Recreaciones teatrales

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Índice: Santa Teresa Benedicta dela Cruz (Edith Stein), Recreaciones teatrales

1 Ante el trono de Dios
2 Yo estoy siempre en medio de vosotros
3 Te Deum laudamus
4 Diálogo nocturno
5 San Miguel

 

 

 

 

 


1 Ante el trono de Dios

(En ocasión de los 60 años en el convento de la Hna. Teresa, 2‑X‑1938)

(Los ángeles y santos cantan ante el trono de Dios: “Santo, Santo, Santo” de la misa alemana de Schubert)

[Un ángel llega apresurado, cargado con muchas maletas]

La voz de Dios:   
Reunidos están ante el trono del Altísimo
todos los mensajeros de la lejana Tierra.
Sus cantos de alabanza desbordan de alegría,
porque al Padre Santo se tienen que acercar,
-llenos de santo temor ante el Altísimo-.
Tú llegas el último de todos ‑habla hijo mío,
¿qué te ha entretenido tanto en el mundo?

Ángel:
(se inclina en actitud de adoración ante el trono)

Padre Eterno: escalofríos
de santo temor y beata alegría
estremecen todo mi ser
cuando estoy cerca de ti.
La impotencia de la criatura
querría adorar, callar, consumirse ardiendo.
Pues Tú, Padre, me pides que hable
escucha entonces, ?oh Santo!, el relato del mensajero:
Muy triste suena lo que mis hermanos anuncian
de su recorrido por los caminos de los hombres.
¿Quien escucha aún la voz de su ángel?
¿Quien piensa aún en el beato acompañante
que puede conducir a lo alto del Cielo?
¿Quien eleva aún su mirada hacia las colinas eternas?
Bajo el hechizo del poder de las tinieblas permanecen los pueblos.
Por su esclavitud reina el Anticristo,
ríos de sangre y lágrimas por todas partes,
un océano de sufrimiento y pecado cubre el mundo.
Pero yo traigo hoy alegres noticias,
con las que se alegrará todo el Cielo
y se cantará jubiloso un Aleluya.
Sobre un silencioso jardín, quiero dar noticia,
un jardín por altos muros cercado y seguro,
donde florece una triple alegría.
Más de 80 años han pasado
desde que mi altísimo Señor me envió a la Tierra
para cuidar con amor de un alma humana.
En tierras renanas fue esto, en un lugar llamado Berzdorf,
donde mi Teresita sus ojitos abrió
y donde como hija de Dios nació.
De la madre aprendió a hablar a su Ángel de la Guarda.
Aún puedo escuchar esa clara vocecita cantar.

(En actitud de escucha está el Ángel. Se oye una voz infantil: Tú mi ángel de la Guarda, enviado de Dios)

A su fiel protector nunca lo ha olvidado,
así me fue posible conservar su inocencia e incólume candor.
En esta maleta he recogido los ?obsequiosos saludos?
que me ha enviado en estos 80 años.
Lista y cerrada para el viaje estaba,
cuando me disponía a volar hacia aquí.
Entonces la pequeña se me acercó pasito a pasito y me llamó,
y no me dejó tranquilo hasta que no abrí la maleta,
y así entregarme tres suspiros para el viaje.

Dios Padre:
Nada amo tanto como estas pequeñas almas
que no pierden la inocencia del Paraíso,
que tienen puro corazón, que verán mi rostro.
Un poco más de tiempo y traerás esta alma
ante el trono del Cordero, a los beatos coros
de las vírgenes, para cantar un himno maravilloso.
Coloca las maletas en el lugar que a ella le corresponde.
Toca tres veces la campanilla y Pedro vendrá para dejártelas pasar.

(El Ángel toca la campanilla. Pedro aparece a la puerta)

Pedro:
¿Qué haces tú, mensajero de Dios,
con semejante mercancía mundana?
¿Qué pinta eso aquí, en nuestros santos pórticos?

Ángel:
El mismo Señor ha permitido el depositarlo.
También la envoltura terrena contiene un núcleo santo,
los amorosos saludos de un alma humana
con los que piadosamente ha venerado a su ángel.

Pedro:
Bueno, eso puede que sea cosa buena, pero ¿y las otras?
¿No contendrán cosas prohibidas?

Ángel:
No te preocupes, vigilante celoso de las puertas.
Tu mismo te alegrarás al ver el contenido.

(Señala una maleta)

Aquí puedes encontrar las muchas jaculatorias
ofrecidas para consuelo de almas desvalidas,
y gotas de agua bendita, donadas
para refrescar a los que sufren en el Purgatorio.

(Señala otra maleta)

Y aquí descansa invisible su buen pensar,
los 60 años de vida religiosa diariamente rezados con piedad,
y los pensamientos y deseos ardientes
que hacia el cielo se elevaban todos los días
en medio de los incontables pinchazos
mientras sus manos se movían diligentes
y calcetines, medias, velos y tocas cosían.
Las cosas de hilo tardaban en deshacerse,
muchas han muerto de las que las llevaban.
Y siempre brota imperecedero el bien pensar
al que se entregó con el corazón en el trabajo.

Pedro:
¿Venga con la otra! Yo creo que también
esta última podrá pasar sin pagar aduanas
y sin impedimentos.

Ángel:
Esta contiene los trabajos del amor fraterno,
auténticamente probado durante los 60 años de vida religiosa.
La edad bien pudo hacer cojear las fuerzas,
pero el celo permanece despierto y el corazón caliente.

Pedro:
¿Ya está todo! Tráeme algún día tu alma
entonces abriré las puertas de par en par.

