La recta comprensión del tema de la negación en el conjunto del sistema sanjuanista es de tal importancia que le lleva a afirmar a F. Ruiz que “la experiencia repetida demuestra que la negación es seguramente el mejor criterio para comprobar si un lector ha llegado a la comprensión auténtica de san Juan de la Cruz” (Místico y maestro. San Juan de la Cruz, Madrid, 1986, p. 84). Dicho autor, por otra parte, denuncia también la existencia, en el presente al igual que en el pasado, de ciertas interpretaciones restrictivas al respecto, cuando escribe: “La negación sanjuanista sufrió en siglos anteriores, al ser reducida a prácticas austeras de renuncia y privación. Nuestro siglo la ha librado de la estrechez puramente ascética. Pero la hemos degradado nuevamente, reduciéndola a una intelectualidad sin amor. La mayoría de los estudios recientes sobre la negación sanjuanista parecen análisis de laboratorio … Las palabras de Juan de la Cruz en materia de negación son también dichos de luz y amor” (“Ruptura y comunión”, en Teresianum 41, 1990, 346-347).
Los términos negar y negación aparecen casi exclusivamente en Subida y Noche, pero la realidad de la negación en la doctrina sanjuanista va mucho más allá de lo que es el mero uso de los mismos. No tener esto en cuenta puede dar pie no sólo a una comprensión inadecuada por incompleta de lo que es la negación sanjuanista, sino también a ahondar en la fácil oposición entre las dos obras antes citadas y las otras dos grandes obras –Cántico y Llama–, que, en la opinión de algunos, nos darían un san Juan de la Cruz más amable y más cristiano. En este sentido E. Pacho, refiriéndose al tema de la doble perspectiva de los escritos sanjuanistas, que algunos creen casi irreconciliables, reafirma la integración total que se da entre ellos, aunque reconociendo que cada texto tiene su propia perspectiva. Dentro de la lógica de este discurso, resalta el peligro de una lectura del Santo en la que se subrayen de forma “unilateral los aspectos negativos de la vida espiritual”, sin tener en cuenta el conjunto de los mismos (“La otra cara del sanjuanismo: El amor, razón de fin en Cántico y Llama”, AA.VV., Introducción a San Juan de la Cruz, Avila, 1987, 63-76). Y añade: “Son mayoría los que piensan que fray Juan de la Cruz enseña un evangelio identificado exclusivamente con la abnegación y la Cruz, la renuncia y la purificación, la oscuridad y la noche, la negación y el vacío. No hay duda: son referencias básicas del único Evangelio. Juan de la Cruz las asume y las destaca debidamente, pero insertándolas en una síntesis armónica con otros valores trascendentales de la vida y de la revelación divina” (ib. 64).
Las palabras negar y negación a veces aparecen acompañadas de otras que dan, en cada caso, un tono o matiz significativo y concreto al hecho de la negación. Así se habla de: carencia y negación (S 1,2,1), mortificación y negación (S 1,4,1), negación y desnudez (S 2,7,5), negación y vacío (S 3,2,13), negación y purgación (S 3,20,2), negación y mortificación (S 3,23,4), negación y aniquilación (S 3,24,7), negación y pobreza espiritual (S 3,40,1; LlB 3,46), negación y silencio (LlB 3,44). También: “Negado y despedido de sí” (S 1,3,2), “desecha y niega” (S 1,3,4), “negándolos y arrepintiéndose” (S 1,5,7), desnudar y negar el alma (S 2,7,5).
I. Negación evangélica
Para comprender de una forma adecuada la idea de negación sanjuanista, hay que tener en cuenta, en primer lugar, una serie de referencias evangélicas aportadas por J. de la Cruz en sus escritos, a partir de las cuales hay que interpretar todo su discurso sobre la negación. Me hace afirmar esto, no sólo el valor dado por el Santo a ciertos textos evangélicos que hablan de la negación, sino también el modo como suele expresar siempre el tema de la negación.
En el contexto de S 2,7, y junto con otros textos bíblicos que hacen referencia al camino del seguimiento evangélico (Mt 7,14; 10,39; Jn 12,25, en S 2, 7,2-3 y 6), se encuentra citado el texto Mc 8,34-35: “Si alguno quiere seguir mi camino, niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame. Porque el que quisiere salvar su alma, perderla ha; pero el que por mí la perdiere, ganarla ha” (S 2,7,4; cf. Mt 16,24, citado en S 3,23,2, o la interpretación que hace en sentido de negación de Mc 10,30: S 3,26,5).
