Agradecimiento

El vocablo en sí no aparece sino raramente en los escritos sanjuanistas, porque, ante todo, se trata de una actitud y sentimiento permanentes más que de actos puntuales, que ciñen toda la obra sanjuanista como la urdimbre o la contextura. Juan de la Cruz afronta el tema a través de imágenes literarias, que no son fácilmente reducibles a una lista somera, o de sinónimos, como gratitud, reconocimiento, estima por el bien recibido. Sin embargo, encontramos una pauta esclarecedora, cuando escribe: “Enciéndese la voluntad en amar, y desear, y alabar, y agradecer, y reverenciar, y estimar, y rogar a Dios con sabor de amor” (CB 25,5). Agradecer, como verbo, se halla exactamente en el centro de la secuencia oracional, y, desde otra angulación, la gratitud abarca no sólo realidades temporales, sino que se introduce en la esfera de lo trascendente.

I. Referencia textual

El Hijo en el Romance de la creación, (3º) agradece al Padre la humanidad-esposa que “darte quería”, “por que conozca los bienes”: claridad, valer y ser recibidos del Padre. En el 7º la gratitud del hombre se transforma en el deleite que provoca la semejanza que “en la carne que tenía”, el Hijo con la naturaleza humana y ésta con él “grandemente crecería”. El Hijo será el reclamo que suscita en el  hombre la estima que  Dios merece en sus manifestaciones. El ‘pasmo’ de la Madre, en el 9º: “de que tal trueque veía: el llanto del hombre en Dios y en el hombre la alegría”, es una variante que emerge ante el bien admirado y recibido.

La gratitud se traduce en alegría, al reconocer la existencia del don; el reiterado “sé”, en el poema Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe (la Fonte), no es mero  conocimiento o sabiduría, sino que entraña profundo agradecimiento, y así en su festiva holganza de conocer a Dios por  fe, hay tanta acción de gracias cuantos son los motivos: origen,  belleza, ser inabordable, luz indeficiente, caudal de gracia increada, generación eterna, pan escondido.

El Cántico Espiritual debe leerse en su totalidad en clave de agradecimiento. El lenguaje simbólico que de las estrofas propone son escalones por los que asciende el alma hasta el estado máximo de perfección a que se puede aspirar en la vida presente, y ofrece en gradación aspectos del agradecimiento muy interesantes desde la vertiente metafórica y la simbología.

También en Noche oscura, el alma da cauce al sentimiento de felicidad por sentirse poseedora del bien supremo, que produce la  ‘noche’-purificación: la  unión con Dios. Es reconocimiento agradecido a quien se encuentra tras las cortinas de la fe. Tras las seis admiraciones “¡oh!”, que enmarcan las cuatro estrofas de Llama, se revelan admirables tesoros: el ‘recuerdo’ de la morada secreta donde mansa y amorosamente vive ‘su Querido’; el ‘aspirar’ de bienes y el “cuán delicadamente me enamoras”; ello anima a una más válida lectura del poema desde esta perspectiva de la gratitud.

II. Formas y expresiones

Sentado el principio arriba expresado de que el sentimiento de gratitud es una constante, que se desgrana y emerge por toda la obra espiritual sanjuanista, es fácil señalar algunas de las formas en que se concreta.

a) En la óptica de Subida-Noche. Primeramente, en actitud de renuncia. El hombre no debe prestar ni prestarse a que sus obras Dios se las agradezca. No debe gozarse en ellas, porque sería estima propia y estaría exigiendo la estima y el agradecimiento de los demás (S 3,28,2; S 3,28,5). Pero, además, el hombre no ha de poner su gozo ni en los bienes naturales, ni en las dotes corporales y cualidades espirituales, sino dar “antes gracias a Dios, que las concede para ser por ellas más conocido y amado” (S 3,21,1).

En aquellos lugares donde el alma recibió mercedes de Dios se aviva más el don recibido, y por eso es bueno acudir allí algunas veces (S 3,42,3). El ornato exterior de las  imágenes no deberían alimentar el gusto personal, antes deben ser medios para “ir a Dios y amarla y olvidarte de todas las cosas por su amor”; que eso es verdaderamente estar agradecidos a Él (S 3,38,2).

