Negocios

Si bien no es escasa la referencia a los negocios en los escritos sanjuanistas, pronto se advierte por el contexto que el sentido de la palabra anda lejos del que ahora nos resulta usual, y de toda referencia comercial o económica. Más bien aparece como sinónimo de “asunto”, y no tanto retórico, de reflexión, como de ocupación y preocupación vital. “De su negocio yo no me olvido, –dirá en el epistolario– mas ahora no se puede más, que harta voluntad tengo” (Ct de febrero 1589). Pero aún acerca de estos asuntos tiene J. de la Cruz opinión propia: “El negocio que pudiere tratar por tercera persona no lo haga por sí mismo, porque le conviene mucho” (Av 4,8). También en ocasiones los negocios hacen referencia simplemente a la materia de que escribe o reflexiona: “para concluir, pues, con este negocio de la  memoria” (S 2,15,1).

Partiendo de esta clarificación, a cualquier lector se le hace evidente que los negocios que importan al Santo, los asuntos y ocupaciones vitales para él esenciales son los del alma, de ahí su primera recomendación: “Porque las almas no las ha de tratar cualquiera, pues es cosa de tanta importancia errar o acertar en tan grave negocio” (S 2,30,5). Y por añadidura, todo lo que hace referencia a la misma. Por eso hablará del “negocio de la fe” (S 2,27,1), o como bien matiza: el negocio sobrenatural de  la fe (S 3,31,7), el negocio del trato con Dios o de la  oración, que requiere elegir el lugar que menos ocupe y lleve tras de sí el sentido (S 3,39,2), y especialmente el “negocio de amor” (CB 7,2) que no es otro que el de la búsqueda constante del Amado que lleva al alma a penar por sus ausencias: “Que en todas las cosas busca al Amado, en todo cuanto piensa, luego piensa en el Amado, en cuanto habla, en cuantos negocios se ofrecen, luego es hablar y tratar del Amado” (N 2,19,2). Búsqueda y ansias que tienden a la  unión con Dios, que aparece en los escritos sanjuanistas como el “gran negocio”, que podría tener en este caso el doble sentido de gran ocupación y gran beneficio. Por eso es “grande negocio para el alma ejercitar en esta vida los actos de amor, porque consumándose en breve no se detenga mucho acá o allá, sin ver a Dios” (LlB 1,34), sin verle “cara a cara”, dirá en la otra redacción de la obra (LlA 1,28).

Es verdad que bien puede ayudar a conseguir ese gran negocio de la unión la determinación con que el alma se lanza a su  búsqueda, según dice el Santo en el Cántico: “renunciando a todas las cosas, dando de mano a todos los negocios, sin dilatar un día ni una hora” (CB 1,1), pero advierte, no obstante, que no es propio de la capacidad humana, ni de sus potencias, “llegar a negocio tan alto (la unión con Dios), antes estorba si no se pierden de vista” (S 3,2). Lo que se requiere más bien para lograrla, dice el Santo, en coherencia con toda su doctrina, es purificar todos los apetitos y la voluntad misma hasta que renunciando a su propio querer se funda en el de Dios; “porque todo el negocio para venir a la unión con Dios está en purgar la voluntad de sus afecciones o apetitos, porque así de voluntad humana y baja, venga a ser voluntad divina, hecha una misma cosa con la voluntad de Dios” (S 3,16,3). Y es que  Dios es el principal agente y “mozo de ciego” que lleva al alma donde ella no sabría ir (LlB 3,29).

Alfonso Ruiz