Diario

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Índice: Santa Isabel de la Trinidad, Diario
             
Lunes 30 de enero [1899]     1
Purificación [2 de febrero de 1899]     2     3
Lunes 6 de febrero [1899]     4     5
Viernes 10 de febrero [1899]     6     7
Domingo 12 de febrero [1899]     8     9     10
Martes 14 de febrero [1899]     11
Ceniza [15 de febrero de 1899]     12
Lunes 20‑2 [20 de febrero de 1899]     13     14     15
Viernes 24‑2 [24 de febrero de 1899]     16
Miércoles 1‑3 [1 de marzo de 1899]     17
Sábado 43 [4 de marzo de 1899]     18
Domingo 5‑3 [5 de marzo de 1899]     19     20
[Creados a imagen de Dios] Lunes mañana 6‑3 [6 de marzo de 1899]     21     22
[La oración] Lunes noche     23     24
La vida. Martes mañana [7 de marzo de 1899]     25
La eternidad. Martes noche     26     27     28
La palabra de Dios. Miércoles mañana [8 de marzo de 1899]     29
[La vanidad de lo terrestre] Miércoles noche     30
La penitencia. Jueves mañana [9 de marzo de 1899]     31     32
El pecado. Jueves noche     33     34
La confesión. Viernes mañana [10 de marzo de 1899l     35
[La muerte] Viernes noche     36     37
La confesión (continuación) Sábado mañana [11 de marzo de 1899]     38     39
Domingo mañana [12 de marzo de 1899] La confesión general (continuación)     40     41
[Celo de almas] Domingo a las 5     42     43     44     45     46
Segunda semana. Lunes mañana [13 de marzo de 1899] La confesión (continuación y fin)     47     48
Lunes a las 5 de la tarde     49     50
El Juicio. Lunes noche     51     52
El mundo I. Martes mañana [14 de marzo de 1899]     53     54
La impureza. Martes noche     55     56
Miércoles mañana. [15 de marzo de 1899]     57
El mundo (continuación, II). Miércoles a las 11     58
Pruebas del infierno. Miércoles noche     59     60
El mundo (continuación, III) Jueves mañana [6 de marzo de 1899]     61     62
[Las ocasiones peligrosas] Jueves noche     63     64
[El sufrimiento] Viernes a las 8 [17 de marzo de 1899]     65     66
El mundo (continuación, IV, fin). El liberalismo. Viernes a las 11     67     68
La misericordia divina. Viernes noche     69     70
La caridad. Sábado a las 6 de la mañana [18 de marzo de 1899]     71     72
La tentación. Sábado a las 9 de la mañana     73
Domingo mañana [19 de marzo de 1899]     74
La oración. Domingo a las 10 de la mañana     75
Las tres cualidades de la mujer cristiana. Domingo a las 3     76
La oración (continuación y fin). Lunes-mañana [20 de marzo de 1899]     77     78
[El ejemplo de la vida religiosa] Lunes a las 9 de la mañana     79     80
Lunes noche     81     82
La meditación. Martes mañana [21 de marzo de 1899]     83
La mujer de vida interior. Martes a las 9 de la mañana     84
La santificación del domingo. Martes noche     85
La meditación. Miércoles a las 6 de la mañana [22 de marzo de 1899]     86     87
La caridad. Miércoles a las 9 de la mañana     88     89
La confianza en María. Miércoles noche     90     91     92
Jueves a las 6 de la mañana (23 de marzo de 1899]. Devoción a María     93
El espíritu de sacrificio. Jueves a las 4,30 de la tarde     94     95
Viernes a las 6 de la mañana [24 de marzo de 1899] N. Sra. de los Siete Dolores [La casa cristiana]     96     97     98
Viernes noche     99     100
Sábado a las 6 de la mañana [25 de marzo de 1899]     101     102
El pecado venial. Sábado a las 9 de la mañana     103     104
Domingo [26 de marzo de 1899]     105
La santa Eucaristía. Domingo a las 3     106     107
El amor divino Lunes mañana [27 de marzo de 1899]     108     109
La piedad Lunes a las 9     110
Lunes noche     111
La perseverancia. Martes a las 6 de la mañana. [28 de marzo de 1899]     112
Las devociones para excitar la piedad. Martes a las 9 de la mañana     113     114
La conversión. Martes noche     115
La misa. Miércoles a las 6 de la mañana [29 de marzo de 1899]     116     117
La soledad del alma. Miércoles a las 9 de la mañana     118     119
Día del Amor. Jueves Santo [30 de marzo de 1899]     120
A las 11     121
La santa Eucaristía. [Jueves] Noche     122     123
Viernes Santo [31 de marzo de 1899]     124
La Pasión. Viernes noche     125     126
Sábado Santo [1 de abril de 1899]     127
Pascua [2 de abril de 1899]     128
Clausura de la misión. Domingo noche     129     130     131     132     133
Miércoles de Pascua [5 de abril de 1899]     134     135     136     137
Los Ejercicios. Marte-noche [23 de enero de 1900]     138
Miércoles mañana, 24 de enero [de 1900]     139     140
El pecado. Miércoles noche     141     142
La muerte. Jueves mañana, 25 de enero [de 1900]     143     144
Jueves tarde     145     146
El juicio final. Viernes mañana, 26 de enero [de 1900]     147     148
Viernes noche     149     150
Sábado por la mañana, 27 de enero [de 1900]     151     152     153
Sábado noche     154     155     156


 








Lunes 30 de enero [1899]
1. He tenido hoy la alegría de ofrecer a mi Jesús varios sacrificios sobre mi defecto dominante, ¡pero cuánto me han costado! En esto reconozco mi debilidad. Cuando se me hace una observación injusta, me parece como si la sangre hirviese dentro de mis venas; todo mi ser se rebela. Pero Jesús estaba conmigo. Sentía su voz en el fondo de mi corazón y entonces me sentía dispuesta a sobrellevarlo todo por su amor…
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Purificación [2 de febrero de 1899]
2. En cada fiesta de María renuevo mi consagración a esta buena Madre.
Hoy, por tanto, me he consagrado a ella y una vez más me he arrojado en sus brazos. Con la más entera confianza le he encomendado mi porvenir, mi vocación. ¡Oh!, puesto que Jesús no quiere todavía nada de mí, que se cumpla su voluntad, pero que yo [me] santifique en el mundo. Que el mundo no, me impida ir a El; que las futilidades de la tierra no me entretengan, que no me apegue a ellas. Soy la esposa de Jesús. Estamos tan íntimamente unidos…
Nada será capaz de separarnos. ¡Oh! Que me muestre siempre digna de mi Esposo amado, que no eche a perder todas las gracias que me ha concedido y tenga la felicidad de demostrarle mi amor.


3. Al fin de la Cuaresma vamos a tener una gran Misión. Ya estoy rezando por el éxito. ¡Ah, cuánto deseo llevar almas a mi Jesús! Daría mi vida por la salvación de una sola de esas almas a quienes Jesús tanto ha amado. ¡Ah! Quisiera darle a conocer y hacerle amar por todos los hombres. Soy tan feliz por pertenecerle. Quisiera que el mundo entero se colocara bajo su yugo tan suave y su carga tan ligera.
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Lunes 6 de febrero [1899]
4. Desde hace tres días he podido ayunar por la mañana sin que mi mamá lo sospeche. ¡Oh! Qué contenta estoy de poder [ofrecer] esta pequeña mortificación a mi amado Jesús. Cada noche, siguiendo el consejo del P. Chesnay en los Ejercicios, anoto en un cuadernillo las victorias y las derrotas. De este modo podré constatar si verdaderamente adelanto o no en el camino de la perfección.


5. El viernes, sábado y domingo tendrán lugar los cultos de la Adoración perpetua en nuestra parroquia. Me alegro de ir a las Completas cada tarde a las ocho, de poder recibir a mi Jesús los tres días seguidos, ir a rezarle
al pie del altar y hablar con El en un dulce diálogo…
Predicará los sermones mi antiguo confesor. Me gustaría verle y hablarle de mi vocación. ¡Ah! Cuántas veces he echado de menos su dirección enérgica y exigente. El señor Párroco es excelente, incluso demasiado bueno. Le falta severidad, me deja caminar demasiado dulcemente. El otro día dije a mamá que quería dejarlo y dirigirme con el Padre Chesnay, el predicador de los Ejercicios, pero a mamá no le ha gustado y en adelante no hablaré más de ello.
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Viernes 10 de febrero [1899]
6. Me he confesado hoy y he quedado plenamente satisfecha. He hablado de mis Ejercicios a mi director, le he dicho todas mis resoluciones y todas las gracias de que el Señor me ha colmado durante estos días. Me aconseja que me acuse en cada confesión de mis faltas en los propósitos que he hecho. Me asegura que así haré muchos mayores progresos. Oh, Jesús mío, deseo tanto progresar para que me améis todavía más. Oh, sí, Jesús, estoy celosa de vuestro amor y os amo tanto que creo morir por momentos…
Mamá ha notado que no desayuno por la mañana y me ha reprendido mucho. ¿Debo seguir haciéndolo? No lo creo.


7. Esta mañana no he tenido la satisfacción de comulgar por no haberme podido confesar hasta esta tarde. Estaba desolada. Pero me voy a resarcir en estos días. El lunes y martes son las Cuarenta Horas. Recibiré la visita de Jesús cuatro días seguidos. ¡Oh!, ¡cuánto me alegra esta perspectiva! ¡Pobre Jesús! Quisiera pasar estos días junto a El, para consolarlo del olvido e ingratitud de los hombres, pero El sabe que no es falta mía, y le ofrezco este sacrificio. Pero ya que El está en mí, ya que vive en mí, ¡ah!, al menos le hablaré en el fondo de mi corazón, le ofreceré algunos sacrificios que le demostrarán cuánto le amo y cuánto deseo sufrir y expiar con El. ¡Oh, Jesús, mi amor, mi vida, mi Esposo amado! Te pido la cruz. Dame tu cruz. Quiero compartirla contigo. Tú has sufrido mucho por mí. Quiero ahora consolarte. Me cargo con los pecados del mundo. No veas más que a mí; castígame a mí, soy tu víctima. Soy también tu esposa y la confidente de tu corazón. ¡Oh, gracias por esta hermosa porción!…
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Domingo 12 de febrero [1899]
8. ¡Oh!, ¡qué tres días maravillosos acabo de pasar! Por la tarde, antes de la función de las ocho, he estado media hora larga en adoración ante el Santísimo Sacramento. ¿Quién podrá expresar la dulzura de estos diálogos en los que uno no se cree ya en la tierra y donde no se ve, no se oye más que a Dios? Dios, que habla al alma. Dios, que le dice cosas tan dulces. Dios, que le pide sufrir. Jesús, en fin, que desea un poco de amor para consolarlo…
¡Ah! Durante esos divinos coloquios, estos éxtasis sublimes, con cuánto ardor pido a Jesús su cruz; esa cruz que es mi sostén, mi esperanza. Esa cruz que quiero compartir con el Maestro, que se digna reservarme una parte tan hermosa, escogerme para confidente, para consolar su Corazón. ¡Ah!, con mi amor, mis atenciones, mis sacrificios, mis oraciones quiero hacerle olvidar su dolores. Quiero amarlo por todos los que no lo aman, quiero hacer volver a El estas almas que El ha amado tanto.


9. Quisiera conducir a Jesús el alma de nuestro casero hombre excelente, tan caritativo como se puede ser. He ofrecido varias comuniones por esta alma y cuento con la misión para llevar a cabo esta bella obra. ¡Ah! Si pudiera tener una pequeña parte en esta conversión. Señor, ¿sería demasiada dicha? ¡Qué no sufriría yo por esto!… Buen Maestro, aumentad mis sufrimientos, os ofrezco mi vida por la salvación de esta alma.


10. Los sermones del señor Sellenet han sido estupendos. Lo he oído con gran gusto hablar de la Eucaristía durante estos tres días que se han pasado demasiado pronto. Me hubiera gustado visitar a mi antiguo director y hablar con él. El Señor no lo ha querido. Hágase su voluntad.
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Martes 14 de febrero [1899]
11. Me alegraba pensando que podría comulgar también hoy. Así habría recibido durante cuatro días seguidos la visita del Amado. Era demasiada felicidad. Como vi que esto contrariaba a mi madre, he hecho este gran sacrificio, que he ofrecido a mi Jesús.
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Ceniza [15 de febrero de 1899]
12. Esta mañana he recibido la ceniza. Hoy comienza la santa Cuaresma.
He comulgado y pedido a Jesús que me ayude a pasar santamente esta Cuaresma; que por mis oraciones y sacrificios consuele un poco su Corazón. ¡Ah! Que le lleve almas para probarle mi amor, pues lo amo tanto. ¡Oh!, sí, le amo hasta morir de amor. Y, sin embargo, se lo demuestro tan mal. Se acerca la misión.
Ruego con todo mi corazón para que ella sea un éxito más allá de toda esperanza. ¡Jesús sería tan feliz! Buen Maestro, dadme vuestra cruz, os lo suplico. Quiero compartirla con Vos, que la habéis llevado por mí. Quiero ayudaros ahora. Gracias por la hermosa porción que me habéis reservado…
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Lunes 20‑2 [20 de febrero de 1899]
13. Estoy leyendo ahora El camino de perfección, de Santa Teresa. Esta lectura me interesa muchísimo y me hace bien. La Madre Teresa dice cosas tan buenas sobre la oración y sobre la mortificación interior, esta mortificación que deseo tan vivamente conseguir con la ayuda del Señor. Ya que no me puedo imponer grandes sufrimientos por el momento, puedo al menos a cada instante del día inmolar mi voluntad.


14. ¡La oración! Cómo me gusta la manera como Santa Teresa trata de este tema, cuando ella habla de la contemplación, ese grado de oración en el que Dios hace todo y nosotros no hacemos nada, donde El une nuestra alma tan íntimamente a Sí que ya no vivimos, sino que es Dios quien vive en nosotros, etc. Oh, he reconocido allí los momentos de éxtasis sublimes adonde el Señor se ha dignado elevarme durante estos Santos Ejercicios y también después. ¿Qué le daré por tantos beneficios? Después de estos éxtasis, estos arrobamientos sublimes en los que el alma olvida todo y no ve más que a su Dios, ¡qué dura y penosa parece la oración ordinaria, con qué pena hay que trabajar en recoger las potencias, cuánto cuesta esto y qué difícil parece!…


15. No podría decir todo el bien que me hace este libro de Santa Teresa, que se dirige, sin embargo, principalmente a sus hijas carmelitas. Ella habla muy bien de la amistad.
«Oh. qué verdadera y perfecta amistad la de una persona o una religiosa que trabaja en el bien espiritual de su prójimo anteponiendo sus intereses a los propios. Una tal amistad vale mil veces más que la que se podía testimoniar en el mundo con las palabras de ternura de que se usa demasiado.
vosotras, hijas mías, dice Santa Teresa, dejadlas para vuestro Esposo, habiendo de pasar tanto tiempo con El y estar solas con El. No os sirváis de ellas más que cuando le habléis a El»
Oh, Jesús mío, sí, lo confieso, he amado demasiado a las criaturas, me he entregado demasiado a ellas y deseado demasiado su amor. O, mejor, no he sabido amar, amar divinamente. Pero ahora, lo siento, no tengo otra cosa que a Vos, y sobre todo, Amado de mi corazón, no quiero ser amada sino por Vos.
«Ah, dice también Santa Teresa, si se cree que las almas que se han dado a Dios no saben amar sino a El, se engañan. Aman también al prójimo y con un amor más grande, más fuerte, más verdadero, con más pasión que los demás. En fin, digo que a esta manera de amar pertenece este nombre de amor y no a los bajos afectos de la tierra. Pues cuando estas almas aman a una persona, procuran llevarla a amar a Dios para que sea amada de Dios. Saben que si no está en ellas el amor divino, la muerte debe romper el vínculo que los une»
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Viernes 24‑2 [24 de febrero de 1899]
16. He ido a confesarme esta mañana. Hace ya varias veces que me quedo mucho más contenta de mi director. Hoy he hecho una confesión casi ideal. Mi director me ha hablado tan bien de la mortificación interior… Dios ciertamente le había inspirado, pues es en lo que trabajo después de los Ejercicios.
Ya que no puedo casi imponerme mortificaciones, debo persuadirme de que el sufrimiento físico y corporal no es más que un medio, excelente por cierto, para llegar a la mortificación interior, al desasimiento de sí mismo. ¡Oh, Jesús, mi vida, mi amor, mi esposo, ayudadme! Es necesario absolutamente que yo llegue a eso, a hacer en todas las cosas lo contrario de mi voluntad. Jesús, buen Maestro, supremo amor, os inmolo mi voluntad, que sea una con la vuestra. Oh, os lo prometo. Me esforzaré todo lo que pueda para ser fiel a este propósito que he tomado de renunciarme siempre. Esto no me es siempre fácil, pero con Vos, mi fuerza, mi vida, ¿no tengo segura la victoria?
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Miércoles 1‑3 [1 de marzo de 1899]
17. La Misión se acerca y yo redoblo mis oraciones por su éxito y particularmente por la conversión de esa alma que quiero absolutamente llevar a Dios. Esta idea me persigue día y noche. Esta mañana he comulgado por el comienzo del mes de San José y he pedido a este gran Santo, en quien tengo mucha confianza, que me ayude en la conversión de este pecador.
No sé ya qué decir para llegar al corazón de Dios. ¡Se lo he suplicado tanto!… Pero, sobre todo, no quiero desanimarme. «Padre bondadoso, le he dicho, en nombre de Jesús, mi divino esposo, de Jesús holocausto sublime, de Jesús cautivo por nuestro amor, escuchad mi oración. ¡Ah! Conmuévaos el precio de esta ofrenda inestimable, considerad todo lo que sufre vuestro divino Hijo; aunque sea yo tan miserable, vengo a pediros gracia. O dad fin al mundo o poned fin a tan grandísimos males. ¡Dadme esta alma, la quiero para mi Jesús! ¿Es necesario que yo haya hecho tan pocas cosas por vos y que, vacías las manos, no pueda pediros un favor, objeto de mis más ardientes deseos? Por desgracia, gran Dios, no he hecho nada que me dé este derecho. Pero dejaos conmover por mis lágrimas, por mis sacrificios. Yo os ofrezco mi vida. Os la he ofrecido desde hace mucho en holocausto para consolar a mi esposo querido. Enviadme la muerte. Hacedme sufrir lo que queráis. ¡Ah, eso es lo que deseo; pero dadme esta alma, dádmela para Jesús, mi amor y mi vida, por Jesús, cuya causa defiendo. Vos no podéis negarme nada pedido en nombre de esta Hostia, de esta Víctima sublime. Por eso, en su nombre, yo, pobre y miserable criatura, me atrevo a levantar mis ojos hacia Vos, porque yo le amo hasta morir de amor... »
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Sábado 43 [4 de marzo de 1899]
18. Regreso de la catedral, donde se ha celebrado la función de apertura de la Misión. La ceremonia ha sido grandiosa. Estoy todavía muy emocionada. ¡Ah! ¡Con qué fervor he rogado y suplicado al Dios todopoderoso por los pobres pecadores! ¡Cómo le he ofrecido el sacrificio de mi vida, cómo me he ofrecido en holocausto, a ejemplo de Jesús, mi Esposo querido, por cuyo amor anhelo todos los sufrimientos y tribulaciones!
La apertura de la Misión ha sido espléndida. El señor Obispo subió al púlpito y habló de la importancia de esta Misión, que tiene por fin hacer despertar a las almas del sueño en que se embotan. Después del sermón se ha organizado una magnífica procesión, en la que ha tomado parte toda la Schola, el seminario, los Canónigos, los Redentoristas y el Obispo. Las voces angelicales de los jóvenes seminaristas, tan puras, tan suaves, se elevaban en las bóvedas de la inmensa basílica. Los cánticos eran tan bellos, tan conmovedores… Sentía correr mis lágrimas. ¡Oh, Dios todopoderoso! Dejaos conmover, aplacad vuestra ira. Tantas almas os lo piden en nombre de Jesús, el Holocausto supremo…
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Domingo 5‑3 [5 de marzo de 1899]
19. Esta mañana en la misa mayor se ha predicado el primer sermón de la misión. El Padre redentorista que ha hablado parece inflamado de amor de Dios y de deseo de llevarle almas.
¿Por qué la misión? ¿Qué es la misión?
La misión es: a) una parada; b) un faro; c) el gran perdón.
(Quisiera tratar de anotar durante esta misión los puntos principales de cada instrucción y que más me han impresionado.)
A) Una parada: el viandante, cuando va a subir una montaña, se detiene en la falda de la colina para descansar, recuperar las fuerzas y ver si está en el buen camino. La misión es esta parada en la montaña que debe conducirnos al paraíso.
B) Por la tarde, cuando el crepúsculo se extiende sobre las olas del océano, se enciende un faro para guiar a los marineros, que sin esa luz se extraviarían, luz que debe indicarles el camino que deben seguir. La misión es también este faro…
C) Se ha combatido durante todo el día. El campo de batalla está cubierto de muertos y heridos. La Hermana de la Caridad se acerca al pobre soldado que muere. Con un corazón de madre y una dulzura de ángel. cuida al pobre moribundo, a quien devuelve a la vida… La tierra es también un campo de batalla. ¡Cuántas luchas, cuántos combates, cuántos heridos, cuántos muertos a la vida espiritual!… Y he aquí que Dios manda la misión para resucitar a los muertos, curar a los heridos. Ah, es el tiempo de la misericordia y del perdón, el tiempo en que Dios distribuye la gracia a manos llenas. No dejemos pasar este tiempo de bendición, recojamos todas estas gracias; es una ocasión única…


20. Oh, Dios mío, compadeceos. Os hago el sacrificio de mi vida por el éxito de esta misión. Enviadme sufrimientos, pero escuchadme, ved mis lágrimas, mis suspiros. Gracia, piedad, Dios omnipotente, en el nombre de Jesús, mi esposo amado; Jesús, mi vida, mi supremo amor…
Estoy desconsolada. No podré asistir al sermón de esta noche, que será a las ocho. Me voy a resarcir en las vísperas. Ah, ¡cómo preferiría ir a la misión antes que a cenar en la ciudad y hablar de cosas fútiles!
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[Creados a imagen de Dios] Lunes mañana 6‑3 [6 de marzo de 1899]
21. Debemos salvar nuestra alma, hecha a imagen de Dios…
A) En efecto, Dios es Creador. El hombre ha sido creado… él llega a una isla salvaje y deshabitada, y después de muchos siglos esta isla se ha hecho una tierra fértil y civilizada…
B) Dios es inteligente. Es la inteligencia suprema… Y el hombre con su alma es también inteligente… El general, a fuerza de cálculo, puede ganar con pocos hombres la victoria sobre un ejército numeroso…
C) Dios es bueno. El alma también está dotada de una exquisita bondad.
Sabe amar, entregarse, sacrificarse…
Hay que amar a las almas, quererlas con pasión. Son tan hermosas. Si hubiéramos visto la belleza de un alma pura, creeríamos haber visto a Dios.
¿Cuánto vale nuestra alma?
Escuchemos a los santos, al demonio, a Dios.
A) Los Santos. Nadie como ellos sabe lo que vale un alma, y por salvarla, por convertir a los pecadores algunos han abandonado todo, han renunciado a toda felicidad terrena para darse a Dios y ganarle almas. San Francisco Javier, San Alfonso de Ligorio…
B) El demonio. ¿Por qué esa lucha constante, esa guerra continua con las almas? ¡Ah! Satán sabe también lo que valen. Las quiere para sí.
C) Dios. Después de la caída de nuestros primeros padres, cuando Jesús vio todos los pecados del mundo, todas estas almas amadas perdidas para siempre, se dirigió a su Padre: «Padre, las quiero mucho. ¿Podrías rescatarlas haciéndome hombre, viviendo en la tierra? No, hijo mío, esto no basta… ¡Padre, sufriré, trabajaré, derramaré lágrimas! Hijo mío, no es bastante todavía. Entonces, Padre, moriré entre tormentos horrorosos en una cruz. Hijo mío, sólo a este precio está concluido el pacto»


22. Padre eterno, ¿no estáis conmovido? ¿Qué falta todavía? ¡Almas, Dios mío, necesito almas, al precio de cualquier sufrimiento! Mi vida entera será una expiación, estoy dispuesta a sufrir; pero perdón, piedad para el mundo, en nombre de Jesús, mi esposo divino; Jesús, a quien quiero consolar… El señor Chapuis ha ido a la Misión. ¡Ah! ¡Cuantas gracias he dado a Dios!…
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[La oración] Lunes noche
23. «Pedid y recibiréis» (Mt. 7, 7). La oración es infalible. Es necesario orar. Dios lo ha dicho formalmente; no es un consejo, sino un mandato. Es necesario orar:
a) Porque sin la oración el cielo se cierra para nosotros.
b) Porque con la oración el infierno se cierra bajo nuestros pies.
A) La oración, una verdadera oración, la que nace del corazón y no sólo de los labios. Ah, el que no la hace cada día está seguro, cierto de caer, pues ella es el rodrigón que nos sostiene en las grandes tempestades de la vida e impide que nos rompamos.
B) El demonio está siempre presente, vela alrededor de nosotros. ¡Ah!, ¿qué podemos nosotros solos? Nada, ciertamente. Y la oración tiene tanto poder sobre el corazón de Dios… Es la llave, la única y sola llave que nos abre el paraíso. Ah, al que ora, al que sabe orar bien Dios le ayudará, y en la última hora, cuando [el demonio] esté allí como un león rugiente acechando a su presa, Jesús estará con nosotros, para introducirnos en la mansión del reposo y de la bienaventuranza.
El Padre habló después de la resurrección de Lázaro, de la oración de María Magdalena. ¡Ah! Si supiéramos orar, ¡qué no obtendríamos! Oremos, oremos para convertir estas pobres almas que no saben orar.


24. Oh Padre omnipotente, ¿no estáis satisfecho viendo estas iglesias llenas de almas que vienen a pediros perdón? Dejaos conmover. ¡Oh!, hacedme sufrir mil tormentos, pero dadme almas para Jesús, mi Esposo Amado.
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La vida. Martes mañana [7 de marzo de 1899]
25. a) ¿Qué es la vida? b) ¿Adónde nos conduce?
A) La vida. Dios la ha comparado a muchas cosas: es una sombra, una cosa impalpable, una flor que se abre por la mañana y por la tarde se marchita. En primer lugar, ¿nos pertenece la vida? El presente ¿es nuestro? Dentro de algunos minutos, ¿podremos recoger la palabra que pronunciamos ahora?
El pasado: ¿podemos volver a ver y a poseer los años que hemos visto transcurrir? El futuro ¿nos pertenece? El minuto que sigue al instante en que hablamos ¿es nuestro?
La vida se puede resumir así: muchos sufrimientos, muchas lágrimas, muchas ilusiones; la esperanza de una felicidad siempre esperada y nunca lograda. Y, sin embargo, nos apegamos a esta vida. ¡Se necesita ser necios!
B) ¿Adónde nos conduce? Como el arroyo que serpentea y el río que viene a acabar en el mar, así todos marchamos hacia la eternidad; el pequeño infante en los brazos de su madre, el viejo, todos caminan al umbral de la eternidad. Hay, sin embargo, dos suertes de eternidad y somos nosotros quienes debemos escoger. Y es nuestra vida la que debe decidir nuestra eterna felicidad. Soy libre; debo ganar el cielo, la eterna bienaventuranza…
Lamento no poder extenderme más sobre esta instrucción, que ha sido maravillosa; pero solamente dispongo de unos minutos.
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La eternidad. Martes noche
26. ¡Ah! La vida es bien corta. ¡Qué rápida pasa! El niño al ver al anciano de canos cabellos y de encorvadas espaldas se dice: ¿Cuándo estaré yo así?… Y ese día le parece lejano. La vida es un torrente impetuoso, un inmenso océano; cada oleada nos acerca a aquella eternidad que niegan tantos incrédulos, pensando que no tienen alma. ¡No tener alma! Y entonces la bestia feroz que vive en la foresta es como yo, o incluso superior a mí. ¡No tener alma! Y entonces, ¿quién podrá satisfacer esta ansia de felicidad que siento en el corazón?
No tener alma, negar la eterna felicidad, es fomentar el crimen. Si todo se acaba en este mundo, lo único que me queda es enriquecerme por todos los medios, ser feliz. ¡Ah!, ¡la justicia es tan mal comprendida en la tierra!


27. El sermón estuvo estupendo y siento no poder alargarme más hoy…
¡Cuánto bien nos hacen estos Redentoristas. ¡Hablan con tanto amor de Dios! Es admirable. ¡Ah! Cuando los veo predicar así, ¡cuánto les envidio! ¡Ah! Ellos han podido seguir su vocación y ganar tantas almas para Dios. ¡Cuán felices son! ¡Que gocen su felicidad! Jesús mío, ¿cuándo podré yo seguir mi camino, cuándo podré darme a vos? Tengo tantas ganas de sufrir, de ganaros almas… Estoy sedienta de sacrificios y bendigo todos los que se presentan durante el día. Durante esta Misión siento redoblarse mi ardor. Mi corazón arde en el deseo de convertir almas. Esta idea me persigue aun en el sueño. No tengo un momento de reposo. Dios mío, ved los deseos ardientes de mi corazón, enviadme sufrimientos. Sólo esto puede hacerme soportar la vida. Padre celestial, «o padecer o morir»


28. Ayer por la tarde tuvo lugar la consagración de la Misión a la Virgen del Perpetuo Socorro. ¡Qué función tan bella y tan emocionante! ¡Cómo me ha conmovido! ¡Oh, María! Ayudadme, escuchadme, salvemos estas almas tan queridas.
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La palabra de Dios. Miércoles mañana [8 de marzo de 1899]
29. En el predicador debemos ver sólo a Dios. Evitar criticarlo y, por fin. estar ávidos de esta palabra divina. que es la luz que debe alumbrarnos en las tinieblas de la vida. El predicador no debe buscar la elocuencia, hacer gestos más o menos estudiados. No debe buscar más que a Dios y su gloria. Nosotros, por nuestra parte, debemos escucharlo como si el mismo Jesucristo nos hablara y hacer callar todo sentimiento humano.
El sacerdote nos habla: a) con fe; b) con franqueza; c) con el corazón.
Nosotros debemos escucharlo: a) con respeto; b) con confianza; c) con deseo de poner en práctica los avisos que nos da. No debemos creer que no los necesitamos o, por el contrario, que le podrían aprovechar a fulana.
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[La vanidad de lo terrestre] Miércoles noche
30. «¿De qué sirve al hombre ganar el universo si pierde su alma? » (Mt.16, 26).
Una sola cosa es necesaria: la salvación. Los asuntos temporales deben tener un lugar secundario en nuestras preocupaciones. ¿De qué nos servirá la posición social, la fortuna, todos nuestros bienes en el día de la muerte? ¡Ah! A Dios no se le compra con el dinero. Escuchemos los consejos: a) de los Santos; b) de los moribundos; c) de los muertos.
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La penitencia. Jueves mañana [9 de marzo de 1899]
31. Hay que hacer penitencia si queremos salvarnos. La penitencia es una tabla de salvación que Jesús nos lanza al mar de esta vida. ¡Ah! Agarrémonos a ella. María lo ha dicho: «Penitencia, penitencia, penitencia». ¿No la ha predicado Jesús? Su vida ¿ha sido otra cosa que una lenta agonía? Los Santos la han practicado. Para ellos era más preciosa que todos los tesoros de la tierra. Santa Magdalena ¡qué modelo, cuánta confianza y amor había en su corazón! Ella ha visto al Maestro y se encendió en su amor. Pero dice a Marta: ¿Puede El concederle su amor a ella, la gran pecadora? ¡Ah, sí! El se lo concede: «Le son perdonados muchos pecados, porque amó mucho» (Lc. 7, 47). San Pedro, ¡ah!, ¡cuán grande fue su penitencia! Preguntémosle la razón de aquellos dos surcos que las lágrimas han trazado en su rostro. ¡Ah!, es que ha negado a su Maestro. Y aunque este Maestro le haya perdonado, le haya hecho jefe de su Iglesia, está inconsolable por haber hecho sufrir al que ama.
Hay dos clases de sufrimiento:
a) El interno: el dolor sincero de los pecados, la vigilancia para no cometerlos, etc.
b) La penitencia exterior o corporal. Ciertamente no es necesario para practicarla encerrarse en un claustro ¡aunque, dicho sea de paso, si fuese mayor el número de los que allí se retirasen, el mundo no iría tan mal). Hay penitencias corporales que son obligatorias: la confesión, el ayuno, etc.
Las hay también facultativas, de las cuales el Padre no pudo hablar esta mañana.


32. Esta instrucción ha sido bellísima, tal vez la que he escuchado con más gusto. ¡Oh, Dios mío! Vos sabéis que si sufro, si deseo sobre todo sufrir tanto no es pensando en mi eternidad, sino solamente por consolaros, llevaros almas, probaros que os amo. Pues yo os he dado mi corazón, un corazón que no piensa sino en Vos, que no vive más que para Vos, que os ama hasta morir de amor. Y para ser toda vuestra, me sepultaré viva en el fondo de un claustro, sufriré mil dolores con alegría. ¡Oh, Jesús, mi esposo y mi vida, dadme cruces, quiero compartirlas con Vos! ¡Ah!, no sufráis sin mí. Que en adelante mi vida sea un sufrimiento continuo, pero que os consuele, que os pruebe todo mi amor. ¡Oh, Jesús!, quiero ganar almas. «O padecer o morir. »
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El pecado. Jueves noche
33. «He criado hijos y los he engrandecido, y ellos me han abandonado» (Is. 1, 2).
¡Ah!, qué gran ofensa contra Dios tiene que ser el pecado, si El, que es la Bondad suprema, la Misericordia infinita, lo castiga así. El primer pecado mortal fue cometido en el cielo. Lucifer dijo: «No obedeceré. » E inmediatamente el infierno se abrió para él.
A) El pecado mortal es una herida muy sensible al Corazón tan bueno de Dios. Es despreciarlo, decirle: «Me río de ti y de tu cielo. Quiero hacer mi voluntad. » ¡Ah!, ¿qué herida mayor se puede hacer al Corazón amante que despreciarlo?
B) Pecar mortalmente es también hacer una injuria a la bondad de Dios. ¡Ah!, ¿qué más pudo hacer Jesús? Vino a la tierra. Desde la cuna hasta la cruz su vida no es mas que una incesante expiación por nuestros pecados, y todas las veces que se peca mortalmente se nos tiñen las manos con la sangre de Jesús. «Pero detente, pecador, a Jesús no le queda más sangre. ¡La ha derramado hasta la última gota! »


34. Después del sermón, que ha sido tan emocionante, el Padre ha recitado en alta voz el acto de contrición, durante el cual he llorado mucho.
¡Oh, Jesús, perdón! Perdón por mis pecados, por mis pasados arrebatos de ira, por mi mal ejemplo, por mi orgullo y por las faltas que cometo tan frecuentemente. Lo reconozco. No hay criatura más miserable que yo, porque me habéis dado tanto y no habéis cesado de colmarme de gracias. Perdón, Señor. ¿Cómo me atrevo a pedir perdón para los otros siendo tan culpable?…
¿Cómo no os habéis alejado de mí después de tantas ofensas? ¡Oh, Señor Jesús, mi esposo, mi vida, perdón!
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La confesión Viernes mañana [10 de marzo de 1899l
35. «Y brotará una fuente en la casa del Señor» (Jo. 3, 18). ¿Qué cosa hay mejor, más preciosa, que la confesión? Jesús la instituyó no sólo para hacernos obtener el perdón de nuestros pecados, sino también y principalmente para consolar nuestro corazón.
¡Ah!, cuando siento los remordimientos oprimir mi corazón, ¿a quién acudiré para confiarme? ¿A mi madre? A pesar de su ternura no puede hacer nada. ¿A una amiga? Pero esta confesión tal vez rompería el vínculo de nuestra amistad. ¿A los representantes de la justicia humana? En este terreno no tienen poder alguno. ¿Al ministro protestante? Me diría: «Retiraos a la soledad, pedid perdón a Dios, confesaos con El. » Pero por más que haga los remordimientos continuarían con su carga pesada sobre mi corazón. El ministro jansenista, representante de esta religión tan austera, me dirá: «Por mi parte, os perdono. Pero mire a ese Jesús clavado en la Cruz, El no ha muerto por todos. Solamente por algunos. Ignoro si sois vos de ese número. » Entonces voy al sacerdote católico. Me arrodillo ante el santo tribunal y allí encuentro el perdón. Hallo allí un padre, un amigo, un consolador, un consejero. Y al levantarme he oído estas palabras: «Yo te absuelvo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Vete en paz y no peques más», etc.
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[La muerte] Viernes noche
36. La ceremonia de esta noche ha sido muy bella y conmovedora. Se ha ofrecido por las almas del purgatorio. La iglesia estaba adornada de luto. Un gran catafalco había sido colocado en el coro, y en lugar de la bendición con el Santísimo Sacramento tuvo lugar la absolución. El sermón trató de la muerte.
La muerte, que viene a sorprendernos en el momento que menos la esperamos. Dios mismo lo ha dicho. ¡Cuántas muertes repentinas!… ¿Nos dejará libres la muerte mañana, esta noche, como nos ha dejado hoy? ¡Ah!, ¡es tan bella la muerte del justo!… «Yo voy a morir. Todos los vínculos que me atan a la tierra van, por fin, a romperse. Voy a morir, voy a poseerte, Jesús, supremo amor, a quien he preferido a todo lo terreno. En el cielo no os abandonaré jamás. Vais a juzgarme. ¡Ah!, ¿podréis condenar a quien os ha amado tanto, a quien os lo ha sacrificado todo?
Pero al contrario de esta muerte tan dulce y consoladora, ¡qué horrible es la muerte del pecador! Sus ojos se abren desmesuradamente, presiente, sabe que va a morir. Morir… ¡Oh!, presentarse delante del Dios que ha menospreciado… ¡Ah!, ¿qué le llevará? No ve otra cosa que pecados sin número. «¡Oh muerte, espera, por favor. No puedo ir todavía. Mis pobres hijos. ¿Es necesario abandonarlos? Esta fortuna adquirida con tanta fatiga ¿hay que dejarla cuando comenzaba a gozarla? ¡Oh muerte! ¿Qué cosa presentaré al Señor, que deberá juzgarme? Un sacerdote. ¡Pronto, un sacerdote! Y el sacerdote llega frecuentemente demasiado tarde, para no encontrar más que un cadáver. Y además ¿qué valor pueden tener esas confesiones de última hora?
¡Ah! Estemos siempre preparados para no temer la muerte, sino poderla llamar a grandes gritos, que ella se nos presente como una liberación que debe poner fin a nuestro destierro y unirnos al Dios a quien amamos sobre
todo.


