Nahúm

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Índice: Sagrada Escritura, Nahúm

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Nahúm 1
1 Oráculo sobre Nínive. Libro de la visión de Nahúm de Elcós.
2 ¡Dios celoso y vengador Yahveh, vengador Yahveh y rico en ira! Se venga Yahveh de sus adversarios, guarda rencor a sus enemigos.
3 Yahveh tardo a la cólera, pero grande en poder, y a nadie deja impune Yahveh. En la tempestad y el huracán camina, y las nubes son el polvo de sus pies.
4 Amenaza al mar y lo deja seco, y todos los ríos agota. … languidecen el Basán y el Carmelo, la flor del Líbano se amustia.
5 Tiemblan los montes ante él, y las colinas se estremecen; en su presencia se levanta la tierra, el orbe y todos los que en él habitan.
6 Ante su enojo ¿quién puede tenerse? ¿Quién puede resistir el ardor de su cólera? Su furor se derrama como fuego, y las rocas se quiebran ante él.
7 Bueno es Yahveh para el que en él espera, un refugio en el día de la angustia; él conoce a los que a él se acogen,
8 cuando pasa la inundación. Hace exterminio de los que se alzan contra él, a sus enemigos persigue hasta en las tinieblas.
9 ¿Qué meditáis contra Yahveh? El es el que hace exterminio, no se alzará dos veces la opresión;
10 porque ellos, espinos aún enmarañados, empapados de bebida, como paja seca serán enteramente consumidos.
11 ¡De ti ha salido el que medita el mal contra Yahveh, el consejero de Belial!
12 Así dice Yahveh: Por más incólumes que estén, por más que sean, serán talados y desaparecerán. Si te he humillado, no volveré a humillarte más.
13 Y ahora voy a quebrar de sobre ti su yugo, y a romper tus cadenas.
14 Y sobre ti ha dado orden Yahveh: No habrá más descendencia de tu nombre; de la casa de tus dioses extirparé imágenes esculpidas y fundidas, preparé tu tumba, porque eres despreciable.
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Nahúm 2
1 ¡He aquí por los montes los pies del mensajero de buenas nuevas, el que anuncia la paz! Celebra tus fiestas, Judá, cumple tus votos, porque no volverá a pasar por ti Belial: ha sido extirpado totalmente.
2 ¡Sube un destructor contra ti! ¡Monta la guardia en la fortaleza, vigila el camino, cíñete los lomos, refuerza bien tu fuerza!
3 Pues Yahveh restablece la viña de Jacob, como la viña de Israel. Devastadores la habían devastado, habían destruido sus sarmientos.
4 El escudo de sus bravos es rojo, valientes vestidos de escarlata; con fuego de hierros brillan los carros, el día que los preparan, y son impacientes los jinetes.
5 Por las calles corren furiosos los carros, se precipitan en las plazas, su aspecto es semejante a antorchas, como relámpago se lanzan.
6 Se da la voz a los bravos; en su marcha se entrechocan; se apresuran hacia la muralla y se prepara el parapeto.
7 Las puertas que dan al Río se abren y en el palacio cunde el pánico.
8 La Belleza es deportada, arrancada, sus siervas gimen, como gemido de palomas, y se golpean el corazón.
9 Nínive es como una alberca cuyas aguas se van. «¡Deteneos, deteneos!» Pero nadie se vuelve.
10 «Saquead la plata, saquead el oro.» ¡Es un tesoro que no tiene fin, grávido de todos los objetos preciosos!
11 ¡Destrozo, saqueo, devastación! ¡Corazones que se disuelven y rodillas que vacilan y estremecimiento en todos los lomos y todos los rostros que mudan de color!
12 ¿Dónde está el cubil de los leones, la cueva de los leoncillos, a donde iba el león a llevar la cría del león, sin que nadie le inquietase?
13 El león dilaceraba para sus cachorros, estrangulaba para sus leonas, llenaba de presas sus escondrijos y de rapiñas sus cubiles.
14 Aquí estoy contra ti, – oráculo de Yahveh Sebaot -: encenderé en humareda tus carros, y la espada devorará a tus leoncillos; suprimiré de la tierra tu presa, y no se oirá más la voz de tus mensajeros.
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Nahúm 3
1 ¡Ay de la ciudad sanguinaria, mentira toda ella, llena de rapiña, de incesante pillaje!
2 ¡Chasquido de látigos, estrépito de ruedas! ¡Caballos que galopan, carros que saltan,
3 caballería que avanza, llamear de espadas, centellear de lanzas… multitud de heridos, montones de muertos, cadáveres sin fin, cadáveres en los que se tropieza!
4 Es por las muchas prostituciones de la prostituta, bella de gracia y maestra en sortilegios, que vendía a las naciones con sus prostituciones y a los pueblos con sus sortilegios.
5 Aquí estoy contra ti – oráculo de Yahveh Sebaot -: voy a alzar tus faldas hasta tu cara, mostraré a las naciones tu desnudez, a los reinos tu vergüenza.
6 Arrojaré inmundicia sobre ti, te deshonraré y te pondré como espectáculo.
7 Y sucederá que todo el que te vea huirá de ti y dirá: «¡asolada está Nínive! ¿Quién tendrá piedad de ella? ¿Dónde buscarte consoladores?»
8 ¿Eres acaso tú mejor que No Amón, la asentada entre los Nilos, (rodeada de aguas), cuya barrera era el mar, cuya muralla las aguas?
9 Etiopía y Egipto eran su fuerza que no tenía límite; Put y los libios venían en su ayuda.
10 También ella fue al destierro, al cautiverio partió, también sus niños fueron estrellados en el cruce de todas las calles; se echaron suertes sobre sus notables, y todos sus grandes fueron aherrojados con cadenas.
11 También tú quedarás ebria, serás ésa que se esconde, también tú buscarás un refugio contra el enemigo.
12 Todas tus fortalezas son higueras cargadas de brevas: si se las sacude, caen en la boca de quien va a comerlas.
13 He ahí a tu pueblo: mujeres en medio de ti; a tus enemigos se abren enteras las puertas de tu país, el fuego ha devorado tus cerrojos.
14 Sácate agua para el asedio, refuerza tus fortalezas, métete en la arcilla, pisa el mortero, toma el molde de ladrillos.
15 Allí el fuego te consumirá, la espada te exterminará, (te devorará como el pulgón.) Multiplícate como el pulgón, multiplícate como la langosta;
16 multiplica tus mercaderes más que las estrellas del cielo, se despliegan los pulgones y se vuelan,
17 tus guardias como langostas, y tus escribas como enjambres de insectos, que se posan en las tapias en un día de frío; sale el sol y se van, y nadie sabe dónde. ¡Ay, cómo están
18 dormidos tus pastores, rey de Asur! Dormitan tus capitanes, tu pueblo está disperso por los montes, y no hay quien los reúna.
19 ¡No hay remedio para tu herida, incurable es tu llaga! Todos los que noticia de ti oyen baten palmas sobre ti; pues ¿sobre quién no pasó sin tregua tu maldad?
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Epistolario

Índice: Santa Isabel de la Trinidad, Epistolario

1 A sus abuelos – fin de abril de 1882
2 A su padre- 28 de abril de 1885
3 A su padre – 4 de mayo de 1885
4 A su madre – 1 de enero de 1889
5 A su madre -31 de diciembre de 1889
6 A Alicia Chervau – 20 de septiembre de 1893
7 A Alicia Chervau – principios de agosto de 1894
8 A Alicia Chervau – 1 de agosto de 1895
9 A Alicia Chervau – hacia el 10 de agosto de 1896
10 A la señorita Forey – hacia el 10 de agosto de 1896
11 A Alicia Chervau – 22 de septiembre de 1896
12 A la señorita Forey – 4 de octubre de 1896
13 A Alicia Chervau – 19 de julio de 1897
14 A Alicia Chervau – 21 de julio de 1898
15 A Valentina Defougues – 25 de julio de 1898 (o poco después)
16 A Francisca de Sourdon – 9 de agosto de 1898
17 A María Luisa Maurel – 23 de septiembre de 1898
18 A María Luisa Maurel – 6 de octubre de 1898
19 A María Luisa Maurel – 20 de noviembre de 1898
20 A María Luisa Maurel – 2 de enero de 1899
21 A María Luisa Maurel – 11 de enero de 1899
22 A María Luisa Maurel – 16 de abril de 1899
23 A María Luisa Maurel – 26 de abril de 1899
24 A María Luisa Maurel – 12 de agosto de 1899
25 A María Luisa Maurel – 29‑30 de noviembre de 1899
26 A María Luisa Maurel – principios de enero de 1900
27 A María Luisa Maurel – 17 de junio de 1900
28 A Margarita Gollot – 1 de julio de 1900
29 A María Luisa Maurel – 1 de julio de 1900
30 A María Luisa Maurel – 12 de agosto de 1900
31 A Francisca de Sourdon – 29 de agosto de 1900
32 A María Luisa Maurel – 1 de septiembre de 1900
33 A María Luisa Maurel – 7 de septiembre de 1900
34 A María Luisa Maurel – 28 de. septiembre de 1900
35 A María Luisa Maurel – 7 de octubre de 1900
36 A María Luisa Maurel – 16 de octubre de 1900
37 A María Luisa Maurel – 21 de noviembre de 1900
38 Al canónigo Angles – 1 de diciembre de 1900
39 Al canónigo Angles – 24 de diciembre de 1900
40 A Margarita Gollot – enero 1901
41 A Margarita Gollot – 18 de febrero de 1901
42 A Margarita Gollot – 30 de marzo de 1901
43 A Francisca de Sourdon – principios de abril de 1901
44 A Margarita Gollot – 7 de abril de 1901
45 A Francisca de Sourdon – 14 de abril de 1901
46 A su madre y a su hermana – 16 de abril de 1901
47 A Margarita Gollot – 18 de abril de 1901
48 A Berta Tardy – hacia el 18 de abril de 1901
49 A Margarita Gollot – abril junio de 1901
50 A Margarita Gollot – abril junio de 1901
51 A María Luisa Maurel – 1 de mayo de 1901
52 Luisa Demoulin – 5 de mayo de 1901
53 A Margarita Gollot – 8 de mayo de 1901
54 A Margarita Gollot – 16 de mayo de 1901
55 Al canónigo Angles – 19 de mayo de 1901
56 A Margarita Gollot – 23 de mayo de 1901
57 A Margarita Gollot – 30 de mayo (?) de 1901
58 A Margarita Gollot – 2 de junio de 1901
59 A Margarita Gollot (?) – 2 de junio de 1901
60 A María Luisa Maurel – 5 de junio de 1901
61 A Margarita Gollot – 6 de junio de 1901
62 Al canónigo Angles – 14 de junio de 1901
63 A Francisca de Sourdon – 14 de junio de 1901
64 A María Luisa Maurel – 21 de junio de 1901
65 A Francisca de Sourdon – 21- 24 de junio de 1901
66 A Francisca de Sourdon – 28 de junio de 1901
67 A Francisca de Sourdon – 30 de junio – 4 de julio de 1901
68 A Margarita Gollot – 2 de julio de 1901 Martes 2 de julio
69 A Francisca de Sourdon – 10 de julio de 1901
70 A Margarita Gollot – 10 de julio de 1901
71 A María Luisa Maurel – 14 de julio de 1901
72 A María Luisa Maurel – 19 de julio de 1901
73 A Margarita Gollot [19 de julio de 1901
74 A Francisca de Sourdon – 20 de julio de 1901
75 A Margarita Gollot – 21 de julio de 1901
76 A Margarita Gollot – 26 de julio de 1901
77 A Margarita Gollot – 29 de julio de 1901
78 A sus tías Rolland – 31 de julio de 1901
79 A Cecilia Gauthier – 1 de agosto de 1901
80 A Alicia Chervau – 1 de agosto de 1901
80 bis A su hermana – 1 de agosto (?) de 1901
81 Al canónigo Angles – 2 de agosto de 1901
82 A la señorita Forey – 2 de agosto de 1901
83 A Berta Tardy – 2 de agosto de 1901
84 A Francisca de Sourdon – 4 de agosto de 1901
85 A su madre – 9 de agosto de 1901
86 A su hermana – 9 de agosto de 1901
87 A su madre – 13‑14 de agosto de 1901
88 A Francisca de Sourdon – 22 de agosto de 1901
89 A su hermana – 30 de agosto de 1901
90 A sus tías Rolland – 30 de agosto de 1901
91 Al canónigo Angles – 11 de septiembre de 1901
92 A su madre – 12 de septiembre de 1901
93 A su hermana – 12 de septiembre de 1901
94 A su madre – 17 de septiembre de 1901
95 A su hermana – hacia el 20 de septiembre de 1901
96 A Alicia Chervau – 29 de septiembre de 1901
97 A su hermana – 10 de octubre de 1901
98 A Francisca de Sourdon – Octubre noviembre de 1901
99 Al canónigo Angles – 1 de diciembre de 1901
100 A la hermana María Javiera de Jesús – 3 de diciembre de 1901 (?)
101 A la Madre Germana – 25 de diciembre de 1901
102 A la hermana María de la Trinidad – 25 de diciembre de 1901
103 A su madre – 25 de diciembre de 1901
104 A su hermana -17 (?) de enero de 1902
105 A Francisca de Sourdon – 28 de enero de 1902
106 A la señora de Bobet – 10 de febrero de 1902
107 A la Madre María de Jesús – 11 de febrero (o poco antes) de 1902
108 A sus tías Rolland – 11 de febrero de 1902
109 A su hermana – 16 de febrero de 1902
110 A su hermana – 16 de febrero (?) de 1902
111 Al canónigo Angles – 7 de abril de 1902
112 A Berta Guémard – 22 de abril de 1902
113 A su hermana – 25 de mayo de 1902
114 A la hermana María de la Trinidad – 25 de mayo de 1902 (?)
115 A una persona no identificada – 1902
116 A Cecilia Lignon – 29 de mayo de 1902
117 A su hermana – 30 de mayo de 1902
118 A su hermana – (poco antes del 15 de) junio de 1902
119 A su hermana – (poco antes del 15 de) junio de 1902
120 A su hermana – (poco antes del 15 de) junio de 1902
121 A la hermana Inés de Jesús María – 11 de junio de 1902
122 A la señora de Sourdon – poco después del 15 de junio de 1902
123 A Francisca de Sourdon – 19 de junio de 1902
124 Al abate Beaubis – 22 de junio de 1902
125 A Elena Cantener – después del 21 de junio de 1902
126 A Elena Cantener – después del 21 de junio de 1902
127 A Francisca de Sourdon – julio de 1902
128 A Francisca de Sourdon – 24 de julio de 1902
129 A la señora de Sourdon – 25 de julio de 1902
130 A su madre – 2 de agosto de 1902
131 Al canónigo Angles – 2 de agosto de 1902
132 A sor María de la Trinidad – 6 de agosto de 1902
133 A Germana de Gemeaux – 7 de agosto de 1902
134 A María Luisa Ambry (de soltera Maurel) – hacia fin de agosto de 1902
135 A su hermana – Antes del 14 de septiembre de 1902
136 A Germana de Gemeaux – 14 de septiembre de 1902
137 A su tía Francisca Rolland – 14 de septiembre de 1902
138 A la señora Angles – 29 de septiembre de 1902
139 A su tía Matilde Rolland – hacia el principio de octubre de 1902
140 A su hermana – 14 de octubre de 1902
141 A su madre – 14 o 15 de octubre de 1902
142 A María Luisa Ambry (de soltera Maurel) – 26 de octubre de 1902
143 A su madre – 1 de noviembre de 1902
144 A su hermana – 1 de noviembre de 1902
145 A la señora Angles – 9 de noviembre de 1902
146 A la señora de Sourdon – 9 de noviembre de 1902
147 A la señora Farrat – antes de fin de 1902
148 A su madre – hacia el final de 1902
149 A la señora Angles – 29 de diciembre de 1902
150 Al P. Vallée – 31 de diciembre de 1902
151 Al canónigo Angles – 31 de diciembre de 1902
152 A la hermana María de la Trinidad – 10 de enero de 1903
153 A la Madre Germana – 11 de enero de 1903
154 A sus tías Rolland – 12 de enero (o poco después) de 1903
155 A la señora de Bobet – 4 de febrero de 1903
156 A la señora Angles – 15 de febrero de 1903
157 A la señora de Sourdon – 21 de febrero de 1903
158 Al abate Chevignard – 24 de febrero de 1903
159 A su madre – marzo de 1903
160 A la señora de Bobet – 27 de abril de 1903
161 A Francisca de Sourdon – 28 de abril de 1903
162 A sus tías Rolland – 28‑30 de abril de 1903
163 A la señora Farrat – 16 de mayo de 1903
164 A Germana de Gemeaux – 20 de mayo de 1903
165 Al abate Chevignard – 14 de junio de 1903
166 A su hermana – 15 de junio de 1903
167 A la señora de Sourdon – 21 de junio (?) de 1903
168 A la señora Angles – 29 de junio de 1903
169 Al canónigo Angles – 15 de julio de 1903
170 A su madre – hacia el 13 de agosto de 1903
171 A sus tías Rolland – 15 de agosto de 1903
172 A Germana de Gemeaux – 20 de agosto de 1903
173 A la señora de Sourdon – 23 de agosto de 1903
174 A Francisca de Sourdon – 23 (?) de agosto de 1903
175 A María Luisa Ambry (de soltera Maurel) – 24 de agosto de 1903
176 A su madre – hacia el 27 de agosto de 1903
177 Al canónigo Angles – hacia el 27 de agosto de 1903
178 A su madre – 6 (u 8) de septiembre de 1903
179 A Germana de Gemeaux – 20 de septiembre de 1903
180 A la señora Lignon – 23 de septiembre de 1903
181 A la señora de Sourdon – 21 de noviembre de 1903
182 A Francisca de Sourdon – 21 de noviembre de 1903
183 A su hermana – 22 de noviembre de 1903
184 A la señora Angles – 24 de noviembre de 1903
185 Al abate Chevignard – 28 de noviembre de 1903
186 A María Luisa Ambry (de soltera Maurel) – 15 de diciembre de 1903
187 A sus tías Rolland – 30 de diciembre de 1903 ‑ 3 de enero de 1904
188 A su madre – 31 de diciembre de 1903
189 A su madre – 1 de enero de 1904
190 Al canónigo Angles – 4 de enero de 1904
191 Al abate Chevignard – 25 de enero de 1904
192 A Francisca de Sourdon – 27 de enero de 1904
193 Al abate Jaillet – 11 de febrero de 1904
194 A la señora Angles – 14‑15 de febrero de 1904
195 A la señora Farrat – 15 de febrero de 1904
196 A su madre – 11 de marzo de 1904
197 A su hermana – 12 (?) de marzo de 1904
197 bis A la señora de Avout – 5 de abril de 1904
198 A sus tías Rolland – 9 de abril de 1904
199 Al abate Chevignard – 27 de abril de 1904
200 Al abate Chevignard – 27 de abril de 1904
201 A su hermana – 27 de abril de 1904
202 Al abate Beaubis – 2 de junio de 1904
203 Al canónigo Angles – 2 de junio de 1904
204 A su hermana – 19 de julio de 1904
205 A su hermana – 30 o 31 de julio de 1904
206 A la señora de Sourdon – 31 de julio de 1904
207 A la señora Angles – 14‑16 de agosto de 1904
208 Al canónigo Angles – 14‑16 de agosto de 1904
209 A su madre – 21 de agosto de 1904
210 A su hermana – 21 de agosto de 1904
211 A su hermana – 25 de septiembre de 1904
212 A Ivonne de Rostang – 6 de octubre de 1904
213 A su hermana – 12 de noviembre de 1904
214 Al abate Chevignard – 29 de noviembre de 1904
215 A su hermana – 29 de noviembre o 6 de diciembre de 1904
216 A sus tías Rolland – 31 de diciembre de 1904
217 A María Luisa… – hacia 1905
218 A la señora Hallo – principios de enero de 1905
219 Al canónigo Angles – principios de enero de 1905
220 A la señora Angles – 5 de enero de 1905 pp
221 A su hermana – 5 de enero de 1905
222 A su hermana – 6 de enero de 1905
223 A la señora de Sourdon – poco antes del 20 de enero de 1905
224 A la señora Angles – poco antes del 8 de marzo de 1905
225 Al canónigo Angles – poco antes del 8 de marzo de 1905
226 Al abate Chevignard – 7 de abril de 1905
227 A su hermana – 22 de abril de 1905
228 A la señora Hallo – hacia el 30 de abril de 1905
229 A su madre – mayo de 1905
230 Al canónigo Angles – 1 de junio de 1905
231 Al abate Chevignard – principios de junio de 1905
232 Al abate Chevignard – hacía el 25 de junio de 1905
233 A su hermana – 3 de julio de 1905
234 Al abate Chevignard – 21 de julio de 1905
235 A las tías Rolland – 1 de agosto de 1905
236 A su madre – 11 o 12 de agosto de 1905
237 A la señora de Sourdon – 11 o 12 de agosto de 1905
238 A Francisca de Sourdon – 11 o 12 de agosto de 1905
239 A su hermana – 13 de agosto (y días siguientes) de 1905
240 A sus sobrinas Isabel y Odette Chevignard – hacia el 15 de agosto de 1905
241 A la señora de Bobet – 17 de agosto de 1905
242 A Ivonne Rostang – 18 de agosto de 1905
243 A su madre – 17 (?) de septiembre de 1905
244 Al abate Chevignard – 8 de octubre de 1905
245 A su hermana – 8 de octubre de 1905
246 A la señora de Sourdon – 12 (?) de noviembre de 1905
247 A María Luisa de Sourdon – 18 de noviembre de 1905
248 A la hermana María de la Trinidad – 24 de noviembre de 1905
249 A la señora Angles – 26 (?) de noviembre de 1905
250 A Andrés Chevignard – (hacia el) 29 de noviembre de 1905
251 A Francisca de Sourdon – 28 de diciembre de 1905
252 A Germana de Gemeaux – Fin de diciembre de 1905
253 A la hermana Luisa de Gonzaga – agosto de 1905 ‑ marzo de 1906
254 A la hermana Luisa de Gonzaga – agosto de 1905 ‑ marzo de 1906
255 A la hermana Teresa de Jesús – diciembre de 1905 ‑ marzo de 1906
256 Al canónigo Angles – fin de diciembre de 1905
257 A la señora de Anthes – hacia el principio de enero de 1906
258 A sus tías Rolland – principio de enero de 1906
259 A la señora Hallo – principio de enero de 1906
260 A su hermana – principios de enero de 1906
261 A la señora de Bobet – 4 de enero de 1906 (?)
262 A la señora de Sourdon – 13 (?) de enero de 1906
263 A la señora de Sourdon – 26 de enero de 1906
264 A la señora Angles – fin de enero de 1906
265 A su madre – 14 de marzo de 1906
266 A su madre – 15 de abril de 1906
267 A su madre – (después del 19) de abril de 1906
268 A la señora de Sourdon – hacia fin de abril (el 27?) de 1906
269 A su hermana – hacia fin de abril de 1906
270 A Francisca de Sourdon – hacia fin de abril de 1906
271 Al canónigo Angles – 9 de mayo de 1906
272 A María Luisa de Sourdon – 10 de mayo de 19061
273 A su madre – hacia el 27 de mayo de 1906
274 A la Madre Juana del Santísimo Sacramento – 3 de junio de 1906
275 Al canónigo Angles – Principio de junio de 1906
276 A la señora Hallo – hacia el 7 de junio de 1906
277 A María Luisa Hallo (y a su madre) – hacia el 7 de junio de 1906
278 A Germana de Gemeaux – (hacia el) 10 de junio de 1906
279 A la hermana María de la Trinidad – )10 de junio de 1906?
280 A su madre – 12 de junio de 1906
281 A la hermana Marta de Jesús – ¿primavera de 1906?
282 A la hermana Marta de Jesús – ¿primavera de 1906?
283 A la hermana Marta de Jesús – a partir del 15 de junio de 1906
284 A la Madre Germana – 15 de junio de 1906
285 A su madre – 16 de junio de 1906
286 A la señora y a María Luisa Hallo – 16 de junio de 1906
287 A su madre – 19 de junio de 1906
288 A su hermana – 24 de junio de 1906
289 A la señora Hallo – 25 de junio (o poco después) de 1906
290 A Cecilia Lignon – fin de junio de 1906
291 A Luisa Demoulin – fin de junio de 1906
292 A su hermana – principios de julio de 1906
293 A Clemencia Blanc – (hacia principios de) julio de 1906
294 Al canónigo Angles – 8 o 9 de julio de 1906
295 A su madre – 11 de julio de 1906
296 A la señora de Sourdon – 15 de julio de 1906
297 A la hermana María del Santísimo Sacramento – 16 de julio de 1906
298 A su hermana – 16 de julio de 1906
299 A un novicio carmelita – hacia el 17 de julio de 1906
300 A su madre – 18 de julio de 1906
301 A su madre – hacia el 26 de julio de 1906
302 A su madre – 2 de agosto de 1906
303 A sor María Felipa – 2 de agosto de 1906
304 Al Padre Vallée – 2 de agosto de 1906
305 A su madre – 13‑14 de agosto de 1906
306 A la Madre María de Jesús – 14 de agosto de 1906
307 A la hermana Inés de Jesús María – 15 de agosto de 1906
308 A su madre – 29 de agosto de 1906
309 A su madre – hacia el 9 de septiembre de 1906
310 A Francisca de Sourdon – hacia el 9 de septiembre de 1906
311 A su hermana – 14 de septiembre de 1906
312 A la señora de Anthes – 18 de septiembre de 1906
313 A la señora de Sourdon – 18 de septiembre de 1906
314 A su madre – hacia el 21 de septiembre de 1906
315 A la señora Gout de Bize – hacia el 23 de septiembre de 1906
316 A la Madre Germana de Jesús – 24 de septiembre de 1906
317 A su madre – Fin de septiembre de 1906
318 A la señora Gout de Bize – 30 de septiembre de 1906
319 A la Madre Germana de Jesús – 30 de septiembre de 1906
320 A la Madre Germana de Jesús – octubre de 1906
321 A la Madre Germana de Jesús – 4? o 9? de octubre de 1906
322 A la señora Gout de Bize – 7 de octubre de 1906
323 A la señora de Sourdon – 9 de octubre de 1906
323bis A la señora de Vathaire – hacia el 10 de octubre de 1906
324 A Germana de Gemeaux – hacia el 10 de octubre de 1906
325 A su madre – 14 de octubre de 1906
326 A la señora Farrat – hacia el 18 de octubre de 1906
327 A su madre – hacia el 20 de octubre de 1906
328 A la hermana Luisa de Gonzaga – hacia el 20 de octubre de 1906
328bis A Ana María de Avout – hacia el 21 de octubre de 1906
329 A la Madre Germana de Jesús – 22 de octubre de 1906
330 A la señora Gout de Bize – 23 de octubre de 1906
331 A Clemencia Blanc – octubre de 1906
332 A Marta Weishardt – octubre de 1906
333 A la señora de Bobet – fin de octubre (?) de 1906
334 A la señora Gout de Bize – fin (?) de octubre de 1906
335 A la hermana María Odila – 28 de octubre de 1906
336 A la hermana Ana de San Bartolomé – 28 de octubre de 1906
337 A la Madre Germana de Jesús – últimos días de octubre de 1906
338 A la señora de Sourdon – 30 de octubre de 1906
339 A la hermana Javiera de Jesús – 31 de octubre de 1906
340 Al doctor Barbier – primeros días de noviembre de 1906
341 A la señora Hallo – noviembre de 1906
342 A Carlos Hallo – noviembre de 1906

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1 A sus abuelos – fin de abril de 1882

Querida mamá Lina y papá Mond:
Gracias por las naranjas. Pido al buen Jesús por Lina que tiene pupa.
Os abrazo. Isabel

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2 A su padre- 28 de abril de 1885

Mi padrecito:
Tú eres muy amable pensando en mis muñecas. Me gustaría un gorrito hecho a ganchillo para mi muñeca. Se me hace el tiempo largo pensando en ti y te abrazo como a mis primas. Isabel.

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3 A su padre – 4 de mayo de 1885

Mi querido papaíto:
Buen viaje y no se te olviden mis encargos. Te abrazo, así como a Irma y a todos.
Isabel.

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4 A su madre – 1 de enero de 1889

Querida mamita: Al desearte un Año Nuevo quisiera prometerte que seré muy buena, muy obediente y que no te haré enfadar, que no lloraré más y que seré una niña modelo para darte gusto. Pero tú no me creerás. Haré todo lo posible para cumplir mis promesas, para no decir una mentira en mi carta, como las he dicho otras veces. Tenía en la cabeza una carta larga, larga, y ahora no sé decir más. De todos modos verás que seré muy buena.

Te abrazo, querida mamita. Tu hija querida, Isabel Catez. Dijon, 1 de enero de 1889

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5 A su madre -31 de diciembre de 1889

Querida mamita: Veo con placer la llegada del Año Nuevo para renovarte mi felicitación de un año bueno. Te deseo todo cuanto puedas querer, y ahora que soy ya más mayor, voy a ser una niña amable, paciente, obediente, aplicada y que no se enfada nunca… Primero, porque siendo la mayor debo dar ejemplo a mi hermanita. No la llevaré la contraria. En fin, seré una niña modelo y tú podrás decir que eres la más feliz de las madres. Y como espero que pronto tendré la dicha de hacer mi primera Comunión, seré todavía más buena, pues pediré a Dios que me haga mejor.

Te dejo, querida madrecita, abrazándote de todo corazón.

Isabel Catez. Dijon, 31 de diciembre de 1889

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6 A Alicia Chervau – 20 de septiembre de 1893

Mi querida Alicia:
Estaba muy impaciente por recibir sus noticias y cada día el correo me traía una gran decepción. Por lo mismo, comprenderá lo feliz que he sido al recibir su carta, tan deseada. ¡Qué contenta estoy de ver que se divierte tanto y que pasa unas vacaciones tan agradables! Así tendrá muchas cosas que contarme cuando nos volvamos a ver en Dijon.

También yo estoy encantada de mis vacaciones. Hemos estado quince días en Gemeaux en casa de la señora de Sourdon, que no nos quería dejar marchar, y nos hemos divertido muchísimo. Hemos jugado interminables partidas de croquet, largas caminatas. Además, yo tocaba. Al señor de Gemeaux le gusta mucho la música. Hemos ido frecuentemente al castillo.

De Gemeaux fuimos a Mirecourt. Se han organizado comidas y grandes meriendas en nuestro honor, y los quince días de estancia se han pasado rápidamente. Finalmente, desde el dos de septiembre estamos en el Jura, donde hacemos grandes excursiones. Me encantan estos bellos bosques de abetos. Hemos ido a la fuente del Ain, la Cascada de Mailly, a Noseroy a coger frambuesas en los bosques, beber […] las granjas […] Nuestras jornadas se pasan recorriendo la zona y el buen aire del campo nos sienta muy bien.
He recibido varias cartas de María Luisa. La semana pasada estaba en casa de su prima la señora de Haiys en el castillo de Roellecourt, donde se divertía mucho.

Volveremos a Dijon hacia el seis de octubre y me gustaría mucho volverla a ver pronto.
Hasta la vista, mi querida Alicia. Margarita se une a mí para abrazarla de todo corazón y desearla aún muchas diversiones.

Su amiga, que piensa en usted.

No nos olvide con sus padres, a los que mamá envía los mejores recuerdos.

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7 A Alicia Chervau – principios de agosto de 1894
Mi querida Alicia:
¡Que pensará usted de mi silencio después de mi promesa de escribirla pronto! Pero hemos adelantado nuestra partida porque mi tío cayó enfermo y nuestras primas nos reclamaban. Además yo he estado muy ocupada con los concursos… En el Conservatorio ha habido un gran revuelo por mi causa. El jurado me había otorgado un premio por unanimidad. Pero el señor Fritsch, cuyo alumno había tenido uno, pensó que yo iba a eclipsar la gloria de su alumno. Recurrió al Gobierno civil, y también la señora Vendeur. Tuvieron tal habilidad que el Prefecto les dio la razón, diciendo que el jurado no tenía derecho para dar este premio. Entonces los miembros del jurado, muy enfadados, han querido presentar su dimisión, y si el señor Deroye, presidente del jurado, hubiera estado al tanto, las cosas habrían sucedido de otro modo, pues habría ido a hablar con el Prefecto. Así lo ha dicho el señor Leveque. En fin, un revuelo del que no se puede hacer idea. Y es el señor Fritsch la causa de todo. El ha obrado muy mal. Se ha malquistado con el señor Diétrich. Margarita ha tenido el segundo premio de piano. Esto es magnífico.

Hemos llegado el martes, después de haber pasado la mañana en Cette, y muy felices de volvernos a encontrar en familia. Nos colman de atenciones.

El aire de la montaña nos hace mucho bien. También usted, mi querida Alicia, debe divertirse mucho, y espero que me lo escriba muy pronto.

Hasta la vista, querida Alicia. Margarita se une a mí para abrazarla de todo corazón, así como a sus padres, a los que mamá envía sus mejores recuerdos.

Su amiga Sabel

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8 A Alicia Chervau – 1 de agosto de 1895

Querida Alicia: Hemos tenido un viaje estupendo con un tiempo delicioso.

Nuestra estancia aquí es muy agradable. Somos muy felices de encontrarnos con la familia. Nuestra prima Paula, de dieciocho años, es encantadora. Nos divertimos mucho juntas.

Mi prima invitó el domingo a unas amigas y nos pasamos una agradable tarde. Hoy vamos a oír un concierto. Nos espera un pequeño baño de vapor porque hace un calor insoportable; se diría que estábamos en el Sur.

Pasamos nuestras tardes en un jardín que tiene mi tía a las puertas de Mirecourt. Allí se está muy bien, se respira un aire delicioso en el pequeño bosque de abetos.

¿Y usted, querida Alicia, qué hace? ¿Cuándo piensa marchar a Suiza? Pienso que no olvide la promesa que nos hizo de venir a vernos a Champagnole. Será para todas una alegría verla.

Dijon debe estar despoblada y los paseos y las calles desiertos. ¿Tiene usted que sufrir un calor tan insoportable como aquí? María Luisa debe estar hoy en Dijon. Si tiene un momento libre irá seguramente a darle un abrazo. Cómo hablaremos juntas de usted, pues la aseguro que nosotras la queremos mucho.

Espero que haya salido bien su fotografía y me alegro de tenerla a mi vuelta.

Adiós, querida Alicia. En espera de una larga carta la abrazo como la amo.

Su amiga querida, Isabel He aquí mi dirección: hasta el 7 de agosto en casa de la señora Hougue, en Mirecourt, Vosges. A partir del 7 de agosto: cerca de la iglesia, en Champagnole, Jura. Mamá envía recuerdos al señor y señora Chervau.

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9 A Alicia Chervau – hacia el 10 de agosto de 1896

Mi querida Alicia:

Hemos llegado sin novedad a Carlipa, menos fatigadas de lo que temía mamá. Tuvimos cuatro horas de parada en Lyon, el tiempo de hacer nuestra peregrinación a Fourvieres, llena de gente. La basílica es espléndida. Lyon ha volcado allí toda su riqueza. No te he olvidado en mis oraciones ni tampoco a tus padres. Desde Fourvieres fuimos a cenar a un restaurante al aire libre, y después, a las ocho, partimos a Cette, donde hemos llegado a las cinco de la mañana. Pasamos la mañana en la playa, admirando el mar que tanto me encanta y contemplando a los bañistas. A las cuatro estábamos en Carlipa, donde estamos siendo regaladas por nuestras primas y donde hacemos honor a la excelente cocina del Mediodía. Damos largos paseos. Sólo que, a consecuencia de una tormenta, se ha refrescado tanto el ambiente que casi hace frío.

El señor Diétrich ha enviado a mamá cuatro periódicos que cantan las alabanzas de Margarita. Uno la pone quince años de edad. ¡Es muy generoso! Y tú, mi buena Alicia, ¿qué haces? Pienso que, como nosotras, te aprovechas bien de tus vacaciones. Debes encantar a la familia con tus brillantes dotes de pianista. Debéis dar verdaderos conciertos con la señorita Chatellier, que tiene tan buena voz. He tenido noticias de María Luisa. Su padre ha sufrido mucho a causa de un pie. Sólo hace tres o cuatro días que sale. No tiene suerte.

Adiós, querida Alicia. Guita se une a mí para abrazarte de todo corazón, como a la señora Chervau, a la que mamá envía sus más afectuosos recuerdos.

Tu amiga que te quiere mucho, Isabel.

Figúrate que he compuesto un cántico que se va a cantar el día de la Asunción… Será cosa de risa. Me he dejado moño, lo que me da un aire interesante. Da recuerdos nuestros a la señorita Chatellier.

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10 A la señorita Forey – hacia el 10 de agosto de 1896
Querida señorita:

Hemos llegado bien, menos cansadas de lo que se temía mamá.

Nos detuvimos cuatro horas en Lyon. La basílica nueva es espléndida.

Lyon ha desplegado allí todo su lujo. He rogado mucho a la Santísima Virgen por usted. Después de partir de Fourvieres hemos cenado en un restaurante al aire libre. Partimos a las ocho de la noche para llegar a Cette a las cinco de la mañana. Pasamos la mañana en la playa. Hacía muy bueno y envidiaba a los bañistas. A las cuatro de la tarde llegamos a Carlipa, donde somos mimadas por nuestras buenas tías. Hacemos agradables paseos. Hay aquí un valle encantador, que contemplaría de la mañana a la noche. Oh, cuánto me gustaría que estuviese usted aquí. Este aire puro le sentaría muy bien, como a mí, a quien han vuelto los colores.

He compuesto un cántico. El señor Cura ha compuesto la letra. Hará que le canten. Será de risa.

Leo mucho. Mis tías tienen muchos libros interesantes. Acabo de leer Odette de Maryan. Se lo recomiendo. Esto no me impide repasar la historia.

La verdad es que he comenzado hoy.

La pobre Yvonne ha tenido que partir de Dijon. Pienso en usted, que no podrá verla tan pronto como yo. A la vuelta, procuraré mitigar su disgusto, pero sé bien que nunca reemplazaré a Yvonne, porque ciertamente no tengo sus cualidades.

¿Qué tiempo hace por Dijon? Aquí se hiela una. Se nos anuncia para el día 15 un ciclón que va a barrer a todos los habitantes de Carlipa. Pero no será tan terrible que no nos volvamos a ver…

Adiós, querida señorita. La abrazo como la quiero, es decir, con todo el corazón.

Su afectísima alumna, Isabel Mamá me encarga enviarla sus mejores recuerdos.

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11 A Alicia Chervau – 22 de septiembre de 1896

Mi querida Alicia:

He esperado tu vuelta a Dijon para responder a tus dos cariñosas cartas que tanta alegría me han causado. He sabido con verdadera alegría que pasabas una vacaciones agradables. Yo también, te lo aseguro. Hemos ido a pasar algunos días a Saint Hilaire, hermosa cabeza de partido, donde mamá vivió cuando tenía mi edad. Nos han dado tales banquetes que nuestros estómagos no los podían soportar. Debemos volver el sábado y nos detendremos tres días para ver al señor Párroco, que es un viejo amigo y estaba en Luchon durante nuestra estancia. También en Limoux somos continuamente agasajadas. He encontrado a mi querida amiga Gabriela Montpellier, que tiene veinte años y es encantadora. Hacemos con ella agradables excursiones al campo. Mañana vamos a pasar el día a Ginoles les Bains y nos alegramos muchísimo. En fin, querida Alicia, tengo muchas cosas que contarte.

Estaremos en Limoux hasta el seis de octubre. Después iremos a casa de unos parientes que viven en el Alto Garona, donde debo volver a encontrar a Berta de Crépy, y desde allí, es decir, hacia el catorce o quince iremos a Tarbes, en casa de la señora de Rostang, que nos escribe cartas deseando vernos. Ya ves que no volveremos a Dijon hasta fin de octubre. Nos alegraremos mucho de encontrarte allí. Tengo buenas noticias de María Luisa, que me cuenta que ha subido en un globo. Volverá a Dijon el 30 de septiembre.

Yo aquí dedico mucho tiempo a la música. Mi amiga tiene un excelente piano de cola que hace mis delicias. Tiene unos sonidos magníficos y pasaría allí horas tocando. Yo acompaño a la prima de Gabriela, que toca muy bien el violín. Su marido es un excelente pianista y tocamos piezas a cuatro manos.

Adiós, mi querida Alicia Guita se une a mí para abrazarte de todo corazón, así como a la señora Chervau, a la que mamá envía sus mejores recuerdos. Tu buena amiga, Sabel Recuerdos al señor Chervau.

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12 A la señorita Forey – 4 de octubre de 1896

Querida señorita:

Tiene usted toda la razón de llamarme desmemoriada por haber estado tanto tiempo sin escribir, pero ya sabe lo que pasa durante las vacaciones, y por mi parte no tengo un momento libre, lo que no me impide pensar mucho, mucho, en usted y quisiera tenerla aquí para que tomase parte en todas mis distracciones y diversiones.

Desde el mes de septiembre nos encontramos en Limoux en casa de una buena y antigua amiga, a quien queremos mucho. Está en casa una joven encantadora, por la que siento un gran afecto. Es una sabia. Tiene su diploma superior y, como buena amiga, debía soplar algo sobre mí para comunicarme algo de su ciencia. Hemos estado también algunos días en Saint Hilaire, cabeza de partido donde vivió mamá cuando tenía mi edad. Es muy querida en el lugar y cada vez que vuelve es una fiesta. En esta zona los viñedos son espléndidos y he hecho una cura de deliciosos racimos, que me hubiera gustado hacerla probar, pues estoy segura que los hubiera apreciado.

El martes por la mañana dejamos Limoux para ir a casa de unos parientes del Alto Garona y de allí iremos, hacia el 17 de octubre, a casa de mi querida Yvonne. Será para mí una gran fiesta. Allí hablaremos de usted.

Quisiera poder traerla y espero que algún día hará usted este viaje. En Lourdes rogaré mucho por usted y, si la Santísima Virgen escucha mis plegarias, caerá del cielo una lluvia de gracias y bendiciones… Ya ve por este itinerario, querida señorita, que no volveremos a Borgoña hasta fin de octubre. Me alegrará mucho volverla a ver. Reanudaré mi trabajo con alegría, pues después de unas vacaciones tan largas se siente la necesidad de ello, y estoy dispuesta a que me dé mucho trabajo. Permítame decirla de paso que mientras estaba en Carlipa he visto a un tío que me ha hecho pasar un verdadero examen. Hubiera querido que estuviese a mi lado para soplarme al oído, pues me preguntó de ciencias, de literatura ¡entre otras cosas de Polyeucte¿ y sobre todo, de aritmética. Creía que me volvía loca. Gracias a Dios no he dicho necedades, pero buen miedo tenía… ¿Está bien el señor Milliard? ¿Ha hecho un hermoso viaje como el año pasado? Adiós, querida señorita. La mando millones de besos, que la hagan palidecer, lo que, sin embargo, no querría.

Su alumna respetuosa, Isabel Cuando vea a mi querida María Luisa Hallo, déle un abrazo de mi parte.

Usted constatará que mi escritura no ha progresado. Estoy haciendo una sabanilla de altar, a base de margaritas. Es un encanto.

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13 A Alicia Chervau – 19 de julio de 1897

Mi querida Alicia:

Se necesita tener muchas ganas de escribirte, pues esta mañana estamos en un gran tráfago. La señorita Lalande da una comida en nuestro honor y esta mañana la ayudamos en sus preparativos. Llevamos en Lunéville una vida muy agradable desayunando en casa de unos, merendando y cenando en casa de otros, sin contar las numerosas partidas de tenis con jóvenes muy atentas.

En fin, no tenemos un minuto libre y no sabemos ya dónde estamos.

El 14 de julio hemos asistido a un magnífico desfile en el Campo de Marte. No puedes imaginarte lo bello que era ver toda esta carga de caballería con los cascos y corazas brillando al sol. Por la tarde hemos estado en el Bosquet, avenida magnífica; más bonita que el Parque. La iluminación, muy buena. ¡Una se creía en Venecia!…

Nos están mimando mucho. Una vieja amiga de mi abuela, la señora de la Roque, nos ha dado unas sortijas muy bonitas de oro con turquesas. Y tú, mi querida Alicia, ¿cómo lo pasas? Estoy deseando tener noticias tuyas. Hasta el 24 de julio dirígeme tus cartas a: Señorita Lalande, calle de los Bosquets, Lunéville. Después a casa de la señora Hougue, Mirecourt, Vosges.

Al ir a Mirecourt nos detendremos dos o tres días en Nancy, en casa de una amiga de mamá que quiere hacernos ver la ciudad, que es muy bonita.

Adiós, mi querida Alicia. Perdona estos garabatos, pues te escribo de prisa. Te mando una lluvia de besos. Mis respetos a la señora Chervau, a quien mamá envía sus mejores recuerdos. Tu amiga, Isabel

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14 A Alicia Chervau – 21 de julio de 1898

Mi querida Alicia:

No quiero abandonar Tarbes sin escribirte lo mucho que hemos hablado de ti con los de Rostang, que te mandan sus mejores recuerdos. Nuestra estancia aquí no ha sido sino una continua diversión: bailes, música, excursiones al campo, todo seguido. La gente de Tarbes es muy agradable. He tratado con muchas chicas, a cual más agradable. Estamos muy emocionadas de la acogida que se nos ha hecho y llevamos un recuerdo delicioso de Tarbes. Dirás a Valentina que he visto muchas veces a su amiga Isabel de Rouville, que se acuerda mucho de ella. Por lo demás, yo le escribiré uno de estos días, en cuanto esté en Carlipa.

Las de Rostang tienen una tía, señora de Saint Michel, que ha pasado algunos días en Tarbes con su hija, que tiene veinte años, encantadora y muy buena música. No dejábamos de tocar y los comercios de música de Tarbes no bastaban para darnos partituras suficientes.

Hoy marchamos a Lourdes. Mi corazón se entristece al pensar que debo separarme de mi querida Yvonne. Si vieras qué chica más bonita y qué carácter tan ideal… En cuanto a la señora de Rostang, su enfermedad no la ha dejado ningún rastro, y está más joven, más elegante que nunca, siempre tan buena. Anteayer cumplí mis dieciocho años. Me regaló un encantador juego de botones turquesa para la blusa.

Parece que has conquistado a un negro. Tengo ganas de conocer esa historia, cuyos ecos han llegado hasta mí. Escríbeme pronto. El 25 estaré en casa de la señora Rolland, en Carlipa, por Cennes Monestiés, Aude.

Te dejo para cerrar las maletas. En Lourdes me acordaré de ti. Desde allí iremos a dar una vuelta por los Pirineos, Luchon, Cauterets, etc. Estoy loca por estas montañas que contemplo al escribirte. Me parece que no podré en adelante prescindir de ellas.

Adiós, cara Alicia. Nos reuniremos con los de Rostang para cubrirte con una lluvia de besos. Isabel ¿Qué tiempo tenéis? Aquí tenemos un calor atroz.

Mil recuerdos a María Luisa, Valentina…

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15 A Valentina Defougues – 25 de julio de 1898 (o poco después)

Mi querida Valentina:

Usted me tratará de olvidadiza por haber tardado tanto en escribirle.

Desde mi partida no he encontrado un minuto, pero no por ello he pensado menos en usted y estoy muy contenta de poder dedicarle unos instantes.

Nuestra estancia en Tarbes ha sido una cadena ininterrumpida de diversiones: bailes, conciertos, paseos al campo, todo seguido. La gente de Tarbes es muy agradable. He conocido a un gran número de jóvenes muy amables y sencillas. Nos han obsequiado en todas partes y nos ha llegado al corazón esta afable acogida. He visto varias veces a su amiga de Clermont, Isabel de Rouville. Me ha dado cariñosos recuerdos para usted. La encuentro encantadora.

Al dejar Tarbes nos dirigimos a Lourdes, ese rinconcito del cielo, donde hemos pasado tres días deliciosos, como no se pueden pasar sino allí. He pensado mucho en usted al pie de la gruta. ¡Ah, si supiera qué ratos tan buenos se pasan allí y cómo se emociona una! No había grandes peregrinaciones. Pudimos comulgar en la gruta. Me gusta Lourdes con esta tranquilidad. De Lourdes nos fuimos a Pau a visitar el castillo de Enrique IV, que merece ser visto, pues hay en él tapicerías magníficas, y no éramos nosotras solas las que las admirábamos. Llegamos la víspera a Cauterets. El viaje en coche es admirable desde Pierrefite. Estábamos en un éxtasis mudo ante estas bellas montañas, que me vuelven loca y que nunca hubiera querido dejar. Sin embargo, Luchon nos reservaba algo mucho más bello todavía. Para mí el paisaje es incomparable. Hemos pasado allí dos días y así pudimos hacer una excursión al valle de Lys. Teníamos un gran landó de cuatro caballos y fuimos con las primas de los de Rostang, las de Saint Michel, que habíamos encontrado en Luchon. Estas señoras nos encomendaron a un sacerdote que conocíamos que hacía también la excursión para subir al Precipicio del Infierno. Estábamos a 1801 metros de altura, inclinadas sobre aquel abismo horrible. Magdalena y yo encontrábamos la cosa tan bella que casi deseábamos ser arrastradas a las aguas. El señor Abate, a pesar de su entusiasmo ¡pues prefiere este lugar a la Gran Cartuja¡, no pensaba lo mismo. Era incluso mucho más prudente que nosotras, que galopábamos a los bordes del precipicio sin notar el menor vértigo. Estas señoras lanzaron un suspiro de satisfacción al vernos, pues no estaban muy tranquilas durante nuestra jira.

Ahora estoy en el campo, en mi querida Carlipa, que tiene también su propia distinción con su hermoso valle. Gozo de la dulce vida de familia y me dejo mimar por mis buenas primas.

Adiós, mi querida Valentina. Espero con impaciencia carta. Mientras espero, la abrazo de todo corazón. Isabel En casa de la señora Rolland.

Carlipa por Cennes Monestiés (Aude).

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16 A Francisca de Sourdon – 9 de agosto de 1898

Mi buena Francisquita:

¿Piensas alguna vez en tu amiga Sabel? Yo pienso frecuentemente en ti, y hubiera querido tenerte conmigo para admirar juntas todas las hermosas cosas que hemos visto.

¡Cuántas cosas tendríamos que decirnos! [Hemos] pasado en primer lugar… deliciosas en T[arbes: sesiones] de baile, conciertos, excursiones al campo, todo seguido. Hemos hablado frecuentemente de ti con las de Rostang, que son siempre tan amables. Tenía mucha tristeza al dejarlos, sobre todo a mi querida Yvonne, a quien tanto quiero. Todas las de Rostang vinieron a acompañarnos a Lourdes. Allí hemos pasado tres días deliciosos.

¡Cómo he rezado en la gruta por mi querida Francisquita, y cómo hubiera querido tenerla conmigo en aquel rincón del cielo!… De Lourdes fuimos a Pau, a Cauterets, que es delicioso, y por fin a Luchon, que merece su título de Reina de los Pirineos. Allí yo estaba en el culmen del entusiasmo. ¡Ah, qué montañas tan bellas! Hicimos una excursión al valle de Lys, lo más hermoso que se pueda imaginar. Ya te contaré esto de palabra.

Ahora estamos en este querido Carlipa, que tanto me gusta, incluso después de haber visto los Pirineos. Yo le encuentro su tipismo. Llevo una vida serena y tranquila, una vida de campo que tanto me gusta. Me dejo mimar, agasajar, por mis primas tan buenas.

Adiós, mi buena Francisquita. Te abrazo de todo corazón, como a M[aría Luisa]. Tu amiga Sabel A[braza a la señora] Sourdon. Recuerdos a María Luisa Hallo, Alicia y Valentina.

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17 A María Luisa Maurel – 23 de septiembre de 1898

Querida señorita María Luisa:

Mañana a las siete y cuarto partimos para Quillan. Llevamos nuestra comida y acabo de suplicar a las señora Angles que la deje venir con nosotras. Mamá velará por usted como si fuera hija suya. Os iríamos a buscar a la estación de Alet a las siete y media, y en Ginoles comeríamos en el campo. Nos resultaría mucho más agradable si estuviese con nosotras. Cuento con el señor Párroco para convencer a su tía, y le doy las gracias por adelantado. Por eso con el corazón lleno de esperanza le digo: hasta mañana a las siete y media. Volveremos a las cinco y media. Saludos. Isabel Llevaremos nuestras labores. Gracias y saludos a toda la familia.

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18 A María Luisa Maurel – 6 de octubre de 1898

Mi queridísima María Luisa:

Hace tres días que estamos en Dijon y mi primera carta es para usted.

¡Cómo hubiera querido tenerla a mi lado para compartir mi entusiasmo y mi admiración por todas las cosas bellas que hemos visto los últimos diez días! En Marsella hemos ido en peregrinación a Nuestra Señora de la Guardia.

Inútil decirle que ha tenido una gran parte en mis oraciones, querida María Luisa. Usted lo adivina, ¿no es verdad? Para probarla que no ha sido olvidada le mando una estampita. En Marsella visitamos un transatlántico. Me interesó mucho. Mamá tenía un miedo atroz, pues el barco estaba en alta mar y, para llegar allá, nuestra barquichuela se movía mucho. Por eso se puso muy contenta al volver a tierra, pues no comparte mi entusiasmo por el hermoso mar que tanto me gusta.

Lo que más admiración me ha producido es la Gran Cartuja. Si supiera lo hermoso que es el camino del Desierto, lo verdes y pobladas que están estas montañas… Es la soledad más profunda que se pueda soñar. Uno se cree a cien leguas del mundo. Tan perdida se siente una en esas montañas que tienen un aspecto excesivamente salvaje. Dormimos en el convento de religiosas que hay frente al de los Cartujos, en una pequeña celda, en camas muy duras, pues la penitencia impera en la Gran Cartuja. Bajamos a Grenoble por el Sappey, otro camino muy hermoso. Hemos visitado la villa, que está muy bien situada. Después estuvimos cerca de Annecy, en casa de una amiga de mamá que vive junto al lago. Es una región encantadora. El lago es muy pintoresco, rodeado de sus hermosas montañas. Lo recorrimos todo y me encantó. Estuvimos también en Ginebra, donde pasamos un día. Pero no recorrimos el lago, porque llovía. Una lástima.

En Bourg visitamos la famosa iglesia de Brou, que es un monumento magnífico.

Finalmente estamos ahora en Dijon, contentas de haber llegado con salud y dando gracias a Dios de habernos protegido durante este largo viaje. He encontrado aquí a mi amiga María Luisa, que llegó algunos días antes que nosotras. No ceso de hablarle de usted. Ella la conoce ya, se lo aseguro, y además tendrá el gusto de veros este año, pues cuento absolutamente con su visita. Convenza al señor Angles, y estoy segura de que su madre, que es tan buena, nos querrá dejar a su hija. Seremos muy felices por ello.

Adiós, mi querida María Luisa. Margarita se une a mí para enviarle mil besos. Isabel Catez. 10 rue Prieur de la Coted’Or. Dijon. Escríbame pronto.

Aunque no tengamos el gusto de conocer a su señora madre, le enviamos nuestros más respetuosos saludos, extensivos también al señor Angles.

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19 A María Luisa Maurel – 20 de noviembre de 1898

Mi queridísima María Luisa:

No puedo decirle la emoción que he sentido al ver que se ha acordado de mi fiesta. Esta mañana he tenido un gran gozo al reconocer su pequeña y querida escritura. Gracias por la hermosa estampa y por la de Margarita.

Gracias también por haber trabajado para mí. ¡Ah, si supiese cómo me conmueve esta atención, querida María Luisa! ¡No se lo puedo expresar! ¡Qué sacrificio nos manda el Señor al vivir tan distantes! Me gustaría tanto vernos frecuentemente. ¡Nos entendemos tan bien! ¡Pensar que nos hemos visto tan poco y nos queremos tanto!, pues usted tiene un lugar muy grande en mi corazón.

He pensado mucho en usted durante sus Ejercicios y me ha gustado mucho leer todos los detalles que me da sobre esos días en su última carta. Me han interesado mucho, los he leído y releido.

Yo asisto a las conferencias para las jóvenes que da un padre jesuita cada quince días. Son muy interesantes y me agradaría que las oyese conmigo.

Están muy bien hechas.

Ya han regresado todas mis amigas y asisto a muchas reuniones. Me parece que son demasiadas, pues no tengo tiempo para hacer lo que querría, pues comienzo muchos trabajos. ¡Me gusta tanto coser!. Por eso, como los días son demasiado cortos, me levanto muy pronto y cuando voy a la misa de 7 ya he hecho bastantes cosas.

Margarita y yo aprendemos inglés. Recibimos las lecciones junto con mi amiga María Luisa, de la que la he hablado frecuentemente. Nuestra profesora es una joven inglesa, muy dulce y amable. Trabajo con interés para poder balbucir pronto esta lengua de pájaros. Hoy voy a oír a un predicador muy bueno que nos va a echar un sermón sobre la caridad durante las vísperas. Me alegro y quisiera tenerla conmigo.

Adiós, mi querida Mana Luisa. Reciba mi agradecimiento junto con mis mejores cariños. Isabel Nos unimos todas para saludar a su madre. No me dice nada de la señora Angles, espero que se haya puesto bien. Margarita la abraza y agradece su bonita estampa. Mamá está muy cansada desde hace algunos días. Su salud deja mucho que desear. Estoy muy preocupada.

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20 A María Luisa Maurel – 2 de enero de 1899

Mi queridísima María Luisa: Acabo de recibir su cariñosa carta, que me produce gran alegría. Gracias por su felicitación y sobre todo por sus santas oraciones por mi querida mamá, que ha estado tan mala. Si supiese lo preocupada que he estado… Gracias a Dios va mejor desde hace algunos días.

El régimen de leche la va muy bien. El médico le ha mandado guardar reposo absoluto, lo que cuesta mucho a esta querida mamá, acostumbrada a una vida muy activa. Durante estos tristes días he tenido ocasión de apreciar a nuestras buenas amigas, que nos han rodeado de afecto, y me ha impresionado ver lo querida que es esta amada mamá.

¡Cuánto me hubiera gustado estar ayer junto a usted para decirla con un largo beso todo mi afecto y todos los votos que hago por su felicidad!…

Pero estando tan distantes no podemos sino pensar y rezar mucho la una por la otra. La oración es el vínculo de las almas. ¡Qué gran parte tiene usted en las mías, queridísima María Luisa! Cada día la recuerdo ante Jesús y quisiera tenerla junto a mí en esta capillita, adonde voy todas las mañanas a oír la misa de siete. Espero llevarla algún día conmigo, pues cuento con su visita, y es uno de mis deseos para 1899. Convenza al señor Angles, mi querida María Luisa. Sería tan feliz teniéndola en casa. Estudio mucho el inglés con Margarita y mi amiga María Luisa, de la que la he hablado.

Nuestra profesora es una inglesa muy amable a quien su familia ha echado por haberse hecho católica. Tengo mucha simpatía por esta pobre joven tan sola.

Usted es muy amable acordándose de mí. Se lo agradezco mucho. Muchas gracias también por su envío. Cuando lo haya recibido la escribiré.

Adiós, mi queridísima María Luisa, la envío con mi felicitación una lluvia de besos y cariños. Su muy triste Isabel Nos unimos para enviar la felicitación a su madre y al señor Angles.

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21 A María Luisa Maurel – 11 de enero de 1899

Mi queridísima María Luisa:

Acabo de recibir su atenta carta y su delicioso trabajo. ¡Cuántas atenciones tiene conmigo! No he visto nunca algo tan bonito y tan bien hecho. Tiene usted dedos de hada. Mi amiga María Luisa, que estaba allí, ha admirado este magnífico bolso de bombones, con el que me alegra adornar mi cuarto, pero sólo los días solemnes, pues quiero conservarle con gran esmero y me recordará a una amiga muy querida, a quien me gustaría tener junto a mí. ¿Por qué estamos tan distantes, mi querida María Luisa? Me gustaría tanto verla con frecuencia y gozar de su tan buena amistad. Espero siempre que el señor Angles la traerá a Dijon. Háblele con frecuencia de esto. Qué alegría verla, volver a nuestras conversaciones, a nuestras confidencias, pues me ha conmovido la confianza que me ha mostrado. Ya sabe que ruego mucho por usted y cada día en la misa la encomiendo al buen Jesús. ¡Que El nos reúna pronto! Sus fervientes oraciones han sido escuchadas y le pido las prosiga por esta querida mamá, que está mejor. Pero se necesita mucha prudencia. Por eso vive como una reclusa. Felizmente tenemos muy buenas amigas que vienen a visitarla todos los días, de modo que el tiempo no se le hace demasiado largo.

Vamos a tener unos Ejercicios para jóvenes, predicados por el Superior de los Jesuitas de Dijon. Me alegro mucho de poder hacerlos. Comenzarán el 24 de enero. Se acordará de mí durante estos días, querida María Luisa. Por mi parte le prometo un recuerdo muy especial.

Estoy cosiendo muchísimo, no saliendo casi, estando mi mamá enferma.

Hago labores de lencería bastante difíciles. Acabo de terminar una bonita camisa con un canesú bordado.

Adiós, mi queridísima María Luisa. Permítame darle las gracias con todo mi corazón por su delicioso trabajo, que tanto me gusta. La manifiesto todo mi mejor reconocimiento mandándola mis mejores besos y cariño.

Su amiga, que piensa mucho en su querida María Luisa. Isabel Saludos afectuosos a su señora madre. Le envío una estampita que he escogido para usted desde hace días y le hará acordarse de mi.

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22 A María Luisa Maurel – 16 de abril de 1899

Mi queridísima María Luisa:

Hace ya mucho tiempo que no tengo noticias suyas y no la he escrito. He estado muy ocupada todo este tiempo. Hemos tenido una espléndida Misión que ha durado cuatro semanas. ¡Cuánto he pensado en usted y rezado en estos días benditos! Hubiera querido tenerla conmigo y seguir juntas las pláticas tan hermosas y conmovedoras. Había 19 padres Redentoristas en Dijon. En nuestra parroquia dos. Estos misioneros son verdaderos apóstoles. Hablan sencillamente, con un gran amor a las almas. Había cada día tres instrucciones. La primera a las seis de la mañana, la segunda a las nueve, y por la tarde, a las ocho, tenía lugar el gran sermón de la Misión. Había mucha gente, muchos hombres. Para encontrar asiento había que venir una hora antes de comenzar la función. Si supiese lo hermoso y edificante que era…

Una se sentía conmovida. Los Padres habían organizado una cadena de oraciones a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, la patrona de las Misiones, y cada media hora se renovaban para rezar el rosario en voz alta y otra oraciones por la conversión de los pecadores. Era un espectáculo conmovedor ver el fervor con que se rezaba a esta buena Madre. Ha hecho muchos milagros. Ha habido en Dijon mil conversiones.

El día de Pascua tuvo lugar la clausura de la Misión. Todos lloraban en la iglesia al despedirse los Padres. Estas cuatro semanas han pasado pronto, se lo aseguro, mi querida María Luisa. ¡Cómo hubiera querido seguir esta Misión con usted y cuántas cosas habría tenido que decirle! Convenza al señor Angles para que venga a Dijon. Me alegraría mucho tenerla conmigo, continuar nuestras conversaciones íntimas de Nuestra Señora de Marceille Estamos ya en primavera, una estación muy agradable para viajar, y la espero. Estoy segura que su señora madre consentirá en dejarla venir con el señor Angles y nosotras os cuidaremos muy bien.

Todos admiran el magnífico bolso de bombones que ha […] precauciones y miramientos. Cosemos juntas, acabamos de hacer pequeñas blusas que han salido bastante bien.

Adiós, mi querida María Luisa. Se acuerde alguna vez de mí, ruegue por mí, que no la olvido y […] De Nuestra Señora del Perpetuo Socorro para usted.

Ruegue mucho por mi querida mamá. La encomiendo a sus fervorosas oraciones.

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23 A María Luisa Maurel – 26 de abril de 1899

Mi muy querida María Luisa:

No puedo expresarle la alegría que he sentido al recibir su querida fotografía. ¡Qué amable ha sido enviándomela! La he colocado inmediatamente en mi habitación encima del piano, en un álbum de fotografías especial donde están mis amigas verdaderas, las amigas de corazón, entre las que está usted, mi querida María Luisa, pues aunque nos hayamos visto poco, sin embargo nos hemos podido comprender y amar mucho!…

Reconozco que en la hermosa fotografía no ha salido muy bien. Pero yo, que conozco a mi querida amiga, sé encontrarla en esta primera imagen que me alegro tener.

Mamá está un poco mal estos días, se siente muy fatigada. Hay mucha gripe en Dijon, y no se oye hablar más que de personas enfermas. Hay que decir que tenemos un tiempo horrible, muy húmedo y malsano.

Voy a perder dos amigas que se van a casar, una sobre todo, a quien yo quería mucho y que se irá de Dijon, pues se casa con un oficial de marina.

Nos vemos frecuentemente y siento ver acabarse nuestra dulce intimidad, aunque me alegro de la felicidad de mi amiga. ¡No hay que ser egoísta en los afectos! Margarita y yo formamos parte de un coro de canto, adonde van también varias de nuestras amigas. El domingo hemos ido a cantar al Carmelo para la fiesta del Patrocinio de San José. Hubo un buen sermón, predicado por un Padre dominico. La Exposición fue magnífica. Mi amiga María Luisa, de quien la he hablado otras veces, cantó un hermoso Panis angelicus.

Adiós, mi queridísima María Luisa. Le doy de nuevo las gracias por su querida fotografía. Acuérdese de mí, rece por mí, que no la olvido, y reciba mis mejores besos, y muchos saludos de Margarita. Su amiga Isabel Nuestros mejores recuerdos a su señora madre y al señor Angles. Cuando me haga mi fotografía, la primera será para usted.

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24 A María Luisa Maurel – 12 de agosto de 1899

Mi querida María Luisa:

Hace un mes que nos hallamos en el campo, y desde entonces he deseado muy frecuentemente venir a hablar con usted, pero me ha sido imposible.

Estamos en el campo, en medio de un bosque de abetos, en una verdadera pequeña Tebaida, y pasamos todo el día al aire libre. ¡Se está tan bien en medio del bosque! Llevamos con nosotras libros y labores y no volvemos hasta la noche para cenar. Quisiera tenerla conmigo para compartir mi soledad, pues vivimos de hecho como reclusas. A pesar de esto, no me aburro ni un solo instante. ¡Hace tanto bien vivir tranquilos en el campo! El aire puro del Jura y el descanso hacen mucho bien a mamá, que tenía gran necesidad de ello. Había partido de Dijon muy fatigada, y ya puede pensar lo feliz que soy al verla mejor. Nuestra estancia aquí toca a su fin. El 17 partimos para Suiza, donde estaremos tres semanas. Después volveremos unos días a Dijon antes de ir a los Vosges en casa de una tía. Cuando me escriba ‑y deseo mucho tener noticias suyas‑ diríjame su carta: Hotel de la Poste, a Fleurier, Cantón de Neuchatel. Suisse.

Esta carta, mi querida María Luisa, la llegará el día de su fiesta.

Quisiera poder seguirla y decirle en un largo beso mi cariño. Pero, ¡ay!, nos separa una gran distancia y será esta carta la que le llevará todos los votos que hago por su felicidad. Recibirá también una pequeña labor, que no tendrá otro mérito que haber sido hecha por su amiga, muy feliz de trabajar por su querida María Luisa, pensando en ella.

Adiós, querida amiga. Le mando mi felicitación y los más cariñosos besos. Mamá y Guita se unen a mi para abrazarla. Muy suya, Isabel Catez.

Tenga la bondad de dar nuestros mejores recuerdos a su señora madre. La envío una pequeña fotografía 4 hecha por una amiga, esperando las que nos hagan al regreso.

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25 A María Luisa Maurel – 29‑30 de noviembre de 1899

Mi muy querida María Luisa:

Me causó mucha emoción que haya pensado en mi fiesta, y hubiera debido haberla escrito más pronto para agradecerle su carta y sus hermosas estampas. Margarita me encarga de darle las gracias en su nombre.

Usted sabe muy bien cuánto la quiero, mi querida María Luisa, para que tenga necesidad de decirle la alegría que he sentido al enterarme de sus esponsales. Lo sospechaba un poco después de recibir su carta de septiembre, pues la que me ha escrito en octubre no la he recibido todavía, con gran disgusto mío. Ruego mucho por usted, querida amiga, y pido al Señor que la llene de sus bendiciones y le dé toda la felicidad que se puede gozar en la tierra. Sí, querida María Luisa, el buen Maestro nos llama por caminos diferentes. La porción que me ha escogido es muy hermosa. Espero que este verano nos volvamos a ver. ¡Cuántas cosas tendremos que decirnos! Usted cree que mi marcha al Carmelo está próxima, pero no será antes de mis veintiún años. Así que, como ve, me queda todavía un año largo para disfrutar de la compañía de mi querida mamá y de Guita. Ruegue mucho por mamá, querida amiga, para que Dios la sostenga en este duro sacrificio. ¡Ah, qué dura será la separación! Pero es el Divino Maestro quien lo quiere así. El sabrá arreglarlo todo. Mamá y Guita, a quienes confié su secreto, como me lo había permitido, me encargan enviarle sus sinceras felicitaciones. Todas nos alegramos de su felicidad, pues la amamos mucho.

Nuestro nuevo obispo, monseñor Le Nordez, comienza hoy una serie de conferencias en la catedral para señoras y jóvenes. Me alegro de ir a oírle inmediatamente. ¡Cómo quisiera tenerla conmigo! Asistimos también a unas conferencias muy interesantes que tienen lugar cada quince días para las jóvenes. Las da un padre jesuita que habla muy bien. Además, el tema es tan bello: este año es sobre Jesucristo. Adiós, querida amiga. Me agradaría escribir más, pero la debo dejar, pues antes de ir a la conferencia tengo que ir a un coro de canto donde con varias jóvenes preparamos hermosos cánticos para la Inmaculada Concepción. La envío mis mejores besos, querida amiga. Ruegue un poco por mí, ¿verdad? Isabel Mandamos nuestros mejores recuerdos y felicitaciones a su señora madre.

¿Debo enviarle las cartas a Labastide Esparbairenque o Labastide Cabardes?

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26 A María Luisa Maurel – principios de enero de 1900

…asistirá conmigo por última vez. Pensaré mucho en usted, querida amiga, durante estos días de bendición. ¡Cuánto me gustaría tenerla conmigo! ¿Ha tenido dos misas de media noche en el campo?… Aquí la del 1 de enero sólo se ha dicho en algunas capillas. Yo he ido a la de las carmelitas, que están muy cerca de casa. Estuvo muy bien. El Santísimo Sacramento estuvo expuesto toda la tarde. ¿Le diré, mi querida María Luisa, que durante esta vela delante del buen Jesús la he recordado de un modo particular? Ha sido junto al altar donde he formulado todos mis votos por usted, y usted sabe lo sinceros que son.

Mamá ha tenido hace unos días una caída que la ha quebrantado. Al ir a misa se cayó por la escalera y pudo hacerse daño en los riñones. El Señor la ha protegido porque no ha tenido más que unas contusiones, pero sufre mucho y no puede andar. Fuera de esta desgraciada caída su salud ha mejorado y estamos muy contentas de ello.

Adiós, querida María Luisa. No me deje estar mucho tiempo sin sus noticias. La abrazo muy cariñosamente. Margarita la envía besos afectuosos.

Recuerdos a su señora madre. Su amiga que no la olvida. Isabel

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27 A María Luisa Maurel – 17 de junio de 1900

Domingo, 17 de junio Mi queridísima María Luisa:

¡Cuánto tiempo hace que no tengo noticias suyas! Me decido a romper este largo silencio. ¿Qué es de su vida? Escríbame pronto, ¿lo hará? Pensamos marchar al Sur dentro de tres semanas. Primeramente iremos a Tarbes y a Lourdes, después a casa de nuestras primas en el campo, cerca de Carcasona, adonde estaremos mucho tiempo. Iremos también algunos días a Saint Hilaire y volveremos por Limoges, ya que tenemos amigos por esos lugares que nos quieren ver. Esperamos volverla a ver durante esta larga estancia en el Sur y nos alegramos mucho, porque conservamos un gratísimo recuerdo de las jornadas que pasamos juntas. Hace ya dos años que nos conocemos, mi querida María Luisa. No es mucho tiempo y, sin embargo, nos queremos mucho, ¿verdad? ¿Tiene proyectos para las vacaciones? Escríbame pronto y dígame todo.

Nosotras estamos muy ocupadas estos días. Hay que hacer tantas cosas para una ausencia de tres meses. Por eso estoy cosiendo mucho. Margarita y yo debíamos ir a París el 24 de junio, pues mi amiga María Luisa debía tomar el hábito ese día en el Sagrado Corazón de Conflans y su madre nos llevaba consigo. Por desgracia la ceremonia ha sido retrasada para agosto o septiembre y no podremos asistir, estando en ese tiempo en el Sur. Siento no poder ver a mi amiga, pero por otro lado me alegro de no dejar sola a mamá.

Estos cinco días sin sus hijas le habrían parecido demasiado largos.

El 9 de mayo pasé un hermoso día en Paray le Monial. Los Padre jesuitas habían organizado una peregrinación para ese día y la señora Hallo, la madre de María Luisa, me llevó consigo. ¡Qué bella jornada, mi querida María Luisa! Si viese lo bien que se reza en la pequeña capilla… No la he olvidado ante el Sagrado Corazón. He tenido un recuerdo especial para usted.

Adiós, querida María Luisa. La abrazamos muy cariñosamente. Su amiga que no la olvida, Isabel Recuerdos cariñosos a su buena madre. Recuerdos también al señor y señora Angles. Espero pronto una carta.

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28 A Margarita Gollot – 1 de julio de 1900

Domingo, 1 de julio Mi queridísima hermana:

No puedo decirle la alegría tan sentida que me ha causado su cartita. La he leído y releído. ¡Si supiese lo contenta que estaba! También yo, querida hermanita, la quiero mucho y ruego mucho, mucho, por usted. ¡Ah! Seamos totalmente de El, entreguémonos a nuestro Amado Jesús en un generoso abandono. No hay cosa mejor que cumplir su voluntad.

Ofrezcámosle nuestro destierro. Es tan bueno sufrir por quien se ama… ¿no es así, querida Margarita? Quisiera darle un abrazo antes del miércoles, día de mi partida. ¿Puede venir al Carmelo el lunes, poco antes de las dos? Pienso hallarme allí. Adiós. Me llaman, me voy. Mil besos de su hermanita.

María Isabel de la Trinidad

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29 A María Luisa Maurel – 1 de julio de 1900

Domingo, 1 de julio Mi queridísima María Luisa:

No puedo decirle la alegría que me ha producido su amable carta. Hubiera querido responderla ya, pero si supiese lo ocupada que estoy… Cuento con la indulgencia de mi querida María Luisa. ¡Qué alegría volverla a ver, querida amiga! No lo puedo creer. Es usted muy amable deseando nuestra visita, y cuánto agradecemos a su buena madre su amable invitación, que no podemos rechazar, pues nos alegrará mucho conocerla. Dígaselo, por favor.

Nosotros marchamos el jueves a Tarbes a casa de nuestras amigas de Rostang, y estaremos allí quince días. De allí iremos un día a Biarritz. Después marcharemos a Lourdes, de lo que me alegro mucho. ¡Oh, cómo voy a rezar a la Virgen por mi querida María Luisa! Desde allí marcharemos al campo a casa de mis primas. y allí estaremos hasta el 25 de agosto. Es entonces cuando iremos a Carcasona. donde podremos encontrarnos y marchar untas a su encantador pueblo. ¡Ah, qué felicidad, ¿verdad?, estar juntas uno o dos días! Tengo que dejarla, querida María Luisa, pues tengo mucho que hacer. He aquí mi dirección hasta el 19 de julio: Chez madame Rostang, rue des Petits Fossés, 21, Tarbes, Hautes Pyrénées.

Adiós, pues, querida amiga. Reciba besos cariñosos de su amiga que la quiere mucho y que se alegra de volverla a ver. Isabel Recuerdos cariñosos a toda su familia.

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30 A María Luisa Maurel – 12 de agosto de 1900

Carlipa, 12 de agosto. Por Cennes Monestiés, Aude Mi querida María Luisa:

Esta carta le llegará el día de su fiesta y será portadora de mis mejores votos. Los deposito y pongo en las manos de María. ¿A quién podría confiárselos mejor? Tuve la alegría de ir a Lourdes el mes pasado. ¿Necesito decirle que he rezado mucho por usted, querida amiga, y por todos sus seres queridos? Usted lo adivina, ¿no es verdad? Usted está en mi corazón y no podría olvidarla.

Desde principios de julio estamos en el Sur. Hemos pasado antes un mes en Tarbes en casa de nuestras amigas de Rostang, tan buenas, sencillas y piadosas. Estoy convencida de que le agrada rían mucho. Ahora estamos en el campo con nuestras excelentes primas, gozando de la hermosa vida de familia.

Nuestra vida es muy solitaria realmente; pero yo soy como usted, me gusta el campo y no tengo tiempo de aburrirme. Tenemos los mismos gustos, ¿no es así, querida María Luisa? Antes de llegar a Carlipa fuimos a pasar un día en Biarritz para ver el océano. ¡Qué bello, querida amiga! No puedo manifestarle lo grandioso que es este espectáculo. Me gusta ese horizonte sin fronteras, sin límites. Ni mamá ni Guita podían arrancarme de su contemplación, y me parece que me encontraban un poco exagerada. Estoy segura de que usted me habría comprendido.

Llegaremos a Carcasona el 3 de septiembre. El señor Angles ha tenido la bondad de invitarnos y aprovechamos con gusto la ocasión de volverle a ver, como a usted, querida María Luisa. ¡Qué agradable será encontrarse después de estos dos largos años de separación! ¡Cuántas cosas tendremos que decirnos! ¿No es verdad? El lunes iremos con nuestras primas a pasar el día en Carcasona en casa de un tío. Esperamos que haga buen tiempo, pues vamos en una diligencia y la lluvia sería muy molesta.

Mi amiga, la que ingresó en el Sagrado Corazón, está enferma. El postulantado ha quebrantado su salud. Ha salido de su amado convento para cuidarse, con la esperanza de volver pronto a él. Su pobre madre está contentísima de que el Señor le devuelva la hija por algún tiempo.

Adiós, querida amiga. Estoy hasta septiembre en Carlipa, por Cennes Monestiés, Adue. Escríbeme pronto, me dará mucha alegría. Reciba, querida María Luisa, un beso con los mejores votos de su amiga, que piensa en usted.

Isabel Nuestros respetuosos saludos a su señora madre y a la señora Angles.

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31 A Francisca de Sourdon – 29 de agosto de 1900

Miércoles 29 de agosto
Me parece que no quieres a tu amiga Isabel más que en Dijon. Ella está triste, porque no olvida a su querida Francisquita.

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32 A María Luisa Maurel – 1 de septiembre de 1900

Carlipa, 1 de septiembre Mi queridísima María Luisa:

Recibí ayer su carta, pero me ha sido imposible responderla, pues el cartero partía inmediatamente. No puedo decirle toda mi alegría de volverla a ver. Sólo faltan dos días, querida amiga, pues llegaremos el lunes por la tarde, como ha decidido el señor Angles. ¡Nos parece que nunca llega ese momento! Querida María Luisa, dé muchas gracias a su madre de parte de la mía. No puedo decirle cuánto nos ha emocionado su amable invitación. Nos alegramos de conocerla, dígaselo, ¿verdad? ¡Qué hermosos ratos vamos a pasar juntas! ¡Cuántas cosas nos diremos después de dos años de separación! Adiós, queridísima María Luisa. La mando mil besos. ¡Hasta el lunes! Su amiga, muy contenta de volverla a ver, Isabel Recuerdos cariñosos y nuestro agradecimiento a su señora madre.

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33 A María Luisa Maurel – 7 de septiembre de 1900

Viernes 7 de septiembre
Queridísima María Luisa:

No hace todavía dos días que nos hemos separado y, ya ve, me parece que hace un siglo. ¡Ah! ¡Qué triste estaba mi corazón al despedirme! Jamás olvidaré estas hermosas jornadas pasadas en Labastide y la hospitalidad tan afectuosa de sus queridos padres. Me parece que he conocido siempre a su excelente madre. Dígaselo con un beso de mi parte, agradeciéndole todo. Yo estaba tan emocionada al despedirme que no podía decir nada. Trataba de retener la primera lágrima… Ayer a las dos nos despedimos del señor Angles. Esta nueva separación ha sido también muy triste. Esperamos verle mañana unos minutos en la estación de Limoux, por donde debe pasar para ir a Alet. Después será el adiós definitivo… Hemos tenido el gusto de comer antes de nuestra partida con la señora Angles y le he encargado mil cosas para mi querida María Luisa. ¡Qué bueno es Dios, querida amiga, al darnos la una a la otra, y qué sacrificio también es vivir tan lejos cuando se ama tanto! En fin, pensemos en estas felices jornadas y en el próximo encuentro.

Estoy muy contenta por habérmelo prometido usted y también su prometido. Con esto estoy tranquila. Le doy las gracias por habérmelo presentado. Cada día pido por su felicidad y me es algo muy dulce. También usted, querida María Luisa, ruegue un poco por su amiga Isabel, que la quiere tanto y la tendrá reservado siempre este lugar en su corazón, como lo sabe, ¿verdad? Hemos encontrado muy fatigado a ese señor de la Soujeole. Este ataque de parálisis lo ha quebrantado mucho. Hablamos de usted.

Adiós, mi queridísima María Luisa, la dejo, forzada por la hora del cartero, pero de todos modos con el corazón quedo junto a usted, a quien quiero tan tiernamente. Le mando una lluvia de besos muy afectuosos. Isabel Un beso cariñoso para sus buenos y queridos padres, a quienes quiero mucho. Déles nuevamente las gracias. Recuerdos a su novio y a vuestros familiares.

La abrazo de nuevo. Cuando vea a la señora Angles le dé un abrazo de mi parte.

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34 A María Luisa Maurel – 28 de. septiembre de 1900

Viernes 28 de septiembre
Mi queridísima María Luisa:

He recibido sus dos cartas en Chateau Chesnel después de haber dado muchos rodeos. ¡Si supiese con qué impaciencia las esperaba! No la respondí inmediatamente porque estaba preparando el equipaje para marchar. Pero en cuanto leímos la carta mamá ha escrito al coronel Recoing y le aseguro que ella ha recomendado bien a su hermano. Es una gran alegría para nosotras hacer algo por usted, querida María Luisa. Mamá ha puesto bien claro todas las explicaciones que me dio usted para que no hubiese error y estoy segura que el coronel, que es muy bueno, no dejará de hacer lo que pueda por el señor León.

Al dejar Limoux hemos pasado una semana larga en Saint Hilaire, en casa de la señora Lignon. Hemos hablado juntas muy mal de usted, ¡mi querida María Luisa! Hemos ido en peregrinación a Nuestra Señora de Roc Amadour. ¡Ah, qué bien se estaba allí, querida amiga, y cómo me he acordado de usted y de los suyos y los he encomendado a la Virgen Santísima! ¡Ah, ¿podía yo olvidarla, estando en mi corazón?! ¡Qué bueno es, ¿verdad?, rezar la una por la otra, encontrarse junto al Señor! Entonces no hay distancia ni separación… Hemos pasado una buena semana en Chateau Chesnel en casa de unos buenos amigos que hacía once años no veíamos, y nos han recibido muy cariñosamente. El castillo es maravilloso, data del siglo XIII. Está rodeado de enormes fosos y el parque es inmenso. Había mucha gente. He conocido allí a una joven encantadora, de nuestra edad, muy sencilla y muy educada. Me hacía acordarme de mi María Luisa, pero no la reemplazaba. Créalo. Ahora estamos en Menil, en casa de nuestras amigas de Chezelles. El domingo por la noche partimos para París y el miércoles por la noche estaremos en Dijon. Escríbame pronto, querida amiga. ¡Ah!, frecuentemente pienso en estos días tan buenos que hemos pasado juntas y que nunca olvidaré. Adiós, querida María Luisa, mil besos. Isabel Dé un abrazo de nuestra parte a su madre, a quien tanto quiero, recuerdos a todos los suyos y al señor Angles.

¿Salieron bien las fotos?

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35 A María Luisa Maurel – 7 de octubre de 1900

Domingo por la mañana
Mi queridísima María Luisa:

Su amable y larga carta ha sido recibida y leía con mucha alegría por su amiga que tanto la quiere. Hubiera querido responderla inmediatamente para decirle que el coronel ha hecho responder inmediatamente a mamá por la señorita Recoing, diciendo que el señor León acababa de ser nombrado sargento, y que el coronel tendrá gusto en favorecernos en esta circunstancia haciendo lo que pueda por su hermano. Ya puede pensar, querida María Luisa, lo contentas que estamos de esto. Dígaselo a su buena madre, a quien amamos tanto, y nos alegramos de poderla servir. Jamás olvidaremos su hospitalidad tan buena, tan afectuosa, y pensamos frecuentemente en esos deliciosos días. Ya ve, querida amiga, parece que he conocido siempre a sus queridos padres…

Antes de volver a Dijon nos detuvimos dos días en París, en casa de una buena amiga, a quien queríamos volver a ver. He tenido la satisfacción de ir a Montmartre y a Nuestra Señora de las Victorias. ¡Oh, cómo he rezado por usted, querida María Luisa, y por todos los que quiere! Hemos ido dos veces a la Exposición. Es algo muy bonito, pero no me gusta ese ruido, tanta gente. Margarita se reía de mí y decía que parecía que venía del Congo. Al llegar a Dijon el miércoles por la noche hemos encontrado a nuestras amigas de Rostang, que no nos habían comunicado el día de su llegada, para que no adelantásemos nuestra vuelta. Nos hemos alegrado mucho de volverlas a ver.

Les he hablado mucho de usted, de nuestra deliciosa estancia en Labastide.

Ahora estamos ordenando la casa, y le aseguro que no es fácil después de tres meses de ausencia. He vuelto a encontrar a mi amiga María Luisa. Tiene mala cara y necesita cuidarse. Está mejor desde que volvió, pero no podrá volver al Sagrado Corazón hasta que no se restablezca perfectamente. Así gozaré todo el invierno de su compañía. Me parece soñar al verla a mi lado en la misa todas las mañanas, pues pensaba que no la vería más aquí. Le hablo frecuentemente de usted y ya os conoce, mi buena María Luisa. Hoy hemos estado juntas en una distribución de premios a los niños del Patronato de que me ocupo. Hacía tres meses que no las veía y estas pobrecillas me han recibido con tanta alegría que me han conmovido. ¡Cuánto me gustaría llevar allá conmigo a estas pobrecitas que la amarían tanto! ¡Qué desgracia encontrarse tan lejos! Frecuentemente mi corazón y mi pensamiento están con usted. La veo allá abajo en su bella montaña. ¡Estoy tan contenta de conocer su pequeño nido tan delicioso! Adiós, mi buena María Luisa. Acuérdese siempre de mí alguna vez, sobre todo ante el Señor, adonde hace tanto bien el encontrarse. ¡Démonos nuestra cita en El, ¿verdad? Háblele algunas veces de su amiga Isabel. ¡Ella gusta tanto de hablarle de su querida María Luisa! Le envío mis mejores afectos, lo mismo que a sus padres, sin olvidar a la señorita Victorina. Toda suya, Isabel Mamá y Guita envían a todos recuerdos afectuosos. El señor Angles le entregará alajú de parte de mamá.

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36 A María Luisa Maurel – 16 de octubre de 1900

Martes por la tarde
Mi querida María Luisa:

Siento cierto escrúpulo por venir a distraerla durante estos hermosos días que pasa en su querido convento. Pero como me envió la dirección no he podido resistir la alegría de charlar con usted.

Estaré más unida con usted durante esta semana, querida María Luisa. Oh, por su parte, pida también por mí. Tengo mucha necesidad, y además está bien rezar la una por la otra. ¿No es así, querida amiga? La oración es el lazo de las almas. Oh, cuando estoy cerca del Señor me parece tan dulce, tan bueno, hablarle de todos los que amo. En El los vuelvo a encontrar… Usted también, querida María Luisa, hable un poco de mí al buen Jesús. El nos ha escogido caminos diferentes, pero el fin debe ser el mismo. Oh, seamos todas de El, amémosle mucho. ¡Nos ama tanto! Mañana comulgaré por sus Ejercicios.

¡Cómo voy a encomendar a mi querida María Luisa al Señor!… Espero una larga carta cuando esté de vuelta en sus montañas. No me haga esperar mucho, ¿verdad? Quisiera haberla tenido a mi lado en el Carmelo el lunes, escuchando un hermoso y estupendo sermón sobre Santa Teresa, que era su fiesta. Asistí con María Luisa y estábamos tan contentas. ¡Oh, si usted hubiera estado allí!..; La víspera de Santa Teresa pasé una parte de la tarde en el Carmelo, ayudando a las Hermanas Torneras a adornar la capilla.

Estaba tan contenta en mi querido convento. Lo quiero tanto… Hemos reanudado nuestra intimidad con María Luisa. Va mejor, pero yo la encuentro muy cansada todavía. Espera volver al Sagrado Corazón en enero y entonces nos tendremos que separar de nuevo. Pero no quiero ser egoísta. Ya que el Señor la quiere allí y ella encuentra allí su felicidad, yo se la doy…

Hablamos con frecuencia de usted. Ya la conoce, se lo aseguro. Ella es muy buena. Usted la querría mucho.

Vuestro trío nos ha gustado mucho. Dé las gracias a su novio. Es una lástima que el grupo no haya salido bien. Nos habría gustado tenerlos a todos. ¿Cómo va su buena y excelente madre? La queremos tanto. Como verá al señor Angles, dele gracias de mi parte por su amable carta, que me ha hecho muy feliz. Le escribiré muy pronto. Pídale que ruegue por mí. Es tan bueno… ¡Qué lástima que no esté él tampoco en Dijon! Adiós, querida amiga. Es tarde, la tengo que dejar. Sólo tengo tiempo para abrazarla afectuosamente, como la quiero. Isabel

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37 A María Luisa Maurel – 21 de noviembre de 1900

Miércoles por la noche
Mi querida María Luisa:

Le aseguro que me ha conmovido ver que se ha acordado de mí el día de mi fiesta. Sabía que no me olvidaría ante el Señor ese día, y su amable y larga carta que tanta alegría me ha causado, me ha probado que no me engañaba. Nos amamos demasiado, ¿verdad, María Luisa?, para poder olvidarnos. Y nuestros corazones con frecuencia están juntos. Gracias por su felicitación y sus oraciones. Ah, continúe orando mucho por su amiga Isabel. Me lo promete, ¿no es así? Sus bondadosos padres nos han mimado verdaderamente con todas sus deliciosas golosinas. No sé cómo agradecerles el habernos regalado también las buenas cosas de la montaña, esa montaña querida, esa linda Labastide, de la que guardamos un delicioso recuerdo. Me ha apenado mucho saber que su buena y excelente madre ha estado enferma. Tendrá la bondad de mandarnos pronto noticias suyas. La queremos mucho y hablamos de ella con frecuencia.

Jamás olvidaremos su hospitalidad tan afectuosa y los hermosos días que nos hizo pasar. Nos alegramos de la visita del señor León. Ah, querida María Luisa, si él pudiese traeros, qué alegría sería. Pero esto será para más tarde. Está prometido, ya lo sabe…

Hoy he pedido mucho a la Santísima Virgen por mi querida María Luisa, por todas sus intenciones, por todo lo que le es querido. Me gusta mucho la fiesta de la Presentación. Ayer asistí a una toma de hábito en el Carmelo.

Es una ceremonia muy hermosa. La joven que tomaba el hábito es tan gentil que con su vestido blanco parecía un ángel…

Adiós, mi buena María Luisa. La abrazo muy, muy fuerte, como también a su madre. Isabel He recibido el día de mi fiesta una muy hermosa carta del señor Angles.

Gracias, una vez más, a sus queridos padres.

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38 Al canónigo Angles – 1 de diciembre de 1900

Sábado 1 de diciembre
Querido señor:

No puedo expresarle lo que he agradecido que se haya acordado de mi fiesta. Estoy confundida de no haberle agradecido antes esta atención, pero esperaba siempre haber ido a las María Teresa. Hasta ahora me ha sido imposible y me propongo hacer esta visita en la primera ocasión.

Gracias por sus santas oraciones. Tengo tanta necesidad de ellas… Si supiese lo que sufro viendo cómo mi pobre mamá se aflige al acercarse mis veintiún años… Se deja influenciar. Un día me dice una cosa y al día siguiente lo contrario. El día de Difuntos parecía perfectamente dispuesta, incluso me había dicho que podía marchar este verano. Había rogado tanto a mi pobre papá que le inspirase bien. Pero dos días después había cambiado sus ideas. El señor Cura me dice que no prometa nada a mamá cuando me hable de esperar, que no conviene que me obligue a nada. Ruegue por mí, ¿verdad? ¡Qué duro es hacer sufrir a los que se ama! Pero es por El. Si El no me ayudase, en ciertos momentos me pregunto qué sería de mí. Pero El está conmigo y con El se puede todo. ¡Qué bueno es perderse, desaparecer en El! Se experimenta tan claro que no somos más que una máquina, y que es El el que obra, el que es Todo. Entonces me entrego, me abandono a este divino Esposo. Estoy muy tranquila, sé a quién me confío (II Tim 1, 12). El es omnipotente. Que disponga todas las cosas según su voluntad. No quiero más que lo que El quiere, no deseo más que lo que El desea. Sólo le pido una cosa: amarlo con toda mi alma, con un amor verdadero, fuerte, generoso. Esta temporada hemos estado muy ocupadas por una cantidad de cosas, y ahora empiezan de nuevo las reuniones. Bien sabe usted lo poco que me gusta todo esto. En fin, se lo ofrezco a Dios. Me parece que nada puede distraer de El cuando se obra por El, viviendo de continuo en su divina presencia, bajo esa mirada divina que llega a lo más profundo del alma. Incluso en medio del mundo se le puede escuchar en el silencio de un corazón que no quiere ser más que suyo.

Hemos estado a ver al señor Obispo, que es siempre tan bueno conmigo. Ha dicho a mamá cosas muy hermosas, de esas que usted sabe decirle y que la hacen tanto bien. ¡Pobre mamá! Es tan buena que algunas veces me quejo al Señor de habérmela dado así.

Hemos recibido las magníficas castañas y deliciosas manzanas de Labastide. Estamos confundidas de tantos mimos y nos regalamos con estos frutos tan buenos de la montaña, esa bella montaña en la que hemos pasado con usted días tan felices. ¡Qué lástima, ¿verdad?, estar tan lejos! Pido al Señor que nos conceda la gran alegría de visitarnos en Dijon. Usted vendrá a verme al Carmelo. ¿Le parece bien? La semana pasada he asistido a la toma de hábito de una hermanita a quien quiero mucho. He sido yo quien la ha conducido a las puertas de la clausura. Nuestra Madre estaba allí. Me hizo sobre la frente la señal de la cruz. Luego la puerta se cerró… sin entrar yo. Le aseguro que estaba muy triste. He ofrecido a mi Jesús las lágrimas que querían brotar y me abandoné a El para hacer su voluntad. Es lo mejor…

Su querida hermana no ha sido olvidada en mis oraciones. He ofrecido varias comuniones por ella. Siempre la recuerdo tan afectuosa. Adiós, querido señor. Necesitará tiempo para descifrar este correo con mi horrible letra.

Me había pedido un diario. Ya ve bien que esta carta es muy íntima, pero es usted tan bueno que le permito leer en mi alma. No me olvide ante el Señor.

Yo le hablo muchas veces de usted, a quien tanto amo. Isabel

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39 Al canónigo Angles – 24 de diciembre de 1900

Lunes 24 de diciembre
Querido señor:

¡Que el Divino Niño le llene de sus más dulces bendiciones, de sus muy abundantes gracias, que le ilumine con los más dulces rayos de su amor! ¡Cuánto pediré por usted esta noche junto al Nacimiento! Confiaré a mi amado Jesús todos mis votos para 1901. El se los llevará. Esta fiesta de Navidad dice tanto al alma… Me parece que Jesús la invita a morir a todo, para renacer a una vida nueva, una vida de amor. ¡Oh, si pudiera ser tan pequeña como El y crecer después a su lado, colocando mis pasos en sus pisadas divinas! Estuve en María Teresa a ver a la religiosa de que me habló. Si supiese cuánto le ha agradecido su cariñoso recuerdo… Pensaba que estaba hacía tiempo olvidada, y se ha alegrado mucho de nuestra visita. Yo también he quedado muy contenta de haber hecho su encargo. Lo estaba deseando desde hacía tiempo y nunca podía. Me alegro cuando recibo alguna de sus atentas cartas, que me recuerdan nuestras largas conversaciones de este verano. Si estuviese aquí, tendría muchas cosas que decirle. Pida mucho por mí y por mi querida mamá. Cuento con usted para ayudarla. ¡Está a veces en un estado de ánimo!… Dios se lo pagará, y yo se lo pido con todo mi corazón, asegurándole mi respetuoso afecto y mi profunda gratitud. Isabel

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40 A Margarita Gollot – enero 1901

Amemos nuestras cruces. Son todas de oro, si se ven con los ojos del amor.

M. Isabel de la Trinidad. Enero 1901

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41 A Margarita Gollot – 18 de febrero de 1901

Lunes por la mañana
Mi queridísima hermana:

Había preparado esta estampita para usted y pensaba llevársela el domingo al Carmelo, pero me ha sido imposible. Esta mañana la hermana Gertrudis me entregó su querida cartita. ¡Oh, mi buena hermana, que no pueda ir a verla! Mi corazón, al menos, no la deja, y bien lo sabe, ¿verdad? ¡Oh! Ha sido Jesús quien hace un año nos unió tan íntimamente. He ahí el secreto de nuestro profundo afecto. Hay algo tan íntimo entre nosotras… Se lo decía el viernes a nuestra Madre hablándole de usted. Querida hermana, déjese curar, no sea imprudente, hágalo por El. ¡Oh, qué bueno es nuestro Prometido, sí, qué bueno es! Cuando El prueba parece que está todavía más cerca, que la unión es más íntima. Ya ve, nosotras somos sus víctimas. El nos marca con el sello de la cruz para que nos parezcamos más a El. ¡Oh, cuánto la quiere, querida Margarita, quien se complace en colocarla en su cruz! Hay correspondencias de amor que no se pueden comprender sino allí.

Voy a confiarla una cosa: ya ve, me parece que El es nuestra Aguila divina y nosotras presas de su amor. El nos coge, nos pone en sus alas y nos lleva lejos, muy alto, a esas regiones en las que el alma y el corazón gustan perderse. ¡Oh, dejémonos coger, vayamos adonde El quiera! Un día nuestra Aguila querida nos hará entrar en esa patria por la que nuestros corazones aspiran. ¡Oh, qué felicidad, hermana mía, qué bien estaremos! Pero mientras quiera dejarnos en la tierra, amemos, amemos cuanto podamos, vivamos del amor, mi queridísima hermanita. Es lo que la deseo para sus veinte años, abrazándola como la amo. M. Isabel de la Trinidad Perdone mi mala letra. Escribo de prisa. Fue a mí ciertamente a quien usted vio.

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42 A Margarita Gollot – 30 de marzo de 1901

Sábado 30
¡Cuánto tiempo hace que no nos vemos, queridísima hermana, pero, ya ve, desde nuestra última conversación mi corazón no la ha dejado, y me siento muy cerca de usted. Nuestro afecto es tan profundo, tan elevado sobre las cosas terrenas, que me parece que nada puede ni podrá jamás separar nuestras dos almas, unidas por Jesús tan íntimamente! ¡Si supiera cómo ruego por usted! Por su parte siento que tampoco usted me olvida, querida hermanita.

Ahora necesito particularmente su ayuda, ¿comprende?… He ofrecido varias comuniones a su intención, pobre hermana, privada de recibir a Aquel a quien ama sobre todo. Pero, ya ve, El no tiene necesidad del Sacramento para venir a usted. Cada mañana hago mi acción de gracias con usted. Unase a mí de siete a ocho. ¿Le parece? Más tarde, a la una, la encuentro al pie de la cruz, adonde nos hemos dado nuestra piadosa cita. ¡Oh, hermana mía, dejémonos crucificar con nuestro Amado! ¡Es tan bueno sufrir por El! Por este sufrimiento nos parecemos más a El y podemos darle un poco de amor. ¡Es tan bueno dar algo a Aquel a quien se ama! ¡Oh, cuánto amor hacia usted veo en su Corazón, querida hermanita! Ahora no la trata ya como a un niño, que tiene necesidad de golosinas, sino como a una amada esposa, con el amor de la cual puede contar y a quien quiere unirse de una manera muy íntima! ¡Oh! Durante esta Semana en que tanto sufrió por nosotros hay que redoblar el amor. Somos las pequeñas víctimas de su amor, entreguémonos a El…

Cómo voy a sentir su falta toda esta semana en el Carmelo…

¿Se acuerda de nuestra vigilia del Jueves Santo? ¡Oh, qué recuerdo! Este año no tengo a nadie que me acompañe, pero de todos modos espero ir al Carmelo, aunque sea un ratillo. ¿Necesito decirle que no la olvidaré en esa noche de amor? El viernes la cito al pie de la cruz hasta las tres de la tarde. Tenemos que morir con El, sí, morir a todo para no vivir más que de El.

El domingo también resucitaremos con El. ¡Oh, la fiesta de Pascua! Me parece que sería necesario ir a celebrarla en nuestro Carmelo del cielo.

Pero cuando El quiera. ¡Qué importa la vida o la muerte! Amemos.

Adiós, mi queridísima hermana. Creo que el sacerdote le habrá entregado mi otra carta. Cuando esté mejor y me pueda escribir al Carmelo, ¡qué contenta me pondré! ¿La puedo escribir por correo? Sólo tengo tiempo para abrazarla con todo cariño. Permanezcamos muy unidas. Amémosle. María Isabel de la Trinidad El miércoles por la mañana pasaré por su calle.

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43 A Francisca de Sourdon – principios de abril de 1901

Martes por la tarde
Mi querida Francisca:

¡Si supieras lo contenta que se ha puesto tu amiga Sabel al recibir tu amable carta! Eres muy buena no olvidándola. Ella también piensa con frecuencia en su querida Francisca. ¡Cuántas veces su corazón y su pensamiento están en ella! Ya ves, nos amamos tanto las dos que me parece que nada nos podrá separar, ni siquiera alejarnos.

Hago votos para que ese mal catarro que parecía amenazarte desaparezca.

También aquí hemos tenido un tiempo malísimo hasta hoy, que ha salido el sol y tenemos un día primaveral. Espero que podréis hacer vuestras proyectadas excursiones campestres. En la noche del domingo al lunes tuvimos un huracán espantoso. Figúrate que durante el día había dicho en broma que ya que había ganado mi jubileo por la mañana quisiera que me matase un rayo para irme al cielo. Por eso mi mamá no estaba segura por la noche. Pensaba que iba a atraer los rayos hacia la casa. Yo he esperado; pero, ya ves, el Señor no lo ha querido…

Hemos ido hoy a casa de la señora Claus, que empieza a hacer los vestidos. Nos ha encargado decir a tu madre que no podía hacer ahora su blusa, por estar muy ocupada y haber enviado ya tres.

Adiós, mi querida Francisca. Diviértete mucho y piensa un poco en tu amiga Sabel, que tanto te quiere. Mis saludos a la señora de Sourdon y a la señora de Anthes, a quien me pesa no haber visto este invierno. Recuerdos a María Luisa.

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44 A Margarita Gollot – 7 de abril de 1901

Pascua de 1901
Mi queridísima hermanita:

¡Al fin! ¡Se acabaron sus dolores, estamos salvadas! ¡Aleluya!…

¿No le parece que ese gozoso Aleluya no lo podemos cantar verdaderamente más que en el cielo? ¿No es verdad que en estos días de fiesta se siente más el peso del destierro? Pero ¿podemos desear algo fuera de lo que El quiere? ¿No estamos dispuestas a estar en la tierra todo el tiempo que El quiera? ¡Oh, qué bueno es unir, identificar nuestra voluntad con la suya! Entonces una es siempre feliz, siempre está contenta… En el cielo no podremos sufrir por Aquel a quien amamos. Aprovechemos ahora cada uno de nuestros sufrimientos para consolar a nuestro Amado. Es tan bueno poder darle algo, a El que tanto nos ha mimado… ¡Oh, cuánto nos ama, querida hermana! Si pudiéramos siquiera comprender esta pasión de amor de su Corazón… No la diré lo que he echado en falta su presencia en el Carmelo durante esta Semana. El martes y el miércoles fui a ayudar a las hermanas. El jueves tuve la alegre sorpresa de estar cerca del Amado desde las siete y media hasta las once y media de la noche. ¡Piense mi felicidad! Si supiese cómo me sentía unida a usted. Nunca habíamos estado tan unidas. Oh, sí. No éramos más que una sola cosa en El. El viernes pasé con Berta el día en el Carmelo.

A las tres me recogí con usted al pie de la cruz, pues nos hemos unido a la Víctima divina para ofrecernos en holocausto a la Majestad Divina y morir a todo con Jesús, nuestro Amor crucificado. El sábado pasé la tarde en el Carmelo. Había mucho que hacer. A las seis nuestra querida Madre me mandó llamar para bendecirme. Sólo estuve cinco minutos, pero la hablé de usted, querida Margarita. Usted está en mi corazón, ¿puedo olvidarla? Nuestra Madre nos bendijo a las dos. Pensaba escribirla hoy y enviarla algo ¡la dejo adivinar la sorpresa¿. No pretendo describir la alegría que sentí cuando la hermana Gertrudis me entregó el miércoles su carta. Gracias, mi buena hermana, por haberme dado tal satisfacción. No quiero que se canse de mí.

Sería demasiado egoísta. Pero cuando se sienta lo suficientemente fuerte para volverme a escribir, ya sabe el gusto y el bien que me hará.

Quedamos muy unidas, ¿verdad, hermanita? Pídale por su hermana Isabel, ámele también por ella. ¡Oh, crezcamos cada día en su amor, unámonos a El sin cesar por el sufrimiento y la inmolación! ¿No es verdad que es muy bueno sufrir por El? No había comprendido nunca como en estos días cómo el sufrimiento desapega de todo: de las dulzuras, gustos y consuelos que se pueden encontrar incluso en El… ¡Oh, no veamos otra cosa que a El, incluso cuando esta mano llena de amor parece hacer sangrar el corazón; incluso cuando El se oculta; El, a quien únicamente buscamos! Adiós. La dejo toda con El. No olvide nuestras citas de las siete a las ocho y de una a dos, y, si quiere, de las cinco a las seis durante mi oración de la tarde. La abrazo de todo corazón. Su hermana, M. Isabel de la Trinidad ¡Qué hermosa estampa me ha enviado, cuánto me ha gustado!…

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45 A Francisca de Sourdon – 14 de abril de 1901

Domingo 14 de abril
Mi querida Francisca:

No te escribo más que unas líneas, porque estoy ayudando a mamá a hacer sus preparativos de viaje, pues mañana emprende con Guita ese largo viaje. Es una complicación. ¡No he comprendido todavía el itinerario! Esta pobre mamá lo pasó mal ayer. Creía que no podría partir, lo que hubiera sido algo muy molesto. estando ya todo preparado. Hoy está bien y se desenvuelve. La señora Claus ha hecho maravillas. El vestido azul de Guita es fantástico y la cae muy bien. Asistirá mucha gente a la boda. Estarán allí todas las primas de Gabriel. Mamá está muy contenta, pues se encontrará en Brive con la señora de Cavaillés, a quien conoce. Toda la cuadrilla irá en el mismo tren para Eccideuil. Mamá se hospeda en casa del general de Marmies, que habita en un castillo cerca de la estación. Tiene una hija y Guita querría que fuera de su edad. En cuanto a mí, ha sido imposible resistir a las instancias de la señora Hallo, y duermo allí ¡en cámara aparte¡. María Luisa está llena de alegría de tenerme consigo. Continuamos teniendo un tiempo malo. Hoy no ha cesado de llover. Pienso mucho en ti, mi Francisca querida. Si supieras cuánto me alegran tus cariñosas cartas…

Diviértete mucho. No te faltan distracciones. Vas a tener muchas cosas que contarme.

Adiós, estoy muy ocupada y tengo que dejarte. Pero con el corazón estoy siempre unida a mi querida Francisquita, a quien abrazo con todo mi corazón.

Sabel Perdón por estos garabatos.

Mis respetos a la señora de Anthes y a la señora de Sourdon. Recuerdos afectuosos a María Luisa.

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46 A su madre y a su hermana – 16 de abril de 1901

Martes por la mañana
Queridas mías:

¡Estábamos todas muy tristes al veros marchar! Guita tenía un aire tan triste que me causó pena. Espero que ahora no estéis tristes en absoluto. En cuanto a mí, querida madrecita, sentía un grandísimo deseo de abrazarte y he comprendido toda la grandeza de este sacrificio. Así dije al buen Jesús:

«Jesús mío, ya que no está mi querida madre para acariciar a su Isabelita, es necesario que lo hagáis por ella.» Y si supieras cómo El lo ha sabido hacer con la ternura de una madre… Le he pedido que sustituya junto a ti a tu hija querida, que no te olvida. Puedo decir que mi corazón no os abandona a las dos. Esta noche hemos tenido una tormenta. Me desperté a media noche y mi primer pensamiento se dirigió a vosotras. Os hubiera querido mandar mi buena cama. Es de muelle. Estoy muy bien en mi cuarto. Nunca he tenido ninguno tan agradable. Por la noche, desde mi lecho, contemplaba un hermoso cielo azul, todo estrellado. ¡Era tan hermoso! María Luisa vino a acostarme, después que hubimos abrazado a la señora Hallo en su cama. ¡Si supieseis lo bien que se portan conmigo! Podéis estar bien tranquilas de mi suerte. La señora Hallo me cuida como a una hija, y María Luisa ¡es tan buena! Voy a contaros lo que he hecho después de vuestra partida mis dos queridas. Hemos ido inmediatamente a comprar la franela para María Luisa a casa del nuevo camisero de la calle de la Libertad. Tiene un surtido maravilloso y no hay por qué escribir a Tarbes. La que hemos escogido es escocesa, rosa, tirando a granate. Vamos a cortarla inmediatamente. Espero salir con ello, pondré mis cinco sentidos. La señora Hallo me llevó después a la pastelería. Volví a casa para dar mis instrucciones a Clara. Después de esto fui a la iglesia.

Después vine a instalarme en mi nueva morada, donde se me atiende tan bien.

La señora Hallo me sirvió una excelente cena con un exquisito entremés. Me hubiera gustado mandaros algo. ¿Llegaron buenos vuestros bocadillos? Después de la cena Carlos nos ha dado un concierto. Tocamos El Barbero de Sevilla. A las nueve nos fuimos a dormir. Esta mañana fui a misa al Carmelo. Rogué mucho por vosotras, mi madrecita y mi Guitita. Clara me trae la carta de tía Matilde, que meto en ésta. Para los sombreros espero vuestra vuelta. Me parece preferible y también a la señora Hallo. Prefiero que elija mamá. Por lo demás, se hace tan pronto en las modas de París que el retraso no será grande. Creo que tendremos mal tiempo para nuestro viaje, pues el cielo se cubre de grandes nubes. ¡Qué tiempo la noche pasada! Espero que no hayáis tenido esa tormenta. Adiós, mis dos tesoros. Tendría muchas cosas que deciros todavía, pero temo que pese demasiado la carta. Divertíos bien, pensad que estoy contenta de estar en casa de esta buena señora Hallo, que me mima, pero no estéis celosas, pues bien sabéis que nada os reemplaza en el corazón de vuestra Sabel, que os cubre de besos.

¡Con qué paciencia espero una carta! Encargo a Guita el peinado de mamá. No olvidar el peine de estrás y de hacer el moño delante. Mojar la trenza en los polvos antes de hacer el moño.

La señora Hallo y María Luisa os envían todo su cariño.

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47 A Margarita Gollot – 18 de abril de 1901

Jueves a las cinco Es preciso que obre con usted como una hermanita querida para permitirme escribirla a lápiz. Pero no estoy en mi casa. Habiendo marchado mi mamá y mi hermana para el Sur a una boda, han consentido dejarme con mi amiga la del Sagrado Corazón. Ya sabe a la que me refiero. Aquí, por lo demás, gozo de toda libertad. Pero no quiero que me vean escribirla. Por eso, no teniendo otra cosa a mano en mi cuarto, me veo forzada a este último recurso, prefiriendo escribirla sencillamente. Excúseme, pues, mi querida hermanita.

¡Cuánto me alegro de que esté mejor y cuánto me agradan estas noticias! No, querida Margarita, no la trato de imprudente, pues en su lugar yo habría hecho lo mismo. Habrá quedado muy contenta de esta visita al Carmelo y de su entrevista con nuestra querida Madre. Pienso ir a verla esta mañana. El martes mi amiga me llevó a Beaune a hacer una peregrinación al Niño Jesús del Carmelo. Es como decirle que he rezado por usted. Le mando una estampita, ella le dirá que no ha sido olvidada. ¡Oh, mi querida hermana, cómo ha adivinado lo que pasa en el alma de su hermana Isabel! Es bueno, muy bueno, comprenderse así, y ¿no tengo razón al decir que nada nos puede separar? ¡Qué bueno es sufrir, dar algo a quien se ama! Jamás, hermanita, lo había comprendido tan bien. Es allí, al pie de la cruz, donde se siente su prometida; todas estas oscuridades y sufrimientos la despegan para unirla a nuestro único Todo, la purifican para llegar a la unión. ¡Ah, hermana mía! ¿Cuándo se consumará en nuestras almas esta divina unión? «Dios en mí, yo en El», sea ésta nuestra divisa. ¡Ah, qué buena es la presencia de Dios dentro de nosotras, en el santuario íntimo de nuestras almas! Allí le encontramos siempre, aun cuando no experimentemos sensiblemente su presencia. Pero El está allí lo mismo, tal vez más cerca aún, como dice. Es ahí donde me gusta buscarla. Oh, procuremos no dejarle nunca solo, que nuestras vidas sean una oración continua. ¡Oh! ¿Quién nos le puede arrebatar? ¿Quién puede incluso distraernos de Aquel que ha tomado posesión de nosotras, que nos ha hecho todas suyas? ¡Qué bueno es El, hermanita! Sí, amémosle, que podamos llamarle con verdad nuestro Esposo, como dice nuestra Madre. Entreguémonos al amor.

Sí, seamos víctimas de amor, mártires de amor. Esto estaría muy bien. Y después, morir de amor, como nuestra Santa Madre Teresa… En Beaune tuve la alegría de ver su bastón, lo que es un gran favor. Además tuve el gozo de besarlo, y lo hice por usted también, hermanita querida. ¿Sabe que he hecho un gran sacrificio al Señor, sabiendo que el sábado la habría podido ver? Pero estoy contenta de podérselo ofrecer. Si supiese cuándo volverá por el Carmelo yo iría entonces, pues ahora es raro que vaya antes de las cinco.

Oremos mucho, mantengámonos unidas. Es preciso que la deje para hacer mi oración, pero esto no es dejarla, al contrario, es acercarme más aún. Diga a su querida hermana que yo también la quiero mucho y no la olvido en mis oraciones. Adiós. La abrazo de corazón. Su hermana M. I. de la Trinidad.

Perdón por esta letra, apenas me atrevo a mandársela. Cuando pueda darme noticias suyas seré también muy feliz.

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48 A Berta Tardy – hacia el 18 de abril de 1901

Que el querido Niño Jesús encuentre en nuestros corazones su descanso y su alegría y que él se oculte allí para siempre. M. I. de la Trinidad, abril 1901

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49 A Margarita Gollot – abril junio de 1901

Lunes. A la una
Queridísima hermana:

Ayer acabé de leer las cartas del P. Didon y se las devuelvo agradeciéndoselo cordialmente. También la seguí ayer en su excursión al campo. ¿Me ha sentido, verdad? Ahora no podemos separarnos ya. Margarita e Isabel no son más que una hostia. Ayer pasé un día muy tranquilo, cosa que rara vez me pasa los domingos. Puede suponerse lo feliz que me sentía. ¡Es algo tan hermoso la soledad y el silencio!… Estoy convencida que dentro se puede tener siempre esto, porque cuando el corazón está enamorado ¿quién podrá distraerlo? El ruido no llega más que a la superficie. En el fondo no reina más que El. ¿No es verdad, querida Margarita? ¡Oh!, hagamos bien el vacío. Desprendámonos de todo. Que no quede más que El, El solo… que ya no vivamos nosotras, sino que El viva en nosotras (Gal 2, 20). Al pie de la cruz se siente tan bien este vacío de las creaturas, esta sed infinita de El. El es la fuente. Vayamos a beber junto a nuestro Amado. El sólo puede saciar nuestro corazón… Oigo el carillón… Oh, Margarita, me parece que estas campanas me invitan a subir por encima de esta tierra… a las regiones infinitas, donde no hay nada más que El.

Adiós. I. de la Trinidad

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50 A Margarita Gollot – abril junio de 1901

Martes por la noche
Mi querida hermanita:

Sólo unas líneas, escritas de prisa, para decirle que he sentido mucho no encontrarla en el Carmelo. Tuve que salir rápidamente, pues vino a buscarme María Teresa, que sustituía a una compañera que trabaja conmigo en el catecismo. Volvimos a la capilla a las cinco y media. Pregunté por mi Margaritina, pero ella se había marchado…

Doy gracias al Señor, que, creo, ha puesto en las dos idéntico estado de alma. ¿He acertado? ¡Oh, qué bueno es, querida hermana! Entreguémonos a El para amarlo y hacer su santa voluntad… Que sea ésta nuestra comida, como me dice en su amable carta. El es «El que es» y nosotras «la que no es».

¡Oh, olvidémonos de nosotras, no nos miremos más, vayamos a El y perdámonos en El! ¿No le parece que a veces esta necesidad de silencio se hace sentir más? ¡Oh! ¡Hagamos callar todo, para no oírle más que a El! ¡Es tan bueno el silencio junto al Crucificado! ¡Oh, hermana mía, El es siempre el mismo, da siempre! Estoy hecha un lío. pero es necesario que la deje. Excuse estos garabatos. Es mi corazón el que habla. no mire a la forma. Adiós. La abrazo.

Permanezcamos muy unidas. Ahora, ¿no es verdad?, no hay horas. ¿Ha decidido con nuestra Madre algo sobre su peregrinación? Dígamelo, ya sabe cuánto me intereso por todo lo suyo. Adiós. Isabel de la Trinidad

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51 A María Luisa Maurel – 1 de mayo de 1901

Dijon, 1 de mayo
Mi queridísima María Luisa:

Me preguntaba qué la habría pasado, cuando llegó su amable carta. No necesito decirle la alegría que me ha causado. Pero estoy muy afligida por las noticias que me da de su buenísima madre. Comprendo todas sus preocupaciones, mi querida María Luisa. He pasado por eso y sé lo que es.

Además, me parece que todas las madres son buenísimas, pero las nuestras mejores que las demás. ¿Está de acuerdo conmigo? Tenga la bondad de darme noticias de la señora Maurel cuando tenga un momento libre. Mamá ha estado muy fatigada hace tres semanas. Había ido con Margarita a la boda de un primo nuestro, por la zona de Perigueux. El viaje era largo y precipitado, pues no estuvieron más que de lunes a sábado. Yo me quedé en casa de mi amiga, la otra María Luisa. Estábamos tan contentas de estar juntas. No sospechaba que mi madre estaba tan fatigada, pues, para no inquietarme, las dos no me daban más que buenas noticias. Menos mal que esta indisposición no ha durado mucho. Es usted muy amable invitándonos a su boda. Le aseguro que me ha llegado al corazón. Mi querida María Luisa: Sé que la voy a entristecer y apenas me atrevo a confiarla este gran secreto que guardará para usted sola: «Para esa fecha yo estaré en el Carmelo.» No llore, querida mía. Piense en la hermosa vocación que el Señor me ha reservado y pídale que responda a tanto amor. Además, pídale también valor para su amiga, pues a pesar de toda la alegría que tendré de darme a Dios, que me llama desde hace mucho tiempo, es muy duro dejar a una madre como la mía y a una hermanita tan buena. Mi mayor sufrimiento es ver el suyo. ¡Ah, querida amiga! Ruegue mucho por ellas. Sólo Dios las puede ayudar y las encomiendo a su Corazón.

Guarde todo esto para usted. Si ve al señor Angles le podrá decir que mis asuntos los ha arreglado el Señor de un modo admirable. Hace mucho tiempo que no tengo cartas de este buen señor Angles. Dígale que una carta suya me haría muy feliz. Mi mamá y Margarita se hallarán probablemente en el Sur en la época de su matrimonio. Así serán felices de poder asistir a él. Yo estaré presente en espíritu y ese día ¡que fervientes oraciones haré por la felicidad de mi querida María Luisa, a quien quiero! ¡Ah!, ¿no es verdad que nada nos podrá separar ni incluso alejar? Siempre nos encontramos junto al Señor. Que el sea nuestro vínculo de unión.

Estos días voy a estar muy ocupada con una chiquilla a quien preparo para la primera Comunión, que será el domingo. Esta pobrecilla ha sido bautizada a los catorce años y, como es muy mayor para ir al catecismo con las otras, que se reirían de ella, me ocupo yo de ella. Durante el retiro la tendré todo el día conmigo en casa. Le agradeceré una oración por ella.

Comienza el mes de María. Me gusta tanto este mes de mayo… La doy cita todos los días ante la Virgen María. Pidamos mucho a esta buena Madre la una por la otra. Pidámosle que nos conduzca a Jesús, que nos lo dé. Adiós, mi buena María Luisa. La abrazo como la amo y ya sabe que es de todo corazón.

Escríbame pronto. Isabel.

Un abrazo de todas para su buena madre. Dé recuerdos nuestros a su padre y también a la señora Angles y a todos los suyos.

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52 Luisa Demoulin – 5 de mayo de 1901

A mi querida Luisita.
Recuerdo del día más bello de su vida. Isabel

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53 A Margarita Gollot – 8 de mayo de 1901

Miércoles 8 de mayo

Mi queridísima Margarita:

Figúrese que ayer por la tarde, al llegar a la capilla, creí verla al ver a su hermana… Ya adivina lo contenta que me puse. De todos modos me he alegrado mucho de tener noticias suyas a través de ella. Me parece muy buena. Dígale que pido por ella. Ya ve, mi querida Margarita, que sus sufrimientos agradan mucho a su Esposo, pues se complace en prolongarlos tanto. ¡Ah, cuánto la ama, cómo la une íntimamente a Sí! Querida hermanita, Jesús la trata como a esposa. Quiere que lleve su cruz, que participe en su agonía, que beba con El el amargo cáliz. Pero todo esto es amor. ¿No es siempre El quien nos ofrece la alegría o el dolor, la salud o la enfermedad, el consuelo o la cruz? ¡Ah! Amemos, bendigamos esa voluntad amorosa que nos envía estos sufrimientos.

Pida mucho por mí, amadísima hermana. También a mí no es un velo, sino un muro grueso, quien me lo oculta. Es muy duro, verdad, después de haberlo sentido tan cercano; pero estoy dispuesta a permanecer en este estado de alma el tiempo que quiera mi Amado, pues la fe me dice que El está ahí también. Y entonces, ¿de qué sirven las dulzuras y los consuelos? No son El.

Y es a El solo a quien buscamos. ¿No es así, mi querida Margarita? Vayamos, pues, a El en la fe pura. ¡Oh, hermana mía! Nunca he sentido tan al vivo mi miseria. Pero esta miseria no me deprime. Al contrario, me sirvo de ella para ir a El y pienso que es por ser yo tan débil por lo que me ha amado tanto y me ha hecho tantos favores. El otro día era el aniversario de mi primera Comunión, hace diez años. ¡Ah, cuando pienso en las gracias de que me ha colmado!… ¿No le parece que esto dilata el corazón? ¡Ah, cuánto amor! Hermanita, procuremos responder a él.

Jueves. A la una [9 de mayo de 1901] Vuelvo con usted, querida Margarita, pues me vi obligada a dejar la carta sin concluir. La vi ayer por la mañana y esa conversación bien corta me alegró. Pero es junto a El, sobre todo, donde la encuentro.

Isabel y Margarita no son más que «una» en el Corazón del Maestro. Ya ve, si El nos prueba, ocultándose así a nuestra alma, es por saber que ya le amamos demasiado para abandonarle. Que El dé, pues, sus dulzuras y consuelos a otras almas para atraérselas a Sí, y amemos esta oscuridad que nos conduce a El. Si su hermana va al Carmelo, escríbame, por favor, unas letritas, que ella podrá entregar para mí a las hermanas. Adiós. Amémosle. Olvidémonos de nosotras para no ver más que a El. Siempre unidas, querida hermanita. M.

Isabel de la Trinidad Le pido me perdone estos garabatos, pero la escribo de prisa. Gracias por su carta. Me ha hecho bien, se lo aseguro. ¡Qué hermosa estampa del Sagrado Corazón me ha enviado! Gracias.