Es éste un texto clásico de lo que se ha dado en llamar la abnegación evangélica. No estamos ante una referencia sólo de paso. Influye de forma importantísima y directa en el desarrollo del entero capítulo. Y, por dos veces, el Santo manifiesta su deseo de ser capaz de hacer comprender la transcendencia de estas palabras de Jesús. “¡Oh, quién pudiera aquí ahora dar a entender y a ejercitar y gustar qué cosa sea este consejo que nos da aquí nuestro Salvador de negarnos a nosotros mismos, para que vieran los espirituales cuán diferente es el modo que en este camino deben llevar del que muchos de ellos piensan!” (S 2,7,5). Tanto o más expresivo es el otro texto. Entre otras cosas por los términos paralelos que se usan en él de forma conjunta: “¡Oh, quién pudiese dar a entender hasta dónde quiere nuestro Señor que llegue esta negación! Ella, cierto, ha de ser como una muerte y aniquilación temporal y natural y espiritual en todo, en la estimación de la voluntad, en la cual se halla toda negación” (S 2,7,6). Es éste un texto que podríamos considerar de técnica inclusiva. Comienza y termina con una referencia a la negación. Negación que, entre medias se explica como “muerte y aniquilación temporal y natural y espiritual en todo, en la estimación de la voluntad” (S 2,7,6). Hay que observar, por otra parte, la relación entre los términos “negación” y “todo”, que subraya la radicalidad de la negación (también S 1,2,1; 4,1; 13,12; 14,2; 2,1,2; 6,7; 24,8-9, etc.).
En la negación sanjuanista, como en el caso de la negación evangélica, se trata principalmente de una negación radical y total de la voluntad, de una negación de sí mismo y de los propios gustos e intereses. “El camino de perfección –dirá en otro texto– es el de la negación de su voluntad” (N 1,7,2; cf. S, 1,7,3; S 3,41,2; Av 1,72). Todo esto se matiza unas líneas más adelante del texto antes citado de S 2,7,6, comentando Jn 12,25: “El que quiere salvar su alma, ése la perderá, y el que perdiere su alma por mí, ése la ganará” Escribe: “El que renunciare por Cristo todo lo que puede apetecer y gustar, escogiendo lo que más se parece a la cruz (lo cual el mismo Señor por san Juan lo llama aborrecer su alma), ése la ganará” (S 2,7,6).
El camino de la negación se convierte así en camino de encuentro verdadero de sí mismo, de las cosas y de Dios. En este contexto se entiende cómo y por qué se establece una correlación divergente entre negarse a sí mismo, buscando a Dios, por una parte, y buscarse egoísticamente a sí mismo en Dios, por otra (S 2,7,5-7; S 3,18,3; N 1,7,2-3; CB 29,11; Av 1,79). Un buen resumen de todo lo que venimos diciendo sería el texto siguiente: “Si quieres ser perfecto, vende tu voluntad y dala a los pobres de espíritu, y ven a Cristo por la mansedumbre y humildad y síguelo hasta el Calvario y sepulcro” (Av 5,7).
Hay textos en los que puede parecer que J. de la Cruz pone el acento en la negación de las cosas. Por ejemplo, refiriéndose a la purificación activa de la voluntad, escribe: “Muy poco caso hace Dios de tus oratorios y lugares acomodados si, por tener el apetito y gusto asido a ellos, tienes algo menos de desnudez interior, que es la pobreza espiritual en negación de todas las cosas que puedes poseer” (S 3,40,1). En esos casos la negación de las cosas es presentada como un medio de vivir la pobreza espiritual, y los términos negar o negación pueden tener entonces fundamentalmente el sentido de renunciar, también al estilo evangélico, porque la abnegación evangélica de la renuncia a sí mismo se encarna en la negación o renuncia a todo aquello que puede uno poseer con la voluntad. El mismo Santo así lo interpreta traduciendo, y en parte parafraseando, Lc 14,33: “El que no renuncia a todas las cosas que con la voluntad posee, no puede ser mi discípulo” (S 1,5,2; 2,6,4; cf. LlB 1,29; 3,32.46).