37. El sermón terminó con un acto de contrición, muy hermoso y emocionante. Cosa curiosa. Con temer yo tanto el juicio de Dios, el sermón de esta tarde no me ha impresionado lo más mínimo. ¡Oh, Jesús! ¿Por qué me ha de aterrar el comparecer ante Ti? ¿Puedes Tú condenar a esta criatura que, pese a su flaqueza, a sus innumerables faltas, no ha vivido en la tierra sino para Ti, para consolarte, aquella que ha deseado tanto llevar la cruz contigo? Ciertamente que es una miserable que ha merecido el infierno mil veces. Pero, Jesús, ella te ha amado tanto que no puedes despreciarla. Es tu esposa. Por lo tanto, debe ir en pos de tus huellas y, cantando el cántico de las vírgenes, embriagarse en las delicias de tu presencia. ¡Oh, muerte! Si no abrigase la esperanza de sufrir y de hacer algún bien sobre la tierra, te llamaría ahora mismo a voz en grito. Si algún día hubiera de ofender mortalmente a mi divino Esposo, a quien amo sobre todas las cosas, entonces, pronto, siégame, antes de que me suceda semejante mal. ¡Oh, Jesús mío, sufriré todo, aguantaré todo, pero no el proporcionaros semejante dolor… Amparadme. Mi corazón está ahí junto a vuestro corazón. Vigilad sobre él, protegedlo bien, consumidlo en el fuego de vuestro amor.
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La confesión (continuación). Sábado mañana [11 de marzo de 1899]
38. Dos cosas son indispensables para que Dios nos perdone los pecados: la contrición y el firme propósito.
A) Sin la contrición, aunque hiciese todas las penitencias posibles, sufrir el martirio. Dios no me puede perdonar los pecados. Hay cosas que, aunque sean obligatorias, pueden sustituirse mutuamente. Si me encuentro en la imposibilidad de confesarme y hago un acto de contrición perfecta, esto basta. Pero si no tengo este pesar de haber ofendido a Dios, aunque me confiese, no puedo obtener el perdón. ¡Ah!, cuántas almas tenemos por perfectas y tal vez serán condenadas al infierno por haber descuidado la contrición, que es indispensable.
B) El propósito firme es tan útil como el dolor, con el que forma una sola cosa. Ciertamente no se puede prometer a Dios ser impecables. Lamentablemente, la naturaleza es tan débil… Pero se debe decir a Dios: «Os prometo que yo haré todo lo posible, cueste lo que cueste, para no recaer en esta falta», sobre todo si es habitual. ¡Ah! Se piensa demasiado poco en este firme propósito y en el dolor. Nos preocupamos de examinar la propia conciencia y nos olvidamos de lo que es indispensable para ser perdonados.


39. Esta instrucción me ha removido y turbado. Desde hace algún tiempo pienso en la contrición. Estoy dispuesta a morir antes que ofender a Dios voluntariamente, incluso por el pecado venial. Pero antes, a los once, doce, trece, catorce años, oh Dios mío, ¿he tenido yo esa contrición? ¿Pensaba siquiera en ella? Ah, tiemblo al pensarlo. Estoy decidida a hacer una confesión general con uno de los Padres Redentoristas que me agrada mucho por su piedad y su amor a las almas. El lunes o el martes iré a verle y volveré después de algunos días para hacer la confesión general. Pero me horroriza. ¿Cómo acordarme de los pecados, cantidad y número de veces? En fin, Dios me ayudará. ¡Ah!, que El me ilumine para que vea mis pecados en toda su malicia y horror…
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Domingo mañana [12 de marzo de 1899] La confesión general (continuación)
40. Hay dos clases de confesión:
A) La ordinaria, es decir, como lo indica su nombre, la confesión que hacemos ordinariamente.
B) La confesión extraordinaria o confesión general; ésta es útil y a veces necesaria.
La confesión general es una cosa buena para todas las almas, a excepción de las escrupulosas o hipersensibles. La Misión, en que todo es extraordinario, es una buena ocasión para hacerla.
Para hacer esta confesión general no hay que tener temores ni preocupaciones inútiles. Dios no pide lo imposible. Pongamos de nuestra parte lo que podamos y Dios hará lo demás.


41. ¡Oh, buen Jesús!, sí, ¿no es verdad que me ayudáis?
Hoy se termina mi novena a San Francisco Javier por el señor Chapuis. He comenzado una a San José, en quien tengo tanta confianza, y otra a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, patrona de las misiones…
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[Celo de almas] Domingo a las 5
42. El sermón de vísperas, magnífico. Es quizá el que más me ha gustado. Al oír hablar del celo que nos debe abrasar por la salvación de las almas, mis ojos se llenaron de lágrimas. ¡Qué emocionada estaba!…
A) Hay que tener celo de la salvación de nuestros hermanos. Ah, cuando un padre de familia que tiene siete hijos ve que cinco le ultrajan y abandonan, después de haber llorado por esos hijos que le hacen sufrir tanto, piensa en los dos que aún le quedan y les dice: «Buscad en seguida a los que he perdido, volvedlos a mí, conducídmelos. » «Cómo, ¿traértelos?, responden los dos desventurados, nos tiene sin cuidado, peor para ellos. »
Ante un hecho tal, todos nos indignamos. Pero ¿no es indignarnos contra nosotros? ¿No somos nosotros semejantes a esos dos hermanos? Jesús nos dice: «Hijo mío, sacrifícate para traerme almas. Yo lo quiero, es preciso, ya ves los sufrimientos que he pasado por estas almas queridas. Hijo mío, ayúdame.
Tengo sed, sed de almas. » ¿Hemos respondido siempre a esta llamada?


43. ¡Oh, buen Jesús!, si he vivido tanto tiempo despreocupada por la salvación de mis hermanos y ofendiéndoos tanto yo misma, al menos desde hace tiempo, ¡ah!, sólo aspiro a llevaros almas… Mi corazón se abrasa y se consume por esta obra de redención. ¡Ah, Esposo divino, quiero consolaros, haceros olvidar la pena que os causan los otros, y para esto, querido Maestro, «o padecer o morir»!


44. El celo se puede ejercitar de cuatro maneras:
a) La oración. Ella es muy poderosa sobre el corazón de Dios… Orar con perseverancia, sin desanimarse, aunque se muera sin haber sido escuchado.
b) Una buena palabra. Con frecuencia una palabra dicha oportunamente puede hacer mucho bien… ¡Ah! No dejemos de decirla si la ocasión se presenta.
c) El buen ejemplo. Si el mal ejemplo es algo tan terrible y funesto, ¡cuánto bien puede causar el buen ejemplo!… Habla más que todos los sermones. Con mucha frecuencia, cuántos hombres se convierten con el trato de una mujer piadosa.
d) El sacrificio. El sufrimiento fue el medio por el cual Jesucristo llevó a cabo la obra de la redención. Y después El nos llama a este camino de sacrificio, que es el medio más seguro para la salvación de las almas.


45. ¡Oh, Jesús! ¿No es acaso el sufrimiento lo que os pido a grandes voces? Oh, quiero sufrirlo todo, estoy dispuesta a soportarlo todo, pero dadme almas, dadme aquella que os recomiendo de modo particular. Ah, tenía tanta esperanza, viendo asistir tres veces a la misión a este pecador, y ahora ha dejado de asistir. Maestro bueno, si no me dais esta alma, moriré de dolor. Oh, os lo pido, dádmela al precio de cualquier sufrimiento. ¡Oh, María, Virgen de Lourdes, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, venid en mi ayuda. Sin un milagro vuestro todo está perdido! Y yo cuento con este milagro.
Ha pasado ya una semana de la misión. ¡Qué rápidos pasan los días felices! Quisiera poder reternerlos. Me gustan tanto esas horas pasadas en la casa de Dios, esas plegarias, esos cantos, estas instrucciones tan sencillas y conmovedoras, tan prácticas y provechosas. ¡Oh, Jesús!, gracias por el don que me habéis hecho enviándome esta misión después de los Ejercicios en los que me habéis llenado de vuestros favores. Vos os valéis de todos los medios para atraerme a Vos. ¡Oh, dulce Maestro!, me rindo a vuestros divinos encantos, soy vuestra para siempre.
Estamos tan unidos… ¡Oh!, ¿no es verdad que nada nos separa?…


46. Mamá ya está bien y ha comenzado su vida ordinaria. Ciertamente el mal está todavía en la herida, pero no se manifiesta, y después de haber creído que no podría dejar a esta madre querida, al verla nuevamente restablecida, comienzo nuevamente a esperar. ¡Oh, buen Maestro! ¡Qué prueba me habéis enviado, qué cuchillo en mi corazón, nunca me consolaré! Y, a pesar de todo, os digo «gracias». ¡Oh! Os bendigo. Os habéis servido de esta horrible prueba para desprenderme de las cosas de la tierra y unirme toda a Vos, a Vos solo, mi amor, mi vida, mi esposo querido, por quien deseo padecer o morir.
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Segunda semana. Lunes mañana [13 de marzo de 1899] La confesión (continuación y fin)
47. La confesión debe ser sincera. Ah, ¿a qué vienen esos subterfugios, esas vueltas y revueltas, en lugar de confesar los pecados con sencillez, como conviene a un culpable? ¡Cuántos sacrilegios cometidos por la vergüenza, por la falta de sinceridad!…
Se falta a la sinceridad no sólo callando un pecado grave, como por desgracia sucede con frecuencia, sino también disimulando las faltas propias, disminuyéndolas y haciendo caer la responsabilidad sobre tal o cual persona. Se dice: ¡Qué! Rebajarse a decir esto a mi confesor… ¿Qué pensará de mí, que hasta ahora no he confesado más que pecados veniales, si le digo semejante cosa? ¡Ah! Lo que pensará es que si la debilidad me ha llevado al mal, me levanto con energía. Y, al contrario, me estimará más que antes…
Además, si hay dificultad con el confesor ordinario para hacer esta confesión general, esta dificultad no existe durante la misión, donde no se confiesa más que con los misioneros. Nunca se los ha visto, y tal vez, incluso con probabilidad, no se los volverá a ver. ¡Qué reparo hay entonces en la acusación de las faltas al sacerdote? ¿Hay temor de que las revele? ¡Ah! esto es imposible. Se han visto pobres sacerdotes, víctimas de este secreto, que se han dejado matar antes que descubrir un solo pecado. E incluso a nosotros mismos no pueden hablarnos de nuestras faltas más que con nuestro permiso.
El sacerdote en el confesonario es el ministro de ese Dios tan misericordioso que deja en lugar seguro las 99 ovejas y corre a buscar a la oveja descarriada (Lc. 15, 4). Es el padre del hijo pródigo (Lc. 15), el ministro de aquel Dios que perdonó a la Magdalena, la gran pecadora, a San Agustín y a tantos otros…


48. Gracias, oh mi Jesús, por la merced que me habéis hecho de fortalecerme siempre, para tener valor de acusar las faltas de que me sentía culpable. Oh, continuad ayudándome, para que si alguna vez os ofendiera gravemente, no tenga esa falsa vergüenza que impide una confesión sincera. Pero ¿qué digo, Jesús? Debéis hacerme morir antes de que llegue ese día horrible. Os lo he pedido tantas veces…
Los Padres Redentoristas organizan un [turno de oración] para que a cada hora del día se rece el rosario ante la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Nosotras hemos ido a inscribirnos y me alegro de ir desde esta tarde a las cuatro y media a rezar a María, mi Madre querida…
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Lunes a las 5 de la tarde
49. Acabo de pasar media hora larga delante de la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de que acabo de hablar. ¡Ah! Con cuánto fervor he rezado, desde el fondo de mi corazón, por todos los pobres pecadores y he dicho a María que acepte el sacrificio de mi vida, como le plazca, por la conversión de estos desventurados… Me imaginaba encontrarme realmente junto a esta Madre querida y le he dicho con abandono y confianza: «Oh, María! Vos, a quien nunca se suplica en vano, os pido que escuchéis mi oración. ¡Ah! No me podéis rehusar lo que pido: el alma, la salvación de mis hermanos, el alma de ese pecador que es también vuestro hijo… ¡Oh, Madre!, ¿a qué precio me escucharéis? Hablad, os escucho, estoy dispuesta a todo.
¡Qué días tan ideales son estas jornadas de misión! Cuando se hayan pasado qué infeliz me sentiré.


50. ¡Ah! Si mi querida mamá no hubiera estado tan enferma, es posible que hubiera intentado obtener su consentimiento a mi vocación. ¡Oh, Dios mío!, ¿qué hacer? Vos lo sabéis. No quiero sino lo que Vos queréis.
Indicadme siempre mi camino. Jesús, buen Maestro, ven en mi ayuda. ¡Ah! Tú sabes bien, ¿verdad?, que no vivo sino por Ti y estoy dispuesta a todos los sacrificios.
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El Juicio. Lunes noche
51. ¡Ah! Si la muerte es horrible porque nos parte en dos, sería una cosa poco importante si todo acabase allí. Pero hay que presentarse delante de Dios, darle cuenta de toda la vida, y esta vez no en función de padre del hijo pródigo, tan bueno y tan misericordioso, ni tampoco de Buen Pastor, sino de juez terrible e inexorable, que no perdona más…
¡Ah!, cuánto sufre el alma del pecador durante este juicio. Ella sufre:
A) Por hallarse bajo la mirada de Dios. ¿Dónde está? Ni un amigo la asiste. Jesús con mirada terrible frente a ella. Si quiere huir por la derecha, cae en las fauces de un tigre. Si a la izquierda, entre las garras de un oso. Si hacia atrás, un nido de serpientes. ¡Oh, Dios mío!, ¿qué hacer? Bajo sus pies el infierno que se abre. ¡Ah! Ella sufre tanto en este momento, que preferiría arrojarse inmediatamente a aquel abismo espantoso.
B) El juicio de Dios. Jesús se sienta en un trono frente al alma. A la derecha el ángel de la guarda, a la izquierda el demonio… Entonces comienza el interrogatorio. Es inútil que la pobre alma balbucee algunas excusas. Dios es implacable. Satán saca su libro. ¡Ah! El no ha olvidado nada. Está anotada la más pequeña falta. «Señor, dice él, esta alma es mía.
Yo era su enemigo encarnizado, sólo deseaba su perdición. Ella me ha obedecido siempre, mientras os ha ultrajado. Ella se ha reído de Vos, su Dios, que habéis muerto en una cruz para salvarla… »
C) La condena. Satán continúa: «Señor, es digna de muerte. » E inmediatamente Jesús dice: «Sí, que muera. » Y, dirigiéndose al pecador, le dice: «Retírate, maldito, no puedo soportar tu vista, apártate para siempre de mi presencia. Venid todos, amigos y parientes, a maldecirle. »
Y todos llegan a maldecir al pobre pecador, a quien Satanás lleva al infierno. Todo esto, tan largo de contar, pasa en unos minutos. Está todavía caliente el cuerpo del difunto y ya ruge y blasfema en las moradas infernales…
Por el contrario, la muerte del justo es conmovedora. Se encuentra en presencia de su Dios, su amor, a quien ha sacrificado todo y puede decir: «Señor, por desgracia te he ofendido. pero ¿no he llorado mis faltas? ¿No me las habéis perdonado? »


52. Jesús, en adelante, la confianza es mayor que el temor en mi corazón. ¡Ah!, cuando me presente delante de Vos para compensar todas mis faltas sin número, os diré: «Maestro, yo os he amado, os he amado mucho, vuestro amor divino ha sustituido todo otro amor en mi corazón. Para consolaros he querido dejarlo todo. El mérito de todos estos sufrimientos no es mío, lo he aplicado a mis hermanos. A pesar de eso ¿me podéis abandonar? No, Vos recompensaréis este desinterés. Me amáis, no podéis separaros de mí. ¡Cuán felices seremos! ¡No abandonaros, cantar siempre vuestras alabanzas!… »
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El mundo I. Martes mañana [14 de marzo de 1899]
53. ¿Qué es el mundo? Sólo vanidad y mentira y lo vamos a ver desde dos puntos de vista:
a) Desde el punto de vista natural; b) desde el punto de vista sobrenatural.
A) Desde el punto de vista natural. La mujer mundana sólo se ocupa de modas, vestidos, visitas, bailes, fiestas de gala. Ni un pensamiento elevado, ni una idea alta, sino mil preocupaciones a ras de tierra.
a) El mundo es vano. Sí, sus fiestas. Los placeres de que se embriaga a veces con alegría, ¿qué dejan? El infortunio, el duelo, la infelicidad caen sobre nosotros y entonces cómo somos olvidados, despreciados en esas fiestas de las que éramos el mejor ornato…
b) El mundo es mentiroso. ¿Nos ha dado lo que nos había prometido? ¿Nos ha dado la felicidad? Prometió ayudarnos también, pero si nos dejamos arrastrar, si sucumbimos a sus tentaciones, será el primero en arrojarnos la primera piedra.
B) El mundo bajo el punto de vista sobrenatural. Dios lo ha maldecido. Jesús dijo: «¡Ay del mundo! » (Mt. 18, 7). «No ruego por el mundo» (Jn. 17, 9). ¿Por qué estas maldiciones? Porque Jesús conocía el espíritu del mundo, un espíritu opuesto totalmente al Evangelio.
La religión descansa sobre estos tres pilares:
a) Belén o la pobreza. El mundo no puede soportarle, no busca más que el lujo, el confort.
b) Nazaret o el trabajo. La mujer mundana se cree dispensada del trabajo. Ignora estas palabras de Dios: «Comerás el pan con el sudor de tu frente» (Gen. 3, 19).
c) El Calvario. La mundana ignora lo que es la penitencia voluntaria y si la llega el dolor, ¿qué sucederá? ¡Cuántos suicidios para acabar con la vida!


54. Gracias, Dios mío, gracias desde el fondo de mi alma por haberme enseñado desde mi juventud la vanidad de las cosas de este mundo. Gracias por haberme atraído hacia Vos, os sean dadas gracias.
Esta tarde hago mi confesión general, después de la que hice para mi Primera Comunión, estoy llena de temor por tantos pecados. Buen Maestro, si hubiera de caer de nuevo así, por favor, quitadme la vida. ¿Cómo después de tantas faltas habéis podido soportar mi vista? ¿Cómo me habéis prevenido con tantas gracias? Oh, gracias, perdón. Me muero de dolor pensando en el disgusto que os he causado, Vos, a quien amo tanto, mi vida, mi esposo, que me queréis por vuestra esposa, ¡perdón, perdón! ¡Oh, Jesús! Soy una miserable criatura. No hay otra a quien hayáis dado tanto y se haya mostrado tan desagradecida. Perdón, Jesús, perdón. Os amo, lloro estos pecados que tanto os han hecho sufrir. Tened piedad de mí; no veáis más que mi amor por Vos.
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La impureza. Martes noche
55. El vicio más vergonzoso, el que más desagrada a Jesús.


56. Gracias, Amado, por haber guardado puro este corazón, que es todo tuyo. María, Madre mía, velad siempre sobre mí.
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Miércoles mañana. [15 de marzo de 1899]
57. Después de la instrucción de las seis sobre la Santísima Eucaristía me he confesado. He encontrado un confesor como nunca lo había tenido y doy gracias al Señor.
El Padre ha encontrado en mí todas las señales de una verdadera vocación. Cree también que Jesús me llama al Carmelo y que esta vocación es la más bella. He hecho una confesión general. En cuanto al sexto mandamiento, el Padre me dice, como los demás confesores, que nunca he ofendido al Señor.
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El mundo (continuación, II). Miércoles a las 11
58. Escribo solamente unas líneas. No tengo tiempo.
La mundana es comparada por el Espíritu Santo al avestruz, que camina con la cabeza erguida y la esconde en un arroyo cuando nota la presencia del cazador, creyéndose así a salvo.
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Pruebas del infierno. Miércoles noche
59. No tengo tiempo para hablar del sermón. Por lo demás, esta tarde me ha interesado menos.


60. La ceremonia ha estado estupenda. Esta noche se tenía la «Reparación». El coro estaba admirablemente iluminado. Habían colocado una gran cruz de más de 10 metros de altura, un gran corazón con estas palabras.
«Perdón, Dios mío. » Todo esto con luces. El acto de reparación, estupendo. ¡Ah! He llorado, pidiendo perdón de mis faltas a mi Jesús. Le he ofrecido mi vida en reparación de tantas injurias como se le hacen. Le he pedido la cruz, siempre la cruz. No puedo vivir sin ella. Esto endulza un poco mi destierro. ¡Oh, Jesús!, ¿será verdad lo que se me ha hecho esperar esta mañana?. ¡Ah! ¡Vos sois tan poderoso! Vos lo podéis todo, podéis tomarme dentro de un año. ¡Oh!, sí, tomadme. Aceptad a esta esposa que suspira y languidece por el día en que podrá dejarlo todo por seguiros a Vos, su Amado, su único amor, a quien deseo consolar, cuya cruz deseo participar. Vos, que habéis tomado posesión de mi corazón y allí vivís continuamente y habéis hecho vuestra morada. Vos, a quien yo siento, a quien veo con los ojos del alma, en el fondo de este pobre corazón, que tanto os ha ofendido, y que, a pesar de todo, habéis colmado de beneficios, porque le queréis para Vos. ¡Ah! Aceptadme.
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El mundo (continuación, III) Jueves mañana [6 de marzo de 1899]
61. Los libros malos. La mujer mundana se aburre. Entonces el mundo, que lo prevé todo, le ofrece sus malos libros, que van a cautivarla…
A) ¿Hay libros malos? Por libro malo entiendo todo impreso que ataca a la religión o a la moral, y de ellos está lleno el mundo.
B) Estos libros, ¿pueden hacer mal? Sí, ciertamente, y los que lo niegan, los que no lo advierten son personas poco instruidas. Cuando se toma un alimento en el que se ha echado veneno, no se nota, pero esto no impide que el veneno llegue a la sangre. Estos libros hacen tanto más mal cuanto sus apariencias son engañosas. Para seducir a la mujer piadosa el autor usará todos lo rodeos, y la desgraciada se deja engañar.
C) ¿Qué males causan? Destruyen la piedad, aunque no en un día. Llevan a soñar, a pensamientos, deseos y acciones malas casi siempre. Esto se entienda de las personas que leen habitualmente estos libros malos. Las personas que leen una o dos veces un libro malo no están en el mismo caso. Hay que quemar estos libros, aunque tengan gran valor y estuvieran en el fondo de un armario.


62. Gracias, Dios mío, por haberme preservado de estas lecturas
pecaminosas. ¡Ah! Perdón por las desgraciadas que dedican mucho tiempo a ellas. Jesús mío, tened compasión de ellas.
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[Las ocasiones peligrosas] Jueves noche
63. «El que se expone al peligro caerá en él» (Eccl. 3, 27).
Hay dos clases de ocasiones:
a) La ocasión necesaria; b) la ocasión [buscada]
A) La primera es inevitable: el niño que recibe el escándalo en familia y no puede marcharse de casa.
B) Exponerse a la ocasión [buscada] es una cosa mal hecha. Pues si nos exponemos voluntariamente, Dios no nos ayuda, y, dejados a nosotros mismos, la caída es cierta, inevitable.
Las ocasiones son:
a) Las malas lecturas, de que se habló esta mañana.
b) Los teatros, iglesias de Satán, adonde no se debe ir más que por razones graves.
c) Los bailes, adonde no se debe ir sino obligados por razones serias.
d) Las relaciones.


64. Dios mío, detesto todas estas diversiones. Jesús mío, te suplico que pueda librarme de ellas.
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[El sufrimiento] Viernes a las 8 [17 de marzo de 1899]
65. He tenido la alegría de asistir a la primera instrucción de la mañana, a las seis, por el Padre Lion, y que ha sido una de las mejores y más prácticas que he escuchado.
«Nosotros sufrimos con razón. Pero El ¿qué mal ha hecho? (Lc. 23, 41). El sufrimiento es la escala que nos conduce a Dios, al cielo. Es:
A) La conversión. ¡Cuantas almas hay a quienes Dios envía el sufrimiento para volverlas a El!… En la alegría se le olvida, se encuentra el paraíso en la tierra. Y he aquí Dios que hiere. Bendito sufrimiento que nos debe acercar a El.
B) La expiación. Nada conmueve el Corazón de Dios como el sufrimiento. Si no tenemos ánimo para desearlo y buscarlo, ¡ah!, al menos aceptemos las pruebas que Dios envía, pues cuanto más ama a un alma, más la hace sufrir. Cuando se quiere tener en sí el Cuerpo de Cristo, hay que aceptar también la cruz, la corona de espinas. Dios no puede entregarse sin eso.
¡Oh, Jesús! Ven con tu cruz. La pido desde hace tanto tiempo… Cuando sufro creo que me amáis más, ya que os siento también mas cerca de mí…
C) El mérito. Si la oración es algo muy bello y consolador, si es admirable trabajar por Dios, nada, sin embargo, puede igualar el mérito y hermosura del sufrimiento. En él no hay rastro de amor propio. Es por Dios, sólo por Dios, por quien se sufre. ¡Ah! ¡Qué encantos encierra el sufrimiento cuando se sabe aceptarlo, desearlo! ¡Ah, qué abundante fuente de méritos! No hay camino más seguro que el de la cruz. Dios mismo lo ha escogido.
En medio de nuestros sufrimientos digamos al Maestro como el buen ladrón: «Acordaos de mí en vuestro paraíso» (Lc. 23, 42). ¡Ah! El se acordará, pues ha dicho: «Bienaventurados los que lloran, bienaventurados los que sufren» (Lc. 6, 21‑22). Estos son los privilegiados de su Corazón.


66. Jesús, mi amor, mi vida, gracias por haberme escogido para participar en tus dolores. Mi corazón se deshace de gratitud. ¡Oh!, Tú me has reservado la mejor parte…
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El mundo (continuación, IV, fin). El liberalismo. Viernes a las 11
67. ¿Existe?. Actualmente está muy de moda unir a Dios con el mundo.
Comulgar por la mañana, ir a bailar por la tarde. Pero Dios ha dicho que no se podía tener dos señores (Mt. 6, 24). Hay que escoger entre El y el mundo; no se puede amar a los dos.


68. En todas estas instrucciones sobre el mundo, el Padre ha dicho que es pecado grave ir a esas diversiones sin tener serios motivos. Pediré explicaciones al Padre Lion cuando le vaya a ver.
Jesús mío, cuando oigo condenar el mundo y su placeres ¡qué sentimientos de gratitud brotan del fondo de mi corazón hacia Vos! Nunca podré daros las gracias por esta hermosa porción que me habéis escogido. El Padre decía esta mañana que al volver al cielo, al tiempo de recomendar vuestros Apóstoles al Padre, hicisteis de ellos este elogio: «Padre, ellos no son del mundo. Viven en él, pero no son de él» (Jn. 17, 16, 11). Yo también, buen Maestro, vivo en el mundo, pero no miro sino a Vos, no quiero más que a Vos. A Vos y a vuestra cruz. Este mundo no puede llenarme. Desfallezco, peno y lloro porque os busco. Oh, Amado, tomadme toda para Vos. Sois tan poderoso… Podéis arreglarlo todo. Un milagro, oh Jesús, por favor…
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La misericordia divina Viernes noche
69. «El temor es el principio de la sabiduría, pero el que no obra más que por él no avanzará en la virtud» (Prov. 1, 7).
Hay que pensar en el amor, en la misericordia de Dios:
a) Cuán grande es la paciencia de Dios con el pecador.
b) Cuánto busca Dios al pecador.
c) Con qué bondad le recibe.


70. Este sermón ha sido uno de los de la noche que más me ha interesado.
Lamento no poder escribir algunas líneas…
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La caridad. Sábado a las 6 de la mañana [18 de marzo de 1899]
71. La caridad es indispensable. Consiste en amar al prójimo como a sí mismo, aunque se sienta menos; en desearle los mismos bienes, incluso a los enemigos.
Las faltas de caridad. Aunque no sean pecados mortales, son algo muy repulsivo. Al cristiano se le conoce por su caridad. ¿Cuál es nuestra posición sobre ella?
A) ¡Cuántos juicios temerarios, que no tienen ningún motivo!… Porque si tengo prueba, certeza, el juicio no es temerario. Sólo puedo excusar a la persona. Esto es todo.
B) El rencor. Frecuentemente va hasta el odio.
¡Qué difícil es soportar los caracteres! Un santo lo ha llamado «la flor de la caridad», etc.


72. Esta instrucción me ha hecho mucho bien, pues no estoy siempre dispuesta a excusar a mi prójimo. He hecho firmes propósitos. Jesús, ayúdame, quita todas estas mezquindades de mi corazón.
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La tentación Sábado a las 9 de la mañana
73. «La vida es un combate» (Job. 7, 1). Durante toda nuestra existencia seremos tentados, ora en una cosa, ora en otra. La tentación en sí no es pecado. No es un pecado, incluso encontrando satisfacción, con tal que desde que se advierta se vuelva a otra cosa el pensamiento, sin incluso tratar de luchar contra la idea que nos sugestiona. Lo mejor es pensar en una cosa diferencia.
Dios nos ha indicado las armas contra la tentación: «Vigilar y orar» (Mt. 26, 41). Con la ayuda divina estamos seguros de la victoria. Dios no nos manda nunca la tentación sin darnos la gracia suficiente para resistirla. Sí, «puedo todo en Aquel que me conforta» (Fil. 4, 13).
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Domingo mañana [19 de marzo de 1899]
74. Hoy se acaban mis dos novenas a San José y a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Lloro, estoy desolada, aunque sigo confiando. Espero un milagro; sí, lo espero. Cuando Jesús vino esta mañana a mi corazón le he dicho que yo lo intentaba todo que estaba dispuesta a todo con El, con tal de llevarle esta alma. Por la noche no duermo bien, y en cuanto me despierto, me asalta esta idea. ¡Oh, Padre celestial! ¿No os moveréis a compasión? Ah, ciertamente yo no merezco esta felicidad, y si no queréis concederme esta gran alegría por la que suspiro, ¡hacedme antes morir! ¡Os hago el sacrificio de mi vida! Ved, estoy dispuesta a todo por la conversión de esta alma: dádmela y hacedme soportar todos los tormentos que ha merecido. Yo los soportaré por mi Jesús, con mi Jesús. ¡Ah! Ved mis lágrimas, compadeceos: que este pobre pecador no deje pasar la hora de la gran misericordia. ¡Ah! Que él se aproveche de esta misión para volver a Vos. Dios mío, mi corazón se rompe, escuchadme. Cada vez que siento un dolor me alegro y me digo: María me escucha. Sí, sí, es preciso, espero un milagro…
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La oración. Domingo a las 10 de la mañana
75. La oración es una petición de nuestra alma a Dios, pero una petición hecha desde el fondo del corazón.
A) ¿Qué hay que pedir? a) Las gracias temporales; b) las gracias espirituales principalmente. Volveremos sobre este tema al fin de la Misión.
La oración es la raíz de la vida cristiana, su respiración.
B) ¿Cuándo hay que orar? El mismo Dios responde: «Orad sin interrupción» (Lc. 18, 1). «Pedid y recibiréis» (Lc. 11, 9). ¿Cómo orar sin interrupción? Ofreciendo a Dios por la mañana todas las acciones y sufrimientos del día. Así quedan todos santificados. ¿Cuándo hay que orar?
a) Por la mañana y la noche.
b) En la tentación.
c) Cuando hay que tomar una determinación; para una vocación, por ejemplo.
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Las tres cualidades de la mujer cristiana Domingo a las 3
76. A) La fe. Ella la aprecia y da gracias al Señor todos los días. De joven instruirá a los niños pobres sobre estas verdades grandes y consoladoras. Madre, esposa, las hará conocer y amar de los que la rodean.
Preferirá ver morir a su hijo que verle perder la fe…
B) La castidad. Es la virtud más hermosa, la que Jesús prefiere. San Alfonso ha dicho que de cien condenados al infierno, noventa y nueve lo eran por haber perdido esta virtud. Invirtiendo la frase, puede decirse que si se posee la más hermosa de las virtudes se tienen noventa y nueve por ciento de probabilidades de ir al cielo, pues Jesús no puede condenar a vivir eternamente lejos de Sí al alma pura que siempre ha estado vigilante sobre ella. Los que Jesús ha preferido eran muy puros: su Madre es una virgen; Juan es también virgen. Margarita María…
C) La entrega. Es un privilegio de la mujer tener un corazón compasivo. Dios ha puesto en ella tanta capacidad de entrega… La ha colocado en la tierra para enjugar las lágrimas, aliviar… todas las penas y permanecer firme al pie de la cruz…
¡Oh, vosotras, a quien Dios llama a la más bella de las vocaciones!; vosotras, a quienes pide dejarlo todo por El, patria, familia, fortuna, felicidad terrena, no dudéis en sacrificarlo todo, a entregaros a este Dios que os desea para El. ¡Desgraciadas de vosotras si rechazáis esta hermosa corona que Dios os reserva, por otra más sencilla!
Y vosotras, las llamadas a vivir en el mundo, sed la alegría de vuestros padres. No tengáis otra ilusión que sacrificaros por ellos. Mujeres, madres, atended a los que se os han confiado. Entregaos… Dios ha puesto en vuestro corazón tantos tesoros de abnegación… Si Dios os pide para El vuestros hijos o vuestras hijas, ¡ah!, sabed sacrificárselos sin dudar; sabed ser heroicas…
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La oración (continuación y fin) Lunes mañana. [20 de marzo de 1899]
77. La oración debe ser hecha:
A) Con atención. Se comprende. Hay que pensar en lo que pedimos a Dios. Si nos distraemos, volver de nuevo la atención a la presencia de Dios, y si nuestras distracciones son involuntarias, nuestra oración es excelente, aunque el corazón experimente menos consuelo.
B) Con humildad. Nosotros obramos un poco como el Señor. Si vemos a una persona altanera, orgullosa, llena de suficiencia, le volvemos la espalda. Al orar, estemos en presencia de Dios como la Cananea (Mt. 15, 25‑27).
C) Con confianza. Cuando pedimos a Dios una gracia le decimos: «Os pido esta gracia, pero sé muy bien que no podéis concedérmela. » Si no lo decimos con los labios, se lo decimos por lo menos con el corazón. ¡Qué injuria!
Todas nuestras oraciones son escuchadas. Ninguna se pierde. Sólo que Dios hace a veces esperar, o bien, si le pedimos una cosa temporal que puede hacer daño a nuestra alma, no nos la concede. No sería ya una gracia.


78. ¡Oh, Dios mío! Sí, quiero orar con estas tres cualidades, sobre todo con confianza. ¡Ah! No me desanimaré. ¡Os importunaré hasta que me oigáis!
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[El ejemplo de la vida religiosa] Lunes a las 9 de la mañana
79. A) Hay que vivir en el mundo como en un claustro. ¿Cuáles son los motivos que impulsan a las almas a la vida religiosa?
a) Hay almas generosas que no se contentan con el deber estricto, almas ávidas de sacrificios y de entrega.
b) Hay almas que han tenido la desgracia de caer en el pecado muy profundamente y quieren expiar sus crímenes con una vida de sacrificios.
c) Hay almas puras. ¿Qué te ha hecho ella, pobre madre, para que llores tanto? El primer disgusto que te da es decirte que quiere dejarte por Dios. Sí, hay almas puras que quieren expiar los pecados del mundo y se ofrecen como víctimas por la salvación de las almas a ejemplo de Jesús, que las llama.
d) Hay almas decepcionadas, que han sido engañadas por el mundo y vienen al claustro buscando la paz y el consuelo.
e) Hay, finalmente, almas que Dios ha herido con su amor y dicen: «Mi Jesús ha sufrido tanto por mí. Ah, quiero devolverle amor por amor, quiero sacrificarle todo, para consolarlo. En adelante no viviré sino en El, para El, sola con mi Amado. Diré adiós a todas las cosas de aquí abajo: afectos, bienestar, felicidad, para enterrarme con este Esposo divino, para compartir sus dolores en la vida más austera»
B) ¿Qué votos hacen los religiosos y las religiosas?
a) Pobreza. No sólo renunciar a toda riqueza, a todo bienestar, sino desapego del corazón: no estar atado a nada, no aspirar a ningún cargo, no tener simpatía particular.
b) Castidad. ¿Para qué las rejas? Para poner una barrera infranqueable entre el mundo, sus alegrías, sus deleites y el alma esposa del Señor.
c) Obediencia. A todos los preceptos, a todos los consejos evangélicos, que llegan a ser verdaderos mandatos. Obediencia a los superiores. renuncia completa, quebrantamiento de la voluntad.
C) En el mundo no es siempre prudente hacer votos, pero se puede:
a) Desapegarse, desde el fondo del corazón, de las cosas en medio de las cuales se vive.
b) Desconfiar de sí, velar sobre sí, encomendarse a Dios antes de ir a las fiestas mundanas, darse cuenta de que se camina al borde de un abismo e ir con una cara serena y sonriente, sin jamás dejar aparecer o sospechar las lágrimas y los dolores.
c) Estar convencidos de lo que vale el mundo, el poco caso que hay que hacerlo, etc.
Entonces Jesús podrá decir del alma que vive en medio del mundo con estos sentimientos: «Padre, ella vive en el mundo, pero no es del mundo, y el mundo la odia» (Jn. 17, 11, 16, 14), como lo decía hablando de sus Apóstoles.


80. Jesús mío, tú que me has escogido, guárdame pura, desapegada de todas las cosas de la tierra. Y además, ¿verdad?, arregla todo, llévame muy pronto, consuela y fortifica a mi madre querida, dale fuerza y ánimo, sostenía para este gran sacrificio.
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Lunes noche
81. El sermón de esta noche ha tratado de la educación de los hijos. He dado gracias a Dios desde el fondo de mi corazón por haberme dado una madre como la mía, dulce y severa al mismo tiempo, que supo dominar tan bien mi terrible carácter.
El señor Obispo ha asistido a la función de esta tarde. Ha dirigido algunas palabras llenas de afecto y elocuencia. Además tuvo lugar la consagración de las familias a San José.