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54 A Margarita Gollot – 16 de mayo de 1901

Jueves por la noche
Mí queridísima Margarita:

Me supongo que vendrá usted uno de estos días al Carmelo, y, si no tuviera la suerte de verla, las hermanas le entregarán estas líneas juntamente con la plática del P. Vallée. Le estoy muy agradecida de habérmela pasado. Estas páginas tan hermosas y tan profundas hacen mucho bien. ¡Ah, hermana mía, lleguemos cada día más a esa «unión de amor», a ese «Uno» con El. Sí, mi querida Margarita, dejemos la tierra y todo lo creado y sensible; vivamos ya en el cielo con nuestro Amado. ¿No parece que hoy nos invita a seguirle? ¡Oh!, ya ve, siento que El me llama a vivir en esas regiones infinitas donde se consuma la «Unidad» con El…

Acuérdese de mí el domingo por la noche, por favor. Tengo que ir a una fiesta. Mi cuerpo estará allí, pero eso es todo, pues ¿quién podrá distraer mi corazón de Aquel a quien amo? Y, ya ve, creo que El estará contento de verme allí. Pídale que esté de tal modo en mí que se le sienta al acercarse a su pobre prometida y que se piense en El… Nosotras somos sus hostias vivas, sus pequeños tabernáculos, ¡Ah!, que todo en nosotras le refleje, le dé a las almas. Es tan bueno ser suyas, totalmente suyas, su presa, su víctima de amor.

¿Y su viaje? He pedido que se arregle. Si decide algo, tenga la bondad de decírmelo. Adiós. La escribo siempre de prisa y me da vergüenza de lo que la envío. Adiós. Dejemos la tierra, dejémonos llevar con nuestro Amado, no vivamos más que en El. Es ahí donde la dejo, mi amadísima Margarita. Su hermanita que mucho la quiere. M. Isabel de la Trinidad

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55 Al canónigo Angles – 19 de mayo de 1901

Domingo 19 de mayo
Querido señor:

Me parece que usted me priva de sus cartas que tanta alegría me dan, pues hace mucho que no tengo noticias suyas. ¡Cuántas cosas han pasado desde mi última carta! Si hubiera estado aquí habría tenido muchas confidencias que hacerle… ¡Oh, querido señor, qué bueno es Dios, qué dulce entregarse a El, abandonarse a su voluntad! Cuando El quiere algo, sabe superar bien todos los obstáculos, allanar todas las dificultades. Yo le había confiado mis asuntos, le pedí que El mismo hablase a mi querida mamá, y lo ha hecho tan bien que yo no he tenido nada que decir. ¡Pobre mamá! Si usted la viese, es admirable. Se deja guiar por Dios. Comprende que El me quiere para Sí y que no hay otra cosa que hacer. Por eso dentro de dos meses me dejará entrar en el Carmelo. He deseado, he esperado tanto ese día que me parece soñar.

Pero no crea que no siento el sacrificio. Se lo ofrezco a Dios cada vez que pienso en la separación. ¿Puedo ofrecerle más que una madre como la mía? Oh, el me comprende; El, cuyo corazón es tan tierno. Sabe bien que es por El. El me da fuerza y me prepara al sacrificio. Ya ve usted, este buen Maestro me quiere toda suya. Yo lo sabía; tenía confianza, estaba segura de que El me tomaría consigo. Dé gracias al Señor en nombre de su Isabelita. Sobre todo por las gracias que El solo conoce, por esas cosas que pasan en lo más íntimo del alma. ¡Oh, cuánto amor! Pero El, que sabe todo, sabe también que yo le amo y me parece que esta palabra lo dice todo. Vivir de amor quiere decir que no se vive más que de El, en El y por El. ¿No es esto tener ya en la tierra un poco el paraíso? ¡Oh, le quiero confiar una cosa! Si usted supiera cómo tengo a veces nostalgia del cielo… Quisiera tanto irme allá arriba junto a El. Sería tan feliz si me llevase consigo, aun antes de entrar en el Carmelo, porque el Carmelo del cielo es mucho mejor, y sería igualmente carmelita en el Paraíso… Cuando digo esto a mi buena Madre Priora me tiene por perezosa. Pero yo no deseo más que lo que quiere el Señor, y si quiere dejarme mucho tiempo en la tierra, estoy dispuesta a vivir para El. Va a pensar usted que soy una pequeña sin corazón. Me dan vergüenza las tonterías que le estoy diciendo, pero usted me ha pedido que le hable con el corazón en la mano y quiero obedecerle, pues estoy segura de que me comprende. Este verano verá a mamá y a Margarita, pues irán al Sur.

¡Qué joven tan buena es mi hermanita! Tan piadosa, tan sacrificada. Pido al Señor que le pague todo lo que ha hecho por mí. Y yo ¿cuándo le veré ahora, mi querido señor? Usted vendrá a verme al Carmelo, ¿no es así? Prométamelo, pues de otro modo no nos veremos más que en el cielo. Las rejas, la distancia, el tiempo, nada, me parece, podrá separar nuestras almas, pues nos amamos en Dios y en El no hay separación. Le ruego que continúe encomendándome al Señor. Tengo mucha necesidad. ¡Oh, ruegue sobre todo por mi queridísima mamá; pida a Dios que El me sustituya en su corazón, que El sea «todo» para ella. Aquí tiene una carta muy larga. Me da vergüenza enviársela, porque perderá mucho tiempo en descifrarme. Espero con impaciencia una de sus amables cartas y espero recibirla pronto. Si ve a María Luisa déle muchos recuerdos. Le he escrito hace poco.

Adiós, querido señor. Permanezcamos muy unidos en El y reciba la expresión de mis sentimientos llenos de respeto y afecto. Isabel Recuerdos de mamá y Guita.

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56 A Margarita Gollot – 23 de mayo de 1901

Jueves por la mañana
No sé, querida hermanita, si el Señor le ha dado el don de adivinar las cosas. De todos modos esta vez su corazón las ha presentido. De hecho no fui a aquella fiesta. Mi Amado me envió un catarro precisamente el día fijado y no tuve necesidad de mentir. Ya ve lo bueno que es para su Isabelita. ¿No es una delicadeza de su Corazón? Amémosle, querida Margarita, amémosle con aquel amor sereno, generoso, profundo, que no retrocede ante ningún sacrificio. Permanezcamos al pie de la cruz adonde nuestro Esposo nos llama, y cuando no podamos rezar, ¡Oh!, mirémosle. Gracias por su carta. No he olvidado su intención esta mañana después de la Comunión.

Adiós. Tengo prisa. La abrazo. Su hermanita. M. I. de la Trinidad

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57 A Margarita Gollot – 30 de mayo (?) de 1901

Jueves por la noche

Mi queridísima hermanita:

Acabo de leer su atenta cartita. ¡Qué atenta es! Ya ve, el Señor la permite leer en mi corazón… sin que yo lo sospeche… Sí, querida hermana, es duro hacer sufrir a seres queridos, pero es por El y soy muy feliz de dárselos. ¡Oh! El lo sabe bien. El lo sabe todo. ¡Oh, qué bueno es sufrir por El! ¡Oh, qué dulce es sacrificar algo a Aquel a quien se ama! El es nuestro Todo. ¿No es así, querida Margarita? Sí, nuestro Unico Todo. ¡Es tan bueno sentir que El está allí, que no hay más que El, sólo El! Acepto con alegría su protesta, querida hermanita. Sí, no seamos sino «una», no nos separemos jamás. Si usted quiere el sábado comulgaremos la una por la otra.

Este será nuestro contrato, será «la Unidad» para siempre. En adelante cuando dé a la una, dará a la otra, pues no habrá más que una víctima, ¡un alma en dos cuerpos! Tal vez soy demasiado sensible, querida hermana, pero me ha gustado mucho que me diga que soy la más querida hermana! Me gusta releer estas líneas. ¡Oh!, usted sabe también que es mi hermanita la más querida de todas. ¿Necesito decírselo?… Cuando usted estaba enferma sentí que nada, ni aun la muerte, podría separarnos. ¡Oh, querida hermana!, no sé a cuál de las dos llamará más pronto el Señor; entonces no cesará la unión; al contrario, se consumará. ¡Qué agradable será hablar al Amado de la hermana a quien se habrá precedido ante El! ¡Quién sabe, tal vez nos pida la sangre a las dos; ah, qué alegría ir juntas al martirio!… No puedo pensar en ello… es demasiado bueno. Mientras tanto démosle la sangre de nuestro corazón… gota a gota…

Oremos mucho. Ah, pida por mi pobre madre, tiene momentos de desesperación… El sólo puede cicatrizar la herida, ah, pídaselo. Cuento con sus oraciones, hermanita, ellas me sostendrán. El me comprende. El, cuyo corazón es tan tierno. ¡Qué bueno es amarlo, ser su víctima de amor!…

Nuestra conversación de esta noche no cuenta. ¡No sé cuándo la veré, pero nuestras almas se perderán en El, en esta Trinidad eterna, en este Dios todo Amor! Querida hermana, déjeme pedirla una cosa: si me ve con otra, si todo la hace creer que yo la dejo, no lo piense nunca, pues no conocería el corazón de su Isabel. ¿Entendido, verdad? Adiós. No se la olvide el sábado.

La abrazo; es a El a quien abrazo en usted. I. de la Trinidad

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58 A Margarita Gollot – 2 de junio de 1901

Santísima Trinidad

Querida hermanita:

Desaparezcamos en esta Santísima Trinidad, en este Dios todo Amor.

Dejémonos llevar a esas regiones donde no hay nada más que El, El solo.

¿Comprende, verdad? Mi corazón desborda y no puedo decir más, pero usted me adivina. ¡Oh, ruegue, querida hermanita, ruegue para que seamos santas, para amarlo con el amor que sabían amar los Santos. Permanezcamos siempre unidas al pie de la Cruz, permanezcamos silenciosas junto al divino Crucificado y escuchémosle. El nos manifestará sus secretos, nos conducirá al Padre, que nos ha amado tanto «que nos ha dado a su Hijo Unico (Jn 3, 16). Adiós Que no haya más que El y amémonos siempre. Su hermanita, M. I. de la Trinidad

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59 A Margarita Gollot (?) – 2 de junio de 1901

¡Que en nuestras almas se consume la «Unidad» con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo! Su hermanita María Isabel de la Trinidad. 2 de junio de 1901.

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60 A María Luisa Maurel – 5 de junio de 1901

Jueves 6 de junio

Mi queridísima María Luisa:

Hace tres día recibimos los magníficos espárragos y este nuevo regalo nos ha confundido. Dé las gracias a sus buenísimos padres por esta delicada atención, que, se lo aseguro, nos ha conmovido profundamente. Estas hermosas verduras parecen de la Tierra Prometida.

Le hubiera escrito inmediatamente para darle las gracias, pero no pudiendo tener hasta hoy la fotografía que mamá acaba de hacer, he preferido hacerla esperar para enviársela, pensando que la alegraría, pues sé que me quiere mucho y ya sabe que esto es recíproco. ¡Ah, querida María Luisa, el Señor no estrecha el corazón de los que se dan a El, al contrario, lo dilata y esté segura de que detrás de las rejas no se olvida a quienes se dejó.

Cuanto más cerca se está de Dios, más se ama.

Mamá le enviará o le llevará personalmente un recuerdo para preparar la casa. En cuanto a mí, querida María Luisa, quisiera enviarle algo que yo haya traído y que usted llevaría en recuerdo de su amiga. ¿Le gustaría una de mis sortijas? Dígamelo con sencillez cuando me escriba, ¿verdad? Las carmelitas no pueden llevar nada hasta el día de la profesión, pero usan cada día el Manual del cristiano. Este libro debe ser negro, sin dorado ninguno. Contiene los Evangelios, la Imitación, etc. Hablaremos de esto más tarde. Le doy gracias de corazón por acordarse de mí. Un recuerdo de mi querida María Luisa me gustaría, pero ella sabe bien que no necesito nada para acordarme de ella, pues está en mi corazón y no la puedo olvidar.

Le escribo con la pierna estirada. Me duele la rodilla y el médico me ha prescrito reposo absoluto. Sobre todo me ha prohibido ponerme de rodillas.

Es un verdadero sacrificio, pues mañana es el Corpus y hace tanto bien pasar las horas delante del Santísimo Sacramento estos ocho días… Pero pues el Señor quiere esto, es todavía mejor. El sabe elegir mejor que nosotros.

Adiós, querida María Luisa. Le mando una lluvia de besos. Recuerdos de todas nosotras, renovando el agradecimiento a sus queridos padres. Que lo pase bien. Isabel Recuerdos a su novio. He recibido una amable carta del señor Angles.

Mando sólo la carta, no habiendo recibido mi fotografía. Estoy avergonzada de todo este retraso, pero no es culpa mía. Escríbame pronto, por favor.

Tengo un pequeño derrame sinovial. Esta mañana me han dado masajes, y estoy mejor. Adiós. Una vez más, mil besos.

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61 A Margarita Gollot – 6 de junio de 1901

Jueves por la mañana

Muy querida hermanita:

Estoy mal de la pierna, por eso no me ve por el Carmelo. Tengo un pequeño derrame sinovial, casi nada, pero no puedo casi andar. Evidentemente el Amado quiere hacer participar a su prometida del dolor de sus divinas rodillas en el camino de la Cruz. Estoy privada del Sacramento, pero Dios no tiene necesidad de él para venir a mí. ¡Oh, hermanita mía!, ¿quién puede separarnos de Aquel a quien amamos, de Aquel que nos ha tomado para hacernos suyas; para no ser más que «Una cosa» con El? Esperaba tener noticias suyas, pues mi hermana va todos los días al Carmelo y podría entregárselas. Es muy discreta. ¿Tal vez no se ha atrevido? ¿Le han entregado mi última cartita del domingo pasado? Ruegue mucho por mí, querida Margarita. No sé cuándo la veré. Ayer fui a la capilla y me sentó mal. Permanezcamos muy unidas. Encontrémonos en El. ¡Oh!, amémosle, dejémosle que tome posesión de nosotras, que nos lleve. Dejemos la tierra, para vivir con El en esas regiones donde el corazón se pierde y se dilata.

Adiós. La abrazo. Isabel de la Trinidad He comenzado la carta al revés, perdón. Si hay alguna procesión esta tarde, procuraré ir hasta ella. ¿Y su viaje? Vaya pronto a curarse.

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62 Al canónigo Angles – 14 de junio de 1901

Viernes 14 de junio

Muy querido señor:

Su amable carta me ha causado mucha alegría y me ha hecho mucho bien. No puedo decir cuántas veces la he leído. Ya sabe que el Señor me ha dado un corazón agradecido y todo lo que hace por su Isabelita no se pierde.

Hace diez días que tengo un derrame sinovial en una rodilla. ¡Figúrese lo contenta que estaré! Pienso que es una atención de mi Amado que quiere hacer participar a su prometida del dolor de sus divinas rodillas camino del Calvario. No puedo ir a la iglesia ni recibir la sagrada Comunión, pero, ya ve, Dios no tiene necesidad del Sacramento para venir a mí. Me parece que lo poseo igualmente. ¡Es tan buena esta presencia de Dios! Es allí, en el fondo, en el cielo de mi alma donde me gusta buscarle, pues nunca me abandona. «Dios en mí, yo en El». ¡Oh! Esta es mi vida. Es tan bueno, ¿verdad?, pensar que a excepción de la visión beatífica nosotros le poseemos ya como los bienaventurados le poseen en el cielo. Que podemos no abandonarlo, no dejarnos distraer de El. ¡Oh!, pídale mucho que le deje apoderarse de mí, que me arrebate…

¿Le he dicho mi nuevo nombre en el Carmelo? «María Isabel de la Trinidad». Me parece que este nombre indica una vocación particular. ¿Verdad que es muy bonito? Amo tanto este misterio de la Trinidad… Es un abismo en que me pierdo…

¡Poco más de un mes!, querido Señor. Estos últimos momento son una agonía. Pobre mamá. ¡Ah!, ruegue por ella. Yo lo dejo todo en manos del Señor. «Piensa en mí, pensaré en ti», dijo El a Santa Catalina de Sena. ¡Es tan bueno abandonarse, sobre todo cuando se conoce Aquel a quien uno se entrega! Adiós, querido señor. Le envío mi fotografía; mientras la hacían pensaba en El. Por tanto, ella le llevará a El. Al mirarla, ruéguele por mí.

Tengo necesidad, se lo aseguro. Isabel ¿Seré indiscreta si le pido que me escriba pronto?

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63 A Francisca de Sourdon – 14 de junio de 1901

Viernes. A las cinco

Mi querida Francisquita:

La señorita Lalande y Guita han ido a la procesión de los Padres. Así, aprovecho esta tranquilidad para escribirte. Esta mañana me desperté a las cinco. Pensé que en ese momento el tren te llevaba lejos, muy lejos de tu Sabel. Pero para nuestros corazones no hay, no habrá jamás distancia.

¡Vaya tiempo que habéis escogido para viajar! El cielo se va cubriendo de grandes nubes y no me extrañaría que la procesión fuera regada. Mi rodilla está mucho mejor hoy. He ido dos veces al Carmelo: para la misa y a mi adoración, y no estoy muy fatigada. Han tenido conmigo mucha atención.

Como me siento con dificultad en las sillas, que son un poco bajas, me han traído una de casa de las Hermanas. Hacía pareja con el buen viejo señor de Benito. Ya ves lo que hay por aquí. Hasta mañana. Te dejo para ir al piano.

Voy a improvisar un dúo entre Francisquita y Sabel. Ya te diré si salió bien.

Sábado por la tarde [15 de junio de 1901] Recibí tu carta, Francisquita mía, y no puedo decirte la alegría que me produjo. Gracias por haberte acordado de mí en Paray. Pide un poco por tu Sabel. Ella es muy feliz de darse al Señor que la llama, pero siente las separaciones. Mi dúo no salió muy mal; era un coloquio entre las dos. Me parecía que te hablaba.

Mi jornada ha estado muy llena. Hemos tenido muchas visitas, pero no me han impedido pensar en ti. Temo que tengáis frío en Mont Dore, pues aquí ciertamente no hace calor. Esta noche he tenido que echar sobre la cama el edredón. Mamá ha ido a ver a tu abuela con la señorita Lalande y Guita.

Parece que está muy preocupada por mi asunto. Trataré de ir a visitarla, aunque casi no ando ahora, por precaución.

He visto hoy a la Priora del Carmelo. La señorita S. de Baune le había dicho que sufría mucho. Mi rodilla no la preocupa en absoluto. No me despedirá por eso. Ya ves, pobre Francisquita.

Domingo por la mañana [16 de junio de 1901] Una palabra antes de cerrar la carta, pues pienso que la esperas con impaciencia. Querida mía, escríbeme el miércoles y sobre todo piensa un poco en mí.

La señorita Lalande nos deja el miércoles para ir a casa de su sobrina a Besançon. Después acabaremos el traslado. El martes cenamos con ella en casa de los Chervau. Ya te contaré nuestra velada.

Adiós, Francisquita querida. Espero pronto noticias tuyas. Te mando una lluvia de besos. Tu Sabel Recuerdos a la señora de Sourdon de parte de mamá. Recuerdos míos también.

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64 A María Luisa Maurel – 21 de junio de 1901

Viernes, junio

No la puedo agradecer suficientemente su envío. Si supiera lo que me ha gustado este Manual tan completo. Su encuadernación es la usada en el Carmelo. Me servirá toda mi vida, y cada vez que le abra haré una oración por mi querida María Luisa. Estoy confundida, al ver que no piensa sino en mimarme. La reprendo, pues me mima demasiado.

Antes de mi ingreso le enviaré una de mis sortijas, pues veo que gusta de ello. Usted la llevará en recuerdo de su Isabel, que la amará siempre y hablará de usted con frecuencia al Señor.

Cuento con su agradable visita. Espero que las rejas no la espanten, como a una amiga de mamá que acaba de venir a despedirse. Me había pedido que la llevase a ver a la Madre Priora, y cuando se encontró con las rejas experimentó un terrible escalofrío. Yo estaba afligida de verla así. Ruegue mucho por mi pobre mamá. Tiene momentos de desesperación, pero no trata de retenerme. Es muy duro hacerla sufrir así. Es preciso que sea por el Señor.

Sólo El puede darme fuerzas. Su corazoncito debe comprender estos desgarrones. Ruegue por nosotras. Yo no la olvido. ¿Usted lo nota, verdad? Si el señor Angles está con usted, ofrézcale mi respetuoso recuerdo. Le tengo envidia de tenerle con ustedes. Nosotras tendríamos mucha necesidad de su visita en estos momentos. Dígaselo de mi parte. Mi rodilla no quiere curarse del todo. Es algo largo. Una simpática carmelita, ¿verdad? Con todo, mi buena Priora no parece preocupada.

Adiós. Tengo que dejarla. La mando una lluvia de besos. Isabel Diga a su señora tía que no la olvidaré. Mamá tiene que mandar repetir las fotografías y se las enviaremos.

Gracias por el forro del libro. Como la encuadernación es bastante sobria, no lo necesito. Muchas gracias, querida María Luisa.

Recuerdos a sus familiares.

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65 A Francisca de Sourdon – 21- 24 de junio de 1901

Viernes 21 de junio

Mi querida Francisquita:

He recibido ayer tu atenta carta. ¡Qué alegría! Hubiera querido escribirte inmediatamente después de recibirla, pero me ha sido imposible.

Estoy ocupadísima estos días. Con todo no he podido resistir a la tentación de escribirte, mi querida Francisquita. El miércoles, a las nueve de la mañana, la señorita Lalande ha querido dejarnos para ir a casa de una sobrina suya en Besançon. Inmediatamente después de su marcha han venido los obreros para acabar el traslado, que está todo acabado, salvo las cortinas… Quiero describirte mi cuarto para que puedas seguir a tu Sabel, porque allí discurre la mayor parte de mis jornadas. Se ha colocado el armario cerca de la cama, después, a su lado, mi pequeña cómoda con mi Virgen. En la otra parte está mi escritorio con el anaquel encima lleno de libros, mis sillas, una mesita de costura y, enfrente de la cama, el pequeño armario que estaba en el cuarto de Guita. Te das cuenta un poco, ¿verdad? Vuelvo a las ocho de la misa y me instalo en la terraza, donde hace muy bueno. Esta mañana María Luisa Hallo ha venido a trabajar un rato conmigo.

Está muy contenta, pues parte el lunes para pasar una semana en Conflans.

No tengas envidia de estas visitas de María Luisa. Ya sabes que tú, tú, eres mi Francisquita querida, que ocupas en mi corazón un puesto especial y que nadie te podrá sustituir. Ya ves, estamos muy lejos, el Mont Dore y Dijon no están cercanos. Pues bien, querida Francisquita, a veces me siento tan cerca de ti… Para los corazones no hay distancia, ni tampoco separación. Nosotras nunca estaremos separadas. ¿no es verdad. querida Francisquita? 2 Domingo, a las dos [23 de junio de 1901] Ayer, querida mía, tuve un día muy ocupado. Acabado el traslado, comienzan los trabajos manuales. Acabo de hacer a Guita un vestido de tela rosa que le vendrá muy bien en el Sur, pues es muy ligero, sin cuello. Algo que había visto y que he hecho como he podido. Ayer tuvimos la visita de la señora de Gemeaux. Pensaba ir a ver a la señora de Sourdon. Mamá le dijo que habíais marchado de viaje. Yvonne hace la Primera Comunión el 2 de julio.

Nosotras iremos a misa a la Visitación. Yo… si me lo permite la rodilla.

Todos mi paseos se limitan al bulevar Carnot. ¡Esto me basta! Francisquita mía, te pido que hagas todos los días una oración por tu Sabel y por su pobre mamá. Tú tienes un corazoncito muy bueno y comprendes lo duro que es hacer sufrir a los que se ama. ¿Comprendido, verdad? Ruega por nosotras. Me alegro de que no olvides nuestra citas de la noche. ¿No es verdad, querida mía, que me sientes muy cerca? tan cerca como aquí en la terraza, cuando me haces esas confidencias que tanto me gustan? ¡Eres muy buena, Francisquita mía! ¿Eres como te quiere Sabel? Me parece que hay en ti cosas tan buenas…

No seas un alma vulgar, ¿comprendes? Perdona si tengo el aire de un predicador. Esto no va conmigo, pues ya sabes lo poco que valgo. Es verdad lo que te digo. Por ejemplo: el Señor me ha dotado de un corazón muy tierno, muy fiel, y cuando yo amo, ¡Amo de veras!… Tú lo sabes bien por ti, mi Francisquita amada entre todas mis amigas.

3 Lunes [24 de junio de 1901] Mamá me encarga desmentir la falsa noticia que dio a tu madre: los dragones no se marchan. Estamos en pleno concurso hípico y este año parece que es muy brillante. Nosotras no hemos ido. Nos han comunicado el matrimonio del hijo Belgrand con la señorita Villiard, de Beaune, una prima de la señorita Tardy.

Adiós, ángel mío. Espero con alegría tu carta. Te abrazo de corazón.

Saludos respetuosos a la señora de Sourdon. Sabel Perdón por la mala letra.

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66 A Francisca de Sourdon – 28 de junio de 1901

Viernes 28 de junio

Mi querida Francisquita:

Perdóname si no te he escrito. Todos estos días he estado tan ocupada que no he podido darme este gusto. Sabes bien lo mucho que me gusta escribirte, querida mía. He recibido anteayer tus hermosos pensamientos. No puedo decirte lo que me han impresionado. Tú lo adivinas, ¿verdad? Inmediatamente los he colocado en un vaso en mi pequeña cómoda, delante de la Virgen. Eres tú la que estás representada por ese dulce emblema, expresión viva de tu pensamiento. Durante el día los miro muchas veces; esas queridas flores que me hablan de mi Francisca querida, a quien no puedo olvidar.

Nada nuevo que contarte, si no es el matrimonio de Magdalena Eugster con el señor Marchal, el guapo teniente de dragones, no sé exactamente cuándo.

El pabellón se ha alquilado por unos meses a un joven matrimonio. ¿Te acuerdas de Cauvel, esa tienda de artículos de París? Una de las hijas se ha casado hace unos días con el cocinero de los Hermanos, que vive allí. El marido, el famoso cocinero, tiene un perímetro de miedo. ¡Pobre joven, es una lástima a su edad! El padre Chapuis ve las cosas cada vez más negras.

Predice cosas horribles; mamá acaba creyéndole. Es triste ver las cosas de este modo para sí y los demás.

Ayer por la tarde, a las ocho, hubo un gran alboroto delante del Buen Pastor. Timbrazos capaces de hacer saltar a toda la Comunidad por los aires y golpes a la puerta. Una multitud escandalosa se había reunido para acompañar a unos padres que venían a reclamar a su hija, una pobrecita, a quien las buenas monjas, espantadas, han tenido que devolver. Nuevamente ha comenzado el alboroto, pues se quería el equipaje de la chica. Ya ves lo que hay por aquí.

El otro día vino tu abuela al jardín. Estaba muy contenta. Mamá le ha dicho que volviera. María la deja en un banco del paseo y viene a abrirle la puertecita del jardín, lo que le ahorra un poco de camino.

Gracias, mi Francisquita, por tus amables y largas cartas. No me dices cuándo te vas de Mont Dore. Pienso que será en estos días; por eso te voy a mandar mi carta mañana por la mañana. Perdóname sino te escribo más largo.

Lo haré con más regularidad esta semana. Tú, querida mía, vas a ir de viaje y después estarás muy ocupada en el Havre y en Ruán. No quiero ser egoísta.

Ya sabes lo que me alegran tus cartas; escríbeme cuando puedas, pero no te molestes por su Sabel. Sabe bien que te acuerdas de ella. Yo te escribiré regularmente, pero mándame la dirección, pues no sabría dónde encontrar a mi Francisquita. Volverás a ver pronto a María Luisa. Dale un largo beso de mi parte, ¿verdad? Mamá dice que hace mucho que no tiene noticias de tu madre, que tanta alegría la causan siempre.

Adiós, querida Francisquita. Pienso frecuentemente en ti y te abrazo como te amo. Tu Sabel Mis respetuosos saludos a tu buena madre. Gracias de nuevo por los hermosos pensamientos y tu postal. Mamá recibiría con gusto noticias del proceso de tu tía.

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67 A Francisca de Sourdon – 30 de junio – 4 de julio de 1901

Domingo 30 de junio

Mi querida Francisquita:

Supongo que habrás recibido mi carta y espero tu dirección para mandar esta mía. Ayer tuve muchas visitas. Como mis amigas saben que no salgo, vienen a verme. Vino María Belin, que trajo música para cuatro manos y tocamos un poco. A propósito: no me hablas de tu piano. ¿Lo tocas de cuándo en cuándo? Las señoritas de Massiac vinieron también ayer por la noche.

Dentro de ocho días marchan al campo, cerca de aquí. Les ha parecido tan cómoda mi terraza que vendrán a trabajar aquí mañana por la mañana. Por la tarde hace demasiado sol, y te aseguro que estos días el calor se hace sentir. ¡Quisiera poder enviarte un poco de este sol de Borgoña a Mont Dore! Esta noche hemos tenido una tormenta. Los cristales de la ventana vibraban.

¡Qué hermoso es un huracán en el silencio de la noche! ¿Verdad, querida? Nosotras estamos mucho mejor en el primer piso. Hace menos calor. Cerrando las ventanas se obtiene una temperatura muy soportable. ¡Cuándo piensas pasar por Dijon? Dímelo. No lo olvides, ¿verdad? Te abrazo. Hasta mañana.

2 Martes 2 de julio [de 1901] Ayer, querida mía, no te escribí, pues tenía que acabar un trabajo. ¡Si supieras la emoción que hemos tenido el domingo! Eran las seis y media.

María Luisa había vuelto de Conflans y había venido a abrazarme. El tiempo estaba de tormenta y mamá la aconsejó que fuera a su casa. Apenas había salido, cuando se levantó un ciclón espantoso. Guita se precipitó a cerrar la ventana de su habitación y del comedor. Por suerte, no se habían abierto las del salón. Clara cerró la de mi cuarto. En la de mamá y en la cocina entraba el granizo. Se las dejó así por miedo a sufrir algún daño. Entonces sucedió algo espantoso. Yo estaba encerrada en mi habitación. En la cocina y en la habitación de mamá los granizos, que entraban por toda la habitación hasta detrás de la cama, formaban un repiqueteo horrible. Mamá gritaba, pensando que su armario iba a quedar hecho añicos. En fin, en diez minutos ha habido en Dijon una infinidad de estragos. En la Madre de Dios es una desolación. No quedó nada. Todos van a ver el desastre. Las hermanitas han perdido 10.000 francos en cristales rotos. En el Carmelo todos los cristales de los claustros están rotos, por un valor de 3.000 ó 4.000 francos. Y por todas partes lo mismo. No te puedes figurar lo terrible que ha sido.

Me detuve al oír la señal del cartero. ¡Qué alegría! Me ha entregado una carta de mi querida Francisquita, y puedes figurarte mi alegría. Estoy completamente descompuesta. Esta mañana ni siquiera he ido a misa, después de pasar la noche con la palangana a mi lado. Sufro, mi Francisquita, por hacer sufrir a los otros; todo se resiente. Después, la emoción de la otra noche vino a completar el cuadro.

Sólo veinticuatro días, querida mía, y estaremos juntas nuevamente.

¡Cuántas cosas tenemos que contarnos! Dirás a tu querida mamá, a quien quiero tanto, que cuento con ella para ayudar a mi pobre mamá…

3 Miércoles [3 de julio de 1901] Sólo un abrazo, querida mía. Hoy he estado tan agitada, que estoy como atontada. Acuérdate de mí, Francisquita.

Jueves [4 de julio de 1901] Sólo una palabra, querida mía, antes de enviar la carta. Estoy muy cansada y no sé lo que te escribo. No te olvido, querida mía, y cuento los días que todavía nos separan, mi Francisquita querida. Muchos abrazos a María Luisa.

Cuando vayas a verla ¡cuántas cosas te va a contar! Adiós, querida. Da a tu madre un abrazo de mi parte y recibe los mejores cariños de tu Isabel, que tanto te quiere, más de lo que tú piensas.

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68 A Margarita Gollot – 2 de julio de 1901 Martes 2 de julio

Martes 2 de julio

Queridísima hermanita:

Ayer nos separamos muy bruscamente. Me equivoco al decir que «nos separamos», pues no nos separamos nunca, querida Margarita. Gracias por su cartita, por su hermosa oración y por los versos. ¿Sabe la alegría que me da, querida hermanita? Hoy no he ido a misa, porque he tenido una mala noche. Estoy hecha añicos. Pero ya que El lo quiere, estoy contenta, ya ve. ¡Es tan bueno hacer su voluntad! A pesar de todo había decidido ir a misa y me había levantado.

Pero mamá ha creído que era una imprudencia y me volví a acostar, y he rezado. Estaba muy tranquila. Todos se habían marchado, y El estaba tan cercano… Ya ve, Isabel no podía ir a ver a su Prometido. Entonces El ha venido a ella… ¡Oh, hermana mía, qué bueno es, cuánto nos ama! Pídale que no baje yo de esas regiones adonde me lleva… Mientras estaba sola con El pensé que mi Margarita le iba a recibir y así comulgué con usted.

Adiós, querida hermanita. Estoy muy contenta de que usted lo sepa todo.

Comprende lo que quiero decir, ¿verdad? Oremos mucho, seamos totalmente suyas, que no haya otra cosa más que El, El solo.

La abrazo muy afectuosamente. Su Isabel

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69 A Francisca de Sourdon – 10 de julio de 1901

Miércoles 10 de julio

Mi querida Francisquita:

Siento vergüenza de no haberte escrito estos días, pero si supieras lo que he tenido que hacer… Tanto trabajo que no sé por dónde empezar. Mi corazón está muy cerca de ti, querida mía, y te sigo con el pensamiento y me alegro de todas las diversiones que tienes en Ruán. En cuanto mamá leyó la carta de la señora de Sourdon me puse el sombrero y me fui hasta tu casa.

Como ves, querida Francisquita, soy muy feliz cuando puedo hacerte un pequeño servicio. Junto con Ernestina hemos empaquetado los dos sombreros en la caja que tu madre ha indicado. Para que fueran bien sujetos hemos clavado unas cintas. Yo misma los empaqueté. Di a tu buena madre que he puesto todo mi cuidado para que lleguen bien. Mientras pienso en ello, Ernestina me ha encargado decir a tu madre que su trabajo va muy adelantado y que cuando lo haya acabado irá con mucho gusto a trabajar a las Hermanitas Dominicas. La madre de Sambuy ya se lo ha permitido y espera tener el permiso de la señora de Sourdon. He visto el otro día en el Carmelo a la madre de Sambuy ¡perdón por la ortografía¿ y di noticias vuestras. Me dijo que la pequeña Violeta de Balan acababa de estar muy mala de un ataque de apendicitis. Estas señoras se han marchado de Dijon. Ya lo sabrás sin duda.

La señora de Rostang e Yvonne llegan esta noche para verme. Estarán solamente dos días para darme un abrazo. Es una prueba de afecto que me conmueve profundamente. Ya está bien, ¿verdad?, hacer este viaje con este calor. Me alegro de volverlas a ver. Además, mamá estará distraída estos días. Pero es el regreso de tu madre, a quien tanto quiere, lo que la hará bien. Ahora tengo que dejarte, mi querida Francisquita. Me necesitan para algunas cosillas. Mamá ha dejado su cuarto a la señora de Rostang. Yvonne tendrá la habitación de Guita. Yo estaré cerca de ellas… Además, mamá y Guita están en el segundo piso, que el padre Chapuis ha puesto a nuestra disposición. Adiós, ángel mío, perdona esta horrible letra. Me llaman y tengo mucha prisa. Te mando un millón de besos. Su Sabel Recuerdos a tu madre. Dile que nuestra casa es magnífica, Un beso cariñoso a la querida viajera

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70 A Margarita Gollot – 10 de julio de 1901

Miércoles. A las dos

Queridísima hermanita:

Estoy muy ocupada, pero quiero mandarla estas letritas para decirle que no se debe inquietar si no me ve en el Carmelo estos días. Esta noche llegan dos amigas y estarán algunos días. No tendré tiempo libre. Vienen a despedirme.

Seamos suyas, querida Margarita. Dejémonos coger y llevar adonde nuestro Prometido quiera. Ah, hermanita querida, mi corazón se desborda, está tan aprisionado. Pero ¿qué digo? ¿No está El allí siempre? El, el Inmutable, El que es. ¡Oh! pídale que me pierda en El… con usted.

Adiós. La abrazo. I. T.

Perdóneme, querida hermana, esta letra. Llega gente. Adiós.

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71 A María Luisa Maurel – 14 de julio de 1901

Domingo 14 de julio

Queridísima María Luisa:

Le aseguro que no ha sido falta mía el haber estado tanto tiempo silenciosa. Lo he ido dejando de día en día esperando poder anunciarle nuestro envío, pero ha hecho tanto calor que mamá está agobiada y evita salir. Tenga la bondad de decirme a qué dirección de estación debo mandar el paquete postal con el regalo de mamá para su boda y una de mis sortijas, que usted llevará en recuerdo de su amiga Isabel, que nunca olvidará a su querida María Luisa. Su carta me llegó el día siguiente de sus esponsales.

Me hubiera gustado ofrecer ese día la santa Comunión por usted. Esté segura que el día de su matrimonio estaré muy cerca de usted, y mis oraciones se elevarán fervientes desde mi soledad y pediré que recen por usted. Querida María Luisa, usted sabe muy bien que, aunque ausente corporalmente, mi corazón estará muy unido al suyo.

Estos días hemos estado muy ocupadas con las amigas que vinieron a decirme adiós. Esta agradable visita, nacida de sincero afecto, ha hecho mucho bien a mi pobre mamá, que es admirable. ¡Ah, pida por ella! El sacrificio es terrible. Sólo Dios la puede sostener y consolar. Pida también por mi Guitita. Su pena me hace mal. Cuento con usted este verano, en que no tendrá junto a sí a su hermana mayor, a quien tanto quiere. Además, ruegue también por su amiga. Dé gracias al Señor con ella y por ella, pues me ha dado mucho. Pídale que me ayude hasta el fin, para que le dé todo lo que El quiere y como lo quiera. Ya le comunicaré la fecha de mi ingreso. Cuento ese día con sus oraciones y las de su buenísima madre, a quien no olvido.

Mientras tanto, ore, pues se acerca el día. Estoy haciendo mi equipo. ¡Es tan triste para mi querida mamá ocuparse de todo esto! Escríbame pronto y mándeme la dirección para el paquete postal. ¿Ha vuelto de Carcasona el señor Angles? Adiós, queridísima María Luisa. La dejo para ir a las vísperas.

Acuérdese un poco de nosotras ante el Señor, para que fortalezca a mis dos seres queridos, a quienes crucifico. La abrazo muy afectuosamente y a su buena madre. Isabel

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72 A María Luisa Maurel – 19 de julio de 1901

Viernes 19 de julio

Mi querida María Luisa:

Mamá acaba de mandar su regalo para su matrimonio. Espera que le será útil y de su gusto. Encontrará también en el envío un pequeño estuche que contiene una de mis sortijas: son turquesas que forman un ramillete de miosotis. Estos «no me olvides» que usted llevará siempre la recordarán a su amiga Isabel, que la quiere mucho. Me pide escribirle de cuando en cuando, cuando esté en el Carmelo. La regla es muy severa sobre el particular. Si casi no la escribo, querida María Luisa, no eche la culpa a mi corazón, que no podrá olvidarla.

Acuérdese de mí el 2 de agosto, querida amiga, o mejor, acuérdese de ellas, pues tendrán que hacer lo más duro del sacrificio. Cuento ese día con sus oraciones. ¡Quedan sólo quince días! Me veo forzada a dejarla, pues tengo mucho que hacer. Pero mi corazón no la deja. Adiós. Ruegue por nosotras. ¡Si supiera en qué triste casa se ha convertido nuestro piso! Pero es el Señor quien lo quiere y estoy contenta de darle todo. La abrazo. Isabel.

Recuerdos a los suyos.

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73 A Margarita Gollot [19 de julio de 1901

Viernes, a las tres

Muy querida hermanita:

La quiero demasiado y me acuerdo mucho de usted para olvidarme del día de Santa Margarita, fiesta de mi hermanita. Mañana comulgaré por usted y la encontraré en el Corazón del Maestro; allí también depositaré mis votos por mi Margaritina. Hermana mía, no me explico cómo la pequeña postulante acaba de entregarme su amable carta, que he leído con mucho gusto. Quisiera ser tan larga, pero siempre la escribo de prisa. Por lo menos, su corazoncito adivina a través de las líneas, ¿no es verdad? También yo, querida hermana, la deseo el amor. Esta palabra me parece que encierra toda la santidad.

Amémosle, pues, apasionadamente, pero con un amor profundo y sereno.

Permanezcamos recogidas cerca del que es, del Inmutable, cuya caridad se derrama siempre sobre nosotras. Nosotras somos «la que no es» 3. Vayamos a El, que quiere que seamos totalmente suyas, y que nos envuelve de tal modo que ya no vivamos nosotras. sino que el vive en nosotras (Gal 2. 20).

Adiós. Que El sea nuestro único Todo. La abrazo. Muchas felicidades. Isabel Recuerdos a su querida hermana.

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74 A Francisca de Sourdon – 20 de julio de 1901

Dijon, sábado

Mi querida Francisquita:

Pensarás que tu Sabel es muy negligente, pues sabes bien que no te puede olvidar. Pero el tiempo pasa tan rápido y he tenido tanto que hacer que me ha sido completamente imposible escribirte, querida mía. Pronto nos volveremos a ver. ¡Cuántas cosas tendremos que contarnos! y nos comprenderemos mucho mejor. ¿No es así, Francisquita mía? Hemos tenido con nosotras a la señora de Rostang y a Yvonne. Llegaron el miércoles a las siete de la tarde y marcharon el sábado a las seis de la mañana, para llegar a Dieppe a las siete de la tarde. Esta agradable visita nos ha hecho mucho bien. Mamá y Guita estaban en el segundo piso. Me dejaron en el primero con las Rostang, de modo que por la noche, cuando subían a las nueve, teníamos larga conversación hasta las once. ¡Era tan corto! Había que aprovecharlo.

He hablado mucho de ti, querida mía. Muy pronto tendremos nosotras dos largas conversaciones en la terraza. Tus cartas tan amables me causan mucha alegría. Si tienes un rato libre tendrás la bondad de dedicarle a tu Sabel, que tanto te ama y te guardará siempre un lugar especial en su corazón. Te abrazo un millón de veces, mi querida Francisquita. Sabel Cariños a María Luisa.

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75 A Margarita Gollot – 21 de julio de 1901

Domingo. A la una

Muy querida Margarita:

Berta me pidió que saliera para decirme una cosa, y cuando regresé mi hermanita se había marchado. ¿No le parece que es muy hermoso rezar la una junto a la otra? Hacía mucho que no tenía la dicha de comulgar a su lado y doy gracias al Señor por esta atención.

¿Puedo hacerle una confidencia? No quisiera, sin embargo, entristecerla.

¡Oh, ya ve!, estando esta mañana en la capilla junto a usted me pareció que eso era mejor que nuestras conversaciones. Si usted quiere, pasaremos junto a El, la una junto a la otra, el tiempo que pasamos en el jardín. ¿La causo pena, querida hermanita? ¿No piensa lo mismo que yo? Me lo parece. ¡Oh!, dígamelo con sencillez, ya sabe que a Isabel se lo puede decir todo…

Mañana es Santa Magdalena, esa amante apasionada de Cristo, a la que tengo una devoción particular. Amemos como ella, que sea nuestro modelo.

Permanezcamos cerca de El, silenciosas, recogidas, olvidándolo todo y no viendo más que a nuestro único Todo, Aquel a quien se lo hemos dado todo. Me gustan estas palabras que el Padre Lacordaire dirige a María Magdalena:

«¿Qué buscas? No hay nada que buscar, María, habéis encontrado a Aquel a quien no perderéis más. No preguntaréis por El a ninguna persona de la tierra, ni a ninguna persona en el cielo; y a El menos que a los demás.

Porque El es vuestra alma y vuestra alma es El. Separados por un momento os habéis encontrado en el lugar donde no hay espacios ni barreras, ni sombras, ni nada de lo que impide la unión y la unidad. Sois una sola cosa, como El lo deseaba, como tú lo esperabas. Uno como lo es Dios en su Hijo, en el fondo de esa esencia que habitáis por la gracia y habitaréis un día por la gloria». ¿No le parece que estas líneas nos tocan un poco, querida hermanita? ¡Oh, lleguemos a esta «Unidad» consumada en El! Adiós. Seamos suyas. La abrazo. Isabel de la Trinidad La envío esta poesía que había copiado hace tiempo para usted. Esta mañana vi a su querida hermana.

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76 A Margarita Gollot – 26 de julio de 1901

Viernes.

A las nueve He estado apenada al verla tan triste hace poco. He comulgado por usted y he rogado como se ruega por una hermanita muy querida. Animo. El está muy cerca de usted y quiere ser el solo, el Unico; sí, querida hermanita, el Unico Todo. El permite esto para separar el corazón de su prometida de todo lo que no es El. Usted tiene sed de sufrimientos, sed también y sobre todo de El. Vaya, pues, a su divino Amado; El es la fuente que siempre mana. El que beba de esta fuente no tendrá jamás sed (Jn 4, 1).

Adiós. La dejo con El. Es allí donde me gusta encontrar a mi Margaritina. Derramo el sobrante de su corazón en el suyo. La abrazo.

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77 A Margarita Gollot – 29 de julio de 1901

Lunes por la mañana

Muy querida hermanita:

¿Sería tan amable que aceptase esta sencilla estatuita del Sagrado Corazón? Es muy pobre, pero no mire más que Aquel a quien representa y a la que le pide un pequeño lugar en su oratorio. ¡Ah!, que el la haga pensar en su hermanita que mucho la quiere y nunca la abandonará. La abrazo. Isabel

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78 A sus tías Rolland – 31 de julio de 1901

Miércoles por la noche

Queridas tías:

El viernes por la mañana, después de la misa, entro en el Carmelo y quiero, antes de entrar, enviarles un último recuerdo.

Esta cartita les dirá que detrás de las rejas vuestra Isabelita será siempre suya y nunca las podrá olvidar. No lloren demasiado, mis queridas tiítas, y cuando estén con ustedes mi querida mamá y Guita, les pido las consuelen. ¡Se las confío!…

No digan que soy una pequeña sin corazón. Es Dios quien me llama. El me ha escogido la mejor parte. ¡Denle gracias por mí! Pido al señor Cura que ruegue mucho por mí. Por mi parte yo hablaré mucho de él al Señor. ¡Oh!, mis queridas tiítas, piensen que su Isabel es toda de El. ¡Cómo les va a encomendar a este Amado, por el que lo ha dejado todo! En El me encontrarán siempre. Tal vez no nos volvamos a ver en la tierra. ¡Oh, qué bello será volvernos a encontrar allá en el cielo para no separarnos más! Adiós. Las guardo a todas en lo mejor de mi corazón y les digo con un beso muy prolongado que nunca las olvidaré.

Vuestra Isabel, que las quiere mucho Digan a mi tía que rezaré mucho por su salud.

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79 A Cecilia Gauthier – 1 de agosto de 1901

Jueves por la noche

Mi buena Cecilia:

Esta cartita no te extrañará, pues lo sabes todo. Mi pobre mamá está deshecha. No he tenido valor para despedirme de usted. La quiero mucho y puede tener la seguridad de que detrás de las rejas del Carmelo tiene un corazoncito que le será siempre fiel.

Adiós. Cuando se ama en El, no se abandona nunca. Isabel

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80 A Alicia Chervau – 1 de agosto de 1901

Jueves por la noche

Mi muy querida Alicia:

Antes de entrar en el Carmelo quiero enviarte un último recuerdo. El otro día no tuve valor para decirte nada. Mi corazón sangra, el cuerpo hecho pedazos. ¡Dios sólo está allí y El me sostiene! No llores, mi queridita Alicia. El Señor me ha escogido la mejor parte. Dale gracias en mi nombre.

Te amo mucho. A ti y a los tuyos. Os guardo en lo mejor de mi corazón y os pido que nunca me olvidéis. Te confío a mi pobre hermanita. Está deshecha.

Adiós. Nunca estaremos separadas. Isabel

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80 bis A su hermana – 1 de agosto (?) de 1901

¡Que Cristo te consuele, que enjugue tus lágrimas, que te enseñe a sufrir, a amar!…

Te doy cita al pie de su cruz, donde tanto me ha dado. Allí no hay separación y mi Guita encontrará siempre a su Sabel.

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81 Al canónigo Angles – 2 de agosto de 1901

Viernes 2 de agosto. A las seis

Muy querido señor:

Antes de ingresar en el Carmelo quiero enviarle un último recuerdo. Esta cartita le dirá que detrás de las rejas tiene un corazoncito que le guardará siempre un fiel recuerdo. Vamos a comulgar en la misa de las ocho, y después de esto, cuando El esté en mi corazón, mamá me conducirá a las puertas de la clausura. Quiero a mi madre como nunca la he querido y en el momento de consumar el sacrificio que me va a separar de estos dos seres tan queridos, que El me ha escogido tan buenos, si supiese la paz que inunda mi alma…

Esto no es ya la tierra. Veo que soy toda suya, que no me quedo con nada. Me arrojo en sus brazos como un niño pequeño. Adiós. Se las confío, y le guardaré lo mejor de mi corazón. Isabel

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82 A la señorita Forey – 2 de agosto de 1901

Viernes por la mañana

Querida señorita:

Antes de entrar en el Carmelo quiero enviarle un último recuerdo. Esta cartita le dirá que detrás de las rejas usted tiene un corazoncito que le guardará siempre un fiel recuerdo.

Adiós. La encomiendo a mi pobre Guita, y la abrazo muy cariñosamente.

Su Isabel

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83 A Berta Tardy – 2 de agosto de 1901

Viernes. A las siete

Adiós, mi hermanita querida. La llevo en mi corazón. Gracias una vez más por todo lo que ha hecho por mí. Usted sabe que la quiero mucho y que detrás de las rejas tiene un corazoncito muy unido al suyo. Adiós.

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84 A Francisca de Sourdon – 4 de agosto de 1901

Carmelo de Dijon, 4 de agosto

Mi querida Francisquita:

Si supieras lo feliz que es tu Isabel no llorarías más, al contrario, darías gracias al Señor por mí.

Puede ser que te preguntes cómo puedo encontrar tanta felicidad, ya que para entrar en esta soledad he dejado a los que amaba. Pero, ya ves, querida mía, todo lo tengo en el buen Dios. A todos los que he dejado los encuentro en El. ¡Ah, cómo le confío a mi Francisquita! Yo seré siempre tu madrecita, nada habrá cambiado entre nosotras, ¿no es así? Puedo decirte que las rejas no serán una separación y que te guardaré siempre tu lugar en mi corazón.

Tendría muchas cosas que decirte, pero estoy un poco apurada de tiempo. Me doy prisa, sin embargo, a enviarte estas letritas que te dirán que mi corazón está siempre cerca del tuyo. Vi el sábado a mi querida madre y a Guita; hoy deben venir. Diles que te cuenten todo lo que no tengo tiempo de decirte. Gracias a tu buena madre y a María Luisa por todo lo que hacéis con mis seres queridos.

Si supieses qué buenas son todas aquí… Me parece que he estado con ellas desde hace tiempo. La Madre Supriora es una verdadera madrecita. El viernes vino a abrazarme en mi camita. Ya le he hablado de mi Francisca. Te dejo, querida, pero mi corazón permanece muy cerca de los que amo y no olvidaré jamás… Da un buen beso de mi parte a tu madre, con toda mi gratitud. Dile que no me olvido de sus intenciones, lo mismo que a María Luisa, a quien doy gracias por reemplazarme junto a Guita.

Tu gran amiga Sabel Me ha venido a ver el abate Courtois.

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85 A su madre – 9 de agosto de 1901

Carmelo de Dijon, 3 de agosto

Mi querida madrecita:

¡Qué felicidad poder conversar un poquito contigo! ¡Oh, si supieses cuánto te quiero! Creo que nunca te daré suficientemente las gracias por haberme dejado entrar en este querido Carmelo, donde soy tan feliz. Te debo también, en parte, mi felicidad, porque bien sabes que si tú no hubieras dicho «sí» tu Isabelita se hubiera quedado contigo. ¡Oh, madrecita, cuánto te ama el buen Dios, si vieses con qué ternura te mira!…

Ya que deseas que te hable de mí, voy a darte gusto. Mi salud es perfecta, me ha vuelto el apetito y hago honor a la cocina del Carmelo.

Alicia me ha dicho que deseas que beba un poco de vino. ¿No te acuerdas que no lo puedo digerir? Duermo sobre nuestro jergón como una bienaventurada.

Hace tiempo que no me pasaba esto. La primera noche no me sentía muy segura y me preguntaba si no acabaría cayéndome. Al día siguiente por la mañana ya me había acostumbrado a mi lecho. Me acuesto antes de las nueve y me levanto a las cinco y media. Está bien, ¿no es verdad? Así logro reponerme. Esta noche la Madre Supriora me permite ir a maitines, de lo que me alegro.

Puedes estar muy tranquila, no hay peligro de que exagere; esta buena madrecita me cuida como a un verdadero bebé. Mi corazón os acompaña por ahí Contadme todo lo que hacéis. Estaré muy contenta de recibir noticias vuestras. Goza bien de ese hermoso país que tanto te gusta, y cuando pienses en tu Isabelita da gracias a Dios, porque El le ha escogido una porción muy hermosa. ¡Oh, si supieses!…

Te abrazo, te aprieto fuertemente entre mis brazos, como antes. ¡Si tú supieras cómo te amo y te digo gracias! Tu Isabel

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86 A su hermana – 9 de agosto de 1901

Mi querida Guita:

No te disgustes viendo este pedacito de carta. La Madre Supriora ha dicho que ésta no se cuenta y te escribiré muy pronto. ¿Cómo está mi pequeña? Cuéntamelo todo, ¿lo entiendes? Ayer vi a Alicia; la pobrecilla estaba toda emocionada. Juana Sougris vino un momento con ella. Te confieso que no comprendo cómo estaba allí.

El martes tendremos una toma de velo. Ya te contaré la ceremonia. ¡Si supieses lo bien que estoy! Me parece que he cambiado de cuerpo. Además, tú lo comprendes, he encontrado lo que buscaba. ¡Oh, mi querida, qué bueno es Dios! ¿Quieres que no tengamos más que un corazón y un alma para amarlo? Dale gracias todos los días por tu Isabel, que te ama muchísimo y te abraza de todo corazón.

Di a María Luisa que pienso en ella muy especialmente, así como en la señora Hallo.

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87 A su madre – 13‑14 de agosto de 1901

Carmelo de Dijon, 13 de agosto

Mi querida mamita:

Como ramillete de fiesta, te envío todo mi corazón. ¡Oh! ¿No es verdad que no nos hemos separado y tú sientes bien a tu hijita cerca de su querida mamá? Si supieses cómo hablamos de ti con mi Esposo. Me parece que tú le debes oír. Estoy muy contenta de que comulgues con más frecuencia. Es ahí, querida mamá, donde encontrarás la fortaleza. ¡Es tan hermoso pensar que después de la comunión tenemos todo el cielo en nuestra alma, menos la visión! Tu carta, o mejor, vuestras cartas me han hecho muy feliz… Tal vez me he alegrado demasiado, pero el buen Dios, cuyo Corazón es tan amable, me comprende bien y creo que no está enfadado conmigo. Todos vuestros detalles me interesan, pero casi me voy a enfadar con ese bravo Koffman que os ha relegado a ese chalet. Disfrutad bien de ese hermoso país; la naturaleza lleva a Dios ¡Cuánto me gustaban esas montaña! me hablaban de El. Pero, ya veis, mis queridas, los horizontes del Carmelo son todavía más bellos. ¡Es el infinito!…

En el buen Dios yo tengo todos los valles, los lagos, los panoramas.

¡Oh! Dadle todos los días gracias de mi parte. Mi porción es muy bella y mi corazón se derrite de reconocimiento y de amor. ¡No estéis celosas! Os amo tanto. Le pido que se posesione de vosotras como de mí. Tengo muchas cosas que decirte, y no sé por dónde empezar. Nuestra Madre se presentó sin avisar. ¡Piensa, qué sorpresa! Sólo la he visto unos momentos, pues ella partió el día siguiente a las dos, llevándose consigo a dos de nuestras hermanas. Volverá el lunes. Tú la encontrarás a tu vuelta. Vino solamente para dar ayer el velo a una de nuestras hermanas. Fíjate qué pequeña envidia: estaba muy contenta de que no fuera la Madre Supriora la que tuviera la ceremonia, porque quiero ser su primera. ¡Es tan buena!… ¡La quiero tanto! Hablamos de vosotras. Puedes estar tranquila. Te aseguro que ella me cuida. Esta mañana, para mi primer ayuno, me ha hecho tomar algo, cosa que, bien seguro, yo no habría hecho si no hubiese estado aquí. Esta mañana mi buena Madrecita me ha permitido ir a la oración. Me levanté en cuanto llamaron, a las cinco menos cuarto. Tenía miedo de no prepararme en un cuarto de hora. Y ¡piensa mi alegría cuando al llegar al coro vi que era la primera!…

Soy la camarerita de Jesús. Todas las mañanas, antes de la misa, preparo el coro. Hoy he adornado un altarcito de la Virgen que está en el antecoro.

Mientras colocaba las flores a los pies de esta buena madre del cielo, le hablaba de ti. La he pedido que recoja todas estas flores, haga un hermoso ramillete y te lo lleve de parte de tu Isabel.

He pasado por una prueba terrible. Ha sido necesario hacer coplillas para la toma de velo y yo he tenido que cantar, ayer tarde, en la recreación. Temblaba… cosa ridícula, ya que nuestras hermanas son tan caritativas que han encontrado mi obra muy lograda. María Luisa, a quien tanto la gusta verme sonrojada, hubiera tenido ocasión de ver mi timidez a prueba. La Madre Supriora me permite enviarte mis coplillas. Esto os divertirá. Adiós, mamá querida, pienso que estarás contenta con esta carta tan larga. Para acabar: duermo como una bienaventurada, tengo excelente apetito, la comida es muy refrescante y va bien con mi temperamento. Oh, madrecita, ¡qué feliz soy! Gracias una vez más por haberme entregado al buen Dios. Te abrazo contra mi corazón y te abrazo cerca del buen Jesús, que sonríe al vernos. Tu Isabel Mi Angel me encarga decirte que ella hará también mañana la Santa Comunión por ti. Hubiera querido escribirte, pero no tiene tiempo. Te enviaré mis coplillas otra vez, no tengo tiempo.

Mi Guita querida no estará celosa de que María Luisa haya ocupado su lugar hoy. La guardo en mi corazón y pido al Señor que le diga lo que yo no puedo por mí misma. Ella sabe dónde le doy la cita

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88 A Francisca de Sourdon – 22 de agosto de 1901

Carmelo de Dijon, jueves

Mi buena Francisquita:

Nuestra querida Madre, que está de regreso desde hace dos días, me permite escribirte. Tú sabes, querida mía, que una carmelita casi no escribe, y es un favor que se hace a mi pequeña Francisca. Pero, mira: si mi pluma queda silenciosa, ¡Ah!, cuánto pienso en ti. Todos los días hablo al Señor de mi querida. ¡Es tan dulce confiarle aquellos a quien se ama y se han abandonado por El! Pero ¿qué digo? Nosotras no nos hemos separado, las rejas no existirán nunca para nuestros corazones, y el de tu Sabel será siempre el mismo. Di a tu buena madre que ruego cada día por ella y por las intenciones que me recomendó, y también por la señora de Anthes. No olvido a nadie. Ya ves, en el Carmelo el corazón se dilata y sabe amar más todavía.

El buen Dios me ha restablecido sin polvos ni quinina. Mi salud va cada día mejor. Yo devoro. ¡Si vieras lo que como! Se me cuida bien, puedes estar segura sobre eso. Duermo sobre nuestro jergón con un sueño de plomo que ya no conocía. La primera noche no me sentía muy segura y pensaba que antes de la mañana habría rodado de un lado o de otro. Ahora ya nos conocemos, me parece delicioso. ¡Oh, mi querida, si supieses lo bueno que es todo en el Carmelo! Tu Isabel no encuentra expresiones para decir su felicidad. Cuando penséis en mí, no lloréis, sino dad gracias a Dios. ¡Soy tan feliz! Ya que tienes tantas ganas de detalles, te voy a hablar como una egoísta nada más que de mí. Nuestra celdilla, este pequeño nido amado entre nosotras, se parece del todo a mi habitación en cuanto a las dimensiones. El lecho y la ventana en el mismo sitio, la puerta en el lugar de mi cómoda y, en el rincón donde esta mi tocador, nuestro pupitre, sobre el que te escribo, con el Combate espiritual a mi lado. Está sobre la tablilla y todos los días leo algo. Tu corazoncito no me abandona, está unido al rosario que llevo en la cintura. Ya ves, tus recuerdos no me abandonan; pero es sobre todo en el fondo del alma, cerca de Dios, donde te encuentro y te coloco. Mis jornadas no son todas iguales, porque se me cuida como a un bebé y me levanto y me acuesto más o menos pronto. Si supieras lo rápido que pasa el tiempo en el Carmelo, y además me parece que he vivido siempre en esta querida casa. No seas celosa, tú sabes bien que tendrás siempre tu lugar en mi corazón, porque yo seré siempre tu madrecita. Sólo, ¿sabes?, ¡quiero una Francisca muy buena! Adiós, os reúno a todas, incluso con la señora Anthes, si lo permite, para enviaros mi mejor afecto. M. Isabel de la Trinidad He visto a mamá esta mañana. Suiza no le ha sentado bien. Pobre madre querida, ruegue por ella. Encomiendo mi pequeña Guita a María Luisa, dándole gracias una vez más por todo lo que ha hecho. Adiós, mi corazón os es muy fiel; amemos al buen Dios, seamos santas. Adelante, hacia el Cielo.

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89 A su hermana – 30 de agosto de 1901

Carmelo de Dijon, viernes

Mi buena Guitita:

Puedes imaginarte mi disgusto al saber vuestras peripecias. Pobre mamá querida, cuídala bien… No me dices lo que había dicho el médico antes de vuestra partida. Santa Magdalena va a curarla. Todos tus detalles me han interesado mucho. Gracias por las estampas. Ellas han gustado. He colocado la mía en nuestro Manual, del que me sirvo todos los días. ¡Me gusta tanto mirar a esta querida Santa a los pies del Maestro! Es el modelo de la carmelita. ¡Oh, qué bueno es estar allí en silencio, como un niñito en los brazos de su madre, y no ver ni oír nada más que a El! Es allí, ya lo sabes, donde encontrarás siempre a tu Isabel. Entonces no hay separación; el «trío» está reunido en su Corazón.

Como sé que os gusta que os cuente muchas cosas, aquí tienes algo interesante: hemos tenido la colada. Para el caso me puse mi gorro de noche, mi vestido oscuro, todo arremangado, un delantal grande encima y, para remate, unos zuecos. Bajé así al lavadero, donde se frotaba a más no poder, y procuré hacer como las demás. Chapoteaba y me mojaba bastante, pero no importaba, estaba entusiasmada. ¡Oh, ya ves, todo es delicioso en el Carmelo! Se encuentra al buen Dios lo mismo en la colada que en la oración.

Sólo está El en todas partes. Se le vive, se le respira. Si supieses lo dichosa que soy; mi horizonte se agranda cada día.

Hace hoy cuatro semanas que os dejé, mis queridas, nunca os he amado tanto. Una vez más, gracias a mi querida mamá por haberme dado al buen Dios.

Gracias a mi pequeña, a su generosidad. No olvido lo que ella ha hecho, pero sobre todo lo sabe El.

¡Oh, que El os dé todo lo que me da a mí; que El os tome y haga suyas! Mi salud es siempre excelente. Creo que ahora vosotras no me podríais saciar, tanto como. Duermo desde que la cabeza cae en la almohada. Estos días es hacia las diez, pues nuestra Reverenda Madre me permite ir a maitines. Solamente el día de la colada mi Angel me hizo ir a dormir antes.

Entonces me he echado en nuestro lecho sin miedo a deshacerle ¡una ventaja del jergón¡ y he dormido media hora antes de bajar al coro para los maitines. Oh, ya lo ves, a esa hora que el Señor está tan solo, está bien unirse al cielo para cantar sus alabanzas. Parece entonces que el cielo y la tierra no son más que una cosa y canta el mismo cántico.

Nuestra querida Madre viene todos los días al noviciado de dos y media a tres. Si supieses lo bueno que es esto… Me gustaría que mi pequeña Guita estuviese en un pequeño rincón para alimentarse conmigo…

Estos días voy también a la oración. Me levanto a las cinco menos cuarto. Me doy prisa a arreglarme, y llego casi siempre la primera al coro.

Ya puedes imaginarte lo contenta que estoy… ¡Oh, es muy bueno tener al buen Dios tan cerca, bajo el mismo techo!…

Adiós, Guita querida, cuida bien a nuestra querida mamá, y dame noticias de ella. Dile con un buen beso que rezo mucho por ella, que la amo con todo mi corazón. Pienso que no la apenará que te escriba, ella lo ha permitido.

¡Seguid recibiendo frecuentemente a Jesús! Isabel de la Trinidad He recibido una larga carta de la señora de Montléau, de Ana María y de la señora de Vathaire, que está siempre con dolores. Ella me envía el libro que me había prometido.

Si el señor Cura ha guardado la Navidad que le había compuesto, tráemela.

Nuestra Madre te quiere mucho; hablamos de ti. Mi buen Ángel te da gracias por la estampa y la Madre Supriora ha agradecido mucho el que mamá escribiese unas palabras en su estampa, que tiene en su breviario.

¿Piensas en la celdilla?. Te doy cita todos los días a las ocho.

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90 A sus tías Rolland – 30 de agosto de 1901

Carmelo de Dijon, viernes

Mis queridas tías:

No quiero que llegue este correo sin llevaros un recuerdo de vuestra Isabelita, que os recuerda mucho. Si pudieseis leer en mi alma y ver toda la felicidad que Jesús ha colocado en ella, seríais dichosas también vosotras, que tanto me queréis. Mi corazón es siempre el mismo, no ha cambiado nada, soy siempre vuestra. Ya veis, en el Carmelo el corazón se dilata y sabe amar aún mejor. Mi buena tía tal vez no comprenda esto. Decidle que rezo mucho por ella. Os encomiendo a mi querida madre y a Guita; gracias por vuestras bondades, por vuestro cariño; ya sabéis cómo os amo. Decid al señor Cura que él tiene un recuerdo especial en mis oraciones y que le pido ruegue mucho por mí para que sea una carmelita de verdad, es decir, santa, pues todo es uno. Os escribo durante el gran silencio de la noche, no sé lo que garabateo, pues casi no veo con nuestra pequeña lamparilla. Si supieseis lo bien que se está en esta pequeña celda… Ah, ya veis, el Carmelo no es todavía el cielo, pero tampoco es la tierra. ¡Cuán bueno es Dios por haberme traído aquí! No estéis celosas, mi corazón es muy amplio y tendréis siempre vuestro lugar. Os sigo con el pensamiento, mi corazón está cerca de vosotras. ¿No me sentís entre vosotras en ese querido Carlipa con su bella Serre?. Pues los horizontes del Carmelo son todavía más bellos, es el Infinito. Adiós, os abrazo con todo mi corazón. Os dejo para ir a maitines y os llevo en mi alma cerca del Señor.

Vuestra Isabelita de la Trinidad En el Carmelo tenemos también mucha devoción a San Roque. El día de su fiesta hemos tenido procesión por todo el monasterio. ¡Si pudieseis asistir a nuestros oficios en un rinconcito! ¡Es tan bello! Los días de fiesta hacen pensar en el cielo.

Un saludo a la buena Ana.

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91 Al canónigo Angles – 11 de septiembre de 1901

Amo Christum. Carmelo de Dijon, 11 de septiembre

Querido monseñor:

Nuestra Reverenda Madre me permite escribirle y con todo el corazón vengo a darle las gracias por sus bondades para con mi querida madre. No me ha extrañado nada lo que ella me ha dicho. Sabe usted bien cuán reconocida le estoy. No pasa día sin que rece por usted. Oh, ya ve, siento que todos los tesoros encerrados en el alma de Cristo son míos. Por eso me siento rica y con qué gozo vengo a sacar de esta fuente para cuantos amo y que me han hecho bien.

¡Oh, qué bueno es Dios! No encuentro palabras para decir mi felicidad; cada día la aprecio más. Aquí no hay nada más que El, El lo es todo, El basta y es de El solo de quien se vive. Se le encuentra en todas partes, en la colada como en la oración. Me agradan sobre todo las horas del silencio riguroso, y durante una de ellas le escribo. Imagínese a su Isabel en su pequeña celdilla que tanto quiere: es nuestro santuario, nada mas que para El y para mí y podrá adivinar las horas que paso con mi Amado.

Todos los domingos tenemos expuesto el Santísimo Sacramento en el oratorio. Cuando abro la puerta y contemplo al divino Prisionero, que me ha hecho prisionera en este querido Carmelo, ¡me parece que es la puerta del cielo la que se abre un poco! Entonces pongo delante de mi Jesús a todos los que están en mi corazón, y allí, cerca de El, los encuentro de nuevo. Ya ve que pienso en usted con frecuencia, pero sé que no me olvida, que todas las mañanas al ofrecer el Santo Sacrificio tiene un recuerdo particular para su pequeña carmelita que os confió su secreto hace ya mucho tiempo. No me pesan los años de espera; mi felicidad es tan grande, que había que comprarla cara. ¡Ah, qué bueno es Dios! Nosotras no nos marchamos. ¡Ah!, ¡cuánto me agrada vivir en estos tiempos de persecución! ¡Oh!, qué santos deberíamos ser! Pida para mí esta santidad que deseo. Sí, yo quisiera amar como los santos, como los mártires.

Me alegro al pensar que mi querida mamá os volverá a ver. ¡Qué alma! ¿No es verdad? Dígale que nunca la he amado tanto, nunca, y que la doy todavía gracias por haberme dado al Señor. Y mi querida Guita ¡qué generosidad! Ella no se abre fácilmente, pero si pudiese ver hasta el fondo, como se lo dejaba hacer a su hermana mayor… Algunas veces me pregunto si el buen Dios no la tomará también.

Adiós, querido monseñor. Unión siempre, para no vivir más que de El. Ah, dejemos la tierra, es bueno vivir en las alturas. Os pido me bendigáis con lo mejor de vuestra alma. María Isabel de la Trinidad

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92 A su madre – 12 de septiembre de 1901

Carmelo de Dijon, 12 de septiembre

Mi querida mamita:

¡Oh, cuánto pienso en ti! ¡Cómo ruego por ti! ¿Cómo va tu querida salud? Las últimas noticias me han entristecido. ¡Quisiera tanto que mejorases! Te aseguro que tu Isabelita pide por ti al buen Dios. ¿Te acuerdas que antes, cuando tú estabas enferma por la noche, era siempre a mí a quien despertabas y yo iba inmediatamente junto a ti? Pues bien, llámame todavía. Yo lo oiré bien, pues mi alma está muy cerca de la tuya. ¡Me gusta tanto hablar al Señor de esta madrecita a quien amo tanto y a quien he abandonado por El!…

Vi al Padre Vallée la semana pasada. Estuvo muy amable. Hemos hablado de ti, y me ha dicho que a tu vuelta le vayas a ver. Te hará bien, querida mamá.

Oh, ya ves, si pudiera darte un poco de mi apetito. Devoro, y también parece que tengo muy buen aspecto. La señora de Avout, que vino a verme el otro día, dijo al verme que iba a pedir que se admita en el convento a Ana María para que se reponga, pues tiene muy mala cara. Como de todo, y las cosas que en otro tiempo no podía comer me parecen deliciosas. Todo este tiempo voy a maitines, e incluso me quedo alguna vez a laudes. Soy también de las del primer turno, pero te aseguro que no pierdo el tiempo en la cama.

Basta con poner la cabeza sobre la almohada para dormirme. A partir del sábado nos levantaremos una hora más tarde, pues es el horario de invierno.

Ahora recuerdo que hago también labores: la blusa que me hice para entrar estaba en tal estado que la Madre Priora me ha dicho que lo repase. Por suerte tenía tela, y he puesto unos remiendos lo mejor que he podido. A tu vuelta te pediré paño negro para forrar mis libros, pues sin esto se estropean. Pero me ha dicho nuestra Madre que puedo esperar. ¡Oh! ¡Si supieras lo buena, lo maternal que es!… Además, conoce el corazón de su Isabel. La otra noche tuve un miedo horrible, y creo que si mi madrecita hubiera estado en mi lugar no hubiera sido más valiente. Había subido a las ocho a nuestra celda con la lámpara. Ordinariamente cierro la ventana cuando tengo luz, pero como sólo iba a ser por un momento la dejé abierta. De repente, noto algo por encima de mi cabeza. ¿Qué veo? ¡Un murciélago que se divertía en la celda! El Señor me dio fuerza para no gritar. Salí al claustro y tuve muchas ganas de llamar a la celda de la Madre Supriora, que es mi vecina. Pero, armándome de valor, volví a entrar, y quitando la luz, todo acabó. Abraza a mi querida tía Sabina y a mi buen tío Julio. Diles que cada día ruego por ellos y no olvido todas sus atenciones, todos sus regalos y que les reservo un muy buen puesto en mi corazón. ¡Los quiero mucho. Son tan buenos!… Adiós, mi mamá querida. Pienso que esta carta tan larga te gustará. ¡Nuestra Reverenda Madre te mima! Te envío todo mi cariño. Me parece que tu hija mayor se apoya en tu hombro y se deja acariciar como antes. ¡Animo! Soy tan feliz… ¿No tendrás envidia, verdad? Mira. ¡Si supieses cómo te ama el Señor!… Es allí, junto a El, donde Sabel y su madrecita se encuentran y no son más que una… Me han escrito la señora de Rostang e Ivonne y también Francisca.

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93 A su hermana – 12 de septiembre de 1901

Amo Christum

Mi buena Guitita:

Eres una hermanita muy buena y sé que mis cartitas te hacen muy feliz, por eso meto una en la carta de mamá, pensando darte gusto. No puedo decirte cuánto pido por mi pequeñita, pues pienso que hay momentos muy tristes viendo a nuestra mamá tan fatigada y sin tener a Sabel para desahogar el pobre corazoncito. Oh, mi querida, cuando tú estés triste, díselo a El, que lo sabe todo, lo comprende todo y que es el Huésped de tu alma. Piensa que El está dentro de ti como en una pequeña hostia. Ama mucho a su Guitita, te lo digo de su parte… Durante el día piensa algunas veces en Aquel que vive en ti y que tiene sed de ser amado. ¡Junto a El me encontrarás siempre! Mi Angel está de Ejercicios. No la hablo y ni aun la veo, porque anda con el velo bajado. ¡Cuánto la envidio! Pero me ha prometido llevarme con ella y lo siento en efecto. Ya ves lo buena que es la unión de las almas.

Hay que amarse por encima de todo lo pasajero; entonces nada puede separar.

Amémonos así, mi Guita, amémosle sobre todo a El. ¿Y la meditación? Te aconsejo simplificar tus libros, llenarte un poco menos; verás como es mejor. Toma tu Crucifijo, mira, escucha. Ya sabes que es ahí nuestro encuentro. No te turbes cuando tienes mucho que hacer, como ahora, y no puedes cumplir con todos tus ejercicios. Se puede orar a Dios trabajando.

Basta pensar en El. Entonces todo se hace dulce y fácil, porque no se está solo trabajando, está también Jesús. Tranquiliza bien a mamá. Ciertamente varios Carmelos van al extranjero; nosotros nos quedamos. Nuestra Reverenda Madre ha pedido autorización, así que estad muy tranquilas. Adiós mi queridita. Voy a bajar a maitines y te llevo en mi alma cerca de Dios ¡Oh!, ¡qué bueno es amarle! Es nuestro oficio en el Carmelo, ya ves que es bien dulce. Dale todos los días las gracias por tu hermana mayor. Isabel de la Trinidad Saludos a Gabriela. ¡Si ella supiese hasta qué punto tengo yo la mejor parte!…

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94 A su madre – 17 de septiembre de 1901

Carmelo de Dijon, martes por la tarde

Mi querida madrecita:

Como mis cartas te alegran tanto, nuestra buena Madre, que comprende bien el corazón de las madres, me permite escribirte. Así preparo todo un correo para Labastide. Pero como no tengo mucho tiempo, lo comienzo con antelación y todos los días os escribiré unos instantes. Por lo mismo no te extrañes al ver la fecha de mi carta.

El domingo, fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, pensé que era un poco tu fiesta, querida madrecita. Por eso ¡con qué fervor he rogado por ti! Lo has notado, ¿no es verdad? He puesto tu alma en la de la Madre de los dolores y la he pedido que te consuele. Tenemos aquí, en el fondo del claustro, una estatua de la Madre Dolorosa, a la que tengo mucha devoción.

Todas las noches voy a hablarla de ti. Esta noche la he dicho mi palabrita antes de subir a escribirte. Amo mucho esas lágrimas de la Virgen, las uno a las de mi pobre madre al pensar en su Isabel. ¡Oh, ya ves, si pudieses leer en mi alma, si vieses la felicidad de que gozo en el Carmelo, felicidad tan profunda que comprendo mejor cada día, felicidad que sólo Dios conoce! ¡Ah, qué porción tan hermosa ha dado a su pequeñita! Si pudieras ver todo esto un instante, madrecita, te verías obligada a alegrarte. Y ya que era necesario tu «flat» para entrar en este rincón del cielo, gracias una vez más por haberlo pronunciado tan valientemente. ¡Si supieses cuánto te ama el Señor! ¡Y cómo tu hija te quiere más que nunca! La semana pasada me vinieron a ver las señoras de Recoing y de Marcela.

Me extrañó no ver a Luisa, que se había quedado en la Cloche con su abuela.

Clara de Chatellenot, que pasaba algunos días en Dijon, vino también; no salían de su asombro al ver mis hermosas mejillas. La Madre Supriora dice que son elásticas, ya que ellas se inflan cada día. ¡Ah! Si pudieras hacer como yo, madrecita querida. Comer bien y dormir bien son, al parecer, condiciones para ser una buena carmelita. En esto no dejo nada que desear.

Pido incluso al Señor que me dé un poco menos de sueño. Tuve en maitines una famosa humillación. Parecía que me había medio dormido. La Madre Supriora, que me observaba, veía mi cabeza irse hacia un lado y el breviario por el otro. Así que vino a hacerme señas de irme a la cama, lo que me despertó del todo. Muy edificante, ¿verdad? Me alegro de vuestra estancia en Labastide.

Di a monseñor Angles que cada día hablo de él al Señor y me uno a El en la recitación del breviario, y que le pido rezarle en unión con su carmelita, tan reconocida a todo lo que hace por su querida mamá. La campana va a llamarme a maitines. Te dejo sin dejarte, pues te llevo en mi alma, cerca de Aquel que es todo Amor. ¡Qué dulce es ser suya! Si supiese toda mi felicidad…

Adiós, madrecita querida, me pongo en tus brazos para dejarme acariciar.

Tu Isabelita, que te ama más que nunca.

La tía Francisca me ha escrito y me da nuevas mucho mejores de tu salud, lo que me ha alegrado mucho. Déjate hacer por nuestra buena Guitita.

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95 A su hermana – hacia el 20 de septiembre de 1901

Amo Christum

¡Qué contenta estoy, mi querida pequeña, pensando que vas a recibir esta carta en Labastide, donde vas a tener una hermana mayor para sustituir a tu Sabel! Pero sabes bien que ella está junto a ti, nuestras almas están unidas en Aquel que es todo Amor. ¡Oh, qué bueno es ser suya! El 2 de octubre estaremos particularmente unidas para rezar por nuestro querido papá. Ya ves, me parece que en el cielo es muy feliz viendo a su pequeña en el Carmelo. Desde que estoy aquí me siento muy cercana a él. ¡Oh. qué bien se está en el Carmelo! No temas que pase mi felicidad, porque el Señor, que es su único objeto, «no se muda».

La Madre Supriora está de Ejercicios con su velo echado y no le digo una palabra, pero me alegro tanto de verla toda perdida en el Señor que no lo lamento. Es así como hay que amar. Mis dos vecinas de celda están de Ejercicios, ¡si supieses cómo las envidio!…

La señora Massiet me ha escrito unas líneas pidiéndome oraciones por su hermano, que está en Carcasona; acaba de sufrir una grave operación en la garganta y los médicos temen no poder salvarlo. Nuestra Madre me ha permitido escribirle unas líneas. ¡Oh, mi Guita, qué bien se está en nuestra querida celda! Cuando entro en ella y me siento sola con mi Esposo, en quien tengo todo, es decir, a mi pequeña, no puedo decir lo feliz que soy. Allí paso muchas horas. Me instalo con mi crucifijo delante de nuestra pequeña ventana, después coso aprisa, mientras que mi alma queda con El. Adiós, bajo al coro para rezar maitines y laudes. según creo. Te mando todo mi cariño, diciéndote una vez más gracias por todo lo que has hecho por tu hermana mayor. M. I. de la Trinidad No tengo más sellos, ¿cuándo volveréis? ¿No os causo pena diciéndoos mi felicidad? No seáis celosas, pienso mucho en vosotras, mis queridas, a quienes amo tanto…

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96 A Alicia Chervau – 29 de septiembre de 1901

Carmelo de Dijon, domingo

Querida Alicia:

No acabo de creer lo que acaban de decirme y mi corazón no te abandona.

He pasado por esas angustias y comprendo tu tristeza; yo, que tan bien conozco el corazón tan tierno, tan sensible, de mi pobre Alicia, a quien tanto quiero.

Fui a hacer una visita al Santísimo Sacramento que tenemos en el oratorio. He colocado a tu querido enfermo cerca del buen Maestro y le he dicho: «Señor, el que amas está enfermo» (Jn 11, 3). Confianza, mi querida Alicia. El es omnipotente y nosotras rogamos con todo el corazón. No olvido todas las atenciones y delicadezas que habéis tenido con mi querida mamá cuando estuvo tan mala, y pido a mi Esposo que os pague todo esto. Animo, tu pobre madre te debe necesitar mucho para superarlo. Le dirás, ¿verdad?, cuánto me uno a vosotras y que mi corazón no os abandona. Te abrazo muy afectuosamente, mi querida Alicia. Piensa que no estás sola, que el Señor está contigo para confortarte. Abandónate en sus brazos. El es todo Amor. M.

Isabel de la Trinidad En el Carmelo se ruega mucho por tu querido enfermo.

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97 A su hermana – 10 de octubre de 1901

Carmelo de Dijon, jueves

Mi querida Guitita:

Estamos de fiesta en el Carmelo, pues ayer tuvieron lugar las elecciones. ¡Oh! ¡Si supieras cómo al llevarse a nuestra buena Madre, a quien tanto amaba, el Señor me ha dado otras dos muy buenas, muy buenas! Ya ves, esto es maravilloso, y me hace amar más a este buen Maestro, que tanto mima a su pequeña. Nuestra querida Madre Supriora ha sido elegía Priora.

Esta buena noticia alegrará a mi querida mamá, y por eso quería comunicárosla cuanto antes. Con ocasión de las elecciones hemos tenido licencias, es decir, podemos durante el día hacernos pequeñas visitas las unas a las otras. Pero, ya ves, la vida de una carmelita es el silencio; por eso ella le ama por encima de todo. ¡Oh!, ¡qué bueno es el Carmelo! No encuentro expresiones para decirlo. El martes tendremos la fiesta de Santa Teresa y ya me estoy alegrando. Tendremos el Santísimo Sacramento en el coro. Y ese día pienso estar allí lo que quiera. ¡Vaya si me voy a aprovechar! Vosotras estaréis conmigo, mis queridas. Me gusta hablarle de vosotras al Señor. Allí, junto a El, os vuelvo a encontrar de nuevo, porque para las almas no hay separación. ¡Ah, cuánto os amo! Nunca como ahora lo he notado…

En cuanto a cosas importantes, está la colada. Puse tanto entusiasmo que por la noche tenía ampollas; pero en el Carmelo todo es delicioso, porque se encuentra en todas partes al Señor… Cada vez me parece más que es un rincón del cielo. ¡Ah, cuántas gracias doy a mamá por haber dicho su «fiat», que me ha abierto mi prisión de amor. Gracias también a mi pequeña, que tanto ha hecho por su hermana mayor. El Señor sabe todo esto. ¡Ah, cuánto os ama! Ya ves, me hace bien ver todo este amor que envuelve a mis seres queridos, a quienes amo tanto! Me alegro de que nuestra madrecita vaya mejor. Estoy muy contenta de que estéis en casa de la señora de Guardia. Creo no olvide a esta Isabelita que le guarda un lugar muy bueno en su corazón. Da las gracias a Margarita y a Juana por todas sus atenciones contigo. Yo les estoy muy reconocida por el afecto de que rodean a mi pequeña… Me parece que habláis de mí, pero si supieseis cómo yo, detrás de las rejas, hablo de vosotras con mi Esposo, con Aquel que es Amor…

Adiós, mi pequeña, te dejo para ir a maitines y te llevo en mi alma.

Abraza a mi querida madrecita, dile que yo la amo mucho, mucho. Recuerdos afectuosos a Margarita y Juana, un recuerdo particular a la señora de Guardia y a mi querida señora Berta, a quien tanto quiero. Gracias por todas sus atenciones con mamá. Guarda para ti lo mejor de mi corazón. I. de la Trinidad Martes, una unión todavía mayor.

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98 A Francisca de Sourdon – Octubre noviembre de 1901

Carmelo de Dijon, domingo

Mi querida Francisquita:

Habiéndome permitido escribirte nuestra Madre, aprovecho el domingo para hacerlo. Me parece que se te mima, querida mía, pero ya sabes la condición.

Veo que mi Francisca casi no se enmienda. Eso me causa pena. Antes te aguantaba tus enfados, pero ahora no eres ya una niña y esas escenas son ridículas. Sé que permites todo a tu Sabel, por eso te digo lo que pienso.

¡Es preciso que trabajes en serio! Ya ves, querida mía, tú tienes mi natural, y sé lo que puedes hacer. ¡Ah, si supieses lo bueno que es amar al buen Dios y darle lo que El te pide, sobre todo cuando cuesta, no dudarías en escucharme después de tanto tiempo! Ciertamente que al principio tú no sientes más que el sacrificio, pero verás, mi Francisca, que después se goza de una paz deliciosa. ¡Si supieras cómo pienso en ti!… Ya ves que nada ha cambiado, que soy tu madrecita. Ah, te querría tan buena… Voy a decirte una cosa: ya que no estoy a tu lado para recibir a cada momento lo que rebosa tu corazoncito, cada vez que sientas necesidad de contarme algo, te encerrarás en tu cuarto y allí, entre el crucifijo y mi retrato, que tanto te gusta, te recogerás un momento y pensarás que estoy allí con el buen Jesús y mi Francisca. Cada vez que hayas evitado una riña o una disputa con María Luisa o cuando te sientas demasiado enfadada irás allá.

¿Entendido? Hice tu encargo la misma noche. Me parece que soy gentil. También tú puedes darme gusto. Te quiero mucho, mi querida. Sabes que eres mi pequeña hijita y que no quiero a nadie más que a ti. ¿Quieres continuar nuestras citas de las ocho de la tarde como en Mont Dore?.

Adiós, querida. Te dejo sin dejarte, pues te guardo en mi alma. Da gracias a Jesús por mí. Soy demasiado feliz. Tú no comprendes esto, pero si supieses lo bueno que es no vivir más que de El… Que El te lo enseñe, se lo pido con toda mi alma. Tu Sabel Di a tu buena madre que ruego todos los días por sus intenciones.

Saludos a María Luisa. Besos a mi Guita.

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99 Al canónigo Angles – 1 de diciembre de 1901

Carmelo de Dijon, 1 de diciembre

Muy querido señor:

Tengo la satisfacción de comunicarle mi inmensa felicidad, a la que, lo sé, usted ha contribuido en una gran parte. ¿Tengo necesidad de manifestarle mi profunda gratitud? Usted conoce el corazón de su Isabelita y sabe cómo paga ella las deudas a aquellos que ama.

María me va a revestir de mi querida librea del Carmelo el día 8, fiesta de su Inmaculada Concepción. Voy a prepararme al hermoso día de mis desposorios con un retiro de tres días. Ya ve. Cuando pienso en ello me parece no estar ya en la tierra. Ruegue mucho por su pequeña carmelita, para que ella se entregue del todo, se dé enteramente y alegre el Corazón de su Señor. Quisiera darle el domingo algo muy bueno, pues amo tanto a mi Cristo… Oh, hubiera sido muy feliz de tenerle junto a mí. Sé que si puede hacerlo no me rehusará esta gran alegría. Su alma, ¿no es verdad?, estará siempre en comunión con la de la dichosa prometida que, al fin, va a darse a Aquel que desde hace mucho tiempo la llama y quiere sea toda suya. Pídale que yo no viva más, sino que sea El quien viva en mí (Gal 2, 20), y después, desde lo mejor de su alma, bendiga a su hijita feliz y agradecida.

Isabel de la Trinidad Gracias por sus felicitaciones por mi fiesta. No puedo escribir a mi querida María Luisa. Le ruego le comunique mi felicidad.

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100 A la hermana María Javiera de Jesús – 3 de diciembre de 1901 (?)

Toda el alma de vuestra hermanita festeja la vuestra. Escuchad lo que para vos sube de su corazón al de Cristo… Después perdámonos en El…

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101 A la Madre Germana – 25 de diciembre de 1901

¡Oh, mi Verbo adorado, en el silencio di bajito a nuestra Madre lo que el corazón lleno de gratitud de su novicia no puede expresar. Después llévanos a esas regiones de paz, de luz y de amor donde se consuma el «Uno» en los Tres! Navidad de 1901

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102 A la hermana María de la Trinidad – 25 de diciembre de 1901

En este Pequeñito está toda el alma de Cristo. Es en él donde vuestro Tobías os da la cita. Dejémonos tomar, llevar a sus claridades. El viene a decirlo todo, a enseñarlo todo. Navidad de 1901

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103 A su madre – 25 de diciembre de 1901

Diciembre

Mi querida mamita:

El Señor no nos ha separado. Nada ha cambiado y tu Isabelita viene como en otro tiempo a dejarse acariciar y decirte con un buen beso que ella te quiere mucho, mucho. Por lo tanto, nada de tristeza este día. ¡Si supieras lo cerca que estoy de ti! Hace tanto bien encontrarse en Dios. Me parece que no hay separación, ni distancia. «En El lo tenemos todo». Oh, madre querida, si supieses cómo te ama el Maestro, cómo bendice tu sacrificio… «El que hace la voluntad de mi Padre, ha dicho El, ése es mi padre, mi madre y mi hermana». Me parece que es a ti a quien dirige esas palabras. El pequeño Jesús de la cuna te extiende los brazos con amor y te llama su «madre». Tú le has dado tu hija para ser su pequeña esposa, y he aquí que El se hace tu hijo muy querido. Ya lo ves. El me ha tomado para darse más a ti. Escúchale, haz silencio, El te llevará todos mis encargos. Es a Cristo, mi Prometido, a quien entrego mis cariños, mis gracias para mi querida mamá y mi Guita, a quien amo con todo mi corazón.

Isabel de la Trinidad, muy feliz en su Carmelo

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104 A su hermana -17 (?) de enero de 1902

Que el buen Dios enseñe a mi pequeña Guita el secreto de la felicidad: consiste en la unión, en el amor… No ser más que «una cosa» con El, es tener su cielo en la fe, en espera de la visión cara a cara…

Enero de 1902. Isabel de la Trinidad

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105 A Francisca de Sourdon – 28 de enero de 1902

Mi querida Francisca:

Te envío todo mi corazón como un ramillete de fiesta. Tú sientes bien, ¿no es verdad?, que está cerca del tuyo y que nada ha cambiado entre nosotras. Me parece que las rejas no pueden ser una separación entre dos almas tan unidas como las de Francisquita y la de Sabel. Y si no sabes encontrarme, la falta es tuya, porque yo te indiqué el lugar de nuestro “encuentro”, y te aseguro que yo no me privo de ir allí para encontrarte…

Nuestra buena Madre, a quien hablo frecuentemente de mi Francisquita, va a sacar fuera de clausura a una hermosa pequeña carmelita que te llevará todas mis felicitaciones. No hagas demasiado ruido junto a ella, piensa que viene de la soledad del Carmelo y no la espantes.

¡Oh, mi Francisquita, que ella te lleve un poco de la dulzura de tu santo Patrón, que te enseñe el secreto de la verdadera felicidad! Ya ves, te quiero tanto, te querría tan buena… ¡Cuántas palabritas digo al Señor para ti! Adiós, Francisquita querida, no olvides lo que me has prometido. Te quiero mucho, y te envío lo que tengo de mejor en mi corazón. Hna. Isabel de la Trinidad Envío toda mi gratitud a tu querida mamá, no sé cómo agradecerla sus atenciones para con mi querida madre. Recuerdos respetuosos a la señora de Anthes. Dile que rezo con toda mi alma y que estoy llena de confianza. Me parece que mi oración es omnipotente, porque no soy yo quien ruega, es mi Cristo que está en mí.

Abrazos y gracias a María Luisa.

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106 A la señora de Bobet – 10 de febrero de 1902

Carmelo de Dijon, 10 de febrero

Muy querida señora:

No sé cómo darle las gracias. Realmente me ha mimado. ¡Si supiese qué alegría me ha dado! Tenía muchas ganas de este bello Cántico de San Juan de la Cruz, y dado por usted, con su hermosa sentencia de la primera página, me lo hace doblemente precioso. El está muy cerca de mí, en la tablilla de mi querida celda. ¿Tendré necesidad de mirarle para pensar en usted, querida señora? Oh, no, ciertamente no, ya que mi pensamiento y mi corazón, o mejor, mi alma, la encuentran en Aquel ante quien no hay separación ni distancia y en el que es bueno encontrarse. Que El sea nuestro “Encuentro”. ¿Le parece, querida señora? Positivamente ha habido un encuentro entre nuestras almas.

Nos conocíamos muy poco y nos amamos mucho. ¡Oh, es Jesús quien ha hecho esto! Que El cimente nuestra unión y nos consuma en las llamas de su amor.

Adiós, querida señora. Crea que detrás de las rejas del Carmelo tiene un pequeño corazón que le guarda un muy fiel recuerdo. un alma toda unida a la suya y que la ama mucho. Una vez más gracias. No sé decírselo. El se lo dirá de parte de su pequeña prometida. Isabel de la Trinidad Un beso a la querida Simonita.

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107 A la Madre María de Jesús – 11 de febrero (o poco antes) de 1902

Amo Christum

Mi buena Madre:

Debe encontrar a su Isabelita muy silenciosa. Pero si su pluma se calla, su alma y su corazón al menos no se privan de ir a encontrarla en Aquel en quien siempre permanece, mientras todo pasa y cambia a nuestro alrededor.

¡Oh, mi buena Madre! Ruegue un poco para que la pequeña “casa de Dios” esté siempre llena, habitada por los Tres. He marchado al alma de Cristo, y es ahí donde voy a pasar mi Cuaresma. Pídale que no viva yo, sino que El viva en mí (Gal 2, 20), que “la Unidad” se consume cada día más, que quede yo siempre bajo la gran visión. Me parece que está en ello el secreto de la santidad, y ¡es tan sencillo! Oh, mi buena Madre, pensar que tenemos nuestro cielo en nosotros, ese cielo del que siento a veces la nostalgia… ¡Qué hermoso será cuando el velo se descorra al fin, y gocemos cara a cara de Aquel a quien amamos sobre todo! En la espera, vivo en el amor, allí me sumerjo, me pierdo; es el infinito, ese infinito del que tiene hambre mi alma… Pero usted conoce el alma de su Isabel, por la que tanto ha hecho.

Ella no olvida todo esto. Sabe que el Señor le ha dado un corazón agradecido, amoroso y lleno de ternura para con la buena Madre que le ha enseñado a amar al Maestro, por el que quisiera morir de amor. Permitid a vuestra pequeñita abrazaros, y bendecidla con lo mejor de vuestra alma, ¡guardadla en ella muy cerca de El!… Isabel de la Trinidad

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108 A sus tías Rolland – 11 de febrero de 1902

Mis buenas tiítas:

Estamos otra vez en Cuaresma. No lo puedo creer. El tiempo pasa muy rápido en el Carmelo, donde, desde hace seis meses, tengo la felicidad de ser la prisionera de Aquel que se hizo prisionero por nosotros. No las olvido, y todos los días ruego por ustedes. Lo sienten, ¿no es verdad? Hemos tenido expuesto el Santísimo durante las Cuarenta Horas y era hermoso ir a consolarlo. Tan hermoso que se quisiera permanecer allí siempre, ¿no es así, tía Francisca? ¿Te acuerdas cuando tía Matilde reprendía a las dos Magdalenas, que se ponían a rezar en vez de adornar la capilla?. Menos mal que, aun siendo Marta, se puede permanecer como Magdalena siempre cerca del Maestro, contemplándolo con una mirada amorosa. Y esto es nuestra vida en el Carmelo. Pues aunque la oración sea nuestra principal y aun única ocupación, porque la oración de una carmelita no cesa nunca, nosotras tenemos también trabajos, obras exteriores. Quisiera que me vieseis en la colada, toda arremangada y chapoteando en el agua. Dudáis de mis capacidades en esta materia y tenéis razón. Pero con Jesús una se pone a todo, se encuentra todo delicioso y nada es difícil y penoso. ¡Oh, qué bien se está en el Carmelo! Es el mejor país del mundo y puedo decir que soy tan feliz como el pez en el agua. Mi tía me cree con dificultad. Dadla un abrazo de mi parte y guardad para vosotras lo que hay de mejor en el corazón de vuestra pequeña, que os quiere tanto y no os olvidará jamás.

Hna. Isabel de la Trinidad Recuerdos al señor Cura.

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109 A su hermana – 16 de febrero de 1902

Carmelo de Dijon, domingo

Mi querida Guita:

¡Qué agradable sorpresa! ¡Una carta de Sabel en Cuaresma! Ya ves, el Señor es muy bueno, y nuestra Madre también, ellos me mandan decir a mi pequeña que el jueves mi oración será muy intensa y que yo no seré más que “una cosa” contigo. Por lo demás, no es una cosa nueva, porque nosotras no nos separamos jamás. Sabes bien la oración que Cristo hacía a su Padre: “Quiero que sean uno, como tú y yo no somos más que uno”. Oh, cuando este “uno” está consumado entre las almas, me parece que no hay separación posible. Tú lo sientes así, ¿no es verdad? El sábado yo os seguía, mis queridas. Veía el tren que os llevaba, pero me parecía que no os alejábais, porque hay Uno que es el Inmutable, el que permanece siempre, en el que nos encontramos siempre…

Te envío mi carta a Lunéville. Pienso que estáis allí ahora. Te doy mil cariñosos recuerdos para la señorita Adelina. Tú le dirás que las rejas del convento que la habían helado y parecido tan sombrías me parecen de oro.

¡Ah! Si se pudiese levantar la cortina, ¡qué bello horizonte de la otra parte! Es el Infinito, y por eso se hace mayor cada día. Guita, querida, no llores a tu Isabel. Si supieses el hermoso nido que mi Amado me preparaba aquí. ¡Ah! Este Carmelo, este solo a solo con el que se ama, si supieses lo hermoso que es. Sí, es un cielo anticipado. No seáis envidiosas, mis queridas. El solo sabe el sacrificio que hice al dejaros, y si su amor no me hubiese fortalecido, si no me hubiera apretado muy fuerte en sus brazos, veo bien que no hubiera podido hacer este sacrificio. Os amo mucho, y me parece que este amor crece más cada día, porque El lo diviniza.

He pasado estos días de Carnaval deliciosos, divinos. El lunes y el martes tuvimos el Santísimo Sacramento en el oratorio y el domingo en el coro. He pasado casi todo el día junto a El, y mi Guita estaba allí conmigo, porque me parece que la guardo en mi alma. Era muy hermoso, te lo aseguro.

Estábamos en la oscuridad, porque la reja estaba abierta y toda la luz venía de El. Me gusta tanto ver esta gran reja entre nosotros… El está prisionero por mí, y yo estoy prisionera por El.

Ya que a mamá le interesan las noticias de mi salud, dile que voy bien, la Cuaresma no me fatiga, ni me doy cuenta de ella, y además tengo una Madrecita que vela sobre mí con un corazón todo maternal. Que mi querida mamá esté tranquila, su pequeña está bien cuidada, bien amada. En cuanto al frío, si no viese las lindas cortinas que el buen Dios pone en nuestra pequeña ventana, ni se me ocurriría pensar que estamos en invierno. ¡Si vieras lo bonito que está nuestro claustro con sus cristales helados! ¿Has sabido la muerte de la señorita Galmiche, aquella que estaba en las Damas de los Ejercicios?. Su amiga la señorita Rouget está muy mal. La señora Sagot me ha escrito para pedirme oraciones. Mamá querida, ¿no piensas que es mejor dar su hija a Dios y alegrarse de su felicidad que dejar que el Señor se la lleve? Adiós, Guita querida. Que Cristo te lleve mi cariño y todo lo que mi alma quisiera decirte. No le dejes, vive en su intimidad; es ahí donde no somos más que uno.

Mil besos, mamá querida, y gracias. ¡El Señor está muy contento! Si vieras con qué amor te mira…

Gracias a la señorita Adelina por el afecto que nos tiene, y también a la señora Cosson. Di a la señora Massiet que su pequeña carmelita le está muy unida.

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110 A su hermana – 16 de febrero (?) de 1902

Que Cristo cautive, encadene, llene a mi Guita querida. Que ella vaya a perderse en El como la gota de agua en el océano.

Permanezcamos en su amor (Jn 15, 9); es ahí donde El da la cita a las dos hermanitas para fundirlas en la unidad. Isabel de la Trinidad.

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111 Al canónigo Angles – 7 de abril de 1902

Carmelo de Dijon, 7 de abril

Querido señor canónigo:

Si usted supiese el bien que hace pasar una Cuaresma, una Semana Santa, un día de Pascua en el Carmelo. ¡Es algo único! Con qué alegría he cantado el Alleluia, envuelta en la capa blanca, vestida de esta querida librea que tanto he deseado. La jornada del Jueves Santo, pasada junto a El, fue muy buena. Yo habría pasado la noche también, pero el Maestro ha querido que me fuese a dormir. Esto no importa, ¿no es verdad? Se le encuentra en el sueño como en la oración, pues El está en todo, en todas las partes y siempre. A las dos bajé al coro. Usted adivine lo que me regalé, y también lo que he rogado por usted. Amo cada vez más las rejas que me hacen su prisionera de amor. Es tan hermoso pensar que somos prisioneros, encadenados el uno para el otro; más aún, que no somos más que una sola víctima, ofrecida al Padre por las almas, para que sean todas consumadas en la Unidad.

Cuando usted piense en su carmelita, dé gracias a Aquel que me ha reservado una porción tan hermosa. Algunas veces pienso que es un cielo anticipado. El horizonte es tan bello… Sí, es El. ¡Oh!, ¿qué será allá arriba, si ya aquí abajo hay uniones tan íntimas?… Usted conoce mi nostalgia del cielo. Ella no disminuye, pero yo vivo ese cielo, porque le llevo conmigo. En el Carmelo parece que se está muy cerca dé él. ¿No vendrá usted a verme un día y continuar a través de las rejas las conversaciones que tenía con su Isabelita? ¿Se acuerda usted de mi primera confidencia en el claustro de Saint Hilaire?. He pasado muy buenos ratos con usted y pido a Dios que le haga el bien que usted me ha hecho. Me acuerdo todavía de mi alegría cuando podía charlar un poco con usted y confiarle mi gran secreto.

No era más que una niña, y, sin embargo, usted no dudó de la llamada divina.

No he visto todavía a mi querida mamá, la espero para el primer día. Mi Guita vino la semana última. Hacía casi dos meses que no nos habíamos visto.

Ya puede figurarse lo que fue la visita. Estoy admirada viendo lo que el Señor hace en el alma de mis seres queridos. El me ha hecho suya para darse más, y veo que en mi querido Carmelo les hago más bien que cuando estaba con ellas. ¡Oh, qué bueno es Dios! Le dejo para ir a la oración donde tenemos expuesto el Santísimo Sacramento todos los domingos. No tengo tiempo sino para pedir su bendición. Sé que ella es toda paternal para con su pequeña carmelita. M. Isabel de la Trinidad Muchas gracias por su bonita estampa. Dé mis recuerdos a mi querida María Luisa. Dígale que no está olvidada.

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112 A Berta Guémard – 22 de abril de 1902

Carmelo de Dijon, martes

Mi querida Bertita:

Mi corazón se alegra y se une a la alegría del tuyo, y contigo cuento los días que te separan de la primera visita de tu amado Jesús. ¡Ah!, ¡cómo espera El también este dichoso día, en que, al fin, se dará a su Bertita y, como al Apóstol amado, la hará reposar sobre su corazón (Jn 13, 25). Cuando llegue el momento no te olvides de tu Ángel, que te quiere tanto. Detrás de sus amadas rejas te estará muy unido. Yo haré la Santa Comunión por ti y allí, junto al buen Dios, nos encontraremos, las dos con nuestro velo blanco, porque El me ha dado el de las prometidas, el de las vírgenes que siguen al Cordero a todas partes (Ap 14, 4). Tú vendrás a verme, y ese día podré abrir la cortina y leer en los ojos de mi pequeña Berta toda la alegría que la habrá dejado su Jesús. Más aún, veré a Jesús mismo en la querida Bertita, pues El no viene a ella solamente unos instantes, sino para estar siempre. Acuérdate bien de esto. Y cuando haya pasado el hermoso día, di que esto no se ha acabado, sino que entre Jesús y su pequeña Berta comienza una unión que debe ser un anticipo del cielo.

Di a tu querida mamá que estaré muy cerca de ella, participando de toda su emoción. Un recuerdo particular a la querida enferma, la pequeña víctima que el Señor se ha elegido, porque la ama con un amor particular. Y para ti y mi Magdalena lo que tengo de mejor en mi corazón.

Hna. Isabel de la Trinidad

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113 A su hermana – 25 de mayo de 1902

Mi Guitita:

¡Qué alegría me ha producido tu sorpresa! Tenía casi abierta la boca para cantar, cuando oí las primeras notas del armonium y mi corazón lo adivinó todo. Estaba emocionado el corazón de tu Isabel. La atención de su pequeña la ha conmovido mucho y toda su alma estaba en comunión con la tuya.

Manifiesta mi gratitud a las hermosas voces que vinieron a festejar a la Santa Trinidad, particularmente a mi María Luisa. Dile que he reconocido su voz y también la de Alicia y que ruego por ellas.

Oh, sí, Guita mía. Esta fiesta de los Tres es verdaderamente mi fiesta.

Para mí no hay ninguna parecida. Ella está muy bien en el Carmelo, porque es una fiesta de silencio y de adoración. Nunca había comprendido tan bien el misterio y toda la vocación que hay en mi nombre. Yo te he consagrado a los Tres, Guita mía. Ya ves cómo dispongo de ti. Sí, es en este gran misterio donde te doy mi cita. Que él sea nuestro centro, nuestra morada. Te dejo con este pensamiento del P. Vallée para que te sirva de oración: “Que el Espíritu Santo te lleve al Verbo, que el Verbo te conduzca al Padre y que seas consumada en la Unidad, como sucedía en Cristo y nuestros Santos”. Os abrazo, mis dos queridas. Te doy la cita todos los días de la Octava, de mediodía a la una

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114 A la hermana María de la Trinidad – 25 de mayo de 1902 (?)

Que la Unidad se consume en lo más profundo de nuestras almas con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

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115 A una persona no identificada – 1902

Que los Tres reúnan nuestras almas en la unidad de una misma fe y de un mismo amor. Isabel de la Trinidad

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116 A Cecilia Lignon – 29 de mayo de 1902

Carmelo de Dijon, 29 de mayo

Mi querida Cecilita:

Tu gran amiga ha estado hoy muy unidad a ti, su corazón era uno con el tuyo. Te he encontrado junto a mi Amado Jesús. Estábamos las dos sobre su Corazón; mi Cecilita con su velo de comulgante y yo con la blanca capa de la Virgen y el velo de las prometidas, pues yo soy la prisionera de mi Cristo, su pequeña prisionera por amor. ¡Ah, si supieses lo bien que se está en la montaña del Carmelo! Yo lo he abandonado todo para poder subir a ella, pero mi Jesús vino antes por mí, me tomó en sus brazos para llevarme como a un niño y para reemplazar a todo lo que había dejado por El. Pues le he dado a mi querida madre y a Guita; después, a todos los que quería, entre los que se halla mi querida Cecilita. Ya no iré a verla ni a su querida mamá, a quienes quiero tanto, pero os cito cerca del tabernáculo. Cuando ellas piensen en mí, que vayan allá y me encontrarán siempre cerca del Señor. Que El sea el lugar de nuestro encuentro, ¿verdad, Cecilia? Si El ha venido esta mañana a tu corazoncito, no es para venir y marcharse, sino para quedarse siempre. Guárdalo bien, querida mía, y guárdame a mí también en ese pequeño santuario. Abraza por mí a tu madrecita. Dile que mi corazón guarda un fiel recuerdo de ella.

Hna. M. Isabel de la Trinidad

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117 A su hermana – 30 de mayo de 1902

Viernes por la noche

Mi Guitita:

Me dijiste que deseabas mucho que te pidiera algo. Y así vengo a decirte que me harías un gran favor si vinieras a cantar en la Exposición el viernes próximo, fiesta del Sagrado Corazón, a las cinco. Tal vez tengas dificultad para reunir a nuestras amigas por causa de la procesión de San Ignacio, pero espero que lo logres. ¿No tendrás algo bonito para cantarlo sola? Paula de Thorey tal vez pueda venir y María Luisa estará muy contenta de hacerlo por el Sagrado Corazón. En cuanto a Alicia, no irá, sin duda a los Padres, a causa de su luto. En fin, Guita mía, procura arreglar esto. Yo te siento en la capilla, de mediodía a la una; es la fusión de nuestras dos almas en El.

¡Oh, si supieras qué cerca estamos! Sigue unida a los Tres a través de todo; allí está el centro donde nos encontramos. Te quiero mucho, Guita mía. La comunión del domingo será para ti. Después yo pasaré el día en el coro y tú estarás allí conmigo. ¿No es verdad que es hermoso estar cerca de El? Ya ves: El es mi Infinito. En El amo, soy amada y tengo todo. Unión firme y profunda. Di a mamá que he recibido su cartita.

Perdón por este papel. He querido acercarlo a la lámpara para secarlo más pronto y he quemado la parte inferior. Tu Sabel, que es “una” contigo Di a la señora de Avout que pido por sus intenciones.

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118 A su hermana – (poco antes del 15 de) junio de 1902

Mi Guitita:

¿Puedes copiarme la música de los cánticos siguientes con una sola letra para darme cuenta de las sílabas?:

Oh, Santo altar, dos partes.
El Trío de Saint Saens, dos partes.
La melodía de la medalla milagrosa.

Si tienes romanzas bonitas fácilmente versificables, dámelas también.

¡Ha sido nuestra buena Madre la que me ha dado esta bonita estampa.¡ Hazlo lo más pronto posible. Gracias.

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119 A su hermana – (poco antes del 15 de) junio de 1902

Mi Guitita:

Acudo nuevamente a pedirte un favor. Serás muy gentil enviándome lo más pronto posible la piel de guantes blancos (piel satinada). Podrías enviarme los puños de tus guantes grandes. La lavarás para que esté limpia. Me harás un buen servicio. Di a las hermanas que no se lo entreguen a nuestra Madre, porque esto me servirá para hacer algo para su fiesta. ¿Puedes también copiarme el [O] Salutaris de Gounod? Gracias, Guita mía querida. Te doy cita en el misterio de los Tres. Ruega por tu Sabel, que te quiere mucho y siente su alma muy cerca de la tuya.

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120 A su hermana – (poco antes del 15 de) junio de 1902

Mi pequeña Guita:

La melodía que ha escogido la señorita de Benolt carece de ilación y no podía sacar nada sobre ella. A nuestras hermanas las gusta mucho la melodía de los “Mártires”, que hemos cantado en San Benigno. La Madre Supriora tiene la música, que ella os presta. Es con esta música con la que cantaréis las coplas. Tengo tres, creo fue lo que me dijiste. ¿Tendrías la bondad de enviarme ¡mandándoselo a la Madre Supriora¡ toda la muselina que queda de nuestros trajes de primera comunión? Si no hay suficiente, la muselina de lunares, que está en una caja del desván. Es para Santa Germana. Ya te lo contaré. (Después te la devolveré).

Adiós. No tengo tiempo más que para abrazarte antes de dormir. Unión, nosotras tenemos nuestro cielo en nosotras; vivámosle. Te quiero mucho, mi Guita.

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121 A la hermana Inés de Jesús María – 11 de junio de 1902

A la hermana Inés de Jesús María

Vayamos al Padre Sí, querida hermana, pasemos a través de todo, perdidas en su Infinito, como Magdalena, la gran apasionada, la gran iluminada. “Le han sido perdonados muchos pecados porque amó mucho” (Lc 7, 47). He aquí lo que nos pide: el Amor que no se mira a sí mismo, sino que se abandona, sube por encima de los sentimientos y las impresiones; el Amor que se da, que se entrega, el Amor “que establece la Unidad”. ¡Vivamos como Magdalena a través de todo el día y la noche en la luz o en las tinieblas; siempre bajo la mirada de la Inmutable Belleza que quiere fascinarnos, cautivarnos, más aún, deificarnos! ¡Oh, mi hermana! “Ser El”, he ahí todo mi anhelo. Entonces ¿no cree que una mirada, un deseo, no viene a ser una oración poderosa a la que el Padre, que contempla en nosotras su Verbo adorado, no puede resistir? ¡Oh, sí! Seamos El y “vayamos al Padre” en el movimiento de su alma divina. 11 de junio de 1902

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122 A la señora de Sourdon – poco después del 15 de junio de 1902

Muy querida señora:

Con la alegría de un niño he ofrecido de su parte a nuestra Reverenda Madre, abrumada por todas partes, estas exquisitas magdalenas, a quien su delicada atención ha emocionado mucho. Permítame expresarla mi gratitud por ello, así como por sus atenciones para con mi querida mamá, que en cada visita me habla de sus delicadezas para con ella. Ruego mucho por usted, se lo aseguro, ya que por este trato divino puedo pagar todas mis deudas de reconocimiento. Oh, sí, querida señora, vivamos con Dios como con un amigo; avivemos nuestra fe, para comunicar con El a través de todo. Esto es lo que hace a los Santos. Llevamos nuestro cielo en nosotras, pues Aquel que sacia a los bienaventurados en la luz de la visión y a nosotros se nos da en la fe y en el misterio es el mismo. Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, porque el cielo es Dios, y Dios está en mi alma. El día que comprendí esto, todo se iluminó en mí, y querría decir bajito este secreto a todos los que amo, para que también ellos se unan siempre a Dios a través de todas las cosas y se realice esta oración de Cristo: “Padre, que sean consumados en la Unidad” (Jn 17, 23).

Esta mañana he visto a María Luisa y he pensado que mi Francisquita habrá tenido una gran tristeza por no haber aprovechado esta buena ocasión.

¡Que se consuele! La envío lo mejor de mi corazón, y que ella me encuentre en Aquel que nunca falta.

Adiós, querida señora. Tenga la bondad de decir a la señora de Maizieres que pido mucho por el proceso, y guarde para usted las mejores ternuras del corazón de su amiguita muy agradecida. Isabel de la Trinidad Nuestra Reverenda Madre, a quien hablo con frecuencia de mi Francisquita, me da para ella esta fotografía de Nuestra Señora del Monte Carmelo.

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123 A Francisca de Sourdon – 19 de junio de 1902

Carmelo, jueves por la noche Sí, mi querida, yo pido por ti y te guardo en mi alma cerca del Señor, en ese pequeño santuario todo íntimo donde yo le encuentro a cada hora del día y de la noche. Nunca estoy sola. Mi Cristo está allí orando en mí y yo con El. Me haces sufrir, mi Francisquita. Veo bien que eres desgraciada, pero es falta tuya, te lo aseguro. Estáte tranquila. No te creo loca, pero sí nerviosa y sobreexcitada, y cuando estás así haces también sufrir a los demás. ¡Ah, si yo pudiera enseñarte el secreto de la felicidad, como el Señor me lo ha enseñado! Dices que yo no tengo preocupaciones ni sufrimientos. Es cierto que soy muy feliz; pero si supieses cómo, aun siendo contrariada, se puede ser también feliz: hay que mirar siempre a Dios. Al principio hay que hacer esfuerzos cuando se siente que todo hierve dentro, pero poco a poco, a fuerza de paciencia y con la ayuda del Señor, se logra lo que se pretende.

Es necesario que te construyas, como yo, una pequeña celdilla dentro de tu alma. Pensarás que el Señor está allí y entrarás en ella de cuando en cuando. Cuando te sientas nerviosa o te consideres infeliz, corre pronto a ella, y confía todo al Maestro. ¡Ah!, si le conocieses un poco, la oración no te aburriría; me parece que ella es un reposo, un descanso. Uno va con toda naturalidad a Aquel a quien se ama, se está junto a El, como un niño pequeño en los brazos de su madre, y se deja hablar al corazón. Te gustaba mucho sentarte junto a mí y hacerme confidencias. Es así como hay que ir a El. Si supieras qué bien nos comprende… Si comprendieras esto, no sufrirías más. Este es el secreto de la vida del Carmelo. La vida de una carmelita es una comunión con Dios de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. Si El no llenase nuestras celdas y nuestros claustros ¡qué vacío estaría esto!… Pero le vemos a través de todo, porque le llevamos en nosotros, y nuestra vida es un cielo anticipado. Pido al Señor que te enseñe todos estos secretos y te guarde en mi pequeña celdilla. Por tu parte, guárdame en la tuya, así no nos dejaremos jamás. Te quiero mucho, mi Francisquita, y te querría muy buena, llena de la paz de los hijos del buen Dios. Tu Isabel de la Trinidad La Exposición del Santísimo me gustó mucho. Da de mi parte muchas gracias a María Luisa. He rogado mucho por el proceso

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124 Al abate Beaubis – 22 de junio de 1902

Carmelo de Dijon, 22 de junio

¿No le parece que para las almas no hay distancias, no hay separación? Es la realización de la oración de Cristo: “Padre, que ellos sean consumados en la Unidad” (Jn 17, 23). Me parece que las almas de la tierra y los bienaventurados en la luz de la visión están muy cerca los unos de los otros, porque comunican todos con un mismo Dios, con un mismo Padre, que se da a los unos en la fe y el misterio y sacia a los otros en sus claridades divinas… Pero es el mismo, y nosotros lo llevamos en nosotros. El está inclinado sobre nosotros con todo su amor, día y noche, queriendo comunicársenos, infundirnos su vida divina, para hacer de nosotros seres deificados que le irradien por todas partes. ¡Oh, qué poder tiene sobre las almas el apóstol que permanece siempre junto a la Fuente de las aguas vivas! (Ap 7, 17). Entonces puede verterse sin que jamás su alma se vacíe, ya que vive en comunión con el Infinito. Pido mucho por usted, para que Dios llene todas las potencias de su alma, la ponga en comunión con todo el Misterio, para que todo en usted sea divino y marcado con su sello; en fin, para que sea otro Cristo trabajando por la gloria del Padre. Usted también ruegue por mí, ¿verdad? Quiero ser apóstol con usted, desde el fondo de mi querida soledad del Carmelo. Quiero trabajar por la gloria de Dios y para esto es necesario que esté llena de El. Entonces tendré la omnipotencia: una mirada, un deseo son una oración irresistible que pueden obtenerlo todo, porque es, por decirlo así, Dios que se ofrece a Dios. Que nuestras almas no sean más que una en El, y mientras usted le lleva a las almas, yo quedaré, como Magdalena, a los pies del Maestro en silencio y adoración, pidiéndole que haga fecunda su palabra en las almas. “Apóstol, carmelita”, ¡es lo mismo! Seamos todo para el Señor, señor abate. Dejémonos invadir por su savia divina. Que El sea la vida de nuestra vida, el alma de nuestra alma, y permanezcamos día y noche conscientes bajo su acción divina. Crea, señor abate, a mi sincero afecto en Nuestro Señor. Hna. Isabel de la Trinidad Gracias por su carta. Sí, que Dios una nuestras almas en El para su gloria. ¡Unión, comunión!…

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125 A Elena Cantener – después del 21 de junio de 1902

Que Cristo nos introduzca en esas profundidades, en esos abismos donde no se vive sino de El. ¿Queréis uniros a vuestra hermanita para haceros toda amante, toda oyente, toda adorante? ¡Amar, amar en todo tiempo, vivir de amor, es decir, entregarse, ser su presa! ¿Queréis darme vuestra alma y como en otro tiempo nos encontraremos a los pies del Maestro, que quiere decirnos todo su misterio? Os abrazo muy cariñosamente.

Vuestra hermanita, Isabel de la Trinidad

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126 A Elena Cantener – después del 21 de junio de 1902

Permanezcamos en su amor (Jn 19, 9). Que El virginice, que El imprima en nosotras su belleza, y que llenas completamente de El podamos comunicarlo a las almas.

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127 A Francisca de Sourdon – julio de 1902

Mucho te agradecería, mi Francisquita, si pudieras prestarme tu colección de Botrel. Las melodías son tan bonitas, que quisiera componer algunas letrillas sobre ellas y yo copiaré algunas antes de que marches.

María Luisa me ha dicho que podía enviar a tu madre esta cartita, que tendrá la bondad de enviarla en una de sus cartas. Dile que ruego mucho por sus intenciones. En cuanto a ti, mi Francisquita, te guardo en mi alma y pido a Aquel que mora en ti que te haga muy buena. Te quiero y te abrazo. Isabel

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128 A Francisca de Sourdon – 24 de julio de 1902

Carmelo, jueves 24 de julio

Mi querida Francisquita:

Conservo la larga carta que me escribiste antes de tu partida. La he leído y releído, pidiendo al Divino Ideal que cautive y bendiga a este corazoncito que El busca, que El envuelve, y que quiere escapársele para vivir en cosas muy por debajo del fin para el que ha sido creado y puesto en el mundo. Mi Francisquita, comprendo que tengas necesidad de un ideal, es decir, algo que te haga salir de ti para subir más arriba. Pero, ya ves, no hay más que Uno y es El, el solo Verdadero. ¡Ah, si le conocieras un poco, como tu Sabel!… El fascina, El arrebata. Bajo su mirada el horizonte se hace tan bello, tan vasto, tan luminoso… Ya ves. Le amo apasionadamente y en El lo tengo todo. A través de El, bajo su irradiación, debo mirarlo todo, ir a todo. ¿Quieres, querida mía, orientarte conmigo hacia ese sublime Ideal? Esto no es una ficción, es una realidad, es mi vida en el Carmelo. Si no, mira, a la Magdalena. ¿No fue ella cautivada? Ya que tú tienes necesidad de vivir más allá, vive en El. Es muy sencillo. Y después, sé buena. Me causas mucha pena haciendo sufrir así a quien te ama más de lo que tú comprendes. Puede ser que un día te des cuenta de tu mal proceder. ¡Qué pesares entonces, mi Francisquita! Tú no sabes lo que hay en el corazón de madres como las que Dios nos ha dado. Acuérdate que en la tierra no hay cosa mejor, y creo que el Maestro no podía pedirme cosa mayor que darle la mía.

Te quiero educada y sumisa, llena de la paz del Señor. Permanezcamos en El, Francisquita querida. Cuanto más mala te veo, más me apego a tu alma, porque el Maestro la quiere, y además tú eres un poco mi hijita, y me parece que tengo que responder un poco por ti. No tengas una conversión demasiado difícil. Déjate coger en las redes del Maestro. Es muy bueno estar allí.

Tu gran amiga y tu madrecita, Isabel de la Trinidad (cautiva de Cristo)

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129 A la señora de Sourdon – 25 de julio de 1902

Carmelo de Dijon, 25 de julio

Querida señora:

Su larga y buena carta me ha causado pena, pues siento la gran tristeza de su alma. He rogado mucho por usted, en comunión con el Verbo de Vida (I Jn 1, 1), con Aquel que ha venido para traer el consuelo de todos los dolores, y que la víspera de su Pasión, en el discurso de después de la cena, donde manifiesta toda su alma, decía, hablando de los suyos: “Padre, quiero que ellos tengan la plenitud de mi alegría” (Jn 17, 13).

El abandono, querida señora, es lo que nos entrega a Dios. Soy muy joven, pero me parece que algunas veces he sufrido mucho. ¡Oh, entonces, cuando todo se embrollaba, el presente era tan doloroso y el futuro se presentaba más oscuro todavía, cerraba los ojos y me abandonaba como un niño en los brazos del Padre, que está en el cielo. Querida señora, ¿permite a esta pequeña carmelita que la quiere tanto que le diga una palabra de su parte? Estas son las palabras que el Maestro dirigió a Santa Catalina de Sena: “Piensa en mí y yo pensaré en ti”. Nos miramos demasiado, querríamos ver y comprender, no tenemos suficiente confianza en Aquel que nos envuelve en su caridad. No es necesario pararse ante la Cruz y mirarla en sí misma, sino, recogiéndose en las claridades de la fe, subir más alto y pensar que ella es el instrumento que obedece al Amor divino… “Una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, que no le será quitada” (Lc 10, 42). Esta mejor parte, que parece ser mi privilegio en mi querida soledad del Carmelo, se la ofrece Dios a toda alma bautizada. El se la ofrece, querida señora, en medio de sus cuidados y solicitudes maternas…

Crea que todo su deseo es llevarla a una unión cada vez más profunda con El… Entréguese a El con toda sus, preocupaciones, y ya que me considera buena abogada en la Corte del Rey, le pido me confíe también lo que desea.