Ángel:
Tú, buen Pedro, te alegrarás muy especialmente
cuando a traerte a Teresita venga.
Como tú, ella ha llevado una llave,
y un escondido Paraíso en la Tierra
ha protegido fielmente durante seis años como tornera.
Esto fue durante su beata juventud en la Orden.
En Maastricht junto al Mars ‑ un río peligroso;
donde muchos hombres se han ahogado‑.
Allí Teresita fue cautelosa y permaneció sana.
Así pudo ayudar en la fundación de dos conventos,
en Aquisgrán y en la querida vieja Colonia.
Allí se dispone ahora todo para el jubileo,
pues 60 años completos han pasado
desde que la llamada de Dios alcanzó a esta criatura.
No había ningún Carmelo en tierras alemanas,
un viento huracanado lo había barrido fuera.
Nuestra Teresita no vaciló
y llena de coraje se puso en camino hacia Holanda,
y con la bendición de Dios alcanzó la meta.
Diligentemente se preparan hoy en el Carmelo de Colonia
para alegrar dignamente a la ?querida? de la casa.
Lo cierto, es que yo he venido ante el trono del Dios Trino
para pedir alguna gracia especial para la fiesta.
(Se arrodilla profundamente)
¿Que quieres tú, Padre,
ofrecer a tu criatura?

Voz de Dios:
Con alegría hemos escuchado la gozosa noticia,
que tú, mi fiel mensajero, nos has anunciado.
De todo corazón y a manos llenas
queremos enviar allí abajo gracias y bendiciones.
Tal como se corresponde a un servidor fiel,
habla ahora sin temor, querido hijo,
confíame sin reserva los deseos del corazón.
Yo quiero regalar a esta querida alma
sobreabundancia de felicidad celestial para la fiesta.

Ángel:
Señor, tú eres amor, y tu bondad
infinitamente más grande de cuanto se pueda imaginar.
Con atrevimiento te hablo, puesto que tú así lo pides.
Allí está aun Pedro escuchando a la puerta:
¿Oh, déjale que vaya aprisa dentro y vaya a
buscar mensajeros y dones como yo le quiero suplicar.
Deja, Padre clemente, que me acompañe a la Tierra
Santa Bárbara, la noble esposa de Dios.
Con gran profundidad ?mi alma? ha venerado
e incontables veces ha recomendado su protección.
También quiero aparecerme a ella como huésped,
poner al Santísimo Sacramento en sus manos,
y la promesa del auxilio final.

Voz de Dios:
¡Deprisa, Pedro! ¡Ve a buscarlo!

Ángel:
¡Espera! Si es que puedo atreverme a ello. ¡No tanta prisa!
Tengo más deseos que manifestar.
Un fiel amigo de Teresita está en el Cielo
y no debe faltar a su fiesta.
Es Gerhard Majella, el santo hermano,
como gustosamente le llamaba; también él viene conmigo.
Como obsequio que lleve él una copa
llena del rocío de la gracia, para que
las manos de Teresita puedan
donarlas a su antojo a las almas
que aún suspiran anhelantes en el Purgatorio.
A mí, Señor, concédeme la corona de las vírgenes
que hace tiempo tienes preparada para tu esposa.

Voz de Dios:
También esto te será concedido.
Tu debes coronarla en el gran día de sus bodas de diamante.
Pero después tráete la corona,
que aquí aguardará hasta aquel día
en que se embellezca con la transfiguración eterna.
Los deseos han sido concedidos, pero como no son suficientes
para satisfacer la generosidad de la recompensa que merece,
añado dos mensajeros de mi amor.
En estos días celebra el Carmelo
la amada de mi corazón; a ella le corresponde
cubrir de rosas a la hermanita.
La maestra de los pequeños va contigo.
Y finalmente, el mayor de mis dones:
la abundancia de gracias las concede una mano
que los hijos del Carmelo veneran como Reina del Carmelo.
¡Date prisa, Pedro! ?Llama a la Altísima Señora!,
y ve a buscar a los otros para el viaje a la Tierra..

(Pedro se inclina ante el trono y desaparece)

Ángel:
Me entran vértigos, Señor, ante tan grandes dones.
¿Cómo puede caber tanta abundancia en un pequeño corazón?
Tú tienes que ensancharlo, Señor, para que no se rompa.

(La puerta se abre. Santa Bárbara sale con el Santísimo; Gerhard Majella con un cáliz; Santa Teresita con Rosas y, por último, la Reina de los Cielos con la corona; se colocan en fila india, el ángel primero, y se dirigen hacia la hna. Teresa.)

Ángel:
(pone la mano sobre la cabeza de Teresa)

Teresita, ahora abre los ojos y el corazón
para acoger dignamente a los enviados de Dios.

(Se coloca junto a ella)

Santa Bárbara:
Santa Bárbara, la noble esposa,
a la que tú tan a menudo te has encomendado,
te muestra el Santísimo Sacramento
que un día te asistirá en el beato final.

Gerhard Majella:
Almas familiares se encuentran;
la “santa inocencia” te saluda.
Derrama las gotas de rocío de gracia celestial,
y conduce a las almas a la visión de Dios.
Las que libres del dolor y de la pena
entrarán contigo en la Gloria.

Santa Teresita:
Mi querida hermana de los buenos viejos tiempos,
¿Te resulta tan moderna la pequeña Santa
que con ascensor conduce a la eternidad?
Ella te trae gustosa sus amadas rosas.

(Le echa las rosas en el regazo. Todos se reúnen en torno a la Reina de los Cielos. Ella mantiene la corona sobre la cabeza de la hna. Teresa)

La Virgen:
La Reina del Carmelo
se inclina ante su amorosa criatura,
que ante la Reina de la Paz
encuentra paz eterna.

La corona muestra la gloria
que desde siempre te ha estado reservada.
El Padre te la envía hoy
como prenda de dicha.

(le coloca la corona)

Ángel y santos:
Teresa, querida hermanita,
únete ahora a nuestro canto de alabanza
y saluda con auténtica sencillez
a la Virgen, Madre y Reina.

(Todos cantan la Salve).


