Oración

“Doctor de la oración” llamó el papa Pío XI a Juan de la Cruz en el breve declaratorio de su doctorado. Es el motivo central de su doctorado. Y sin embargo este maestro no habla de la oración directa y expresamente, no se plantea sistemáticamente la descripción, definición, división y problemática que surge en la oración cristiana; y a cualquier lector, sin perjuicio de lo dicho, le parece que no deja de hablar de oración.

El mensaje sanjuanista sobre la práctica cristiana de la oración es por eso de gran hondura, amplitud y originalidad. Hondura porque coloca la cuestión más allá de la mera descripción y didáctica de un ejercicio concreto o de una práctica devocional; amplitud, porque traslada la cuestión sobre la dificultad o sobre el ejercicio de la oración a la pregunta por su autenticidad, es decir, desplaza la cuestión sobre la oración, su qué, su cómo, su cuándo y dónde a la cuestión sobre quién es el que ora y en qué condiciones se puede decir que un hombre ora. Le importa hacer orantes no hacer ni enseñar oraciones; de ahí la originalidad de su mensaje.

Quedan las preguntas sobre la oración desplazadas hacia el campo de cómo es Dios y cómo es el hombre que se buscan y encuentran en la cancha y lucha de la oración; y por tanto todas sus relaciones, cifradas sanjuanistamente como “unión de amor y como vida teologal en Cristo”, se interpretan o pueden ser tomadas como vida de oración. Todas esas relaciones complejas como la vida van a ser por tanto observadas, descritas, analizadas en cuanto se reflejan en el campo de la oración. Por condicionamientos culturales de su tiempo y de los instrumentos conceptuales y de vocabulario en curso en su época la apariencia es de un exceso de oración: parece que no haya otros elementos en la vida cristiana, pero la verdad es que en ella refluyen todos los frutos y situaciones de la vida creyente, en ella se observa como en la pantalla de la conciencia, la gracia de la vida divina en cuanto le es dado alcanzarla al protagonista humano.

Para estudiar el tema y respetar esta amplitud, originalidad y profundidad es preciso abordarlo, primero como experiencia personal; como clave de lectura del conjunto de su doctrina y como mensaje explícito sobre la práctica concreta de la oración. En sentido amplio podría el tema abarcar el entero sistema y el completo proceso sanjuanista, en sentido estricto habríamos de partir de los textos cuyo fin es expresamente enseñar, criticar, recomendar o describir formas del acto concreto y singular de la oración tomada como práctica particular de diálogo expreso con Dios.

I. La oración vivida

Esta realidad permanente de la vida cristiana tiene en J. de la Cruz un dato biográfico previo indisociable de su mensaje: su propia experiencia. Dedicó a ella su vida entera. La aprendió en la infancia. Le penetró por los poros con todas las riquezas e impurezas y poluciones con que la vive el pueblo pobre en que vivió. La encontró en la atmósfera cultural e ilustrada de aquella época y sociedad sacralizada; llegó a ella cuando la oración era el último “descubrimiento” de los albores de la modernidad: conquista y cultivo del continente de la interioridad, la subjetividad moderna. Se vio entre dos filos: el formalismo tentado de fariseísmo y de superstición del catolicismo popular y el iluminismo subjetivista de los grupos espirituales más fervientes. La oración era el gran ejercicio espiritual de la época, la moda intelectual por excelencia. En cierto modo es la palanca que hace girar y cambiar la época medieval en moderna: de una religiosidad exterior, social y formal a una espiritualidad de devociones, personal, interior y a veces “de interior”; del primado de la objetividad, al primado del sujeto en la experiencia humana y religiosa.

Cuando J. de la Cruz alcanza a encontrarse con esta corriente cultural, ya la práctica y la pedagogía de la oración ha llegado a sus cumbres: ‘devotio moderna’, franciscanos, Luis de Granada, Teresa de Jesús. En esta corriente se nutre y con ella ha de encontrarse y definirse J. de la Cruz. Oración y piedad infantil en su familia; oración en su juventud ligada al trabajo y al estudio; oración en la cárcel, lóbrego oratorio y seco reclinatorio. Oración busca cuando se declara su crisis de vocación; y su opción por el Carmelo y por iniciar un Carmelo reformado, siguiendo el apenas esbozado modelo Teresiano, indica que es hombre que de su talante radicalmente contemplativo quiere hacer su centro y columna vertebral.  Duruelo será la cifra de su intento: la sabiduría mística alcanzada por la sobriedad y el desierto, por la oración y el silencio: “Supe que después que acaban maitines hasta prima no se tornaban a ir, sino allí se quedaban en oración, que la tenían tan grande que les acaecía irse con harta nieve los hábitos cuando iban a prima y no lo haber sentido” (F 14, 7). Santa Teresa destaca esa componente como privilegiada en su proyecto vital desde el arranque mismo.