¡Ya puede suponer que su causa será defendida con calor! Cuando mi querida madre me confiaba sus preocupaciones por Guita, yo le decía que no pensase en ello, que yo pensaría por ella y usted ve que el Señor ha pensado por mí.

¿Quiere que la haga la misma petición? habéis dicho sí, ¿verdad? He visto ayer a mi feliz mamá, que reconocía ahora lo bueno que es Dios.

Un día verá usted cómo todo se aclara, todo se ilumina.

El señor Courtois ha vuelto hoy; voy a verle para hablar de usted.

¿Tendrá la bondad de dar las gracias a la señora de Anthes por su carta tan llena de fe? Había rogado tanto… Dios tiene planes que no comprendemos, pero que debemos adorar. Diga también a Miss toda mi unión. Siento su alma perdida en el Infinito de Dios, mirando a ese Océano que lo manifiesta tan bien al alma sedienta de Dios.

Adiós, querida señora. Envuelvo en mi corazón a María Luisa y a Francisquita y, si usted quiere, la doy cita en Aquel que es el Todo, pidiéndole que la haga sentir las dulzuras de su presencia e intimidad divina. Hna. Isabel de la Trinidad

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130 A su madre – 2 de agosto de 1902

Querida mamá:

Hace un año justamente ofrecí al buen Dios la mejor de las madres. Pero este gran sacrificio no ha podido separar nuestras almas. Hoy, más que nunca, ellas no son más que una sola cosa… ¿Tú lo notas, no es verdad? Oh, déjame decirte que soy feliz, divinamente feliz, que el Señor ha sido demasiado bueno conmigo. Es toda una ola que se desborda en mi alma, ola de gratitud y de amor a El y a ti. Gracias por haberme [dado] a El. Está contento contigo, y allá arriba, nuestros queridos ausentes son también muy dichosos. Repasando esas horas desgarradoras, doy gracias a Aquel que nos ha sostenido y arropado. Las fotografías me causan gran alegría. Encuentro que el señor Chevignard ha salido mejor que Guita. ¡Qué alegre estaba el otro día! Desde hace un año no la había visto así. Su corazoncito está preso.

¡Ah! ¿No crees que cuando él está cautivado por Cristo no puede dejar de entregarse hasta el final? Es tan bello mi Prometido, mamá, yo le amo apasionadamente, y amándole me transformo en El, nos amamos tanto… ¡Ah, si no fuera por esto, todavía estaría contigo. Te abrazo, mamá querida. Como tú, siento el sacrificio, pero soy divinamente feliz. Tu hija Isabel Di a los novios que la carmelita les envuelve en su oración.

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131 Al canónigo Angles – 2 de agosto de 1902

Amo Christum

Querido señor canónigo:

¡Qué rápido pasa el tiempo en El! Hace un año que El me introdujo en el arca bendita y ahora, como dice mi bienaventurado Padre San Juan de la Cruz en su Cántico:

Y ya la tortolica al socio deseado en las riberas verdes ha hallado.

Sí, yo he encontrado a Aquel a quien ama mi alma, a este único necesario que nadie me puede arrebatar. Oh, qué bueno, qué bello. Yo quisiera estar toda en silencio, toda en adoración, para penetrar siempre más en El, y estar tan llena de El que pueda darle por la oración a esas pobres almas que ignoran el don de Dios. Sé que usted ruega todos los días por mí en la Santa Misa. ¡Oh! ¿Verdad? Métame en el cáliz, para que mi alma se bañe en la Sangre de mi Cristo, de quien estoy tan sedienta, para ser toda pura, transparente, para que la Trinidad pueda reflejarse en mí como en un cristal. ¡Le gusta tanto contemplar su belleza en un alma! Esto la hace darse más todavía, llenarlas más, para obrar el gran misterio de amor y de unidad. Pida a Dios que yo viva plenamente mi vida de carmelita, de prometida de Cristo. Esto supone una unión tan profunda… ¿Por qué me ha amado El tanto?… Me siento tan pequeña, tan llena de miseria. Pero le amo, no sé hacer otra cosa, le amo con su mismo amor, es una doble corriente entre El que es y la que no es. ¡Ah! Cuando siento al Señor invadir toda mi alma, cómo le ruego por usted. Me parece que es una oración a la que Dios no resiste más y quiero que El me dé todo poder. ¡Cómo me gustaría ir a desbordar la plenitud de mi alma en la suya, como en otro tiempo! Pero ¿no es verdad que nos comunicamos de alma a alma? Adiós, señor canónigo. Bendiga a quien gusta de llamarse siempre su hija.

Hna. Isabel de la Trinidad

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132 A sor María de la Trinidad – 6 de agosto de 1902

Que este aniversario sea verdaderamente un día de iluminación para mi Madrecita. Que toda la Divinidad refleje sus rayos en su alma. Que a través de todo, noche y día, ella comience el cara a cara con el Inmutable, la Belleza radiante que nos saciará durante la eternidad y que desde la tierra quiere llevarnos, cada vez más allá, en las profundidades infinitas, bajo “la gran visión”.

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133 A Germana de Gemeaux – 7 de agosto de 1902

Carmelo de Dijon, 7 de agosto

Mi querida Germanita:

Muchas gracias por su cariñosa carta, que me ha llenado de alegría. Me he alegrado mucho del éxito de Alberto, del que no dudaba, y también por haberme tomado por confidente. El otro día en el locutorio comprendía tan bien su alma que, si no hubiera temido asustar a su madre, la hubiera hecho esperar unos minutos, y las dos, como hermanitas, habríamos hablado de Aquel a quien ama nuestra alma. Me acuerdo todavía de su primera confidencia en Gemeaux. Era todavía muy pequeña, pero ya el Señor cautivaba su corazoncito, y mi alma se sentía atraída hacia la suya… Una carmelita, querida mía, es un alma que ha mirado al Crucificado, le ha contemplado ofreciéndose como víctima a su Padre por las almas y, recogiéndose bajo esta gran visión de la caridad de Cristo, ha comprendido la pasión de amor de su alma, y ha querido entregarse como El… Y en la montaña del Carmelo, en el silencio, en la soledad, en una oración que nunca acaba, porque se continúa a través de todo, la carmelita vive ya como en el cielo: “de Dios solo”. El mismo, que hará un día su bienaventuranza y la saciará en la gloria, se da ya a ella, no la abandona jamás, permanece en su alma. Más aún, los dos no son más que Uno. Por eso ella está hambrienta de silencio, para escuchar siempre, para penetrar más en su Ser Infinito, está identificada con Aquel a quien ama, le encuentra en todo, le ve irradiar a través de todas las cosas. ¿No es esto el cielo en la tierra? Este cielo, mi querida Germanita, le lleva en su alma; puede ya ser carmelita, porque la carmelita es por dentro donde Jesús la reconoce, es decir, por su alma. No le abandone nunca, hágalo todo bajo su mirada divina, y permanezca toda alegre en su paz y en su amor, haciendo la felicidad de los suyos.

Adiós, mi buena Germanita. He pedido a nuestra Reverenda Madre una bendición para usted y estoy muy contenta de enviársela. ¡Es tan buena nuestra Madre! Se llama como usted, Germana “de Jesús”.

Tenga la bondad de ofrecer mi respetuoso y afectuoso recuerdo al señor y señora de Gemeaux. Un beso a Ivonne, y para usted lo mejor de mi alma.

Isabel de la Trinidad Si tiene algún encargo para mí, lo puede confiar a Margarita. Es una buena confidente.

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134 A María Luisa Ambry (de soltera Maurel) – hacia fin de agosto de 1902

Mi queridísima María Luisa:

Me entero mediante unas letras de mamá de su gran pena. E inmediatamente mi corazón tiene necesidad de comunicarla que es uno con el suyo y que pide a Aquel que ha abierto la herida que la cicatrice, pues sólo El lo puede hacer. Comprendo muy bien el dolor de su corazón, mi querida María Luisa, y por eso no trataré de ofrecerla consuelos humanos. Hay un corazón de Madre al que puede ir a arrojarse; es el de la Virgen. El ha conocido todos los quebrantamientos, todos los desgarros, y permanecía siempre tan sereno, tan fuerte, porque estaba apoyada en el corazón de su Cristo. Querida mía, usted ha enviado arriba a un angelito. Jamás conocerá nuestras miserias.

Contémplele entre aquellos espíritus tan puros que pueden contemplar la Faz de Dios. El sonríe a su madrecita y quiere atraer todo su corazón, toda su alma a esas regiones celestiales donde el sufrimiento se transforma en amor.

Diga a todos los suyos que me uno a su dolor, y crea, mi queridísima María Luisa, en el profundo amor de su amiga. Hna. Isabel de la Trinidad

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135 A su hermana – Antes del 14 de septiembre de 1902

Amo Christum

Paso por ti, mi Guitita, para llegar a tu novio: ¡La perla de los cuñados! Estoy profundamente emocionada por haber sido escuchado mi deseo y es un verdadero placer para mí que Santa Teresa bendiga el matrimonio de mi Guita, por la que tanto he rezado. Ese día tenemos expuesto el Santísimo Sacramento en la capilla, y mientras la iglesia consagra vuestra unión, la carmelita, la feliz prisionera de Cristo, pasará el día a sus pies, haciéndose toda adorante, orante, por estos “dos” que el Señor quiere “uno” (Gen. 2, 24). ¿Quieres, verdad, que os envuelva en mi oración, o mejor en la de Cristo que vive en mí? He tenido una conversación toda divina con el señor abate Chevignard.

Creo que ha habido fusión entre el alma del sacerdote y la de la carmelita.

Reúno a los novios para enviarlos lo mejor de mi corazón. Por la noche, cuando oigan sonar la campana, que se unan a una prometida, la más feliz de todas las criaturas. Al cantar las alabanzas del que ama, su corazón no olvida al “dúo”, al “trío” de la calle del Prior.

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136 A Germana de Gemeaux – 14 de septiembre de 1902

Carmelo de Dijon, 14 de septiembre

Mi querida Germanita:

Esta carta le llegará el 17. Ese día comulgaré por usted y, si quiere darme su alma, la consagraré a la Santa Trinidad, para que ella la introduzca en la profundidad del misterio, y los Tres, que tanto amamos las dos, sean verdaderamente el centro donde discurra nuestra vida. Santa Teresa dice que el alma es como un cristal donde se refleja la Divinidad. Me gusta mucho esta comparación, y cuando contemplo el sol invadir nuestros claustros, pienso que Dios invade de la misma manera al alma que sólo le busca a El. Vivamos, querida mía, en la intimidad con nuestro querido, seamos totalmente suyas, como El es totalmente nuestro. Usted no puede recibirle con la frecuencia que desea y comprendo muy bien su sacrificio.

Pero piense que su amor no tiene necesidad de sacramentos para venir a su pequeña Germanita. Comunique con El todo el día, ya que está viviendo en su alma. Escuche lo que nos dice nuestro Padre San Juan de la Cruz, y, por consiguiente, su Padre también, pues es de hecho mi hermanita: “Oh, la más bella criatura, que tanto deseas saber el lugar donde está tu Amado, para buscarle y unirte con El… Tú misma eres el aposento donde El mora, el escondrijo donde está escondido. Vuestro Amado, vuestro tesoro, vuestra única esperanza está tan cerca de ti, que está en ti o, por mejor decir, tú no puedes estar sin El”.

He aquí toda la vida del Carmelo, vivir en El. Entonces, todos los sacrificios, todas las inmolaciones se tornan divinos. El alma ve a través de todo a Aquel a quien ama y todo la lleva a El; es un diálogo ininterrumpido. Usted ve que puede ser carmelita en el alma. Ame el silencio, la oración, que son la esencia de la vida del Carmelo. Pida a la Reina del Carmen, nuestra Madre, que la enseñe a adorar a Jesús en el recogimiento profundo. Ella ama mucho a sus hijas del Carmelo, su Orden privilegiada. Es también nuestra patrona principal.

Encomiéndese también a nuestra seráfica Madre Santa Teresa. Ella amó mucho y murió de amor. Pídala su apasionado amor a Dios, a las almas, pues la carmelita debe ser alma apostólica: todas sus oraciones, todos sus sacrificios se dirigen a esto. ¿Conoce usted a San Juan de la Cruz? Es nuestro Padre, y ha penetrado mucho en las honduras de la Divinidad. Antes de él debiera haberla hablado de San Elías, nuestro primer Padre. Ya ve que nuestra Orden es muy antigua, pues se remonta hasta los profetas. ¡Ah, yo quisiera poder cantar todas sus glorias! Amemos nuestro Carmelo. Es incomparable. En cuanto a la Regla, mi Germanita, verá un día qué hermosa es. ¡Vívala ya en espíritu! Nuestra Reverenda Madre va a responder ella misma a lo que le había preguntado. Veo su alegría. Verá lo buena que es. Dé gracias al Señor por habérmela dado.

Adiós, mi hermanita, ruego mucho por usted. Hay una comunión entre mi alma y la suya. Lo hago todo con usted. En la oración, en el Oficio divino, en todas partes está conmigo, pues la guardo en mi alma cerca de El. ¡Nos perdemos juntas en la Santa Trinidad! Me llamo siempre Isabel, pero tengo también el nombre de la Santa Trinidad. Hna. Isabel de la Trinidad ¿No es un nombre bonito? Mis afectuosos recuerdos a sus queridos padres y un buen beso a la buena Ivonne. Margarita ha dicho que, viéndoos a las dos, se volvía a encontrar conmigo.

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137 A su tía Francisca Rolland – 14 de septiembre de 1902

Carmelo de Dijon, 14 de septiembre

Querida tía Francisca:

Sí, el tiempo pasa pronto en mi bendito Carmelo. Es un oasis en el desierto de esta vida, un rincón del cielo o, por lo menos, una travesía entre el cielo y la tierra. Tú, que comprendes toda la belleza y la grandeza de mi vocación, da gracias a Aquel que ha escogido para mí la mejor parte y pídele que yo corresponda a tanto amor.

¡Qué lástima que no vengáis al matrimonio de Guita! Me alegro mucho de que tenga lugar el día de Santa Teresa, la gran fiesta del Carmelo, y mientras la Iglesia consagra la unión de mi Guita, yo, mil veces más feliz, pasaré el día ante el Santísimo Sacramento. ¡Si supiese lo bien que se está en el coro!… Cuando el Santísimo Sacramento está expuesto en la capilla, la gran reja está abierta, y para que las personas de fuera no nos puedan ver, estamos en la oscuridad. Cuando abro la puerta, al entrar, me parece que es el cielo el que se abre, y es así en realidad, porque Aquel que adoro en la fe es el mismo que los bienaventurados ven cara a cara. Si quieres enviarme tu alma, seremos las dos como la Magdalena. Las vísperas de las fiestas os recuerdo adornando vuestra iglesita querida, que tanto amo.

Pienso que estáis bien ocupadas y no os molestaría tener una pequeña ayuda, que en realidad no hacía gran cosa. Aquí hago todos los días el arreglo del coro. No tengo el consuelo de acercarme muy cerca del sagrario como en Carlipa; incluso no veo el altar, pues está todo cerrado; pero es mucho mejor ser carmelita. Amo esta espesa reja que me oculta a mi Querido, al mismo tiempo que me hace prisionera de su amor.

Durante el mes del rosario tenemos Exposición todos los días. Es el mes que más me gusta, porque es también el de nuestra madre Santa Teresa.

Nosotras la hacemos una novena solemne, y yo te prometo rogarla mucho por ti. Ya verás cómo ella te trae aquí el día que yo tenga la felicidad de hacer la profesión. Por tu parte, querida tía, rézala un poco por mí, para que llegue a ser una verdadera carmelita, es decir, una santa, ni más ni menos. Pide también por nuestra Guitita para que Dios sea muy amado en esa pequeña familia. Pienso que será así, pues los dos son muy piadosos. Doy gracias al Señor por haber escogido para mi hermanita un hombre tan formal; su familia es profundamente cristiana. Tuve el otro día la visita de su hermano que está en el seminario, un alma toda angelical, toda llena de Dios… Adiós, no tengo tiempo nada más que para abrazaros a las tres. Di a mi tía que ruego todos los días por ella. Te encargo des mis recuerdos respetuosos al señor cura. ¿No tiene él ganas de venir a conocer el Carmelo? Ruego muy particularmente por él y le pido que no me olvide en el santo Sacrificio de la misa. Dile que la musa pasa al Carmelo, pero que yo tendría necesidad, como antes, de sus luces para corregir mis versos. Hna. Isabel de la Trinidad Saludos a la buena Ana.

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138 A la señora Angles – 29 de septiembre de 1902

Carmelo de Dijon, 29 de septiembre

Muy querida señora:

He compartido con usted sus emociones y penas. Tenga la bondad de decir a nuestra María Luisa que pido mucho por ella, para que el Señor la consuele en el dolor que destroza su corazón tan tierno y amoroso. También ruego mucho por usted, querida señora, y creo que es en la cruz donde el Maestro quiere consumar su unión con usted. No hay madera como la de la cruz para atizar el fuego del amor. Y Jesús tiene tanta necesidad de ser amado, de encontrar en el mundo, donde se le ofende tanto, almas entregadas, es decir, totalmente dedicadas a El y a sus deseos. “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado” (Jn 4, 34). Nuestro Señor lo ha dicho el primero, y en comunión íntima con El el alma penetra en el movimiento de su alma divina y todo su ideal es cumplir la voluntad de este Padre que nos ha amado con un amor eterno (Jn 31, 3). Ya que me permite que le hable íntimamente y leer un poco en su alma, déjeme decirle, querida señora, que yo veo en sus sufrimientos una “voluntad de Dios”. El la quita la posibilidad de obrar, de distraerse, de ocuparse, para que la única ocupación de su corazón sea amarle, pensar en El. ¡Se lo digo de su parte! El está sediento de su alma.

Usted le está consagrada de modo particular, lo que me alegra mucho. Usted quiere ser completamente suya, aunque en el mundo. ¡Es tan fácil! El está siempre con usted. Esté usted siempre con El, a través de todas sus acciones, en sus sufrimientos, cuando el cuerpo está enfermo. Permanezca bajo su mirada, véale presente, viviente en su alma. Si no tuviese mi querido Carmelo, tendría envidia de su soledad. Usted está tan bien perdida en sus bellas montañas… Me parece que es una pequeña Tebaida. Hace tanto bien caminar solitaria en esos grandes bosques, y allí, dejando libros y trabajos, permanecer con el Señor en un diálogo íntimo, con una mirada amorosa. Guste esta felicidad. Ella es divina, y lleve el alma de su amiguita con la suya. Ahora voy yo a pedirla oraciones, pues el seis de octubre vamos a entrar en Ejercicios hasta la fiesta de Santa Teresa. El P.

Vallée, que predicó en mi toma de hábito, va a predicarnos los Ejercicios.

El es muy profundo, muy claro. Ruegue para que me aproveche del don de Dios.

Además, el quince, pida por Guita. Se la encomiendo particularmente. Pida también por mi querida madre, que ese día sentirá el vacío de todos los ausentes, pero en el cielo y en la tierra ellos estarán muy cercanos.

Comprendo que su salud no la haya permitido este viaje tan largo, que, sin embargo, las habría agradado mucho. Querida señora, encontrémonos en Aquel que es Amor, y que nuestras vidas estén consagradas a su mayor gloria.

La abrazo muy afectuosamente, sin olvidar a los huéspedes de Labastide.

Mis saludos al señor Angles.

Su amiguita profundamente unida en Nuestro Señor. Hna. Isabel de la Trinidad Encuentro muy fatigada a mi querida mamá y temo por ella este largo viaje.

¡Me hubiera gustado tanto saber que estaba con usted! ¡Qué lastima estar tan lejos!

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139 A su tía Matilde Rolland – hacia el principio de octubre de 1902

Querida tía Matilde:

Cada vez estoy más convencida de que las rejas no nos han separado y que las almas muy unidas, de las que Dios es el vínculo y el lugar de encuentro, saben siempre dónde encontrarse. ¿Es que no sientes mi alma en esa querida iglesia donde por la noche y la mañana me gustaba tanto ir a rezar contigo? ¿Te acuerdas también de nuestros paseos por la Serre, por la noche, al claro de la luna, mientras se oía el armonioso carillón? ¡Oh, qué hermoso era, tiíta, ese valle a la luz de las estrellas, esa inmensidad, ese infinito! Todo me hablaba de Dios… Jamás olvidaré las vacaciones pasadas con ustedes, ellas estarán siempre entre mis mejores recuerdos y ustedes en lo mejor de mi corazón. Tú lo sientes así, ¿no es verdad? En cuanto a mí, he encontrado mi cielo en la tierra en mi querida soledad del Carmelo, donde estoy sola con Dios solo. Lo hago todo con El, por eso voy a todo con una alegría divina; que barra, que trabaje o que esté en oración, lo encuentro todo delicioso, porque veo en todas partes a mi Maestro. Quisiera tener tus dedos para la ropería y hacer hermosos puntos como tú, pues no me falta trabajo.

Saluda de mi parte al señor cura. Dile que amo apasionadamente el Oficio divino y que le pido que al rezarlo se una a la pequeña carmelita.

Adiós, querida tía Matilde. Me alegro al pensar que mis queridas van a veros. Sé que no tengo necesidad de recomendároslas , ¡sois tan buenas con ellas! Os abrazo a las dos, sin olvidar a mi tía. Dile que todos los días ruego por ella.

Tu pequeña, que te quiere mucho. Hna. Isabel de la Trinidad Saludos a Ana.

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140 A su hermana – 14 de octubre de 1902

Carmelo de Dijon, 14 de octubre

Mi querida Guitita:

En la víspera de este gran día, tu Isabel te envía todo su corazón, toda su alma. Ella no es más que una contigo y esta noche, pensando en su pequeñita, a la que ama tanto, se siente toda emocionada y no puede decir más. Tú lo comprendes, mi Guita, ¿no es así? Esta mañana he ofrecido por ti la santa Comunión, y durante la misa de ocho mi alma estaba muy unida a las vuestras. Puedes adivinar con qué fervor he rogado a Dios por los novios y cómo pido al Señor que derrame sobre ellos sus más dulces bendiciones. El os ama, mi Guita, vuestra unión está totalmente bendecida por El.

Estoy muy contenta de enviarte esta hermosa estampa de Santa Teresa. Es de Marta Weihardt, que ha tenido esta delicada atención. Tú reconocerás su pincel. Nuestra Reverenda Madre, que te quiere mucho, mi pequeña Guita, ha escogido las palabras que están escritas al pie de nuestras dos Santas.

Verás que somos beatificadas las dos, cada una en el camino al que el Maestro nos llama y en el que nos quiere. Hasta mañana, mi Guita. Mientras tanto recibe lo que tu hermana mayor tiene de mejor en su corazón. Ella pide a Aquel que ha recogido todas las lágrimas que has derramado por dársela a El, que las transforme en un dulce rocío, en una lluvia de bendiciones, en una dulce efusión de su paz y de su amor. Tu Isabel de la Trinidad

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141 A su madre – 14 o 15 de octubre de 1902

Mi querida madrecita:

En el cielo y en la tierra los ausentes están muy cerca de ti, ¿no los sientes? ¡Oh, madre querida, no estás sola! El está allí, El y los que te han dejado por El. Esta noche, en el silencio de esta querida celdilla, sola con Aquel que amo, mi alma y mi corazón van a encontrarte, y creo que si, en realidad, yo estuviese allá abajo contigo lo estaría menos; porque, tú lo sabes bien, para el corazón no hay distancias, y el de tu Isabel es siempre tuyo. ¡Oh, mamá! Aquel a quien me has entregado es Amor y Caridad y El me enseña a amar como El, El me da su amor para amarte.

Mi corazón te hablará todavía largo tiempo, ¡se está tan bien junto a la mamá! Pero llega la hora de maitines y voy a bajar al coro a hablarte cerca de El. Esto será aún mejor.

Te abrazo como a la mejor de las madres. ¿Cómo está tu pobre corazón? El mío muy emocionado esta noche, y he enjugado las lágrimas de mis ojos. Soy feliz, El me ha escogido la mejor parte. ¡Oh! Da las gracias a nuestra Madre Santa Teresa, a quien amas tanto, por la felicidad de tu Isabel.

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142 A María Luisa Ambry (de soltera Maurel) – 26 de octubre de 1902

Carmelo de Dijon, 26 de octubre

Mi querida María Luisa:

Sí, he rogado mucho por usted y lo hago todos los días. La oración es el vínculo de las almas, ¿no le parece? Pido al Señor que consuele El mismo el corazón de su María Luisa. El es el Consolador supremo, que nos ama con un amor que nunca podremos comprender. Jesús lloró cuando estaba en la tierra.

Una sus lágrimas a las suyas divinas, adore con El la voluntad de Aquel que no hiere sino porque ama, y después oriente su alma hacia ese lugar de paz y luz al que su ángel ha volado. ¡Oh, si supiese qué cerca está de usted!, podría vivir con él en una dulce intimidad, pues todo ese mundo invisible, bajo la luz de la fe, se acerca mucho a nosotros y se establece la comunión entre los del cielo y los de la tierra.

Pienso, en efecto, que Guita la visitará. Me lo dijo la última vez que la vi, y este proyecto la alegraba. Con el corazón estaré en medio de ustedes. ¡Qué felices ratos hemos pasado juntas, querida María Luisa! No volveré más a vuestras hermosas montañas, pero hay Uno donde la encuentro siempre. Cuando le rece, háblele de su Isabel y piense que ella está allí, muy cerca de usted. ¡Ah, si supiese cómo el Carmelo es un rincón del cielo! En el silencio y la soledad se vive sola con Dios solo. Aquí todo habla de El, en todas las partes se le siente muy vivo, muy presente. La oración es nuestra principal, yo diría única ocupación, ya que para una carmelita nunca debe cesar. No la olvido a usted en esas horas pasadas junto a El. La dejo para ir a maitines y la llevo en mi alma para cantar con usted las alabanzas del Señor. Usted lo consiente, ¿no es verdad? La escribo en nuestra celdilla, que me parece un verdadero paraíso. Es el santuario íntimo, nada más que para El y para mí. Nadie, si no es nuestra Reverenda Madre, puede entrar en ella. ¡Si supiese lo bueno que es vivir bajo la mirada del Maestro y en un dulce diálogo con El! Adiós, voy a tocar la campana. No tengo tiempo mas que para enviarla muchísimos recuerdos. No me olvide en Labastide y en Mas cuando escriba. Mis saludos al señor José. Unión siempre. Hna. Isabel de la Trinidad ¿Tiene usted la bondad de ir a ver al señor canónigo de mi parte y decirle que pida mucho por su carmelita? Usted verá a Guita antes que yo.

Dele un abrazo por mí y dígale que haga otro tanto de mi parte con mi querida María Luisa.

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143 A su madre – 1 de noviembre de 1902

Carmelo de Dijon, 1 de noviembre

Mi querida madrecita:

Nuestra Reverenda Madre es tan buena que comprende la soledad de tu corazón y me permite escribir para decirte que estos días mi alma estará todavía más unida a la tuya, y que, en la unidad de una misma fe y de un mismo amor, encontraremos en Dios a los queridos difuntos que nos han precedido allá arriba. Nunca los he sentido tan presentes. ¿Ves, madre querida? Ellos están contentos de que yo esté en el Carmelo, porque el Carmelo está muy cerca del cielo, ¡es el cielo en la fe! Cuando oigas tocar al Oficio de difuntos, que tu alma se una a la mía. Todo lo que yo hago, tú lo haces conmigo. ¡Así quedamos ante Dios! Para hoy es para cuando el Maestro ha dicho: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5, 5). En el cielo: “El enjugará las lágrimas de sus ojos” (Ap 7, 17). Querida mamá, te he visto llorar con frecuencia; tu vida ha estado sembrada de dolores y de sacrificios; pero tú lo sabes: cuanto más pide Dios, más trae y da.

El Cordero a quien los bienaventurados adoran en la Visión es el mismo con quien está desposada tu Isabel, que tantas ganas tiene de llegar a ser su esposa. ¡Oh, mamá, qué hermosa es mi porción! Todo el mundo divino es mío, es el centro donde yo debo vivir y desde aquí abajo seguir a todas partes a mi Cordero (Ap 14, 4). Si tú supieses mi felicidad, darías gracias al que me ha escogido. Además, escucha lo que El dice: “El que hace la voluntad de mi Padre, ése es mi padre, mi madre, mi hermano, mi hermana”. Piensa que no estás sola, que el Amigo divino está contigo, y tu Isabel con El…

Que El te lleve todas las ternuras de mi corazón. Ha sido por El por quien te he dejado, pero yo te amo más que nunca. ¡Eres una madre tan buena!… Isabel de la Trinidad Si no estás muy fatigada, debieras ir a oír al Padre Menne a San Miguel durante la Octava de Difuntos. Parece que es un verdadero hijo del P. Vallée.

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144 A su hermana – 1 de noviembre de 1902

Carmelo de Dijon, 1 de noviembre

Mi querida Guita:

Tu cariñosa carta me ha causado gran alegría. ¡Pienso tanto en ti! Para mi corazón Dijon y Sainte Maxime están bien cerca, te lo aseguro. Me alegro de tu felicidad y doy gracias al Señor (y a Santa Teresa), pidiéndoles que esta felicidad vaya siempre aumentándose y que mi hermanita sea tan feliz como yo.

He visto a mamá el martes. Me ha dicho la alegría que le causan vuestras cariñosas cartas. Ella tiene mucha necesidad de ellas, pues el tiempo pasa menos rápido para ella que para nosotras, pero en su soledad ella goza de nuestra felicidad, pues ya sabes que ella no ha vivido más que para nosotras. El jueves por la mañana ha debido también acompañar a nuestra querida Alicia a las Hermanitas. Me visitó algunos día antes de marcharse y me pareció muy simpática.

Da gracias a Jorge por su gentil (y maligna) cartita, que me ha conmovido. Pienso que mi agradecimiento será mejor recibido pasando por su querida Margarita. Por eso te lo confío. ¿No es verdad que una no se cansa nunca de contemplar el mar? ¿Te acuerdas de la última vez que lo vimos juntas en la Roca de la Virgen en Biarritz? ¡Qué felices horas he pasado allí! Era tan bello ver aquellas olas de fondo cubrir las rocas… Mi alma vibraba ante un espectáculo tan grandioso. Goza bien de él con Jorge y piensa que en el Carmelo tengo todos estos vastos horizontes. No me olvides en Carlipa, ni en Limoux y en la visita a los amigos. Os seguiré a todas partes. Dentro de quince días nos volveremos a ver, pero, ¿verdad?, no nos hemos dejado. ¡Si supieses cómo te envuelvo en mi oración! Tú también, mi pequeña, pide por tu Sabel para que ella sea pronto esposa. ¡Se le hace tan largo!…

Os junto a los dos para enviaros mil cariñosos recuerdos y doy gracias a Jorge por mimar tanto a mí Guita, a quien me gustaba también mimar. Vuestra Hna. Isabel de la Trinidad Debieras rogar a María Luisa que te lleve al Carmelo de Carcasona

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145 A la señora Angles – 9 de noviembre de 1902

Carmelo de Dijon, 9 de noviembre

Muy querida señora:

Creo que habrá visto a Guita en estos días y que ella le habrá hablado de todos los encargos que mi corazón la había encomendado; pero es sobre todo de “alma a alma” como me gusta hablar, bajo la mirada de Aquel que amamos y a quien únicamente buscamos. Muchas gracias por sus fervorosas oraciones. Hemos tenido unos Ejercicios muy bellos, muy profundos, muy divinos. El Padre Vallée nos ha hablado todo el tiempo sobre Jesucristo. Me hubiera gustado tenerla a mi lado para que su alma, querida señora, fuese elevada con la mía a través de todo, comunicásemos todo el tiempo con este Verbo encarnado, con Jesús, que mora en nosotras y quiere manifestarnos todo su misterio. La víspera de su Pasión decía a su Padre, hablando de los suyos: “Las palabras que me habéis dado, yo se las he dado; la claridad que he tenido en Vos antes de que existiese el mundo, yo se la he dado” (Jn 17, 8, 22‑24). El está siempre vivo, siempre trabajando en nuestra alma.

Dejémonos construir por El y que El sea el Alma de nuestra alma, la Vida de nuestra vida, para que podamos decir con San Pablo: “Vivir, para mí, es Jesucristo” (Flp. 1, 21). Querida señora, El no quiere que su alma se entristezca viendo lo que no se ha hecho únicamente por El. El es Salvador; su misión es perdonar, y el Padre nos decía en los Ejercicios: “No hay más que un movimiento en el Corazón de Cristo: borrar el pecado y llevar el alma a Dios”. Ruego mucho por usted, pues la siento tan amada por el Maestro, y le pido que la tome, la atraiga a El cada vez más, para que a través de todas las cosas goce de su presencia. Que su alma sea otra Betania donde Jesús venga a descansar y donde usted le servirá el festín del amor. Querida señora, amemos como la Magdalena. Además, dé gracias por su pequeña amiga a Aquel que la escogió la mejor parte…

Vi ayer a mi mamá, que espera con impaciencia la vuelta de Guita. Ella está muy fatigada, pero en medio de todo esto el Señor hace su obra, y cuando esta querida mamá me abre su alma. soy sumamente feliz viendo lo que hace en ella Aquel por quien la dejé. Adiós, querida señora. La dejo para ir a maitines, o mejor, la voy a encontrar en el que une nuestras almas.

Continúe siempre su oración conmigo, y que Jesús nos absorba y nos posea.

Su amiguita muy querida, Hna. Isabel de la Trinidad He escrito a Mana Luisa, espero que haya recibido mi carta, pero temo haber puesto mal la dirección.

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146 A la señora de Sourdon – 9 de noviembre de 1902

Miércoles, 19 de noviembre

Muy querida señora:

No puedo decirla cuánto agradezco su felicitación por mi fiesta y todos sus dulces. Su corazón adivinará entre líneas lo que el mío no puede expresar. ¡Usted ha sido siempre tan buena con su amiguita y con su querida mamá, y hay recuerdos que no se pueden olvidar! Querida señora, me gusta mucho encontrarla cerca del Señor; en El, que no hay distancias ni separaciones, y siento muy bien esto desde que estoy en el Carmelo. Me parece que se pueden tener encuentros muy verdaderos e íntimos, de alma a alma, y que podemos también vivir con los queridos difuntos que nos han precedido en el cielo. Tenemos también trato con las almas que nos están unidas. Es Dios quien hace todo esto. Esté persuadida, querida señora, de que las rejas no nos han separado, y el corazón de su pequeña carmelita es siempre suyo, porque es Dios el que le guarda, y usted sabe, como dice San Pablo, “que El es fiel” (I Cor 1, 9); lo que El guarda está bien guardado.

Cuando escriba a la señora de Anthés, ¿tendrá la bondad de decirle que ruego particularmente por ella y no olvido sus intenciones? Tampoco las suyas, querida señora, están olvidadas. Usted conoce mi corazón lo bastante para saber que los que han entrado en él no pueden salir nunca. Y ¿dónde encontrarles mejor que en Dios, que es el principio y el vínculo indisoluble de los verdaderos y profundos afectos, aquellos que ni la distancia ni el tiempo pueden cambiar? Crea, querida señora, en la seguridad de mi profundo afecto, y en un cariñoso beso reciba todo el agradecimiento de su amiguita.

Isabel de la Trinidad ¿Quiere usted decir a la buena Adela que he hecho una buena oración por ella mientras comía su deliciosa crema? A través de usted doy las gracias a María Luisa y a Francisquita, cuyas felicitaciones me han gustado mucho. No les escribo por haberlas visto la semana pasada, pero mi corazón va a buscarlas. ¡Amo tanto a las dos!

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147 A la señora Farrat – antes de fin de 1902

Muy querida señora:

El corazón de su amiguita tiene necesidad de decirle que su oración por su querida enferma es muy intensa. Mi comunión de hoy será por ella. Después tendremos exposición del Santísimo Sacramento en el oratorio, y, como Magdalena a los pies del Maestro, me haré toda suplicante y le diré: “El que amáis está enfermo” (Jn 11, 3). Jesús da la cruz a sus verdaderos amigos para entregarse más a ellos. En su Corazón veo mucho amor para con usted. Su querido angelito vela desde el cielo sobre usted, y yo me uno a ella, que tanto me quería, para conmover el Corazón del buen Dios.

La abrazo y quedo muy unida con el corazón y la oración.

Su amiguita, M. Isabel de la Trinidad

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148 A su madre – hacia el final de 1902

Muy querida mamá:

Nuestra Reverenda Madre te habrá dicho que, vistas las circunstancias, hacemos, como medida de precaución, algunos preparativos para el caso que tuviéramos que abandonar nuestra querida clausura. Te agradecería mucho me mandases inmediatamente tu patrón de falda, el que se compone de la parte delantera y de una sola pieza para cada lado, como el vestido gris de Guita, para poder poner un pliegue de cada lado, como hacía con tus faldas, pues podría servirme de él para algunos arreglos. Me harías también un favor mandándome el sombrero de caballero que compramos en París, pero esto me urge menos. Gracias, querida mamá. Espero el patrón. Me va a recordar el tiempo en que trabajábamos juntas. Estáte persuadida que el que me ha tomado toda para Sí, me guarda toda para ti. Tu Isabel

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149 A la señora Angles – 29 de diciembre de 1902

Carmelo de Dijon, 29 de diciembre

Muy querida señora:

El Niño Jesús reservaba a mi alma una gran felicidad, y en esta fiesta de Navidad me ha dicho que iba a venir como Esposo. El día de la Epifanía me hará su reina y pronunciaré los votos que me unirán a El para siempre. ¡Mi alegría es tan profunda, tan divina! Es de las que no se pueden explicar; pero su alma ha tratado al Señor lo suficiente para poderla comprender.

Ayúdeme, ¿verdad?, pues quisiera estar como El me quiere, y en este día de mi profesión es necesario que consuele a mi Maestro y le haga olvidarlo todo. Siento mi impotencia, pero El está en mí para prepararme. Así, llena de gozo y confianza me atreveré a presentarme delante de El, para que consume la unión que ha soñado en su amor infinito. Aquel día usted no será olvidada de su amiguita, se lo aseguro. Por su parte, únase a ella en esa mañana, la más bella de su vida, en la que ella va a ser Esposa de Cristo, y esto hasta la muerte. ¡Oh!, ¿no es verdad? Déle gracias por mí. ¡Mi porción es tan bella!… ¡Toda una vida que ha de transcurrir en el silencio, la adoración, el diálogo íntimo con el Esposo! Pídale que yo sea fiel, que llegue a realizar hasta el fin sus designios divinos sobre mi alma, que cumpla sus deseos plenamente, que sea su felicidad. ¡Querida señora, que nuestras almas se unan para consolar a nuestro Maestro! ¡Se le ofende tanto en el mundo! No se quiere saber nada de El. Abrámonos para recibirle. Y después no le dejemos nunca solo en el santuario de nuestra alma. Pensemos a través de todas las cosas que El está allí y que tiene necesidad de ser amado. Mañana por la noche entro en Ejercicios para prepararme a la profesión. Usted adivinará la alegría con que veo llegar estos diez días de soledad más completa y de separación absoluta. ¿Quiere usted unirse a su amiguita? Su felicitación me ha llegado al corazón. No la escribí antes del Adviento por hacer poco que había escrito, y nuestra santa Regla no permite hacerlo con tanta frecuencia. Pero nuestra unión es muy profunda, pues nos podemos comunicar de alma a alma.

Adiós, querida señora. ¿Tiene usted la bondad de comunicar mi dicha a María Luisa y al señor canónigo, si es que le habla de nuestra correspondencia? Toda suya en El. Hna. M. Isabel de la Trinidad

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150 Al P. Vallée – 31 de diciembre de 1902

Carmelo de Dijon, 31 de diciembre

Mi Reverendo Padre:

¿No le ha dicho el Maestro que vuestra pequeñita iba a ser su esposa, que su primera palabra para ella ha sido un “Veni” y que en esta bella fiesta de luz y de adoración, en ese día que es de los Tres, El iba a salir a su encuentro para consumar la unión que El ha planeado en su amor infinito? ¡Oh, Padre mío, qué feliz soy, con una felicidad que no se parece a la que he experimentado hasta ahora. Es menos sensible; está en lo más profundo del alma. Además, ¡es tan serena, tan tranquila! Esta noche entraré en Ejercicios. Ruegue, ¿no es así?, para que me entregue del todo, esté vigilante y el Señor pueda realizar en mí sus quereres sobre mi alma. Me parece que se está preparando algo grande y me siento envuelta en el amor de Cristo. ¡Oh, Padre mío! ¡Qué bueno es entregarse en estos tiempos en que El es tan ofendido! En el día hermoso de mi profesión yo quisiera consolarlo, hacerle olvidar todo. Además quisiera que esto sea el comienzo de un acto ininterrumpido de adoración en mi alma. Usted quiere, ¿verdad?, que su pequeñita sea su adoradora, como la Magdalena, que se callaba siempre, para escuchar lo que el Maestro le decía.

Mi buen Padre, usted me ha dicho que para las almas no hay distancia.

Guarde, entonces, la mía muy cerca de la suya, y después entrégueme para ser tomada del todo por Cristo, que no viva yo, sino que El viva en mí (Gal 2, 20). Finalmente, bendiga a su pequeña hija con un corazón todo paterno.

Isabel de la Trinidad

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151 Al canónigo Angles – 31 de diciembre de 1902

Carmelo de Dijon, 31 de diciembre

Querido señor canónigo:

¡Usted ha sido siempre muy bueno conmigo y se ha interesado tanto en mi vocación! Mi alma viene también esta noche a confiar a la suya su gran felicidad.

El Esposo me ha dicho su “Veni”, y el once de enero, en la bella fiesta de la Epifanía, toda de luz y adoración, pronunciaré los votos que me unirán para siempre a Cristo. Usted, que desde mi infancia me ha seguido y ha recibido mis primeras confidencias, puede comprender la felicidad tan grande que inunda mi alma. Esta tarde he pedido las oraciones de mi querida comunidad y mañana comienzo mis Ejercicios de diez días. Me parece un sueño.

¡Lo he esperado y deseado tanto! ¿Quiere usted tener cada día en la Santa Misa un recuerdo especial para mí?, pues es algo tan grande lo que se prepara… Me siento envuelta en el misterio de la caridad de Cristo. Cuando miro hacia atrás me parece ver una persecución de Dios sobre mi alma. ¡Oh, qué amor! Estoy como aplastada bajo este peso. ¡Entonces me callo y adoro!…

En esa mañana de la Epifanía, la más bella de mi vida, aunque ya el Maestro me ha hecho pasar días tan divinos que se parecen mucho a los que se pasan en el Paraíso, en ese día en que se van a realizar todos mis deseos y voy a ser, al fin, “esposa de Cristo”, ¿quiere usted, señor canónigo, ofrecer el Santo Sacrificio por su carmelita? Después entréguela, para que sea toda tomada, toda repleta y pueda decir con San Pablo: “No vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).

¿Necesito decirle cuál será mi oración por usted? Conoce bastante mi alma y mi corazón.

Le dejo para entrar con el Esposo en profundo recogimiento. Ruegue por mí y bendiga a su feliz carmelita. Hna. Isabel de la Trinidad

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152 A la hermana María de la Trinidad – 10 de enero de 1903

Acabo de ver a nuestra Madre, que me ha confesado su inquietud por verme hacer los votos en tal estado de alma. Ruegue por su pequeña carmelita, que está en el colmo de la angustia.

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153 A la Madre Germana – 11 de enero de 1903

¡Madre mía, el Esposo llega! El os invita a reposar sobre su Corazón. Allí oiréis lo que se canta en el alma de la esposa, y lo que se eleva de su corazón al alma de la Madre amada, que la ha preparado al día de la unión.

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154 A sus tías Rolland – 12 de enero (o poco después) de 1903

Mis buenas tiítas:

Mi primera carta es para ustedes. Me apresuro a comunicarles mi felicidad y a darles las gracias por su hermoso recuerdo. Sus breviarios han llegado, y en adelante mi alma y las suyas no serán más que “una” cuando cante las alabanzas del Señor. No sé cómo expresarles todo mi reconocimiento por la alegría que me causan dándome estos hermosos breviarios, que, al venir de ustedes, me son doblemente preciosos, y encargo a mi divino Esposo de pagar toda la deuda de mi corazón. ¡Oh, mis tías, qué feliz soy siendo ya una esposa de Cristo! Quisiera hablarles del día de mi profesión, pero, ya lo ven, es algo tan divino que el lenguaje de la tierra es incapaz de decirlo. Yo había tenido ya días muy hermosos, pero ahora no me atrevo ni siquiera a compararlos con éste. Es un día único, y creo que si me encontrase delante del buen Dios no tendría una emoción mayor que la que sentí. ¡Es tan grande lo que ha pasado entre Dios y el alma! La ceremonia es totalmente privada. Se hace en el capítulo, y la toma de velo no se hace el mismo día. No os había explicado bien esto. Son dos ceremonias. Espero recibir el velo el 21, fiesta de santa Inés, pero esto no está decidido, pues no sabemos si Monseñor estará libre ese día. ¡Oh, si supiesen cuánto ha rogado Isabel por sus queridas tías ese día, el más bello de mi vida! Querida tía Francisca, si el Señor no te ha curado la vista, creo que en su amor tiene sus planes sobre ti, y que si te pide tantos sacrificios es para darte más. He rogado mucho por ti, te lo aseguro, y lo hago cada día.

Quisiera escribiros más todavía, pero quiero acabar mi carta esta noche, porque tengo prisa para que ella les lleve todo el agradecimiento de vuestra Isabel. ¡Oh! Den gracias al Señor por mí. Soy tan feliz… La profesión es un día sin ocaso. Me parece que es como el principio del día que nunca acaba. Adiós. Las reúno a las tres en el corazón de mi Esposo y las abrazo, dándoles nuevamente las gracias de todo corazón. Hna. Isabel de la Trinidad He rogado mucho por el cura; se lo dirán, ¿verdad? Les envío dos pequeñas flores; estaban en el capítulo sobre el altar donde me he inmolado.

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155 A la señora de Bobet – 4 de febrero de 1903

Carmelo de Dijon, miércoles

Mi querida Antonieta:

Le aseguro que mi alma ha respondido bien a su llamada. No ceso de pedir por su querida hijita. Comprendo bien las angustias de su corazón materno, y Jesús, El, sobre todo, las comprende. Por eso la encomiendo a El muy fuertemente. Es tan poderoso, tan bueno.

El siempre vive. El, que por la petición de María resucitó a Lázaro.

Como esa santa tan amada, voy al Maestro y le digo: “¡Señor, la que amáis está enferma (Jn 11, 3), y mi querida Antonieta es tan desgraciada!” Animo, piense que estamos en sus manos. El es el Señor de la vida y de la muerte.

En otro tiempo, los enfermos con tocarle recobraban la salud. Lo mismo hoy El está inclinado sobre nuestro ángel y sobre usted con un amor infinito. El ha llorado ante la tumba del amigo a quien amaba (Jn 11, 35); por esas lágrimas divinas le pido que enjugue las que brotan de sus ojos.

Nuestra Reverenda Madre, cuya alma es toda maternal, pide mucho por ustedes, como también la comunidad. En cuanto a mí, soy una joven esposa, porque hace apenas tres semanas que he hecho mis votos solemnes, que me unen al Señor para siempre. Yo uso, pues, de todo mi poder sobre el Corazón de mi divino Esposo en favor de mi querida Antonieta. Su silencio me hace suponer que las noticias son mejores, pero mi corazón necesitaba decirle que es uno con el suyo. Adiós, la dejo en El y quedo su hermanita que mucho la quiere.

M. Isabel de la Trinidad

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156 A la señora Angles – 15 de febrero de 1903

Carmelo de Dijon, 15 de febrero

Muy querida señora:

No le he olvidado en estos dos días “divinos” del 11 y 21 de enero, pues le aseguro que si usted ruega por mí, por mi parte me siento fuertemente arrastrada hacia su alma, que veo tan amada y buscada por el Maestro, que quiere poseernos plenamente. Soy completamente feliz al pensar que usted está consagrada al Señor, y me parece que puede comprender mejor la felicidad de vuestra hermanita carmelita. ¿Quién podrá decir la alegría de mi alma cuando, al contemplar el Cristo que he recibido después de mi profesión, que nuestra Reverenda Madre ha colocado “como un sello sobre mi corazón”, he podido decirme: “Al fin El es todo mío y yo soy toda suya, no le tengo más que a El, El es mi todo”? Ahora no tengo más que un deseo, amarle, amarle siempre, celar su honra como una verdadera esposa, hacer su felicidad, hacerle feliz preparándole una morada y un refugio en mi alma, y que allí olvide, a fuerza de amor, todas las abominaciones que los malvados hacen. Sí, querida señora, consolémosle.

Me pregunta cómo puedo soportar el frío. Crea que no soy más generosa que usted; sólo que usted está enferma, mientras que yo gozo de una buena salud. Casi no me doy cuenta de que hace frío. Así que ya ve que tengo poco mérito. En casa sufría mucho más en el invierno que en el Carmelo, donde no tengo calefacción. El Señor da sus gracias. Además, es tan bueno, cuando se sienten estas cosillas, contemplar al Maestro, que también ha sufrido todo esto porque nos ha “amado demasiado”, como dice San Pablo. Entonces se desea devolverle amor por amor. En el Carmelo hay muchos sacrificios de este género, pero ¡son tan dulces cuando el corazón está poseído por el amor! Le voy a decir lo que hago cuando tengo alguna pequeña fatiga: miro al crucificado, y cuando veo cómo El se ha entregado por mí, me parece que yo no puedo hacer otra cosa por El que entregarme, gastarme, para darle un poco de lo que El me ha dado. Querida señora, por la mañana en la santa misa comuniquemos en su espíritu de sacrificio; somos sus esposas, debemos parecernos a El. Además, después de esto, estemos siempre con El durante la jornada. Entonces, si somos fieles en vivir de su vida, si nos identificamos con todos los movimientos del alma del Crucificado, con sencillez, entonces no tenemos que temer nuestras debilidades, porque El será nuestra fortaleza, y ¿quién nos puede arrancar de El? Creo que El está muy contento y que nuestros sacrificios consuelan mucho su Corazón. Durante esta Cuaresma la cito en el infinito de Dios, en su Caridad. ¿Quiere usted que sea éste el desierto donde vayamos a vivir en soledad con nuestro divino Esposo, ya que es en esta soledad donde El habla al corazón? (Os. 2, 16).

Adiós, señora y querida hermana. Unión, ¿verdad? Y crea en la expresión de mis sentimientos muy afectuosos. Su pequeña hermanita. M. Isabel de la Trinidad Le diré cómo paso el día en la próxima carta, ya que veo que la interesa.

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157 A la señora de Sourdon – 21 de febrero de 1903

Carmelo, sábado noche

Querida señora:

Antes de recibir su carta había recibido unas líneas de la señora de Maizieres, un grito del corazón al que mi alma ha respondido, se lo aseguro.

Cuando usted le escriba, ¿quiere decirle que nosotras rezamos mucho en el Carmelo y que no asisto una vez al Oficio divino sin encomendar a Dios la salud del querido enfermo, que causa tanta inquietud a los que le aman? Comprendo muy bien esas angustias, y, sobre todo, las comprende el Señor.

Recuerde usted, querida señora, que yo he conocido esas horas dolorosas.

Nunca olvidaré lo buena que fue usted para con la pobrecita que pensaba que iba a perder a su madre. ¡Cuántos recuerdos penosos que son como el vínculo que une nuestras almas! Esas horas son las horas de Dios. El Padre Didon dice “que todo destino que no tiene su calvario es un castigo de Dios”. ¡Oh, entonces, si supiéramos entregarnos completamente en las manos de aquel que es nuestro Padre!… Le recomiendo mucho sus intenciones. No dude de El, querida señora, abandónele todo y a su amiguita… ella será su abogada…

Su misión es orar sin cesar y usted sabe que esto es muy verdad para usted.

Ella es muy FELIZ, con una felicidad que sólo Dios conoce, porque El es su único objeto, felicidad que se asemeja mucho a la del cielo. Durante esta Cuaresma, que es tan divina en el Carmelo, mi alma estará particularmente unida a la suya. Pido al Señor que la revele las dulzuras de su presencia y haga de su alma un santuario donde pueda venir a consolarse. ¿Me permite penetrar allí y adorar con usted al que mora en él? Abrazo a mi querida Francisca, a quien tanto quiero, y a su gentil María Luisa. Pido mucho por ellas, y soy siempre suya, ¿no lo nota? Su amiguita, Hna. Isabel de la Trinidad ¿Quiere usted decir a mi mamá que mi alma no hace más que una con la suya y que la amo con todo mi corazón?

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158 Al abate Chevignard – 24 de febrero de 1903

Carmelo de Dijon, febrero

Amo Christum

Señor abate:

Antes de entrar en el silencio riguroso de la Cuaresma quiero responder a su atenta carta. Mi alma tiene necesidad de decirle que está en comunión con la suya, para dejarse tomar, llevar, invadir por Aquel cuya caridad nos envuelve y que quiere consumarnos con El en la “unidad”. Pensaba en usted al leer estas palabras del P. Vallée sobre la contemplación: “El contemplativo es un ser que vive bajo la irradiación de la Faz de Cristo, que entra en el misterio de Dios no con la claridad que nace del pensamiento humano, sino con la que produce la palabra del Verbo encarnado”. ¿No tiene usted esta pasión de escucharle?. A veces es tan fuerte esta necesidad de callarse que se desearía no saber hacer más que permanecer como Magdalena, esa bella figura de alma contemplativa, a los pies del Señor, ávida de escucharle, de penetrar cada vez más profundamente en ese misterio de Amor que ha venido a revelarnos. ¿No le parece que en la acción, al cumplir el oficio de Marta (Lc 10, 38‑42), el alma puede permanecer siempre en adoración, sepultada como Magdalena en la contemplación, estando junto a la fuente como una sedienta? Así concibo yo el apostolado, tanto para la carmelita como para el sacerdote. Entonces uno y otra pueden irradiar a Dios, darle a las almas, si están sin cesar junto a estas fuentes divinas.

Me parece que convendría estar muy cerca del divino Maestro, comunicar mucho con su alma, identificarse con todos sus movimientos y entregarse como El a la voluntad del Padre. Entonces, pase lo que pase por el alma, nada importa, porque tiene fe en Aquel que ella ama y mora en ella. Durante esta Cuaresma quisiera, como dice San Pablo, “sepultarme en Dios con Cristo”, perderme en esa Trinidad que un día será nuestra visión, y con estas claridades divinas hundirme en la profundidad del misterio. Ruegue, ¿verdad?, para que yo me entregue totalmente y mi Esposo muy amado pueda llevarme adonde quiera.

Adiós, señor abate, permanezcamos en su amor (Jn 15, 9). ¿No es El ese infinito del que nuestras almas están tan sedientas? Hna. Isabel de la Trinidad Nuestra Reverenda Madre me encarga darle las gracias por el cántico. ¿No le parece que es muy buena y comunica al buen Dios? El lunes comulgaré por usted; no me olvide usted tampoco.

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159 A su madre – marzo de 1903

Mi querida madrecita:

Nuestra Reverenda Madre, que es muy buena, me permite escribirte, y ya adivinas si el corazón de tu hija está contento de venir a decirte que no hace más que “uno” con el tuyo. ¡Oh, si supieses qué verdad es que te sigo a todas partes y que no hay distancia entre mi querida mamá y yo!…

A través de tus líneas adivino mucho… Si estuviera junto a ti trataría de endulzártelo. En otro tiempo me causaba pena ver una señal de tristeza en tu rostro. Sigo siendo la misma. Pido al Esposo divino, por el que te he dejado, que sea “todo” para ti. Me da tanto gusto que vayas a El así. Mamá querida, cuando sientas frío en tu corazón, ve a calentarte junto a Aquel que es un fuego de amor y que no causa vacío sino para llenarlo del todo…

Di a tus buenos huéspedes que me alegro de saber que estás con ellos y que no les olvido en mis oraciones. Díselo también a la buena señorita Adelina, a la señora Massiet, que le estoy muy unida y pido por su madre. Que ella ruegue un poco por mí y dé las gracias a Aquel que me escogió la mejor parte. Tú también, querida mamá, dale gracias por tener una hija carmelita, no obstante los sacrificios y lágrimas que esto te ha costado. Pero si vieras esa vocación a la luz de Dios, ¡cómo le bendecirías! El está contento contigo, mamá. ¡Si supieras cómo te ama y cómo te amo yo también! ¿Te acuerdas del 26 de marzo de hace cuatro años? Fue el día en que dijiste tu “Fiat” al Señor y a tu Isabel. Adiós, querida mamá. Ofrécele todo lo que hiere tu corazón, confíale todo. Piensa que tienes en tu alma día y noche uno que no te deja jamás sola. Te amo, madre querida, la mejor de las madres, y te abrazo muy tiernamente. Isabel de la Trinidad Marcho de maravilla. Nuestra Reverenda Madre vela bien sobre su hijita.

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160 A la señora de Bobet – 27 de abril de 1903

Carmelo de Dijon, 27 de abril

Muy querida Antonieta:

Después del silencio de Cuaresma mi primera carta es para usted. ¡Ah, si supiese cómo mi alma está en comunión con la suya y cómo pido a Aquel que es mi único Todo que la tome cada vez más! Participo de todas sus inquietudes por las dos queridas que el Señor le ha dado. ¡Por qué angustias ha pasado su corazón materno!… Todo esto, querida Antonieta, es para acercarse más a El, para forzarnos a abandonarnos en los brazos de Dios, que es nuestro Padre y que en las horas más difíciles, cuando parece, a veces, muy lejano, está en realidad muy cerca, “muy dentro” de nosotros. Comprendo bien sus angustias y la envío estas palabras que el Señor dirigía a Santa Catalina de Sena: “Piensa en mí, y yo pensaré en ti”. Vaya a perderse en El, querida Antonieta. El la guarda sus dos tesoros, y vuestra hermanita le habla frecuentemente de ellos…

Sí, el futuro es muy sombrío, y ¿no siente usted la necesidad de amar mucho para reparar… para consolar a este Maestro adorado? Hagámosle en lo más íntimo de nuestra alma una soledad y permanezcamos allí con El, no le abandonemos jamás. Es su mandato: “Permaneced en mí y yo en vosotros” (Jn 15, 4). Esta celda interior nadie nos la podrá arrebatar. Por eso ¿qué me importan las pruebas por las que pasemos? Mi único Tesoro lo llevo “en mí”, y todo lo demás es lo que no es. ¡Oh, si usted supiese la felicidad que llena mi alma cuando pienso que es verdad que soy suya, que soy, como El, perseguida!… Déle usted las gracias, ¿verdad?, por su pequeña hermana. ¡Es demasiado bueno ser carmelita! Y, después, unámonos para amarlo. Yo desearía tanto no vivir más que de amor, muy elevada sobre esta tierra, donde todo deja vacío en el alma. San Pablo dice que nosotros somos “de la Ciudad de los santos y de la Casa de Dios” (Ef 2, 19). Entonces, ¿por qué no vivir ya allí, pues poseemos en el fondo de nuestra alma a Aquel que hará un día nuestra bienaventuranza? Acaban de tocar a maitines. La llevo conmigo.

Adiós, seamos en El siempre “toda una cosa”. Reparta todas mis ternuras con sus dos queridas. Hna. M. Isabel de la Trinidad

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161 A Francisca de Sourdon – 28 de abril de 1903

Carmelo de Dijon, martes por la noche

Mi querida Francisca:

Es tan buena nuestra Reverenda Madre que, al decirle la confusión que ha habido entre mi madre y yo, me permite decirte cuánto pienso en ti esta noche, cuánto pido por ti, querida mía, a quien tanto quiero. Te aseguro que las rejas no han separado mi corazón del tuyo. Los dos están fundidos juntos, ¿no es verdad? Tanto en el cielo como en la tierra serán siempre “uno”.

He pasado una Cuaresma muy buena. De todo lo que he visto en el Carmelo no hay nada más bello que la Semana Santa y el día de Pascua. Diría incluso que es algo único. Ya te lo contaré cuando te vea. ¿Oh, querida mía, ¡qué feliz se es cuando se vive en intimidad con el Señor, cuando se hace de la vida un diálogo, un intercambio de amor, cuando se sabe encontrar al Maestro en el fondo del alma! Entonces nunca se está sola, y se tiene necesidad de la soledad para gozar de la presencia de este Huésped adorado. Ya ves, Francisquita mía, hay que darle su lugar en tu vida, en tu corazón, que El ha hecho tan cariñoso, tan apasionado. ¡Oh, si supieses lo bueno que es, cómo es todo Amor! Le pido que se revele a tu alma, que sea el Amigo que sepas encontrar siempre. Entonces todo se ilumina y la vida resulta hermosa.

Esto no es un sermón que quiera echarte, es el desbordamiento de mi alma en la tuya para que juntamente vayamos a perdernos en Aquel que nos ama, como dice San Pablo, con un “amor demasiado” (Ef 2, 4).

Buenas noches, mi Francisquita, te quiero sinceramente y te abrazo con todo mi corazón. Hna. Isabel de la Trinidad.

Dile a tu madre, a quien tanto amo, que no olvido lo que le he prometido. Recuerdos afectuosos a María Luisa.

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162 A sus tías Rolland – 28‑30 de abril de 1903

Carmelo de Dijon, abril

Mis buenas tiítas:

Me parece que Carlipa y Dijon están muy cerca, pues mi corazón ha recorrido pronto la distancia para encontrar los vuestros. Y es mi divino Esposo quien me da así alas para volar hasta vosotras. Estas alas son la oración y esta unidad en la fe y el amor que hace la comunión de los santos.

Tengo muchas cosas que deciros, queridas tías, y ¿por dónde comenzar? ¡Oh, si supieseis lo hermosa que es una Semana Santa en el Carmelo! Me hubiera gustado que hubieseis asistido a nuestros hermosos Oficios y, sobre todo, a nuestra bella fiesta de Pascua. Ese día cantamos los maitines a las tres de la mañana. Vamos en procesión al coro, revestidas de nuestras capas blancas, con una vela encendida, cantando el Regina Coeli. A las cinco tenemos la Misa de Resurrección, seguida de una magnífica procesión por nuestro hermoso jardín. Todo estaba tan sereno, tan misterioso… Parecía que a través de los caminos solitarios se nos iba a aparecer el Señor, como en otro tiempo a la Magdalena, y si nuestros ojos no lo han visto, al menos nuestras almas lo han encontrado en la fe. ¡Es tan buena la fe! Es el cielo en las tinieblas.

Pero un día el velo caerá y contemplaremos en su esplendor Aquel a quien amamos. Mientras esperamos el “Veni” del Esposo es necesario gastarse, sufrir por El y, sobre todo, amarlo mucho. Dadle gracias por haber llamado a vuestra Isabelita para la persecución. No sé lo que nos espera, y la perspectiva de tener que sufrir por ser suya llena mi alma de felicidad. Amo tanto mi querida clausura que a veces me pregunto si no amo demasiado esta pequeña celda, donde se está tan bien, sola con El solo. Puede ser que un día El me pida el sacrificio. Por mi parte estoy dispuesta a seguirle a todas partes y mi alma dirá con San Pablo: “¿Quién me separará del amor de Cristo?” (Rom8, 35). Dentro de mí hay una soledad donde El mora, y ésta ¡nadie me la puede arrebatar!…

Guita ha tenido la buena idea de mandarme vuestras queridas fotografías.

Voy a enseñárselas a nuestra Madre, que hace tanto tiempo oye hablar de vosotras por su corderito, que os ama tanto. Me ha llenado de alegría enseñarle vuestra querida casita. ¡Qué dulces recuerdos me trae a la memoria! He pasado en ella tantas buenas vacaciones, ciertamente las mejores. Y la Serre, ¿sigue estando tan bonita? ¡Qué bien se debe orar allí! ¿Tendrán la bondad de decir al señor cura que le mando mi alma para rezar el Oficio con él en ese querido valle? Presentadle mis respetos y pedidle que ruegue por mí. El es tan bueno… Estoy cierta que querrá encomendarme en su misa. ¡Queridas tías, si supiesen cuánto aprecio sus hermosos breviarios! No puedo decirlo suficientemente; pero cada vez que los uso tomo vuestras almas con la mía para entrar en comunión con todo el cielo. Les aseguro que me han proporcionado un gran placer. Ellos me seguirán a todas partes, y día y noche mi oración por ustedes será mi “agradecimiento”.

Las dejo para ir a maitines “con ustedes”. Tendría muchas más cosas que decirles, pero suena la campana, y no tengo tiempo más que para abrazarlas, así como a mi buena tía, con lo mejor de mi corazón. Vuestra Isabelita de la Trinidad Rueguen por mi querida mamá. Los acontecimientos la entristecen mucho, pero me edifica su ánimo y doy gracias a Aquel que me la ha dado tan buena.

Saludos a Ana.

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163 A la señora Farrat – 16 de mayo de 1903

Carmelo, sábado por la noche

Muy querida señora:

Su pequeña amiga no puede estar silenciosa sabiendo cómo está usted siendo probada; tiene necesidad de decirle cuánto ruega por aquel que se ha ido con Dios y también por los que ha dejado. Ante tales pruebas el lenguaje humano se siente trivial e impotente. Sólo Aquel que hace la herida puede comprender nuestro corazón y dar los consuelos de que tiene necesidad. Por esto es a ese Dios, que no hiere sino porque ama, a quien se acerca su amiguita, y con todo su corazón, con toda su alma le habla de usted. Querida señora, por la fe nosotros levantamos el velo y seguimos a aquel que ha volado bien alto a esas regiones de paz y de luz, donde el sufrimiento se transforma en amor. Allí habita ya nuestra querida Cecilita, y unida a ella yo ruego por usted. ¿Quiere usted, querida señora, expresar a la señora Clerget Vaucouleurs mis sentimientos de respetuosa y dolorosa simpatía y decirle que en el Carmelo tanto nuestra Reverenda Madre como toda la Comunidad pide con ella por esta alma, que al ir a Dios no la ha dejado? Es tan verdadero que podemos vivir con los que no están ya en la tierra…

Adiós, querida señora. No me olvido de vuestro pequeño Olivier y le pido que el 17 se acuerde de su amiga carmelita.

La abrazo muy afectuosamente como a María Magdalena.

Hna. M. Isabel de la Trinidad

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164 A Germana de Gemeaux – 20 de mayo de 1903

Carmelo de Dijon, 20 de mayo

Mi querida Germanita:

Habiéndome dicho mamá que iba usted a comer la semana próxima a casa de Margarita, he pedido a nuestra Reverenda Madre permiso para escribir, para decirle que la considero de hecho como a una hermanita. Me parece que nuestras almas no hacen más que una, que usted es carmelita conmigo, pues todo lo que hago es con usted. Y el Señor, al verme entre sus hijas predilectas del Carmelo, ve también a su Germanita de la Trinidad. Los domingos paso con usted mi día en honor de la Santa Trinidad. ¡Oh, mi Germanita, qué bueno es Dios por habernos dado la devoción a este misterio! Que nuestra vida discurra en El, como decíamos el otro día, que sea verdaderamente nuestra morada en la tierra. Allí hagamos silencio, para escuchar a Aquel que tanto tiene que decirnos. Y ya que usted también tiene esa pasión de escucharle, nos encontraremos cerca de El, para oír todo lo que se canta en su alma… He aquí la vida de la carmelita: ante todo, es una contemplativa, otra Magdalena a quien nada debe distraer de lo único necesario (Lc 10, 42). Ama tanto al Maestro que quiere llegar a ser una inmolada como El, y su vida llega a ser un don continuo de sí misma, un intercambio de amor con Aquel que la posee hasta querer transformarla en otro El mismo. Es allí, en El, donde me siento cerca de usted. Es necesario que nuestra divisa sea esta palabra de San Pablo: “Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3, 3).

Adiós, hermanita, diga a su buena y querida mamá que pido todos los día por ella y que la quiero de todo corazón, junto con la buena Ivonne, que es también la hermanita de mi corazón. Entramos en retiro de la Ascensión a Pentecostés. Yo le haré con usted en el alma del Maestro. Pida por su hermana mayor.

M. Isabel de la Trinidad

La pequeña fotografía es para Ivonne.

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165 Al abate Chevignard – 14 de junio de 1903

Carmelo de Dijon, 14 de junio

“Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13, 1).

Señor Abate:

Creo que nada refleja mejor el amor del Corazón de Dios que la Eucaristía. Es la unión, la comunión, es El en nosotros, nosotros en El. Y ¿no es esto el cielo en la tierra? El cielo en la fe, esperando la visión cara a cara tan deseada. Entonces “seremos saciados cuando aparezca su gloria” (Sal 16, 15), y nosotros le veremos en su luz. ¿No le parece que da quietud al alma pensar en ese encuentro, en esa entrevista con El que ella ama sobre todo? Entonces todo desaparece y parece que ya se penetra en el misterio de Dios…

Es totalmente “nuestro” todo este misterio, como usted me dice en su carta. ¡Oh, ruegue para que yo viva plenamente mi dote de esposa! Que esté toda disponible, toda despierta en la fe, para que el Maestro pueda llevarme adonde quiera. Quisiera estar sin cesar junto a Aquel que sabe todo el misterio, a fin de oírlo todo de El. “El hablar del Verbo es la infusión de su don”. ¡Oh, sí, ¿verdad que El habla a nuestra alma en el silencio? Me parece que este querido silencio es una bienaventuranza. Desde la Ascensión hasta Pentecostés hemos estado en retiro, en el Cenáculo, esperando al Espíritu Santo, y era muy hermoso. Durante toda esta Octava tenemos el Santísimo Sacramento expuesto en el oratorio. Son horas divinas las que se pasan en este pequeño rincón del cielo, donde poseemos la visión en sustancia bajo la humilde Hostia. Sí, es el mismo al que contemplan los bienaventurados en la claridad y a quien nosotros adoramos en la fe. Hace unos días me escribían un hermoso pensamiento que le envío: “La fe es el cara a cara en las tinieblas”. ¿Por qué no sería así para nosotros, ya que Dios está en nosotros y no pide otra cosa que poseernos como poseyó a los Santos? Sólo que ellos estaban siempre atentos, como dice el P. Vallée:

“Ellos se callan, se recogen y no tienen otra actividad que ser el ser que recibe”. Unámonos, pues, señor abate, para hacer la felicidad de Aquel que nos ha “amado demasiado” (Ef 2, 4). Hagámosle en nuestra alma una morada toda sosegada en la que se cante siempre el cántico del amor, de la acción de gracias, y después, ese gran silencio, eco del que existe en Dios…

Además, acerquémonos, como usted me dice, a la Virgen, toda pura, toda luminosa, para que ella nos introduzca en Aquel que ella penetró tan profundamente, y que nuestra vida sea una comunicación continua, un movimiento sencillo hacia el Señor. Ruegue por mí a la Reina del Carmelo.

Por mi parte, rogaré por usted, se lo aseguro. Permanezco con usted en la adoración y en el amor.

Hermana María Isabel de la Trinidad

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166 A su hermana – 15 de junio de 1903

Que en el alma de mi Guita se haga un profundo silencio, eco del que se canta en la Trinidad. Que su oración nunca cese, ya que posee lo que será un día su Visión, su Bienaventuranza.

Santa Germana, 1903.

Isabel de la Trinidad.

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167 A la señora de Sourdon – 21 de junio (?) de 1903

Carmelo de Dijon, domingo

Querida señora:

Puede usted adivinar cuánto pensaré en usted mañana y los días siguientes. Por lo demás, es una pendiente a la que se siente arrastrado mi corazón. Usted lo sabe bien, ¿verdad? Francisca me había dicho en una de sus conversaciones que ella pensaba sacar su título. Me parecía que se acercaba el momento, cuando me llegó su amable carta. Tengo mucha confianza. Y aunque amo a mi Francisquita con todo mi corazón, deseo el éxito de su examen, más por su querida mamá que por ella, pues esta mamá ¡se ha dado tanto a sus hijos! Lamento de todos modos que, como usted me dice, la pequeña no haya estudiado más; pero Dios le ha dado mucha facilidad, y además es tan bueno que hay que esperarlo todo de su amor.

¿Y su gentil María Luisa? Veo que no he rogado todo lo necesario, ya que el personaje en cuestión no reúne todas las cualidades. Lamento que no tenga otro apellido, pues me figuro que es esto lo que le falta. Es una lástima, se lo confieso, porque es raro encontrar jóvenes con las cualidades de éste, pero de todos modos había que hacer un sacrificio. Pido mucho por usted, créalo, querida señora, y ya que tiene tanta devoción al Sagrado Corazón, le confío sus solicitudes maternales.

Mientras escribo, recuerdo aquellas veladas de verano que hemos pasado juntas… Ahora estoy sola en nuestra celdilla, sola con El… el “Todo”…

Si usted supiese qué paz, qué felicidad inundan mi alma… Si supiese también cómo estoy “más cerca” de usted y cómo la amo…

Adiós, querida señora, voy a bajar a maitines y llevo a las tres en mi corazón. Hna. Isabel de la Trinidad

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168 A la señora Angles – 29 de junio de 1903

Carmelo de Dijon, 29 de junio

Señora y querida hermana:

Veo que también usted sufre la persecución, ya que sus buenos padres capuchinos han tenido que marchar al destierro. Comprendo el sacrificio que es para usted. Es tan bueno, ¿verdad?, encontrar un alma que sepa guiar a los demás al Señor… En el mundo tuve que hacer muchos sacrificios por este motivo pero he visto que cuando el Señor me privaba de todo lo que me parecía me conducía a El, era para darme más todavía. Querida señora, hay que decir siempre gracias, pase lo que pase, porque Dios es Amor y no puede hacer más que obras de amor… En el Carmelo estamos en calma, en la paz del Señor. Somos de El y estamos bajo su protección. La víspera de su muerte Cristo decía a su Padre: “No ha perecido ninguno de los que me diste” (Jn 17, 12). Entonces ¿qué podríamos temer? Se nos podrá quitar nuestra querida clausura, en la que he encontrado tanta felicidad, se nos podrá conducir a prisión o a la muerte. Le confieso que sería muy feliz si tal suerte me estuviera reservada… Me pregunta cuáles son mis ocupaciones en el Carmelo.

Podría responderla que para la carmelita no hay más que una: “amar, orar”.

Pero como, aun viviendo ya en el cielo, tiene todavía el cuerpo en la tierra, debe, aun entregándose al amor, tener sus ocupaciones, para hacer la voluntad de Aquel que ha hecho, el primero, todas estas cosas para darnos ejemplo. Comenzamos el día con una hora de oración a las cinco de la mañana.

Después estamos todavía una hora en el coro para salmodiar el santo Oficio… Después la Misa. A las dos rezamos vísperas, a las cinco la oración hasta las seis. A las ocho menos cuarto completas. Después, hasta los maitines, que se rezan a las nueve, oramos y sólo hacia las once dejamos el coro para ir a reposar. Durante el día tenemos dos horas de recreación.

Todo el demás tiempo es silencio. Trabajo en nuestra celdilla cuando no tengo que barrer. Un jergón, una silla, un atril sobre una tabla. Esto es todo el moblaje. Pero está lleno de Dios y paso allí muy buenas horas sola con el Esposo. Para mí la celda es algo sagrado, es su santuario íntimo, nada más que para El y su pequeña esposa. Estamos tan bien “los dos”… Me callo, le escucho… Es tan bueno escucharlo todo de El. Y además le amo mientras coso y remiendo este querido sayal, que tanto he deseado llevar.

Querida señora, usted está rodeada de silencio ahí, en sus bellas montañas.

Tiene mucha soledad, no permitiéndola su salud trabajar. ¡Oh, viva con El, hágale presente por la fe! Piense que El mora en su alma y le acompañe sin cesar, ¿verdad? Unámonos para hacer su felicidad y, para esto, que nuestra vida sea una comunión continua…

He visto a mamá estos días. Me gustaría que fuese por ahí este verano.

Usted le haría bien. Desde que estoy en el Carmelo el Señor la ha tomado más consigo, y cada vez que tengo conversación con ella, le doy gracias al ver todo lo que hace en esta alma tan amada. ¡Oh, qué bueno es! Amémosle, y que el fruto de nuestro amor sea el abandono. Ahí la dejo. Unión como nunca en el silencio y la adoración, en el alma de Aquel en el que soy su hermanita.

María Isabel de la Trinidad Ruego por su convertida.

Encuentro esta carta en nuestro atril y me avergüenzo. Habrá recibido usted mi fotografía de carmelita; que ella le lleve mi alma.

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169 Al canónigo Angles – 15 de julio de 1903

Carmelo de Dijon, 15 de julio

Señor canónigo:

Mi querida mamá, a quien vi la semana pasada, me ha entregado su amable carta, y le aseguro que me ha causado mucha pena por lo que sufre a causa de sus ojos y ruego mucho por usted. Me preguntaba un poco qué le podía pasar, pero ¿no es junto al Señor donde encontrará a su pequeña carmelita? Es allí donde también ella le encuentra. Entonces, nada de distancia, nada de separación, sino ya, como en el cielo, la fusión de los corazones y de las almas. Después de mi última carta ¡cuántas cosas han pasado! La Iglesia me ha hecho oír el “Veni, sponsa Christi”, ella me ha consagrado y ahora todo está “consumado” (Jn 19, 30), o más bien, todo comienza, pues la profesión no es más que una aurora, y cada día de mi “vida de esposa” me parece más bello, más luminoso, más envuelto en la paz y el amor. En la noche que precedió al gran día, mientras estaba en el coro esperando al Esposo, comprendí que mi cielo comenzaba en la tierra, el cielo en la fe, acompañado del sufrimiento y la inmolación por Aquel a quien amo… Quisiera amarle tanto… amarle como mi seráfica Madre, hasta morir de amor: “O charitatis Victima”, cantamos el día de su fiesta, y ésta es toda mi ambición: ser la presa del amor. Me parece que en el Carmelo es tan sencillo vivir de amor.

Desde la mañana hasta la tarde la Regla manifiesta instante tras instante la voluntad del Señor. Si usted supiera cómo amo la Regla, esa Regla que es la forma en que El me quiere santa. No sé si tendré la felicidad de dar a mi Esposo el testimonio de mi sangre, pero, al menos, si cumplo plenamente mi vida de carmelita, tengo el consuelo de gastarme por El, por El solo.

Entonces ¿qué importa la ocupación en que me quiere? Dado que está siempre conmigo, el diálogo no debe acabar nunca. Le siento tan vivo en mi alma, que no tengo más que recogerme para encontrarle dentro de mí, y es esto lo que constituye mi felicidad. El ha puesto en mi corazón como una sed de infinito y una necesidad tan grande de amar que El solo puede llenar. Entonces voy a El como va el niño a su madre, para que El llene, invada todo y me tome y lleve en sus brazos. Me parece que hay que ser muy sencillos con el Señor.

Estoy impaciente por enviarle mi buena mamá. Usted verá cómo el Señor ha hecho su obra en esta alma tan querida. Algunas veces lloro de felicidad y agradecimiento. Es tan bueno sentir veneración por la madre, ver que ella también es toda de Dios, poder comunicarle el alma y ser comprendida…

Usted es la gran ilusión del viaje, se lo aseguro. Me gusta recordar las vacaciones en Saint Hilaire, en Carcasona y Labastide. Son las mejores que he pasado. ¡Con qué bondad escuchaba las confidencias que me gustaba hacerle! Sería muy feliz si un día se las pudiese hacer a través de mis queridas rejas. ¿No vendrá usted a bendecir a su pequeña carmelita, a dar gracias junto a ella a Aquel que la ha “amado demasiado”? (Ef 2, 4), ya que, usted lo ve, mi felicidad es inefable. Escuche usted lo que se canta en mi alma y lo que sube del corazón de la esposa al corazón del Esposo por usted, de quien se reconoce siempre hijita. Envíele la mejor bendición. En la santa Misa báñela en la sangre del Esposo. ¿No es El la pureza de la esposa? Y ella ¡lo ansía tanto! Adiós, señor canónigo, crea en la expresión de mis sentimientos tan respetuosos como afectuosos. Hna. Isabel de la Trinidad

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170 A su madre – hacia el 13 de agosto de 1903

Carmelo de Dijon, agosto

“(Permanezcamos en su amor!” (Jn 15, 9).

Querida mamita:

¿Te acuerdas con qué cuidado se escondía tu Isabel al acercarse tu fiesta para prepararte una linda sorpresa? ¡Era tan bueno darte gusto! Este año hago también mis perspectivas, mis “complots” con mi divino Esposo. El me brinda todos sus tesoros, y es allí donde voy a proveerme para ofrecerte un ramillete todo divino, una corona que brillará sobre tu frente por toda la eternidad, y tu pequeña se alegrará un día al pensar que ella ha ayudado al Señor a prepararla, que ella la ha enriquecido con hermosos rubíes, sangre de tu corazón y también del suyo…

Me alegro mucho de saber que estás con nuestra querida Guita, y después con la amable señora Hallo y María Luisa. Goza bien de tu hija y de estas buenas amistades. Te escribo antes de maitines. Nuestra celda está llena de silencio, llena sobre todo de la presencia del Señor. Mamá, esto no te hace sufrir, ¿verdad? ¡Soy tan feliz en mi Carmelo! Mi pensamiento te acompaña allá en medio de la querida colonia. Mando a cada uno un afectuoso recuerdo, particularmente a Alicia. ¡Oh, si supieras qué verdad es que yo tengo la mejor parte!… Esta noche tengo necesidad de decirte “gracias”, pues sin tu “fiat” sabes bien que yo jamás te hubiera dejado, y El quería que yo te sacrificase por su amor. El Carmelo es como el cielo. Hay que dejarlo todo para poseer a Aquel que es Todo. Me parece que te amo como se ama en el cielo. Que no puede ya haber separación entre mi mamita y yo, porque a quien tengo en mí mora en ella; por eso estamos muy cercanas.

Había interrumpido la carta y he recibido la tuya, que me llena de alegría. Me hubiera gustado recibir mejores noticias, pero no temas estar enferma. Pídele la fortaleza, y después abandónate, tu hija está allí para rogar por ti. Estoy profundamente conmovida por las atenciones de la señora Hallo y encargo al Señor salde mi deuda de gratitud. La Exposición eucarística debió estar muy bien. Me alegro de que el Señor tenga una buena parte en vuestras vacaciones…

Me ha visitado la señora de Vathaire con Antonieta de Bobet, que me ha traído sus dos hijitas; nuestra Reverenda Madre me ha permitido verlas, y por deseo de su madre ha venido ella a verlas. La más pequeña es un encanto.

Amo tanto a estos pequeños seres puros, y quisiera que un día nuestro Señor dé uno a nuestra querida Guita. ¿Quieres decírselo, dándola un abrazo de mi parte? Gracias por su amable carta. Estoy unida a ella no sólo por la mañana como me pide, sino continuamente.

Y ahora, mamá querida, no me queda lugar más que para expresarte un deseo: que Aquel que me ha tomado para El sea, cada vez más, el Amigo en quien descanses de todo. Vive en su intimidad, como se vive con quien se ama, en un dulce diálogo. Este es el secreto de la felicidad de tu hija, que te abraza con todo el amor de su corazón de carmelita, este corazón que es todo tuyo, porque es todo suyo, todo de la Trinidad.

Se me olvidaba decirte que estoy de maravilla. ¡Si supieras lo buena que es nuestra Madre! Es una madre, ¿no es decirlo todo? Hasta el lunes.

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171 A sus tías Rolland – 15 de agosto de 1903

Mis buenas tiítas:

Mientras la pluma se desliza sobre el papel, mi pensamiento os sigue allá abajo en esa querida iglesia donde tanto me gustaba rezar con ustedes.

Veo a la hermosa Virgen con su altar todo adornado de flores y de luces por mis tiítas tan amadas. ¡Cuántas veces he pasado con ustedes esta hermosa fiesta de la Asunción… Este año sólo estoy con el corazón y el alma, pero es como en el cielo, no hay distancia, ¿verdad? También nosotras, en el Carmelo, hemos tenido nuestra procesión después de vísperas, que cantamos a las dos. Llevábamos nuestras capas blancas. Es tan hermoso hacerla en medio de nuestros claustros… Me gusta pensar en la procesión de las vírgenes que siguen al Cordero a dondequiera que va. Ya en la tierra El ha escogido a vuestra Isabelita para formar parte del divino cortejo, entre sus esposas del Carmelo. Dadle gracias en mi nombre cada día, ¿verdad?, porque desborda en mi alma el agradecimiento.

Si supiesen lo contenta que estoy de enviarles a mi querida mamá… Se la encomiendo, queridas tiítas. Su cariño y sus atenciones son tan dulces para su corazón… La hubiera gustado mucho que Margarita la acompañase, pero, ya saben, sabe sacrificarse, lo mismo que ustedes. No se enfaden con Jorge. Guita está cansada y este año un viaje tan largo no hubiera sido muy razonable. Está descansando en el campo, y, como el pueblo está cerca de Dijon, su marido va a pasar con ella el domingo. La querida pequeña hubiera sido muy feliz de ir a verlas, se lo aseguro, pero en este mundo hay que hacer sacrificios, ¿verdad?, queridas tiítas. Para mamá y para ustedes esto lo es. ¡Pobre mamá!, el sacrificio ha sido frecuentemente su porción en este mundo. Yo, la primera, he hecho sangrar su corazón entrando en el Carmelo.

¡Oh!, si no hubiese sido por El… pero, ya veis, no se puede resistir a su llamada. El cautiva, encadena, una no se pertenece más, es la presa de su amor. Puede haber desgarramiento en el corazón, pero en el alma reina una paz inefable, una felicidad que no se parece a la de este mundo. Cuando hace tres años me despedí de ustedes, sentía en el fondo de mi alma que todo estaba acabado, que no volvería más a ese Carlipa con mis tías queridas, tan buenas conmigo. ¿Se acuerdan cómo corrían las lágrimas mientras arrancaba la diligencia? Pues bien, ahora me es muy fácil ir con ustedes, y hago frecuentemente este viaje: la oración, la unión en Aquel que es el vínculo de todo afecto es mi medio de transporte. No lo olviden, mis tiítas, y vengan también a mí. Antes de acabar, déjenme hablar todavía de sus hermosos breviarios. Darían envidia al señor cura. Sólo que les encontraría un poco voluminosos, y, para ir a la Serre, serían poco prácticos. Tienen 24 centímetros de largo por 16 de ancho. Ya estáis bien enteradas. Digan a su buen párroco que le agradezco infinitamente el recuerdo que tiene de mí en el santo Sacrificio. Cuento con sus oraciones, y, por mi parte, no le olvido.

En cuanto a ustedes, queridas tiítas, les mando, y también a tía Catalina, mis mejores cariños. Den un abrazo a mamá por mí, ámenla por su carmelita… Hna. M. I. de la Trinidad.

He contado en recreación la procesión de San Roque en Carlipa, que les ha interesado y edificado.

Recuerdos a Ana y a Luisa.

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172 A Germana de Gemeaux – 20 de agosto de 1903

Carmelo del Corazón Agonizante de Jesús. 20 de agosto

Mi querida hermanita Germana de la Trinidad:

Su cariñosa carta y sus confidencias me han alegrado mucho. Me gusta tanto, cuando usted alza el velo de su alma, penetrar en ese santuario íntimo donde vive sola con Aquel que la quiere toda para El y que se ha construido dentro de usted una amada soledad. Allí, mi Germanita, hágale descansar en usted, descansando usted en El. Escuche todo lo que se canta en su Alma, en su Corazón. Es el Amor, ese Amor infinito que nos envuelve y quiere asociarnos desde la tierra a toda su bienaventuranza. Es toda la Trinidad la que reposa en nosotras, todo ese misterio que será nuestra visión en el cielo: que ella sea su claustro. Me llama hermanita, y me causa mucha alegría. Que su vida discurra en El. También la mía. Yo soy “Isabel de la Trinidad”, es decir, Isabel que desaparece, se pierde, se deja invadir por los Tres. Ya ve que estamos muy cerca en Ellos, somos una cosa, ¿verdad? Desde la mañana hasta la noche todo lo hago con usted y la tengo por la verdadera hermanita de mi alma. La encomiendo a todos nuestros Santos, particularmente a nuestra santa Madre Teresa y a la hermana Teresa del Niño Jesús. Sí, mi Germanita, vivamos de amor, seamos sencillos como ella, entregados siempre, inmolándonos a cada instante haciendo la voluntad del Señor sin buscar cosas extraordinarias. Y, después, hagámonos pequeñitas, dejándonos llevar como el niño en los brazos de su madre, por Aquel que es nuestro Todo. Sí, mi hermanita, somos muy débiles, diría incluso que no somos más que miseria, pero El lo sabe bien. Le gusta tanto perdonarnos, levantarnos, y después transformarnos en El, en su pureza, en su santidad infinita. Es así como nos purificará con su contacto continuo, con sus toques divinos. El nos quiere muy puras, pero El mismo será nuestra pureza.

Es necesario dejarnos transformar en una misma imagen con El, y esto sencillamente, amándole siempre con ese amor que establece la unidad entre los que se aman.

También yo, Germana. quiero ser santa, santa para hacer su felicidad.

Pídale que yo no viva más que de amor, “esta es mi vocación”. Y después, unámonos para hacer de nuestras jornadas una comunión perenne: por la mañana, despertémonos en el Amor. Durante el día, entreguémonos al Amor, es decir, haciendo la voluntad del Señor, bajo su mirada, con El, en El, para El solo. Entreguémonos todo el tiempo como El quiera, usted sacrificándose, haciendo la alegría de sus padres queridos. Y después, al llegar la noche, tras un diálogo de amor que no ha cesado en nuestro corazón, descansemos también en el Amor. Tal vez veamos faltas, infidelidades; dejémoslas al Amor: es un fuego consumidor, hagamos así nuestro purgatorio en su amor.

No le digo nada de parte de nuestra Reverenda Madre. Es tan buena que quiere escribir ella misma, y será mucho mejor. ¿Quiere dar un abrazo por mí a su mamá querida y decirle que la quiero como a una verdadera mamá? Diga a Ivonne que ella es también mi hermanita, que pido todos los días por ella y también por el señor Gemeaux. A usted, mi Germanita, no la dejo nunca. Crea que ya es carmelita con su hermana mayor. M. I. de la Trinidad.

Gracias por su bonita estampa, que me ha causado mucha alegría… El jueves 27 celebramos el aniversario del día en que un serafín traspasó el corazón de nuestra santa madre Teresa. ¡Pidámosle también una herida de amor!…

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173 A la señora de Sourdon – 23 de agosto de 1903

Carmelo de Dijon, domingo

Muy querida señora:

Le aseguro que he respondido pronto a su llamada. Después de haber leído su carta, que nuestra Madre me remitió, inmediatamente (ella comprende muy bien sus preocupaciones), fui al oratorio, donde tenemos el Santísimo Sacramento, y con todo mi corazón y mi alma he rogado por vuestra querida enferma. Hay una oración a la que el Maestro no resiste: la de la Magdalena.

Me parece también que sus carmelitas tienen también mucho poder sobre su Corazón y uso de todos mis derechos en favor de usted. Querida señora, qué providencia paternal vela sobre nosotras y cómo se manifiesta clara en esta prueba, ya que por el retraso de un día nuestra querida Francisca no ha sido cuidada a tiempo. ¡Oh, si usted supiese cómo pido por ella! La querida pequeñita tiene un lugar tan grande en mi corazón y soy tan feliz pensando que desde el fondo de mi claustro puedo hacer algo por usted, pues tengo una gran deuda de gratitud que pagarle. Crea que estoy con el corazón y el alma a la cabecera de su querida enferma y que mi oración las envuelve.

Voy a tocar la campana. Me doy prisa, pues me urge que reciba esta palabra de mi corazón, que le dirá cuanto pido.

Tenga la bondad de ofrecer mis respetuoso recuerdo a la señora de Maizieres y decirle que no la tengo en olvido en mis oraciones. A usted, querida señora, le envío lo mejor de mi corazón. Hna. M. Isabel de la Trinidad Si dice a Francisquita que le he escrito, déle un abrazo por mí, y lo mismo a María Luisa.

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174 A Francisca de Sourdon – 23 (?) de agosto de 1903

Mi buena Francisca:

En otros tiempos, cuando sabía que estabas cansada, venía muy pronto a verte y acompañarte. Ahora no puedo tomar el tren para ir a cuidarte ni siquiera escribirte con la frecuencia que mi corazón desea, pero )no notas que estoy viva junto a ti? Nos amamos demasiado, mi pequeña, para que exista distancia, obstáculo entre nuestros corazones.

Pobre Francisquita, estoy triste por verte condenada a guardar reposo en ese París que tanto te gusta. Pero, ya ves, el sacrificio es un sacramento que nos envía el buen Dios. El lo envía a los que ama y quiere cerca de El.

Sé que tú se le has ofrecido generosamente y estoy contenta de mi Francisquita. Si supieras cómo pienso en ti, cómo ruego por ti, que es todo una cosa en una carmelita… Ya ves, yo soy feliz. Pido al Señor que te haga gustar también las dulzuras de su amor y su presencia. Es esto lo que transforma e ilumina la vida, es el secreto de la felicidad… Mi querida Francisca, piensa que si el Señor nos ha separado, El quiere ser el Amigo a quien puedes encontrar siempre. El está a la puerta de tu corazón… El espera… Ábrele (Ap 3, 20). Que esto sea la intimidad, el diálogo. Y siendo yo su esposa, y “la esposa es del Esposo” (Jn 3, 29), piensa que allí estoy yo también. Entonces no nos separaremos, nuestras almas y nuestros corazones no serán más que uno.

Abraza por mí a tu buena madre y a María Luisa, que debe tener muchas cosas importantes que contarte. Un recuerdo respetuoso a la señora de Maizieres y saludos a todas tus primas. Para ti, querida mía, lo mejor de mi corazón. Hna. M. I. de la Trinidad

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175 A María Luisa Ambry (de soltera Maurel) – 24 de agosto de 1903

Carmelo de Dijon, 24 de agosto

Mi queridísima María Luisa:

Recibí ayer su cariñosa carta y me apresuro a manifestarle el agradecimiento que llena mi corazón. ¡Qué buenos son todos y cada uno para con mi madre querida! ¡Oh, si supiese cómo me conmueve! Se me saltan las lágrimas al escribirla y no hallo palabras para expresar los sentimientos de mi corazón hacia el suyo. ¿Quiere usted “escucharle”, querida María Luisa… escucharle en el silencio, cerca del Señor? Es El el que se encarga de pagar la deuda de gratitud de su pequeña carmelita. Me dice que mi nombre se oye con frecuencia en sus conversaciones. Puedo decirle, por mi parte, que en la intimidad y el diálogo con mi divino Esposo “nosotros estamos” frecuentemente con usted. Porque, ya ve, en el Carmelo es como en el cielo; no hay distancia, es ya la fusión de las almas. Esta unidad consumada fue el gran deseo del Maestro. Usted recuerda la oración que la noche de la Cena brotó de su Corazón desbordante de amor por aquellos “que El ha amado hasta el fin” (Jn 13, 1): “Padre mío, que ellos sean uno” (Jn 17, 21). Me gusta mucho hacer esta oración con El. Entonces me parece que estamos muy cerca.

Mi querida María Luisa, ya lo ve. Desde que estoy en el Carmelo (aunque al parecer no le haya dado casi señal de vida) me parece que estoy más cerca de usted, que la amo más profundamente. Es porque Aquel que me ha tomado toda para sí es todo amor y yo procuro identificarme con todos sus movimientos.

La amo con su Corazón, y con su alma rezo por usted, mi buena María Luisa, y me alegro de sus esperanzas por la llegada del angelito. No tema, esté en la paz del Señor. El la ama, y vela sobre usted como la madre sobre su hijo pequeñito. Piense que está en El, que El es su morada aquí en la tierra. Y además que El está en usted, que le posee en lo más íntimo de usted misma, que a cualquier hora del día y de la noche, en las alegrías o en las penas, le puede encontrar ahí, muy cercano, muy dentro. Es el secreto de la felicidad, el secreto de los santos. Ellos sabían muy bien que eran el “templo de Dios” (I Cor 6, 19, o 3, 6) y que uniéndose a este Dios se llega a ser “un mismo espíritu con El” (I Cor 6, 17), como dice San Pablo; por eso, ellos caminaban siempre bajo su luz. Querida María Luisa, si El ha permitido la prueba, si ha sufrido tanto su corazón de madre, es que El quería hacerla partícipe de su cruz, como a una amada a quien se puede pedir todo. Pero El estaba allí, muy cerca, para ayudarla. Ahora la quiere toda alegre en la espera del angelito. Confíe en su amor y en su Isabel, que se hace su abogada ante El. Ella es divinamente feliz, con una felicidad que se parece a la que se goza en el cielo. Dé gracias al Señor en mi nombre.

Además, al acabar esta carta, permítame una vez más manifestarla mi gratitud, a usted que es una verdadera hija para mi mamá. ¿Quiere usted abrazarla por su Isabel y hacerse mi intérprete para los queridos huéspedes de Labastide? Diga a su querida madre que la quiero mucho y no olvidaré sus atenciones. Un muy afectuoso recuerdo a su tía la señora Angles y a la señorita Victorina. Diga a su buen padre y al señor José que no les tengo olvidados. Finalmente, muchas cosas para todos y para usted lo mejor que tengo en mi corazón. Vuestra hermanita,

M. Isabel de la Trinidad

¡Qué delicioso recuerdo guardo de su montaña y de nuestra reunión!… ¡Todo se lo he dado a El!…

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176 A su madre – hacia el 27 de agosto de 1903

Mi querida madrecita:

Creo que te alegrarás de recibir unas letritas de tu Isabel, por eso no puedo resistir a la alegría de darte gusto. Nuestra Reverenda Madre no ha esperado a que le pida permiso para escribirte 2. Ella misma me lo ha dicho, ella que conoce el corazón de su hijita y el de su querida madre. Además, tú lo sabes, es tan buena y estaba muy contenta al darme tan buenas noticias. Por lo que a mí se refiere, ha sido al Señor a quien he dicho mi alegría y mis gracias. ¡Qué felicidad oír que eres cuidada, mimada, rodeada de cariño! Ya sabía yo que hacía falta enviarte a tan buenos amigos.

Te he acompañado durante tu largo viaje, mi alma estaba unida a la tuya. Toda la comunidad ha rogado por ti y durante los maitines tu pequeña estaba muy contenta de envolverte en su oración. Cuando me fui a reposar me dije: ¿Por esta noche mi madrecita no se enfadará por tener nuestro jergón”, y he aquí que he soñado que estaba contigo… ¡hasta Tarascón! Pero, ¿no es verdad?, esto no es un sueño. Es mucha verdad que estamos muy cerca, que nos amamos como en el cielo y ninguna distancia nos puede separar. ¡Oh! ¿No notas mi oración que sube continuamente hacia El y baja hacia ti? En otro tiempo tú me velabas y me cuidabas muy bien. Ahora, me parece que soy yo la que te guarda con El y esto me es muy dulce. Mamá querida, ¿lo quieres, verdad?

¿Sabes que Francisca de Sourdon está gravemente enferma de apendicitis en París? He escrito a su pobre mamá, que me había lanzado un grito de socorro. Goza bien de tu estancia con el querido señor canónigo, que debe hacerte tanto bien, además de la señora Maurel y su simpática María Luisa. Diles todo mi reconocimiento y guarda para ti todas las ternuras de tu pequeña,

I. de la Trinidad

Acabo de recibir tu amable carta, que me ha llenado de alegría. Te sigo a todas partes y doy gracias al Señor que te hace pasar unas vacaciones tan hermosas, tan bien rodeada, tan bien cuidada. ¡Oh, qué contenta estoy! Vive con El, ¿verdad?, mamá.

La señora de Cernon y sus hijas han venido a verme. Ella te manda un afectuoso recuerdo. No he visto a Guita.

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177 Al canónigo Angles – hacia el 27 de agosto de 1903

Querido señor canónigo:

¡También tengo que darle a usted las gracias! ¡Si supiera la alegría que es para mí pensar que mi querida mamá está con usted! ¿No es verdad que ella es buena? ¡Y cuánto bien le hará usted! ¡Ha hecho tanto a su carmelita! Recuerdo todavía nuestras conversaciones en la sala grande durante las queridas vacaciones en su bellas montañas y los paseos por la noche al claro de la luna… Allá arriba, junto a la iglesia… Era tan bello el silencio y la calma de la noche. ¿No notaba usted que toda mi alma está arrebatada hacia El? Y además la misa en la capillita, esa misa celebrada por usted… ¡Cuántos dulces recuerdos que no olvidaré jamás! Ahora con el alma y el corazón le sigo y me siento muy cerca de usted. Me gusta tanto pensar que es por El por quien he dejado todo. Es tan hermoso dar cuando se ama, y yo amo mucho a este Dios que está celoso de tenerme toda para Sí. Siento tanto amor sobre mi alma. Es como un océano en el que me sumerjo y me pierdo: es mi visión en la tierra, mientras espero el cara a cara en la luz. El está en mí, yo estoy en El. No tengo más que amarle, dejarme amar siempre, a través de todas las cosas: despertarse en el Amor, moverse en el Amor, dormirse en el Amor, el alma en su Alma, el corazón en su Corazón, los ojos en sus ojos, para que por su contacto El me purifique y me libre de mi miseria. Si supiera lo llena de ellas que estoy… Me gustaría decírselas como en otro tiempo en Saint Hilaire, y después bañarme en la Sangre del Cordero. Mi querida mamá me hace casi cometer pecados de envidia. Por lo menos ¿quiere en la santa misa meter mi alma en el cáliz y decir al Esposo que me haga toda pura, toda virgen, toda una con El? Voy a tocar a maitines, voy a rezarles con usted, me es muy dulce pagar con la oración mi deuda de gratitud. Le llevo mi alma, bendígala, ofrézcala al Señor; dígale que quiero hacer su felicidad.

Hna. M. Isabel de la Trinidad

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178 A su madre – 6 (u 8) de septiembre de 1903

Mi querida madrecita:

Acabo de recibir tu cariñosa carta y tú adivinas cuánto me agradan las buenas noticias que me das acerca de tu salud. ¡Nunca ese largo viaje se ha pasado tan bien! Ya ves, si tu hija no puede cuidarte como en otro tiempo, hace en verdad mucho más, y es una gran alegría para su corazón pensar que ella atrae sobre ti todo el amor, todas las bendiciones del Señor.

Te sigo a todas partes. Tú tomarás mi alma con la tuya en Nuestra Señora de Marceille; ¡tantas veces hemos subido juntas! ¿Te acuerdas? Di a la querida señora Lignon que su amiguita la quiere siempre mucho, que no olvida las hermosas vacaciones en Saint Hilaire, las alegres veladas y el paso de cuatro… Me acuerdo, querida mamá, que mientras bailaba como las otras y danzaba, allá abajo, en el gran salón, estaba como obsesionada por este Carmelo que tanto me seducía y donde un año más tarde había de encontrar tanta felicidad. ¡Qué misterio! ¡Oh, no te arrepientas de haberme dado a El! El lo quería y además tú sabes bien que soy toda tuya.

Cecilia debe estar bien linda. No olvidaré sus grandes ojos azules. Dala un abrazo por mí, y a María, su madre, a la señora Silvia Aiguesper. No olvido a nadie… Di a las buenas tías el cariño que les tengo. Ruega por mí en esa querida iglesia que tanto me gustaba y piensa que estoy allí… que mi alma está junto a la tuya… Esto es mucha verdad, querida madrecita.

Guita, a su retorno, ha venido a verme con su marido. Tenía el rostro fresco y sonrosado, lo que me ha gustado. Me han hablado de sus esperanzas.

Parecían tan felices, eran tan amables… He dado gracias al Señor por ellos, y después lo he hecho por mí. De tejas abajo parece que no tengo más que el sacrificio, pero, aun así, soy yo, querida mamá, la que tengo la mejor parte, convéncete. Pienso que a pesar de las lágrimas y el dolor que supone para el corazón de una madre, y sobre todo de una madre como tú, esta madre debe alegrarse de haber dado al Señor una carmelita, pues después del sacerdocio no veo nada más divino en la tierra. Una carmelita supone un ser tan divinizado… ¡Oh!, pide a nuestra Madre Teresa, a quien de pequeña me enseñaste a amar, pídele que yo sea una carmelita santa, y después alégrate de ser amada por este corazoncito que es todo de Dios. El le ha dado una gran potencia amorosa, y al pensar en ti ha sangrado a veces; pero es por El. Madre querida, si le amo un poco es porque tú has orientado hacia El el corazón de tu pequeñita. Tú me preparaste muy bien para la Primera Comunión, ese gran día en que nos dimos el uno al otro. Gracias por todo lo que has hecho. Yo quisiera hacerle amar y, como tú, darle almas. Ruego mucho por el señor Chapuis… Ayer Guita me vino a decir que estaba muy mal y toda la comunidad ha cantado la Salve por él. Jorge me había dicho que iba a procurar prepararle a recibir a un sacerdote, bajo pretexto de la novena, para el 8 de septiembre, y que él mismo comulgaría con Guita, lo que me agradó. Si supieses lo bien que me cuida nuestra Reverenda Madre… Tú le dijiste que el calor me fatigaba. Ella me defiende tan bien que no he tenido verano mejor. Pensarás sin duda que la obedezco mejor que a ti, mi madrecita, porque sobre eso no te hacía casi caso. El 14 volveremos a empezar los ayunos, pide al Señor me continúe dando la gracia de la salud.

Adiós, mi querida madrecita. Estoy tan contenta pensando lo bien acompañada que estás. No te veo, pero te amo por ti, y quiero más tu alegría que la mía. Confío un beso a mi Cristo, para que El te le lleve de parte de su esposa, tu querida pequeña.

Isabel de la Trinidad

Francisca se prepara con alegría a su operación; me ha escrito una carta sin precio. ¡Qué tipo!

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179 A Germana de Gemeaux – 20 de septiembre de 1903

J.M. + J.T.

¡Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto!…

Mi querida hermanita Germana de la Trinidad:

Si supiera cuánto he pedido por usted el día de sus quince años… Hice la santa Comunión por esta intención. Después la he dado a la Santísima Trinidad y me parecía que este don era aún más verdadero, más lleno que el del año pasado. Sí, mi hermanita, usted es toda de “Ellos”; usted es cosa del Señor. ¡Oh, entréguese usted bien a El, a su Amor! La hermana Teresa del Niño Jesús dice: “Uno no es consumido por el Amor hasta que uno no se ha entregado al Amor”. Ya que aspiramos a ser víctimas de su Caridad, como nuestra Santa Madre Teresa, es necesario que nos dejemos enraizar en la caridad de Cristo, como dice San Pablo en la hermosa epístola de hoy. Y ¿cómo será esto? Viviendo sin cesar, a través de todo, con Aquel que habita en nosotros y que es Caridad (I Jn 4, 16, y 8). Tiene tanto deseo de asociarnos a todo lo que El es, de trasformarnos en El. Querida hermana, reavivemos nuestra fe, pensemos que El está allí, dentro, y que nos quiere muy fieles. También, cuando esté a punto de impacientarse o de decir una palabra contra la caridad, vuelva hacia El, deje pasar ese movimiento de la naturaleza por darle gusto. ¡Cuántos actos de abnegación, únicamente conocidos por El, podemos ofrecerle! No perdamos ninguno, querida hermanita.

Me parece que los Santos son almas que se olvidan de sí siempre, que se pierden de tal manera en Aquel a quien aman, sin volver sobre sí mismas, sin mirar a las criaturas, que pueden decir con San Pablo: “No soy yo quien vivo; es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). Para llegar a esta transformación, sin duda es necesario inmolarse, pero, ¿verdad?, hermanita, usted ama el sacrificio, porque ama al Crucificado. ¡Oh!, mírele bien, apóyese en El, y después llévele su alma, dígale que sólo quiere amarlo, que El haga todo en usted, pues es demasiado pequeña. ¡Es tan bueno ser el niño del Señor, dejarse llevar siempre por El, reposar en su Amor! Pidamos esta gracia de la sencillez y del abandono a la hermana Teresa del Niño Jesús El noviciado se prepara a su fiesta del 30 con una novena. Si usted quiere unirse, nosotras rezamos el Magnificat, según el deseo que ella había manifestado a una hermana de uno de nuestros Carmelos. Yo la prometo una intención particular en esta novena.

Pronto, antes de un mes, vamos a celebrar la gran fiesta de nuestra Madre Santa Teresa. La invito a unirse a su hermana mayor del Carmelo. Ella se prepara allí a celebrarla con una especie de ejercicios Espirituales. Su Cenáculo es el “Amor”, ese Amor que habita en nosotras. Por eso todo mi ejercicio consiste en volver a entrar adentro, de perderme en Aquellos que están allí…

Cuando renuevo mis santos votos, estos votos que me hacen “la encadenada de Cristo”, para usar el lenguaje de San Pablo me gusta añadir su nombre al mío y ofrecerla juntamente conmigo. Darse, ¿no es esa la necesidad de su alma, mi hermanita? ¡Oh, es la respuesta a su amor! Démosle almas también nosotras. Nuestra Santa Madre quiere que sus hijas sean apostólicas. ¡Es tan sencillo! El divino Adorador está en nosotras; por consiguiente, tenemos su oración. Ofrezcámosla, unámonos a ella, oremos con su Alma. Adiós, mi querida hermanita. Dé por mí un abrazo a su querida madre y a Ivonne. Para usted confío un beso a mi Crucifijo, El se lo dará, “el beso del Esposo”. Unión dentro, en el silencio y el amor. Su hermana mayor,

M. I. de la Trinidad.

Espero que las aguas curen por completo a la señora de Gemeaux

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180 A la señora Lignon – 23 de septiembre de 1903

Carmelo de Dijon, 23 de septiembre

Queridísima señora:

¡Qué amable ha sido no olvidándose de su amiguita carmelita enviándola un recuerdo de su peregrinación a Nuestra Señora de Prouille!. Sus bonitas estampas me han gustado mucho. Tenga la bondad de dar las gracias a mi querida Cecilia, dándola un abrazo de mi parte. Eramos muy buenas amigas en Saint Hilaire y su recuerdo está siempre fresco, así como el de su querida mamá. Ninguna de las dos será olvidada… Mamá volvió ayer por la mañana, y por la tarde vino a verme. Ya pueden suponer lo que hablamos de ustedes.

Estoy muy conmovida por sus atenciones y delicadezas de toda clase y no sé cómo agradecérselas. Exprese al señor Lignon toda mi gratitud. Yo le conozco bien.

Ruego mucho por usted, querida señora, por su Cecilia y todos sus seres queridos. Si usted supiera cómo el corazón se dilata y ensancha en el Carmelo y cómo le permanece fiel el de su amiguita… Hace dos años ya que está en su querida soledad y su felicidad es siempre nueva porque su objeto es Dios. Adiós, la amo siempre. Gracias una vez más y distribúyales toda clase de cariño, que le envío desde el fondo de mi claustro.

Hna. M. Isabel de la Trinidad. r.c.i.

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181 A la señora de Sourdon – 21 de noviembre de 1903

Carmelo de Dijon, 21 de noviembre

Los días de una carmelita están tan llenos, minuto a minuto, por la oración y el trabajo, que no he podido encontrar un instante libre para escribirla. Hoy hemos renovado los santos votos, fiesta sin trabajo en el Carmelo, y aprovecho el primer minuto libre para expresarle toda mi gratitud. Su corazón no sabe olvidar. Los que han entrado en él no salen nunca y usted tiene para con su amiguita un recuerdo fiel, que me conmueve profundamente. Si usted supiese lo agradable que es en esta querida soledad recibir estas felicitaciones tan afectuosas, que me indican que la reja no me separa de usted… Gracias también por sus buenas magdalenas. Toda la comunidad ha festejado a Santa Isabel y esto me ha recordado nuestros alegres almuerzos. Aquí, un profundo silencio envuelve nuestras vidas y permite a nuestras almas franquear el Infinito para perdernos, como en un anticipo del cielo, en el amor de Aquel que es nuestro Todo. Querida señora, sabe que en estas intimidades divinas no está usted olvidada. Entonces es mi corazón el que habla… y él se dirige a Aquel que la ama con un amor tan grande. Tengo, pues, todas las garantías para ser escuchada… Confianza, querida señora, el Señor a veces hace esperar, pero su Providencia paternal gobierna todo. “Piensa en mí y yo pensaré en ti”, esto es lo que le dice hoy por su pequeña esposa. Ella le envía lo mejor de su corazón. Usted sabe el afecto que hay allí hacia usted… He rogado mucho por la señora de Maizieres. Confío que la operación haya salido bien.

Hna. M. I. de la Trinidad.

Un afectuoso recuerdo a su simpática María Luisa.

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182 A Francisca de Sourdon – 21 de noviembre de 1903

Carmelo de Dijon, sábado

Mi querida Francisca:

Gracias por la carta y tu felicitación. ¡Cuántas veces hemos celebrado juntas la fiesta de Santa Isabel! Me parece ver tu cara llena de alegría al presentarte con tu bonito ramillete y echarte en mis brazos. Querida Francisca, te quiero siempre mucho y te aseguro que he rezado mucho por ti durante tu enfermedad; de todos modos, si te hubieras ido, ¿piensas, mi querida, lo que hubiera sido de tu querida Isabel?…

No me extraña nada de lo que te ha dicho ese padre jesuita lo he pensado siempre, ahora más que nunca. No tienes que asustarte. ¡Oh, si quisieras, Francisquita!… De todo modos ¿no te ha hecho reflexionar tu enfermedad? Me parece una cosa muy buena verse tan cerca de la eternidad. Me vas a encontrar rara, es una confidencia que te hago: yo he comenzado ya mi cielo en la tierra, pero a veces me gustaría mirar desde la otra parte, para verle a El, para amarle y perderme en su Infinito. Oh, mi Francisquita, tú que tienes un corazón tan ardiente, ¿no comprendes lo que es el amor cuando se trata de Aquel que nos ha amado tanto? Si supieras cómo te ama y cómo te amo yo también…

Nuestra Reverenda Madre me encarga enviarte estas dos series de billetes de lotería; tienes muchas amigas y pienso que los colocarás fácilmente. Es para ayudar a uno de nuestros Carmelos desterrados. Nuestras Madres de Bélgica, que las han recogido, han organizado esta lotería, y pienso que te ocuparás con gusto en esta buena obra. Nuestra Reverenda Madre quisiera enviarlas las series para Navidad. Cuento con tu gran disponibilidad y, esperando darte las gracias de palabra, te mando mil cariños como a mi querida Francisquita.

Hna. M. I. d. l. Trinidad

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183 A su hermana – 22 de noviembre de 1903

Carmelo de Dijon, domingo

“El reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc 17, 21).

Mi querida Guita:

¡Si supieras la alegría que me has proporcionado felicitándome así!…

Tus cariñosas líneas me han gustado mucho y tu bella fotografía me ha hecho bien. Santa Isabel te lo ha inspirado ciertamente. Precisamente la deseaba.

Me da devoción mientras recito el Oficio divino y pienso también que estamos las dos junto a El. Es muy cierto, mi pequeña, que El está en nuestras almas y que siempre estamos cerca de El, como Marta y María; mientras tú trabajas, yo te guardo junto a El. Y, además, lo sabes bien, cuando se ama, las cosas exteriores no pueden distraer del Maestro, y mi Guita es juntamente Marta y María (Lc 10, 3842). Si supieras cómo me siento cerca de ti, cómo te envuelvo en mis oraciones a ti y al pequeño ser que está ya en el pensamiento de Dios… ¡Oh, déjate tomar, déjate invadir por su vida divina, para podérsela dar al querido pequeño, que llegará al mundo lleno de bendiciones! Piensa lo que pasaría en el alma de la Virgen cuando, después de la Encarnación, poseía en ella al Verbo Encarnado, al Don de Dios… ¡En qué silencio, en qué recogimiento, en qué adoración más profunda debió sumergirse en el fondo de su alma, para estrechar a aquel Dios de quien era Madre!… Guitita mía, El está en nosotros. ¡Oh!, mantengámonos, pues, junto a El, con aquel silencio, con aquel amor de la Virgen. Será así como pasaremos el Adviento, ¿verdad? No me di cuenta el otro día de que el Adviento comenzaba el domingo y que sería muy pronto para vernos. No te entristezcas, mi querida, no es mucho el tiempo que hay que esperar. Podrás venir inmediatamente después de Navidad (el tercer día, pues tenemos expuesto el Santísimo¿. Será un poquito más de un mes. Ya sabes que Nuestra Reverenda Madre te quiere mucho. Si pudiera concederte una visita lo haría, pero esta semana habrá muchas. Sé algo de ello, siendo tornera. Ofreceremos este sacrificio por el angelito, pues también a mí me gusta ver a Guita, que es a la vez la hermana pequeña de mi corazón y de mi alma. Adiós, seamos “una cosa”, no nos separemos en El. Gracias a Jorge por sus felicitaciones; a vosotros os deseo un pequeñín muy hermoso, y gozo de la felicidad que va a traer consigo. Doy gracias a Dios y me asocio a vosotros desde el fondo de mi amada soledad. ¡Pobre señor Chapuis! He llorado por su alma. ¡Dios es muy bueno, pero es el justo Juez! El os premiará por todo lo que mamá y tu amable marido han hecho para salvarle; es una bendición para el angelito. Que el Señor, todo Amor, te envuelva cada vez más en su Caridad; contigo descanso en su Corazón y le pido que en un divino abrazo consume a las dos hermanitas en la Unidad.

Hna. M. Isabel de la Trinidad

Mañana creo irás a la Bendición con mamá; me alegro.

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184 A la señora Angles – 24 de noviembre de 1903

“Mi Amado es para mí y yo para El” (Cant. 2, 16).

Señora y querida hermana:

Me ha emocionado su felicitación. Por mi parte, la felicito también, ya que Santa Isabel es su patrona. Es provechoso mirar al alma de los santos y después seguirlos por la fe hasta el cielo. Allí están resplandecientes con la luz de Dios; ellos le contemplan en un eterno cara a cara. Este cielo de los santos es nuestra patria, es la “Casa del Padre” (Jn 14, 2), donde se nos espera, se nos ama, y adonde un día podremos volar también nosotros y descansar en el seno del Amor Infinito.

Cuando se contempla ese mundo divino, que ya desde el destierro nos envuelve, en el que podemos movernos, ¡Oh!, ¡cómo desaparecen entonces las cosas de la tierra! Todo esto es lo que no es, menos que nada. Los santos comprendieron la ciencia verdadera, que nos hace salir de todo, principalmente de nosotros mismos, para lanzarnos a Dios y no vivir más que de El.

Querida señora, El está en nosotras para santificarnos; pidámosle que El sea nuestra santidad. Cuando Nuestro Señor estaba en el mundo, dice el santo Evangelio que “una virtud secreta salía de El” (Lc 6, 19); a su contacto los enfermos recibían la salud, los muertos volvían a la vida. Pues bien, ¡El está siempre vivo! Vivo en el tabernáculo, en su adorable sacramento, vivo en nuestras almas. Es el mismo que ha dicho: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14, 23). Ya que está allí, acompañémosle como un amigo a Aquel que él ama. Esta unión divina e íntima es como la esencia de nuestra vida en el Carmelo. Es esto lo que hace que nos sea tan querida la soledad, porque, como dice nuestro Padre San Juan de la Cruz, cuya fiesta celebramos hoy, “dos corazones que se aman prefieren la soledad a todo”. El sábado, fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen, hemos tenido la hermosa ceremonia de la renovación de los votos. ¡Oh, querida señora, qué día tan hermoso, qué alegría el encadenarse al servicio de un Maestro tan bueno, el decirle que hasta la muerte se es suya, “sponsa Christi”! Soy felicísima de saber que usted también está entregada a El, y me parece que desde el cielo nuestra Santa Isabel debe bendecir y sellar la unión de nuestras almas. ¿Quiere usted decir a su hermanita Imelda de Jesús que acepto con gusto su deseo, recordándola cada día ante el Señor? Le pido que también ruegue por mí, y sobre todo. de dar “gracias” a Aquel que me ha escogido la mejor parte. Me he alegrado mucho de tener noticias suyas a través de mamá, que ha sido tan bien recibida y mimada por ustedes. No sé cómo expresarles mi reconocimiento a todos. En cuanto a mí, no volveré más a sus bellas montañas, pero con el alma y el corazón la seguiré, pidiendo a Aquel que es nuestro “Encuentro” de atraernos hacia esas otras montañas, hacia esas cimas divinas, que están tan lejos de la tierra, que tocan casi el cielo. Es allí donde la quedo toda unida bajo los rayos del Amor.

Hna. M. Isab. de la Trinidad

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185 Al abate Chevignard – 28 de noviembre de 1903

Carmelo de Dijon, 28 de noviembre

“Ipsi sum desponsata cui Angeli serviunt”

Señor abate:

Gracias por sus fervorosas oraciones, gracias por su carta. Lo que usted me dice acerca de mi nombre me hace bien. ¡Me gusta tanto! Me manifiesta toda mi vocación. Pensando en él mi alma se eleva a la gran visión del Misterio de los misterios, a esa Trinidad que desde la tierra es nuestro claustro, nuestra morada, el Infinito en que podemos movernos a través de todo. Estoy leyendo ahora unas bellas páginas de nuestro bienaventurado Padre San Juan de la Cruz sobre la transformación del alma en las tres divinas Personas. ¡Oh, señor abate, a qué abismo de gloria estamos llamados!. ¡Oh!, comprendo el silencio, el reconocimiento de los santos, que no podían salir de su contemplación. Además, Dios podía llevarlos sobre las cimas divinas, donde se consuma la “Unidad” entre El y el alma, hecha esposa en el sentido místico de la palabra. Nuestro bienaventurado Padre dice que entonces el Espíritu Santo levanta el alma a una altura tan admirable que la hace capaz de producir en Dios la misma aspiración de amor que el Padre produce con el Hijo, y el Hijo con el Padre, aspiración que no es otra que el Espíritu Santo mismo. Pensar que el buen Dios nos ha llamado, por nuestra vocación, a vivir en estas claridades santas. ¡Qué adorable misterio de Caridad! Yo quisiera responder, pasando sobre la tierra, como la Santísima Virgen, “guardando todas estas cosas en mi corazón” (Lc 2, 19 y 51), sepultándome, por decirlo así, en el fondo de mi alma, para perderme en la Trinidad que mora allí, para transformarme en ella. Entonces, mi divisa, “mi ideal luminoso”, como usted le llama, será realizado, será en efecto Isabel de la Trinidad.

Le agradezco mucho el haberme enviado su instrucción. Ella puede dirigirse tanto a la carmelita como al sacerdote. Me gustaba mucho leerla el día 21, día en que hemos tenido la bella ceremonia de la renovación de nuestros votos. Ya ve usted que estaba hecha para la circunstancia…

El lunes aplicaré por usted el Oficio de San Andrés y comulgaré con esta misma intención. Que el gran Río de vida le sumerja y le invada, que sienta brotar de lo más profundo de su alma las fuentes de agua viva (Jn 4, 14); en fin, que Dios sea su Todo. El deseo que ha tenido sobre mi alma le he depositado en las manos de aquella que fue tan plenamente la “cosa” de Dios, y es ella quien se lo dirá en el silencio de su alma. Quedo con usted adorando el misterio.

Hna. M. Is. de la Trinidad.

La muerte del señor Chapuis me ha apenado profundamente. Decir que Dios ha amado tanto y que las almas se cierren a la acción de este amor…

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186 A María Luisa Ambry (de soltera Maurel) – 15 de diciembre de 1903

Carmelo de Dijon, 15 de diciembre

Mi querida María Luisa:

Aunque estamos en el santo tiempo de Adviento, en el que se interrumpe en el Carmelo la correspondencia, nuestra Reverenda Madre, que conoce mi afecto hacia usted, me permite hacer una excepción en su favor, y estoy muy contenta de decirle cuánto pido por usted y por el angelito que espera. El está ya en la mente del Señor. Me gusta envolverle en la oración, para que llegue al mundo lleno de bendiciones, y pido al divino Maestro, a Aquel que mora en su alma como en la pequeña hostia del tabernáculo, que la comunique una sobreabundancia de su vida divina, para que se la dé al angelito del que va a ser madre. Nuestra Madre me da para usted ese pequeño corazón. Nuestro Señor ha prometido a una de las hermanas de nuestra Orden que las personas que lo lleven serán protegidas y ha hecho verdaderos milagros. Que él la proteja, querida María Luisa, y la traiga felicidad. Después, abandónese en las manos del Señor, como el niño que reposa en el corazón de su madre. Si usted supiese cómo El la ama y la quiere cerca de Sí… Viva en su intimidad. El es el Amigo que quiere ser amado por encima de todo; El nos ha amado tanto que “ha venido con nosotros” (Jn 1, 14), y este año le confía un angelito para que le enseñe a conocerlo, a amarlo. Querida madrecita, he ahí su misión… Permanezca siempre unida al Dios de la Hostia que tanto ama. El la enseñará a sufrir, a inmolarse, a orar, a amar. El la dirá que su Isabel ruega mucho por usted y se alegra de la venida del angelito. Cuente con sus oraciones y las de su amado Carmelo. Ella la abraza y a su querida mamá. Ya sabía por la mía que estaba con ustedes.

