en el purgatorio no están seguras de su salvación, al menos todas” (Bula “Exurge, Domine”, Enchiridion Symbolorum, n. 1488).

Las afirmaciones de J. de la Cruz hay que leerlas desde una doble clave interpretativa. La primera, es el mismo contexto de la purificación pasiva del espíritu, a la que dedica el libro segundo de Noche. Puede ser que, en la comparación entre la purificación de este mundo y la del otro, el Santo se haya dejado llevar por una descripción de la purificación del purgatorio hecha demasiado a imagen de las pruebas purificadoras del espíritu en esta vida. De hecho, coinciden en gran medida las grandes afirmaciones que sobre esta última se hacen en todo el libro con las que en N 2,7,7 se dicen del purgatorio. Para ello, no hace falta ir muy lejos, pues, a renglón seguido, en el mismo N 2,7,7, casi lo mismo que se acababa de decir del purgatorio, al menos muchas de las grandes afirmaciones que causan problema, se reafirman de la noche purificadora del espíritu en esta vida. Dicho esto, no se puede renunciar, en un segundo momento, a intentar explicar y comprender de alguna manera el sentido de las afirmaciones que sobre el purgatorio, en sí mismo considerado, encontramos en N 2,7,7. Habría que hacer una distinción entre lo que se dice que las personas en el purgatorio tienen, y lo que sienten o padecen. Tienen las virtudes teologales, con lo que esto significa en el sistema sanjuanista: “Habitualmente tiene las tres virtudes teologales, que son fe, esperanza y caridad”. Afirmación que se ha de entender desde la doctrina y distinción escolástica de acto y hábito, que el mismo Santo emplea en ésta como en otras de sus obras (N 2,1,1-2; 5,1; 6,1; 9,1-2; 24,3). Sobre esta aparente contradicción sería conveniente comparar los textos de N 2,7,7 y S 1,12,6. En este último, hablando de los apetitos naturales no consentidos, comenta que al alma le causan gran turbación, porque le parece que la ensucian y ciegan, y, sin embargo, más bien causan los efectos contrarios y grandes bienes (S 1,12,6).

San Pablo, en su discurso sobre la primacía del amor, que, al contrario de otras realidades, nunca se acabará, concluye diciendo: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres.

Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1 Cor 13,13). La referencia sanjuanista a que en el purgatorio se tiene habitualmente, como ya conseguido, el hábito de las tres virtudes teologales, indica, claramente tanto el hecho de estar ya salvados como el de no haber alcanzado todavía la plena posesión de Dios en la gloria, donde la fe y la esperanza vienen a desaparecer, dando paso al gozo de la posesión de aquél a quien se ama.

Por otra parte, se dice que “que los que yacen en el purgatorio padecen grandes dudas de que han de salir de allí jamás y de que se han de acabar sus penas … y que la actualidad que tienen del sentimiento de las penas y privación de Dios, no les deja gozar del bien actual y consuelo de estas virtudes, las teologales” (N 2,7,7). Las afirmaciones sobre lo que se siente o padece en el purgatorio se refieren todas ellas a la ulterior purificación actual pasiva de todas y cada una de las tres virtudes teologales. Esto significa que, en cuanto a la fe, las dudas que se padecen, son ocasión de purificar y reafirmar la fe en Dios sin otro apoyo. Lo mismo se diga por lo que respecta a la esperanza de alcanzar una purificación plena y de poseer un día, plenamente purificados, a Dios. Una esperanza que, como claramente se percibe, no tiene ningún apoyo y fundamento en lo que uno ve en sí mismo. Por último, la caridad se purifica porque, sintiendo fuertemente en sí un amor apasionado hacia Dios, “puestos en sus miserias”, sienten a Dios no sólo lejos sino también lejano, “aborrecidos y desechados de Dios con mucha razón para siempre”. Realidades todas estas que están en plena armonía con toda la doctrina de Juan de la Cruz sobre la importancia de la experiencia de la gratuidad del amor de Dios, y para quien llegar a comprender esto es una de las metas y frutos más importantes de toda noche de purificación, sobre todo de la purificación pasiva (S 2,5,5; N 1,12; N 2,4; LB 2,34; 3,75, etc.).

Esta visión del purgatorio, una vez más, va más allá de la consideración del mismo como lugar o momento de pagar o expiar la pena temporal merecida por los pecados, y se sitúa claramente como una etapa más, sin duda decisiva, dentro del proceso de reintegración y maduración humano-espiritual personal en el amor que nos viene de Dios. Algo de esto es lo que en nuestro siglo ha afirmado también K. Rahner, entre otros: “Una tentativa de explicar … la esencia de la pena del pecado debería llevar consigo una concepción de la extinción de la pena algo menos jurídica y formalística de como suele serlo por lo regular. La extinción de tal culpa podría entonces concebirse como un proceso de maduración de la persona, mediante la cual, lenta y gradualmente, todas las energías del ser humano se irían integrando en la decisión fundamental de la persona libre”. Y añade que, aunque la doctrina de la Iglesia no admite que en el purgatorio se pueda ya crecer en gracia o en méritos, en su opinión esto no “excluye que el hombre en el estado de purificación del “purgatorio” se pueda considerar todavía como en proceso de maduración” (K. Rahner, “Observaciones sobre la teología de las indulgencias”, Escritos de teología, vol. 2, Madrid, 1961, 212).

BIBL. — SIMEÓN DE LA SAGRADA FAMILIA, “San Juan de la Cruz y el purgatorio”, en RevEsp 4 (1945) 19-30; URBANO BARRIENTOS, Purificación y purgatorio. Doctrina de San Juan de la Cruz sobre el Purgatorio, a la luz de su sistema místico, Madrid, EDE, 1960; J. V. RODRÍGUEZ, “San Juan de la Cruz, evangelista y testigo de lo eterno. Apuntes de escatología sanjuanista”, en RevEsp 33 (1974) 233-275; F. MAAS, “Eschatologie bei Johannes vom Kreuz”, AA.VV., Juan de la Cruz, espíritu de llama, Roma, Institutum Carmelitanum, 1991, 761-780; P. MIQUEL, “Purgatoire”, DS, t.12, 1986, 2659-2666.

José Damián Gaitán