Mujer/es

1. Ambiente y formación femenina de T

Teresa nace y crece en un ambiente cultural que no favorece su formación femenina integral. No parece que leyese el libro de Luis Vives sobre la “Formación de la mujer cristiana”, en que se formaría –años después– su amiga Juana Dantisco, madre de J. Gracián. Ni tuvo la posibilidad de leer libros de contenido femenino como La perfecta casada de Fray Luis o La conversión de la Magdalena de Malón de Chaide, ambos de fecha tardía para ella. También en esto, Teresa es hija de su tiempo. Ni la cultura profana ni la religiosa ofrecían un terreno propicio para el florecimiento de un ideal femenino. A pesar del reciente paso por la escena política de una mujer como la reina Isabel, su figura, relativamente idealizada por el pueblo, no parece haber tenido incidencia en el cliché común y corriente de la mujer: sexo débil, carencia de letras (es decir, ignorancia cultural), propensión a las alucinaciones (es decir, visionaria en ciernes), inconstante, inepta para el desempeño de funciones públicas, necesitada de protección material y psíquica, etc., ideario tristemente tópico de aquel tiempo.

En el ámbito de su mundo religioso, T percibió un múltiple movimiento adverso: a) oposición sorda a la cultura de la mujer. Se les “quitan libros”, escribirá ella Camino (21,3). “Mujeres… no tenemos letras” (V 26,3). Y en ese sentido le dolerá (“sentí mucho”) el famoso índice inquisitorial de 1559, que la dejó sin libros “en romance”, es decir, sin libros de lectura para mujeres como ella, no conocedoras del latín. Cuando en el tardío 1575 escriba al P. Granada, felicitándole “por haber escrito tan santa y provechosa doctrina” en castellano (cta 82,1), prácticamente está desquitándose contra teólogos como M. Cano, enemigos de “libros para mujeres de carpintero”. – b) Oposición a la práctica de la oración mental por parte de mujeres: “muchas veces acaece, con decirnos…: ‘no es para mujeres, que les podrán venir ilusiones, mejor será que hilen’…” (C 21,2), con tácita alusión a los casos clamorosos de visionarias de su siglo (cf otra dolorosa alusión en V 23,2). – c) Oposición al magisterio espiritual femenino: “no es vuestro de enseñar…” (C 20,6). Aunque tardía, es expresiva la serie de reproches en que prorrumpe el nuncio papal Felipe Sega, cuando en 1577 se le alude a la Madre Teresa y él la califica de “fémina inquieta y andariega…, que inventa malas doctrinas…, enseñando como maestra contra lo que san Pablo enseñó mandando que las mujeres no enseñasen” (cf F. de Santa María, Reforma…, I, IV, c. 30, n. 4). Teresa misma se había hecho eco de esa cascada de rumores, centrados en su persona. Lo refiere en la Relación 19: “si tendrían razón los que les parecía mal que yo saliese a fundar… Parecíame a mí que, pues san Pablo dice del encerramiento de las mujeres – que me han dicho poco ha… y aún antes lo había oído…” Con la réplica de la voz interior: “Diles que no se sigan por sola una parte de la Escritura, que miren otras…”

De hecho, esos prejuicios antifeministas agravaron el paso de T por las primeras gracias místicas, cuando ella las hizo discernir al grupo primerizo de teólogos improvisados (V 23).

A pesar de ello, la formación femenina de T no sucumbió a la marea, sino más bien sobrenadó a esa serie de escollos. En su primera infancia aprende a leer en el hogar (“de seis o siete años”, insinúa ella: V 1,1). Entre adolescencia y juventud es lectora apasionada: “si no tenía libro nuevo, no me parece tenía contento” (V 2,1). Lee libros religiosos antes y después de entrar en la Encarnación, “que no quise más usar (=leer) otros, porque ya entendía el daño que me habían hecho” (V 4,7). La pasión por la lectura la dominará hasta bien entrada en los 45 años de edad.