Hna. M. Is. de la Trinidad

Dé mis recuerdos al señor José, dígale que me uno a su alegría.

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187 A sus tías Rolland – 30 de diciembre de 1903 ‑ 3 de enero de 1904

Carmelo de Dijon, 30 de diciembre de 1903

Mis buenas tiítas:

Las escribo antes de maitines en nuestra querida celdilla, y me gustaría ser pintor para hacerles un croquis del cuadro que me rodea. El cielo está hermoso, tachonado de estrellas; la luna penetra en nuestra celdilla a través de los cristales helados. ¡Es encantador! Nuestra ventana da al patio, jardín interior que rodean nuestros grandes claustros. En el medio, sobre su peana de piedra, destaca una gran cruz. Todo está en calma y silencio, y me hace pensar en la noche en que el Niño Jesús nació. Me parece oír cantar a los ángeles: “Alegrémonos, se nos ha dado un Salvador” (Lc 2, 1011). Queridas tías: ¿Han pasado una feliz Navidad? La mía ha sido deliciosa, porque una Navidad en el Carmelo es algo único. Por la noche me instalé en el coro y allí se pasó toda mi velada con la Santísima Virgen en la espera del divino Pequeñín, que esta vez iba a nacer no en el pesebre, sino en mi alma, en nuestras almas, pues es en realidad el Emmanuel, el “Dios con nosotros” (Mt 1, 23). A las diez y cuarto tenemos los maitines semitonados, que es como se canta en el Carmelo. Yo canté una lección.

Inmediatamente después de los maitines hemos tenido la misa de medianoche, y después hemos cantado los laudes, e inmediatamente la acción de gracias.

Ustedes no han sido olvidadas esta noche, mis tiítas, y las he acompañado en esa querida iglesia que tanto quiero. Siempre había soñado asistir a la misa de medianoche en Carlipa, y ese deseo, que nunca se realizó, me parece realizarlo ahora que soy carmelita y que mi Esposo me da alas para volar hasta ustedes. ¿Cómo va la vista de mi tía Francisca? Mamá, a su regreso, me dio detalles sobre ello y pido cada día por esta intención. ¡Qué sacrificio! Tiíta mía, es porque El te ama, el Maestro, y El sabe que puede contar contigo. De todos modos, yo le pido mucho para que El ilumine tu alma con sus divinas luces y que dé a tus ojos, que tanto quiero, una completa curación. Ustedes adivinan lo feliz que he sido hablando de ustedes con mamá a su regreso del Sur. Ha vuelto con un aspecto magnífico y continúa bien. La he visto al principio de la semana, pues durante el Adviento no vamos al locutorio. También me ha visitado Guita. Estaba fresca y sonrosada y con buena salud. Me alegro de la venida del angelito que traerá consigo tanta felicidad. Desde el fondo de mi claustro me asocio a la alegría de aquellas a quienes tanto amo, y además, mirando al divino Pequeñito en la cuna, le digo con inefable felicidad: “Tú eres mi Todo.” Sí, tiítas mías, el horizonte me parece muy bello, porque en mi vida no hay más que El, y El ¿no es todo el cielo?… Os quiero siempre. Soy de Aquel que es “fiel” (I Cor 10, 13), según la expresión de San Pablo, y El guarda en la fidelidad las almas que le pertenecen. Que el Dios del pesebre, a quien he confiado mis deseos para mis tiítas, les lleve todo mi corazón. Estas felicitaciones llegarán con retraso, pues la carta, comenzada hace cuatro días, quedó sin concluir; pero mi corazón la ha adelantado. Os encargo de mis mejores afectos para la tía. Tengan la bondad de ofrecer mi felicitación respetuosa al señor cura y decirle que a mi pequeña alma le gusta unirse a la suya en la oración. Adiós. Bueno, feliz y santo año. Vuestra sobrinita,

Hna. M. I. de la Trinidad

Saludos a Luisa, Ana y a las pequeñas.

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188 A su madre – 31 de diciembre de 1903

Jueves por la noche, 31 de diciembre

Mi querida madrecita:

Ahí envío a la Santa Virgen que quiere ir contigo, para expresarte todos los deseos de tu Isabel. Hoy te lleva todo su corazón… He pasado con esta querida estatua días deliciosos en la intimidad de nuestra celdilla. Me ha dicho tantas cosas… Ya verás lo viva que es. Ella viene a llenar el vacío de tu soledad, diciéndote los secretos de la unión. Jesús, María, ¡se querían tanto!; todo el corazón del uno se derramaba en el otro. Estoy en una buena escuela, mamá querida. El me enseña a amarte como el ha amado; El, el Dios todo Amor. Pero por cumplir la voluntad de su Padre, El se separó de esa Madre a quien amaba infinitamente. Yo también te he dejado por eso, pero estoy más cercana, porque no tengo más que un corazón y un alma (Hch. 4, 32) con mi madrecita. Pongo en manos de la Virgen todos mis afectos, todos mis deseos para ti y para Guita. Nuestra Reverenda Madre me encarga presentarte sus mejores votos. Tu

Is. de la Trinidad

Pasaré mi día junto a El contigo.

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189 A su madre – 1 de enero de 1904

Viernes I de enero

Mi querida madrecita:

Había entregado ya mi cartita cuando he recibido tus hermosos regalos, y nuestra Reverenda Madre me permite escribir para decirte: gracias. Es algo magnífico. La ropera está muy contenta porque todo será realmente muy bueno.

Me has mimado, madrecita. Te aseguro que estoy muy contenta y que no podías hacerme regalos más útiles… Escucha mi corazoncito, está rebosando de ¡”gracias”! ¿La Santísima Virgen hizo bien mis encargos?… Pobre mamá, comprendo tu soledad en estos días de fiesta, en otro tiempo tan alegres; pero si supieras cómo quiere El hacerse el Amigo, el Confidente, cómo quiere llenar tu vida con su presencia… También yo pensaba hoy en el tiempo pasado, en todo lo que he dejado por El, y, mira, no te entristezcas, era todo tan bello en mi alma, había tanta paz, tanta felicidad… He pasado un día de cielo junto al Santísimo Sacramento, y te he llevado conmigo, pues ya sabes que no te abandono nunca. Me he alegrado del hermoso día que has pasado. Mientras te escribo, te acompaño en casa de la buena señora de Sourdon. ¿Quieres ofrecerle mis saludos y decirle que pido por su particular intención?. Da las gracias a la señora de Avaut por su buen chocolate.

Adiós, querida mamá. Estoy muy habladora, para una carmelita; pero cuando estoy contigo mi corazón no quiere callarse. Me hago una niñita, para dejarme acariciar por ti. ¡Son tan dulces las caricias de una madre! No sin dolor se despide una de ellas para siempre…

Tu Is.,

Voy a escribir al canónigo. Estoy muy contenta por María Luisa. Pronto te tocará ser abuela. Gracias de nuevo por tus hermosos regalos.

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190 Al canónigo Angles – 4 de enero de 1904

Carmelo de Dijon, 4 de enero

“Deus meus et omnia” Señor canónigo:

¿El Dios del pesebre no le ha dicho bajito, en el silencio de su alma, la felicitación que su carmelita le ha confiado para usted? Puesto que el Pequeñito mora en mi alma, tengo toda su oración y me gusta hacerla llegar a aquellos a quienes mi corazón permanece siempre agradecido. Quiero decir que tiene una gran parte en mis pobres oraciones.

La hermosa fiesta de Navidad, que siempre me ha gustado mucho, tiene un sello muy particular en el Carmelo. En lugar de pasar la santa vigilia con mamá y Guita, esta vez ha sido en el gran silencio, en el coro, junto a El, y me gustaba decirme: “El es mi Todo, mi único Todo.” ¡Qué felicidad, qué paz pone esto en el alma! El es el único a quien he entregado todo. Si miro a la tierra veo la soledad y aun el vacío, pues no puedo decir que mi corazón no haya sufrido; pero si mi mirada permanece fija en El, mi Astro luminoso, ¡Oh!, entonces desaparece todo lo demás y me pierdo en El como la gota de agua en el océano. Está todo en calma, todo tranquilo. Y ¡es tan buena la paz del Señor! Es de ella de la que habla San Pablo cuando dice que “sobrepasa todo sentimiento” (Fil. 4, 7).

Me he enterado por mamá de la llegada del angelito a casa de María Luisa, y me uno a la alegría de su corazón. ¿Quiere usted decírselo cuando la vea? Le estaré muy agradecida. Había rogado mucho por ella al Señor para que le haga olvidar la prueba del año pasado. He visto a Guita esta semana, llena de gozo por ser muy pronto madre. Además, he visto a mi buena mamá, que esperaba la Navidad con impaciencia, ya que durante el Adviento no vamos al locutorio, y se le hacía largo el tiempo. Estoy contenta, el Señor obra en ella. ¡Oh, qué bueno es vivir en el abandono para sí y para aquellos a quien se ama! El domingo es el aniversario del gran día de mi profesión.

Estaré de retiro y me alegro de pasar el día con mi Esposo. Tengo tanta hambre de El… El abre abismos en mi alma, abismos que sólo El puede colmar y para esto me lleva a silencios profundos de los que no querría salir.

Adiós, señor canónigo. Ruegue por mí, si lo tiene a bien. Tengo tanta necesidad de su ayuda. En el Santo Sacrificio, en el altar de Aquel a quien amo, acuérdese de su carmelita, diga al Señor que ella quiere ser su hostia para que El permanezca siempre en ella, y, además, para darle. Le envío mis mejores deseos y le pido se digne bendecirme.

Hna. M. Isabel de la Trinidad

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191 Al abate Chevignard – 25 de enero de 1904

Amo Christum

Señor abate:

Dice San Pablo que “no somos ya huéspedes o extranjeros, sino de la Ciudad de los Santos o de la Casa de Dios” (Ef 2, 19)… Es ahí, en ese mundo sobrenatural y divino, donde habitamos ya por la fe, donde mi alma se siente muy cerca de la suya, en el abrazo del Dios todo amor. Su amor, su “demasiado amor” (Ef 2, 4), para usar una vez más el lenguaje del Apóstol, ésa es mi visión en la tierra. Señor abate, ¿comprenderemos nosotros algún día cuánto somos amados? Me parece que esa es la ciencia de los santos. San Pablo, en sus magníficas cartas, no predica otra cosa que este misterio de la caridad de Cristo. Por eso tomo de él las palabras para enviarle mis felicitaciones: “Que el Padre de Nuestro Señor Jesucristo os conceda según los tesoros de su gloria ser fortificado en el hombre interior por su Espíritu; que Jesucristo habite en su corazón por la fe, que sea enraizado y fundado en la caridad de modo que pueda comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y conocer también la caridad de Jesucristo, que sobrepuja toda ciencia, para que se llene de toda la plenitud de Dios” (Ef C. III) (Ef 3, 14, 16‑l9).

Gusta a mi alma unirse a la de usted en una misma oración por la Iglesia y por la diócesis. Ya que Nuestro Señor mora en nuestras almas, su oración es nuestra y yo quisiera estar de continuo en comunión con ella, manteniéndome como un pequeño vaso junto a la Fuente, el Manantial de vida (Ap 7, 17; 21, 6), para poder después comunicarla a las almas, dejando desbordar sus olas de caridad infinita. “Yo me santifico por ellos, para que ellos sean también santificados en la verdad” (Jn 17, 19). Hagamos nuestra esta palabra de nuestro Maestro adorado. Sí, santifiquémonos por las almas.

Y ya que somos todos miembros de un solo cuerpo (I Cor 12), en la medida en que tengamos la vida divina podremos comunicarla al gran cuerpo de la Iglesia. Hay dos palabras que a mi modo de ver resumen toda la santidad, todo el apostolado: “Unión, Amor.” Pida que yo las viva plenamente y para esto que permanezca engolfada en la Santísima Trinidad. No podría usted desearme nada mejor. Adiós, señor abate. Ruego mucho por usted, para que el día de su subdiaconado el Señor encuentre su alma como El la quiere.

Unámonos para hacerle olvidar todo a fuerza de amor y seamos, como dice San Pablo, “la alabanza de su gloria” (Ef 1, 12).

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192 A Francisca de Sourdon – 27 de enero de 1904

Carmelo de Dijon, 27 de enero

¡Buena fiesta, Francisca mía! Que el divino Maestro, a quien he confiado mis deseos, te haga oír todo lo que sube de mi alma hacia la tuya. ¡Adivina a dónde iré a felicitarte! Al cielo, sencillamente. Y te doy allí la cita, pues, ya lo ves, el cielo está muy cercano. “Donde está el Rey está su corte”, decía nuestra Madre Teresa, y como El mora en nuestras almas, ya ves que no tenemos necesidad de ir lejos para entrar en la Ciudad de la paz, en el Cielo de los Santos. Allí me uniré a tu santo Patrón para hacer bajar sobre mi Francisquita las más dulces bendiciones del Señor; que “El la llene según todos los tesoros de su gloria”, como dice tan bien San Pablo (Ef 3, 16). He dado a mamá, a través de la reja, un buen beso para ti y estoy segura de que cumplirá bien el encargo. El viernes por la mañana, en un abrazo divino sobre el Corazón del Maestro, le pediré que funda nuestros dos corazones; creo que hace mucho tiempo lo ha hecho. pero el amor es algo infinito y en el infinito siempre se puede ir más lejos.

He visto esta mañana a tu querida mamá. ¿Quieres decirle que desde nuestra entrevista le estoy todavía más unida y que la amo muchísimo? Nuestra Reverenda Madre me concede con gusto verte antes de Cuaresma, aunque hace dos meses que nos vimos. Ella es muy buena y sabe cuánto nos queremos. Por eso concede algunas excepciones en tu favor.

Adiós, Francisca mía, me uní a tu pobre padre, que tanto te quería; creo que está allá arriba, en esas regiones de paz, de luz y de amor, donde se contempla a Dios en un eterno cara a cara. En una misma oración con él, pido a Aquel que es todo “Amor” que te sumerja, te invada con sus olas de amor infinito. Que El te conceda en este 29 de enero todo lo que tiene de mejor en su providencia paterna. Este es mi deseo, querida Francisquita, y te le envío pasando por el Corazón del Esposo. Tu

Isabel de la Trinidad

Recuerdos muy afectuosos a María Luisa.

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193 Al abate Jaillet – 11 de febrero de 1904

Carmelo de Dijon, 11 de febrero

“Deus charitas est” (Jn 4, 16).

Señor cura:

Nuestra Reverenda Madre, que se ha repuesto de su bronquitis y tenemos la alegría de verla con su querida comunidad, le dará ella misma noticias.

Sin embargo, me permite darle las gracias por su carta y por su bendición, que me ha alegrado mucho. Desde nuestra última conversación le estoy particularmente unida y un fuerte movimiento de oración lleva mi alma hacia la suya, particularmente durante el Oficio divino. Le prometo acordarme de usted en “tercia”, para que el Espíritu de Amor, aquel que sella y consuma la “Unidad” en la Trinidad, le dé una sobreefusión de Sí mismo. Que El le lleve con la luz de la fe hasta esas cimas donde sólo se vive de paz, de amor, de unión ya irradiada por los rayos del Sol divino. No hace mucho me escribían este bello pensamiento: “La fe es el cara a cara en las tinieblas”. Oh, señor cura, que esto sea verdad en nuestras almas a través de todas las fases por donde el Señor quiera llevarlas y que nada pueda distraernos de la visión de su Caridad. El nos lo ha dicho por su Verbo Encarnado: “Permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Que éste sea el lugar de nuestra cita en la tierra, mientras esperamos el encuentro del cielo, donde cantaremos el Sanctus y el cántico de Amor siguiendo al Cordero.

No puedo decirle, señor cura, lo agradecida que estoy al recuerdo que quiere tener de mí en el altar. Es ahí donde le pido me bendiga.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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194 A la señora Angles – 14‑15 de febrero de 1904

Carmelo de Dijon, 15 de febrero

Señora y querida hermana:

Estos días, leyendo la vida de Santa Isabel, su madre y mi patrona celestial, le he estado particularmente unida. Me gustan mucho estas palabras que le dirigió Nuestro Señor: “Isabel, si quieres estar conmigo, yo quiero también estar contigo y nada nos podrá separar”. Querida señora, ¿no nos ha dicho esto bajito en el silencio de nuestra alma al invitarnos a seguirle más de cerca, a no ser más que una cosa con El siendo sus esposas?… Durante los días de las Cuarenta Horas tenemos expuesto el Santísimo Sacramento en nuestro querido oratorio. Hoy, domingo, he pasado casi todo el día junto a El. Habría querido, a fuerza de amor, hacerle olvidar todo el mal que se comete en estos días de Carnaval. En esas largas horas de silencio me he acordado de usted, y su hermanita Imelda de Jesús ha tenido también el recuerdo que le había prometido. Yo le pido que se acuerde alguna vez de la pequeña carmelita y diga por ella al Señor “gracias”. El miércoles entraremos en la santa Cuaresma. ¿Quiere usted que hagamos una Cuaresma de amor?: “El me ha amado, se ha entregado por mí” (Gal 2, 20).

Este es, pues, el término del amor: darse, perderse toda entera en Aquel que se ama: “El amor hace salir de si al amante, para transportarle, en un éxtasis inefable, al seno del Objeto amado”. ¿No es éste un pensamiento hermoso? Que ellas se dejen llevar por el Espíritu de Amor y que bajo la luz de la fe vayan ya a cantar con los bienaventurados el himno de amor que se canta eternamente ante el trono del Cordero (Ap 5, 69). Sí, querida señora.

Comencemos nuestro cielo en la tierra, nuestro cielo en el amor. Es San Juan quien nos lo dice: “Deus charitas est” (I Jn 4, 16). Allí será nuestro encuentro, ¿verdad? No me olvido de su querida María Luisa y me alegro de la dicha que le ha venido con el pequeño Juan. Pronto tocará a Guita la vez de ser mamá. Vino a verme con su marido la semana pasada. Usted comprende lo contentos que están por la llegada del angelito. Ruegue, querida señora, por la madrecita. Y ahora, adiós. Le quedo muy unida en El. Permanezcamos en su amor (Jn 15, 9) y que su amor permanezca siempre en nosotras. Su hermanita,

M. Isabel de la Trinidad

El jueves, fiesta de la Beata Juana de Valois, pediré particularmente por usted.

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195 A la señora Farrat – 15 de febrero de 1904

Carmelo de Dijon, 15 de febrero

Muy querida señora:

Acabo de saber en este momento que el Señor viene a usted con su cruz pidiéndola el más doloroso de los sacrificios, y le pido que sea El mismo su fuerza, su apoyo, su divino consolador. Toda mi alma y mi corazón son una cosa con usted, pues sabe, querida señora, el profundo afecto que me une a usted. Hoy comparto todo su dolor; usted adivina, a través de estas líneas, lo que mi corazón no puede decirle. Ante semejantes pruebas sólo puede hablar el Señor, que es el Consolador supremo. Se dice en el Evangelio que ante la tumba de Lázaro, viendo llorar a María, “Cristo se turbó y lloró” (Jn 11, 33‑35). Este Señor, cuyo corazón es tan compasivo, está cerca de usted, querida señora. El ha recibido allá arriba a esta querida alma, que participará cada día en nuestras oraciones y sacrificios, no lo dude usted.

Viva con ella en aquel más allá que está tan cerca de nosotros. ¡Es tan verdadero que la muerte no es una separación!… Que vuestro angelito, que está en el cielo para recibir a quien usted llora, le obtenga fortaleza y ánimo. Me uno a ella, querida señora, pidiendo a Dios que la sea “todo lo que le ha quitado” y enjugue con su mano divina las lágrimas de sus ojos. Le envío lo mejor de mi corazón. Nuestra Reverenda Madre y toda la Comunidad ruegan mucho por usted. Su amiguita,

Hna. M. I. de la Trinidad

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196 A su madre – 11 de marzo de 1904

“¡Cuán bueno es el Señor!”.

Querida abuelita:

Estoy toda emocionada al darte este nombre tan dulce. Al saber esta mañana la llegada de la pequeña Isabel, la Isabel mayor ha llorado como un niño. Es que os quiero mucho. Su corazón no es más que uno con los vuestros y canta al unísono de vuestros tres corazones junto a la querida cunita.

Díselo a Guita y a Jorge. Diles también mi gran alegría de que se llame como yo. Me parece que el Señor me la da para que sea su ángel y la adopto de hecho. ¡He pedido tanto por ella antes de que naciera! En adelante mi oración y mis sacrificios serán las dos alas a cuya sombra la guardaré. ¡Qué emoción, mamita querida! ¡Qué gracias doy al Señor que todo haya ido bien! Querida Guitita, dile que mi corazón olvida la distancia, tan cerca está del suyo, y que pido mucho por ella. Yo había ofrecido una novena de misas por su Isabelita, para colocarla bajo la protección de la Preciosa Sangre. La novena se acababa esta mañana, fiesta “de las Cinco Llagas del Salvador”, y el angelito nos llega de la herida de su Corazón. ¿No es emocionante? Serás muy amable haciéndome saber el día del bautismo; así podré acompañar a mi sobrinita a las aguas bautismales, cuando la Santísima Trinidad descenderá a su alma. Madre querida, la carmelita hubiera querido verte, pero ya ves, el sacrificio es muy bueno, sobre todo el del corazón. Lo ofreceremos al Señor por nuestra querida pequeña. Tú le has dado una Isabel, El te manda otra y las dos rivalizaremos en ver cuál te ama más… Dime entonces si no eres mimada por Dios, si no te da el céntuplo que ha prometido ya desde la tierra (Mt 19, 29). Te abrazo, querida mamá, y también a Guita. ¿Quieres hacer una pequeña señal de la cruz en la frente de tu pequeña Sabel por tu Isabel? Creo que estará con vosotras la amable hermana Teresa.

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197 A su hermana – 12 (?) de marzo de 1904

Mi Guita querida:

Esta mañana en recreación hemos festejado a tu Isabelita con una salva de aplausos. Nuestra Reverenda y bondadosa Madre estaba llena de alegría al enseñarnos su fotografía y ya adivinas si el corazón de su tía Isabel latía fuerte… Oh, Guita mía. Amo a ese pequeño ángel, creo que tanto como a su mamita, que no es decir poco. Y además, ya ves, me siento llena de respeto en presencia de este pequeño templo de la Trinidad Santísima. Su alma me parece como un cristal que irradia al Señor, y si estuviera junto a ella, me pondría de rodillas para adorar a Aquel que habita en ella. Guita mía, ¿quieres darla un abrazo en nombre de su tía carmelita? Si estuviera aún con vosotras, cómo me gustaría mecerla, llevarla en mis brazos… ¡qué sé yo! Pero el Señor me ha llamado a la montaña para que yo sea su ángel, la envuelva en la oración. Por lo demás hago muy gozosa el sacrificio por ella.

Además, para mi corazón no hay distancia y estoy muy cerca de vosotras. ¿Lo notas, verdad? Veo que el Señor escucha las oraciones de sus carmelitas, ya que la niña y la madre siguen bien. Nuestra Reverenda Madre está muy contenta con las noticias que mamá le ha dado ayer. Estoy cierta de que San José acabará su obra y podrás dar el pecho a tu niña querida. Pido mucho por esta intención, pues sé cuánto lo deseas.

Soy muy feliz enviándote estos versos. Tú adivinarás fácilmente que no son míos. Nuestra Reverenda Madre ha permitido a una de las hermanas prestarme su musa para cantar junto a la cuna de la pequeña Sabel. Es ahí donde te encuentro, pequeña mamá querida. Si supieses lo que me emociona pensar que eres madre… Te encomiendo a ti y a tu ángel a Aquel que es Amor; con vosotras le adoro y os abrazo sobre su Corazón. Tu Isabel de la Trinidad.

Di a tu amable maridito que me uno a su alegría y el gran placer que me ha proporcionado su fotografía. A la feliz abuela abrázala también por su otra Isabel, que la ama con todo su corazón de carmelita y que está muy contenta de tener su querida imagen grabada en el corazón. Estoy muy contenta que esté contigo la amable Sor Teresa.

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197 bis A la señora de Avout – 5 de abril de 1904

Carmelo de Dijon, martes

Muy querida señora:

Habiendo cesado con el canto del Alleluia el gran silencio de la Cuaresma, vengo pronto a decirle cómo ruego por usted y por su querido Bernardito. A través de sus líneas adivino lo que no me dice. ¡Oh, si usted supiese cómo en mi corazón hay un eco de todo lo que pasa en el suyo! No es extraño, la amo mucho y, desde que veo sobre usted la cruz del Maestro, me parece que la estoy más cerca todavía. Cada vez que veo a mamá le pregunto por Bernardo. Ella le puede decir que sus nombres se oyen con frecuencia en nuestras conversaciones. Querida señora, en las largas horas de silencio, en el diálogo con el Señor, es cuando más me gusta hablarle de usted, porque El “lo sabe todo, lo puede todo y nos ama con un amor muy grande; es el Infinito”. Uso de todos mis derechos de esposa sobre su Corazón en su favor, ya lo sabe usted, ¿verdad?, pues usted conoce a su amiguita. ¡Ha sido usted siempre tan buena con ella! En el Carmelo es así como se pagan las deudas.

Esta mañana he visto a la feliz abuela y la he encargado de darle las gracias por su chocolate y además por toda la ropa que nos ha enviado; se han hecho maravillas, muchas gracias mil veces. Adiós, querida señora. Os entrego a la Santísima Virgen, que fue mártir en su corazón. Le pido que haga brillar su dulce mirada en la suya, ya que es la “Estrella”: “Stella matutina”… Envío a todos lo mejor de mi corazón. Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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198 A sus tías Rolland – 9 de abril de 1904

Carmelo de Dijon, 9 de abril

Mis queridas tiítas:

Después de haber cantado el Alleluia, mi corazón viene a cantar junto a los suyos. Escuchen bien… la cuerda que vibra: es el cariño. Sí, mis tiítas, un cariño que nada podrá romper porque es El quien lo ha sellado y El es fiel.

Después de mi última carta ha tenido lugar un gran acontecimiento: la llegada de Isabelita. Heme aquí hecha una respetable tía. Me parece soñar cuando pienso que Guita es madre. No he visto todavía a mi sobrina más que en fotografía. Me la traerán cuando haga bueno. Me alegra adorar a la Santísima Trinidad en esta almita hecha templo suyo por el bautismo. ¡Qué misterio!…

He visto ayer a la feliz abuela, que esperaba con impaciencia el fin de la Cuaresma para contármelo todo. Pobre mamá, ¿adivináis su alegría? Una Isabel que viene a reemplazar a la que ella ha dado al Señor. Esto es como una respuesta de Aquel que ha prometido el céntuplo ya en la tierra (Mt 19, 29). He hablado hoy con la religiosa que asiste a Guita. Me ha dicho cuánto la había edificado la querida pequeña, y me alegro de pensar cómo educará a su hijita. Oremos, queridas tías, para que esta pequeña flor brote y se desarrolle bajo la mirada de Dios y El more siempre en su cáliz… Una de mis hermanas, poetisa, me ha prestado su musa para cantar junto a la cuna de este angelito. Pienso que os gustará, particularmente a tía Francisca. Por eso he pedido permiso a nuestra querida Madre para enviarles estos versos.

¿Qué les diré de mí, queridas tías? Mi horizonte se agranda… mi cielo está todo tranquilo, todo estrellado, y en esta “soledad sonora”, como dice mi bienaventurado Padre San Juan de la Cruz en su Cántico, pienso que Dios es muy bueno, por haberme tomado toda para El y colocado aparte en la montaña del Carmelo. Este es el himno de acción de gracias que canta mi alma mientras espero ir al cielo a cantar siguiendo al Cordero.

No sé si les he dicho lo impresionante que es entre nosotras la ¡Cuaresma, sobre todo la Semana Santa. Se penetra tan profundamente en el misterio del Crucificado… Porque El es el Esposo, el único Todo. Aunque nuestra capilla esté cerrada, hemos podido poner el Monumento el Jueves Santo. Ya adivinan lo que habré rogado esa noche por ustedes. Era tan divino, queridas tías… ¡Qué bueno era velar con el Maestro en el gran silencio y calma de esta noche en la que El tanto nos amó! (Jn 13, 1). A través de mis queridas rejas veía la puertecilla del tabernáculo y me decía:

Esto es muy cierto. ¡Yo soy la prisionera del divino prisionero; somos cautivos el uno del otro! Y ahora las dejo para ir a cantar sus alabanzas, pues está cerca la hora de maitines, y como soy tañedora no quiero tocar tarde. Sólo tengo el tiempo de confiar a mi Divino Esposo todas mis ternuras para ustedes y de decirles que soy siempre suya. Su

Isabelita de la Trinidad.

(Un beso afectuoso a mi tía.) ¡Cuántas horas paso al día con sus breviarios en las manos y sus corazones en mi corazón! ¿Tienen la bondad de ofrecer mis atentos respetos a su buen párroco y decirle que cada día ruego mucho por él? A cambio cuento de hecho con sus oraciones y estoy muy agradecida a su recuerdo en la santa Misa.

Saludos a Luisa y Ana, a las pequeñas y a todos los que pregunten por mí.

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199 Al abate Chevignard – 27 de abril de 1904

Carmelo de Dijon, 27 de abril

“Surrexit Dominus vere, alleluia”

Señor abate:

“Dios es libre en todo, menos en su amor.” Esta sentencia, que me parece es de Monseñor Gay, me llega muy dentro del alma, particularmente en este tiempo de Resurrección en que Cristo, vencedor de la muerte, quiere permanecer cautivo nuestro… Y me parece que es así como podemos resucitar con El: pasando por la tierra “libres de todos, menos de nuestro amor”, fijos siempre en Dios el alma y el corazón, repitiéndonos las palabras que Santa Catalina de Sena gustaba decirse en el silencio de su alma: “Yo soy buscada, yo soy amada”. He aquí lo que es verdad, todo el resto es lo que no es. ¡Oh, qué bueno sería, como me dice, vivir de esta vida de la Trinidad que Jesucristo ha venido a traernos! El ha dicho tantas veces que El era la vida y que venía a dárnosla abundante (Jn 10,10). “El ha recogido todo en Dios para ser la casa de todos”, nos decía un día el P. Vallée con su estilo realista. Además, añadía que todos los que se acercaban a El tenían “conciencia de la visión que llevaba en su alma”. Ya que El está siempre vivo, ¿por qué no iríamos a pedirle la luz definitiva, esa luz de la fe que hace los santos, que ha iluminado tanto el alma de Santa Catalina de Sena, cuyo Oficio rezaremos el sábado y a la que rogaré particularmente por usted, que forma parte de su gran familia religiosa?. En sus Diálogos repite frecuentemente estas palabras: “Abre el ojo de tu alma a la luz de la fe”.

Le pediremos, si usted quiere, que atraiga nuestras almas hacia ese Dios a quien ella tanto amó, para que seamos de tal manera cautivados por El que no podamos ya salir de su irradiación. ¿No es esto un cielo anticipado? Durante este mes de mayo le estaré unida en el alma de la Virgen y en ella adoraremos a la Trinidad. Me ha gustado mucho lo que me dice en su carta sobre la Virgen. Le pido que, ya que vive tan cerca de ella, le pida un poco por mí. Yo contemplo también mi vida de carmelita en esta doble vocación:

“virgen madre”. Virgen: desposada en la fe por Cristo; madre, salvando las almas, multiplicando los hijos adoptivos del Padre, los coherederos con Jesucristo. ¡Oh, cuánto agradece esto el alma! Es como un abrazo del Infinito… He rogado mucho por usted y lo hago cada día. Le quedo profundamente unida en Aquel que es una inmensidad de amor que nos desborda por todas partes.

Hna. M. Is. de la Trinidad.

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200 Al abate Chevignard – 27 de abril de 1904

Miércoles 27 de abril

Acababa de escribirle cuando me entero del doloroso sacrificio que el Señor ha pedido a su corazón y mi alma tiene necesidad de decirle a la suya cuán unida le está en esta prueba. Me parece que en semejantes ocasiones solamente puede hablar el Maestro; El, cuyo corazón divinamente amante “se turbó” ante el sepulcro de Lázaro (Jn 11, 33). Nosotros podemos mezclar, pues, nuestras lágrimas con las suyas y, apoyados en El, encontrar fortaleza y paz. Pido mucho por el alma de su señor padre. Era ciertamente el justo de que habla la Escritura (Sab. 3, 13), y ¡qué consuelo para usted contemplar, al fin de su carrera, esta bella vida tan llena de méritos! Para él ha caído el velo, ha desaparecido la sombra del misterio, él ha visto… Señor Abate, sigámosle con la fe a esas regiones de paz y de amor. Sursum corda, es en Dios adonde todo debe acabar. Un día también nos dirá su “Veni”; entonces, nos dormiremos en El como el niño chiquito en los brazos de su madre, y “en su luz veremos la luz” (Sal. 35, 10).

Adiós, señor abate, vivamos muy alto, muy lejos, en El… en nosotros. Y ya que por la comunión de los santos estamos en relación con aquellos que nos han dejado, envolvamos en una misma oración el alma de su querido padre, para que, si no está ya, pueda ir muy pronto a gozar del eterno cara a cara.

Le quedo unida en el destello de la Faz de Dios.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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201 A su hermana – 27 de abril de 1904

Carmelo de Dijon, miércoles

Mi querida Guita:

Me sirvo de ti para decirle a Jorge la gran parte que tengo en el dolor que le aflige. La palabra humana se siente muy impotente ante semejantes pruebas. Con todo, a través de estas líneas adivinará lo que mi corazón es incapaz de expresar. Sabe bien que en el Carmelo tiene una hermana que comparte muy íntimamente sus penas y sus alegrías. Vuestro querido padre era verdaderamente el justo de que habla la Escritura, y el Dios de bondad y misericordia le ha dado ya lugar en su Reino. Pero hay que estar tan puros para entrar allí… Por eso pido mucho por él, mucho también por los que ha dejado. Nuestra Reverenda Madre me encarga de ser su intérprete y de la comunidad para con tu marido y decirle lo mucho que pedimos por esta alma que os es tan querida. El Señor, antes de llamarle, ha querido darle una última alegría: la pequeña Isabel ha venido a florecer como el último capullo de su corona. ¡Querido angelito, ya las lágrimas junto a su cuna!…

¿Quieres expresar a la señora Chevignard mis sentimientos de dolorosa y respetuosa simpatía? Recordando lo que nuestra pobre mamá sufrió cuando murió papá, me parece que comprendo mejor su dolor. Dile cuánto pido por ella, para que el Señor sea su sostén, su apoyo. Y ahora, Guita mía, te abrazo como a mi hermanita querida. Te encargo de manifestar mi afecto a tu cariñoso marido; no creo que dude de él. Vuestra hermanita, Hermana

Isabel de la Trinidad.

Estabas tan graciosa el otro día con tu ángel en los brazos. Os recuerdo continuamente… Dale un beso en nombre de su tía Isabel.

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202 Al abate Beaubis – 2 de junio de 1904

Carmelo de Dijon, 2 de junio

Señor abate:

Mi alma ha estado muy unida a las alegrías divinas que inundaban la suya en estos dos grandes días de su ordenación y primera misa, se lo aseguro.

Hubiera deseado que esta cartita, que debía manifestarle toda mi unión, le llegase antes. No me ha sido posible. Pero para las almas no hay necesidad de fórmulas. Penetran hasta el Infinito de Dios para encontrarse y abismarse en una misma adoración. La adoración me parece que es el himno que se canta en su alma después del gran misterio que se acaba de realizar en ella. Ya que en estos días el sello de Dios le ha marcado con su marca divina, y usted ha sido convertido en el “ungido del Señor”. El Todopoderoso, cuya inmensidad envuelve el universo, parece necesitar de usted para darse a las almas. Cuando en el Altar ofrezca el Cordero divino le pido un recuerdo.

Meta mi alma en el cáliz para que sea limpia, purificada, virginizada en su Sangre. Y ya que ha sido constituido dispensador de los misterios de Dios (ICor 4, 1), le voy a pedir una gracia en su nombre. El 15 de junio, día de Santa Germana, festejamos en el Carmelo a nuestra Reverenda Madre. Yo estaría muy contenta de ofrecerle, como ramillete de fiesta, una misa dicha por usted. Le estaría muy agradecida. Adiós, señor abate. Le pido bendecirme con su mano consagrada, y le quedo muy unida en Aquel que es Caridad.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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203 Al canónigo Angles – 2 de junio de 1904

Carmelo de Dijon, 2 de junio

“Deus charitas est” (I Jn 4, 16).

Querido señor canónigo:

Ya que usted es el dispensador de las gracias del Señor (I Cor 4, 1), vuestra pequeña carmelita viene a pedirle una en su nombre. El pequeño rebaño del Carmelo se alegra por celebrar la fiesta de su pastora el 15 de junio, día de Santa Germana, y por mi parte deseo ofrecerle un hermoso ramillete, todo divino, enrojecido con la sangre del Cordero, que usted inmolaría por ella en el altar. Es usted tan paternal y tan bueno con su hijita que ésta se atreve a pedirle todo, como al Padre del cielo, segura de ser escuchada, y me lleno de alegría ofreciendo a nuestra Madre una misa dicha por usted. Sólo que como quiero darle una sorpresa, le pido que, en caso de responderme, dirija la carta a casa de mi madre, que me la entregaría. ¡Si supiera cuán agradecida le estoy!… pero no intentaré explicárselo. Me parece que para las almas no hay necesidad de formulismos.

Penetran hasta el Infinito de Dios, y allí, en ese silencio y calma de Dios, donde El es El, entienden lo que se dirige de un alma a la otra… ¡Querido señor canónigo, es así como me gusta encontrarle! Ya no hay tanta distancia, porque ya somos “una cosa” como en el cielo… El cielo llegará un día y veremos a Dios en su luz. ¡Oh! ¡Qué será el primer encuentro! Este pensamiento hace saltar de gozo mi alma. Ruegue por mí. El horizonte es muy hermoso. El Sol divino brilla con su gran luz. Pídale que la pequeña mariposa se queme las alas en sus rayos.

Le pido su mejor bendición y soy siempre su hijita.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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204 A su hermana – 19 de julio de 1904

Martes por la noche, Carmelo

“La mirada de Dios está sobre ella, su amor la rodea como una muralla”.

Mi querida hermanita, “eco de mi alma”. Así llamaba Teresa del Niño Jesús a una de sus hermanas. Y esta noche, víspera de tu fiesta, en ese día que tanto me gustaba mimarte, me hace ilusión darte este dulce nombre. Mi flor querida, Margarita amada, pido al Señor que llene todos los deseos de tu ancho “corazón de oro” y que arroje sobre ti el fuego de su amor, para que bajo la acción de sus divinos rayos crezcas, te desarrolles y a la sombra de tus “grandes pétalos blancos” pueda entreabrir su tierna corola otra florecita muy querida de mi corazón…

¡Qué linda es Isabelita! Ayer, en los brazos de su radiante abuela, me mandaba un beso de parte de su madrecita. Después quiso hacerme oír su hermosa voz gritando a más no poder, pero su abuela la meció con tal habilidad que se quedó dormida. ¡Estaba tan guapa, con sus ojitos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho!… Hice sonreír a nuestra Reverenda Madre al decirla que mi sobrinita era “una adorante”. Es éste su oficio: “Casa de Dios”. Guita querida, vas a tomar a tu ángel en tus brazos, pon sus manecitas enlazadas alrededor de ti y le dirás que te dé un beso de parte de esta otra Sabel. que tiene para ti un corazón de madre. Adiós, que El te diga todo lo que brota de mi alma hacia la tuya. Tu

Is. de la Trinidad.

Di a Jorge, con mi afectuoso recuerdo, que su hija es su vivo retrato.

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205 A su hermana – 30 o 31 de julio de 1904

Mi hermanita querida:

No sé cómo agradecerte tu exquisita y abundante ensalada rusa. Mi hermana Inés y yo hemos admirado los adornos de Fanny, que se ha esmerado realmente. Recibe, pues, las gracias de nuestra Reverenda Madre y de las Martas improvisadas. Nos has enviado tanta cantidad que hemos tenido para dos veces. Gracias también por los huevos, que eran muy frescos. Hemos pasado una jornada realmente buena en la cocina, que parecía otra Betania (Lc 10, 38‑42), con la diferencia que había que descubrir al huésped divino en el fondo de nuestras almas. Es ahí, querida hermana, donde soy una contigo y con el angelito. ¡Oh, qué simpática es! El otro día quisiera haber estado en su lugar para descansar en tus brazos y decirte “mamá”. Adiós; que El os bendiga y os lleve mi cariño. Tu

I. de la Trinidad

Un muy afectuoso gracias a Jorge.

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206 A la señora de Sourdon – 31 de julio de 1904

Carmelo de Dijon, domingo

Querida señora:

Acabo de recibir su segunda carta y doy gracias al Señor con usted, pidiéndole que acabe su obra en su querida enferma. Admiro su ánimo y su sangre fría para esta grave operación. Esto es siempre tan pavoroso… Pero el Señor está allí y no abandona a los que se fían de El. Querida señora, el Carmelo ha oído su llamada, que es, por otra parte, su misión. Aquí, “orar es respirar” y cuando se trata de aquellos que amamos, la oración se hace muy intensa. Quedé muy contenta de Francisquita en mi última conversación.

No pude ver a María Luisa, que vino durante un acto de comunidad. Dígale que pienso mucho en ella; que me preocupo por su futuro como si fuese mi hermanita, y estoy tan llena de confianza que el otro día, al ver su letra, pensé que me comunicaba una noticia, y ya me alegraba, pues ya sabe que participo en todas sus alegrías y esperanzas, así como sus tristezas. Vemos en el Evangelio que el Señor quiere a veces hacernos esperar, pero El no niega nada a la fe, a la confianza, al amor. Es necesario “ganarle por el corazón”, decía una joven carmelita muerta en olor de santidad. Adiós, querida señora. La dejo con estas palabras de San Agustín: “El está ahí cuando nos creemos solos. El oye cuando nadie nos responde. El nos ama cuando todos nos abandonan”. Tenga la bondad de ofrecer mis respetuosos recuerdos a la señora de Anthes y guarde para usted, querida señora. lo que hay de mejor en mi corazón. Hna. M. I. de la Trinidad.

Nuestra Reverenda Madre me encarga decirle que se interesa mucho por sus asuntos y que la está muy unida en la oración.

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207 A la señora Angles – 14‑16 de agosto de 1904

Muy querida señora:

Mañana es el día de su fiesta y confío mi felicitación a la Santísima Virgen. Le pido en este día de su gloriosa Asunción que haga descender sobre su alma las más dulces bendiciones del cielo, y que ella la revele este secreto divino: “Dilectus meus mihi et ego illi. Mi querido es para mí y yo soy para El” (Cant. 2, 16). Veo que el Maestro la trata “como esposa” y la hace compartir su cruz. El sufrimiento es algo tan grande, tan divino. Me parece que si los bienaventurados en el cielo pudieran envidiar algo, sería este tesoro. Es una palanca muy poderosa sobre el corazón del Señor. Además, ¿no la parece que es dulce dar a quien se ama? La cruz es la herencia del Carmelo. “O padecer o morir”, decía nuestra Madre Santa Teresa; y cuando Nuestro Señor se apareció a nuestro Padre San Juan de la Cruz y le preguntó qué deseaba en recompensa por todo lo que había sufrido por El, respondió:

“Señor, padecer, ser despreciado por vuestro amor”. Querida señora, ¿quiere usted pedir para su amiguita esta pasión por el sacrificio? Por mi parte, se lo aseguro, pido al Señor que la sostenga en sus sufrimientos, que deben ser tan penosos de soportar, ya que a la larga el alma se resiente y pierde energía. Entonces no tiene que hacer más que acercarse al Crucificado y su sufrimiento es la mejor oración. El Padre Lacordaire, antes de morir, cuando abrumado por el sufrimiento no podía orar, pedía su crucifijo y decía: “Yo le miro”. Mírele usted también y hallará junto a la Víctima divina fortaleza y alegría en sus sufrimientos. Esto no impide, querida señora, que haga lo que pueda por recuperarse y no tema consultar al médico, abandonándose en las manos de Dios. Yo le pido que se acelere su restablecimiento, si es esa su voluntad.

Ya que el señor canónigo está con usted, ¿tiene la bondad de entregarle esta cartita? Me alegro de verla tan bien rodeada. La llegada de María Luisa y su Juanito debe ser una dulce alegría. ¿Quiere ofrecer mi afectuoso recuerdo a la querida madrecita? La mía ha salido hoy para Suiza (continúo la carta que quedó sin acabar hace dos días) con Guita y su ángel y ya adivina usted su alegría de marchar con estos dos tesoros. Adiós, querida señora. Nuestra unión, aunque sea silenciosa, no es menos verdadera. Le pido me conserve su buen afecto y sus oraciones. De mi parte la estoy muy unida y pido a Dios la haga cada vez más suya.

Su hermanita y amiga,

M. Isabel de la Trinidad.

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208 Al canónigo Angles – 14‑16 de agosto de 1904

“Misericordias Domini in aeternum cantabo”

Querido señor canónigo:

Una carmelita debe ser un alma silenciosa. Pero si calla su pluma, su alma y su corazón olvidan el espacio para ir junto a los que se halla profundamente unida. Y es así como su hijita viene a decirle un efusivo gracias por la alegría que le ha causado ofreciendo la santa Misa por su muy querida Madre. Era tan hermoso ofrecerle este bello ramillete todo divino pasando por sus manos. Nuestra Reverenda Madre se alegró mucho y le ha llegado al alma. Me encarga manifestarle su reconocimiento. Le sigo allá abajo en sus bellas montañas que tanto me gustaban. Nunca olvidaré los días pasados en Labastide, el viaje que hice con usted… ¡Qué dulces recuerdos! Fueron mis últimas vacaciones. He celebrado el día 2 el tercer aniversario de mi entrada en el Carmelo. ¡Oh, qué bueno ha sido el Señor conmigo!… Es como un abismo de amor en que me pierdo, esperando ir al cielo a cantar las misericordias del Señor.

He visto a mi querida mamá la semana pasada con su hijita. Creo que desde hace tres años nunca la he visto tan contenta y doy gracias a Dios.

¡Qué bueno es abandonarle todo con confianza, y después, como el niñito en los brazos de su madre, reposar en su amor! Es ahí, en esa morada inmutable, donde me gusta encontrarle. Adiós, querido señor canónigo. ¿Quiere usted bendecir a la que se llama siempre su hijita?

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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209 A su madre – 21 de agosto de 1904

Carmelo de Dijon, domingo

Mi querida madrecita:

He experimentado una verdadera alegría al leer tu amable y larga carta y me alegro de saberte tan feliz con tus dos seres queridos. ¡Qué bueno es el Señor contigo! Hace tres años, este viaje era muy triste, pues acababas de llevar tu Isabel al Carmelo, y este año tienes en su lugar un angelito. Os sigo allá abajo por esas montañas que conducen hacia Dios y donde nosotros tres éramos tan felices, tan unidas. Mamá querida, no añores esos días tan dulces; el Maestro lo ha hecho bien todo (Mc 7, 37). Ha escogido para tu hija una muy hermosa porción llamándola al Carmelo. Sábete que ella es feliz, con una felicidad que nadie le puede arrebatar porque es toda divina.

Ciertamente, ella ha sacrificado lo que más amaba después de Dios, pero esto no es ya un sacrificio existiendo una unión tan íntima entre nosotras. ¿Qué importa donde vive el cuerpo, si las almas y los corazones están muy cerca, “conglutinados” los unos a los otros? ¿No has notado cómo latía el de tu Sabel al reconocer tu letra? Ama tanto a su madre… El 15 he puesto en manos de la Virgen mis felicitaciones y la he pedido. al subir al cielo, que saque de los tesoros del Señor lo mejor que haya para mi mamá. Le pido también que te revele el dulce secreto de la unión con Dios, que hace que a través de todas las cosas se permanezca con El. Es la intimidad del hijo con su madre, de la esposa con el esposo. Esta es la vida de la carmelita. La unión, ése es su sol brillante; ante sus ojos se presentan horizontes infinitos. Cuando vayas a la querida iglesia haz una oración por mí; acuérdate del tiempo en que íbamos a arrodillarnos juntas ante el pobre Tabernáculo. Piensa que soy la prisionera del divino Prisionero y que junto a El no hay distancias. Un día en el cielo estaremos mucho más cercanas, ya que por su amor nos hemos separado. Me preguntas por el calor. No entiendo mucho, pero me parece que hace menos calor. Las noches son frescas, y ayer por la noche, cuando nuestra Reverenda Madre vino a bendecirme a la celda, no me permitió dejar abierta del todo la ventana. ¡Oh!, si supieses lo buena y maternal que es, si vieras las atenciones de que rodea a tu hija, se conmovería tu corazón. Hablamos de ti y Nuestra Madre se alegra de saberte tan feliz. Goza bien de tu amable Guita y de su ángel. ¿Quieres darles un abrazo en mi nombre? Cuando veas al señor párroco, ofrécele mis respetos, dile que pido por su parroquia, que no olvido que soy su vicario.

Adiós, madrecita, a quien amo con todo mi corazón de carmelita. Confío a mi sobrinita toda clase de ternuras para ti.

Tu hija Isabel de la Trinidad.

Saluda de mi parte al buen Koffmann. Recuerdos afectuosos a la señora de Sourdon y a las pequeñas. ¿Hay algo nuevo de María Luisa? Ruego por ella, díselo.

¡Qué alegría volverte a ver con un buen aspecto! Déjate cuidar por Guita.

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210 A su hermana – 21 de agosto de 1904

“Dios es amor” (I Jn 4, 16).

Mi querida hermanita:

Sí, te encuentro a los pies de Jesús; más aún, nunca me separo de ti. Me uno a la alegría de su Corazón por encontrar una Margarita donde pueda reposar. Sé su paraíso en ese país donde es tan poco conocido, tan poco amado. Abre tu corazón enteramente para recibirle y, además, allí, en tu pequeña celdilla, ama, Guita mía… El tiene sed de amor. Toma a tu Isabel contigo y, después, las dos hagámosle compañía… Estoy contenta de mi pequeñita y el Maestro ama a su flor. ¿Y tu ángel? Espero que sus dichosos dientes la dejen en paz. ¡Qué simpática es! Nuestra Reverenda Madre, que ha venido a echarla la bendición, la ha encontrado encantadora; pienso que esto agradará a tu corazón de madre. Algunas veces me parece soñar al darte este nombre, querida hermanita. Y, sin embargo, me parece muy lejano el tiempo en que trepábamos por las montañas. Recuerdo la hermosa perspectiva desde nuestra habitación. ¿No te parece que la naturaleza habla de Dios? El alma tiene necesidad de silencio para adorar… Me alegro de que estés tan bien con mamá, y comprendo tu sacrificio de tener a Jorge tan lejos de vosotras.

A pesar de todo. aprovecha bien tu estancia en Suiza y la dulce intimidad de esta buena mamá. Es la ley de la tierra: el sacrificio al lado de la alegría. El Señor quiere recordarnos que no hemos llegado al término de la felicidad; pero estamos orientadas a ella y El mismo quiere conducirnos en sus brazos. En el cielo El llenará nuestros vacíos. Mientras tanto, ¡vivamos en el cielo de nuestra alma! Hace tanto bien. Os uno a ti y al querido angelito para enviaros lo que hay de mejor en mi corazón. Os quiero mucho a las dos y os envuelvo en la oración. Oh, Guita mía, no hay distancia para dos hermanitas que oran en el Amor Inmutable.

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211 A su hermana – 25 de septiembre de 1904

Mi querida hermanita:

Estoy tan llena de felicidad en mi alma que necesito decírtelo, y vengo a pedirte oraciones. Nuestra Reverenda Madre me permite entrar en Ejercicios y esta noche comienzo mi gran viaje: diez días de silencio total, de soledad absoluta, con mi velo bajado y varias horas extraordinarias de oración. Es un programa muy atrayente. Te tomo conmigo y a tu ángel. ¿Quieres decir a nuestra querida mamá que ruegue por el ermitaño ¡que por su parte no la olvidará¡? Te encargo de saludar en mi nombre a tu cuñado, el abate y a María Luisa. Adiós, hermanita. Te dejo y voy a perderme en El, para derramar toda esta felicidad que no puedo contener. Unión.

Tu Sabel.

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212 A Ivonne de Rostang – 6 de octubre de 1904

Carmelo de Dijon, 6 de octubre

Muy querida Ivonne:

He salido esta mañana de los Ejercicios Espirituales, y me apresuro a decirte que mi corazón es uno con el tuyo. Participo en tu gran pena y comprendo el dolor de tu corazón. Si supieras cómo he llorado al saber que el Señor te había tomado a tu madre… La quería mucho y creo que ella también me quería. ¡Cuántas bondades y delicadezas tuvo conmigo! ¡Pobrecita Ivonne! Quisiera decirte palabras de consuelo, pero ante tu pena me siento impotente y pido al Señor que sea tu fortaleza, tu sostén, porque El es el consolador supremo y está junto a ti, y su amor te envuelve. El quiere ser el amigo de todos los instantes, El te ayudará en la misión que tendrás que cumplir para con tu padre, con tus queridas hermanas y Raúl. Eres tú la que has de reemplazar a la que ha marchado con el Señor. Ella también velará sobre ti. ¡Amaba tanto a Ivonne! Pequeña mía, vive con ella… Ya ves, yo siento su alma viva junto a la mía; me parece que estamos muy cerca la una de la otra en Aquel que es el Amor infinito. El la ha encontrado madura, era demasiado bella para vivir en los jardines de la tierra. El la ha llevado a los jardines del cielo. Ella ha contemplado la Belleza Inmutable…

Sigámosla, Ivonne mía, a las regiones de paz y de luz donde Dios enjuga toda lágrima de los ojos de los que ama. El cuenta contigo; tienes una misión que cumplir. Tu madre querida vela sobre su amada hija y pide a Aquel que la ha llevado que la sostenga a lo largo del camino.

Adiós. Adivinarás entre líneas lo que mi corazón no sabe expresar, porque, ya ves, no puedo pensar en ti sin llorar. Pido mucho por ti, por el pequeño Raúl, por tus queridas hermanas. No puedo escribir a cada una.

Dilas, ¿verdad?, y al señor Rostang que tomo parte en esta gran prueba.

Mamá, a quien vi esta mañana, estaba muy afectada. Animo, confianza, vivamos con ella. La quería tanto… Ella no nos ha abandonado, porque el amor vive en el alma y el alma nunca muere.

Hna. I. de la Trinidad.

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213 A su hermana – 12 de noviembre de 1904

Sábado por la noche

“El amor no se paga más que con amor”

Mi querida Guita:

Tu cuñado, el seminarista, ha mandado hacer en el Carmelo cuadros de malla, que sus hermanas deben bordar para hacer un alba. Habíamos quedado en que pasaría dentro de quince días para llevar lo que se hubiera hecho. Como no viene y se han hecho ya ochenta cuadros, nuestra Reverenda Madre cree que el medio más rápido para entregárselos es mandarlos por ti. Tal vez tus cuñadas les esperan para comenzar su trabajo, que será largo. Ten la bondad de mandárselos al abate. Muchas gracias, hermanita mía. Mi alma está siempre junto a la tuya. En preparación al Adviento y a la Navidad te doy una cita particular a los tres Angelus. Pediremos al Verbo, encarnado por amor, que establezca su morada en nuestras almas y que ellas no puedan abandonarle más. Te abrazo y a tu angelito. El 19 haré la comunión por ella. Tú harás que rece por su tía.

Sabel.

Abraza a mamá.

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214 Al abate Chevignard – 29 de noviembre de 1904

“Providebam Dominum in conspectu meo semper; quoniam a dextris est mihi, ne commovear”

Señor abate:

Le estoy muy agradecida por su felicitación. Y estoy muy contenta de que la iglesia haya colocado nuestros Santos tan cerca el uno del otro. Esto me permite hoy ofrecerle mis mejores votos. Dice San Agustín “que el amor, olvidándose de su propia dignidad, desea elevar y engrandecer al ser amado.

El no tiene otra medida que ser sin medida”. Pido a Dios que le llene con esta medida sin medida, es decir, según “las riquezas de su gloria” (Ef 3, 16), que el peso de su amor le arrastre hasta aquella feliz pérdida de que hablaba el Apóstol cuando decía: “Vivo enim iam non ego, vivit vero in me Christus” (Gal 2, 20). Tal es el sueño de mi alma de carmelita y creo que también el de su alma sacerdotal. Pero lo es sobre todo el de Cristo, y le pido que lo realice plenamente en nuestras almas. Seámosle en cierta manera una especie de humanidad prolongada, en la que pueda renovar todo su misterio. Le he pedido que se establezca en mí como Adorador, como Reparador y como Salvador, y no puedo decirle la paz que da a mi alma pensar que El suple mis impotencias y que, si caigo continuamente, El está allí para alzarme y llevarme más en El, al fondo de esa esencia divina en la que habitamos ya por la gracia y donde querría sepultarme tan profundamente que nadie me pueda hacer salir. Es allí donde mi alma encuentra la de usted, y con ella me callo para adorar juntos a Aquel que nos ha amado tan divinamente.

Yo me uno a las emociones y profundas alegrías de su alma en la espera de la ordenación, y le pido que me ponga con usted bajo la gracia. Cada mañana recito Tercia por usted para que el Espíritu de amor y de luz “descienda” a usted, para obrar allí todas sus creaciones. Si usted quiere, cuando recite el Oficio, nos uniremos en una misma oración durante esta Hora, a la que tengo devoción particular: nosotros aspiraremos el Amor, lo atraemos sobre nuestras almas y sobre la Iglesia.

Me dice que pida para usted la humildad y el espíritu de sacrificio. Por la noche, al hacer mi via crucis antes de los maitines, en cada efusión de sangre pedía para mí esta gracia; en adelante será también para usted. ¿No cree que para llegar al anonadamiento, al desprecio de uno mismo y al amor al sufrimiento, que estaba en el fondo del alma de los santos, es necesario contemplar durante largo tiempo al Dios crucificado por amor, recibir como una emanación de su virtud (Lc 6, 19) por un contacto continuo con El? El P. Vallée nos decía un día que “el martirio era la respuesta de toda alma noble al Crucificado”. Me parece que esto se puede decir también de la inmolación. Seamos, pues, almas sacrificadas, es decir, verdaderas en nuestro amor: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20).

¡Adiós, señor abate. Vivamos de amor, de adoración, de olvido de nosotros mismos, en la paz alegre y confiada, pues “nosotros somos de Cristo y Cristo es de Dios” (I Cor 3, 23). Hna. M. Isabel de la Trinidad.

El 8 vamos a hacer en nuestras almas una hermosa fiesta a nuestra Madre y Reina Inmaculada; le cito bajo su manto virginal.

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215 A su hermana – 29 de noviembre o 6 de diciembre de 1904

Martes por la noche

Mi hermanita querida:

¡Para ti siempre hay excepciones a la Regla! Nuestra buena Madre, que te quiere mucho, accede a mi deseo y me permite escribirte unas letritas. Por la noche, en la recreación, nos enseñaba palias maravillosas entre las que ha hecho su elección. Antes de devolverlas le pedí que te las enseñara. Esto podría servirte para el seminarista. Sus hermanas, que preparan desde hace tiempo sus trabajos, podrían acaso aprovecharse de esta buena ocasión, pues parece que aquí no hay nada fino y además todo es muy caro. Estas son muy baratas y nuestras hermanas bordadoras, que entienden de esto, las encuentran muy bien hechas. Tú podrías enseñárselas a mamá, que tiene la intención de hacer bordar alguna cosa por su criada. Tal vez la venga bien escoger entre estas lindas palias. Queridas mías, pienso en vosotras siempre y en todas las ocasiones. Sobre todo os recuerdo junto a El. Hermanita querida, mi “pequeñita”, como me gustaba llamarte y te llamo siempre en mi corazón, si supieses cómo te cubro con mi oración. Guardo tu secreto, hablo de él con El, y le digo que se establezca en ti, que te sumerja, que te llene para que su Margarita sea como una irradiación de El mismo, y que la pequeña Sabel, al verla, vea un reflejo del Señor. Abraza por mí a tu hija querida y el 8 hazla pedir por mí. Nosotras preparamos una gran fiesta para este día. Guita mía, he dicho a nuestra Reverenda Madre que habías encontrado un impermeable para su sacerdote pobre. Estaba muy contenta.

Estoy un poco preocupada al no ver llegar nada. ¿Me he atrevido demasiado? Dímelo con simplicidad, como yo lo hago contigo. Adiós, hermanita, no tengamos más que un corazón y un alma (Hch. 4, 32) para amar a Aquel que es todo Amor.

Hna. I. de la Trinidad.

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216 A sus tías Rolland – 31 de diciembre de 1904

Carmelo de Dijon, 31 de diciembre

Mis queridas tiítas:

Una carmelita es un alma silenciosa. Esta es la razón de que desde hace largo tiempo no hayan recibido ninguna carta de su Isabelita. Pero hoy ella toma su papel “gran formato”, y cuando se trata de escribiros, le parece siempre muy pequeño. ¡Tan lleno está su corazón! Me parece que la Santísima Virgen no ha obtenido todavía el milagro pedido, pues ya lo sabría, ¿no es así, querida tía Francisca? Toda mi querida comunidad se ha unido a tu novena del 8 de diciembre y ya adivinas la parte que en ella he tomado. Comprendo muy bien tu gran prueba; ¡cuántos sacrificios te impone! Veo que el Señor te trata como esposa y que quiere unirse a ti por la cruz. ¡Es algo tan grande el sufrimiento, y qué pocas almas consienten en seguir a Nuestro Señor hasta allí!… Le ruego mucho por ti y mientras espero que escuche nuestras oraciones le pido haga brillar en tu alma “el rayo del amor”…

El día 8 tuvimos una hermosa fiesta en honor de la Santísima Virgen. Por la noche nuestros claustros estaban iluminados e hicimos una magnífica procesión: una estatua grande de la Virgen Inmaculada, colocada en un hermoso trono, fue llevada por cuatro de nuestras hermanas, y ya podéis adivinar mi felicidad de ser una de ellas. Hubiera querido que el Señor os hubiera prestado alas para volar a mi Carmelo y os hubiera permitido también franquear la clausura para asistir a esta fiesta que era para nuestros corazones un eco de la fiesta del cielo. Después de mi última carta he tenido una gran felicidad y una gracia muy grande: unos Ejercicios en particular durante diez días, los primeros después de mi profesión. Durante este tiempo andaba con el velo delante del rostro y no tenía relación alguna con mis hermanas. Era la soledad absoluta, esa “soledad en la que Dios habla al corazón (Os. 2, 14). Para escucharlo mejor tenía, además de la oración de Regla, varias horas extraordinarias, y puedo decir que estos diez días de oración y silencio han sido un anticipo de la Patria. Me parece superfluo deciros que he rogado mucho por vosotras, pues tenéis parte en todas mis gracias. En la noche del 24 he colocado todos mis votos en el Corazón del Niño Dios y es El el que os los habrá llevado. Queridas tías, que el las llene según todas “las riquezas de su gloria” (Ef 3, 16), para emplear el lenguaje de San Pablo, y les haga una caricia con su manita de parte de su esposa Isabel de la Trinidad. ¿Tienen la bondad de ofrecer mi felicitación afectuosa a la tía Catalina y decirle que pienso en ella con mucha frecuencia? Les encargo también ofrecer mis votos respetuosos al señor cura.

Rezo todos los días por [él] y cuento con sus santas oraciones. Hace poco soñé que me venía a ver al Carmelo. ¿Se realizará alguna vez este sueño? Yo lo deseo y sería muy feliz hablando con él del Señor. Y vosotras, tiítas queridas, creo que si la tornera viniese a anunciarme vuestra visita mi corazón latiría muy fuerte y necesitaría algunos instantes para tranquilizarse. No sé si el Señor nos dará este consuelo, pero sé bien que El nos abre de par en par su Corazón para que podamos encontrarnos siempre y olvidar las distancias que separan nuestros cuerpos, pero no nuestros corazones y almas. He visto a mamá el jueves último; esperaba con impaciencia el fin del Adviento para ver a su carmelita. ¡Qué simpática es Isabelita! Margarita debe traérmela uno de estos días; es muy feliz con su ángel en los brazos.

Adiós, queridas tías, os abrazo con lo mejor de mi corazón, sin olvidar a la tía Catalina. Vuestra feliz sobrinita.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

Tía Francisca puede estar tranquila sobre sus cartas. Aquí se rompen.

Incluso hago más: he enviado a casa de mamá mis queridos breviarios, guardando sólo los necesarios, y cuando los necesito, ella me los trae. Den mis felicitaciones a Luisa y Ana, sin olvidar a los pequeños.

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217 A María Luisa… – hacia 1905

El alma que ama permanece en Dios y Dios mora en ella. Así, gracias al amor y por el amor, la creatura se hace reposo de Dios y Dios el reposo de la creatura.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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218 A la señora Hallo – principios de enero de 1905

Sólo Dios basta

Muy querida señora:

He agradecido muchísimo su felicitación, y puede figurarse mi alegría al reconocer su letra. Mi felicitación para 1905 le llegará con un pequeño retraso, pero mi corazón al menos, usted lo sabe bien, nunca se retrasa cuando se trata de escribirla, y desde que ha marchado de Dijon, la capital me parece estar muy cerca; por eso vuelo frecuentemente a ella con las alas de la oración y del amor. Nuestra Reverenda Madre le agradece mucho sus buenos deseos y la hermosa consagración al Sagrado Corazón; me encarga decírselo y también enviarla su felicitación para este año que comienza.

Querida señora, que sea un año de amor, todo dedicado a la gloria del Señor.

¡Sería tan hermoso poder decir el último día con nuestro Maestro adorado: “Padre, os he glorificado en la tierra, he consumado la obra que me habías encargado”! (Jn 17, 4). Veo que usted está dispuesta a trabajar en esa obra, y su carta me ha interesado mucho. ¡Qué consuelo dar Dios a las almas y las almas a Dios! ¿No es verdad que la vida es completamente distinta cuando se la orienta de este modo? Desde el fondo de mi celdilla la sigo a todas partes. Recomiendo al Padre de familias a esos “dos” que trabajan tan bien por su mies, mientras yo seré el pequeño Moisés en la montaña. Carlos me visitó algunos días antes de su partida, y al salir del locutorio he dado gracias al Señor por conservársele así. Creo que sus sufrimientos le han obtenido esta gracia. ¡Qué alegría saber que usted va mejor! Pido al Señor que esto vaya aumentando. ¡Hace ya tanto tiempo que usted es la víctima de su amor! He visto a mi querido trío después de Navidad. La pequeña Sabel es muy mona. Su madre se alegra de irla a ver en primavera. Está muy emocionada por su invitación. Yo también, se lo aseguro, y estoy convencida de que la atmósfera de oración en que usted vive hará bien a su alma. Adiós, querida señora, unión de oraciones. La abrazo de todo corazón y quedo siempre su segunda hija.

M. I. de la Trinidad.

¿Quiere usted dar mis recuerdos a Carlos y decirle que su hermana del Carmelo ruega por él todos los días? Me ha visitado la señora Mignard, recomendada por usted. Me ha hablado de la familia Desmoulins, que es muy interesante. Se los encomiendo, sobre todo al hijo, cuya conversión desearían.

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219 Al canónigo Angles – principios de enero de 1905

“Mihi vivere Christus est” (Fil. 1, 21).

Querido señor canónigo:

Me he retrasado mucho en mi felicitación de 1905, pero usted conoce bastante el corazón de su hijita para saber que él nunca se retrasa cuando se trata de escribirle. He pedido mucho por usted a mi real Esposo, y le he pedido que le dé lo mejor que tenga de sus tesoros: ¿no es Jesús, El mismo, el don de Dios? (Jn 4, 10). Cada día me hace experimentar mejor lo dulce que es ser suya, de El solo, y mi vocación de carmelita me lleva a la adoración y a la acción de gracias. Sí, es verdad lo que dice San Pablo: “El ha amado demasiado” (Ef 2, 4) a su Isabelita. Pero el amor reclama amor, y no pido al Señor otra cosa más que comprender esta ciencia de la caridad de que habla San Pablo (Ef 3, 1819), de la cual querría mi corazón sondear toda su profundidad. Esto será el cielo, ¿no es verdad? Pero me parece que se puede comenzar en la tierra, ya que se le posee a El, y se puede perseverar en su amor a través de todas las cosas (Jn 15, 9). Esto es lo que me ha hecho comprender en mis Ejercicios particulares, que tuve la suerte de hacer en el mes de octubre; diez días de silencio total, de soledad absoluta. ¡Hubiera usted visto desde Carcasona a la feliz ermitaña sepultándose en su desierto! Sí, soy feliz, me hace bien el decirlo, sobre todo a usted, pues estoy muy convencida de que me conserva siempre su afecto todo paternal. He visto a mamá, a Guita, a la pequeña Isabel, y está claro que hemos hablado de usted, de los queridos Maurel. Espero que el Señor habrá concedido al señor León la posición tan deseada, por la que he rogado mucho. ¿Quiere usted darle recuerdos míos, y también, de modo particular, a María Luisa? ¡Ah, si usted supiese cómo mi corazón es siempre el mismo!… ¿Qué digo? El se agranda, se ensancha al contacto del Dios Amor. Es en El en quien quedo toda suya y donde me recojo bajo su paternal bendición.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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220 A la señora Angles – 5 de enero de 1905 pp

Carmelo de Dijon, 5 de enero

“Sólo Dios basta.”

Muy querida señora:

Esta carta, que debe llevarla mi felicitación, le llegará con un poco de retraso, pero, ya sabe, mi corazón, no lo dude usted, se ha adelantado a la pluma para encontrar al suyo, pasando por el del Maestro divino. Leía en las epístolas de San Pedro una hermosa sentencia que será la expresión de la felicitación de su amiguita carmelita: “Santificad al Señor en vuestro corazón” (I Pe. 3, 15). Para llegar a esto hay que realizar aquellas otras palabras de San Juan Bautista: “Es necesario que El crezca y yo disminuya” (Jn 3, 30). Querida señora, en este nuevo año que el Señor nos concede para santificarnos y unirnos más a El, hagámosle crecer en nuestras almas, guardémosle solo y separado; que El sea verdaderamente rey. Y nosotras desaparezcamos, olvidémonos seamos solo la “alabanza de su gloria” (Ef 1, 12), según la bella expresión del Apóstol… Le deseo todas las gracias de buena salud que necesita, ya que es tan probada por esta parte. Acuérdese de lo que decía San Pablo: “Me glorío en mis enfermedades, porque entonces habita en mí la fuerza de Cristo” (II Cor 12, 9). Todo está ordenado por la voluntad de Dios, y en sus enfermedades físicas, que redundan también en su alma, alégrese, querida señora, y piense que en ese estado de impotencia, llevado fielmente, con amor, le puede cubrir de gloria. Nuestra Madre Santa Teresa decía: “Cuando se sabe estar unidos a Dios y a su santa voluntad, aceptando todo lo que El quiere, se está bien, se tiene todo”. Le deseo, pues, esta paz profunda en el divino beneplácito. Comprendo todos los sacrificios que le impone su salud, pero es dulce decirse: “Es El el que quiere todo esto.” Un día decía el Señor a una de sus santas: “Bebe, come, duerme, haz lo que quieras, con tal que me ames”. El amor, he aquí lo que hace su carga tan ligera y su yugo tan dulce (Mt 11, 30). Pidamos al Divino Infante que nos consuma en esa llama divina, en ese fuego que El ha venido a traer a la tierra (Lc 12, 49). He visto a mamá, que esperaba con impaciencia el fin del Adviento para verme. También Margarita me ha venido a ver con la pequeña Isabelita, que es muy mona. Estas conversaciones me producen un gran consuelo y doy gracias a Dios viendo lo que va haciendo en estas dos almas tan queridas. Adiós, querida señora, voy a perderme en El para hallarla, pues El es nuestro lugar de encuentro. Pídale un poco por su amiguita del Carmelo. Así lo creo.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

El pequeño Juanito debe ser muy simpático. Déle un abrazo por mí a su querida mamita, Pienso que tendrá la bondad de ayudarme a hacer un acto de pobreza, haciendo llegar esta cartita al señor canónigo cuando tenga ocasión. Gracias adelantadas.

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221 A su hermana – 5 de enero de 1905

“Que Jesús nos fije en su amor”.

Mi hermanita querida:

Insististe tan amablemente el otro día en que te pidiese todo lo que quisiera, que pienso no ser indiscreta haciéndolo con toda sinceridad. Hay tradición en el Carmelo de festejar los Reyes el día mismo de la Epifanía y no el domingo. Ese día nuestra Reverenda Madre sirve en el refectorio, y hay también la costumbre de darnos el roscón tradicional. Este año nos ha fallado la persona que solía enviarlos, y como nosotras no sabemos hacerlos, nuestra Madre se encuentra un poco preocupada, pues es una antigua costumbre de la Orden esta fiestecita de los Reyes. Se ha acordado de tu ofrecimiento del otro día, que ella había rehusado por ser entonces innecesario, procurando esta buena Madre evitar lo que sea contrario al espíritu de penitencia que preside todo en la vida de una carmelita. Si puedes, Guita mía, envíanos tres roscones para veintiuna personas. Mándalos hacer lo más sencillo que se pueda, para no salir de nuestro espíritu de pobreza. Habrá que tenerlos para mañana viernes a las diez lo más tarde. Lo comprendes bien, ¿verdad? Mañana y no el domingo como en el mundo. Es la pequeña Sabel quien los ofrecerá a nuestra Reverenda Madre, que será feliz sirviéndoselos a sus hijas de su parte. ¡Oh, cuánto quiero a tu ángel! Tanto como a ti, que es decirlo todo. Me invita a hacer oración verla en tus brazos. Pienso que así hace Dios conmigo. Dejémonos llevar por El, hermanita, para que nos fije en su amor. Es ahí donde te dejo, o, mejor, donde moro en silencio contigo.

Un abrazo para ti y para tu ángel y pido por el que pronto veré en tus brazos. Tu hermana mayor,

I. de la Trinidad.

No te olvides de decir a tu cuñado que mi alma está muy unida a él.

Con tu lindo refajo puedo aguantar la Siberia. Gracias de nuevo.

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222 A su hermana – 6 de enero de 1905

El es Amor

Gracias, hermanita, por tus estupendos y abundantes roscones. Nuestra Reverenda Madre me encarga manifestarte todo su reconocimiento, y yo no me hago rogar cuando se trata de escribir a mi Guita. La sorpresa le tocó a nuestra Madre. Estaba muy contenta de que el Rey la haya elegido por su reina, y yo me he alegrado de este reinado de amor. Gracias, hermanita, por mimarnos así. Gracias a Isabel. Abrázala en nombre de su tía, y después hagamos silencio en su almita para adorar al Dios que la habita. El ama a los pequeñuelos. Hagámonos sus niñitos y dejémonos llevar en sus brazos. Es allí donde soy siempre tuya. Gracias de nuevo.

Hna. I. de la Trinidad.

Abraza a nuestra querida y buena mamá por su carmelita.

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223 A la señora de Sourdon – poco antes del 20 de enero de 1905

Muy querida señora:

Nuestra Reverenda Madre me encarga decirle que le concede con mucho gusto el consuelo de asistir el viernes a la misa en nuestra capilla. Por mi parte, le confieso que será para mí una verdadera alegría orar junto a usted; nuestras almas estarán todavía más cerca de Aquel que es “caridad”, según la hermosa definición del discípulo del amor (I Jn 4, 16). Haré la comunión con usted por el querido difunto, para que Dios, rico en misericordia, le dé parte en la herencia de los santos en la luz (Ef 2, 4, y Col 1, 12), si El no le ha introducido ya en su reino. Es, sin embargo, hasta allí adonde penetra mi alma al pensar en él, y me siento movida más bien a orarle que a orar por él. De todos modos lo haré, pues hay que estar muy puros para presentarse delante de Dios. Sin embargo, nos permite vivir en su intimidad desde aquí abajo y comenzamos de algún modo nuestra eternidad viviendo en “compañía” (I Jn 1, 3) con las tres Personas divinas.

¡Qué misterio! Es en él donde me pierdo para volverle a encontrar, querida señora, pidiendo al Señor que apriete muy fuerte el nudo que une a su alma la de su pequeña. Isabel de la Trinidad.

Quedé encantada de mi conversación con Francisca.

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224 A la señora Angles – poco antes del 8 de marzo de 1905

“El abandono es el fruto delicioso del amor”

Muy querida señora:

Antes de entrar en el silencio riguroso de la Cuaresma, nuestra Reverenda Madre me permite escribirle para manifestarle lo mucho que ruego por usted, así como mi querida comunidad. Comprendo sus temores ante la perspectiva de una operación. Pido al Señor que los endulce y los calme El mismo. Dice el apóstol San Pablo que “El hace todas las cosas según el consejo de su voluntad” (Ef 1, 11). Por consiguiente, debemos recibir todo como viniendo directamente de la mano divina de nuestro Padre, que nos ama y procura obtener su fin a través de todas las pruebas, “unirnos más íntimamente a El”. Querida señora, lance su alma sobre las olas de la confianza y del abandono y piense que todo lo que la turba y la lleva al temor no viene del Señor, porque El es el Príncipe de la paz (Is. 9, 6) y la ha prometido “a los hombres de buena voluntad” (Lc 2, 14). Cuando usted teme haber abusado de las gracias, como me dice, es el momento de redoblar la confianza, porque, como dice también el Apóstol, “donde el pecado abunda, la gracia sobreabunda” (Rom5, 20), y más adelante: “Me glorío en mis debilidades, porque entonces habita en mí la fuerza de Dios” (II Cor 12, 9). “Dios nuestro Señor es rico en misericordia, a causa de su inmenso amor” (Ef 2, 4). No tema usted, pues, nada esa hora por la que todos debemos pasar. La muerte, querida señora, es el sueño del niño que se duerme sobre el corazón de su madre. Finalmente, la noche del destierro habrá huido para siempre y entraremos en posesión de la herencia de los santos en la luz (Col 1, 12). San Juan de la Cruz dice que nosotros seremos juzgados sobre el amor. Esto responde muy bien al pensamiento de Nuestro Señor, que dijo a la Magdalena: “Muchos pecados le han sido perdonados, porque amó mucho” (Lc 7, 47). Pienso con frecuencia que tendré un largo purgatorio, porque se pedirá mucho a quien ha recibido mucho (Lc 12, 48) y El ha sido muy generoso con su pequeña esposa. De todos modos me abandono a su amor y canto desde la tierra el himno de sus misericordias. Querida señora, si cada día hacemos crecer a Dios en nuestra alma ¡qué seguridad nos dará para presentarnos un día ante su santidad infinita! Creo que usted ha encontrado el secreto y que es a través de la renuncia como se llega a este fin divino; por ella morimos a nosotros mismos para dejar todo el lugar a Dios. ¿Se acuerda de aquella hermosa página del evangelio según San Juan en la que el Señor dice a Nicodemo: “En verdad te digo que si uno no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Jn 3, 3)? Renovémonos, entonces, en el interior de nuestra alma, “despojémonos del hombre viejo y revistámonos del hombre nuevo, hecho a imagen de Aquel que lo ha creado (San Pablo) (Col 3, 9‑10). Esto se hace dulce y simplemente separándose de todo lo que no es Dios. Entonces el alma no tiene temores ni deseos, su voluntad está enteramente perdida en la de Dios, y como es esto lo que hace la unión, puede decirse: “No vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).

Roguemos mucho la una por la otra durante este santo tiempo de Cuaresma, retirémonos al desierto con nuestro Maestro (Mc 1, 12) y pidámosle que nos enseñe a vivir su vida.

He visto a mamá, a Margarita y a su pequeña Isabelita. Es la última conversación antes de Pascua, y les parece el tiempo muy largo. Sé que María Luisa espera también un angelito y la encomiendo particularmente a Dios. Dé mis recuerdos a sus familiares. Respondo en una cartita al señor canónigo y, como pobre carmelita, me atrevo a confiársela, para que se la entregue cuando tenga ocasión. Pienso no abusar. Adiós, querida señora, ánimo y confianza. La abrazo como la quiero.

Hna. M. I. de la Trinidad.

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225 Al canónigo Angles – poco antes del 8 de marzo de 1905

“Deus meus es tu et confitebor tibi. Deus meus es tu et exaltabo te”.

Querido señor canónigo:

Antes de sepultarme en la soledad del desierto me permite nuestra Reverenda Madre escribirle, para manifestarle lo feliz que me ha hecho su cariñosa carta. Sabía por mamá que estaba usted enfermo del brazo, pero su amable carta me permite esperar que su reumatismo haya desaparecido. ¡Pobre mamá! Ella quisiera que ya se hubiera cantado el Alleluia; usted lo adivinará fácilmente. El Señor le pagará este largo ayuno para su corazón de madre. Sí, señor canónigo, buena Cuaresma. Como me dice, hay mucho que expiar, mucho que pedir, y creo que para satisfacer a tantas necesidades hay que llegar a ser una “oración continua” y amar mucho. ¡Es tan grande el poder de un alma entregada al amor!… Magdalena es un hermoso ejemplo: una palabra le bastó para lograr la resurrección de Lázaro. Nosotros necesitamos mucho que el Señor obre resurrecciones en nuestra querida Francia. Me gusta ponerla bajo la efusión de la Sangre divina. San Pablo dice que “tenemos en El la remisión de los pecados según las riquezas de la gracia que ha derramado en nosotros” (Ef 1, 78). Este pensamiento me hace tanto bien…

Oh, qué bueno es, en los momentos en que no se siente más que la propia miseria, ir a hacerse salvar por El. Yo estoy llena de ella, pero el Señor me ha dado una Madre, imagen de su misericordia, que con una palabra sabe calmar toda angustia en el alma de su hijita y darle alas para volar bajo los rayos del Astro creador. Por eso vivo en la acción de gracias, uniéndome a la alabanza eterna que se canta en el cielo de los Santos. Hago aquí mi aprendizaje… Nuestra querida Madre me encarga decirle que ha quedado muy conmovida por su recuerdo especial. Ella le envía su saludo respetuoso y se encomienda a sus oraciones en la misa durante la Cuaresma. Ruegue también por su hijita, conságrela con la santa Hostia, para que no quede nada de la pobre Isabel, sino que sea toda de la Trinidad. Entonces su oración podrá ser todopoderosa, y usted se aprovechará de ella, ya que tiene una parte tan grande en sus oraciones. No hace con ello más que pagar una deuda de gratitud. Adiós, querido señor canónigo, la campana me llama a maitines. No me olvidaré de hacer allí “memoria de usted”. Será la primera.

Hna. M. I. de la Trinidad.

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226 Al abate Chevignard – 7 de abril de 1905

Viernes por la noche

“Misericordias Domini in aeternum cantabo”

Señor abate:

Nuestra Reverenda Madre está muy ocupada esta tarde y me encarga escribirle para que reciba una cartita del Carmelo que le diga cuán unido le está en este gran día. Por mi parte, me retiro y me recojo hasta el fondo de mi alma, allí donde habita el Espíritu Santo. Pido a este Espíritu de amor “que penetra todo, hasta lo profundo de Dios” (I Cor 2, 10), que se le comunique sobreabundantemente e ilumine su alma para que bajo la gran luz vaya a recibir “la unción del Santo” (I Jn 2, 20) de que habla el discípulo amado. Canto con usted el himno de acción de gracias y me callo para adorar el misterio que envuelve todo su ser: es la Trinidad entera la que se inclina sobre usted para hacer brillar “la gloria de su gracia” (Ef 1, 6).

Nuestra Reverenda Madre me encarga decirle que está muy contenta de que haya escogido nuestra capilla para celebrar su primera misa y que el viernes, a las 8, estaremos todas con usted ante el altar del Dios amor. En cuanto a mí, la felicidad será grande y mi unión profunda. Se lo aseguro.

Adiós, señor abate. En la noche de esta fiesta de la Preciosa Sangre me pongo con usted bajo la efusión divina, para que Cristo nos guarde “santos y sin mancha en su presencia en el amor” (Ef 1, 4). El Apóstol nos lo dice: es el gran deseo de Dios. Puede realizarse en nosotros. Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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227 A su hermana – 22 de abril de 1905

Alleluia

Mi querida Guita:

Hemos cantado el Alleluia. Nuestra Reverenda Madre me permite escribirte en seguida para decirte cuánto me uno a tus alegrías maternas. Estoy tan contenta de ser una vez más tía, y sobre todo de una niñita, pues, ya ves, me parece que la unión que existía entre nosotras se va a perpetuar en tu dulce hogar, y me alegro que Sabel tenga una Odette como la tía Isabel tenía una Margarita. Nuestra querida Madre, que tanto se interesa por ti, estaba llena de alegría al darme la gran noticia y me encarga decírtelo. Sabel nació en la fiesta de las Cinco Llagas de Jesús y he aquí que Odette llega el día en que el Maestro fue vendido para rescatar su almita. ¿No es conmovedor? Espero que podrás tener contigo a la querida sor Teresa. Lo he pedido mucho al Señor. Espero, además, que la puedas dar el pecho, como la última vez. Mamá me dirá todo esto el miércoles. ¡Cuántas cosas tenemos que decirnos! Abraza por mí a esta querida abuela, dile que comparto su alegría y dale gracias por su carta.

Durante la Semana Santa he llevado a todas partes tu alma con la mía, sobre todo durante la noche del Jueves Santo, y ya que no podías ir a El, le he dicho que venga a ti. En el silencio de la oración decía muy bajito a mi Guita estas palabras que el P. Lacordaire dirigía a la Magdalena cuando buscaba al Señor la mañana de la Resurrección: “No preguntes por El a nadie sobre la tierra, a nadie del cielo, porque El es vuestra alma, y vuestra alma es El”. ¡Oh, hermanita, cómo bendice tu pequeño nido, cómo te ama confiándote estas dos almitas, “que El ha elegido en El antes de la creación, para que sean santas y sin mancha en su presencia en el amor” (Ef 1, 4) (San Pablo). Eres tú quien debes orientarlas hacia El y conservarlas todas suyas.

Te encargo, mi Guita, de decir a Jorge la resonancia que hallan en mi corazón todas vuestras alegrías, por las que doy gracias a Dios, “de quien proviene todo don perfecto” (Sant. 1, 17).

Adiós. En El, pequeña mamá, me recojo contigo junto a tus pequeñas; cada una tiene a su lado un hermoso ángel que contempla la Faz de Dios (Mt 18, 10). Pidámosle que nos lleve con El y nos fije en su amor. Te cubro de caricias y oración como a tus dos tesoros. Me alegro de ver a Sabel. Dile que dé un beso a su abuela en nombre de su tía.

Envío a Odette una medalla tocada al Niño Jesús milagroso de Beaune. Es de cobre, pues soy una pobre carmelita. La podrás poner en su cunita para que Dios, que tanto ama a los niños, la bendiga y la proteja Hna. M. I. de la Trinidad Te encargo transmitir a Sor Teresa mi religioso recuerdo.

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228 A la señora Hallo – hacia el 30 de abril de 1905

“Señor, quédate con nosotros” (Lc 24, 29).

Muy querida señora:

Estoy llena de alegría pensando en la amable visita que les va a hacer mi querida mamá. Hace unos día vino a verme y me habló de su viaje a París, del que se alegra mucho. Me habló de sus atenciones y delicadezas. Sé que María Luisa le deja su habitación y esto me conmueve profundamente. Nada me extraña, pues conozco el corazón de mi segunda madre. Con qué alegría escuchaba la relación de su vida ahí, los detalles de su casa. A la vuelta, cuántas cosas que contarme… No duden que formaré parte de su intimidad. Mi tren correrá más que el de mamá, pues para los corazones y las almas la distancia se salva pronto. Me llevarán con ustedes en todas las peregrinaciones. ¡Cuántas veces he rezado a su lado! Eso me era muy dulce, y lo que Dios ha unido no se puede desunir (Mt 19, 6). El es una inmensidad de amor que nos desborda por todas partes y en El la unión es todavía más fuerte y verdadera. Pienso que usted trabaja con su entrega inagotable por su mayor gloria. De una u otra manera es en esto en lo que nuestra vida debe emplearse; es nuestra “predestinación” según el lenguaje de San Pablo (Ef 1, 11; Rom8, 2830). Conocí el jueves a mi sobrina Odette. Tenía una encantadora capota, que he admirado, y se me dijo de dónde provenía. Veo que usted siempre mima. Adiós, querida señora. Gracias por todas sus bondades para con mi mamá. Soy siempre su segunda hija, y la abrazo como la amo.

Hna. M. I. de la Trinidad.

Recuerdo muy afectuoso al buen Carlos.

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229 A su madre – mayo de 1905

Mi querida mamita:

Nuestra Reverenda y querida Madre me encarga un recado para ti. Lo hago con gusto. Me es siempre dulce escribir a mi madrecita, y además se trata de recurrir a su abnegación, que nunca se acaba. El año pasado nuestra Madre te había recomendado una familia pobre, a la que procuraste vestidos para el matrimonio de uno de sus hijos. Esta vez, si pudieras encontrar algo en casa de los Avout, Sourdon, para proveerles para el verano y primavera. harías una buena obra. Son personas muy importantes y están en mucha necesidad. Es tan triste ver estas miserias ocultas. La pobre madre sufre mucho por ello y nuestra buena Madre, con un corazón lleno de caridad, es tan feliz ayudándola… Cuento contigo, querida mamá, pues se puede decir de ti como del Señor: “Pedid y recibiréis” (Mt 7, 7), y me alegro pensando en ver llegar vestidos y blusas para los protegidos de nuestra querida Madre. ¿No tendrá Jorge algo para los jóvenes? Envío a Odette un precioso Agnus Dei. Gracias a nuestra Madre tengo la alegría de hacerle este regalo. Abraza a las pequeñas por su tía, sin olvidar a Guita. ¿Y tu corazón? Cuídalo mucho… Si estuviera contigo con qué cariño “mimaría” a esta mamá a quien tanto quiero y a quien encomiendo a Dios con tanto amor. Es el mes de mayo… ¡Qué dulces recuerdos! Unámonos junto a la Virgen Santísima en una misma oración. Encargo a esta divina Madre de todas mis ternuras para mi mamá querida.

Recuerdos a sor Teresa.

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230 Al canónigo Angles – 1 de junio de 1905

Querido señor canónigo:

Sé por mi querida mamá que usted sufre mucho. Por eso he pedido permiso a nuestra Reverenda Madre para hacerle una pequeña visita. Es hoy cuando el Maestro vuelve a su Padre, que es nuestro Padre (Jn 20, 17), y va a prepararnos un lugar (Jn 14, 23) en su herencia de gloria (Ef 1, 18). Yo le pido que lleve cautivas todas sus actividades y le restablezca muy pronto. Usted me dirá si ha escuchado a su carmelita. Nosotras tenemos esta mañana nuestra última recreación y entramos en el retiro del Cenáculo hasta Pentecostés. Durante estos días me parece que estaré todavía más cerca de usted, porque estaré más en El. San Pablo, cuyas hermosas epístolas leo con frecuencia y hacen mi felicidad, dice que “ninguno sabe lo que hay en Dios, fuera del Espíritu de Dios” (I Cor 2, 11). El programa de mi retiro será, pues, mantenerme por la fe y el amor bajo la “unción del Santo” (I Jn 2, 20) de que habla San Juan, ya que El es el único que “penetra hasta las profundidades de Dios” (I Cor 2, 10). ¡Oh! Ruegue para que no contriste al Espíritu de amor (Ef 4, 30), sino que le deje obrar en mí todas las creaciones de su gracia. Ruegue también por mi querida comunidad y especialmente por nuestra Reverenda Madre y todas sus intenciones. Le pido me ayude a pagar mi deuda de gratitud para con ella. ¡Si usted supiera lo que es para su hijita!… A cada instante una “virtud de Dios” (Lc 6, 19) pasa de su alma a la mía. Si el día 15 de junio, día de su fiesta, usted pudiese ofrecerle el hermoso ramillete enrojecido en la Sangre del Cordero que la alegró tanto el año pasado, mi felicidad sería grande, se lo aseguro.

Le doy las gracias de antemano, segura de que mi deseo será escuchado, si es posible. ¡Con qué confianza le trato! Pero, ¿no es usted el padre de mi almita? Todos están bien; ayer vi a mamá con su pequeña Sabel y la semana última a Guita con los dos angelitos. Doy gracias al Señor por ellas, a Aquel de quien viene todo don perfecto (Sant. 1, 17). ¡Es tan dulce ver su felicidad! Adiós, querido señor canónigo. Bendígame y entrégueme al Espíritu de amor y luz.

Hna. M. I. de la Trinidad.

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231 Al abate Chevignard – principios de junio de 1905

“Si scires donum Dei”.

Señor abate:

El Señor, “que hace todas las cosas conforme al consejo de su voluntad” (Ef 1, 11), ha querido el encuentro de nuestras almas, como me dice, para recibir por él más amor, adoración y alabanzas. Debemos ayudarnos por la oración, y no puedo decirle el impulso tan fuerte que me lleva hacia usted mientras se prepara para su primera misa. En efecto, me encuentro en Ejercicios, “escondida con Cristo en Dios” (Col 3, 3), y pido a Aquel a quien Santa Catalina llamaba su “dulce Verdad” que realice en su alma el deseo que manifestaba a su Padre en su oración suprema: “Santifícalos en la verdad… Vuestra palabra es verdad” (Jn 17, 1 7).

San Pablo, en su carta a los Romanos, dice que “a los que El ha conocido en su presciencia los ha predestinado también a ser conformes con la imagen de su Hijo” (Rom8, 29). Me parece que se trata de usted aquí. ¿No es usted ese predestinado a quien el Eterno ha elegido para ser su sacerdote? Y creo que en su amorosa actividad el Padre se inclina sobre su alma, para trabajarla con su mano divina, con su toque delicado, para que la semejanza con el Ideal divino vaya siempre en aumento hasta el gran día en que la Iglesia le dirá: “Tu es sacerdos in aeternum”. Entonces vendrá a ser todo en usted así como una copia de Jesucristo, el Pontífice supremo, y usted podrá reproducirle sin cesar ante la faz de su Padre y ante las almas. ¡Qué grandeza! Es la “virtud sobreeminente de Dios” (Ef 1, 19), que pasa a vuestro ser para transformarlo y divinizarlo. ¡ Qué recogimiento, qué atención amorosa a Dios pide esta obra sublime! San Juan de la Cruz dice que “el alma debe mantenerse en el silencio y la soledad absoluta para que el Altísimo pueda llevar a cabo sus deseos en ella; entonces El la lleva, por decirlo así, como una madre que toma al niño en sus brazos y, encargándose El mismo de su dirección íntima, El reina en ella por la abundancia de la tranquilidad y de la paz que El derrama en ella”.

Le felicito por llevar a Nuestra Señora del Buen Consejo en sus ornamentos; me parece que es la Virgen sacerdotal, a quien el sacerdote debe invocar y contemplar siempre. Que ella le obtenga esa “ciencia de la claridad de Dios reflejada en el rostro de Cristo” (II Cor 4, 6) de que habla el Apóstol. Vayamos a pedírsela, junto a ella, en el silencio de la oración.

Adiós, señor abate. Que El nos haga verdaderos con su verdad, para que seamos ya desde la tierra la “alabanza de su gloria” (Ef 1, 12).

Hna. M. I.de la Trinidad.

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232 Al abate Chevignard – hacía el 25 de junio de 1905

“Sacerdos alter Christus”.

Señor abate:

Había pedido a nuestra Reverenda Madre permiso para escribirle, para decirle que mi alma era una con la suya en estos últimos días que preceden a su ordenación, pero he aquí que al acercarme a usted, ante el gran misterio que se prepara, no sé más que callarme… y adorar los excesos de amor de nuestro Dios.

Usted puede cantar su “Magnificat” con la Virgen y exultar en Dios su Salvador, porque el Todopoderoso hace en usted grandes cosas (Lc 1,49) y su misericordia es eterna (Sal 135,1)… Además, como María, “conserve todo esto en su corazón” (Lc 2,19, 51), acérquele al suyo, pues esta Virgen sacerdotal es también “madre de la divina gracia”, y, en su amor, ella quiere prepararle a ser “ese sacerdote fiel, enteramente según el corazón de Dios” (I Sam 2,35), de que El habla en la Sagrada Escritura.

Como ese pontífice “sin padre, sin madre, sin genealogía, sin principio de días, sin fin de vida, imagen del Hijo de Dios” (Heb 7,3) del que San Pablo habla en la carta a los Hebreos, usted llega a ser también por la unción santa ese sacerdote que no pertenece ya a la tierra, ese mediador entre Dios y las almas, llamado a “hacer brillar la gloria de su gracia” (Ef 1,6), “participando en la sobreeminente grandeza de su virtud” (Ef 1,19). Jesús, el sacerdote eterno, decía a su Padre al entrar en el mundo:

“Heme aquí, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Heb 10,7; Sal 39,10‑11).

Me parece que en la hora solemne de su entrada en el sacerdocio ésta debe ser también su oración, y me gusta hacerla con usted… El viernes en el santo Altar, cuando por primera vez Jesús, el Santo de Dios, venga a encarnarse, entre sus manos consagradas, en la humilde hostia, no olvide a aquella que El ha guiado al Carmelo, para ser alabanza de su gloria. Pídale que la sepulte en la profundidad de su misterio y la consuma con el fuego de su amor. Después la ofrezca al Padre con el Cordero divino.

Adiós. señor abate. ¡Si supiese lo que pido por usted! “Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, la caridad de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean siempre con usted” (II Cor 13,13).

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233 A su hermana – 3 de julio de 1905

Lunes por la noche

Mi querida hermanita:

Tu cuñado, el abate, habiendo escogido para su ornamento la talla grande, nota que, siendo muy delgado, la medida del cuello es un poco ancha para él. Se lo ha dicho a nuestra Madre y, como su mayor alegría es dar gusto, ha pedido a la hermana María Javiera si lo podía arreglar. La caridad no duda de nada, todo lo puede (I Cor 13, 7), y la querida hermana está esperando el ornamento. Si tuvieras la bondad de decírselo a tu suegra para que envíe el ornamento, se podría hacer el arreglo durante el viaje del abate, para que a su vuelta se encuentre la sorpresa. Cuento contigo. Guita, para tener el ornamento lo más pronto posible.

¡Qué hermoso día el viernes!. Yo he estado verdaderamente bajo la lluvia de gracias de tu cuñado. Le he visto unos momentos y me ha dicho que mañana dirá la misa por mí en Nuestra Señora de las Victorias. Ya adivinas lo feliz que soy. Yo te sumerjo con las pequeñas en el cáliz para que seáis lavadas en la Sangre del Cordero. Adiós, hermanita, permanezcamos en el centro de nuestra alma, allí donde El habita. Entonces, a través de todas las cosas, será el tú a tú. ¡Oh, si supieras cómo te ama y cómo, pasando por ti, quiere hacerse amar de esos pequeños ángeles! Confío a mi buen Angel un beso para cada una, sin olvidar a su ángel visible que es su madrecita, mi niñita. Su hermana mayor carmelita,

Hna. M. I. de la Trinidad.

No dejes de hacer rezar a Sabel por la tata. Nuestra Reverenda Madre tiene una sobrinita que pesa ocho libras.

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234 Al abate Chevignard – 21 de julio de 1905

Señor abate:

Mañana es la fiesta de Santa María Magdalena, aquella de quien la Verdad dijo: “Ha amado mucho” (Lc 7,47). Es también fiesta para mi alma, pues celebro el aniversario de mi bautismo. Y ya que usted es el sacerdote del Amor, vengo a pedirle, con permiso de nuestra Reverenda Madre, que tenga la bondad de consagrarme a El mañana en la Santa Misa. Láveme en la Sangre del Cordero Inmaculado para que, virgen de cuanto no es El, viva para amar con una pasión cada vez mayor, hasta esa feliz unidad a la que Dios nos ha predestinado en su querer eterno e inmutable. Muchas gracias, señor abate.

Me recojo bajo su bendición.

Hna. M. I. de la Trinidad.

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235 A las tías Rolland – 1 de agosto de 1905

“Nuestra vida está en los cielos” (Fil. 3, 20) (San Pablo).

Mis queridas tiítas:

Me parece que es hoy la fiesta, y con los numerosos invitados vengo yo también a hacer una pequeña visita a Carlipa. Con el silencio que conviene a una carmelita, me dirijo a la querida iglesia que tanto me gustaba, y allí, en la capilla que ustedes han adornado con sus mejores galas, me parece estar junto a ustedes como hace cinco años. Junto al tabernáculo, donde mora el Amor increado, no hay distancias. Siento que no vayan con ustedes este verano mi mamá, Guita y sus pequeñas, esas dos queridas pequeñas que hubieran hecho su dicha. Odette es la mejor niña del mundo, dulce y pacífica como su madre. Las visitas son muy agradables con ella, que se contenta con mirarnos con sus grandes ojos sin moverse. Sabel es otra cosa, hay que hacer el gasto con ella, si no no está contenta. Pero, en revancha, cuando yo le hablo de Jesús ella le manda muchos besos que deben alegrar su Corazón, que ama tanto a los pequeñitos. Verdaderamente es cautivadora y creo que tengo debilidad por ella. ¡Es la mía! El día de Santa Marta hemos festejado a nuestras hermanas de velo blanco. En honor de su santa Patrona ellas no trabajan en sus oficios para poder darse con la Magdalena al dulce reposo de la contemplación y las novicias las reemplazan y hacen la cocina. Yo estoy todavía en el noviciado, pues estamos allí tres años después de la profesión y he debido pasar una buena jornada junto al fogón. Mientras tenía el mango de la sartén no he caído en éxtasis, como mi santa Madre Teresa, pero he creído en la divina presencia del Maestro que estaba en medio de nosotras, y mi alma adoraba en el fondo de sí misma a Aquel que Magdalena supo reconocer bajo el velo de la Humanidad (Lc 10, 38‑42). También les hemos cantado a nuestras buenas hermanas. Por mi parte, he procurado sacar provecho de las buenas lecciones de mi tiíta poeta, y he compuesto unas coplillas sobre el amor. He tratado de balbucir lo que es amar. Creo que es la ciencia de los Santos y no quiero saber otra (Ef 3, 18‑19, y I Cor 2, 2).

Y ustedes, queridas tías, ¿qué es de su vida? ¿Cómo van esos ojos que tanto me gustaba mirar? En estos días largos y claros, la tía Francisca debe tener que hacer menos sacrificios en este terreno. Oremos con perseverancia; es ella la que mueve el Corazón de Dios. Y la tía Matilde ¿cómo va? Con frecuencia mi corazón vuela hacia el suyo. Espero que la tía no tenga necesidad de todos sus calmantes y que sus noches sean tranquilas. Son éstas las cosas que recomiendo a Dios, que ha querido que le llamemos “Padre nuestro” (Mt 6, 9). Sobre su montaña santa, vuestra Isabelita goza de la alegría, del amor de los hijos de Dios, de los que creen en “el amor que ha tenido por ellos” (I Jn 4, 16), según la expresión de San Juan. Adiós, mis queridas tías. Estamos en agosto. ¡Cuántos recuerdos me trae! Puedo decir que son de los más dulces, que están grabados tan profundamente en el fondo del corazón que nunca se borran. ¡Eran ustedes tan buenas conmigo!… Pido al Señor que pague mi deuda de gratitud con ustedes. Que El las llene de sus más dulces bendiciones y haga de sus corazones un santuario que le sirva de reposo y un cielo en la tierra. Es ahí, bajo la mirada del Maestro, donde las abrazo como las amo.

Hna. M. Isabel de la Trinidad

Todas las noches, antes de dormirse, ¿quieren enviarme sus almas para ir a maitines conmigo? Es tan hermoso el Oficio… Lo amo apasionadamente.

Saludos a Luisa y Ana. ¿Qué hacen sus pequeñas? Qué hermosa debe estar la pradera… Me parece que allí haría muy buena oración, así como en la Serre.

Un recuerdo respetuoso al señor cura. Cuento mucho con su oración, sobre todo en la Santa Misa, y le doy mucha parte en toda mi vida de carmelita.

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236 A su madre – 11 o 12 de agosto de 1905


Mi querida madrecita:

Tú adivinas la alegría de mi corazón al recibir tu larga y cariñosa carta. Me alegro al leer que te hallas en la calma y tranquilidad de esa bella Suiza con sus magníficos horizontes. Ya ves, es mejor estar sin Guita y los angelillos, porque al menos vas a poder descansar completamente.

Margarita me ha escrito, diciéndome las preocupaciones que le ha dado Sabel.

Si hubiera estado contigo en el Mediodía, creo que habrías sufrido mucho, y tu breve estancia en Sombernon ha debido estar entristecida Felizmente ahora estás bien, y te prohibo, mamá querida, preocuparte tanto de la madrecita como de las niñas. Aprovecha bien tu estancia en Suiza. ¡Qué lindo parece tu nidito!… El diseño impreso de tu carta ha causado admiración a nuestra Reverenda Madre, y yo te sigo ahí, pues ya sabes que la distancia no es un obstáculo entre nosotras. ¡Esa bella naturaleza cómo transportaría mi alma y la llevaría a dar gracias al Creador! ¡Decir que por nosotros ha hecho todo eso! Nuestra Madre, que cuida de tu Sabel con un corazón verdaderamente maternal, quiere que tome el aire puro; por eso, en lugar de trabajar en nuestra celdilla, me instalo como un ermitaño en el lugar más solitario de nuestro jardín y allí paso horas deliciosas. Toda la naturaleza me parece tan llena de Dios: el viento que agita los grandes árboles, los pequeños pajarillos que cantan, el hermoso cielo azul, todo esto me habla de El. ¡Oh, mamá! Tengo necesidad de decirte que mi felicidad aumenta siempre, adquiere proporciones infinitas como el mismo Dios, y es una felicidad tan serena, tan dulce… ¡Quisiera darte mi secreto! San Pedro en su primera epístola dice: “Porque creéis, seréis llenos de una alegría inquebrantable” (I Pe. 1, 8). Creo que la carmelita saca toda su felicidad de esta fuente divina: la fe. Ella cree, como dice San Juan, “en el amor que Dios la tiene” (I Jn 4, 6). Ella cree que este mismo amor lo ha traído a la tierra… y a su alma, porque Aquel que se ha llamado la Verdad ha dicho en el Evangelio:

“Permaneced en mí y yo en vosotros” (Jn 15, 4). Entonces, sencillamente, obedece a este mandato tan dulce y vive en la intimidad con el Dios que mora en ella, y que le está más presente que ella a sí misma. Todo esto, querida mamá, no es sentimentalismo o imaginación. Es la fe pura, y la tuya es tan fuerte que el Señor te podría repetir las palabras que dijo en otro tiempo:

“Oh mujer, grande es tu fe” (Mt 15, 28). Sí, fue grande cuando condujiste a tu Isaac para inmolarlo en la montaña (Gén. 22). El Señor ha apuntado en el libro de la vida este acto heroico hecho por tu corazón de madre. Creo que tu página estará muy llena y que con dulce confianza puedes esperar el día de las manifestaciones divinas.

Mi querida madrecita, el martes es tu fiesta y, aunque en el Carmelo no se acostumbre escribir en esta ocasión, porque debemos ser sacrificadas, y el sacrificio del corazón es el mayor, nuestra Madre ha permitido hacer coincidir mi carta con esta fecha que me es tan querida. Ella me encarga mandarte sus felicitaciones, pues ya sabes que te quiere mucho… Cuanto a mí, ya adivinas que te envío lo que en mi corazón tengo de más tierno. En otro tiempo con qué alegría preparaba mi sorpresa para este día, ¿te acuerdas? Todo esto lo he inmolado sobre el altar de mi corazón a Aquel que es un Esposo de sangre (Ex. 4, 26). Decir que no me ha costado nada estaría muy lejos de la verdad, y a veces me pregunto cómo he podido dejar una madre tan buena. Cuanto más se da a Dios, tanto más se entrega El; lo comprendo cada día mejor. Felicidades, pues, querida mamá. Me alegraría mucho que la santa Virgen llevase en su Asunción todas las preocupaciones presentes, pasadas y futuras, porque, como sabes, te preocupas demasiado, y su Sabel no puede ver en tu rostro la más mínima sombra. Cuídate bien, para que tu estómago se arregle, y si tu estancia te va bien, debes prolongarla. No te preocupes por el gasto, piensa un poco más en ti. Tengo buenas noticias de nuestra querida Guita; las pequeñas están bien. Parece que está contenta de su instalación, no te quejes. Adiós, mi querida mamá. Te abrazo como te amo, que ya es decir.

Hna. M. I. de la Trinidad.

Nuestra querida Madre del Corazón de Jesús me encarga decir a la señorita Surgand que reza siempre mucho por ella y espera que su salud esté mejor. Estoy muy contenta de que estés con esas señoras. Me ha visitado la señora de Avout con Ana María; ayer Margarita, la de la señora Hallo.

Te reitero mi felicitación. Haré la comunión por ti, y ya adivinas lo ferviente que será mi oración. Que la Virgen te lleve mis cariños. Te quiero mucho, mamá.

Nuestra Reverenda Madre me devuelve la carta para que te ofrezca sus votos religiosamente afectuosos. Rogará mucho por ti. Acabo de recibir una carta de Francisca anunciándome la muerte de su abuela de Sourdon. Voy a escribirles.

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237 A la señora de Sourdon – 11 o 12 de agosto de 1905

Muy querida señora:

Me doy cuenta de que el Señor la ha marcado con el sello de los predestinados, y que la cruz se encuentra frecuentemente a lo largo de su peregrinación aquí abajo. En el estado en que estaba la señora de Sourdon, la muerte es más bien una liberación; pero la circunstancia que la acompaña es particularmente dolorosa, y comprendo que, después de tantos cuidados y sacrificios prodigados a su señora suegra, le sea muy penoso no haber estado a su muerte, cuando ella preguntaba por usted. Ahora ella ve todo a la luz de Dios, y comprende que este sacrificio era algo querido por el Señor, que en ese momento del encuentro divino quería en su amor aumentar su corona.

Querida señora, ruego mucho por aquella que Dios ha hecho salir de este mundo y le pido que en su misericordia la introduzca en su herencia de gloria (Ef 1, 28). No dudo que allí su oración sea todopoderosa sobre el Corazón de Dios para estas dos queridas nietas, que eran su gloria y su alegría. Sursum corda, querida señora, levantemos el velo de la fe y reposemos en esas regiones de paz y de luz. San Pablo dice que “no somos ya huéspedes o extranjeros, sino que pertenecemos a la Ciudad de los santos, a la Casa de Dios” (Ef 2, 19). Sí, El nos ha predestinado a semejantes grandezas: “Sabemos que desde ahora somos hijos de Dios” (I Jn 3, 2), decía el Apóstol del amor, y “un día le conoceremos como somos conocidos por El” (I Cor 13, 12). Animo, querida señora, vuestra pequeña carmelita ruega por usted y le ruega acepte su sincera adhesión y respetuoso y muy cariñoso afecto.

Hna. M. I. de la Trinidad.

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238 A Francisca de Sourdon – 11 o 12 de agosto de 1905

Comprendo tu disgusto, mi querida Francisquita, por no haber asistido a los últimos momentos de tu pobre abuela; es un sacrificio que el Señor ha apuntado en el libro de la vida. ¡Qué misterio tan insondable es la muerte! Y, al mismo tiempo, qué acto más sencillo para el alma que ha vivido de la fe, para aquellos que, según la expresión del Apóstol, “no han buscado las cosas visibles, pues son pasajeras, sino las invisibles, que son eternas” (II Cor 4, 18). San Juan, cuya alma tan pura había sido iluminada con las claridades divinas, dice unas breves palabras que me parecen una hermosa definición de la muerte: “Jesús, sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre…” (Jn 13, 1). ¿No te parece que es algo de una simplicidad encantadora?… Francisquita querida, cuando llegue para nosotras la hora decisiva (ya que permaneceremos durante la eternidad en el estado en que el Señor nos encuentre y nuestro grado de gracia será nuestra medida de gloria¿, no creas que Dios se presentará ante nosotras para juzgarnos, sino que por el hecho de la liberación de nuestro cuerpo, nuestra alma podrá verle sin velo en ella misma, tal como le poseyó durante toda su vida, pero sin poderlo contemplar cara a cara. Todo esto es verdad, es la teología. Es muy consolador, ¿verdad?, pensar que Aquel que nos debe juzgar habita en nosotras para salvarnos siempre de nuestras miserias y para perdonárnoslas. San Pablo dice claramente: “El nos ha justificado gratuitamente, por la fe en su sangre” (Rom 3,24‑25). ¡Oh, Francisquita, qué ricas somos en dones de Dios, nosotras las predestinadas a la adopción divina, y, por consiguiente, herederas de su herencia de gloria! (Ef 1,5 y 1,14‑18). “Desde toda la eternidad El nos ha elegido en El para que seamos santas en su presencia en el amor” (Ef 1,4). He aquí a lo que estamos llamadas por un “decreto divino” (Ef 1,5), dice el gran Apóstol.

Adiós, querida mía. He hecho la comunión por tu querida abuela y, si quieres unirte a mí, voy a hacer por ella una novena de viacrucis. Te dejo sin dejarte, pues mi alma y la tuya están “unidas” la una a la otra.

No me olvidaré de las dos fiestas de María y Luisa el 15 y el 25. Ofréceles todo mi afecto.

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239 A su hermana – 13 de agosto (y días siguientes) de 1905

“El que se une al Señor se hace un mismo espíritu con El” (San Pablo) (I Cor 6, 17).

Mi querida hermanita:

Hoy es domingo, día bendito entre todos, pues se pasa junto al Santísimo Sacramento, expuesto en el oratorio, fuera del tiempo que estoy en el torno.

Aun cumpliendo mi oficio de tornera, vengo a conversar contigo bajo la mirada de Aquel a quien amamos. He cogido una hoja grande, porque cuando estoy con mi querida Guita me vienen tantas cosas a la pluma…

En primer lugar, gracias por tu amable y larga carta. Ya adivinas con cuánta alegría reconocí tu letra, y esa alegría se dobló al ver el espesor del sobre. Me dije: “Seguramente en todo esto me habla un poco de su alma”, y ya sabes cuánto me gusta cuando me permites entrar en tu cielo, en el que el Espíritu Santo crea en ti.

Querida mamita, ¡cuántas preocupaciones te ha debido dar Sabel! Pero un hermoso ángel velaba sobre ella y te la protegía de todo mal (Sal. 90, 11‑12). Espero que no te dé más preocupaciones. Hay que ver todo esto a la luz del Señor y decir “gracias” a pesar de todo y siempre. Sé por una carta de mamá que estás cansada y te recomiendo ser muy prudente, dormir bien, lo necesitas tanto… ¿Te acuerdas cómo yo sabía cuidarte? Me doy cuenta que he sido siempre un poco maternal contigo y deseo que tus dos ángeles estén tan unidas como nosotras; más es imposible, ¿verdad? Acabo de leer en San Pablo cosas espléndidas sobre el misterio de la adopción divina. Naturalmente he pensado en ti. Hubiera sido extraño lo contrario. Tú que eres madre y sabes qué abismos de amor ha puesto en tu corazón para con tus hijas puedes comprender la grandeza de este misterio: hijos de Dios. Guita mía, ¿no te hace estremecer? Oye hablar a mi querido Pablo: “Dios nos ha elegido en El antes de la creación. El nos ha predestinado a la adopción de hijos para hacer brillar la gloria de su gracia” (Ef 1, 4‑6), es decir, que en su omnipotencia parece que no puede hacer nada más grande. Escucha además: “Si somos hijos, somos también herederos” (Rom8, 17). ¿Y cuál es la herencia? “Dios nos ha hecho dignos de tener parte en la herencia de los santos en la luz” (Col 1, 12). Y además, como para decirnos que no se trata de un futuro lejano, añade el Apóstol: “Vosotros no sois ya huéspedes o extranjeros, sino de la Ciudad de los Santos y de la Casa de Dios” (Ef 2, 19). Y también:

“Nuestra vida está en los cielos” (Fil. 3, 20). ¡Oh, Guita mía! Este cielo, esta casa de nuestro Padre está “en el centro del alma”. Como verás en San Juan de la Cruz, cuando estamos en nuestro más profundo centro estamos en Dios. ¡Qué simple es esto, qué consolador! A través de todo, entre tus solicitudes maternas, mientras cuidas a tus angelitos, te puedes retirar a esta soledad, para entregarte al Espíritu Santo, para que El te transforme en Dios, para que imprima en tu alma la imagen de la Belleza Divina, para que el Padre, al inclinarse hacia ti, no vea más que a su Cristo y pueda decir: “Esta es mi hija muy amada, en quien tengo todas mis complacencias” (Mt 3, 17). Oh, hermanita, en el cielo me alegraré viendo aparecer a mi Cristo tan hermoso en tu alma. No te tendré envidia, sino que, con un orgullo de madre, le diré: soy yo, pobre y miserable, quien ha dado a luz esta alma a vuestra vida. San Pablo hablaba así de los suyos (I Cor 4, 15) y yo tengo la pretensión de querer imitarlo. ¿Qué dices? Mientras tanto “creamos en el amor” con San Juan (I Jn 4, 16), y ya que lo poseemos en nosotros, ¿qué importan las noches que pueden oscurecer nuestro cielo? Si Jesús parece dormir, descansemos junto a El. Estemos muy serenas y silenciosas; no lo despertemos, sino esperemos en la fe. Cuando Sabel y Odette están en los brazos de su querida mamá, me parece que se inquietan poco de si hace sol o llueve. Imitemos a las queridas pequeñitas y vivamos en los brazos de Dios con la misma sencillez.

He recibido una carta de mamá a su llegada. Parece que estaba muy contenta de su estancia, pero me decía que su estómago no estaba bien; espero que esté mejor. Va a notar mucho tu falta, pero pienso, como tú, que ella descansará mejor allá y le he escrito que no la pese por ello. ¿Y tú, Guita mía? Tu gran parque me atrae. ¡Es tan buena la soledad, y creo que mi querida hermana la sabe apreciar! ¿Quieres hacer conmigo unos Ejercicios de un mes hasta el 14 de septiembre? Nuestra Madre me da estas vacaciones del torno. No tendré que hablar ni pensar, y voy a sepultarme en el fondo de mi alma, es decir, en Dios. ¿Quieres seguirme en ese movimiento tan sencillo? Cuando tú estés distraída por tus numerosas obligaciones, yo procuraré compensar y, si quieres, para recogerte, cada hora, cuando pienses en ello (y si te olvidas no importa¿ entrarás en el centro de tu alma, allí donde mora el Huésped divino. Podrás pensar en la hermosa palabra que te había dicho: “Vosotros sois el templo de Dios que habita en vosotros” (I Cor 6, 19), y en aquella del Maestro: “Permaneced en mí y yo en vosotros” (Jn 15, 4). Se dice de Santa Catalina de Sena que vivía siempre en su celda, aunque vivía en medio del mundo. Es que vivía en esta habitación interior donde mi Guita sabe vivir también. Adiós, hermanita, no puedo detenerme. ¡Qué diario! Le he escrito en diversas veces, lo que explica mi retraso. Os junto a las tres para abrazaros como os amo. Tu hermana mayor y madrecita,

Hna. I. de la Trinidad.

Si Jorge está junto a ti, te encargo le des un afectuoso recuerdo. Saludos a tu suegra (la carta es para nosotras dos).

¿Sabes que la señora de Sourdon, la madre, ha muerto?

Estoy muy contenta de que te guste San Juan de la Cruz; estaba segura. Conozco a mi hija.

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240 A sus sobrinas Isabel y Odette Chevignard – hacia el 15 de agosto de 1905

Queridas sobrinitas, mis dos bellos lirios blancos y puros, cuyo cáliz encierra a Jesús. ¡Si supieseis cómo pido por vosotras para que su sombra os cubra y os guarde de todo mal! (Sal. 90, 4‑10).

A quien os contempla en los brazos de vuestra mamá parecéis pequeñitas; pero vuestra tía, que os mira a las claridades de la fe, ve en vosotras una marca de grandeza infinita, porque Dios, desde toda la eternidad, os “tenía en su pensamiento. El os predestinaba a ser conformes con la imagen de su Hijo Jesús, y por el santo bautismo os ha revestido de El, haciéndoos así sus hijas al mismo tiempo que su templo vivo” (San Pablo). ¡Oh queridos pequeños santuarios del Amor, viendo el esplendor que os irradia y que no es, sin embargo, más que una pequeña aurora, me callo y adoro a Aquel que crea tales maravillas!…

No dejéis de pedir cada día por vuestra tata y por su buena Madre Germana de Jesús.

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241 A la señora de Bobet – 17 de agosto de 1905

Carmelo de Dijon, 17 de agosto

Mi querida Antonieta:

Nuestra Reverenda Madre está llena de bondad y delicadeza. Sabe también el profundo afecto que nos une, y al darme su carta me ha dicho que le escriba inmediatamente unas letras. Doy gracias a Dios que me concede la alegría de decirle cuánto vamos a rogar todas aquí por el querido cieguecito, para que aquella que es llamada Salud de los enfermos haga un milagro abriendo sus ojos a la luz. Pasaré el 18 y 19 en Lourdes y haré todas las cosas por esta intención. Querida Antonieta, mi oración es poco poderosa, pero tengo en mí al Santo de Dios (Mc 1, 24), el Gran Suplicante, y es esa oración la que ofrezco por el querido cieguecito.

Pido al Señor le conceda salud, mi querida Antonieta. El la marca con el sello de los elegidos, el de la cruz. ¡Oh, si supieseis cómo os ama, cómo a cada minuto que pasa quiere darse más a usted! Le pido mucho para que El realice en usted el sueño de su amor. Después de nuestra hermosa entrevista me parece que El ha apretado el nudo de nuestra unión y yo no puedo dejarla.

La llevo en el centro de mi alma, allí donde habita el Huésped divino, y yo la expongo a los dulces rayos de su amor, diciéndole: ¡Señor, Antonieta está ahí! Le pido que se imprima en usted para que pueda usted decir con el Apóstol: “Ya no vivo yo, Jesucristo vive en mí” (Gal 2, 20) y que usted sea su sacramento, en el que sus dos queridas hijitas lo vean siempre. Adiós, que El la guarde a la sombra de sus alas (Sal. 90, 4), que El la enraíce en su amor (Ef 1, 12), que su alma sea su santuario, su descanso en esta tierra, donde tanto se le ofende. Ruéguele un poco por su amiguita carmelita, que se siente impotente para agradecerle sus gracias. Sobre su Corazón, querida Antonieta, mi alma abraza la suya, sin olvidar a Simone y a Baby. Hna. M. I. de la Trinidad.

¡Si usted supiese lo feliz que sería yo también teniendo un rosario regalado por usted! En verdad, él será nuestra cadena. Gracias. ¡Qué buena es usted y cómo me mima! ¿Sabe que su libro de San Juan de la Cruz es todo el alimento de mi alma? Querida amiga, obro con usted con toda confianza, pidiéndola me ayude a hacer un acto de pobreza, teniendo la bondad de enviar la carta que acompaña a la mía, poniéndola franqueo. Gracias.

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242 A Ivonne Rostang – 18 de agosto de 1905

Carmelo de Dijon, 18 de agosto

Mi querida Ivonne:

Hoy es un fecha muy grata a tu corazón, y yo la escojo para venir a ti, con la querida difunta. En unión con ella participo en la alegría de tus esponsales, y pido al Señor, de quien procede todo don perfecto (Sant. 1, 17), que derrame el rocío de sus gracias a través de esta ruta nueva que se presenta ante tus pasos. El Salmista cantaba un día bajo la inspiración del Espíritu Santo: “El Señor os cubrirá con su sombra y esperaréis bajo la protección de sus alas; el mal no se acercará a vuestra morada, porque El ha ordenado a sus ángeles tener cuidado de vosotros y guardaros en todos vuestros pasos” (Sal. 90, 4, 10‑11). Sí, mi querida Ivonne, que ellos te lleven en sus manos (Sal. 90, 12), mientras vela sobre ti aquella de la que fuiste la alegría y la corona. ¡Oh, cuán intensa debe ser su oración por su hija querida! Me gusta unirme a ella para atraer sobre ti una sobreabundancia de gracias. Si supieses cómo vivo con ella, cuán viva está para mí. Me parece que la muerte nos ha acercado, ya que ella no vive más que de ese Dios de quien únicamente se vive en el Carmelo. Querida pequeña Ivonne, el día que tu madre voló al cielo comprendí lo profundo de tu dolor, y hoy pido a Dios, por ese sacrificio, que derrame sobre ti las mejores gracias. El matrimonio es también una vocación. ¡Cuántos santos y santas han glorificado a Dios en él, particularmente mi querida Santa Isabel! Para estar a la altura de tu misión te diré esta palabra de la Sagrada Escritura:

“Mira y haz según el modelo que te ha sido mostrado” (Ex. 25, 40). Sí, acuérdate de tu querida madre: el olvido de sí y la entrega parecían ser su divisa. Tú eres ciertamente su hija, y antes de dejar la tierra ha podido ver que llevabas su impronta. Por eso, cuando mamá me ha anunciado tus esponsales, me dije y sigo diciendo que tu novio es muy afortunado, pues sé todos los tesoros que encierra el corazón de mi Ivonne. Adiós, el tiempo y la distancia no podrán separarnos nunca. ¿No es verdad? Un lazo más nos une.