82. ¡Cómo Nuestra Señora del Perpetuo Socorro parece animarme en las oraciones que le hago por mi vocación!… Margarita me ha dicho que había hablado de ello con mamá. Esta hermana querida le dice que me deje marchar, que ella la consolará, pues es allí donde seré feliz. Mamá le respondió que yo era demasiado joven todavía, que a los veintiún años lo vería.
He llorado dando gracias a María y he rogado con todo mi corazón a esta buena Madre para que recompense a la querida pequeña que no piensa sino en mí y sabe ocultar sus lágrimas.
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La meditación. Martes mañana [21 de marzo de 1899]
83. El alma que medita tiene la salvación asegurada. Un mal gravísimo de nuestro tiempo es la superficialidad.
La meditación consiste en reflexionar en la presencia de Dios. El demonio hace todo lo posible por apartar a las almas de la meditación, pues sabe bien cuán eficaz medio es para progresar en la virtud.
La meditación aviva: a) La fe. Casi todos nuestros pecados provienen de la falta de fe. b) El amor de Dios. c) Nos hace avanzar en la virtud.
El cristiano que medita sabe orar mucho mejor que los otros.
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La mujer de vida interior. Martes a las 9 de la mañana
84. Para amar su interior, la mujer debe:
A) Llevar una vida ordenada, imponerse algunas prácticas religiosas, las suficientes, no demasiadas, pues el exceso podría hacer mal a sus familiares.
B) Debe trabajar: a) de una manera espiritual; b) intelectual, y c) manual.
C) Debe obedecer.
D) Debe mandar bien.
Debe tener adornada con gusto su casa, pero con un gusto cristiano. Cuando se entra en el Carmelo, se puede ver en los claustros una cruz grande, sin Cristo. Cada carmelita, al pasar, la mira y se dice: «Es necesaria una víctima, y esa víctima soy yo. » Es de este modo como ella renueva su fortaleza, su ánimo. La mujer interior debe, pues, tener en su casa algunas estampas piadosas, un Crucifijo, hacia el que dirigirá sus ojos para reavivar su fe.
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La santificación del domingo. Martes noche
85
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La meditación. Miércoles a las 6 de la mañana [22 de marzo de 1899]
86. La meditación es la salvación asegurada para las almas fieles a ella. Es como una placa de seguros que Dios pone en ellas.
Antes de meditar hay que recogerse. Después, leer lentamente, saboreando cada palabra y poniéndola en contacto con nuestra alma. Releer los pasajes que llaman más la atención, pero no leer por curiosidad.
Es muy importante hacer algún propósito, pues una meditación sin él es casi totalmente inútil. No es necesario tomar cada mañana una resolución sobre el tema que se acaba de meditar; no, eso no sería una buena manera de progresar. Hay que tomar todos los días la misma resolución, pues sin esto no se llega a nada. Además, no hay que abandonar nunca la oración. Si no hay tiempo, consagrarle aunque sean dos minutos.


87. Cuento con pedir consejos sobre este tema al Padre Lion cuando vuelva a confesarme. Además, tengo muchas cosas que decirle y tengo muchas ganas de ir a verlo. ¡Qué lástima, la misión toca a su fin! Quisiera poder retener estas jornadas benditas. Estoy con un pie en el cielo. Pero, oh Dios mío, que ella sea sobre todo provechosa, que muchos pecadores se conviertan. ¡Ah! ¿No cederéis a mis oraciones, Dios mío? Con confianza espero un milagro de Vos, María, un milagro por vuestra intercesión. Me creía escuchada. El señor Chapuis ha caído enfermo. Veía en ello una gracia vuestra, oh Madre. Contaba ya con que se podía hacer venir a un misionero. Pero se ha quedado en nada. ¡Oh Madre!, daos prisa, la misión se pasa, pero sigo firme y confiada. ¡Ah, por favor, dadme esta alma para mi Amado Jesús, a quien quiero probar mi amor. Dádmela al precio de cualquier sufrimiento, sí, ah, acepto todo!
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La caridad. Miércoles a las 9 de la mañana
88. «Amaos los unos a los otros» (Jn. 13, 34). Jesús ha dicho: «Se reconocerá que sois los míos, si os amáis los unos a los otros» (Jn. 13, 35).
Esta virtud es indispensable, la más recomendable. Por desgracia, la menos practicada…
Naturalmente hay en nosotros simpatías y antipatías. Pero no descubramos las antipatías y entonces no nos hará daño.
¿Hasta dónde llega la caridad? Jesús mismo lo ha dicho en parábolas: no tiene límite. Debemos amar a nuestro mayor enemigo, desearle para esta vida y la otra todo el bien que nos deseamos a nosotros mismos.
Por desgracia, cuántas personas devotas, que comulgan por la mañana hacen por la tarde juicios temerarios, murmuraciones, tratando de encubrirlo por todos los medios.


89. ¡Oh, Jesús mío! En adelante jamás saldrá de mis labios una palabra contra el prójimo, lo excusaré siempre, y si se me acusa injustamente, pensaré en Vos, mi Amado Esposo, y podré soportar todo sin quejarme.
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La confianza en María. Miércoles noche
90. Tememos a Dios. El hace temblar con su omnipotencia. Entonces El nos envía a su Amado Hijo. Este desciende del cielo, se hace hombre, sufre dolores sin cuento, se somete a todos los tormentos para ganarse nuestro amor y confianza. Todo esto no basta. Entonces piensa que no hay nada mejor que una madre. Una madre. Una madre, pues ella inspira tanta ternura… Una madre, pues ella conmueve, toca los corazones más fríos, los más endurecidos… Y Dios nos da una Madre, la más tierna, la más compasiva que se pueda imaginar. Ella está allí, de pie junto a la Cruz, y allí, ante su Hijo moribundo, nos adopta a todos por hijos, y si la tendemos la mano, ella nos conducirá al puerto feliz y seguro.
Para que una persona inspire y merezca confianza se necesita que sea poderosa y buena.
A) Poderosa. ¿No lo es la Reina de los cielos? Jesús ha dado en el cielo todo poder a la que obedecía en la tierra tan perfectamente. Sí, ella lo puede todo sobre el Corazón de Jesús. Recurramos a ella.
B) Buena. ¡Ah!, ¿quién es más tierno, más misericordioso que María? Ha sufrido tanto por nosotros… ¿Podía mostrarnos mejor su amor? Yo la contemplo viendo a Jesús muerto y reposando en su brazos. ¡Ah!, cuánto no sufre ese corazón de madre. ¿Tendría yo el valor de negarla el consuelo?…


91. Después del sermón se hizo la consagración a la Santísima Virgen.
Una vez más me he consagrado a ella. ¡Ah! Ella lo puede todo, ¡que ella escuche mi oración suplicante!…


92. ¡Sólo Dios basta!
Nada te turbe,
Nada te espante.
Todo se pasa.
Dios no se muda,
La paciencia todo lo alcanza,

Quien a Dios tiene nada le falta
O padecer
O morir
Todo por deber, nada por gusto, pero todo con gusto.
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Devoción a María. Jueves a las 6 de la mañana (23 de marzo de 1899]
93. Hay tres devociones principales a María: el escapulario, las imágenes, el rosario.
A) El escapulario es la librea de María. Quien lo lleva y, por supuesto, hace todo lo que puede para salvarse, no irá al infierno. Es imposible. No quitarse nunca el escapulario.
B) Las imágenes. Gusta tener consigo el retrato de los familiares, de los que se ama. ¿Por qué no tener en todas partes el retrato de nuestra Madre del cielo?
C) El rosario. Es la cadena que nos une a María. Rezando el rosario conseguimos una inmensa cantidad de gracias y María nos tiende la mano, y gobierna nuestra frágil navecilla entre las olas alborotadas. Guiándonos ella, estamos seguros de nuestra eterna salvación. Ella no puede dejarnos perecer. ¡Es imposible!
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El espíritu de sacrificio. Jueves a las 4,30 de la tarde
94. El mayor enemigo de la mujer es la molicie, la búsqueda de la comodidad, el horror a la molestia y al sacrificio, y Jesús ha dicho: «Es necesario hacerse violencia» (Mt. 11, 12). ¿Se puede pensar que sea admitida en la bienaventuranza celestial junto a los Santos que soportaron tantos sufrimientos un alma que no ha buscado más que sus comodidades? Sólo hay un camino, el de la cruz. Fuera de él no hay salvación.
Pero esto cuesta a la naturaleza. Molesta mortificar los sentidos, romper con las malas costumbres. Esto es penoso y duro para nuestra molicie y no tenemos ánimo para vencernos. Cuando nos presentemos delante de nuestro Juez, ¡ah!, ¿qué le diremos? Por desgracia, ¡nos condenaremos nosotros mismos!…
Pero hay quienes han comprendido este espíritu de sacrificio y de mortificación, quienes han visto que el camino de la cruz es el único que conduce a la bienaventuranza. Se les ha visto encerrarse en los claustros, mortificar la carne con ásperos cilicios, en fin, mortificarse continuamente. Para reavivar su ánimo miraban al cielo, ese cielo adonde irían un día para descansar con Dios de todos sus trabajos y fatigas.


95. ¡Jesús mío, tú que sabes leer en mi corazón! Tú puedes ver, tú sabes que si deseo tanto sufrir no es pensando en mí, sino sólo esperando consolarte llevándote almas. Te amo tanto, mi corazón arde en tal amor por ti, que no puedo vivir tranquila y feliz mientras tú, Esposo amado, sufres. Tener parte en tus dolores, endulzarlos, llevar una cruz bien pesada detrás de ti, esto es lo que deseo. Porque te amo, oh vida mía, te amo hasta morir de amor. ¡Oh! Tú has herido mi corazón con la flecha de tu amor y no puedo ser feliz en la tierra. Tú solo puedes darle la felicidad habiéndole partícipe de tus dolores. ¡Gracias, Jesús, gracias!
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Viernes a las 6 de la mañana [24 de marzo de 1899] N. Sra. de los Siete Dolores [La casa cristiana]
96. «Mi casa es casa de oración», ha dicho Jesús. Es lo que debemos hacer de la nuestra, tanto en lo exterior como por nuestras costumbres.
A) En nuestras habitaciones debe haber un Crucifijo, la Imagen de María, la de los Santos de nuestra devoción y ‑lo olvidaba‑ el Sagrado Corazón. Debemos tener una pila de agua bendita, pero ¡que tenga agua bendita! (asperjar con ella el lecho cada noche). Debemos tener una biblioteca religiosa, que es en cierto modo la despensa del alma, etc.
B) Por nuestras costumbres. Se debe notar en entrando en nuestras casas que Dios está allí y que es amado y respetado. Entonces, nunca esas horribles blasfemias, esas palabras de murmuración contra Dios Todopoderoso. ¿Dónde están las casas donde se reza el Angelus, el Benedicite, se leen en común las vidas de los Santos después de haber rezado la oración de la noche? ¡Ah! ¡Qué raras son hoy estas casas bendecidas por el Señor, en las que El gusta escogerse las almas que atrae a Sí pues la mayor prueba de amor que Dios da a una madre es la de pedirle sus hijos para la vida religiosa…


97. Vayamos al portal de Belén y allí, ante el Dios que se ha hecho tan pequeño, aprendamos una gran lección de humildad. «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt. 11, 29). «Si no sois semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt. 18, 3). «El que se ensalza será humillado; el que se abaja será exaltado» (Mt. 23, 12). Estas son las palabras de Jesús. La puerta del cielo está escondida, es muy baja, muy pequeña. Sólo las almas humildes pueden pasar por ella.
A) La humildad es la fuente de las gracias. A quien se cree vil, despreciable, Dios lo llena de gracias.
B) La humildad ofrece la seguridad de que nuestras oraciones serán escuchadas. Ante el alma que ora humildemente Jesús abre su Corazón y deja salir de él todos sus dones, sus gracias, sus bendiciones. Recordad la oración del publicano.
C) Ser humilde es ser muy amado de Jesús. A los orgullosos no los puede ni ver. Podemos comprender esto considerando la antipatía que nos inspiran las almas altaneras y satisfechas de sí mismas. El mundo no las puede soportar. Dios tampoco las puede amar…
Entonces humillarse en todas las cosas, humillarse viendo sus faltas, y en lugar de enfadarse consigo mismo, reconocer su debilidad y su nada.


98. Oh, María, tú, a quien rezo cada día para obtener la humildad, ven en mi ayuda, quiebra mi orgullo, mándame muchas humillaciones, Madre querida.
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Viernes noche
99. La abstinencia.
La blasfemia.
La falsa vergüenza.


100. Esta noche se ha hecho la consagración al Corazón de Jesús. ¡Ah! ¡Cómo he rezado a este Corazón de mi Esposo querido, cómo le he pedido perdón por mí y por los pobres pecadores! He pedido perdón para ellos y también he suplicado a Jesús que me dé su cruz. Quiero llevarla en su seguimiento, en la unión más íntima con El. Quiero vivir con El a la sombra de este divino Corazón.
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Sábado a las 6 de la mañana [25 de marzo de 1899]
101. La instrucción de esta mañana sobre la pureza de intención y la santificación de cada acción del día ha sido hermosa. Por desgracia, yo estaba cerca del confesonario, un poco lejos del púlpito, y no he podido entenderlo todo.
Después de la instrucción me he confesado. ¡Oh, qué confesión! El Padre me conoció y me ha hecho tanto bien… Estaba muy triste al pensar que era la última vez que me dirigía a este santo misionero que había sabido comprenderme y hacerme tanto bien. He ido a postrarme delante de la Virgen del Perpetuo Socorro y la he pedido que me ayude. ¡Ah! Ella sabe que obro así por su Jesús. Sabe también lo atroz que será el dolor de mi corazón al dejar a mi madre queridísima, a mi hermanita; pero sabe también que Jesús puede reemplazar todo en mi corazón, sabe que me quiere toda para El, para amar, orar, sufrir. ¡Ah! Que ella interceda por quien tanto la ha invocado…


102. ¿Es posible, Jesús mío, que tal vez muy pronto pueda perteneceros y pronunciar esos votos que me unirán más íntimamente a Vos todavía? ¡Ah! Tiemblo. ¿Quién soy yo, amor mío? Tengo miedo de mi debilidad. Pero, vida mía, tú estás ahí para sostenerme y contigo lo puedo todo. Ah, sí, estoy dispuesta a morir al mundo, a dejar a las que quiero, a renunciar a toda felicidad, sólo para consolarte un poco, para mostrarte mi amor, para sufrir contigo. ¡Oh! Gracias por haberme llamado a mí, la más miserable de las criaturas, a una vocación tan hermosa. Inspira al señor Párroco cuando el Padre vaya a hablarle de mí. El Padre me dijo que era él el que tenía que tomar la decisión, que él no es más que un confesor extraordinario y, no obstante su opinión de que la voluntad de Dios es que abandone el mundo, toca a mi confesor ordinario decidir la cuestión. Jesús, María, José, ayudadme.
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El pecado venial. Sábado a las 9 de la mañana
103. El pecado venial voluntario es una ofensa terrible hecha al Corazón de Jesús. Ninguna razón justifica el hacerlo deliberadamente. El pecado venial hace vivir al alma en la tibieza; esa tibieza que Jesús detesta y le produce asco. Ciertamente que un pecado venial, cien pecados veniales incluso no constituyen un pecado mortal, pero conducen a él. El alma habituada al pecado venial acaba por no ver la línea divisoria. ¡Ah, cuánto sufre Jesús al venir por la Comunión a un alma que cae en pecados veniales! El mismo lo ha dicho a la Beata Margarita Mana…


104. Jesús mío, perdón. Venís con tanta frecuencia a mi corazón y yo soy tan imperfecta. Perdón…
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Domingo [26 de marzo de 1899]
105. Oh, María, Vos me escucháis, seguid ayudándome…
Margarita ha vuelto a hablar a mamá de mi vocación. Le ha dicho que creía que no pensaba más en ello, ya que el Párroco no le decía nada y yo tampoco, y que no la tocaba a ella hablarme sobre ello. Esta pobre madre me habló después de la comida sobre ello, y cuando vio que mis ideas eran siempre las mismas, derramó muchas lágrimas y me dijo que no me impediría marchar a los veintiún años, que sólo quedaban dos años y que en conciencia no podía dejar antes a mi hermana. ¡Ah! ¡Cómo he admirado su resignación! Ha sido ciertamente María quien me ha obtenido esta gracia. Nunca la había visto así antes. ¡Ah! Cuando vi llorar a las dos por mi causa, también mis ojos se inundaron de lágrimas. Ah, Jesús mío, es preciso que seas tú el que me llames, tú que me sostienes, es necesario que te vea tendiéndome los brazos por encima de estas personas muy amadas, para que mi corazón no se rompa. Yo estaría dispuesta a todo para evitarlas una sola lágrima, y soy yo la que se las hago derramar de esta manera… ¡Oh, mi Maestro! Lo siento, tú me quieres y me das fuerza y valor. En mis lágrimas siento una calma, una dulzura infinita. Ah, sí, pronto podré responder a tu llamada. Durante estos dos años me esforzaré más para ser una esposa menos indigna de ti, mi Amado. Me parece soñar. ¡Ah!, es demasiado bello que reserves una felicidad semejante para mí, miserable criatura. ¡Oh! Seas bendito por siempre. Y ahora, ¡oh, Tú que puedes reemplazar todo en mi corazón, rompe, quema, arranca todo lo que no te agrada en mí! ¡Oh, María!, gracias. Estoy tan emocionada que no puedo decir más que estas palabras. Continuad vuestra obra. Sostened a mi madre querida, cuyo valor admiro. Premiad a la querida pequeña, que no piensa más que en procurarme el bien que anhelo. ¡Oh! Dadles fuerza y ánimo; ¡ah!, ellas comprenden que, a pesar del amor que las tengo, estoy dispuesta a dejarlas por mi Jesús. Están convencidas de que es El quien me llama, que sólo por El las sacrifico. ¡Oh, Amado mío! Sostenedlas, y sostened también a esta pobrecita que te ama hasta morir y que no halla palabras bastantes para expresarte su agradecimiento.
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La santa Eucaristía. Domingo a las 3
106. Esta instrucción ha sido admirable. Por desgracia no tengo tiempo.
Jesús ha deseado tanto darse a nosotros… Comulguemos frecuentemente para responder a su llamada. junto a El hallaremos la fuerza, la luz, la dignidad. El es el sostén del mártir, el vino que hace germinar las vírgenes.
a) Las personas que comulgan cada ocho días deben estar libres de faltas mortales.
b) Las personas que comulgan varias veces a la semana deben evitar el pecado venial.
c) Aquellas, finalmente, que comulgan diariamente deben vivir deseosas de la santidad, evitar incluso las imperfecciones, mortificar su carne, hacerla sufrir.
Esto es lo que dicen los Padres de la Iglesia.


107. He pensado en mamá cuando decía el Padre: «Oh, vosotras, pobres madres, a quienes Dios pide vuestras hijas o vuestros hijos, venid a sacar junto a El fortaleza y ánimo. » Oh, sí, mi Jesús, sostenla, por favor, su dolor me hace mal…
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El amor divino. Lunes mañana [27 de marzo de 1899]
108. «Hijo mío, dame tu corazón» (Prov. 23, 26). La joven Santa Inés había comprendido bien estas palabras de Jesús. Ella fue al martirio para conservar su corazón para el Esposo a quien se había consagrado.
Para que una persona gane y merezca todo nuestro amor es preciso que nos ame y se sacrifique por nosotros. ¡Ah! ¿No lo ha hecho Jesús? Pero como El es nuestro Dios esto nos deja fríos e indiferentes. Y, sin embargo, todo debiera llevarnos a El, y deberíamos sentir derretirse en su amor nuestros corazones, y gritar: Puedo soportar todos los tormentos por el Amado que tanto ha sufrido por mí. Este amor ardía en el corazón de las vírgenes que abandonaron el mundo para encerrarse…


109. […] resignar. Pero yo sabía bien que Tú me querías, Amor mío. ¡Ah! Tendré sequedades, arideces. Ya me lo decía el Padre: «Cuando esté fuerte para caminar sin consuelos, Jesús hará como que se retira. » Entonces tendré que luchar y sufrir, pero Tú estarás allí, ¿verdad?, mi Amado, para sostener a quien no vive más que para Ti, a quien tiene para Ti un agradecimiento eterno, a quien no puede comprender todas tus gracias y favores, porque ha hecho tan poco por Ti…
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La piedad. Lunes a las 9
110. La piedad debe guiarse por el amor y no por el miedo. Siempre se trabaja con más entusiasmo por aquel a quien se ama. La piedad debe ser: a) iluminada; b) humilde; c) constante.
Encontraremos la fuente de la piedad en la Santa Comunión, donde hallaremos la luz y la fuerza.
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Lunes noche
111. El sermón de esta noche «sobre el amor de Dios» ha estado admirable. He llorado al oír hablar del amor de Dios hacia mi alma. Lamento no poder escribir este sermón desde el principio hasta el fin, pues es el más bello de todos…
¡Oh, Jesús! Yo no puedo oír decir que Vos sufrís, que vuestro Corazón sangra viendo a todos estos hombres alejarse de Vos. ¡Ah! Esto me tortura. ¿Con que Vos sufrís; Vos, mi Amado; Vos, mi amor y mi vida? Sí, lloráis, ¿pedís que se os consuele? Ah, en vuestra inmensa bondad habéis llegado hasta el extremo de pedirme a mí, pobre lombriz, miserable criatura, que os consuele. ¿Es esto posible, Jesús mío? ¡Ah! Es demasiado bello, demasiado grato para mi corazón. Creo morir al pensarlo. ¡Oh, envíame sufrimientos; quiero compartir tus dolores… Jesús, mi supremo amor, no puedo vivir más sin sufrir, cuando tú sufres. ¡Ah! Muy pronto seré toda tuya, viviré en la soledad, a solas contigo solo, sin ocuparme de otra cosa más que de ti, no conversando sino contigo. Estoy convencida de que anhelas el día en que tu amada sea, al fin, toda tuya. También ella lo espera. ¡Ah, ella tendrá que hacer un gran sacrificio abandonando a las que ama! Pero siente una dulzura infinita en este sacrificio, pues lo hace por ti; por ti, a quien ama por encima de todo; por ti, que has herido su corazón. Tú la has cautivado con tus encantos, tú su esposo, su madre, su hermana, su amor supremo que puede reemplazar todo en su corazón. ¡Ah! Me parece soñar cuando pienso que reservas una porción tan elevada, tan hermosa a una criatura débil, mala, como yo, que tanto te ha ofendido. ¡Ah! Misterio de amor el que quieras elevarme hasta ti, que me des la más bella de las vocaciones. ¡Ah! No más lágrimas y tristeza, alma mía. Embriágate de felicidad, da gracias a Jesús. Es El quien te llama, para que puedas dejar. sin romperte el corazón, a estas dos criaturas tan amadas.
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La perseverancia. Martes a las 6 de la mañana. [28 de marzo de 1899]
112. Para perseverar es preciso:
A) Tener fuertes propósitos; no son necesarios muchos.
B) No desanimarse. Es más difícil levantarse del desaliento que del pecado. No inquietarse si no se nota progreso en el alma. Dios permite esto frecuentemente para evitar caer en el orgullo. ¡Ah! El sabe ver nuestros progresos y cuenta todos nuestros esfuerzos.
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Las devociones para excitar la piedad. Martes a las 9 de la mañana
113. Las devociones para alimentar nuestra piedad hacia Jesús son:
A) La devoción a la Pasión.
B) La devoción a la misa. Figurarse que se asiste a la Pasión; ofrecer en holocausto a Jesús por tal gracia, por nuestras faltas.
C) La visita al Santísimo Sacramento. Jesús está solo, nadie para consolarlo, y El está allí por nosotros…


114. ¡Oh, Maestro amado! Sí, yo te consolaré, tendré parte en tus dolores. ¡Ah! No te aflijas, te amaré por los que te olvidan..
Y tú, María, alcánzame otro milagro. Tú, que me has escuchado tan bien, toca ahora el alma del señor Chapuis. Es necesario. ¡Oh, te lo pido al precio de cualquier sufrimiento!…
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La conversión. Martes noche
115. El señor Chapuis ha venido esta noche. Gracias, María. Y el sermón sobre la conversión estaba hecho para él. ¡Ah! ¡Que no resista a la llamada divina! Madre querida, toca su corazón, sólo quedan unos días. Por favor, convertidlo.
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La misa Miércoles a las 6 de la mañana [29 de marzo de 1899]
116. Sin este augusto sacrificio, sin esta Víctima que se inmola tantas veces cada día, el Señor no podría retener su cólera. Nada le agrada más, ni es tan meritorio. Aunque sufriéramos el martirio, se trataría de sangre humana, mientras que en el altar corre sangre de un Dios.
Durante la misa: a) Jesús se inmola; b) Jesús expía; c)…
Por eso debemos asistir a la misa con los sentimientos que habrían embargado nuestro corazón en el Calvario. Imaginémonos que estamos al pie de la Cruz junto a Jesús agonizante… Durante la misa no es necesario leer las preces litúrgicas por bellas que sean. Se puede hacer meditación o rezar el rosario incluso.


117. ¡Oh, Dios mío, en nombre de este Holocausto sublime, convertid a esta alma! Sí, en nombre de Jesús, cuya sangre corre en el altar; de Jesús, que hizo todo por las almas, oh, Dios mío, compadeceos. En nombre de mi amor a mi Esposo Amado me permito tanto atrevimiento con Vos. Soy mala, Señor, y no merezco ser escuchada. He hecho tan poco por Vos. Pero amo tanto a Jesús. Moriría de alegría si contribuyese a llevarle esta alma, porque esto le alegraría, su Corazón se regocijaría viendo que aquel que le había olvidado al fin volvía a El. ¿Qué hay que deciros, Dios mío? ¿Qué hay que hacer? ¿Qué hay que sufrir? Hablad. Estoy dispuesta a todo por mi Jesús, con mi Jesús…
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La soledad del alma. Miércoles a las 9 de la mañana
118. El alma que se dedica a la oración, que vive bajo la mirada de Dios y lo hace todo por El y con El: a) reconoce la vanidad de las cosas de este mundo; b) se eleva por encima de las cosas de la tierra; c) saca fuerza y valor; d) progresa en el camino de la perfección.
Hay que meditar por la mañana. He aquí una manera de hacer oración.
Empezar por recogerse, si es posible, en la propia habitación de Dios, en la iglesia, incluso durante la misa. Ponerse en la presencia de Dios, mirarlo junto a sí, orarlo. Abrir el libro, leer lentamente, deteniéndose en el pensamiento que os impresione. Después, cerrar el libro y poner el alma ante las cosas leídas… Hacer un firme propósito, y recordarlo durante el día, entrando frecuentemente en sí mismo, y por la tarde en el examen de conciencia.
Vivir así recogidos todo el día bajo la mirada de Dios, hablándole continuamente, sintiéndolo a nuestro lado.


119. Hemos llegado a las últimas instrucciones de la mañana, que tanto me agradaban, y he aquí que la misión toca a su fin. Quisiera retener estos días benditos. Un sentimiento de tristeza invade mi alma al ver finalizar esta misión, durante la cual el Señor me ha colmado, una vez más, de gracias. ¡Oh no, Jesús, nada de lágrimas! Me quedas tú. Iré a sacar fuerza y ánimo para la lucha junto a ti. Y además, para ayudarme, brilla ya ante mi vista el día feliz en que me entregaré a ti. Nada más que dos años… Transcurrámosles, Amor mío, en la más íntima unión, en la más dulce familiaridad. No siempre me veré llevada por la gracia, como al presente. Tendré que sostener luchas. Pero estás allí, Jesús mío, sostenme. ¡Ah! Durante estos dos años, que voy a dedicar a prepararme a la vida religiosa, hazme sufrir mucho. Despega mi corazón de todo; que esté muy libre para que nada le impida verte. Quebranta mi voluntad, abate mi soberbia, tú que eres tan humilde de corazón. En fin, modela el mío para que pueda ser tu morada amada, para que vengas a reposar y a conversar conmigo en una unión ideal. Que este miserable corazón no sea sino una cosa con tu divino Corazón. Para esto corta, arranca, consume todo cuanto en él te desagrade. ¡Ah, me parece soñar! Dentro de dos años… Ah, esto es largo para un corazón que languidece; pero mi felicidad será tan suave que ya la pregusto y saboreo. ¡Ah!, dime, Amor mío: ¿no surgirán obstáculos? No, tengo confianza, y, ¡quién sabe!, puede ser que me tomes todavía más pronto. Arréglalo todo, te lo confío. ¡Oh, gracias, Jesús mío! Inspira a mi confesor, sostén a mamá, tan admirable en su resignación, recompensa a Guita. Y a mí, ¡ah!, hazme sufrir, prepárame, soy toda tuya…
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Día del Amor. Jueves Santo [30 de marzo de 1899]
120. ¡Oh, Jesús, que descansas en mi corazón, Jesús, mi vida, mi Amado, mi amor! Vengo a consolarte en este día en que tanto me has amado. ¡Ah!, quisiera hacerte olvidar con la magnitud de mi amor todas las ingratitudes del mundo. No te apenes, yo te amaré por los que te olvidan. Soy bien pobre, bien mala para aspirar tan alto, pero te amo, te amo hasta morir de amor. ¡Qué momentos más felices acabo de pasar contigo! ¡Ah! Esas lágrimas derramadas en tu presencia ¡qué suaves y dulces eran! Oh, Amor divino, perdón, perdón para los pecadores. He rogado tanto al Señor cuando estaba en mi corazón. He dicho a este Padre todopoderoso que no podía negarme nada en tu nombre y que no es más extraordinario convertir a este pecador que elevarme a cosas tan hermosas a mí, criatura pecadora. He suplicado tanto, llorado tanto… Oh, Jesús, espero darte esta alma. Redoblo mis oraciones a la querida Virgen María y siento aumentar mi confianza. Piensa lo feliz que sería si esta alma se convirtiese. Me parece que moriría de felicidad, Amado mío. ¡Ah!, cuando vi esta mañana acercarse a la Comunión para recibirte a todos estos hombres, lloré de alegría, pensando cuánto se debería alegrar tu Corazón. Pero me ha parecido que me hablabas en el fondo del corazón de los que no estaban allí. ¡Oh, Amor mío, olvídalos, no pienses en ellos sino para perdonarlos, déjate consolar por los que te aman. Sufro mucho cuando pienso que tu corazón está afligido!…
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A las 11
121. Estoy tan emocionada que no sé lo que escribo. ¡Oh, María, multiplica los milagros! Jesús será tan feliz…
Mamá ha tenido el valor de decir al señor Chapuis que se confiese. Tenía un miedo horrible de hacer más mal que bien y hacerle enojar, pues tiene un carácter muy vivo. Por un milagro de la Virgen ha recibido la cosa muy bien, ha dado las gracias a mamá, le ha dicho que estaba fatigado… que lo haría más tarde… En fin, está muy conmovido. María, otro milagro. Lo espero, cuento con él, apresúrate, la misión se acaba. Madre querida, convierte esta alma y hazme sufrir todos los tormentos. A cada nuevo sufrimiento me alegro, pensando que me escuchas…
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La santa Eucaristía. [Jueves] Noche
122. Es el colmo del amor divino. Aquí Jesús no nos da sólo sus méritos, sus dolores, se nos da a Sí mismo. Sólo un Dios podía concebir cosa semejante, una unión tan íntima. Después de la Comunión Jesús y el alma son un solo corazón, se funden como dos pedazos de cera. En este sacramento Jesús llega también a lo más doloroso. Durante su agonía en el jardín de los Olivos, el sudor de sangre que agotó a Jesús fue causado por la ingratitud de los hombres hacia este sacramento adorable, invento de su amor. Ciertamente no fue la cruz ni la muerte lo que atemorizó al Corazón de Jesús, sino esta ingratitud del mundo.

Tres cosas hay admirables en la institución de la Eucaristía:
a) El don que nos hace Jesús…
b) El momento en que Jesús nos hace este don, cuando un pueblo enfurecido trama su muerte…
c) El motivo por el que Jesús nos hace este don. ¡Ah! es para ganar nuestros corazones, para mostrarnos su amor, para conquistar el nuestro.


123. Jesús mío, yo te devolveré amor por amor, sacrificio por sacrificio. Tú te has inmolado por mí. A mi vez me ofrezco a ti como víctima, te he consagrado mi vida, quiero consolarte y con tu gracia, sin la cual nada puedo, estoy dispuesta a todo. ¡Jesús mío, te amo tanto, quisiera tanto hacerte algún bien!… Hazme sufrir, oh Dios todopoderoso, me ofrezco como víctima por los pecados del mundo; me ofrezco con Jesús, mi divino Esposo, Jesús Holocausto supremo. Aceptad esta pobre víctima, calmad vuestra ira, perdonad a esta pobre alma, por favor. Ciertamente que es justo que yo sufra después de haberos ofendido tanto, pero estos sufrimientos no los soporto por mí. ¡Ah! Es por los pobres pecadores para que se conviertan a su Jesús, a su Dios, a quien han abandonado.
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Viernes Santo [31 de marzo de 1899]
124. Oh, Jesús mío, guardad mi corazón. Es vuestro, os lo he dado, no me pertenece más.
Esta mañana mamá ha vuelto a casa muy tarde y completamente agitada… Le han hablado de una propuesta matrimonial para mí, un partido magnífico que yo no volveré a encontrar jamás. Ha ido a hablar al párroco para saber qué debe hacer, porque él me conoce mejor que nadie. Le ha respondido que era necesario hablarme de este matrimonio, mostrarme las ventajas, que esto es una prueba para mí, pero que debo reflexionar, que él no puede pronunciarse sobre mi vocación; pero, sin embargo, no debe prepararse una entrevista sin avisarme.
Muy lejos estaba yo de esperarme esto. ¡Pero qué indiferente me ha dejado esta seductora propuesta! ¡Ah!, mi corazón no es libre. Lo di al Rey de los Reyes, no puedo disponer de él. ¡Ah!, oigo la voz del Amado en el fondo de mi corazón: «Esposa mía, me dice, tú renuncias a toda felicidad de aquí abajo por seguirme. Tras de mis huellas tu camino será el dolor, la cruz, tendrás mucho que sufrir. Si no estuviera yo allí para sostenerte no las podrías soportar. Incluso los consuelos espirituales, tan dulces al alma, te serán quitados. ¡Cuántas pruebas, amada mía, cuando se camina detrás de mí! Pero también ¡cuántas alegrías, cuántas dulzuras te haré gustar en esos trabajos! La porción que te he escogido es ciertamente la más bella, es necesario que te haya amado con un amor muy grande para habértela reservado, amada mía., ¿Sientes en ti bastante amor a tu Jesús, aceptas estos sacrificios? ¿Quieres consolarme? ¡Ah, estoy tan abandonado!… Hija mía, no me abandones, quiero tu corazón. Lo amo, lo he escogido para mí, deseo el día en que serás enteramente mía. ¡Oh, guárdame tu corazón! » «Sí, amor mío, vida mía, Esposo amado a quien adoro, sí, estate tranquilo. Estoy dispuesta a seguirte por ese camino de sacrificios. Oh, tú quieres mostrarme todas las espinas que encontraré. Querido Jesús, las recorreremos juntos. Siguiéndote, contigo seré fuerte. Oh, gracias por haber escogido a una pobre creatura como yo para consolarte. Oh, tú sabías bien que yo no te abandonaría. Si lo hiciera, sería más culpable que los desgraciados que te crucificaron hace veinte siglos. ¡Oh, supremo Amor, soy toda tuya! Pero sostenme, pues sin ti soy capaz de todas las bajezas, de todos los crímenes… »
Lo que me apena es afligir a mi querida madre. Ah, es admirable, un milagro de María. No trata de influenciarme. Le he dicho, cuando me ha pedido que reflexionara, que mi respuesta sería la misma hoy que dentro de ocho días, pero que si eso le agradaba, consentía en no darle la respuesta todavía… Ahora ella me comprende… «Hubiera sido la tranquilidad para mí, me ha dicho. ¡Dios ha querido que sea de otro modo! »
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La Pasión. Viernes noche
125. El sermón de la Pasión ha sido magnífico. El Padre Mouton ha presentado a todos los enemigos de Jesús: Pilato, Herodes, Anás. Caifás, el pueblo judío, los soldados romanos. Ha comparado cada enemigo con los diferentes pecadores.