Ni de niña ni de joven ni de mayor es mujer acomplejada de cara a la vida social. Cuando de pronto se vea metida de bruces en el enredo de la etiqueta cortesana, entre damas y doncellas, en el palacio toledano de D.ª Luisa de la Cerda (a sus 46 años cumplidos), tendrá listos los resortes de la ironía y de la fina crítica, y el suficiente despeje para mantener a salvo la propia autonomía de mujer: “no dejaba de tratar con aquellas señoras… con la libertad que si fuera su igual” (V 34,3). Y a la propia señora del palacio “decíaselo… Vi que era mujer, y tan sujeta a pasiones y flaquezas como yo… Del todo aborrecí el desear ser señora, ¡Dios me libre de mala compostura!” (ib 4).

2. Su reacción

Sería puro anacronismo atribuir a T una reacción contestataria, por el estilo de ciertos radicalismos feministas de hoy. Probablemente ella no llegó a tener clara conciencia del machismo de fondo, dominante en aquel mundo social y religioso. Repetirá, también ella, el tópico de la debilidad (“flaqueza”) de “nosotras las mujeres”. El diminutivo “mujercitas” o “mujercillas” (V 11,14…; 28,18; R 4,5…) no tendrá en su pluma matiz cariñoso, sino más bien ligeramente desdeñoso. Pero, en cambio, hay en el entorno aspectos antifeministas a los que ella se enfrenta:

a) Desde las primeras páginas del Camino deja constancia de sus fuertes deseos de actuar a nivel eclesial y social desde su condición de contemplativa: deseos frenados por su condición de mujer, “como me vi mujer y ruin”; frenados incluso por el ‘status’ eclesial: “imposibilitada de aprovechar en lo que yo quisiera en el servicio del Señor” (C 1,2). Así, al pensar en “los daños de Francia”, guerras de religión y dolorosas divisiones de Europa, ella opta por ser sencillamente cristiana a fondo, y proponerlo a sus jóvenes seguidoras: “hemos de ser predicadoras de obras, ya que el Apóstol y nuestra inhabilidad nos quita que lo seamos en las palabras” (C 15,6). En realidad, lo que ella se propone a sí misma y a la pequeña comunidad es el desempeño de un servicio eclesial que se convierta en la fuerza motriz del grupo: el ideal apostólico del nuevo Carmelo. En ese contexto de fuertes limitaciones y nuevos ideales, escribirá lo que se ha llamado “elogio de las mujeres”, en el que dará paso a una fina crítica de la mentalidad antifeminista del momento. Es el pasaje que no le tolerará el censor del libro, que se lo borrará en la primera redacción y que ya no pasará al texto definitivo del Camino (3,7). En él, para justificar su elogio de lo femenino, T apelaba a la conducta misma de Jesús, que “cuando andaba por el mundo…halló en las mujeres tanto amor y más fe que en los hombres”; señalaba con ironía que, en fin, los jueces de este mundo son “todos varones” incapaces de valorar las virtudes de la mujer, mientras ella está convencida de que “no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres” (CE 4,1).

b) A lo largo del Camino, T reaccionará con igual fuerza a favor de la cultura espiritual de “nosotras las mujeres”. Para mujeres claustrales escribirá ella casi todos sus libros. Estará a favor de los libros “en romance”, para la cultura de la comunidad (Cons 2,7), “porque –les dice– es en parte tan necesario este mantenimiento para el alma, como el comer para el cuerpo”. Hablando de oración y letrados, condensa su pensamiento en el lema: “es gran cosa letras [=estudios]”. “Espíritu que no vaya comenzado en verdad yo más lo querría sin oración… Llegados a verdades de la Sagrada Escritura, hacemos lo que debemos: de devociones a bobas nos libre Dios” (V 13,16). Y frente a esa especie de acaparamiento del saber bíblico por parte de los teólogos varones de su tiempo, ella reclamará: “no hemos de quedar las mujeres tan fuera de gozar las riquezas del Señor”, lo cual le permite a ella misma glosar los versos del poema de los Cantares, entonces prácticamente vedado a la lectura de las mujeres.