Cuando pienses en tu difunta querida puedes decirte: “Isabel está muy cerca de mí.” Que Dios te conceda una felicidad tan grande como la mía; que su amor te sea una sombra que te acompañe a todas partes y siempre. Te abrazo muy fuerte, y cada día mi oración sube por ti hacia Aquel que será nuestro lazo y nuestro lugar de encuentro.

Hna. M. Isab. de la Trinidad.

Recuerdos míos a tu padre, a Raúl y a cada una de tus hermanas. Ya adivinas lo contenta que me he puesto al tener noticias vuestras por mamá a su vuelta de París. ¿Te acuerdas de los felices meses pasados en Tarbes? Di a tus hermanas que guardo en mi corazón el recuerdo de esas dulces intimidades.

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243 A su madre – 17 (?) de septiembre de 1905

Carmelo de Dijon, domingo por la noche

Mi querida madrecita:

¡Qué alegría me has dado enviándome esas queridas fotografías! Tu imagen está grabada en mi corazón, pero, aun así, he sido muy feliz viéndola en este papel. El grupo es encantador y has salido muy bien. Las pequeñas Chevignard están muy simpáticas. La segunda se parece a Jorge. Sabel tiene algo de ella. Está realmente bien y natural con sus muñecas y su mano en la boca. ¡Ha heredado la costumbre de su madrecita! El grupo de las pequeñas está muy bien. Sabel tiene un aire de protección para Odette, que me recuerda a su tía carmelita, que tanto le gustaba hacer de hermana mayor con su pequeña Guita. Viéndola tan gordita me cuesta creer que sea aquella pequeña tan delgada que tenía yo que rellenar las blusas. Dile que estoy muy contenta de tenerla. Gracias también por las dos últimas fotos (a Jorge).

¡Cuántas gracias doy al Señor de que te sientas tan bien ahí! No te puedo decir la alegría de mi corazón, pues, ya lo sabes, te quiero más que a mí misma, y saberte feliz me es muy dulce. Esta cartita es también para Guita.

Dile que pienso en ella con frecuencia y mi alma está muy unida a la suya.

El Señor la quiere mucho al haberla dado estos dos angelitos. Si ella supiese cuánto les amo, cómo pido por ellas… Tú debes gozar de ellos a tu manera y me uno a las alegrías de esta querida abuela. Yo no las abrazaré nunca, pues mi Maestro me ha hecho su prisionera, pero detrás de estas rejas mi oración se elevará al cielo por estos pequeños seres tan puros que amo con un corazón de madre. Pronto volveremos a vernos. Creo que vas a encontrar cambiadas a las pequeñas, porque crecen a vista de ojos. Mientras tanto todas estáis en nuestro Manuel; mejor que esto, mis queridas, estáis en mi alma, en ese santuario íntimo donde vivo día y noche con Aquel que es mi amigo de todos los instantes. ¡Qué bueno es vivir en esta dulce intimidad! El conoce a su pequeña esposa… El sabe que su corazón tiene necesidad de amar y El quiere ser ese amor. En El me encuentro muy cerca de vosotras, os creo muy cerca de mí, os envuelvo en oraciones para que “sus ángeles os cubran con sus alas y os guarden a través del sendero de la vida” (Sal. 90, 4, 11), como cantaba el santo Rey David. Adiós, mamá querida.

Adiós, Guita mía y mis dos angelitos. Que El os llene, según las riquezas de su gracia (Ef 1, 7), “que Jesús habite por la fe en vuestros corazones y que seáis enraizadas y fundadas en el amor” (Ef 3, 17). El deseo de San Pablo para con los suyos brota también en mi corazón para vosotras.

Entonces, ya no hay separación ni distancia entre nosotras, queridas mías.

Es allí donde permanezco con vosotras y os abrazo sobre el Corazón del Dios todo Amor. Sólo El sabe la profundidad de mi amor por vosotras.

Hna. M. I. de la Trinidad.

Gracias a mamá por su hermosa tarjeta. No pensaba que Sombernon fuese un lugar tan bonito.

Me alegro de que Sabel esté ya bien. Odette echa los dientes muy pronto; sigue el camino de su madrecita y la felicito por ello. Verdaderamente el pequeño grupo es encantador. Estoy muy orgullosa de mis sobrinas.

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244 Al abate Chevignard – 8 de octubre de 1905

Carmelo de Dijon, 8 de octubre

“Nuestra vida está en lo cielos” (Fil. 3, 20).

Señor abate:

Esta noche emprendo un largo viaje, que no es otro que mis Ejercicios espirituales en particular. Durante diez días estaré en la soledad más absoluta, con varias horas más de oración y andando por el convento con el velo echado. Ya ve que su hermana va a llevar la vida de un ermitaño en el desierto. Y antes de penetrar en su Tebaida siente una gran necesidad de escribirle para pedirle la ayuda de sus fervorosas oraciones; sobre todo una gran intención en el sacrificio de la misa. Cuando usted consagre esa hostia en que Jesús “el solo Santo” va a encarnarse, ¿quiere usted consagrarme con El “como hostia de alabanza a su gloria” para que todas mis aspiraciones, mis movimientos, mis actos sean un homenaje a su santidad? “Sed santos, porque yo soy santo.” Es en esta palabra donde me recojo. Es la luz a cuyos rayos voy a caminar durante mi divino viaje. San Pablo me la explica y me la comenta cuando dice: “Desde la eternidad Dios nos ha escogido en Cristo, para que seamos inmaculados, santos ante El en el amor” (Ef 1, 4). Está ahí, pues, el secreto de esa pureza virginal: permanecer en el Amor (Jn 15, 9), es decir, en Dios. “Deus charitas est” (I Jn 4, 16). Durante estos diez días ruegue mucho por mí. Cuento con ello. Yo diría incluso que esto me parece muy sencillo. El Señor ha unido nuestras almas para que nos ayudemos.

¿No ha dicho El que “el que sea ayudado por su hermano sería como una ciudad fortificada”? He ahí la misión que le confío. Por mi parte, no le digo que rogaré por usted. Es demasiado natural, sobre todo desde el día 30 de junio puedo decir que mi alma es movida a ello con sencillez. Puede usted, señor abate, hacer por mí esta oración que subía del gran corazón del Apóstol por los suyos de Efeso: “Que el Padre, según las riquezas de su gracia, os fortifique en poder por su Espíritu, de modo que Jesucristo habite por la fe en vuestro corazón y seáis enraizados y fundados en el amor. Que podáis comprender la altura y la profundidad de este misterio, conocer el amor de Cristo, que sobrepasa todo otro conocimiento, a fin de quedar llena según la plenitud de Dios” (Ef 3, 16‑l9).

Adiós, señor Abate. Me gustaría tener detalles de su nueva vida. Ya sabe cuánto me interesa su ministerio. “Santifiquemos a Cristo en nuestros corazones” (I Te. 3, 15) para realizar lo que David cantaba bajo el toque del Espíritu Santo: “Sobre él se desarrollará con gloria mi santificación”.

Me recojo, señor abate, para recibir a través de usted la bendición de la Santísima Trinidad.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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245 A su hermana – 8 de octubre de 1905

Mi querida hermanita:

El lunes, cuando me preguntaste cuándo haría mis Ejercicios, no sabía que el Señor y nuestra Reverenda Madre los preparaban para esta noche. Te escribo para pedirte San Juan de la Cruz para mi largo viaje. Te lo devolveré, una vez acabados, el tiempo que quieras. Estoy muy contenta de que él te haga provecho… Llevo tu almita con la mía. Ruega mucho por tu, Sabel y no se te olvide hacer rezar a tu angelito por su pequeña tata, para que ella corresponda plenamente a las gracias de su Maestro. Seamos santas, hermanita, porque “El es santo”, y para esto no cesemos de amar. Os envío, madre y bebés, lo mejor de mi corazón.

Gracias por el tintero.

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246 A la señora de Sourdon – 12 (?) de noviembre de 1905

Carmelo, domingo

Muy querida señora:

Supongo que mi querida mamá le habrá dado mi encargo. Pero no me basta.

Y con permiso de nuestra Reverenda Madre vengo a expresarla toda mi gratitud por el magnífico grabado que me ha enviado. Amo tanto este misterio, llamado por un autor piadoso “la caída del Amor” y pienso que ha sido contemplándole como ha podido decir San Pablo: “Dios nos ha amado demasiado” (Ef 2, 4).

En la soledad de nuestra pequeña celda, que yo llamo mi “pequeño paraíso”, porque está toda llena de Aquel de quien se vive en el cielo, miraré con mucha frecuencia la preciosa imagen y me uniré al alma de la Virgen cuando el Padre la cubría con su sombra, mientras el Verbo se encarnaba en ella y el Espíritu Santo descendía (Lc 1, 35) para obrar el gran misterio… Es toda la Trinidad la que actúa, la que se entrega, la que se da, ¿y no es en estos encuentros divinos donde debe desarrollarse la vida de la carmelita? Usted ve, querida señora, que su hermoso grabado es muy oportuno en nuestra celda, y puedo decir que me es doblemente precioso al ser un regalo suyo.

¡Si usted supiese cómo ruego por nuestra intención! Intereso a la Santísima Virgen en nuestra causa para estar más cierta de ganarla. Se dice en el Evangelio “que hubo unas bodas en Caná y estaba allí la Madre de Jesús” (Jn 2,1). Fue también en esta circunstancia cuando Jesús hizo su primer milagro por los ruegos de la Virgen. Es para mostrarnos cómo Dios se interesa por nuestras necesidades, aun las más materiales, por lo que se escribió este relato. ¡Tengamos confianza en su amor! Adiós, querida señora, gracias de nuevo. ¿Tiene usted la bondad de dar mis recuerdos a la señora de Anthes y decirle que sus recomendaciones se han hecho a Aquel que es el Todopoderoso? Recuerdos míos a María Luisa y Francisquita, y crea en la sinceridad de mi respetuoso y profundo afecto.

Hna. Is. de la Trinidad.

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247 A María Luisa de Sourdon – 18 de noviembre de 1905

Sábado por la noche Mi querida María Luisa:

Acabo de concederte un diploma por tus habilidades en repostería y te doy gracias por la hermosa caja que me has enviado. Es tan bonita a la vista que es una lástima tocarla. Nuestra Reverenda Madre me ha obligado a probar tus chocolatinas, que serán servidas solemnemente en el refectorio, y pido a nuestra santa madre Teresa, cuya gran alma era tan agradecida, una protección muy especial y un socorro urgente para la amable confitera, que mima así a sus hijas del Carmelo. Aunque en nuestra profunda soledad podemos decir con San Pablo: “Nuestra vida está en los cielos” (Fil. 3, 20), no nos desinteresamos de los que están en la tierra, y sabes la gran parte que tienes en las oraciones de tu amiga carmelita. Espero que el Señor las escuchará y que, como ramillete de fiesta, me obtendrá, por intercesión de mi querida Santa, una gracia que tú adivinas y que en unión con tu buena madre pido para ti.

Adiós, mi querida María Luisa. “Que El te cubra a la sombra de sus alas, que sus ángeles te guarden en todos tus caminos” (Sal. 90, 4‑11). Sobre mi santa montaña lo pido y desde allí te envío un cálido gracias y lo mejor de mi corazón. Tu vieja amiga,

Is. de la Trinidad.

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248 A la hermana María de la Trinidad – 24 de noviembre de 1905

Charitas numquam excidit.

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249 A la señora Angles – 26 (?) de noviembre de 1905

Sólo Dios basta.

Muy querida hermana y señora:

He agradecido mucho sus felicitaciones de onomástica, y le doy gracias por las oraciones que hace por su amiguita del Carmelo. Por su parte, le aseguro que ella le conserva un recuerdo fiel en Aquel que es el lazo indisoluble. Si usted supiese lo unida que está mi alma con la suya… más aún, diría que “tengo ambición de ella”. La querría toda libre, toda unida a ese Dios que la ama con tan gran amor. Sí, querida señora, creo que el secreto de la paz y de la felicidad está en olvidarse, en desocuparse de sí mismo. Esto no consiste en no sentir sus miserias físicas o morales; los santos mismos han pasado por esos estados tan dolorosos. Pero ellos no vivían allí. En cada momento ellos dejaban todas estas cosas. Cuando se sentían afectados por ellas, no se extrañaban, pues sabían de “qué barro estaban hechos” (Sal. 102, 13), como lo canta el Salmista. Pero añade también: “Con la ayuda de Dios estaré sin mancha y me guardaré del fondo de iniquidad que hay en mí”. Querida señora, ya que me permite hablarla como a una hermana querida, me parece que el Señor la pide un abandono y una confianza ilimitada en esas horas dolorosas, cuando siente esos vacíos espantosos. Piense que entonces El abre en su alma capacidades mayores para recibirle, es decir, de alguna manera infinitas como es El mismo. Procure entonces estar con la voluntad alegre bajo la mano que la crucifica. Más aún. vea cada sufrimiento, cada prueba, “como una prueba de amor” que la viene directamente de parte del Señor, para unirla a El.

Olvidarse de sí por lo que se refiere a su salud no quiere decir que haya de descuidar el cuidarse, porque es su deber y la mejor penitencia; pero hágalo con gran abandono, dando a Dios las gracias por todo lo que suceda. Cuando el peso del cuerpo se hace sentir y fatiga su alma, no se desanime, sino acuda con la fe y el amor a Cristo, que ha dicho: “Venid a mí y yo os aliviaré” (Mt 11, 28). Por lo que hace a su ánimo, no se deje nunca abatir por el pensamiento de sus miserias. El gran San Pablo dice: “Donde el pecado abunda, la gracia sobreabunda” (Rom5, 20). Me parece que el alma más débil, incluso la más culpable, es la que debe esperar más, y este acto que ella hace, para olvidarse y arrojarse a los brazos de Dios. Le glorifica y le da más alegría que todo el replegarse sobre sí misma y todos los exámenes que la hacen vivir con sus debilidades, mientras que ella posee en el centro de sí misma a un Salvador que quiere purificarla a cada minuto.

¿Recuerda usted aquella hermosa página donde Jesús dice a su Padre “que le ha dado poder sobre toda carne para que la comunique la vida eterna”? (Jn 17, 2). He aquí lo que quiere hacer en usted: en cada minuto quiere que salga de sí, que abandone toda preocupación, para retirarse a esa soledad que El se escoge en el centro de su corazón. El está siempre ahí, aunque no lo sienta. El la espera y quiere establecer con usted “un intercambio admirable”, como cantamos en la hermosa liturgia, una intimidad de Esposo con esposa. Es El que quiere librarla de sus debilidades, de sus faltas, de todo lo que la turba a través de este contacto continuo. ¿No ha dicho El:

“No he venido a juzgar, sino a salvar”? (Jn 12, 47). Nada debe parecerla un obstáculo para llegar a El. No se preocupe de si está fervorosa o sin ánimos; es la ley del destierro el pasar de un estado a otro. Crea, entonces, que El no cambia nunca, que en su bondad está inclinado sobre usted para levantarla y establecerla en El. Si, a pesar de todo, el vacío y la tristeza la agobian, una esta agonía a la del Maestro en el huerto de los Olivos, cuando decía al Padre: “Si es posible, haced que este cáliz se aleje de mí” (Mt 26, 39). Querida señora, tal vez la parezca difícil olvidarse de sí. No se preocupe. Si usted supiera lo sencillo que es. Le voy a comunicar mi “secreto”: piense en ese Dios que habita en usted, del cual es usted templo (I Cor 3, 16); es San Pablo el que habla así, podemos creerlo. Poco a poco el alma se habitúa a vivir en su dulce compañía, comprende que lleva en sí un pequeño cielo donde el Dios de amor ha fijado su morada. Entonces se halla como en una atmósfera divina en la que respira, diría incluso que sólo tiene en la tierra el cuerpo, pero el alma habita más allá de los velos y las nubes, en Aquel que es el Inmutable. No diga que esto no es para usted que es muy miserable, pues es, por el contrario, una razón más para ir a Aquel que salva. No es mirando nuestra miseria como seremos purificados, sino mirando a Aquel que es todo pureza y santidad. San Pablo dice que “El nos ha predestinado a ser conformes a su imagen” (Rom8, 29). En las horas más dolorosas piense que el divino artista se sirve del cincel para hacer su obra más hermosa, y permanezca en paz bajo la mano que la trabaja. Este gran Apóstol de que le hablo, después de haber sido arrebatado al tercer cielo (II Cor 12, 2), sentía su debilidad y se quejaba a Dios, que le respondió:

“Mi gracia te basta; pues la fortaleza se perfecciona en la debilidad” (II Cor 12, 9). ¿No es esto muy consolador? Animo, pues, señora y querida hermana, la confío particularmente a una carmelita muerta a los veintidós años en olor de santidad, que se llamaba Teresa del Niño Jesús. Ella decía antes de morir que pasaría su cielo haciendo el bien en la tierra. Su carisma es el de dilatar las almas, lanzarlas sobre las olas del amor, de la confianza y del abandono. Ella decía que había encontrado su felicidad cuando comenzó a olvidarse de sí.

¿Quiere usted invocarla cada día conmigo para que ella obtenga la ciencia que hace los santos y que da al alma tanta paz y felicidad? Adiós, querida señora. Siendo esta semana la última antes del Adviento, veré a mamá, a Margarita y a las pequeñas. No dejaré de darles recuerdos suyos. Mis sobrinitas son muy simpáticas y son la alegría de su querida abuela. Los niños de María Luisa serán también una alegría para usted.

¿Quiere decir a esa buena María Luisa que pido mucho por ella y no olvido nuestra feliz reunión de Labastide ? Tenga la bondad de dar mis recuerdos a la señora Maurel. En cuanto a usted, querida señora, crea en mi profundo afecto y en mi unión en Aquel de quien dice San Juan: “El es Amor” (I Jn 4, 16). Su hermanita y amiga,

M. Isabel de la Trinidad.

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250 A Andrés Chevignard – (hacia el) 29 de noviembre de 1905

Señor abate:

Hace unos momentos leía en San Pablo estas palabras tan sencillas y al mismo tiempo tan profundas: “Nostra autem conversatio in coelis est” (Fil. 3, 20), y pensaba que mi alma, para encontrar la suya, debía ir hasta allí.

¿No experimenta usted cada día la verdad de este pensamiento: “Vosotros no sois ya huéspedes o extranjeros, sino de la Ciudad de los Santos y de la Casa de Dios”? (Ef 2, 19). Pero para vivir así, más allá del velo, ¡qué necesidad hay de estar cerrados a todas las cosas de aquí abajo! El Maestro me apremia a separarme de todo lo que no es El ‑esta palabra me dice tantas cosas‑ y así es como me preparo a la fiesta de la Inmaculada, aniversario de mi toma de hábito. Le pido a usted un memento muy especial en ese día, para que Cristo, por la efusión de su Sangre, me revista de esa pureza, de esa virginidad que permite al alma ser irradiada con la claridad misma de Dios.

Se acerca el santo tiempo de Adviento. Me parece que es particularmente el de las almas interiores, de las que viven sin cesar y a través de todo “escondidas en Dios con Jesucristo” (Ef 2, 19), en el centro de ellas mismas. En la espera del gran misterio me gusta meditar el hermoso salmo XVIII, que decimos frecuentemente en maitines, y sobre todo estos versículos: “El ha colocado su tienda en el sol y este astro, como si fuera un nuevo esposo que sale de su tálamo, se lanza como un gigante a recorrer su camino. Sale de un extremo del cielo. Su curso es hasta la otra extremidad. Y nadie se libra de su calor” (Sal. 18, 57). Hagamos el vacío en nuestra alma para que El pueda lanzarse sobre ella y le comunique la vida eterna (Jn 17, 2), que es la suya. El Padre le ha dado para esto “poder sobre toda carne” (Jn 17, 2), nos dice en el Evangelio. Y después, en el silencio de la oración, escuchémosle. El es el “Principio” (Jn 8, 25) que habla dentro de nosotros, y ¿no ha dicho: “El que me ha enviado es veraz y todo lo que he oído de él, yo lo digo”? (Jn 8, 26). Pidámosle que nos haga veraces en nuestro amor, es decir, hacer de nosotros seres de sacrificio, porque me parece que el sacrificio no es más que el amor puesto en obra. “El me ha amado, se ha entregado por mí” (Gal 2, 20). Me gusta pensar que la vida del sacerdote (y de la carmelita) es como un Adviento que prepara la Encarnación del Señor en las almas. David canta en un salmo que “el fuego irá delante del Señor” (Sal. 96, 3). El fuego ¿no es el amor? ¿Y no es también nuestra misión preparar los caminos del Señor, por nuestra unión con Aquel que el Apóstol llama “fuego consumidor”? (Heb. 12, 29; Dt. 4, 24). A su contacto nuestra alma se convertirá en una llama de amor, que se reparte en todos los miembros del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia (Col 1, 24).

Entonces consolaremos el Corazón de nuestro Maestro y podrá decir mostrándonos al Padre: “Yo soy ya glorificado en ellos” (Jn 17, 10).

Ayúdeme, señor abate. Tengo mucha necesidad. Cuanto mayor es la luz, más siento mi impotencia. ¿Quiere usted (ya que es gran pontífice) consagrarme el 8 de diciembre al poder de su amor para que sea de verdad “Alabanza de gloria”? He leído esto en San Pablo y he comprendido que ésta era mi vocación desde el destierro, esperando el Sanctus eterno.

Adiós señor abate. No olvido que soy el vicario del Vicario de Meursault. Es decirle cuánto pido por él. Dígnese bendecirme y hacer descender a mi alma la gloria del Padre, del Verbo y del Espíritu. Para usted, que la unción que ha recibido del Santo (I Jn 2. 20) permanezca en usted y le enseñe todas las cosas.

Hna. M. I. de la Trinidad.

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251 A Francisca de Sourdon – 28 de diciembre de 1905

Mi querida Francisquita:

Hoy tienen fiesta las novicias del Carmelo en honor de los Santos Inocentes. Esta noche, en la recreación, vamos a representar el martirio de Santa Cecilia, y como para las melodías celestes no tenemos ningún instrumento, te agradecería mucho si pudieras prestarme la bonita caja de música de Suiza. Pienso que estaría muy bien. En caso que no estuvieras ahí para dársela a la hermana externa, ¿tendrías la bondad de mandárnosla hacia las seis o seis y media? Gracias anticipadas, mi Francisquita. Ya ves que te trato con confianza. Te abrazo como te amo.

Hna. I. de la Trinidad.

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252 A Germana de Gemeaux – Fin de diciembre de 1905

“Nuestra vida está escondida con Jesucristo en Dios” (Col 3, 3).

Mi querida Germana:

Mi corazón ha participado mucho en el dolor que acaba de afligir a los suyos, y le ruego quiera ser mi intérprete para con su querida madre en esta dolorosa circunstancia. Ruego por vuestro querido difunto para que “el Dios rico en misericordia lo introduzca cuanto antes en la ciudad de los santos en la luz” (Ef 2, 4, y Col 1, 12). Pido también por los que quedan, que son quienes llevan la parte más dolorosa. Sí, mi Germanita, la vida es una cadena de sufrimientos, y creo que los felices en este mundo son los que han escogido la cruz por su porción y su herencia, y esto por amor de Aquel de quien dice San Pablo: “El me ha amado y se ha entregado por mí” (Gal 2, 20). Me parece que toda la doctrina del amor, del amor verdadero y fuerte, está contenida en estas breves palabras. Nuestro Señor cuando vivía decía:

“Porque amo a mi Padre, hago todo lo que le agrada” (Jn 8, 29). “Por eso, añade, el no me ha dejado solo, está siempre conmigo” (Jn 8, 29). Nosotras también, Germana, manifestémosle nuestro amor con todos nuestros actos, haciendo siempre lo que Le agrada, y El no nos dejará jamás solas, sino que permanecerá en el centro de nuestra alma, para ser El mismo nuestra felicidad. De nuestra parte, nosotros no somos más que nada y pecado, pero El, El es el Santo y habita en nosotros para salvarnos, purificarnos y transformarnos en El. ¿Se acuerda de ese hermoso desafío del Apóstol:

“¿Quién me separará del amor de Cristo?” (Rom8, 35). ¡Ah! Es que había sondeado el Corazón de Cristo, sabía qué tesoros de misericordia estaban encerrados en El, y exclamaba lleno de confianza: “Me glorío en mis debilidades, porque cuando soy débil habita en mí la fortaleza de Jesucristo” (II Cor 12, 9‑10). Ame siempre la oración, querida Germanita, y cuando digo la oración no me refiero a imponerse cada día una cantidad de oraciones vocales que rezar, sino esa elevación del alma hacia Dios a través de todas las cosas, que nos establece en una especie de comunión continua con la Santísima Trinidad, haciéndolo todo sencillamente bajo su mirada.

Pienso que sigue teniendo mucha devoción a este misterio y, si usted quiere, querida amiguita, ése será el lugar de encuentro de nuestras almas.

Entraremos en lo más íntimo de nosotras mismas, allí donde moran el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y en Ellos no seremos más que una cosa. Le doy una cita especial por la tarde, a las cinco, durante nuestra oración. ¿Le parece bien? No le hablo de mi felicidad, no obstante la alegría que tendría de vérsela compartir un día, pues no quiero influenciar su almita, y, además, nuestra vocación es tan bella, tan divina, que sólo Dios la puede dar: “No somos nosotras las que le hemos escogido, es El quien nos ha escogido” (Jn 15, 16). Lo que le pido es que la haga cada vez más suya, es decir, según el lenguaje del Apóstol, “que El habite por la fe en su corazón, para ser enraizada en su amor” (Ef 3, 17). Así nada podrá separaros de El, su Germanita hará la alegría de su Corazón, su alma será un pequeño cielo donde Dios, a quien se quiere desterrar, vendrá a refugiarse, a consolarse; ella será la alegría de sus queridos padres, pues un alma unida a Jesús es una sonrisa viviente que le irradia y le comunica.

Adiós, mi muy querida Germana, la amo como una hermana, y también Ivonne tiene un buen lugar en mi corazón. Os junto con vuestra querida mamá, a la que tengo un afecto muy particular, dígaselo. Abrazo muy fuerte a las tres.

Dé mis recuerdos al señor de Gemeaux. Me parece escuchar su hermosa voz; me gustaban mucho nuestras largas sesiones de música. Pienso que usted habrá progresado mucho después de mi entrada en el Carmelo.

Su grande y verdadera amiga,

M. Isabel de la Trinidad.

Si está con usted la señorita Paulina, déle un respetuoso recuerdo.

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253 A la hermana Luisa de Gonzaga – agosto de 1905 ‑ marzo de 1906

No he hecho el trabajo que pensaba, y como mañana me levantaré tarde y tendré que hacer mi oración y mis Horas, no venga a prepararme el cestillo.

Procuraré hacerlo yo, y si no puedo, haré que se lo digan por la noche.

Gracias, querida Oficiala. Yo abuso de usted…

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254 A la hermana Luisa de Gonzaga – agosto de 1905 ‑ marzo de 1906

Hna. Luisa de Gonzaga. Antes de la Misa. Urgente Mi querida hermana:

Estoy un poco dudosa sobre el lugar donde hay que poner la pieza que me acaba de dar. He dejado los dos lados sin hacer la costura para mayor seguridad. Le agradecería mucho que después de misa pasara por nuestra celda. Entre y marque el lugar, si usted quiere, y además mire lo que yo he imaginado para una delantera que era demasiado estrecha. Si le parece mal la idea, déme otra mejor. Encontrará sobre nuestra mesa un lápiz y papel para el caso que tuviera que dar alguna explicación a su pequeña ayudante, que la ama y ruega por usted.

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255 A la hermana Teresa de Jesús – diciembre de 1905 ‑ marzo de 1906

“¡Que El viva y me dé su vida! ¡Que El reine y sea yo su cautiva! Mi alma no quiere otra libertad.

La hermana Isabel de la Trinidad a su querida hermanita Teresa de Jesús, con permiso de nuestra Reverenda Madre.

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256 Al canónigo Angles – fin de diciembre de 1905

“Instaurare omnia in Christo”.

Querido señor canónigo:

Creo que con verdad le puedo aplicar estas palabras del Apóstol:

“Nuestra conversación está en lo cielos” (Fil. 3, 20), porque hace ya mucho tiempo que no he comunicado de otro modo con usted. Pero si la santa Regla del Carmelo impone silencio a mi pluma, mi alma y mi corazón no se privan, se lo aseguro, de ir hasta usted. Ellos franquean frecuentemente la clausura… pero pienso que el Maestro me perdona porque es con El… en El… como hago el viaje. Con ocasión del año que va a comenzar nuestra Reverenda y muy amada Madre me concede la alegría de venir a ofrecerle mi felicitación. Nosotras tendremos expuesto el Santísimo en el interior de nuestro querido oratorio el 1 de enero. Allí pasaré mi día y allí su carmelita depositará sus votos para usted. Ruegue usted también por ella para que este año sea más lleno de fidelidad y de amor. ¡Quisiera tanto consolar a mi Señor manteniéndome unida a El sin cesar! Le voy a hacer una confidencia muy íntima: mi sueño es ser “la alabanza de su gloria” (Ef 1, 12). He leído esto en San Pablo, y mi Esposo me da a entender que ésta es mi vocación en el destierro, mientras espero ir a cantar el Sanctus eterno en la ciudad de los Santos. Pero eso pide una gran fidelidad, pues para ser alabanza de gloria hay que estar muerta a todo lo que no es El, para no vibrar más que con su toque, y la miserable Isabel tiene muchas desatenciones con su Maestro. Pero El la perdona, su divina mirada la purifica y, como San Pablo, procura “olvidar lo que está detrás para lanzarse hacia lo que está delante” (Fil. 3, 13). ¡Cómo se siente la necesidad de santificarse, de olvidarse para preocuparse únicamente por los intereses de la Iglesia!… ¡Pobre Francia! Me gusta cubrirla con la Sangre del Justo, “de Aquel que está siempre vivo para interceder y pedir misericordia” (Heb. 7, 25, y 4, 16). ¡Qué sublime es la misión de la carmelita! Debe ser mediadora con Jesucristo, serle como una humanidad complementaria en la que pueda perpetuar su vida de reparación, de sacrificio, de alabanza y de adoración. ¡Oh, pídale que yo esté a la altura de mi vocación! Que no abuse de las gracias que El me prodiga. Si usted supiese el miedo que esto me causa… Entonces me arrojo en Aquel que San Juan llama “el Fiel, el Verdadero” (Ap 19, 11), y le pido que sea El mismo mi fidelidad.

He visto a mi querida mamá, a Guita, a la pequeña Sabel. Odette estaba mala a consecuencia de su vacuna, por lo que no me la han traído. ¡Cuántas gracias doy al Señor por la alegría que derrama es este pequeño hogar! Es tan bueno unirse a estas alegrías y después decirse: “Yo, yo soy suya y El es mío”. Al subir a nuestra celdilla la noche de Navidad para reposar un poco después de la misa, qué dulce alegría inundaba mi corazón cuando, pensando en estos recuerdos tan dulces del pasado, me decía como el Apóstol:

“Por su amor he dejado todo” (Fil. 3, 8). Pídale que me pierda a mí misma para sepultarme en El. El domingo de la Epifanía es el tercer aniversario de mis bodas con el Cordero. ¿Quiere usted en el Santo sacrificio, al consagrar la hostia, donde Jesús se encarna, consagrar a su hijita al Amor Todopoderoso para que El la transforme “en alabanza de gloria”? ¡Cuánto bien me hace pensar que voy a ser dada, entregada por usted! Adiós, querido señor canónigo. Con mi felicitación reciba la certeza de mis sentimientos tan respetuosos como afectuosos. Pido su paternal bendición.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

Nuestra Reverenda y buenísima Madre me encarga ofrecerle sus votos muy respetuosos. Creo que si la conociese su alma se encontraría bien con la de ella.

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257 A la señora de Anthes – hacia el principio de enero de 1906

Muy querida señora:

Nuestra Reverenda y buenísima Madre se ha adelantado a mi deseo, haciéndome escribir a su querida enferma y le confío estas letritas para que se las entregue en una de sus cartas. La carta que ha tenido la bondad de enviarme me ha afligido mucho. He pensado en la espada de dolor que ha debido traspasar su corazón materno (Lc 2, 35) ante ese relato doloroso.

Pero, querida señora, la fe nos dice que subamos más arriba, hasta ese Dios “que obra todas las cosas según el consejo de su voluntad” (Ef 1, 11), como nos dice el Apóstol San Pablo, y esa voluntad, a veces tan mortificante, no deja de ser todo amor, ya que la caridad es la misma esencia de Dios. San Juan lo define así: “Deus Charitas est” (I Jn 4, 16).

Querida señora, uno a la suya mi pobre oración. O mejor, ofrezco la que Cristo, el gran Adorador, que vive en nosotros, hace El mismo en nosotros.

Unidas a El podemos ser omnipotentes. ¡Oh! Volvamos a decir esa oración de Magdalena: “Señor, aquella a quien amáis está enferma” (Jn 11, 3). ¿No obtuvo ella un milagro con su ingenua y conmovedora confianza? Animo, querida señora. Redoblemos la oración con la paz y abandono de los hijos de Dios. ¿Quiere usted dar un recuerdo afectuoso y respetuoso a mi querida señora de Sourdon y a mis dos amiguitas tan queridas? Tenga usted, querida señora, la certeza de mi profundo respeto y de mi sincero afecto.

Hna. I. de la Trinidad.

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258 A sus tías Rolland – principio de enero de 1906

Mis queridas tiítas:

He hecho un sacrificio al pensar que mi felicitación las llegaría después del 1 de enero. Pero desde Navidad no he tenido un momento libre para confiarla a este papel. Felizmente me he resarcido junto al Divino Maestro y espero que El mismo haya llevado al secreto íntimo de sus corazones lo que su pequeña esposa había confiado a su Amor para sus queridas tías, que tienen siempre una gran parte en su afecto. He visto a mamá estos días y hemos hablado de ustedes, por supuesto. También vino Guita. Si supiesen lo monas que son las pequeñas. Ustedes adivinan la felicidad que procuran a su dulce hogar, que irradia hasta la abuela, e incluso hasta detrás de las rejas del convento, pues la tía carmelita no se desinteresa de las alegrías de los que ama. ¿Os ha dicho mamá que nuestra Reverenda y muy querida Madre, que es tan buena, ha permitido a una de nuestras hermanas vestir de carmelita a una bonita muñeca para Sabel? Es verdaderamente una obra maestra. No falta nada; de pies a cabeza está como nosotras. ¡Qué lástima que no la puedan ver! Eso os habría dado una muestra del vestido de vuestra sobrina. Tratando de vestido: ¿les he dicho que soy ropera, es decir, encargada de remendar los vestidos de la comunidad bajo la dirección de mi primera oficiala? Es ella quien me trae labor, me la explica y yo la hago en la soledad de nuestra celda. Os edificaría ver la pobreza de nuestros hábitos. Después de veinte y treinta años ya pueden adivinar lo que son algunas piezas… Me gusta trabajar en este querido sayal que tanto he deseado llevar y con el cual hace tanto bien vivir en el Carmelo.

Me gustaría tener noticias vuestras, sobre todo de cómo van los ojos de tía Francisca. Pienso que en este tiempo tendrá muchos sacrificios que hacer, con los días tan cortos. Su ángel custodio lo cuenta todo y lo apunta en el libro de la vida. El Señor tiene tanta necesidad de sacrificios que compensen el mal que se hace… y esto se comprende tan poco en el mundo…

Por eso, cuando el divino Maestro halla un alma bastante generosa para compartir su cruz, El la asocia a su sufrimiento, y esta alma debe recibirlo como una prueba de amor de Aquel que la quiere semejante a Sí. Sin embargo, queridas tías, no son cruces lo que vengo a desearlas hoy. Estaría tentada, al contrario, de desviar las que hubiera a lo largo de vuestro camino para colocarlas en el mío. La cruz no atemoriza a las hijas de Santa Teresa, es su herencia, su tesoro. El domingo voy a celebrar el tercer aniversario de mis bodas con el Cordero; ese día lo pasaré de retiro, es decir, no iré a la recreación, sino que la pasaré con mi divino Esposo. Me parece que comprendo todavía mejor mi felicidad y que es más profunda que en el hermoso día de mi profesión. ¡Oh, tiítas, qué dulce es ser toda de Dios! Después del cielo no veo nada más hermoso que el Carmelo. Pero no crean que los recuerdos se hayan borrado de mi corazón. Si ustedes supiesen cómo sus nombres están grabados en él con caracteres imborrables, por la misma mano de Jesús…

Adiós, queridas tías, tan buenas, tan amadas. Que El las llene de sus gracias. Que sus ángeles las libren de todo mal (Sal. 90, 10‑11) y las lleven sobre sus alas, como también a la tía, los votos y las caricias de su pequeña sobrina.

Hna. M. I. de la Trinidad.

Espero que vaya mejor el señor cura. Tengan la bondad de ofrecerle mis votos respetuosos. Saludos a Luisa y Ana y a todos los que pregunten por mí.

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259 A la señora Hallo – principio de enero de 1906

“Adveniat regnum tuum”.

Querida señora y segunda madre:

Su felicitación me ha conmovido y ha sido para mí un sacrificio no haber podido felicitarla antes. Me ha sido imposible, pero me he resarcido con el buen Dios. El 1 de enero hemos tenido expuesto el Santísimo Sacramento en nuestro querido oratorio. He pasado el día a sus pies. Usted piensa acertadamente que no ha sido olvidada en nuestro diálogo. Es a El a quien he confiado mi felicitación para mi segunda madre. Veo que el Señor la tiene clavada siempre a la cruz con sus neuralgias. San Pablo decía: “Sufro en mi cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo” (Col 1, 24). Usted también es de alguna manera una humanidad complementaria en la que le permite sufrir como una extensión de su pasión, porque sus dolores son verdaderamente sobrenaturales. Pero ¡cuántas almas puede salvar así!… Usted ejercita el apostolado del sufrimiento, además del de la acción, y creo que el primero debe atraer muchas gracias al segundo. Que Dios bendiga su celo y su abnegación por su gloria y su reinado en las almas. En su estado de sufrimiento, El le da verdaderamente una gracia especial para hacer lo que hace. ¡Con qué interés he escuchado a Margarita hablarme de todos los detalles de su vida cuando vino a verme en el verano!… Salúdela de mi parte. ¡Qué buena es usted pensando tanto en mi querida mamá! No dejaré de darle su encargo cuando la vea. Ella tiene un recuerdo muy grato de su estancia con ustedes; me gustaría volvérsela a mandar. La atmósfera sobrenatural en la que usted vive le hizo mucho bien. ¿Le ha hablado ella de la hermosa muñeca que nuestra Reverenda Madre permitió a una de nuestras hermanas vestir de carmelita para la pequeña Sabel? Nada falta a su vestido de pies a cabeza. La señora de Sourdon. a quien he visto hoy. me ha dicho que era una maravilla. Parece que la pequeña la abraza sobre su corazón llamándola “tata”. Me gustaría tener noticias de ustedes por Alicia. Me dijo Margarita que su madre la esperaba. Ruego por Carlos para que Dios le conserve puro en medio de este mundo tan malo. Creo que usted, por sus sufrimientos, le consigue muchas gracias. Adiós, mi segunda madre. ¿Cuándo la veré en el locutorio del Carmelo? Mientras espero, la encuentro en Aquel que nos ha unido de tal modo que nada nos podrá separar. Que El la lleve toda la ternura y afecto de su segunda hija.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

Un afectuoso recuerdo a Carlos.

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260 A su hermana – principios de enero de 1906

Mi querida hermanita:

Me has ofrecido con tanta gentileza los bollos de Reyes que he dado el encargo a Nuestra querida Madre. Como no deben dársenos en sábado, nuestra Madre acepta tu caridad, dándote gracias por tus golosinas. Tú conservarás la antigua costumbre del Carmelo y nuestra santa Madre Teresa te bendecirá desde el cielo y a tus angelitos. Si puedes hacer enviar los bollos muy de mañana, hacia las 10, estaría muy bien, pues mi hermana Inés teme siempre retrasarse. Tu excelente chocolate ha sido guardado para la circunstancia.

Ya ves que harás los gastos de esta pequeña fiesta en el refectorio. Es el sábado, no el domingo. ¡Que el Maestro aumente tu alma en su banquete de amor, que El te sumerja y te invada, querida pequeña, para que no seas ya tú, sino El! El 1 de enero pasé el día junto al Señor. Le he confiado mis votos para mi Guita y el pequeño nido. Que El derrame sobre vosotros sus más dulces bendiciones. Os abrazo, madrecita, con sus dos tesoros, de los que estoy un poco orgullosa en mi afecto de tía un poco maternal. Tu hermana mayor, “Laudem gloriae” ¡Es así como las dos nos llamaremos en el cielo!

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261 A la señora de Bobet – 4 de enero de 1906 (?)

Carmelo, jueves por la noche

Mi querida Antonieta:

Esta mañana su tía me ha traído vuestro magnífico rosario, que quiso dármelo ella misma. Ella podrá decirle la alegría que ha sentido pasar a través de la reja. ¿Cómo manifestarla mi agradecimiento? Me es imposible, querida Antonieta. Hay cosas que no pueden traducirse. Por eso ha sido a El a quien he dicho mi gracias, para que se lo diga en lo íntimo de su corazón.

¡Oh, si supiese qué dulce perfume he respirado al abrir la preciosa cajita; era como una emanación de su corazón, pues yo notaba que había pasado todo entero a este querido rosario. ¡Cómo me mima! Nunca hubiera imaginado un rosario tan bonito. Además es tan religioso… Ya lo tengo puesto en la correa. ¡Si viera lo bien que está sobre nuestro querido sayal! Da devoción con sus grandes cuentas separadas. La medalla es preciosa. Cuanto a la cruz, es tan expresiva… Ha sido su alma la que la ha escogido para hacer bien a la mía. Me gusta mirarla; ella me revela el exceso de amor de mi Maestro y me dice que el amor no se paga más que con amor. Querida Antonieta, hago por usted la oración que hacía San Pablo por los suyos: pedía “que Jesús habite por la fe en sus corazones para que fuesen enraizados en el amor” (Ef 3, 17). Esta expresión es tan profunda, tan misteriosa… Oh, sí, que el Dios del amor sea su morada inmutable, su celda y su claustro en medio del mundo.

Recuerde que El mora en el centro más íntimo de su alma como en un santuario donde quiere ser amado hasta la adoración. El está allí para llenarla de sus gracias, para transformarla en El. Oh, cuando sienta su debilidad, vaya a El.

El es el Fuerte, el que da la victoria por la santidad de su derecha, como canta el salmista (Sal. 43, 45). El la cubre con su sombra (Sal. 90, 4).

Permanezca toda confiada en su amor. Es ahí donde la dejo para ir a maitines. Pero ¿qué digo?, no la dejo; para los que permanecen en el amor no hay separación. Gracias de nuevo, querida Antonieta, no sé cómo decírselo.

He llevado entusiasmada nuestro rosario a nuestra Reverenda Madre, que lo ha encontrado magnífico, lo mismo que mis hermanas, y me parece que soy una carmelita bien mimada por mi querida Antonieta. He besado la cruz con amor.

Lo haré frecuentemente. Pienso que usted ha hecho lo mismo y la encuentro en este abrazo.

Hna. M. I. de la Trinidad.

Le ofrezco cada día mi primer rosario.

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262 A la señora de Sourdon – 13 (?) de enero de 1906

Muy querida señora:

No puedo decirle la pena que me ha causado su carta, y con permiso de nuestra Reverenda y buena Madre le suplico no pierda la confianza. ¡Oh, si usted supiese cómo detrás de las rejas del Carmelo tiene un corazón que la quiere mucho y defiende su causa! Recuerde, querida señora, aquella página del Evangelio en que una mujer seguía a Nuestro Señor con una plegaria fervorosa. El, tan bueno, parecía duro y que la rechazaba; pero al fin, ante su fe y su confianza, no pudo resistir y le dijo estas palabras: “¡Oh mujer, tu fe es grande!” (Mt 15, 28). He aquí, querida señora, lo que hay que darle: esperar contra toda esperanza (Rom4, 18) y no dudar nunca de su bondad. Suplico, por su amor, que tranquilice su corazón de madre y deposite en él el bálsamo de la paz y del sufrimiento. Crea que mi desencanto fue grande al recibir su carta, pero pienso que el Señor quiere derramar muchas gracias sobre nuestra querida María Luisa y que son necesarios todavía la oración y el sacrificio. El 20 nos encontramos junto al altar, pues nuestra Reverenda Madre goza concediéndola este consuelo. Rogaremos con aquel que nos ha precedido a la mansión de la luz y de la paz, donde Dios enjuga toda lágrima de los ojos de sus elegidos (Ap 7, 17). Que El le de fortaleza y ánimo, querida señora. Crea que mi oración de esposa es muy intensa en su favor.

Hna. I. de la Trinidad.

Espero que hayan pasado sus neuralgias. ¡Si viera qué bien cae su hermosa Anunciación en nuestra celda!…

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263 A la señora de Sourdon – 26 de enero de 1906

Carmelo de Dijon, 26 de enero

Muy querida señora:

Su estimada carta ha llegado durante mis Ejercicios, que acaban de terminarse. Nuestra Reverenda Madre, de corazón tan compasivo y delicado, me permite de nuevo hacerla una visita. Creo, señora, que para las almas no hay distancias, y me parece que París y Dijon son una misma cosa, tan unido siento mi corazón con el suyo. Estoy junto a su lecho de dolores y quisiera tener alas para venir cada noche a reemplazar a su enfermera y darle los consuelos de un corazón que la quiere mucho. Pero, por lo menos, mi oración la envuelve. Yo digo al Maestro la súplica de la Magdalena. “Señor, la que vos amáis está enferma” (Jn 11, 3). Oh, sí, usted es amada por El, querida señora, y os pido de su parte que arroje en su Corazón todas sus angustias e inquietudes. Usted puede unir sus agonías a la suya. El ha querido sufrir el primero para que en las horas dolorosas podamos decir al mirarlo: “El ha sufrido más que yo, y esto para manifestarme su amor y reclamar el mío.” El salmista, hablando de El, dice “que su dolor es inmenso como el mar” (Lam. 2, 13). Y San Pablo después de él: “No tenemos un pontífice que no pueda compadecerse de nuestras enfermedades, pues El ha sido probado en todo como nosotros” (Heb. 4, 5). Entréguese al Amor, querida señora. Usted me dice que tiene que expiar; pero nuestro Dios es llamado un “Fuego consumidor” (Heb. 12, 29) y también “el rico en misericordia por su gran amor” (Ef 2, 4).

¡Qué motivo de confianza para el alma que dice con San Juan: “Creo en su amor” (I Jn 4, 16). Pido al Señor tan bueno que no acepte la cosa de que usted me ha hablado. Le suplico que tenga compasión de usted y le ponga en el corazón la paz y confianza de los hijos de Dios. Me parece que si viese a la muerte, a pesar de todas mis infidelidades, me arrojaría en los brazos de Dios, como un niño que se duerme sobre el corazón de su madre. Esto no es otra cosa, y Aquel que debe ser nuestro Juez habita en nosotros, se ha hecho compañero de nuestra peregrinación, para ayudarnos a franquear el doloroso paso. ¡Oh, que su amor la guarde para sus hijas muy amadas! ¡Cuánto se lo pido! Sé que ha perdido su medallita y nuestra Madre la envía una en esta carta. Que ella le lleve un rayo de paz a su cielo tan oscuro. La abrazo muy afectuosamente, sin olvidar a sus queridas hijas.

Hna. M. I. de la Trinidad.

Me alegró mucho que nuestra Madre me permitiera oír al señor José y hablarle de usted.

Querida señora, ¿quiere decir a Francisquita que no olvido el 29? Sólo que en el Carmelo existe la ley del amor y, por consiguiente., la ley del sacrificio… No tenemos la alegría de felicitar la fiesta de los que amamos; es en el corazón donde los hacemos una fiesta muy íntima. Perdón por esta letra, pero no tenemos calefacción y no puedo sostener la pluma.

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264 A la señora Angles – fin de enero de 1906

“El amor es la plenitud de la ley” (Rom13,10).

Muy querida señora:

No quiero dejar pasar este primer mes del año sin escribirla para agradecer su felicitación y ofrecerla la mía, que ha sido depositada ya hace mucho en el corazón de Dios. Que 1906 sea para su alma una cadena de fidelidad en la que cada eslabón, soldado por el amor, la una más intensamente al Maestro y la haga verdaderamente su cautiva, su “encadenada”, como dice San Pablo. En su amplio y gran corazón deseaba a los suyos que “Jesucristo habite por la fe en sus corazones, para que ellos sean enraizados y fundados en el amor” (Ef 3, 17). Yo formulo también este deseo para usted, querida señora. Que el reino del amor se establezca plenamente en su reino interior y que el peso de ese amor la arrastre hasta el olvido total de usted misma, hasta esa muerte mística de que hablaba el Apóstol cuando gritaba: “Vivo no yo, es Jesucristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).

En el hermoso discurso de después de la Cena, que es como el último canto de amor del alma del divino Maestro, El dice a su Padre estas hermosas palabras: “Os he glorificado en la tierra, he acabado la obra que me encomendaste” (Jn 17, 4). Nosotras, que somos suyas, como esposas, querida señora, debemos, por consiguiente, identificarnos con El; me parece que al final de cada una de nuestras jornadas deberíamos poder repetir estas palabras. Tal vez usted me diga: ¿Cómo glorificarle? Es bien sencillo.

Nuestro Señor nos enseña el secreto cuando nos dice: “Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me ha enviado” (Jn 4, 34). Unase, querida señora, a la voluntad del Maestro adorable, vea cada sufrimiento y cada alegría como venidos directamente de El y entonces su vida será como una comunión continua, ya que cada cosa será como un sacramento que le comunicará a Dios.

Y esto es muy real porque Dios no se divide; su voluntad es su ser. El está todo entero en todas las cosas, que en cierta manera no son más que una irradiación de su amor. Ya ve cómo puede glorificarle en esos estados de sufrimiento y desaliento, tan difíciles de soportar. Olvídese de sí todo lo que pueda. Es el secreto de la paz y de la felicidad. San Francisco Javier decía: “Lo que me toca, no me toca, pero lo que Le toca me toca poderosamente”. ¡Dichosa el alma que ha llegado a este desasimiento total! Ella ama de verdad.

He visto hoy a Margarita; las pequeñas estaban con la gripe, de modo que no me las ha traído, pues los locutorios del Carmelo tienen una temperatura poco favorable para los catarros. Las queridas pequeñas son tan simpáticas… La segunda es una imagen de su madre: dulce y obediente como ella. Ya puede adivinar la alegría que irradian estos pequeños ángeles en su dulce hogar. Su querida abuela goza también de ella y su tía, en el fondo de su claustro, se une a la felicidad de estos corazones tan queridos. Cuando usted vea a María Luisa tenga la bondad de decirle que no la olvido, ni tampoco a su buena madre. ¡Qué simpáticos estarán los niños y cómo harán la alegría de todos!…

Adiós, querida señora. Que cada día de este año El crezca más en su alma; es el deseo de su amiguita que la abraza.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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265 A su madre – 14 de marzo de 1906

Carmelo, miércoles

Mi querida madrecita:

Ya sabes lo buena que es nuestra Reverenda Madre. Su corazón es verdaderamente un corazón de madre, ¿no es esto decirlo todo? Por eso, con su permiso, vengo a hacer una corta visita a mi querida enferma, yo que creía que había marchado ya para Lorena. Todo mi corazón está junto a ti, a la cabecera de ese lecho, sobre el que me he inclinado con frecuencia, y puedes decirte en cada momento: mi carmelita ruega por mí. Todos estos días sueño contigo, paso mis noches contigo. Sin duda el Señor ordena esto para que al despertarme mi oración sea más intensa todavía. Hay un proverbio que dice: “Ojos que no ven, corazón que no siente.” En nuestro querido país del Carmelo es al contrario, y puedo decir que cuando estaba contigo no sabía que te amaba tanto. Me parece que mi corazón, que Dios ha hecho tan cariñoso, se ha dilatado desde que está encerrado detrás de las rejas, en contacto continuo con Aquel que San Juan llama “Caridad” (I Jn 4, 16), Amor. ¡Ah!, si supieras lo dulce que es vivir en “comunión” (I Jn 1, 3) con El, según la expresión del mismo Santo, no podrías dejar esta divina compañía, porque El está junto a ti. El estaría tan contento si quisieras hacer de El un amigo, un confidente. Cuanto más se vive con este Huésped divino, querida mamá, tanto más feliz se es y se tienen más fuerzas para aceptar el sacrificio. Yo te lo envío a cada instante, yo le confío todo lo que ha puesto de amor en mi corazón para esta madre tan buena que me ha dado. No me extrañan las atenciones de la excelente señora de Sourdon. ¡Qué amiga! Me es un descanso saber que está contigo. Dile que ruego mucho a San José; esperaba que hubiera hecho algo para su fiesta; estoy llena de esperanza. Y nuestra querida Guita, ¡qué feliz eres de tenerla contigo con los angelitos! Dile que la estoy unida: Amo tanto a mi hermanita… ¡Qué dulce me es encontrarte tan bien atendida! En la tierra todo acaba en el sacrificio; es la ley de la vida. Yo ofrezco a Dios el que le has hecho dándole a tu pobre Isabel, que, sin embargo, ¡sabía cuidar tan bien a su mamá! Para mí, no hablo más de sacrificio; comprendo muy bien que no hay distancia de mi corazón al tuyo. Te abrazo como te amo. Tu hija,

I. de la Trinidad.

No comprendo lo que quieres decirme hablándome de los disgustos de nuestra Madre con el Gobierno. Estamos en paz, estate tranquila sobre esto.

¡Qué contenta estoy del nombramiento del comandante de La Ruelle! Díselo a Alicia y a su madre. Yo había pedido mucho por Nicole.

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266 A su madre – 15 de abril de 1906

Mi querida madrecita:

¡Nunca he estado tan cerca de ti! Mi corazón no te deja; me siento tu hija como nunca. Tu carta ha sido una alegría para mi corazón, un descanso para mi alma. La he besado como una reliquia de la tuya, dando gracias a Dios de haberme dado una madre tan incomparable. ¡Si hubiese partido para el cielo, cómo hubiera vivido contigo! Nunca te habría abandonado, y yo te haría sentir la presencia de tu pequeña Sabel. Como estoy segura de que me comprendes, te confesaré bajito mi gran decepción por no haber subido hacia Aquel que tanto quiero. ¡Piensa lo que hubiera sido para tu hija el día de Pascua en el cielo! Pero esto es un asunto personal y ahora me someto a la obediencia que me hace pedir mi curación, y lo hago en unión de oración contigo, con mi Guita y mis queridos angelitos, que tanto me hubiera gustado proteger si me hubiera muerto. ¡Si supieses lo buena que es nuestra Madre! Una verdadera madre para tu hija. Te aseguro que la noche de mi crisis, a pesar de mi alegría de ir a Dios, tenía necesidad de oír su voz y sentir mis manos en las suyas, pues de todos modos este momento es muy solemne y se siente uno tan pequeño y las manos tan vacías. Espero verte pronto, querida mamá, con mi querida Guita; pero ya desde ahora te doy gracias por tu carta, que guardo con amor, como la de mi hermanita. tan amable también. Y además todavía gracias por vuestras golosinas, estos helados que son mi única comida. ¡Si vieras con qué alegría me les trae nuestra Madre y me les hace tomar ella misma como a un niño pequeño!… Demos gracias al Señor por estos días penosos para tu corazón. Veo muy bien que ellos pasan sobre nosotras como una ola de amor; no perdamos nada y digamos gracias a Aquel que no sabe sino amarnos. Os abrazo, queridas mías, a quien amo más que nunca. Gracias a mi querido Jorge por su solicitud tan conmovedora por su pequeña hermana carmelita. No lo olvidaré nunca.

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267 A su madre – (después del 19) de abril de 1906

“¡Dios es amor!” (I Jn 4, 16).

Querida madrecita:

Tu enfermita quiere enviarte una palabrita de su corazón, de ese corazón tan lleno de amor para con su madre y que le está tan cercano. Sé que estás enferma y mi buena Madre de aquí, que está continuamente a la cabecera de su hijita, me tiene al corriente de tu querida salud. No puedes imaginarte los cuidados que ella me prodiga, con la ternura y delicadeza que encierra el corazón de una madre. ¡Si supieras lo feliz que soy en la soledad de mi pequeña enfermería! Mi Maestro está allí conmigo y vivimos noche y día en un dulce diálogo. Aprecio todavía más mi dicha de ser carmelita y pido al Señor por la madrecita que me ha entregado a El. Desde esta enfermedad me he acercado más al cielo. Un día te diré todo esto. ¡Oh, madrecita, preparemos nuestra eternidad! Vivamos con El, porque sólo El puede seguirnos y ayudarnos en este gran paso. El es un Dios de amor. Nosotros no sabemos comprender hasta qué punto nos ama, sobre todo cuando nos prueba.

Te cubro de besos, mamá tan buena y tan querida, así como a mi Guita y a los angelitos.

Sabel

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268 A la señora de Sourdon – hacia fin de abril (el 27?) de 1906

Qué rodeada me siento de su afecto maternal, querida señora, durante estos días, de los que guardaré un recuerdo inefable, pues me han acercado a Dios, al mundo invisible Me parece que salgo de un bello sueño, muy luminoso. Pero San Pablo me dice que estos esplendores, estas riquezas divinas que he creído ir a contemplar en la claridad de Dios, los poseo en sustancia en mi alma por la fe. Querida señora, el Señor me ha hecho comprender con su luz el gran tesoro que es el sufrimiento, y nosotros no comprenderemos nunca hasta dónde nos ama cuando nos prueba; la cruz es una prenda de su amor. En medio de mis dolores ¡cuánto pienso en su gran intención!; me preocupa muchísimo, y si hubiera ido con el Señor ¡qué buen abogado habría tenido! No lo dude. Estoy llena de esperanza. Estoy mejor, aunque me siento todavía muy débil. ¡Si usted supiese qué Madre tengo a mi lado! Una verdadera madre; su corazón encierra las ternuras y las delicadezas que sólo conocen los corazones maternos. En cuanto a mis enfermeras, rivalizan en la caridad. ¡Qué Carmelo! Quisiera que lo viviese.

Muchas gracias, querida señora, por sus bondades para con mi querida mamá, tan admirable; es un descanso para mi corazón. ¡Ah, que El la pague todo esto; El, que es el Amor infinito! Pienso verla de nuevo aquí en la tierra.

De todos modos, si voy a El seré su pequeña protectora, y la amaré siempre como a una madre.

H. I. d. la Trinidad

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269 A su hermana – hacia fin de abril de 1906

“Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, les amó hasta el fin” (Jn 13, 1).

Querida hermanita:

No sé si ha llegado la hora de pasar de este mundo a mi Padre, pues voy mejor y la santita de Beaune parece querer curarme. Pero, ya ves, a veces me parece que el Aguila divina quiere arrojarse sobre su pequeña presa para llevarla adonde El está: a la luz deslumbrante. ¡Tú has sabido siempre olvidarte de ti por la felicidad de tu Sabel! Estoy segura que si me muero sabrás gozarte de mi primer encuentro con la Belleza divina. Cuando caiga el velo, con qué felicidad me introduciré hasta el secreto de su Rostro, y es allí donde pasaré mi eternidad, en el seno de esa Trinidad que fue ya mi morada desde aquí. ¡Piénsalo, Guita mía! Contemplar en su luz los esplendores del Ser divino, penetrar toda la profundidad de su misterio, estar fundida con el que se ama, cantar sin descanso su gloria y su amor, ser semejante a El, porque se le ve tal cual es (I Jn 3, 2).

Hermanita, sería dichosa de ir allá para ser tu ángel. ¡Qué celosa estaría de la belleza de tu alma, ya tan amada en la tierra! Te dejo mi devoción hacia los Tres, al “Amor” (I Jn 4, 16). Vive con ellos dentro, en el cielo de tu alma. El Padre te cubrirá con su sombra (Mt 17, 5; Lc 1, 35), poniendo como una nube entre ti y las cosas de la tierra para conservarte toda suya. El te comunicará su poder, para que ames con un corazón fuerte como la muerte (Cant. 8, 6). El Verbo imprimirá en tu alma, como en un cristal, la imagen de su propia belleza, para que seas pura con su pureza, luminosa con su luz. El Espíritu Santo te transformará en una lira misteriosa, que en el silencio, con su toque divino, entonará un magnífico canto al Amor. Entonces serás “la alabanza de su gloria”, lo que yo había soñado ser sobre la tierra. Tú me reemplazarás. Yo seré “Laudem gloriae” delante del trono del Cordero; tu “Laudem gloriae” en el centro de tu alma. Hermanita, esto será siempre la unidad entre nosotras. Cree siempre en el Amor (I Jn 4, 16). Si tienes que sufrir, piensa que eres más querida aún, y da gracias siempre. El está tan celoso de la belleza de tu alma… Es a lo único que mira. Enseña a las pequeñas a vivir bajo la mirada del Maestro. Me gustaría que Sabel tuviese mi devoción a los Tres. Yo asistiré a sus primeras comuniones, te ayudaré a prepararlas. Tú pedirás por mí. He ofendido a mi Maestro más de lo que piensas. Pero, sobre todo, dale gracias; un gloria todos los días. Perdóname, te he dado con frecuencia mal ejemplo.

Adiós, ¡cómo te amo, hermanita!… Tal vez vaya pronto a perderme en el Hogar del amor. ¡Qué importa! En el cielo o en la tierra vivamos en el Amor y para glorificar al Amor…

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270 A Francisca de Sourdon – hacia fin de abril de 1906

Dios es Amor Mi querida Francisquita:

¡Qué hermoso sueño acabo de tener! Para ti no tengo secretos, siento que me comprendes y te confieso que me ha costado volver a la tierra. El cielo no habría hecho más que hacer más verdadera todavía la fusión de nuestras almas. Me has dicho con frecuencia que yo era para ti como una madre, y siento, en efecto, que mi corazón encierra para ti ternuras maternales.

Piensa lo que sería si estuviera ya en el gran Hogar de amor… ¡Oh, Francisquita, qué días tan divinos he pasado esperando la gran visión de Dios! Me parecía que el Aguila divina iba a arrojarse sobre mí para llevarme a su claridad deslumbrante, y tú adivinas la alegría de este cara a cara con la Belleza divina. ¡Oh! Si hubiese ido a perderme en ella cómo habría velado por mi Francisquita… Tengo tantas pretensiones sobre tu alma… Ya ves, me viene bien sufrir para atraerte una gracia abundante. Tu carta me ha causado una dicha inmensa. Noto que Dios obra en ti y que te acercas a Dios. Esto es para mí una alegría indecible. Es tan bueno ser suya… En la soledad de mi pequeña enfermería somos tan felices los dos; es un diálogo que dura noche y día. Es delicioso.

Adiós, Francisquita, voy mucho mejor y pienso verte aquí en la tierra.

En todo caso, en el cielo o en la tierra nuestras almas serán siempre UNA.

Sabel

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271 Al canónigo Angles – 9 de mayo de 1906

Al canónigo Angles “En su luz veremos la luz”.

Amo Christum

Querido señor canónigo:

Le envío una cartita que nace de mi corazón, tan agradecido a sus santas oraciones. No sé si ha llegado para mí la hora “de pasar de este mundo al Padre” (Jn 13, 1), pero El me atrae muy fuertemente. A usted, que ha sido siempre mi confidente, le puedo decir todo: la perspectiva de ir a ver a quien amo en su inefable belleza, y abismarme en esa Trinidad que ha sido ya mi cielo en la tierra, llena mi alma de alegría. ¡Oh, cuánto me costará volver a la tierra! ¡Me parece tan ruin al salir de mi hermoso sueño! Sólo en Dios todo es puro, bello y santo. Felizmente ya desde la tierra podemos morar en El. Sin embargo, la felicidad de mi Maestro basta para hacer la mía, y me entrego a El para que haga en mí su voluntad. Ya que usted es su sacerdote, conságreme a El como una pequeña hostia de alabanza que quiere glorificarle en el cielo, o en la tierra en el sufrimiento, cuanto El quiera. Además, si me muero, usted me ayudará a salir del purgatorio. ¡Oh, si supiese cómo siento que en mí está todo manchado, todo es miseria! Tengo necesidad de mi buena Madre para ayudarme a salir de ella. ¡Oh, qué Madre! Para el cuerpo, una verdadera madre; para el alma, la imagen del Dios de la misericordia, de la paz y del amor. Cada mañana viene a hacer su acción de gracias junto a mi pequeña cama. Yo comulgo así en su alma, y el mismo Amor pasa al alma de la Madre y al alma de la hija. Esta mañana se me ha traído la comunión por quinta vez, pues mi Madre me mima cuanto puede. Mamá y Guita son admirables; nunca las he amado tanto. El otro día nuestra Madre me hizo llevar a la reja en un pequeño lecho. Ya puede adivinar la alegría de esta entrevista.

Digo a nuestra Madre, que tanto ruega por mi curación, que me deje marchar y seré en el cielo su ángel. ¡Cómo rogaré también por usted! Me será muy dulce hacer de mi parte algo por mi bueno y querido señor canónigo.

Adiós. ¡Oh, qué dulce es vivir en la espera del Esposo! Ruegue para que yo le dé todo en los sufrimientos donde me pone y que no viva más que de amor.

Bendiga a su hijita para la eternidad.

M. I. de la Trinidad, alabanza de su gloria

Diga a todos que la pequeña carmelita no les olvida, particularmente a María Luisa.

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272 A María Luisa de Sourdon – 10 de mayo de 19061

Mi querida María Luisa:

Me ha parecido que tu espléndido pastel me traía todo tu corazón, y te envío todo el mío para decirte lo que me ha emocionado tu delicada atención.

He gustado tu obra maestra tan apetecible. Estaba delicioso, pero mi miserable estómago no quiere oír, tiene mal carácter. Pero de todos modos le estoy agradecida, porque me da la felicidad de sufrir por amor de mi divino Maestro y también por aquellos que amo. Si supieses lo que pienso en ti en mis sufrimientos y en mi soledad, ahora mayor… Trato tus asuntos con la Santísima Virgen y ella me ha inspirado enviarte una pequeña imagen que llevaba conmigo y llamo mi amuleto. Ella quiere ir a sembrar dicha en mi querida María Luisa. Frecuentemente hablamos de ti con nuestra Reverenda Madre, que me asiste y atiende como una verdadera madre. Ella ruega también por ti y hace pedir a sus hijas. Adiós. Mi Virgencita te dirá lo que sube de mi corazón hacia el tuyo, y si mi Maestro me lleva velaré por ti como sobre una hermanita. Sabel.

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273 A su madre – hacia el 27 de mayo de 1906

“Si alguno me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada en él” (Jn 14, 23).

Mi querida madrecita:

Comienzo mi carta con una declaración. Oh, ya ves, te quería mucho, pero después de nuestra última entrevista se ha doblado el amor. Era tan bueno desahogar el alma en la de la madre y sentirla vibrar al unísono. Ya ves, me parece que mi amor hacia ti no es sólo el de una hija para con la mejor de las madres, sino el de una madre para con su hija. Yo soy la madrecita de tu alma. ¿Te parece bien, verdad? Estamos en retiro para Pentecostés, yo todavía más en mi querido cenáculo. Separada de todo, pido al Espíritu Santo que te revele esa presencia de Dios en ti de que te he hablado. He leído a tu intención libros que tratan de eso, pero prefiero verte antes de dártelos. Tú puedes creer en mi doctrina, porque no es mía. Si lees el Evangelio según San Juan verás que el Maestro insiste a cada momento sobre este mandamiento: “Permaneced en mí y yo en vosotros” (Jn 15, 4), y también ese pensamiento tan hermoso que encabeza mi carta, en el que habla de hacer en nosotros su morada. San Juan en sus cartas desea que tengamos “sociedad” (I Jn 1, 3) con la Santísima Trinidad. Esta palabra es tan dulce, tan sencilla. Basta, dice San Pablo, con creer. Dios es espíritu y a través de la fe nos acercamos a El (Heb. 11, 6). Piensa que tu alma es el templo de Dios. Es también San Pablo quien lo dice (I Cor 3, 16‑17; II Cor 6, 6); en todo instante del día y de la noche las Tres Personas divinas moran en ti. Tú no posees la Santa Humanidad, como cuando comulgas, sino la Divinidad. Esa esencia que los bienaventurados adoran en el cielo está en tu alma. Entonces, cuando se sabe esto, se vive en una intimidad adorable. ¡Nunca más se está sola! Si prefieres pensar que el Señor está cerca de ti mejor que en ti, sigue tu inclinación, con tal que vivas con El. No se te olvide servirte de mi pequeña decena. La he hecho expresamente para ti con mucho amor; ademas espero que hagas tus tres oraciones de cinco minutos en mi pequeño santuario. Piensa que estás con El y trata como con un Ser a quien se ama. Es tan sencillo. No hay necesidad de bellas palabras, sino un derramamiento del corazón.

Te doy gracias por el exquisito pastel que me enviaste. Me ha emocionado mucho. Pero, ya ves, es demasiado fino para mi ruin estómago, que prefiere el humilde queso blanco. Nuestra Madre está siempre junto a mí para los pequeños servicios. Hablamos frecuentemente de ti. Te ama mucho. ¡Oh, qué madre para tu Sabel! Me va a encontrar muy parlanchina, y creo que hay que cortar esta conversación. Adiós, querida mamá. Te reúno con el querido trío para enviaros mis mejores cariños. Di a mi Guita lo muy unida que estoy a ella. No os dejo nunca. Que Sabel ruegue por tata para que se aproveche de las gracias de su enfermedad. Muchos recuerdos a la querida señora de Sourdon; dile que me siento su tercera hija y ruego por sus intenciones sobre su querida María Luisa. Una vez más, adiós. Vivamos con El. ¡Qué poco son la tierra y las cosas de aquí abajo a la luz de la eternidad!

Tu Sabel.

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274 A la Madre Juana del Santísimo Sacramento – 3 de junio de 1906

“Mi vocación es el amor”.

Mi Reverenda y querida Madre:

Pienso que el Maestro le ha dicho ya bajito en el silencio de su alma la emoción de su pequeña esposa por su delicada atención. La apreciada rosa descansa sobre el Corazón del Crucificado. La miro sin cesar. ¡Me dice tantas cosas!… Su Majestad Bombón ha sido muy apreciado por mi mal estómago, tan recalcitrante. Sin duda que al pasar por sus manos maternales ha recibido una virtud especial para confortar a la enfermita. ¡Cómo ha rezado ella, en unión de usted, para lograr una gracia sobreabundante que llegue hasta Turín, sobre un alma muy querida de usted! Nuestra Madre me ha dicho que va usted a entrar en Ejercicios y me alegro de inmolarme al Amor por usted, para que este Dios que San Pablo llama “Fuego consumidor” transforme y divinice todo su ser. Sé también por nuestra Madre que su vocación es el amor, y leyendo a San Juan de la Cruz, el gran doctor del amor, pensaba en usted. El dice que “a Dios no le agrada más que el amor. Nosotros no podemos darle nada ni satisfacer su único deseo, que es realzar la dignidad de nuestra alma. Ahora bien, nada la puede realzar tanto como llegar a ser, en cierto modo, igual a Dios. He aquí por qué El exige de ella el tributo de su amor, siendo propiedad del amor igualar al que ama con el que es amado. El alma en posesión de este amor toma el nombre de esposa del Hijo de Dios y se muestra con El en pie de igualdad, porque su afecto recíproco hace todo común entre el uno y la otra.

El amor establece la unidad”.

Es en esta morada inmutable, mi Reverenda Madre, donde mi alma estará unida a la suya. Pediré al Espíritu Santo, a Aquel que sólo conoce las cosas de Dios, según la palabra del Apóstol, que le haga penetrar las profundidades insondables del Ser divino. Ah, qué feliz sería si quisiese hacer caer el velo para que mi alma se lance a El y contemple su Hermosura en un cara a cara eterno… Mientras tanto vivo en el cielo de la fe, en el centro de mi alma, y procuro hacer la felicidad de mi Maestro, siendo ya en la tierra “la alabanza de su gloria”. Tenga la bondad de pedírselo, y crea en el respetuoso afecto de la pequeña carmelita que le envía todo el agradecimiento de su corazón y le pide que la bendiga como a una de sus hijas.

H. M. I. de la Trinidad.

Tenga la bondad de decir a su pequeña comunidad que su hermanita del Carmelo ruega por ella.

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275 Al canónigo Angles – Principio de junio de 1906

Deus ignis consumens.

Querido señor canónigo:

Se acerca la fiesta de Santa Germana y vengo esta vez a hacerle una visita interesada. Pero usted adivina lo feliz que soy de aprovechar esta ocasión para escribirle, aunque con el alma y corazón estoy con usted muy frecuentemente. Oh, sí, tengo necesidad de su cáliz para festejar a mi Madre. Usted sabe que la gratitud es la ley de mi corazón, y ¡él desborda de ella hacia es Madre tan buena! Me preguntaba en silencio: ¿Quid retribuam? Entonces pensé en usted y tuve la repuesta. Oh, gracias por la felicidad que usted me proporciona.

Desde mi última carta parece que el cielo se aclara de nuevo y usted ha rogado tan bien que estoy siempre cautiva; pero una prisionera feliz, que en el fondo de su alma canta noche y día el amor de su Señor. Es tan bueno…

Se diría que no tiene en otra cosa que pensar más que en mí, en amarme sólo a mí, ¡tanto se da a mi alma!… Pero es para que, a mi vez, me entregue a El por su Iglesia y todos sus intereses, para que cele su honra, como mi Madre Santa Teresa. ¡Oh, pida que su hija sea también Charitatis victima!.

Adiós, querido señor canónigo. Le envío el afecto respetuoso y el agradecimiento de mi corazón, al tiempo que le digo lo feliz que me ha hecho su excelente carta. Tenga la bondad de bendecir a su hijita.

Hna. I. de la Trinidad.

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276 A la señora Hallo – hacia el 7 de junio de 1906

“Sólo Dios basta”.

Mi querida segunda madre:

Con qué alegría le envío a mi querida mamá, que acaba de pasar por tantas emociones. Me alegro pensando en todo el afecto que su corazón va a encontrar con ustedes. Me ha entregado su amable carta y he reconocido el corazón de mi segunda madre de París. Piense cómo haré yo parte de vuestra amable y dulce intimidad. ¡Es tan verdad que no hay distancia para las almas que tienen en Dios su centro! He tenido nuevamente una crisis que parecía quererme llevar, pero sus santas oraciones han hecho violencia al cielo y estoy mucho mejor. Tengo la suerte de que cada mañana me llevan a la reja de la comunión, que está cerca de nuestra celda y vuelvo con mi Maestro a tener mi acción de gracias en mi pequeño lecho. Esta mañana he asistido a la misa en una hamaca. ¡Estoy tan bien cuidada por nuestra Madre!… Mamá le dirá todo esto. Usted verá cómo el sufrimiento ha realizado la obra de Dios en su alma. No dejo de dar gracias a Dios y agradecérselo. ¡Qué misericordia, qué amor el del Maestro para con su pequeña esposa al enviarla esta enfermedad! A veces me digo que obra como si no tuviera a otra que amar. Y usted, usted trabaja siempre para su gloria. Usted sabe que la quiero ayudar. Como hija verdadera de Santa Teresa, deseo ser apóstol para glorificar a Aquel a quien amo, y, como mi Madre Santa Teresa, pienso que El me ha dejado en el mundo para que cele su honor como una verdadera esposa. Adiós. Que El le diga toda la ternura que hay para usted en el corazón de su segunda hija, tan agradecida a todo lo que hace por su pobre mamá.

I. de la Trinidad

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277 A María Luisa Hallo (y a su madre) – hacia el 7 de junio de 1906

Hermana querida:

Vengo a pedirte me concedas la misma alegría que el año pasado haciendo decir en Montmartre una misa por nuestra Madre. Será para mí una inmensa alegría ofrecérsela de tu parte para su fiesta. Voy también a confiarte un proyecto. Sonaba con ofrecer a nuestra Madre para el breviario una estampa simbólica. Tú verás si Carlos la puede hacer, lo dejo en tus manos. Se trataría de representar a la Santísima Trinidad y tres almas con arpas para cantar su gloria. Una de éstas debe ser más hermosa, pues debe representar a nuestra Madre; la otra es una hermanita de mi alma de este Carmelo, y la tercera soy yo. Si pudieras escribir en esta estampa con tu hermosa letra pequeña: “Deus predestinavit nos ut essemus laudem gloriae eius” ¡es decir: Dios nos ha predestinado a ser alabanza de su gloria¡. Soy la que lo he traducido. Carlos podrá corregir mi latín. No te preocupes por esto. Lo dejo en tus manos. Sé que te agradará tomar parte en la pequeña fiesta íntima que preparo a mi Madre, tan buena. ¿Podrías hacerme en cartón dorado un cáliz de dimensiones ordinarias? En mi cama no puedo hacerlo yo. ¡Oh, qué agradecida te estoy, querida hermanita!

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278 A Germana de Gemeaux – (hacia el) 10 de junio de 1906

El Padre es caridad, el Hijo es gracia, el Espíritu es comunicación” (San Pablo).

Gracias por su cariñosa carta, que ha llenado de alegría mi corazón, acercándole aún más íntimamente al suyo. Tengo necesidad de decirle lo mucho que pienso en usted en la soledad aún más rigurosa en que el Señor me ha colocado. Desde fin de marzo estoy en la enfermería, guardando cama, sin tener más oficio que amar. El Domingo de Ramos por la noche tuve una crisis muy grave y creí que había llegado al fin la hora de volar a las regiones infinitas para contemplar sin velos esa Trinidad que fue ya mi morada aquí abajo. En la quietud y silencio de aquella noche recibí la Extremaunción y la visita de mi Maestro. Me parecía que El esperaba ese momento para romper mis ataduras. ¡Oh, hermanita, que días inefables he pasado en espera de la gran visión! Nuestra Reverenda y tan buena Madre estaba continuamente a la cabecera, preparándome al encuentro con el Esposo. En mi ansia por ir a El, me parecía que tardaba mucho en llegar. ¡Qué suave y dulce es la muerte para las almas que no han amado más que a El, que, según el lenguaje de San Pablo, no han buscado las cosas visibles, que son pasajeras, sino las invisibles, que son eternas! (II Cor 4, 8). Me sentía tan feliz muriendo carmelita que me parece que en el cielo habría pedido a la Santísima Trinidad que mi hermanita venga a ocupar mi lugar en este Carmelo. Su querida mamá me perdonará. Ahora que el Señor parece querer dejarme todavía en la tierra, no se inquietará.

Querida Germanita, el consejo que le han dado es muy bueno. Sea fiel a sus propósitos, ejercítese en el camino del sacrificio y de la renuncia, pues para toda vida cristiana esta debe ser la ley principal, y con más razón para un alma que, como la suya, aspira a seguir al Señor muy de cerca, cualesquiera que sean sus designios sobre ella. Viva siempre con El dentro.

Esto supone una gran mortificación, porque para unirse así continuamente a El hay que saber dárselo todo. Cuando un alma es fiel a los menores deseos de su Corazón, Jesús, por su parte, es fiel en guardarla y se establece entre ambos una dulcísima intimidad… Le pido que El sea siempre el Maestro que la instruya en el secreto de su alma. Germanita, esté muy atenta a su voz y recuerde que cuando El toma así lugar en un corazón es para vivir en él “solo y separado”. Usted comprende en qué sentido digo esto. No hablo de la vida religiosa, que es la gran separación del mundo, sino de ese desprendimiento, de esa pureza que pone como un velo sobre todo lo que no es Dios y nos permite adherirnos sin cesar a El por la fe. Que el Padre la cubra con su sombra y que esa sombra sea como una nube que la envuelva y la separe. Que el Verbo imprima en usted su belleza, para mirarse en su alma como en un otro El mismo. Que el Espíritu Santo, que es el Amor, haga de su corazón una pequeña hoguera que alegre a las Tres Personas con el ardor de sus llamas. Pero no olvide que el amor, para ser verdadero, tiene que ser sacrificio: “El me ha amado y se ha entregado por mí” (Gal 2, 20). He ahí el fin de amor. Para probar a Jesús lo mucho que le ama, sepa olvidarse siempre para hacer la felicidad de sus seres queridos y sea siempre fiel a todos sus deberes, a sus propósitos. Viva más de la voluntad que de la imaginación. Si siente su debilidad, mi querida Germanita, el Señor quiere que la aproveche para hacer actos de voluntad, que le ofrecerá como otros tantos actos de amor, que llegarán hasta su Corazón para conmoverle deliciosamente. La ama tanto, hermanita; la quiere para El, cualquiera que sea el camino que deba seguir en la tierra. ¡Oh!, ¿no es verdad que nuestra alma tiene necesidad de sacar fuerza de la plegaria, sobre todo en la oración, en el diálogo íntimo, donde toda el alma se derrama en Dios y Dios se derrama en ella para transformarla en El mismo? Esta es mi única ocupación en mi celdilla, que es un verdadero paraíso. ¡Qué lástima que no pueda venir a hacerme una pequeña visita! Pero en el Corazón de Jesús, en la Santa Trinidad, nuestras almas se encuentran y no son más que una.

Abrace por mí a su querida mamá, que es un poco la mía, ya que usted es mi hermanita, como también Ivonne, a quien también abrazo con mucho afecto.

Me acuerdo mucho de Alberto y me gustaría saber el resultado de sus exámenes. ¿Cómo está el señor de Gemeaux? Dígale que le guardo un recuerdo fiel. Me gusta recordar nuestras felices reuniones en Gemeaux. Adiós, mi querida Germanita. “Que su vida esté escondida en El con Jesucristo” (Col 3, 3). La regalo esa sentencia de San Pablo que tanto dice a mi alma. Soy su hermana para la eternidad.

I. de la Trinidad.

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279 A la hermana María de la Trinidad – )10 de junio de 1906?

Mi querida madrecita:

Por mi culpa no tuviste noticias mías. Nuestra Madre me dijo ayer que te escribiese y no lo entendí. Pero pienso que sabías por Guita que puedes estar muy tranquila respecto a mí y aprovechar plenamente tu estancia con tan buenos amigos. Di a mi otra madrecita que la agradezco su carta, sus atenciones para conmigo y contigo, pues te amo más que a mí misma y todas sus atenciones para contigo me llegan a lo profundo del corazón. ¡Qué alegría saber que estás con ella, con mi hermanita y el buen Carlos! Yo estoy también con vosotros, y no creo que lo pongáis en duda, pues ese dulce hogar ¿no era en otro tiempo también el mío? ¡Me sentía hija de la casa! Creo que el alma de tu carmelita asiste contigo al triunfo en honor de nuestras beatas mártires. ¡Oh, qué dicha si tu hija pudiera dar también a su Dios el testimonio de su sangre! Esto merecería su sueño del cielo. Pero el cielo, en verdad, ella le ha encontrado en la tierra. Esta mañana se lo decía a nuestra Madre. Oh, ya ves, hay un dicho de San Pablo que es como un resumen de mi vida y se podría escribir sobre cada uno de sus instantes:

“Propter nimiam charitatem.” Sí, todas estas oleadas de gracias son “porque El me ha amado” (Ef 2, 4). Mamá querida, amémosle, vivamos con El como con un ser amado del que no podemos separarnos. Ya me dirás si progresas en el camino del recogimiento en la presencia de Dios y si corres con fidelidad los granos de la decena. Ya sabes que soy la madrecita de tu alma; por eso estoy llena de solicitud por ella. Recuerda estas palabras del Evangelio:

“El reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc 17, 21). Entra en ese pequeño reino para adorar al Soberano que en él reside como en su propio palacio. Te ama tanto… Te ha dado tantas muestras pidiéndote frecuentemente en el camino de tu vida ayuda para llevar su cruz. Margarita debe venir hoy. Me alegro, pues creo que me enseñará lo que le has enviado.

Me gustaría tener noticias tuyas a través de ella y pensar que ella te las dará también. Estáte tranquila. Ya sabes la Madre que tengo a mi lado y cuán bien me cuida. Me hace comer delante de ella para ayudarme a comer más.

Estos días no ha podido hacerme llevar a la terraza, a causa del demasiado viento, que me hubiera molestado demasiado. Lo sentía, porque la gusta que tome el aire libre y también al médico.

Adiós, mamá querida. Junto al pequeño grupo de la calle Vavin para enviarle lo mejor que hay en mi corazón. Dales gracias de mi parte por lo que hacen contigo.

Hna. M. I. de la Trinidad.

Recuerdos a Margarita. Ruego por ella.

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280 A su madre – 12 de junio de 1906

A la hermana Marta de Jesús [¿Primavera de 1906?] Madrecita querida:

Usted llena tan bien los platos de su hija que no tiene necesidad de mandarle queso después de la misa. Le sobra bastante de por la noche y está todavía frío. Lo prefiero así, ya le diré por qué. Ruego por usted, madrecita, y mi Maestro me encarga decirle que viva muy cerca de El, mejor en El. Entonces las actividades exteriores, los ruidos de dentro no serán obstáculo. Es el Señor quien la librará. Mírele, ámele, madrecita querida.

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281 A la hermana Marta de Jesús – ¿primavera de 1906?

¡Si supieras el don de Dios y quién es el que te crucifica! ¡Es el AMOR!

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282 A la hermana Marta de Jesús – ¿primavera de 1906?

Querida madrecita:

¡Qué contento está el Esposo viendo que una mano maternal había preparado todo blanco y limpio el pequeño lecho de la esposa! A su vez El quiere hacerla toda pura y hermosa con su toque divino, en un abrazo adorable. Madrecita, mírele: “El que le mira resplandece”, dice el salmista.

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283 A la hermana Marta de Jesús – a partir del 15 de junio de 1906

Las riquezas de nuestra pobreza.

De su plenitud hemos recibido todo (Jn 1, 16)

PROPTER NIMIAM CHARITATEM (Ef 2, 4),

Movido por su inmenso amor hacia nuestra venerada Madre, el Maestro adorado ha hecho penetrar a sus dos alabanzas de gloria en sus profundidades para hacerlas sus cómplices y enriquecerlas con gracias inefables. Desde este día no cesan de orar y sumergirse en el cielo de su alma, para ser fieles a la misión que les ha sido confiada.

FLORES MISTICAS

recogidas con el Esposo en su jardín cerrado, por sus dos “Laudem gloriae” para su Madre tan querida.

TREINTA Y TRES COMUNIONES

en las que hemos pedido al Maestro llenar por la plenitud de su vida los vacíos que pudieran encontrarse en los años de nuestra venerada Madre, y también para que El la encierre cada vez más profundamente en la “santa fortaleza del santo recogimiento”, donde su amor desea sepultarla para llenarla de sus riquezas infinitas.

PARA ESTA MISMA INTENCION

nuestra Madre nos ha rogado ofrecer todas las misas que se celebran cada día, juntamente con todos los actos de voluntad (como actos de amor) por los que entramos en la santa fortaleza.

TAMBIEN CADA DIA

la Hora de Prima, para que la Santísima Trinidad llene cada vez más el cielo de nuestra Madre amada, donde tanto nos gusta adorarlo.

SETENTA Y DOS MAGNIFICAT

a la Santísima Virgen, la más bella Alabanza de gloria del Señor y también la que penetró más profundamente en la santa fortaleza del santo recogimiento.

TODO ESTO

depositado en el fondo del cáliz en que la Sangre del Cordero será ofrecida cuatro veces el día de Santa Germana por nuestra Pastora y nuestra Reina.

Y ahora ¿qué pagarán al Señor sus dos alabanzas de gloria por el don que les ha hecho de una Madre tan buena, que ha consentido con gusto en no ser más que una con ellas a imagen del

DIOS, TRINO Y UNO?

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284 A la Madre Germana – 15 de junio de 1906

Mi querida madrecita:

¡Qué contenta estoy de que tu estancia se prolongue!… Me conforta saber que estás junto a la querida señora Hallo. Tu cariñosa carta y las excelentes noticias de tu salud me han llenado de gozo. Vi a Guita el martes con las pequeñas. Dos auténticos amores. Mi amable enfermera las ha visto al venir a abrir la reja, lo que ha sido para ella una verdadera alegría, pues tiene un corazón muy sensible y la interesa todo lo que se refiere a mí.

Sabel estaba tan simpática arrodillándose para hacer su oración. ¡Son tan puros estos angelitos! Creo que la mirada del Maestro debe posarse en ellos con gusto, y su esposa hace lo mismo.

Nuestra Reverenda Madre se ha emocionado con tu carta. La medalla le ha gustado mucho, me ha dicho que era demasiado bonita. Esta buena Madre está muy emocionada por estas afectuosas atenciones y ¡te quiere tanto! Le he ofrecido tu recuerdo con mucho gusto… Ayer por la noche fue mi fiesta íntima. Se la voy a contar a mi otra mamá, que había hecho bien el gasto; ella te lo contará. Estabais junto a nosotras. Creo que habréis notado todo el agradecimiento de las dos hermanitas, tan felices festejando a una Madre a quien no se podrá amar demasiado. He aquí que ha comenzado la solemne octava de la fiesta del Corpus. Este año hemos tenido el Santísimo Sacramento en la capilla. Me gustaba tanto pasar allí las horas y los días enteros… Pero me gusta más la voluntad de mi Maestro adorado y para mí no hay sacrificios. Si no puedo ir a El, es El quien viene a mí, para abrazar mi alma con la ternura de una madre. Tu hija es verdaderamente una creatura feliz, una niña mimada por el Señor. ¡Cómo piensa junto a él en su madrecita, a quien cada vez ama más! No estarías contenta si no te hablase de mi salud. Puedes estar tranquila sobre este particular. Me sigo alimentando con queso blanco y pan de Brujas. Tomando así, a cada hora, mi estómago se fatiga menos. Guita me envía siempre el helado y chupo sus chocolates. Es mi Maestro el que me da todas estas golosinas, por eso no tengo escrúpulos. Estos días el tiempo no me ha permitido ir a la terraza y no he abandonado mi pequeño santuario, si no ha sido para ir a cantar a nuestra Madre el jueves por la noche en el capítulo, que está cerca de la enfermería. Me llevaron en la hamaca durante unos instantes. Era la primera vez que veía a mi querida comunidad después de tres meses. ¡Si supieses lo contentas que estaban mis hermanas y cómo me rodeaban!… Es conmovedor ver cómo nos amamos en el convento. Adiós. Termino, pues nuestra Madre va a venir a buscar mi carta. Te abrazo como te amo. Tu feliz carmelita

Sabel.

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285 A su madre – 16 de junio de 1906

Mi querida madrecita y mi hermanita:

¿Cómo agradecerles la inmensa alegría que han ofrecido al corazón de la enfermita? No sé cómo expresarles mi gratitud por todas sus bondades, y veo que sólo mi Maestro puede pagar mis deudas. Gracias a vuestro envío mi fiestecita resultó completa. El hermoso cáliz, que superaba todas mis esperanzas, llegó perfectamente. Le recibí ayer por la mañana con las lindas cintas de estola. Me emocionó. Sentía que todo su corazón estaba en este paquete. Por la noche, en nuestra celdilla, presente nuestra Madre y sus dos Benjaminas, tuvo lugar su fiesta íntima. Mi querida hermanita, que es un verdadero serafín, les pagará ante el Señor la alegría que le habéis dado.

Ella había distribuido sobre una mesilla con flores toda una exposición. Su hermoso cáliz estaba en el lugar de honor con la bella estampa de la Santísima Trinidad, por la que tengo que darles un sentido gracias. Las cintas flotaban a cada lado. La medalla de mamá y un pequeño regalo de Guita también estaban allí. Además, algunas labores de mano. Finalmente, ramilletes místicos, de los que vuestra misa era la más bella flor. Eramos tan felices festejando a nuestra Madre tan buena… Me encarga de expresaros todo su agradecimiento. Adiós. Les dejo, pues mi mano está muy perezosa; no así mi corazón, que está junto a ustedes, olvidando la distancia que hay entre París y Dijon. Gracias una vez más. Reúno a vuestro querido trío para enviarle todo mi corazón. Su hija y hermana.

M. I. de la Trinidad.

Gracias por sus atenciones con mi querida mamá.

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286 A la señora y a María Luisa Hallo – 16 de junio de 1906

Mi querida madrecita:

Nuestra Madre, que comprende tan bien tu corazón materno, acaba de decirme que te escriba, y lamentaba que no hayas tenido ayer noticias. Pero ya sabes el proverbio: “Las malas noticias llegan las primeras.” Hoy soy yo quien vengo a decir a mi querida mamá que su enfermita continúa mejorando.

Tiene más fuerza para sentarse en la cama, y su cabeza está muy asentada.

Pero las piernas no la quieren sostener. Si no fuera por esto, podría valerse para hacer algunos pequeños servicios, que sus enfermeras se apresuran a hacerle con tanta caridad y afecto. Esta mañana nuestra Madre me ha concedido la gran alegría de asistir a la misa desde la tribunilla y estar una hora larga después con el Santísimo Sacramento. Estaba colocada en la hamaca y estaba allí precisamente a la altura y enfrente del Santísimo Sacramento, como una reina a la derecha de su Esposo. He usado de todos mis derechos sobre su corazón en favor del pequeño grupo de la calle Vavin, para que derrame sobre él con abundancia las mayores riquezas de su gracia.

Ayer pasé hora y media en la terraza por la mañana, y lo mismo por la tarde. Como tiene ventanas que dan al coro, he oído cantar la Exposición.

Nuestra Madre misma había puesto allí la hamaca. Oh, ya ves, es emocionante ver su bondad maternal para con tu pequeña. Le digo a veces que ella me ha impedido marchar al cielo. Tu cariñosa carta me ha interesado mucho. ¡Qué hermosa debió ser la ceremonia de nuestras Beatas y cómo debiste dar gracias al Señor, que me ha traído a esta montaña del Carmelo, a esta Orden ilustrada con tantos santos y mártires! ¡Oh, qué feliz sería si mi Maestro quisiese que también yo derrame mi sangre por El! Pero lo que sobre todo le pido es ese martirio de amor que ha consumido a mi santa Madre Teresa, a quien la Iglesia proclama “Víctima de caridad”; y ya que la Verdad ha dicho que la mayor prueba de amor era dar la vida por quien se ama (Jn 15, 13), le doy la mía. Hace mucho tiempo que es suya para que haga lo que le agrade, y si no soy mártir de sangre, quiero serlo de amor.

Me alegro leyendo el librito de la querida señora Hallo. Dale las gracias por esta nueva golosina, como por todo lo que me ha enviado para nuestra Madre. Eso me causó un inmenso gozo. No esperaba un cáliz tan bonito y su buen Ángel ha contado todos los pasos que yo le he hecho dar. Estoy muy contenta de que tu estancia se prolongue y que tu salud esté tan bien. Es, sin duda, por los cuidados de la señora Hallo. ¡Qué bien has hecho yéndote a reponer con ella de los sobresaltos que yo te he dado!… Vino la señora de Vathaire, diciendo que le habías dado permiso para verme. Me ha extrañado.

Nuestra Madre, que quiere tanto darte gusto, hace una excepción contigo.

Pero es contra nuestras Reglas llevar las hermanas enfermas para recibir visitas como ésa (de la señora de Vathaire). Nuestra Madre ha dicho que a ella le gustaría más hacer esto con la señora de Sourdon, que ha sido tan buena conmigo este verano antes de marchar de Dijon. Por lo demás, yo no habría tenido fuerzas para mantener la conversación con la reja cerrada.

Cuando me confieso apenas si puedo decir mis pecados. No veo a mis hermanas si no es como la otra noche, como te he dicho, lo que, sin embargo, me fatigaría menos. Le escribiré unas letritas a la señora de Vathaire para explicarle esto.

Di a la señora Hallo que pido por su querido turista, para que la Virgen envíe sus ángeles y le protejan; a María Luisa, que el viernes le haré una fiesta solemnemente en el Corazón de Jesús y le doy cita en ese Horno de amor. Adiós, mamá querida. Piensa que El mora en tu alma y quiere que te encierres con El para amarlo y adorarlo. Es allí donde El te llevará todas las ternuras de tu hija querida.

Hna. M. I. de la Trinidad.

Abraza a mi otra mamá y a mi hermana, dales una vez más las gracias por ti y por mí.

¡El viernes no dejes de hacer oración en el tren. Es un sitio oportuno, según recuerdo.)

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287 A su madre – 19 de junio de 1906

Desde el pequeño cielo de mi alma.

Querida pequeña hostia de alabanza:

Como no te vi ayer con mamá, he pedido a “nuestra” amada Madre poder contarte nuestra pequeña fiesta íntima, a la que asistieron mis tres pequeñas hostias. La hermana del Niño Jesús ¡la otra hostia de alabanza que me ha declarado que amaba a Guita tanto como a mí¡ había llevado un hermoso ramillete que hacía de fondo de nuestra exposición. En el medio estaba el querido grupo, y te aseguro que es el que nuestra Madre ha… mirado más entre todos nuestros regalos. El cáliz, que es verdaderamente magnífico, contenía tres pequeñas hostias, que te representaban con los angelitos, y además una por ella y otra por mí. María Luisa había enviado también cintas, como nosotras las poníamos a las estolas en el ropero. Flotaban alrededor.

Tu querido libro, con tu firma, estaba delante. Las dos cosas emocionaron a nuestra Madre, y te estoy muy agradecida por el libro. ¡Cómo has corrido para satisfacer mi deseo! La imagen de la Santísima Trinidad, la medalla y mis pequeños trabajos, llevados a cabo con tanta alegría por mi Madre, que tanto quiero, adornaban lo demás de la mesita. Allí estaba tu carta con nuestros ramilletes espirituales. Ella causó un gran placer a nuestra Madre, que es de hecho tu Madre. Además hemos cantado coplillas, compuestas por mi hermana del Niño Jesús y yo. ¡Estábamos tan felices por poder manifestar en la intimidad nuestro amor por una Madre que nos comunica tanto al Señor! Nuestra Madre ha descubierto un deseo de su hija, al escribir a mamá que le traiga un libro titulado El Admirable, que en efecto lo es. Al abrirle, hallo estas líneas que te mando para alimento de tu alma: “El más santo es el que más ama; el que mira más a Dios y satisface más plenamente las necesidades de su mirada”. ¿No es muy bello, pequeña alabanza de gloria? Y nosotras pensamos también al unísono que es esto lo que nuestro Maestro nos pide… ¡Oh, ya ves, tengo tantos deseos sobre tu alma! O mejor, no tengo más que uno: que ames, que seas toda amor, que no te muevas más que en el amor, que hagas la felicidad del Amor. Que El cave en tu alma su abismo y que estés allí, siempre presente a El: “Al que busca y gusta de Dios en todo, nadie le puede impedir estar solo en medio de una multitud. Las cosas que cambian no le pueden vencer. Tiene ante ellas la mirada simple e inalterable, pues pasa por encima de ellas, mirando a Dios”.

He aquí lo que acabo de leer para ti en mi hermoso libro. Pequeña alabanza de gloria, cantemos juntas nuestro himno al Amor, día y noche.

Digamos con David: “Quiero despertar la aurora”, es decir: Antes de que ella aparezca, yo amo… ¡Es tan sencillo el amar! Es entregarse a todos sus mandatos, como El se entregó a los del Padre. Es morar en El, porque el corazón amante no vive ya en sí, sino en el objeto de su amor. Es sufrir por El, acogiendo con alegría cada sacrificio, cada inmolación, que nos permiten alegrar su corazón. Que El te enseñe la ciencia del amor en tu soledad interior. Yo te guardo en la mía. Me parece que tú estás allí muy cerca de mí, “dentro de mí”, en mi cielo. Es desde allí desde donde te escribo y pido a mi Trinidad una bendición para mis tres queridas y pequeñas hostias de alabanza.

M. I. de la Trinidad, alabanza de su gloria.

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288 A su hermana – 24 de junio de 1906

Estaba impaciente, queridísima señora, por manifestarle mi gratitud por todas sus atenciones para con mi querida madre, a quien usted me ha devuelto con un aspecto magnífico. Ella me ha contado todas sus atenciones y delicadezas y los deliciosos días que ha pasado con usted. Ya puede adivinar el interés con que su segunda hija escuchaba el relato de estas cosas, así como los detalles de su vida, de su apostolado, etc. ¡Qué consuelo para sus almas poderse emplear así por la gloria de Dios, en medio de ese París donde tanto se le ofende! Me han interesado mucho los detalles de la hermosa ceremonia en honor de nuestras bienaventuradas mártires, como también el librito. Gracias también por las Máximas de nuestro Padre San Juan de la Cruz, que hacen las delicias de mi alma. ¡Qué tesoro me ha enviado, y cuán feliz soy de tenerlo para nuestro uso; podré aprovecharme de él en todas mis necesidades! Unión en el sufrimiento. Me parece que esta enfermedad me acerca más a usted, pues, como la suya, me parece un poco misteriosa y yo la llamo la enfermedad del amor, porque es El, ¿no es verdad, madrecita mía?, el que nos trabaja y nos consume. Estoy siempre en mi pequeño lecho, completamente en las manos de mi Maestro, alegre de antemano por todo lo que haga. Sé por mamá lo que ha tenido que caminar para satisfacer mis deseos y le envío todo el agradecimiento de mi corazón, juntándola con mi querida María Luisa para darle cita en su abrazo divino, en el horno de su Corazón.

Su segunda hija,

H. M. I. de la Trinidad.

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289 A la señora Hallo – 25 de junio (o poco después) de 1906

Mi querida Cecilita:

No puedo decirte la emoción que me ha producido tu carta. Me parecía que me traía tu corazón. Ha venido a visitarme en la soledad de la enfermería, donde estoy desde hace tres meses. He estado persuadida de que me iba al cielo. La muerte es tan dulce para una carmelita que su perspectiva sólo me producía alegría. Estaba convencida de que ella no me separaría de los que amo, como las rejas que me ocultan no me han separado. Tú sabes que con el corazón soy tu madrecita y si hubiese ido al cielo, lo sería más todavía. A veces se piensa que en el claustro no se sabe amar, pero es todo lo contrario, y de mi parte te digo que nunca he amado más. Me parece que mi corazón se ha ensanchado, y mi querida Cecilia tiene en él un lugar muy grande, como también su madrecita, de la que me he sentido siempre tan querida. ¡Oh, cuánto pienso en las hermosas vacaciones en Saint Hilaire! No he olvidado nada, incluido el “paso de cuatro” bailado por mi Cecilita. Te escribo desde mi camita, pues no tengo fuerzas para levantarme. Si vieras lo bien cuidada que estoy… Nuestra Reverenda Madre es una verdadera madre para mí. Me llena de atenciones, como una madre colmaría a su hijito. Oh, mi Cecilita, ¡qué feliz soy en mi Carmelo! Después del cielo me parece que no se puede tener más felicidad, y esta felicidad es como un preludio porque su objeto es sólo Dios. Y como en el cielo no se olvida a los que están en la tierra, tu Isabel piensa en los que ella ha dejado y pide por ellos. Te abrazo, y también, a tu madrecita y a tu abuela. Recuerdos a tu buen padre.

Me gusta mucho su gran corazón. Recuerdos también a Antonio. Tu madrecita.

Hna. Isabel de la Trinidad.

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290 A Cecilia Lignon – fin de junio de 1906

“Sólo Dios basta”.

[Fin de junio de 1906] Hace mucho tiempo que no la veo, mi Luisita, y no sé si la veré de nuevo en la tierra. Por eso he pedido permiso a nuestra Madre para escribirla esta cartita desde mi camita, donde el Señor se complace en retenerme desde hace tres meses. No sé si me llevará pronto a su cielo, al que mucho deseo. Pero antes de morir quería decirle que tanto en el cielo como en la tierra, y con mayor razón, la miraré siempre como a mi hijita. Pido a nuestro Señor que sea El mismo su Maestro, su Amigo, su Confidente, su Fortaleza. Que haga de su alma un pequeño cielo adonde pueda descansar con alegría. Quite de ella todo lo que pueda disgustar a su mirada divina. El ama los corazones valientes y generosos, y decía a una de sus santas: “Tu medida será mi medida”. Hágale, pues, una medida muy ancha. Desea tanto llenar a su Luisita… Y además, recuerde que el amor debe llevar al sacrificio. San Pablo nos lo dice hablando del Maestro: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20). ¡Que su santa voluntad sea la espada que la inmole a cada instante! Vaya a aprender esta ciencia junto a Jesús en el jardín de la agonía, cuando su alma triturada gritaba: “Que se haga vuestra voluntad y no la mía” (Mc 14, 36). Mi Luisita, viva con El donde esté y en cualquier cosa que haga. El no la deja jamás. Permanezca, pues, sin cesar con El. Entre en el interior de su alma; allí le encontrará siempre con deseo de hacerla bien. Adiós, hijita mía. ¿Quiere ayudarme a darle gracias? El ha hecho realidad todos mis deseos, y espero que iré muy pronto a verle en su luz, en su belleza, para cantar con el cortejo virginal el cántico del Cordero (Ap 14, 4, y 15, 3).

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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291 A Luisa Demoulin – fin de junio de 1906

«Sólo Dios basta»

Hace mucho tiempo que no la veo, mi Luisita, y no sé si la veré de nuevo en la tierra. Por eso he pedido permiso a nuestra Madre para escribirla esta cartita desde mi camita, donde el Señor se complace en retenerme desde hace tres meses. No sé si me llevará pronto a su cielo, al que mucho deseo. Pero antes de morir quería decirle que tanto en el cielo como en la tierra, y con mayor razón, la miraré siempre como a mi hijita. Pido a nuestro Señor que sea El mismo su Maestro, su Amigo, su Confidente, su Fortaleza. Que haga de su alma un pequeño cielo adonde pueda descansar con alegría. Quite de ella todo lo que pueda disgustar a su mirada divina. El ama los corazones valientes y generosos, y decía a una de sus santas: «Tu medida será mi medida». Hágale, pues, una medida muy ancha. Desea tanto llenar a su Luisita… Y además, recuerde que el amor debe llevar al sacrificio. San Pablo nos lo dice hablando del Maestro: «Me amó y se entregó por mí» (Gal. 2, 20). (Que su santa voluntad sea la espada que la inmole a cada instante!

Vaya a aprender esta ciencia junto a Jesús en el jardín de la agonía, cuando su alma triturada gritaba: «Que se haga vuestra voluntad y no la mía» (Mc 14, 36). Mi Luisita, viva con El donde esté y en cualquier cosa que haga. El no la deja jamás. Permanezca, pues, sin cesar con El. Entre en el interior de su alma; allí le encontrará siempre con deseo de hacerla bien. Adiós, hijita mía. ¿Quiere ayudarme a darle gracias? El ha hecho realidad todos mis deseos, y espero que iré muy pronto a verle en su luz, en su belleza, para cantar con el cortejo virginal el cántico del Cordero (Ap. 14, 4, y 15, 3).

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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292 A su hermana – principios de julio de 1906

Querida hermanita:

Estoy muy apurada, porque es la hora de la oración y nuestra Madre vendrá a por la carta; pero quiero que tengas una palabrita de mi corazón.

Espero me escribas algo sobre tu alma, ¿no es así, mi pequeña? Estoy leyendo cosas magníficas en el libro de mamá (díselo). Habla continuamente de ese “abismo” interior donde debemos sumergirnos y perdernos, ese abismo de amor que tenemos en nosotros y en el que nos aguarda la bienaventuranza, si somos fieles para entrar en él. Hermanita, unión en ese movimiento tan sencillo, en esa bajada a nuestro abismo interior. Nuestra Madre se pregunta si te sería posible, Guitita, mandar que nos traigan el Niño Jesús de Praga para el 16 de julio. Nosotras volvemos a poner las estatuas en la capilla. Monseñor vendrá sin duda a la Exposición y te agradecería mucho si pudieras hacer que nos manden el Niño Jesús. Incluso nuestras hermanas podrían ir a buscarlo, si no encontrases a nadie que lo haga. Gracias por adelantado. Adiós, hermanita. ¡Qué feliz eres atendiendo a nuestra querida mamá! Esto entre las dos, ¿verdad? A ti y a los angelitos os envío todo mi amor, pasando por el de los Tres, el mar inmenso; que él os sumerja.

Sabel, Laudem gloriae

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293 A Clemencia Blanc – (hacia principios de) julio de 1906

“Mi vocación es el amor”.

Mi queridito Tobías

Mi corazón de Angel ha sido conmovido deliciosamente por su amable carta. Me agrada mucho que sienta hasta qué punto es verdad que no la abandono. Me parece que mi oración y mis sufrimientos son las alas con las que la cubro para “guardarla en todos sus caminos”. Si supiera con qué alegría soportaría los más crueles dolores para obtenerla siempre mayor felicidad y más amor… Usted es la niña querida de mi alma y yo quiero ayudarla, ser su Angel invisible, pero siempre presente, para socorrerla.

Sí, hermanita, creo que es el amor el que no nos permite detenernos mucho tiempo en la tierra. Por lo demás, San Juan de la Cruz lo dice expresamente.

El tiene un capítulo admirable donde describe la muerte de las almas víctimas del amor, los últimos ímpetus que él hace en ellas. Además, todos los ríos del alma van a perderse en el Océano del amor divino, parecidos ya a los mares por su inmensidad. Hermanita: San Pablo dice que “nuestro Dios es un Fuego consumidor” (Heb. 12, 29; Dt. 4, 24). Si permanecemos siempre unidos a El con una mirada de fe sencilla y amorosa; si, como nuestro Maestro adorado, podemos decir en la tarde de cada jornada: “Porque amo a mi Padre, hago todo lo que le agrada” (Jn 8, 29), El sabrá bien consumirnos y como dos pequeñas llamitas iremos a perdernos en el inmenso Fuego para arder a nuestro gusto durante la eternidad. Me dice que pida una señal al Señor para saber si nos volveremos a ver y si usted volverá a tomar su lugar junto a vuestro Angelito. Pero, no obstante mi deseo de darle gusto, no puedo hacerlo. No es ése mi estilo, me parece que sería salir del abandono. Lo que puedo decirle, hermana querida, es que usted es amada, muy amada por nuestro Maestro y que El os quiere suya. Tiene para con su alma celos divinos, celos de Esposo. Guárdele en su corazón, “solo y separado”; que el amor sea su claustro. Usted le llevará a todas partes y así encontrará la soledad incluso entre la muchedumbre. He leído que “el más santo es el que más ama, el que mira más hacia Dios y satisface con más plenitud las necesidades de su mirada”. Que éste sea nuestro programa. Adiós, hermana tan querida. Todo me habla de mi partida a la casa del Padre. Si supiese con qué alegría serena aguardo el cara a cara… En el seno de la luz deslumbradora estaré siempre inclinada hacia mi hija querida para guardarla para su Maestro como un hermoso lirio, para que pueda cogerle con gusto para su jardín virginal y posar su mirada consumidora sobre esta flor cultivada por El con tanto amor. En El la abraza su Angelito.

Hna. I. de la Trinidad

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294 Al canónigo Angles – 8 o 9 de julio de 1906

“Deus ignis consummens”.

Supongo que el Maestro le habrá llevado todos los mensajes de su pequeña esposa y que conoce ya toda la gratitud que querría expresarle hoy. Usted adivina con qué alegría he ofrecido su ramillete divino a mi Madre tan amada, la cual me encarga manifestarle todo su reconocimiento. ¡Gracias por la felicidad que ha causado a mi corazón! Su cariñosa carta me ha producido un gozo grandísimo. ¡Oh, cuánto aprecio el pensamiento de San Pablo que me ha enviado! Me parece que se realiza en mí, tendida en esta camita, que es el altar donde me inmolo al Amor. Oh, pida que el parecido con la Imagen adorada sea cada vez mayor: “Configuratus morti eius”. Esto es lo que me persigue sin cesar, lo que da fuerza a mi alma en el dolor. Si usted supiese la obra de destrucción que siento en todo mi ser. Es el camino del Calvario que se ha comenzado y estoy muy contenta de caminar como una esposa al lado del divino Crucificado. El 18 cumpliré veintiséis años. No sé si este año se acabará en el tiempo o en la eternidad. Le pido, como un hijo a su padre, que tenga la bondad de consagrarme en la santa Misa como una hostia de alabanza a la gloria de Dios. ¡Oh, conságreme de tal modo que ya no sea yo, sino El! (Gal 2, 20), y que el Padre, al mirarme, pueda reconocerle. Que “yo sea conforme a su muerte” (Fil. 3, 10), que yo sufra en mí lo que falta a su pasión por su cuerpo, que es la Iglesia (Col 1, 24), y además, báñeme en la Sangre de Cristo para que sea fuerte con su fuerza. Me siento tan pequeña, tan débil… Adiós, querido señor canónigo. Vi a mi querida mamá la semana pasada; la encuentro muy fatigada. Se está echando a perder. El médico ha dicho a Guita que se está quedando muy débil. Le digo todo esto para que lo trate con el Señor. Le pido me bendiga en el nombre de esa Trinidad a la que estoy consagrada particularmente. ¿Quiere consagrarme también a la Santísima Virgen? Es ella, la Inmaculada, quien me ha dado el hábito del Carmelo, y le pido que me vista con ese “vestido fino de lino” con el que la esposa se prepara para ir al banquete de bodas del Cordero (Ap 19, 89). Crea, querido señor, en el respetuoso afecto de la pequeña carmelita que se llamará hija suya tanto en el cielo como en la tierra. Hna.

I. Isabel de la Trinidad.

El 2 de agosto cumpliré cinco años de vida religiosa.

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295 A su madre – 11 de julio de 1906

Querida mamá:

Acabo de leer tu amable carta y respondo inmediatamente. ¡Cuánto me alegro de saber que te asiste Guita en esta crisis! ¡Cuánto quisiera que el Señor me diera todas tus enfermedades!… Pero te amo demasiado y quiero permitirle que te haga partícipe de su cruz. Mi estómago sigue recalcitrante a los alimentos; pero figúrate… comienzo a andar. No lo comprendo, porque no estoy más fuerte que antes, cuando no podía ni sentarme. El otro día, cuando vino nuestra Madre, me sentía muy fatigada y le dije que me moría.

Ella me respondió que en lugar de hablar así haría mucho mejor probando a caminar. ¡Me gusta tanto obedecerla! Cuando estuve sola, hice algunas pruebas, agarrándome al borde de la cama, pero lo pasé muy mal. Rogué a la hermana Teresa del Niño Jesús no que me curase, sino que me diese fuerza en las piernas y pude caminar. Si me vieses curvada sobre mi bastón como una viejecilla, te reirías. Nuestra Madre me lleva del brazo a la terraza. Estoy muy orgullosa de mis idas y venidas. Estoy impaciente por hacerte una exhibición. Te reirás de seguro, pues estoy extravagante, y me alegraba anunciarte esta buena noticia, pensando que te agradaría. No llores a tu Isabel. El Señor te la dejará todavía un poco. Y además, ¿no estará en el cielo inclinada sobre su madre, esta madre tan buena que ella ama cada vez más? ¡Oh, mamá querida! Miremos al cielo, esto tranquiliza el alma. Cuando se piensa que el cielo es la casa del Padre (Jn 12, 4), que allí se nos espera como a hijos muy queridos que retornan a casa después del destierro, y que para conducirnos allí El se hace nuestro compañero de viaje… Vive con El en tu alma, haz actos de reconocimiento en su presencia; ofrécele los sufrimientos que soportas por tu salud: es lo mejor que podemos darle. Si supiéramos apreciar la felicidad del sufrimiento, estaríamos hambrientos de él. Piensa que gracias a él podemos ofrecer algo a Dios. No perdamos ninguno, pon en él toda tu alegría.

Pero, ¡no faltaba más!, cuídate bien para obedecer a tu carmelita. Déjate mimar por nuestra buena Guita, que es tan feliz haciéndolo. No te preocupes. Es una pequeña crisis que atraviesas ahora. Haz caso a tu Sabel, que tanto pide por su madre querida. El aire puro te restablecerá. Tienes que tomar huevos bien frescos en el campo y buena leche para tu pobre estómago. Me alegrará verte de nuevo. Mientras tanto, vivamos siempre juntas con El. Como en otro tiempo, me hubiera gustado esa vida silenciosa que lleváis en vuestro convento. Esa calma, ese reposo y el afecto de Guita te curarán. ¡Pobre dedito de Sabel, debe hacerla sufrir! Quisiera pasar sólo algunos minutos con el hábito de la buena hermana que la cuida. Pero no; quiero ser el Angel de mis pequeñas, y a un ángel no se le toca, pero está allí, y yo también tengo mis alas para cubrirlas: la oración, el sufrimiento. Acabo pronto para que mi carta pueda salir esta noche. Te abrazo con todo mi corazón desbordante de amor hacia ti. No te preocupes de mi salud ni de la tuya. Nuestra Madre te ama como a una hija y te manda todo su corazón. No puedo hablar más de sus atenciones. Son demasiadas. Sabel.

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296 A la señora de Sourdon – 15 de julio de 1906

Muy querida señora:

Puede suponerse cuánto pido por nuestra querida María Luisa durante la solemne novena preparatoria de la fiesta de Nuestra Señora del Monte Carmelo. Por otra parte, desde hace tiempo trato con la Virgen los asuntos de María Luisa, y usted sabe que no se la invoca jamás en vano. Sólo que los pensamientos de Dios son muy profundos y no son nuestros pensamientos (Is. 55, 8). Sepamos aguardar su hora y acrecentemos nuestra fe, si fuese posible, a la altura de su amor. El es Padre, y aun cuando una madre se olvidase, de su hijo, El no nos abandonará jamás (Is. 49, 15). Querida señora, piense que esta gracia comprada por el sufrimiento y en la espera tranquila y confiada será más grande, más profunda, y que todas las oraciones y sacrificios ofrecidos por la querida pequeña le atraen bendiciones muy especiales. La vuelvo a decir lo mucho que ruego por esta intención. ¡Qué contenta estaría de ser algo en la felicidad de María Luisa! Mi salud sigue más o menos lo mismo, pero figúrese, sin recobrar las fuerzas, un hermoso día de la semana pasada comencé a andar. Había sido forzada a pedírselo al Señor y he sido escuchada inmediatamente. Por ejemplo (a usted se lo digo todo), no puedo pedir mi curación y todo parece hablarme de una partida más o menos cercana. Oh, cómo me alegraré de obtener en la mansión del Padre las gracias que mi corazón agradecido hubiera deseado obtenerla aquí en la tierra… Adiós, querida señora. Crea en el afecto de la pequeña carmelita, que se tiene un poco por vuestra tercera hija. Ella la abraza de todo corazón.

Hna. M. I. de la Trinidad.

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297 A la hermana María del Santísimo Sacramento – 16 de julio de 1906

Amo Christum

Toda el alma de vuestra hermanita está unida a la suya en esta vigilia del hermoso día en que va a revestir el hábito de la Virgen del Carmelo.

Aprovecho con gusto esta circunstancia para enviarle una palabrita de mi corazón, tan agradecido por las letritas que me ha escrito. Yo estoy cada vez más separada, más sola con el Solo, y le aseguro que en mi pequeño cielo, entre el Esposo y la esposa, se trata frecuentemente de usted. Todos mis sufrimientos, en una palabra, toda mi jornada de mañana será para usted.

Pido al Maestro que la haga una esposa según su Corazón, una de esas almas como las quería nuestra santa Madre Teresa, que puedan servir a Dios y a su Iglesia, apasionada por su gloria y sus intereses. ¿No es verdad que se está muy bien en el Carmelo? Creo que lo cambiaré muy pronto por el cielo; pero el paso me parece muy sencillo y la espera es muy dulce para la esposa que aspira a ver Aquel a quien ama en su gran luz. Tengo que dejarla, pues estoy muy débil y mi buena Madre me regañaría si estuviera muy parlanchina. ¡Ah, si usted la viera a la cabecera de su hija! Nunca podré decir lo que ella es para mí. Pero usted la conoce. Crea que su hermanita usa de todos sus derechos de esposa sobre el Corazón del Maestro en su favor. Como una reinecita a la derecha del Rey (Sal. 44, 11) suplica continuamente para que El la colme de su plenitud, que la enraíce (Ef 3, 17) en su caridad y la rodee de su fortaleza para subir la austera montaña. Le doy gracias por usted. Me alegro de su dicha, “pues usted es de Cristo y Cristo es de Dios” (I Cor 3, 23). En El la amo y soy su afectuosa hermana.

H. M. I. de la Trinidad.

No estoy en estado de escribir a su buena madre, pero lo haré más adelante. Pídale una bendición para su pequeña Casa de Dios. Mi buena enfermera (Ana de Jesús) me encarga decirle que pide mucho por usted y le guarda un fiel recuerdo.

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298 A su hermana – 16 de julio de 1906

“Mi vocación es el amor”.

Querida hermanita:

Tu carta ha sido una alegría más en mi cielo, donde te guardo siempre conmigo. Hoy te he consagrado a la Santísima Virgen juntamente con tus angelitos. ¡Oh, jamás la he amado tanto! Lloro de alegría al pensar que esta creatura totalmente serena y luminosa es mi Madre, y me alegro de su hermosura como un niño que quiere a su madre. Siento una inclinación muy fuerte hacia ella. La he puesto como Reina y Guardiana de mi cielo y del tuyo, pues hago todo por las dos. Querida hermanita, hay que tachar la palabra “desaliento” de tu diccionario de amor. Cuanto más sientas tu debilidad, tu dificultad en recogerte, cuanto más parezca que se oculta el Maestro, tanto más debes regocijarte, porque entonces tú le das, y ¿no es mejor dar que recibir (He. 20, 35) cuando se ama? Dios dijo a San Pablo: “Te basta mi gracia, pues la fortaleza se perfecciona en la debilidad” (II Cor 12, 9), y el gran santo lo había comprendido tan bien que decía: “Me glorío en mis debilidades, porque cuando soy débil la fuerza de Jesucristo habita en mí” (II Cor 12, 9). ¿Qué importa lo que sintamos? El es el Inmutable, el que no cambia nunca. Te ama hoy, como te amó ayer, como te amará mañana. Incluso si le has ofendido, acuérdate que un abismo llama a otro abismo, y el abismo de tu miseria, Guitita, atrae al abismo de su misericordia. Oh, ya ves, El me hace comprender esto, pero es para las dos. El me atrae también hacia el sufrimiento, hacia el don de sí; me parece que esto es el término del amor. Hermanita, no perdamos ningún sacrificio, ¡hay tantos que recoger en un día!… Bastantes ocasiones tienes tú con las niñitas. Ofréceselo todo al Maestro. ¿No te parece que el sufrimiento une a El con un lazo más fuerte?… Por eso, si El tomase a tu hermana, sería para ser más tuyo. Guita, ayúdame a preparar mi eternidad; me parece que mi vida no será muy larga; tú me amas lo suficiente para alegrarte de que yo vaya a reposar adonde vivo desde hace mucho tiempo. Me gusta hablarte de estas cosas, hermanita, eco de mi alma. Soy egoísta, pues tal vez te haga sufrir, pero me gusta elevarte por encima de lo que muere, al seno del Amor infinito. Este es la patria de las dos hermanitas, es allí donde ellas se encontrarán siempre. Oh, Guita, al escribirte esta noche mi alma se desborda, porque siento el “demasiado gran amor” (Ef 2, 4) de mi Maestro y quisiera hacer pasar mi alma a la tuya, para que creas siempre en El, sobre todo en las horas más dolorosas.

Mis piernecitas mejoran, y me aprovecho para ir a hacer visitas a la tribunilla. ¡Es algo divino! Soy la pequeña reclusa del Señor y cuando vuelvo a entrar en mi celdilla para continuar la conversación iniciada en la tribuna se apodera de mí una alegría divina. Amo mucho estar sola con El solo, y llevo una vida de ermitaña verdaderamente deliciosa. Tú sabes que está lejos de verse libre de impotencias; yo también tengo necesidad de buscar a mi Maestro, que se oculta bien. Pero entonces avivo mi fe, y estoy contenta de no gozar de su presencia para contentarle con mi amor. Por la noche, cuando te despiertes, únete a mí. Quisiera poder invitarte a venir cerca de mí. Es tan misteriosa, tan silenciosa esta pequeña celda con sus paredes blancas, en las que resalta una cruz de madera negra sin Cristo: es la mía, aquella en la que me debo inmolar a cada momento para ser conforme con mi Esposo crucificado. San Pablo decía: “Lo que quiero es conocerle a El, el Cristo, y la comunión en sus sufrimientos y la conformidad con su muerte” (Fil. 3, 10). Esto se entiende de esa muerte mística por la que el alma se aniquila y se olvida tan bien de sí misma que va a morir en Dios para transformarse en El. Hermanita: esto pide sufrimiento, porque hay que destruir todo lo que es nuestro, para poner en su lugar a Dios mismo. Desde hace mucho tiempo pienso en Santa Margarita, y hago la pretensión de festejarte mejor que nadie, porque no te ofrezco nada pasajero, sino divino, eterno: me preparo a tu fiesta con una solemne novena. Digo cada mañana SEXTA por ti ‑es la hora del Verbo‑ para que El se imprima tan bien en ti que seas otra como El. Y además NONA, que es la hora del Padre, para que como a una hija muy amada te posea, que la fuerza de su diestra (Sal. 117, 16) te guíe en todos tus caminos y te oriente siempre más hacia ese abismo donde El mora y quiere sepultarte con El.

