Subida del Monte Carmelo

(obra)

Es el escrito más extenso y mejor esquematizado de J. de la Cruz. Su organización en forma de tratado sistemático favorece la lectura y ayuda a la comprensión de su contenido. Exige, por otra parte, una preparación doctrinal y espiritual más esmerada de lo que habitualmente se cree. Las indicaciones que siguen intentan facilitar el camino a los no familiarizados con el escrito; se ciñen a los puntos fundamentales propios de cualquier propedéutica.

I. Composición de la obra

Las circunstancias en que nació y el curso accidentado de su composición explican no pocas de las irregularidades que sorprenden al lector atento. Cuando J. de la Cruz inició la escritura se hallaba en la plenitud de su madurez espiritual y de su formación cultural. No tenía aún la experiencia del escritor curtido. Contaba en su haber con algunas poesías y páginas breves de diversa índole: avisos, cautelas, cartas. No había acariciado la idea de poner por escrito de manera ordenada sus experiencias íntimas o su visión de la vida espiritual. De ambas cosas se había ocupado años atrás durante su estancia en Avila (1572-1577), y de ellas se había servido para orientar por la senda de la perfección a espíritus selectos. Lo había hecho casi exclusivamente de viva voz.

1. MATERIALES SUELTOS. A su imprevista llegada a Andalucía, otoño de 1578, se encontró con un panorama religioso muy parecido al de Castilla y con idénticos compromisos de dirección espiritual entre las hijas de la madre Teresa ( Beas, Granada) y entre sus súbditos de El Calvario (Jaén). En ese marco conventual y en el cumplimiento de su misión como guía espiritual, cuajó la composición de la Subida. Fue precedida de páginas ocasionales, nacidas al socaire de ese magisterio: Avisos espirituales para la comunidad serreña, Cautelas para los religiosos del Calvario. Para todos, monjas y frailes, un dibujo o diseño del Monte Carmelo, especie de cartilla para enseñar el modo de escalar la cima de la santidad. Es el llamado dibujo del Montecillo de perfección. Estas páginas quedarán encuadradas más tarde en el escrito de la Subida.

Medio o instrumento privilegiado de la pedagogía espiritual sanjuanista durante los años del Calvario,  Baeza y Granada fueron sus poemas. Hay constancia segura de que apenas instalado en Andalucía, Descalzas y Descalzos le acosaron pidiéndole explicaciones sobre los versos del CE y de la N. Sirvió primero aclaraciones orales; luego, “declaraciones” escritas a determinados versos y estrofas. Así arrancó la redacción del  Cántico, concluida en Granada en 1584 a petición de la madre  Ana de Jesús.

Cuando los religiosos de El Calvario supieron que explicaba a las Descalzas de Beas el poema del CE no quisieron ser menos y rogaron insistentemente a J. de la Cruz que hiciese para ellos otro tanto con las estrofas de la “noche oscura”. Fueron complacidos sólo en parte. Uno de los que le importunaron fue Inocencio de san Andrés, quien asegura que se entretenían durante las recreaciones recitando y comentando aquellos versos (Escritos, p. 234-243). No es posible identificar con certeza las “declaraciones” orales o escritas procedentes de la época de El Calvario y de Baeza, donde sin, duda, continuaron. Lo que sí parece asentado es que al llegar de prior a Granada en 1582 tenía en marcha la escritura de ambos comentarios: el del CE y el del poema de la “Noche”. Este correspondía a las primeras páginas de la S.

Juan Evangelista, íntimo colaborador del Santo, asegura que la S la escribió en Granada, poco a poco, “que no lo continuó sino con muchas quiebras”. El mismo sacaba copia de los cuadernillos originales que le iba pasando el autor. Su traslado ha llegado felizmente hasta hoy (es el llamado manuscrito de Alcaudete, hoy en Burgos). El hecho lo certifica también otro religioso de la misma comunidad granadina  Baltasar de Jesús (Escritos, p. 222 y 254).

La composición accidentada, con interrupciones o “quiebras”, le permitía a  J. Evangelista sospechar que la obra estaba en marcha antes de que el Santo se estableciese en Granada. Llevaba allí año y medio cuando él ingresó en el noviciado y se dedicó a copiar el texto: “El libro de la Subida del Monte Carmelo escribe hallé comenzado cuando vine a tomar el hábito, que fue año y medio después de ser prior en esta casa la primera vez; y podrá ser que lo trajese de allá comenzado” (BMC 10,343). Comparando lo que halló escrito y el ritmo de lo compuesto posteriormente, calculó que la obra llegó ya comenzada a Granada.