2 Yo estoy siempre en medio de vosotros

13‑12‑1939

Madre Úrsula:
(es la superiora y está arrodillada ante un altar con un cuadro o una estatua de Santa Ángela de Merici)

¡Qué hermoso, poder venir ante ti por la noche!
¡Oh, madre fiel!, en tu buen corazón
desahogar la dura carga de las preocupaciones.
En el barullo del día me siento tan inferior.
Los asuntos oprimen, vienen,
me llaman aquí y allí; consejo y consuelo
y ayuda todas buscan en una,
¡la más pobre de todas!, que en sí
casi nada puede, y sólo en las manos de Dios,
momento por momento, encomienda
lo que a cada una respectivamente conviene.
Así no queda tiempo y lugar para las preocupaciones de mañana.
Entonces por la noche me rodea el silencio de la celda
tan amada y a menudo tan ardorosamente deseada;
allí en la oscuridad avanzan lentamente oscuras sombras,
preguntas angustiosas susurran en mis oídos:
el numeroso grupo de hijas, muy bien dotadas,
con grandes esfuerzos certeramente agrupadas,
para ser como corderos felices al servicio del Señor;
llenas de ardientes deseos de encender
la luz de Dios en almas jóvenes,
tal como requiere su santa vocación.
¿Qué será de ellas, si un golpe
acaba con todo, y si vuestra viña
pasa de nuestras manos a otras?
¿Qué será de ellas? ?Qué de nuestra juventud?
¿Qué debo hacer, dime, si almas jóvenes vienen
apeteciendo entrar, con fuerza de ánimo tocan a la puerta
porque la llamada de Dios les indica este camino?
¿Tengo yo que consagrar su vida a un incierto destino?

Santa Ángela:
(habla desde la imagen)

Tú misma podrías muy bien darte la respuesta;
cuando otras así te preguntaban, las has conducido,
a menudo, hacia la claridad y la paz.
¡Sé muy bien que para los otros uno es más inteligente,
y para sí mismo impotente como un niño!
Por eso es justo que tú vengas a la Madre,
y con gusto te ayudo a llevar tu carga,
la carga de tantos hombres que tú llevas.

Úrsula:
¡Qué bien hace , sentirse nuevamente niño
y descansar sin preocupaciones en los brazos de la Madre!
La mano aliviadora ahuyenta el ardor de la fiebre,
y la tierna mirada suaviza todo dolor.
¿Quieres ahora darme instrucciones sobre lo que tengo que hacer?
¡Ah! Te escucho en silencio y atentamente te sigo.

Ángela:
Vamos a hacer como en vuestros colegios:
el profesor escucha y el alumno habla.
¿Qué crees tú? ?Ha hecho vuestra Madre
cosas grandes y placenteras ante los ojos de Dios?
¿Qué atrajo la bendición a su trabajo?

Úrsula:
¡Difícil pregunta para un niño pequeño!
El pensamiento de Dios es tan superior al nuestro
como la catedral celeste sobre nosotros.
Pero con ingenuidad quiero arriesgarme a responder.
Desde la tierna infancia escuchaste
todo soplo en lo más íntimo del alma,
y que sólo en el silencio más profundo se percibe.
Y como toda criatura, que sin volverse
ya hacia delante o hacia atrás, animadamente va,
según el aliento del Espíritu que las empuja,
así seguiste la sutil llamada,
¡dócil instrumento en manos del Señor!

Ángela:
Yo escuché su voz tal cual era.
Y era tan verdadera,
que su instrumento alegremente quise ser.
Pero, ¿no sabes que sólo cuando declinó el día,
sólo en la noche vi claro el camino?
¿qué anduve mucho tiempo titubeando?

Úrsula:
Me pones a prueba, y es como
si descubriese ahora la pista recta.
Con infatigable fidelidad esperaste,
pacientemente, año tras año; ni a la izquierda ni a la derecha
te saliste del camino, si bien en la noche oscura
permanecía escondido a tu mirada.
Pues como la estrella que guio a los Magos
relucía sobre tu cabeza la alta meta
que pronto tu joven corazón conquistó
y que resplandece con siempre nueva claridad.
Escondida del mundo esperaste
como nuestro amado Señor, los 30 años,
en un círculo reducido y en trabajos humildes,
‑según el juicio humano tiempo perdido‑,
en vez de hacer grandes cosas y cosechar fama.
Aún más tiempo que Él permaneciste en el silencio,
y sólo en el silencio madura la obra de Dios.

Ángela:
Tú lo has experimentado: esto es lo que a Dios le agrada,
esperar pacientemente, hasta que llegue la hora
que Él determine; caminar en la oscuridad,
tal como el silenciosos soplo del Espíritu nos conduce,
inadvertidos ante los ojos d los hombres,
recoger las flores que en el amino florecen.
Las pequeñas flores ofrecidas diariamente
al Hijo de Dios por manos de la Madre.
Él las acoge en su corazón: allí florecen
y nunca se marchitan; su perfume
se extiende, dulce e intenso, con virtud curativa,
por todo el mundo, cerrando las heridas
provocadas por las ¿grandes obras? de los hombres.

Úrsula:
Este es la elevada sabiduría del ¿caminito?
que la ¿flor del Carmelo? nos enseñó.
Ahora veo que es éste, también, nuestro camino,
al igual que lo fue tuyo durante tanto tiempo.
Las obras externas, en su forma fija,
a las que estamos acostumbrados, y que nos dan confianza y amor,
no son lo esencial, ‑pueden ser destruidas‑,
quizás entonces nos abrimos a lo esencial.
Queremos permanecer fieles en nuestro puesto
el tiempo que a nuestro Dios le parezca.
Y nuestras ocupaciones tienen que ser asiduas
como si no necesitásemos pensar en el final.
Pues Él toma, mañana o pasado,
el amoroso trabajo de las manos diligentes,
y pensamos: El lo puede sin nosotros,
y le seguimos voluntariamente a donde Él nos conduce,
ya sea a Egipto o a Nazaret.