Te mando este diario con la pequeña ex carmelita. Escóndele bien para que no lo vea mamá. Te enviaré por ella una estampita. Cuídala bien, como lo haces. Me imagino que no vivirá mucho tiempo. Oh, Guita, haz sus últimos años más dulces, más soleados; ella ha sufrido mucho y es una madre tan buena. Tú eres toda su alegría; dale felicidad por las dos. Tenme al corriente de su salud. Adiós. ¿Qué va a decir nuestra Madre, que me prohíbe fatigarme? Pero contigo no siento más que mi amor. Que los Tres bendigan a mis tres pequeñas hostias y hagan en cada una su cielo, el lugar de su reposo. ¡Oh Abismo, oh amor! He aquí nuestro estribillo en nuestras liras de alabanzas de gloria, y así acabo esta carta. ¡Cuánto me alegro que se vaya curando el dedo de Sabel!

Tu hermana y tu madrecita,

Laudem gloriae

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299 A un novicio carmelita – hacia el 17 de julio de 1906

Doy gracias a Aquel que se ha dignado unirnos tan estrechamente en El y le agradezco el haberle tomado con su diestra (Sal. 17, 36) para conducirle a la montaña del Carmelo, toda iluminada por los rayos del Sol de justicia (Ml. 4, 2). Es allí donde, siguiendo a nuestra santa Madre Teresa y a todos nuestros santos, nuestras dos almas, que el divino Maestro ha consumado en El, deben transformarse en esa alabanza de gloria (Ef 1, 12) de que habla San Pablo.

“Ardo de celo por el Señor de los ejércitos” (I Re. 19, 10) fue la divisa de todos nuestros santos; ella hizo de nuestra Madre Santa Teresa una víctima de caridad, como cantamos en su hermoso Oficio. Me parece que si el Señor me deja todavía en la tierra es para que sea también esa víctima de amor, totalmente celosa de su honor. ¿Quiere pedir para su hermanita la realización de este divino programa? Tiene un gran deseo de llegar a ser santa para glorificar a su Maestro adorado.

Dice San Pablo, cuyas magníficas cartas leo frecuentemente, que “Dios nos ha elegido en El antes de la creación para que seamos inmaculados y santos en su presencia en el amor” (Ef 1, 4). Vivir en la presencia de Dios ¿no es la herencia que San Elías ha legado a los hijos del Carmelo, él que en el ardor de su fe gritaba: “Vive el Señor, en cuya presencia estoy” (I Re. 17, 1)? Si usted quiere, nuestras almas, franqueando el espacio, se encontrarán para cantar al unísono esta gran divisa de nuestro padre. Le pediremos el día de su fiesta el don de la oración, que es la esencia de la vida del Carmelo, ese diálogo que nunca cesa, porque cuando se ama, uno no se pertenece a sí mismo, sino al objeto amado, y se vive más en él que en sí mismo.

Nuestro bienaventurado Padre San Juan de la Cruz ha escrito sobre esto páginas divinas en su Cántico y en Llama de Amor viva. Este querido libro es toda la alegría de mi alma, que encuentra en él un alimento muy sustancial.

Pienso con alegría en que se han abierto para usted las puertas del noviciado y pido a la Reina del Carmelo que le conceda el doble espíritu de nuestra querida y santa Orden: espíritu de oración y espíritu de penitencia, pues para vivir continuamente en contacto con Dios hay que estar totalmente sacrificado e inmolado. Tengamos el apasionamiento de nuestros santos por el sufrimiento, y sobre todo probemos a Dios nuestro amor en la fidelidad a nuestra santa Regla. Tengamos una santa pasión por ella. Si la guardamos, ella nos guardará y hará de nosotros santos, es decir, almas tales como las quería nuestra seráfica Madre, que puedan servir a Dios y a su Iglesia.

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300 A su madre – 18 de julio de 1906

Miércoles

Querida madrecita:

Te espero el sábado a la hora indicada. Iré a recibirte a pie, sin bastón. ¡Cuánto me alegro! Te esperaba hoy, y veo que mi Maestro quiere unir a la madre y a la hija en el sufrimiento, ya que tu querida salud es la causa del retraso de tu visita. Te amo demasiado para entristecerme, pues comprendo mejor que nunca cuánto nos ama Dios cuando nos prueba. ¡Qué descanso para mí saberte cuidada por nuestra querida Guita! Déjate cuidar por ella, obedécela en todo, ¿verdad, querida mamá? La Santísima Virgen no ha hecho el milagro que deseabas. Cuando temes, como lo dices en tu amable y querida carta, que yo sea una víctima destinada al sufrimiento, te suplico no te entristezcas, sería tan hermoso… No me creo digna. Piensa que tengo parte en los sufrimientos de mi Esposo y voy a El con mi pasión para ser redentora con El. San Pablo dice que a los que Dios ha conocido en su presencia los ha predestinado para ser conformes con la imagen de su Hijo (Rom8, 29). Alégrate en tu corazón maternal pensando que Dios me ha predestinado y me ha marcado con el sello de la Cruz de su Cristo.

Mis piernas, por ejemplo, mejoran; puedo caminar sin bastón. Me han dado un vestido de enferma muy ligero y con él hago mis idas y venidas, que consisten en ir a la terraza y a la tribunilla. ¡Qué alegría para mi alma! Ya lo adivinas. Varias veces al día voy a hacer largas visitas a mi Maestro y le doy gracias de haberme devuelto mis piernas para llegar hasta El. Estoy leyendo tu querido libro, que es magnífico. Me has hecho un regalo muy precioso, mamá. Le tengo junto a mí, sobre la mesilla que me hace tan buen servicio. Si vieras lo bien instalada que estoy. Invento cada día algo nuevo, y mi querida Madre se sonríe de mis “apaños”. Como ella me cuida y previene todas mis necesidades, le había dicho que tenía la boca mala. Me ha buscado nuevos bombones para aliviarme, y todo así. Tiene intuiciones de madre. Si supieras cuánto te quiere… Es ella quien me ha dicho que te escriba pronto y puedes pensar que no me he hecho de rogar. Hemos tenido una hermosa fiesta de Nuestra Señora del Carmen. Ya te lo contaré el sábado. Te encargo mi felicitación para Guita. Dirás a la pequeña Sabel que le dé esta pequeña estampa y que la abrace por la tata. Adiós, madre querida. Os junto para abrazaros como os amo. Sé muy prudente, obedece a Guita para darme gusto. Tu hija que te ama más de lo que puede decirte,

M. I. de la Trinidad.

Cumplo hoy veintiséis años.

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301 A su madre – hacia el 26 de julio de 1906

“Dios es Amor” (IJn 4, 16).

Mi madrecita, a quien amo:

¡Qué alegría me produjo tu carta! Esperaba con impaciencia el resultado de la consulta. Había tenido noticias tuyas por Jorge. Se le había llamado para unos asuntos, y después de eso nuestra Madre le hizo subir a la enfermería para verme. Esto era el lunes por la tarde y pudo darme noticias recientes de mi querida mamá. Lo que me ha agradado mucho es ver hasta qué punto tu salud le interesa; habías de ser su madre y no se preocuparía más.

Estaba molesto por no poderte alimentar, y me contenta que hayas podido comer el pollo. Ruego mucho por ti. Déjate cuidar bien por tus hijos, lo hacen con mucho gusto, y tu Sabel te cuida también a su modo. Mira cómo el Señor quiere unirnos mandándonos sufrimientos algo parecidos; es el símbolo de lo que debe pasar en nuestras almas. Oh, madre querida, no puedo decirte hasta qué punto ruego por ti, no ceso. He dicho a mi Maestro que todos mis sufrimientos los ofrecía por ti, pues, ya ves, estoy celosa de la hermosura de tu alma, siento que El la quiere para Sí, y que todas las pruebas por las que te hace pasar te son enviadas para eso. Sí, madrecita, aprovéchate de tu soledad para recogerte con el Señor. Mientras descansa tu cuerpo, piensa que el reposo de tu alma es El, y que como al niño le gusta estar en los brazos de su madre, tú encuentras tu descanso en los brazos de ese Dios que te rodea por todas partes. Nosotros no podemos salir de El, pero, por desgracia, olvidamos a veces su santa presencia y le dejamos solo para ocuparnos en cosas que no son El. Es tan sencilla esta intimidad con Dios…

Esto da descanso más que fatiga ‑como un niño reposa bajo la mirada de la madre‑. Ofrécele todos tus sufrimientos: he aquí una buena manera de unirse a El, y una oración que le es muy agradable. Dirás a la buena hermana María Felipa que tu pequeña carmelita ruega mucho por ella. La amo sin conocerla y le estoy muy agradecida por los cuidados a mi mamá. Es al Maestro a quien ella cuida en ti y Le pido que a su vez El se dé cada vez más a su alma. Me alegro de ver a Guita y me apresuro a acabar para que ella pueda llevarte la carta de tu hijita. Mi salud está igual, pero las piernas están bastante bien. Esta mañana fui a la celda de mi buena Madre sin bastón. Si supieras cuánto piensa y ora por ti. Y si vieras sus atenciones para con la hija de las dos. Ya ves, nunca la amaremos bastante. Adiós, mamá querida, te doy cita bajo la mirada del Maestro. Estemos cerca de El, llevémosle todas nuestras miserias de cuerpo y alma, como los enfermos de otro tiempo que venían a El a través de la Judea. “Una virtud secreta” (Lc 6, 19) saldrá todavía del Maestro, y aun cuando no lo sintamos, creeremos, ¿verdad?, en su acción, que es todo amor. Te quiero y te abrazo como una mamá, la mejor de todas. Cuídate bien.

Sabel.

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302 A su madre – 2 de agosto de 1906

Mi madrecita querida:

Ya adivinas la alegría con que he leído tu amable carta, que me comunicaba mejores noticias sobre tu querida salud. ¡Cómo doy gracias a Dios! Ya ves, hay que escucharme y dejar en mis manos tus cuidados. Con mi Maestro arreglamos muy bien todas las cosas. Yo no te puedo dar noticias mejores; mis piernas se sostienen todavía, pero en cuanto al resto no veo progreso. Y si supieses cuánto me alegra que el Señor me reserve el sufrimiento y no a ti… No puede satisfacerme mejor. Dirás a Guita que su queso era muy bueno, bien espeso y tenía un gustillo que no es el ordinario.

Le darás gracias también por su fino chocolate, que me ayuda a veces a digerir. Te aseguro que hago bien lo que puedo, pero mi estómago no quiere entender. No he visto al doctor Morlot, cosa que ha contrariado a nuestra Madre. Espero al doctor Barbier, pues es su día; si le veo antes, ya le daré tu encargo, estate segura.

Querida mamá, ¿te acuerdas de hace cinco años? Yo sí que me acuerdo y El también… El ha recogido la sangre de tu corazón maternal en un cáliz que pesará mucho en la balanza de su misericordia. Ayer por la noche me acordaba de nuestra última velada, y como no podía dormir me coloqué cerca de mi ventana y estuve allí casi hasta medianoche en oración con mi Maestro. Pasé una velada divina. El cielo estaba tan azul, tan sereno y con un silencio tan grande en el monasterio, y yo repasaba estos cinco años tan llenos de gracias. Oh, madrecita, a quien amo, no te pese la felicidad que me has dado. Sí, gracias a tu “fiat” he podido entrar en la morada santa y, sola con Dios solo, gustar un anticipo de ese cielo que atrae tanto a mi alma.

Esta noche he ofrecido de nuevo el sacrificio que hiciste hace cinco años para que él recaiga en lluvias de bendiciones sobre los QUATRO que más amo.

Mamá querida, vive con El. ¡Ah, querría poder decir a todas las almas qué fuentes de fortaleza, de paz y también de felicidad encontrarían si consintiesen en vivir en esta intimidad! Sólo que ellas no saben esperar. Si Dios no se comunica de una manera sensible, abandonan su santa presencia, y cuando El viene a ellas con todos sus dones, no encuentra a nadie. El alma está fuera con las cosas exteriores, ella no habita en el fondo de sí misma.

Recógete de cuando en cuando, mamá querida, y así estarás cerca de tu Sabel.

He visto a la señora de Sourdon y a Francisca, que me ha traído una provisión de bombones ácidos. Estoy muy contenta de Francisca. Hace dos días que estoy esperando a la señora de Vathaire, que se había anunciado; tal vez esté enferma. La pequeña ex carmelita me ha enviado dos hermosas postales:

la iglesia y vuestra casa. Ha marcado tu habitación y el lugar del jardín donde tú vas. Mira si me dará gusto. Vuestra habitación parece encantadora.

Me alegro de que la señora Guémard viva cerca de vosotras. Dile que pienso frecuentemente en ella y en sus queridas pequeñas. Su hermoso cuadro me ha seguido a la enfermería. Hace bien a mi alma y me gusta mirarlo día y noche.

Adiós, mamá querida. Te reúno con Guita querida y los angelitos para enviaros todo el amor de mi corazón.

I. Trinidad.

Nuestra Madre ha visto a la monja que te cuida y le ha dado noticias mucho mejores. Esto la ha gustado. Hablamos tanto de ti juntas… Ella es siempre una madre para tu Sabel, a quien cuida tan bien. Puedes estar tranquila, te lo aseguro, con esta Madre tan buena. Aprovéchate de tu estancia con Guita. Aquí tenemos diez misas cada mañana. Parece que hay muchos sacerdotes para el Congreso. Puedes adivinar lo feliz que soy de poder ir a mi pequeña tribuna. Tú estás allí conmigo, pues mi mamita querida, mi Guita y yo somos inseparables.

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303 A sor María Felipa – 2 de agosto de 1906

“Mihi vivere Christus est”.

Muy querida hermana:

Una carmelita que no la conoce de vista viene bajo la mirada del Maestro a hacerla una pequeña visita. Sé lo bien que usted cuida a mi querida mamá y esto basta para atraer mi corazón hacia el suyo, ya que el mismo Señor nos ha escogido para ser sus esposas. ¿No es éste un vínculo muy fuerte, un nudo todo divino? Si nunca nos encontramos en la tierra, nos encontraremos un día en la heredad de los santos (Col 1, 12) entre el cortejo de las vírgenes, esa generación pura como la luz, y cantaremos juntas el cántico del Cordero (Ap 14, 4, y 15, 3). Mientras esperamos seguirle a todas partes en el cielo, sigámosle, mi buena hermana, desde aquí y vivamos con el Esposo divino en un diálogo incesante. ¡Oh, qué dulce es ser suya! Hace cinco años que soy prisionera de su amor, y cada día comprendo mejor mi felicidad.

Hermana mía, somos nosotras las que hemos escogido la mejor parte, y creo que podremos pasar nuestra eternidad cantando con David “las misericordias del Señor” (Sal. 88, 1). “El ha amado demasiado” (Ef 2, 4), dice San Pablo, y ¿no ha sido impulsado por este gran amor por lo que nos ha elevado hasta la dignidad de esposas? Con usted, hermana mía, le adoro y soy en El su hermanita.

M. Is. de la Trinidad.

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304 Al Padre Vallée – 2 de agosto de 1906

“Mihi vivere Christus est” (Fil. 1, 21).

Carmelo, 2 de agosto.

Mi Reverendo Padre:

Creo que el año próximo le felicitaré con Santo Domingo en “la heredad de los Santos en la luz” (Col 1, 12). Este año es todavía en el cielo de mi alma, donde me recojo para hacerle una fiesta muy íntima, y necesito decírselo. Necesidad, también, Padre mío, de pedir su oración para que yo sea siempre fiel, para que esté siempre en vela y para que suba mi calvario como esposa del Crucificado. “A los que Dios ha conocido en su presciencia les ha predestinado también para ser conformes con la imagen de su Hijo (Rom8, 29). ¡Oh, cuánto me gusta este pensamiento del gran San Pablo! El da paz a mi alma. Pienso que en su gran amor El me ha conocido, llamado, justificado, y, esperando que me glorifique (Rom8, 30), quiero ser la alabanza incesante de su gloria (Ef 1, 12). Padre mío, pídale por su hijita. ¿Se acuerda? Hace cinco años, un día como hoy, yo llamaba a la puerta del Carmelo y usted estaba allí para bendecir mis primeros pasos en la santa soledad; ahora es a las puertas eternas adonde iremos (Sal. 23, 7), y le pido inclinarse una vez más sobre mi alma para bendecirla en el umbral de la Casa del Padre. Cuando esté en el gran Hogar de amor, en el seno de los Tres, hacia los cuales usted orientó mi alma, no olvidaré lo que usted ha sido para mí, y a mi vez querría dar algo a mi Padre, de quien tanto he recibido. ¿Me atreveré a expresarle un deseo? Me alegraría mucho recibir unas líneas suyas en las que me diga cómo debo realizar el plan divino de ser conforme a la imagen del Crucificado. Adiós, mi Reverendo Padre. Le pido me bendiga en nombre de los Tres y me consagre a ellos como una pequeña hostia de alabanza.

Hna. M. Isabel de la Trinidad.

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305 A su madre – 13‑14 de agosto de 1906

Mi querida madrecita:

Es tu Sabel que viene a echarse en tus brazos para decirte con un prolongado beso: “¡Buena y santa fiesta!” La Santa Virgen se ha encargado de recoger mi ramillete, por eso pienso que va a entrar a saco en los jardines del cielo para satisfacer los deseos de mi corazón de hija que ama mucho a su madre, una madre tan buena “que mejor no puede ser”. Figúrate si mi oración por ti, toda ardiente y confiada, sube al Señor, pues sé que el Señor escucha los deseos de los pequeños, y yo soy su niña. El obra conmigo como una madre llena de ternura. Pido a la Santísima Virgen que te obtenga una mejora continua en tu estado de salud, pues el otro día estabas transformada, y estaba yo tan feliz de verte así, mamá querida. Ya ves, yo querría tomar sobre mí todos tus sufrimientos. Tal es el primer movimiento de mi corazón. Pero me parece que sería egoísta, pues el sufrimiento es algo tan precioso, y entonces lo que quiero es obtenerte la gracia de soportarlo fielmente, sin perder nada, y también la gracia de amarlo y recibir cada sufrimiento como una prueba de amor del Padre que está en los cielos… He leído algo muy hermoso en San Pablo. El desea a los suyos que “el Padre les fortifique en cuanto al hombre interior, para que Jesucristo habite por la fe en sus corazones y que sean enraizados en el amor” (Ef 3, 1617). He aquí mi ramillete para mi madrecita. ¿No te parece fuerte y magnífico? ¡Oh!, que el Maestro te revele su divina presencia. Es tan suave, tan dulce, da tanta fuerza al alma. Creer que Dios nos ama hasta llegar a hacerse nuestro compañero de destierro, el Confidente, el Amigo de todos los momentos…

Pero es necesario que me detenga; el sol se pone y no veo lo que escribo.

Martes por la mañana. Vuelvo contigo, querida mamá, para proseguir nuestra charla. He tenido la visita del doctor Gautrelet, a quien he recibido lo más calurosamente que he podido, para que no lleve una mala impresión del Carmelo. Quiero tanto a mi Carmelo, que quisiera hacer compartir mi simpatía a todos cuantos trato. Estuvo mucho rato, pero no creo que será él quien me resucite. ¿Sabes lo que me ha aconsejado para entonar el estómago? Una buena escudilla de grasa. Pienso que tendrás tantas ganas de tomarla como yo. Lo que he ensayado ha sido tomar algunas cucharadas de más y esto me ha estropeado el estómago, aumentado mis vómitos y el resto.

Por eso vuelvo a tomar mi cucharilla. Es todo lo que puedo.

Nuestra Madre es siempre una mamá para tu Sabel. Creo que te hubieras enternecido si hubieras entrado en nuestra celdilla antes de los maitines y la hubieses visto de rodillas, cerca de mi cama, dando masajes a las piernas de su hija, como una madre que la mece para hacerla dormir, y también como el Señor que lavó los pies de los Apóstoles (Jn 13, 2‑15). No tengas, pues, NINGUNA preocupación por mi salud. Estoy bien cuidada, lo mejor que puede ser, y si el Señor no me cura, es que tal es su voluntad: ver su pequeña hostia en estado de inmolación. Yo estoy tan contenta como El, y para que mi querida mamá cante al unísono debe hacer otro tanto. He recibido una amable carta del canónigo y una bonita postal de Francisquita.

Adiós, madrecita, a quien quiero, te doy cita junto a El; allí, en un mismo abrazo, estrechará a la madre y a la hija sobre su Corazón y su amor se derramará a olas sobre ellas. Encargo y delego en mi pequeña Sabel el ofrecer a la abuela los votos de su carmelita; pero creo, sin embargo, que sólo el Señor puede hacer este mensaje, pues los deseos de mi corazón son infinitos como El. Te abrazo tan fuertemente como te amo. Muchos besos a Guita y a los angelitos.

H. I. de la Trinidad.

Nuestra Madre tiene un pequeño sobrino en Lausana.

Pienso que tu último viaje 8 no te ha fatigado demasiado y que la felicidad del encuentro ha sido mayor. Recuerdos a la señora Guemard y a las pequeñas.

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306 A la Madre María de Jesús – 14 de agosto de 1906

“Deus ignis consumens”.

Mi Reverenda y amada Madre:

Es Laudem gloriae que viene a cantar cerca de su alma en la vigilia de su fiesta. En su lira resuena siempre el himno del silencio. ¿No es el más hermoso de los cánticos, el que se canta en el seno de los Tres?… Madre mía, es en este silencio sagrado de la Santísima Trinidad donde me encierro para poderla felicitar mejor. He tenido hoy la visita de la otra pequeña alabanza de gloria y hemos determinado de común acuerdo unirnos en una misma oración por usted. Nuestra querida Madre, que es también nuestro Pontífice consagrante, ofrecerá a su intención las dos hostias de alabanza en un mismo cáliz. Mi buena Madre, me alegro de encontrarme con usted en mi gran viaje: parto con la Santísima Virgen en la noche de su Asunción para prepararme a la vida eterna. Nuestra Madre me ha hecho mucho bien diciéndome que estos ejercicios iban a ser mi noviciado del cielo y que el 8 de diciembre, si la Santísima Virgen me ve preparada, me revestirá con la vestidura de gloria.

La Bienaventuranza me atrae cada vez más. Entre mi Maestro y yo no se trata de otra cosa, y toda su ocupación es prepararme para la vida eterna. Le pido, por la bondad y afecto materno que siempre me ha testimoniado, que ayude a mi Esposo a enriquecerme con sus gracias. Tengo en mí la imagen del Crucificado por amor, ya que San Pablo, mi querido Santo, dice que en su presciencia Dios nos ha predestinado a esta semejanza y conformidad (Rom8, 29). Mi pequeña enfermera, la última hostia que usted ofreció al Señor en este monasterio, me encarga ofrecerla todos los votos de su corazón. Yo, Madre mía, voy a beber a grandes tragos en las fuentes de la Caridad: para usted, y es allí también donde mi almita encontrará la suya y cantará su cántico de alabanzas, esperando a que el Esposo le diga: “Ven, mi alabanza de gloria, has cantado bastante aquí abajo, entona ahora tu cántico en mis atrios eternos, bajo la irradiación de la claridad de mi Rostro”. Adiós, Madre mía. Pienso frecuentemente en las amables visitas que ha hecho a la enfermita. Ella guarda con ilusión sus dos preciosas estampas y os envía todo su corazón.

Laudem gloriae

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307 A la hermana Inés de Jesús María – 15 de agosto de 1906

“Janua coeli, ora pro nobis.” Laudem gloriae entra esta noche en el noviciado del cielo para prepararse a recibir el hábito de gloria, y se siente movida a encomendarse a su querida hermana Inés. “A los que Dios ha conocido en su presciencia, nos dice San Pablo, Dios les ha predestinado también a ser conformes con la imagen de su Hijo” (Rom8, 29). He aquí lo que voy a hacerme enseñar: la conformidad, la identidad con mi Maestro adorado, el Crucificado por amor.

Entonces podré cumplir mi oficio de alabanza de gloria y cantar ya el Sanctus eterno, esperando ir a entonarlo en los atrios divinos de la Casa del Padre. Hermana mía, miremos a nuestro Maestro y que esta mirada de fe simple y amorosa nos separe de todo y ponga como una nube entre nosotros y las cosas de aquí abajo. Nuestra esencia es demasiado rica para que ninguna criatura la pueda poseer. Guardémosla toda para El, y con David cantemos al Señor con nuestra lira: “Mi fortaleza guardaré para Ti”.

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308 A su madre – 29 de agosto de 1906

“Todos los deseos de Dios sobre nuestras almas son deseos de amor” (P. Vallée).

Mi querida madrecita:

Me ha quedado una deliciosa impresión de las conversaciones del sábado, y podemos estar muy agradecidas a aquella cuyo corazón tan delicado y maternal nos procura estos encuentros, que son, hay que decirlo, verdaderos favores, pues dado mi estado de salud es una real excepción que nuestra buena Madre se alegra de poder hacer contigo. Te ama tanto… Pienso que tus oídos deben zumbar bastante fuerte mientras hablamos de ti, mamá querida.

)No es verdad que hace bien hablar de El, subir por encima de lo que se acaba y pasa, por encima del sufrimiento y de la separación, allí donde todo permanece? Si supieras el consuelo que es para tu Sabel poder hablarte de sus proyectos para la eternidad. No olvides que me has prometido en la elevación de la Santa Misa estar con la Santísima Virgen al pie de la cruz, para ofrecer juntamente al Padre del cielo, “cuyos deseos son deseos de amor”, vuestros hijos…

Mamá querida, alégrate pensando que desde la eternidad nosotros hemos sido conocidos por el Padre, como dice San Pablo, y que quiere encontrar en nosotros la imagen de su Hijo crucificado (Rom8, 29¿. ¡Oh, si supieses lo necesario que es el sufrimiento para que Dios haga su obra en el alma!… El Señor tiene un deseo inmenso de enriquecernos con sus gracias, pero nosotros le ponemos la medida en la proporción en que nos dejamos inmolar por El, inmolar en la alegría, en la acción de gracias, como el Maestro, diciendo con El: “¿No he de beber el cáliz que el Padre me ha dado?” (Jn 18, 11). El Maestro llamaba a la hora de su pasión “su hora” (Jn 12, 27), por la que había venido, a la que El aspiraba con todos sus deseos. Cuando se nos presente un gran sacrificio o también uno pequeño, pensemos inmediatamente que “es nuestra hora”, la hora en que vamos a probar nuestro amor a Aquel que nos ha “amado demasiado” (Ef 2, 4), dice San Pablo. Recoge, pues, todo, madrecita querida, ofrece una hermosa gavilla, no dejando perder el más pequeño sacrificio; en el cielo ellos serán hermosos rubíes que adornarán la hermosísima corona que Dios te prepara. Yo iré a ayudarle a hacer esta diadema y vendré con El el día del gran encuentro para colocarla sobre la frente de mi mamá querida.

Nuestra Madre ha visto a María Luisa de Sourdon, que, de paso por aquí, pedía una visita; pero nuestra Madre ha prometido, en su lugar una carta a Francisquita, pues estas visitas no están en las costumbres y con la reja cerrada yo no puedo ya tenerlas. Lo he experimentado bien con el buen Padre Vergne, que me decía cosas magníficas, pero yo no podía darme a entender, y el buen Padre se despidió, hallándome demasiado fatigada. Me gustaría que le vieras alguna vez; te haría bien. Nuestra Madre tiene mucho cuidado de mí, ella sabe que me fatiga el hablar, y puedo decir que no veo nunca a mis hermanas, las cuales se quejan, en su tierno amor para conmigo, a quien aman como a una verdadera hermana. ¡Oh, qué Carmelo! ¡Cómo reina en él la bella virtud tan recomendada por el Maestro! (Jn 13, 34‑35). Mi estado de salud sigue lo mismo. Es el estómago el que sigue sin poder alimentarse. Nuestra Madre hace comprarme los más finos bombones y me hace tomar los que puedo, diciendo que siempre es lo mismo. Ella no sabe qué hacer por aliviarme, para animarme a tomar algo, y, ya sabes, las madres tienen intuiciones para sus hijos que no tienen los demás. Yo quisiera poder decir con qué delicadeza me prodiga sus cuidados maternales, pero tú ya lo sabes, madrecita querida, ¿no es verdad? Pienso que tú estás tranquila sobre mí, pensando en los cuidados inteligentes y solícitos que todas me prodigan. Sigo haciendo las visitas a mi Maestro en la querida tribuna de la enfermería. Tengo el consuelo de poder ir allí para los ejercicios cuando la comunidad está en el coro, y doy gracias a Dios de haber curado mis piernas. Me pregunto cómo me pueden sostener con lo poco que como. Continúa cuidándote, querida mamá, para que tenga la alegría de ver que vas mejor en tu próxima visita. Adiós. Amémosle de verdad, ofreciéndole todos los sacrificios, grandes o pequeños, que El nos pida y saquemos la fuerza en nuestra unión con El. El alma que vive bajo la mirada de Dios se halla revestida de su fortaleza y es valerosa en el sufrimiento. Te abrazo.

I. de la Trinidad.

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309 A su madre – hacia el 9 de septiembre de 1906

“Cumplo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (San Pablo) (Col 1, 24).

Mi querida madrecita:

Vengo a decirte que te espero el viernes, ya que ese día te conviene y no tenemos expuesto el Santísimo Sacramento. Yo estoy muy agotada, y de aquí al 14 mi voz puede ser que sea un poco más fuerte para poder conversar con mi madre amadísima. Casi me pesa habértelo dicho, porque podrías tal vez inquietarte. Pero yo te lo prohíbo. No hay por qué. Es el Señor quien se complace en inmolar a su pequeña hostia; pero esta misa, que El dice conmigo y de la que su Amor es el sacerdote, puede durar mucho tiempo todavía. La pequeña víctima no encuentra largo el tiempo en la mano de Aquel que la sacrifica y puede decir que, si va por el camino del dolor, permanece todavía más en la ruta de la felicidad, de la verdad, querida mamá, que nada la podrá arrebatar.

“Me alegro, decía San Pablo, de completar en mi carne lo que falta a la pasión de Jesucristo por su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24). ¡Oh, cómo tu corazón de madre debiera estremecerse al pensar que el Maestro se ha dignado escoger a tu hija, fruto de tus entrañas, para asociarla a su gran obra de redención, y que El sufra en ella como una extensión de la pasión.

La esposa es para el Esposo (Jn 3, 29), el mío me ha tomado, quiere que le sea una humanidad complementaria, en la que El pueda sufrir todavía por la gloria de su Padre; para ayudar a las necesidades de su Iglesia. Este pensamiento me hace tanto bien… Mi Madre querida me habla frecuentemente de ello y me dice cosas tan hermosas sobre el sufrimiento… La escucho con los ojos cerrados y olvido que habla ella. Me parece que es mi Maestro, que está junto a mí, y viene a animarme y a enseñarme a llevar su cruz. Esta buena Madre, tan capaz de arrastrar a las demás por las vías de la inmolación, no piensa sino en aliviarme, cosa que le hago observar frecuentemente; pero me dejo tratar como un niñito y el Maestro ha dicho a nuestra Madre Santa Teresa que prefería su obediencia a las penitencias de otra santa. Acepto, pues, los dulces, como bombones y chocolates, cuando mi estómago los tolera, y es lo que menos le hace sufrir estos días. Muchas gracias a Jorge por la caja de leche. Le estoy profundamente agradecida por sus atenciones para con su hermanita. Me gustan mucho mis potajes hechos con esta leche, que no cuaja como la otra. Con todo, confieso que las digestiones son muy dolorosas. Una sola cucharada me causa grandes dolores y, si quiero hacer un esfuerzo, me produce una crisis. ¡Ten cuidado en lo que digas a Jorge sobre mí.¿ Estoy contenta de que en este punto estés tranquila. No te digo más, ya que nos veremos dentro de unos días… Gracias a Guita por su chocolate. Nuestra Madre ha hecho comprarme el de Suchard, pero yo le encuentro más azucarado y más pastoso; prefiero Klauss, que hace menos daño al corazón. Di a Guita que aquel que ella cambió es también muy bueno. Me quema más, porque es más fuerte, pero yo lo alterno. Ya ves que estudio mi estómago y hago lo que puedo para no dejarle morir de hambre, y esto por amor de Dios. Madre querida, todo consiste en la intención. ¡Cómo podemos santificar las cosas más sencillas, transformar las cosas más ordinarias de la vida en actos divinos! Un alma que vive unida a Dios no obra más que sobrenaturalmente, y las acciones más ordinarias en lugar de separarla de El no hacen sino acercarla más. Vivamos así, madrecita, y el Maestro estará contento, y a la tarde de cada día encontrará una gavilla que coger en nuestras almas. Te amo como a la mejor de las madres y vuelvo a decirte que cuides bien tu estómago, déjame a mí todo el sufrimiento y, sobre todo, no te inquietes. Hasta el viernes 14. Preparemos una hermosa fiesta de la Cruz con nuestra generosidad en el sacrificio. Abraza a mi Guita, dile que es mi hija querida. Un beso para los angelitos, a quienes me gustaría ver.

Temes que pase frío. Si me vieses con mis dos chales quedarías convencida. ¿Tienes todavía mi esclavina de los Pirineos? Me haría un buen servicio si la pudieses traer. Si esto no te hace trastorno, querida mamá.

Gracias adelantadas. Te abrazo muy fuerte.

M. I. de la Trinidad.

Recuerdos a la señora Guemard y a las pequeñas. Gracias al abate por su postal; que pida por mí.

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310 A Francisca de Sourdon – hacia el 9 de septiembre de 1906

He aquí que, al fin, Sabel viene a instalarse con su lápiz junto a su Francisquita querida. Digo con su lápiz, pues de corazón a corazón hace tiempo que está hecha la instalación, ¿no es verdad?, y permanecemos las dos unidas. ¡Cuánto me gusta nuestro encuentro de la noche! Es como el preludio de la comunión que se establecerá entre nuestras almas, del cielo a la tierra. Me parece que estoy inclinada sobre ti como una madre sobre su hijo querido. Levanto los ojos, miro a Dios, después bajo los ojos sobre ti y te expongo a los rayos de su Amor. Francisquita, no le hablo de ti, pero me comprende mucho mejor, prefiere mi silencio. Hija mía querida, quisiera ser santa para poder ayudarte desde aquí abajo mientras espero a hacerlo en el cielo. ¡Qué no sufriría por obtenerte las gracias de fortaleza que necesitas! Voy a responder a tus preguntas.

[La continuación de esta carta se halla en el Tratado Espiritual II, “La grandeza de nuestra vocación”.] Me pregunto qué va a pensar nuestra Reverenda Madre si ve este diario; ella no me permite escribir, pues tengo una debilidad extrema, y a cada momento me siento desfallecer. Tal vez esta carta será la última de tu Sabel. Ha tardado bastantes días en escribirla, lo que te explicará su incoherencia. Y esta noche no puedo decidirme a dejarle. Estoy en soledad, son las siete y media de la tarde, la comunidad está en recreación… y yo me creo ya un poco en el cielo en mi celdilla, sola con El solo, llevando mi cruz con mi Maestro. Francisquita, mi felicidad crece con mi sufrimiento.

¡Si supieses el sabor que se encuentra en el fondo del cáliz preparado por el Padre celestial!…

Adiós, Francisquita querida, no puedo continuar. En el silencio de nuestras citas, tu adivinarás, comprenderás lo que no te digo. Te abrazo. Te quiero como una madre a su pequeño niño. Adiós, mi pequeñita… Que a la sombra de sus alas te libre de todo mal (Sal. 90, 4‑10).

Hna. M. I. de la Trinidad, Laudem gloriae

(Este será mi nombre nuevo en el cielo.) Recuerdo respetuoso y muy filial para tu querida mamá y recuerdos a la querida María Luisa.

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311 A su hermana – 14 de septiembre de 1906

Mi hija querida:

Estoy muy fatigada, no tengo fuerzas para sostener mi lápiz, pero no tengo el valor de dejar marchar a mamá sin enviarte una palabra de mi corazón. Te quiero más que nunca. A ti y a tus ángeles os cubro con mi oración y con mis sufrimientos. Tú puedes sacar del cáliz de tu Sabel. Todo lo suyo es tuyo. He leído una cosa muy hermosa. Escucha: “¿Dónde habitaba Jesucristo sino en el dolor?” ¡Oh, hijita, me parece que he encontrado mi habitación: es el dolor inmenso del Maestro; en una palabra, es El mismo, el Hombre de dolores. Le pido te dé este amor a la cruz que hace los santos.

Escríbeme de tu vida interior, hermanita, amo tanto la historia de tu alma…

El 2 de octubre es la fiesta de los santos Ángeles y voy a hacer para ese día una novena a los Angeles de tus niñitas, para que ellos les obtengan la gran luz que emana de la cara del Padre y para que tus hijas caminen siempre en la gran claridad de Dios y sean contemplativas como su madrecita.

Os abrazo muy fuerte. Tu madrecita

Sabel

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312 A la señora de Anthes – 18 de septiembre de 1906

Querida señora:

La escribo pasando por el corazón traspasado de la Madre de los Dolores.

Con ella usted ha consumado su sacrificio, y yo le pido que derrame en su alma esa serenidad, paz y fortaleza que la acompañaron durante su cruel martirio. Una santa, hablando del Maestro, decía: “¿Dónde habitaba El sino en el dolor?”. Toda alma sumergida en el dolor vive, pues, a su lado, habita con Jesucristo en esa inmensidad de dolor cantada por el profeta: esa morada es la de los predestinados, de los que “el Padre ha conocido y quiere que sean conformes a su Hijo el Crucificado”, (Rom8, 29). Es San Pablo quien dice esto. Querida señora, creo que muy pronto voy a reunirme con su querida hija. Mientras tanto le doy una amplia parte en mis oraciones y sufrimientos, como a los que ella ha dejado. Para ella ha caído el velo, y en la luz de Dios ella ve que “pasa el sufrir, pero el haber sufrido dura siempre”. La dejo, querida señora, hallándome demasiado débil para escribir.

Usted excusará estas líneas a lápiz y no verá más que un corazón muy unido al suyo y que pide a Dios y a la Madre de los Dolores que cure la herida de su corazón maternal. Crea en mi respetuoso afecto y permítame abrazarla.

H. I. de la Trinidad

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313 A la señora de Sourdon – 18 de septiembre de 1906

Querida señora:

Aunque muy enferma, nuestra Reverenda Madre me permite enviarla estas líneas, pues sería un sacrificio demasiado grande para mi corazón guardar silencio en una prueba que llega tan profundamente al suyo. ¿Tendrá la bondad de decir al señor José y a sus hermanas lo que pido por ellos, cómo comparto su dolor, y que estoy demasiado débil para podérselo decir personalmente? Pienso ir muy pronto a reunirme con la querida difunta.

Querida señora, ella ha ido a la Vida, a la Luz, al Amor, después de haber pasado por la “gran tribulación” (Ap 7, 14), pero son a estos que han pasado por este camino real a los que San Juan nos muestra con “la palma en la mano, sirviendo a Dios día y noche en su templo. mientras El enjuga toda lágrima de sus ojos” (Ap 7, 9‑15 y 17). Jamás había comprendido mejor que el sufrimiento es el mayor testimonio de amor que Dios puede dar a su criatura, y no sospechaba que en el fondo del cáliz había tanto sabor para aquel que ha bebido todas las heces. Querida señora, es una mano paternal, una mano de ternura infinita la que nos ofrece el dolor. Oh, sepamos superar la amargura de este dolor para encontrar en él nuestro reposo. Ruego por sus intenciones y la amo como a una madre. ¡Usted lo es tanto para mí!…

M. I. de la Trinidad.

Nuestra Reverenda Madre me ha encargado expresarla, así como a la señora de Anthes, que participa en su dolor.

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314 A su madre – hacia el 21 de septiembre de 1906

Mi querida madrecita:

Me he emocionado al recibir tus hermosas muestras; me parecía que me traían todo tu corazón. Estáte tranquila por lo que a mí se refiere. Ya sabes qué Madre vela por todas mis necesidades. Cuando se trata de mí no hay cuestión de pobreza, sino sólo de caridad. Tengo una pequeña estufa de loza en nuestra celda. Querían encenderla y he pedido que esperen un poco, pues una vez acostumbrada a ella no podría dejar la estufa y entonces adiós a la tribunilla que tanto quiero.

En cuanto al vestido, nuestra Reverenda Madre ha pedido a nuestro proveedor habitual una hermosa tela afelpada del color de nuestros hábitos y se me hará una ropa de enferma, lo más caliente posible. Ya ves que nuestra Madre no mira en nada y yo estoy un poco confusa. Esta buena Madre ha pensado que esto será más práctico que tu manta. Por ejemplo, ya que quieres hacerme algo, nuestra Madre piensa que con ese tejido podrías hacerme una falda; la que me dio Guita está muy gastada y casi no calienta y pesa mucho; la que harás tú tendrá la ventaja de ser caliente y ligera, y además tu Sabel estaría tan contenta de llevar algo hecho por su mamá querida. Podrías hacerla un poco más larga: 0,95, poco más o menos. He tomado como he podido el modelo de cintura de mi pequeña falda gris. Podrías adaptarla sobre un patrón semejante, que cerrarías con dos botones, o bien yo misma les podría poner justo a mi medida. Hazlo a tu gusto, siguiendo estas indicaciones.

Muchas gracias adelantadas, mamá querida. Mientras vas a trabajar por vestirme, voy yo también a trabajar por tu alma. El sufrimiento me atrae cada vez más. Este deseo es casi mayor que el del cielo, que, sin embargo, era muy fuerte. Nunca el Señor me había hecho comprender tan claramente que el dolor es la mayor prenda de amor que El pueda dar a su criatura. ¡Oh!, ya ves, a cada nuevo sufrimiento beso la cruz de mi Maestro y le digo: “gracias, no soy digna”, pues pienso que el sufrimiento fue el compañero de su vida, y yo no merezco ser tratada como El por su Padre. Hablando de Jesucristo escribía una santa: “¿Dónde habitaba El sino en el dolor?”, y David ha cantado que este dolor era inmenso como el mar. Toda alma oprimida por el dolor, en cualquier forma que se presente, puede decirse: Yo habito con Jesucristo, vivimos en la intimidad y la misma morada nos abriga. La santa de quien te acabo de hablar dice que la señal por la que conocemos que Dios está en nosotros y que su amor nos posee es recibir no sólo con paciencia, sino con gratitud, lo que nos hiere y nos hace sufrir. Para llegar aquí es necesario contemplar al Dios crucificado por amor, y esta contemplación, si es verdadera, conduce infaliblemente al amor del sufrimiento. Mamá querida, recibe a la luz que brota de la cruz todas las pruebas, todas las contrariedades, todo proceder poco amable. Es de este modo como el Señor ha querido que se avance en los caminos del amor. ¡Oh, dale gracias por mí! Soy tan, tan feliz. Quisiera poder sembrar un poco de felicidad en aquellos a quienes amo.

Mi estómago me sigue siempre doliendo. Se nutre con tu buen chocolate, que alterno con el que me hace tomar nuestra Madre. Sólo que aumenta los dolores. Por la noche tomo unas cucharadas de potaje (y queso) con la leche de Jorge y ofrezco al Señor la digestión.

Di a mi Guita que se cuide, que repose por la mañana sin escrúpulo. Es su madrecita Sabel quien se lo hace decir. No quiero verla con mala cara. ¿Y las pequeñas? ¿Odette ha recobrado sus hermosas mejillas? Mucho me alegraría volverlas a ver. Las encontraré cambiadas después de tanto tiempo que no las veo. Abrázalas por mí y lo mismo a mi querida Guita. Da muchos recuerdos a la señora Guémard y a las pequeñas. Me alegro y me uno a vuestra buena reunión con los queridos amigos de Avaut. Díselo.

He sabido por un telegrama la muerte de la señora de Maizieres. He escrito algunas líneas a su pobre madre y a la señora de Sourdon.

Adiós. No puedo tener mi lápiz, pero mi corazón no te abandona. Mil veces gracias por la falda. Encontrarás la cintura en mi carta. En cuanto a la longitud, si puedes: 0,95. Te abrazo como a la mejor de las madres.

Piensa que otra madre me cuida mejor de lo que puedo decirte y estate tranquila sobre mí. Te doy cita a la sombra de la cruz para aprender la ciencia del sufrimiento. Tu feliz hija,

I. de la Trinidad.

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315 A la señora Gout de Bize – hacia el 23 de septiembre de 1906

Muy querida señora:

Se dice del Maestro que, habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin (Jn 13, 1), y nunca su Corazón parece que estuvo tan desbordado de amor como en la hora suprema en que pasó de este mundo a su Padre. Me parece que en vuestra Isabelita pasa algo parecido. La noche de su vida ha llegado, esta noche que precede al día sin ocaso, y ella siente en el fondo de su corazón efusiones de amor más fuertes todavía.

¿Comprende usted lo que quiero decir? Usted siente pasar todo mi cariño a través de estas líneas. Si no se tratase de usted, tan amada de mi corazón, no hubiera tenido la fuerza para sostener el lápiz, tan débil estoy, pero en lugar de colocarlo en la mano, lo he puesto en mi corazón y entonces puedo…

Si supiese lo bien cuidada que estoy en mi querido Carmelo… Pienso que esto le interesa, ya que ha querido darme tanto lugar en su corazón. Nuestra Reverenda Madre es una verdadera madre para mí; su corazón tiene toda la ternura, todas las intuiciones maternales. De día y noche ella acude a mi cabecera, y es tan bueno un corazón de madre. Creo que Dios no ha hecho cosa mejor en la tierra. Mi querida mamá es muy valiente, y la gracia del Señor la sostiene visiblemente. Usted la ayudará, ¿verdad?, a subir su calvario, usted que sabe lo que es dar a Dios sus hijos. ¡Oh, querida señora, cómo comprendo el valor del sufrimiento! No creía que semejante sabor estuviera oculto en el fondo del cáliz, y repito frecuentemente a mi buenísima Madre que la felicidad tan grande, tan verdadera, que he hallado en el Carmelo aumenta en proporción al sufrimiento. Es que en nuestra querida soledad, viviendo en contacto continuo con Dios, vemos todo a su luz, la única verdadera, y esta luz nos muestra que el dolor, bajo cualquier forma que se presente, es la mayor prenda de amor que Dios pueda dar a su criatura. San Pablo dice que “los que Dios ha conocido en su presciencia los ha predestinado también a ser conformes con la imagen de su querido Hijo, el Crucificado” (Gal 3, 27). Querida señora, las dos pertenecemos a esas conocidas. ¡Oh, no despreciemos nuestra felicidad! Sin duda la naturaleza puede tener sus angustias ante el sufrimiento el Maestro quiso experimentar esta humillación, pero la voluntad del Padre debe llegar a dominar todas las impresiones y decir al Padre del cielo: “Que se haga vuestra voluntad y no la mía” (Mc 14, 36). Una santa, hablando de Cristo, decía: “¿Dónde, pues, habitaba El sino en el dolor?”. Toda alma, pues, visitada por el dolor habita con El. La doy cita en esta residencia. Es allí, si usted quiere, querida señora, donde nosotras rogaremos juntas por su querida Yaya. Deseo mucho que sea feliz y se lo he confiado a la Santísima Virgen: ¡ella es Madre! Con ella hablamos de su porvenir, y no dejaré descansar a la Santísima Virgen en la tierra o en el cielo hasta que ella haya enviado a mi pequeña Yaya el marido que la haga feliz.

Es necesario que la deje a pesar de mi gusto de estar con usted, pero mi corazón no se separa del suyo. ¿Me atreveré a manifestarla un deseo? En el Carmelo nos está permitido tener la fotografía de quienes amamos y antes de partir para el cielo la enfermita gustaría tanto de volver a ver su querida imagen y la de Yaya. Para que la alegría fuera completa la señora de Guardia podría añadir la suya con la de Margot. Envíelas muy pronto, ¡Antes de mi muerte! En el cielo no les olvidaré, pues pienso que no se cambia el corazón, sino solamente se dilata al contacto del corazón de Dios. ¡Cuánto rogaré por usted! Le pido un recuerdo en sus oraciones y un gracias a Aquel que me ha escogido una porción tan hermosa, tan soleada por su rayo de amor.

La abrazo con toda la ternura de mi corazón, así como a Yaya y a la señora de Guardia, si lo permite. Dígale que guardo recuerdo de las buenas vacaciones en San Cipriano.

Vuestra pequeña,

Isabel de la Trinidad, r. c. i.

Mi querida mamá vuelve esta semana del campo, desde donde venía a verme cada quince días. Nuestra buena Madre da todo consuelo a este pobre corazón y le hace aprovechar los últimos días de su hija; ella misma es tan madre..

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316 A la Madre Germana de Jesús – 24 de septiembre de 1906

“Ecce Mater tua”.

Fue en mis brazos donde Jesús al entrar en el mundo hizo su primera oblación al Padre y El me envía para recibir la tuya. Te traigo un escapulario, como prenda de mi protección y de mi amor, y también como una “señal” del misterio que se va a obrar en ti. Hija mía, vengo para acabar “de revestirte de Jesucristo” (Gal 3, 27), a fin de que “camines con El”, vía real, camino luminoso; para que seas enraizada en El “en la profundidad del abismo con el Padre y el Espíritu de Amor; para que seas edificada sobre El”, “tu Roca” (Sal. 61, 3), “tu Fortaleza”; para que seas “confirmada en tu fe”, en esa fe en el Amor inmenso que del gran Hogar se precipita al fondo de tu alma. Hija mía, este Amor todopoderoso hará en ti grandes cosas. Cree en mi palabra. Es la de una madre y esta Madre se estremece viendo la ternura particular con que eres amada. ¡Oh, permanece en tu profundidad! He aquí que viene cargado de sus dones, y el abismo de su amor lo envuelve como un vestido.
¡Es el Esposo!
¡Silencio!…
¡Silencio!…
¡Silencio!…

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317 A su madre – Fin de septiembre de 1906

Mi querida madrecita:

Nuestra buena Madre quiere que te envíe una palabrita de mi corazón, y ya adivinas lo contenta que estoy. Gracias adelantadas por tu hermosa falda.

Estaré muy contenta de llevar algo hecho por ti. Cuanto vuelvas a verme, Me recibiré con el esplendor de mi bello vestido. ¡Nuestra Madre me mima! Me gustaría ver a Guita, y me uno a tu alegría de guardar a las pequeñas. Mamá querida, voy tomando gusto a mi querido Calvario, y pido al Maestro colocar mi tienda junto a la suya. Estoy ocupada con la pasión, y cuando se ve todo lo que El ha sufrido por nosotros en su corazón, en su alma y en su cuerpo, se siente como una necesidad de devolverle todo esto; parece que se quisiera sufrir todo lo que El ha sufrido. No puedo decir que ame el sufrimiento en sí mismo, pero lo amo porque me hace semejante a Aquel que es mi Esposo y mi Amor. Oh, ya ves, todo esto pone en el alma una paz tan dulce, una alegría tan profunda, que se acaba por poner la felicidad en todo lo que nos contraría. Madrecita, trata de poner tu alegría, no sensible, sino la alegría de tu voluntad, en toda contrariedad, en todo sacrificio, y di al Maestro: “No soy digna de sufrir esto por Vos, no merezco esta conformidad con Vos.” Verás que mi receta es excelente; pone una paz deliciosa en el fondo del corazón, ella acerca al buen Dios.

Te dejo, pues estoy muy fatigada y nos veremos pronto. ¡Cuánto me alegro de que vayas mejor!; yo no puedo decir lo mismo, pero, de todos modos, es mejor, ya que es lo que El quiere. Mi felicidad es inmensa viendo a mi querida mamá aceptar por adelantado todos los decretos del Señor. ¡Qué reposo para mi corazón! Nuestra Madre, a pesar del hermoso sol y de mis ruegos, ha ordenado que se me encienda fuego. Mientras espero mi hermoso vestido, parezco una clarisa, con una chambra de muletón gris. Estáte tranquila a mi respecto. Ya conoces a nuestra Madre. ¡Si la vieses llegar con nuevas variedades de chocolates para intentar nutrir mi pobre estómago!… La pequeña Fléville me ha comprado una provisión de bombones finos. Me ha conmovido su buen corazón. Díselo. Gracias por tu trabajo, mamá querida. Creo que es tu corazón el que mueve la aguja; así lo piensa el mío.

Te abrazo. Sabel

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318 A la señora Gout de Bize – 30 de septiembre de 1906 Domingo 30

Domingo 30

Querida señora:

Es una lástima que sus ojos no hayan podido penetrar en la santa clausura y hasta en la enfermería de su Isabelita para poder ser testigo de su alegría al recibir las fotografías tan deseadas… Mi querida Madre, que estaba junto a mí, estaba llena de contento por mi alegría. Ama tanto a su enfermita. Usted puede figurarse mi felicidad al presentaros a ella. Usted la ha conquistado el corazón, un corazón que me gusta comparar con el suyo por su calor, anchura y altura. ¡Qué bien hace encontrar estos corazones y ser amados por ellos! La encuentro siempre la misma, así como a la linda Margot. ¿Osaría decirle que tengo debilidad por Yaya? Ella está encantadora y el corazón se siente atraído hacia ella. No puedo decirla hasta qué punto me persigue su dulce imagen. La he colocado delante de la Santísima Virgen de mi infancia, la de mamá, que ella me ha enviado para que me haga compañía en mi querida soledad de la enfermería, y juntamente hacemos nuestros planes. He comenzado una novena, y puede ser que pronto, según la inspiración de la Santísima Virgen, trate de enviarla una cartita. ¡Tengo un sueño! Conozco una persona muy noble, de un carácter muy bueno, digno de vuestra Yaya. Quisiera que mi Madre del cielo se lo dé para hacer su felicidad, esa felicidad comprada con todos vuestros sufrimientos, y también YO LO QUIERO, con los míos. Sí, sufro mucho estos días, y estoy muy contenta si la Virgen quiere que mi gota de sangre sirva para el éxito de mi novena.

La dejo, estoy muy fatigada. He leído esta mañana algo que me ha hecho bien y que la envío: “Dios ha amado tanto la compañía del dolor que la escogió para su Hijo, y el Hijo se acostó en ese lecho y se puso de acuerdo con el Padre en este amor”. Oh, querida señora, pongámonos de acuerdo en ese amor, adonde le doy cita. Muchas gracias de nuevo por el deseo que ha realizado tan pronto. La abrazo con mi querida Yaya.

Hna. I. d. la Trinidad.

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319 A la Madre Germana de Jesús – 30 de septiembre de 1906

Mi madre querida:

Vuestra pequeña alabanza de gloria sufre mucho, mucho; es el “demasiado amor” (Ef 2, 4), la dispensación divina del dolor. Piensa que de aquí al 9 tiene el tiempo exacto de haceros una novena del sufrimiento con su Maestro.

Madre mía, dígnese aceptarla para alegrar su corazón. Estoy totalmente cobijada en la oración de mi Maestro y estoy llena de confianza en su poder todopoderoso…

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320 A la Madre Germana de Jesús – octubre de 1906

11 horas. Desde el Palacio del dolor y de la bienaventuranza.

Mi Madre querida, mi sacerdote amado:

Vuestra pequeña alabanza de gloria no puede dormir, ella sufre. Pero en su alma, aunque hay angustia, se va haciendo la calma y ha sido su visita la que me ha traído esta paz celestial. Su corazoncito tiene necesidad de decírselo, y en su tierno reconocimiento ora y sufre incesantemente por usted. ¡Oh, ayúdeme a subir mi Calvario! ¡Siento tan fuerte el poder de su sacerdocio sobre mi alma y tengo tanta necesidad de usted! Madre mía, siento a los Tres muy cerca de mí. Estoy más abrumada por la felicidad que por el dolor. Mi Maestro me ha recordado que ésta era mi morada y no debía escoger mis sufrimientos. Me sumerjo, pues, con El en el dolor inmenso, con todo temor y angustia.

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321 A la Madre Germana de Jesús – 4? o 9? de octubre de 1906

Mi sacerdote amado:

No sé lo que pasa. Mi Maestro me agarra y me hace comprender que hoy la Madre y la hija comienzan una vida nueva, “toda presente al Amor, toda en el puro Amor”. En la misa el Soberano Sacerdote va a ofrecer a su sacerdote y sus dos hostias, y esto será la posesión plena por el Amor. ¡Oh, no puedo decir lo que siento, Madre mía! ¡Qué grande es!

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322 A la señora Gout de Bize – 7 de octubre de 1906

Muy querida señora:

Le mando esta carta, bajo la inspiración e instancias de la Santísima Virgen. Me preguntaba cómo hacérsela llegar y he aquí que la Mamá del cielo me ha traído a la mamá de la tierra y hemos hecho todas juntas nuestros complots, pues con mi querida madre, nuestra buena Madre me concede todo permiso. Tiene mucha confianza en su hijita y no creo abusar de ella en esta circunstancia. Pienso que usted estará más libre para hablarme con toda confianza si sabe que nuestra Madre querida no lee nuestras cartas. Y ésta es la razón: es en uno de sus hermanos en quien piensa la Virgen para nuestra pequeña Yaya. Ya ve, me parece que este matrimonio sería ideal. El señor Roberto de Saint Seine es una de esas personas de carácter tan amable, de sentimientos muy elevados y él es profundamente cristiano. Es uno de esos jóvenes “de raza”, como casi no se encuentran ya, me parece. No sé si mi sueño se realizará ¡con todo debo decir que la Santísima Virgen me le hace tener¡, pero encuentro que estas dos personas son dignas el uno de la otra, y en el pensamiento de Dios creo verlos “dos en uno”. También le confieso que antes de mi partida para el cielo imagino que la Santísima Virgen me dará todavía la alegría de ver esta unión. La hablo con el corazón abierto, como si estuviera junto a usted, pegada a su corazón en su querido Boaça, adonde se me va el pensamiento con tanta dulzura. Respóndame también con sencillez. A casa de mamá, si quiere estar más libre. Mamá le dará informes sobre el señor De Saint Seine, que yo no tengo fuerzas para escribirlos.

Sólo hay una cosa: que no tiene más fortuna que su sueldo de oficial. Pienso que Yaya tendrá bastante para hacer este sacrificio. Usted me dirá lo que haya. ¡Qué gusto me dio su cariñosa carta! ¿Me atreveré a decir que tengo para ella ternuras maternales en mi corazón? ¿No le está permitido todo a un alma que está ya en el umbral del paraíso? ¡Qué feliz sería si antes de ir a él la viese ser cuñada de nuestra Madre querida! ¡Oh, qué Madre! Mamá se lo podrá decir. Su corazón me hace pensar en el suyo: el Señor los ha debido crear y animarlos del mismo aliento, y su hermano es también uno de esos corazones. ¡Qué bien armonizaría con el de Yaya! Adiós, querida señora. No tenía fuerzas al coger el lápiz, y creo que con usted he recobrado las fuerzas. Me arrojo en sus brazos para abrazarla y encontrar en ese corazón maternal a mi querida Yaya. Oh, gracias por las fotos. Si supiese la alegría que han dado a mi corazón… Su pequeña

Is. de la Trinidad.

¡No le he dicho nada sobre la familia de SaintSeine, los señores de la Borgoña. Dejo el lado de la tierra a mamá).

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323 A la señora de Sourdon – 9 de octubre de 1906

Muy querida señora:

Es mi corazón quien se encarga de hacer avanzar este lápiz, porque los dedos ya carecen de fuerza. Quiero, con todo, responder a su cariñosa carta y decirle que ruego por sus intenciones sobre vuestra querida María Luisa, por la querida difunta, para que Dios, rico en misericordia, la introduzca en la herencia de su gloria (Ef 2, 4, y 1, 18),pues hay que estar tan puros para contemplar su Faz… Me pide usted que me ponga en relación con ella.

¡Si usted supiera cómo vivimos de la fe en el Carmelo y cómo excluimos en nuestras relaciones con Dios la imaginación y el sentimiento!… Me extrañó que me dijese esto, pero pienso que soy yo quien ha interpretado mal su pensamiento. Oh, sí, con mucho gusto me uno a su querida difunta, entro en comunión con ella y la encuentro en Aquel de quien vive únicamente. Por consiguiente, cada vez que me acerco a Dios, la fe me dice que me acerco también a ella. Y ahora, ya esté en la Ciudad de los Santos (Ef 2, 19) o todavía en el lugar donde el alma se acaba de purificar para contemplar la belleza divina y ser transformada en su propia Imagen (II Cor 3, 18), como dice San Pablo, tanto en una como en la otra morada ella está fijada en el amor puro, nada la distrae de Dios, y es esto lo que hace que yo me encuentre más cerca de los muertos que de los vivos Porque ¿no es verdad, querida señora, que cuando queremos encontrar un alma amada sabemos si en todo instante ella habita en Dios? Por desgracia, en la tierra hay tantas cosas que hacen salir de Dios… Oh, no se desanime por nuestra pequeña María Luisa. Usted no ha leído en el gran Corazón del Señor, no sabe todo el amor que él encierra y cómo en su paternidad El se ocupa y piensa en usted.

Oh, créame y deje en mis manos todo. Yo no la olvido, y le aseguro que en mi cruz gozo de alegrías desconocidas. Comprendo que el dolor es la revelación del Amor y me precipito a él; es mi residencia amada, allí donde encuentro la paz y el descanso; es allí donde estoy segura de encontrar a mi Maestro y de permanecer con El. Adiós, querida señora. Esta vez creo que no tardará mucho en venir a buscarme. Usted forma parte de mi corazón. La llevo, pues, conmigo para que esté presente sin cesar ante la Faz de Dios. La abrazo como a una madre amada.

H. I.

Recuerdos a las pequeñas de Maizieres.

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323bis A la señora de Vathaire – hacia el 10 de octubre de 1906


(…) David ha dicho de Jesucristo: “Su dolor es inmenso”. En esta inmensidad he fijado mi residencia, es el palacio real donde vivo con mi Esposo crucificado. La cito allí, pues su alma sabe apreciar la felicidad del sufrimiento y verlo como la revelación del “gran amor” (Ef 2, 4) de que habla San Pablo. ¡Oh, cuánto lo amo! El se ha convertido en mi paz, mi descanso. Ruegue por que Dios aumente mi capacidad de sufrir.

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324 A Germana de Gemeaux – hacia el 10 de octubre de 1906

“¡Sólo Dios basta!” Mi querida hermanita Germana:

¡Oh, si usted supiese qué días tan divinos está pasando su amiga del Carmelo! Me debilito de día en día y preveo que el Maestro no tardará mucho en venir a buscarme. Gusto, experimento alegrías desconocidas. La alegría del dolor qué suave y dulce es, querida Germana… Antes de morir abrigo la ilusión de ser transformada en Jesús crucificado, y esto me da mucho ánimo en el sufrimiento… Hermanita, nosotras no debiéramos tener otro ideal sino conformarnos con este Modelo divino; entonces, qué fervor nos llevaría al sacrificio, al desprecio de nosotras mismas, si tuviésemos siempre orientados hacia El los ojos del corazón.

Una santa escribía, hablando del Maestro: “¿Dónde, pues, habitaba El sino en el dolor?”. En efecto, ésta fue su residencia en los treinta y tres años que pasó en la tierra, y sólo a los privilegiados se la hace compartir.

Si supiese la felicidad inefable que goza mi alma pensando que el Padre me ha predestinado para ser conforme a la imagen de su Hijo crucificado… (Rom8, 29). Es San Pablo quien nos comunica esta elección divina, que parece ser mi porción…

Hermanita de mi alma, a la luz de la eternidad el Señor me hace comprender muchas cosas, y vengo a decirle de su parte que no tenga miedo del sacrificio, de la lucha, sino más bien alégrese de ello. Si su naturaleza es ocasión de combates, un campo de batalla, oh, no se desaliente, no se entristezca. Yo diría más bien: Ame su miseria, pues es sobre ella sobre la que el Señor ejerce su misericordia, y cuando la visión de la miseria la sume en la tristeza y la repliegue sobre sí, ¡es amor propio! En las horas de decaimiento vaya a refugiarse en la oración de su Maestro. Sí, hermanita, desde la cruz El la veía, rogaba por usted, y esa oración permanece eternamente viva y presente delante de su Padre. Es ella la que la salvará de sus miserias (Heb. 7, 25). Cuanto más sienta su debilidad, tanto más debe crecer su confianza. pues se apoya en El solo. No crea que El no la tomará por eso; es una gran tentación.

Me ha alegrado mucho el éxito de Alberto. La encargo de ser mi pequeña mensajera con sus queridos padres. Ellos conocen mi profundo afecto y no dudarán de la unión de mi corazón con el suyo en esta circunstancia. Dígales también que en el cielo no les olvidaré nunca, ni a la pequeña Ivonne.

Vamos a tener el sábado, domingo y lunes unas hermosas fiestas en honor de nuestras bienaventuradas mártires de Compiégne. Podré asistir desde una tribunilla, pues la hermana Teresa del Niño Jesús hace tres meses me ha escuchado, dándome la fuerza para poder caminar un poco, cosa que antes no podía. Esto es para mí un gran consuelo, pues puedo pasar muchas horas en la tribunilla, que tiene una reja que da a la iglesia. Voy a pedir la fortaleza junto a Aquel que ha sufrido tanto, porque “nos ha amado demasiado” (Ef 2, 4), como dice el Apóstol.

Adiós, hermanita. Pidamos esa fuerza de amor que ardía en el corazón de nuestras beatas para que también nosotras seamos mártires de ese amor, como nuestra Madre Santa Teresa. La envío una estampa que nuestra Madre, tan buena, que me cuida como una verdadera madre, me ha dado para usted. Animo, miremos al Crucificado y conformémonos a esta imagen divina. La abrazo.

M. I. d. la Trinidad.

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325 A su madre – 14 de octubre de 1906

Querida madrecita:

Nuestra Madre me ha hecho probar los chocolates, que me han parecido muy buenos. El gusto de pistacho me da sabor distinto, pero sufro tanto de estómago que todo me molesta. Sin embargo, esto marcha todavía, y le agradecería me mandases más. Nuestra Madre querría que tome 8 al día. Haré siempre lo que pueda. Gracias por los Kalougas, que es lo que mejor soporta mi estómago. Sería feliz tomarlos hechos por mi madre querida, a quien quiero cada vez más. Ayer pasé la tarde en la tribunilla y asistí al concierto. Nuestra Madre me ha mimado. Me abrió la reja y tuve la alegría de verte. Te estaba muy unida. Oh, si supieses, al compararme con Guita sentía mejor que nunca mi felicidad. Sufría mucho, pensaba que dentro de poco la tierra no será para mí, pues verdaderamente mi pobre cuerpo está muy enfermo, y me decía: “Eres tú la feliz.” Pasé así una tarde divina, aplastada por mi felicidad. Mamá querida, sí, renueva tu sacrificio. Eso agrada mucho a Dios y me obtiene las gracias de fortaleza para el sufrimiento, que amo cada vez más y que mi Maestro no me escatima.

Adiós, unión estos tres días; gracias por los dulces. Te quiero y te abrazo. Soy muy feliz de tenerte por madre.

Nuestra buena Madre ve en la respuesta de la señora Berta la manifestación de la voluntad de Dios, y esto basta para que ella encuentre su gozo. Ella está muy por encima de las miras humanas. Yo, lo confieso, he tenido que hacer un verdadero sacrificio y creo que a ti te pasa lo mismo.

¿Quién sabe? Más tarde… No se puede saber, pero por ahora es totalmente imposible. El hermano de nuestra Madre puede encontrar mejor partido. Por desgracia, ese vil dinero, cuando se necesita… No te apesadumbres por mi querida Madre, ella se lo esperaba un poco y no ve más que la voluntad de Dios.

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326 A la señora Farrat – hacia el 18 de octubre de 1906

Muy querida señora:

No encuentro palabras para manifestarla cuánto me ha conmovido su atención tan delicada. Me parecía que su hermosa caja de Kalougas me traía su corazón. Sus deliciosos bombones ¡qué a tiempo llegaron! Sufro mucho desde hace algunos días y sus buenos Kalougas son tan calmantes… Además son variados, lo que es una ventaja para el pobre estómago, cansado de todo.

Mil gracias por los alivios que da a la pobre enferma, que, sin embargo, es muy feliz de sufrir por su Maestro. Sí, querida señora. Nunca ha sido tan grande mi felicidad, nunca tan verdadera como desde que el Señor se ha dignado asociarme a los dolores del divino Crucificado, para que “sufra en mi carne lo que falta a su Pasión” (Col 1, 24), como decía San Pablo.

Pienso ir muy pronto a reunirme con su Cecilita en el seno de la Luz y del Amor. ¡Cómo, juntas, haremos ir hacia usted las gracias y los dones de Dios… Velaremos sobre su querido hijo, para que El os le guarde puro, digno del horrar en que Dios ha querido refugiarlo, y además, también sobre la pequeña María Magdalena. su pequeño lirio, tan amado de su corazón. Para usted, querida señora, pediremos, si lo permite, las gracias de unión al Maestro, que dan tanta fuerza al alma para pasar por todas las pruebas y que transforman la vida en un continuo contacto con El. ¡Si usted supiera cómo me cuidan en mi querido Carmelo! ¡Qué Madre tengo continuamente junto a mí! Es una verdadera madre para con su enfermita. Se le saltarían las lágrimas si pudiera ver a través de las rejas las atenciones que me prodiga ese corazón que Dios hizo tan maternal. Adiós, querida señora, y gracias de nuevo. He dicho al Maestro mi gratitud. Que El le diga también el profundo afecto de vuestra amiguita carmelita.

H. I. d. la T.

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327 A su madre – hacia el 20 de octubre de 1906

Mi querida madrecita:

¿Cómo dejar de darte las gracias por tus dulces, que me llegan hasta el fondo del corazón? Tus Kalougas son excelentes. Con ellos he notado algún cambio, ya que me duele constantemente el corazón. Voy perdiendo el olfato.

La señora Farrat me ha enviado una bonita caja que contenía 30 Kalougas variados, unos al pistacho, otros de fruta, y los hay también al café. Pero no son mejores que los tuyos y no sabría distinguirlos. ¡Ya ves que rivalizas con los “especialistas”!… Me dan lástima todos estos dulces por mi paladar enfermo, que ni siquiera lo huele ya. Pero mi corazón está lleno de reconocimiento hacia mi madrecita querida. Nuestra Madre me ha dicho lo feliz que serías haciéndome estos bombones. ¡Cuántas veces hablamos de ti!… He asistido al ensayo, y pienso que mi sobrina Sabel querría tomar parte en el concierto, ¿me engaño? Cuento con la plancha para el lunes por la mañana. Gracias por el cuello. Nuestra hermanita está magnifica. Ya la he probado su toca. ¡Oh, mamá querida, esto me ha traído recuerdos!…

Hay un Ser, que es el Amor, que quiere que vivamos en sociedad (I Jn 1, 3) con El. Oh, mamá, esto es delicioso. Es El el que me acompaña, el que me ayuda a sufrir, el que me hace olvidar mi dolor para descansar en El. Haz lo mismo. Verás cómo esto transforma todo.

Un gracias muy efusivo a mi Guita por todo. La abrazo. Dile que el lunes, en la ceremonia, estaré unida a ella. Bendigo a los angelitos. Para ti mis cariños.

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328 A la hermana Luisa de Gonzaga – hacia el 20 de octubre de 1906

¿Cómo expresarle mi gratitud por el placer que me ha dado esta mañana? Comulgaré por usted a Aquel que es Fuego consumidor para que El la transforme cada vez más en El mismo, para que usted pueda darle toda gloria.

Unión, y muchas gracias.

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328bis A Ana María de Avout – hacia el 21 de octubre de 1906

Mi querida Ana María:

Estoy tan débil que apenas puedo sostener el lápiz. Y, sin embargo, tengo necesidad de decirte gracias desde mi corazón, tan profundamente conmovido por tu delicada atención. Te concedo el diploma de confitera. ¡Son tan buenos tus Kalougas! ¡Qué gusto da verlos en la hermosa cajita! Tengo una provisión de chocolates de toda especie. Todos me hacen sufrir, mientras los tuyos, al contrario, me alivian. Es tu corazón seguramente el que ha echado una esencia particular en estos bonitos bombones. Mil veces gracias.

No te olvido en mi cruz, donde gusto alegrías desconocidas. y cuando esté en el cielo su nombre y su recuerdo, tan profundamente grabados en mi corazón, estarán siempre presentes delante de Dios. Soy muy feliz, pequeña Ana María.

¡Si vieras cómo me cuida mi Madre querida… Estoy avergonzada de mi cofort, para una carmelita acostumbrada a la mortificación, pero para mí no se mira sino a la caridad, ¡qué bondad maternal! Adiós, pequeña. Te amo mucho, así como a los tuyos, y os abrazo a todos. Gracias de nuevo.

H. I. de la Trinidad.

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329 A la Madre Germana de Jesús – 22 de octubre de 1906

11 horas Mi sacerdote amado:

Su pequeña hostia sufre mucho, mucho, es una especie de agonía física.

Ella se siente muy débil, débil hasta gritar. Pero el Ser que es la Plenitud de Amor la visita, la hace compañía, la hace entrar en sociedad (I Jn 1, 3) con El, la hace comprender que, mientras la deje en la tierra, El le dará el dolor. Madre querida, me siento movida, si usted me lo permite, a preparar su fiesta de Todos los Santos, para que sea enraizada en el amor puro (Ef 3. 17), como los bienaventurados, a comenzar una novena de sufrimiento, durante la cual, cada noche, mientras usted reposa, nosotros iremos a visitarla con la Plenitud del Amor. Perdone a Laudem gloriae. Ella os ama tanto. Después de El, usted lo es todo para ella.

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330 A la señora Gout de Bize – 23 de octubre de 1906

“Dios es Amor” (I Jn 4, 16).

Muy querida señora:

En su querida cartita usted me llama “mi hija”. ¡Oh, qué dulcemente ha resonado en mi corazón y cuán reconocida le estoy por el afecto que da a la pequeña carmelita que tanto la quiere! Si usted supiese con cuánta frecuencia hablo de usted con mi Madre querida y venerada. Ella me permite hoy portarme como una niña golosa, pues la querida Madre no piensa sino en cómo aliviar a su hija, y con una sencillez filial respondo al cariñoso deseo de su buen corazón, manifestándole que sus buenas chocolatinas ¡sobre todo las de al pistacho¡ son la única cosa que soporta mi estómago. Mamá, mis amigas, la buena Madre, me traen chocolates de toda especie, pero o me producen ardor o me causan repugnancia, mientras los suyos me alivian, quitándome el mal de corazón, que ya es habitual, y además son más calmantes. Pienso que esto la agradará, pues conozco el corazón de mi querida señora Berta.

Ruego y me sacrifico por su pequeña Yaya. ¿Quién sabe si el Señor espera que yo vaya al cielo para arreglar su futuro con la Santísima Virgen? El es todopoderoso y lo que nos parece irrealizable puede suceder cuando El quiera. Oh, crea que allá arriba, en el Hogar de amor, pensaré activamente en usted. Para usted, si quiere, pediré y ésta será la señal de mi entrada en el cielo la gracia de unión, de intimidad con el Maestro. Es esto lo que ha hecho de mi vida ‑se lo confieso‑ un cielo anticipado: creer que un Dios, que se llama Amor, habita en nosotros en todos los instantes del día y de la noche, que nos pide vivir en comunión con El, recibir igualmente, como venido directamente de El, toda alegría y todo dolor. Esto eleva al alma por encima de lo pasajero, de lo que oprime y la hace reposar en la paz, en el amor de los hijos de Dios. Oh, querida señora, qué olas de ternura siento que van de mi corazón al suyo… Me parece que la Isabelita está todavía en aquellos días en que caminaba junto a usted en las grandes avenidas de Boaça. Vaya a recogerse en una de ellas y allí, bajo la mirada de Dios, sentirá mi alma cerca de la suya, pues en El somos una cosa para el tiempo y la eternidad. La abrazo y también a mi Yaya. Su pequeña

I. d. la Trinidad.

¿Si mi Madre querida le permite quererla? Oh, sí, vuestros corazones están hechos para vivir unidos.

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331 A Clemencia Blanc – octubre de 1906

Querida hermanita:

Es vuestro pequeño Angel que os envía una palabra salida de su corazón antes de marchar a Aquel que fue su Todo en la tierra. Nunca el corazón de Cristo desbordó tanto de amor como en el momento en que iba a dejar a los suyos (Jn 13, 1). También yo, hermanita, nunca he sentido tan fuertemente la necesidad de cubriros con mi oración. Cuando mis sufrimientos se hacen más agudos, me siento tan impulsada a ofrecerles por usted que no puedo hacer otra cosa. ¿Tendrá una necesidad más urgente? ¿Está usted sufriendo? ¡Oh, hermanita, le doy todos los míos, puede disponer de ellos libremente! ¡Si supiera lo feliz que soy al pensar que mi Maestro va a venir a buscarme! ¡Qué hermosa es la muerte para los que Dios ha guardado y “no han buscado las cosas visibles, que son pasajeras, sino las invisibles, porque son eternas”! (II Cor 4, 18) (San Pablo).

En el cielo seré su Angel mas que nunca. Sé la necesidad que tiene de ser guardada en medio de ese París donde discurre su vida. San Pablo dice que Dios “nos ha elegido en El antes de la creación para que seamos puros e inmaculados en su presencia en el amor” (Ef 1, 4). ¡Ah, cómo le pido que ese gran decreto de su voluntad (Ef 1, 11) se cumpla en usted! Para ello, escuche el consejo del mismo apóstol: “Caminad en Jesucristo, enraizados en El, edificados sobre El, afirmados en la fe y creciendo cada vez más en El” (Col 2, 67). Mientras contemple la Belleza Ideal en su claridad le pediré que ella se imprima en su alma, para que ya desde la tierra, donde todo está manchado, usted sea hermosa con su hermosura, luminosa con su luz.

Adiós. Déle gracias por mí, pues mi felicidad es inmensa. Le doy cita en la herencia de los santos (Col 1, 12). Es allí donde con el coro de las vírgenes, esa generación pura como la luz, cantaremos el hermoso cántico del Cordero (Ap 14, 3‑4). el Sanctus eterno, bajo la irradiación de] rostro de Dios. Entonces, dice San Pablo, “seremos transformados en la misma imagen, de claridad en claridad” (II Cor 3, 10). La abrazo con todo el amor de mi corazón y soy su Angel para la eternidad.

M. Isabel de la Trinidad.

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332 A Marta Weishardt – octubre de 1906

¡Qué unida le está su hermanita del alma en estos días divinos en que el “demasiado grande amor” (Ef 2, 4) se derrama a olas en su alma! ¡Oh!, ya ve, a veces me parece que El va a venir a tomarme para llevarme adonde El está en la Luz deslumbradora. Ya en la noche de la fe, la unión es tan profunda, los abrazos tan divinos… ¿Qué será ese primer cara a cara en la gran claridad de Dios, ese primer encuentro con la Belleza divina? Así voy a derramarme en lo infinito del Misterio y contemplar los esplendores del Ser divino. Me parece que seremos todavía más consumadas en el Uno y cantaremos siempre al unísono el “Canticum Magnum” de que habla San Pablo. Gracias por su querida carta. Me ha alegrado mucho. Gracias por todo lo que ha dado de Dios a su hermanita. ¡El nos ha unido tan bien! Sepultémonos en un eterno silencio, que la mirada sencilla sobre El nos separe de todo y nos fije en la insondable profundidad del misterio de los Tres mientras esperamos el “Veni” del Esposo. Su verdadera hermanita.

I. Isabel de la Trinidad, “Laudem gloriae”

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333 A la señora de Bobet – fin de octubre (?) de 1906

“Deus charitas est”.

Mi muy querida Antonieta:

Se aproxima la hora en que voy a pasar de este mundo a mi Padre, y antes de partir quiero enviarle una palabra salida de mi corazón, un testamento de mi alma. Jamás el corazón del Maestro estuvo tan desbordante de amor como en el instante supremo en que iba a separarse de los suyos (Jn 13, 1). Me parece que algo parecido pasa en el corazón de su pequeña esposa en el ocaso de su vida y siento como una oleada de amor que va de mi corazón al suyo.

Querida Antonieta: A la luz de la eternidad el alma ve las cosas tal como son. ¡Oh! ¡Qué vacío es todo lo que no se ha hecho por Dios y con Dios! La suplico: marque todo con el sello del amor. Sólo esto permanece. ¡Qué cosa tan seria es la vida!, cada minuto se nos da para “enraizarnos” (Col 2, 7, y Ef 3, 17) más en Dios, según la expresión de San Pablo, para que el parecido con nuestro divino Modelo sea más llamativo, la unión más íntima.

Pero para realizar este plan, que es el de Dios mismo, he aquí el secreto: olvidarse, abandonarse, no buscarse a sí mismo, mirar al Maestro, solamente a El, recibir igualmente, como venidos directamente de su amor, la alegría y el dolor. Esto coloca al alma en unas alturas tan serenas…

Mi querida Antonieta, la dejo mi fe en la presencia de Dios, del Dios todo amor que habita en nuestras almas. Se lo confío: esta intimidad con El “dentro” ha sido el bello sol que ha iluminado mi vida, haciendo de ella ya como un cielo anticipado. Es lo que me sostiene hoy en el dolor. No tengo miedo de mi debilidad. Es ella la que me da la confianza, porque el Fuerte está en mí (II Cor 12, 9) y su poder lo puede todo; “obra, dice el Apóstol, más allá de lo que podemos esperar” (Ef 3, 20) Adiós, mi Antonieta. Cuando esté en el cielo ¿me permite que la ayude, incluso que la reprenda, si veo que no se da del todo al Divino Maestro? Y esto, porque la amo. Protegeré a sus dos tesoros queridos y pediré para usted todo lo necesario para hacer de ellas dos hermosas almas, hijas del amor. Que El la guarde toda para Sí totalmente fiel. En El seré siempre TODA SUYA. Hna.

M. I. de la Trinidad.

Su querido rosario no me abandona ni de día ni de noche.

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334 A la señora Gout de Bize – fin (?) de octubre de 1906

Muy querida señora:

Con qué alegría nuestra querida Madre ha hecho gustar sus deliciosos chocolates a su enfermita, cuyo ruin estómago no quiere escuchar a nadie.

Usted comprende que él no puede sino amar lo que viene de su querida señora Berta. Sus bombones tienen un gustillo que me cambia del chocolate suizo que chupo y es casi todo mi alimento. Ya ve que es poco abundante, y con todo sufro mucho… Sus atenciones me conmueven hasta derramar lágrimas, y aunque muy fatigada, quiero enviarla en seguida el agradecimiento de mi corazón, tan, tan agradecido… Usted sabe que la quiero como a una verdadera mamá, y crea que en el cielo será siempre lo mismo. Oh, cómo pediré al Señor la felicidad de nuestra querida Yaya. ¡Hubiera querido ver arreglado este asunto antes de mi muerte! Pero mi sueño no es realizable por ahora. Que la Virgen, que es también madre, mande a su pequeña el marido que la haga feliz. ¡Amo tanto a su Yaya! Con mi Madre querida me gusta hablar de usted al tiempo que miramos sus queridas fotografías. ¡Cómo ha alegrado su corazón maternal sus atenciones para su hija querida!… Si usted supiera lo que ella es para mí… Adiós. Perdón por estos garabatos. La pequeña carmelita se encuentra muy fatigada, y su corazón no podía permanecer en silencio.

Ella se le envía todo entero, desbordando de ternura. Muchas gracias de nuevo.

I. de la Trinidad

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335 A la hermana María Odila – 28 de octubre de 1906

Nuestro Dios es un fuego consumidor.

Antes de subir al cielo, querida hermanita María Odila, quiero enviarla una pequeña palabra salida del corazón, pues quiero que sepa que en la Casa del Padre rogaré mucho por usted. Le doy cita en el Hogar del Amor; es allí donde se pasará mi eternidad y usted puede comenzarla ya en la tierra.

Querida hermana, yo estaré celosa de la belleza de su alma, pues, como sabe, mi corazoncito la ama mucho, y cuando se ama se desea el bien al ser amado.

Me parece que en el cielo mi misión será la de atraer a las almas, ayudándolas a salir de sí mismas, para unirse a Dios por un movimiento todo simple y amoroso, y conservarlas en ese gran silencio interior que permite a Dios imprimirse en ellas, transformarlas en Sí mismo. Querida hermanita de mi alma, me parece que ahora veo todas las cosas a la luz del Señor, y si tuviera que comenzar mi vida ¡Cómo no quisiera perder un instante! No nos está permitido a nosotras, esposas del Carmelo, hacer otra cosa más que amar, hacer cosas divinas, y si por casualidad, desde el seno de la Luz, la viese salir de esta única ocupación, bien pronto vendría a llamarla al orden. Usted lo quiere, ¿no es así? Ruegue por mí, ayúdeme a prepararme para la cena de las bodas del Cordero (Ap 19, 9). Hay que sufrir mucho para morir, y cuento con usted para ayudarme. Por mi parte, vendré a asistir a su muerte. Mi Maestro me apremia. No me habla más que de la eternidad de amor. Esto es tan grave, tan serio. Quisiera vivir cada minuto en plenitud. Adiós. No tengo fuerzas ni permiso para escribir largo, pero usted sabe la palabra de San Pablo:

“Nuestra conversación está en los cielos” (Fil. 3, 20). Querida hermanita, vivamos de amor para morir de amor y para glorificar al Dios todo Amor.

“Laudem gloriae”, 28 de octubre de 1906

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336 A la hermana Ana de San Bartolomé – 28 de octubre de 1906

Ultimo deseo de Laudem gloriae para su hermanita Ana de San Bartolomé.

Al partir para el gran Hogar de Amor, le promete que la ayudará a realizarlo. Sí, entréguese a esta Plenitud del Amor, “Ser vivo”, que quiere vivir en comunión (I Jn 3, 1) con usted.

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337 A la Madre Germana de Jesús – últimos días de octubre de 1906


El texto de la carta forma el Tratado espiritual IV, “Déjate amar”

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338 A la señora de Sourdon – 30 de octubre de 1906

Yo, la firmante, declaro que, aunque no poseo nada, pues he dispuesto anteriormente de todo lo que me pertenecía, instituyo, sin embargo. por mi heredera universal a la señora condesa Jorge de Sourdon, domiciliada en Dijon.

Isabel Catez,

30 de octubre de 1906

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339 A la hermana Javiera de Jesús – 31 de octubre de 1906

Abscondita in Deo

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340 Al doctor Barbier – primeros días de noviembre de 1906

Mi buen doctor

Mi corazón se vale de la mano de nuestra Madre para decirle, por última vez, lo agradecida que está a los solícitos cuidados que me ha prodigado durante estos meses de sufrimiento, que han sido de bendiciones, de alegría profunda, desconocida del mundo.

Quiero manifestarle, por mi parte, que ahora siento comenzar mi misión para con usted. Sí, el buen Dios le confía a su enfermita, y junto a El ella deberá ser el ángel invisible que le llevará, por el camino del deber, al fin de toda criatura nacida de Dios. En esta última hora de mi destierro, en esta bella tarde de mi vida, ¡cómo me parece todo serio a la luz de la eternidad! Yo quisiera poder darme a entender a todas las almas pata decirles la vanidad, la nada de lo que pasa sin haber sido hecho por Dios.

Por lo menos estoy segura de que usted me comprenderá. querido y buen doctor, que siempre me ha comprendido. Yo lo veía muy bien y era muy feliz por ello en el fondo de mi corazón. ¡Oh! No deje de recordar las cosas que nos decíamos juntos, deje vibrar su alma bajo el soplo de gracia que ellas hacen pasar sobre su alma, pero que todo esto sirva para determinar la voluntad a la fidelidad que Dios pide por su ley, por su santa Iglesia. He sido tan feliz viéndole apreciar a mi querido San Pablo que para completar su felicidad le pido que acepte como un último adiós de su querida enfermita, como último testimonio de su afectuoso reconocimiento, el libro de estas Cartas, en las que mi alma ha sacado tanta fuerza para la prueba.

Nosotros nos encontraremos de nuevo bajo la luz que estas páginas traen a los que las leen con la fe de los hijos de Dios; en esa luz que para mí no tendrá sombra dentro de poco, me acordaré de usted y pediré a Aquel que fue tan misericordioso para mí, que le guarde para El hasta la eternidad, donde yo quiero encontrarle un día, querido doctor. Adiós, y nuevamente gracias.

Firmo con esta crucecita: “

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341 A la señora Hallo – noviembre de 1906

Mi segunda mamá:

Mi mano no puede ya sostener la pluma, pero es siempre el corazón de su hija el que la conduce pasando por el corazón de su Madre. He aquí, creo, el gran día, tan ardientemente deseado, de mi encuentro con el Esposo únicamente amado, adorado.

Tengo la esperanza de estar esta noche entre esa “gran muchedumbre” que San Juan vio delante del Trono del Cordero, sirviéndole día y noche en su templo (Ap 7, 9lS). Le doy a usted cita en ese hermoso capítulo del Apocalipsis y en el último, que levanta tan bien al alma sobre las cosas de la tierra en la Visión en la que me voy a perder para siempre. ¡Cuánto pensaré en usted, querida mamá, a quien el Señor sostiene admirablemente y a la que reserva tantas gracias en correspondencia con su generoso sacrificio.

Su Isabel de la Trinidad.

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342 A Carlos Hallo – noviembre de 1906

Mi hermanito:

Antes de irse al cielo, tu Isabel quiere decirte una vez más su afecto y su proyecto de asistirte, día tras día, hasta que te juntes con ella en el cielo. Quiero, Carlos querido, que sigas las huellas de tu padre, con aquella fe robusta que hace que la voluntad sea siempre fiel. Tendrás que sostener luchas, hermanito mío, encontrarás obstáculos en el camino de tu vida, pero no te desanimes, llámame. Sí, llama a tu hermanita, así aumentarás la felicidad de su cielo. Ella será muy feliz ayudándote a triunfar, a permanecer digno de Dios, de tu venerado padre, de tu madre, a quien debes llenar de alegría. No tengo fuerzas para dictar estos últimos deseos de una hermana que te ama mucho. Cuando esté cerca de Dios recógete en la oración, y así nos volveremos a encontrar todavía mejor. Te dejo una medalla de mi rosario. Llévala siempre en recuerdo de tu Isabel, que te querrá todavía más en el cielo.

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2da. de Macabeos

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Índice: Sagrada Escritura, 2da. de Macabeos