Acertaba en su conjetura. En el texto por él copiado figuraban piezas originarias de El Calvario. No era sólo el poema inicial, sino también el dibujo del Monte Carmelo con sus versos (S 1,13,5-12) y series de avisos espirituales (ib. n. 5). Estaban perfectamente integrados en el texto del libro primero, no aisladamente como de hecho habían nacido. Probablemente el mismo origen tenían otros capítulos, por ejemplo, el séptimo del libro segundo. Cuando J. de la Cruz se decidió a redactar una “declaración” completa y ordenada del poema de la “noche oscura” aprovechó piezas sueltas, escritas con anterioridad y al margen de semejante propósito. Imposible determinar si lo hizo antes o después de residir en Granada, pero el dato es seguro. Por lo menos respecto a estos fragmentos, la sospecha de Juan Evangelista estaba bien fundada.

2. OBRA ACCIDENTADA E INCOMPLETA. La afirmación del copista sobre el curso redaccional tiene todos los avales para ser aceptada. No es necesario recurrir a ella para descubrir a lo largo del escrito cabos sueltos, difíciles de explicar en la pluma sanjuanista al margen de esa contingencia. El sentido natural del “no lo continuó sino con muchas quiebras” alude a frecuentes interrupciones. Exactamente lo contrario que sucedió con la Llama, escrita de un tirón, en quince días, durante el vicariato provincial. Algo parecido debió de suceder con el comentario de la Noche.

Las “quiebras” certificadas por Juan Evangelista correspondían a lo escrito después de 1582, pero no excluyen lo anterior a esta fecha. Una de ellas pudo obedecer al compromiso de ultimar la “declaración” del CE, que también había comenzado durante la época de El Calvario. Durante bastante tiempo J. de la Cruz alternó su escritura con la S, pero la notable extensión que iba adquiriendo ésta, le aconsejó ultimar primero el CA, que consiguió concluir antes de fenecer el 1584. Hay indicios suficientes para aceptar la redacción simultánea de ambos escritos, sin necesidad del refrendo documental. Algunos se señalan más adelante.

El ambicioso programa trazado en los primeros capítulos de la S exigía más tiempo que el comentario sencillo e inmediato de los versos, al estilo del CE. Imponía también un método expositivo notablemente diferente. De hecho, al comenzar el segundo libro, J. de la Cruz abandonó definitivamente el comentario y convirtió la S en un tratado ordenado y sistemático, cortado por el mismo patrón que otros libros similares de la época. Si a estos datos se añade el hecho cierto de que J. de la Cruz alternaba la escritura con las preocupaciones de su cargo de superior y los deberes de su vida religiosa, es fácil comprender las interrupciones e intervalos en la composición de la S. A ellos hay que atribuir, por lo menos en parte, algunas deficiencias redaccionales y ciertas incorrecciones estructurales, como remites y autocitas erróneas.

La serie de interrupciones o “quiebras” culminó en una, que resultó fatal, por definitiva. En determinado momento, sin que se sepa con precisión el motivo, suspendió sin más la escritura. Dejó en suspenso el hilo del discurso, que estaba bien trabado y definido, quedando pendientes de desarrollo argumentos anunciados con anterioridad (S 3, cap. 16. 35. 45, etc.). Esquemas bien organizados quedaron definitivamente truncados. El capítulo que algunos editores añaden al texto habitualmente divulgado (“vulgatus”) no altera el panorama final. La Subida no llegó a buen puerto. J. de la Cruz no la remató. Carecen de consistencia las hipótesis sobre una posible pérdida de la parte anunciada y no conservada. No existe indicio alguno de que el Santo prolongase el texto conocido.

La conjetura que apunta a falta de tiempo para completar la obra carece de consistencia. La penuria de tiempo para dedicarse a escribir es un dato muy relevante en la biografía sanjuanista de los años andaluces. Es preterido alegremente por estudiosos “laicos” sin experiencia de vida religiosa y nula familiaridad con la de aquellos tiempos. Es un dato cierto, pero de índole general, y no aplicable al caso de la S, ya que se conocen escritos posteriores a la misma. Las horas dedicadas a éstos pudo emplearlas en completar aquélla.