Los testigos se esfuerzan en vano en hacernos saber lo que es evidente: fue “un hombre de altísima oración”, que “trataba cara a cara con Dios”, que “supo y sintió altamente de Dios”. Hablan admirados y ciertamente condicionados por las preguntas de sus preferencias en cuanto a lugares (coro, templo, celda y montes y campos, a la orilla del río “donde los pececillos se entrecruzan bajo el agua”, de camino, en ventas y posadas), tiempos (días y noches enteras, vigilias y madrugadas), momentos (antes de cualquier empresa o determinación, “tengo oración para todo lo que tengo que tratar y aunque haya mudanzas no me mudo de lo que Dios me dijo en la oración”), duración (muchos o largas horas, noches enteras), posturas (de rodillas, con las manos puestas) y de su modalidades (con la Biblia, a solas en lo secreto, en una cuevecica, en los riscos altos de la huerta, en una ermita, entre los árboles, entre unos mimbres, junto a una acequia, “se salía por aquel desierto: BMC 14, 107) y estilos: ante el santísimo Sacramento, la ordinaria presencia de Dios que traía era traer su alma dentro de la Santísima Trinidad” (BMC 14, 196), “siempre andaba en oración” (BMC 14, 37, 51, 182), “parecía que de continuo le tiraban el corazón del cielo” (BMC 14, 293). Baste el testimonio no condicionado por pregunta de tribunal alguno de santa Teresa. “Mucho me ha animado el espíritu que el Señor le ha dado y la virtud, entre tantas ocasiones, para pensar llevamos buen principio. Tiene harta oración y buen entendimiento” (Ct del 6.7.1568). La observación de  S. Teresa es más interesante por cuanto proviene de la primera hora de fray Juan cuando aún sólo se propone ser descalzo. La oración ya era casi consubstancial a él. La biografía efectivamente vivida no hará sino confirmar este primer rasgo de su estilo y vida personal. Todo es oración en la vida de fray Juan. Su diálogo con Dios es constante y fluido, del mismo tono que su existencia entera. Si el estilo es el hombre, la oración es el creyente.

II. Experiencia

No sólo los testigos de vista de su aventura interior son buenos para hablar de su modo de orar; ha orado escribiendo, y por tanto ha dejado pasar algo de su modo, de su secreto e íntimo estilo a los libros. Podemos rastrear su experiencia de oración en las oraciones que han quedado sembradas por sus páginas. No son tantas como en el caso teresiano, pero sus obras además de enseñanzas, glosas, cautelas, preceptos y consignas sobre el camino de la oración, guardan piezas de oración, escritas en estilo directo como verdaderas plegarias dirigidas espontáneamente a Dios. El acto de escribir, limita de por sí la espontaneidad en el acto de orar, pero algo de su estilo y su modo de orar se alcanza observando oraciones compuestas y escritas.

La más frecuente oración es quizá la de servirse de la Escritura, para escuchar y responder a la palabra de Dios. Un acercamiento vivencial que hace que la Palabra de Dios sea alimento y expresión de su misma oración: palabra recibida y palabra ofrecida.

La oración litúrgica era parte de su tiempo y su vocación; tanto la misa como la del Oficio divino. De su sensibilidad litúrgica y su práctica de acomodar la propia oración al tiempo que la iglesia vive es buen exponente este texto: “Estos días traiga empleado el interior en deseo de la venida del Espíritu Santo, y en la Pascua y después de ella continua presencia suya; y tanto sea el cuidado y estima de esto, que no le haga el caso otra cosa ni mire en ella, ahora sea de pena, ahora de otras memorias de molestia; y todos estos días, aunque haya faltas en cada, pasar por ellas por amor del Espíritu Santo y por lo que se debe a la paz y quietud del alma en que él se agrada morar” (Ct a una Descalza, por Pentecostés de 1590). José Vicente Rodríguez ha observado que esta famosa oración tiene estructura, tono y sabor de colecta litúrgica: “¡Recuérdanos tú y alúmbranos, Señor mío, para que conozcamos y amemos los bienes que siempre nos tienes propuestos, y conoceremos que te moviste a hacernos mercedes y que te acordaste de nosotros” (LlB 4,9).