c) Al menos en una de sus fundaciones, T se enfrentará con el poder constituido, para reivindicar que unas pobres “mujeres querían vivir en tanto rigor y perfección y encerramiento [en un Carmelo], y que los que no pasaban nada de esto…, quisiesen estorbarlo” (F 15,5). Ocurría en Toledo, en el intervalo producido por la prisión del arzobispo Carranza. El enfrentamiento de T con el apoderado de turno es recordado por ella como un gesto de valentía femenina: “Estas y otras hartas cosas le dije con una determinación grande que me daba el Señor. De manera que… antes que me quitase de con él me dio la licencia” (ib). No será el único enfrentamiento de T con la autoridad masculina de su entorno.

d) Más inverosímil aún resulta el episodio de su composición de los Conceptos. Justamente por los años en que la traducción del libro bíblico de los Cantares costaba lágrimas y sangre a fray Luis de León, T hace caso omiso del riesgo que corre ella –una mujer– atreviéndose a glosar ese mismo poema bíblico, aunque fuese fragmentariamente. Emprende y lleva adelante esa tarea hasta que uno de sus teólogos asesores le hace arrojar al fuego lo escrito. El mismo fray Luis, años más tarde, no osará incluir en la edición príncipe de los libros de T las páginas que se habían salvado de las llamas.

En definitiva, T está convencida de que ella y su grupo de mujeres tienen vocación y misión propia en la Iglesia. Convencida de que el grupo que ella preside -el de su primer Carmelo- debe cancelar –incluso invertir– el manido cliché del “sexo débil”: “no querría yo, hijas mías, lo fueseis [fueseis mujeriles] en nada, ni lo parecieseis, sino varones fuertes…; el Señor las hará tan varoniles que espanten a los hombres” (C 7,8). Está convencida, incluso, de que la escalada de las altas cimas de la vida mística es más frecuente entre las mujeres que entre los hombres, y así se lo ha refrendado el propio fray Pedro de Alcántara (V 40,8).

Todo lo cual no impide que en lo hondo de su pensamiento perduren ciertos resabios de pesimismo femenino, dejos inequívocos de su antiguo complejo de mujer, ciertamente heredado de aquella época. De ahí su reiterada etiqueta personal de “mujer y ruin”, de mujer iletrada (“sin letras ni buena vida”: V 10,7), “es mucha nuestra flaqueza” (V 22,13)… Quizás su evaluación más negativa la emita ella al acercarse al tema de la neurosis, que ellla llama “melancolía”: “porque el natural de las mujeres es flaco y el amor propio que reina en nosotras muy sutil”, si bien a renglón seguido, extenderá ese diagnóstico a ambos sexos, “así hombres como mujeres” (F 4,2).

3. Mujeres amigas y mujeres menos amigas de T

Como religiosa claustral, T vivió la mayor parte de su vida en ambiente femenino, el de sus monasterios de la Encarnación y de San José, y otros monasterios amigos. Dentro de ellos se encontró con extraordinarias figuras de mujer que aquí no podemos reseñar. Haremos únicamente el listado de tipos femeninos con quienes entabló relaciones especiales, representativos en cierto modo de la sociedad de su tiempo:

a) Al lado de su madre doña Beatriz y de sus hermanas María y Juana, ya entre adolescencia y juventud de Teresa, se desliza –aparece y desaparece– la prima anónima que le pegaba “su mala condición”, que hace de alcahueta y la introduce en el flirteo de los muchachos (V 2,3). Surge poco después la figura egregia de una religiosa agustina, D.ª María de Briceño, que influye poderosamente en el ánimo y en los futuros ideales de T (V 3).

b) Joven religiosa, T pasa por las manos siniestras de la curandera de Becedas, y ahí mismo tiene que dar batalla a la pobre mujer que tenía puestos hechizos al cura de la aldea (V 5,4). Ha florecido entre tanto la primera amistad de T en el ámbito de su vida claustral, D.ª Juana Juárez: es la amiga que la atrae a la vida carmelitana.

c) Por fin, en la biografía teresiana entra el aire fresco de media docena de jóvenes idealistas, que asisten a la tertulia de su celda y la seguirán enseguida con ansias de vida nueva: son las pioneras del Carmelo de San José de Ávila. Jóvenes de temple en la adversidad, pero fascinadas por la personalidad de la fundadora.