Desde este punto de vista sí podemos decir que el Santo extiende este negarse a sí mismo a la negación de todas las cosas, tanto materiales como espirituales. Así habla, por ejemplo, de negar los apetitos y gustos, y negar el gozo de la voluntad, pero también de negar (“dejar”, “renunciar”, “olvidar”) las aprehensiones de Dios, para poderle conocer en la verdad de su propia realidad y no según el límite de los propios gustos, apegos, comprensión o experiencia.
Volviendo ahora de nuevo a S 2,7, tenemos que recordar cómo J. de la Cruz allí dice que él quiere explicar hasta dónde ha de llegar ese negarse a sí mismo que enseña nuestro Salvador. En este contexto afirma que no basta con cualquier tipo de negación, o negarse sólo en lo temporal, sino que en todo hay que escoger, sin más, el camino de Cristo pobre y la desnudez de la cruz de Cristo, único camino para llegar al Padre, para lograr la meta de la unión con Dios (S 2,7,5-12).
Si el concepto de renuncia está unido con fuerza a la idea de seguimiento (renuncia para ser discípulo), el concepto de negación, sin salirse de la idea de seguimiento, avanza algo más y recuerda que, este seguir a Jesús, sólo será verdadero en la medida que sea un seguirle reviviendo el misterio de la cruz: “El camino de la cruz del Esposo Cristo”, como dirá en CB 3,5. Este sería el único apetito que tendría que haber en el corazón del creyente, junto con el deseo de guardar perfectamente la ley del Señor (cf. S 1,5,8). O, como dice en otro sitio, en este camino angosto que lleva a la vida “no cabe más que la negación (como da a entender el Salvador), y la cruz, que es el báculo para poder arribar” (S 2,7,7).
II. Negación y unión
El texto de S 2,7,5-12 abre una nueva vertiente en el tema que estamos tratando: el de la relación entre negación y unión con Dios. El hecho de que J. de la Cruz emplee fundamentalmente las palabras “negar” y “negación” en contextos más bien activos, –el libro Subida del Monte Carmelo es el que registra más presencias de esas palabras– indica que el camino espiritual sanjuanista empieza con el aprender a saber negarse, y que no es sólo cosa de etapas posteriores de madurez. Pero habría que huir de la conclusión contraria: que la negación de sí mismo es algo sólo de principiantes (“la negación inicial” de que hablaba J. Baruzi). Dice nuestro místico: “Aunque obres muchas cosas, si no aprendes a negar tu voluntad y sujetarte, perdiendo cuidado de ti y de tus cosas, no aprovecharás en la perfección” (Av 1,72; cf. N 1,6,8).
Para J. de la Cruz, sin negación no sólo no hay verdadera renuncia evangélica, sino que tampoco hay un salir y caminar hacia la comunión-unión con Dios. Sin seguimiento de Jesús pobre y crucificado no hay verdadera búsqueda de Dios. En todo caso, y lo repite varias veces en el cap. 7 de S 2, lo que se da con mucha frecuencia es una búsqueda de sí mismo en Dios. Actitud que lleva fuera del evangelio de Jesús, y, por lo tanto, fuera del camino evangélico de la comunión-unión con Dios. Según esto, nadie encontrará la vida nueva si no está dispuesto a caminar en la negación de sí mismo. Pero, si se va por el camino de negar y perder la propia vida, siguiendo a Jesús, entonces encontrará la vida verdadera de Dios y en Dios. A lo que se une toda una serie de otros beneficios y provechos incluso a nivel más personal y estrictamente antropológico. Algo que nuestro místico en ocasiones pone también delante del lector, cuando habla de los muchos provechos que se sacan de la negación: paz interior, pobreza de espíritu, y el ciento por uno de posesión verdadera de Dios y de todo cuanto se ha negado anteriormente (cf. S 3,23 y 26; sobre el tema evangélico del ciento por uno de aquello que se renuncia o niega: Mt 19,29/Mc 10,30, cf. S 3,20,4; 26,5; LlB 2,23).