De su cuidado y aprecio por la oración de la Iglesia hay testimonio escrito también por él y muchos testimonios de su exquisito respeto y atención por la sobria manera de rezar de la Iglesia: “De esta manera, pues, se han de enderezar a Dios las fuerzas de la voluntad y el gozo de ella en las peticiones, no curando de estribar en las invenciones de ceremonias que no usa ni tiene aprobadas la Iglesia católica, dejando el modo y manera de decir la misa al sacerdote, que allí la Iglesia tiene en su lugar, que él tiene orden de ella cómo lo ha de hacer. Y no quieran ellos usar nuevos modos, como si supiesen más que el Espíritu Santo y su Iglesia. Que si por esa sencillez no los oyere Dios, crean que no lo oirá aunque más invenciones hagan. Porque Dios es de manera que, si le llevan por bien y a su condición, harán de él cuanto quisieren; mas si va sobre interés, no hay hablarle (S 3,44,3).

Aunque su crítica a la religiosidad popular es seria y radical, no cae en ningún exceso erasmista ni iconoclasta luterano, deja la oración y el uso de imágenes, fórmulas, expresiones externas en su punto: ni la hueca o farisaica oración formalista y externa, popular y supersticiosa, hechiza y mágica; ni la mera oración de interior, iluminada y sin mediaciones ni recursos devocionales, sin expresión pública o común, sin encarnación ni sacramentos. Se ha servido de las imágenes, del agua bendita, de las procesiones y demás rituales y gestos de la religiosidad del tiempo; se ha interesado por el adorno y la estética religiosa; ha pintado para expresar su sentimiento (dibujo con el Cristo), ha usado sobria pero constantemente de la imaginación y, purificada su sensibilidad, ha exigido adecuación estética de los medios al nobilísimo fin del encuentro con Dios. Es conocido su diálogo con un cuadro de Cristo con la Cruz. Una imagen ha preferido ciertamente a todas las demás: la cruz.

Ha usado la música y el canto en su oración, en los caminos, en las fiestas conventuales, en la declamación de sus poemas. Ha orado en la salud y en la enfermedad, ha orado pidiendo y obteniendo favores, para sí y para otros que los testigos han interpretado como extraordinarios y como fruto de su oración. Ha usado con sencillez de la oración de petición y su aparente ineficacia está bien explicada en Cántico (2,14).

Allí se habla de la necesidad de paciencia y de tiempo para que la petición se vea cumplida “que, aunque Dios no acuda luego a su necesidad y ruego que no por eso dejará de acudir en el tiempo oportuno el que es ayudador … en las oportunidades y la tribulación, si ella no desmayare y cesare” (ib.).

Ha muerto orando con salmos, con una imagen en la mano siguiendo los preceptos de la buena muerte y el arte de bien morir.

III. Así oraba

Una antología de oraciones sanjuanistas (A. Ruiz, San Juan de la Cruz, maestro de oración, Burgos, 1991) muestra la abundancia de textos y la riqueza y peculiaridad de estas oraciones, tan tocadas por sus versos y tan entrelazadas en su contexto vital y doctrinal, tan suyas en fin, que es imposible rezarlas a quien ande desprovisto de su experiencia. Siempre nos quedan grandes por su ardor o por su calidad poética; y aunque a cada uno la ayudan a descubrir su propia gracia, esta sustitución y pretendido vicariato de nuestra propia oración nunca es total ni adecuada, nos queda holgada su oración. No llenamos ni alcanzamos su sentido.

Además de los versos que hablan al tú divino, abundan en sus páginas los soliloquios, los idilios, las elevaciones (LlB 2, 15-19) y exclamaciones, las admiradas glorificaciones o doxologías. Habría que completar el elenco con las muchas veces en que el orante Juan se disfraza y disimula su voz citando la  Escritura: para las quejas más amargas ante la ausencia, silencio o fuego amargo de Dios y para los delirios más atrevidos del idilio se remite y disimula bajo la voz de Jeremías o de la Esposa del Cantar. Las oraciones con cita escriturística completan la manifestación del alma orante y completan el repertorio. Habla el místico por boca del profeta. Los coloquios versificados del  Esposo y Esposa disfrazan su voz y dan salida a su peculiar modo de orar y de hablar con el Amado.

No podemos citar todas las ocurrencias de una oración, basta que el lector busque la función apelativa del lenguaje presente en el relieve del texto: allí donde se reclama, se pide o se invoca a un tú divino hay una oración evidente o disfrazada. Muchas de ellas, nacidas en la ardiente estrella de los versos, pasan al planeta de la prosa frías y aguadas, llenas de incisos y comentarios; queda siempre un rastro de oración, aunque prosaica por acomodarse a los modos del glosador.