d) Al lado de ellas se perfila poco a poco la figura de una dama abulense, D.ª Guiomar de Ulloa, mujer noble y distinguida. Ella y su madre D.ª Aldonza apoyan a T en la primera fundación, le facilitan la penetración en los ambientes nobles del mundo femenino de Ávila y la acercan a fray Pedro de Alcántara.

e) Ahora, T entra en el mundillo de la nobleza castellana, invitada al palacio toledano de D.ª Luisa de la Cerda, dama amiga de por vida, que le sirve de espejo para asomarse al paisaje de grandezas y miserias del estamento noble. Con ocasión de las primeras fundaciones de sus Carmelos, el círculo de amistades de T se enriquece con la llegada de otra gran dama, D.ª María de Mendoza, hermana del obispo don Álvaro y esposa que fue del Comendador Cobos, en otro tiempo dama peligrosa en el entorno cortesano y político de Carlos V. Alejada ahora de ese ambiente de intrigas palaciegas, todavía se servirá del prestigio de su hermano don Álvaro para conseguir y difundir el secreto Libro de la vida de T Ella será quien introduzca en el espacio teresiano a otra Mendoza, la famosa Princesa de Eboli.

f) Así, por el escalón de los Mendoza y de Luisa de la Cerda T se había acercado a la zona delicada de las damas y de las intrigas. Ahí, en Toledo, había entrado en relaciones con la mencionada D.ª Ana de Mendoza, Princesa de Eboli, con quien pronto tendrá que romper relaciones, y que a su vez será una de las primeras en denunciar a la Inquisición el Libro de la Vida. En cambio, en la corte madrileña T contará con dos buenas amigas, Leonor de Mascareñas y la Princesa D.ª Juana. Y poco a poco se sumarán varios otros títulos nobiliarios: la marquesa de Velada, la condesa de Osorno, la Duquesa de Alba… Entre las destinatarias de su epistolario figuran, además de D.ª Luisa de la Cerda y D.ª María de Mendoza, D.ª Inés Nieto, D.ª Ana Enríquez, D.ª María Enríquez, D.ª Guiomar Pardo… Y todavía, entre las últimas damas que se ganan la amistad de T comparecen figuras excepcionales de origen vasco y navarro: D.ª Beatriz de Beamonte, D.ª Leonor de Ayanz y D.ª Catalina de Tolosa y otras damas burgalesas…

g) Más en la penumbra, pero entreveradas en los pliegues de la amistad teresiana, figura otra serie de mujeres de diversos estratos sociales. Teresa evoca en su epistolario a la admirada Maridíaz, de Ávila. En Toledo, tiene que aplacar a las dos inquilinas del edificio adquirido para Carmelo. De Sevilla regresa con el recuerdo cariñoso de la anciana “santica y buena Bernarda”. En cambio, tiene un amargo recuerdo de la salmantina esposa de Pedro de la Banda. En Valladolid se le entremezclarán los recuerdos, en claroscuro, de la joven Casilda de Padilla y de la conducta algo equívoca de su madre. En Medina del Campo entrará en relación con las dos sobrinas del Cardenal Quiroga, carmelitas ambas a pesar del enfrentamiento del cardenal con T. Por fin, en Alba de Tormes, ella entablará amistad no sólo con las duquesas, sino con la fundadora del Carmelo, Teresa de Layz, quienes una vez muerta la Santa tratarán de apoderarse de sus restos mortales.

h) También atraviesa la escena teresiana una figura exótica de mujer, la famosa Catalina de Cardona, disfrazada de varón. Extrañamente, T hará su elogio en las Fundaciones (c. 28) y pese al contraste de ambas –Teresa y “la Cardona”– la Santa envidiará las exorbitantes penitencias de esta mujer, ganándose una especie de reproche del Señor: “¿Ves toda la penitencia que hace? En más tengo tu obediencia” (R 23).

En la escena femenina de T tampoco falta el encanto de las niñas. En sus Carmelos acoge a tres: a la quiteña Teresita de Cepeda; a la encantadora Isabel Gracián, “la mi Bela”, y a la hija de Antonio Gaytán. El encanto de la segunda pondrá de manifiesto alguno de los más finos rasgos maternales de T (cta 175,6).