No constan los motivos de lo que resulta, en apariencia, un comportamiento poco coherente; más bien incomprensible para quienes sueñan (al estilo de J. Baruzi) un J. de la Cruz ensimismado en su producción literaria y preocupado únicamente de su creación artística. El J. de la Cruz histórico anteponía a esos otros valores, para él incomparablemente superiores. Entre todos, el del aprovechamiento espiritual de las almas, en primer lugar, de sus discípulos.

La interrupción y definitiva suspensión de la S hay que explicarla por ese camino más sencillo y humilde, pero más realista. De algunos datos ciertos se pasa a conjeturas plausibles. En la mente del autor, la obra arrancó como un comentario al poema de la “noche oscura”, a semejanza del CE, pero a instancias y petición de los religiosos de El Calvario. Los destinatarios postulaban naturalmente un tratamiento de la materia más riguroso y ordenado. Ello aconsejó al autor estructurar desde el principio sus enseñanzas en esquemas sistemáticos. Casi sin darse cuenta, y también a causa de las “quiebras”, fue convirtiendo la “declaración” en un tratado regular, en el que desaparecía el comentario del poema, puesto como base del escrito. Al comienzo del libro segundo, casi al principio de la obra, los versos desaparecían definitivamente; renunciaba al comentario. El resto de la S no tenía nada que ver con el método prometido en el Argumento, método que era idéntico al propuesto y seguido en el CE. Quienes habían solicitado la “declaración”, como el fiel discípulo Inocencio de san Andrés, no veían satisfechos sus deseos.

Podían sentirse contentos y bien compensados con el cambio, porque la obra desarrollaba seguramente doctrinas y enseñanzas concordes con lo que habría propuesto el comentario prometido. El mismo texto (copiado por uno de ellos, Juan Evangelista) denunciaba, sin embargo, que ni estaba “declarado” todo el poema, ni todo lo que se le atribuía por el autor estaba expuesto en la S. Lo más propio y específico, lo que J. de la Cruz consideraba su aportación original, por corresponder al núcleo sustancial del poema, se prometía desarrollar en un cuarto libro o segunda parte (S 1,1,2; 1,13,1;2,11,7, etc.). No se afrontaba el aspecto pasivo de la purificación. Suspendida bruscamente la obra, todo quedaba en promesa.

Desairados los discípulos, J. de la Cruz había renunciado a exponer aquello en que creía tener “grave palabra y doctrina” (N 1,13,3), aquello por lo que principalmente se había puesto a escribir” (N 2,22,2; cf. S pról.). Era precisamente la purificación pasiva, la interpretación “auténtica” del poema de la “noche oscura”. Si de propia iniciativa o a instancias de los suyos quería remediar la situación, el Santo tenía dos caminos o salidas: completar lo que faltaba de la S o emprender de nuevo el comentario del poema. Ambas cosas carecían aparentemente de sentido. Conocemos la alternativa escogida. También la razón última de no concluir la Subida: porque decidió reiniciar el comentario del poema con otro método o criterio. Por ello nació la Noche oscura.

II. Estructura literaria

Dentro de la tradición literaria de la espiritualidad cristiana, la producción de J. de la Cruz ostenta una originalidad casi única. Ningún otro maestro importante había expuesto sus ideas a partir de las propias poesías. Imitaron su ejemplo figuras de segundo orden. El Doctor Místico aplicó a sus poemas la técnica literaria de los comentarios medievales a la Sda. Escritura. Las cuatro obras mayores se presentan y estructuran como “declaración” o comentario a tres poemas, ya que uno de ellos, el de la “Noche oscura”, se glosa en dos escritos: en S y en N.

Dentro del género literario del “comentario”, peculiar de la pluma sanjuanista, existen notables diferencias, según puede comprobarse con la simple comparación de las grandes obras. La Subida se distancia tanto de las otras, que no puede considerarse realmente un comentario. Tiene en una primera parte apariencias de tal, pero no pasa de imitación remota.

Mientras las otras obras carecen de título propio y se presentan explícitamente como “declaración” de un determinado poema, la más larga fue bautizada por el propio autor con el título de Subida del Monte Carmelo, seguido inmediatamente de un largo epígrafe en el que no se menciona para nada la “declaración”, sino el tratado: “Trata de cómo podrá un alma disponerse para llegar en breve a la divina unión. Da avisos y doctrina…”.

La doctrina que desarrollará está incluida en el poema de la “noche oscura”, por lo que se “fundará” en él para exponerla, siguiendo el método del comentario estrofa por estrofa y verso por verso. Es lo que promete en el breve argumento antepuesto a la copia del poema. Casi sin darse cuenta se embarcaba en una peligrosa aventura: la de compaginar un tratado sobre el modo de alcanzar en breve la perfección con un comentario del poema.