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II Macabeos 1

1 A los hermanos judíos que viven en Egipto, les saludan sus hermanos judíos que están en Jerusalén y en la región de Judea, deseándoles una paz dichosa.
2 Que Dios os llene de bienes y recuerde su alianza con Abraham, Isaac y Jacob, sus fieles servidores.
3 Que a todos os dé corazón para adorarle y cumplir su voluntad con corazón grande y ánimo generoso.
4 Que abra vuestro corazón a su Ley y a sus preceptos, y os otorgue la paz.
5 Que escuche vuestras súplicas, se reconcilie con vosotros y no os abandone en tiempo de desgracia.
6 Esto es lo que estamos ahora pidiendo por vosotros.
7 Ya el año 169, en el reinado de Demetrio, nosotros, los judíos, os escribimos así: «En lo más grave de la tribulación que ha caído sobre nosotros en estos años, desde que Jasón y sus partidarios traicionaron la tierra santa y el reino,
8 incendiaron el portón (del Templo) y derramaron sangre inocente, suplicamos al Señor y hemos sido escuchados. Hemos ofrecido un sacrificio con flor de harina, hemos encendido las lámparas y presentado los panes.»
9 También ahora os escribimos para que celebréis la fiesta de las Tiendas en el mes de Kisléu. Es el año 188.
10 Los que están en Jerusalén y en Judea, los ancianos y Judas saludan y desean prosperidad a Aristóbulo, preceptor del rey Tolomeo, del linaje de los sacerdotes ungidos, y a los judíos que están en Egipto.
11 Salvados por Dios de grandes peligros, le damos rendidas gracias, como a quien nos ha guiado en la batalla contra el rey,
12 ya que El ha arrojado fuera a los que combatían contra la ciudad santa.
13 Pues, cuando llegó a Persia su jefe acompañado de un ejército, al parecer invencible, fueron desbaratados en el templo de Nanea, gracias al engaño tramado por los sacerdotes de Nanea.
14 Antíoco, y con él sus amigos, llegaron a aquel lugar como tratando de desposarse con la diosa, con objeto de apoderarse, a título de dote, de abundantes riquezas.
15 Una vez que los sacerdotes del templo de Nanea las hubieron expuesto y que él se hubo presentado con unas pocas personas en el recinto sagrado, cerraron el templo en cuanto entró Antíoco.
16 Abrieron la puerta secreta del techo y a pedradas aplastaron al jefe; le descuartizaron, y cortándole la cabeza, la arrojaron a los que estaban fuera.
17 En todo sea bendito nuestro Dios que ha entregado los impíos (a la muerte).
18 A punto de celebrar en el veinticinco de Kisléu la purificación del Templo, nos ha parecido conveniente informaros, para que también vosotros la celebréis como la fiesta de las Tiendas y del fuego aparecido cuando ofreció sacrificios Nehemías, el que construyó el Templo y el altar.
19 Pues, cuando nuestros padres fueron llevados a Persia, los sacerdotes piadosos de entonces, habiendo tomado fuego del altar, lo escondieron secretamente en una concavidad semejante a un pozo seco, en el que tan a seguro lo dejaron, que el lugar quedó ignorado de todos.
20 Pasados muchos años, cuando a Dios le plugo, Nehemías, enviado por el rey de Persia, mandó que buscaran el fuego los descendientes de los sacerdotes que lo habían escondido;
21 pero como ellos informaron que en realidad no habían encontrado fuego, sino un líquido espeso, él les mandó que lo sacasen y trajesen. Cuando estuvo dispuesto el sacrificio, Nehemías mandó a los sacerdotes que rociaran con aquel líquido la leña y lo que había colocado sobre ella.
22 Cumplida la orden, y pasado algún tiempo, el sol que antes estaba nublado volvió a brillar, y se encendió una llama tan grande que todos quedaron maravillados.
23 Mientras se consumía el sacrificio, los sacerdotes hacían oración: todos los sacerdotes con Jonatán que comenzaba, y los demás, como Nehemías, respondían.
24 La oración era la siguiente: «Señor, Señor Dios, creador de todo, temible y fuerte, justo y misericordioso, tú, rey único y bueno,
25 tú, solo generoso, solo justo, todopoderoso y eterno, que salvas a Israel de todo mal, que elegiste a nuestros padres y los santificaste,
26 acepta el sacrificio por todo tu pueblo Israel, guarda tu heredad y santifícala.
27 Reúne a los nuestros dispersos, da libertad a los que están esclavizados entre las naciones, vuelve tus ojos a los despreciados y abominados, y conozcan los gentiles que tú eres nuestro Dios.
28 Aflige a los que tiranizan y ultrajan con arrogancia.
29 Planta a tu pueblo en tu lugar santo, como dijo Moisés.»
30 Los sacerdotes salmodiaban los himnos.
31 Cuando fue consumido el sacrificio, Nehemías mandó derramar el líquido sobrante sobre unas grandes piedras.
32 Hecho esto, se encendió una llamarada que quedó absorbida por el mayor resplandor que brillaba en el altar.
33 Cuando el hecho se divulgó y se refirió al rey de los persas que en el lugar donde los sacerdotes deportados habían escondido el fuego, había aparecido aquel líquido con el que habían santificado las ofrendas del sacrificio Nehemías y sus compañeros,
34 el rey después de verificar tal hecho mandó alzar una cerca haciendo sagrado el lugar.
35 El rey recogía grandes sumas y las repartía a quienes quería hacer favores.
36 Nehemías y sus compañeros llamaron a ese líquido «neftar», que significa «purificación»; pero la mayoría lo llama «nafta».
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II Macabeos 2
1 Se encuentra en los documentos que el profeta Jeremías mandó a los deportados que tomaran fuego como ya se ha indicado;
2 y cómo el profeta, después de darles la Ley, ordenó a los deportados que no se olvidaran de los preceptos del Señor ni se desviaran en sus pensamientos al ver ídolos de oro y plata y las galas que los envolvían.
3 Entre otras cosas, les exhortaba a no apartar la Ley de sus corazones.
4 Se decía también en el escrito cómo el profeta, después de una revelación, mandó llevar consigo la Tienda y el arca; y cómo salió hacia el monte donde Moisés había subido para contemplar la heredad de Dios.
5 Y cuando llegó Jeremías, encontró una estancia en forma de cueva; allí metió la Tienda, el arca y el altar del incienso, y tapó la entrada.
6 Volvieron algunos de sus acompañantes para marcar el camino, pero no pudieron encontrarlo.
7 En cuanto Jeremías lo supo, les reprendió diciéndoles: «Este lugar quedará desconocido hasta que Dios vuelva a reunir a su pueblo y le sea propicio.
8 El Señor entonces mostrará todo esto; y aparecerá la gloria del Señor y la Nube, como se mostraba en tiempo de Moisés, cuando Salomón rogó que el Lugar fuera solemnemente consagrado.»
9 Se explicaba también cómo éste, dotado de sabiduría, ofreció el sacrificio de la dedicación y la terminación del Templo.
10 Como Moisés oró al Señor y bajó del cielo fuego, que devoró las ofrendas del sacrificio, así también oró Salomón y bajó fuego que consumió los holocaustos.
11 Moisés había dicho: «La víctima por el pecado ha sido consumida por no haber sido comida.»
12 Salomón celebró igualmente los ocho días de fiesta.
13 Lo mismo se narraba también en los archivos y en las Memorias del tiempo de Nehemías; y cómo éste, para fundar una biblioteca, reunió los libros referentes a los reyes y a los profetas, los de David y las cartas de los reyes acerca de las ofrendas.
14 De igual modo Judas reunió todos los libros dispersos a causa de la guerra que sufrimos, los cuales están en nuestras manos.
15 Por tanto, si tenéis necesidad de ellos, enviad a quienes os los lleven.
16 A punto ya de celebrar la purificación, os escribimos: Bien haréis también en celebrar estos días.
17 El Dios que salvó a todo su pueblo y que a todos otorgó la heredad, el reino, el sacerdocio y la santidad,
18 como había prometido por la Ley, el mismo Dios, como esperamos, se apiadará pronto de nosotros y nos reunirá de todas partes bajo el cielo en el Lugar Santo; pues nos ha sacado de grandes males y ha purificado el Lugar.
19 La historia de Judas Macabeo y de sus hermanos, la purificación del más grande Templo, la dedicación del altar,
20 las guerras contra Antíoco Epífanes y su hijo Eupátor,
21 y las manifestaciones celestiales en favor de los que combatieron viril y gloriosamente por el Judaísmo, de suerte que, aun siendo pocos, saquearon toda la región, ahuyentaron las hordas bárbaras,
22 recuperaron el Templo famoso en todo el mundo, liberaron la ciudad y restablecieron las leyes que estaban a punto de ser abolidas, pues el Señor se mostró propicio hacia ellos con toda benignidad;
23 todo esto, expuesto en cinco libros por Jasón de Cirene, intentaremos nosotros compendiarlo en uno solo.
24 Porque al considerar la marea de números y la dificultad existente, por la amplitud de la materia, para los que quieren sumergirse en los relatos de la historia,
25 nos hemos preocupado por ofrecer algún atractivo a los que desean leer, facilidad a los que gustan retenerlo de memoria, y utilidad a cualquiera que lo lea.
26 Para nosotros, que nos hemos encargado de la fatigosa labor de este resumen, no es fácil la tarea, sino de sudores y desvelos,
27 como tampoco al que prepara un banquete y busca el provecho de los demás le resulta esto cómodo. Sin embargo, esperando la gratitud de muchos, soportamos con gusto esta fatiga,
28 dejando al historiador la tarea de precisar cada suceso y esforzándonos por seguir las normas de un resumen.
29 Pues así como al arquitecto de una casa nueva corresponde la preocupación por la estructura entera; y, en cambio, al encargado de la encáustica y pinturas, el cuidado de lo necesario para la decoración, lo mismo me parece de nosotros:
30 profundizar, revolver las cuestiones y examinar punto por punto corresponde al que compone la historia;
31 pero buscar concisión al exponer y renunciar a tratar el asunto de forma exhaustiva debe concederse al divulgador.
32 Comencemos, por tanto, desde ahora la narración, después de haber abundado tanto en los preliminares; pues sería absurdo abundar en lo que antecede a la historia y ser breve en la historia misma.
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II Macabeos 3
1 Mientras la ciudad santa era habitada en completa paz y las leyes guardadas a la perfección, gracias a la piedad y al aborrecimiento de mal del sumo sacerdote Onías,
2 sucedía que hasta los reyes veneraban el Lugar Santo y honraban el Templo con magníficos presentes,
3 hasta el punto de que Seleuco, rey de Asia, proveía con sus propias rentas a todos los gastos necesarios para el servicio de los sacrificios.
4 Pero un tal Simón, de la tribu de Bilgá, constituido administrador del Templo, tuvo diferencias con el sumo sacerdote sobre la reglamentación del mercado de la ciudad.
5 No pudiendo vencer a Onías, se fue donde Apolonio, hijo de Traseo, estratega por entonces de Celesiria y Fenicia,
6 y le comunicó que el tesoro de Jerusalén, estaba repleto de riquezas incontables, hasta el punto de ser incalculable la cantidad de dinero, sin equivalencia con los gastos de los sacrificios, y que era posible que cayeran en poder del rey.
7 Apolonio en conversación con el rey le habló de las riquezas de que había tenido noticia y entonces el rey designó a Heliodoro, el encargado de sus negocios, y le envió con la orden de realizar la trasferencia de las mencionadas riquezas.
8 Enseguida Heliodoro emprendía el viaje con el pretexto de inspeccionar las ciudades de Celesiria y Fenicia, pero en realidad para ejecutar el proyecto del rey.
9 Llegado a Jerusalén y amistosamente acogido por el sumo sacerdote y por la ciudad, expuso el hecho de la denuncia e hizo saber el motivo de su presencia; preguntó si las cosas eran realmente así.
10 Manifestó el sumo sacerdote que eran depósitos de viudas y huérfanos,
11 que una parte pertenecía a Hicarno, hijo de Tobías, personaje de muy alta posición y, contra lo que había calumniado el impío Simón, que el total era de cuatrocientos talentos de plata y doscientos de oro;
12 que de ningún modo se podía perjudicar a los que tenían puesta su confianza en la santidad del Lugar, y en la majestad inviolable de aquel Templo venerado en todo el mundo.
13 Pero Heliodoro, en virtud de las órdenes del rey, mantenía de forma terminante que los bienes debían pasar al tesoro real.
14 En la fecha fijada hacía su entrada para realizar el inventario de los bienes. No era pequeña la angustia en toda la ciudad:
15 los sacerdotes, postrados ante el altar con sus vestiduras sacerdotales, suplicaban al Cielo, el que había dado la ley sobre los bienes en depósito, que los guardara intactos para quienes los habían depositado.
16 El ver la figura del sumo sacerdote llegaba a partir el alma, pues su aspecto y su color demudado manifestaban la angustia de su alma.
17 Aquel hombre estaba embargado de miedo y temblor en su cuerpo, con lo que mostraba a los que le contemplaban el dolor que había en su corazón.
18 De las casas salía en tropel la gente a una rogativa pública porque el lugar estaba a punto de caer en oprobio.
19 Las mujeres, ceñidas de saco bajo el pecho, llenaban las calles; de las jóvenes, que estaban recluidas, unas corrían a las puertas, otras subían a los muros, otras se asomaban por las ventanas.
20 Todas, con las manos tendidas al cielo, tomaban parte en la súplica.
21 Daba compasión aquella multitud confusamente postrada y el sumo sacerdote angustiado en honda ansiedad.
22 Mientras ellos invocaban al Señor Todopoderoso para que guardara intactos, en completa seguridad, los bienes en depósito para quienes los habían confiado,
23 Heliodoro llevaba a cabo lo que tenía decidido.
24 Estaba ya allí mismo con su guardia junto al Tesoro, cuando el Soberano de los Espíritus y de toda Potestad, se manifestó en su grandeza, de modo que todos los que con él juntos se habían atrevido a acercarse, pasmados ante el poder de Dios, se volvieron débiles y cobardes.
25 Pues se les apareció un caballo montado por un jinete terrible y guarnecido con riquísimo arnés; lanzándose con ímpetu levantó contra Heliodoro sus patas delanteras. El que lo montaba aparecía con una armadura de oro.
26 Se le aparecieron además otros dos jóvenes de notable vigor, espléndida belleza y magníficos vestidos que colocándose a ambos lados, le azotaban sin cesar, moliéndolo a golpes.
27 Al caer de pronto a tierra, rodeado de densa oscuridad, lo recogieron y lo pusieron en una litera;
28 al mismo que poco antes, con numeroso séquito y con toda su guardia, había entrado en el mencionado Tesoro, lo llevaban ahora incapaz de valerse por sí mismo, reconociendo todos claramente la soberanía de Dios.
29 Mientras él yacía mudo y privado de toda esperanza de salvación, a causa del poder divino,
30 otros bendecían al Señor que había glorificado maravillosamente su propio Lugar; y el Templo, lleno poco antes de miedo y turbación, rebosaba de gozo y alegría después de la manifestación del Señor Todopoderoso.
31 Pronto algunos de los acompañantes de Heliodoro, instaban a Onías que invocara al Altísimo para que diese la gracia de vivir a aquel que yacía ya en su último suspiro.
32 Temiendo el sumo sacerdote que acaso el rey sospechara que los judíos hubieran perpetrado alguna fechoría contra Heliodoro, ofreció un sacrificio por la salud de aquel hombre.
33 Mientras el sumo sacerdote ofrecía el sacrificio de expiación, se aparecieron otra vez a Heliodoro los mismos jóvenes, vestidos con la misma indumentaria y en pie le dijeron: «Da muchas gracias al sumo sacerdote Onías, pues por él te concede el Señor la gracia de vivir;
34 y tú, que has sido azotado por el Cielo, haz saber a todos la grandeza del poder de Dios.» En diciendo esto, desparacieron.
35 Heliodoro, habiendo ofrecido al Señor un sacrificio y tras haber orado largamente al que le había concedido la vida, se despidió de Onías y volvió con sus tropas donde el rey.
36 Ante todos daba testimonio de las obras del Dios grande que él había contemplado con sus ojos.
37 Al preguntar el rey a Heliodoro a quién convendría enviar otra vez a Jerusalén, él respondió:
38 «Si tienes algún enemigo conspirador contra el Estado, mándalo allá y te volverá molido a azotes, si es que salva su vida, porque te aseguro que rodea a aquel Lugar una fuerza divina.
39 Pues el mismo que tiene en los cielos su morada, vela y protege aquel Lugar; y a los que se acercan con malas intenciones los hiere de muerte.»
40 Así sucedieron las cosas relativas a Heliodoro y a la preservación del Tesoro.
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II Macabeos 4
1 En mencionado Simón, delator de los tesoros y de la patria, calumniaba a Onías como si éste hubiera maltratado a Heliodoro y fuera el causante de sus desgracias;
2 y se atrevía a decir que el bienhechor de la ciudad, el defensor de sus compatriotas y celoso observante de las leyes, era un conspirador contra el Estado.
3 A tal punto llegó la hostilidad, que hasta se cometieron asesinatos por parte de uno de los esbirros de Simón.
4 Considerando Onías que aquella rivalidad era intolerable y que Apolonio, hijo de Menesteo, estratega de Celesira y Fenicia, instigaba a Simón al mal,
5 se hizo llevar donde el rey, no porque pretendiera acusar a sus conciudadanos, sino que miraba por los intereses generales y particulares de toda su gente.
6 Pues bien veía que sin la intervención real era ya imposible pacificar la situación y detener a Simón en sus locuras.
7 Cuando Seleuco dejó esta vida y Antíoco, por sobrenombre Epífanes, comenzó a reinar, Jasón, el hermano de Onías, usurpó el sumo pontificado,
8 después de haber prometido al rey, en una conversación, 360 talentos de plata y ochenta talentos de otras rentas.
9 Se comprometía además a firmar el pago de otro 150, si se le concedía la facultad de instalar por su propia cuenta un gimnasio y una efebía, así como la de inscribir a los Antioquenos en Jerusalén.
10 Con el consentimiento del rey y con los poderes en su mano, pronto cambió las costumbres de sus compatriotas conforme al estilo griego.
11 Suprimiendo los privilegios que los reyes habían concedido a los judíos por medio de Juan, padre de Eupólemo, el que fue enviado en embajada a los romanos para un tratado de amistad y alianza, y abrogando las instituciones legales, introdujo costumbres nuevas, contrarias a la Ley.
12 Así pues, fundó a su gusto un gimnasio bajo la misma acrópolis e indujo a lo mejor de la juventud a educarse bajo el petaso.
13 Era tal el auge del helenismo y el progreso de la moda extranjera a causa de la extrema perversidad de aquel Jasón, que tenía más de impío que de sumo sacerdote,
14 que ya los sacerdotes no sentían celo por el servicio del altar, sino que despreciaban el Templo; descuidando los sacrificios, en cuanto se daba la señal con el gong se apresuraban a tomar parte en los ejercicios de la palestra contrarios a la ley;
15 sin apreciar en nada la honra patria, tenían por mejores las glorias helénicas.
16 Por esto mismo, una difícil situación les puso en aprieto, y tuvieron como enemigos y verdugos a los mismos cuya conducta emulaban y a quienes querían parecerse en todo.
17 Pues no resulta fácil violar las leyes divinas; así lo mostrará el tiempo venidero.
18 Cuando se celebraron en Tiro los juegos cuadrienales, en presencia del rey,
19 el impuro Jasón envió embajadores, como Antioquenos de Jerusalén, que llevaban consigo trescientas dracmas de plata para el sacrificio de Hércules. Pero los portadores prefirieron, dado que no convenía, no emplearlas en el sacrificio, sino en otros gastos.
20 Y así, el dinero que estaba destinado por voluntad del que lo enviaba, al sacrificio de Hércules, se empleó por deseo de los portadores, en la construcción de las trirremes.
21 Apolonio, hijo de Menesteo, fue enviado a Egipto para la boda del rey Filométor. Cuando supo Antíoco que aquél se había convertido en su adversario político se preocupó de su propia seguridad; por eso, pasando por Joppe, se presentó en Jerusalén.
22 Fue magníficamente recibido por Jasón y por la ciudad, e hizo su entrada entre antorchas y aclamaciones. Después de esto llevó sus tropas hasta Fenicia.
23 Tres años después, Jasón envió a Menelao, hermano del ya mencionado Simón, para llevar el dinero al rey y gestionar la negociación de asuntos urgentes.
24 Menelao se hizo presentar al rey, a quien impresionó con su aire majestuoso, y logró ser investido del sumo sacerdocio, ofreciendo trescientos talentos de plata más que Jasón.
25 Provisto del mandato real, se volvió sin poseer nada digno del sumo sacerdocio, sino más bien el furor de un cruel tirano y la furia de una bestia salvaje.
26 Jasón, por su parte, suplantador de su propio hermano y él mismo suplantado por otro, se vio forzado a huir al país de Ammán.
27 Menelao detentaba ciertamente el poder, pero nada pagaba del dinero prometido al rey,
28 aunque Sóstrates, el alcaide de la Acrópolis, se lo reclamaba, pues a él correspondía la percepción de los tributos. Por este motivo, ambos fueron convocados por el rey.
29 Menelao dejó como sustituto del sumo sacerdocio a su hermano Lisímaco; Sóstrates a Crates, jefe de los chipriotas. a Crates, jefe de los chipriotas.
30 Mientras tanto, sucedió que los habitantes de Tarso y de Malos se sublevaron por haber sido cedidas sus ciudades como regalo a Antioquida, la concubina del rey.
31 Fue, pues, el rey a toda prisa, para poner orden en la situación, dejando como sustituto a Andrónico, uno de los dignatarios.
32 Menelao pensó aprovecharse de aquella buena oportunidad; arrebató algunos objetos de oro del Templo, y se los regaló a Andrónico; también logró vender otros en Tiro y en las ciudades de alrededor.
33 Cuando Onías llegó a saberlo con certeza, se lo reprochó, no sin haberse retirado antes a un lugar de refugio, a Dafne, cerca de Antioquía.
34 Por eso, Menelao, a solas con Andrónico, le incitaba a matar a Onías. Andrónico se llegó donde Onías, y, confiando en la astucia, estrechándole la mano y dándole la diestra con juramento, perusadió a Onías, aunque a éste no le faltaban sospechas, a salir de su refugio, e inmediatamente le dio muerte, sin respeto alguno a la justicia.
35 Por este motivo no sólo los judíos sino también muchos de las demás naciones se indignaron y se irritaron por el injusto asesinato de aquel hombre.
36 Cuando el rey volvió de las regiones de Cilicia, los judíos de la ciudad junto con los griegos, que también odiaban el mal, fueron a su encuentro a quejarse de la injustificada muerte de Onías.
37 Antíoco, hondamente estristecido y movido a compasión, lloró recordando la prudencia y la gran moderación del difunto.
38 Encendido en ira, despojó inmediatamente a Andrónico, de la púrpura y desgarró sus vestidos. Le hizo conducir por toda la ciudad hasta el mismo lugar donde tan impíamente había tratado a Onías; allí hizo desaparecer de este mundo al criminal, a quien el Señor daba el merecido castigo.
39 Lisímaco había cometido muchos robos sacrílegos en la ciudad con el consentimiento de Menelao, y la noticia se había divulgado fuera; por eso la multitud se amotinó contra Lisímaco. Pero eran ya muchos los objetos de oro que estaban dispersos.
40 Como las turbas estaban excitadas y en el colmo de su cólera, Lisímaco armó a cerca de 3.000 hombres e inició la represión violenta, poniendo por jefe a un tal Aurano, avanzado en edad y no menos en locura.
41 Cuando se dieron cuenta del ataque de Lisímaco, unos se armaron de piedras, otros de estacas y otros, tomando a puñadas ceniza que allí había, lo arrojaban todo junto contra las tropas de Lisímaco.
42 De este modo hirieron a muchos de ellos, y mataron a algunos; a todos los demás los pusieron en fuga, y al mismo ladrón sacrílego le mataron junto al Tesoro.
43 Sobre todos estos hechos se instruyó proceso contra Menelao.
44 Cuando el rey llegó a Tiro, tres hombres enviados por el Senado expusieron ante él el alegato.
45 Menelao, perdido ya, prometió una importante suma a Tolomeo, hijo de Dorimeno, para que persuadiera al rey.
46 Entonces Tolomeo, llevando al rey aparte a una galería como para tomar el aire, le hizo cambiar de parecer,
47 de modo que absolvió de las acusaciones a Menelao, el causante de todos los males, y, en cambio, condenó a muerte a aquellos infelices que hubieran sido absueltos, aun cuando hubieran declarado ante un tribunal de escitas.
48 Así que, sin dilación, sufrieron aquella injusta pena los que habían defendido la causa de la ciudad, del pueblo y de los vasos sagrados.
49 Por este motivo, algunos tirios, indignados contra aquella iniquidad, prepararon con magnificencia su sepultura.
50 Menelao, por su parte, por la avaricia de aquellos gobernantes, permaneció en el poder, creciendo en maldad, constituido en el principal adversario de sus conciudadanos.
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II Macabeos 5
1 Por esta época preparaba Antíoco la segunda expedición a Egipto.
2 Sucedió que durante cerca de cuarenta días aparecieron en toda la ciudad, corriendo por los aires, jinetes vestidos de oro, tropas armadas distribuidas en cohortes,
3 escuadrones de caballería en orden de batalla, ataques y cargas de una y otra parte, movimiento de escudos, espesura de lanzas, espadas desenvainadas, lanzamiento de dardos, resplandores de armaduras de oro y corazas de toda clase.
4 Ante ello todos rogaban que aquella aparición presagiase algún bien.
5 Al difundirse el falso rumor de que Antíoco había dejado esta vida, Jasón, con no menos de mil hombres, lanzó un ataque imprevisto contra la ciudad; al ser rechazados los que estaban en la muralla y capturada ya por fin la ciudad, Menelao se refugió en la Acrópolis.
6 Jasón hacía cruel matanza de sus propios ciudadanos sin caer en cuenta que un éxito sobre sus compatriotas era el peor de los desastres; se imaginaba ganar trofeos de enemigos y no de sus compatriotas.
7 Pero no logró el poder; sino que al fin, con la ignominia ganada por sus intrigas, se fue huyendo de nuevo al país de Ammán.
8 Por último encontró un final desastroso: acusado ante Aretas, tirano de los árabes, huyendo de su ciudad, perseguido por todos, detestado como apóstata de las leyes, y abominado como verdugo de la patria y de los conciudadanos, fue arrojado a Egipto.
9 El que a muchos había desterrado de la patria, en el destierro murió, cuando se dirigía a Lacedemonia, con la esperanza de encontrar protección por razón de parentesco;
10 y el que a tantos había privado de sepultura, pasó sin ser llorado, sin recibir honras fúnebres ni tener un sitio en la sepultura de sus padres.
11 Cuando llegaron al rey noticias de lo sucedido, sacó la conclusión de que Judea se separaba; por eso regresó de Egipto, rabioso como una fiera, tomó la ciudad por las armas,
12 y ordenó a los soldados que hirieran sin compasión a los que encontraran y que mataran a los que subiesen a los terrados de las casas.
13 Perecieron jóvenes y ancianos; fueron asesinados muchachos, mujeres y niños, y degollaron a doncellas y niños de pecho.
14 En sólo tres días perecieron 80.000 personas, 40.000 en la refriega y otros, en número no menor que el de las víctimas, fueron vendidos como esclavos.
15 Antíoco, no contento con esto, se atrevió a penetrar en el Templo más santo de toda la tierra, llevando como guía a Menelao, el traidor a las leyes y a la patria.
16 Con sus manos impuras tomó los vasos sagrados y arrebató con sus manos profanas las ofrendas presentadas por otros reyes para acrecentamiento de la gloria y honra del Lugar.
17 Antíoco estaba engreído en su pensamiento, sin considerar que el Soberano estaba irritado por poco tiempo a causa de los pecados de los habitantes de la ciudad y por eso desviaba su mirada del Lugar.
18 Pero de no haberse dejado arrastrar ellos por los muchos pecados, el mismo Antíoco, como Heliodoro, el enviado por el rey Seleuco para inspeccionar el Tesoro, al ser azotado nada más llegar, habría renunciado a su osadía.
19 Pero el Señor no ha elegido a la nación por el Lugar, sino el Lugar por la nación.
20 Por esto, también el mismo Lugar, después de haber participado de las desgracias acaecidas a la nación, ha tenido luego parte en sus beneficios; y el que había sido abandonado en tiempo de la cólera del Todopoderoso, de nuevo en tiempo de la reconciliación del gran Soberano, ha sido restaurado con toda su gloria.
21 Así pues, Antíoco, llevándose del Templo 1.800 talentos, se fue pronto a Antioquía, creyendo en su orgullo que haría la tierra navegable y el mar viable, por la arrogancia de su corazón.
22 Dejó también prefectos para hacer daño a la raza: en Jerusalén a Filipo, de raza frigia, que tenía costumbres más bárbaras que el le había nombrado;
23 en el monte Garizim, a Andrónico, y además de éstos, a Menelao, que superaba a los demás en maldad contra sus conciudadanos. El rey, que albergaba hacia los judíos sentimientos de odio,
24 envió al Misarca Apolonio con un ejército de 22.000 hombres, y la orden de degollar a todos los que estaban en el vigor de la edad, y de vender a las mujeres y a los más jóvenes.
25 Llegado éste a Jerusalén y fingiendo venir en son de paz esperó hasta el día santo del sábado. Aprovechando el descanso de los judíos, mandó a sus tropas que se equiparan con las armas,
26 y a todos los que salían a ver aquel espectáculo, los hizo matar e, invadiendo la ciudad con los soldados armados, hizo caer una considerable multitud.
27 Pero Judas, llamado también Macabeo, formó un grupo de unos diez y se retiró al desierto. Llevaba con sus compañeros, en las montañas, vida de fieras salvajes, sin comer más alimento que hierbas, para no contaminarse de impureza.
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II Macabeos 6
1 Poco tiempo después, el rey envió al ateniense Geronta para obligar a los judíos a que desertaran de las leyes de sus padres y a que dejaran de vivir según las leyes de su Dios;
2 y además para contaminar el Templo de Jerusalén, dedicándolo a Zeus Olímpico, y el de Garizim, a Zeus Hospitalario, como lo habían pedido los habitantes del lugar.
3 Este recrudecimiento del mal era para todos penoso e insoportable.
4 El Templo estaba lleno de desórdenes y orgías por parte de los paganos que holgaban con meretrices y que en los atrios sagrados andaban con mujeres, y hasta introducían allí cosas prohibidas.
5 El altar estaba repleto de víctimas ilícitas, prohibidas por las leyes.
6 No se podía ni celebrar el sábado, ni guardar las fiestas patrias, ni siquiera confesarse judío;
7 antes bien eran obligados con amarga violencia a la celebración mensual del nacimiento del rey con un banquete sacrificial y, cuando llegaba la fiesta de Dióniso, eran forzados a formar parte de su cortejo, coronados de hiedra.
8 Por instigación de los habitantes de Tolemaida salió un decreto para las vecinas ciudades griegas, obligándolas a que procedieran de la misma forma contra los judíos y a que les hicieran participar en los banquetes sacrificiales,
9 con orden de degollar a los que no adoptaran el cambio a las costumbres griegas. Podíase ya entrever la calamidad inminente.
10 Dos mujeres fueron delatadas por haber circuncidado a sus hijos; las hicieron recorrer públicamente la ciudad con los niños colgados del pecho, y las precipitaron desde la muralla.
11 Otros que se habían reunido en cuevas próximas para celebrar a escondidas el día séptimo, fueron denunciados a Filipo y quemados juntos, sin que quisieran hacer nada en su defensa, por respeto a la santidad del día.
12 Ruego a los lectores de este libro que no se desconcierten por estas desgracias; piensen antes bien que estos castigos buscan no la destrucción, sino la educación de nuestra raza;
13 pues el no tolerar por mucho tiempo a los impíos, de modo que pronto caigan en castigos, es señal de gran benevolencia.
14 Pues con las demás naciones el Soberano, para castigarlas, aguarda pacientemente a que lleguen a colmar la medida de sus pecados; pero con nosotros ha decidido no proceder así,
15 para que no tenga luego que castigarnos, al llegar nuestros pecados a la medida colmada.
16 Por eso mismo nunca retira de nosotros su misericordia: cuando corrige con la desgracia, no está abandonando a su propio pueblo.
17 Quede esto dicho a modo de recuerdo. Después de estas pocas palabras, prosigamos la narración.
18 A Eleazar, uno de los principales escribas, varón de ya avanzada edad y de muy noble aspecto, le forzaban a abrir la boca y a comer carne de puerco.
19 Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida infame, marchaba voluntariamente al suplicio del apaleamiento,
20 después de escupir todo, que es como deben proceder los que tienen valentía rechazar los alimentos que no es lícito probar ni por amor a la vida.
21 Los que estaban encargados del banquete sacrificial contrario a la Ley, tomándole aparte en razón del conocimiento que de antiguo tenían con este hombre, le invitaban a traer carne preparada por él mismo, y que le fuera lícita; a simular como si comiera la mandada por el rey, tomada del sacrificio,
22 para que, obrando así, se librara de la muerte, y por su antigua amistad hacia ellos alcanzara benevolencia.
23 Pero él, tomando una noble resolución digna de su edad, de la prestancia de su ancianidad, de sus experimentadas y ejemplares canas, de su inmejorable proceder desde niño y, sobre todo, de la legislación santa dada por Dios, se mostró consecuente consigo diciendo que se le mandara pronto al Hades.
24 «Porque a nuestra edad no es digno fingir, no sea que muchos jóvenes creyendo que Eleazar, a sus noventa años, se ha pasado a las costumbres paganas,
25 también ellos por mi simulación y por mi apego a este breve resto de vida, se desvíen por mi culpa y yo atraiga mancha y deshonra a mi vejez.
26 Pues aunque me libre al presente del castigo de los hombres, sin embargo ni vivo ni muerto podré escapar de las manos del Todopoderoso.
27 Por eso, al abandonar ahora valientemente la vida, me mostraré digno de mi ancianidad,
28 dejando a los jóvenes un ejemplo noble al morir generosamente con ánimo y nobleza por las leyes venerables y santas.» Habiendo dicho esto, se fue enseguida al suplicio del apaleamiento.
29 Los que le llevaban cambiaron su suavidad de poco antes en dureza, después de oír las referidas palabras que ellos consideraban una locura;
30 él, por su parte, a punto ya de morir por los golpes, dijo entre suspiros: «El Señor, que posee la ciencia santa, sabe bien que, pudiendo librarme de la muerte, soporto flagelado en mi cuerpo recios dolores, pero en mi alma los sufro con gusto por temor de él.»
31 De este modo llegó a su tránsito. (No sólo a los jóvenes, sino también a la gran mayoría de la nación, Eleazar dejó su muerte como ejemplo de nobleza y recuerdo de virtud.)
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II Macabeos 7
1 Sucedió también que siete hermanos apresados junto con su madre, eran forzados por el rey, flagelados con azotes y nervios de buey, a probar carne de puerco (prohibida por la Ley).
2 Uno de ellos, hablando en nombre de los demás, decía así: «¿Qué quieres preguntar y saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que violar las leyes de nuestros padres.»
3 El rey, fuera de sí, ordenó poner al fuego sartenes y calderas.
4 En cuanto estuvieron al rojo, mandó cortar la lengua al que había hablado en nombre de los demás, arrancarle el cuero cabelludo y cortarle las extremidades de los miembros, en presencia de sus demás hermanos y de su madre.
5 Cuando quedó totalmente inutilizado, pero respirando todavía, mandó que le acercaran al fuego y le tostaran en la sartén. Mientras el humo de la sartén se difundía lejos, los demás hermanos junto con su madre se animaban mutuamente a morir con generosidad, y decían:
6 «El Señor Dios vela y con toda seguridad se apiadará de nosotros, como declaró Moisés en el cántico que atestigua claramente: «Se apiadará de sus siervos».»
7 Cuando el primero hizo así su tránsito, llevaron al segundo al suplicio y después de arrancarle la piel de la cabeza con los cabellos, le preguntaban: «¿Vas a comer antes de que tu cuerpo sea torturado miembro a miembro?»
8 El respondiendo en su lenguaje patrio, dijo: «¡No!» Por ello, también éste sufrió a su vez la tortura, como el primero.
9 Al llegar a su último suspiro dijo: «Tú, criminal, nos privas de la vida presente, pero el Rey del mundo a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna.»
10 Después de éste, fue castigado el tercero; en cuanto se lo pidieron, presentó la lengua, tendió decidido las manos
11 (y dijo con valentía: «Por don del Cielo poseo estos miembros, por sus leyes los desdeño y de El espero recibirlos de nuevo).»
12 Hasta el punto de que el rey y sus acompañantes estaban sorprendidos del ánimo de aquel muchacho que en nada tenía los dolores.
13 Llegado éste a su tránsito, maltrataron de igual modo con suplicios al cuarto.
14 Cerca ya del fin decía así: «Es preferible morir a manos de hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por él; para ti, en cambio, no habrá resurrección a la vida.»
15 Enseguida llevaron al quinto y se pusieron a atormentarle.
16 El, mirando al rey, dijo: «Tú, porque tienes poder entre los hombres aunque eres mortal, haces lo que quieres. Pero no creas que Dios ha abandonado a nuestra raza.
17 Aguarda tú y contemplarás su magnifico poder, cómo te atormentará a ti y a tu linaje.»
18 Después de éste, trajeron al sexto, que estando a punto de morir decía: «No te hagas ilusiones, pues nosotros por nuestra propia culpa padecemos; por haber pecado contra nuestro Dios (nos suceden cosas sorprendentes).
19 Pero no pienses quedar impune tú que te has atrevido a luchar contra Dios.»
20 Admirable de todo punto y digna de glorioso recuerdo fue aquella madre que, al ver morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día, sufría con valor porque tenía la esperanza puesta en el Señor.
21 Animaba a cada uno de ellos en su lenguaje patrio y, llena de generosos sentimientos y estimulando con ardor varonil sus reflexiones de mujer, les decía:
22 «Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno.
23 Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes.»
24 Antíoco creía que se le despreciaba a él y sospechaba que eran palabras injuriosas. Mientras el menor seguía con vida, no sólo trataba de ganarle con palabras, sino hasta con juramentos le prometía hacerle rico y muy feliz, con tal de que abandonara las tradiciones de sus padres; le haría su amigo y le confiaría altos cargos.
25 Pero como el muchacho no le hacía ningún caso, el rey llamó a la madre y la invitó a que aconsejara al adolescente para salvar su vida.
26 Tras de instarle él varias veces, ella aceptó el persuadir a su hijo.
27 Se inclinó sobre él y burlándose del cruel tirano, le dijo en su lengua patria: «Hijo, ten compasión de mí que te llevé en el seno por nueve meses, te amamanté por tres años, te crié y te eduqué hasta la edad que tienes (y te alimenté).
28 Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia.
29 No temas a este verdugo, antes bien, mostrándote digno de tus hermanos, acepta la muerte, para que vuelva yo a encontrarte con tus hermanos en la misericordia.»
30 En cuanto ella terminó de hablar, el muchacho dijo: «¿Qué esperáis? No obedezco el mandato del rey; obedezco el mandato de la Ley dada a nuestros padres por medio de Moisés.
31 Y tú, que eres el causante de todas las desgracias de los hebreos, no escaparás de las manos de Dios.
32 (Cierto que nosotros padecemos por nuestros pecados.)
33 Si es verdad que nuestro Señor que vive, está momentáneamente irritado para castigarnos y corregirnos, también se reconciliará de nuevo con sus siervos.
34 Pero tú, ¡oh impío y el más criminal de todos los hombres!, no te engrías neciamente, entregándote a vanas esperanzas y alzando la mano contra sus siervos;
35 porque todavía no has escapado del juicio del Dios que todo lo puede y todo lo ve.
36 Pues ahora nuestros hermanos, después de haber soportado una corta pena por una vida perenne, cayeron por la alianza de Dios; tú, en cambio, por el justo juicio de Dios cargarás con la pena merecida por tu soberbia.
37 Yo, como mis hermanos, entrego mi cuerpo y mi vida por las leyes de mis padres, invocando a Dios para que pronto se muestre propicio con nuestra nación, y que tú con pruebas y azotes llegues a confesar que él es el único Dios.
38 Que en mí y en mis hermanos se detenga la cólera del Todopoderoso justamente descargada sobre toda nuestra raza.»
39 El rey, fuera de sí, se ensañó con éste con mayor crueldad que con los demás, por resultarle amargo el sarcasmo.
40 También éste tuvo un limpio tránsito, con entera confianza en el Señor.
41 Por último, después de los hijos murió la madre.
42 Sea esto bastante para tener noticia de los banquetes sacrificiales y
de las crueldades sin medida.
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II Macabeos 8
1 Judas, llamado también Macabeo, y sus compañeros entraban sigilosamente en los pueblos, llamaban a sus hermanos de raza y acogiendo a los que permanecían fieles al judaísmo, llegaron a reunir 6.000 hombres.
2 Rogaban al Señor que mirase por aquel pueblo que todos conculcaban; que tuviese piedad del santuario profanado por los hombres impíos;
3 que se compadeciese de la ciudad destruida y a punto de ser arrasada, y que escuchase las voces de la sangre que clamaba a él;
4 que se acordase de la inicua matanza de niños inocentes y de las blasfemias proferidas contra su nombre, y que mostrase su odio al mal.
5 Macabeo, con su tropa organizada, fue ya invencible para los gentiles, al haberse cambiado en misericordia la cólera del Señor.
6 Llegando de improviso, incendiaba ciudades y pueblos; después de ocupar las posiciones estratégicas, causaba al enemigo grandes pérdidas.
7 Prefería la noche como aliada para tales incursiones. La fama de su valor se extendía por todas partes.
8 Al ver Filipo que este hombre progesaba paulatinamente y que sus éxitos eran cada día más frecuentes, escribió a Tolomeo, estratega de Celesiria y Fenicia para que viniese en ayuda de los intereses del rey.
9 Este designó enseguida a Nicanor, hijo de Patroclo, uno de sus primeros amigos, y le envió al frente de no menos de 20.000 hombres de todas las naciones para exterminar la raza entera de Judea. Puso a su lado a Gorgias, general con experiencia en lides guerreras.
10 Nicanor intentaba, por su parte, saldar con la venta de prisioneros judíos, el tributo de 2.000 talentos que el rey debía a los romanos.
11 Pronto envió a las ciudades marítimas una invitación para que vinieran a comprar esclavos judíos, prometiendo entregar noventa esclavos por un talento sin esperarse el castigo del Todopoderoso que estaba a punto de caer sobre él.
12 Llegó a Judas la noticia de la expedición de Nicanor. Cuando comunicó a los que le acompañaban que el ejército se acercaba,
13 los cobardes y desconfiados de la justicia divina, comenzaron a escaparse y alejarse del lugar;
14 los demás vendían todo lo que les quedaba, y pedían al mismo tiempo al Señor que librara a los que el impío Nicanor tenía vendidos aun ante de haberse enfrentado.
15 Si no por ellos, sí por las alianzas con sus padres y porque invocaban en su favor el venerable y majestuoso Nombre.
16 Después de reunir a los suyos, en número de 6.000, el Macabeo les exhortaba a no dejarse amedrentar por los enemigos y a no temer a la muchedumbre de gentiles que injustamente venían contra ellos, sino a combatir con valor,
17 teniendo a la vista el ultraje que inicuamente habían inferido al Lugar Santo, los suplicios infligidos a la ciudad y la abolición de las instituciones ancestrales.
18 «Ellos, les dijo, confían en sus armas y en su audacia; pero nosotros tenemos nuestra confianza puesta en Dios Todopoderoso, que puede abatir con un gesto a los que vienen contra nosotros y al mundo entero.»
19 Les enumeró los auxilios dispensados a sus antecesores, especialmente frente a Senaquerib, cuando perecieron 185.000,
20 y el recibido en Babilonia, en la batalla contra los gálatas, cuando entraron en acción todos los 8.000 judíos junto a los 4.000 macedonios, y cuando los macedonios se hallaban en apuros, los 8.000 derrotaron a 120.000, gracias al auxilio que les llegó del cielo, y se hicieron con un gran botín.
21 Después de haberlos enardecido con estas palabras y de haberlos dispuesto a morir por las leyes y por la patria, dividió el ejército en cuatro cuerpos.
22 Puso a sus hermanos, Simón, José y Jonatán, al frente de cada cuerpo, dejando a las órdenes de cada uno 1.500 hombres.
23 Además mandó a Esdrías que leyera el libro sagrado; luego, dando como consigna «Auxilio de Dios», él mismo al frente del primer cuerpo trabó combate con Nicanor.
24 Al ponerse el Todopoderoso de su parte en la lucha, dieron muerte a más de 9.000 enemigos, hirieron y mutilaron a la mayor parte del ejército de Nicanor, y a todos los demás los pusieron en fuga.
25 Se apoderaron del dinero de los que habían venido a comprarlos. Después de haberlos perseguido bastante tiempo, se volvieron, obligados por la hora,
26 pues era víspera del sábado, y por esta causa no continuaron en su persecución.
27 Una vez que hubieron amontonado las armas y recogido los despojos de los enemigos, comenzaron la celebración del sábado, desbordándose en bendiciones y alabanzas al Señor que en aquel día les había salvado, estableciendo el comienzo de su misericordia.
28 Al acabar el sábado, dieron una parte del botín a los que habían sufrido la persecución, así como a las viudas y huérfanos; ellos y sus hijos se repartieron el resto.
29 Hecho esto, en rogativa pública rogaron al Señor misericordioso que se reconciliara del todo con sus siervos.
30 En su combate con las tropas de Timoteo y Báquides, mataron a éstos más de 20.000 hombres, se adueñaron por completo de altas fortalezas y dividieron el inmenso botín en partes iguales, una para ellos y otra para los que habían sufrido la persecución, los huérfanos y las viudas, así como para los ancianos.
31 Con todo cuidado reunieron las armas capturadas en lugares convenientes y llevaron a Jerusalén el resto de los despojos.
32 Mataron al filarca de la escolta de Timoteo, hombre muy impío que había causado mucho pesar a los judíos.
33 Mientras celebraban la victoria en su patria, quemaron a los que habían incendiado los portones sagrados, así como a Calístenes, que estaban refugiados en una misma casita, y que recibieron así la merecida paga de su impiedad.
34 Nicanor, tres veces criminal, que había traído a los mil comerciantes para la venta de los judíos,
35 con el auxilio del Señor, quedó humillado por los mismos que él despreciaba como los más viles; despojándose de sus galas, como un fugitivo a campo través, buscando la soledad llegó hasta Antioquía con mucha suerte, después del desastre de su ejército.
36 El que había pretendido saldar el tributo debido a los romanos con la venta de los prisioneros de Jerusalén, proclamaba que los judíos tenían a Alguien que les defendía, y que los judíos eran invulnerables por el hecho de que seguían las leyes prescritas por Aquél.
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II Macabeos 9
1 Sucedió por este tiempo que Antíoco hubo de retirarse desordenadamente de las regiones de Persia.
2 En efecto, habiendo entrado en la ciudad llamada Persépolis, pretendió saquear el santuario y oprimir la ciudad; ante ello, la muchedumbre sublevándose acudió a las armas y le puso en fuga; y sucedió que Antíoco, ahuyentado por los naturales del país, hubo de emprender una vergonzosa retirada.
3 Cuando estaba en Ecbátana, le llegó la noticia de lo ocurrido a Nicanor y a las tropas de Timoteo.
4 Arrebatado de furor, pensaba vengar en los judíos la afrenta de los que le habían puesto en fuga, y por eso ordenó al conductor que hiciera avanzar el carro sin parar hasta el término del viaje. Pero ya el juicio del Cielo se cernía sobre él, pues había hablado así con orgullo: «En cuanto llegue a Jerusalén, haré de la ciudad una fosa común de judíos.»
5 Pero el Señor Dios de Israel que todo lo ve, le hirió con una llaga incurable e invisible: apenas pronunciada esta frase, se apoderó de sus entrañas un dolor irremediable, con agudos retortijones internos,
6 cosa totalmente justa para quien había hecho sufrir las entrañas de otros con numerosas y desconocidas torturas.
7 Pero él de ningún modo cesaba en su arrogancia; estaba lleno todavía de orgullo, respiraba el fuego de su furor contra los judíos y mandaba acelerar la marcha. Pero sucedió que vino a caer de su carro que corría velozmente y, con la violenta caída, todos los miembros de su cuerpo se le descoyuntaron.
8 El que poco antes pensaba dominar con su altivez de superhombre las olas del mar, y se imaginaba pesar en una balanza las cimas de las montañas, caído por tierra, era luego transportado en una litera, mostrando a todos de forma manifiesta el poder de Dios,
9 hasta el punto que de los ojos del impío pululaban gusanos, caían a pedazos sus carnes, aun estando con vida, entre dolores y sufrimientos, y su infecto hedor apestaba todo el ejército.
10 Al que poco antes creía tocar los astros del cielo, nadie podía ahora llevarlo por la insoportable repugnancia del hedor.
11 Así comenzó entonces, herido, a abatir su excesivo orgullo y a llegar al verdadero conocimiento bajo el azote divino, en tensión a cada instante por los dolores.
12 Como ni él mismo podía soportar su propio hedor, decía: «Justo es estar sumiso a Dios y que un mortal no pretenda igualarse a la divinidad.»
13 Pero aquel malvado rogaba al Soberano de quien ya no alcanzaría misericordia, prometiendo
14 que declararía libre la ciudad santa, a la que se había dirigido antes a toda prisa para arrasarla y transformarla en fosa común,
15 que equipararía con los atenienses a todos aquellos judíos que había considerado dignos, no de una sepultura, sino de ser arrojados con sus niños como pasto a las fieras;
16 que adornaría con los más bellos presentes el Templo Santo que antes había saqueado; que devolvería multiplicados todos los objetos sagrados; que suministraría a sus propias expensas los fondos que se gastaban en los sacrificios;
17 y, además, que se haría judío y recorrería todos los lugares habitados para proclamar el poder de Dios.
18 Como sus dolores de ninguna forma se calmaban, pues había caído sobre él el justo juicio de Dios, desesperado de su estado, escribió a los judíos la carta copiada a continuación, en forma de súplica, con el siguiente contenido:
19 «A los honrados judíos, ciudadanos suyos, con los mejores deseos de dicha, salud y prosperidad, saluda el rey y estratega Antíoco.
20 Si os encontráis bien vosotros y vuestros hijos, y vuestros asuntos van conforme a vuestros deseos, damos por ello rendidas gracias.
21 En cuanto a mí, me encuentro postrado sin fuerza en mi lecho, con un amistoso recuerdo de vosotros. A mi vuelta de las regiones de Persia, contraje una molesta enfermedad y he considerado necesario preocuparme de vuestra seguridad común.
22 No desespero de mi situación, antes bien tengo grandes esperanzas de salir de esta enfermedad;
23 pero considerando que también mi padre, con ocasión de salir a campaña hacia las regiones altas, designó su futuro sucesor,
24 para que, si ocurría algo sorprendente o si llegaba alguna noticia desagradable, los habitantes de las provincias no se perturbaran, por saber ya a quién quedaba confiado el gobierno;
25 dándome cuenta además de que los soberanos de alrededor, vecinos al reino, acechan las oportunidades y aguardan lo que pueda suceder, he nombrado rey a mi hijo Antíoco, a quien muchas veces, al recorrer las satrapías altas, os he confiado y recomendado a gran parte de vosotros. A él le he escrito lo que sigue.
26 Por tanto os exhorto y ruego que acordándoos de los beneficios recibidos en común y en particular, guardéis cada uno también con mi hijo la benevolencia que tenéis hacia mí.
27 Pues estoy seguro de que él, realizando con moderación y humanidad mis proyectos, se entenderá bien con vosotros.»
28 Así pues, aquel asesino y blasfemo, sufriendo los peores padecimientos, como los había hecho padecer a otros, terminó la vida en tierra extranjera, entre montañas, en el más lamentable infortunio.
29 Filipo, su compañero, trasladaba su cuerpo; mas, por temor al hijo de Antíoco, se retiró a Egipto, junto a Tolomeo Filométor.
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II Macabeos 10
1 Macabeo y los suyos, guiados por el Señor, recuperaron el Templo y la ciudad,
2 destruyeron los altares levantados por los extranjeros en la plaza pública, así como los recintos sagrados.
3 Después de haber purificado el Templo, hicieron otro altar; tomando fuego de pedernal del que habían sacado chispas, tras dos años de intervalo ofrecieron sacrificios, el incienso y las lámparas, y colocaron los panes de la Presencia.
4 Hecho esto, rogaron al Señor, postrados sobre el vientre, que no les permitiera volver a caer en tales desgracias, sino que, si alguna vez pecaban, les corrigiera con benignidad, y no los entregara a los gentiles blasfemos y bárbaros.
5 Aconteció que el mismo día en que el Templo había sido profanado por los extranjeros, es decir, el veinticinco del mismo mes que es Kisléu, tuvo lugar la purificación del Templo.
6 Lo celebraron con alegría durante ocho días, como en la fiesta de las Tiendas, recordando cómo, poco tiempo antes, por la fiesta de las Tiendas, estaban cobijados como fieras en montañas y cavernas.
7 Por ello, llevando tirsos, ramas hermosas y palmas, entonaban himnos hacia Aquél que había llevado a buen término la purificación de su lugar.
8 Por público decreto y voto prescribieron que toda la nación de los judíos celebrara anualmente aquellos mismos días.
9 Tales fueron las circunstancias de la muerte de Antíoco, apellidado Epífanes.
10 Vamos a exponer ahora lo referente a Antíoco Eupátor, hijo de aquel impío, resumiendo las desgracias debidas a las guerras.
11 En efecto, una vez heredado el reino, puso al frente de sus asuntos a un tal Lisias, estratega supremo de Celesiria y Fenicia.
12 Pues Tolomeo, el llamado Macrón, el primero en observar la justicia con los judíos, debido a la injusticia con que se les había tratado, procuraba resolver pacíficamente lo que a ellos concernía;
13 acusado ante Eupátor a consecuencia de ello por los amigos del rey, oía continuamente que le llamaban traidor, por haber abandonado Chipre, que Filométor le había confiado, y por haberse pasado a Antíoco Epífanes. Al no poder honrar debidamente la dignidad de su cargo, envenenándose, dejó esta vida.
14 Gorgias, hecho estratega de la región, mantenía tropas mercenarias y en toda ocasión hostigaba a los judíos.
15 Al mismo tiempo los idumeos, dueños de fortalezas estratégicas, causaban molestias a los judíos, y acogiendo a los fugitivos de Jerusalén procuraban fomentar la guerra.
16 Macabeo y sus compañeros, después de haber celebrado una rogativa y haber pedido a Dios que luchara junto a ellos, se lanzaron contra las fortalezas de los idumeos;
17 después de atacarlos con ímpetu, se apoderaron de las posiciones e hicieron retroceder a todos los que combatían sobre la muralla; daban muerte a cuantos caían en sus manos. Mataron por lo menos 20.000.
18 No menos de 9.000 hombres se habían refugiado en dos torres muy bien fortificadas y abastecidas de cuanto era necesario para resistir un sitio.
19 Macabeo dejó entonces a Simón y José, y además a Zaqueo y a los suyos, en número suficiente para asediarles, y él mismo partió hacia otros lugares de mayor urgencia.
20 Pero los hombres de Simón, ávidos de dinero, se dejaron sobornar por algunos de los que estaban en las torres; por 70.000 dracmas dejaron que algunos se escapasen.
21 Cuando se dio a Macabeo la noticia de lo sucedido, reunió a los jefes del pueblo y acusó a aquellos hombres de haber vendido a sus hermanos por dinero al soltar enemigos contra ellos.
22 Hizo por tanto ejecutarles por traidores e inmediatamente se apoderó de las dos torres.
23 Con atinada dirección y con las armas en las manos, mató en las dos fortalezas a más de 20.000 hombres.
24 Timoteo, que antes había sido vencido por los judíos, después de reclutar numerosas fuerzas extranjeras y de reunir no pocos caballos traídos de Asia, se presentó con la intención de conquistar Judea por las armas.
25 Ante su avance, los hombres de Macabeo, en rogativas a Dios, cubrieron de polvo su cabeza y ciñeron de sayal la cintura;
26 y, postrándose delante del Altar, a su pie, pedían a Dios que, mostrándose propicio con ellos, se hiciera enemigo de sus enemigos y adversario de sus adversarios, como declara la Ley.
27 Al acabar la plegaria, tomaron las armas y avanzaron un buen trecho fuera de la ciudad; cuando estaban cerca de sus enemigos, se detuvieron.
28 A poco de difundirse la claridad del sol naciente, ambos bandos se lanzaron al combate; los unos tenían como garantía del éxito y de la victoria, además de su valor, el recurso al Señor; los otros combatían con la furia como guía de sus luchas.
29 En lo recio de la batalla, aparecieron desde el cielo ante los adversarios cinco hombres majestuosos montados en caballos con frenos de oro, que se pusieron al frente de los judíos;
30 colocaron a Macabeo en medio de ellos y, cubriéndole con sus armaduras, le hacían invulnerable; arrojaban sobre los adversarios saetas y rayos, por lo que heridos de ceguera se dispersaban en completo desorden.
31 20.500 infantes fueron muertos y seiscientos jinetes.
32 El mismo Timoteo se refugió en una fortaleza, muy bien guardada, llamada Gázara, cuyo estratega era Quereas.
33 Las tropas de Macabeo, alborozadas, asediaron la ciudadela durante cuatro días.
34 Los de dentro, confiados en lo seguro de la posición, blasfemaban sin cesar y proferían palabras impías.
35 Amanecido el quinto día, veinte jóvenes de las tropas de Macabeo, encendidos en furor a causa de las blasfemias, se lanzaron valientemente contra la muralla y con fiera bravura herían a cuantos se ponían delante.
36 Otros, subieron igualmente por el lado opuesto contra los de dentro, prendieron fuego a las torres y, encendiendo hogueras, quemaron vivos a los blasfemos. Aquéllos, entretanto, rompián las puertas, y tras abrir paso al resto del ejército, se apoderaron de la ciudad.
37 Mataron a Timoteo, que estaba escondido en una cisterna, así como a su hermano Quereas y a Apolófanes.
38 Al término de estas proezas, con himnos y alabanzas bendecían al Señor que hacía grandes beneficios a Israel y a ellos les daba la victoria.
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II Macabeos 11
1 Muy poco tiempo después, Lisias, tutor y pariente del rey, que estaba al frente de los negocios, muy contrariado por lo sucedido,
2 reunió unos 80.000 hombres con toda la caballería, y se puso en marcha contra los judíos, con la intención de hacer de la ciudad una población de griegos,
3 convertir el Templo en fuente de recursos, como los demás recintos sagrados de los gentiles, y poner cada año en venta la dignidad del sumo sacerdocio.
4 No tenía en cuenta en absoluto el poder de Dios, engreído como estaba con sus miríadas de infantes, sus millares de jinetes y sus ochenta elefantes.
5 Entró en Judea, se acercó a Bet Sur, plaza fuerte que dista de Jerusalén unas cinco esjenas, y la cercó estrechamente.
6 En cuanto los hombres de Macabeo supieron que Lisias estaba sitiando las fortalezas, comenzaron a implorar al Señor con gemidos y lágrimas, junto con la multitud, que enviase un ángel bueno para salvar a Israel.
7 Macabeo en persona tomó el primero las armas y exhortó a los demás a que juntamente con él afrontaran el peligro y auxiliaran a sus hermanos. Ellos se lanzaron juntos con entusiasmo.
8 Cuando estaban cerca de Jerusalén, apareció poniéndose al frente de ellos, un jinete vestido de blanco, blandiendo armas de oro.
9 Todos a una bendijeron entonces a Dios misericordioso y y sintieron enardecerse sus ánimos, dispuestos a atravesar no sólo a hombres, sino aun a las fieras más salvajes murallas de hierro.
10 Avanzaban equipados, con el aliado enviado del Cielo, porque el Señor se había compadecido de ellos.
11 Se lanzaron como leones sobre los enemigos, abatieron 11.000 infantes y 1.600 jinetes, y obligaron a huir a todos los demás.
12 La mayoría de éstos escaparon heridos y desarmados; el mismo Lisias se salvó huyendo vergonzosamente.
13 Pero Lisias no era hombre sin juicio. Reflexionando sobre la derrota que acababa de sufrir, y comprendiendo que los hebreos eran invencibles porque el Dios poderoso luchaba con ellos,
14 les propuso por una embajada la reconciliación bajo toda clase de condiciones justas; y que además obligaría al rey a hacerse amigo de ellos.
15 Macabeo asintió a todo lo que Lisias proponía, preocupado por el interés público; pues el rey concedió cuanto Macabeo había pedido por escrito a Lisias acerca de los judíos.
16 La carta escrita por Lisias a los judíos decía lo siguiente: «Lisias saluda a la población de los judíos.
17 Juan y Absalón, vuestros enviados, al entregarme el documento copiado a continuación, me han rogado una respuesta sobre lo que en el mismo se significaba.
18 He dado cuenta al rey de todo lo que debía exponérsele; lo que era de mi competencia lo he concedido.
19 Por consiguiente, si mantenéis vuestra buena disposición hacia el Estado, también yo procuraré en adelante colaborar en vuestro favor.
20 En cuanto a los detalles, tengo dada orden a vuestros enviados y a los míos de que los discutan con vosotros.
21 Seguid bien. Año 148, el veinticuatro de Dióscoro.»
22 La carta del rey decía lo siguiente: «El rey Antíoco saluda a su hermano Lisias.
23 Habiendo pasado nuestro padre donde los dioses, deseamos que los súbditos del reino vivan sin inquietudes para entregarse a sus propias ocupaciones.
24 Teniendo oído que los judíos no están de acuerdo en adoptar las costumbres griegas, como era voluntad de mi padre, sino que prefieren seguir sus propias costumbres, y ruegan que se les permita acomodarse a sus leyes,
25 deseosos, por tanto, de que esta nación esté tranquila, decidimios que se les restituya el Templo y que puedan vivir según las costumbres de sus antepasados.
26 Bien harás, por tanto, en enviarles emisarios que les den la mano, para que al saber nuestra determinación, se sientan confiados y se dediquen con agrado a sus propias ocupaciones.»
27 La carta del rey a la nación era como sigue: «El rey Antíoco saluda al Senado de los judíos y a los demás judíos.
28 Sería nuestro deseo que os encontrarais bien; también nosotros gozamos de salud.
29 Menelao nos ha manifestado vuestro deseo de volver a vuestros hogares.
30 A los que vuelvan antes del treinta del mes de Xántico se les ofrece la mano y libertad
31 para que los judíos se sirvan de sus propios alimentos y leyes como antes, y ninguno de ellos sea molestado en modo alguno a causa de faltas cometidas por ignorancia.
32 He enviado a Menelao para que os anime.
33 Seguid bien. Año 148, día quince de Xántico.»
34 También los romanos les enviaron una carta con el siguiente contenido: «Quinto Memmio, Tito Manilio, Manio Sergio, legados de los romanos, saludan al pueblo de los judíos.
35 Nosotros damos nuestro consentimiento a lo que Lisias, pariente del rey, os ha concedido.
36 Pero en relación con lo que él decidió presentar al rey, mandadnos algún emisario en cuanto lo hayáis examinado, para que lo expongamos en la forma que os conviene, ya que nos dirigimos a Antioquía,
37 Daos prisa, por tanto; enviadnos a algunos, para que también nosotros conozcamos cuál es vuestra opinión.
38 Seguid en buena salud. Año 148, día quince de Dióscoro.»
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II Macabeos 12
1 Una vez terminados estos tratados, Lisias se volvió junto al rey, mientras los judíos se entregaban a las labores del campo.
2 Pero algunos de los estrategas en plaza, Timoteo y Apolonio, hijo de Genneo, y también Jerónimo y Demofón, además de Nicanor, el Chipriarca, no les dejaban vivir en paz ni disfrutar de sosiego.
3 Los habitantes de Joppe, por su parte, perpetraron la enorme impiedad que sigue: invitaron a los judíos que vivían con ellos, a subir con mujeres y niños a las embarcaciones que habían preparado, como si no guardaran contra ellos ninguna enemistad.
4 Conforme a la común decisión de la ciudad, aceptaron los judíos, por mostrar sus deseos de vivir en paz y que no tenían el menor recelo; pero, cuando se hallaban en alta mar, los echaron al fondo, en número no inferior a doscientos.
5 Cuando Judas se enteró de la crueldad cometida con sus compatriotas, se lo anunció a sus hombres;
6 y después de invocar a Dios, el justo juez, se puso en camino contra los asesinos de sus hermanos, incendió por la noche el puerto, quemó las embarcaciones y pasó a cuchillo a los que se habían refugiado allí.
7 Al encontrar cerrada la plaza, se retiró con la intención de volver de nuevo y exterminar por completo a la población de Joppe.
8 Enterado de que también los de Yamnia querían actuar de la misma forma con los judíos que allí habitaban,
9 atacó también de noche a los yamnitas e incendió el puerto y la flota, de modo que el resplandor de las llamas se veía hasta en Jerusalén y eso que había 240 estadios de distancia.
10 Marchando contra Timoteo, se alejaron de allí nueve estadios, cuando le atacaron no menos de 5.000 árabes y quinientos jinetes.
11 En la recia batalla trabada, las tropas de Judas lograron la victoria, gracias al auxilio recibido de Dios; los nómadas, vencidos, pidieron a Judas que les diera la mano, prometiendo entregarle ganado y serle útiles en adelante.
12 Judas, dándose cuenta de que verdaderamente en muchos casos podían ser de utilidad, consintió en hacer las paces con ellos; estrechada la mano se retiraron a las tiendas.
13 Judas atacó también a cierta ciudad fortificada con terraplenes, rodeada de murallas, y habitada por una población mixta de varias naciones, por nombre Caspín.
14 Los sitiados, confiados en la solidez de las murallas y en la provisión de víveres, trataban groseramente con insultos a los hombres de Judas, profiriendo además blasfemias y palabras sacrílegas.
15 Los hombres de Judas, después de invocar al gran Señor del mundo, que sin arietes ni máquinas de guerra había derruido a Jericó en tiempo de Josué, atacaron ferozmente la muralla.
16 Una vez dueños de la ciudad por la voluntad de Dios, hicieron una indescriptible carnicería hasta el punto de que el lago vecino, con su anchura de dos estadios, parecía lleno con la sangre que le había llegado.
17 Se alejaron de allí 750 estadios y llegaron a Járaca, donde los judíos llamados tubios.
18 Pero no encontraron en aquellos lugares a Timoteo, que al no lograr nada se había ido de allí, dejando con todo en determinado lugar una fortísima guarnición.
19 Dositeo y Sosípatro, capitanes de Macabeo, en una incursión mataron a los hombres que Timoteo había dejado en la fortaleza, más de 10.000.
20 Macabeo distribuyó su ejército en cohortes, puso a aquellos dos a su cabeza y se lanzó contra Timoteo que tenía consigo 20.000 infantes y 2.500 jinetes.
21 Al enterarse Timoteo de la llegada de Judas, mandó por delante las mujeres, los niños y el resto de la impedimenta al sitio llamado Carnión; pues era un lugar inexpugnable y de acceso difícil, por la angostura de todos sus pasos.
22 En cuanto apareció, la primera, la cohorte de Judas, se apoderó de los enemigos el miedo y el temor al manifestarse ente ellos Aquél que todo lo ve, y se dieron a la fuga cada cual por su lado, de modo que muchas veces eran heridos por sus propios compañeros y atravesados por las puntas de sus espadas.
23 Judas seguía tenazmente en su persecución, acuchillando a aquellos criminales; llegó a matar hasta 30.000 hombres.
24 El mismo Timoteo cayó en manos de los hombres de Dositeo y Sosípatro; les instaba con mucha palabrería que le dejaran ir salvo, pues alegaba tener en su poder a parientes entre los cuales había hermanos de
muchos de ellos, de cuya vida nadie se cuidaría.
25 Cuando él garantizó, después de muchas palabras, la determinación de restituirlos sanos y salvos, le dejaron libre con ánimo de liberar a sus hermanos.
26 Habiéndose dirigido al Carnión y al Atargateion, Judas dio muerte a 25.000 hombres.
27 Después de haber derrotado (y destruido) a estos enemigos, dirigió una expedición contra la ciudad fuerte de Efrón, donde habitaba Lisanias, con una multitud de toda estirpe. Jóvenes vigorosos, apostados ante las murallas, combatían con valor; en el interior había muchas reservas de máquinas de guerra y proyectiles.
28 Después de haber invocado al Señor que aplasta con energía las fuerzas de los enemigos, los judíos se apoderaron de la ciudad y abatieron por tierra a unos 25.000 de los que estaban dentro.
29 Partiendo de allí se lanzaron contra Escitópolis, ciudad que dista de Jerusalén sesenta estadios.
30 Pero como los judíos allí establecidos atestiguaron que los habitantes de la ciudad habían sido benévolos con ellos y les habían dado buena acogida en los tiempos de desgracia,
31 Judas y los suyos se lo agradecieron y les exhortaron a que también en lo sucesivo se mostraran bien dispuestos con su raza. Llegaron a Jerusalén en la proximidad de la fiesta de las Semanas.
32 Después de la fiesta llamada de Pentecostés, se lanzaron contra Gorgias, el estratega de Idumea.
33 Salió éste con 3.000 infantes y cuatrocientos jinetes,
34 y sucedió que cayeron algunos de los judíos que les habían presentado batalla.
35 Un tal Dositeo, jinete valiente, del cuerpo de los tubios, se apoderó de Gorgias, y agarrándole por la clámide, le arrastraba por la fuerza con el deseo de capturar vivo a aquel maldito; pero un jinete tracio se echó sobre Dositeo, le cortó el hombro, y Gorgias huyó hacia Marisá.
36 Ante la fatiga de los hombres de Esdrías que llevaban mucho tiempo luchando, Judas suplicó al Señor que se mostrase su aliado y su guía en el combate.
37 Entonó entonces en su lengua patria el grito de guerra y algunos himnos, irrumpió de improviso sobre las tropas de Gorgias y las derrotó.
38 Judas, después de reorganizar el ejército, se dirigió hacia la ciudad de Odolam. Al llegar el día séptimo, se purificaron según la costumbre y celebraron allí el sábado.
39 Al día siguiente, fueron en busca de Judas (cuando se hacía ya necesario), para recoger los cadáveres de los que habían caído y depositarlos con sus parientes en los sepulcros de sus padres.
40 Entonces encontraron bajo las túnicas de cada uno de los muertos objetos consagrados a los ídolos de Yamnia, que la Ley prohíbe a los judíos. Fue entonces evidente para todos por qué motivo habían sucumbido aquellos hombres.
41 Bendijeron, pues, todos las obras del Señor, juez justo, que manifiesta las cosas ocultas,
42 y pasaron a la súplica, rogando que quedara completamente borrado el pecado cometido. El valeroso Judas recomendó a la multitud que se mantuvieran limpios de pecado, a la vista de lo sucedido por el pecado de los que habían sucumbido.
43 Después de haber reunido entre sus hombres cerca de 2.000 dracmas, las mandó a Jerusalén para ofrecer un sacrificio por el pecado, obrando muy hermosa y noblemente, pensando en la resurrección.
44 Pues de no esperar que los soldados caídos resucitarían, habría sido superfluo y necio rogar por los muertos;
45 mas si consideraba que una magnífica recompensa está reservada a los que duermen piadosamente, era un pensamiento santo y piadoso.
46 Por eso mandó hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado.
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II Macabeos 13
1 El año 149, los hombres de Judas se enteraron de que Antíoco Eupátor marchaba sobre Judea con numerosas tropas,
2 y que con él venía Lisias, su tutor y encargado de los negocios, cada uno con un ejército griego de 110.000 infantes, 5.300 jinetes, veintidós elefantes y trescientos carros armados de hoces.
3 También Menelao se unió a ellos e incitaba muy taimadamente a Antíoco, no por salvar a su patria, sino con la idea de establecerse en el poder.
4 Pero el Rey de reyes excitó la cólera de Antíoco contra aquel malvado; Lisias demostró al rey que aquel hombre era el causante de todos los males, y Antíoco ordenó conducirle a Berea y darle allí muerte, según las costumbres del lugar.
5 Hay en aquel lugar una torre de cincuenta codos, llena de ceniza, provista de un dispositivo giratorio, en pendiente por todos los lados hacia la ceniza.
6 Al reo de robo sacríleg o al que ha perpetrado algún otro crimen horrendo, lo suben allí y lo precipitan para su perdición.
7 Y sucedió que con tal suplicio murió aquel inicuo Menelao que ni siquiera tuvo la suerte de encontrar la tierra que le recibiera.
8 Y muy justamente fue así, pues, después de haber cometido muchos pecados contra el altar, cuyo fuego y ceniza eran sagrados, en la ceniza encontró la muerte.
9 Marchaba, pues, el rey embargado de bárbaros sentimientos, dispuesto a mostrar a los judíos peores cosas que las sucedidas en tiempo de su padre.
10 Al saberlo Judas mandó a la tropa que invocara al Señor día y noche, para que también en esta ocasión, como en otras, viniera en ayuda de los que estaban a punto de ser privados de la Ley, de la patria y del Templo santo,
11 y no permitiera que aquel pueblo, que todavía hacía poco había recobrado el ánimo, cayera en manos de gentiles de mala fama.
12 Una vez que todos juntos cumplieron la orden y suplicaron al Señor misericordioso con lamentaciones y ayunos y postraciones durante tres días seguidos, Judas les animó y les mandó que estuvieran preparados.
13 Después de reunirse en privado con los Ancianos, decidió que, antes que el ejército del rey entrara en Judea y se hiciera dueño de la ciudad, salieran los suyos para resolver la situación con el auxilio de Dios.
14 Judas, dejando la decisión al Creador del mundo, animó a sus hombres a combatir heroicamente hasta la muerte por la causa de las leyes, el Templo, la ciudad, la patria y las instituciones; y acampó en las cercanías de Modín.
15 Dio a los suyos como consigna «Victoria de Dios» y atacó de noche con lo más escogido de los jóvenes la tienda del rey. Mató en el campamento a unos 2.000 hombres y los suyos hirieron al mayor de los elefantes junto con su conductor;
16 llenaron finalmente el campamento de terror y confusión, y se retiraron victoriosos
17 cuando el día despuntaba. Todo ello sucedió, gracias a la protección que el Señor había brindado a Judas.
18 El rey, que había probado ya la osadía de los judíos, intentó alcanzar las posiciones con estratagemas.
19 Se aproximó a Bet Sur, plaza fuerte de los judíos; pero fue rechazado, derrotado y vencido.
20 Judas hizo llegar a los de dentro lo que necesitaban.
21 Pero Rodoco, uno del ejército judío, revelaba los secretos a los enemigos; fue buscado, capturado y ejecutado.
22 El rey parlamentó por segunda vez con los de Bet Sur, dio y tomó la mano y luego se retiró. Atacó a las tropas de Judas, y fue vencido.
23 Supo entonces que Filipo, a quien había dejado en Antioquía al frente de los negocios, se había sublevado. Consternado, llamó a los judíos, se avino a sus deseos, y prestó juramento sobre todas las condiciones justas. Se reconcilió y ofreció un sacrificio, honró al santuario y se mostró generoso con el Lugar Santo.
24 Prestó buena acogida a Macabeo y dejó a Hegemónides como estratega desde Tolemaida hasta la región de los guerraínos.
25 Salió hacia Tolemaida; pero los habitantes de la ciudad estaban muy disgustados por este tratado: estaban en verdad indignados por los acuerdos, que ellos querían abolir.
26 Lisias entonces subió a la tribuna e hizo la mejor defensa que pudo; les convenció y calmó, y les dispuso a la benevolencia. Luego partió hacia Antioquía. Así sucedió con la expedición y la retirada del rey.
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II Macabeos 14
1 Después de tres años de intervalo, los hombres de Judas supieron que Demetrio, hijo de Seleuco, había atracado en el puerto de Trípoli con un fuerte ejército y una flota,
2 y que se había apoderado de la región, después de haber dado muerte a Antíoco y a su tutor Lisias.
3 Un tal Alcimo, que antes había sido sumo sacerdote, pero que se había contaminado voluntariamente en tiempo de la rebelión, pensando que de ninguna forma había para él salvación ni acceso posible al altar sagrado,
4 fue al encuentro del rey Demetrio, hacia el año 151, y le ofreció una corona de oro, una palma, y además, los rituales ramos de olivo del Templo. Y por aquel día no hizo más.
5 Pero encontró una ocasión propicia para su demencia, al ser llamado por Demetrio a consejo y al ser preguntado sobre las disposiciones y designios de los judíos.
6 Respondió: «Los judíos llamados asideos, encabezados por Judas Macabeo, fomentan guerras y rebeliones, para no dejar que el reino viva en paz.
7 Por eso aunque despojado de mi dignidad ancestral, me refiero al sumo sacerdocio, he venido aquí
8 en primer lugar con verdadera preocupación por los intereses del rey, y en segundo lugar, con la mirada puesta en mis propios compatriotas, pues por la locura de los hombres que he mencionado, toda nuestra raza padece no pocos males.
9 Informado con detalle de todo esto, ¡oh rey!, mira por nuestro país y por nuestra nación por todas partes asediada, con esa accesible benevolencia que tienes para todos;
10 pues mientras Judas subsista, le es imposible al Estado alcanzar la paz.»
11 En cuanto él dijo esto, los demás amigos que sentían aversión hacia lo de Judas, se apresuraron a encender más el ánimo de Demetrio.
12 Designó inmediatamente a Nicanor, que había llegado a ser elefantarca, le nombró estratega de Judea y le envió
13 con órdenes de hacer morir a Judas, dispersar a todos sus hombres y restablecer a Alcimo como sumo sacerdote del más grande de los templos.
14 Los gentiles de Judea, fugitivos de Judas, se unieron en masa a Nicanor, imaginándose que las desgracias y reveses de los judíos serían sus propios éxitos.
15 Al tener noticia de la expedición de Nicanor y del asalto de los gentiles, esparcieron sobre sí polvo e imploraron a Aquél que por siempre había establecido a su pueblo y que siempre protegía a su propia heredad con sus manifestaciones.
16 Por orden de su jefe, salieron inmediatamente de allí y trabaron lucha con ellos junto al pueblo de Dessáu.
17 Simón, hermano de Judas, había entablado combate con Nicanor, pero, a causa de la repentina llegada de los enemigos, sufrió un ligero revés.
18 Pero con todo, Nicanor, al tener noticia de la bravura de los hombres de Judas y del valor con que combatían por su patria, temía resolver la situación por la sangre.
19 Por este motivo envió a Posidonio, Teodoto y Matatías para concertar la paz.
20 Después de maduro examen de las condiciones, el jefe se las comunicó a las tropas y, ante el parecer unánime, aceptaron el tratado.
21 Fijaron la fecha en que se reunirían los jefes en privado. Se adelantó un vehículo de cada lado y prepararon asientos.
22 Judas dispuso en lugares estratégicos hombres armados, preparados para el caso de que se produjera alguna repentina traición de parte enemiga. Tuvieron la entrevista en buen acuerdo.
23 Nicanor pasó algún tiempo en Jerusalén sin hacer nada inoportuno y despidió a las turbas que, en masa, se le habían reunido.
24 Siempre tenía a Judas consigo; sentía una cordial inclinación hacia este hombre.
25 Le aconsejó que se casara y tuviera descendencia. Judas se casó, vivió con tranquilidad, y disfrutó de la vida.
26 Alcimo, al ver la recíproca comprensión, se hizo con una copia del acuerdo concluido y se fue donde Demetrio. Le decía que Nicanor tenía sentimientos contrarios a los intereses del Estado, pues había designado como sucesor suyo a Judas, el conspirador contra el reino.
27 Fuera de sí el rey, excitado por las calumnias de aquel maligno, escribió a Nicanor comunicándole que estaba disgustado con el acuerdo y ordenándole que inmediatamente mandara encadenado a Macabeo a Antioquía.
28 Cuando Nicanor recibió la comunicación, quedó consternado, pues le desagradaba mucho tener que anular lo convenido, sin que hubiera cometido aquel hombre injusticia alguna.
29 Pero, como no era posible oponerse al rey, aguardaba la oportunidad de ejecutar la orden con alguna estratagema.
30 Cuando Macabeo, por su parte, notó que Nicanor se portaba más secamente con él y que le trataba con más frialdad en sus habituales relaciones, pensó que tal sequedad no procedía de las mejores disposiciones. Reunió a muchos de los suyos y procuró ocultarse de Nicanor.
31 Este otro, al darse cuenta de que aquel hombre le había vencido con nobleza, se presentó en el más grande y santo Templo en el momento en que los sacerdotes ofrecían los sacrificios rituales y les exigió que le entregaran a aquel hombre.
32 Aseguraron ellos con juramento que no sabían dónde estaba el hombre que buscaba.
33 Entonces él extendiendo la diestra hacia el santuario, hizo este juramento: «Si no me entregáis encadenado a Judas, arrasaré este recinto sagrado de Dios, destruiré el altar, y aquí mismo levantaré un espléndido Templo a Dióniso.»
34 Y, dicho esto, se fue. Los sacerdotes con las manos tendidas al cielo, invocaban a Aquél que sin cesar había combatido en favor de nuestra nación, diciendo:
35 «Tú, Señor, que nada necesitas, te has complacido en que el santuario de tu morada se halle entre nosotros.
36 También ahora, Señor santo de toda santidad, preserva siempre limpia de profanación esta Casa recién purificada.»
37 Razías, uno de los ancianos de Jerusalén, fue denunciado a Nicanor. Era hombre amante de sus conciudadanos, muy bien considerado, llamado por su buen corazón «Padre de los judíos»,
38 pues, en los tiempos que precedieron a la sublevación, había sido acusado de Judaísmo, y por el Judaísmo había expuesto cuerpo y vida con gran constancia.
39 Queriendo Nicanor hacer patente la hostilidad que le embargaba hacia los judíos, envió más de quinientos soldados para arrestarlo,
40 pues le parecía que arrestándole causaba un gran perjuicio a los judíos.
41 Cuando las tropas estaban a punto de apoderarse de la torre, forzando la puerta del patio y con orden de prender fuego e incendiar las puertas, Razías, acosado por todas partes, se echó sobre la espada.
42 Prefirió noblemente la muerte antes que caer en manos criminales y soportar afrentas indignas de su nobleza.
43 Pero, como por la precipitación del combate no había acertado al herirse y las tropas irrumpían puertas adentro, subió valerosamente a lo alto del muro y se precipitó con bravura sobre las tropas;
44 pero al retroceder éstas rápidamente, dejando un hueco, vino él a caer en medio del espacio libre.
45 Con aliento todavía y enardecido su ánimo, se levantó derramando sangre a torrentes; a pesar de las graves heridas, atravesó corriendo por entre las tropas, y se puso sobre una roca escarpada.
46 Ya completamente exangüe, se arrancó las entrañas y tomándolas con ambas manos, las arrojó contra las tropas. Y después de invocar al Dueño de la vida y del espíritu que otra vez se dignara devolvérselas, llegó de este modo al tránsito.
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II Macabeos 15
1 Supo Nicanor que los hombres de Judas se hallaban en la región de Samaría y decidió atacarlos sin riesgo en el día del descanso.
2 Los judíos, que le acompañaban a la fuerza, le dijeron: «No mates así de modo tan salvaje y bárbaro; respeta y honra más bien el día que con preferencia ha sido santificado por Aquél que todo lo ve.»
3 Aquel hombre tres veces malvado preguntó si en el cielo había un Soberano que hubiera prescrito celebrar el día del sábado.
4 Ellos le replicaron: «Es el mismo Señor que vive como Soberano en el cielo el que mandó observar el día séptimo.»
5 Entonces el otro dijo: «También yo soy soberano en la tierra: el que ordena tomar las armas y prestar servicio al rey.» Sin embargo no pudo realizar su malvado designio.
6 Nicanor, jactándose con altivez, deliberaba erigir un trofeo común con los despojos de los hombres de Judas.
7 Macabeo, por su parte, mantenía incesantemente su confianza, con la entera esperanza de recibir ayuda de parte del Señor,
8 y exhortaba a los que le acompañaban a no temer el ataque de los gentiles, teniendo presentes en la mente los auxilios que antes les habían venido del Cielo, y a esperar también entonces la victoria que les habría de venir de parte del Todopoderoso.
9 Les animaba citando la Ley y los Profetas, y les recordaba los combates que habían llevado a cabo; así les infundía mayor ardor.
10 Después de haber levantado sus ánimos, les puso además de manifiesto la perfidia de los gentiles y la violación de sus juramentos.
11 Armó a cada uno de ellos, no tanto con la seguridad de los escudos y las lanzas, como con la confianza de sus buenas palabras. Les refirió además un sueño digno de crédito, una especie de visión, que alegró a todos.
12 Su visión fue tal como sigue: Onías, que había sido sumo sacerdote, hombre bueno y bondadoso, afable, de suaves maneras, distinguido en su conversación, preocupado desde la niñez por la práctica de la virtud, suplicaba con las manos tendidas por toda la comunidad de los judíos.
13 Luego se apareció también un hombre que se distinguía por sus blancos cabellos y su dignidad, rodeado de admirable y majestuosa soberanía.
14 Onías había dicho: «Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo y por la ciudad santa, Jeremías, el profeta de Dios.»
15 Jeremías, tendiendo su diestra, había entregado a Judas una espada de oro, y al dársela había pronunciado estas palabras:
16 «Recibe, como regalo de parte de Dios, esta espada sagrada, con la que destrozarás a los enemigos.»
17 Animados por estas bellísimas palabras de Judas, capaces de estimular al valor y de robustecer las almas jóvenes, decidieron no resguardarse en la defensa, sino lanzarse valerosamente a la ofensiva y que, en un cuerpo a cuerpo, la fortuna decidiera, porque peligraban la ciudad, la religión y el Templo.
18 En verdad que el cuidado por sus mujeres e hijos, por sus hermanos y parientes quedaba en segundo término; el primero y principal era por el Templo consagrado.
19 Igualmente para los que habían quedado en la ciudad no era menor la ansiedad, preocupados como estaban por el ataque en campo raso.
20 Todos aguardaban la decisión inmimente. Los enemigos se habían concentrado y el ejército se había alineado en orden de batalla. Los elefantes se habían situado en lugar apropiado y la caballería estaba dispuesta en las alas.
21 Entonces Macabeo, al observar la presencia de las tropas, la variedad de las armas preparadas y el fiero aspecto de los elefantes, extendió las manos al cielo e invocó al Señor que hace prodigios, pues bien sabía que, no por medio de las armas, sino según su decisión, concede él la victoria a los que la merecen.
22 Decía su invocación de la siguiente forma: «Tú, Soberano, enviaste tu ángel a Ezequías, rey de Judá, que dio muerte a cerca de 185.000 hombres del ejército de Senaquerib;
23 ahora también, Señor de los cielos, envía un ángel bueno delante de nosotros para infundir el temor y el espanto.
24 ¡Que el poder de tu brazo hiera a los que han venido blasfemando a atacar a tu pueblo santo!» Así terminó sus palabras.
25 Mientras la gente de Nicanor avanzaba al son de trompetas y cantos de guerra,
26 los hombres de Judas entablaron combate con el enemigo entre invocaciones y plegarias.
27 Luchando con las manos, pero orando a Dios en su corazón, abatieron no menos de 35.000 hombres, regocijándose mucho por la manifestación de Dios.
28 Al volver de su empresa, en gozoso retorno, reconocieron a Nicanor caído, con su armadura.
29 Entre clamores y tumulto, bendecían al Señor en su lengua patria.
30 Entonces, el que en primera fila se había entregado, en cuerpo y alma, al bien de sus conciudadanos, el que había guardado hacia sus compatriotas los buenos sentimientos de su juventud, mandó cortar la cabeza de Nicanor y su brazo, hasta el hombro, y llevarlos a Jerusalén.
31 Llegado allí convocó a sus compatriotas, puso a los sacerdotes ante el altar y mandó buscar a los de la Ciudadela.
32 Les mostró la cabeza del abominable Nicanor y la mano que aquel infame había tendido insolentemente hacia la santa Casa del Todopoderoso;
33 y después de haber cortado la lengua del impío Nicanor, ordenó que se diera en trozos a los pájaros y que se colgara frente al santuario la paga de su insensatez.
34 Todos entonces levantaron hacia el cielo sus bendiciones en honor del Señor que se les había manifestado, diciendo: «Bendito el que ha conservado puro su Lugar Santo.»
35 La cabeza de Nicanor fue colgada de la Ciudadela, como señal manifiesta y visible para todos del auxilio del Señor.
36 Decretaron todos por público edicto no dejar pasar aquel día sin solemnizarlo, y celebrarlo el día trece del duodécino mes, llamado Adar en arameo, la víspera del Día de Mardoqueo.
37 Así pasaron los acontecimientos relacionados con Nicanor. Como desde aquella época la ciudad quedó en poder de los hebreos, yo también terminaré aquí mismo mi relato.
38 Si ha quedado bello y logrado en su composición, eso es lo que yo pretendía; si imperfecto y mediocre, he hecho cuanto me era posible.
39 Como el beber vino solo o sola agua es dañoso, y en cambio, el vino mezclado con agua es agradable y de un gusto delicioso, igualmente la disposición grata del relato encanta los oídos de los que dan en leer la obra. Y aquí pongamos fin.
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Sofonías

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Índice: Sagrada Escritura, Sofonías

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Sofonías 1
1 Palabra de Yahveh que fue dirigida a Sofonías, hijo de Kusí, hijo de Guedalías, hijo de Amarías, hijo de Ezequías, en tiempo de Josías, hijo de Amón, rey de Judá.
2 ¡Voy a aventarlo todo de la haz de la tierra!, oráculo de Yahveh.
3 Aventaré hombres y bestias, aventaré aves del cielo y peces del mar, haré tropezar a los impíos; extirparé a los hombres de sobre la haz de la tierra, oráculo de Yahveh.
4 Extenderé mi mano contra Judá, y contra todos los habitantes de Jerusalén, y extirparé de este lugar lo que queda de Baal, el nombre de los ministros con los sacerdotes,
5 los que se postran en los terrados ante el ejército del cielo, los que se postran ante Yahveh y juran por Milkom,
6 los que se apartan del seguimiento de Yahveh, los que no buscan a Yahveh ni le consultan.
7 ¡Silencio ante el Señor Yahveh, porque el Día de Yahveh está cerca! Sí, Yahveh ha preparado un sacrificio, ha consagrado a sus invitados.
8 Sucederá en el día del sacrificio de Yahveh que yo visitaré a los príncipes, a los hijos del rey, y a todos los que visten vestido extranjero.
9 Visitaré aquel día a todos los que saltan por encima del umbral, los que llenan la Casa de su Señor de violencia y de fraude.
10 Habrá aquel día -oráculo de Yahveh- gritos de auxilio desde la puerta de los Peces, aullidos desde la ciudad nueva, estruendo enorme desde las colinas.
11 ¡Ululad, habitantes del Mortero, pues ha sido aniquilado todo el pueblo de Canaán, exterminados todos los que pesan plata!
12 Sucederá en el tiempo aquel que yo escrutaré a Jerusalén con lámparas, y visitaré a los hombres que se apelmazan en sus heces, los que dicen en su corazón: «¡Ni bien ni mal hace Yahveh!»
13 Será dada al saqueo su riqueza, sus casas a la devastación; casas construyeron, mas no las habitarán, plantaron viñas, mas no beberán su vino.
14 ¡Cercano está el gran Día de Yahveh, cercano, a toda prisa viene! ¡Amargo el ruido del día de Yahveh, dará gritos entonces hasta el bravo!
15 Día de ira el día aquel, día de angustia y de aprieto, día de devastación y desolación, día de tinieblas y de oscuridad, día de nublado y densa niebla,
16 día de trompeta y de clamor, contra las ciudades fortificadas y las torres de los ángulos.
17 Yo pondré a los hombres en aprieto, y ellos como ciegos andarán, (porque pecaron contra Yahveh); su sangre será derramada como polvo, y su carne como excremento.
18 Ni su plata ni su oro podrán salvarlos en el Día de la ira de Yahveh, cuando por el fuego de su celo la tierra entera sea devorada; pues él hará exterminio, ¡y terrorífico!, de todos los habitantes de la tierra.
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Sofonías 2
1 Reuníos, congregaos, gente sin vergüenza,
2 antes que seáis aventados como el tamo que en un día pasa, antes que caiga sobre vosotros el ardor de la cólera de Yahveh, (antes que caiga sobre vosotros el Día de la cólera de Yahveh).
3 Buscad a Yahveh, vosotros todos, humildes de la tierra, que cumplís sus normas; buscad la justicia, buscad la humildad; quizá encontréis cobijo el Día de la cólera de Yahveh.
4 Pues Gaza quedará en desamparo, y Ascalón en desolación, a Asdod se la expulsará en pleno mediodía, y Ecrón será arrancada de raíz.
5 ¡Ay de los habitantes de la liga del mar, la nación de los kereteos! Palabra de Yahveh contra vosotros: «Canaán, tierra de los filisteos, te destruiré, te dejaré sin habitantes;
6 quedará la liga del mar convertida en pastizales, en pradera de pastores, en apriscos de ovejas.»
7 Y será la liga del mar para el Resto de la casa de Judá: allí llevarán a pacer, en las casas de Ascalón reposarán a la tarde, cuando los visite Yahveh su Dios, y los vuelva de su cautiverio.
8 He oído los insultos de Moab y los denuestos de los hijos de Ammón, cuando insultaron a mi pueblo, y se engrandecieron a costa de su territorio.
9 Por eso, ¡por mi vida – oráculo de Yahveh Sebaot, Dios de Israel – que Moab quedará como Sodoma, y los habitantes de Ammón como Gomorra: cardizal, mina de sal, desolación para siempre! El Resto de mi pueblo los saqueará, lo que quede de mi nación los heredará.
10 Este será el precio de su orgullo, por haber insultado, por haberse engrandecido a costa del pueblo de Yahveh Sebaot.
11 Terrible será Yahveh contra ellos, cuando enerve a todos los dioses de la tierra, y se postren ante él, cada una en su lugar, todas las islas de las naciones.
12 También vosotros, etíopes: «Víctimas de mi espada serán ellos».
13 El extenderá su mano contra el norte, destruirá a Asur, y dejará a Nínive en desolación, árida como el desierto.
14 Se tumbarán en medio de ella los rebaños, toda suerte de animales: hasta el pelícano, hasta el erizo, pasarán la noche entre sus capiteles. El búho cantará en la ventana, y el cuervo en el umbral, porque el cedro fue arrancado.
15 Tal será la ciudad alegre que reposaba en seguridad, la que decía en su corazón: «¡Yo, y nadie más!» ¡Cómo ha quedado en desolación, en guarida de animales! Todo el que pasa junto a ella silba y menea su mano.
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Sofonías 3
1 ¡Ay de la rebelde, la manchada, la ciudad opresora!
2 No ha escuchado la voz, no ha aceptado la corrección; en Yahveh no ha puesto su confianza, a su Dios no se ha acercado.
3 Sus príncipes, en medio de ella, son leones rugientes, sus jueces, lobos de la tarde, que no dejan un hueso para la mañana.
4 Sus profetas, fanfarrones, hombres traicioneros, sus sacerdotes profanan lo que es santo y violan la Ley.
5 Yahveh es justo en medio de ella, no comete injusticia; cada mañana pronuncia su juicio, no falta nunca al alba; (pero el inicuo no conoce la vergüenza).
6 Yo he exterminado a las naciones, sus almenas han sido derruidas, he dejado desiertas sus calles, sin un transeúnte; han sido arrasadas sus ciudades, no queda hombre ni habitante.
7 Y me dije: «Al menos tú me temerás, aceptarás la corrección; no puede quitarse de sus ojos todo aquello con que yo la he visitado.» Pero ellos han madrugado a corromper todas sus acciones.
8 Por eso, esperadme -oráculo de Yahveh- el día en que me levante como testigo, porque he decidido reunir a las naciones, congregar a los reinos, para derramar sobre vosotros mi enojo, todo el ardor de mi cólera. (Porque por el fuego de mi celo la tierra entera será devorada).
9 Yo entonces volveré puro el labio de los pueblos, para que invoquen todos el nombre de Yahveh, y le sirvan bajo un mismo yugo.
10 Desde allende los ríos de Etiopía, mis suplicantes, mi Dispersión, me traerán mi ofrenda.
11 Aquel día no tendrás ya que avergonzarte de todos los delitos que cometiste contra mí, porque entonces quitaré yo de tu seno a tus alegres orgullosos, y no volverás a engreírte en mi santo monte.
12 Yo dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, y en el nombre de Yahveh se cobijará
13 el Resto de Israel. No cometerán más injusticia, no dirán mentiras, y no más se encontrará en su boca lengua embustera. Se apacentarán y reposarán, sin que nadie los turbe.
14 ¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén!
15 Ha retirado Yahveh las sentencias contra ti, ha alejado a tu enemigo. ¡Yahveh, Rey de Israel, está en medio de ti, no temerás ya ningún mal!
16 Aquel día se dirá a Jerusalén: ¡No tengas miedo, Sión, no desmayen tus manos!
17 Yahveh tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador! El exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo,
18 como en los días de fiesta. Yo quitaré de tu lado la desgracia, el oprobio que pesa sobre ti.
19 He aquí que yo haré exterminio de todos tus opresores, en el tiempo aquel; y salvaré a la coja y recogeré a la descarriada, y haré que tengan alabanza y renombre en todos los países donde fueron confundidas.
20 En aquel tiempo os haré venir, en aquel tiempo os congregaré. Entonces os daré renombre y alabanza entre todos los pueblos de la tierra, cuando yo vuelva a vuestros cautivos a vuestros propios ojos, dice Yahveh.
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2da. Timoteo

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Índice: Sagrada Escritura, 2da. Timoteo

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2 Timoteo 1

1 Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios para anunciar la Promesa de vida que está en Cristo Jesús,
2 a Timoteo, hijo querido. Gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús Señor nuestro.
3 Doy gracias a Dios, a quien, como mis antepasados, rindo culto con una conciencia pura, cuando continuamente, noche y día, me acuerdo de ti en mis oraciones.
4 Tengo vivos deseos de verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de alegría.
5 Pues evoco el recuerdo de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y sé que también ha arraigado en ti.
6 Por esto te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.
7 Porque no nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza.
8 No te avergüences, pues, ni del testimonio que has de dar de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; sino, al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios,
9 que nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia que nos dio desde toda la eternidad en Cristo Jesús,
10 y que se ha manifestado ahora con la Manifestación de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien ha destruido la muerte y ha hecho irradiar vida e inmortalidad por medio del Evangelio
11 para cuyo servicio he sido yo constituido heraldo, apóstol y maestro.
12 Por este motivo estoy soportando estos sufrimientos; pero no me avergüenzo, porque yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel Día.
13 Ten por norma las palabras sanas que oíste de mí en la fe y en la caridad de Cristo Jesús.
14 Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros.
15 Ya sabes tú que todos los de Asia me han abandonado, y entre ellos Figelo y Hermógenes.
16 Que el Señor conceda misericordia a la familia de Onesíforo, pues me alivió muchas veces y no se avergonzó de mis cadenas,
17 sino que, en cuanto llegó a Roma, me buscó solícitamente y me encontró.
18 Concédale el Señor encontrar misericordia ante el Señor aquel Día. Además, cuántos buenos servicios me prestó en Éfeso, tú lo sabes mejor.
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2 Timoteo 2
1 Tú, pues, hijo mío, manténte fuerte en la gracia de Cristo Jesús; 2 y cuanto me has oído en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir a otros.
3 Soporta las fatigas conmigo, como un buen soldado de Cristo Jesús.
4 Nadie que se dedica a la milicia se enreda en los negocios de la vida, si quiere complacer al que le ha alistado.
5 Y lo mismo el atleta; no recibe la corona si no ha competido según el reglamento.
6 Y el labrador que trabaja es el primero que tiene derecho a percibir los frutos.
7 Entiende lo que quiero decirte, pues el Señor te dará la inteligencia de todo.
8 Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, según mi Evangelio;
9 por él estoy sufriendo hasta llevar cadenas como un malhechor; pero la Palabra de Dios no está encadenada.
10 Por esto todo lo soporto por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación que está en Cristo Jesús con la gloria eterna.
11 Es cierta esta afirmación: Si hemos muerto con él, también viviremos con él;
12 si nos mantenemos firmes, también reinaremos con él; si le negamos, también él nos negará;
13 si somos infieles, él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo.
14 Esto has de enseñar; y conjura en presencia de Dios que se eviten las discusiones de palabras, que no sirven para nada, si no es para perdición de los que las oyen.
15 Procura cuidadosamente presentarte ante Dios como hombre probado, como obrero que no tiene por qué avergonzarse, como fiel distribuidor de la Palabra de la verdad.
16 Evita las palabrerías profanas, pues los que a ellas se dan crecerán cada vez más en impiedad,
17 y su palabra irá cundiendo como gangrena. Himeneo y Fileto son de éstos:
18 se han desviado de la verdad al afirmar que la resurrección ya ha sucedido; y pervierten la fe de algunos.
19 Sin embargo el sólido fundamento puesto por Dios se mantiene firme, marcado con este sello: El Señor conoce a los que son suyos; y: Apártese de la iniquidad todo el que pronuncia el nombre del Señor.
20 En una casa grande no hay solamente utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos nobles y otros para usos viles.
21 Si, pues, alguno se mantiene limpio de estas faltas, será un utensilio para uso noble, santificado y útil para su Dueño, dispuesto para toda obra buena.
22 Huye de las pasiones juveniles. Vete al alcance de la justicia, de la fe, de la caridad, de la paz, en unión de los que invocan al Señor con corazón puro.
23 Evita las discusiones necias y estúpidas; tú sabes bien que engendran altercados.
24 Y a un siervo del Señor no le conviene altercar, sino ser amable, con todos, pronto a enseñar, sufrido,
25 y que corrija con mansedumbre a los adversarios, por si Dios les otorga la conversión que les haga conocer plenamente la verdad,
26 y volver al buen sentido, librándose de los lazos del Diablo que los tiene cautivos, rendidos a su voluntad.
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2 Timoteo 3
1 Ten presente que en los últimos días sobrevendrán momentos difíciles;
2 los hombres serán egoístas, avaros, fanfarrones, soberbios, difamadores, rebeldes a los padres, ingratos, irreligiosos,
3 desnaturalizados, implacables, calumniadores, disolutos, despiadados, enemigos del bien,
4 traidores, temerarios, infatuados, más amantes de los placeres que de Dios,
5 que tendrán la apariencia de piedad, pero desmentirán su eficacia. Guárdate también de ellos.
6 A éstos pertenecen esos que se introducen en las casas y conquistan a mujerzuelas cargadas de pecados y agitadas por toda clase de pasiones,
7 que siempre están aprendiendo y no son capaces de llegar al pleno conocimiento de la verdad.
8 Del mismo modo que Jannés y Jambrés se enfrentaron a Moisés, así también estos se oponen a la verdad; son hombres de mente corrompida, descalificados en la fe.
9 Pero no progresarán más, porque su insensatez quedará patente a todos, como sucedió con la de aquéllos.
10 Tú, en cambio, me has seguido asiduamente en mis enseñanzas, conducta, planes, fe, paciencia, caridad, constancia,
11 en mis persecuciones y sufrimientos, como los que soporté en Antioquía, en Iconio, en Listra. ¡Qué persecuciones hube de sufrir! Y de todas me libró el Señor.
12 Y todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones.
13 En cambio los malos y embaucadores irán de mal en peor, serán seductores y a la vez seducidos.
14 Tú, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quiénes lo aprendiste,
15 y que desde niño conoces las Sagradas Letras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús.
16 Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia;
17 así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena.
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2 Timoteo 4
1 Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino:
2 Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina.
3 Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por su propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades;
4 apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.
5 Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio.
6 Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente.
7 He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe.
8 Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación.
9 Apresúrate a venir a mí cuanto antes,
10 porque me ha abandonado Demás por amor a este mundo y se ha marchado a Tesalónica; Crescente, a Galacia; Tito, a Dalmacia.
11 El único que está conmigo es Lucas. Toma a Marcos y tráele contigo, pues me es muy útil para el ministerio.
12 A Tíquico le he mandado a Éfeso.
13 Cuando vengas, tráeme el abrigo que me dejé en Tróada, en casa de Carpo, y los libros, en especial los pergaminos.
14 Alejandro, el herrero, me ha hecho mucho mal. El Señor le retribuirá según sus obras.
15 Tú también guárdate de él, pues se ha opuesto tenazmente a nuestra predicación.
16 En mi primera defensa nadie me asistió, antes bien todos me desampararon. Que no se les tome en cuenta.
17 Pero el Señor me asistió y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles. Y fui librado de la boca del león.
18 El Señor me librará de toda obra mala y me salvará guardándome para su Reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
19 Saluda a Prisca y Aquila y a la familia de Onesíforo.
20 Erasto se quedó en Corinto; a Trófimo le dejé enfermo en Mileto.
21 Date prisa en venir antes del invierno. Te saludan Eubulo, Pudente, Lino, Claudia y todos los hermanos.
22 El Señor sea con tu espíritu. La gracia sea con vosotros.
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2da. Tesalonicenses

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Índice: Sagrada Escritura, 2da. Tesalonicenses

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2 Tesalonicenses 1

1 Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los Tesalonicenses, en Dios nuestro Padre y en el Señor Jesucristo.
2 Gracia a vosotros y paz de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo.
3 Tenemos que dar en todo tiempo gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es justo, porque vuestra fe está progresando mucho y se acrecienta la mutua caridad de todos y cada uno de vosotros,
4 hasta tal punto que nosotros mismos nos gloriamos de vosotros en las Iglesias de Dios por la tenacidad y la fe en todas las persecuciones y tribulaciones que estáis pasando.
5 Esto es señal del justo juicio de Dios, en el que seréis declarados dignos del Reino de Dios, por cuya causa padecéis.
6 Porque es propio de la justicia de Dios el pagar con tribulación a los que os atribulan,
7 y a vosotros, los atribulados, con el descanso junto con nosotros, cuando el Señor Jesús se revele desde el cielo con sus poderosos ángeles,
8 en medio de una llama de fuego, y tome venganza de los que no conocen a Dios y de los que no obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesús.
9 Estos sufrirán la pena de una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder,
10 cuando venga en aquel Día a ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído – pues nuestro testimonio ha sido creído por vosotros.
11 Con este objeto rogamos en todo tiempo por vosotros: que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y lleve a término con su poder todo vuestro deseo de hacer el bien y la actividad de la fe,
12 para que así el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo.
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2 Tesalonicenses 2
1 Por lo que respecta a la Venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos,
2 que no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestro ánimo, ni os alarméis por alguna manifestación del Espíritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que está inminente el Día del Señor.
3 Que nadie os engañe de ninguna manera. Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición,
4 el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios.
5 ¿No os acordáis que ya os dije esto cuando estuve entre vosotros?
6 Vosotros sabéis qué es lo que ahora le retiene, para que se manifieste en su momento oportuno.
7 Porque el ministerio de la impiedad ya está actuando. Tan sólo con que sea quitado de en medio el que ahora le retiene,
8 entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la Manifestación de su Venida.
9 La venida del Impío estará señalada por el influjo de Satanás, con toda clase de milagros, señales, prodigios engañosos,
10 y todo tipo de maldades que seducirán a los que se han de condenar por no haber aceptado el amor de la verdad que les hubiera salvado.
11 Por eso Dios les envía un poder seductor que les hace creer en la mentira,
12 para que sean condenados todos cuantos no creyeron en la verdad y prefirieron la iniquidad.
13 Nosotros, en cambio, debemos dar gracias en todo tiempo a Dios por vosotros, hermanos, amados del Señor, porque Dios os ha escogido desde el principio para la salvación mediante la acción santificadora del Espíritu y la fe en la verdad.
14 Para esto os ha llamado por medio de nuestro Evangelio, para que consigáis la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
15 Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta.
16 Que el mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa,
17 consuele vuestros corazones y los afiance en toda obra y palabra buena.
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2 Tesalonicenses 3
1 Finalmente, hermanos, orad por nosotros para que la Palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo gloria, como entre vosotros,
2 y para que nos veamos libres de los hombres perversos y malignos; porque la fe no es de todos.
3 Fiel es el Señor; él os afianzará y os guardará del Maligno.
4 En cuanto a vosotros tenemos plena confianza en el Señor de que cumplís y cumpliréis cuanto os mandamos.
5 Que el Señor guíe vuestros corazones hacia el amor de Dios y la tenacidad de Cristo.
6 Hermanos, os mandamos en nombre del Señor Jesucristo que os apartéis de todo hermano que viva desordenadamente y no según la tradición que de nosotros recibisteis.
7 Ya sabéis vosotros cómo debéis imitarnos, pues estando entre vosotros no vivimos desordenadamente,
8 ni comimos de balde el pan de nadie, sino que día y noche con fatiga y cansancio trabajamos para no ser una carga a ninguno de vosotros.
9 No porque no tengamos derecho, sino por daros en nosotros un modelo que imitar.
10 Además, cuando estábamos entre vosotros os mandábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma.
11 Porque nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo.
12 A ésos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan.
13 Vosotros, hermanos, no os canséis de hacer el bien.
14 Si alguno no obedece a lo que os decimos en esta carta, a ése señaladle y no tratéis con él, para que se avergüence.
15 Pero no lo miréis como a enemigo, sino amonestadle como a hermano.
16 Que El, el Señor de la paz, os conceda la paz siempre y en todos los órdenes. El Señor sea con todos vosotros.
17 El saludo va de mi mano, Pablo. Esta es la firma en todas mis cartas; así escribo.
18 La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros.
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Rut

Índice: Sagrada Escritura, Rut

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Rut 1
1 En los días en que juzgaban los Jueces hubo hambre en el país, y un hombre de Belén de Judá se fue a residir, con su mujer y sus dos hijos, a los campos de Moab.
2 Este hombre se llamaba Elimélek, su mujer Noemí y sus dos hijos Majlón y Kilyón; eran efrateos de Belén de Judá. Llegados a los campos de Moab, se establecieron allí.
3 Murió Elimélek, el marido de Noemí, y quedó ella con sus dos hijos.
4 Estos se casaron con mujeres moabitas, una de las cuales se llamaba Orpá y la otra Rut. Y habitaron allí unos diez años.
5 Murieron también ellos dos, Majlón y Kilyón, y quedó sola Noemí, sin sus dos hijos y sin marido.
6 Entonces decidió regresar de los campos de Moab con sus dos nueras, porque oyó en los campos de Moab que Yahveh había visitado a su pueblo y le daba pan.
7 Salió, pues, con sus nueras, del país donde había vivido y se pusieron en camino, para volver a la tierra de Judá.
8 Noemí dijo a sus dos nueras: «Andad, volveos cada una a casa de vuestra madre. Que Yahveh tenga piedad con vosotras como vosotras la habéis tenido con los que murieron y conmigo.
9 Que Yahveh os conceda encontrar vida apacible en la casa de un marido.» Y las besó. Pero ellas rompieron a llorar,
10 y dijeron: «No; contigo volveremos a tu pueblo.»
11 Noemí respondió: «Volveos, hijas mías, ¿por qué vais a venir conmigo? ¿Acaso tengo yo aún hijos en mi seno que puedan ser maridos vuestros?
12 Volveos, hijas mías, andad, porque yo soy demasiado vieja para casarme otra vez. Y aun cuando dijera que no he perdido toda esperanza, que esta misma noche voy a tener un marido y que tendré hijos
13 ¿habríais de esperar hasta que fueran mayores? ¿dejaríais por eso de casaros? No, hijas mías, yo tengo gran pena por vosotros, porque la mano de Yahveh ha caído sobre mí.»
14 Ellas rompieron a llorar de nuevo; después Orpá besó a su suegra y se volvió a su pueblo, pero Rut se quedó junto a ella.
15 Entonces Noemí dijo: «Mira, tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a su dios, vuélvete tú también con ella.»
16 Pero Rut respondió: «No insistas en que te abandone y me separe de ti, porque donde tú vayas, yo iré, donde habites, habitaré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios.
17 Donde tú mueras moriré y allí seré enterrada. Que Yahveh me dé este mal y añada este otro todavía si no es tan sólo la muerte lo que nos ha de separar.»
18 Viendo Noemí que Rut estaba decidida a acompañarla, no insistió más.
19 Caminaron, pues, las dos juntas hasta Belén. Cuando llegaron a Belén se conmovió toda la ciudad por ellas. Las mujeres exclamaban: «¿No es esta Noemí?»
20 Mas ella respondía: «¡No me llaméis ya Noemí, llamadme Mará, porque Sadday me ha llenado de amargura!
21 Colmada partí yo, vacía me devuelve Yahveh. ¿Por qué me llamáis aún Noemí, cuando Yahveh da testimonio contra mí y Sadday me ha hecho desdichada?»
22 Así fue como regresó Noemí, con su nuera Rut la moabita, la que vino de los campos de Moab. Llegaron a Belén al comienzo de la siega de la cebada.
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Rut 2
1 Tenía Noemí por parte de su marido un pariente de buena posición, de la familia de Elimélek, llamado Booz.
2 Rut la moabita dijo a Noemí: «Déjame ir al campo a espigar detrás de aquél a cuyos ojos halle gracia»; ella respondió: «Vete, hija mía.»
3 Fue ella y se puso a espigar en el campo detrás de los segadores, y quiso su suerte que fuera a dar en una parcela de Booz, el de la familia de Elimélek.
4 Llegaba entonces Booz de Belén y dijo a los segadores: «Yahveh con vosotros.» Le respondieron: «Que Yahveh te bendiga.»
5 Preguntó Booz al criado que estaba al frente de los segadores: «¿De quién es esta muchacha?»
6 El criado que estaba al frente de los segadores dijo: «Es la joven moabita que vino con Noemí de los campos de Moab.
7 Ella dijo: “Permitidme, por favor, espigar y recoger detrás de los segadores.” Ha venido y ha permanecido en pie desde la mañana hasta ahora.»
8 Booz dijo a Rut: «¿Me oyes, hija mía? No vayas a espigar a otro campo ni te alejes de aquí; quédate junto a mis criados.
9 Fíjate en la parcela que sieguen y vete detrás de ellos. ¿No he mandado a mis criados que no te molesten? Si tienes sed vete a las vasijas y bebe de lo que saquen del pozo los criados.»
10 Cayó ella sobre su rostro y se postró en tierra y le dijo: «¿Cómo he hallado gracia a tus ojos para que te fijes en mí, que no soy más que una extranjera?»
11 Booz le respondió: «Me han contado al detalle todo lo que hiciste con tu suegra después de la muerte de tu marido, y cómo has dejado a tu padre y a tu madre y la tierra en que naciste, y has venido a un pueblo que no conocías ni ayer ni anteayer.
12 Que Yahveh te recompense tu obra y que tu recompensa sea colmada de parte de Yahveh, Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte.»
13 Ella dijo: «Halle yo gracia a tus ojos, mi señor, pues me has consolado y has hablado al corazón de tu sierva, cuando yo no soy ni siquiera como una de tus siervas.»
14 A la hora de la comida, Booz le dijo: «Acércate aquí, puedes comer pan y mojar tu bocado en el vinagre.» Ella se sentó junto a los segadores, y él le ofreció un puñado de grano tostado. Comió ella hasta saciarse y aun le sobró.
15 Cuando se levantó ella para seguir espigando, Booz ordenó a sus criados: «Dejadla espigar también entre las gavillas y no la molestéis.
16 Sacad incluso para ella espigas de las gavillas y dejadlas caer para que las espigue, y no la riñáis.»
17 Estuvo espigando en el campo hasta el atardecer y, cuando desgranó lo que había espigado, había como una medida de cebada.
18 Ella se lo llevó y entró en la ciudad, y su suegra vio lo que había espigado. Sacó lo que le había sobrado después de haberse saciado y se lo dio.
19 Su suegra le dijo: «¿Dónde has estado espigando hoy y qué has hecho? ¡Bendito sea el que se ha fijado en ti!» Ella contó a su suegra con quién había estado trabajando y añadió: «El hombre con quien he trabajado hoy se llama Booz.»
20 Noemí dijo a su nuera: «Bendito sea Yahveh que no deja de mostrar su bondad hacia los vivos y los muertos.» Le dijo Noemí: «Ese hombre es nuestro pariente, es uno de los que tienen derecho de rescate sobre nosotros.»
21 Dijo Rut a su suegra: «Hasta me ha dicho: Quédate con mis criados hasta que hayan acabado toda mi cosecha.»
22 Dijo Noemí a Rut su nuera: «Es mejor que salgas con sus criados, hija mía, así no te molestarán en otro campo.»
23 Se quedó, pues, con los criados de Booz para espigar hasta que acabó la recolección de la cebada y la recolección del trigo, y siguió viviendo con su suegra.
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Rut 3
1 Noemí, su suegra, le dijo: «Hija mía, ¿es que no debo procurarte una posición segura que te convenga?
2 Ahora bien: ¿Acaso no es pariente nuestro aquel Booz con cuyos criados estuviste? Pues mira: Esta noche estará aventando la cebada en la era.
3 Lávate, perfúmate y ponte encima el manto, y baja a la era; que no te reconozca ese hombre antes que acabe de comer y beber.
4 Cuando se acueste, mira el lugar en que se haya acostado, vas, descubres un sitio a sus pies y te acuestas; y él mismo te indicará lo que debes hacer.»
5 Ella le dijo: «Haré cuanto me has dicho.»
6 Bajó a la era e hizo cuanto su suegra le había mandado.
7 Booz comió y bebió y su corazón se puso alegre. Entonces fue a acostarse junto al montón de cebada. Vino ella sigilosamente, descubrió un sitio a sus pies y se acostó.
8 A media noche sintió el hombre un escalofrío, se volvió y notó que había una mujer acostada a sus pies.
9 Dijo: «¿Quien eres tú?», y ella respondió: «Soy Rut tu sierva. Extiende sobre tu sierva el borde de tu manto, porque tienes derecho de rescate.»
10 El dijo: «Bendita seas de Yahveh, hija mía; tu último acto de piedad filial ha sido mejor que el primero, porque no has pretendido a ningún joven, pobre o rico.
11 Y ahora, hija mía, no temas; haré por ti cuanto me digas, porque toda la gente de mi pueblo sabe que tú eres una mujer virtuosa.
12 Ahora bien: es verdad que tengo derecho de rescate, pero hay un pariente más cercano que yo con derecho de rescate.
13 Pasa aquí esta noche, y mañana, si él quiere ejercer su derecho, que lo ejerza; y si no quiere, yo te rescataré, ¡vive Yahveh! Acuéstate hasta el amanecer.»
14 Se acostó ella a sus pies hasta la madrugada; se levantó él a la hora en que todavía un hombre no puede reconocer a otro, pues se decía: «Que no se sepa que la mujer ha venido a la era.»
15 El dijo: «Trae el manto que tienes encima y sujeta bien.» Sujetó ella, y él midió seis medidas de cebada y se las puso a cuestas, y él entró en la ciudad.
16 Volvió ella donde su suegra que le dijo: «¿Cómo te ha ido, hija mía?» Y le contó cuanto el hombre había hecho por ella,
17 y añadió: «Me ha dado estas seis medidas de cebada, pues dijo: “No debes volver de vacío donde tu suegra.”»
18 Noemí le dijo: «Quédate tranquila, hija mía, hasta que sepas cómo acaba el asunto; este hombre no parará hasta concluirlo hoy mismo.»
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Rut 4
1 Mientras tanto Booz subió a la puerta de la ciudad y se sentó allí. Acertó a pasar el pariente de que había hablado Booz, y le dijo: «Acércate y siéntate aquí, fulano.» Y éste fue y se sentó.
2 Tomó diez de los ancianos de la ciudad y dijo: «Sentaos aquí.» Y se sentaron.
3 Dijo entonces al que tenía el derecho de rescate: «Noemí, que ha vuelto de los campos de Moab, vende la parcela de campo de nuestro hermano Elimélek.
4 He querido hacértelo saber y decirte: «Adquiérela en presencia de los aquí sentados, en presencia de los ancianos de mi pueblo. Si vas a rescatar, rescata; si nos vas a rescatar, dímelo para que yo lo sepa, porque fuera de ti no hay otro que tenga derecho de rescate, pues voy yo después de ti.» El dijo: «Yo rescataré.»
5 Booz añadió: «El día que adquieras la parcela para ti de manos de Noemí tienes que adquirir también a Rut la moabita, mujer del difunto, para perpetuar el nombre del difunto en su heredad.»
6 El pariente respondió: «Así no puedo rescatar, porque podría perjudicar mi herencia. Usa tú mi derecho de rescate, porque yo no puedo usarlo.»
7 Antes en Israel, en caso de rescate o de cambio, para dar fuerza al contrato, había la costumbre de quitarse uno la sandalia y dársela al otro. Esta era la manera de testificar en Israel.
8 El que tenía el derecho de rescate dijo a Booz: «Adquiérela para ti.» Y se quitó la sandalia.
9 Entonces dijo Booz a los ancianos y a todo el pueblo: «Testigos sois vosotros hoy de que adquiero todo lo de Elimélek y todo lo de Kilyón y Majlón de manos de Noemí
10 y de que adquiero también a Rut la moabita, la que fue mujer de Kilyón, para que sea mi mujer a fin de perpetuar el nombre del difunto en su heredad y que el nombre del difunto no sea borrado entre sus hermanos y en la puerta de su localidad. Vosotros sois hoy testigos.»
11 Toda la gente que estaba en la puerta y los ancianos respondieron: «Somos testigos. Haga Yahveh que la mujer que entra en tu casa sea como Raquel y como Lía, las dos que edificaron la casa de Israel. Hazte poderoso en Efratá y sé famoso en Belén.
12 Sea tu casa como la casa de Peres, el que Tamar dio a Judá, gracias a la descendencia que Yahveh te conceda por esta joven.»
13 Booz tomó a Rut, y ella fue su mujer; se unió a ella, y Yahveh hizo que concibiera, y dio a luz un niño.
14 Las mujeres dijeron a Noemí: «Bendito sea Yahveh que no ha permitido que te falte hoy uno que te rescate para perpetuar su nombre en Israel.
15 Será el consuelo de tu alma y el apoyo de tu ancianidad, porque lo ha dado a luz tu nuera que te quiere y es para ti mejor que siete hijos.»
16 Tomó Noemí al niño y le puso en su seno y se encargó de criarlo.
17 Las vecinas le pusieron un nombre diciendo: «Le ha nacido un hijo a Noemí» y le llamaron Obed. Es el padre de Jesé, padre de David.
18 Estos son los descendientes de Peres. Peres engendró a Jesrón.
19 Jesrón engendró a Ram y Ram engendró a Aminadab.
20 Aminadab engendró a Najsón y Najsón engendró a Salmón.
21 Salmón engendró a Booz y Booz engendró a Obed.
22 Obed engendró a Jesé y Jesé engendró a David.
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Ageo

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Índice: Sagrada Escritura, Ageo

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Ageo 1
1 El año segundo del rey Darío, el día uno del sexto mes, fue dirigida la palabra de Yahveh, por medio del profeta Ageo, a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá, ya a Josué, hijo de Yehosadaq, sumo sacerdote, en estos términos:
2 Así dice Yahveh Sebaot: Este pueblo dice: «¡Todavía no ha llegado el momento de reedificar la Casa de Yahveh!»
3 (Fue, pues, dirigida la palabra de Yahveh, por medio del profeta Ageo, en estos términos:)
4 ¿Es acaso para vosotros el momento de habitar en vuestras casas artesonadas, mientras esta Casa está en ruinas?
5 Ahora pues, así dice Yahveh Sebaot: Aplicad vuestro corazón a vuestros caminos.
6 Habéis sembrado mucho, pero cosecha poca; habéis comido, pero sin quitar el hambre; habéis bebido, pero sin quitar la sed; os habéis vestido, mas sin calentaros, y el jornalero ha metido su jornal en bolsa rota.
7 Así dice Yahveh Sebaot: Aplicad vuestro corazón a vuestros caminos.
8 Subid a la montaña, traed madera, reedificad la Casa, y yo la aceptaré gustoso y me sentiré honrado, dice Yahveh.
9 Esperabais mucho, y bien poco es lo que hay. Y lo que metisteis en casa lo aventé yo. ¿Por qué? – oráculo de Yahveh Sebaot – porque mi Casa está en ruinas, mientras que vosotros vais aprisa cada uno a vuestra casa.
10 Por eso, por culpa vuestra, los cielos han negado la lluvia y la tierra ha negado su producto.
11 Yo he llamado a la sequía sobre la tierra y sobre los montes, sobre el trigo, el mosto y el aceite, sobre todo lo que produce el suelo, sobre los hombres y el ganado, y sobre todo trabajo de manos.
12 Zorobabel, hijo de Sealtiel, Josué, hijo de Yehosadaq, sumo sacerdote, y todo el Resto del pueblo escucharon la voz de Yahveh, su Dios, y las palabras del profeta Ageo, según la misión que Yahveh su Dios le había encomendado, y temió el pueblo delante de Yahveh.
13 Entonces Ageo, el mensajero de Yahveh, habló así al pueblo, en virtud del mensaje de Yahveh: «Yo estoy con vosotros, oráculo de Yahveh.»
14 Y movió Yahveh el espíritu de Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá, el espíritu de Josué, hijo de Yehosadaq, sumo sacerdote, y el espíritu de todo el Resto del pueblo. Y vinieron y emprendieron la obra en la Casa de Yahveh Sebaot, su Dios.
15 Era el día veinticuatro del sexto mes.
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Ageo 2
1 El año segundo del rey Darío, el día veintiuno del séptimo mes, fue dirigida la palabra de Yahveh, por medio del profeta Ageo, en estos términos:
2 Habla ahora a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá, a Josué, hijo de Yehosadaq, sumo sacerdote, y al resto del pueblo, y di:
3 ¿Quién queda entre vosotros que haya visto esta Casa en su primer esplendor? Y ¿qué es lo que veis ahora? ¿No es como nada a vuestros ojos?
4 ¡Mas ahora, ten ánimo, Zorobabel, oráculo de Yahveh; ánimo, Josué, hijo de Yehosadaq, sumo sacerdote, ánimo, pueblo todo de la tierra!, oráculo de Yahveh. ¡A la obra, que estoy yo con vosotros -oráculo de Yahveh Sebaot-
5 según la palabra que pacté con vosotros a vuestra salida de Egipto, y en medio de vosotros se mantiene mi Espíritu: no temáis!
6 Pues así dice Yahveh Sebaot: Dentro de muy poco tiempo sacudiré yo los cielos y la tierra, el mar y el suelo firme,
7 sacudiré todas las naciones; vendrán entonces los tesoros de todas las naciones, y yo llenaré de gloria esta Casa, dice Yahveh Sebaot.
8 ¡Mía es la plata y mío el oro! oráculo de Yahveh Sebaot.
9 Grande será la gloria de esta Casa, la de la segunda mayor que la de la primera, dice Yahveh Sebaot, y en este lugar daré yo paz, oráculo de Yahveh Sebaot.
10 El día veinticuatro del noveno mes, el año segundo de Darío, fue dirigida la palabra de Yahveh al profeta Ageo en estos términos:
11 Así dice Yahveh Sebaot: Pregunta a los sacerdotes sobre la Ley. Di:
12 «Si alguien lleva carne sagrada en el halda de su vestido, y toca con su halda pan, guiso, vino, aceite o cualquier otra comida, ¿quedará ésta santificada?» Respondieron los sacerdotes y dijeron: «No.»
13 Continuó Ageo: «Si alguien, que se ha hecho impuro por el contacto de un cadáver, toca alguna de esas cosas, ¿ queda ella impura?» Respondieron los sacerdotes y dijeron: «Sí, queda impura.»
14 Entonces Ageo tomó la palabra y dijo: «Así es este pueblo, así esta nación delante de mí, oráculo de Yahveh, así toda la labor de sus manos y lo que ofrecen aquí: ¡impuro es!»
15 Y ahora aplicad bien vuestro corazón, desde este día en adelante: antes de poner piedra sobre piedra en el Templo de Yahveh,
16 ¿qué era de vosotros? Se venía a un montón de veinte medidas y no había más que diez; se venía a la cava para sacar cincuenta cántaros y no había más que veinte.
17 Yo os herí con tizón, con añublo y con granizo en toda labor de vuestras manos, y ninguno de vosotros se volvió a mí, oráculo de Yahveh.
18 Aplicad, pues, vuestro corazón, desde este día en adelante (desde el día veinticuatro del noveno mes, día en que se echaron los cimientos al Templo de Yahveh, aplicad vuestro corazón):
19 ¿hay ahora grano en el granero? Pues si ni la vid ni la higuera ni el granado ni el olivo producían fruto, desde este día yo daré bendición.
20 La palabra de Yahveh fue dirigida por segunda vez a Ageo, el día veinticuatro del mes, en estos términos:
21 Habla a Zorobabel, gobernador de Judá y di: Yo voy a sacudir los cielos y la tierra.
22 Daré vuelta a los tronos de los reinos y destruiré el poder de los reinos de las naciones, daré vuelta al carro y a los que montan en él, y serán abatidos caballos y caballeros cada uno por la espada de su hermano.
23 Aquel día -oráculo de Yahveh Sebaot- te tomaré a ti, Zorobabel, hijo de Sealtiel, siervo mío -oráculo de Yahveh- y te pondré como anillo de sello, porque a ti te he elegido, oráculo de Yahveh Sebaot.
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Nehemías

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Índice: Sagrada Escritura, Nehemías

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Nehemías 1
1 Palabras de Nehemías, hijo de Jakalías. En el mes de Kisléu, el añocveinte del rey Artajerjes, estando yo en la ciudadela de Susa,
2 Jananí, uno de mis hermanos, llegó con algunos hombres venidos decJudá. Yo les pregunté por los judíos – el Resto que se había salvado delccautiverio – y por Jerusalén.
3 Me respondieron: «Los restos del cautiverio que han quedado allí en la provincia se encuentran en gran estrechez y confusión. La muralla de Jerusalén está llena de brechas, y sus puertas incendiadas.»
4 Al oír estas palabras me senté y me puse a llorar; permanecí en duelo algunos días ayunando y orando ante el Dios del cielo.
5 Y dije: «Ah, Yahveh, Dios del cielo, tú, el Dios grande y temible, que guardas la alianza y el amor a los que te aman y observan tus mandamientos;
6 estén atentos tus oídos y abiertos tus ojos para escuchar la oración de tu siervo, que yo hago ahora en tu presencia día y noche, por los hijos de Israel, tus siervos, confesando los pecados que los hijos de Israel hemos cometido contra ti; ¡yo mismo y la casa de mi padre hemos pecado!
7 Hemos obrado muy mal contigo, no observando los mandamientos, los preceptos y las normas que tú habías prescrito a Moisés tu siervo.
8 Pero acuérdate de la palabra que confiaste a Moisés tu siervo: “Si sois infieles, yo os dispersaré entre los pueblos;
9 pero si, volviéndoos a mí guardáis mis mandamientos y los ponéis en práctica, aunque vuestros desterrados estuvieron en los confines de los cielos, yo los reuniré de allí y los conduciré de nuevo al Lugar que he elegido para morada de mi Nombre.”
10 Aquí tienes a tus siervos y a tu pueblo que tú has rescatado con tu gran poder y tu fuerte mano.
11 ¡Ea, Señor, estén atentos tus oídos a la oración de tu siervo, a la oración de tus servidores, que desean venerar tu Nombre! Concede ahora, te suplico, gracia a tu siervo y haz que encuentre favor ante ese hombre.» Era yo entonces copero del rey.
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Nehemías 2
1 En el mes de Nisán, el año veinte del rey Artajerjes, siendo yo encargado del vino, tomé vino y se lo ofrecí al rey. Anteriormente nunca había estado yo triste.
2 Me dijo, pues, el rey: «¿Por qué ese semblante tan triste? Tú, enfermo no estás. ¿Acaso tienes alguna preocupación en el corazón?» Yo quedé muy turbado,
3 y dije al rey: «¡Viva por siempre el rey! ¿Cómo no ha de estar triste mi semblante, cuando la ciudad donde están las tumbas de mis padres está en ruinas, y sus puertas devoradas por el fuego?»
4 Replicóme el rey: «¿Qué deseas, pues?» Invoqué al Dios del cielo,
5 y respondí al rey: «Si le place al rey y estás satisfecho de tu siervo, envíame a Judá, a la ciudad de las tumbas de mis padres, para que yo la reconstruya.»
6 El rey me preguntó, estando la reina sentada a su lado: «¿Cuánto durará tu viaje? ¿Cuándo volverás?» Yo le fijé un plazo que pareció aceptable al rey, y él me envió.
7 Añadí al rey: «Si le place al rey, que se me den cartas para los gobernadores de Transeufratina, para que me faciliten el camino hasta Judá;
8 y asimismo una carta para Asaf, el encargado de los parques reales, para que me proporcione madera de construcción para las puertas de la ciudadela del Templo, la muralla de la ciudad y la casa en que yo me he de instalar.» El rey me lo concedió, pues la mano bondadosa de mi Dios estaba conmigo.
9 Me dirigí, pues, a los gobernadores de Transeufratina y les entregué las cartas del rey. El rey me había hecho escoltar por oficiales del ejército y gente de a caballo.
10 Al enterarse de ello Samballat el joronita y Tobías el servidor ammonita, les sentó muy mal que alguien viniera a procurar el bienestar de los israelitas.
11 Llegué a Jerusalén y me quedé allí tres días.
12 Luego me levanté de noche con unos pocos hombres, sin comunicar a nadie lo que mi Dios me había inspirado que hiciera por Jerusalén, y sin llevar conmigo más que la cabalgadura en que iba montado.
13 Saliendo, pues, de noche por la puerta del Valle, me dirigí hacia la Fuente del Dragón y hacia la puerta del Muladar: inspeccioné la muralla de Jerusalén por donde tenía brechas, y las puertas que habían sido devoradas por el fuego.
14 Continué luego hacia la puerta de la Fuente y la alberca del Rey, pero no había paso para mi cabalgadura.
15 Volví a subir, pues, de noche, por el Torrente, inspeccionando la muralla, y volví a entrar por la puerta del Valle. Así regresé a casa.
16 Los consejeros no supieron dónde había ido ni lo que había hecho. Hasta entonces no había dicho nada a los judíos: ni a los sacerdotes ni a los notables ni a los consejeros ni a los funcionarios;
17 entonces les dije: «Vosotros mismos veis la triste situación en que nos encontramos, pues Jerusalén está en ruinas, y sus puertas devoradas por el fuego. Vamos a reconstruir la muralla de Jerusalén, y no seremos más objeto de escarnio.»
18 Y les referí cómo la mano bondadosa de mi Dios había estado conmigo, y les relaté también las palabras que el rey me había dicho. Ellos dijeron: «¡Levantémonos y construyamos!» Y se afianzaron en su buen propósito.
19 Al enterarse de ello Samballat el joronita, Tobías el siervo ammonita y Guésem el árabe, se burlaron de nosotros y vinieron a decirnos: «¿Qué hacéis? ¿Es que os habéis rebelado contra el rey?»
20 Yo les respondí: «El Dios del cielo nos hará triunfar. Nosotros sus siervos, vamos a ponernos a la obra. En cuanto a vosotros, no tenéis parte ni derecho ni recuerdo en Jerusalén.»
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Nehemías 3
1 El sumo sacerdote Elyasib y sus hermanos los sacerdotes se encargaron de construir la puerta de las Ovejas: la armaron, fijaron sus hojas, barras y goznes, y continuaron hasta la torre de los Cien y hasta la torre de Jananel.
2 Al lado de ellos construyeron los de Jericó; a su lado construyó Zakkur, hijo de Imrí.
3 Los hijos de Hassenáa construyeron la puerta de los Peces: la armaron y fijaron sus hojas, barras y goznes.
4 A su lado reparó Meremot, hijo de Urías, hijo de Haqcós; a continuación reparó Mesullam, hijo de Berekías, hijo de Mesezabel; a su lado reparó Sadoq, hijo de Baaná.
5 Junto a él repararon los de Técoa, pero sus notables se negaron a poner su cuello al servicio de sus señores.
6 La puerta del Barrio nuevo la repararon Yoyadá, hijo de Paséaj, y Mesullam, hijo de Besodías: la armaron y fijaron sus hojas, barras y goznes.
7 A continuación de éstos repararon Melatías de Gabaón y Yadón de Meronot, así como los de Gabaón y de Mispá, a expensas del gobernador de Transeufratina.
8 A su lado reparó Uzziel, miembro del gremio de los orfebres, y a continuación reparó Jananías, del gremio de los perfumistas: ellos reconstruyeron Jerusalén hasta el muro de la Plaza.
9 A continuación reparó Refaías, hijo de Jur, jefe de la mitad del distrito de Jerusalén.
10 A continuación reparó Yedaías, hijo de Harumaf, delante de su casa; a continuación reparó Jattús, hijo de Hasabneías.
11 Malkiyías, hijo de Jarim, y Jassub, hijo de Pajat Moab, repararon la parte siguiente, hasta la torre de los Hornos.
12 A continuación de éstos reparó, con sus hijos, Sallum, hijo de Hallojés, jefe de la mitad del distrito de Jerusalén.
13 Repararon la puerta del Valle, Hanún y los habitantes de Zanóaj: la construyeron, fijaron sus hojas, barras y goznes, e hicieron mil codos de muro, hasta la puerta del Muladar.
14 La puerta del Muladar la reparó Malkiyías, hijo de Rekab, jefe del distrito de Bet Hakkérem, con sus hijos: fijó sus hojas, barras y goznes.
15 La puerta de la Fuente la reparó Sallum, hijo de Kol Jozé, jefe del distrito de Mispá: la construyó, la cubrió y fijó sus hojas, barras y goznes. También restauró el muro de la alberca del canal, que está junto al huerto del rey, hasta las escaleras que bajan de la Ciudad de David.
16 Después de él Nehemías, hijo de Aztuq, jefe de la mitad del distrito de Bet Sur, reparó hasta enfrente de las tumbas de David, hasta la alberca artificial y hasta la Casa de los Valientes.
17 A continuación repararon los levitas: Rejum, hijo de Baní; a su lado reparó Jasabías, jefe de la mitad del distrito de Queilá, en su distrito;
18 a continuación repararon sus hermanos: Binnuy, hijo de Jenadad, jefe de la mitad del distrito de Queilá;
19 a continuación Ezer, hijo de Josué, jefe de Mispá, reparó otra sección frente a la subida del Arsenal del Angulo.
20 Después de él Baruc, hijo de Zabbay, reparó otro sector, desde el Angulo hasta la puerta de la casa del sumo sacerdote Elyasib.
21 Después de él Meremot, hijo de Urías, hijo de Haqcós, reparó otro sector, desde la puerta de la casa de Elyasib hasta el término de la misma.
22 Después de él prosiguieron la reparación los sacerdotes que habitaban en la Vega.
23 Repararon a continuación Benjamín y Jassub frente a sus casas. Después de ellos Azarías, hijo de Maaseías, hijo de Ananías, reparó junto a su casa.
24 Después de él Binnuy, hijo de Jenadad, reparó otra sección, desde la casa de Azarías hasta el Angulo y la esquina.
25 A continuación Palal, hijo de Uzay, reparó enfrente del Angulo y de la torre en saliente de la casa del rey, la de arriba que da al patio de la cárcel. Después de él Pedaías, hijo de Parós, reparó
26 hasta la puerta de las Aguas hacia Oriente y hasta delante de la torre en saliente.
27 A continuación los de Técoa repararon otro sector frente a la torre grande en saliente hasta el muro del Ofel.
28 Desde la puerta de los Caballos repararon los sacerdotes, cada uno frente a su casa.
29 Después de ellos reparó Sadoq, hijo de Immer, frente a su casa. Después de él reparó Semaías, hijo de Sekanías, encargado de la puerta Oriental.
30 Después de él, Jananías, hijo de Selemías, y Janún, sexto hijo de Salaf, repararon otro sector. A continuación reparó Mesullam, hijo de Berekías, frente a su vivienda.
31 Después de él Malkiyías, del gremio de los orfebres, reparó hasta la casa de los donados y de los comerciantes, frente a la puerta de la Inspección, hasta la cámara alta del ángulo.
32 Y entre la cámara alta del ángulo y la puerta de las Ovejas, repararon los orfebres y los comerciantes.
33 Cuando Samballat se enteró de que estábamos reconstruyendo la muralla, montó en cólera y se irritó mucho. Se burlaba de los judíos,
34 y decía delante de sus hermanos y de la gente principal de Samaría: «¿Qué pretenden hacer esos miserables judíos? ¿Es que quieren terminar en un día? ¿Van a dar vida a esas piedras, sacadas de montones de escombros y calcinadas?»
35 Tobías el ammonita, que estaba junto a él, dijo: «¡Déjales que construyan; que si un chacal se alza, abrirá brecha en su muralla de piedra!»
36 ¡Escucha, Dios nuestro, porque nos desprecian. Haz que caiga su insulto sobre su cabeza. Entrégalos al desprecio en un país de cautividad!
37 No pases por alto su iniquidad, ni su pecado sea borrado en tu presencia, porque han insultado a los constructores.
38 Construimos, pues, la muralla, que quedó terminada hasta media altura. El pueblo había puesto su corazón en el trabajo.
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Nehemías 4
1 Cuando Samballat, Tobías, los árabes, los ammonitas y los asdoditas se enteraron de que la reparación de la muralla de Jerusalén adelantaba -pues las brechas comenzaban a taparse- se enfurecieron mucho;
2 y se conjuraron todos a una para venir a atacar a Jerusalén y a humillarme a mí.
3 Pero invocamos a nuestro Dios y montamos guardia contra ellos de día y de noche.
4 Judá decía: «¡Flaquean las fuerzas de los cargadores: hay demasiado escombro; nosotros no podemos reconstruir la muralla!»
5 Y nuestros enemigos decían: «¡Antes que se enteren o se den cuenta, iremos contra ellos, y los mataremos y pararemos la obra!»
6 Pero algunos judíos que vivían junto a ellos vinieron a advertirnos por diez veces: «Vienen contra nosotros desde todos los lugares que habitan.»
7 Se apostó, pues, el pueblo en los puntos más bajos, detrás de la muralla y en los lugares descubiertos, y coloqué a la gente por familias, cada uno con sus espadas, sus lanzas y sus arcos.
8 Al ver su miedo, me levanté y dije a los notables, a los consejeros y al resto del pueblo: «¡No les tengáis miedo; acordaos del Señor, grande y terrible, y combatid por vuestros hermanos, vuestros hijos y vuestras hijas, vuestras mujeres y vuestras casas!»
9 Cuando nuestros enemigos supieron que estábamos advertidos y que Dios había desbaratado sus planes, se retiraron, y todos nosotros volvimos a la muralla, cada cual a su trabajo.
10 Pero desde aquel día, sólo la mitad de mis hombres tomaban parte en el trabajo; la otra mitad, provistos de lanzas, escudos, arcos y corazas, se mantenía detrás de toda la casa de Judá
11 que construía la muralla. También los cargadores estaban armados: con una mano cuidaba cada uno de su trabajo, con la otra empuñaba el arma.
12 Cada uno de los constructores tenía ceñida a la cintura su espada mientras trabajaba. Había un corneta junto a mí para sonar el cuerno.
13 Dije a los notables, a los consejeros y al resto del pueblo: «La obra es importante y extensa, y nosotros estamos diseminados a lo largo de la muralla, lejos unos de otros:
14 corred a reuniros con nosotros al lugar donde oigáis el sonido del cuerno, y nuestro Dios combatirá por nosotros.»
15 Así organizábamos el trabajo desde el despuntar del alba hasta que salían las estrellas.
16 Dije también entonces al pueblo: «Todos pasarán la noche en Jerusalén con sus criados, y así haremos guardia de noche y trabajaremos de día.»
17 Pero ni yo ni mis hermanos ni mis gentes mi los hombres de guardia que me seguían nos quitábamos la ropa; todos nosotros teníamos el arma en la mano.
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Nehemías 5
1 Un gran clamor se suscitó entre la gente del pueblo y sus mujeres contra sus hermanos judíos.
2 Había quienes decían: «Nosotros tenemos que dar en prenda nuestros hijos y nuestras hijas para obtener grano con que comer y vivir.»
3 Había otros que decían: «Nosotros tenemos que empeñar nuestros campos, nuestras viñas y nuestras casas para conseguir grano en esta penuria.»
4 Y otros decían: «Tenemos que pedir prestado dinero a cuenta de nuestros campos y de nuestras viñas para el impuesto del rey;
5 y siendo así que tenemos la misma carne que nuestros hermanos, y que nuestros hijos son como sus hijos, sin embargo tenemos que entregar como esclavos a nuestros hijos y a nuestras hijas; ¡hay incluso entre nuestras hijas quienes son deshonradas! Y no podemos hacer nada, ya que nuestros campos y nuestras viñas pertenecen a otros.»
6 Yo me indigné mucho al oír su queja y estas palabras.
7 Tomé decisión en mi corazón de reprender a los notables y a los consejeros, y les dije: «¡Qué carga impone cada uno de vosotros a su hermano!» Congregué contra ellos una gran asamblea,
8 y les dije: «Nosotros hemos rescatado, en la medida de nuestras posibilidades, a nuestros hermanos judíos que habían sido vendidos a las naciones. ¡Y ahora sois vosotros los que vendéis a vuestros hermanos para que nosotros los rescatemos!» Ellos callaron sin saber qué responder.
9 Y yo continué: «No está bien lo que estáis haciendo. ¿No queréis caminar en el temor de nuestro Dios, para evitar los insultos de las naciones enemigas?
10 También yo, mis hermanos y mi gente, les hemos prestado dinero y trigo. Pues bien, condonemos estas deudas.
11 Restituidles inmediatamente sus campos, sus viñas, sus olivares y sus casas, y perdonadles la deuda del dinero, del trigo, del vino y del aceite que les habéis prestado.»
12 Respondieron ellos: «Restituiremos y no les reclamaremos ya nada; haremos como tú has dicho.» Entonces llamé a los sacerdotes y les hice jurar que harían seguir esta promesa.
13 Luego sacudí los pliegues de mi manto diciendo: «¡Así sacuda Dios, fuera de su casa y de su hacienda, a todo aquel que no mantenga esta palabra: así sea sacudido y despojado!» Toda la asamblea respondió: «¡Amén!», y alabó a Yahveh. Y el pueblo cumplió esta palabra.
14 Además, desde el día en que el rey me mandó ser gobernador del país de Judá, desde el año veinte hasta el 32 del rey Artajerjes, durante doce años, ni yo ni mis hermanos comimos jamás del pan del gobernador.
15 En cambio los gobernadores anteriores que me precedieron gravaban al pueblo: cada día percibían de él, como contribución por el pan, cuarenta siclos de plata; también sus servidores oprimían al pueblo. Pero yo, por temor de Dios, no hice nunca esto.
16 Además he ayudado a la obra de la reparación de esta muralla, y, aunque no he adquirido campos, toda mi gente estaba también allí colaborando en la tarea.
17 A mi mesa se sentaban los jefes y los consejeros en número de 150 sin contar los que venían a nosotros de las naciones vecinas.
18 Diariamente se aderezaban a expensas mías un toro, seis carneros escogidos y aves; y cada diez días se traía cantidad de odres de vino. Y a pesar de todo, jamás reclamé el pan del gobernador, porque un duro trabajo gravaba ya al pueblo.
19 ¡Acuérdate, Dios mío, para mi bien, de todo lo que he hecho por este pueblo!
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Nehemías 6
1 Cuando Samballat, Tobías, Guésem el árabe, y los demás enemigos nuestros se enteraron de que yo había reconstruido la muralla y de que ya no quedaba en ella brecha alguna -aunque en aquel tiempo no estaban colocadas las hojas de las puertas-
2 Samballat y Guésem mandaron a decirme: «Ven a entrevistarte con nosotros en Hakkefirim, en el valle de Onó.» Pero ellos tramaban hacerme mal.
3 Por eso les envié mensajeros para decirles: «Estoy ocupado en una obra importante y no puedo bajar; ¿por qué voy a dejar que la obra se pare abandonándola para bajar donde vosotros?»
4 Cuatro veces me enviaron el mismo recado, y yo di la misma respuesta.
5 Entonces Samballat me envió a decir por quinta vez lo mismo por un criado suyo que traía una carta abierta
6 en la que estaba escrito: «Se oye entre las naciones, y así lo afirma Gasmu, el rumor de que tú y los judíos estáis pensando sublevaros; que para ello reconstruyes la muralla y tratas de hacerte su rey,
7 que incluso has designado profetas para proclamar acerca de ti en Jerusalén: ¡Judá tiene rey! Estos rumores van a ser oídos por el rey; así que ven para que tomemos consejo juntos.»
8 Pero yo les mandé decir: «No hay nada de eso que dices; son invenciones de tu corazón.»
9 Porque lo que querían era meternos miedo, pensando: «Desfallecerán sus manos y no acabarán la obra.» Pero, por el contrario, yo me reafirmé más.
10 Había ido yo a casa de Semaías, hijo de Delaías, hijo Mehetabel, que se encontraba detenido. Dijo él: «Démonos cita en la Casa de Dios, en el interior del santuario; cerremos las puertas del santuario; porque van a venir a matarte, esta misma noche vienen a matarte.»
11 Pero yo respondí: «¿Un hombre como yo va a huir? ¿Qué hombre que sea como yo entraría en el santuario para salvar su vida? No iré.»
12 Pues comprendí que él no había sido enviado por Dios, sino que había dicho esta profecía sobre mí porque Tobías le había comprado,
13 para que yo, llevado del miedo, lo hiciera así y pecase; y esto me diera mala fama y pudieran burlarse de mí.
14 Acuérdate, Dios mío, de Tobías, por lo que ha hecho; y también de Noadía, la profetisa, y de los demás profetas que trataron de asustarme.
15 La muralla quedó terminada el día veinticinco de Elul, en 52 días.
16 Cuando se enteraron todos nuestros enemigos y todas las naciones de alrededor lo vieron, les pareció una gran maravilla y reconocieron que esta obra había sido realizada por nuestro Dios.
17 En aquellos mismos días, los notables de Judá multiplicaron sus cartas dirigidas a Tobías y recibían las de éste;
18 porque tenía en Judá muchos aliados, por ser yerno de Sekanías, hijo de Ará, y por estar casado su hijo Yehojanán con la hija de Mesullam, hijo de Berekías.
19 Incluso llegaron a hablar bien de Tobías en mi presencia y le repetían mis palabras. Y Tobías mandaba cartas para intimidarme.
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Nehemías 7
1 Reconstruida la muralla, y una vez que hube fijado las hojas de las puertas, se colocaron guardias en las puertas (cantores y levitas).
2 Puse al frente de Jerusalén a mi hermano Jananí y a Jananías, jefe de la ciudadela, porque era un hombre fiel y temeroso de Dios como pocos;
3 y les dije: «No se abrirán las puertas de Jerusalén hasta que el sol comience a calentar; y cuando todavía esté alto, se cerrarán y se echarán las barras a las puertas; y se establecerán puestos de guardia de entre los habitantes de Jerusalén, unos en su puesto y otros delante de su casa.»
4 La ciudad era espaciosa y grande, pero tenía muy poca población y no se fundaban nuevas familias.
5 Me puso Dios en el corazón reunir a los notables, a los consejeros y al pueblo, para hacer el registro genealógico. Hallé el registro genealógico de los que habían venido al principio, y encontré escrito en él:
6 Estas son las personas de la provincia que regresaron del cautiverio, aquellos que Nabucodonosor, rey de Babilonia, había deportado y que volvieron a Jerusalén y Judea, cada uno a su ciudad.
7 Vinieron con Zorobabel, Josué, Nehemías, Azarías, Raamías, Najamaní, Mardoqueo, Bilsán, Mispéret, Bigvay, Nejum y Baaná. Lista de los hombres del pueblo de Israel:
8 los hijos de Parós: 2.172;
9 los hijos de Sefatías: 372;
10 los hijos de Araj: 652;
11 los hijos de Pajat Moab, por parte de los hijos de Josué y de Joab: 2.818;
12 los hijos de Elam: 1.254;
13 los hijos de Zattú: 845;
14 los hijos de Zakkay: 760;
15 los hijos de Binnuy: 648;
16 los hijos de Bebay: 628;
17 los hijos de Azgad: 2.322;
18 los hijos de Adonicam: 667;
19 los hijos de Bigvay: 2.067;
20 los hijos de Adín: 655;
21 los hijos de Ater, de Ezequías: 98;
22 los hijos de Jalum: 328;
23 los hijos de Besay: 324;
24 los hijos de Jarif: 112;
25 los hijos de Gabaón: 95;
26 los hombres de Belén y de Netofá: 188;
27 los hombres de Anatot: 128;
28 los hombres de Bet Azmávet: 42;
29 los hombres de Quiryat Yearim, Kefirá y Beerot: 743;
30 los hombres de Ramá y Gueba: 621;
31 los hombres de Mikmás: 122;
32 los hombres de Betel y de Ay: 123;
33 los hombres de Nebo: 52;
34 los hijos del otro Elam: 1.254;
35 los hijos de Jarim: 320;
36 los hombres de Jericó: 345;
37 los hijos de Lod, Jadid y Onó: 721;
38 los hijos de Senaá: 3.930.
39 Sacerdotes: los hijos de Yedaías, de la casa de Josué: 973;
40 los hijos de Immer: 1.052;
41 los hijos de Pasjur: 1.247;
42 los hijos de Jarim: 1.017.
43 Levitas: los hijos de Josué y Cadmiel, de los hijos de Hodías: 74.
44 Cantores: los hijos de Asaf: 148.
45 Porteros: los hijos de Sallum, los hijos de Ater, los hijos de Talmón, los hijos de Aqcub, los hijos de Jatitá, los hijos de Sobay: 138.
46 Donados: los hijos de Sijá, los hijos de Jasufá, los hijos de Tabbaot,
47 los hijos de Querós, los hijos de Siá, los hijos de Padón,
48 los hijos de Lebaná, los hijos de Jagabá, los hijos de Salmay,
49 los hijos de Janán, los hijos de Guiddel, los hijos de Gajar,
50 los hijos de Reaías, los hijos de Resín, los hijos de Necodá,
51 los hijos de Gazzam, los hijos de Uzzá, los hijos de Paséaj,
52 los hijos de Besay, los hijos de los meunitas, los hijos de los nefusitas,
53 los hijos de Baqbuq, los hijos de Jacufá, los hijos de Jarjur,
54 los hijos de Baslit, los hijos de Mejidá, los hijos de Jarsá,
55 los hijos de Barcós, los hijos de Sisrá, los hijos de Témaj,
56 los hijos de Nesíaj, los hijos de Jatifá.
57 Los hijos de los siervos de Salomón: los hijos de Setay, los hijos de Soféret, los hijos de Peridá,
58 los hijos de Yaalá, los hijos de Darcón, los hijos de Guiddel,
59 los hijos de Sefatías, los hijos de Jattil, los hijos de Pokéret Hassebayim, los hijos de Amón.
60 Total de los donados y de los hijos de los siervos de Salomón: 392.
61 Y estos eran los que venían de Tel Mélaj, Tel Jarsá, Kerub, Addón e Immer, y que no pudieron probar si su familia y su estirpe eran de origen israelita:
62 los hijos de Belaías, los hijos de Tobías, los hijos de Necodá: 642.
63 Y entre los sacerdotes, los hijos de Jobayías, los hijos Haqcós, los hijos de Barzillay -el cual se había casado con una de las hijas de Barzillay el galaadita, cuyo nombre adoptó-.
64 Estos investigaron en su registro genealógico, pero no figuraban; por lo cual se les excluyó del sacerdocio como ilegítimos,
65 y el Gobernador les prohibió comer de las cosas sacratísimas hasta que no se presentara un sacerdote para el Urim y el Tummim.
66 La asamblea ascendía a 42.360 personas,
67 sin contar sus siervos y siervas en número de 7.337; tenían también 245 cantores y cantoras.
68 Tenían (736 caballos, 245 mulos) 435 camellos y 6.720 asnos.
69 Algunos de los cabezas de familia hicieron ofrendas para la obra. El Gobernador entregó al tesoro mil dracmas de oro, 50 copas y 30 túnicas sacerdotales.
70 Entre los cabezas de familia entregaron al tesoro de la obra 20.000 dracmas de oro y 2.200 minas de plata.
71 Lo que entregó el resto del pueblo ascendía a 20.000 dracmas de oro, 2.000 minas de plata y 67 túnicas sacerdotales.
72 Los sacerdotes, los levitas, los porteros, los cantores, los donados y todos los demás israelitas se establecieron en sus ciudades. Llegado el mes séptimo,
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Nehemías 8
1 todo el pueblo se congregó como un solo hombre en la plaza que está delante de la puerta del Agua. Dijeron al escriba Esdras que trajera el libro de la Ley de Moisés que Yahveh había prescrito a Israel.
2 Trajo el sacerdote Esdras la Ley ante la asamblea, integrada por hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era el día uno del mes séptimo.
3 Leyó una parte en la plaza que está delante de la puerta del Agua, desde el alba hasta el mediodía, en presencia de los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón; y los oídos del pueblo estaban atentos al libro de la Ley.
4 El escriba Esdras estaba de pie sobre un estrado de madera levantado para esta ocasión; junto a él estaban: a su derecha, Matitías, Semá, Anaías, Urías, Jilquías y Maaseías, y a su izquierda, Pedaías, Misael, Malkías, Jasum, Jasbaddaná, Zacarías y Mesul-lam.
5 Esdras abrió el libro a los ojos de todo el pueblo – pues estaba más alto que todo el pueblo – y al abrirlo, el pueblo entero se puso en pie.
6 Esdras bendijo a Yahveh, el Dios grande; y todo el pueblo, alzando las manos, respondió: «¡Amén! ¡Amén!»; e inclinándose se postraron ante Yahveh, rostro en tierra.
7 (Josué, Baní, Serebías, Yamín, Aqcub, Sabtay, Hodiyías, Maaseías, Quelitá, Azarías, Yozabad, Janán, Pelaías, que eran levitas, explicaban la Ley al pueblo que seguía en pie.)
8 Y Esdras leyó en el libro de la Ley de Dios, aclarando e interpretando el sentido, para que comprendieran la lectura.
9 Entonces (Nehemías -el Gobernador- y) Esdras, el sacerdote escriba (y los levitas que explicaban al pueblo) dijeron a todo el pueblo: «Este día está consagrado a Yahveh vuestro Dios; no estéis tristes ni lloréis»; pues todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la Ley.
10 Díjoles también: «Id y comed manjares grasos, bebed bebidas dulces y mandad su ración a quien no tiene nada preparado. Porque este día está consagrado a nuestro Señor. No estéis tristes: la alegría de Yahveh es vuestra fortaleza.»
11 También los levitas tranquilizaban al pueblo diciéndole: «Callad: este día es santo. No estéis tristes.»
12 Y el pueblo entero se fue a comer y beber, a repartir raciones y hacer gran festejo, porque habían comprendido las palabras que les habían enseñado.
13 El segundo día los cabezas de familia de todo el pueblo, los sacerdotes y levitas se reunieron junto al escriba Esdras para comprender las palabras de la Ley.
14 Y encontraron escrito en la Ley que Yahveh había mandado por medio de Moisés que los hijos de Israel habitaran en cabañas durante la fiesta del séptimo mes.
15 En cuanto lo oyeron, hicieron pregonar en todas las ciudades y en Jerusalén: «Salid al monte y traed ramas de olivo, de pino, de mirto, de palmera y de otros árboles frondosos, para hacer cabañas conforme a lo escrito.»
16 Salió el pueblo y trajeron ramas y se hicieron cabañas, cada uno en su terrado, en sus patios, en los atrios de la Casa de Dios, en la plaza de la puerta del Agua y en la plaza de la puerta de Efraím.
17 Toda la asamblea, los que habían vuelto del cautiverio, construyó cabañas y habitó en ellas – cosa que los israelitas no habían hecho desde los días de Josué, hijo de Nun, hasta aquel día – y hubo gran regocijo.
18 Esdras leyó en el libro de la Ley de Dios diariamente, desde el primer día al último. Durante siete días, se celebró fiesta; al octavo tuvo lugar, según la norma, una asamblea solemne.
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Nehemías 9
1 El día veinticuatro de aquel mismo mes, se congregaron los israelitas para ayunar, vestidos de sayal y la cabeza cubierta de polvo.
2 La raza de Israel se separó de todos los extranjeros; y puestos en pie, confesaron sus pecados y las culpas de sus padres.
3 (De pie y cada uno en su sitio, leyeron en el libro de la Ley de Yahveh su Dios, por espacio de un cuarto de día; durante otro cuarto hacían confesión y se postraban ante Yahveh su Dios.)
4 (Josué, Binnuy, Cadmiel, Sebanías, Bunní, Serebías, Baní y Quenaní subieron al estrado de los levitas y clamaron en alta voz hacia Yahveh su Dios,
5 y los levitas Josué, Cadmiel, Baní, Jasabneías, Serebías, Hodiyías, Sebanías y Petajías dijeron: «¡Levantaos, bendecid a Yahveh nuestro Dios!») ¡Bendito seas, Yahveh Dios nuestro, de eternidad en eternidad! ¡Y sea bendito el Nombre de tu Gloria que supera toda bendición y alabanza!
6 ¡Tú, Yahveh, tú el único! Tú hiciste los cielos, el cielo de los cielos y toda su mesnada, la tierra y todo cuanto abarca, los mares y todo cuanto encierran. Todo esto tú lo animas, y la mesnada de los cielos ante ti se prosterna.
7 Tú, Yahveh, eres el Dios que elegiste a Abram, le sacaste de Ur de Caldea y le diste el nombre de Abraham.
8 Hallaste su corazón fiel ante ti, con él hiciste alianza, para darle el país del cananeo, del hitita y del amorreo, del perizita, del jebuseo y del guirgasita, a él y a su posteridad. Y has mantenido tu palabra, porque eres justo.
9 Tú viste la aflicción de nuestros padres en Egipto, y escuchaste su clamor junto al mar de Suf.
10 Contra Faraón obraste señales y prodigios, contra sus siervos y todo el pueblo de su país, pues supiste que eran altivos con ellos. ¡Te hiciste un nombre hasta el día de hoy!
11 Tú hendiste el mar ante ellos: por medio del mar pasaron a pie enjuto. Hundiste en los abismos a sus perseguidores, como una piedra en aguas poderosas.
12 Con columna de nube los guiaste de día, con columna de fuego por la noche, para alumbrar ante ellos el camino por donde habían de marchar.
13 Bajaste sobre el monte Sinaí y del cielo les hablaste; les diste normas justas, leyes verdaderas, preceptos y mandamientos excelentes;
14 les diste a conocer tu santo sábado; les ordenaste mandamientos, preceptos y Ley por mano de Moisés, tu siervo.
15 Del cielo les mandaste el pan para su hambre, para su sed hiciste brotar el agua de la roca. Y les mandaste ir a apoderarse de la tierra que tú juraste darles mano en alto.
16 Altivos se volvieron nuestros padres, su cerviz endurecieron y desoyeron tus mandatos.
17 No quisieron oír, no recordaron los prodigios que con ellos hiciste; endurecieron la cerviz y se obstinaron en volver a Egipto y a su servidumbre. Pero tú eres el Dios de los perdones, clemente y entrañable, tardo a la cólera y rico en bondad. ¡No los desamparaste!
18 Ni siquiera cuando se fabricaron un becerro de metal fundido y exclamaron: «¡Este es tu dios que te sacó de Egipto!» (grandes desprecios te hicieron).
19 Tú, en tu inmensa ternura, no los abandonaste en el desierto: la columna de nube no se apartó de ellos, para guiarles de día por la ruta, ni la columna de fuego por la noche, para alumbrar ante ellos el camino por donde habían de marchar.
20 Tu Espíritu bueno les diste para instruirles, el maná no retiraste de su boca, y para su sed les diste agua.
21 Cuarenta años los sustentaste en el desierto, y nada les faltó: ni sus vestidos se gastaron ni se hincharon sus pies.
22 Reinos y pueblos les donaste y las tierras vecinas repartiste: se apoderaron del país de Sijón, rey de Jesbón, y del país de Og, rey de Basán.
23 Y multiplicaste sus hijos como estrellas del cielo, los llevaste a la tierra que a sus padres dijiste que entrarían a poseer.
24 Llegaron los hijos y tomaron el país, y tú ante ellos aplastaste a los habitantes del país, los cananeos, los pusiste en sus manos, con sus reyes y las gentes del país, para que los trataran a merced de su capricho.
25 Ciudades fuertes conquistaron y una tierra generosa; y heredaron casas de toda suerte de bienes rebosantes, cisternas ya excavadas, viñas y olivares, árboles frutales sin medida: comieron, se saciaron, engordaron, se deleitaron en tus inmensos bienes.
26 Pero después, indóciles, se rebelaron contra ti, arrojaron tu Ley a sus espaldas, mataron a los profetas que les conjuraban a convertirse a ti; (grandes desprecios te hicieron).
27 Tú los entregaste en poder de sus enemigos que los oprimieron. Durante su opresión clamaban hacia ti, y tú los escuchabas desde el cielo; y en tu inmensa ternura les mandabas salvadores que los libraron de las manos opresoras.
28 Pero, apenas en paz, volvían a hacer el mal ante ti, y tú los dejabas en mano de sus enemigos que los oprimían. Ellos de nuevo gritaban hacia ti, y tú escuchabas desde el cielo: ¡muchas veces, por ternura, los salvaste!
29 Les conminaste para volverlos a tu Ley, pero ellos en su orgullo no escucharon tus mandatos; contra tus normas pecaron, contra aquellas que, cumplidas, dan la vida; dieron la espalda, endurecieron su cerviz y no escucharon.
30 Tuviste paciencia con ellos durante muchos años; les advertiste por tu Espíritu, por boca de tus profetas; pero ellos no escucharon. Y los pusiste en manos de las gentes de los países.
31 Mas en tu inmensa ternura no los acabaste, no los abandonaste, porque eres tú Dios clemente y lleno de ternura.
32 Ahora, pues, oh Dios nuestro, tú, Dios grande, poderoso y temible, que mantienes la alianza y el amor, no menosprecies esta miseria que ha caído sobre nosotros, sobre nuestros reyes y príncipes, nuestros sacerdotes y profetas, sobre todo tu pueblo, desde los tiempos de los reyes de Asiria hasta el día de hoy.
33 Has sido justo en todo lo que nos ha sobrevenido, pues tú fuiste fiel, y nosotros malvados:
34 nuestros reyes y jefes, nuestros sacerdotes y padres no guardaron tu Ley, no hicieron caso de los mandamientos y dictámenes que tú les diste.
35 Mientras vivían en su reino, entre los grandes bienes que tú les regalabas, y en la espaciosa y generosa tierra que tú les habías preparado, no te sirvieron ellos ni se convirtieron de sus malas acciones.
36 Míranos hoy a nosotros esclavos, y en el país que habías dado a nuestros padres para gozar de sus frutos y bienes, mira que aquí en servidumbre nos sumimos.
37 Sus muchos frutos son para los reyes, que por nuestros pecados tú nos impusiste, y que a capricho dominan nuestras personas, cuerpos y ganados. ¡En gran angustia nos hallamos!
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Nehemías 10
1 De acuerdo con todo esto, nosotros tomamos un firme compromiso por escrito. En el documento sellado figuran nuestros jefes, nuestros levitas y nuestros sacerdotes…
2 En el documento sellado figuraban: Nehemías, hijo de Jakalías, y Sedecías.
3 Seraías, Azarías, Jeremías,
4 Pasjur, Amarías, Malkías,
5 Jattús, Sebanías, Malluk,
6 Jarim, Meremot, Abdías,
7 Daniel, Guinnetón, Baruc,
8 Mesullam, Abías, Miyyamín,
9 Maazías, Bilgay, Semaías: estos son los sacerdotes.
10 Luego los levitas: Josué, hijo de Azanías, Binnuy, de los hijos de Jenadad, Cadmiel
11 y sus hermanos Sekanías, Hodavías, Quelitá, Pelaías, Janán,
12 Miká, Rejob, Jasabías,
13 Zakkur, Serebías, Sebanías,
14 Hodiyías, Baní, Quenaní.
15 Los jefes del pueblo: Parós, Pajat Moab, Elam, Zattú, Baní,
16 Bunní, Azgad, Bebay,
17 Adonías, Bigvay, Adín,
18 Ater, Ezequías, Azzur,
19 Hodiyías, Jatum, Besay,
20 Jarif, Anatot, Nobay,
21 Magpiás, Mesullam, Jezir,
22 Mesezabel, Sadoq, Yaddúa,
23 Pelatías, Janán, Hanaías,
24 Oseas, Jananías, Jassub,
25 Hallojés, Piljá, Sobeq,
26 Rejum, Jasabná, Maaseías,
27 Ajías, Janán, Anán,
28 Malluk, Jarim, Baaná.
29 y el resto del pueblo, los sacerdotes y los levitas los porteros, los cantores, los donados y todos los separados de las gentes del país para seguir la Ley de Dios, sus mujeres, sus hijos y sus hijas, cuantos tienen uso de razón,
30 se adhieren a sus hermanos y a los nobles y se comprometen por imprecación y juramento a caminar en la Ley de Dios, que fue dada por mano de Moisés, siervo de Dios, y a guardar y practicar todos los mandamientos de Yahveh nuestro Señor, sus normas y sus leyes.
31 A no dar nuestras hijas a las gentes del país ni tomar sus hijas para nuestros hijos.
32 Si las gentes del país traen, en día de sábado, mercancías o cualquier otra clase de comestibles para vender, nada les compraremos en día de sábado ni en día sagrado. En el año séptimo abandonaremos el producto de la tierra y todas las deudas.
33 Nos imponemos como obligación: Dar un tercio de siclo al año para el servicio de la Casa de nuestro Dios:
34 para el pan que se presenta, para la oblación perpetua y el holocausto perpetuo, para los sacrificios de los sábados, de los novilunios, de las solemnidades, para los alimentos sagrados, para los sacrificios por el pecado como expiación por Israel y para toda la obra de la Casa de nuestro Dios;
35 Hemos echado a suertes -sacerdotes, levitas y pueblo- la ofrenda de la leña que ha de traer a la Casa de nuestro Dios cada familia en su turno, a sus tiempos, cada año, para quemarla sobre el altar de Yahveh nuestro Dios con arreglo a lo escrito en la Ley.
36 y traer cada año a la Casa de Yahveh las primicias de nuestro suelo y las primicias de los frutos de todos los árboles,
37 y los primogénitos de nuestros hijos y de nuestro ganado, conforme a lo escrito en la Ley -los primeros nacidos de nuestro ganado mayor y menor, que se traen a la Casa de nuestro Dios son para los sacerdotes que ejercen el ministerio en la casa de nuestro Dios-.
38 Lo mejor de nuestras moliendas, de los frutos de todo árbol, del vino y del aceite, se lo traeremos a los sacerdotes, a los aposentos de la Casa de nuestro Dios; y el diezmo de nuestro suelo a los levitas, y ellos mismos cobrarán el diezmo en todas las ciudades de nuestra labranza;
39 un sacerdote, hijo de Aarón, irá con los levitas cuando éstos cobren el diezmo; los levitas subirán el diezmo del diezmo a la Casa de nuestro Dios a los aposentos de la casa del tesoro;
40 pues a estos aposentos traen los israelitas y los levitas la ofrenda reservada de trigo, vino y aceite; allí se encuentran también los utensilios del santuario, de los sacerdotes que están de servicio y de los porteros y cantores. No abandonaremos más la Casa de nuestro Dios.
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Nehemías 11
1 Los jefes del pueblo se establecieron en Jerusalén. El resto del pueblo echó a suertes para que de cada diez hombres habitase uno en Jerusalén, la Ciudad Santa, quedando los otros nueve en las ciudades.
2 Y el pueblo bendijo a todos los hombres que se ofrecieron voluntarios para habitar en Jerusalén.
3 Estos son los jefes de la provincia que se establecieron en Jerusalén y en las ciudades de Judá; Israel, sacerdotes, levitas, donados e hijos de los siervos de Salomón, vivían en sus ciudades, cada uno en su propiedad.
4 Habitaban en Jerusalén hijos de Judá e hijos de Benjamín. De los hijos de Judá: Ataías, hijo de Uzzías, hijo de Zacarías, hijo de Amarías, hijo de Sefatías, hijo de Mahalalel, de los hijos de Peres;
5 Maaseías, hijo de Baruc, hijo de Kol Jozé, hijo de Jazaías, hijo de Adaías, hijo de Yoyarib, hijo de Zacarías, el selanita.
6 El total de los hijos de Peres que habitaban en Jerusalén era de 468, hombres vigorosos.
7 Los hijos de Benjamín eran: Sallú, hijo de Mesullam, hijo de Yoed, hijo de Pedaías, hijo de Colaías, hijo de Maaseías, hijo de Itiel, hijo de Isaías,
8 y sus hermanos, hombres vigorosos: 928.
9 Joel, hijo de Zikrí, era su encargado y Judá, hijo de Hassenúa, era el segundo jefe de la ciudad.
10 De los sacerdotes: Yedaías, hijo de Yoyaquim, hijo de
11 Seraías, hijo de Jilquías, hijo de Mesullam, hijo de Sadoq, hijo de Merayot, hijo de Ajitub, príncipe de la Casa de Dios,
12 y sus hermanos empleados en la obra de la Casa: 822; Adaías, hijo de Yerojam, hijo de Pelalías, hijo de Amsí, hijo de Zacarías, hijo de Pasjur, hijo de Malkías,
13 y sus hermanos, cabezas de familia: 242; y Amasay, hijo de Azarel, hijo de Ajzay, hijo de Mesillemot, hijo de Immer,
14 y sus hermanos, hombres vigorosos: 128. Su encargado era Zabdiel, hijo de Haggadol.
15 De los levitas: Semaías, hijo de Jassub, hijo de Azricam, hijo de Jasabías, hijo de Bunní;
16 Sabtay y Yozabad, que entre los jefes de los levitas estaban al frente de los servicios exteriores de la Casa de Dios;
17 Mattanías, hijo de Miká, hijo de Zabdí, hijo de Asaf, que dirigía los himnos, entonaba la acción de gracias de la oración; Baqbuquías, el segundo entre sus hermanos; Abdías, hijo de Sammúa, hijo de Galal, hijo de Yedutún.
18 Total de los levitas en la Ciudad santa: 284.
19 Los porteros: Aqcub, Talmón y sus hermanos, que hacían la guardia de las puertas: 172.
20 El resto de los israelitas, de los sacerdotes y levitas, se estableció en todas las ciudades de Judá, cada uno en su heredad.
21 Los donados habitaban el Ofel; Sijá y Guispá estaban al frente de los donados.
22 El encargado de los levitas en Jerusalén era Uzzí, hijo de Baní, hijo de Jasabías, hijo de Mattanías, hijo de Miká; era uno de los hijos de Asaf que estaban encargados del canto según el servicio de la Casa de Dios;
23 porque había acerca de los cantores un mandato del rey y un reglamento que fijaba los actos de cada día.
24 Petajías, hijo de Mesezabel, de los hijos de Zéraj, hijo de Judá, estaba a las órdenes del rey para todos los asuntos del pueblo,
25 y en los poblados situados en sus campos. Parte de los hijos de Judá habitaban en Quiryat Haarbá y sus aldeas anejas, en Dibón y sus aldeas anejas, en Jeqcabsel y sus poblados,
26 en Yesúa, en Moladá, en Bet Pélet,
27 en Jasar Sual, en Berseba y sus aldeas anejas,
28 en Siquelag, en Mekoná y sus aldeas anejas,
29 en Enrimmón, en Soreá, en Yarmut,
30 en Zanóaj, Adullam y sus caseríos; Lakis y su comarca, Azecá y sus aldeas anejas: se establecieron desde Berseba hasta el valle de Hinnón.
31 Algunos hijos de Benjamín habitaban en Gueba, Midmás, Ayyá, Betel y sus aldeas anejas,
32 Anatot, Nob, Ananías,
33 Jasor, Ramá, Guittayim,
34 Jadid, Seboím, Neballat,
35 Lod y Onó, y el valle de los Artesanos.
36 Había grupos de levitas en Judá y en Benjamín.
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Nehemías 12
1 Estos son los sacerdotes y los levitas que subieron con Zorobabel, hijo de Sealtiel, y con Josué: Seraías, Jeremías, Esdras,
2 Amarías, Malluk, Hattús,
3 Sekanías, Rejum, Meremot,
4 Iddó, Guinnetón, Abías,
5 Miyyamín, Maadías, Bilgá,
6 Semaías; además: Yoyarib, Yedaías,
7-a Sallú, Amoq, Jilquías, Yedaías.
7-b Estos eran los jefes de los sacerdotes y de sus hermanos, en tiempo de Josué.
8 Levitas: Josué, Binnuy, Cadmiel, Serebías, Judá, Mattanías – que dirigía con sus hermanos los himnos de acción de gracias,
9 y Baqbuquías, Unní y sus hermanos les hacían coro en sus ministerios.
10 Josué engendró a Yoyaquim; Yoyaquim engendró a Elyasib; Elyasib engendró a Yoyadá;
11 Yoyadá engendró a Yojanán, y Yojanán engendró a Yaddúa.
12 En los días de Yoyaquim los sacerdotes cabezas de familia eran: de la familia de Seraías: Meraías; de la familia de Jeremías: Jananías;
13 de la de Esdras: Mesullam; de la de Amarías: Yehojanán;
14 de la de Malluk: Jonatán; de la de Sekanías: José;
15 de la de Jarim: Azná; de la de Meremot: Jelcay;
16 de la de Iddó: Zacarías; de la de Guinnetón: Mesullam;
17 de la de Abías: Zikrí; de la de Miyyamín:… de la de Maadías: Piltay;
18 de la de Bilgá: Sammúa; de la de Semaías: Jonatán;
19 además: de la de Yoyarib: Mattenay; de la Yedaías: Uzzí;
20 de la de Sallú: Callay; de la de Amoq: Héber;
21 de la de Jilquías: Jasabías; de la de Yedaías: Natanael.
22 En tiempo de Elyasib, Yoyadá, Yojanán y Yaddúa, los cabezas de familias sacerdotales fueron registrados en el libro de las Crónicas, hasta el reinado de Darío el persa.
23 Los hijos de Leví: Los cabezas de familia fueron registrados en el libro de las Crónicas, hasta el tiempo de Yojanán, nieto de Elyasib.
24 Los jefes de los levitas eran: Jasabías, Serebías, Josué, Binnuy, Cadmiel; y sus hermanos, frente por frente para ejecutar los himnos de alabanza y de acción de gracias, conforme a las instrucciones de David, hombre de Dios, en grupos alternos,
25 eran: Mattanías, Baqbuquías, y Abdías. Y Mesullam, Talmón y Aqcub, porteros, montaban la guardia en los almacenes junto a las puertas.
26 Estos vivían en tiempo de Yoyaquim, hijo de Josué, hijo de Yosadaq, y en tiempo de Nehemías, el gobernador, y de Esdras, el sacerdote – escriba.
27 Cuando la dedicación de la muralla de Jerusalén, se buscó a los levitas por todos los lugares para traerlos a Jerusalén, con el fin de celebrar la dedicación con alegría, con cánticos de acción de gracias y música de címbalos, salterios y cítaras.
28 Los cantores, hijos de Leví, se congregaron de la región circundante de Jerusalén, de los poblados de los netofatíes,
29 de Bet Haguilgal, de los campos de Gueba y de Azmávet; porque los cantores habían construido poblados alrededor de Jerusalén.
30 Sacerdotes y levitas se purificaron, y luego purificaron al pueblo, las puertas y la muralla.
31 Mandé entonces a los jefes de Judá que subieran a la muralla y organicé dos grandes coros. El primero marchaba por encima de la muralla, hacia la derecha, hacia la puerta del Muladar;
32 detrás de ellos iban Hosaías y la mitad de los jefes de Judá,
33 Azarías, Esdras, Mesullam,
34 Judá, Benjamín, Semaías y Jeremías,
35 elegidos entre los sacerdotes y provistos de trompetas; y Zacarías, hijo de Jonatán, hijo de Semaías, hijo de Mattanías, hijo de Miká, hijo de Zakkur, hijo de Asaf,
36 con sus hermanos, Semaías, Azarel, Milalay, Guilalay, Maay, Natanael, Judá, Jananí, con los instrumentos músicos de David, hombre de Dios. Y Esdras el escriba iba al frente de ellos.
37 A la altura de la puerta de la Fuente, subieron a derecho por la escalera de la Ciudad de David, por encima de la muralla, y por la subida de la Casa de David, hasta la puerta del Agua, al Oriente.
38 El segundo coro marchaba por la izquierda; yo iba detrás, con la mitad de los jefes del pueblo, por encima de la muralla, pasando por la torre de los Hornos, hasta la muralla de la Plaza,
39 por encima de la puerta de Efraím, la puerta de los Peces, la torre de Jananel, hasta la puerta de las Ovejas; se hizo alto en la puerta de la Prisión.
40 Luego los dos corros se colocaron en la Casa de Dios. -Tenía yo a mi lado a la mitad de los consejeros,
41 y a los sacerdotes Elyaquim, Maaseías, Minyamín, Miká, Elyoenay, Zacarías, Jananías, con trompetas,
42 y Maaseías, Semaías, Eleazar, Uzzí, Yehojanán, Malkiyías, Elam y Ezer-. Los cantores entonaron su canto bajo la dirección de Yizrajías.
43 Se ofrecieron aquel día grandes sacrificios y la gente se entregó a la algazara, pues Dios les había concedido un gran gozo; también se regocijaron las mujeres y los niños. Y el alborozo de Jerusalén se oía desde lejos.
44 En aquel tiempo se puso al frente de los aposentos destinados para almacenes de las ofrendas reservadas, de las primicias y de los diezmos, a hombres que recogiesen en ellos, del territorio de las ciudades, las porciones que la Ley otorga a los sacerdotes y a los levitas. Pues Judá se complacía en ver a los sacerdotes y levitas en sus funciones.
45 Ellos cumplían el ministerio de su Dios y el ministerio de las purificaciones, junto con los cantores y los porteros, conforme a lo mandado por David y su hijo Salomón.
46 Pues ya desde un principio, desde los días de David y de Asaf, había jefes de cantores y cánticos de alabanza y acción de gracias a Dios.
47 Y todo Israel, en tiempo de Zorobabel y en tiempo de Nehemías, daba a los cantores y a los porteros las raciones correspondientes a cada día. A los levitas se les entregaban las cosas sagradas, y los levitas entregaban su parte a los hijos de Aarón.
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Nehemías 13
1 En aquel tiempo se leyó a oídos del pueblo en el libro de Moisés, y se encontró escrito en él: «El ammonita y el moabita no entrarán jamás en la asamblea de Dios,
2 porque no recibieron a los israelitas con pan y agua. Tomaron a sueldo contra ellos a Balaam, para maldecirles, pero nuestro Dios cambió la maldición en bendición.»
3 Así que, en oyendo la Ley, se excluyó de Israel a todo extranjero.
4 Antes de esto, el sacerdote Elyasib había sido encargado de los aposentos de la Casa de nuestro Dios. Como era pariente de Tobías,
5 le había proporcionado un aposento espacioso, donde anteriormente se depositaban las oblaciones, el incienso, los utensilios, el diezmo del trigo, del vino y del aceite, es decir, las porciones de los levitas, los cantores y los porteros, y lo reservado a los sacerdotes.
6 Cuando sucedía esto, yo no estaba en Jerusalén, porque el año 32 de Artajerjes, rey de Babilonia, había ido donde el rey; pero al cabo de algún tiempo el rey me permitió volver;
7 volví a Jerusalén, y me enteré de la mala acción que había hecho Elyasib en favor de Tobías, preparándole un aposento en el atrio de la Casa de Dios.
8 Esto me desagradó mucho; eché fuera del aposento todos los muebles de la casa de Tobías,
9 y mandé purificar los aposentos y volver a poner en ellos los utensilios de la Casa de Dios, las oblaciones y el incienso.
10 Me enteré también de que ya no se entregaban las raciones de los levitas, por lo que ellos se habían marchado cada uno a su campo –los levitas y los cantores encargados del servicio-.
11 Reprendí por ello a los consejeros diciéndoles: «¿Por qué ha sido abandonada la Casa de Dios?» Luego los reuní de nuevo y los restablecí en sus puestos.
12 Y todo Judá trajo a los almacenes el diezmo del trigo, del vino y del aceite.
13 Puse al frente de los almacenes al sacerdote Selemías, al escriba Sadoq y Pedaías, uno de los levitas, y como ayudante, a Janán, hijo de Zakkur, hijo de Mattanías, porque eran considerados como personas fieles; les incumbía distribuir las porciones a sus hermanos.
14 ¡Acuérdate de mí por esto, Dios mío; no borres las obras de piedad que yo hice por la Casa de mi Dios y por sus servicios!
15 Por aquellos días, vi que había en Judá quienes pisaban los lagares en día de sábado; otros acarreaban los haces de trigo y los cargaban sobre los asnos, y también vino, uva, higos y toda clase de cargas, para traerlo a Jerusalén en día de sábado: les advertí que no vendiesen sus mercancías.
16 En Jerusalén, algunos tirios que habitan en ella traían pescado y toda clase de mercancías para vendérselas a los judíos en día de sábado,
17 Reprendí a los notables de Judá diciendo: «¡Qué mala acción cometéis profanando el día del sábado!
18 ¿No fue así como obraron vuestros padres y por lo que nuestro Dios hizo caer toda esta desgracia sobre nosotros y sobre esta ciudad? ¡Y vosotros aumentáis así la Cólera contra Israel profanando el sábado!»
19 Así que ordené que cuando la sombra cubriese las puertas de Jerusalén, la víspera del sábado se cerrasen las puertas, y que no se abriesen hasta después del sábado. Y puse junto a las puertas a algunos de mis hombres para que no entrase carga alguna en día de sábado.
20 Una o dos veces, algunos mercaderes que vendían toda clase de mercancías pasaron la noche fuera de Jerusalén,
21 pero yo les avisé diciéndoles: «¿Por qué pasáis la noche junto a la muralla? ¡Si volvéis a hacerlo, os meteré mano!» Desde entonces no volvían más en sábado.
22 Ordené también a los levitas purificarse y venir a guardar las puertas, para santificar el sábado. ¡También por esto acuérdate de mí, Dios mío, y ten piedad de mí según tu gran misericordia!
23 Vi también en aquellos días que algunos judíos se habían casado con mujeres asdoditas, ammonitas o moabitas.
24 De sus hijos, la mitad hablaban asdodeo o la lengua de uno u otro pueblo, pero no sabían ya hablar judío.
25 Yo les reprendí y les maldije, hice azotar a algunos de ellos y arrancarles los cabellos, y los conjuré en nombre de Dios: «¡No debéis dar vuestras hijas a sus hijos ni tomar ninguna de sus hijas por mujeres ni para vuestros hijos ni para vosotros mismos!
26 ¿No pecó en esto Salomón, rey de Israel? Entre tantas naciones no había un rey semejante a él; era amado de su Dios; Dios le había hecho rey de todo Israel. Y también a él le hicieron pecar las mujeres extranjeras.
27 ¿Se tendrá que oír de vosotros que cometéis el mismo gran crimen de rebelaros contra nuestro Dios casándoos con mujeres extranjeras?»
28 Uno de los hijos de Yoyadá, hijo del sumo sacerdote Elyasib, era yerno de Samballat el joronita. Yo le eché de mi lado.
29 ¡Acuérdate de estas gentes, Dios mío, por haber mancillado el sacerdocio y la alianza de los sacerdotes y levitas!
30 Los purifiqué, pues, de todo lo extranjero. Y establecí, para los sacerdotes y levitas, reglamentos que determinaran la tarea de cada uno,
31 y lo mismo para las ofrendas de leña a plazos fijos y para las primicias. ¡Acuérdate de mí, Dios mío, para mi bien.
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Epistolario