Ángela:
¿Dónde ha quedado ahora la preocupación por tus hijas?
¿Estás tan segura de que ellas entienden
el camino que tu mirada indica?
La juventud que quiere hacerse sentir,
¿cómo la diriges hacia una nueva ruta?

Úrsula:
No me asustas con esas preguntas.
Cierto es que no puedo responderte con una palabra,
lo cual me ayudaría….
Pero pienso que si llevo en el corazón
con especialísimo amor cada alma
que Dios me ha confiado, y como tú lo pides
y toda madre apremiadamente recomienda,
entonces, en el momento adecuado, me indicará
el Espíritu lo que cada una necesita.
El Señor conduce a cada uno por su propio camino,
y lo que llamamos ?Destino?, es el obrar del Artista,
del eterno artista, que crea la materia
y forma la imagen de alguna manera,
con sencillos toques de dedo y cinceladas.
No es materia muerta la que Él produce;
especial alegría es para el Creador
que bajo sus manos la imagen se mueva,
que la vida le venga al encuentro.
La vida que Él mismo metió dentro
y que desde el interior ahora responde
a las cinceladas y toques de dedo.
Así colaboramos con la obra artística de Dios.
Él no nos deja que nos formemos solos,
sino según sus advertencias; muy a menudo, no percibe
el hombre la suave voz que en él habla.
Percibe, quizás, los suaves golpes de ala
de la paloma, hacia cuyo vuelo le atrae
pero no entiende. Entonces alguien tiene que llegar,
dotado de oído muy delicado y vista muy aguda,
y que le informe del misterioso sentido de la palabra.
Este es el maravilloso don del guía,
lo más grande, que según una palabra de orden
del Creador otorga a la criatura
ser colaborador en la salvación de las almas.

Ángela:
Así se construye el santuario de Dios
a través del soplo del Espíritu,
y ten por seguro que no faltará nunca.
La viña que con esfuerzo crece,
quiere ser distinta de como era,
diversa de como la habías pensado.
Pero te queda aún una pregunta por resolver,
y cuya respuesta buscabas esta noche:
¿te está permitido llevar hacia un incierto destino
a nuevos hijos de los hombres?

Úrsula:
¡Qué insensatos me resultan ahora esos pensamientos!
Cuando la llamada de Dios resuena en un alma,
cuando Él la conduce a la puerta de nuestra casa
y llama ‑ ¿cómo no vamos a abrir
la puerta, los brazos y el corazón?
Él indica el camino y sabe también
que no es un camino equivocado que repentinamente desaparezca,
ningún camino falso que acabe en el desierto.
Que paso a paso indicará Él el camino,
estoy convencida. ¿Qué es la seguridad?
¿Dónde está el destino cierto? Vemos,
y esto es bueno, que seremos conducidas fuera,
como las obras malogradas
que amontonadas nos entablillan para la Eternidad.
Sólo una cosa es cierta: que Dios existe
y que Él nos sostiene con su mano.
Quiera por eso el mundo entero desplomarse en ruinas,
nosotros no nos derrumbamos si nos agarramos a Él.

Ángela:
Que todo esto asegure y fortalezca a las tuyas.
Amanece, un nuevo día comienza.

Úrsula:
Y le saludo como si yo hubiese nacido de nuevo,
con su tierna luz. Te agradezco
tu consuelo cercano en esta noche.
¡Oh! ?Cómo cumples fielmente con la promesa
que hiciste el día de tu separación,
de permanecer siempre en medio de nosotros
con Cristo, nuestro alimento celestial!
Por eso no te digo adiós.
La voz quiere enmudecer, la voz que
tan maternalmente sonó en mí esta noche.
Yo sé que la Madre me acompaña.
Con su bendición voy al día.


3 Te Deum laudamus

7‑12‑1940

Ambrosio:
(arrodillado en su habitación ante la Biblia abierta)

Ya se ha ido el último. Te doy gracias, Señor,
por esta hora de silencio en la noche.
Tú sabes que con gusto sirvo a tu grey;
y que un buen pastor de tus ovejas quiero ser,
por eso esta puerta está abierta día y noche
para que libremente entre el que quiera.
¡Ah, cuánto dolor y amarga necesidad se lleva dentro!
A menudo el peso es demasiado incluso para el corazón de un padre.
Pero tú, mi Señor, conoces nuestra debilidad,
y en el momento oportuno alivias el yugo que grava nuestras espaldas.
Me regalas paz, y en este libro santo
me hablas y derramas nueva fuerza en mi alma.

(Toma la Biblia, hace la señal de la cruz y comienza a leer en silencio)

Agustín:
(Aparece a la puerta y se queda vacilante)
Está solo, podría ir donde él
y contarle las luchas que hay en mi corazón.
Pero él habla con su Dios,
busca tranquilidad y recreo en la Escritura
después de un largo día de cansancio y cargas.
¡Oh no, no le molestaré!
Pero permaneceré un rato aquí arrodillado
para llevarme un poco de su paz.

(Se arrodilla)

Ambrosio:
(Levanta la mirada)

¿Qué pasa? ?No percibo un susurro en la puerta?

(Se levanta, se pone de pie)

Acércate amigo que llegas en la noche.
En la oscuridad no puedo reconocer quien eres.

(Va hacia la puerta con la lámpara)

¿Es posible? ?Agustín? ¡La paz sea contigo!
Venga, entra querido huésped.

(Lo coge de la mano, le lleva dentro y le hace sentarse. Él se sienta de frente)

Agustín:
¡Oh, cómo me avergüenza tu bondad, santo hombre!
No merezco tal bienvenida.

Ambrosio:
¿No recuerdas con qué alegría te saludé
la primera vez que me visitaste?
Me alegré de ver, entre los muros de mi Milán,
a la estrella de la oratoria
que asombró a Cartago,
que no tenía maestro igual en Roma.

Agustín:
¡Ah, si me hubieras visto sólo en el corazón!
Yo no era tan valioso como para que tus ojos me mirasen.