Es central en la doctrina espiritual de J. de la Cruz el capítulo 22 del 2º libro de la Subida. No puede pasar desapercibida la orientación que conviene dar a la mirada del hombre hacia el don total que de Dios recibe: “Dándonos al Todo, que es su Hijo”. No reconocer, no estimarlo así, no hacer nacer el sentimiento de gratitud, no poner “los ojos totalmente en Cristo” sería agraviar al mismo Dios. Agravio se contrapone a gratitud. Todos los bienes nos vienen por Cristo, por eso, los ojos del agradecimiento hay que ‘ponerlos’ en sólo Él. Poner los ojos es manera de gratitud, caer en la cuenta del bien que nos viene: la plenitud de la divinidad derramada sobre el hombre.

Apenas podrán rastrearse en los libros de la Noche, expresiones a la letra, que a las claras puedan aducirse como muestra del agradecimiento que el alma siente hacia Dios; en todo caso, siempre es deducible esta actitud como residente en el alma por los provechos que produce la experiencia de la purificación.

b) En la perspectiva del Cántico y la Llama. Encontramos desde la misma anotación inicial del Cántico (CB 1,1) el reconocimiento de la deuda a Dios debida por hacer la creación y redención personales, según se declara luego más extensamente (CB 23,2-3 y 6). El alma se reconoce obligada a Dios, pero el principal motivo es el amor agradecido con que Dios la ha herido. El agradecimiento se trueca en ensalzamiento a Dios, por poder buscarle en fe, pues es inaccesible y escondido (CB 1,12). Otra vertiente de la gratitud es cantar las grandezas del amado, que adorna y hermosea con dones y virtudes, y viste de conocimiento y honra de Dios e impulsa a conocerlas y gozarlas en comunicación pacífica y deleitosa (CB 14-15,2).

El ser agradecido conviene a toda criatura, cada cual según su capacidad y ser. Las criaturas son como voces que “hacen una voz de música de grandeza de Dios y sabiduría y ciencia admirable” (CB 14-15,27). La guirnalda “de flores de virtudes que en sí tiene da olor de suavidad al Amado” (CB 17,8) expresa figurativamente también actitud de agradecimiento, porque el deseo del alma es ganar el ejercicio de las virtudes, para gozar del Amado en ellas. El alma gusta que guste su Amado el deleite actual de las virtudes (CB 17,8).

No olvida el alma que “el mirar de Dios es amar y hacer mercedes … y riquezas espirituales que él ha puesto ya en ella”, y, este reconocimiento de que son dádiva suya afianza el ánimo agradecido del alma (CB 19,6). El alma se siente descontenta consigo misma, si además de agradecer y cantar las mercedes que en sí misma recibe, no engrandece y loa las excelencias y mercedes que Dios obra en las demás almas, como se advierte en CB 25,1. En esta canción recuerda tres mercedes propias del estado de desposorio: ánimo para caminar aprisa el camino de perfección, inflamación de amor, y abundante caridad. Todo es como un “toque de centella”, que suscita el sentimiento urgente de gratitud en un sucesorio polisindetón de siete miembros (CB 25,5). El vocablo agradecer ocupa literalmente el lugar central y sintetiza “las emisiones de bálsamo divino”.

El alma agradece la soberana merced de saberse recogida en “la unión o transformación de amor en Dios” y canta el olvido y  enajenación del  mundo y la  mortificación de sus apetitos como efecto de aquel don (CB 26,2). Con la canción 27 se da un cambio de dirección, pues es el Padre quien se muestra agradecido al alma por su humildad y amorosa docilidad. “Se sujeta a ella verdaderamente para la engrandecer, como si él fuese su siervo y ella fuese su Dios”. Y esta actitud de ‘agradecimiento divino’ queda subrayada con la imagen de la madre que tiernamente acaricia a su hijo (CB 27,1). El pasmo del alma es inenarrable, se siente hasta incapaz de agradecer. El colmo del agradecimiento será la entrega “toda a sí misma a él y dale también sus pechos de su voluntad y amor” (CB 27,2).

Atribuir todas las “ricas prendas de dones y virtudes” recibidas de Dios, es una actitud propia de los verdaderamente agradecidos, que se saben vacíos, pero que Dios mismo porfía en rendirse al alma que se rinde al amor (CB 32,1). Este cuidado es notorio en CB 32,2 donde “no se le atribuya a Dios menos de lo que se le debe y ella desea. Atribuyéndolo todo a él y regraciándose juntamente.”