Lo intentó en un primer momento sin mucho éxito, pero desistió pronto. El esfuerzo se agotó en el primer libro, el más breve de los tres. Al principio mantuvo fielmente su método habitual de comentario: declaración sumaria de la primera estrofa (S 1,1,4-6) y glosa del primer verso (cap. 2); se olvidó enseguida de los restantes, organizando un tratado independiente de los mismos, hasta que al cabo de diez capítulos, con sus respectivos epígrafes, se recuerda del poema y de la promesa, despachando en dos brevísimos capítulos los otros cuatro versos de la primera canción. El mismo asegura que es simple expediente. En ellos se hablaría de los efectos de la purificación sensitiva, “los cuales –añade– yo apuntaré brevemente en gracia a declarar los dichos versos, como en el prólogo [en realidad, en el argumento], lo prometí, y pasaré luego adelante al segundo libro, el cual trata de la otra parte de la noche, que es la espiritual” (S 1,14,1).

El “tratar” sustituía así al “declarar”. La división en libros y capítulos era prácticamente incompatible con el comentario. Intentó aún el último esfuerzo. Abrió el nuevo libro reproduciendo la segunda estrofa, después de haber anunciado en un amplio epígrafe de lo que “trataba” el libro: sobre “el medio para subir a la unión”. En un breve capítulo declaraba el contenido general de la estrofa, y ya no volvía a preocuparse de los versos. Desaparecía del todo el comentario.

La Subida se convertía en un tratado orgánico y sistemático. Estuvo condicionado en su arranque por la preocupación de comentar el poema, pero quedó superado ese condicionante y el Santo desarrolló su pensamiento siguiendo las leyes escolásticas de definiciones y divisiones. La mayor parte de los capítulos enuncian la intención de “tratar” asuntos concretos o “demostrar” tesis y afirmaciones defendidas con vigor.

No son los únicos signos inconfundibles del tratado. Toda la obra está configurada según una planificación doctrinal a base de categorías bien ordenadas y jerarquizadas, según demuestran las abundantes divisiones y subdivisiones (S 1,1-2; 1,6; 2,6; 2,10; 2,23-24; 3,2; 3,16; 3,17; 3,24; 3,28; 3,42, etc.). El desarrollo de la argumentación al estilo escolástico va más allá del recurso a las “autoridades” (generalmente de la Sda. Escritura) y a los principios filosóficos y teológicos (S 1,4-10; 1,11; 2,3-4, etc.). Llega hasta detalles tan típicos como la “respuesta a las dificultades, dudas u objeciones” y a los “escolios” (S 1,12; 2,17; 3, 13, etc.).

Deficiencias e irregularidades fáciles de detectar dentro de esta metodología, como largas digresiones, algunas repeticiones, fluctuación en la terminología, temas anunciados y no desarrollados, etc., hay que achacarlas a la extensión de la obra y, sobre todo, a las “quiebras” ya recordadas. Una de las irregularidades más chocantes y perceptibles afecta al sistema de las citas bíblicas. En la primera mitad aproximadamente reproduce los textos en latín y luego los traduce en español. A partir del capítulo 28 del segundo libro suprime regularmente el latín, simplificando así el esquema de las alegaciones y aligerando el texto. Se trata de un cambio intencionado, dada la frecuencia de las citas. Fue debido, a lo que parece, a una decisión madurada por el autor.

El sistema de las citas en latín está presente también en el CA, que es contemporáneo de la primera parte de la S, según se ha dicho. Desaparece en los demás escritos, como en N, Ll y CB (éste en sus partes exclusivas). Cuando el Santo decidió el abandono del latín estaba rematando el segundo libro de la S; no volvió a recuperarlo salvo raras excepciones y sólo en frases muy breves, casi sentenciosas y conocidas hasta de quienes no sabían latín. Es lamentable que sigan repitiéndose las inexactitudes de J. Baruzi en este punto. Como en tantos otros.