126. ¿No se ha teñido toda criatura, más o menos, en tu sangre, Jesús? Yo por lo menos, a quien tantas gracias has hecho, ¿no te he causado mucho mal? Perdón. Tú me has perdonado ya ciertamente al llamarme a la más bella de las vocaciones. Durante toda la vida, Maestro querido, expiaré por los que te ofenden. ¡Oh, Dios mío!, en unión con Jesús crucificado, me ofrezco como víctima. Por favor, tened compasión. Os hago el sacrificio de mi vida. Dadme el alma que tanto os pido, dádmela al precio de cualquier sacrificio. Ah, quiero la cruz, quiero vivir con ella como fuerza y sostén y tesoro, ya que Jesús la ha escogido para El, la ha escogido también para mí. Le doy gracias por esta señal de predestinación. «O Crux, ave, spes única». Oh sí, tú serás mi sostén, mi fuerza, mi esperanza, Cruz santa, tesoro supremo que Jesús reserva a los privilegiados de su Corazón. Quiero vivir contigo, morir contigo, a ejemplo de mi Esposo Amado, ¡sí, quiero vivir y morir crucificada! ¡Amor mío, «o padecer o morir»!
Te devolveré amor por amor, sangre por sangre. Has muerto por mí; pues bien, yo moriré cada día a mí misma, cada día soportaré nuevos sufrimientos, un nuevo martirio. Y esto por ti, a quien tanto amo…
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Sábado Santo [1 de abril de 18991]
127. ¡Pobre Jesús, qué espina para tu Corazón! Tu amada sufre contigo. Había orado, suplicado tanto por esta alma. ¡Ah! ¿No es verdad que no había rehusado ningún sacrificio por esta conversión?
Estoy muy emocionada. ¿Podré incluso escribir?
Después de haber preparado el camino al señor Chapuis, mamá había pedido al señor Párroco que enviase un misionero y hoy ha venido el Padre Lion. Estaba llena de confianza. Desgraciadamente, le han respondido un «no» que no dejaba esperar nada, y el Padre Lion dice que este pecador no se convertirá nunca. Estoy enferma por mi Jesús, tiemblo por esta alma. ¡Qué abuso de gracias! No lo condeno. Después de un momento de irritación contra ella, la compadezco. Dios mío, ¿no hubiera hecho yo tanto y más si no me hubieseis colmado de beneficios?…
Querido Maestro, uno mi dolor al tuyo. Hemos intentado todo por salvar esta alma: mamá con sus amables palabras, y yo, mi Jesús, creía haber orado tanto… No lo he hecho muy bien. Pues bien, sufriré, rogaré hasta que al fin sea escuchada. ¡Buen Jesús, pobre Amor, consuélate!
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Pascua [2 de abril de 1899]
128. Alleluia, alleluia. Jesús mío, en este día de gloria y de gozo yo lloro. Lloro por el final de la misión; lloro, sobre todo, por el endurecimiento de esta alma. He oído esta mañana tu voz en el fondo de mi corazón. Me decía que no me afligiese, que si mis oraciones parecían no haber sido escuchadas, por lo menos todas estas oraciones, todos estos sufrimientos habían sido gratos a tu divino Corazón. Esto me consuela. Pero ¿me puedo alegrar cuando tú, Esposo mío, sufres? Ah, tú puedes alegrarte viendo las conversiones logradas durante esta misión, y para pasar este día de Pascua un poco menos triste me uno a la alegría de tu Corazón. ¡No pensemos en este día más que en las ovejas extraviadas que han vuelto al rebaño!…
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Clausura de la misión. Domingo noche
129. Después de vísperas el Padre Mouton nos ha echado su último sermón, tratando de la perseverancia.
Es necesario perseverar. Aunque hubiéramos vivido cuarenta o cincuenta años virtuosamente, si sucumbimos perdemos al momento todos los méritos. Al contrario, aunque hubiéramos pasado muchos años apartados de Dios, si volvemos a El con amor y arrepentimiento, todos estos pecados son perdonados. Hay que mantener los frutos de la misión. Durante esta serie de sermones hemos sido como llevados por la gracia. Ahora va a llegar la prueba y la lucha, el momento de llevar a la práctica nuestros buenos propósitos.
Para luchar se precisan armas, escudos protectores:
a) El arma defensiva será la fe…
b) El arma ofensiva, la oración, los sacramentos, la santísima Eucaristía, este pan de ángeles que conserva a pobres creaturas, a humildes vírgenes bellas y puras como ángeles..


130. Después el Padre se ha despedido de nosotros. Yo derramaba ardientes lágrimas, y todos los que estaban cerca no se sentían menos conmovidos que yo. Esta despedida era tan emocionante… El Padre lloraba también. Después de haberse dirigido a los presentes, habló también de los ausentes, de los que habían resistido a la gracia. Ha recomendado a las almas que no han visto escuchadas sus oraciones que no se desanimen, que era imposible que no lo sean algún día, pues Dios tenía en cuenta tantas oraciones y sacrificios. ¡Cuánto bien me han hecho estas palabras! El Padre dio con voz emocionada la bendición papal. Después se entonó el Te Deum, ese cántico admirable que remueve las fibras más íntimas de mi alma. Cuando lo oigo cantar pienso siempre en el día que se cantará, cuando yo desaparezca detrás de las rejas del Carmelo...


131. Todo ha terminado. ¡Qué rápidamente ha pasado la misión! Estoy triste en este último día. Pero Jesús me ha dicho que esté gozosa de pertenecerle muy pronto. El no me abandona, queda siempre conmigo. «¿Qué más necesitas, hija mía? », me ha dicho el buen Maestro. Ah, ciertamente soy feliz, gozo ya de mi felicidad futura. Contemplo el mundo y sus cosas como algo por donde paso, pero no apego a nada mi corazón. He pedido a mi divino Esposo que arranque de mi corazón todo lo que le desagrada, y cada mañana al pensar en mi jornada le prometo tales o cuales sacrificios. Cuando algunos me cuestan, cuando dudo, Jesús insiste de tal modo que me es imposible negárselos.


132. Antes de salir de la iglesia he encomendado mi pobre pecador a la Virgen del Perpetuo Socorro. Le he prometido invocarla todos los días por esta pobre alma. En seguida me he consagrado de nuevo a María, me he entregado a ella con plena confianza. Ah, ella me ha escuchado tan bien que jamás podré expresarla mi amor y mi gratitud… Soy muy feliz. El corazón desborda de alegría, gozo por anticipado de mi felicidad. Oh Madre del Perpetuo Socorro, cada día te invocaré con una intención doble: que continúes ayudando a mi querida mamá, que ahora me comprende muy bien, y además me sostengas en este camino de la cruz en que me alisto con tanta alegría en seguimiento de mi Jesús. Madre, obtenme la gracia de la perseverancia, de llegar de hecho a ser perfecta. Ah, guarda puro mi corazón. Te lo entrego, lo pongo en tus manos.


133. Gracias también a ti, oh buen Jesús, en este día de clausura de la misión. Durante estas cuatro semanas no has hecho más que colmarme de gracias, sobre todo durante estos últimos días, que jamás olvidaré. Soy tan feliz, me parece soñar, no puedo comprender todavía este prodigio de tu amor. Cuando pienso en todas mis debilidades, en mi tibieza para contigo, me confunde tu bondad, y lloro, Jesús, y estas lágrimas son tan dulces… Sí, pronto responderé a tu llamada, pronto seré toda tuya, pronto habré dicho adiós a todo lo que amaba. Ah, el sacrificio ya está hecho; mi corazón está desapegado de todas las cosas. Siendo por ti casi no le cuesta. Pero queda un sacrificio que será penoso a mi corazón, un sacrificio para el que te pido que me ayudes: es mi madre, esta madre tan perfecta que me has dado; es mi hermana, esta criatura que es la abnegación encarnada. Soy feliz de sacrificarlas por ti. Sí, soy feliz de poder ofrecerte un verdadero sacrificio, pues, oh divino Esposo, tú me has llenado de presentes y yo ¿qué tengo para ofrecerte? Sí, poco, y ese poco es un don tuyo. Ah, por lo menos te doy un corazón que te ama. Un corazón que no desea más que compartir tus sufrimientos, un corazón que no vive más que para ti, que desde hace años no aspira más que a darse todo a ti, abandonando el mundo, y cuenta los días que le separan de aquel día tan hermoso en que por los tres votos te perteneceré para siempre. Seré tu esposa, una humilde y pobre carmelita, una crucificada a tu imagen. ¡Oh, mi Esposo, mi Rey, mi vida, mi Amor supremo, ayúdame siempre en este camino de la cruz, que he tomado por mi porción, pues sin ti, ah, no puedo nada!…
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Miércoles de Pascua [5 de abril de 1899]
134. ¡Cuánto echo de menos la misión! Hacía tanto bien oír tres veces al día la palabra de Dios, además de ir durante el día a rezar en común el rosario ante la Virgen del Perpetuo Socorro. Se han marchado los Padres. Lamento no poderme confesar más con el Padre Lion, que me ha dado en estas dos confesiones tan buenos consejos y ha sabido comprender tan bien las necesidades de mi alma. Su dirección se parece a la del abate Selleet, y doy gracias a Dios de habérmelo hecho conocer.


135. Todos estos días voy por la tarde a hacer una breve visita al Santísimo Sacramento. ¡Qué rato tan delicioso paso junto a mi Amado! Dejo que mi corazón se desahogue y me sorprendo diciendo mil locuras a este Esposo divino. Pero a El le gusta este abandono, este diálogo. Después escucho su voz tan dulce que habla en el fondo del alma, me da preciosos consejos y me prepara a la vida que pronto viviré. Me manifiesta los sacrificios y los dolores. Pero también cuántas alegrías, cuántas dulzuras en estas tribulaciones pensando que está con nosotros Aquel por quien se sufre y que cada sufrimiento es un gran consuelo para su Corazón. Digo mil locuras al Amado para darle gracias por la porción tan hermosa que me ha reservado: «No puedo darte una prueba mayor de mi amor, me ha dicho. Esta vocación está reservada a las almas más amadas de mi Corazón. »
Y yo, pobre creatura, que pienso tan poco en mi Jesús, soy llamada por El a esta vocación sublime. ¡Oh, milagro de amor, amor incomprensible de un Dios!


136. ¡Sólo Dios basta!
Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa.
Dios no se muda.
La paciencia todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene, nada le falta.
O padecer o morir.
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Los Ejercicios Martes noche [23 de enero de 1900]
137. Ejercicios predicados por el Padre Hoppenot

Los Ejercicios son días de: a) reflexión; b) resolución; c) oración.
En realidad no es el predicador quien hace los Ejercicios. Es simplemente como una señal de carretera colocada para señalar al viajero el camino. No hay más que dos agentes: Dios y nosotros.
a) ¿Qué parte corresponde a Dios? Dios hablará a cada alma, sin pedir lo mismo a todas.
b) ¿Cuál es nuestra parte?
Debemos buscar la soledad, esa soledad que tanto ama Nuestro Señor, pues fue en la soledad donde realizó los hechos principales de su vida.


138. ¡Dios mío! Ya han llegado, finalmente, estos días de Ejercicios
deseados con tanta impaciencia. Os pido que los bendigáis. Ya que no puedo romper con el mundo y vivir en vuestra soledad, ah, concededme al menos la soledad del corazón. Que yo viva en unión íntima con Vos, que nada, ¿verdad?, nada pueda distraerme de Vos, que mi vida sea una oración continua. Vos lo sabéis, buen Maestro, mi consuelo cuando asisto a esas reuniones, a esas fiestas, es recogerme y gozar de vuestra presencia, pues os siento muy bien en mí, oh mi Bien supremo. En esas reuniones no se piensa casi en Vos, y me parece que os contenta que un corazón, aunque sea tan pobre y miserable como el mío, no os olvide…
¡Dios mío! Desde mis Ejercicios del año pasado ¡de cuántas mercedes habéis colmado a vuestra humilde criaturita! ¡Ah! Vos, que sabéis todo, sabéis que al menos os amo. Ayudadme a hacer bien estos Ejercicios, pues quiero por vuestro amor llegar a ser santa. Me queda un año largo que vivir en el mundo, ¡que lo pase haciendo mucho bien! Construid en mí la carmelita, pues puedo y quiero serlo por dentro. ¡Dios mío, qué dulce es perteneceros! Desde el comienzo de estos Ejercicios os pido por todas las jóvenes que los van a hacer. Quisiera que a todas las colméis de gracias como a mí. Es tan bueno amaros y ser toda vuestra… Quisiera que todas las almas gustasen esta felicidad.
María, Madre querida, pongo estos Ejercicios bajo vuestra protección. ¡Ayudadme para hacer de mí una santa!…
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Miércoles mañana, 24 de enero [de 1900]
139. «¿De qué sirve al hombre ganar el universo si pierde su alma? » (Mt. 16, 26).
El gran asunto, la única cosa necesaria, es salvar el alma.


140. ¡Dios mío, ayudadme! No sólo quiero salvar mi alma, deseo también conquistaros otras. Vos sabéis cuánto me consume este deseo. Y estaría dispuesta a morir mil veces para ganaros una sola alma. Ah, Vos, que leéis en mi corazón, sabéis que si deseo tanto sufrir y dejarlo todo por Vos no es para evitarme las llamas del purgatorio, sino únicamente para consolaros, ¡oh mi Amado! ¡Ah, si Vos lo quisierais, estaría dispuesta a vivir en el infierno para que de ese abismo infernal subiese hacia Vos la oración de un corazón que os ama!
¡Oh, Dios mío! Os recomiendo todas las almas que siguen estos Ejercicios. Si lo queréis, renuncio a todos los consuelos que hubierais podido darme durante estos Ejercicios. Pero soy débil, fortalecedme mucho. Que durante estos días benditos viva en una unión más completa con Vos, que yo sólo viva dentro, en esa celda que Vos edificáis en mi corazón, en ese pequeño rincón de mí misma donde os veo, donde os siento tan bien. ¡Lástima que os deje tan frecuentemente solo, como lo estabais en el desierto! Ah, así soy… tan poca cosa. Pero os amo y os amo mucho. Tengo envidia de esas almas grandes que os han amado tanto…
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El pecado. Miércoles noche
141. «He pecado y ¿qué mal me ha sucedido? » (Eccl. 5, 5).
El pecado es una rebelión: a) contra Dios, nuestro Creador; b) contra Dios, nuestro Padre; c) contra Dios, nuestro supremo Legislador.


142. ¡Oh, mi Jesús crucificado, al contemplarte comprendo toda la malicia del pecado! Ah, Amado mío, mientras los verdugos taladraban tus pies y manos, mientras sufrías mil tormentos en la cruz, veías mis faltas sin número y todas mis infidelidades. ¡Ah, cuánto te hacían sufrir! Pero, oh Amado mío, tú sabías también cuánto de debía amar un día, que para devolverte tu amor, para consolarte, para ganarte almas estaría dispuesta a darte mil veces la vida. Oh, mi querido Jesús crucificado, perdón de toda la pena que he causado a tu divino Corazón. Perdón, no mires más que a mi amor, pues te amo y quisiera tanto llevarte almas…
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La muerte Jueves mañana, 25 de enero [de 1900]
143. ¡Oh, Dios mío! ¡Que muera contigo! ¡Que muera llevándote en mi corazón! ¡Ah! Que cuando me presente delante de ti, mi Jesús, mi Esposo Amado, reconozcas a tu esposa, aquella que habrá dejado todo por ti. ¡Ah! ¡Que no tengas vergüenza de mí! ¡Que no te vea con el rostro irritado! ¡Ah!, no, ¿verdad?, tengo confianza, pues te amo tanto… Entonces, oh mi Amado, te veré, te poseeré sin temor de perderte, me embriagaré de tu amor. ¡Ah! Este pensamiento me vuelve loca de dicha. Jesús mío, tal vez pronto me llamarás a ir contigo. ¡Ah!, que se haga tu voluntad, no quiero más que lo que quieras. Tú lo sabes, todo te lo he dado, no quiero siquiera tener otros deseos que lo que tú quieras. Sin embargo, si hubiera de ofenderte mortalmente, ¡ah!, ya te lo he dicho muchas veces, quítame la vida, por favor, tómame mientras soy toda tuya.


144. Nunca he oído cosas tan hermosas sobre la muerte cristiana como las que nos ha dicho esta mañana el Padre Hoppenot. Lloraba. ¡Qué conmovida estaba!
¡Qué buenos Ejercicios tenemos! Cómo sabe este Padre dar Nuestro Señor a las almas… Me alegro de confesarme con él esta tarde, pues es tan piadoso, tan santo, arde en un celo tan grande del bien y la conquista de las almas…
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Jueves tarde
145. ¡Qué buena confesión he hecho! ¡Qué bien hace al alma encontrar una de esas personas que sabe comprenderla y llevarla a Jesús! ¡Cómo me mima el buen Maestro! Mi corazón se derrite de reconocimiento y de amor. ¡Ah, cuánto bien me ha hecho esta confesión!… Ahora tendré la dicha de comulgar regularmente cuatro veces por semana. ¡Qué alegría, Amado mío, unirme a Vos tan frecuentemente! Ayudadme a llegar a ser perfecta del todo. ¡Dios mío! Estoy dispuesta a todo con Vos, sin vos nada puedo. ¡Cuánto desearía poder dirigirme al Padre…! Lo veo, no tengo lo que necesito. Mi confesor es excelente, hace todo lo que puede por mí, pero, lo noto, necesito otra cosa. En fin, mi Jesús está allí para dirigirme y guiarme. Además, en el Carmelo nuestra buena Madre me hace tanto bien. No puedo decir cómo ella me da a Nuestro Señor y todo el bien que hace a mi alma. ¡Ah!, lo repito, Jesús me mima. Desde los Ejercicios del año pasado cuántas gracias…


146. La instrucción de esta noche fue sobre la confesión. Por desgracia sólo tengo un instante para escribir algunas líneas de esta hermosa meditación.
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El juicio final. Viernes mañana, 26 de enero [de 1900]
147. Cuando Jesús se presente en el valle de Josafat con la cruz, esta cruz insultada, despreciada en la tierra, pero que entonces estará triunfante, en ese momento, digo yo, tendrá lugar:
a) La resurrección de los cuerpos.
b) La manifestación de las conciencias.
c) La sentencia.
«Ven, hija mía muy amada, tú, que no has sido de este mundo, ven con tu Jesús para siempre. El ha sido tu único amor, tu solo amor en la tierra. Ven ahora a poseerle en la eternidad.»


148. ¡Oh. Señor! Que sean estas palabras las que oiga salir de vuestros labios divinos. Lo sé, os he ofendido mucho, soy mala, pero os amo tanto… Me dirijo a Vos con toda sencillez, con toda confianza, como a un tierno Amigo. Me parece que os gusta esta dulce familiaridad. Por eso con abandono y confianza espero el momento que me unirá a Vos para siempre. Pero en el cielo no podré sufrir ya por Vos. ¡Ah!, al menos podré, lo espero, trabajar todavía por vuestra gloria.
Mientras estoy en el mundo, dignaos permitirme que haga algún bien. Soy vuestra pequeña víctima, servíos de mí. Ah, haced de mí lo que os agrade. Os entrego todo: cuerpo y alma, deseos y voluntad. Os lo doy todo.
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Viernes noche
149. Antes de la instrucción fui a ver al Padre Hoppenot para consultarle mis propósitos de los Ejercicios. Además, me había hecho tanto bien ayer que tenía un gran deseo de volver a verle. He podido hablar largamente con él y esta conversación no me ha hecho menos bien que la de ayer. ¡Qué agradecida estoy a mi amado Jesús por todas estas gracias de que me llena!
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150. La instrucción de esta noche sobre la Eucaristía ha sido estupenda. ¡Oh, Jesús mío! Quiero ser tan buena que se me conceda recibiros todos los días. Entonces, Dios mío, estaré en el colmo de mis deseos: recibiros cada día, y además vivir unida a Vos de una comunión a otra, en vuestra intimidad, ¡ah, es el Paraíso en la tierra! ¡Jesús mío, por favor, concededme esta gran felicidad! ¡Ah, conozco mi debilidad, mi indignidad, pero ¿no sois vos el dador de la vida, el pan que hace germinar las vírgenes? ¿No sois Vos, Señor, toda mi fuerza y todo mi apoyo?… Ah, venid, pues, venid cada día a mi pobre corazón. Que él sea como vuestra pequeña hostia, no le abandonéis jamás, ¿no es verdad?, mi bien Amado.
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Sábado por la mañana, 27 de enero [de 1900]
151. No pudiendo comulgar en la misa de clausura, pues debía cantar en la comunión, he ido a la misa de 7 en esa pequeña capilla en que he seguido los Ejercicios. Después de haber recibido a Jesús en mi corazón, qué feliz era, de qué consuelos me ha colmado. ¡No puedo decirlo todo! Hay cosas que pierden su perfume al sacarlas al aire, pensamientos íntimos que no pueden traducirse en palabras sin que pierdan inmediatamente su sentido profundo y celestial. Me he entregado muy de veras al buen Maestro, me he abandonado a El. Le he abandonado también mi deseo más acariciado. No quiero más que lo que El quiere. Soy su víctima. Que haga de mí lo que quiera. Que me reciba a la hora que El quiera; estoy dispuesta, espero. ¡Ah! Después de estos días tan hermosos, de recogimiento, de oración, al pensar que habrá que volver a la vida ordinaria, a hacer visitas, a asistir a reuniones, no puedo decir el sentimiento de tristeza y de miedo que me invade. ¡Oh, Maestro, os ofrezco este sufrimiento! Estoy dispuesta a todo lo que queráis, a seguiros adonde os parezca bien. ¡Ah! No os fijo el momento. Tomadme cuando queráis. Me abandono a Vos. ¡Es tan bueno, tan dulce! He hecho este año de nuevo los mismos propósitos: humildad y renuncia. Eso es todo. Y suplico a mi Jesús que me ayude para cumplirlos fielmente. ¡Oh, mi Amado, os prometo humillarme y renunciarme cada vez que tenga ocasión!


152. En la misa de clausura, en el momento de la comunión, el Padre Hoppenot ha dicho unas palabras conmovedoras sobre la sagrada Eucaristía. El alma es semejante a un desierto. En efecto, las características del desierto son: a) la esterilidad, y b) la soledad. ¿No es esto lo que se encuentra en mi alma? «Venid y comed» (Prov. 9, 5).


153. Sí, Jesús, iré a ti, mi fuerza, mi apoyo, mi vida, a ti, que me iluminarás y me inundarás con el agua de tu gracia, a ti, que eres el único que puedes llenar la soledad de mi alma. Que no busque nada fuera de ti, porque únicamente tú puedes contentar mi corazón.
Toma y recibe, Maestro a quien adoro,
todos los tesoros que he recibido de ti.
Y pues mi corazón podría desfallecer todavía,
por compasión, Dios mío, tómame.
¿No eres tú solo mi señor y mi rey?
Toma y recibe, si algún bien me queda,
algún tesoro, algún fútil honor,
un solo placer que no sea celestial.
Yo te los devuelvo, ¿no eres el Señor?
Para ti mi corazón, mi cuerpo, mi alma entera,
para servirte siempre y sin retorno.
Pero déjame tu luz y tu gracia,
Dios mío, Dios mío, dame tu amor…
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Sábado noche
154. He ido a ver a nuestra buena Madre para acabar mi retiro. ¡Cuánto bien me ha hecho esta larga conversación! ¡Ah, querido y pobrecito locutorio del Carmelo, qué hermosos momentos paso en ti! Jesús mío, premiad a esta buena Madre lo que hace por mí, por favor: ella sabe tan bien daros mi alma.
¡Cuánto bien me ha hecho ya!
Al despedirme de la Madre María de Jesús estuve en la capilla y al pie del altar de María me consagré de nuevo a esta buena Madre y le confié mi inocencia. ¡Ah!, que ella me guarde pura, preserve de la menor mancha este
corazón que es todo de Jesús…


155. La instrucción de esta noche ha sido sobre la oración, que debe ser humilde, confiada, perseverante, continua, pues ofreciendo a Dios todas nuestras acciones, no obrando más que por El, viviendo en unión con Nuestro Señor, nuestras acciones más sencillas se hacen meritorias ante el Señor.


156. Señor, que mi vida sea una oración continua. Que nada, absolutamente nada, pueda distraerme de ti, ni las ocupaciones, ni los placeres, ni los sufrimientos. Que esté abismada en ti y haga todo bajo tu mirada. Señor, tómame, tómame toda entera. Dentro de cinco días María Luisa va a dejarlo todo por ti. Te la doy, dándote gracias en medio de mis lágrimas por habernos escogido a las dos para ser tus esposas. Quisiera poder decir adiós, como ella, a aquellas a quienes amo tan tiernamente y dejarlo todo por ti. Pero no ha llegado la hora; hágase tu voluntad. ¡Santa voluntad de mi Dios, sé siempre la mía! ¡Ah! Por lo menos en el mundo puedo se tuya. Sí, ¿verdad?, soy tuya. Recíbeme, recibe mi voluntad, todo mi ser. ¡Que Isabel desaparezca, que no quede más que Jesús!
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Déjate amar

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Santa Isabel de la Trinidad, Déjate amar


1. Mi Madre querida, mi sacerdote santo.
Cuando leáis estas páginas, vuestra pequeña Alabanza de gloria no cantará más en la tierra, sino habitará en el inmenso Hogar de amor. Podréis, por tanto, creerla y escucharla como “mensajero” del buen Dios. Madre querida, hubiera querido deciros todo lo que habéis sido para mí; pero la hora es tan grave, tan solemne… No quiero detenerme a deciros cosas que creería disminuirlas diciéndolas con palabras. Lo que va a hacer vuestra hija es revelaros lo que siente, o, con más verdad, lo que su Dios le ha hecho comprender en horas de profundo recogimiento, de contacto unificante.


2. “Vos sois amada extraordinariamente” amada con el amor de preferencia que tuvo el Maestro en la tierra hacia algunos y que los llevó tan lejos. El no os dice como a Pedro: “¿Me amas más que éstos?”. Madre, escuche lo que le dice: “¡Déjate amar más que éstos!”, es decir, sin temer que algún obstáculo sea obstáculo. porque yo soy libre para derramar mi amor en quien me place. «Déjate amar más que éstos», ésa es tu vocación, y siendo fiel a ella me harás feliz, porque engrandecerás el poder de mi amor. Este amor sabrá rehacer lo que hubieres deshecho. «Déjate amar más que éstos».


3. Madre tan querida, ¡si supieseis con qué certeza comprendo el plan de Dios sobre vuestra alma! El se me presenta lleno de una inmensa luz, y comprendo que allá en el cielo voy a cumplir, a mi vez, un sacerdocio para vuestra alma. Es el Amor quien me asocia a su obra en vos. ¡Oh, Madre, cuán grande y adorable es de parte de Dios! ¡Qué simple para vos, y esto precisamente es lo que la hace tan luminosa! Madre, Déjese amar más que los otros. Esto explica todo e impide al alma extrañarse…


4. Si se lo permitís, vuestra pequeña hostia pasará su cielo en el fondo de vuestra alma. Ella os conservará en comunión con el Amor, creyendo al Amor; esto será la señal de su habitación en vos. ¡Oh, en qué intimidad vamos a vivir! Madre querida, que vuestra vida se desarrolle también en el cielo, donde cantaré en vuestro nombre el Sanctus eterno; no haré nada sin vos ante el trono de Dios. Sabéis bien que llevo vuestro sello y que algo de vos misma ha aparecido con vuestra hija delante de la Faz de Dios. Os pido también que no hagáis nada sin mí, me lo habéis permitido. Vendré a vivir en vos, y esta vez seré vuestra madrecita. Yo os instruiré, para que mi visión os aproveche, participéis en ella y así viváis la vida de los bienaventurados.


5. Madre venerada, madre consagrada para mí desde la eternidad, al partir os lego la vocación que fue mía en el seno de la Iglesia militante y que cumpliré en adelante incesantemente en la Iglesia triunfante: “Alabanza de gloria de la Santa Trinidad”. Madre, “Dejaos amar más que éstos”. Es de esta manera como vuestro Maestro quiere que vos seáis alabanza de gloria. El se alegra de construir (Col 2,7) en vos por su amor y para su gloria, y es El solo el que quiere obrar, aunque no hayáis hecho nada para obtener esta gracia, sino lo que hace la criatura: pecados y miserias… El os ama así. El os ama «más que a éstos». El lo hará todo en vos, y llegará hasta el final; pues cuando un alma es amada por El hasta este punto, de esta manera, amada con un amor inmutable y creador, con un amor libre que transforma como a El le agrada, ¡oh, qué lejos va esa alma!


6. Madre, la fidelidad que os pide el Maestro es de permanecer en comunión con el Amor, de derramaros, de enraizaros (Ef 3,17) en este Amor que quiere marcar vuestra alma con el sello de su potencia y grandeza. No seréis superficial si estáis despierta en el amor. Pero en las horas que no sintáis más que el decaimiento, el cansancio, le agradaréis todavía, si sois fiel en creer que El obra aún, que os ama de todos modos, y más aún: porque su amor es libre y es así como quiere engrandecerse en vos. Y vos os dejaréis amar “más que éstos”. Esto es, creo, lo que quiere decir… ¡Vivid en el fondo de vuestra alma!. Mi Maestro me hace comprender con claridad que allí quiere crear cosas adorables. Estáis llamada a rendir homenaje a la simplicidad del Ser divino y a engrandecer la potencia de su Amor. Creed a su “mensajero” y leed estas líneas como venidas de El.
[Isabel ilustra ahora sus convicciones con una larga cita de Santa Angela de Foligno. Todo son palabras dirigidas por Jesús o el Espíritu Santo a Santa Angela.]


7. “¡Oh, yo te amo, yo te amo más que a otras personas de este mundo!… Soy ‘yo’ quien vengo y te traigo la alegría desconocida… Voy a entrar en el fondo de ti.
¡Oh, mi esposa! ¡Me he posado y reposado en ti; ahora poséete y repósate en mí!
¡Amame! ¡Toda tu vida me agradará con que me ames!… ¡Haré en ti grandes cosas, seré conocido en ti, glorificado, clarificado en ti!…

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Elevación a la Trinidad

“¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí, para establecerme en Ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, ¡oh, mi Inmutable!, sino que cada minuto me haga adentrarme más en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma, haz en ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu descanso. Que no te deje allí jamás solo, sino que esté allí toda entera, completamente despierta en mi fe, en total adoración, completamente entregada a tu acción creadora.

¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para tu Corazón; quisiera cubrirte de gloria; quisiera amarte… hasta morir de amor! Pero siento mi impotencia, y te pido que me ‘revistas de ti mismo’, que identifiques mi alma con todos los movimientos de tu alma, que me sumerjas en Ti, que me invadas, que ocupes Tú mi lugar, para que mi vida no sea más que una irradiación de tu Vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.

¡Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándote, quiero hacerme dócil a tus enseñanzas para aprenderlo todo de Ti. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero miraros siempre y permanecer bajo tu gran luz. ¡Oh, Astro querido!, fascíname para que no pueda ya salir de tu irradiación.

¡Oh, Fuego consumidor, Espíritu de Amor! ‘Ven a mí’ para que se haga en mi alma como una encarnación del Verbo. Que yo sea para Él una humanidad complementaria en la que renueve todo su misterio. Y Tú, ¡oh Padre Eterno!, inclínate hacia tu pequeña criatura, ‘cúbrela con tu sombra’, y no veas en ella más que a tu ‘Hijo amado, en quien has puesto todas tus complacencias’.

¡Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo! Me entrego a Ti como víctima. Abísmate en mí para que yo me abisme en Ti, mientras espero ir a contemplar en tu luz el abismo de tus grandezas.


Isabel de la Trinidad,
Carmelo de Dijon
21 de noviembre de 1904


Notas íntimas

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Índice: Santa Isabel de la Trinidad, Notas íntimas
I. Antes de entrar en el Carmelo
NI 1. Acordaos a Santa Isabel. [22 de abril de 1894 ]
NI 2. Reloj de la Pasión. [Mayo octubre de 1894]
NI 3. [Yo encomiendo a San Antonio]
NI 4. [Hazme mártir de tu amor] [(Poco?) después del 16 de noviembre de 1899]
NI 5 [Que esto sea tu pequeña Betania] [(Hacia el?) 23 de enero de 1900]
NI 6 [Yo prometo a mi Jesús] [27 de enero de 1900]
NI 7 [Renuevo mi voto de castidad] [16 de julio de 1900]
NI 8 La celdilla de mi Amado. [15 de agosto de 1900]
NI 9 [Oh, Santa Teresa] [15 de octubre de 1900]
NI 10 [Vos me enviáis el mayor sacrificio] [20 de octubre de 1900]
NI 11 [Cuánto sufro, Dios mío] [4 de abril de 1901]

II. En el Carmelo
NI 12 [Cuestionario] [(Hacia el?) 9 de agosto de 1901]
NI 13 [Ser esposa de Cristo] [Hacia la mitad de 1902]
NI 14 [La carmelita] [Hacia la segunda mitad de 1903]
NI 15 ¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! [21 de noviembre de 1904]
NI 16 [Ejercicios de 1905] [9‑18 de octubre de 1905]
NI 17 [La visita continua de Dios] [(Hacia?) julio de 1906]










I. Antes de entrar en el Carmelo
NI 1. Acordaos a Santa Isabel. [22 de abril de 1894 ]
Acuérdate, oh Santa Isabel, mi patrona y celestial protectora, que soy tu pequeña protegida. Acude en mi auxilio en esta tierra árida y sostenme en mis debilidades. Concédeme tus hermosas virtudes, tu dulce humildad y tu sublime caridad. Alcánzame de Dios que cambie mis defectos en virtudes como cambió en rosas los panes que tú llevabas.
Dame para volar al cielo las alas de la esperanza, y cuando Dios me llame a Sí, ven tú misma a recibirme a la puerta del cielo. Así sea.
Isabel Catez.
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NI 2. Reloj de la Pasión. [Mayo octubre de 1894]
Noche
7. Lavatorio de los pies.
8. Sacramento de la Eucaristía.
9. Oración de Jesús en el huerto de los Olivos.
10. Sudor de sangre.
11. Sueño de los Apóstoles.

Medianoche. Beso de Judas.
1. Prisión.
2. Prisión.
3. Prisión.
4. Jesús ante Caifás.
5. Negación de San Pedro.
6. Jesús ante Pilato.

Día
7. Irrisión de Herodes.
8. Flagelación.
9. …
10. Barrabás preferido a Jesús.
11. Jesús lleva la cruz.