Con una gran lógica, el Santo habla, en el capítulo 7 de S 2, de cómo la negación de sí mismo, vivida hasta las últimas consecuencias por el hombre, le va llevando hasta las metas más altas de comunión y unión con Cristo y con el Padre. En el culmen de la negación más pura se hallaría el culmen de la mayor unión. “Para que entienda el buen espiritual el misterio de la puerta y del camino de Cristo para unirse con Dios, y sepa que cuanto más se aniquilare por Dios, según estas dos partes, sensitiva y espiritual, tanto más se une con Dios y tanto mayor obra hace. Y cuando viniere a quedar resuelto en nada, que será la suma humildad, quedará hecha la unión espiritual entre el alma y Dios, que es el mayor y más alto estado a que en esta vida se puede llegar. No consiste, pues, en recreaciones y gustos, y sentimientos espirituales, sino en una viva muerte de cruz sensitiva y espiritual, esto es interior y exterior” (S 2,7,11).
Como se puede comprobar en este texto, nuestro místico identifica el culmen de la unión con el culmen de la máxima negación de sí mismo para abrirse a la comunión con el otro: en este caso Dios. En este mismo sentido son varios los textos que, en Llama, hacen referencia a la importancia de la negación pura para vivir la unión perfecta de amor con Dios. En texto dirigido a los confesores para que no impidan el que Dios sea quien cada vez más guíe a las personas, dice: “Procuren ellos desembarazar el alma y ponerla en soledad y ociosidad … de manera que esté vacía en negación pura de toda criatura, puesta en pobreza espiritual. Y esto es lo que el alma ha de hacer de su parte, como lo aconseja el Hijo de Dios (Lc 14, 33), diciendo: ‘El que no renunciare a todas las cosas que posee, no puede ser mi discípulo’” (LlB 3,46; cf. LlB 1, 29; 3, 32.44.65).
De gran importancia es el hecho de que este mensaje sobre la negación pura como camino de unión se remita, una vez más, a la doctrina de Jesús y su enseñanza esencial sobre la pobreza de espíritu. Idéntico mensaje, aunque dicho con otras palabras y sin la referencia bíblica, es el siguiente: “No es posible que esta altísima sabiduría y lenguaje de Dios, cual es la contemplación, se pueda recibir menos que en espíritu callado y desarrimado” (LlB 3,37).
De la conjunción de todos estos textos de Subida y Llama, y de todo el texto y contexto de ambas obras, se deduce que la negación no siempre se identifica, en el pensamiento sanjuanista, con proceso de purificación, aunque sí con persona purificada (LlB 1,18-26). Como hemos ido diciendo a lo largo de esta exposición, la negación es necesaria en el camino evangélico de purificación y transformación del hombre. Sin ella no hay purificación. Pero, por otra parte, el estado de negación, a su vez, es el principal fruto del proceso de purificación. Según eso, pueden darse situaciones –el caso de Jesucristo sería el ideal a tener en cuenta– en que no haya nada o ya casi nada que purificar, y, sin embargo, la negación de sí mismo como actitud sea más intensa y pura que en etapas anteriores: en el total olvido de sí, que permite la comunión más perfecta y plena (CB 40,1.5). Lo cual me parece obvio, porque lo contrario sería volver atrás, a etapas anteriores de inmadurez en el proceso de transformación. Al mismo Espíritu Santo se le atribuyen en Llama dos etapas claramente distintas en su acción transformadora en el hombre: una de purificación y otra de glorificación (LlB 1,19; 3,34). Sin embargo, al menos mientras se vive en esta vida, el amor puro en el hombre siempre puede aquilatarse más, por obra del Espíritu. En ese sentido, se puede decir también que, para crecer en el amor y en la comunión plena, siempre se necesitarán momentos de purificación (LlB pról. 3; 1,35; también S 1,11,6).
Concluyendo este punto, me parece importante subrayar que la negación sanjuanista no sólo tiene estrechas vinculaciones con el tema del camino de la purificación, como medio de irse quedando progresivamente vacíos de todo y sin nada (cf. entre otros S 1,3,1; 13), sino que negación y purificación, a su vez, guardan una total vinculación con camino positivo de seguimiento e identificación con el misterio y enseñanzas de Jesús (S 1,13,4.6). Un camino en el que juegan, en esta vida, un papel determinante las virtudes teologales. “Porque … el alma no se une a Dios en esta vida … sino sólo por la fe según el entendimiento, y por la esperanza según la memoria, y por el amor según la voluntad (S 2,6,1 y todo el capítulo; N 2,21).