El alma sanjuanista reconoce la acción gratuita de Dios. Para garantizar la actitud del alma, el autor acuña términos ricos de sentido como ‘adamar’: amar por dos títulos o causas; “poner Dios en el alma su gracia es hacerla digna y capaz de su amor” (CB 32,5-6); J. de la Cruz pone en evidencia a Dios: “Así como no ama cosa fuera de sí, así ninguna cosa ama más bajamente que a sí, porque todo lo ama por sí, y así el amor tiene razón de fin, de donde no ama las cosas por lo que ellas son en sí. Por tanto, amar Dios al alma es meterla en cierta manera en sí mismo, igualándola consigo, y así, ama al alma en sí consigo con el mismo amor que él se ama” (CB 32,5-6). Y ese talante divino hace exclamar al alma: “En ese favor y gracia que los ojos de tu misericordia me hicieron cuando tú me mirabas … merecieron los míos adorar lo que en ti vían” (CB 32,7). El adorar sustituye al mero agradecer; el espíritu está transido de agradecimiento “porque poder mirar el alma a Dios es hacer obras en gracia de Dios” (CB 32,7). Los ojos interiores permiten ver-reconocer la “grandeza de virtudes, abundancia de bondad inmensa, amor y misericordia de Dios, beneficios innumerables que de él había recibido, ahora estando tan allegada a Dios, ahora cuando no lo estaba. Todo esto merecía adorar… porque estaban ya graciosos y agradables al esposo” (CB 32,8). Antes, el agradecimiento, el reconocimiento, no brotaba espontáneo en el alma “porque es grande la rudeza del alma que está sin su gracia” (CB 32,8).

En CB 32, 9 el Santo reclama la atención sobre lo “mucho que hay aquí que notar y mucho de qué se doler, ver cuán fuera está de hacer lo que está obligada el alma que no está ilustrada con el amor de Dios; porque estando ella obligada a conocer estas y otras innumerables mercedes … que de él ha recibido y a cada paso recibe, y a adorar y servir con todas sus potencias a Dios sin cesar por ellas, no sólo no lo hace, más aun mirarlo y conocerlo merece, ni caer en la cuenta de tal cosa; que hasta aquí llega la miseria de los que viven o, por mejor decir, están muertos en pecado” (CB 32,9).

Acordarse no es en la doctrina del Santo un mero traer a la memoria ni al discurso; es mostrar ante sí las misericordias recibidas y verse puesta con tanta dignidad por “los cuatro bienes que la mirada de Dios hace en el alma: limpiarla, agraciarla, enriquecerla y alumbrarla”. Acordarse es gozarse “con deleite de agradecimiento y amor”. Hay otro motivo por el que siempre se habrá de estar agradecido a Dios, pese a la propia indignidad: “No conviene al alma echar en olvido sus pecados primeros … y esto por … tener materia de siempre agradecer; … para que le sirva de más confiar para más recibir” (CB 33,1-2).

No teniendo palabras con que expresar el estado habitual de reconocimiento de los regalos y mercedes de que Dios puede adornar a un alma, recurre el Santo a la interrogación ponderativa, y su respuesta es simple: “No hay poderlo ni aun imaginar; porque, en fin, lo hace como Dios, para mostrar quién él es … Bien puedes, pues, ya, Dios mío, mirar y preciar mucho al alma que miras, pues con tu vista pones en ella precio y prendas de que tú te precias y prendas. Y, por eso, no ya una vez sola, sino muchas merece que la mires después que la miraste” al alma (CB 33,9). Por eso, “las alabanzas y requiebros de divino amor que con gran frecuencia pasan entre los dos son inefables. Ella se emplea en alabar y regraciar a él” (CB 34,1).

“El conocimiento de la predestinación de los justos y presciencia de los malos, en que previno el Padre a los justos en las bendiciones de su dulzura (Sal 20,4) en su Hijo Jesucristo” (CB 37,6), de que goza el alma en el estado de perfección espiritual, la transforma “en amor de Dios … agradeciendo y amando al Padre de nuevo con grande sabor y deleite por su Hijo Jesucristo. Y este [agradecer y amar] hace ella unida con Cristo, juntamente con Cristo. Y el sabor de esta alabanza es tan delicado, que totalmente es inefable” (CB 37,6). Amar y agradecer con Cristo se funden. Y la delicada e inefable alabanza es muestra rebosante de gratitud.

Similar a la perspectiva del Cántico es la de la Llama, que se abre con la consideración de que agradecer es pagar a Dios lo que se le adeuda. Sólo será posible cuando el alma llegue “a la consumación de amor de Dios, que ella siempre había pretendido, que es venir a amar a Dios con la pureza y perfección que ella es amada de él” (CB 38,2). Si “es Dios el obrero de todo, sin que el alma haga de suyo nada … su negocio es ya sólo recibir de Dios”, está claro que no le queda otra actitud más que la del agradecimiento. Este sentimiento ha de invadirla cuando en ella “pasa esta fiesta del  Espíritu Santo” (LlB 1,9).