Mediodía. Jesús es clavado en la cruz.
1. Jesús perdona al ladrón.
2. Jesús nos da a María por madre.
3. Jesús expira.
4. Su costado es abierto por la lanza.
5. Jesús, bajado de la cruz, es entregado a su Madre.
6. Jesús es puesto en el sepulcro.
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NI 3. [Yo encomiendo a San Antonio]
Yo encomiendo a San Antonio
una gracia temporal muy importante,
varias otras gracias temporales (cuatro),
una intención particular,
cinco gracias espirituales muy importantes,
una conversión, una curación muy importante,
otras dos curaciones. Isabel
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NI 4. [Hazme mártir de tu amor] [(Poco?) después del 16 de noviembre de 1899]
… víctima de holocausto. ¡Oh, hazme mártir de tu amor, que este martirio me haga morir! Quítame la libertad de disgustarte, que nunca haga el más leve pecado. Rompe, arranca de mi corazón todo lo que te disgusta. Quiero cumplir siempre tu voluntad, responder siempre a tu gracia. Oh, Señor, quiero ser santa para ti, sé mi santidad, pues conozco mi debilidad. ¡Oh, Jesús! Gracias por todas las gracias que me has concedido; gracias, sobre todo, por haberme probado. Es tan bueno sufrir por ti, contigo. Sea cada latido de mi corazón un grito de agradecimiento y de amor.
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NI 5 [Que esto sea tu pequeña Betania] [(Hacia el?) 23 de enero de 1900]
¡Oh, Jesús, Amado mío, qué dulce es amarte, pertenecerte, tenerte por único todo! ¡Ah! Ahora que vienes cada día a mi corazón, que nuestra unión sea cada día más íntima. Que mi vida sea una oración continua, un prolongado acto de amor. Que nada pueda distraerme de ti, ni los ruidos ni las distracciones. ¿Verdad? Me gustaría tanto, oh mi Señor, vivir contigo en el silencio. Pero lo que amo sobre todo es cumplir tu voluntad. Y ya que quieres que esté todavía en el mundo, me someto de todo corazón por amor tuyo. Yo te ofrezco la celda de mi corazón para que sea tu pequeña Betania. Ven a descansar. Te amo tanto… Quisiera consolarte y me ofrezco a ti como víctima, oh Maestro, por ti, contigo. Acepto de antemano todos los sacrificios, todas las pruebas, incluso la de no sentirte conmigo. Sólo te pido una cosa: ser siempre generosa y fiel, siempre; aunque nunca vuelva a poseerme. Quiero cumplir perfectamente tu voluntad, responder siempre a tu gracia. Deseo ser santa contigo y para ti, pero siento mi impotencia. ¡Oh, sé mi santidad!. Si nunca me enmiendo, oh, te conjuro, te suplico. Llévame, hazme morir mientras yo soy toda tuya. Yo soy tu “pequeña mimada”, tú me lo dices; pero tal vez la prueba venga muy pronto y entonces seré yo quien te daré. Señor, no son estos dones, estos consuelos de que me colmas, lo que yo busco. Es a ti, únicamente a ti. Sostenme siempre, tómame cada vez más. Que todo en mí te pertenezca. Rompe, arranca todo lo que te disgusta para que sea toda tuya. ¡Oh, cada latido de mi corazón es un acto de amor!. Jesús mío, Dios mío, ¡qué bueno es amarte, ser tuya completamente!
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NI 6 [Yo prometo a mi Jesús] [27 de enero de 1900]
Prometo a mi Jesús humillarme y renunciarme cuantas veces tenga ocasión por amor suyo, y pido a este Esposo Amado que ayude a mi debilidad para que yo haga de mi vida una oración continua, un acto de amor. Que nada pueda distraerme de El. Que yo viva en el mundo sin ser del mundo. Puedo ser carmelita por dentro y quiero serlo.
¡Oh, mi Amado! Que yo pase santamente el tiempo que me queda por vivir en el mundo; que lo pase unida a Vos, en vuestra intimidad, haciendo un poco de bien. Señor, soy vuestra, tomadme toda entera. Tal vez deseo demasiado ir al Carmelo… Oh, Amado, ordenad mis deseos. Que vuestra voluntad sea siempre la mía. Puedo ser vuestra en el mundo, ¿no es verdad? Oh, Jesús.
Desde hace tiempo os lo he dado todo; hoy renuevo esta ofrenda. Soy vuestra pequeña víctima. ¡Ah! Que desaparezca Isabel y quede sólo Jesús.
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NI 7 [Renuevo mi voto de castidad] [16 de julio de 1900]
¡Oh, mi querido Jesús! Renuevo con alegría mi voto de castidad, que parece unirme a ti más íntimamente todavía. Me ofrezco a tu amor como víctima de holocausto por la salvación de los pobres pecadores y te pido que me hagas mártir de este amor. ¡Ah! Que este amor me consuma y me haga morir. Jesús, Esposo amado, escucha también esta petición que tantas veces te hago. Si hubiese de cometer un solo pecado mortal, hazme morir pronto, mientas soy toda tuya…
¡Oh, Amor mío! Que cada latido de mi corazón te repita este ofrecimiento. Soy tuya, te pertenezco, haz de mí lo que gustes. Soy tu víctima, quiero consolarte, y para ello quiero sufrir todos los dolores con la ayuda de tu gracia, sin la cual nada puedo.
¡María, mi buena Madre! ¡Oh, Virgen del Carmen, ofrecedme, dadme a Jesús!
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NI 8 La celdilla de mi Amado. [15 de agosto de 1900]
El abandono a la divina voluntad será la cama. Tendrá un hermoso sillón: la mortificación; una mullida alfombra: la humildad. Para que este divino Amado esté a gusto en mi pobre celdilla, la adornaré con el mayor número de flores que pueda. Estas flores serán los pequeños sacrificios de cada minuto. Y el alimento que daré a mi Jesús será la renuncia y la abnegación. Una lamparilla estará siempre ardiendo: su llama será el amor, el amor que consume el corazón enamorado de Jesús.
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NI 9 [Oh, Santa Teresa] [15 de octubre de 1900]
¡Oh, Santa Teresa, mi querida Madre! ¡Oh, Beata Juana de Tolosa! Os pido que me quitéis la bronquitis. Es preciso. Nuestra Madre lo ha dicho. No deseo curarme. Hace tanto bien sufrir por el “Amado”. Hago esta oración por obediencia. Oh, mi querida Madre; estoy cierta de que me escucharéis. Amén.
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NI 10 [Vos me enviáis el mayor sacrificio] [20 de octubre de 1900]
¡Oh, Dios mío! ¡Me enviáis el mayor de los sacrificios! Después de haberos recibido cada día, ¿en qué voy a parar sin Vos? Pero, me lo habéis dicho, no tenéis necesidad del Sacramento para venir a mí. ¡Oh, Amor mío, cómo sabéis consolarme, cómo junto a Vos mi pobre alma vuelve a encontrar fortaleza y ánimo! ¡Oh, Dios mío; oh, Vida mía! Sois Vos quien lo dais, poco importa lo que me enviéis. Ya que esto viene de Vos, siempre está muy bien. ¡Oh! Gracias cuando me probáis, porque me parece que entonces estáis más cerca, que me amáis más y que nuestra unión es más estrecha. ¡Oh, Amor, qué bueno es sufrir por Vos y con Vos! Pero acordaos de mi debilidad. Ayudadme. No puedo nada sin Vos. Sed mi apoyo y mi fortaleza, oh Dios mío.
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NI 11 [Cuánto sufro, Dios mío] [4 de abril de 1901]
¡Cuánto sufro, Dios mío! Pero quiero permanecer en este estado todo el tiempo que os plazca, ya que este bendito sufrimiento purifica mi alma, a la que Vos queréis uniros más íntimamente. Más, más, mientras queráis, pero ayudadme, soy tan débil… Veis bien que es a Vos, únicamente a Vos, a quien amo, el único a quien me apego… ¡Oh, Amor! ¡Qué bueno es poderos dar, a Vos que me habéis mimado tanto! María Isabel de la Trinidad. Jueves Santo de 1901.
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II. En el Carmelo
NI 12 [Cuestionario] [(Hacia el?) 9 de agosto de 1901]
P. ¿Cuál es según usted el ideal de la santidad? R. Vivir de amor
P. ¿Cuál es el medio más rápido para llegar al cielo? R. Hacerse pequeñita, entregarse para siempre.
P. ¿Cuál es el santo a quien más ama? R. Al discípulo amado que reposó sobre el Corazón de su Maestro.
P. ¿Cuál es su santa preferida y por qué? R. Nuestra santa Madre Teresa, porque murió de amor.
P. ¿Qué punto de la regla prefiere? R. El silencio.
P. ¿Cuál es el rasgo dominante de su carácter? R. La sensibilidad.
P. ¿Cuál es su virtud predilecta? R. La pureza. “Bienaventurados los corazones puros, porque verán a Dios” (Mt. 5, 8).
P. ¿Qué defecto le inspira mayor aversión? R. El egoísmo en general.
P. Dé una definición de la oración. R. La unión de aquella que no es con el que es
P. ¿Qué libro prefiere? R. El alma de Cristo. Ella manifiesta todos los secretos del Padre que está en el cielo.
P. ¿Tiene grandes deseos del cielo? R. Tengo a veces la nostalgia, pero, excluida la visión, ya lo tengo en lo más íntimo de mi alma.
P. ¿Qué disposiciones querría tener en la muerte? R. Quisiera morir amando y caer así en los brazos de Aquel a quien amo.
P. ¿Qué martirio le agradaría más? R. Los amo todos, sobre todo el de amor.
P. ¿Qué nombre querría tener en el cielo? R. Voluntad de Dios.
P. ¿Cuál es su lema? R. Dios en mí, yo en El.
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NI 13 [Ser esposa de Cristo] [Hacia la mitad de 1902]
¡Ser esposa de Cristo!
No es sólo la expresión del más dulce de los sueños; es una realidad divina, la expresión de todo un misterio de semejanza y de unión. Es el nombre que en la mañana de nuestra consagración la Iglesia pronuncia sobre nosotras: «¡Veni, sponsa Christi!»
¡Hay que vivir la vida de esposa! «Esposa», todo lo que este nombre hace presentir de amor dado y recibido… de identidad, fidelidad, entrega absoluta… Ser esposa es entregarse como El se entregó; ser inmolada como El, por El, para El… ¡Es Cristo que se hace todo nuestro y nosotras que nos hacemos «toda suya»!
Ser esposa es tener todos los derechos sobre su Corazón… Es un diálogo para toda la vida… Es vivir con… siempre con… Es descansar de todo con El y permitirle descansar de todo en nuestra alma…
Es no saber más que amar: amar adorando, amar reparando, amar orando, pidiendo, olvidándose. Amar siempre bajo todas las formas.
«Ser esposa» es tener los ojos en los suyos, el pensamiento obsesionado por El, el corazón todo cautivo, lleno, como fuera de sí y pasado a El, el alma llena de su alma, de su oración; todo el ser cautivado y entregado…
Es, teniendo siempre fija en El la mirada, sorprender el menor signo y el más pequeño deseo; es entrar en todas sus alegrías, compartir todos sus dolores. Es ser fecunda, corredentora, dar a luz almas a la gracia, multiplicar los hijos adoptivos del Padre, los rescatados por Cristo, los coherederos de su gloria.
«Ser esposa», esposa carmelita, es tener el corazón abrasado de Elías, el corazón transverberado de Teresa, su «verdadera esposa», porque cela su honor.
Finalmente, ser tomada por esposa, esposa mística, es haber arrebatado su Corazón hasta el punto que, olvidando toda distancia, el Verbo se derrame en el alma como en el seno del Padre con el mismo éxtasis de infinito amor. Es el Padre, el Verbo y el Espíritu invadiendo el alma, deificándola y consumándola en la Unidad por el amor. Es el matrimonio, el estado fijo, porque es la unión indisoluble de las voluntades y de los corazones. Y Dios dijo: «Hagámosle una compañera semejante a él, serán dos en uno» (Gen. 2, 18, 24).
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NI 14 [La carmelita] [Hacia la segunda mitad de 1903]
La carmelita es el sacramento de Cristo. A través de ella debe darse nuestro Dios Santísimo, el Dios crucificado todo Amor. Pero para comunicarle así hay que dejarse transformar en una misma imagen con El. Es necesaria la fe que contempla y ora sin cesar. La voluntad al fin cautiva y que no se separa más. El corazón verdadero, puro y exultante bajo la bendición del Maestro.
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NI 15 ¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! [21 de noviembre de 1904]
¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayudadme a olvidarme enteramente para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Vos, ¡oh mi Inmutable!, sino que cada minuto me haga penetrar más en la profundidad de vuestro misterio. Pacificad mi alma, haced de ella vuestro cielo, vuestra morada amada y el lugar de vuestro reposo. Que no os deje allí jamás solo, sino que esté allí toda entera, completamente despierta en mi fe, en adoración total, completamente entregada a vuestra acción creadora
¡Oh, mi Cristo amado, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro Corazón; quisiera cubriros de gloria amaros… hasta morir de amor! Pero siento mi impotencia y os pido os dignéis «revestirme de Vos mismo», identificad mi alma con todos los movimientos de la vuestra, sumergidme, invadidme, sustituidme, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador. ¡Oh, Verbo eterno, Palabra de mi Dios!, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero hacerme dócil a vuestras enseñanzas, para aprenderlo todo de Vos. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero miraros siempre y permanecer bajo vuestra gran luz. ¡Oh, Astro amado!, fascinadme para que no pueda ya salir de vuestra irradiación.
¡Oh, Fuego consumidor, Espíritu de Amor, “descended a mí” para que se haga en mi alma como una encarnación del Verbo. Que yo sea para El una humanidad complementaria en la que renueve todo su Misterio. Y Vos, ¡oh Padre Eterno!, inclinaos hacia vuestra pequeña criatura, “cubridla con vuestra sombra”, no veáis en ella más que al “Amado en quien Vos habéis puesto todas vuestras complacencias”
¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo!, yo me entrego a Vos como una presa. Encerraos en mí para que yo me encierre en Vos, mientras espero ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas. 21 de noviembre de 1904.
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NI 16 [Ejercicios de 1905] [9‑18 de octubre de 1905]
“Me parece que todo es pérdida desde que sé lo que tiene de trascendente el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por su amor lo he perdido todo, teniendo todas las cosas por basura para ganar a Cristo y ser encontrada en El, no con mi propia justicia, sino con la justicia que viene de Dios por la fe. Lo que quiero es conocerle a El y la potencia de su resurrección y la comunión en sus sufrimientos, es conformarme a su muerte… Prosigo mi carrera procurando llegar allí a donde Cristo me ha destinado al tomarme.
Todo mi cuidado es olvidar lo que dejo detrás, tender constantemente hacia lo que está delante. Corro derecho a la meta, al premio de la vocación celeste a la que Dios me ha llamado en Cristo Jesús” (Fil. 3, 8‑10 y 12‑14).
El Apóstol nos revela la grandeza de esta vocación al decirnos: “Desde la eternidad Dios nos ha elegido para hacernos inmaculados, santos en su presencia en el amor” (Ef. 1, 4). Pero para ser así “enraizados y fundados en la caridad” (Ef. 3, 17), es decir, en Dios mismo (“Deus charitas est”) (IJn. 4, 16), hay que salir de sí, supone una separación absoluta de todas las cosas, en una palabra, un estado de muerte que entregue la criatura al Creador. Cuando el alma, despegada de todo por la sencillez de la mirada con que contempla a su divino Objeto, se establece en ese bienaventurado estado del que habla San Pablo cuando dice: “Vosotros estáis muertos, y vuestra vida está escondida en Dios con Cristo” (Col. 3, 3), o también: “Nuestra vida está en los cielos” (Fil. 3, 20), todas sus potencias están ordenadas a Dios. Ella no vibra más que con el toque misterioso del Espíritu Santo, que la transforma en “la alabanza de gloria a que fue predestinada por un decreto del que obra todas las cosas según el consejo de su voluntad” (Ef. 1, 11‑12). Entonces, en cada minuto que pasa, todos sus actos, movimientos, aspiraciones, al mismo tiempo que “la enraízan” más profundamente en el Ser divino, son otras tantas alabanzas, adoraciones y homenajes a la Santidad infinita. Todo en ella rinde “testimonio a la Verdad” (Jn. 18, 37) y glorifica a Aquel que ha dicho: “Sed santos, porque yo soy santo”.
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NI 17 [La visita continua de Dios] [(Hacia?) julio de 1906]
“La tierra está llena de desolación, decía el profeta, porque ninguno reflexiona en su corazón” (Ir. 12, 11). ¿Cuál es esta tierra desolada sino el alma cuando, no entrando en sí misma, donde Dios habita, no encuentra ya la fuente viva? Los santos han sabido hacer este movimiento interno y con qué profundidad… Por eso la tierra estaba sin cesar refrescada por las aguas vivas, por el contacto con el Amor infinito. Vivían en el Espíritu Santo en lo más profundo de ellos mismos. En el fondo del abismo se producía este encuentro divino. «Esta vida que podemos tener en el fondo de nosotros mismos se parece a la de nuestro modelo eterno. No conoce ni medida ni distancia. Nuestra alma recibe sin cesar la impresión de la luz divina de su modelo eterno, que resplandece en el fondo de ella misma y le permite sumergirse, abismarse en la esencia divina, donde ella encuentra ya su bienaventuranza eterna. Dios, que ocupa siempre su templo y llega continuamente, visitándola sin cesar por la irradiación de un esplendor nuevo. Cuando Dios llega, es que ya estaba presente; adonde llega, ya estaba. En El no hay accidentes ni cambios. Cuando El viene a nosotros es que ya estábamos en El, porque El no sale jamás de Sí mismo». «Sucede, pues, este fenómeno: Dios, en el fondo de nosotros, recibe a Dios que viene a nosotros». Un santo resumía esta vida íntima en un misterio de “Visitación”. «El Señor, decía él, considerando la morada y el reposo que se ha hecho a Sí mismo en el fondo de nosotros, considerando la unidad de espíritu, obrada por su gracia, y nuestro parecido con nuestro modelo, ha resuelto visitar continuamente esta unidad magnífica, obra de sus manos, e ilustrarla sin interrupción por el toque sublime de su Verbo y por la efusión de su amor. Porque El aprecia sus delicias, quiere habitar en el espíritu lleno de amor. Cuando El ha creado en nosotros su imagen, quiere visitarla, enriquecerla con dones maravillosos y abrirnos el camino de las virtudes más grandes que conducen a una imagen más iluminada. La voluntad de Cristo es que nosotros también habitemos esta unidad esencial y que permanezcamos donde El está, que nosotros seamos estabilizados en su riqueza. La voluntad de Cristo es que entre los actos más prácticos y multiplicados visitemos continuamente a nuestra Imagen divina. Pues en cada momento de su duración, en todos los puntos que abraza la palabra ahora, Dios nace en nosotros y el Espíritu procede, adornado de todos sus tesoros».
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Poesías

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Índice: Santa Isabel de la Trinidad, Poesías

I. Antes de su ingreso en el Carmelo
1 [María, oh tierna Madre] [Hacia mayo de 1894]
1b A mi madre [11 de agosto de 1894]
2 A María. Fiesta de la Asunción [12 (?) de agosto de 1894]
3 A mi hermana más pequeña [12 de agosto de 1894]
4 A Jesús [17 de agosto de 1894]
5 Recuerdo de un paseo en San Martín [17 de agosto de 1894]
6 A Santa Teresa [17 de agosto de 1894]
7 Al ángel custodio [18 de agosto de 1894]
8 A Carlipa [18-20 de agosto de 1894]
9 Recuerdo de mi excursión a la dársena de Lampy [20 de agosto de 1894]
10 [Quisiera decirte adiós] [20 de agosto de 1894]
11 Mi epitafio [21 de agosto de 1894]
12 A la iglesia de Saint Hilaire [15 de septiembre de 1894]
13 A Santa Isabel [Del 13 al 23 de septiembre de 1894]
14 Sobre el mar [23 de septiembre de 1894]
15 Adiós a las vacaciones [24 de septiembre de 1894]
16 A mi querida hermana María Luisa [28 de septiembre de 1894]
17 A mi buena amiga Gabby [30 de septiembre de 1894]
18 Por mí quisisteis morir [10 de octubre de 1894]
19 A la muerte de mi tío F Rolland [21 de octubre de 1894]
20 Día de Todos los Santos [1 de noviembre de 1894]
21 Comunión del 30 de noviembre de 1894 [30 de noviembre de 1894]
22 A la muerte del abate Saine [9 de diciembre de 1894]
23 Navidad de 1894 [25 de diciembre de 1894]
24 Jesús Hostia [Mayo de 1895]
25 Juana de Arco [Octubre de 1895]
26 A mi crucifijo [Octubre de 1895‑agosto de 1896]
27 ¡Acordaos! [Octubre de 1895‑agosto de 1896]
28 [Mis versos] [Octubre de 1895‑agosto de 1896]
29 [Oh, ¿por qué me haces languidecer?] [Agosto de 1896]
30 Mi despedida a la Serre y a Carlipa [Agosto de 1896]
31 Recuerdo del [Carmelo] [Septiembre de 1896‑septiembre de 1897]
32 A Santa Teresa [Septiembre de 1896‑septiembre de 1897]
33 El Ángelus del Carmelo [(Antes del 14 de) septiembre de 1897]
34 La capilla de las carmelitas [(Antes del 14 de) septiembre de 1897]
35 A Francia [(Antes del 14 de) septiembre de 1897]
36 A mi crucifijo [14 de septiembre de 1897]
37 [Oh padre, hace diez años] [2 de octubre de 1897]
38 A los distintivos de la carmelita [15 de octubre de 1897]
39 Después de la Comunión [(Poco después del 15?) de octubre de 1897]
40 Lo que veo desde mi balcón [(Poco después del 15?) de octubre de 1897]
41 El toque de difuntos del Carmelo [2 de noviembre de 1897]
42 A Santa Isabel de Hungría [19 de noviembre de 1897]
43 A María Inmaculada [8 de diciembre de 1897]
44 ¡Que se cumpla vuestra voluntad! [8 de diciembre de 1897]
45 La noche de Navidad [25 de diciembre de 1897]
46 Himno al dolor [8 de abril de 1898]
47 Aniversario de mi primera Comunión [19 de abril de 1898]
48 Recuerdo de la peregrinación a Nuestra Señora de Domois [1 de mayo de 1898]
49 El mes de María [Principio de mayo de 1898]
50 La primera Comunión de Magdalena [8 de mayo de 1898]
51 Confianza en la divina Providencia [Entre el 8 y el 29 de mayo de 1898]
52 A Magdalena el día de su primera Comunión [Entre el 8 y el 28 de mayo de 1898]
53 Proyecto de un viaje a Nuestra Señora de Lourdes [Entre el 8 y el 29 de mayo de 1898]
54 Pentecostés [29 de mayo de 1898]
55 La Octava del Santísimo Sacramento [10‑17 de junio de 1898]
56 Ultimo día de la Octava [7 de junio de 1898]
57 La fiesta del Sagrado Corazón [17 de junio de 1898]
58 Perdón para el pecador [17 de junio de 1898]
59 A Lourdes, a los Pirineos [22 de julio de 1898]
60 Mi adiós al valle [29 de julio de 1898]
61 Sueños nocturnos sobre la Serre [Agosto de 1898]
62 La gran Cartuja [27 de septiembre de 1898]
63 El lago de Annecy [29 de septiembre de 1898]
64 [Oh Maestro a quien adoro] [1 de diciembre de 1898]
65 La Inmaculada Concepción [8 de diciembre de 1898]
66 Ejercicios [noche del 24‑mañana del 29 (?) de enero de 1899]
67 La Adoración perpetua [10‑12 de febrero de 1899]
68 26 de marzo de 1899 [26 de marzo de 1899]
69 Viernes Santo de 1899 [31 de marzo de 1899]
70 Recuerdo de la Misión [Principio de abril de 1899]
71 Primera visita al Carmelo [20 de junio de 1899]
72 Santa Teresa [15 de octubre de 1899]

II. En el Carmelo
73 A mi hermana Magdalena de Jesús [Para el 13 de agosto de 1901]
74 [Al fin estoy desposada] [Para el día 8 de diciembre de 1901]
75 [Ha venido para mí] Navidad de 1901 [Para el 25 de diciembre de 1901]
76 [¿Cuando me tocará?] [Hacia el 13 de enero de 1902]
77 Nueva resurrección [Para el 30 de marzo de 1902]
78 [Acuérdate de la primera visita] [15 de abril de 1902]
79 Fiesta de la Santísima Trinidad [Para el 25 de mayo de 1902]
80 [En el seno de los Tres] [Para el 15 de junio de 1902]
81 Fiesta de Santa Germana [Para el 15 de junio de 1902]
82 ¿Cuál es tu nombre? [Para el 20 de julio de 1902]
83 [La carmelita] [Para el 29 de julio de 1902]
84 [El está siempre vivo] [Para el 6 de agosto de 1902]
85 [El corazón herido por el Infinito] [1902]
86 «He visto brillar la estrella luminosa» Navidad de 1902 [Para el 25 de diciembre de 1902]
87 [Soy la esposa más pequeña] [Para el 16 de abril de 1903]
88 [Hay uno que comprende el Misterio] Navidad de 1903 [Para el 25 de diciembre de 1903]
89 [Restaurar todas las cosas en Cristo] [Para el 15 de junio de 1904]
90 [Tú irradias el único bien] [10 de octubre de 1904]
91 [En un humilde y pobre establo] Navidad de 1904 [25 de diciembre de 1904]
92 [Volver a verte es muy dulce] [1904‑1905]
93 [¿Conoces bien tu riqueza?] [25 de julio de 1905]
94 [Amar] [Para el 29 de julio de 1905]
95 [Cree siempre en el Amor] [Para el 4 de agosto de 1905]
96 [Es medianoche] Navidad de 1905 [Para el 25 de diciembre de 1905]

III. En la enfermería
97 [Habitemos en el secreto de su Rostro] [Fin de abril (?) de 1906]
98 [Hemos creído en el amor de Dios por nosotros] [Para el 10 de junio (?) de 1906]
99 [Que la gracia de Dios te inunde] [Para el 10 de junio de 1906]
100 El sueño de una Alabanza de gloria – Recuerdos íntimos [Para el 15 de junio de 1906]
101 [El misterio de los Tres se ha reproducido] [Para el 15 de junio de 1906]
102 [Bajo la mirada de nuestra dulce Reina] [7 de julio de 1906]
103 [Alabanza a la Reina del Carmelo] [Para el día 16 de julio de 1906]
104 [Nos encontraremos en la Santísima Trinidad] [Para el 26 de julio de 1906]
105[Los proyectos de unión] [Para el 29 de julio de 1906]
106 [¿Has sondeado alguna vez el abismo del Amor?] [Para el 29 de julio de 1906]
107 El inefable deseo de un corazón agradecido [Agosto de 1906]
108 [Qué bien das a Dios] [Agosto de 1906]
109 [En la calma profunda de tu Ser eterno] [Agosto de 1906]
110 [Tú que me unes a mi Rey] [Agosto‑octubre (?) de 1906]
111 [La fortaleza de mi amor extremo] [Septiembre‑octubre (?) de 1906]
112 Los preparativos de Laudem Gloriae para Nuestra Señora de la Merced [14 de septiembre de 1906]
113 [Mi amor crucificado] [(Hacia el?) 14 de septiembre de 1906]
114 [La habitación de toda alma que ama] [(Hacia el?) 14 de septiembre de 1906]
115 [Me sumerjo en el Infinito] [Para el 24 de septiembre de 1906]
116 Acuérdate… [24 de septiembre de 1906] Amo Christum
117 [El misterioso cambio] [Septiembre‑octubre de 1906]
118 [¿ Quién como Dios?] [29 de septiembre de 1906]
119 [Jonatán y David] [Octubre (?) de 1906]
120 [El encuentro secreto] [3 de octubre de 1906]
121 [Para que El me identifique con el Hombre de dolores] [4 de octubre (?) de 1906]
122 [He sido amada demasiado] [Para el 9 de octubre de 1906]
123 [Ponme sobre tu corazón] [Para el 22 de octubre de 1906]

 







I. Antes de su ingreso en el Carmelo

1 [María, oh tierna Madre] [Hacia mayo de 1894]
Oh tierna madre María,
me pongo bajo tu protección.
Escucha mi oración
y bendice mis propósitos.
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1b A mi madre [11 de agosto de 1894]

Mi buena y tierna madre,
ah, del corazón de tu hija
recibe la felicitación sincera.
Incesantemente sabrá
amarte y complacerte.
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2 A María. Fiesta de la Asunción [12 (?) de agosto de 1894]

Con tu Hijo, Madre muy amada,
quiero vivir escondida.
Quiero estar en el Carmelo,
es éste mi eterno anhelo.
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3 A mi hermana más pequeña [12 de agosto de 1894]

Gentil y dulce hermanita,
a tu cara hermana mayor
permítela, pequeñita,
amarte de corazón.
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4 A Jesús [17 de agosto de 1894]

Jesús, de ti está mi alma celosa,
quiero ser pronto tu esposa,
contigo quiero sufrir
y para verte morir.
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5 Recuerdo de un paseo en San Martín [17 de agosto de 1894]

Junto a una roca de siglos
elevando mi alma al cielo,
junto a la orilla del río
me gusta hacer mi oración.
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6 A Santa Teresa [17 de agosto de 1894]

Tú que fuiste carmelita,
dichosa alma selecta,
alcánzame de Jesús
el logro de mis deseos.
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7 Al ángel custodio [18 de agosto de 1894]

Tú, que desde mi infancia
velas por mí con constancia,
quiero consolar el Corazón
de nuestro divino Salvador.
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8 A Carlipa [18-20 de agosto de 1894]

No olvidaré jamás
que fue en Carlipa,
ese rincón del universo,
donde he hecho mis primeros versos.
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9 Recuerdo de mi excursión a la dársena de Lampy [20 de agosto de 1894]

En el fondo de un barranco
todo lleno de verdor
y belleza natural
está el Riquet, la dársena.
¡Cuán grande es, cuán hermosa
la naturaleza, mi Dios!
¡Qué bueno es junto a ella
elevar el alma al cielo!
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10 [Quisiera decirte adiós] [20 de agosto de 1894]

Triste mundo seductor,
de espíritu falaz y engañador,
yo prefiero ser querida
de Jesús y de María.
Quisiera decirte adiós
y ser toda de mi Dios.
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11 Mi epitafio [21 de agosto de 1894]

Cuantos me amáis en la tierra,
por favor, no me lloréis.
Dejo un mundo de miserias.
Escucha, oh Dios, mis plegarias.
Os veré pronto en el cielo
con los espíritus bienaventurados.
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12 A la iglesia de Saint Hilaire [15 de septiembre de 1894]

Cercada de un claustro antiguo
de apariencia melancólica.
Me gusta soñar en esta iglesia,
lejos de los afanes del mundo.
Se está bien junto a Jesús…
¿Qué más se puede desear?
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13 A Santa Isabel [Del 13 al 23 de septiembre de 1894]

Oh tú cuyas virtudes
tanto agradaron a Jesús,
a mi alma arrebatada
otra vida le hace falta.
Tú, que vives en el Cielo,
obténmelo del Señor.
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14 Sobre el mar [23 de septiembre de 1894]

En su orilla tan acogedora,
cuando sus olas azules
vienen a romperse a mis pies,
me gusta soñar y orar.
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15 Adiós a las vacaciones [24 de septiembre de 1894]

Adiós vacaciones tan queridas,
que tantas emociones me habéis dado.
Adiós, comienzo el trabajo
bueno y amado de los estudiantes.
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16 A mi querida hermana María Luisa [28 de septiembre de 1894]

María Luisa, mi querida hermana,
qué lugar tienes en mi corazón.
Mucho nos hemos siempre querido
desde que Jesús nos ha unido.
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17 A mi buena amiga Gabby [30 de septiembre de 1894]

Gabby, mi querida amiga,
en ti pienso sin cesar,
tú conoces la ternura
con que te amo, mi querida…
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18 Por mí quisisteis morir [10 de octubre de 1894]

¡Por mí quisisteis morir!
¿No podré por vos, Jesús, sufrir?
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19 A la muerte de mi tío F Rolland [21 de octubre de 1894]

Ya no vive, ¡qué dolor! Dios nos lo ha llevado
a este tierno padre, al tío tan amado.
Allá arriba goza de paz, de una dulce vida.
Está cerca de Dios, en el cielo, su patria.
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20 Día de Todos los Santos [1 de noviembre de 1894]

Corazones de Jesús y de María
os pido en este tan bello día
libréis las almas queridas
que tanto amáis.
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21 Comunión del 30 de noviembre de 1894 [30 de noviembre de 1894]

Oh, Jesús de la Eucaristía,
escúchame, por favor,
concédeme en este hermoso día
la sublime virtud del amor.
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22 A la muerte del abate Saine [9 de diciembre de 1894]

En el secreto de tu Corazón
deposito mi dolor.
Sacerdote siempre fiel,
modelo de los humildes,
él supo hacerte amar
y sacrificarse por ti.
Amigo sincero del pobre,
fue para él como un padre.
De repente llamó la muerte
y su navecilla llegó al puerto.
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23 Navidad de 1894 [25 de diciembre de 1894]

Aquel a quien los ángeles adoran
está allí en pobres pañales,
¿puedo dudar de su amor,
tan bien probado en este hermoso día?
Humilde Jesús, modelo mío,
serte fiel oveja yo confío,
llevando mi cruz te seguiré
y siempre tu voz escucharé.
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24 Jesús Hostia [Mayo de 1895]

Cerca de Jesús Hostia
quisiera pasar mi vida.
Reposar junto a su Corazón
es en la tierra mi ilusión.
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25 Juana de Arco [Octubre de 1895]

La humilde pastorcilla abandona
a sus padres, su humilde choza,
su querido cayado, sus ovejas,
los rientes valles de Lorena.

Quiere salvar Francia
y al combate valiente se lanza,
la santa salva a Orleans,
deshaciendo de los ingleses el plan.

Mas, ¡oh dolor!, la piadosa guerrera
por los enemigos es hecha prisionera.
Sobre la hoguera murió
la virgen que no retrocedió.
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26 A mi crucifijo [Octubre de 1895‑agosto de 1896]

Imagen de mi Salvador,
tú eres mi sola riqueza,
ven a mi pobre corazón
a sostener mi flaqueza.

Junto a ti, amigo divino,
el dolor tiene su encanto.
A tus pies, crucifijo querido,
yo dejo correr mi llanto .
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27 ¡Acordaos! [Octubre de 1895‑agosto de 1896]

Acordaos, oh María,
de aquel poder infinito
que Jesús, el Salvador,
os dio sobre su Corazón.

Pongo en Ti mi confianza,
refugio de pecadores,
coloco en Ti mi esperanza,
en el valle de dolores.
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28 [Mis versos] [Octubre de 1895‑agosto de 1896]

Mis versos son el eco de mi corazón,
y si les falta armonía
o una dulce melodía,
siempre os dirán: «¡Felicidad!».
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29 [Oh, ¿por qué me haces languidecer?] [Agosto de 1896]

¿Por qué me haces languidecer?
Me gustaría tanto tuya ser
y vivir contigo en soledad
lejos de cuantos quiero en la tierra.

Oh, ¿por qué me haces languidecer
y pones una fecha a mi deseo?
Tú ves mis lloros y mis inquietudes,
Tú solo puedes enjugar mis lágrimas.

Oh, ¿por qué me haces languidecer?
Largos suspiros brotan de mi corazón,
quiere huir del mundo efímero
a un claustro duro y austero.

Oh, ¿por qué hacerme languidecer
cuando yo quiero sufrir?
Ves mi desesperación,
dígnate ceder a mi oración.

No, Tú no me haces languidecer,
Tú pones fin a mi largo martirio.
Adiós, placeres, locas quimeras,
adiós mundo de efímeros placeres.
El Señor me llama al Carmelo;
siguiendo su llamada, presto vuelo.
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30 Mi despedida a la Serre y a Carlipa [Agosto de 1896]

Adiós, valle delicioso,
que me recuerdas el cielo.
Adiós, villa pintoresca,
comparable al dulce boscaje.
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31 Recuerdo del [Carmelo] [Septiembre de 1896‑septiembre de 1897]

Los dulces sonidos del Carmelo
lentamente suben a los cielos.
El altar está adornado de flores
que difunden su suaves olores.
La luces brillan abundantes,
uno se cree en un rincón del cielo.

De repente, vestida de novia,
aparece una dulce prometida,
su rostro puro está radiante,
con los ojos llenos de alegría.
Puede sentirse feliz y orgullosa.
El momento, por fin, se ha presentado
en que, al fin, sin dejar cosa
se entregará a Jesús,
el dulce Esposo,
cuyo yugo es dulce, no oneroso.

Muy pronto a la puerta del convento
irá a llamar muy dulcemente,
y mujeres veladas, de aire austero,
vendrán a abrirla con cantos.
A los pies de un gran crucifijo,
Este confidente, amigo celestial,
la prometida se pone de rodillas
y da su corazón a su Jesús.
Se despide después de los que ama
y entra para una vida solitaria
en medio de unas almas elegidas
como humilde y pura carmelita.
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32 A Santa Teresa [Septiembre de 1896‑septiembre de 1897]

Tú que gozas de celestial felicidad,
que ves brillar el día que no acaba,
Teresa, tan amada de Jesús,
mística esposa de su divino Corazón,
condúceme a la montaña solitaria,
lejos de los vanos ruidos de la tierra,
lejos de los placeres y honores.
Allí encontraremos al Señor.

Tú que gozas de celestial felicidad,
que ves brillar el día que no acaba,
para salvar al pobre pecador
pasaremos la vida en sacrificios,
y estas serán nuestras delicias:
consolar al Señor.

Tú que gozas de celestial felicidad,
que ves brillar el día que no acaba,
al pie de los santos altares
del Dios invisible a los mortales
gozaremos los dulces encantos
derramando abundantes lágrimas.

Tú que gozas de celestial felicidad,
que ves brillar el día que no acaba,
cuando la noche larga y profunda
en sus tinieblas envuelve al mundo,
cuando Jesús está solo en la agonía,
en el Carmelo se vigila y reza.

Tú que gozas de celestial felicidad,
que ves brillar el día que no acaba,
cuando nos llegue la hora postrera,
hora que pondrá fin a la carrera,
a la puerta del cielo estate alerta
para introducirnos en la mansión eterna.

Tú que gozas de celestial felicidad,
que ves brillar el día que no acaba,
al mismo Dios alabaremos juntas,
y acompañando la voz de serafines
cantaremos el cántico sublime
que extasía a los que moran en el cielo.
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33 El Ángelus del Carmelo [(Antes del 14 de) septiembre de 1897]

Es la tarde. Estoy en mi balcón
contemplando el querido monasterio.
De repente suena el carillón
que invita a las monjas a rezar.
Dejo entonces mis lágrimas correr,
lágrimas que ofrezco a mi Señor.
A su salmodia unida
os rezo yo también, Virgen María.
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34 La capilla de las carmelitas [(Antes del 14 de) septiembre de 1897]

En su capilla misteriosa
¡cómo me siento dichosa!
Sola con mi Dios amado,
puedo llorar con cuidado.
Junto a la reja hay un cuadro
donde se ve al divino Cordero
la triste noche de la agonía
velando y orando por los hombres.

En su capilla misteriosa
¡cómo me siento dichosa!
Sola con mi Dios amado,
puedo llorar sin cuidado.
En este muy querido santuario
Jesús ya no está solitario.
Todo lo dejaron por Ti
cuando les dijiste: «Venid a Mí».

En su capilla misteriosa
¡cómo me siento dichosa!
Sola con mi Dios amado,
puedo llorar sin cuidado.
Quiero, como ellas, todo abandonar,
mi vida te quiero dar.
Tu agonía compartir
y crucificada morir.

Brillará el día venturoso
en que Jesús ceda a mi amor.
En su capilla misteriosa
me sentiré muy dichosa.
Dejaré correr mis lágrimas
dando gracias al Señor.
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35 A Francia [(Antes del 14 de) septiembre de 1897]

¡Oh Francia, querida patria,
tan amada y tan querida,
desprecias a tu Señor,
yo le veo con dolor!…
Que la humilde pastorcita,
más tarde ilustre guerrera
y hoy la santa celestial,
te vuelva a llevar a Dios.

Que desde la patria eterna
esta heroica doncella
pueda interceder por ti,
que te devuelva la fe
y te obtenga así la gloria
de salir con la victoria.

Para expiar tus errores
y obtener tu libertad,
querida Francia, mi país,
yo me consagro al Señor.
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36 A mi crucifijo [14 de septiembre de 1897]

Imagen del Salvador,
tú eres mi sola riqueza.
Ven pronto a mi corazón
a sostener mi flaqueza.
junto a ti, amigo divino,
hasta el dolor tiene encantos.
A tus pies, Jesús querido,
dejo yo correr mis llantos.

Si tú moriste por mí
después de grandes tormentos,
tú sabes que mi esperanza
es darme toda a ti.

¡Qué orgullosa y qué feliz
de tener el gran honor
de compartir tu dolor
caminando hacia el Calvario!

Gracias, amado crucifijo,
seas por siempre bendito.
Oigo tu voz que me llama.
¡Señor, qué porción tan bella!

Tú me quisiste elegir
para amar, orar, sufrir;
por favor, ven en seguida,
yo te consagré mi vida.
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37 [Oh padre, hace diez años] [2 de octubre de 1897]

Hace diez años, oh padre,
la cruel muerte te hirió,
dejabas a tu viuda desolada,
a tus hijas muy jóvenes aún.

Tu alma abandonaba la tierra,
lugar de destierro y de miseria,
para retornar al seno de Dios
en la bella ciudad de los cielos.

Fue en mis brazos débiles de niña,
brazos que tanto te abrazaban
mientras duró tu corta agonía,
último combate de la vida.

En vano traté de retener
ese tan largo, último suspiro.

Protector de mi infancia,
tú que supiste velar con gran constancia
sobre tus hijas entonces tan pequeñas,
te prometo que los años
no lograrán borrar de mi memoria
el recuerdo de un padre tan amado
que por Jesús un día fue llamado,
joven aún, a la eterna gloria.
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38 A los distintivos de la carmelita [15 de octubre de 1897]

Hábito querido de sayal,
capa pobre y muy sencilla,
aunque vuestra tela es dura,
¡qué bellas me parecéis!

Velo blanco, me recuerdas
una aurora dulce y bella,
el día en que el Salvador
poseyó mi corazón.

Rosario pobre y sencillo,
más precioso que las joyas,
a los rosarios más bellos
yo con mucho te prefiero.
Con esa tan grande cruz
y tus cuentas de madera
¿cuándo serás el adorno
perpetuo de mi cintura?

Mortificad ya mi carne
objetos de penitencia,
pues me sois ya tan queridos
como de otros rehuidos.

Y tú, pobre amado anillo,
me pareces ser el sello
de las eternas promesas
que yo hice a mi Señor
en santo y puro delirio
el día de alegría y de dulzuras.

Por fin, pequeña celdilla,
cámara pobre y sencilla,
querida cama de leño,
¿cuándo dormiré yo en ti?

¡Oh mi preciosa librea
y vosotros queridos distintivos,
santa pobreza de Dios.
oh dichoso convento,
me parecéis ya en la tierra
un rinconcito del cielo!
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39 Después de la Comunión [(Poco después del 15?) de octubre de 1897]

Oh, muerte, feliz liberación,
¿no eres el sostén más poderoso,
la esperanza más consoladora
del corazón fiel, cristiano de verdad?

Ya que debes unirme a Dios,
a quien he dado ya mi vida,
muerte ciega, hiere, por favor,
y ábreme las puertas de los cielos.

Vos sabéis, mi dulce Salvador,
que apenas os tengo ya conmigo,
a esta felicidad incomparable
se sigue el miedo de perderos.

En el cielo, patria eterna,
morada celeste de los elegidos,
serás mi posesión, Jesús querido,
único amor mío, vida mía.

Pero esta vez será para sin fin
felicidad eterna de delicias.
Adiós placeres, quimeras locas,
vosotros pasaréis bienes efímeros.