III. Otros datos
En el lenguaje sanjuanista encontramos también otras palabras o expresiones que tienen mucho que ver con negar y negación. Por ejemplo, “no querer”. Se encuentra en dos párrafos distintos de un mismo capítulo (S 1,13,4 y 11). Los textos son muy conocidos y complementarios entre sí. En el primer caso estamos ante una invitación a vivir como Jesús, no queriendo gustar, oír, mirar, etc. nada que no sea para mayor honra y gloria de Dios, o que no sirva para amar más a Dios (S 1,13,4). En el segundo, se trata de los famosos versillos del Monte, transcritos también en Subida. Sin referencias bíblicas explícitas, pero con igual mensaje que el texto antes indicado, encontramos una invitación a no querer tener, poseer, saber, y gustar, como camino necesario para llegar precisamente a esas mismas metas de tener, poseer, saber y gustar (S 1,13,11). Leyendo ambos textos de forma conjunta, se puede ver claramente que no se trata de una invitación a dejar muerta la voluntad, como podría pensarse leyendo a J. de la Cruz desde otras claves, sino de una invitación a una opción clara, que pasa por el camino de la negación, considerada ésta, a su vez, como un acto decidido de voluntad.
Otros términos a tener en cuenta son “negativo” y “negativamente”. Estos se usan en un doble sentido activo-pasivo. Por una parte, para indicar la actitud de negación, es decir, de desprendimiento y renuncia, que ha de tener el hombre, desde lo más profundo del ser, incluso frente a ciertos dones y gracias especiales y místicas, para abrirse a la verdadera comunión con Dios. Por otra, para referirse a la actitud pasiva, de apertura sencilla a Dios, que se ha de tener en todo este camino, sobre todo en determinados momentos o etapas del vivir cristiano (S 2, 16,10; 24,8; 26,10; 30,5; 3, 13,4).
Por último, J. de la Cruz también habla en alguna ocasión de un Dios que niega amorosamente determinados dones al hombre para ayudarlo a saber negarse a sí mismo (N 1,6,6). Desde esta perspectiva se comprende algo del sentido y la necesidad de las purificaciones pasivas. Estas son uno de los principales dones y gracias que Dios hace al hombre. En ellas, ante la experiencia de que Dios se niega a manifestarse al hombre como en otros tiempos, éste se prepara y dispone a aceptar y acoger a un Dios que le transciende. Es así como las purificaciones pasivas abren la posibilidad de acoger la gracia transformadora de Dios, que él da a los humildes, pero niega a los soberbios, es decir, a aquellos que, replegados sobre sí mismos, se niegan a dejarse guiar por Dios (N 1,2,7; cf. F. Ruiz, Ruptura y comunión, p. 335-336).
BIBL. — J. L. MEIS, The Experience of Nothigness in the Mystical Theology of John of the Cross, An Arbor (Michigan), 1980, 130; E. MEIER, Struktur und Wesen der Negation in den mystischen Schriften des Johannes vom Kreuz, CIS, Altenberge, 1982, 188; J. P. VADIER, L’abnegation absolue proposée par S. Jean de la Croix ne dépasse pas l’exigence d’amour demandé par Jésus dans l’évangile, Fribourg, 1983, 25; ALFONSO BALDEÓN, “El camino de la Cruz del Esposo Cristo. La otra cara del Cántico Espiritual”, en MteCarm 97 (1989) 17-37; FEDERICO RUIZ, “Ruptura y comunión”, en Teresianum 41 (1990) 323-347; D. CHOWNING, “Free to Love: Negation in the Doctrine of John of the Cross”, AA.VV., Carmelite Studies, vol. 6, Washington, 1992, 29-47; H. LAUX, “L’expérience de négation chez Saint Jean de la Croix” en Recherches de Science Religieuse 80 (1992), 203226; CIRO GARCIA, “La cruz del seguimiento. S. Juan de la Cruz: Subida, 2,7”, en MteCarm, 100 (1992) 125-137; JOSÉ DAMIÁN GAITÁN, Negación y plenitud en San Juan de la Cruz, Madrid, EDE, 1995, 316.
José Damián Gaitán