Este disfraz femenino de la esposa, o el que recubre el alma del místico con las palabras y sentimientos del salmista, de los profetas, dolientes o videntes, es un recurso que habla de su discreción, de su renuencia a presentarse en primera persona, de su pudor y de su humildad retórica o sincera que evita la presencia del yo. Oración poética, disfrazada bajo la palabra de salmistas y de profetas, o bajo la palabra de las mujeres apasionadas buscadoras del amor y de una concreta y personal presencia. En todo caso oración sanjuanista.

Por este recurso al disfraz y por tener su primera versión en los poemas las oraciones que pasan a sus escritos son tan personales y vivas que con dificultad pueden usarse como fórmulas de pauta. Tan ligadas están mediante sus poemas a su experiencia vital que su colección no sirve de devocionario.

Podemos en ellos escuchar su viva palabra, pero no imitarla. Interesa ahora que a pesar de su cuidado y de su natural pudor, a pesar de estar escondidas entre sus páginas calculadamente serenas y anónimas, su voz se escucha en la oración.

Todo el sistema sanjuanista ha tenido versiones en verso, ha sido fuego de amor, se ha cocido antes en la fragua del diálogo amoroso. Los poemas son oraciones en algunos tramos, algunos por entero: La fonte es una oración confesante, el Vivo sin vivir en mí, un poema escatológico; el Cántico es oración en sus partes dialogadas, cuando el sujeto de la enunciación es evidentemente el protagonista mismo del poema; la Llama de amor viva y la quinta estrofa de la Noche en cuanto exclamaciones que se prolongan en los comentarios.

En los avisos espirituales está el primer manojo de oraciones nacidas de su pluma. (Av pról, 2, 16, 26, 27, 31, 33, 34, 47, 48, 50, 53), pero es la oración de alma enamorada su mejor exponente de oración escrita. Es un prototipo de oración cristiana: Se dirige al Padre, se alcanza en Cristo y por Cristo, surge nacida de la pobreza y el pecado (si todavía te acuerdas de mis pecados), reclama sólo la voluntad de Dios (haz en ellos tu voluntad), apela a la misericordia (ejercita tu bondad y misericordia) y expone nuestra radical impotencia (si esperas a mis obras… dámelas tú… ¿quién se podrá librar… si no lo levantas tú…? ¿Cómo se levantará el hombre…?) La oración pasa por un reflujo de pausa y silencio hasta que nace en la conciencia creyente la certeza de que en este tiempo de gracia “en tu único Hijo Jesucristo me diste todo lo que quiero”. Ya no hay pobreza, la oración se convierte en exultación por lo conseguido ya en Cristo: “Míos son los cielos y mía es la tierra…”. Vuelve al soliloquio (Tuyo es todo y todo para ti no te pongas en menos…) y termina enigmáticamente señalando el camino de la consecución de las peticiones: conciencia y gozo actual incompleto, pero cierto, de la gloria iniciada y anticipada en Cristo.

Las oraciones personales del Santo son su primer paso en el camino de mistagogía espiritual que propone. Por esa puerta se ha de entrar en su pensamiento y mensaje.

IV. Doctrina

La oración como ejercicio teologal queda por supuesto en la enseñanza y en la vida de fe que el Doctor Místico enseña. Importa decir que el Santo desde el inicio se remite a lo ya dicho, escrito y enseñado. Es muy posible que en su concreta pedagogía de la oración siguiese otra presentación que la que pasó a sus obras mayores. De eso no va a hablar, ni “de cosas morales y sabrosas”, ni de grados y formas de oración. Desde el principio hay que avisar que Juan de la Cruz no es maestro de oración en cuanto que presente un buen sistema pedagógico, un completo elenco de temas, un orden de formas y concretas maneras de proceder.

Quien busque este tipo de enseñanza se lleva gran decepción. Busque más bien la formación de un orante y de sus actitudes teologales y aprenda eso que es orar, poner en acto la vida teologal de la fe y la esperanza y el amor en ejercicio. Y de eso sí es maestro y experto guía J. Ahí sus exigencias se ridiculizan, su doctrina se simplifica, su magisterio se amplía a todo creyente y sus consignas se aclaran.

Como todos los elementos del organismo espiritual, la oración se transforma al ritmo del progreso espiritual. Marca su crecimiento el ritmo de la vida teologal. Por ello J. comienza su exposición por la formación del orante en sus actitudes fundamentales para orar: libertad y purificación de la mente, el recuerdo y el corazón para poder orar en espíritu y verdad. Ese aprendizaje de la fe, de la pobreza y desnudez espiritual y del amor fuerte es el núcleo duro de su pedagogía para orar (y para vivir).