III. Temática de la “Subida”

Todas las obras sanjuanistas tienen la misma finalidad: enseñar el camino de la unión con Dios, identificada con la perfección o santidad. En todas ellas se desarrolla el mismo programa de vida, aunque con enfoques y matices diferentes. Cada una de ellas aporta su visión particular y entre todas conforman la síntesis global. En la mayoría de los escritos –N, CE y Ll– domina la perspectiva dinámica, el proceso espiritual en su desarrollo concreto. La S, en cambio, se estructura más como propuesta doctrinal, aunque nunca abandone la dimensión práctica. En las otras tres obras todo se coloca en la dialéctica vital entre dos estados o situaciones espirituales: el “antes y el después”, el camino y la meta. El itinerario corresponde al proceso catártico; la meta, a la unión. En la N predomina el camino de la oscuridad libertadora y purificadora, como un “ahora” de cara al “luego”, la unión transformante. En CE y, sobre todo, en Ll, desde el “ahora”, que es la unión, se contempla y describe el “antes”, que es el proceso catártico para alcanzarla. J. de la Cruz designa habitualmente estas dos fases del espíritu como el medio o camino y el término o la meta.

1. PROCESO DE ESQUEMATIZACIÓN. La propuesta de cada obra depende radicalmente del poema que sirve de base a la exposición. Los tiempos verbales de los versos son la clave para situar el comentario en visión retrospectiva (CE y Ll), o en proyección dinámica de desarrollo (S y N). En la S la referencia condicionante del poema está entremezclada desde el comienzo con otro factor determinante de la temática y de su esquematización: el Montecillo de la perfección. Esta pieza colocada de intento en el umbral mismo del escrito sirve de reclamo permanente, tanto para señalar la meta como para marcar las sendas que llevan a la cima del monte.

De este modo, los dos elementos estructurales de base, Monte y poema, condicionan cada uno a su modo el proyecto espiritual desarrollado en la obra. El poema aporta los datos de la experiencia íntima del Santo; el diseño añade la conceptualización y la reflexión; éste orienta en la esquematización doctrinal de los datos aportados por aquél. La perfecta convergencia de ambos factores, a nivel personal del autor, no se tradujo en exposición armónica a nivel de escritura. Produjo el ya recordado enfrentamiento entre comentarista y tratadista. Hasta que no prevaleció el segundo, no se configuró rigurosamente la temática que desarrollará en la S.

Desde las primeras páginas queda patente el propósito y el argumento central: tratar y enseñar el modo de subir hasta la cumbre del monte de la perfección, que es la unión del alma con Dios (cf. argumento). Ese modo se concreta inmediatamente en recorrer “el camino de la noche oscura de purgación espiritual” (pról. 6). El proceso espiritual se estudia, en consecuencia, desde la vertiente de  negación, vaciamiento o purificación; indirectamente, y por relación o comparación, aparecen los otros aspectos del mismo.

De haber prevalecido el comentario sobre el tratado, la experiencia sobre la reflexión, tendríamos una descripción más viva y dinámica del “camino de la noche oscura”. La combinación de los varios elementos estructurales (poema, Monte, epígrafe) y de los principios básicos de la teología sanjuanista dio lugar a una propuesta más teórica, cargada de esquemas y divisiones, que se suceden ininterrumpidamente hasta que al principio del segundo libro queda perfilado el plan definitivo de la exposición.

Al lector no bien preparado puede confundirle la propuesta de desarrollar estos esquemas yuxtapuestos, como si fuesen compatibles:

1º) Dos formas de noche correspondientes a cuatro partes de la obra: noche-purificación del sentido (lib.1º), noche purificación del espíritu, activa (lib. 2º-3º) y pasiva (parte o lib. 4º). No se especifica ni encuadra lo “pasivo” del sentido, por lo que falla la correspondencia de cuatro libros o partes (S 1,1,2-3). Es un esquema basado en la peculiar antropología filosófica seguida por el Santo.

2º) Una noche-purificación con tres etapas, correspondientes a las tres partes y causas de la noche física: el ocaso o prima noche (es la del sentido), media noche (la de la fe) y “al despidiente” o “levantes de la aurora”, la “inmediata a la luz”, que es Dios (S 1,2,5). Las tres partes se corresponden, según el autor, con las tres causas o razones por las que el camino o tránsito a Dios puede llamarse “noche oscura”, a saber: por el término de salida, por el medio o camino y por el término de llegada (ib. n.1). No establece correspondencia entre esta división y el esquema que ha de seguir.

3º) Dos formas o aspectos de la noche-purificación del sentido: activa y pasiva (S 1,13,1); del primer aspecto se ocupa el libro 1º; del segundo, el “cuarto libro”, al hablar de los principiantes. Nada se dice de la purificación del espíritu ni de los libros correspondientes; se supone que serían el 2º y el 3º. El que se promete como 4º no lo escribió. Volvió sobre el tema en el comentario de la N.