En sus idas y venidas, por caminos y posadas y ventas, T no parece haber llegado a conocer el mundo del hampa y del burdel. No se escandaliza cuando le llega realísticamente la noticia de éste (cta 83,6, al P. General). El último año de su vida, le llegan nuevas experiencias escabrosas desde el seno de su propia familia. En el Carmelo de San José se le presenta una madre soltera, que ha tenido una hija con Lorencico, sobrino de T y recién partido para América. T siente una entrañable ternura por la niña, y no es corta en exigencias con el sobrino huidizo (cta 427,4-5). También su otro sobrino, Francisco, la hará enfrentarse con damas madrileñas de armas tomar.

4. Mujer y líder

Un aspecto relevante del feminismo teresiano es su liderazgo. Típico liderazgo de mujer. Teresa nace con cualidades de jefe de mesnada. Desde la infancia y la juventud: fuga infantil con Rodrigo, y nueva fuga de casa a los veinte años con su hermano Antonio, para emprender ambos la vida religiosa. Su liderazgo brilla, sobre todo, al fundar San José y poner en marcha todo un movimiento de espiritualidad. Es ahí, donde T pone en juego sus dotes de perfecta líder. Es capaz de fijar al grupo unos objetivos ideales. Posee fuerza personal de atracción y seguimiento. En aquel ambiente de vida religiosa, en que no estaban en uso los “medios de comunicación”, ella se sirve de su frecuente carteo para llevar a pulso las riendas del grupo. Desde su Obispo don Álvaro, hasta el humilde capellán de San José, Julián de Ávila, todos quedan enrolados en su empresa de fundadora. En ella convergen los teólogos consultores, los visitadores pontificios, los nuncios, los correos regios, los modestos arrieros del camino y hasta el mismo rey.

En realidad, ella no sólo ejerce su liderazgo sobre el grupo femenino que la sigue en cada nuevo Carmelo. El suyo es también liderazgo de un grupo de varones. Conquista, ante todo, a un joven como fray Juan de la Cruz, que la sigue y es quizás el único que nunca pondrá en duda su liderazgo. Traspasará el mando jurídico a quienes, según las normas canónicas de entonces, hayan de ejercerlo, pero nunca les cederá el impulso inspirador. A pesar de que las estructuras religiosas del momento tiendan a marginarla y subordinarla a ella, por mujer, T seguirá siendo hasta el fin el primer punto de referencia, especie de corazón y cerebro motor de la obra que ha puesto en marcha.

A ello se debió, probablemente, el impacto que T produjo en sus contemporáneos. Un caso representativo es el de su editor fray Luis de León. Antes de conocer la personalidad de la Madre Teresa, fray Luis escribe en La perfecta casada (1583) un perfil de la mujer ideal al hilo de la época, sin demasiadas concesiones a la capacidad intelectual o cultural de la misma. Cambiará radicalmente de opinión, cuando en el prólogo de las Obras teresianas haga la presentación y evaluación de esta mujer ideal, obradora y escritora, que es Teresa de Jesús.

Teresa mantiene y acendra su feminidad en el plano místico, en su trato con su Señor. Ante Dios se siente querida y enamorada. Incorpora a su experiencia personal el símbolo esponsal de la Biblia. Se siente fascinada por la hermosura de su Señor Jesús glorioso: “de ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la tengo hoy día” (V 37,4). La cantará una y otra vez en sus poemas: “Oh Hermosura que excedéis a todas las hermosuras”, “vuestra soy, para Vos nací..” “Dichoso el corazón enamorado / que en solo Dios ha puesto el pensamiento”, “Si el amor que me tenéis, Dios mío…” Poemas que son la culminación de la estética femenina de T.

BIBL. – M. M. Banbridge, La donna e la santità, en «Teresa di Gesù, Maestra di santità», Roma 1982, pp. 235-252; O. Steggink, Teresa de Jesús, mujer y mística…, en «Carmelus» 29 (1982), 111-129.

Margarita M.ª Banbridge, stj