Sólo te quiero a ti, Salvador mío,
para que reines en mi corazón.
Cumple, pues, pronto mis deseos,
rompe sin más el hilo de mi vida.

Yo quiero morir por otra vida,
por poseeros a Vos, supremo Amor.
Señor, estoy muy castigada,
poned fin a mi larga agonía.
Que el cielo para mí se deje abrir
y pueda así finalmente morir.

Perdona, Señor, mi santo anhelo.
No, Señor, no quiero ya morir.
Vuestra agonía quiero compartir.
Hazme, Señor, largo tiempo sufrir.
No me hieras, muerte cruel.
Para apagar la ira de Jesús
quiero expiar mucho todavía.
Dígnate prolongar mi dulce martirio.
Sufrir por Vos, ¡qué gran felicidad,
qué lleno está de dulce suavidad!
¡Qué orgullosa me siento y qué dichosa
subiendo con Vos hacia el Calvario!

No, no quiero morir,
quiero aún mucho tiempo sufrir.
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40 Lo que veo desde mi balcón [(Poco después del 15?) de octubre de 1897]

Mi habitación es sencilla, pequeñita,
pero me gusta por su gran balcón,
pues veo desde allí a las carmelitas
y escucho su armonioso carillón.
Cuántas tardes, triste y soñadora,
voy a contemplar mi querido Carmelo,
mientras su campana melodiosa,
dulce y lento sonido envía al cielo.

Todo a mi alrededor es silencioso
y yo sola en este rincón delicioso.
Puedo entonces dejar correr mis lágrimas,
sólo Jesús puede ver mi alarma.

Veo las pequeñas ventanucas
de las pobres y humildes celdillas.
Veo el sencillo y gracioso campanario
elevándose hacia el cielo.

Veo la capilla misteriosa,
llena de humildes y pobres religiosas,
capilla donde yo seré feliz
el día que me dé a Nuestro Señor.

Veo su bello y solitario jardín,
con sus árboles de siglos,
veo a veces a sencillas religiosas
trabajando en la huerta premurosas.

¡Cuánto os envidio, santas religiosas!
¡Oh, gozad de vuestra felicidad!
Rezad por una futura religiosa
que quisiera vuestra vida compartir.
Orad, orad, para que sin tardanza
me haga el Señor ser vuestra hermana.
¡Qué orgullosa y feliz me sentiré
subiendo con vosotras al Calvario!

Entonces, mi querido y pequeño balcón,
donde escuché su armonioso carillón
desde la ventana de mi celdilla,
desde esa minúscula buhardilla,
te diré por siempre adiós;
habiéndote antepuesto, precioso balcón,
esta pequeña ventanita
para ser una humilde carmelita.
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41 El toque de difuntos del Carmelo [2 de noviembre de 1897]

Triste y lenta se dirige al cielo
la armoniosa campana del Carmelo.
El mundo está sumido en las tinieblas
y oigo su toque fúnebre.
Se hace de día, lo oigo todavía;
cada vez más dulce, más melódico.
Y parece decir: «¡Orad por los difuntos!»
Oh, mis dulces campanas del Carmelo,
cuando vuestro sonido sube al cielo
derramo lágrimas muy dulces.
Pero, subid, subid hacia los cielos,
vuestros conciertos alegres
llenen de gozo a los que moran en el cielo,
mientras yo, conmovida, entusiasmada,
os escucho fuera de mí
y lloro rogando por mis muertos.
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42 A Santa Isabel de Hungría [19 de noviembre de 1897]

Santa Isabel de Hungría,
tú ya gozas de celestial felicidad.
Intercede por mí [ante el] Señor
en esa santa Patria.

Oh, dile que ceda a mi deseo;
dile que yo quiero sufrir,
que quiero morir al mundo,
a su espíritu impuro y sucio.

Dile que en un hermoso día
mi alma conmovida y extasiada
le prometió ser suya para siempre
consagrándole su vida.

Dile que desde hace varios años
deseo de todo corazón
revestir el hábito modesto
de las humildes esposas del Señor.

Di a mi adorable Salvador
las lágrimas que en secreto yo derramo,
nadie más que El puede enjugarlas
y mitigar mis tristes penas
aceptándome, al fin, en un convento
de austera y dura Regla,
en el querido convento del Carmelo,
que parece un rinconcito del cielo.

Dígnate defender mi petición,
obtenme en el cielo esta gran cosa.
Entonces se dilatará mi corazón
desbordante de celestial felicidad
obtenida por ti en el cielo.
¡Oh Santa Isabel de Hungría!
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43 A María Inmaculada [8 de diciembre de 1897]

Guárdame siempre casta y pura,
presérvame de toda cosa impura,
vigila con cuidado mi débil corazón,
para que agrade a mi amado Salvador.

Que parezca un jardín muy solitario
donde Jesús se agrade,
jardín adonde venga con frecuencia,
donde more complacido para siempre.

Que sea El mi único sostén,
el amigo divino, el rey y esposo,
jardín que a todas horas visitado
haga de él pura morada.

Siempre con El está mi corazón
y día y noche pienso en El,
en este celestial, divino Amigo,
a quien probar quisiera su ternura.

Hay en él también este deseo:
nunca morir, mucho padecer.
Sufrir por Dios, darle la vida
rogando por los pobres pecadores.

¡Oh, tal es mi santo anhelo!
Desde la patria santa e inmortal,
Virgen bendita, oh dulce María,
mi frágil corazón tu guardarás.

Siempre casto y puro le conservarás,
preservándole de toda mancha,
para que agrade a mi dulce Salvador.
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44 ¡Que se cumpla vuestra voluntad! [8 de diciembre de 1897]

¡Que se cumpla tu voluntad!
Desde hace mucho, amado Salvador,
mi frágil vida yo te consagré,
esperando consolar tu corazón.

Dejar el mundo es mi aspiración.
Detesto su espíritu inmoral,
y en medio de sus falsos placeres
deseo todavía sufrir más.

Oh Esposo divino, dulce Salvador,
en uno de estos queridos monasterios
de austera y dura Regla
quisiera asociarme a tu dolor.

Pero tú no lo quieres todavía,
¿cuándo podré entregarme a ti?
Mas si te agrada verme sufrir,
no escuchando mi piadoso anhelo,
que se cumpla tu santa voluntad
y para siempre jamás sea bendita.

Lo que tú quieres, lo quiero también yo,
oh mi Jesús, amigo celestial.
Que tu voluntad, pues, sea la mía
y mi piadoso deseo me sostenga.
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45 La noche de Navidad [25 de diciembre de 1897]

Melodiosos sonidos del Carmelo,
subid alegres hasta el cielo
en esta noche misteriosa,
tan pura y deliciosa.
Me gusta escuchar esos sonidos
en el profundo silencio
de la solemne y grande noche,
siempre tan bella y memorable,
al tiempo que vosotras, carmelitas,
almas escogidas y selectas,
ofrecéis oraciones al Señor,
llenas de dulce y santa alegría,
tras las tupidas rejas.
Oh almas santas, humildes mujeres.

Yo, yo también oro al señor
y le doy mi pobre corazón.
Yo le pido me dé como porción
ser humilde y pobre como El,
dejarlo todo para ser suya,
siempre y toda suya,
amándole cada vez más cada día
y teniéndole solo por apoyo,
subir acompañándole al Calvario
en un pobre y santo monasterio.

¡Sufrir! ¡Siempre sufrir!,
ése es mi ardiente deseo…
Delante del portal allí yo oro
con fervoroso corazón,
pidiendo a Jesús, mi Salvador,
se digne aceptar mi vida
para conversión del pecador
que ultraja sin cesar su Corazón.

En ese pobre y frío establo
¡qué hermoso está el Niño Jesús!
‑‑¡Qué gracia, qué prodigio, qué milagro!
¡Ha venido por mí!
Melodiosos sonidos del Carmelo,
subid alegres hasta el cielo
en esta noche misteriosa,
tan pura y deliciosa.
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46 Himno al dolor [8 de abril de 1898]

Hiéreme, hiéreme, amado sufrimiento;
hiéreme, hiéreme, muy querido dolor.
Tú que afligiste incluso al Salvador
sé mi dulce esperanza aquí en la tierra.

Hiéreme, sin ti no puedo vivir;
hiere, que Jesús vea en mí
una crucificada como El,
que bebe con El su amargo cáliz.

Hiéreme, para que tenga la alegría
de parecerme a Nuestro Señor,
al dulce Jesús, divino modelo,
a Jesús, felicidad del alma fiel.

Hiéreme, yo encuentro mis delicias
en las pruebas y en el sacrificio.
Con ellas espero consolar
el Corazón de mi Amado Salvador.

¿No fuiste, dolor, divinizado
por el mismo Dios crucificado,
por Jesús llorando en su agonía,
Jesús que por mí entregó su vida?

Yo también deseo dar la mía
a este Dios pobre, Dios que sufre,
a Jesús escarnecido, moribundo;
espero que su gracia me sostenga…

Pues nada puedo yo sin su socorro,
mas si El me da la fortaleza
yo seré fuerte, fuerte siempre
para amar y sufrir toda mi vida.
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47 Aniversario de mi primera Comunión [19 de abril de 1898]

Dulces pajarillos, cantores de la tierra,
montes y colinas, flores y verdura,
estrellas encendidas en el cielo,
sol que brillas cual disco llameante,
mar hermoso de olas espumosas,
tierra fértil, llena de esplendor,
todas vosotras, obras maestras de Dios,
unid vuestras voces a la mía.

Entonemos una antífona admirable,
uno de los cantos armoniosos,
uno de esos himnos deliciosos,
himno desbordante de alegría.

Himno alegre, himno de gratitud
que cantará mi amor
en el aniversario de aquel día
que de Jesús fue morada el alma mía,
y de Dios posesión mi corazón.

De tal modo que a partir de aquella hora,
después de ese coloquio misterioso,
de aquella conversación divina, deliciosa,
sólo aspiraba a darle yo mi vida,
a devolverle algo de su gran Amor
al Amado Esposo de la Eucaristía,
que moraba en mi débil corazón,
llenándolo de todos sus tesoros.

¿Recuerdas, Jesús, lleno de encantos,
las lágrimas alegres, puras,
que llegaban llenas de dulzura
a tus pies, a tu divino Corazón?

Día bendito, el más hermoso de mi vida,
día en que Jesús reposó en mí,
día en que pude oír su voz
en el fondo de mi alma arrebatada. Día feliz, conversación primera
de mi alma con el Dios de amor,
anticipo de la morada celestial.
Llena de felicidad. ¡Yo te saludo!
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48 Recuerdo de la peregrinación a Nuestra Señora de Domois [1 de mayo de 1898]

Oh María, Virgen de Domois,
desde el fondo de mi corazón
te hago el sacrificio de mi vida
por el retorno de ese pecador.

Madre, tan tierna y bondadosa,
dígnate escuchar mi oración
y retorna al Dios crucificado
a este pecador que se ha extraviado.

Virgen de rostro tan dulce,
María de faz radiante,
mira a tu hija arrodillada
que te pide este favor.

¡Cuánto poder te dio Dios,
oh Virgen, sobre su Corazón!
¿Y no eres tú nuestra defensa,
dulce refugio de los pecadores?

Con el corazón lleno de esperanza
abandono estos santos lugares,
pues he puesto toda mi confianza
en ti, dulce Reina de los cielos.
Madre mía, Virgen María,
acuérdate de él, yo te lo confío.
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49 El mes de María [Principio de mayo de 1898]

Salve, salve, oh Virgen querida.
Salve, salve, bello mes de María.
Alegres campanas del Carmelo,
suba alegre vuestro son al cielo.

Festejad a María Inmaculada,
el blanco y puro lirio de los valles.
Y vosotras, vírgenes, hermanas muy queridas,
almas selectas y escogidas,
oh pobres y santas carmelitas,
escoged vuestras flores más hermosas
y un trono bonito a nuestra Madre,
preparad con vuestras manos virginales.
Pues gustan a la Reina de los cielos
las flores de nuestras albas matinales.

Y yo iré, por mi parte, algunas veces
a unirme a vuestro dulce salmodiar,
para orar, alabar, ensalzar a María
y escuchar vuestras voces angélicas.

Pueda, pueda la Virgen María,
pueda, pueda el Lirio del Carmelo,
la Reina de los cielos,
aceptarme entre vosotras, mis queridas.
Entonces se dilatará mi corazón
lleno de piadosa y desbordante felicidad.
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50 La primera Comunión de Magdalena [8 de mayo de 1898]

En un abrazo puro y divino
apriétale bien en tu pecho.
Después, escucha sus palabras,
pues sueña, niña… El reposa en ti.

El debe estar contento en tu alma pura,
pues El ama a los niñitos.
Sí, en estos corazones inocentes
es donde el muy Amado Salvador
prefiere hacer su morada.
Allí Jesús retorna a cada instante
a repartir sus dones y favores…

¡Querida Magdalena, alma dichosa,
cándido corazón, límpido lago,
permanece en el valle sombreado,
en el nido que Dios te ha preparado.

Entrégate, niña, toda entera
a Jesús, que está en tu corazón,
a tu Querido, a tu dulce Salvador.

Después, cuando acabadas tus plegarias,
tus puras expansiones misteriosas,
vuelvas a la tierra tras el cielo,
pide, pide también, querida pequeñita,
por una futura carmelita,
por Isabel, que de todo corazón
aspira a entregarse a su Señor.
Ángel bello, querida Magdalena,
¡pídele a Jesús por tu madrina!
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51 Confianza en la divina Providencia [Entre el 8 y el 29 de mayo de 1898]

Tengo en tu divina Providencia
una confianza inquebrantable.
Oh Jesús, vuelve y revuélvete a mí.
Yo me abandono en ti.

Cuando tú me dijiste: «Ven a mí»,
yo respondí a tu llamada.
Desde entonces, ¡cuántas lágrimas derramadas!
¿Te acuerdas de mis alarmas?

¿Te acuerdas de mi santo deseo
de responder a tu llamada,
de vivir solitaria en el Carmelo
y consagrarte mi frágil vida?

Perdona mi momento de impaciencia.
Me faltó, Señor, la confianza.
Mas fíjate, tal era mi deseo
de dejarlo todo y padecer por ti.

No volveré a perder la confianza.
Te lo prometo, querido Jesús mío.
Me pongo en manos de tu Providencia,
nada cambiará mi confianza.

Jesús, mi Salvador, bondad suprema,
no obstante mi deseo ardiente, extremo,
no aspiro, Belleza sin igual,
más que siempre cumplir tu voluntad.

Jesús, en quien se basa mi esperanza,
si no puedo responder a tu llamada,
¿quién podrá, por lo menos, en el mundo
impedir que me entregue toda a ti?

¿Quién podrá arrebatarme tu amor,
Jesús, Divino Esposo, vida mía?
Mis santos deseos siempre han sido
amarte y devolverte tu amor.

¡Oh, cálmate, impaciencia mía!
Tus deseos más grandes, alma mía,
abandona en su santa Providencia.
El quiere verte así sufrir.

En esta vida, en el valle tan sombrío,
te dignaste, Jesús, reservarme
una porción muy dulce y muy feliz
que el mundo no puede quitarme.

Por la porción que me escogiste,
«gracias» siempre gritará mi corazón,
Señor, mi Dios, durante mi vida.
Sí, sí, gracias, Amigo celestial.
Yo a ti ahora me abandono
llena de deliciosa confianza.
Gloria a tu divina Providencia.
Gloria al Señor, gloria siempre a ti.
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52 A Magdalena el día de su primera Comunión [Entre el 8 y el 28 de mayo de 1898]

Con su sonrisa radiante y divina
parecía un ángel del cielo,
pues en su hermosa carita
se reflejaba la imagen de Dios;
y en sus ojos tan grandes y azules,
una pura y dulce dicha se leía.
Había recibido la Hostia Santa
y tenía en su pequeño corazón
al dulce Jesús, divino Salvador,
al Prometido de la Eucaristía,
al tierno Amigo de los niños.
También con un abrazo divino
ella le estrechaba en su pecho,
lo envolvía en su blanco velo
mientras los ángeles, sus dulces hermanos,
los tronos y los luminosos arcángeles
estaban en actitud de adoración
ante la niña tan pura y bella,
cubriéndola con sus blancas alas.
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53 Proyecto de un viaje a Nuestra Señora de Lourdes [Entre el 8 y el 29 de mayo de 1898]

¡Oh Lourdes, oh Gave, oh santuario,
gruta misteriosa y solitaria!
Por vosotros ha pasado el soplo divino,
parecéis un rincón del cielo.

¡Oh rocas benditas de Massabielle!,
donde se mostró María pura y bella.
Este verano de nuevo os veré.
¡Qué alegría, qué dicha, qué dulce esperanza!

Estatua blanca y milagrosa,
valle que me recuerdas el cielo,
¡Lourdes, lugar bendito, te saludo,
anticipo de la mansión eterna!

¡Cuán feliz es el alma escogida,
la virgen pura, la carmelita,
que desde su celdilla puede rezar
ante la milagrosa roca!
Quién sabe, María, Virgen bendita,
si pronto la gran dicha tendré
de ser al fin su humilde y pobre hermana
y unirme a su oración.

Oh dulce María, lirio del Carmelo,
Virgen de Lourdes, Madre querida,
eres tú la que me habrás logrado
la dicha de ser toda de Jesús.

La alegría, por fin, de ser su esposa,
ese título del cual soy tan celosa,
mas que su voluntad sea la mía.
Esto es lo que debes obtenerme.
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54 Pentecostés [29 de mayo de 1898]

Con tus llamas ardientes y puras
dígnate, Espíritu Santo, abrasar mi alma;
consúmela en el amor divino.
¡oh Tú a quien invoco cada día!

Espíritu de Dios, brillante luz,
Tú que me colmas de favores
y me inundas también de tus dulzuras
quema, redúceme a la nada toda entera.

Tú que mi vocación me has otorgado,
condúceme también a la unión íntima,
interior, a aquella vida
toda centrada en Dios, que tanto ansío.

Que sólo en Jesús se funde mi esperanza,
y viviendo en medio de este mundo
a El solo aspire, a El solo vea,
mi Amigo celestial, mi único Amor.

Espíritu Santo, Bondad, Belleza suma,
Tú, a quien adoro y a quien amo,
consume con tu fuego divino
mi cuerpo, mi corazón, toda mi alma.
A esta esposa [de] la Trinidad
que sólo ansía hacer su voluntad.
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55 La Octava del Santísimo Sacramento [10‑17 de junio de 1898]

Cada día mi Amado Salvador
reposa en mi frágil corazón.
Cada día yo tengo la alegría
de decir al dulce Jesús a quien amo,
a Dios que en mi corazón reposa:
¡Hasta mañana, mi amado Salvador!
¡Hasta mañana, volverás de nuevo
Tú a quien yo amo, a quien adoro!
Mas después de estas puras expansiones,
delicioso y muy corto momento,
hay que abandonar el santuario
y abandonar al divino Solitario…

Mas ¡qué alegría, qué gracia, qué gran felicidad!
Me acercaré muy pronto al Salvador,
en la capilla de las carmelitas,
esas vírgenes puras, almas selectas,
entre las que tendré un día la alegría,
de poderlas llamar hermanas mías.
En esta morada casta y pura
acabo de pasar una hora entera
junto al Amado de mi corazón,
el Esposo Divino, el dulce Salvador.
Ninguna pluma podría describir,
ni tampoco yo puedo decir,
la divina, indecible felicidad,
con que Jesús me inunda el corazón.
Mas yo me siento tan dichosa
durante esa hora deliciosa
en que hablamos abierto el corazón,
nos manifestamos los sufrimientos,
nuestras tristezas, los íntimos deseos,
donde yo como víctima me ofrezco
a imitación del Divino Salvador
por la conversión de los pobres pecadores!

Aquí vengo a sacar fuerza y valor,
a pedir la cruz por mi porción.
Tengo sed, sí, sed de sufrir,
y sin la Cruz prefiero yo morir.
Oh, sí, la quiero como herencia,
la deseo como única porción.
Esa cruz, de Cristo tan querida,
en la que por nosotros dio su vida.
Oh, Cruz santa, supremo tesoro
que da Jesús a todos los que ama.
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56 Ultimo día de la Octava [7 de junio de 1898]

Tenía el corazón lleno de pena
al salir hoy del pío santuario.
Pues a mi Amigo divino
al Dios cautivo y solitario,
a mi amado Salvador
no tenía la gran satisfacción
ni la profunda alegría
de decirle: ¡Hasta mañana!
Mi buen Jesús, Maestro muy amado,
belleza suprema a quien adoro.

Quiero comer este celeste pan,
quiero volver de nuevo
a pedirte en este santuario,
pasar una hora en el convento.
Por desgracia, Jesús, Amor mío,
no será en adelante cada día!
Mi buen Maestro, hasta el año que viene,
no tendré de nuevo esta Semana.
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57 La fiesta del Sagrado Corazón [17 de junio de 1898]

Amor, gloria y honor,
Jesús, a tu divino Corazón,
ese corazón, fuente inagotable,
Corazón, manantial inextinguible.

Corazón traspasado por la lanza,
Corazón saciado de dolores,
Corazón, ¡ay dolor! tan ultrajado,
Corazón mi refugio seguro.

Cautivo en su prisión de amor,
soporta con amor la soledad,
la ingratitud, el olvido.
¡Se le abandona cada día!

¡Ay dolor! Como en Getsemaní,
la noche de la agonía,
está solo, casi todo el día,
este Corazón rebosante de amor.

¿Qué hay que no haya hecho por nosotros
este gran Dios, omnipotente,
este Dios de nuestro amor celoso,
este Dios a quien siempre se ofende?

Corazón Sagrado de mi Salvador,
a ti a quien adoro y a quien amo,
tú que eres todo amor, Bondad suprema,
tuyo es mi corazón.

Corazón sagrado del Amigo divino,
sé en la tierra mi único sostén,
sea aquí mi más dulce esperanza
tener una parte en tu dolor.

Aspiro tanto, oh dulce Salvador,
y ello sería mi delicia,
a consolar tu divino Corazón,
bebiendo el cáliz contigo.

Quiero beberlo hasta las heces,
como lo hiciste la noche de agonía.
Después, dulce Salvador, de tus dolores
el relato completo escucharé.

Procuraré a través de mis dolores,
y de mi amor, divino Salvador,
consolar tu divino Corazón.
Esa es mi dulce esperanza.

Mi deseo más ardiente,
y mi anhelo más íntimo estos son:
Vivir, sufrir, morir,
y ofrecerme como víctima,
para el amor, la gloria y el honor
del muy Amado, del Sagrado Corazón.
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58 Perdón para el pecador [17 de junio de 1898]

¡Perdón, Señor, perdón!
Este es el grito de muchos corazones.
Recibe, acepta estas víctimas,
dignaos, conmoveros con sus lágrimas.
Oh, ved, su más íntimo deseo
no es otro que expiar por el pecador.
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59 A Lourdes, a los Pirineos [22 de julio de 1898]

Al toque de mis dedos temblorosos, vibra, lira mía,
entonemos juntos un himno nuevo
para saludar un país tan bello
y poder expresar lo que él me inspira.
¡Salve, salve, naturaleza tan hermosa!
¡Salve, montañas inmortales!
Salve gruta bendita y solitaria
que haces soñar con el cielo.
Gruta que recuerdas a María,
donde todo es puro, sereno, silencioso.
Lourdes, tierra milagrosa,
anticipo de la morada eterna,
¿No eres acaso rinconcito del cielo
en medio de tu valle tan umbroso?
Me gustaría aquí permanecer,
más de ti tendré que separarme
y ¿cuántos años esto durará?
¡Queridos Pirineos, muy queridos!…
¿Quién sabe? Tal vez un día
en medio de vosotros me conduzca
la Señora que reina en Massabielle
¡Cuán dulce me parecerá mi dicha!
Volveré, pobre, solitaria,
no teniendo ya nada en esta tierra,
más que el Corazón, la Cruz de Cristo
¡Oh, ¿qué más se puede desear?
¿No es acaso ella el gran tesoro
que da Jesús a todos los que ama?
Son los privilegiados de su amor
con quienes Jesús comparte su dolor!
Mientras tanto, montañas muy queridas,
gruta bendita y solitaria,
hermoso país, que recuerdas al cielo,
ha llegado la hora que os diga
A Dios.
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60 Mi adiós al valle [29 de julio de 1898]

Adiós, adiós, querida Carlipa,
adiós, no te olvidaré.
Adiós, adiós, oh Serre encantadora,
adiós, tal vez para siempre.

Me gustaba tanto venir cada día
a soñar en este rinconcito de la tierra,
a este lugar tan delicioso,
a quien ya le digo: ¡Adiós!

¡Adiós, roca de San Martín!
¡Adiós, hermosos árboles, viejos abetos!
¡Adiós, delicioso riachuelo!
¡Adiós! Todo se pasa en la tierra.
¡Adiós, el más hermoso de los valles!
¡Adiós, sea para ti esta canción!
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61 Sueños nocturnos sobre la Serre [Agosto de 1898]

Es de noche. Todo está en silencio
bajo la hermosa bóveda celeste.
Suenan alegres las campanas…
¡Oh, qué melodiosas parecen
al claro de la luna, en este valle!

En esta noche calma y serena
entre los astros luminosos
se muestra, como una gran reina,
la luna con su hermoso disco luminoso.
La estrella de oro hiere las nubes,
es la hora del sueño de la naturaleza.
Oh hermoso valle, te saludo,
y quiero seguir soñando todavía.
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62 La gran Cartuja [27 de septiembre de 1898]

¡Salve grandioso y espléndido convento!
¡Salve, austera soledad!
¡Salve, forestas admirables!
¡Salve, montañas de elevadas cimas!

¡Salve, viejos árboles, dulce murmullo,
producido por el viento en los abetos,
lugar el más grandioso de la tierra,
el sitio más hermoso bajo el cielo!

¡Cartuja, montaña inmortal!
¡Qué hermosa me pareces,
en medio de esta calma silenciosa!

Esta soledad profunda,
ajena al ruido del mundo,
eleva mi corazón al cielo.
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63 El lago de Annecy [29 de septiembre de 1898]

Con sus aguas azuladas
tan limpias y transparentes,
donde se refleja el cielo puro;
con sus olas espumantes,

cuyo rumor me gusta oír
en medio del silencio de la noche,
cuando todo está en paz en el mundo:
Así es el azul lago de Annecy.

El final del lago es más severo,
y es el rincón que prefiero,
por la tarde al ponerse el sol.

Cuando sus rayos rojos
se ocultan detrás de las montañas
e iluminan el paisaje.
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64 [Oh Maestro a quien adoro] [1 de diciembre de 1898]

Oh Maestro, a quien adoro y a quien amo,
te bendigo en medio de la prueba;
ya que tú quieres que así sea,
con mis lágrimas yo te digo: «Gracias».

Oh buen Jesús, que sabes padecer,
te ofrezco mi dolor y mis suspiros,
las lágrimas que a mi madre hay que ocultar
y hace que me sean más amargas.

Pero me acuerdo… Tú también lloraste
una noche… y además otras veces, dulce Amigo.
Recibe mis zozobras y mis lloros,
santifica estas quemantes lágrimas.

Oh, tú que quieres tanto a María
y le has dado, querido Salvador,
poder tan relevante sobre tu Corazón,
que tú comprendas mi dolor amargo.

Aquí abajo, en este mundo efímero,
donde todo se pasa, en esta triste tierra,
¿Hay algo mejor, más compasivo
que aquella a quien se llama «madre»?

Es la ternura misma, es el amor,
lo primero que ama el corazón.
Y yo quisiera de ella separarme,
por ti, mi esposo, salvador y rey.

Todo a Jesús con alegría,
mi madre incluso yo le daría,
para seguir fielmente su llamada
y vivir contigo en soledad.

Mas tú me mandas otro sufrimiento:
en el mundo mi cruz debo llevar.
Jesús, mi fortaleza y esperanza,
unida a ti la quiero soportar.
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65 La Inmaculada Concepción [8 de diciembre de 1898]

Es la Inmaculada Concepción
la gran fiesta de María,
la campana con su carillón,
os invita, piadosos peregrinos,

a la gruta de la Virgen
de Lourdes, rincón del cielo,
por donde pasó el viento divino,
como llama ardiente y pura.
Todos los que rezáis a María,
en ese recogido y bello valle,
bendito tras la aparición,
¡cuánto, cuánto os envidio!

¡Qué feliz mi alma sería
gustando esas alegrías misteriosas,
anticipos de las alegrías celestiales
de la divina y eterna morada!

Ya que no tengo la dicha
de rezar a la Virgen María
en su gruta bendita,
su lugar privilegiado,

que hace siempre soñar con el Cielo,
iré al menos a rezar a mi Madre
en la capilla solitaria
de mi muy amado Carmelo.

En esa piadosa soledad
ofreceré mis suspiros y mis lágrimas,
mis tristezas y preocupaciones
ante la Reina de los Mártires.

A esta Virgen dolorosa
que derramó tristes lágrimas,
cuya admirable y santa vida
no fue más que una agonía.

Recuerda que este verano
en la gruta misteriosa,
tan recogida y piadosa,
te confié mi pureza.

Guarda mi corazón, yo te decía,
fórmalo para el Salvador,
purifícalo por el dolor,
Virgen en quien confío.

Cruces, ciertamente te pedía,
para ser como tú, Madre querida,
semejante también al Rey divino
a quien deseo tanto complacer.

A ti manifestaba los deseos
que hacían latir mi corazón,
a ti manifestaba la impaciencia
de todo abandonar por el Señor.

Después, con confianza, entre tus manos,
¡Oh, María!, mi esperanza,
abandonaba todos mis deseos,
mi vocación, mi porvenir.

Al dejar el rinconcito de los cielos
mi alma se sentía muy animada,
donde había sido tan dichosa,
pasando estos días deliciosos.

Con una impaciencia viva
e inquebrantable confianza
esperaba que el Amado
su querer manifestara.

Ha llegado ya el momento.
Buen Jesús, Maestro supremo,
a Ti a quien adoro y amo
digo sí, bendigo tu voluntad.
Y tú, María Inmaculada,
Virgen a quien invoqué,
socórreme, ayúdame,
llevemos juntas la cruz.

Escucha, además, la súplica,
grito de mi corazón:
Te recomiendo a mi madre.
¡Que no sepa mi dolor!

Haz que yo sufra sola,
sola siempre en mis angustias,
santificarás mis lágrimas,
Tú, la Reina de los Mártires.
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66 Ejercicios [noche del 24‑mañana del 29 (?) de enero de 1899]

Días de soledad, días felices,
dulces y preciosos al alma piadosa,
que busca a su Amado Salvador
y sólo junto a El encontrarse dichosa.

Días recogidos, días divinos que amo,
días benditos, donde el alma se recoge,
en que el alma está más fuerte en el sufrir,
¡Cuánto quisiera poderos retener!

Muy feliz me siento por poder,
dos veces cada día recogerme
en esta capillita misteriosa,
siempre en calma, siempre silenciosa.

Tengo en ella coloquios deliciosos,
diálogos ideales con mi Dios,
allí viene a fortalecerse mi pobre alma,
y de un ardiente amor ella se inflama.

Allí en el silencio y en la calma,
todas las tardes, todas las mañanas,
oigo consejos útiles, divinos,
que alientan a mi alma y la dan fuerza.

Y después de haber oído la instrucción,
propongo una eficaz resolución,
pido al Señor la cruz por mi heredad,
fuerza y valor para poderla llevar.

Reina en mi alma un amargo tormento:
No poder responder a la llamada
de Jesús que me quiere en el Carmelo.
Amado mío, ¿puedo abandonar a mi madre?

Creía ser, Señor, tu voluntad,
que yo permaneciese junto a ella,
pero siento la voz de tu llamada.
¿Qué debo hacer, Amado mío?

¿Puedo yo abandonarla, Jesús mío?
¿Debo abandonarla ya desde ahora?
¿Pides de mí esta gran prueba de amor?
¿O no pasa de ser más que un examen?

Se ha dignado hablar esta mañana
al fondo de mi corazón mi Huésped divino:
Oh esposa mía, esposa muy amada,
¿por qué tu alma se siente tan turbada?

Tu Jesús quiere calmar estas angustias.
Deja junto a El correr tus lágrimas.
El está morando en tu corazón,
y pone un lenitivo a tu dolor.

¿No has pedido un día el sufrimiento?
¿No es él toda tu esperanza?
Esposa mía, que deseas sufrir tanto,
escucho tu santo deseo.

¡Oh! Anhelas llevar mi cruz,
y quieres conmigo compartirla,
Tu esposo, tu Amado, tu hermano.
Pues sí, subamos al Calvario,

sígueme, nada temas,
te acompaña tu dulce Salvador,
pronto está a tender la mano.
Avanza, pues, con paso firme y cierto.

Oh mi muy amada, muy querida,
gracias por participar en mi dolor,
sí, gracias por consolar mi corazón.
Comienza, pues, sufre y reza.

¡Ah! Durante este rato delicioso,
cuántas cosas me ha dicho, mi Dios!
Su palabra está llena de encanto
y las lágrimas corrían de mis ojos.

Mas ya debo abandonar el santuario
y dejar al divino Solitario.
Ah, pero llevo al menos en mi corazón
al Esposo querido, al dulce Salvador.

Una nueva vida empiezo ahora.
¡Oh! Mi alma está todavía transportada,
por las cosas que le hizo ver su Dios:
El Esposo me vino a abrir los ojos,

a transportarme a esas regiones,
bellas, para mí desconocidas…
Íbamos a vivir en una unión
de la que nunca tuve yo noción.

Para esforzarme El estará allí,
cuando tenga que luchar y que sufrir!
Mezclaremos nuestras lágrimas y llantos
así el sufrimiento tendrá encantos.

Compartir los dolores de Jesús
es el paraíso en esta vida.
¡Oh! ¿qué más se puede desear?
Para mí, aquí está todo mi anhelo.
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67 La Adoración perpetua [10‑12 de febrero de 1899]

Oh Jesús, viviente en la Hostia Santa,
mi Esposo, mi Amor, mi Vida,
cuánto me gusta venir todas las tardes
a escucharte, hablarte, verte…

¡Qué dulces son estos diálogos cordiales,
cuán suaves estas lágrimas…
esas conversaciones junto a Cristo…
Me es imposible decir todo su encanto.

Oh supremo amor mío, Rey divino,
Jesús prisionero y solitario,
cuando yo me encuentro en tu presencia,
no me creo ya viviendo en esta tierra.

Cuando oigo el sonido de tu voz,
oh mi buen Maestro, Esposo mío,
únicamente a Ti escucho y veo,
reduciendo a silencio el ser entero.

Oh momentos de éxtasis sublimes,
de uniones muy íntimas y dulces,
en las que siento latir mi corazón
al contacto de mi amable Salvador.

¡Que no pueda pasar las largas horas
en este templo santo!
Que no pueda yo vivir siempre
cerca de Jesús, mi único amor…

Yo no me apego a nada de la tierra,
sólo Jesús me puede contentar.
Fuera de El ya nada me importa,
mi tesoro, mi solo bien es El.

Cerca de Jesús sólo soy dichosa,
El es mi Vida y mi amor,
sufrir, siempre sufrir, es mi deseo,
sufrir sólo por El.

Sufrir y consolar su Corazón,
repleto de dolor,
sufrir, para probarle que le amo,
a Jesús, mi único Amor.

Jesús, Dios de la Eucaristía,
Jesús, sostén y vida mía,
Jesús se ha dignado escogerme
para amar, sufrir y consolar…
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68 26 de marzo de 1899 [26 de marzo de 1899]

María, madre querida,
Virgen a quien tanto he invocado,
gracias, gracias, pues gran felicidad
y alegría profunda inunda el alma.

Madre mía, dulce esperanza,
mi primer grito de gratitud,
mi primera oración es para ti.
¡Qué buena madre has sido para mí!

Mi novena no había sido terminada
y ya he sido escuchada!
¿Cómo manifestarte mi Amor,
Oh Virgen del Perpetuo Socorro?

Es un milagro de tu poder
que merece mi gratitud,
milagro muy dulce a mi corazón.
¡Oh Madre, goza de mi felicidad!

Es demasiado bello, no puedo pensar.
Viendo mi debilidad,
madre, creo soñar.
¡Qué grande, qué bueno es, Aquel a quien amo!

Un día lleno de humildad
me pidió llevar su Cruz,
compartir su triste agonía,
y consagrarle mi frágil vida.

«Hija, me dijo, dame tu corazón.
Apártale de la tierra
y conmigo sube al Calvario.
¿Quieres compartir mi cruz?

Hija mía muy querida,
¡qué porción te he reservado!
¿Deseas devolverme amor por amor?
¿Estás desde este día preparada a todo?

¿Quieres ofrecerte como víctima
por el rescate de los pobres pecadores?
Hija mía, es una obra sublime
y mucho consolarás mi corazón…

Un día, respondiendo a mi llamada,
todo lo dejarás: tu madre, tu hermana,
a pesar de sus peticiones y sus lágrimas.
Hija mía, te quiero en el Carmelo,
en la soledad y en el silencio
para amar, expiar, sufrir.
Sí, hija mía, hay ciertas almas,
corazones que me complace elegir.

Ciertamente sublime es esta vocación
a pesar de sus dolores y sus tribulaciones.
¡Qué alegría y felicidad tan sin medida
sufrir con Aquel a quien se ama!

Participar en todos sus dolores,
ser confidente de su Corazón,
su humilde Esposa amada:
esta porción te está reservada.

No puedes comprender su grandeza.
Embriágate, hija, de dicha,
por esta vocación tal excelente,
ofrécete desde este día como víctima.

En adelante no quiero para ti
otra alegría que llevar mi cruz,
compartir mis sufrimientos,
subir conmigo al Calvario.

Será, hija, tu única esperanza
ser un consuelo para mi Corazón,
renuncia a toda dicha terrena,
en tu Jesús, todo lo hallarás.

Hija mía, te doy en este día
una muy gran prueba de amor.
Responde a la voz que te llama,
acepta una porción tan bella.

No hieras, hija, a tu Jesús,
con una cruel y amarga negación;
acepta, pues, esta íntima unión
y esta tan sublime vocación.

Amado mío, mi supremo Amor,
Tú el solo por quien vivo y a quien amo,
oh, sí, yo quiero consolarte.
Esposo divino, me parece un sueño.