4º) Dos niveles de purificación-noche y tres partes de la misma noche. Tratando de conjuntar los esquemas anteriores, al iniciar el segundo libro, yuxtapone dos divisiones que complican ulteriormente el esquema que se propone desarrollar. La primera estrofa (y el libro 1º) trata de la noche del sentido, correspondiente a la “prima noche”, cuando “todavía se ve algo”; la segunda canción habla de la “noche espiritual, que es la fe”, de la que se tratará por extenso en el libro 2º (S 2,1,3). Queda así identificada la purificación-noche del espíritu con la fe, que, a su vez, es la “segunda parte de esta noche”, en cuanto se compara a la “media noche”, que es del todo oscura (S 2,2,1). Señaladas brevemente las diferencias con las otras dos partes, primera noche y “antelucano, que es ya lo que está próximo a la luz” (tercera parte de la noche), adelanta que se centrará en la segunda parte, que es la fe, en su aspecto activo; “porque de lo pasivo, que es lo que Dios hace sin ella –el alma– para meterla en ella, allá diremos en su lugar, que entiendo será el tercer libro” (S 2,2,3). La indecisión en el plan y la confusión en el orden de la temática están patentes cuando ya había comenzado el segundo libro. El aspecto pasivo se relega ahora, no a una segunda parte o a un libro cuarto, sino al “tercer libro”, cosa inexacta. Ni siquiera queda en pie la propuesta de dedicar íntegramente el segundo a la fe.

5º) La identificación de la segunda parte de la noche con la fe y ésta con la purificación del espíritu condujo al autor a la definitiva esquematización de la S. Fue madurando entre los capítulos 2-5 del actual libro 2º. La demostración de que la fe es medio propio y proporcionado para llegar a la unión suscitaba necesariamente el papel de las otras dos virtudes teologales en el mismo proceso de la unión. Antes de afrontar el argumento se dio cuenta J. de la Cruz de que, en buena lógica, no tenía sentido proponer un camino sin presentar el término o la meta del mismo.

Su explícita y elocuente confesión demuestra cómo a estas alturas de la obra no estaba definitivamente estructurado el esquema. Escribe al rematar el capítulo 4º: “Y para que procedamos menos confusamente, paréceme será necesario dar a entender en el siguiente capítulo qué cosa sea esto que llamamos unión del alma con Dios … porque aunque se corta el hilo de lo que vamos tratando … sirve para dar luz en lo mismo que se va tratando … pues luego habemos de venir a tratar en particular de las tres virtudes teologales acerca de esta segunda noche” (S 2,4,8).

Aquí queda perfilado por fin el esquema desarrollado de hecho en la obra. Cumplido el compromiso de explicar el concepto de la  unión con Dios (cap. 5º), introduce inmediatamente la tesis de que las tres virtudes teologales son las que ponen en perfección a las tres potencias del alma (cap. 6º), estableciendo este emparejamiento: fe-entendimiento, esperanza-memoria y caridad-voluntad. Persiste todavía la irregularidad en lo que a la distribución material se refiere, a causa de lo prometido anteriormente (S 2,2,3). Dedica todo el segundo libro a la fe-entendimiento, pero la segunda noche o parte de la noche comprende más que la fe. Proporcionalmente la esperanza y la caridad reclamarían sendos libros, pero el autor las ha agrupado en uno solo, el tercero, pero sin correspondencia con lo anunciado antes (S 2,2,3).

El esquema definitivo se atiene a esta distribución: noche-purificación del sentido (lib. 1º); noche-purificación del espíritu: fe-entendimiento (lib. 2º), esperanza-memoria (lib. 3º,1-15), caridad-voluntad (lib. 3º,16-45). Queda sin tratar directamente el aspecto pasivo de la purificación. Antes de comenzar el desarrollo de este esquema, propone algunos puntos fundamentales previos (2,78). Una vez encarrilado el esquema, la exposición se mantiene sustancialmente fiel al mismo, lo que no quiere decir que sea siempre lineal; existen digresiones y oscilaciones que rompen a veces el hilo lógico del discurso. Prescindiendo de la secuencia material, fácil de seguir por el índice de la obra, bastará apuntar aquí su esquematización lógica del contenido.