En la segunda estrofa el Santo resume el significado y contenido del “cauterio” como raudal de gracias y regalos: “Todo lo sabe, todo lo gusta, todo lo que quiere hace y prospera, y ninguno prevalece delante de ella, nada le toca … escudriña todos los bienes del Amado” (LlB 2,4). En todo el ser humano, unidad de cuerpo y alma, resplandece el ansia de engrandecer a Dios; por eso, el alma se siente pagada y acreedora a Dios (LlB 2,22). Del sentimiento de gratitud pasa, aparentemente, al de sentir retribuidos sus trabajos con el estado de gracia y perfección que se le ha dado. Se siente premiada en exceso. Es un modo de manifestar su agradecimiento (LlB 2,23), para luego, con el Salmo 70 reconocer la magnificencia de Dios (LlB 2,31). “Y toda deuda paga” es, en confesión del Santo, el verso en que da gracias a Dios el alma que se ve en este estado de unión por el amor (LlB 2,31).

La canción 3ª es exponente del encarecimiento con que el alma agradece al Esposo las grandes mercedes que se siguen de la unión (LlB 3,1). Y éstas se declaran en los atributos que Dios revela al alma como lámparas de fuego (LlB 3,2). Hay un reconocimiento, no mero alarde intelectual, del modo como actúa Dios en el alma. Dice el Santo: “Porque cuando uno ama y hace bien a otro, hácele bien y ámale según su condición y propiedades; y así tu Esposo, estando en ti, como quien él es te hace las mercedes: porque, siendo él omnipotente, hácete bien y ámate con omnipotencia; y siendo sabio, sientes que te hace bien y ama con sabiduría; y siendo infinitamente bueno, sientes que te ama con bondad; siendo santo, sientes que te ama y hace merced con santidad; y siendo justo, sientes que te ama y hace mercedes justamente; siendo misericordioso, piadoso y clemente, sientes su misericordia, piedad y clemencia; y siendo fuerte y subido y delicado ser, sientes que te ama fuerte, subida y delicadamente; y como sea limpio y puro, sientes que con pureza y limpieza te ama” (LlB 3,6).

Retoma el Santo la imagen del Diosobrero (LlB 3,65) en su interpelación a todas las criaturas racionales, para que caigan en la cuenta del don inestimable que fue el que Dios las acogiera en soledad, recogimiento, y las apartara del trabajoso sentir. Es una admonición seria y convencida de lo que se pierde si se vuelve al sentido. Escribe: “Dejad vuestras operaciones que, si antes os ayudaban para negar al mundo y a vosotros mismos que érades principiantes, ahora que os hace Dios merced de ser el obrero, os serán obstáculo grande y embarazo” (LlB 3, 65). El alma está obligada a entregarse, y de hecho se entrega, como prenda de las muchas deudas de gratitud que tiene para con su Dios. Es la fruición que causa la unión del entendimiento y del afecto. El agradecimiento y la alabanza hacen extraños primores en el alma, como aclara en LlB 3,84-85.

En paralelismo con el “acordarse” del Cántico, la Llama se cierra con el “recordar” agradecido. Recordar es agradecer. El más admirable de los recuerdos es el de la inhabitación: “¡Cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno!” (LlB 4,3). Otros recuerdos que Dios despierta en el alma (Ll 4,4) culminan en el “conocer las cosas por Dios, y no por las criaturas a Dios” (LlB 4,5). “Totalmente es indecible lo que el alma conoce y siente en este recuerdo de la excelencia de Dios, porque, siendo comunicación de la excelencia de Dios en la sustancia del alma, que es el seno suyo que aquí dice, suena en el alma una potencia inmensa en voz de multitud de excelencias, de millares de virtudes, nunca numerables, de Dios. En éstas el alma estancada, queda terrible y sólidamente en ellas ordenada como haces de ejércitos (Ct.6, 3) y suavizada y agraciada con todas las suavidades y gracias de las criaturas” (LlB 4,10)

En un último momento el alma se vuelve a su Dios para decirle: “Recuérdanos tú y alúmbranos, Señor mío, para que conozcamos y amemos los bienes que siempre nos tienes propuestos, y conoceremos que te moviste a hacernos mercedes y que te acordaste de nosotros!” (LlB 4,9).

Antonio Mingo