Aire

La presencia de este elemento en la pluma sanjuanista es similar a la del  agua. Arrancando de creencias populares, del dato bíblico y de la teoría aristotélico-escolástica el Santo se sirve abundantemente del aire como recurso expresivo en su dimensión figurativa, sin apenas detenerse en consideraciones de índole natural. Entre los particulares a este respecto, hay que recordar la idea de que el aire anda disperso y como encerrado en el centro de la tierra, de modo que puede ir “hinchendo los senos” de la misma (S 2,21,8). Para J. de la Cruz “aire” y “viento” son sustancialmente la misma cosa, aunque sabe distinguir aspectos particulares de cada uno de ellos. El segundo es poco empleado por su pluma, mientras el aire tiene notable presencia. Adquiere especial importancia porque sirve de soporte al simbolismo expresivo, lo mismo que los otros cuatro elementos, arrancando de lo establecido en  Cántico 4,1-2.

I. Simbolismo general

En la imaginería simbólica basada en el aire existe una gradación muy marcada. Va desde símbolos de alcance general a imágenes o símiles elementales. La simbología más compleja vinculada al aire es la que se insinúa veladamente en los poemas del Cántico y de la Noche. Gracias a la explicación auténtica de los comentarios respectivos puede comprobarse que los tres poemas mayores (CE, N y Ll) están íntimamente enlazados por el símbolo unitario del aire. Queda al margen del mismo alguna mención explícita de este elemento, como la de los versos “aguas, aires, ardores / y miedos de las noches veladores” (20, v. 4-5), donde todo se reduce a la equivalencia figurativa del aire con “las afecciones de la esperanza” (CB 20-21, 9).

Aunque en un primer nivel tampoco parece insertarse en el marco general del simbolismo unitario “el silbo de los aires amorosos” (14,v.5), en su contenido más profundo y definitivo entra a formar parte de dicho símbolo. Es cierto que los “aires amorosos” significan las virtudes y gracias del Amado”, que se comunican al alma, y embisten hasta lo más profundo del espíritu (CB 14-15, 12). Por cuanto eso sucede “mediante la unión con el Esposo”, el “toque y silbo o sonido” (efectos del aire material) de la comunicación divina son producidos por el Espíritu Santo en el alma (ib. n. 13).

Al margen de los poemas, J. de la Cruz se sirve del aire-viento para figurar otras realidades espirituales a través de varios símiles o imágenes. En una graduación de mayor a menor amplitud connotativa, pueden recordarse las siguientes aplicaciones pedagógicas:

a) En el proceso purificativo el “aire tenebroso” produce los mismos efectos que el “agua tenebrosa” o sucia. Los apetitos “ciegan y oscurecen” al alma, “como los vapores oscurecen el aire y no le dejan lucir el sol claro”, lo mismo que en el “agua envuelta en cieno no se divisa bien la cara del que en ella se mira” (S 1,8,1). Insistiendo en las consecuencias nocivas del apego a los bienes temporales J. de la Cruz recalca que produce embotamiento de la mente acerca de Dios, “como la tiniebla oscurece al aire para que no sea bien ilustrado de la luz del sol” (S 3,19,3). Desde otro punto de vista, la ofuscación puede proceder del exceso de luz que ciega para purificar. Es un efecto propio de la “contemplación oscura y sabiduría divina”, que se identifica en la Sda. Escritura con “el agua tenebrosa en las nubes del aire” (N 2,16, 11; cf. CB 13,1; LlB 3,34). Para explicar el doble efecto de la contemplación (purificación e iluminación) acude al símil tradicional del rayo solar que entra por la ventana. “Cuanto más limpio y puro es de átomos, tanto menos claramente se ve, y cuanto más de átomos y motas tiene el aire, tanto parece más claro al ojo”. Así sucede con el “divino rayo de la contemplación” (N 2,8,3-4; cf. S 2,14,9).

b) Proceden de la imaginería popular dos comparaciones relativas al aire. Como no es posible palpar o atrapar el aire con la mano, porque se escapa, así sucede en la vida espiritual cuando se quiere reducir a la capacidad humana el contenido de la revelación divina (S 2,19,10), o cuando se pone excesivo empeño en sentir gusto de la contemplación (N 1,9,6). Dios trata a las almas durante la prueba purificativa a semejanza de lo que se hace con el enfermo, a quien se guarda tan cuidadosamente en casa, “que no le dejan tocar el aire ni aun gozar de la luz” (N 2,16,10).

II. Aire Espíritu Santo

Se ha visto antes que en el “silbo de los aires amorosos” se anuncia veladamente el simbolismo fundamental del “aire”. Adquiere explicitación más concreta en el verso “al aire de tu vuelo y fresco toma” (13, v.5). Desde aquí el “aire” se convierte en el símbolo del  Espíritu Santo, que actúa en el alma a través de la contemplación. En el comentario se desvela así este sentido figurativo: “Por el vuelo entiende la contemplación de aquel éxtasis … y por el aire entiende aquel espíritu de amor, que causa en el  alma este vuelo de contemplación. Y llama aquí a este amor, causado por el vuelo, aire harto apropiadamente; porque el Espíritu Santo, que es amor, también se compara en la divina Escritura al aire, porque es aspirado del Padre y el Hijo” (CB 13,11).