2. LA CONSTRUCCIÓN DOCTRINAL. La fidelidad sustancial al esquema básico y a las divisiones fundamentales no han impedido al autor ciertas desviaciones o dispersiones en el curso expositivo. No llegan a alterar la visión de conjunto, pero sí distraen la atención del lector. Aunque las oscilaciones más llamativas se hallan en los primeros capítulos de la obra, no desaparecen del todo a partir del décimo del libro 2º, cuando ya queda estabilizado el esquema de base. El curso regular de la exposición se rompe, por ejemplo, en los capítulos 12-15, 17-18 y 19-22. La ilación doctrinal entre ellos no se corresponde con la organización esquemática que confiere unidad a la obra.

Por otro lado, en esos y en otros capítulos claramente “digresivos”, J. de la Cruz propone principios fundamentales de su sistema. Condicionan radicalmente el desarrollo lógico de su pensamiento. Este aparece vinculado mucho más a la dinámica interna que a la colocación material de los temas. Lo importante, por lo mismo, no es la configuración externa de la exposición, sino el alumbramiento del proceso lógico o mental del autor. Admite muchas variantes en su presentación, pero implica una convergencia sustancial. Se apuntan aquí únicamente las líneas maestras de ese esquema, que intenta conjugar la dinámica interna del pensamiento y el esquema externo de la exposición.

Deben tenerse siempre presente los presupuestos estructurales que han condicionado la composición de la S, a saber: el diseño del Montecillo, el poema de la “noche oscura”, el título y el epígrafe completo de la obra, el “argumento” inicial, el prólogo y los proyectos adelantados en los primeros capítulos (1,1-2. 13-15 y 2,1-2).

1º) Principios y premisas de índole general. Sirven de orientación al lector y fundamentan las tesis y afirmaciones desarrolladas a lo largo de la obra. Afrontan los temas siguientes:  la unión con Dios, en cuanto meta final que condiciona toda la doctrina y a la que se orienta la enseñanza espiritual (S 2,5);  Dios, en su transcendencia e inmanencia, como término objetivo de la unión y el amor como posibilidad de superar la transcendencia divina (ib.1,4);  la noche-purificación, en cuanto camino, medio o tránsito para llegar a la unión (S 1,3); significado y alcance de los apegos, afectos o “apetitos”, materia de la  purificación (1,6-10); necesidad absoluta de purificar toda clase de  apetitos desordenados, por mínimos que sean (1,11-12).

2º) Purificación-noche del sentido (lib. 1º). Apenas desarrollada, ya que la mayor parte del libro se dedica a proponer los principios que preceden o puntos complementarios, a saber: razones y motivos de la misma (1,1.3.5.); el contenido propio o materia de tal purificación (1,4); daños derivados de no afrontar esa purificación (1,6-10). La aplicación práctica se reduce a la serie de reglas y avisos para “entrar en la noche activa del sentido” (1,13) y la propuesta de  Cristo, como norma suprema que se ha de seguir (S 1,13,3-4), en cuanto camino, verdad y vida (S 2,7).

3º) Purificación-noche del espíritu (lib-2º-3º). El amplio desarrollo del tema a través del emparejamiento de potencias y virtudes teologales, está presidido por algunos presupuestos propios y específicos de esta “noche”. Los principales son los siguientes: necesidad ineludible de tal purificación (2,4); conexión entre las virtudes teologales y las potencias del alma (S 2,6); identificación fundamental entre la “noche” y la fe (2,2-3); relación entre fe y contemplación (2,4); la fe y las otras virtudes teologales, en cuanto medio próximo y proporcionado para la unión (2,6 y 9).

a) Purificación del entendimiento por la fe (lib. 2º). Arranca la exposición de la afirmación básica de que ninguna criatura ni noticia de ella puede ser medio adecuado para la unión con Dios (2,8). Pasa a la verificación y aplicación práctica de la tesis enumerando y analizando todas las noticias o inteligencias naturales y sobrenaturales que pueden caer en el entendimiento humano (2,1032). El análisis minucioso y la valoración espiritual adquiere especial importancia en las “noticias” consideradas sobrenaturales. La frontera entre ellas y las naturales se sitúa en el paso de la meditación a la contemplación, dedicando especial atención a las señales para orientarse en esa situación (2,12-15). Entre los criterios de discernimiento y valoración de las comunicaciones divinas se destacan dos fundamentales, a saber: el “estilo” que usa Dios en relación a la acción humana (2,16) y su Palabra única y definitiva, que es Cristo (2,22).