1. ES NECESARIO ORAR PARA NO CAER. Comienza el Santo su enseñanza por una descripción en aguafuerte de la miseria del hombre sin oración (S 1,610). Pondera su esclavitud, su debilidad, su enorme ceguera e ignorancia, la miseria en fin del hombre sometido bajo la férula de lo sensual, de lo más bajo de sí mismo. La oración en el pensamiento sanjuanista no es sólo un recurso de nuestras necesidades. La oración es un instrumento de unión con Dios, y que, por tanto, previamente ha de remover los obstáculos, los apetitos y apegos que esclavizan e impiden toda lucidez para conocer y escuchar la voz de Dios. La oración delata ante el hombre su existencia miserable y le muestra su altísima dignidad y vocación. Con “la inflamación mayor de otro amor mejor” (S 1,14,2) puede el hombre iniciar su camino de oración.

2. CRÍTICA Y EDUCACIÓN DE LA MISMA ORACIÓN (S 3,35-45). Es significativo destacar que el mensaje más directo sobre la oración Juan de la Cruz lo ha enmarcado en la educación de la voluntad por el amor o la caridad sobrenatural. Orar para él y orar bien no es cuestión sino de saber amar con libertad y con fortaleza. Es cuestión de voluntad purificada y determinada. En ese contexto repasa las formas, mediaciones y métodos que su tiempo y sociedad usaba para orar. Su doctrina de la purificación activa del espíritu le sirve para denunciar la insuficiencia de todo ejercicio meramente exterior de la religión en general y de la oración en particular. Denuncia el desvío de la fuerza afectiva del amor, de la energía psíquica del hombre, hacia las mediaciones que ciertamente favorecen, pero no ejecutan verdadera comunión con Dios. Declara frustrada la oración sin contacto con Dios en espíritu y en verdad; es falsa aquella oración que privilegia las mediaciones, así sean las más santas realidades, los mismos sacramentos o las imágenes, sobre el compromiso personal y la fuerza de la voluntad entregada y personalmente dada y efectivamente sacrificada en su centro de deseo, de afecto, de deliberación y opción en libertad. Ése vivo centro es lo que compone la respuesta oracional autentica. Ni imágenes ni retratos (S 3,35) pueden llevarse “la honesta y grave devoción del alma”; clama el santo por la purificación de la religión, por la evangelización de la oración, siempre en riesgo de paganizarse. Acusa de idolatría a su tiempo y sociedad. “La viva imagen que motiva para orar ha de buscarse dentro de sí…, es Cristo crucificado” (35,5). Recomienda por extenso sobriedad, sencillez y despego en el uso de estas motivaciones y fervores artificiales o exteriores. Reclama desnudez y pobreza de espíritu en el modo de orar. Una fuerte purificación de la oración, una serena evangelización, pide ante todo retener y seguir las consignas del Señor: buscar primero lo importante, la voluntad de Dios; lo demás es añadidura, (S 3,44,2); confiar en el modo de orar de la iglesia más que en el propio gusto (ib. 3); ser despegados y orar en gratuidad, no tratar de forzar a Dios “que Dios es de tal manera que si le llevan por bien y a su condición, harán de él cuanto quisieren; mas si va sobre interés no hay hablarle” (ib.); no multiplicar experiencias y modas, que “no enseñó variedad de peticiones, sino que éstas se repitiesen muchas veces y con fervor y con cuidado; y sin otras ceremonias que el silencio y la soledad “con entero y puro corazón” (ib. 4) en el desierto o en la noche.

Está J. de la Cruz siempre repitiendo las críticas del evangelio contra el peligro farisaico de los hombres de oración. Sobre los rosarios (ib. 7-8) dice: “no importa más para que Dios oiga mejor lo que se reza sino la oración que va con sencillo y verdadero corazón no mirando más que agradar a Dios. Todo asimiento a los medios va contra oración verdadera. Sobre las imágenes y las romerías (ib. 36) aplica el mismo criterio: “Purificar el gozo de la voluntad en ellas y enderezar por ellas el alma a Dios…, no haciendo caso de nada de estos accidentes, no repare más en ella, sino luego levante de ahí la mente a lo que representa, poniendo el jugo y gozo de la voluntad en Dios con la oración y devoción de su espíritu” (ib. 37,2). Hace en estos capítulos un precioso reportaje y cuadro de costumbres de época, distanciándose irónicamente de lo que observa. Para los oratorios y lugares de oración también establece criterios; después de describir los ridículos modos y preferencias en que gasta lo que a Dios se debe, promueve el arte y a la estética, pero ligada a la sobriedad.