En este lugar, no sólo queda definitivamente asentado el simbolismo “aireEspíritu Santo”; se apunta además su raíz bíblica (Act 2,2) y, sobre todo, se descubre la clave del mismo. No es otra que la “aspiración”: como el aire se “aspira” (inspira, en el vocabulario moderno), así también el Espíritu Santo es “aspirado” y “aspira en el alma”. Donde queda definitivamente afianzado este símbolo es en el verso “aspira por mi huerto” (17, v. 3), centro connotativo de la estrofa correspondiente. En su explicación se descomponen así los elementos integrantes del simbolismo: el alma es como un  huerto o viña florida, en ella se alternan momentos de “jugos de suavidad interior” y etapas de sequedad espiritual. La germinación y floración de flores y plantas es fruto del aire o viento austro (también llamado ábrego), mientras el cierzo las seca y marchita. La transposición figurativa identifica la  sequedad y aridez espiritual con el cierzo, mientras la suavidad y el fervor del alma se compara al ábrego o austro (17,2-3). Como quiera que esos efectos benéficos proceden del Espíritu Santo, resulta que el “ábrego” está simbolizado en él (n. 4). “Por este aire entiende el alma al Espíritu Santo … porque cuando este divino aire embiste en el alma, de tal manera la inflama toda, y la regala y aviva y recuerda la voluntad … que se puede bien decir, que recuerda los amores de él y de ella” (n. 4). Deseando el alma mantenerse en el fervor y suavidad de las virtudes le pide que “aspire por ella”; porque “aspirar es infundir en ella gracia, dones y virtudes (n. 5). Puntos clave de referencia en el simbolismo son los verbos “aspirar” y “recordar”, este en sentido de despertar. Reaparecen puntualmente juntos cuando que J. de la Cruz reincide en el simbolismo “aire-Espíritu Santo”.

De hecho, se prolonga a lo largo y ancho de sus escritos estableciendo un lazo de unión entre los poemas del CE, de la N y de la Ll. El ruego de que el Espíritu Santo, como viento benéfico, “aspire por el huerto del alma” culmina en la panorámica descrita en la estrofa 39 (38 del CA). Llegada el alma a la  unión transformante no sufre sequedades ni peligros porque está ya como divinizada. “El aspirar del aire” (v. 1) es ya algo normal y permanente. “Este aspirar del aire es una habilidad” que Dios concede al alma “en la comunicación del Espíritu Santo, el cual, a manera de aspirar, con aquella su aspiración divina muy subidamente levanta al alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo, que a ella la aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación para unirla consigo” (39, 3).

Esa aspiración es como una llama de amor que consume al alma sin causar pena (v. 5); por eso todo el poema de la Llama está construido sobre el simbolismo “aire-fuego-Espíritu Santo”, ya que la “llama de amor es el espíritu de su Esposo, que es el Espíritu Santo” (LlB 1, 3). El símbolo soterrado a lo largo de este escrito sanjuanista aflora con mayor relieve en la estrofa segunda y cierra su círculo figurativo en la última con el “aspirar sabroso / de bien y gloria lleno” (v. 4-5). Esa aspiración sabrosa, que hace “recordar” al alma en su seno, se identifica naturalmente con la acción del Espíritu Santo. “Es una aspiración que hace al alma Dios, en que por aquel recuerdo del alto conocimiento de la deidad, la aspira el Espíritu Santo con la misma proporción que fue la inteligencia y noticia de Dios, en que la absorbe profundísimamente en el Espíritu Santo” (LlB 4,17).

La ramificación de este símbolo llega hasta el poema de la Noche, no sólo por el nexo existente con la “llama”, a través de la otra figuración del  fuego-madero = catarsis-unión, sino también por otras alusiones o referencias más particulares. Aunque el autor no llegó a explicar las últimas estrofas del poema, asegura que a partir de la tercera se cantan los “admirables efectos de la iluminación espiritual y unión de amor con Dios” (pról.). Para J. de la Cruz tales efectos son obra de la acción divina atribuida al Espíritu Santo que “aspira, recuerda” y produce deleite en el alma. Si la Llama recuerda y aspira amorosamente en el “seno” del alma, en la N el “ventalle de cedros” aireaba al Amado dormido en el “pecho florido” del alma esposa (estrofa 6) y a la vez “el aire de la almena” hería el cuello de la Esposa, mientras ella esparcía los cabellos del Amado (estrofa 7). El comentario de estos versos, de haberse producido, habría llevado al autor a repetir el símbolo “aire-Espíritu Santo”, dada la identidad de contenido con Cántico y Llama. El simbolismo del aire está frecuentemente vinculado o relacionado con el de la luz. No debe perderse de vista.  Fuego, viento, Espíritu Santo.

BIBL. — Mª JESÚS MANCHO DUQUE, “Aproximación léxica a una imagen sanjuanista: el ‘vuelo’”, en Teresianum 41 (1990) 381-400; Id. “El elemento aéreo en la obra de san Juan de la Cruz: léxico e imágenes”, en Criticón 52 (1991) 7-24.

Eulogio Pacho