¡Oh!, es demasiado hermoso, no puedo ni pensarlo.
No, mi vida entera no es bastante
para darte las gracias, Jesús mío,
por la hermosa porción que me escogiste.

Desde el día, Jesús, que me llamaste,
día feliz, día venturoso,
¡Cuántos lloros, cuantas lágrimas vertidas
junto a Ti, mi supremo Amor.

Te has apiadado de mí
y pronto seré toda tuya,
has hecho un milagro en favor mío,
y todo se arregla, Amado Salvador.

Dentro de dos años seré tuya
y tu humilde librea vestiré,
para responder a tu urgente llamada
por el Carmelo todo lo dejaré.

Para seguirte, Jesús, delicia mía,
participar en todos tus dolores,
consolar tu adorable Corazón
con mis sacrificios y con mi oración.

Aunque viva en medio de este mundo,
Jesús, en quien pongo mi esperanza,
únicamente a ti te pertenezco,
desde que me dijiste: «Sígueme».

Mi corazón despegas cada día
de todas las cosas de la tierra,
para unirle a ti, Divino Salvador,
oh, sí, soy tuya toda entera.

Cuando para marchar al monasterio
tenga que dejar madre y hermana,
Divino Salvador, Esposo Amado,
por favor te lo pido: Sostén mi corazón.

Sostenlas también en su dolor,
consuélales, dulce Consolador,
cuando vean que su hija, que su hermana,
desaparece tras las rejas del convento.

O María, madre dolorosa,
pon un bálsamo en su corazón,
muéstrales cuán grande, cuán hermoso
es el camino a que Jesús me llama.
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69 Viernes Santo de 1899 [31 de marzo de 1899]

Al pie de tu Cruz, Amado mío,
Jesús, mi Amor crucificado,
vengo una vez más para decirte
que tomes mi corazón, sin devolverle.

Celeste Esposo, divino Salvador,
desde ahora renuncio a toda dicha,
a toda unión en este mundo
para ser cosa tuya toda entera.

Quiero ser tuya totalmente
para poder así amarte mejor,
y para devolverte tu amor,

me entrego a ti para siempre.
Oh Esposo mío, mi bien supremo
Tú solo sabes cuánto te amo.
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70 Recuerdo de la Misión [Principio de abril de 1899]

Días de la Misión, dulces, hermosos,
días llenos de gracia y bendiciones,
días de recogimiento y oraciones,
sois una parada en nuestra vida,

un momento divino, un tiempo muy precioso,
que nos concede el Padre Celestial,
para elevar nuestros corazones a los cielos,
despegándoles de las cosas de la tierra.

¡Cuántas gracias y favores,
me tenía reservadas Jesús, mi Salvador,
para estas semanas celestiales,
que nunca jamás olvidaré!

¡Oh mi Amor supremo, Jesús mío!
Gracias, Tú sabes cuanto te amo.
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71 Primera visita al Carmelo [20 de junio de 1899]

Oh mi Jesús, mi supremo Amor,
oh Esposo mío, mi divino Amigo,
oh, solo tú sabes cuanto te amo yo,
pues lees en mi corazón: Gracias,

por haber escuchado mi oración.
Vuelvo de mi querido monasterio,
ves la alegría que me llena el corazón.
Maestro querido, te la ofrezco con amor.

En el pobre locutorio del Carmelo,
donde todo tiene olor de cielo,
acabo de pasar una hora larga

donde se cumple toda mi esperanza,
con la buena y santa Priora,
a quien veré frecuentemente desde ahora.
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72 Santa Teresa [15 de octubre de 1899]

En un valle umbroso de la tierra
hay una montaña solitaria
que semeja a un rincón del cielo,
y los hombres la llaman el Carmelo.

En una deliciosa soledad
viven en él las almas venturosas
a quien Nuestro Señor quiso elegir
para amar, expiar, orar, sufrir.

Ellas están siempre prisioneras,
para dar consuelo al Salvador,
¿quién podrá decir la paz, la dicha
que se gusta en estos monasterios?

¡Ah! ¡Qué feliz es la dulce hermana!
Es la cruz su única porción,
su querido tesoro, su sola herencia
lo mismo que lo fue del Salvador.

En adelante no quiere para sí
más que los dolores, los oprobios
y los sufrimientos de su Salvador.
¡Qué grande y que bella es su porción!

Inmola su voluntad continuamente,
no quiere usar más su libertad,
ama mucho su dulce esclavitud
y agradece al Cielo su porción.

Era únicamente una niñita
cuando tú, Jesús mío, me llamaste.
Hubiera deseado tras las rejas
ocultarme, por seguir tu voz.

¡Oh! ¡Cuánto he sufrido y he llorado!
¡Por qué martirio tengo que pasar!
Sólo Tú, Señor, ves correr mis lágrimas,
sólo tú, también calmas mis zozobras.

Muchos son los años que han pasado
desde la tierna y divina llamada,
no he entrado todavía en el Carmelo
entre esas almas predilectas.

Si no vivo todavía en el convento,
por lo menos de él soy ya su hija,
llena de gozo voy frecuentemente
ya al locutorio, ya a la iglesia.

Soy una pequeña postulante.
Hay que esperar un poco todavía,
por fin brillará el hermoso día
que al Señor deba unirme para siempre.

¡Ah! Cuando la puerta del convento,
esté presta a cerrarse tras de mí.
Cuando yo dejaré todo por Ti,
dulce Hermano, tierno Esposo, ayúdame.

Consuela a mi madre querida,
que tendrá el alma rota;
Jesús, consolador supremo,
pon un bálsamo en su corazón.

Hoy en muchísimos Carmelos
las campanas suben hasta el cielo,
a Santa Teresa, Madre nuestra
¡cómo en el Carmelo se hace fiesta!

Mas ya lo sabes, todas vuestras hijas,
no están todavía tras las rejas.
Dígnate, pues, rogar hoy en el cielo
por todas las postulantes del Carmelo.
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II. En el Carmelo

73 A mi hermana Magdalena de Jesús [Para el 13 de agosto de 1901]

¡Oh dulces campanas del Carmelo,
al cielo alegres lanzad vuestros sonidos
y vuestra armonía,
saque de sí a los elegidos.

Hoy la tierra y el cielo
se encuentran en el convento
para festejar de Jesús, el Señor,
a la nueva amable esposa.

Como otro tiempo en Betania
Jesús os ha transportado
y sólo viendo al Amado
por El todo habéis dejado.

Esta mañana con Cristo
habéis sido sepultada.
El noviciado os envidia
por vuestra dulce porción.

Este querido rebaño
haced que siga al Cordero,
pues sus pequeñas prometidas
tienen hambre de su amor.

Todas juntas, mis hermanas,
demos gracias al Señor
por la porción escogida
que aun el cielo nos envidia.
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74 [Al fin estoy desposada] [Para el día 8 de diciembre de 1901]

¡Oh! Permitidme en este hermoso día
sí, dejadme cantar al Amor,
el Amor que me hace prisionera
para abrasarme toda entera.

Ya soy una desposada.
Vestí la humilde librea.
Envuelta en la capa blanca
seguiré al Cordero adonde vaya.

Ambos somos muy felices
hemos partido los dos
hacia la Casa del Padre,
mansión de luz y de paz.

¡Qué bien se está en la Trinidad!,
donde todo es luz y caridad.
Oh Cristo, que te dignaste escogerme,
quédate conmigo, no quiero descender.

En los Tres pongo mi tienda
yo soy pequeña, casi no molesto.
No fatigaré nunca a mi Cordero
si me quiere llevar alto, muy alto.

Un corazón muy lleno no puede decir más.
En mis labios el «gracias» se acaba.
Madre, de vuestra pequeñita
aceptad este sencillo gracias.

En vuestras alas al país del amor,
Ángel mío, llevadme siempre.
Condúceme ante la casa del Padre
a su claridad, a su luz.

Y todas vosotras, que para mi corazón
sois desde hace largo tiempo mis hermanas,
siguiéndoos, toda pequeñita,
seré una verdadera carmelita.

Un día en la ciudad santa del cielo
junto se hallará todo el Carmelo,
y bajo la blanca capa de María
todas nos encontraremos reunidas.

Siguiendo a todas partes al místico Cordero
cantaremos juntas la dulce melodía,
y veremos en toda claridad
a la santa e inmutable Trinidad.
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75 [Ha venido para mí] Navidad de 1901 [Para el 25 de diciembre de 1901]

En el humilde y frío establo
¡qué hermoso está el Niño Jesús!
¡Oh gracia, oh prodigio, oh milagro!
¡Sí, ha venido para mí!

Contemplando la gran miseria
de los hijos que ha amado demasiado,
el Padre, lleno de ternura
les dio su Verbo adorado.

Ese dulce Cordero pequeñito
es la luz eterna y verdadera,
el que reina en el seno del Padre,
y su plena verdad manifiesta.

¡Oh pura, Oh dulce visión!
En mi alma de nuevo se cumple
el grande, el sublime misterio,
de una nueva Encarnación.

No vivo yo, El vive en mí,
¡Oh esto es ya la visión!.
La visión que nunca se borra
mientras dura la vida de fe.

Viene a revelar el misterio,
a enseñar los secretos del Padre,
a llevar de claridad en claridad
hasta el seno de la Trinidad.

¡Qué bueno es en el silencio
escucharle ahora y siempre,
gozar en paz de su presencia
para entregarse totalmente al amor!

Oh Cordero puro y manso,
Tú sólo eres mi único Todo.
Tú lo sabes bien, tu prometida
se siente por el hambre acometida.

Tiene hambre de comer a su Maestro,
y sobre todo de ser comida de El,
de entregarle todo su ser,
para que todo lo suyo sea tomado.

¡Qué yo por ti sea invadida
y viva sólo de ti,
cosa tuya, hostia viviente
consumada por ti sobre la Cruz.

¿He cumplido bien mi oficio?,
Cristo mío, ¿te he nutrido?
¿Has encontrado delicias
en el alma de tu pequeña?
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76 [¿Cuando me tocará?] [Hacia el 13 de enero de 1902]

Amado mío, ¿cuándo me tocará?
¿cuándo tomarás a quien tiene hambre de ti?
Ella languidece, tu amor la ha herido,
hazla morir, sí, morir de amor.
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77 Nueva resurrección [Para el 30 de marzo de 1902]

En este bello día, en esta dulce aurora
vayamos, hermana mía, vayamos a su tumba.
Quiero ver al Maestro a quien adoro,
a este dulce Amado, cautivador, hermoso.
Lo que mi alma anhela, mi corazón desea
es su primera mirada y su sonrisa.
Pienso que El me espera
hermana, ven conmigo.

Todo lo puede la fe, Jesús mismo lo ha dicho.
Corre, pues, hermana, corre delante de El.
Yo sé que a la pobre que El ama
le será dado verle hoy.
El amor, palabra del cielo, que no puedo decir,
es un no sé qué, que la encadena y atrae,
Casa del Dios de amor,
puedo cantar siempre: «¡El ama en mí!»

Quiero ver la luz de su mirada
¡Qué fulgor debe brillar en sus ojos!
Contemplando al Unigénito del Padre
tendré a los Tres, a todo el cielo.
El va a hacer brillar su luz en mí,
va a purificarme en sus llamas divinas.
En tu amor, noche y día,
consúmeme, Señor.

Lo he herido. ¡Oh pura y dulce embriaguez!
¿Qué cosa en adelante me podrá rehusar?
El no puede resistir a las caricias
de este corazoncito hecho para amar.
Yo lo contemplaré, visión radiante,
cara a cara divino, fusión feliz.
Oh mi Verbo adorado,
belleza luminosa, mírame.

Yo creo, hermana, que va a venir muy pronto,
este querido Amado, tan dadivoso y bueno.
El ama mucho a sus queridas carmelitas,
a su Carmelo, que vive de abandono.
Ya sabes, Señor, que somos tus novicias.
Preséntate a nosotras. Harás nuestras delicias.
Recuerda que me dijiste
que siempre cedías al amor.

Cuando esté en presencia del que amo
¿no es verdad, hermana, que todo lo obtendré?
Yo le conozco, es la misma Bondad,
y, además, dar es dulce para El.
Aprovechando bien este deseo inmenso
que tiene mi Jesús de darme siempre,
yo iré a sacar de este rico tesoro,
iré a sacar amor.
Vivir de amor o vivir de su vida,
en sus apóstoles nos convertirá.
Muy grande es el poder de un alma así inundada.
De que lo obtiene todo ‘E, estoy muy convencida «.

Voy a presentarle una plegaría,
que ciertamente con gusto escuchará,
es por mis hermanas, por mis queridas Madres,
estas encadenadas, que tanto le consuelan!
Sí, sé que en sus carmelitas
descansa, se siente feliz.
¡Qué dulce es a la «más pequeña»
vivir en este nido delicioso.
Que fije en Sí estas Esposas predilectas
corazones ardientes que celan su honor.
Que sean siempre hostias vivientes
Que irradian al Señor.

¡Oh!, ven a mí, que sea la primera
en contemplar a Aquel que amo.
Yo quiero verte, verte en tu luz,
resplandeciente de gloria y esplendor.
Ayúdame, pues soy muy pequeñita.
Puede ser que tu vista, mate a la carmelita.
Pero esto no importa.
Oh Águila divina, llévame.

Mas si quieres dejarme aún en la tierra
¿acaso no he encontrado ya mi cielo?
Tú eres el cielo, en la fe, en el misterio.
Enséñame todo esta mañana, háblame del Padre,
sabré muy bien callarme, para escuchar tu voz.
Tú me has dicho, Rey mío:
Tuyos son mis secretos. Recuérdalo.

Acuérdate que mi alma te desea,
que por ti clama noche y día.
Verbo adorado que me atas y me atraes,
¿Qué haces para no estar aquí?
¿No deseas ver a tu prometida,
y decirla bajito que ella es tu querida
que al país del amor la llevarás un día
muy cerquita de Ti?

Ciertamente, hermana, que no hay quien lo comprenda,
no veo que llegue nuestro Amado.
Y, sin embargo, su corazón debe escuchar
la tierna llamada de sus dos Trinidad.
Será preciso que ceda a nuestro anhelo,
que se nos muestre brillante y luminoso.
Cantémosle nuestras hermosas letanías,
sobre nosotras se entreabrirán los cielos.
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78 [Acuérdate de la primera visita] [15 de abril de 1902]

Acuérdate de la primera visita
del Dios de amor a tu cáliz de oro.
Recuerda, pequeña Margarita,
que día y noche allí está todavía.
Siempre bajo su vista vive, margarita,
desójate por El ¿no eres su florecilla?
En el jardín cerrado
te quiere tu Amado.
Acuérdate.
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79 Fiesta de la Santísima Trinidad [Para el 25 de mayo de 1902]

En profundo silencio, en inefable paz,
en oración divina nunca interrumpida,
rodeada toda de eternas luces
se mantenía el alma de María, Virgen fiel.
Su alma, como un cristal reflejaba
el Huésped que la habitaba, Belleza sin ocaso.
María atrae al cielo. Y allí el Padre
la entrega su Verbo, para ser su madre.
El Espíritu de amor con su sombra la cubre,
los Tres vienen a ella, el cielo todo se abre,
y se inclina, adorando el misterio
de Dios que se encarna en esta Virgen Madre!

En el Carmelo hay otra María,
Alma toda invadida, siempre en comunión,
que en gran recogimiento, profundo y misterioso,
noche y día se entrega a su Señor.
Veo brillar sobre ella un rayito de luz
reflejo centelleante del Rostro del Padre.
Y como en Nazaret, con los mismos esplendores,
hacia la virgen se inclina toda la Trinidad.
«O gratia plena, déjame decirte
como el ángel la alabanza sublime.
¿No estás llena, Madre, del Infinito?
Guárdame en tu alma, soy tu pequeñita.
Hay en mi corazón tanta gratitud,
le he dicho al Señor en profundo silencio.
Pidiéndole para ti la gran invasión,
la bajada de los Tres, y la consumación…»
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80 [En el seno de los Tres] [Para el 15 de junio de 1902]

Voz del cielo

En el seno de los Tres, bañados en la luz,
bajo claridad del Rostro de Dios
penetramos el secreto del Misterio
que cada día parece más radiante.
Ser Infinito, Abismo inmenso,
comunicamos en tu Divinidad.
Oh Trinidad, oh Dios, nuestro Inmutable,
Te vemos en tu misma claridad.

Voz de la tierra

Los santos del cielo, las almas de la tierra
vienen a fundirse en un único amor;
tanto en la claridad como en el gran misterio
un mismo Dios los sacia siempre.
A través de todo, aquí, ya en esta tierra,
se te posee, oh radiante Visión.
Todos reunidos bajo la misma Luz
nos perdemos en ti, oh Deidad.

Voz del cielo

Vosotros comunicáis con la divina esencia
y tenéis todo lo que tenemos.
Ciertamente no tenéis el mismo gozo,
pero le dais más que nosotros,
y es tan bueno dar cuando se ama…
En el cielo no tendréis más esta dicha,
aprovechaos de este gran tesoro,
inmolándoos a la gloria de Dios.

Voz del cielo

Protejamos a estas almas de la tierra,
que son nuestras hermanas, y que un día vendrán
a juntarse con nosotros en la Casa del Padre
a incesantemente contemplar su Faz.
Queremos a esas almas solitarias,
a esas prisioneras, vírgenes del Señor,
y deseamos que en su querido convento
el Amado repose con contento.
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81 Fiesta de Santa Germana [Para el 15 de junio de 1902]

Cantemos al Señor un nuevo canto de gloria:
ha triunfado Germana, cantemos su victoria,
ella supo amar mucho, mucho también sufrir,
su Esposo hoy la abraza y la corona,
cerca de El en el cielo colocó su trono.
Ella responde a su «Ven».

Estribillo

Feliz Pastora, ruega por nosotros,
ruega por nosotros al Cordero en el cielo.
El os dio esta viña tan querida,
protegedla siempre en vuestro cielo,
ah, guardad siempre bien vuestro Carmelo.

El Todopoderoso en vos ha hecho grandes cosas,
pues en los pequeños mora y se reposa,
los toma, los conduce de claridad en claridad;
un suspiro de su corazón es una oración
que puede obtenerlo todo del buen Dios,
todo lleno de amor.

Bienaventurada Germana, ya en la tierra
seguisteis al Cordero en la fe, en el misterio.
Su divina belleza ahora contempláis.
Desde el seno de la luz, en este día sonreís
al rebaño del Carmelo y a su querida pastora.
Obtenednos la santidad.
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82 ¿Cuál es tu nombre? [Para el 20 de julio de 1902]

Perla en el cielo.
Perla en la tierra…
Margarita siempre.

Florecilla querida del místico jardín.
¡Quédate día y noche bajo la mirada divina!
Deja imprimir en ti de manera imborrable
la radiante Faz de tu Maestro.
Sé siempre ese cristal donde la Deidad
pueda, al reflejarse, contemplar su Beldad.

Si un camino todo nuevo se presenta,
no temas, mi pequeña, Dios te ayuda.
El es tu Inmutable, no se muda,
en su divina paz, sé siempre suya.

Acuérdate siempre que El te busca y ama,
que quiere transformarte en otro El;
déjate llevar a la montaña luminosa
donde la Unión con el Esposo se consuma.
Morando en ti, debes comunicarle
siempre y en todo lugar tu alma irradiarle.
El quiere consagrarte con sus toques,
Para ser su sacramento en todo caso.

Además, escucha todavía, Guita, mi hermanita,
la felicitación de Isabel a la humilde margarita:
que la Divinidad sea el lugar de nuestro encuentro
y vayamos allá a perdernos en la Unidad.
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83 [La carmelita] [Para el 29 de julio de 1902]

Amo Christum

La carmelita es un alma entregada,
a la gloria de Dios inmolada.
Con su Cristo está crucificada,
¡pero qué luminoso es su calvario!
Al mirar a la Víctima divina
ha brotado en su alma una luz nueva
y comprendiendo su misión sublime
su corazón herido grita: «Heme aquí».

La carmelita es un alma inundada,
llena de Dios, para comunicarlo siempre.
Como a María, el Maestro la ha escogido
para estar a sus pies la noche y día.
Miradlo bien, esta prisionera
nunca interrumpe su oración,
su alma está cautiva, encadenada
y de su Cristo nada la puede distraer.

La carmelita es un alma adorante,
toda entregada a la acción de Dios,
a través de todo con El en comunión,
el corazón en lo alto, los ojos en el cielo.
Ella ha encontrado al Único Necesario,
el Ser Divino, luz y claridad.
Envolviendo al mundo en su oración,
ella es un apóstol con toda razón.

La carmelita es un alma cerrada
a lo que pasa, a las cosas de la tierra,
mas toda abierta, toda iluminada,
para contemplar lo que no pasa ya.
El Águila divina la lleva con su luz
sobre las cimas elevadas, luminosas,
a habitar en la casa del Padre
y consumarla en Uno con su Dios.

La carmelita tiene su bienaventuranza,
su Visión en las luces de la fe.
Ya en la soledad y en el silencio
se imprimen en su alma los Tres.
Ciertamente Dios la ha amado mucho.
El la eligió desde la eternidad
para el Carmelo, montaña soleada
por los rayos de la Divinidad.
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84 [El está siempre vivo] [Para el 6 de agosto de 1902]

Unum necessarium.
Padre, que sean consumados
en la Unidad.
Amo Christum.

Quem cum amavero casta sum,
cum tetígero munda sum,
cum accepero virgo sum.

¡Vive siempre el Jesús de Magdalena!
¡Madre, vayamos a El, que nos encadena!
Es el Verbo de Dios, Esplendor eterno,
la Belleza inmutable que atrae los corazones.
¡Ah!, que El te virginice, te haga feliz,
que sea tu alma y vida en todo.
Hace seis 7 años, por un solemne voto,
le fuiste consagrada en el Carmelo.
Desde la eternidad decretó el Padre
que debías un día vivir en soledad,
ser esposa de Cristo, templo 8 del Altísimo,
Virgen ilustrada con la luz de lo alto.
Con sus rayos divinos, y en profundo silencio,
Dios se revela a ti en su omnipotencia.
El se imprime en tu alma, El se derrama en ti,
El te consuma en Uno, esto anhelan los Tres.
La invadida por los Tres ante el Crucifijo
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85 [El corazón herido por el Infinito] [1902]

«No hay prueba más grande de amor que
dar la vida por el amado».

¿No oyes ya en el gran silencio
el himno de amor que se canta en el cielo?
Hermana, olvidemos el destierro y el dolor,
¡saluden nuestros corazones a este bello día!

¿No ves el Esplendor eterno,
la Trinidad inclinada hacia nosotras?
El cielo se entreabre. Escucha… se nos llama…
Recojámonos, hermana, viene el Esposo.

¿No ves tú la nube luminosa
cuya claridad llega hasta nosotras?
Permanezcamos allí en silencio
contemplando la Inmutable Belleza.
La mirada de Cristo clarifica
imprimiendo la pureza divina.
Quedémonos, hermana, para que nos deifique.
El alma en su alma, los ojos en sus ojos.

El mismo viene al encuentro de las vírgenes
para darlas el beso celestial.
El se detiene aquí, su sombra nos protege,
mirémosle para virginizarnos.
¡Es tan hermoso Cristo, Fulgor del Padre,
iluminado por la Divinidad!
El mismo es una hoguera luminosa
que a los suyos envuelve en claridad.

Amemos, hermana, y no veamos más.
Con el amor el alma se identifica a Dios,
no esperemos que su gloria se muestre
y le podamos ver como los santos
El es nuestro, la gracia nos le da,
y como en el cielo, aquí ya le adoramos.
Pero muy pronto contemplando su rostro
su nombre divino brillará en nuestras frentes.

¿Cuándo será el fin de nuestra espera?
¿Cuándo, al fin, podremos inmolarnos?
Seamos mientras tanto adoradoras,
pues el Cordero quiere purificarnos.
¿No sientes la pasión suprema
de devolver a Cristo un poco de su amor?
Quiero morir, para decirle: «Te amo,
y como tú me entrego en este día.»

Santa Teresa en el cielo sin duda nos sonríe,
porque también ella un día se escapó.
Un martirio diferente Dios la reservaba,
y ella murió «víctima de Amor».
Cuán bello es el martirio de las vírgenes,
el de los corazones heridos por el Infinito,
tormento divino, cuya espada es el amor,
dardo inflamado, traspásanos también.
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86 «He visto brillar la estrella luminosa» Navidad de 1902 [Para el 25 de diciembre de 1902]

He visto brillar la estrella luminosa
que me indicaba la cuna de mi Rey,
y en la noche tranquila y misteriosa
hacia mí parecía caminar.
Después escuché, llena de gozo,
la voz tranquila del Ángel que me dijo:
«Recógete, es en tu alma
donde el misterio se ha cumplido.»

Jesús, Esplendor del Padre,
se ha encarnado en ti.
Con la Virgen Madre
estrecha a tu Amado,
El es tuyo.

Oh, mensajero de este Rey que me llama,
¿no se llama el Esposo?
¿Qué ofrecerle en esta nueva alba?
Me pareció tan dulce y poderoso…

(El Ángel) Tu misión en este mundo
es de sólo saber amar,
es la de penetrar en el misterio
que El te ha venido a revelar.

Jesús, Esplendor del Padre,
se ha encarnado en ti.
Con la Virgen Madre
estrecha a tu [Amado,
El es tuyo].

Es el Esposo, su voz me invita:
su primera palabra fue: «Ven».
El astro brillante de su Epifanía
se eleva y brilla en el horizonte.
Oh Señor, concede a mi alma,
concédele el amor y la fe.
Espíritu Santo, aumenta mi llama
para unirme a mi divino Rey.

Jesús, Esplendor del Padre,
Jesús, mírame,
es en ti en quien espero,
y para ir a ti
prepárame.

Había dejado el Serafín la tierra,
pero el rayo brillaba siempre en mí.
Recogiéndome bajo esta claridad,
por el amor y la fe me unía a Dios.
Haciéndome después alma adorante,
escuché a mi Verbo adorado.
Y escuché el canto que se canta
en el seno de la Divinidad.
Jesús, Esplendor del Padre,
Jesús, mírame,
es en ti en quien espero.
Oh, para ir a ti
prepárame.
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87 [Soy la esposa más pequeña] [Para el 16 de abril de 1903]

Soy la esposa más pequeña,
un niño que no tiene dos años,
y, sin embargo, estoy ansiosa
de cantarte, querida abuela.
Muy bien quisiera, me atrevo a decirlo,
volar muy pronto hacia el Esposo.
Hermana mía, te hago sonreír,
tan poco por El he trabajado…
Si yo me hubiese sacrificado
tanto como tú por este Esposo,
por Aquel que me ha amado demasiado
al traerme a este nido regalado…
Pero me siento toda pequeñita,
oh hermana mía, dígnate enseñarme
lo que es ser verdadera carmelita,
tú que tan bien sabes mostrarlo.
Dime cómo una se gasta
al servicio constante del Amado,
cómo una se inmola en el silencio
irradiando así su Caridad.
Dime cómo a Jesús Crucificado
se le mira en medio del dolor,
deseando ser en todo semejantes
a este Esposo adorado.
Dime cómo en la oración,
en el silencio y en la fe
se permanece ya sobre la tierra
gozando la visión de los Tres.
Un día, sin nubes y sin velos,
nosotras contemplaremos al Esposo,
Aquel que aquí fue nuestra estrella
hasta el celeste encuentro.
Al Padre, hermana, El nos mostrará
cuando llegue este día divino.
Nosotras le veremos en su luz
y las dos seremos una en El.
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88 [Hay uno que comprende el Misterio] Navidad de 1903 [Para el 25 de diciembre de 1903]

«In principio erat Verbum».

Hay uno que comprende el Misterio,
uno que le comprende desde la eternidad,
el que es el Esplendor del Padre,
su Palabra, su Verbo encarnado.
Impulsado por su ardiente caridad,
en un divino exceso de su amor,
he aquí que al Hijo de su amor
nos entrega el Padre este gran día.
Que yo pase mi vida
escuchándote, oh Verbo,
que sea esa invadida
que sólo sabe amar:
«Amo Christum».

«Casa de Dios», tengo en mí la oración
de Jesús, el divino adorador.
Ella me lleva a las almas y hacia el Padre,
pues tal es su doble proyección.
Salvar con mi Maestro
es todavía mi misión.
Para eso debo desaparecer,
perderme en El por la unión.
Jesús, Verbo de vida,
siempre unida a ti,
tu virgen y tu hostia
irradiará el amor.
«Amo Christum».

El está en mí, yo soy su santuario.
¡Oh! ¿No es ésta la «Visión de paz»?.
En el silencio y el profundo misterio
me hace su cautiva para siempre.
Oh, que yo viva a tu escucha
siempre tranquila en la fe,
adorándote en todo,
sólo viviendo de ti.
Bajo tu inmensa luz,
oh Verbo, día y noche
sea yo toda entera
la presa de tu amor:
«Amo Christum».

Madre del Verbo, dime tu misterio.
Dime cómo viviste en este mundo,
desde la Encarnación,
sumergida en incesante adoración.
En una paz inefable
y un misterioso silencio
conociste al Insondable,
llevando en ti «el don de Dios».
Bajo el divino abrazo
guárdame siempre, Madre,
que lleve siempre el sello
de este Dios todo Amor:
«Amo Christum».
«Sint unum»
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89 [Restaurar todas las cosas en Cristo] [Para el 15 de junio de 1904]

Propter nimiam charitatem

Madre, ¿no lo recuerda? En su bella Encíclica
el Papa expresaba un gran deseo.
Como mística flor mi corazón lo ha recogido,
y quisiera ofrecértelo este día.
Soñaba ciertamente que en mí se realice
el deseo tan santo del Pastor,
tomé para ello su gran lema:
«Todo en ti restaurarlo», Cristo, mi Salvador.

Un programa tan bello, dictado por el Verbo,
es el de Dios mismo desde la eternidad.
En sus escritos Pablo lo repite incansable,
ha sido «su amor grande», su inmensa caridad.
Hagamos un silencio, oigámosle hablar.
El os dirá, oh Madre, el «decreto solemne»:
«Para ser puros y santos ante El
Dios os eligió en El en su decreto eterno».

Grande fue la miseria que nos causó el pecado.
¿Qué será de nosotros, si Dios no nos socorre?
«Rico en misericordia» es siempre nuestro Padre,
y la oración de Cristo aplaca su furor.
«Y para hacer brillar la gloria de su gracia
El nos justificó por la redención».
La gloria de su rostro ahora ver podremos,
pues El nos ha llamado «sus hijos de adopción».

Para poder cumplir su voluntad suprema
«la tierra y los cielos restauraremos en Cristo».
El cielo está en nosotros y el Espíritu Santo
quiere renovarlo con su fuego.
Restauremos también el reino de Francia
con la «Sangre del Justo», que es nuestro rescate,
obtendremos por El paz y liberación.
Y Dios pronunciará el eterno perdón.

«Por ellos, Padre, yo me santifico».
Tal fue de Cristo el postrer canto de amor.
Aceptemos su oración, fuente de vida,
y noche y día ofrezcámosla a Dios.
En la hora final, en que se deja todo,
este himno del Esposo quisiera repetir:
«He hecho que los hombres os conozcan y amen,
consumé vuestra obra. Oh Dios, yo voy a Ti»,

«El nos ha transferido‑‑dice también San Pablo‑‑
de las sombras de muerte al reino de la luz»,
«la herencia de los santos» es ya nuestra,
y somos ciudadanos «de la Ciudad del cielo»,
Tal es nuestra excelencia, y esta nuestra riqueza,
pues «ya somos de Cristo y Cristo es de Dios».
Bendigámosle siempre por su inmenso amor,
y un himno de gloria cantemos en su honor.
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90 [Tú irradias el único bien] [10 de octubre de 1904]

Le poseo, es todo mío,
y además El se hace visible,
nosotras vemos a nuestro único Bien;
en ti, Madre mía, El se hace visible.
Nada le envidio al cielo,
tú irradias el único Bien.
Esta mañana la Santa Trinidad
te envolvía en su luz
y con un fuerte abrazo,
Madre, te consagraba,
Por eso mi alma canta
sin poder expresar toda su dicha.
Ella adora en silencio
la gracia de su Dios.
Entrando en el lugar santo
tuve la impresión de que la nube
os cubría con un rayo de fuego
a mis dos madres queridas.
El Espíritu las quemaba con su fuego.
Madres, irradiadnos a Dios.

Oh tú que me abriste el arca santa,
acuérdate de tu primera hija.
Tu impronta en ella dejaste
en tiempo y eternidad.
Guárdala fiel a la gracia
para que a cada instante
el Amor infinito
la lleve y consume en Sí.
Mi debilidad es grande, tú lo sabes,
pero en ti tengo a mi Inmutable;
a Jesús, Príncipe de la paz,
cuyo amor es inefable.
En El soy tuya para siempre.
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91 [En un humilde y pobre establo] Navidad de 1904 [25 de diciembre de 1904]

En un humilde y pobre establo
reposa el Verbo de Dios,
es el misterio adorable
que al mundo revela el Ángel.
«Gloria in excelsis Deo.»

Tiene necesidad el Todopoderoso
de bajar, para difundir su amor.
Busca un corazón que le comprenda
y en él quiere su mansión fijar.
En su amor, olvidando las distancias,
ha soñado con una unión divina.
Desde lo alto del cielo El se lanza
a consumar en cada instante la fusión.

Estribillo

Oh profundo e insondable misterio,
el Ser increado se orienta hacia mí,
a través de todo puedo contemplarle
desde la tierra, a la luz de la fe.

Como en otro tiempo a mi santa Patrona
me dice Jesús: «¿Quieres vivir conmigo?
Isabel, mi amor te envuelve
uno contigo yo quisiera ser.
Vengo a enseñarte a ser esposa,
a inmolarte para consolar mi corazón.
De mi honor serás siempre celosa;
en adelante, busca en todo mi bien».

Oh profundo e insondable misterio,
el Eterno se inclina hacia mí,
a través de todo puedo contemplarle,
unirme a El, tocarle por la fe.

«Mírame, mejor comprenderás
el don de sí, el anonadamiento.
Para engrandecerme debes siempre bajar,
sea tu reposo el rebajarte.
El encuentro siempre se hace ahí;
para encontrarme hay que aniquilarse.
A los sencillos se revela y muestra
el Dios escondido a quien tu amor busca.»

Oh profundo e insondable misterio,
el Infinito se sepulta en mí,
a través de todo puedo desde la tierra
perderme en El, abrazarle por la fe.

Una víctima buscáis, Maestro adorado,
y queréis en vuestra caridad
perpetuar vuestra vida para siempre
encarnándoos entre la humanidad;
deseáis que siempre suba al Padre
el sacrificio y la adoración.
Con vuestra sangre cubriréis la tierra,
restaurándonos con tan divina efusión.

Oh profundo e insondable misterio,
mi alma se convierte en vuestro sacramento.
Venid en él a glorificar al Padre
en el silencio y el recogimiento.
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92 [Volver a verte es muy dulce] [1904‑1905]

Tú a quien el cielo en esta hermosa fiesta,
oh buena Madre, envía entre nosotras,
vienes a bendecir y hacer más plena
nuestra unión. Volver a verte es muy dulce.
El Egredere que resuena en nuestra alma
llegó en ti hasta lo más profundo.
El fue la espada o la divina llama
que te inmoló en lo más íntimo del corazón.
Ciertamente volaste de tu nido,
pero te encontraste con el Esposo;
además, tú no estás exiliada,
tu corazón ha quedado con nosotras.
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93 [¿Conoces bien tu riqueza?] [25 de julio de 1905]

¿Conoces, hermanita, tu riqueza?
¿Sondeaste tal vez el abismo del Amor?
Vengo a revelarte la inefable ternura
que mira sobre tu alma noche y día.
Con mirada simple, contempla, Guita mía,
el «misterio oculto» que se obra en tu corazón:
«El Espíritu Santo te escoge por su templo,
ya no te perteneces… Y esa es tu grandeza.
Bajo su toque divino permanece en silencio
para que imprima en ti la imagen del Señor.

Fuiste predestinada a esta semejanza
por un decreto oculto del mismo Creador.
Ya no eres tú, te cambias en El mismo,
en cada instante se obra esta transformación.
Agradece al Señor este querer supremo,
se abisme tu alma en santa adoración…
Y pase lo que pase, «cree siempre en el Amor».
Si a veces duerme en tu corazón
no lo despiertes, pues una nueva gracia
su bondad prepara a «su pequeña flor»».
He acabado mi carta, oh dulce Margarita,
pero un nuevo deseo expreso en este día:
«Dales siempre a Jesús» a Odette y a Sabel.
Su corazón orienta hacia el Dios todo Amor.
«La que adora el don de Dios»
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94 [Amar] [Para el 29 de julio de 1905]

Vengo, hermanas mías de Betania,
donde al Señor he encontrado.
La hermana Inés, que me había acompañado,
sentía derretido el corazón.
Sí, muy inefable era ciertamente
prepararle un festín,
mientras el Maestro adorable
nos ofrecía un divino banquete.
«Era el banquete del amor»,
en el que Jesús se da a Sí mismo,
pues su bondad siempre se adelanta
al alma que le busca y que le ama:
en la medida de su fe
ella se llega al soberano Rey.

Amar para una carmelita
es darse, como se dio Jesús.
Un amor verdadero no vacila
y siempre quiere darse más.

Seamos imagen fiel
de Cristo crucificado, nuestro Esposo.
Copiemos en nosotros el modelo
de Jesús por nos crucificado.
Mirándole sin cesar
subamos la austera Montaña
donde está la morada del amor,
su palacio y su templo.
En ese santuario misterioso
inmolémonos con corazón gozoso.

Amar es olvidarse de sí mismo,
como hacía el Ángel de Lisieux,
para perderse en Aquel a quien se ama,
consumiéndose en sus llamas.
Sor Teresa supo comprender
en su gran simplicidad
esta llama tierna y fuerte:
«Permaneced en mi amor».
«Amo lo mismo de noche que de día».
Este era el cántico divino
de la víctima del Amor
a Jesús su místico Esposo.
«Mi vocación es el amor…».
«Amo lo mismo de noche que de día.»