No olvidemos que está apuntando el barroco, ¡qué habría de decir si le hubiese tocado el siglo siguiente! Fiestas, ceremonias, fórmulas de oración u “oraciones ceremoniáticas” (S 3,43,3), rezos, misas de encargo, sufragios, ofrendas y rogativas, procesiones, peregrinaciones, todo es mirado con distancia y leve sonrisa, todo lo quiere ver reducido a lo que es: una mediación; y por tanto deja toda ayuda y forma de oración sometida al mismo riguroso criterio teologal de buscar el encuentro personal con Dios por encima de y a través de todo artificio orante.

Sencillez de fe, desprendimiento, confianza en Dios y no en nuestras obras y palabras, recogimiento afectivo. Además de un general criterio estético de buen gusto ajeno a todo exceso, pide sobriedad en la participación emocional y especialidad en la búsqueda y parsimonia de palabras, gestos y expresiones. “Sepan, pues, éstos que cuanta más fiducia hacen de estas cosas y ceremonias, tanta menor confianza tienen en Dios, y no alcanzarán de Dios lo que desean. Hay algunos que más oran por su pretensión que por la honra de Dios; que, aunque ellos suponen que, si Dios se ha de servir, se haga, y si no, no, todavía por la propiedad y vano gozo que en ello llevan, multiplican demasiados ruegos por aquello, que sería mejor mudarlos en cosas de más importancia para ellos, como es el limpiar de veras sus conciencias y entender de hecho en cosas de su salvación, posponiendo muy atrás todas esotras peticiones suyas que no son esto. Y de esta manera, alcanzando esto que más les importa, alcanzarían también todo lo que de esotro les estuviere bien, aunque no se lo pidiesen, mucho mejor y antes que si toda la fuerza pusiesen en aquello” (S 344,1). El padrenuestro le parece suficiente fórmula y recurso bastante.

3. PURIFICACIÓN PASIVA DEL SENTIDO. La otra gran crítica de la oración la expone J. de la Cruz en la sección de la Noche oscura dedicada a justificar la necesidad de la primera noche del espíritu (N 1,2-7). Argumenta mostrando los defectos de los aprovechados o de los espirituales. Una crítica de fondo penetra toda su relectura o extrapolación de los pecados capitales en el contexto de la vida espiritual avanzada. Dos defectos radicales encuentra: infantilismo y fariseísmo de la oración o de los estilos de relación con Dios. Muchas observaciones son del campo de la oración, pero pueden manifestarse en otras expresiones de la vida espiritual de contemplativos y “aprovechados”. La oración al fin es intérprete del omnipotente deseo humano y éste no nos da la unión con Dios, sino la apertura a la pura gracia que se ha de recibir con humildad y en fe desnuda. No es la afirmación en la calidad o cantidad de los ejercicios de oración lo que funda el valor de la oración cristiana, sino la limpia disposición a la gracia gratuitamente recibida. A denunciar los “ramos de soberbia oculta”, de vanidad sutil, de avaricia y gula espiritual, etc., dedica espléndidos capítulos llenos otra vez de ironía y agudísimos en su penetración y denuncia de la espesa trama de nuestros mecanismos de defensa y autojustificación. Una de las piezas maestras sobre las trampas de la oración, sobre su ambigüedad e incluso sobre su miseria en cuanto gesto humano, también inapropiado para cumplir su pretensión de unirnos con Dios. Moldeado este gesto humano por la vida teologal de fe, esperanza y amor, purificado y sencillo dará maduros frutos de gracia y belleza que regenera al hombre (N 2,12-13).

4. LA MEDITACIÓN. Entrar en la vida de oración es entrar en la  meditación de los misterios: “Lo primero traiga un ordinario apetito de imitar a Cristo en todas sus cosas, conformándose con su vida la cual debe considerar para saberla imitar y haberse en todas las cosas como se hubiera él” (S 1,13,3) Naturalmente nunca la oración es solo meditación. Es compromiso de ejercitar lo allí aprendido y recibido. La oración tiende a cambiar al hombre para la comunión con Dios, no a cambiar a Dios. Considerar, conocer, discurrir, imaginar son actos del entendimiento que ha de ser elevado por la fe para que den de sí su valor teologal. Es lo que enseña el Santo en Subida 2,12,3; 2,15, verdadero tratado de la meditación. Alabanza de contemplación y menosprecio de la meditación habría que titularlo. Sin embargo, hay que entender que “a los principiantes son necesarias estas consideraciones y formas y modos de meditación para ir enamorando y cebando el alma por el sentido… y así le sirven de medios remotos para unirse con Dios, pero ha de ser de manera que pasen por ellos y no se estén siempre en ellos” (S 2,12,5). Esta es la sustancia del pensamiento sanjuanista. La meditación no es una forma de oración perenne, más bien es un estilo de relación de trato con Dios para siempre, pues comporta reducción de Dios imágenes y pensamientos a ideas y proyectos nuestros. Como forma de oración mental o vocal puede permanecer, pero cambiando sus estilos y modos de darse pues no es medio adecuado para la unión con Dios. Su mejor servicio es que habitúe al trato humilde con Dios, que vaya enamorando, que vaya disponiendo para la aparición de otro modo de comunicación teologal.