Ambrosio:
Te veía a menudo, cuando hablaba al pueblo.
Tus ojos ardientes estaban pendientes de mis labios.

Agustín:
De tu boca manaba sabiduría celestial.
Pero yo nada tenía que ver con la sabiduría.
Simplemente escuchaba cómo unías las palabras,
sólo la capacidad de encantar del orador me cautivaba.
Lo que dijiste ‑sobre la doctrina de Cristo‑,
no quería saberlo, me parecía vano,
por mis maestros refutado desde hacía mucho tiempo.
Y mientras las palabras escuchaba
su sentido me conquistaba sin darme cuenta.
Unas palabras de la Escritura que a menudo aparecían,
me penetraron en lo profundo y me hicieron pensar mucho:
¿La letra mata?, dijiste, ¿el Espíritu da la vida?.
Cuando los maniqueos se burlaban de la palabra de Cristo,
¿no era el motivo que, necios como eran,
sólo entendían literalmente lo que leían,
mientras que el espíritu permanecía escondido para ellos?

Ambrosio:
A ti, sin embargo, la luz del Espíritu te ha conquistado.
¡Gracias a Él, que del error te ha liberado!
¡Agradece también a aquella que tanto ha llorado por ti ante Él!
¡Oh, Agustín, agradece a Dios el don de tu madre!
Ella es tu ángel ante el trono de Dios;
su vida está en el Cielo, y su súplica cae,
como gotas continuas, en el cáliz de la Misericordia.

Agustín:
Sí, lo sé. ¿qué hubiera sido de mí sin ella?
¡Oh, cuántas lágrimas ardientes le he costado!
¡yo, hijo infiel, que no me lo he ganado!

Ambrosio:
Por eso, ahora, llora dulces lágrimas de alegría,
y todo dolor le será pagado generosamente.

Agustín:
Ya sus lágrimas eran de alegría,
cuando escapé de la red de los maniqueos.
Yo estaba sumergido en la noche, asaltado por las dudas,
pero ella me hablaba confortándome llena de coraje:
que el día de la paz no estaba lejos,
que ella me vería a salvo.

Ambrosio:
El mismo Dios le dio esta certeza.
Su fe tan sólida no le ha deludido.

Agustín:
Pero yo tuve que recorrer aún un largo camino.
Mis enseñanzas se volvieron insoportables,
la oratoria me aburría.
Buscaba la verdad, y no quise por más tiempo
confundir las mentes juveniles
con ilusiones variopintas.
En busca de soledad escapé de Milán,
pues mi espíritu se deshacía en ansiedad.

Ambrosio:
Yo te esperaba aquí. Con cuanto gusto deseaba,
con la ayuda de Dios, conducirte al puerto.

Agustín:
¡Cuántas veces me he parado ante este umbral!
Tú no me veías. Llegaron multitud de gentes
que buscaban ayuda en el buen pastor.
Yo observaba un poco y me iba en silencio.
A veces, como hoy, te encontraba solo,
sumergido en el estudio de libros amados.
Entonces no osaba reducir tu breve paz.
Me arrodillaba un poco, aquí, cercano a ti,
y con prudencia me iba despacito.
Si no me hubieses descubierto
también hoy hubiese sucedido lo mismo.

Ambrosio:
Gracias a mi ángel que hacia ti dirigió mis ojos.
Ahora, dime, ¿qué te ha conducido hasta aquí?

Agustín:
Ya te escribí, que la luz de Dios me alcanzó.
Ante mis ojos apareció toda la miseria de mi vida.
Eso me ahogaba, oprimía mi pecho,
no podía respirar en casa más tiempo,
y hui fuera, al abierto.
Busqué un lugar tranquilo en el jardín,
hui incluso de la presencia del Amigo fiel.
Un torrente de lágrimas se abrió camino.
De la casa vecina me llegó claramente
una voz de niño que cantaba.
Percibí sus palabras: ¿Toma y lee?.
Y nuevamente sonaba en mis oídos,
como los niños que incansablemente repiten.
Pero a mí me parecía como si llegase de otro mundo:
¡Es la llamada de Dios! Me levanté y fui deprisa
donde Alipio estaba sentado y pensando.
El libro estaba junto a él, abierto donde yo leía.
Lo tomé en mis manos: allí estaba la Sabiduría
que claramente encontré en las palabras del Apóstol:
¿Abandonad las comilonas y borracheras
y los placeres impuros;
renegad de las discordias y de la ambición,
y revestíos de Cristo, el Señor.?
Pasaba la noche y comenzaba a amanecer.
Me puse en camino al encuentro del Señor
con mi amigo Alipio.

Ambrosio:
A Dios gracias, que tuvo misericordia de ti.
¡Qué admirables son tus caminos, Señor!

Agustín:
Te escribí pidiendo consejo
y me recomendaste un buen maestro.
En las palabras del profeta Isaías encontré
al Siervo de Jahwe, al Cordero que por nosotros sufrió,
y que cada vez más claramente aparecía ante mis ojos.
No nos apresuramos en ir a ti, pero ahora
en humildad y con deseo ardiente venimos a pedirte:
que nos conduzcas a la fuente del bautismo
y nos limpies de toda culpa.

Ambrosio:
¡Oh, bendito seas amadísimo hijo!
Nunca, con tanta alegría, he conducido a alguien
a la santa fuente que vida nueva otorga.
Date prisa y tráeme a tu fiel amigo.

Agustín:
Otro más te traemos:
Adeodato, mi querido hijo.
Un hijo fruto del pecado, de mi pecado;
ahora hijo de la gracia por la bondad de Dios.
Es un jovenzuelo en años
pero en sabiduría más maduro que su padre.
Su corazón íntegro lleva al Señor,
y son los corazones puros los que ven a Dios.