b) Purificación-noche de la memoria por la esperanza (lib. 3º,1-15). Asumiendo los principios generales y los establecidos para el entendimiento, sigue el mismo método que para el entendimiento, arrancando de la clasificación de las “aprehensiones” de la memoria (3,1) y examinando luego cada una en particular (3,2-14). El análisis, en orden a la valoración espiritual y al comportamiento de la persona, adopta el esquema usual: primero se apuntan los daños que causa al alma el seguir o aceptar el apego de la memoria a cada una de sus aprehensiones o posesiones; luego, los bienes logrados en su purificación. Concluye resumiendo las normas generales que pueden aplicarse a la purificación de la memoria (3,15). Aunque no se detiene a justificar la correlación memoria-esperanza, como hace con la fe-entendimiento, deja bien claro que la relación se establece por “exclusión”. La  esperanza remite a lo que no se posee; la memoria, que implica o busca posesión, no puede purificarse más que con el deseo-esperanza.

c) Purificación-noche de la voluntad por la caridad (lib. 3º,16-45). Antes de proceder al examen particularizado de las afecciones de la voluntad, establece dos principios fundamentales: sin purificar la voluntad sería inútil la noche del entendimiento y de la memoria, por cuanto la fe y la esperanza tienen vida y valor por la caridad, que purifica la voluntad (S 3,16,1). Esta potencia mueve y ordena a todas las demás; actúa a su vez a través de todas las facultades y capacidades del hombre, por eso la llama “fortaleza del alma”. En concreto, los afectos y operaciones de la voluntad se pueden reducir a las cuatro pasiones: gozo, esperanza, dolor y temor (ib. n. 2). Arrancando de estos principios emprende el análisis detallado de las afecciones o “bienes” del gozo (con intención de proseguir por las otras pasiones), según la clave del libro anterior, es decir, examinando primero los daños y luego los provechos, según se sigan o se nieguen (3,17-45). Los “bienes” en que puede gozarse indebidamente la voluntad comprenden seis clases o categorías: temporales, naturales, sensuales, morales, sobrenaturales y espirituales (3,17). La exposición se detiene antes de concluir el examen de los bienes espirituales, repartidos en cuatro géneros: motivos, provocativos, directivos y perfectivos (3,35); se detuvo al tratar de los bienes “motivos”. Nada dejó escrito sobre las otras tres pasiones o afecciones. El aspecto pasivo de la purificación-noche, tantas veces anunciado, no aparece tratado nunca de manera directa. Lo afrontó el autor en un nuevo escrito, en el libro conocido como Noche oscura. Nuevo en su construcción formal, pero exposición de lo que quedó pendiente en la S. De ahí que se haya hablado de un díptico formado por ambas obras. Quedan apuntados los motivos más plausibles de este proceder, extraño a primera vista (cf.  Noche oscura).

Podría añadirse la impresión de cansancio, por las frecuentes repeticiones, que dejan vislumbrar ciertas confesiones del Santo. A lo largo de todo el libro 3º se ve obligado a reincidir en los mismos criterios de discernimiento y en las mismas normas de comportamiento, por lo que prefiere resumir “el modo general cómo se ha de gobernar el espiritual” acerca de la memoria (3,15). Lo indicado acerca del entendimiento y la memoria debe aplicarse igualmente a la voluntad en lo que añade a los bienes espirituales distintos, de ahí que no haga falta repetir detalles (S 3,34,1-2). Abundan insinuaciones semejantes (cf. 3,15,1; 3,16,3; 3,19,1; 3,26,8; 3,34, etc.).

En lugar de prolongar consideraciones marginales, expuestas a repeticiones cansinas, J. de la Cruz renunció a tratar “cosas muy morales y sabrosas”, según lo prometido en el prólogo de la obra (S pról. 8), y afrontó el problema de la “noche pasiva” en otro escrito formalmente distinto.

BIBL. — JUAN DE JESÚS MARÍA, “El díptico Subida-Noche”, en Sanjuanística, Roma, 1943, 2583; EULOGIO PACHO, Iniciación a san Juan de la Cruz, Burgos, Monte Carmelo, 1982, p. 68-113; Id. “Tres poemas, un tratado y tres comentarios”, en el vol. San Juan de la Cruz, espíritu de llama, Roma 1991, p. 345-368; J. DAMIÁN GAITÁN, “Subida del Monte Carmelo” y “Noche oscura”, en Teresianum 40 (1989) 289-335; Id. “Subida del Monte Carmelo”, en Introducción a la lectura de san Juan de la Cruz, Ávila, 1991, p. 361-399.

Eulogio Pacho