5. LA CONTEMPLACIÓN. Es la forma por excelencia de oración sanjuanista. Es en ella el maestro por excelencia. Ésta es la que considera realidad permanente en toda autentica oración, éste es el estilo respetuoso con el modo de darse la verdadera experiencia religiosa. Sabe que hay muchos orantes que ni sospechan que lo son y muchos que creen tener oración carecen de ella (S pról. 6), por eso, busca ante todo enseñar este modo de orar que es válido para ejercerlo sobre todas las mediaciones y bajo todas las demás formas de oración: vocal, mental, litúrgica, personal, “lectio divina”, rito corporal, etc.

La oración contemplativa se compone ante todo de ejercicio de fe, esperanza y amor. Se educa con aprendizaje del recogimiento y de los actos anagógicos de la fe; se aprende y adquiere inicialmente mediante el ejercicio perseverante de la meditación. De hecho, es el fruto (sobre)natural y esperado de la meditación y de cualquier otra forma inicial de oración. Es la meta y es la sabia de todos los actos religiosos. “Ya el alma en este tiempo tiene el espíritu de la meditación en sustancia y hábito. Porque es de saber que el fin de la meditación y discurso en las cosas de Dios es sacar alguna noticia y amor de Dios … y vienen por el uso a continuarse tanto, que se hace hábito en ella… por el uso se ha hecho y vuelto en ella en hábito y sustancia de una noticia amorosa general, no distinta ni particular como antes. Por lo cual, en poniéndose en oración, ya, como quien tiene allegada el agua, bebe sin trabajo en suavidad, sin ser necesario sacarla por los arcaduces de las pesadas consideraciones y formas y figuras. De manera que, luego en poniéndose delante de Dios, se pone en acto de noticia confusa, amorosa, pacífica y sosegada, en que está el alma bebiendo sabiduría y amor y sabor” (S 2,14,2). La descripción es completa y suficiente para entender de qué habla el Santo. Aunque contemplación es una noción de tal magnitud y porte que desborda su consideración ceñida al estrecho margen de las formas de oración podemos decir que ante todo contemplación es el modo de toda gracia verdadera. Es noticia amorosa y en la noche, es decir, sin participación discursiva y sensitiva.

En el conjunto de la pedagogía sanjuanista esta gracia y la disposición necesaria para ella que a veces toma el mismo nombre ocupa el más alto rango en su escala de valores y por tanto su más alto aprecio. Funciona como el ideal que asintóticamente busca incesantemente el orante.

6. LAS SEÑALES. El inicio de esta nueva comunicación de Dios es un tópico que le ha preocupado por tres veces al menos y hasta parece por el prólogo de la Subida que es la razón práctica de sus libros. S 2,12-15, N 1,910 y LlB 3,31-67 se ocupan de esta etapa sumamente delicada y desconocida por los guías espirituales de su tiempo. No hay que repetir aquí las señales de aparición de la contemplación purgativa o de la contemplación serena: básicamente se resumen: la primera, no poder meditar, cesa la concentración y aparece una extraña sensación de no avanzar; la segunda, no encontrar gusto en las cosas de Dios, pero tampoco en las profanas, sequedad y la tercera en medio de todo una fuerte solicitud por entregarse a Dios con fidelidad. Si éstas se dan juntas, el autor recomienda confiar y esperar en que Dios está al fondo de estas sensaciones. La contemplación purgativa e infusa hace su aparición. Dios prepara su morada.

La esencia está definida así: en la contemplación “de secreto enseña Dios al alma y la instruye en perfección de amor, sin ella entender cómo es esta contemplación infusa; por cuanto es sabiduría de Dios amorosa” (N 2,5,1). “Contemplación no es otra cosa que infusión secreta, pacífica y amorosa de Dios que si le dan lugar inflama al alma en espíritu de amor” (N 1,10,6). Se trata de la buena forma de oración si así se puede llamar a esta comunicación general, honda, sencilla, eficaz y pasiva. Se trata de la actuación divina de la vida teologal.