Ambrosio:
Pronto nos iluminará un día tres veces beato.
¡Oh, Agustín! no vuelvas nunca más la mirada a la oscuridad.
Ante mi está ahora tu camino resplandeciente.
La luz, que Dios ha encendido en tu espíritu,
iluminará por mucho tiempo,
y la Iglesia entera se colmará de ella.
E incontables corazones se encenderán
del amor que en tu corazón arde.
¡Oh!, mira conmigo hacia el trono del tres veces Santo.
¿No percibes el coro de los espíritus beatos?
Cantan santos himnos de alabanza,
colmados de agradecimiento y de inefable alegría,
porque el hijo perdido regresa al Padre.

(Los dos se ponen de pie y escuchan; entonces Ambrosio entona:)

Ambrosio:
Te Deum laudamus: te Dominum confitemur.
Te æternum Patrem, omnis terra veneratur.
Tibi omnes angeli, tibi cæli et universæ potestates:
tibicherubim et seraphim incessabili voce proclamant:
Sanctus, Sanctus, Sanctus Dominus Deus Sabaoth.
Pleni sunt cæli et terra maiestatis gloriæ tuæ.

Agustín:
(Canta la segunda estrofa; se van alternando sucesivamente acompañados por coros invisibles)

Te gloriosus Apostolorum chorus,
te prophetarum laudabilis numerus,
te martyrum candidatus laudat exercitus.
Te per orbem terrarum sancta confitetur Ecclesia,
Patrem immensæ maiestatis;
venerandum tuum verum et unicum Filium;
Sanctum quoque Paraclitum Spiritum.
Te rex gloriæ, Christe.
Tu Patris sempiternus et Filius.
Tu, ad liberandum suscepturus hominem,
non horruisti Virginis uterum.
Tu, devicto mortis aculeo,
aperuisti credentibus regna cælorum.
Tu ad dexteram Dei sedes, in gloria Patris.
Iudex crederis esse venturus.
Te ergo quæsumus, tuis famulis subveni,
quos pretioso sanguine redemisti.
Æterna fac cum sanctis tuis in gloria numerari.

4 Diálogo nocturno

La Madre:
(de noche, en su celda; se ha dormido mientras escribía. Se despierta sobresaltada. Se cae la pluma de la mano cansada)

¡Pensaba hacer hoy tantas cosas …!
Pero ya es casi media noche y la naturaleza
exige sus derechos y no admite restricciones.
Trataré de acabar una carta.
(Escribe un poco; la cabeza se le cae nuevamente sobre la mesa.
Tocan dos veces al timbre. Se despierta.)
¿El torno a media noche?

(Llaman a la puerta)

Ahora llaman a la puerta. ?Se abre!
¡Oh, Dios mío! ¡Socorro!

(Una figura femenina entra vestida de peregrina y dice:)

¡La paz sea contigo!
¡No temas! La ¿nocturna? que se te acerca
viene a suplicarte, y no tiene más arma
que estas manos alzadas.

Madre:
¡Habla entonces!
Con gusto haré lo que pidas
si está en mis manos. El miedo ha desaparecido.
Tu palabra es humilde, tu mirada llena de paz,
como si viniese de la lejana Eternidad,
y nostalgia celestial despierta en mi corazón.
Pero ven aquí y descansa, que largo camino has recorrido.

(La invita a sentarse)

La extranjera:
¡Gracias por tu bondad! Sí, vengo de lejos,
de tierra en tierra, de puerta en puerta.
En busca de refugio he ido.

La Madre:
(habla para sí)

¿En busca de refugio? ¡Cómo me conmueve esta palabra!
Me hace recordar a la Purísima, a la Inmaculada,
que un día, en este tiempo, buscaba refugio.

(Se arrodilla)

Dime, ¿no serás tú la Virgen María y Madre?

La extranjera:
No, no soy yo, pero la conozco muy bien,
y mi dicha está en servirla.
Yo soy de su pueblo, de su sangre,
y un día arriesgué mi vida por este pueblo.
Pensarás en ella cuando oigas mi nombre.
Mi vida es imagen de la suya.

La Madre:
¡Jeroglífico difícil de resolver!
¿Cómo puedo entenderlo?
¿Eres tú una de esas mujeres que llamamos Modelo?
¿Tú arriesgaste la vida por tu pueblo?
¿Y no tenías más arma
que unas manos suplicantes?
Entonces tu tienes que ser Ester, la reina.

Ester:
Así me han llamado. Y tú conoces mi historia.

La Madre:
Tanto cuanto se dice en la Escritura.
Siempre me ha conmovido:
una tierna niña que perdió padre y madre.

Ester:
Mi buen tío fue para mi padre y madre.
Pero sobre todo porque me condujo al verdadero Padre,
el Padre de todos que está en el Cielo.
El corazón del tío ardía apasionadamente
en el celo por Dios y por su pueblo.
Para ellos me educó. Y aunque crecí
lejos de la patria, vivía protegida
como en el silencio del santuario de Dios.
Los sagrados libros de mi pueblo leí;
un pueblo que en el exilio era esclavo,
y que ardientemente suplicaba la venida del Salvador.

La Madre:
¡Igual que Nuestra Señora! Y como a ella
un destino imprevisto te alcanzó.

Ester:
Los mensajeros del rey recorrían las tierras
en busca de la más hermosa esposa para el rey.
Yo fui conducida a la corte, y no imaginaba
que, justo en mí, el rey fuera a fijar su mirada.

La Madre:
Cuando esto leí en el Libro de los libros,
se me hizo como un nudo en el corazón,
viendo tu alma sufrir en su interior
deshaciéndose en lágrimas.