Amar es, como la Magdalena,
no separarse nunca del Señor.
Estarse confiado en paz serena
a los pies del divino Salvador.
Ella escuchaba sumida en el silencio
«las palabras que El le dirigía»
Para mejor gozar de su presencia,
todo su ser quedaba silencioso.
Su alma al fin estaba en posesión
de Jesús, lo único y sólo necesario.
En presencia de un Ser tan Divino
todo lo demás palidecía.
Sumergida en su amor
ella se entregaba sin retorno.
Amar es ser alma apostólica,
celar el honor del Dios viviente,
herencia antigua verdaderamente
dejada por Elías, gran Vidente;
recogida más tarde por Teresa
y transmitida a sus hijas toda entera.
Y el Carmelo vino a ser de amor divino
un hogar, un horno muy encendido.
Nuestros santos lo habían comprendido…
¡Cómo ellos las almas incendiaban!…
Todo en ellos comunicaba a Jesucristo
irradiando de El sus vivas llamas.
Apóstoles de la Caridad,
seamos, hermanas, de verdad.
Amar es seguir las huellas de María,
exaltando la grandeza del Señor,
al tiempo que su alma arrebatada
entonaba su cántico al Señor.
Vuestro centro, oh Virgen fiel,
era el anonadamiento,
pues Jesús, Esplendor eterno,
se ocultó rebajándose.
Es siempre por la humildad
como el alma le engrandece.
San Pablo en su poquedad
«me glorío, gritaba, en el Señor,
pues así la fuerza del Redentor
triunfa en mi corazón».
Amar es dar testimonio
de Cristo, nuestro Rey.
Es dar nuestra vida como prenda,
para mejor poder testimoniar la fe.
Ojalá como las dieciséis Beatas
pudiéramos nuestra sangre derramar
cantando en nuestras almas jubilosas
un himno de eterna gratitud.
Jesús, la Verdad, hablando un día,
al pueblo esta verdad manifestó:
«No se puede dar de amor prueba mayor
que la vida por el amado entregar».
Hermanas mías, «muramos cada día»
para pagar con nuestro amor su Amor.
«Para alabanza de su gloria…»
sepamos inmolarnos cada día.
Para llegar al deseado triunfo
el Señor pide también nuestro concurso.
De nuestras antiguas Madres imitemos
el celo y el fervor,
de nuestras miserias así pronto saldremos
y nuestro rey será en verdad el vencedor.
Redoblemos la fidelidad
para llevar a efecto este gran plan.
Con nuestra generosidad
a la Iglesia podremos ayudar.
Y se verá que reina ya el Amor,
anticipo de la Morada celestial.
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95 [Cree siempre en el Amor] [Para el 4 de agosto de 1905]

En la ciudad celeste, con Santo Domingo,
para festejarte entono un dulce cántico.
No soy yo, hermana, es el Divino Espíritu,
Espíritu de Amor, el que te dice:
«Pequeña flor del místico jardín,
permanece bajo la mirada del Señor,
deja que se imprima en ti y jamás se borre
la Faz radiante de tu adorado Cristo.
Sé un límpido cristal donde al mirarse
pueda Dios, al reflejarse, contemplar su belleza.
Cuando no veas ya brillar su dulce llama
y una noche profunda envuelva tu alma,
«cree siempre en el Amor», en esa llama divina
que te debe guiar al Objeto sin fin.»
Por la fe, hermana mía, el corazón lo alcanza,
en El reposa, lo toca y lo abraza.
Cual regalo de fiesta en este día
pido a Jesús en nombre de su amor
que se digne enriquecerte con largueza,
con esa fe de los santos que mira a Dios sin cesar,
que ve a través de todo su divina acción
y hace morar al alma en su dilección.
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96 [Es medianoche] Navidad de 1905 [Para el 25 de diciembre de 1905]

Es medianoche. En la naturaleza
todo es paz y silencio.
Sólo se oye el dulce murmullo
de las almas, que sube hasta Dios.
Ellas suspiran en la espera
de su anhelado Liberador.
Cuando de pronto en el cielo se canta
el nacimiento de nuestro Redentor.

Viene a nosotros, cantemos la Navidad.
El Emmanuel está con nosotros.

Bajo los rasgos de un pequeño Niño
podemos contemplar al «Invisible»,
¡Qué misterio tan incomprensible!
Jesús el Fuerte, el Todopoderoso,
el Dios escondido, el Inaccesible
se hace por nosotros un pequeño niño.

En la serena calma de la noche,
cabalgando sobre un pobre camello,
debo dirigirme y no sin pena
hacia nuestro dulce Cordero.

Imperturbable avanzo sin temor
en medio de los desaires y las cruces.
Dios me tiene en sus brazos,
a través de todo yo amo y creo.

Como de una escoba que se coge y deja
puede Jesús de mí servirse.
Sin cesar le cantará mi corazón:
«Tengo fe, Señor, en vuestro amor»,
he comprendido la lección suprema
de mi Amado Maestro y mi Señor:
«El se anonadó a Sí mismo
bajo la aparición de humilde servidor»,

Penetrando el misterio, David canta
en un salmo ciertamente divino:
«Que El ha sido engendrado por el Padre
antes de la estrella de la aurora.
Junto al sol y la luz
ha colocado su morada,
y nadie será capaz de sustraerse
a su benéfico influjo».

Estribillo

Viene a nosotros, cantemos la Navidad.
El Emmanuel está con nosotros.
Su nombre es verdaderamente adorable.
Y debe escucharse de rodillas.
Su nombre es «El Verdadero»,
«El Fiel», y ¡es nuestro Esposo!
El es «Principio y Fin»,
el Astro más antiguo que la aurora,
astro que nunca tendrá ocaso.

Estribillo

Viene a nosotros, cantemos la Navidad.
El Emmanuel está con nosotros.

Con San Pablo quisiera decir:
«Por su amor todo lo perdí
y lo que mi alma desea
es cada día mejor poseerle.
Lo que quiero es conocerle,
a El, mi Cristo y Redentor,
y conformar mi ser
a imagen de mi Salvador»

Estribillo

El es mi vida en este Carmelo,
El es mi vida y también mi cielo.

Al lanzarse Jesús sobre la tierra
desde el seno de la Divinidad,
dice: «Heme aquí que vengo, oh Padre,
para cumplir tu santa voluntad»,
Con Jesús, sacerdote y víctima,
hagamos también nuestra oblación,
para tener así una parte íntima
en su divina misión.

Hagámonos mediadoras
con el divino Salvador,
seamos reparadoras
que sepan vengar su honor.
Para dar gloria inmensa
a nuestro Dios,
inmolémonos en el silencio
en este santo lugar.

Por el amor que le apremia
el Esposo de nuevo se da.
«Demos saltos de santa alegría:
éstas son las bodas del Cordero».
Escuchad la voz solemne
que suena en el cielo azul;
ella nos dice: «Reuníos,
venid al banquete del Señor».
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III. En la enfermería

97 [Habitemos en el secreto de su Rostro] [Fin de abril (?) de 1906]

Guita mía, habitemos en «el secreto de su Rostro»,
en su profundo misterio, silencio eterno,
durante la eternidad El será nuestro lugar,
y podemos ya comenzar nuestro cielo.
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98 [Hemos creído en el amor de Dios por nosotros] [Para el 10 de junio (?) de 1906]

Es Laudem Gloriae tu cordero pequeñito,
que querría la primera cantarte su canción.
En el seno de los Tres, donde todo es puro y bello,
ha podido recoger su magnífico regalo.
En el gran Corazón del Padre, orientado hacia ti,
veía irradiar una flecha ardiente,
y mi Verbo adorado, mientras me miraba,
parecía sacarla del fuego incandescente.
Después me la entregaba «como prenda de amor»,
para que a cada instante tu alma crea:
«Vuelve, me dijo El, a vuestra tierra,
Alabanza de Gloria, dile «que ella es amada».
Que no pierda la paz en la tormenta,
pues un río de amor lleva su navecilla
y mi mirada será el faro luminoso
hasta el reposo divino en la ribera eterna».
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99 [Que la gracia de Dios te inunde] [Para el 10 de junio de 1906]

Oh beata Trinitas.
Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo,
el amor del Padre y la comunicación
del Espíritu Santo sean con vosotros.

Inundaverunt gratia Dei.

Que la gracia de Dios te inunde e invada
derramándose en ti como un río de paz,
bajo sus tranquilas olas ella te sepulte
para que nada de fuera te roce jamás.
En esa profundidad, calma y misterio,
serás visitada por la Divinidad.
Allí, Madre, te festejo yo en silencio,
adorando contigo a la Santa Trinidad.

Laudem Gloriae
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100 El sueño de una Alabanza de gloria – Recuerdos íntimos [Para el 15 de junio de 1906]

Yo me estaba gozando, oh mi dulce Pastora,
de alabarte en el cielo, en el horno de amor.
Mas Laudem Gloriae canta aún en la tierra,
habiendo entrevisto sólo la radiante mansión…
Me decía muy bajo que en la Mansión del Padre,
en su sacro secreto, dentro de su corazón,
podría yo colmarte a mi vez, Madre mía,
y esto me llenaba de una inmensa emoción.
Jamás olvidaré las horas adorables
con las que me preparabas al divino Encuentro.
Yo formaba contigo proyectos inefables,
mientras que del Esposo esperaba su «Veni».
Y El te consagraba para ser sacerdote,
el Sacrificador que me ofrezca al Amor.
Eras tú quien le dabas y entregabas mi ser,
para que día y noche El lo consuma.
Madre, ¿recuerdas que el Río de vida
por ti pasaba siempre para llegar a mí?
Bajo sus olas desbordantes estaba sepultada
cuando comulgaba «en tu corazón» plena de fe.
A cada nueva alba, en profundo silencio,
venías a traerme mi Maestro y Señor.
Que El te diga el amor, la gratitud
que tu pequeña hija guarda en su corazón.
Si el Señor no ha querido romper aún la tela
que oculta ante mis ojos la luz de su Beldad,
ah, al menos por la fe levanto el velo
y ya vivo con El, vivo en la eternidad.
Mi Maestro me ha dicho en profundo misterio
que el sueño de mi espíritu se hará realidad.
Y yo no ceso nunca de pedir por mi Madre
a fin de enriquecerla de gracias del Señor.
Desde mi primer día con ella lo he hecho todo,
por eso entre sus brazos yo me quiero morir,
para ir a contemplar el Esplendor eterno
y cantar aquel Sanctus que jamás tendrá fin.
Si Laudem Gloriae nunca supo decirle
la gratitud de su alma en la mortal mansión,
al escuchar vibrar las cuerdas de su lira
comprenderá sin duda su dulce estribillo de amor.
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101 [El misterio de los Tres se ha reproducido] [Para el 15 de junio de 1906]

Dios nos ha predestinado por un decreto de su voluntad para que seamos
la alabanza de su gloria.

Madre, en la Trinidad el Padre es la sustancia,
todo proviene de El. El siempre obra.
Al contemplarse en su divina esencia
El engendra su Verbo y hace nacer el Amor.
El misterio de los Tres se renueva en la tierra,
pues nuestros dos corazones se funden en el tuyo.
Como en el seno de Dios, querida madre,
es también el amor el término y el vínculo.
Madre, si supiera la misión relevante
que el Maestro adorado nos confiaba un día:
era la de obtenerte una gracia muy grande
que te haga estar siempre fija en el Hogar de Amor…
El quiere encerrarte «en esa fortaleza»,
en el abismo grande del santo recogimiento;
es este el ramillete que con amor te ofrecen
tus dos pequeñas hijas, que no son más que una.
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102 [Bajo la mirada de nuestra dulce Reina] [7 de julio de 1906]

Bajo la mirada de nuestra dulce Reina
ambas venimos en secreto.
El día que la novena comenzamos
queremos ofrecerte hermoso ramillete.
Es tanto nuestro amor, que hasta tu fiesta
queremos comulgar por ti cada mañana
y arrojarnos en la ardiente Hoguera
que en divino todo lo transforma…
Y además soñamos, Madre mía,
prolongar tu fiesta hasta el cielo,
pues lo caduco no llena el corazón
y necesitamos de lo eterno.

Al Calvario nos arrastra el Maestro santo,
para en él consumar la unión…
Subimos a la montaña austera,
juntas también vamos a la pasión.
Cuando hayamos llegado a la alta cima,
extendidas en la Cruz del Salvador,
esperaremos que a sus víctimas reciba
hiriéndolas con un golpe de su Corazón.
Entonces, volando muy lejos con las alas,
irán a festejarte en el Amor,
sin olvidar las bondades maternales
en esta divina mansión.
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103 [Alabanza a la Reina del Carmelo] [Para el día 16 de julio de 1906]

«Somos ya de la Ciudad de los Santos y de la Casa de Dios».

Juntamente contigo, vuestras dos hijas
a la Reina del Carmen querrían festejar.
Consagrándole nuestra vida toda entera,
de nuestra Reina Inmaculada
seremos alabanzas de su amor.
Oh Madre nuestra muy querida,
consérvanos siempre felices.
Pronto en la Patria,
Madre, recíbenos,
y allá en la vida eterna
ponednos junto a Vos.

Desde hace tiempo el Señor nos atrae,
vivimos caminando con luz siempre mayor.
Nuestras almas ansían la plena luz del día
y contemplar al fin su divina belleza…
En el secreto de su Rostro
Dios quiere ocultarnos para siempre.
Madre, con acción de gracias
celebramos sus beneficios.
Del misterio invisible
todo se mostrará
y el Ser Incomprensible
se nos revelará.

Para terminar esta feliz jornada
nosotras volvemos en la misma unión.
De tus hijas, Madre muy amada,
recibe los votos, la tierna afección.
Puede ser que en tu próxima fiesta
estén en los cielos las dos,
y te obtendrán una gracia más plena
sumergidas en el seno de Dios.
En esta plenitud
nos reposaremos.
En la bienaventuranza
en ti pensaremos.
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104 [Nos encontraremos en la Santísima Trinidad] [Para el 26 de julio de 1906]

Tu enfermita, querida enfermera,
viene a decirte bajito la gratitud de su corazón.
Como ramo de flores recibe su plegaria,
ella sube por ti hasta el trono de Dios.
Tal vez muy pronto dejaré la tierra
para ir a contemplar la inefable Hermosura.
No olvidaré en la casa del Padre
tus atentos cuidados, tu tierna caridad.
Dios te ha dado para mí el amor de una madre
y yo te amo, hermana, con corazón de niño.
Cuando yo habite en la gran luz
notarás cuán agradecida te estoy.
Del río de vida de ondas transparentes,
que sale como cristal del trono del Cordero,
sacaré para ti gracias abundantes.
Alegría siempre nueva será para mí.
En la Trinidad santa nos veremos de nuevo,
de la que nos gustaba frecuentemente hablar.
En su inmensidad y en su divino abrazo
de nuevo nuestras almas se podrán encontrar.
Comunicando juntas a la divina esencia
no sentiremos ya la separación
y adoraremos en profundo silencio
al Dios que así ha sellado nuestra unión.
Que el Padre te colme con largueza,
que el Verbo se imprima en tu corazón,
que el Espíritu de Amor te consuma sin pausa,
es el divino anhelo de tu pequeña hermana…
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105 [Los proyectos de unión] [Para el 29 de julio de 1906]

A los que Dios ha conocido en su presciencia los predestinó para ser
conformes a la imagen de su Hijo, Deus ignis consumens.

He aquí tu Benjamín, la hija de tu amor,
que viene a felicitarte, a decirte su amor.
Llena de gratitud, por ti sin cesar ora,
y quiere decírtelo cantando en la tarde de este bello día.
No te traigo un ramo de flores de la tierra,
que no podrían nunca saciar mi corazón.
Para ti las recogí en el jardín divino,
bajo la vista amante de nuestro Salvador.
Lleno de gozo, El mismo me ha mostrado
lo que hay de más hermoso entre todas sus flores,
para hacer un ramillete a la esposa que ama
y desea colmar de sus más ricos favores.
Tú piensas bien, hermana, que no he podido callarme,
haciendo mi ramillete junto al Rey divino,
pero hablándole bajito y en tono misterioso
me atreví a pedirle un mensaje para ti.
Fue entonces para mí un instante adorable:
me hizo reposar dulcemente sobre su Corazón
y pude sorprender, dicha inefable,
los proyectos de unión que ha formado el Señor.
Por un decreto divino de su omnipotencia
Dios te ha predestinado desde su eternidad
a ser pura y santa en su presencia
y poder reflejar su esplendor, su belleza.
El te ha conocido, hermana, y en su presciencia
quiere que te conformes a tu celeste Esposo.
Entrégate sin tregua a su amor inmenso,
es fuego que consume y diviniza todo.
En el centro de tu alma, en profundo silencio,
bajo la unción del Santo, recógete a menudo.
Entonces llegarás a esa semejanza,
y no serás ya tú, mas sólo Cristo.
Y tu pequeña Reina 8 en el seno de la luz
podrá regocijarse al inclinarse a ti.
Oh, cómo rogará en la Casa del Padre,
usando sus derechos sobre el Corazón de su Rey.
Con gracias de mi Maestro yo quiero enriquecerte.
y sueño verte vestida de su belleza.
Le pediré que quite para siempre
todo lo que pudiera estorbar la unidad.

Oh mi pequeña madre, que así te llamo,
que en el hogar del amor sea nuestra cita.
Allí sólo tendremos un corazón y un alma.
El Señor lo ha querido. ¡Qué dulce es su querer!

Laudem Gloriae
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106 [¿Has sondeado alguna vez el abismo del Amor?] [Para el 29 de julio de 1906]

Propter nimiam charitatem.

A los que Dios ha conocido en su presciencia los predestinó para ser
conforrnes a la imagen de su Hijo.

Lo que quiero es conocerlo a El y la comunión en sus sufrimientos
y la conformidad con su muerte.

Quotidie morior.

¡Oh querida hermanita!, ¿conoces bien tu riqueza?
¿Has sondeado alguna vez el abismo del Amor?
Yo vengo a revelarte la insondable ternura
que vuela sobre tu alma noche y día.

Con mirada sencilla, oh, que tu fe contemple
el «misterio escondido» que en ti se realiza.
El Espíritu Santo te escogió por su templo,
ya no te perteneces, y ésta es tu grandeza.
Bajo el toque divino, oh, permanece en silencio
para que El imprima en ti la imagen del Señor.
Fuiste predestinada a esta semejanza
por un «decreto» arcano de nuestro Creador.
No eres tú, ciertamente; te conviertes en El.
Da gracias al Señor por su querer supremo,
y que tu ser se abisme en la adoración.
«Cree siempre en el Amor», a pesar de todo.
Si el Señor parece dormir en el centro de tu corazón,
no le despiertes, pues eso es otra gracia
que El te concede aún, hermana mía.

Puesto que soy tu ángel, preciso es que te cante
antes de que alce el vuelo al luminoso hogar.
¡Cómo quiero alcanzarte una gracia colmada
cuando yo habite en el Hogar de Amor!
Sí, te cubriré siempre con mis alas
y guiaré tus pasos por el largo camino.
Para que nunca tu pie tiemble y vacile
y después todo lo divinice.
¿No es esta, hermana mía, la misión muy amada
que se me confió un día solemne?
Oh, yo seré fiel a ella y ya en la tierra
quisiera colmarte de todos los bienes del cielo.
Porque de tu belleza me siento celosa,
yo sueño con verte, mi querida hermanita,
siempre a la altura del título de esposa,
poniendo toda tu gloria en la cruz del Salvador.
Bajo la mano que te inmola, queda calma y serena,
como tu Cristo amado, que en todo sufrimiento
era siempre el Fuerte, lleno de paz,
hasta en la angustia del corazón y en la agonía.
Mira a través de todo al divino Ejemplar,
para ser en verdad su fiel imagen.
Así podrás dar inmensa gloria al Padre
y El te guardará en su dilección.

Laudem Gloriae
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107 El inefable deseo de un corazón agradecido [Agosto de 1906]

Dígnate permitirme, Madre mía,
contarte un sueño infantil:
con mi corazón quisiera
ser para ti un refugio,
mientras el día feliz llega
de ser tu Ángel en el cielo.
Ah, si fuera siempre fiel,
siempre presente al Eterno,
si me entrego sin reserva
y todo lo divinizo,
podría retener la brisa
que sopla en tu jardín.
Así ya desde esta tierra,
como un día en el cielo,
seré el Ángel de mi Madre.
¿No tengo ya su permiso?
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108 [Qué bien das a Dios] [Agosto de 1906]

Anoche, Madre, en la hora de silencio
vi venir a mi celda a mi Salvador y Rey.
En su gran bondad y amor inmenso
vino a arrodillarse en tierra junto a mí.
Después El me tocó. A su santo toque
una dulce paz inundó mi corazón.

Yo cerré bien los ojos bajo el divino abrazo,
para ver mejor dentro el Rostro del Señor.
Madre, si tú vieras cómo en todo instante
comunicas a Dios al pequeño que te ama.
Tan sólo con mirarte, el cree verle a El,
misericordioso Pacificador.

Laudem Gloriae
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109 [En la calma profunda de tu Ser eterno] [Agosto de 1906]

Yo quisiera, Señor, penetrar en tu seno
como una gota de agua en el inmenso mar.
Destruye en mí cuanto no es divino
para que mi alma libre a ti se lance.

Preciso es que penetre «en ese espacio inmenso»,
ese abismo insondable y profundo misterio,
para amarte, Jesús, como en los cielos,
sin que nada de fuera me pueda distraer.

Deseo morar en tu Hogar de Amor,
bajo la irradiación de la Luz de tu Rostro,
y vivir sólo de ti, como en el cielo,
en esa dulce paz que a todo bien excede.
Allí la transformación tendrá lugar.
Allí yo seré como otro tú,
a condición, sin embargo, de dejar
todo por ti, Beldad suprema.

Aquel que en verdad ama ya no vive en sí mismo,
pues siente el impulso de olvidarse sin cesar,
el corazón no goza reposo ni descanso
hasta que ha encontrado el objeto de su amor.
He aquí por qué, Jesús, en mi amor hacia ti
yo tan sólo deseo tu presencia.
A cada hora del día quiero salir de mí
y bajo tu mirada inmolarme en silencio.

En la calma profunda de tu Ser eterno
dígnate sepultarme para que desde aquí
pueda, a través de todo, estar como en el cielo,
en tu paz infinita, «en tu amor».
Para adherirme a ti de sustancia a sustancia
no debo buscarte en lo de afuera
basta con esconderme en el centro de mi corazón
y perderme para siempre en tu divina esencia.
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110 [Tú que me unes a mi Rey] [Agosto‑octubre (?) de 1906] Acuérdate del 8 de diciembre de 190l.

Recuerda este día lleno de luz,
cuando desposaste con el Amor
a Isabel, para que toda entera
El la consuma noche y día.
Ha llegado ya la noche de esponsales.

Y eres de nuevo tú
quien la unes a su Rey.
¡Siempre eres tú!…
¡Sólo tú!…
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111 [La fortaleza de mi amor extremo] [Septiembre‑octubre (?) de 1906]

Esposa de mi corazón, mi otro Yo,
vengo a encerrarte mejor que nunca
en esta fortaleza donde mi amor extremo
tiene sed de colmarte de sus mejores beneficios.
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112 Los preparativos de Laudem Gloriae para Nuestra Señora de la Merced [14 de septiembre de 1906]

Para preparar aún mejor tu fiesta,
tu Alabanza de Gloria ha entrado en Ejercicios.
Durante estos diez días quiere recoger
todo lo que pueda para ofrecértelo.

En el Hombre de dolores se ha encerrado.
Esta es su ermita y su clausura amada.
Creo que esto es «andar en Jesucristo»
como en San Pablo mi alma ha comprendido.

De Laudem Gloriae recibe en anticipo
la incesante oración y sus dolores.
E s tu pequeña hostia y se ofrece por ti,
pues la gratitud es, oh Madre, su ley.
Nunca sin duda sabrás sobre la tierra
lo que fuiste para ella. Es un misterio.
Un misterio divino que guarda en su corazón
y que ella llevará al seno del Señor.
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113 [Mi amor crucificado] [(Hacia el?) 14 de septiembre de 1906]

Amor meus crucifixus

Una santa escribía hablando del Señor:
«¿Dónde habitaba El más que en el dolor?».
Allí quiero vivir, mi madre y sacerdote,
para llevar bien alta la cruz de mi Señor.

Pero te necesito. Bajo tus alas
en ese divino palacio podré entrar,
en esa fortaleza, en esa ciudadela
en que el alma reposa en invencible paz.

David dice de Cristo: «Inmenso es su dolor».
En esa inmensidad yo fijo mi morada.
Allí quiero inmolarme en silencio sagrado,
para ser transformada en «víctima de amor».
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114 [La habitación de toda alma que ama] [(Hacia el?) 14 de septiembre de 1906]

«¿Dónde, pues, habitaba si no era en el dolor?»
¿En el dolor inmenso, en el dolor supremo?.
Esa es la habitación de toda alma que ama
y conforma su vida con la del Salvador.

Sumérgete, hermana, en la inmolación.
¿No es la cámara nupcial del Esposo?
Es allí donde el te hará más pura
por el despojo y vacío de todo el corazón.

No temas el dolor, él es prenda de amor.
«Huye toda entera, ponte bajo la cruz,
Aquel que en ella pende te llenará de luz».
Para luchar cada día te dará fortaleza.

Entonces volarás alto sobre el Carmelo,
cuando abandones todo y a ti también te dejes.
Tu alma libre de todo tendrá la paz suprema,
nada la distraerá del Bien sustancial.
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115 [Me sumerjo en el Infinito] [Para el 24 de septiembre de 1906]

Inmensus Pater, Inmensus Fllius,
Inmensus Spiritus Sanctus.

He aquí la humilde navecilla de Laudem Gloriae.
Oh, Madre, acaba de hacer un viaje tan bello…
En una noche apacible y en silencio profundo
vogaba dulcemente en el inmenso océano.
Todo estaba en reposo bajo el azul del cielo
y parecía oírse «la grande voz de Dios».
Pero muy grandes olas vinieron de repente
y la débil barquilla desapareció bajo las ondas.

Era la Trinidad que me entreabría el seno
y encontré mi reposo en el divino Abismo!
No se me verá ya en la ribera,
me sumerjo en el Infinito, esa es mi herencia.
Mi alma descansa en esta inmensidad
y vivo con sus Tres como en la eternidad!
Oh Madre, escucha el final de esta historia
para así contentar a tu Alabanza de gloria:

para mejor festejarte ella se adentra en Dios,
y ella quiere morar «en ese lugar espacioso»,
y como en esa morada todo es inmutable
su corazón también forma un proyecto inefable:
Tu resta durará hasta el día solemne
en que tu Laudem Gloriae partirá para el cielo,
pero para seguir, más bella que en la tierra,
en el secreto divino de la Cara del Padre.
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116 Acuérdate… [24 de septiembre de 1906] Amo Christum.

Madre, hace doce años que el canto virginal,
el bello «Amo Christum» te hacía conmover.
Como la dulce Inés, a tu místico Esposo,
como un puro holocausto, te viniste a ofrecer.

Y cantaba tu alma alegre, enardecida,
el «Suscipe» divino, inmolándote siempre,
mientras que Jesucristo, Esplendor deslumbrante,
te transformaba en El con el rayo de amor.

El Padre puso en Ti toda su complacencia;
«colocó en tus murallas, como hizo en Sión,
su ternura, su paz, su fuerza, su poder».
Y fuiste ya el objeto de su predilección.

Contemplando su amor habitando tu alma,
Dios se siente atraído cada vez con más fuerza,
y la doble corriente, límpida y serena,
se establece entre los dos continuamente.
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117 [El misterioso cambio] [Septiembre‑octubre de 1906]

Certa sum enim quia neque mors
neque altitudo neque profundum
poterit me separare a matre mea.

Bien pronto, Madre mía, iré junto a Teresa
a cantar juntas el cántico nuevo
y también sumergirme en el ardiente Horno
donde todo es límpido, puro, luminoso y bello.

Si quieres haremos un cambio misterioso:
al punto de la muerte, bajo el fuego del Amor,
tu subirás al cielo y seré tu alabanza
y tu me hospedarás en tu alma día y noche.
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118 [¿ Quién como Dios?] [29 de septiembre de 1906]

Quis ut Deus?

Sobre el Monte Calvario pienso en ti,
hoy en él te festeja todo mi corazón.
El canta con el tuyo, en este aniversario,
el reto de Miguel: «¿Quién como Dios?».

«¿Quién como Dios?»… Magnífica divisa
para quien siempre vive anonadado
y consume su vida por la Iglesia
en profundo silencio y en el recogimiento.

«¿Quién, pues, es como Dios?». Para comprenderlo, hermana,
«vayamos sin tardanza a la sombra de la cruz.
Aquel que ella sostiene nos lo enseñará»,
y nos revelará los derechos de su amor.

«¿Quién, pues, como Dios?». Cuando vemos al Maestro
ante su santo Padre anonadarse así,
querremos a nuestra vez anonadarnos,
y, para ser su imagen, abajarnos también.

«¿Quién es, pues, como Dios?»… Quien quiera rendir homenaje
a su Omnipotencia y Majestad,
y ser veraz en su testimonio a cada instante
necesario es que ame la bella humildad.

Cultivemos con cuidado la dulce violeta,
su suave perfume gusta mucho al Esposo,
El estará muy contento haciendo el ramillete
cuando venga en la tarde de la cita divina.

«Lancémonos al fondo del «doble abismo»
«la inmensidad de Dios y nuestra nada»».
Nuestra alabanza entonces se alzará más sublime
y al Dios omnipotente podrá darle gloria.

Mucho le agrada encontrar el alma
en actitud de humildad y anonadada.
El se lanza hacia ella con su plenitud
para consumar la unión divina.
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119 [Jonatán y David] [Octubre (?) de 1906]

Hay en la Escritura un relato emotivo
que tu hijita viene a recordarte.
Tanta ternura, se dice, tenía Jonatán,
tanto amaba a David que sin tardanza
su alma se «pegó» a la del santo Rey.
Leyendo esto, yo pensaba en mí,
pues creo que mi alma en cielo y tierra
estará siempre «pegada» a la de mi Madre.
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120 [El encuentro secreto] [3 de octubre de 1906]

He aquí que te invito a una íntima cita,
una cita secreta, divina, misteriosa…
Oh hermana mía, escondámonos en el fondo del doble abismo,
allí nos espera la dulce paz del cielo.

Sepamos bajar siempre al último lugar
a fin de asemejarnos a Jesús, nuestro Esposo:
entonces brillará sobre nosotras la claridad de su Rostro
pues se siente atraído hacia los humildes y los mansos.

Para poder morar siempre en su presencia,
es la condición anonadarse.
Sea la humillación nuestra morada,
nuestro palacio real, nuestra habitación.
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121 [Para que El me identifique con el Hombre de dolores] [4 de octubre (?) de 1906]

Madre mía, eres ese sacerdote en el altar
y Laudem gloriae es la pequeña hostia.
En el día luminoso de su Epifanía
la ofreciste como regalo al Enmanuel.

La ofrenda le agradó, porque El te quiere mucho,
y reclama de nuevo otra oblación.
Quiere más todavía y tu mano materna
va a sacrificarle a su pequeña hija.

Necesito manifestarte un secreto divino,
secreto todo amoroso e inefable,
que me fue revelado por el Maestro adorable
una noche que despertó dulcemente en mi seno.

Comprendí muy bien bajo su luz
que si Dios me había tomado y aceptado
era porque tú me habías presentado,
tú cuyos dones más pequeños agradan a la Trinidad.

Que tenga yo la dicha de que me ofrezca tu mano
es por esto por lo que Dios me acepta y sacrifica.
Que me lleve al Calvario y me identifique
al Hombre de Dolores, mi modelo divino.

Madre, hay que mirar cual prenda de su amor
la partida de Laudem gloriae hacia la Patria:
Dios, porque te ama, acepta tu hostia
y quiere consumarla en la radiante morada.
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122 [He sido amada demasiado] [Para el 9 de octubre de 1906]

Propter nimiam
charitatem…

Gran día fue en los decretos del Padre
aquel día radiante en que te hizo Madre mía.
Mi alma le saluda, y de la Trinidad
adora y reconoce «la grande caridad».

He sido muy amada, tengo de ello conciencia,
cuando en el principio Dios en su presciencia
pensando en el instante de mi ofrenda
te consagraba ya con su propia unión.

Madre, desde el principio, he aquí que en su Ser
su amor unía víctima y sacerdote,
«Y por eternidad de eternidades»
su mirada las verá siempre unidas.

Oh sacerdote amado, si tu pequeña hostia
es pronto trasladada a la santa Patria,
ella será tal vez todavía más tuya
que cuando ella vivía en las sombras de la fe.

¿No has visto al sacerdote que lleva en las ciudades
oculto en él el sacramento del Amor?
¿no será también sobre tu seno maternal
como Laudem gloriae pasará su cielo?

«Yo la he consagrado para ti»
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123 [Ponme sobre tu corazón] [Para el 22 de octubre de 1906]

Para responder, hermana, a la llamada del Maestro,
levántate con fortaleza y entrégate,
recógete bien después bajo su gran amor,
para que El te consuma noche y día.

¿No es acaso por eso por lo que toda entera
te encadena al Carmelo, te hace prisionera?
En la tarde de este bello día, escúchale, hermana,
pues mira que te dice: «Ponme sobre tu corazón».

Ponerle en tu corazón, adorable misterio,
es conservarle en ti como en un santuario
y vivir con El sólo en una intimidad
que pide, hermana mía, muy gran fidelidad.

Ponerle en tu corazón es amarle por El
en el desprendimiento y olvido de ti misma,
es mirarle continuamente en la sencillez,
aceptando totalmente su querer.

Ponerle en tu corazón como ramillete de mirra,
es dirigir tu vida en espíritu martirial.
Que tu regla, hermana, guardada de verdad
te inmole a nuestro Dios, que es luz y caridad.
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Lectio mié, 24 nov. de 2021

Tiempo Ordinario

Oración inicial

Mueve, Señor, los corazones de tus hijos, para que, correspondiendo generosamente a tu gracia, reciban con mayor abundancia la ayuda de tu bondad. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Lucas 21,12-19

«Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, os entregarán a las sinagogas y cárceles y os llevarán ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros. Todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

Reflexión

En el evangelio de hoy, que es la continuación del discurso iniciado ayer, Jesús enumera una señal más para ayudar las comunidades a situarse en los hechos y a no perder la fe en Dios, ni el valor para resistir contra los embates del imperio romano. Repetimos las cinco primeras señales del evangelio de ayer: 1a señal: los falsos mesías (Lc 21,8); 2a señal: guerras y revoluciones (Lc 21,9); 3a señal: nación contra otra nación, un reino contra otro reino, (Lc 21,10); 4a señal: terremotos en varios lugares (Lc 21,11); 5a señal: hambre, peste y señales en el cielo (Lc 21,11); Hasta aquí el evangelio de ayer. Ahora, en el evangelio de hoy, hay una señal más: 6a señal: la persecución de los cristianos (Lc 21,12-19)

Lucas 21,12. La sexta señal: la persecución Varias veces, en los pocos años que Jesús pasó entre nosotros, avisó a los discípulos de que iban a ser perseguidos. Aquí, en el último discurso, repite lo mismo y hace saber que hay que tener en cuenta la persecución a la hora de discernir los signos de los tiempos: «Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, os entregarán a las sinagogas y cárceles y os llevarán ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio”. Y de estos acontecimientos, aparentemente tan negativos, Jesús había dicho: “No os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato. » (Lc 21,9). Y el evangelio de Marcos añade que todas estas señales son «¡apenas el comienzo de los dolores de parto!» (Mc 13,8) Ahora bien, los dolores de parto, aún siendo muy dolorosos para la madre, no son señal de muerte, sino de vida. ¡No son motivos de temor, sino de esperanza! Esta manera de leer los hechos daba mucha tranquilidad a las comunidades perseguidas. Así, leyendo u oyendo estas señales, profetizadas por Jesús en el año 33, los lectores de Lucas de los años ochenta podían concluir: «Todas estas cosas están aconteciendo según el plan previsto y anunciado por Jesús. por tanto, la historia no se escapó de las manos de Dios. ¡Dios está con nosotros!

Lucas 21,13-15: La misión de los cristianos en la época de la persecución. La persecución no es una fatalidad, ni puede ser motivo de desaliento o de desesperación, sino que hay que considerarla como una oportunidad, ofrecida por Dios, para que las comunidades lleven a cabo la misión de testimoniar con valor la Buena Noticia de Dios. Jesús dice: “esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios.”. Por medio de esta afirmación, Jesús anima a los cristianos perseguidos que vivían angustiados. Hace saber que, aunque perseguidos, ellos tenían que cumplir una misión, a saber: dar testimonio de la Buena Noticia de Dios y así, ser una señal del Reino (Hechos 1,8). El testimonio valiente llevaría a la gente a repetir lo que dijeron los magos de Egipto ante las señales y el valor de Moisés y Aarón: “¡Aquí está la mano de Dios!” (Ex 8,15). Conclusión: si las comunidades no deben preocuparse, si todo está en las manos de Dios, si todo estaba ya previsto por Dios, si todo no es que dolor de parto, entonces no hay motivo para quedarse preocupados.

Lucas 21,16-17: Persecución dentro de la familia. “Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros.”. La persecución no viene de fuera, de parte del imperio, sino que viene de dentro, de la familia misma. En una misma familia, unos aceptaban la Buena Noticia, otros no. El anuncio de la Buena Noticia producía divisiones en la misma familia. Había personas que, basándose en la Ley de Dios, llegaban a denunciar y a matar a sus propios familiares que se declaraban seguidores de Jesús (Dt 13,7-12).

Lucas 21,18-19: La fuente de esperanza y de resistencia. “Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. Esta observación final de Jesús recuerda la otra palabra que Jesús había dicho: “¡ni un cabello de vuestra cabeza caerá!” (Lc 21,18). Esta comparación era una llamada fuerte a no perder la fe y a seguir firme en la comunidad. Confirma lo que Jesús había hecho en otras ocasiones: “Quien quiere salvar su vida, la pierde, pero aquel que pierde su vida por causa mía, la salvará” (Lc 9,24).

Para la reflexión personal

¿Cómo sueles leer las etapas de la historia en tu vida y en la vida de tu país? Mirando la historia de la humanidad de los últimos 50 años, la esperanza ¿aumentó o disminuyó en ti?

Oración final

Yahvé ha dado a conocer su salvación, ha revelado su justicia a las naciones; se ha acordado de su amor y su lealtad para con la casa de Israel. (Sal 98,2-3)

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