Un resumen de las prácticas recomendadas y actualizadas: “Con las varias indicaciones que da el autor, podemos sugerir algunas orientaciones prácticas para actuar esta forma de oración contemplativa a quien se encuentran en ella o en condiciones de entrar.

a) Contenidos y conocimientos del misterio, asimilados por vía de lectura, reflexión, celebración, experiencias de vida.

b) Una cierta madurez en el recogimiento teologal habitual, que alcance a todas las actuaciones de la existencia, y no solamente a la práctica de la oración.

c) Capacidad espiritual de entrar en comunión interpersonal profunda, a niveles de actuación psíquica relativamente independientes de la imaginación. d) Contacto prolongado, mental y afectivo, con las mismas realidades vivas: Dios, Cristo, los misterios, ciertas verdades; y no variar a cada momento, como si fueran temas de meditación. e) Gradualidad en la transición del discurso a la mirada silenciosa; incluso, abandonar del todo el discurso, ya que éste puede servir de soporte permanente a la advertencia amorosa, manteniéndolo con moderación. f) No inquietarse por los movimientos de los sentidos y de la imaginación; pero tampoco valorar la experiencia nueva según el criterio de la gratificación sensible. g) Saber esperar en la más completa gratuidad”. (F. Ruiz Salvador, Místico y maestro. Madrid 1986, p. 219).

Esta es la cumbre de la oración sanjuanista y es también la medida de la verdadera vida teologal. Su crecimiento en calidad se expresa en este estilo de oración que penetra todos los demás espacios de la relación religiosa. En la noche oscura la oración también sufre el mismo oscurecimiento que todos los demás elementos de la relación con Dios. La purgación a que se ve sometido el hombre llega hasta el extremo de sofocar la misma posibilidad de orar. No es tiempo ni de eso. Sólo la fuerte y silenciosa fidelidad cabe entonces. Describe así: “Ni puede levantar afecto ni mente a Dios, ni le puede rogar pareciéndole … que ha puesto Dios una nube delante porque no pase la oración

… Y si algunas veces ruega, es tan sin fuerza y sin jugo, que le parece que ni lo oye Dios ni hace caso de ello… A la verdad no es este tiempo de hablar con Dios, sino de poner, como dice Jeremías (Lm. 3,29), su boca en el polvo, si por ventura le viniese alguna actual esperanza, sufriendo con paciencia su purgación. Dios es el que anda aquí haciendo pasivamente la obra en el alma; por eso ella no puede nada. De donde ni rezar ni asistir con advertencia a las cosas divinas puede, ni menos en las demás cosas y tratos temporales” (N 2,8,1).

Pasada la purificación pasiva la oración entra en un riquísimo despliegue de matices y valores. Las canciones finales del Cántico y la Llama hacen referencia a que la vida espiritual se resuelve en ejercicio de amor y las fronteras de la vida y la oración se pierden. La alabanza, el agradecimiento y la adoración componen la meta final de este proceso de disposición del hombre para orar e indican la última respuesta del hombre en estado de unión con Dios: “Los amigables regalos que el Esposo hace al alma en este estado son inestimables, y las alabanzas y requiebros de divino amor que con gran frecuencia pasan entre los dos son inefables. Ella se emplea en alabar y regraciar a él; él, en engrandecer, alabar y regraciar a ella” (CB 34,1).

BIBL. — F. RUIZ, Místico y maestro, Madrid, EDE, 1986, p. 207-232; A. RUIZ San Juan de la Cruz, maestro de oración, Burgos, Monte Cramelo, 1989; C. TONNELIER, Prier 15 jours avec Jean de la Croix, Paris, Nouvelle Cité, 1990; A. BELLENA, “Orazione e contemplazione in S. Giovannie della Croce, en Palestra del Clero 70 (1991) 515-524; M. HERRAIZ, La oración, palabra de un maestro: san Juan de la Cruz, Madrid, EDE, 1991, 138 p. Id. “La oración experiencia teologal”, en Experiencia y pensamiento en San Juan de la Cruz, Madrid, 1990, 195-223. AA. VV. Carmel 62 (1991); E. LARKIN, “The prayer Journey of John of the Cross, en Juan de la Cruz, espíritu de llama, p. 705-717; S. PAYNE, “The tradition of Prayer in Teresa and John of the Cross, en Spiritual Tradition for the cotemporary Church, Nashville, Abingdon Press, 1990, p. 235-258; D. POIROT, “Jean de la Croix, guide pour la vie. Prière et demarche spituelle”, en Mystique et pédagogie spirituelle. Ignace, Thérèse, Jean de la Croix. Colloque public du Centre Sèvres, Paris, Mèdiasèvres, 1992, p. 29-43.

Gabriel Castro