Ester:
Ciertamente fue difícil.
Pero era la voluntad de Dios,
y así permanecí en la corte como la sierva del Señor.
Mi fiel tío me siguió.
Venía a menudo a la puerta del palacio y
me traía noticias de las necesidades y peligros de nuestro pueblo.
Así llegó el día en que tuve que acercarme al rey
para suplicar su protección ante el enemigo.
Para mi se decidía la vida o la muerte.
Me apoyé en los hombros de mis siervas.
Ya no temía la ira de mi esposo.
Con gran delicadeza dirigió sus ojos hacia mi.
Lleno de benevolencia me señaló con el cetro.
Entonces mi espíritu se extasió más allá del espacio y del tiempo.
Más allá de las nubes había otro trono,
donde mora el Señor de los señores, ante el cual
todo reino de la tierra es vanidad.
Él mismo, el Eterno, se inclinó ante mi
y me prometió la salvación de mi pueblo.
Caí como muerta ante el trono del Altísimo.
En los brazos de mi esposo me reencontré.
Me habló amorosamente y me prometió
cumplir mis deseos, fuese lo que fuese.
Así libró el Altísimo a su pueblo
de las manos de Amán,
por medio de Ester, su sierva.

La Madre:
Hoy un nuevo Amán ha jurado
con un odio amargo la ruina del mismo pueblo.
¿Es, quizás, por eso que Ester ha regresado?

Ester:
Tú lo has dicho.
Sí, voy vagando por el mundo,
implorando refugio para los que no tienen patria,
para el pueblo expulsado y pisoteado
que no debe morir.

La Madre:
¡Qué curioso!
Entonces, ¿no has muerto como mueren todos los hombres?
¿Igual que Elías fuiste raptada,
‑y como se dice de él‑, vagas como peregrina?

Ester:
Morí como todo hombre, y fui enterrada
con real esplendor; pero mi alma
fue acompañada por su ángel protector
hasta el lugar de la Paz, donde encontró
su dicha en el seno de Abraham, junto a sus Padres.

La Madre:
¿En el seno de Abraham, como Lázaro?

Ester:
Como todos los que fielmente sirven al Señor.
Allí descansábamos en paz,
aunque lejos de la luz y por eso ansiosos de ella.
Pero llegó el día en que se resquebrajó
la creación entera. Todos los elementos
tambalearon ante una situación de rebeldía.
La noche cubrió el mundo en pleno día.
Y en medio de la noche, como iluminada por un rayo de luz,
apareció sobre un monte pelado una cruz,
y en la cruz colgaba uno que sangraba por mil heridas;
a nosotros nos entró sed
de la salvación que de estas llagas manaba.
la cruz desapareció en la noche, pero nuestra noche
fue improvisadamente iluminada por una nueva luz,
una luz que con nada se puede comparar: dulce y beata.
Provenía de las llagas de aquél hombre
apenas recién muerto sobre la cruz;
de repente apareció en medio de nosotros.
Él era la misma luz,
la luz eterna, esperada desde antiguo,
resplandor del Padre y salvación de su pueblo.
Abrió sus brazos y nos habló
con una voz celestial:
¿Venid a mi todos los que fielmente servisteis al Padre
y vivisteis con la esperanza en el Salvador;
mirad, él está con vosotros,
os conduce al Reino de su Padre?.
Lo que entonces ocurrió, no hay palabras que lo describan.
Todos nosotros, que esperábamos la beatitud,
habíamos alcanzado la meta en el Corazón de Jesús.

La Madre:
¡No sigas!, si no quieres romper mi corazón
con ansias de tan grande beatitud.
O mejor, sigue hablando de la Patria.

Ester:
En el espejo de la eterna claridad contemplaba
lo que ocurría aquí en la Tierra.
Vi a la Iglesia nacer de mi pueblo; de su corazón
un tierno retoño florecía del vástago
de David: la Inmaculada.
Vi como del corazón de Jesús fluía
la plenitud de la gracia al corazón de la Virgen,
y de allí, a todos los miembros, como corrientes de agua viva.
Y llegó el día en que la Beata
fue llevada por los coros angélicos
hasta el trono del Altísimo.
Su cabeza estaba adornada con una corona de estrellas.
Sólo entonces, supe que desde la eternidad
fui asociada a ella por la Sabiduría divina.
Mi vida sólo era un resplandor de la suya.

La Madre:
¿Y has abandonado la luz beata
para caminar nuevamente en la Tierra?

Ester:
Ese es su deseo y también el mío.
La Iglesia ha florecido, pero gran parte
del Pueblo está lejos del Señor, y de su madre,
como enemigo de la Cruz.
Sigue vagando y no encuentra paz;
es objeto de escarnio y desprecio.
Así será hasta la última batalla.
Pero antes de que la Cruz aparezca en el cielo,
antes de que Elías venga a reunir a los suyos,
recorrerá las silenciosas tierras el Buen Pastor.
Y en los abismos, recogerá un corderito
y lo abrazará junto a su corazón.
Y otros muchos lo seguirán.
Allí arriba, ante el trono de la Gracia,
no deja de interceder la Madre por su pueblo.
Ella busca almas que la ayuden a orar.
Porque sólo, cuando Israel haya encontrado al Señor,
sólo entonces, cuando sea acogido por los suyos,
vendrá en el esplendor de su Gloria.
Y esta segunda venida tiene que ser pedida con solicitud.

La Madre:
Ahora entiendo. Como una vez tu misión consistió
en preparar el camino,
ahora vienes para abrir el camino del Reino.
¿Comprendo ahora tu mensaje?
La Reina del Carmelo te envía.
¿Dónde podría encontrar corazones dispuestos,
si no en su silencioso santuario?
A su pueblo, que es el tuyo, ‑tu Israel‑,
yo le ofrezco refugio en mi corazón
Orando y sacrificándome en lo escondido
para llevarlo al Corazón del Salvador.

Ester:
Puesto que has comprendido, ya puedo marcharme.
Estoy segura de que no te olvidarás del huésped
que a ti vino a medianoche.
Nos veremos nuevamente en el gran día,
cuando sobre la cabeza de la Reina del Carmelo
brille una corona de estrellas
porque las doce tribus han encontrado a su Señor.
A Dios!


5 San Miguel

Arcángel San Miguel:
(sale por la puerta celeste)

Ustedes ya me conocen ‑ esta gran espada lo dice.
Yo soy el que lucha por el Señor.
Por entonces, cuando Lucifer se reveló
queriendo ser igual que Dios,
mi voz retumbó en el Cielo:
¿Quien puede compararse con Dios?
Todos los ángeles fieles me siguieron.
Satanás se precipitó al abismo profundo.
Por eso soy yo ahora el jefe de los ejércitos
que contra Satanás y sus seguidores combaten
en esta horrible guerra mundial,
que cual fuego devorador destroza a todos los países.
Mi especial protección cae sobre aquellos que a mí se confían.
Ellos pueden esperar mi segura asistencia
si me regalan lo que yo particularmente amo.
Si me consagran un niño
yo lo protegeré.
Crecerá y se hará fuerte y grande,
pero pequeño, muy pequeño en humildad.
Su casa entera protegeré
de la amenaza de cualquier peligro.
Algo más quiero compartir con ustedes,
algo que debieran escribir en sus corazones.
Muchas bendiciones han de originarse por ello:
escondido un tesoro permanece entre ustedes,
un tesoro tan grande que ni siquiera en el Cielo
se puede encontrar algo tan hermoso y sublime.
El corazón necesitan para resolver este enigma.
¿Por qué esta casa es la puerta del Cielo?
¿Qué hace que este tesoro sea tan valioso?
¿Qué forjan aquí tantos corazones juntos?
Es el Corazón, el Rey de los corazones,
punto central y corona:
el Sagrado Corazón de Jesús.
¡Oh! Estate atento a sus suaves palabras,
esas palabras que en fondo del Corazón hablan.
Aprende el silencio, aprende a estar sereno.
Convéncete de que se harán milagros en tu corazón,
y si ¿reina la paz en tu corazón?
entonces, esa paz vendrá también al mundo.
Y si a mi no me creen
escuchen estos testimonios,
sus hermanos y hermanas que están en el Cielo.

(Se presentan el rey San Esteban y San Alfonso)

Rey San Esteban:
En el Este se encuentra mi hogar,
la bella Hungría que tanto amo.
El orgulloso pueblo Magyar
de mi aprendió a cargar el yugo,
el yugo suave del Sagrado Corazón de Jesús;
y a servir a la Gran Mujer,
la dulce sierva María.
Todo esto es uno: quien a María sirve
ha de consagrarse al Sagrado Corazón.
Para nuestra amada Señora sólo una alegría existe,
una alegría que dulce y grande es: cuando ve
que los corazones de sus hijos totalmente están
consagrados al corazón de su Hijo.

San Alfonso:
Esta verdad yo puedo confirmarla también.
Por amor a la Sierva del Señor
tuve que recorrer el camino del Buen Pastor,
cargar sobre mis espaldas las ovejas descarriadas
y conducirlas al Sagrado Corazón
y allá lavarlas en tal preciosísima sangre.
El corazón de Jesús y María es uno sólo,
y este corazón es el ¿Puerto de la Paz?.

San Miguel:
¡Un Santo Rey y un Santo Obispo!
Ustedes han escuchado su testimonio.
Pero ahora escuchen a estos tres
que visten el hábito marrón
de su Santa Orden.

(Sor Isabel de la Trinidad, Sor Miriam de Jesús Crucificado y Juan de la Cruz)

Sor Isabel:
¿Conocen ustedes a la pequeña Hermana, que en su corazón
conoció el sello de la Trinidad,
y que nunca lo quiso abandonar?
Pero reflexionen: su nombre era ¿la casa del Pan?.
Nosotros llevamos a la Trinidad en nuestro corazón
siempre que nos alimentamos con el pan de vida
que ha venido del Cielo.
Entonces nuestro corazón se une al Sagrado Corazón,
el verdadero sello de la Trinidad.
¿Saben donde aprendí yo esta sabiduría?
La encontré en el corazón de nuestra Madre,
corazón inmaculado de la Sierva de Dios.
Este corazón nunca se ha alejado
del Sagrado Corazón, el corazón de su amado hijo.
Por eso este corazón estaba siempre unido a la Trinidad
y descansaba siempre en profunda paz.

Sor Miriam:
La dulce Madre fue también mi madre.
La niñita árabe de rostro moreno,
nacida en la tierra donde Jesús vivió,
donde Nuestra Señora era peregrina
y cuyo nombre recibí con alegría.
Cuando perdí a mi madre y a mi padre,
a ella consagré toda mi vida
y de ella recibí especial protección.
Cuando un asesino quiso matarme,
encontré en sus brazos la vida.
Por caminos maravillosos me condujo
a la tierra del Carmelo
desposándome con Jesús Crucificado.
Ella me enseñó a cumplir los deseos del Corazón Traspasado,
la vida de este Corazón me hizo comprender:
el espíritu del amor.

Juan de la Cruz:
Un elegido de la Sierva de Dios
desde la tierna infancia ‑así deben conocerme‑.
Por Ella en el pozo salvado,
por Ella de la cárcel liberado.
Ella me enseño a amar sobre todo la Cruz.
Esa Cruz, que elevándose desde el Sagrado Corazón,
derriba con el fuego de la llama de amor viva.
En la cruz hallé la paz más sabrosa.
Para mi fue el camino hacia la Santísima Trinidad.
Créeme, yo lo he experimentado:
Calvario y Carmelo son una misma cosa.
A los pies de la Cruz está Nuestra Madre,
Reina y Gloria del Carmelo,
Reina que es de la Paz.
Implora con nosotros; ella nos escuchará:

(La Reina del Carmelo aparece. Todos cantan:)

Flos Carmeli, vitis florigera
Splendor Coeli, Virgo puerpera
Singularis.
Mater mitis, sed viri nescia
Carmelitis da privilegia,
Stella Maris.

Filiarum Cordi suavissimo
Cor tuarum illi mitissimo
O inclina!
Pacem rogamus, audi clementes nos,
te obsecramus, Juva potentes nos,
O Regina!