Índice: Santa Teresa de Jesús, de los Andes, Epistolario

1. A sus padres – 10 de septiembre [1910]
2. A su padre- 15 de enero de 1913

3. Deseos de comulgar. El colegio – 4 de febrero 1915
4. A Herminia Valdés Ossa, – 8 de febrero 1916
5. A Carmen de Castro Ortúzar- 3 de marzo de 1916
6. A Carmen de Castro Ortúzar – marzo 23 de 1916
7. A Teresa Jaraquemada Astaburuaga – marzo 29 de 1916
8. A su hermana Rebeca – 15 de abril de 1916

9. A Carmen De Castro Ortúzar
10. A Carmen de Castro Ortúzar – 17 de enero de 1917
11. A Carmen de Castro Ortúzar – 4 de febrero de 1917
12. A Graciela Montes Larraín
13. A Graciela Montes Larraín
14. A la Madre Angélica Teresa – 5 de septiembre de 1917
15. A su padre – 25 de septiembre de 1917
16. A la Madre Angélica Teresa – 8 de noviembre de 1917
17. A su padre – 27 de diciembre de 1917
18. A Carmen de Castro Ortúzar – 14 de enero de 1918
19. A Carmen de Castro Ortúzar -16 de enero de 1918
20. A la Madre Angélica Teresa – 1° de febrero de 1918
21. A su padre – 2 de febrero de 1918
22. A Herminia Valdés Ossa – 2 de febrero de 1918
23. A Carmen De Castro Ortúzar – 12 de febrero de 1918
24. A Carmen de Castro Ortúzar – 21 de febrero de 1918
25. A la Madre Angélica Teresa – 22 de febrero de 1918
26. A Marta Hurtado Valdés – 14 de marzo de 1918
27. Al P. José Blanch, C.M.F. – 2 de abril de 1918
28. A su padre – 3 de junio de 1918
29. Al P. José Blanch, C.M.F. – 18 de junio de 1918
30. A la Madre Angélica Teresa – 25 de junio 1918
31. A Elena Salas González
32. Al P. José Blanch, C.M.F.
33. A Carmen de Castro Ortúzar – 16 de julio de 1918
34. Al P. José Blanch, C.M.F. – 21 de julio de 1918
35. A su padre – 13 de agosto de 1918
36. A la Madre Angélica Teresa – 7 de septiembre de 1918
37. A la Madre Angélica Teresa – Santiago, 18 de septiembre de 1918
38. A su padre – 18 de septiembre de 1918
39. A la Madre Angélica Teresa – 14 de octubre de 1918
40. A Elena Salas González
41. A su hermana Rebeca – 8 de noviembre de 1918
42. A su madre – 14 de noviembre de 1918
43. A su hermana Rebeca – 20 de noviembre de 1918
44. A la Madre Angélica Teresa – 22 de noviembre de 1918
45. Al P. José Blanch, C.M.F. – 13 de diciembre de 1918
46. A la Madre Angélica Teresa – 1º de enero de 1919
47. A una amiga
48. A la Madre Angélica Teresa – 12 de enero de 1919
49. A la Madre Angélica Teresa – 13 de enero de 1919
50. A Elisa y Herminia Valdés Ossa – 15 de enero de 1919
51. A Elena Salas González – enero, 1919
52. A la Madre Angélica Teresa – 22 de enero de 1919
53. Al P. José Blanch, C.M.F. – 22 de enero de 1919
54. A Carmen De Castro Ortúzar – 23 de enero de 1919
55. A la Madre Angélica Teresa – 28 de enero de 1919
56. Al P. Artemio Colom, S.J. – 29 de enero 1919
57. A Elisa y Hermina Valdés Ossa – 1° de febrero de 1919
58. Al P. Jose Blanch, C.M.F. – 3 de febrero de 1919
59. A la Madre Angélica Teresa – 9 de 1919
60. A Elena Salas González- 1919
61. A Carmen De Castro Ortúzar – 20 de febrero de 1919
62. A la Madre Angélica Teresa – 20 de Febrero de 1919
63. A Ester Pellé de Serrano
64. A la M. Angélica Teresa – 24 de febrero de 1919
65. A una amiga
66. Al P. Julian Cea, C.M.F. – 27 de febrero de 1919
67. A Elisa Valdés Ossa – 2 de marzo, 1919
68. Al P. José Blanch, C.M.F. – 3 de marzo de 1919
69. A su padre – 8 de marzo de 1919
70. A su hermana Rebeca – marzo de 1919
71. A su padre – 22 de marzo de 1919
72. Al P. Julián Cea, C.M.F. – [25] de marzo de 1919
73. A su Padre – 25 de marzo de 1919
74. Al P. José Blanch, C.M.F. – 26 de marzo de 1919

75. A Herminia Valdés Ossa – 26 de marzo de 1919
76. A la Madre Angélica Teresa – 26 de marzo de 1919
77. A Elisa Valdés Ossa – 28 de marzo de 1919
78. A su padre – 7 de abril de 1919
79. A su hermana Rebeca – 10 de abril de 1919
80. A la Madre Angélica Teresa – 12 de abril de 1919
81. A su hermano Luis – 14 de abril de 1919
82. A Elena Salas González
83. Al P. Julián Cea, C.M.F. – abril de 1919
84. A Herminia Valdés Ossa – 17 de abril de 1919
85. A su padre – 18 de abril de 1919
86. A la Madre Angélica Teresa – 20 de abril de 1919
87. Al P. Antonio Ma Falgueras, S.J. – 24 de abril 1919
88. Al P. Artemio Colom, S.J. – Santiago, 25 de abril de 1919
89. A Elena Salas González
90. Al P. José Blanch, C.M.F. – 28 de abril de 1919
91. A su padre – 1° de mayo de 1919
92. A la Madre Angélica Teresa – 4 de mayo de 1919
93. A su hermano Miguel
94. A su padre – 8 de mayo de 1919
95. A su madre – 8 de mayo de 1919
96. A su hermano Luis – 12 de mayo de 1919
97. A su madre – 13 de mayo, 1919
98. A su hermana Rebeca – 13 de mayo de 1919
99. A su hermano Ignacio – 13 de mayo de 1919
100. A María Luisa Guzmán Ramírez
101. A Elisa Valdés Ossa – 14 de mayo de 1919
102. A Herminia Valdés Ossa – 16 de mayo de 1919
103. A su hermana Rebeca
104. A su madre – mayo de 1919
105. A Carmen De Castro Ortúzar – mayo de 1919
106. A su madre – 9 de junio 1919
107. A su hermano Luis – 11 de junio de 1919
108. A su hermana Rebeca – 12 de junio de 1919
109. A Elisa Valdés Ossa – 13 de junio de 1919
110. A Herminia Valdés Ossa – 22 de junio de 1919
111. A su tía Juana Solar de Domínguez – 23 de junio de 1919
112. A su hermana Lucía – 20 de junio de 1919
113. A su madre – 4 de julio, 1919
114. A su hermana Rebeca.- 12 de julio de 1919
115. A su madre – 15 de julio de 1919
116. Al P. Artemio Colom, S.J. – 20 de julio de 1919
117. A Herminia Valdés Ossa – 2 de julio de 1919
118. A su padre – 27 de julio de 1919
119. A su hermana Rebeca
120. A su madre – 2 de agosto de 1919
121. A Inés Salas Pereira- agosto de 1919
122. Al P. Julián Cea, C.M.F. – 14 de agosto
123. A su madre
124. A Herminia Valdés Ossa – 17 de agosto
125. A Elisa Valdés Ossa – 17 de agosto
126. A su padre – agosto de 1919
127. A Elisa Valdés Ossa – 28 de agosto 1919
128. A Ofelia Miranda y Rosa Mejía S. – [30 de agosto], 1919
129. A su madre – 10 de septiembre, 1919
130. A Graciela Montes Larraín – 14 de septiembre de 1919
131. A Herminia Valdés Ossa- [Septiembre, 1919]
132. A su padre – 28 de septiembre de 1919
133. A Carmen De Castro Ortúzar – 29 de septiembre de 1919
134. A Herminia Valdés Ossa – 29 de septiembre de 1919
135. A su madre – 30 de septiembre, 1919
136. A una amiga – 2 de octubre de 1919
137. A Graciela Montes L. y Clara Arde O. – 4 de octubre de 1919
138. A una amiga
139. A una amiga
140. A su hermana Rebeca – 4 de octubre de 1919
141. A Amelia Montt Martínez – octubre de 1919
142. A Clara Arde Ojeda – 8 de octubre, 1919
143. A su madre
144. A una amiga
145. Al P. José Blanchc, C.M.F. . 10 de noviembre de 1919
146. A una amiga
147. A su hermana Rebeca – 16 de noviembre de 1919
148. A su madre
149. A Elisa Valdés Ossa

150. A su Padre – 26 de noviembre de 1919
151. A Amelia y Luisa Vial Echeñique – 26 de noviembre de 1919
152. A Herminia Valdés Ossa
153. A su hermana Lucía

154. A su madre
155. Al P José Blanch C.M.F. – 11 de diciembre de 1919
156. A Herminia Valdés Ossa – 8 de enero de 1920
157. A su madre – 18 de enero de 1920
158. A su padre – 19 de enero de 1920

159. A su hermana Rebeca – 2 de febrero de 1920
160. A su prima Ana Rucker Solar – 17 de febrero, 1920
161. A su padre – 18 de febrero, 1920
162. A su madre – 18 de febrero, 1920
163. A su madre – 23 de marzo de 1920
164. A su madre – 6 de abril de 1920

 






 

 

 


1. A sus padres
Santiago, 10 de septiembre [1910]
Señor Miguel Fernández y Señora
Padres muy amados:
Gracias por todas las bondades que he recibido de Uds., y por haberme puesto en este Colegio. Aquí me enseñan a ser buena y piadosa, y sobre todo me han preparado para hacer mi Primera Comunión.
Ahora sólo me falta pediros perdón por las desobediencias, rezongos que he cometido. Espero no volver hacer más.
Su hijita que tanto los quiere
Juana Fernández Solar
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2. A su padre
Recreo, 15 de enero de 1913
Señor Miguel Fernández Jara Querido papacito:
No he querido dejar pasar más tiempo sin escribirle, pues me acuerdo mucho de Ud.
Lo paso bien. Sólo la Rebeca está enferma de la garganta. La tiene hinchada, pero no tiene manchas. Mi mamá la dejó en cama para que no le siguiera. Ignacito le manda saludar con un besito.
Me [he] bañado dos veces y he ido a al paraíso y a Viña.
No se extrañe que le escriba en este papel, pues no hay block. Dígale a Lucho que me escriba. Todos lo mandan saludar. A Miguel no le ha llegado el caballo.
Con saludos para todos; mi abrazo a Lucho, y Ud. reciba papacito, los afectos sinceros de su hija
Juana Fernández S.
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3. Deseos de comulgar. El colegio
Chacabuco, 4 de febrero 1915
Señorita Herminia Valdés Ossa
Querida Gordita:
No sabes qué gusto tuve al recibir tu cariñosa cartita. Yo estoy bien y lo paso perfectamente. Solamente te echo mucho [de] menos. Estoy feliz porque pronto subiré a caballo. Por ahora me contento con salir en un cochecito, en el cual manejo, lo que me gusta mucho. Siento mucho que lo pases mal. Yo todavía me acuerdo de esos días de Viña; pero hay bastantes chiquillas. ¿Te has bañado en el mar? Por favor, cuéntame todo; y yo no escribo más largo porque tengo que ir a acompañar a mamá.
Con saludos para todos de parte de los míos, se despide tu amiga con todo el cariño de que es capaz.
Juana
Saluda a la Eli. No la muestres. Rómpela.
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4. A Herminia Valdés Ossa
Chacabuco, 8 de febrero 1916
Señorita Herminia Valdés
Mi querida Gordita:
Parece que ni te acuerdas que existe una amiga que te quiere y no te olvida. Pero yo me he resuelto a escribirte porque, si te espero, no llegarán noticias tuyas en todas las vacaciones.
¿Y Elisita cómo está? Dile que aquí hay una floja sempiterna, y que creo que todavía no le contestará.
¿Has salido mucho a caballo? Yo por mi parte me he desquitado del año pasado, subiendo todos los días. Hemos hecho grandes paseos con la Tere Jara, mi prima, que está aquí. Nos divertimos muchísimo con ella. El otro día fuimos a almorzar al cerro. Salimos a las 6 de la mañana y anduvimos toda la mañana. Llegamos cerca de la cordillera, que se encuentra bastante retirada, y después de almorzar subimos a caballo otra vez, y no llegamos hasta las ocho a las casas. Anduvimos 15 leguas. ¿Qué te parece? Pero estos días de felicidad vendrán a enturbiarse con esos tristes días de colegio, que han de llegar muy luego. Me desespero cuando pienso en ello.
En las noches de luna salimos acabando de comer y nos vamos a una parva de paja, donde nos llevamos cantando. En el día jugamos cróquet. Tenemos una cancha regia. También te contaré que estoy sumamente costurera, cosa rara en mí que, como tú sabes, soy tan floja. Me hice una blusa‑camisa, igual a la de la Eli ayudada por la Choca. Y tú ¿coses?
El sábado llegan las Misiones y me parece que vendrá mi tía Juanita, con lo que estamos muy felices. Hoy llega Chuma para estar en las Misiones. La Lucita, Tere, Chuma y Miguel van a irse mañana al fundo vecino de la María Rodríguez Espínola. Van a pasar dos días en ésa. No te tengo más que contar. Dile a la Eli que la Lucita está de muerte. Ella supondrá por qué.
Saludos para tu mamá y papá y hermanos de parte de los míos, y tú mi Gordita querida, recibe con un fuerte abrazo y un beso todo él cariño de tu amiga, que ya no recuerdas
Juana
P.D. Al poner la dirección, supe que estabas en Viña. Contéstame cómo lo pasas y con quién te juntas. Cuéntame todo. Escribe largo y noticioso. Yo no muestro a nadie las cartas. Hazlo así tú.
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5. A Carmen de Castro Ortúzar
Chacabuco, 3 de marzo de 1916
Señorita Carmen De Castro Ortúzar
Mi encantadora Carmenchita:
Yo creí que te habías olvidado ya de mí, y no esperaba carta, cuando me llegó tu cartita ideal.
No sé por qué empezar, porque tengo que contarte muchas cosas. Te diré que faltan 7 días ¿no piensas? Sólo 7 días para estar en ese calabozo. Se me hiela la sangre sólo de pensarlo. Le escribí a la Madre Ríos, ¿qué te parece? ¿Te contestó la Popa?
Ya se acabaron las misiones, que fueron preciosas. Vinieron los Padres del Corazón de María. Predicaban muy bien y son muy divertidos. Todos los días hicimos catecismo a 60 niños, 24 de los cuales hicieron la Primera Comunión. Comulgaron 619 personas. Se confirmaron 70 y hubo un matrimonio. ¿Qué te parece? El domingo, último día de la misión, tuvimos una procesión con el Santísimo. Por todas partes donde debía pasar el Santísimo los huasos habían arreglado arcos. Había 3 altares, dos arreglados por ellos mismos y el otro por nosotras. A las 5 principió la procesión y terminó a las 8 con plática y todo. Fue muy bonita y conmovedora .
Estoy apurada con los temas de las vacaciones que nos dieron, pues son muy largos. ¿Tú [los] has hecho? ¡Cómo lo estarás pasando de bien cuando estás tan entusiasmada! ¿Y la Inés? ¿Cómo le va con Lira? Y las Salas ¿pololean mucho? ¿Has visto a la Meche Mena? Yo le escribí al mismo tiempo que a ti, pero no sé si le ha llegado la carta, porque no me ha contestado.
El otro día soñé que estábamos internas las tres, es decir, tú, la Meche y yo, y que estábamos felices, y que jugábamos en el recreo de la noche todo el tiempo solas. ¡Qué lástima que ha sido sueño! Sería feliz si tú estuvieras. ¿Por qué no te entusiasmas, linda? Ya veo que estaríamos juntas en todas partes. Pero son sueños que nunca tendrán realización, y no me acordaba que, cuando se está interna, se es muy desgraciada. Yo quiero que siempre seas feliz, aunque yo sufra.
Tú dices que tu carta es poética, y yo digo que la mía es fantástica… Pasemos a otra cosa. Dimos las dos con la Rebeca un banquete. ¿Te llegó invitación? El banquete se dio en la Alameda de los Nogales, y el cocinero mayor fui yo, y la Rebeca, ayudante. El menú era el siguiente: Cazuela de perdiz (todo hecho por nosotras), locro falso, empanaditas al horno, humitas, feafteack con papas fritas, torta de manjar blanco. Todo estaba de chuparse los dedos, y asistieron al banquete mi mamá y Lucho. Nos reímos como tú no te imaginas; pero vieras, todo hecho por nosotras en una cocinita que tenemos. A mí me encanta hace; quién sabe si haga otra vez antes de irnos. Da risa ver en los platitos lo que cabe. No sé si tú viste la cocina en Santiago.
También tenemos unas casas que son preciosas. Puedes venir tú, y alojarte, pues tienen tres piezas con sus buenas ventanas. Acabo de comprar el fundo y la M. Salas me dijo que le pusiera Lourdes. ¿Te gusta? Tiene hasta ferrocarril; de todo. Te convido a pasar una temporada. Y lo mejor que no cabemos sino las dos; así es que podemos hablar todo lo que queramos;
Adiós, ideal y encantadora Picha. Quién sabe cuándo el destino nos juntará. Hiciera ceniza el internado. No la muestres. Rómpela (te lo pido por la Popa). ¿Sí? No te escribo más si sé que no la has roto. Qué desorden más grande. Rómpela, te lo pido por favor.
Con saludos a tu mamá y hermanos, especialmente a la Inés a quien darás un abrazo; y para ti todo mi amor.
Ya sabes quién soy. Contéstame apenas te llegue, porque ya me voy el miércoles.
Adiós, que me voy llorando,
me voy llorando y te dejo.
Si no me piensas ver,
con la esperanza me alejo…
¿Cuándo vienes? Anda a ver a tu amiga prisionera.
Mil besos. Adiós, por última vez. A la Filipa se la llevaron. La Monja Ríos no se [la] han llevado, porque Lucita fue a verla el otro día. No le he escrito a nadie porque tú no me contestabas.
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6. A Carmen de Castro Ortúzar
Maestranza, marzo 23 de 1916
Señorita Carmen de Castro O.
Mi querida Carmencita:
El domingo supe en el salón la muerte de la Oreana, y he tenido mucha pena al acordarme del cariño que tú le tenías. Yo, sin conocerla, la quise sólo con lo que tú me hablabas de ella. Así es que todos estos días mis oraciones han sido por ella sin olvidarme de ti, por cierto, para que Dios te consuele de la pérdida de una prima y amiga tan querida.
Pero por otra parte, para ella ha sido una felicidad. Fue un ángel que pasó por el mundo sin empañar sus alas. Supo cumplir la voluntad de Dios desde sus más tiernos años, y ya habrá traspasado los umbrales de la felicidad. ¿Acaso, mi querida Carmencita, no crees que ella habrá rogado por ti? ¡Feliz tú, que tienes una amiga que vele desde arriba todos tus pasos!
La primera vez que salga te iré a ver, pues tengo tantas cosas que contarte, y creo que tú también, pues hace tiempo que no nos vemos. Sobre todo ahora quisiera estar a tu lado para consolarte. Tú sabes que sufro junto contigo y, aunque estamos separadas, mi corazón está contigo.
Saludos para tu mamá y hermanos, a quienes dirás la parte que tomo en su pesar. Y tú, querida Carmenchita, recibe con un beso y fuerte abrazo, el cariño de tu amiga que no te olvida un instante.
Juana
P.D.– No la muestres a nadie. Saludos a la Inés de parte de la Rebeca.
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7. A Teresa Jaraquemada Astaburuaga
Maestranza, marzo 29 de 1916
Señorita Teresa Jaraquemada
Mi querida M. Teresa:
Qué sorpresa tan agradable nos trajo tu cartita. Veo que a lo menos te acuerdas de nosotros en Viña, lo que es ya mucho decir. Y nosotros nos acordamos de esa primita tan encantadora que tuvimos en Chacabuco, que nos hizo pasar tan buenos ratos. Desde que tú te viniste no realizamos paseos bonitos. La Lucita se llevaba tejiendo y no salía.
Tú me dices que lo pasas muy bien, de lo que nos alegramos mucho, pues ya sabes lo que yo te deseo: un… y sobre todo a una prima tan querida. Nosotros estamos muy bien y me parece que saldremos el 22 de abril. Así es que espero que estarás aquí para verte. ¿Vas a ir a Mansel? ¿Has sabido de las niñitas? ¿Cuándo entran al colegio
¿Y la Julia, cómo está? Lo pasará muy bien… La Inés F. ¿Está allá en Viña? Si está, la saludas. La Lucita fue a Cunaco, donde la Elisita Valdés y dijo que te había escrito desde allá.
Con saludos a mi tía Elena, abrazos a la Julia, y para ti, mi querida Teruquita, recibe el cariño de Rebeca junto con un beso y abrazo de tu Juana
Dispensa [la] letra, es porque la escribo en un momento libre [y] ya van a tocar… La Madre Astaburuaga me encarga te salude.
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8. A su hermana Rebeca
15 de abril de 1916
Se encuentra en el cap. 16 del DIARIO.
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9. A Carmen De Castro Ortúzar
Mi querida Carmen:
Estoy loca de gusto de poderte escribir sin estar custodiada por monjas que, aunque son muy buenas, no dejan mucha libertad.
Si supieras lo que te echo de menos, te acordarías de mí. Si supieras lo que lloro, me compadecerías. Y ya me voy a ir otra vez. Siento que se me oprime el corazón de pensarlo.
Saludos a todos en tu casa. A la Inés un fuerte abrazo. Y para ti, querida Carmen, recibe el inmenso cariño de tu amiga que te idolatra y no te olvida,
Juana
Saludos a las monjas; que me acuerdo mucha de ellas, en especial M. Sup. I de Mag, y Popa (un besito). No sé lo que te escribo. No la muestres, por favor. Anda a verme el domingo a las 10.30 u 11, ó 1 a 3 (con la sirviente para poder hablar todo, pero si puedes).
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10. A Carmen de Castro Ortúzar
Chacabuco, 17 de enero de 1917
Señorita Carmen De Castro Ortúzar
Mi querida Carmencita:
Acabo de recibir tu tarjetita, y me pongo a contestártela inmediatamente, pues estaba pensando escribirte de todas maneras hoy, para saber de ti y los tuyos. ¿Cómo lo estás pasando? Cuando me escribas, cuéntame todo, por favor: qué chiquillas hay y cuál es tu vida.
Nosotros lo pasamos muy bien, llevamos una vida muy tranquila, que es lo que más me gusta. Fíjate que el 12 de febrero son las maniobras. Así es que va a venir muchísima gente y hay aquí un regimiento que arregla los caminos, cuyo capitán es muy entretenido. Dice versos y canta.
No hemos hecho ningún paseo grande, pues los chiquillos se van a la cordillera por 6 días. Te aseguro que los envidio con toda el alma. Te contaré que sé la batalla de Chacabuco a las mil maravillas, pues el capitán nos la enseñó en el terreno.
Lo que es interesante son unas excavaciones que han hecho en el cementerio de los indios y han encontrado pedazos de ollas y platos, cuyas pinturas son admirables, pues, a pesar de estar un siglo enterradas, se conservan perfectamente, y se puede ver cómo iban adelantando, pues hay unas -que han de ser las primeras- que son de barro. Hay después, de arcilla sin pintar. Otras, de arcilla cocida, pintadas con diversos colores. Se han encontrado además balas de fusiles y otras de piezas de artillería; éstas últimas son bastante grandes y pesadas. ¡Y pensar que son como una piedrecita al lado de las que actualmente funcionan en la guerra!
Pasando a otra cosa, contéstame si te leen las cartas; pues como no pude hablar contigo a solas, te tengo que hacer confidencias, pero para ti sola, ¿entiendes? Y, si por si acaso te pillaran las cartas, te voy a dar un método muy fácil que empleaban las chiquillas en el colegio para que no entiendan. Van representadas las vocales con números romanos: I es a: II es e; III, i; IV, o; V, u, y las demás letras son iguales. Contéstame si quieres o no, y si aceptas escribirme la carta así.
Adiós, pichita. Me acuerdo mucho de ti. Quisiera tenerte a mi lado para gozar un poco; pero como dijimos, no se consigue tanta felicidad en esta vida.
Saluda a tu mamá de parte de la mía, y a todos los tuyos, en especial a la Inés. Y tú, querida Carmencita, recibe con un abrazo y beso el cariño de tu amiga
Juana
P.D.–La Rebeca me encarga saludos para ti e Inés. Dispensa la letra, borrones, lata, etc. y contéstame luego. También saluda a las chiquillas conocidas, en especial a la Meche, si está y dame su dirección, y dile que me escriba. Adiós, Picha.
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11. A Carmen de Castro Ortúzar
Chacabuco, 4 de febrero de 1917
Señorita Carmen De Castro O.
Mi querida Carmenchita:
Antes de empezar mi carta, quiero ponerme a tus pies y decirte «mea culpa», y prometerte que nunca más lo haré; pues no te he escrito, porque has de saber que soy una insigne perezosa. Así es que en tu próxima carta te doy permiso para que me retes a pasto, pues reconozco que lo merezco.
No tengo nada que contarte, pues no hemos salido a caballo nada más que sólo 10 veces desde que estamos aquí. ¿Qué te parece? Cuando nosotras antes salíamos tarde y mañana. En las tardes solemos salir a andar a pie, y casi siempre vamos a una ermita de la Sma. Virgen en un cerro. Ahí rezo y le pido por ti. Aunque tú creas que te he olvidado, no es así.
Te diré que lo que te voy a contar prefiero decírtelo cuando estemos solas. Mucho gusto me dio que estés pasando tan bien y que tengas hartas chiquillas con quienes juntarte. También te diré que me quedé encantada con tu noticiosa carta, y de lo bien que empleas el tiempo.
Nosotras pasamos los días leyendo y tejiendo debajo de los árboles–leímos en común «Relato de una Hermana» que yo lo leo por segunda vez, pues me encanta-, y rezando, por supuesto. No te figuras lo cortos que se me hacen los días y lo ligero que se me pasan, pues ya principio a pensar en esa terrible entrada al colegio, el 8. ¡Ah, qué feliz eres tú con no tener que pensar en esto! Pero, gracias a Dios, es el último año. Sólo que yo quisiera entrar -me parece que entraré- a hacer primera por un semestre, aunque no sé nada, pues depende de muchas cosas que consultaré contigo. Por favor, que quede esto entre las dos, pues te parecerá muy raro.
El 10 tendremos la dicha de ir a Lourdes -y creo firmemente- a presenciar el milagro de Nanito. ¡Oh, cuántas impresiones grandes te contaré en mi próxima! Te ruego que todos estos días le reces a la Virgen hasta el 10, y también que te acuerdes pedirle todos los días en la sagrada comunión. Te aseguro que te envidio con toda mi alma por la S. comunión; pues yo hace un mes justo que no comulgo. Acuérdate de mí, pues, cuando lo hagas.
Adiós, querida pichita. Cada día te quiero más y te echo tanto de menos; y quién sabe cuándo nos veremos, pues Uds. se vendrán tarde de Cartagena y nosotras entraremos al colegio.
Saluda a tu mamá de parte de la mía, y a todos tus hermanos, especialmente a la Inés. Y tú, querida Carmen, recibe un fuerte abrazo y beso de tu vieja e ingrata amiga.
Juana
P.D– La Rebeca me encarga te salude, lo mismo que a la Inés.
Por favor cuéntame todo, y también si pololeas y todas tus impresiones, como lo hacías el año pasado y como en tu última carta. Perdona esta latosa y pesada carta y no la muestres. Adiós, pichita.
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12. A Graciela Montes Larraín
Querida Chelita:
El otro día no te lo dije, porque me daba vergüenza y no podía, pero me decidí a decírtelo, y es que yo tengo inclinación para hacerme carmelita. Me encantan; pero no sé si seré monja. Si soy, seré carmelita. Tengo tantas dudas como tú no te imaginas. Ayúdame tú, por favor. Dame a conocer la Regla de las carmelitas.
Yo sé perfectamente que soy muy mala, que no merezco esta gracia tan grande (el que Nuestro Señor me elija por esposa). Soy tan indigna… Me ha llenado de gracias, y yo he sido muy ingrata. Tú me pides consejos a mí, y yo los necesito más que tú. A mí me pasa que veo que todo lo del mundo es vanidad; que la felicidad que podemos encontrar aquí en la tierra está en servir a Dios; pero yo no sé si tendré vocación. A mí me encanta rezar. Quisiera que mi vida fuera una continua oración, porque ella es la conversación que tenemos con Dios.
Ayúdame, por favor, a ser buena. Dime tú lo que te propones hacer en el mes del Sdo. Corazón. Preguntémosle a Jesusito qué piensa de nosotras. Consagrémonos a El. Démosle nuestro corazón, nuestra libertad y todo lo que tenemos. Le gusta mucho a Nuestro Señor morar en nuestra alma. Ofrezcámosela para que viva en ella. Entonces los momentos en que no tengamos que estudiar, hagámosle compañía ofreciéndole nuestro amor, consolándolo y reparando nuestros pecados y los del prójimo.
Por favor, te ruego, que me digas mis defectos: los que tú veas porque yo me tengo compasión y no me los echo en cara lo bastante. Soy muy orgullosa y quiero ser humilde. Ayúdame tú. Y soy rabiosa. Me impaciento por todo. Así, cuando tú veas la menor señal, avísame, te lo ruego.
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13. A Graciela Montes Larraín
Chelita:
¡Qué cartita más ideal! Estoy feliz de haberla leído. Primera vez que tenía algo de una carmelita. ¡Qué principio tan encantador!
Yo me he propuesto lo mismo que tú en el mes del Sdo. Corazón. No dejemos escapar ningún acto que pueda mortificarnos. Yo creo que uno de los puntos de la vocación carmelitana es la oración y la mortificación. Recemos siempre y crucifiquémonos por medio de la obediencia, por medio de la pobreza por medio de la castidad. Por medio de la obediencia, imitando a Jesusito que se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. El hizo la voluntad de su Padre todos los momentos de su vida. «Heme aquí, Oh Padre, para hacer tu voluntad», nosotras debemos decir también con El a cada momento; y esto por medio del exacto cumplimiento del deber. Aunque nadie nos vea, cumplir con el reglamento, que es la regla que tenemos ahora. V. gr. en el estudio estudiar con aplicación, aunque no tengamos ganas, tal como lo haría Jesús. Por medio de la pobreza, no desperdiciando ninguna cosa; no gastando nada en nosotras, sino para los pobres todo. Por la castidad, siendo puras como la Virgen; no teniendo ningún amor que nos preocupe, que nos haga faltar al deber, sino el amor de Dios. Conoceremos su intensidad por el amor que tengamos al prójimo.
¿Quieres que te diga una mortificación que cuesta harto? Es rezar en la noche un cuarto de hora con los brazos en cruz; y también, si no te hace mal, levantarse de la cama, ponerse en el suelo de rodillas con las manos debajo de las rodillas -duele harto-, y rezar tres Padre nuestros. Tenemos que hacer penitencia para consolar a N. Señor, para reparar los pecados de nosotras, del prójimo, y para rogar por los Sacerdotes.
Contéstame si te has acordado de hacer de tu alma la casita de Dios. Te servirá mucho para hacer oración y pensar que Cristo también trabaja allí dentro, y que nosotros, con nuestros actos, le damos material para formar su imagen. Un cristiano debe ser otro Cristo; con cuánta más razón nosotras.
Hablemos con N. Señor en la comunión. No sólo en la acción de gracias, sino a todas horas debemos estar con El. Como tenemos que estudiar no podemos constantemente hablar con El; pero, por ejemplo, 3 veces en la mañana y 2 en la tarde.
Acuérdate de lo que me prometiste de hacerme saber la Regla de las carmelitas, las penitencias, las virtudes, en fin, las cosas más necesarias.
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14. A la Madre Angélica Teresa
Santiago, 5 de septiembre de 1917
Rda. Madre Sor Angélica Reverenda Madre:
Creo que dispensará la libertad que me tomo al escribirle, pero no puedo menos de hacerlo, para agradecerle el cariñoso recuerdo que Ud., Rda. Madre, ha tenido la bondad de enviarme con la Chelita. Hubiera deseado contestarle inmediatamente; pero Ud. sabe, Rda. Madre, que no es posible en el colegio.
Este detencito que llevo conmigo constantemente me es doblemente precioso por venir de mi querido Carmen, pues usted, Rda. Madre, sabe ya por la Chela el cariño y estimación que tengo por las carmelitas y el deseo que tengo de contarme algún día entre ellas. Mas tropiezo con muchas dificultades, y la principal es mi poca salud. Sin embargo, le he encomendado este asunto a la Sma. Virgen y creo que Ella ha de abrirme las puertas de ese bendito asilo, si es la voluntad de Dios; pues ante todo sólo deseo esto. Ayúdeme, le ruego por favor, Rvda. Madre, con sus oraciones y con las de su comunidad para alcanzar de Jesús este favor; aunque sé que soy indigna de gracia tan señalada.
Ahora le comunicaré que yo nunca he conocido personalmente a ninguna carmelita. Solamente he leído la vida de Sor Teresa y de Isabel de la Trinidad. Desde entonces he comprendido que el Carmen es un cachito de cielo y que a ese Monte santo me llamaba el Señor. Cuánto deseo, Rda. Madre, darme por entero a mi Jesusito. Ruéguele mucho para que me ofrezca a El pura, sin que el mundo haya tocado mi corazón. Pídale, Rda. Madre, por favor, a la Sma. Virgen que me guarde debajo de su manto maternal. ¡Qué anhelo tengo de entregarme a la oración, de vivir unida constantemente a N. Señor! Ahora trato de recogerme dentro de mi alma. Allí adoro, allí consuelo y amo a mi Jesús. Es verdad que no siempre me recojo, pero hago sobre esto el examen particular.
También sé que si voy al Carmen, será para sufrir; mas el sufrimiento no me es desconocido. En él encuentro mi alegría, pues en la cruz se encuentra a Jesús y El es amor. Y ¿qué importa sufrir cuando se ama? La vida de una carmelita es sufrir, amar y orar, y en esto encuentro todo mi ideal. Rda. Madre, mi Jesús me ha enseñado desde chica estas tres cosas. ¡Cuánto debo agradecer a mi Divino Maestro las lecciones que da a una miserable como yo !
¿Qué dirá Ud., mi Rvda. Madre, de esta carta tan larga? Pero su corazón maternal me dispensará y sabrá recordar en sus oraciones a su pobre ovejita, sobre todo en estos días de septiembre, para que Jesús la guarde toda para El.
Su indigna hija en Jesús
Juana Fernández, H. de M.
Le ruego, Rda. Madre, que me guarde secreto de mi vocación, pues sólo lo sabe mi mamá y algunas íntimas amigas. Le encargo a sus oraciones y a las de la comunidad mi familia.
Mi dirección es, si la necesita, Vergara 92
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15. A su padre
Santiago, 25 de septiembre de 1917
Señor don Miguel Fernández
Mi querido papacito:
Estaba esperando que pasara un día después de la carta de la Lucita para escribirle, para que sepa bien seguido de nosotros, que nos pasamos acordando de Ud. No se imagina cuánto lo he echado de menos, ya que habríamos sido doblemente dichosas si Ud. papacito, hubiera estado aquí.
Hemos hecho muchos paseos. El domingo fuimos al fundo de don Ricardo Salas con cinco chiquillas, pues como teníamos que ir a pasar todo el día, ninguna señora podía ir; pero mi mamá se ofreció a llevarnos a todas. Salimos a la 1.30 P.M. en el tren de Pirque, y nos bajamos en Bellavista que es la primera estación. Allí nos esperaban las niñitas de don Ricardo. Nos enviaron el auto, que es espléndido; pero como no cabíamos todas, unas se fueron en carritos tirados por caballo que pertenecen al fundo. Nos pusimos de la estación a las casas en 10 minutos. Lo pasamos muy divertido. Ese día celebraron los huasos el Dieciocho; así es que don Ricardo les había organizado fiesta: elevación de globos, voladores, carreras en burro, etc.
Tienen una magnifica cancha de tenis. En fin, gozamos todo el día. Nos acordamos de Ud., papacito, porque le habría gustado conocer el fundo. Es muy bonito. Por todos lados se veía el pasto verde y mucha agua.
Mañana vamos a la Escuela de Aviación con Chiro, que es amigo de uno de los oficiales de la Escuela, y me parece que veremos elevarse un aeroplano. De buenas ganas subiría para aterrizar en San Javier e irle a dar un beso y abrazo muy apretado. ¿Qué le parece, papacito?
Todos aquí están muy bien. Ignacito, que había estado enfermo, constipado, se levantó ayer y está muy bien y hoy se levantó sin bastón -primera vez- y no cojea tanto. Parece que el Niñito Jesús de Praga le quiere hacer el milagro. El otro día hizo uno bastante grande a un joven.
Miguel ahora acaba de salir con Chiro, con el objeto de hacer una diligencia para conseguir un empleo bastante bueno. Ojalá que lo consiga. La Lucita y Chiro siguen siempre muy indiferentes, como Ud. sabe, y sobre todo que ahora Chiro está de asueto. Ya se figurará lo felices que están.
Mi mamá está muy bien, recordándolo mucho, pues hace mucha, muchísima falta. Esperamos tenerlo muy pronto entre nosotros. Véngase luego, papacito, para pasar siquiera dos días con Ud.; ya que nosotras lo aprovechamos tan poco cuando usted viene, por estar internas.
Reciba, papacito, abrazos y besos de mi mamá y hermanos, más mil besos y cariños de su hija que más lo quiere y que se acuerda a cada momento de su papacito querido.
Juana, H. de M.
La Rebeca le envía muchos saludos. Lucho le había escrito; pero, por temor de que no le llegara, desistió de mandársela.
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16. A la Madre Angélica Teresa
Santiago, 8 de noviembre de 1917
Rda. Madre Angélica Teresa del Smo. Sacramento
Reverenda Madre:
Solamente hemos salido ahora del colegio, motivo por el cual no había contestado antes su cariñosa carta, pues en el colegio me es completamente imposible hacerlo. Mas no crea, Rda. Madre, que porque no ha recibido contestación, la he olvidado, pues todos los días la tengo presente en mis oraciones. Aunque son bastante pobres en méritos, en ellas pido a N. Señor también que, si es su voluntad, pueda ser algún día carmelita de ese monasterio, el cual tan cariñosa y generosamente me ofrece Ud., Rda. Madre.
La carta de Ud., Rda. Madre, la leo muy a menudo. Me hace tanto bien, y en ella pude apreciar, una vez más, todo el encanto de la vida carmelitana. Créame que en todas mis acciones tengo presente el fin de la carmelita: los pecadores, los sacerdotes. Cada día que pasa siento la nostalgia de ese querido Carmen, y ardo en deseos de verme encerrada por Jesús en ese palomarcito, para ser enteramente de Jesús, pues mientras se vive en el mundo es imposible ser enteramente de El. Pues considero que, para pertenecerle, es necesario que sean de El nuestros pensamientos, nuestras obras, por medio de la recta intención. Esto se puede hacer, pero lo difícil, Rda. Madre, encuentro es despegarse, estando en el mundo, de las criaturas, de las comodidades. Yo hago lo que puedo por despegarme de ellas, y encuentro que no tengo, respecto de las criaturas amor desordenado. Pero tengo ese deseo de parecer bien, de ser querida; y yo considero que a Jesús no le gusta esto, pues El buscó lo contrario. Amó siempre la pobreza y buscó sólo el amor de su Padre.
Como Ud. ve, Rda. Madre, le manifiesto enteramente, como una hija, todas las pequeñeces de mi pobre alma. Le ruego, pues, me indique la manera de ser enteramente de Jesús. Pues sé que hasta que no modele mi amor y gusto con los del Corazón de mi Maestro, no podré llegar, a la unión con Dios dentro de mi alma, pues me distraeré en las vanidades de este mundo miserable.
Comienzo el mes de María con entusiasmo, y me he propuesto honrar más que nunca a mi Madre con sacrificios, especialmente los de la voluntad; pues penitencias no me dejan hacer por mi salud. Esto es para mí un gran sacrificio; pues veo, Rda. Madre, que, como soy mala, necesito pagar mucho para que N. Señor tenga piedad de mi.
Ayúdeme con sus oraciones en este bendito mes. Rda. Madre, pídale a la Virgen me dé ante todo sus virtudes y después, si es voluntad de Jesusito me dé salud para poder realizar el bello ideal de ser carmelita, pero según el espíritu de mi seráfica Madre Santa Teresa. Le aseguro, Rda. Madre, que como nunca necesito de oraciones, pues estoy en un período de pruebas. N. Señor quiere que le busque solamente a El, sin buscar consuelo de ninguna especie en la oración. Pero yo le doy gracias, pues así me doy a El sin mezcla de interés; no por los consuelos, sino porque le amo. Sin embargo, tengo momentos de desaliento, pues se me figura que sólo me lo envía N. Señor por mis ingratitudes; mas quiero que se cumpla la voluntad de Dios y, si El quiere y le place, quiero pasar mi vida entera en este estado de sequedad por los pecadores y por los sacerdotes.
Hábleme, Rda. Madre, de todo esto, como también de la vocación de carmelita. Mientras tanto me encomiendo a sus oraciones con toda mi familia; a Ud., Rda. Madre, y a toda esa mi querida comunidad. Reciba, además, mil afectuosos recuerdos de parte de mi mamá y el más sincero agradecimiento de esta su pobre oveja, que le ruega filialmente la dirija a Jesús para perderse en su Divino Corazón
Juana Fernández, H. de M.
P.D.–La Virgen la tengo siempre en mi escritorio para imitar su espíritu de oración.
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17. A su padre
Santiago, 27 de diciembre de 1917
Señor Miguel Fernández J.
Mi querido papacito:
No se imagina lo presente que lo he tenido en estos días de Pascua. Hubiéramos sido felices si Ud. hubiera estado aquí. Y no le escribí ese día para enviarle noticias de los paseos que hemos hecho en ellos.
Salimos el 20 del colegio. Las dos salimos muy bien en los exámenes y sacamos premios. Lucho obtuvo todos los premios de su clase. Nos acordamos de Ud. en la proclamación de los premios de la Universidad, pues hubiera gozado viéndolo tan premiado; ya que un padre es feliz con el éxito de sus hijos
El 25 fuimos a la revista de gimnasia de la Escuela militar, que resultó admirablemente bien presentada; pero Chiro no mandó. Presentaron un curso de caballería que hizo varios ejercicios de salto y también con la lanza. Los hicieron sin equivocarse en nada. Otro curso fue de gimnasia. Formaron una escuadra en una figura. Saltaban como dos metros. En fin, por último cantaron un himno muy bonito.
El día de Pascua me vino a buscar una chiquilla para ir a la Alameda. Estaba llena de gente conocida. Vendieron -entre [calle] Colegio y Manuel Rodríguez- niñas conocidas en unos quioscos; y el producto de la venta era destinado para los niños pobres: pero era un verdadero salteo, pues por cualquier cosa pedían 20 o 30 pesos.
Nos preparamos para gozar en Algarrobo. Nos han dicho que con caballos se pasa muy bien. Lo único que sentimos es que Ud. no vaya con nosotros; y ya sabe Ud., papacito, que no somos dichosas cuando no está Ud.
Todos aquí muy bien, excepto la Lucita que cayó con fiebre anteayer. No se sabe qué pueda ser. Se le dio purgante esta mañana, pero siempre sigue con 38 grados. No enviaré la carta hasta la tarde, para comunicarle lo que el doctor diga.
Ignacito está feliz con los juguetes de Pascua, que cree con infantil candor se los ha traído el Niño Jesús.
Y a Ud. papacito, ¿cómo le va en sus trabajos? No dejo de rogar a N. Señor para que recompense sus perpetuos sacrificios. Véngase pronto. Lo echamos tanto de menos… Reciba cariñosos saludos de mi mamá y hermanos, y Ud., mi querido papacito, reciba, en un beso y abrazo, todo el cariño de su hija que más lo quiere y no lo olvida un instante,
Juana
P.D.–El Doctor dijo que creía era infección intestinal; pero que podía resultar tifus, si no se cuidaba. Mi mamá teme, pues tiene mucho dolor de cabeza. Adiós, papacito.
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18. A Carmen de Castro Ortúzar
Algarrobo, 14 de enero de 1918
Señorita Carmen de Castro O.
Querida Carmenchita:
No me había sido posible escribirte antes, por no haber sacado el papel de las maletas y tampoco las cosas necesarias para escribir; pero sabes muy bien que te tengo siempre a mi lado, y a cada instante me acuerdo de ti. Me dispensarás que no me despidiera; pero ese día llegamos tarde y no te pude llamar por teléfono, y al otro día te esperé en la estación.
La llave no la he recibido. ¿Me la enviaste?
No te escribo más porque se va el correo y va día por medio. Quería ante todo mandarte muy cariñosos saludos para todos en tu casa, para tu mamacita de parte de la mía, y tú recibe un recuerdo, junto con un beso y abrazo, de tu amiga que tanto te quiere,
Juana, H. de M.
P.D.–Hoy te voy a escribir una carta bien larga. Adiós, Picha.
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19. A Carmen de Castro Ortúzar
Algarrobo, 16 de enero de 1918
Señorita Carmen De Castro O.
Querida Carmenchita:
Mucho te extrañaría el laconismo de mi carta; pero estaba muy apurada, porque el correo se iba a ir y no va sino día por medio. Tú supondrás lo que te recuerdo. Me haces una falta inmensa y a cada instante me recuerdo de la felicidad de que disfrutaríamos ambas si estuviéramos juntas.
Aquí se pasa una vida deliciosa. Es una costa encantadora. Vivimos en una casa que está en la misma playa, a unos 3 metros del mar. Como tú puedes calcular, tenemos una vista preciosa. Todo lo que te diga de la confianza que existe será poco. Aquí se anda del modo que a cada uno le parezca: las chiquillas andan con chupallas de paja, y todo es así por el estilo. En la playa se ve un grupo de sólo cuatro o cinto señoras y de 11 chiquillas que se juntan todas. Nos bañamos juntas y se puede andar una cuadra con el agua hasta el pescuezo, sin tener que evitar ni olas ni corriente, porque no la hay. Se puede nadar mejor que en un baño de natación .
Te nombraré las chiquillas con que nos juntamos: las Lyon Subercaseaux, las Valdés Alfonso, la Estela Valenzuela, Valenzuela Larrain, las Hurtado Valdés, que llevan una vida más independiente, y la Rebeca Echazarreta Larrain.
Un día hicimos un paseo a caballo con la Teresa Lyon. No te imaginas paisajes más bonitos los que se nos presentaban: quebradas inmensas entre dos cerros cubiertos de árboles, y al final de ellas una abertura por donde se veía el mar, sobre el cual se reflejaban nubes de diversos colores; y por detrás el sol encubierto. No te imaginas cosa más bella, que hace pensar en Dios que ha creado la tierra tan hermosa, a pesar que es un lugar de dolores. ¿Qué será el cielo -me pregunto muchas veces- cuando es para gozar? Todas las tardes las chiquillas salen a andar, pero mi mamá no nos deja, porque llegan muy tarde.
Hay aquí dos misas, pero hoy hubo cuatro y, en la tarde, todos los días bendición. Nosotras con las Lyon hemos formado un coro de canto que no resultaría tan mal, si nos supiesen acompañar. Hoy vamos a buscar con la Gabriela Lyon chiquillos para formar un curso de catecismo, del que te daré cuenta en mi próxima carta. Reza para que recojamos un buen número.
Nada te he contado del pueblo de Algarrobo, cuyas casitas, con excepción de dos o tres, son verdaderas casas de pobres: enladrilladas, el techo con vigas, y sin muebles. Es cómico ver la sorpresa de los que llegan a conocer el famoso pueblo. Nuestra casita, aunque es pobre, es cómoda. Cuenta con los muebles necesarios, y tiene bastantes piezas. Todo se perdona aquí por la confianza que existe y por la vista que tenemos.
Anoche fue una noche ideal. Salimos a sentarnos en la arena, porque era la primera vez que la luna se veía, pues todos los días se nubla en la tarde. Decirte algo más ideal es imposible. En ese instante me pareció tenerte a mi lado; tanto era lo que te recordaba. ¿No te pasaba, Carmen, a ti que cuanto veías el mar sentías verdadero tormento por lo infinito? Uno siente en el alma una soledad inexplicable que sólo Dios puede llenar, pues todo le parece muy pequeño.
No te puedes quejar, mi Carmenchita querida, de que no te comunico todo lo que siento y pienso, pues sé que tú me comprendes, y yo siento la necesidad de expansionarme. Y ¿quién mejor amiga que tú? ¿Cómo están todos en tu casa? ¿Has sabido de la Inés y de los chicos? ¿Y la guagua? Dale muchos besos de mi parte a ese angelito.
Saludos cariñosos de parte de los míos para tu mamacita y hermanas. Y tú, mi pichita linda, recibe un fuerte abrazo y sonoro beso de tu amiga
Juana, H. de M.
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20. A la Madre Angélica Teresa
Algarrobo, 1° de febrero de 1918
Rda. Madre Sor Angélica del Smo. Sacramento
Reverenda Madre:
Creo que mi carta se ha perdido, pues no he tenido noticias de ese querido convento. En ella, Rda. Madre, le expresaba mis agradecimientos por la maternal acogida que se dignó dispensarme, y también por los hermosos recuerdos que me envió. También le deseaba un feliz año para Ud., Rda. Madre, y toda la comunidad.
Estamos pasando unas vacaciones muy tranquilas y felices, donde he podido continuar los mismos ejercicios de piedad que hago en el colegio.
Cada día, Rda. Madre, pienso más en el Carmen y deseo más ardientemente irme a encerrar en ese «cielito». Más ahora que tengo que tratar con gente del mundo. He visto que la felicidad en el mundo no existe, y siempre su trato me deja un vacío que lo llena por completo N. Señor cuando estoy con El en la iglesia.
Todo lo que veo, Rda. Madre, me lleva a Dios. El mar en su inmensidad me hace pensar en Dios, en su infinita grandeza. Siento entonces sed de lo infinito. Cuando pienso que cuando sea carmelita, si Dios lo quiere, tengo que abandonar todo esto, le dijo a N. Señor que toda la belleza, lo grande lo encuentro en El. En cambio en el mundo todo es chico, pasajero, y que nada quiero si no a Jesús.
Estoy leyendo la Vida de Santa Teresa. ¡Cuánto me enseña!
¡Cuántos horizontes me descubre! ¡Qué bien pinta la vocación de carmelita para aquellas que la siguen!
Le ruego que me diga si es verdad que para entrar en el Carmen se necesitan dos años fuera del colegio. Porque si esto es verdad, conseguiría con mi mamá que me sacara este año. Se me hace muy largo el tiempo para ser toda de Jesús. Le agradecería me enviase la dirección de la Chela Montes, pues se me olvidó preguntarle.
Rda. Madre, rece para que me dé a El; para ser un poco, no, digo mal, para ser igual a mi Divino Ideal; para que vivamos dentro de mi alma en mutua comunión. Rece para que Jesús prepare mi alma para serle una esposa menos indigna, sobre todo humilde y obediente; para que encienda en mi corazón, pobre y miserable, la llama del Divino Amor.
Le ruego, Rda. Madre, que en su próxima carta, si tiene la bondad de contestarme, me hable de la humildad, de la vocación de carmelita pues sus cartas me hacen mucho bien. Ruegue a N. Señor que sea de su voluntad el llamarme a ese querido palomarcito, pues quiero sólo cumplirla.
Encomendándome con mi mamá -que me encarga la salude- a sus oraciones y a las de esa comunidad, se despide su pobre hija en Jesús
Juana Fernández, H. de M. P.D. -La dirección es: Casablanca, Algarrobo,
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21. A su padre
Algarrobo, 2 de febrero de 1918
Señor don Miguel Fernández
Querido papacito:
Por fin, tengo tiempo para escribirle; pues le aseguro que me había sido imposible hacerlo, pues pasamos ya en la playa o en caminatas; pero aunque no le [he] escrito, créame, papacito, que no paso un instante sin echarlo de menos, y recordarlo con mucho cariño, pues sé cuánto gozaría si estuviera aquí.
Hemos hecho varios paseos a caballo y de a pie, y otro en carreta, que creo se lo habrá contado la Lucita. Ayer hicimos uno muy bonito y muy en confianza, pues todas éramos chiquillas. Lo formamos con misiá Julia Freire de Rivas, pues somos íntimas con la niñita de ella. Fuimos 11 por todos a tomar onces a una quebrada denominada «Las Petras». Es un inmenso bosque, donde no penetra un solo rayo de sol, y en donde se encuentran los helechos más finos y preciosos como malezas. Tomamos muy ricas onces y después una chiquilla cantó. En seguida nos pusimos a jugar juegos de prendas. En fin, gozamos, pasándose en un segundo la tarde.
También salimos a andar a pie haciendo excursiones por los cerros y quebradas con la institutriz de la Luz Rivas Freire. No se imagina qué paisajes más encantadores los que vemos a cada paso:
todo lo que el campo presenta de bonito, junto con el mar que se divisa a lo lejos como un lago. Nuestro paseo favorito son los cerros de arena que le encantan a Ignacito, pues nos dejamos caer como de 3 metros, dándonos vuelta rodando.
Mi mamá no anda mucho, pues se cansa inmediatamente. El otro día estuvo, enferma con esas fatigas que siempre le dan y le duró por espacio de 1/2 hora; pero ahora, gracias a Dios, está mejor.
La Lucía está como una noche oscura con la ida de Chiro que se fue el martes con don Julio Hurtado, que lo convidó a irse por Casablanca, alojando en su fundo «Lo Orrego», y siguiendo después en auto a Valparaíso para tomar el expreso en ésa.
Lucho está muy triste también, porque se fue Paco Rivas F. Una lástima, ya que este chiquillo no lo dejaba leer. A todas horas lo venía a buscar para salir.
La Rebeca y yo muy contentas, pues salimos todo el día. Hoy vamos a salir a caballo con los Rivas, pues todo el día pasamos juntos. Hasta Ignacito, porque hay niños chicos. Ahora nos vamos a ir al baño y voy a bañar por primera vez a Nano porque antes lo bañaban aquí, al frente de la casa, pero le daba mucho susto, pero ahora vamos a una playa, donde el mar es como baño de natación y donde nado todo el tiempo.
Como Ud. ve, papacito, no falta más que Ud. para que seamos felices; pues mientras nosotros gozamos aquí, Ud. está trabajando, dándose baños de sol, para procurarnos a nosotros comodidad. No tenemos, papacito, cómo pagárselo, pues es demasiado su sacrificio; pero sus hijos lo comprendemos y lo rodearemos de nuestros cariños y cuidados, pues encuentro que es la mejor manera de agradecerle a un padre. ¿Por qué no viene siquiera unos días? No sabe la pena que me da cuando veo a las otras chiquillas felices con su papá. Por favor, venga, pues nosotras lo gozamos tan poco durante el año. El otro día estuve hablando con don Julio Hurtado y me habló mucho de Ud.
Reciba saludos y abrazos de mi mamá y demás hermanos y Ud., mi querido papacito, reciba un fuerte y apretado abrazo y beso de su hija que tanto lo quiere y recuerda,
Juana; aunque Ud. ni siquiera le manda saludos en su carta; pero en fin, ya se me quitó el enojo.
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22. A Herminia Valdés Ossa
Señorita Herminia Valdés
Querida Herminita:
Algarrobo, 2 de febrero de 1918
Quiero ser la primera en escribir para darte el ejemplo; pues, de lo contrario, pasarían las vacaciones sin saber la una de la otra.
Estamos todos muy contentos de haber venido a este pueblo, pues no creo haya otra costa de más confianza. El pueblo con sus casas no puede ser más sencillo. La casa que tenemos está en la misma playa; así, pues, disfrutamos de una vista encantadora.
Toda la gente es conocida: están las Lyon Subercaseaux, las Valdés Alfonso, las Hurtado Larraín, las Hurtado Echenique, las Larraín Gandarillas, las Valenzuela Larrain, las Rivas Freire, las Echazarreta Larrain, las Hurtado Valdés.
Todos los días salimos por las tardes, ya a pie, ya a caballo. El otro día hicimos un paseo en carreta a Punta de Tralca. El paseo fue lo más ideal, pues el punto a donde nos dirigimos era precioso: grandes peñascos donde azotaban las olas con una fuerza extraordinaria, al extremo de levantar unos 15 metros la espuma. Tomamos onces en las rocas y nos volvimos a las 7 de la tarde, y no llegamos sino a las 11 de la noche. Por suerte era una noche de luna. Cosa más bonita no es posible imaginarse.
Todos los días hay Misa y bendición con el Santísimo, a la que asiste toda la gente. También hacemos Catecismo.
Me tienes que contar todo lo que haces. ¿Estudias? ¿Has leído los libros? Dame cuenta de todo, por favor. La Lucía, gracias a Dios, está muy bien. Mi mamá no estuvo bien, pues le dio esa fatiga; pero ya está mejor, gracias a Dios.
Saludos para todos los tuyos, en especial para tu papá y mamá de parte de los míos. A la Eli un abrazo de la Lucía y mío; y tú recibe un fuerte abrazo y beso de tu amiga que tanto te quiere
Juana
La Rebeca te manda saludar. No la muestres. Dime si te la leen.
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23. A Carmen De Castro Ortúzar
Algarrobo, 12 de febrero de 1918
Señorita Carmen De Castro Mi querida Carmen:
Presiento que has de estar sentida conmigo, porque no te he escrito, pero verdaderamente no he tenido la culpa, pues cada vez que me pongo a escribirte, me vienen a buscar para salir.
Te aseguro que, aunque hacemos muchos paseos, ya a caballo ya a pie, me estoy aburriendo; pues como tú sabes, me cansa esa vida tan agitada. Sobre todo que me gusta estar a mis horas independiente, y aquí no tengo un momento libre para escribir, para leer, que, como muchas veces te lo he manifestado, son mis más gratas ocupaciones.
Hoy he conseguido con mi mamá que me dejaran en la tarde aquí en la casa porque me duele la cabeza, y aprovecho para conversar contigo que, aunque estás siempre en espiritu a mi lado, te echo mucho de menos, pues las chiquillas que aquí hay son completamente opuestas a mi carácter. Así verás los deseos de tenerte a mi lado, de disfrutar ambas a nuestro gusto de esta vida que, por otra parte, es tranquila; de poder comunicar lo que pienso, y de tener a una amiga que tenga las mismas inclinaciones mías. En fin, no te quiero decir más, pues esto es un sueño que nunca será realidad; pues, como siempre hemos dicho, es demasiada felicidad y ésta no existe en la tierra.
Te comunicaré que aquí he estado en grupos con chiquillos. El otro día, con ocasión de la visita de las Salas Hurtado, tuvimos una reunión enteramente de confianza donde misia Julia Freire de Rivas. Y por todo lo que he visto y he ordo, me he formado una idea de las fiestas sociales muy poco favorable; pues me pregunto cómo pueden llamar entretenida una cosa así, donde no se oyen más que puras tonteras. Mira, te aseguro que, cuando pienso que tal vez tenga que asistir a las tales reuniones, me entran ganas de llorar, y más que nunca anhelo el rinconcito donde existe la verdadera soledad, y donde reside la felicidad, pues allí poseeré a Dios, principiando así la vida del cielo. Entre tanto la busco dentro de mi alma y, cuando estoy en medio de las chiquillas, pienso que tengo a Jesús, y le presento mi corazón, con la satisfacción de que, aunque es tan pobre y miserable, no me lo ha de desdeñar en ese sitio donde, en medio de la alegría, nadie lo recuerda .
Carmen, está muy triste mi carta, pero así está mi ánimo, y contigo es la única que me puedo desahogar. Quizás soy demasiado egoísta, pero perdóname. Ahora que te he expresado lo que pienso me siento feliz. Además hace 3 días que no comulgo porque me he acostado tarde así es que con esto te lo digo todo…
Como te decía, hemos hechos varios paseos. El otro día fuimos a tomar onces a un bosque encantador, donde no penetra rayo de sol, donde crecen los helechos como maleza. Lo pasamos muy bien, pues íbamos sólo tres chiquillas: la Luz Rivas Freire, la Juanita Lyon y las Hurtado Valdés, que son muy dijes, y nosotras tres con misia Julia Freire y un hijo de ella que tiene 15 años.
Fíjate que vinieron de Cartagena las Salas Hurtado. Salieron a las 6 de la mañana y llegaron a las 11 aquí. No te imaginas qué viaje han hecho, pues venían a caballo y hacía 5 años que no hacían paseos largos. La Rosita, sobre todo, llegó sin poderse mover. Le dieron hasta fatigas en el camino. Como no podían volverse, se iban a quedar en una pensión pésima, así es que nosotras, aunque no las conocíamos, nos hicimos amigas y las convidamos a alojar.
Todo el día pasamos en la playa, y en la tarde le toqué el violín a la Matilde con Paco Rivas, y salimos a caballo, pues la Matilde dijo que no estaba cansada. Pasamos la tarde sobre unas rocas ideales, viendo azotar las olas con furor. Me acordaba de ti. Por la noche nos fuimos donde misia Julia y había varios chiquillos; una lata consumada. Las Salas Hurtado me hablaron de ti y me dijo la Rosita que le escribieras.
Mucho te agradecí la llavecita, que la recibí antes de escribirte la otra carta y que, como tú sabes soy tan pava… no te lo dije; aunque había sido lo primero que pensé al escribirte para agradecerte las molestias.
Te felicito por tu sobrinita y me encanta el nombre que le han puesto. ¿Y cómo está Dieguito? Dale un beso de mi parte, pues lo quiero mucho porque veo que adentro de su almita reside Dios. Adóralo allí, Carmen, cada vez que lo beses.
La Rebeca le escribió a la Inés, pero no sabe la dirección. Dímela y cómo está la Inés y Chepita y demás chicos. Salúdalos y dales un beso en mi nombre.
Ignacito está mucho mejor. Ha engordado y está de buen color, bien quemado. Se lleva todo el día en la playa.
Estoy haciendo clase de catecismo. Tengo 9 chiquillos y les rifo todos los días cualquier juguetito, con lo que gozan. Estoy en la cama. Me acosté antes de comer porque estaba muy mareada.
¿Cuándo se van al campo? Y tu mamacita y hermanos ¿cómo están? Salúdalos de parte de mi mamá y Lucita, y tu recibe, mi querida Carmenchita, todo el inmenso cariño de tu hermana
Juana, H. de M.
La Rebeca te manda saludar. Lo mismo Lucita, que ha pasado días muy felices con Chiro. Escríbeme bien largo y en block y no muestres la carta. La tuya la tengo guardada con llave, porque me encantó. Rompe la mía para que no la lean. Fíjate que viene la Lucha Huneeus. Estamos felices.
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24. A Carmen de Castro Ortúzar
21 de febrero de 1918
Mi hermana querida:
Cuánto me gusta llamarte con este nombre [de hermana], pues verdaderamente lo somos. ¿No es así, mi Carmenchita?
Hoy recibí tu cartita, y para reparar mi pecado del otro día, te la contesto inmediatamente. Mi vida es siempre muy tranquila y lo pasamos muy bien con la Lucha. Fíjate que nos ha bajado furor por el tenis; así es que estoy aprendiendo. Me encanta.
Ayer hicimos un paseo a caballo y fuimos a la quebrada llamada de las «Palmeras». En realidad hay varias, y muy bonitas, como de 4 metros. La quebrada terminaba con una cascada. Era preciosa.
Me alegro que vayan a Papudo a darse unos baños de mar, que creo les probará muy bien a todas, incluso a ti, para que te robustezcas.. En cuanto a mi salud, te diré que estoy igual, pues siempre paso con un dolor muy grande al pecho, lo que hizo a mi mamá llevarme donde un doctor, que dijo que me convenía un temperamento alto y que todo provenía de la anemia en que estaba. Así pues, respecto a mi entrada al colegio, veo que no resultará aunque no sé nada. Te aseguro que esto me corta todos mis planes, pero en fin, que se haga la voluntad de Dios. Voy a principiar una novena a Mater Admirabilis con este objeto. ¿Quieres acompañarme?
Me alegro que no se haya ido Luis, para que aprovechen siquiera un poco de tiempo de él. Aquí todos muy bien gracias a Dios. Saludos para todos. Me llaman. Te abraza tu hermana Juana, H. de M.
Todos te envían saludos. Nos vamos el 8 ó 10 de marzo. El viernes 1° van a hacer los chiquillos la 1ª Comunión.
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25. A la Madre Angélica Teresa
Algarrobo, 22 de febrero de 1918
Rvda. Madre Sor Angélica T. del S.S.
Reverenda Madre:
Cuánto le agradecí su carta, que contiene tantas enseñanzas para mí, así también como los recuerdos que me envió en ella. Le aseguro que me confunden sus cariños. Es demasiado bondadosa.
Me gustó mucho la vida de la Princesa. Vida toda entera de humildad y sacrificio, y de oración, por supuesto. Verdadera vida de carmelita. Cuando yo pienso, Rda. Madre, la vocación que se ha dignado Dios darme, me pregunto: ¿qué he hecho yo para que Jesús me quiera tanto? ¡Oh, qué bueno es Jesús que se rebaja a elegirme, a pesar de ser tan miserable! No se imagina los deseos que tengo de ser carmelita, de irme a vivir esa vida de unión divina, vida de cielo en la tierra, pues la carmelita, como Ud., Rda. Madre me dice, vive para Dios, por Dios y en Dios. Para esto no se me oculta que hay que subir al Calvario, hay que adherirse a la cruz, pues este es el medio más fácil para llegar a la unión con Cristo.
Estoy leyendo el Camino de Perfección que me encanta, porque tiene tanta doctrina; lo mismo la «Práctica de Amor a Jesucristo».
Mucho gocé con lo que me dice -que no hay necesidad de esperar dos años-, pues pienso [que], aunque tenga que atravesar el fuego, con Jesús lo pasaré, si tengo salud, para irme este año. Ruegue mucho por esto. Voy a principiar una novena a Mater Admirabilis con este fin, pues es mi salud lo que me hace temer, ya que, a pesar de estar en la costa, me encuentra el doctor muy débil. ¿Qué hacer, Rda. Madre? Si Jesús quiere que sea carmelita, me dará salud para ello. Que se haga su voluntad. Pídale mucho por mí, para que sea humilde, para que sea toda de El.
En este tiempo de cuaresma, trato de mortificarme más. Penitencias no me dejan, aunque las deseo ardientemente. Por ahora me contento con contrariar mi voluntad. Rezaré mucho por la Chela para que sea toda de El.
Mi mamá le agradeció mucho sus recuerdos y sentimos no poder ir allá. Es imposible. Reciba saludos de ella y le ruego rece por sus intenciones. Y su pobre hijita le pide por favor que la querida comunidad, lo mismo que Ud., ruegue por ella.
Nos vamos el 8 de marzo.
Juana, H. de M.
Le envío mi retrato.
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26. A Marta Hurtado Valdés
Santiago, 14 de marzo de 1918
Señorita Marta Hurtado V.
Mi querida Martita:
Una agradable sorpresa me trajo tu cariñosa carta, pues por ella veo que no has echado al olvido a tus amigas del «Algarrobito». Después de la partida de ustedes quedó aún más triste ese pueblo tan encantador, donde hemos pasado felices vacaciones.
¿Qué te diré de mi entrada al colegio? Entramos el 12 con una pena negra, después de haber pasado todo el día con las Lyon y con las Salas Hurtado, que se vinieron a despedir. La recogida fue a las 6 P.M., y yo creo que del llanto de nuestros ojos se hubiera podido formar un mar tan grande como el de Algarrobo. Tú supondrás cómo lloraríamos. Lo dejo a tu vivísima imaginación. Pero como el mismo día que llegamos se vino mi papacito, conseguimos que nos dieran permiso para salir ayer, 13, desde las 6 de la tarde hasta hoy a las 4 P.M., y aprovecho un momento para escribirte, pues después en el colegio me leen las cartas.
El viaje resultó divertidísimo, porque nos vinimos con la Victorita, ya que ella efectuó el viaje con misiá Irene y con misiá Raquel, que traía a su cargo a los niños. Te aseguro que gozamos, pues embromamos desde que salimos de San Antonio, y también nos acordamos de Uds., pero nada más que para «pelarlas», pues ‑ como ya te lo he dicho- eres un plomo. La Rebeca Echazarreta fue a la estación, y preguntó por ustedes. La Berta la divisamos en el tren que venía de Santiago, pues vino por el día. Las Lyon se van el lunes a Pirque; las Valdés, creo que a San Bernardo y la Lucra se va a Cunaco, donde la Elisita Valdés. Dile a la María que le escriba, que no sea ingrata y lo mismo a la Elena.
 Ya ha llegado el terrible instante de la partida. ¡Qué terrible! Siento escalofríos. ¿Ves cómo tirito? No salimos hasta abril. Escríbeme, por favor, bien luego y me diriges la carta aquí a la casa, para que así mi mamá me la entregue en el salón.
 Mucho me alegré de que tengan tenis, ya que así formarán grandes partidas. A nosotras nos van a tener en el colegio, pero creo no resultará muy buena.
 Por el diario supe que Carmencita ha salido en Viña. Dale muchos saludos de mi parte, si la ves.
 No quisiera despedirme, pero la caridad me obliga a ello, pues para lata ya es bastante. Con saludos para tu papá y mamá de parte de los míos, y cariños para María y Elena, se despide tu amiga con un beso y abrazo y un fuerte pellizco para que no la olvides.
Juana
Dispensa la letra, pues estoy apurada. Adiós. No la muestres.
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27. Al P. José Blanch, C.M.F.
Santiago, 2 de abril de 1918
Reverendo Padre:
Creo no habrá recibido mi carta anterior, por lo cual temía escribirle, creyendo pudiera desagradarle, porque no he recibido contestación alguna. Pero mi mamá me dice que le escriba, pues le Parece que no le disgustará.
Veo que Dios quiere probarme, porque a cada instante me envía sufrimientos. Mas todos se los ofrezco, ya que comprendo que por ellos me he de asemejar a Jesús crucificado y he aquí mi único ideal.
Quiere de mí, Rdo. Padre, un abandono total en sus divinas manos, y se ha constituido El mismo mi director; pues creo que sólo El me satisfará después de ser Ud., Rdo. Padre, el guía que me dirigía hacia Jesús. Yo pienso verdaderamente con quién me voy a confesar…, pues a mí me cuesta tanto tener confianza, y además eso de tener que darse a conocer a otro confesor me desanima. Tengo deseos de no elegir a nadie de director, sino a Jesús, pues si El se lo ha llevado a Ud., Rdo. Padre, es porque quiere ser El mismo mi Maestro. Además me manifiesta su voluntad de una manera tan directa, que no puedo dudar sean esos sus designios.
Ahora me pide la renuncia completa de mi voluntad, pues me dice que, si quiero ser crucificada a su semejanza, es necesario despreciarse por completo y vivir en cada instante cumpliendo perfectamente su divina voluntad, aunque ella me traiga sacrificio e inmolación.
He sufrido tanta sequedad [y] abandono, que ya no es posible describirlo. Sobre todo una vez pasé como una hora y media en una angustia tan terrible, que me dije: «Si esto continúa, no voy a poder hacer nada». Pues sentía una soledad, un abandono total, y al mismo tiempo yo veía que no tenía a quién comunicárselo. Y esto me hacía sufrir. Supliqué a N. Señor me sacara de esa angustia, y entonces El dejó oír su voz, e inmediatamente, con su palabra, la tempestad se apaciguó; aunque quedé siempre en sequedad. Pero esto no me extraña, Rdo. Padre, pues yo he sido la que he pedido a Cristo me prive de todo consuelo, para que otras almas que quiero encuentren en los sacramentos y en la oración paz y gozo.
El voto de castidad se cumplió ayer. Yo no me atreví a renovarlo, esperando pedir permiso.
En cuanto a las mortificaciones, no he hecho casi ninguna porque no tenía permiso. Sólo mortifico la voluntad. Además, me pongo en posturas incómodas cuando no soy vista. Y el Viernes Santo me puse, desde la una hasta las tres, piedras en los zapatos, lo que me incomodó bastante. Pero creo no lo podré hacer, pues casi no puedo andar y me lo pueden notar.
También el Jueves y el Viernes Santo no bebí agua; ni comí dulces en toda la semana. Pero ahora le pido permiso para hacer algo más, pues creo conveniente, cuando estoy con desaliento [y] tedio, hacer alguna mortificación, como vgr., ponerme cilicios, que voy a comprar, y privarme un poco de la comida. Mas todo quiero someterlo a su voluntad, pues sé que ésa es la de Dios.
Siempre me pongo en la presencia de Dios, pero hay días en que me olvido. Todos los días hago meditación, y en este tiempo de la Cuaresma, ha versado ella sobre la Pasión, y he podido penetrar más en los sufrimientos de Cristo. Suelo tomar el Evangelio para ello, lo que antes no podía porque no me resultaba.
Cada día que pasa se aumentan mis deseos de ser carmelita. Me escribió la Madre Superiora una carta llena de santos consejos, donde pinta admirablemente la vida de la carmelita, y me dice que entretanto procure sólo vivir en Dios, por Dios y para Dios;
pero la realización de mis deseos la veo cada día más difícil. Ya principio a sentir la oposición de mi familia, pues desean que salga del colegio para sacarme a las fiestas; esas fiestas mundanas que son lazos para perder las almas. ¡Ah! Ruegue, Rdo. Padre, por mí, para que salga victoriosa de la lucha y de la tempestad que se inicia. Que pueda pronto llegar al puerto del Carmelo donde espero encontrar el cielo en la tierra, es decir, el cielo en el sufrimiento y en el amor. A veces siento deseos de morir antes que sucedan estas cosas; pero digo con Nuestro Señor que se haga la voluntad de Dios y no la mía. Es además cobardía no querer el combate. Entonces pido a Cristo me dé las armas para vencer. También N. Señor me dice que me abandone a El. Ya que siempre me ha auxiliado y me ha hecho vencer, ¿por qué desconfiar ahora?
Mi salud es mejor. Sin embargo, con franqueza le diré que siento muchas veces debilidad que no sé a qué atribuirla. Sin embargo, estoy mejor en el colegio y puedo estudiar, gracias a Dios. Tomo tónico, lo que espero me acabará de fortalecer para poderme ir este año al Carmen. Rece, Rdo. Padre, por eso. Se lo suplico.
No pierdo las esperanzas que lo han de traer de nuevo a Santiago. Por eso no puedo resolverme a confesarme con otro Padre. Creo que N. Señor quiere probarme. Que se haga su santa voluntad. Le ruego, si le es posible, me conteste. Haga una obra de caridad. Y le doy permiso para que me hable de todo esto de conciencia, y de todo lo que juzgue conveniente para mi alma.
Gracias, Rdo. Padre, por todo el bien que me ha proporcionado. N. Señor se encargará de pagar lo que mi pobre alma no puede pagar sino con humildes oraciones, que bien poco valen, como Ud. sabe. Jesús las oirá para pagar su caridad. Y Ud., Rdo. Padre, ruegue por mí en el santo sacrificio de la Misa. Ofrézcame a Jesús como víctima de reparación y amor por manos de la Sma. Virgen. Así no me despreciará.
Su humilde y S.S. en Jesús
 Juana, H. de M.
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28. A su padre
Lunes 3 de junio de 1918
Querido papacito:
Antes de irnos al colegio, hemos querido enviarle nuestros cariños, y expresarle lo mucho que hemos rezado por su pronta mejoría. Todas las noches, antes de dormirnos, le rezamos a la S. Virgen para que lo proteja, ya que está tan lejos de nosotros.
Cuánto deseamos, papacito, estar afuera para poder acompañarlo en el campo y cuidarlo y regalonearlo a nuestro gusto.
Adiós. Ya nos vamos a ir. Lo esperamos el jueves, pues esperamos salir para verlo.
Lo abrazan y besan mil veces sus hijas que más lo quieren
Juana y Rebeca
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29. Al P. José Blanch, C.M.F.
Santiago, 18 de junio de 1918
Reverendo Padre:
Aunque eran grandes los deseos que tenía de escribirle, me había sido imposible hacerlo por falta de tiempo. Ahora que salí por el matrimonio de la Lucía, aprovecho para hacerlo, pues es mucha la necesidad que tengo de sus consejos.
Parece que N. Señor ha querido probarme durante el transcurso de este año, pues he sufrido bastante, sin tener a quién recurrir. He tenido muchas dudas respecto a mi vocación de carmelita. Dudas también respecto a la fe; de tal manera, Rdo. Padre, que a veces me preguntaba si existía Dios, pues me sentía completamente abandonada de El. Miraba mi crucifijo y todo me parecía una quimera. Lloraba e imploraba auxilio de la Virgen, y Ella tampoco me socorría. Hasta que N. Señor se compadeció y dejó oír su voz interiormente, e inmediatamente cesó todo y quedé inundada de paz.
Mi estado habitual es de una sequedad espantosa. Muchas veces en la comunión paso distraída. No siento el menor fervor sensible. Sin embargo, aunque no siento ese atractivo, no he dejado de comulgar. El año pasado me porté perfectamente en el colegio. Mas este año me ha sido imposible, aunque todos los días hago resoluciones de portarme bien. Además, vivía en la presencia de Dios. Es cierto que invoco a N Señor antes de algunos ejercicios; pero vivo tan poco recogida dentro de mi alma que, en la noche, me pregunto dónde ha estado mi espíritu todo el día, y no sé contestarme.
Respecto a las mortificaciones, siempre sigo sus consejos y he tomado la resolución de negarme en todo. En cuanto al cilicio, todavía no lo tengo en mi poder, porque resulta que la niña que me lo va a dar, no la he podido ver.
De salud, gracias a Dios, estoy mejor, porque el doctor conoció lo que tenía y me recetó remedios que me han hecho mucho bien. Eso sí, necesito tanto abrigo, que me da no sé qué abrigarme tanto, pero lo hago, pues lo necesito.
Oración como hacía el año pasado no he hecho, porque me aconsejaron que hiciera sólo los diez minutos que hacen las monjas. Pero hoy mi mamá me ha dicho que haga la meditación en la Misa, pero no sé en qué libro la haré. Por favor, Rvdo. Padre, hábleme sobre esto.
Las dudas que tengo respecto a las carmelitas es por mi poca salud y, además, porque estoy segura que mi papá se opondrá a ello. Cuando dudo, N. Señor me habla que esa es mi verdadera vocación. Entonces me someto a su voluntad.
Me falta un mes para salirme del colegio. Quiero ahora prepararme para resistir a los halagos del mundo. Le aseguro, Rdo. Padre, que tiemblo, pues me siento tan débil de carácter. En fin, me pongo en los brazos de la Sma. Virgen y le pido todos los días que, si he de ser infiel a N. Señor, me lleve antes de salir del colegio.
Ya me voy a ir al colegio. Así es que concluyo pidiéndole, Rdo. Padre, se acuerde de esta pobre alma en sus oraciones, para que, despegada de todo afecto terreno, viva unida a Jesús, encontrando en El la dicha única y verdadera.
 Déme permiso para renovar el voto que concluyó el día del Sdo. Corazón; pero lo renové hasta mi salida del colegio, pues no pude escribirle para solicitar su permiso, que creo no me lo negará.
Todas las semanas, Rvdo. Padre, ofrezco la misa y comunión por su santificación, para agradecerle cuanto le debo. Acuérdese de esta futura carmelita en el sacrificio de la misa y ofrézcala a N. Señor como víctima de amor y expiación.
Su a. S.S. en Jesús
Juana, H. de M.
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30. A la Madre Angélica Teresa
Santiago, 25 de junio 1918
Rda. Madre Sor Angélica del Smo. S.
Reverenda Madre:
Cuánto le agradecí su cariñosa carta, lo mismo que la estampa que me envió en ella. No se extrañe, Rda. Madre, si no escribo seguido, pues, como estoy en el colegio, me es imposible hacerlo; y en las salidas, no siempre me encuentro a solas para poderlo hacer. A pesar de esto, créame que vivo muy unida a ese Carmen tan querido. Además, con N. Señor hablamos mucho de todas las Madres y le pido las santifique cada vez más. Ese día de la toma de hábito, ofrecí la Misa y comunión por Sor Isabel de la Trinidad, y lo mismo los días anteriores. ¡Cuánto la envidiaba!
Me falta un mes para salirme del colegio; pues, como se casó mi hermana mayor, me van a sacar. Yo, por un lado, tengo ganas, pues así me podré ir más pronto a ese conventito para ser toda de El. ¿Cuándo, Rda. Madre, llegará ese día venturoso en que ya nada me separará de El? Por otro, lado tengo pena de salirme, pues quiero a las Madres y me encanta el estudio; y también que saliéndome del colegio, me sacarán a sociedad. ¡Ay!, Rda. Madre, rece mucho para que no tenga que salir a baile ni a ninguna fiesta mundana. Por este año no saldré a baile, pero creo que para el otro sí. Yo voy a hacer cuanto de mi parte esté por ser carmelita sin haber conocido esas fiestas. Mientras tanto, me preparo para la lucha que tendré que sostener. Le aseguro que, a veces, tiemblo -mire que soy cobarde-, pero después digo a Jesús y a mi Madre que confío en Ellos; pues si me han librado de tantos peligros hasta ahora, ¿me abandonarán en el momento más terrible? No; me han amado y me han protegido como [a] niña mimada toda mi vida.
Lo que trato por ahora es de adquirir ese espíritu de recogimiento que me haga vivir con Jesús abstraída de cuanto pasa a mi alrededor. Mi alma ha de ser una fortaleza. En ella he de encontrar a mi Divino Huésped, y allí estaré con El sola… porque allí nadie podrá habitar.
Pienso hacer un reglamento mientras viva en el mundo: me levantaré temprano para tener una hora de oración. Madre, esa hora para mí es a veces un cielo; pero otras veces hay tantas tinieblas en mi alma que no descubro en ella a mi Jesús. Todo este año, con excepción de algunos días, mi oración y comunión han sido así; tanto que, a veces, no quería ir a comulgar, porque me decía: ¿qué le va a gustar a Jesús estar en un corazón tan insensible como una piedra? Sin embargo, el amor no sensible -aquel que reside en lo más íntimo del alma- me hacía levantarme para recibir a mi Jesús. Sí, Rda. Madre, este año ha sido un año de prueba; pero yo quiero sufrir esas sequedades para que otras almas sientan el atractivo por la comunión y la oración. En esos momentos de dudas y de tinieblas me preguntaba: ¿qué harás cuando seas carmelita, la cual no tiene otra ocupación que la oración? Pero entonces Dios será mi fortaleza y lo mismo que me ayuda a sufrir ahora, me ayudará después. ¿No es verdad Rda. Madre? Además todo lo merezco, pues soy tan ingrata para con N. Señor; y las almas ¿no valen mucho más? ¿Qué es esto en comparación de lo que sufrió Cristo por ellas?
Como Ud. ve, Rda. Madre, sé que al Carmen no voy a ser regalada por N. Señor, sino que voy a sufrir por El. No crea tampoco que he sido muy fiel en estos momentos de pruebas. No me podía portar perfectamente en el colegio. Todos los días tomaba resoluciones que no cumplía y, a fuerza de rogar el auxilio divino, ahora me porto mejor. Rece para que este último mes de colegiala sea una santa, para dejar un buen recuerdo, tanto a las Madres como a las niñas.
Le contaré un gran secreto. Le aseguro, Rda. Madre, que siento una confianza tan grande para con Ud. y es porque encuentro en su corazón de madre esa ternura de N. Señor para con mi pobre alma. Basta de preámbulos. El secreto es que hace ya tres años hice voto de virginidad, pero es por varios meses; pues no me dejan hacerlo por toda mi vida; pero lo renuevo todas las veces que concluye el plazo. ¿Qué le parece? ¡Qué bueno es N. Señor de amar así a una pobre pecadora! Rda. Madre, soy muy mala. No sé cómo ese Jesús se fijó en mí y yo, a pesar de eso, no le amo como le debía amar.
El otro día, viendo el Santísimo manifiesto, me preguntaba por qué no nos volvemos locas de amor por El. ¡Ay, Madre, deseo tanto ser toda de El, entregarme enteramente! ¿Cuándo seré carmelita para [no] vivir sino en El, y por El y para El? Ruegue por mí, le suplico. Yo me acuerdo siempre de Ud., Rda. Madre, y de todas mis Hermanitas. Las quiero tanto… Y aunque poco valen mis oraciones, pido a N. Señor las haga unas santas.
No se puede quejar [de] que su hijita no le habla de corazón a corazón; y aunque no le escribo seguido, siempre vivo muy unida a ese Carmen querido. Rece para que me una más a N. Señor, pues así viviré más cerca aún de Uds.
Reciba, Rda. Madre, mis más respetuosos saludos, lo mismo de mi mamá, que le pide no la olvide en sus oraciones; y yo le pido le diga a N. Señor me inflame en su Divino Amor
Juana en Jesús Crucificado, H. de M.
P.D.–La Graciela y la Clara siempre la recuerdan.
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31. A Elena Salas González
Querida Elena:
Todavía estoy gozando con nuestra conversación. Verdaderamente comprendo cuánto vale una buena amiga. Sentía verdaderamente la necesidad de expansionarme con alguien que me comprendiera y que sintiera lo mismo que yo siento. ¡Cuánto bien me has hecho! Te lo agradezco de todo corazón.
He hablado con la que lleva esta libreta. ¡Pobrecita! Te aseguro que me parte el alma [ver] cómo sufre. Y soy yo todavía la causa de sus sufrimientos. La idea de separación la preocupa demasiado, pues, como tú sabes, ella lo sabe todo.
Elena, no te puedes imaginar lo que siento en este instante. La Rebeca me ha pedido que, por favor, te cuente todo a ti, para poder hablar sobre sus proyectos para el otro año, los cuales están ligados a mi pobre personilla. En fin, como esta separación es su constante preocupación, quiere tener una confidente que sepa lo mío. Y ese ángel de consuelo vas a ser tú. Ella ni sospecha que yo te lo he dicho a ti. Háblale de mí; pero yo no le diré ni una palabra de todo lo tuyo, ni tú tampoco si quieres no le digas nada. Lo único que te pido es que la consueles, la alientes. Ve ya demasiado cerca la separación definitiva; pues pienso realizarla en mayo. Pero no digas a nadie, por favor. Ella lo sabe y duda si salirse del colegio o no. ¿Qué te parece?
En este instante te aseguro que siento más grande que nunca su cariño. Cuando se deja lo que se quiere, parece que se siente el corazón más apegado. Pero en fin, mi ideal es grande y lo voy de todas maneras a cumplir. Pide a Dios por mí, para que salga triunfante en la lucha. Así es la vida. Es una continua tempestad que nos pone a cada instante en peligro de zozobrar… Cuánto cuesta arribar al puerto…
Ten cuidado con esta libreta. Escribe, si quieres, en ella tus impresiones. Yo escribiré las mías en otra y después nos cambiaremos y escribiremos en las libretas cambiadas algunas impresiones sobre lo leído. ¿Qué te parece?
No la muestres a nadie, por favor, ni te rías por esta carta tan elevada; pero cuando se tiene pena, se necesita hablar así. Te abraza tu
Juanita
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32. Al P. José Blanch, C.M.F.
Santiago, 15 de julio de 1918
Reverendo Padre:
He salido del colegio y aprovecho para escribirle unas cuantas líneas, para pedirle me aconseje qué debo hacer en el retiro, pues lo voy a hacer antes de salirme del colegio. También le ruego me dé permiso para hacer algunas mortificaciones, sobre todo después que salga del colegio.
¿Cree Ud., Rdo. Padre, que me conviene hacer confesión general de un año? Además, dígame cuáles cree Ud. [son] las resoluciones que debo tomar.
Rece mucho por mí, que soy tan infiel a N. Señor. Pienso mandarle el reglamento que haré en el retiro para seguir en la casa.
¿Cuál debe ser mi preparación para el retiro? También le ruego me hable de la oración: cómo la debo hacer. Encomiéndeme a la Virgen. Ofrézcame en la Santa Misa como víctima de amor.
Su atenta y s. servidora en Cristo
Juana, H. de M.
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33. A Carmen de Castro Ortúzar
Santiago, 16 de julio de 1918
Señorita Carmen De Castro
Mi querida Carmen:
Imposible me fuera dejar pasar el día de hoy sin enviarte mis más cariñosas felicitaciones, sintiendo no poder dártelas personalmente. Hoy la comunión y la Misa han sido por ti, para que Dios oiga todas sus intenciones.
Nosotras estamos de fiesta. Tendremos una sesión patriótica muy bonita. Por favor, ven a verme el domingo. Puedes hablar con mi mamá por teléfono para venir a la misma hora.
Tengo mucha pena, pues ya me faltan tan pocos días de colegio, los cuales se pasarán rápidamente con el estudio de los repasos y exámenes. Después de la salida entramos a retiro, el último en el colegio, ¡qué pena!
No tengo más tiempo. Saluda respetuosamente a tu mamá y hermanas, especialmente a la Inés, y tú, mi querida Carmenchita, recibe el más apretado y cariñoso abrazo y beso de tu
Juana, H. de M.
No la muestres, rómpela por favor.
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34 Al P. José Blanch, C.M.F.
Santiago, 21 de julio de 1918
Reverendo Padre:
No se figura cuánto bien me ha hecho su carta. Ella llenó de paz mi alma, disipando las dudas acerca de mi vocación. Sí, yo creo que mi vocación es para carmelita y sólo pienso en adquirir el espíritu de Santa Teresa. Me pregunta si no querré sufrir por N. Señor toda clase de sufrimientos. Créame, Rdo. Padre, que no sólo quiero, sino que deseo. Casualmente ahora estoy sufriendo mucho, pues ayer trataron de sacarme una muela y el dentista trabajó tres cuartos de hora y no pudo. Aunque me puso inyecciones, sentí el dolor más horrible. Pero lo ofrecí a N. Señor por los pecadores y sacerdotes. Sin embargo, un rato llegué casi a perder la cabeza del dolor. Me vine a casa y, aunque sufro mucho, lo oculto. Y tendré que ir mañana a sacármela. Me estremezco sólo de pensarlo, y aunque quieren ponerme cloroformo, yo no quiero; pues prefiero sufrir. Rece para que N. Señor me ayude.
El otro día recibí un señalado favor de N, Señor. No sé por qué dudé que Cristo era el que me hablaba dentro de mi alma. Entonces le dije: «Si Tú, Señor, eres el que me hablas haz que tal Madre me pregunte: ‘¿Ama Ud. a Cristo?'» Rdo. Padre, cuál no sería mi emoción cuando oigo a la Madre a quien yo le dije: «Hágame una pregunta cualquiera», que me dice: «¿Ama Ud. a Cristo?» Me fui a un cuarto sola y lloré de agradecimiento a N. Señor.
Por favor, le ruego, me deje hacer…
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35. A su padre
Santiago, 13 de agosto de 1918
Mi querido papacito:
Ayer salí para siempre del colegio. Al mismo tiempo que sentía pena de dejar a la Rebeca, pues jamás nos hemos separado, de dejar a las monjas, que eran tan cariñosas conmigo, y a mis amigas, con las cuales pasábamos tan unidas, no podía menos de estar contenta al pensar que volvería a la vida de familia, y [a] estar en medio de los míos, a quienes tanto quiero.
Desde ahora, papacito, empieza para mí una nueva vida. Así es que yo quiero que Ud. cuente para todo conmigo. No tengo otro deseo que darle gusto en todo, acompañarlo y consolarlo, pues sé que, en la vida de trabajo que Ud. lleva por nosotros, encuentra muy a menudo sufrimientos que, aunque trate de ocultarlos por el mismo cariño que nos tiene, es imposible no comprenderlo.
La Lucía se casó y, aunque vive en casa ahora, no pertenece sino a Chiro. Créame, papacito, que aunque yo no valgo ni la mitad de ella, trataré por todos los medios posibles de reemplazarla, no sólo cerca de Ud. con mi cariño, sino también cerca de mi mamá y hermanos, ayudándoles en cuanto pueda y sacrificándome, si es preciso, por darles el menor gusto.
Pienso correr con la casa, tratando de hacerlo lo mejor posible; ya que considero que es ese el papel de la mujer, y que no hay nada más bonito como ver una joven preocupada en las cosas del hogar, trabajadora, no teniendo otro pensamiento que el agradar a cuantos la rodean. Y aprendiendo ahora estas cosas, si Dios quiere que más tarde yo tenga un hogar, sabré cumplir con mis deberes.
Me preparo para trabajar mucho en las misiones. Tenemos muchos planes combinados con la Rebeca para entonces. Principio a estudiar el piano, para poder tocar algunas piezas bonitas y atraer a la gente con algunos cantos aprendidos en el colegio…
Cuente pues, papacito, conmigo. Ahora ya soy grande. Considéreme como hija a quien puede confiarle sus penas, sabiendo que ella no lo dirá a nadie. Créame que me haría feliz si esto lo consiguiera.
Reciba saludos y cariños de mi mamá y hermanos, y Ud., mi papacito querido, todo el cariño y agradecimiento de su hija en un beso y abrazo apretado. Su hija
Juana
Todas las noches le rezo a la Virgen por Ud.
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36. A la Madre Angélica Teresa
J.M.J.T.
Santiago, 7 de septiembre de 1918
Rda. Madre Sor Angélica del Smo. S.
Reverenda Madre:
Mucho tiempo hace que estaba por escribirle; pero las muchas ocupaciones me habían impedido hacerlo; pero creo que, si me dejara llevar por mis deseos, le escribiría todos los días.
Hace tres semanas me salí del colegio con una gran pena, pues estaba feliz en el colegio. Y aunque mi papá quería que me saliera, sin embargo, hubiera podido conseguir [quedarme], si no existieran en mí otros deseos y otros ideales. Estos son ser lo más pronto posible carmelita. Quiero pasar este medio año en el mundo y solicitar el permiso de mi papá (pues mi mamá ya me lo ha dado) en las vacaciones, para irme al principio del otro año.
Rda. Madre, ahora a Ud. le voy a suplicar que me admita en ese palomarcito. Yo sé que soy muy indigna, mi querida Madre, de este favor tan grande; pero créame que trabajaré toda mi vida por ser una gran santa. Santa Teresa dice que no es orgullo tener grandes deseos; antes al contrario, que esto levanta el alma a cosas más elevadas. Yo sé que soy muy imperfecta; pero espero con el auxilio de N. Señor y de la Sma. Virgen llevar con honor el hábito de carmelita. Entre tanto me preparo para ello lo mejor que puedo. Así es que le pido, por favor, me diga si hay un huequito, y también que me diga cuál es la dote y las cosas que se necesitan para poder ingresar, pues quiero saber de fijo todo esto para pedir permiso.
Rece mucho, por favor, para que podamos ir en octubre con mi mamá a Los Andes, para poder irla a ver; pues no conozco ningún Carmen, ni he visto nunca ninguna carmelita y, como Ud. comprenderá, tengo ansias verdaderas de conocer, sobre todo ese conventito al cual siempre estoy muy unida en mi corazón.
N. Señor me está librando de salir a las fiestas. No sé cómo agradecérselo. Además, el mismo día que salí del colegio, me dio una amiga que piensa exactamente como yo y tiene las mismas aspiraciones, aunque creo que no estaremos nuestra vida juntas, pues ella pertenecerá al Carmen de Valparaíso. No me importa, pues estaremos ambas con N. Señor y, por lo tanto, siempre muy unidas.
Tengo mi reglamento que trato de seguirlo lo mejor que puedo. Todos los días tengo tres cuartos de hora de oración tiempo el más feliz del día, pues en él estoy con El. Como lectura espiritual, me aconsejó el Padre con que me confieso leyera el «Camino de Perfección» de Santa Teresa. También tengo para leer el «Padre Nuestro» explicado por Santa Teresa.
Me mantengo lo más posible unida con N. Señor dentro de la casita de mi alma; así es que ésa es mi celdita entre tanto. Tanto cuando voy en la calle como en el biógrafo o paseos, le digo a N. Señor: «Jesús mío, aquí quizás nadie pensará en Ti; pero aquí tienes un corazón que te pertenece enteramente. Te adoro, te amo. Haz que sea siempre tuya». De esa manera estoy recogida y ajena a lo del mundo y, con esa amiga que le decía, nos comprometemos cada vez que tenemos que salir, a rezar para permanecer unidas a N. Señor en la celda de nuestra alma.
Nada le he hablado del retiro, que pasó para mí como un relámpago de felicidad. Lo dio un Padre Jesuita. Diciéndole con franqueza, no me gustó mucho el método que siguió. Sin embargo, ofrecí ese sacrificio a N. Señor, para sacar mayor fruto del último retiro en el colegio. Yo creo sería por el estado de mi alma, pues tenía muchas luchas interiores. Además estaba insensible. Nada me conmovía. Mas, a pesar de esto, lo hice muy recogida, guardando tanto el silencio como la vista. En esos días pude apreciar mejor la excelencia de mi vocación de carmelita, pues como era la reglamentaria, tenía que salir antes de la capilla, para ir a tocar la campana para los tiempos libres. Entonces me iba a una capillita de la Virgen donde estaba el Santísimo, y allí me llevaba a sus pies tan feliz, tan olvidada de todo lo del mundo, que me parecía estar ya en el Carmen. Pero, a veces, esos instantes eran turbados por las dudas, pues de repente creía que debía ser religiosa del Sdo. Corazón. Esa vida tan abnegada me atraía, pero apenas lo pensaba, cuando una inquietud y desasosiego me turbaba de tal manera que le rogaba a N. Señor me iluminara, y desde el fondo del tabernáculo me decía: «Quiero que seas carmelita». Y volvía de nuevo la paz a mi alma. Luego no puedo dudar sea ésa la voluntad de Dios.
Hábleme, por favor, de [la] humildad, pues la necesito mucho. Porque yo, cuando pienso lo que soy delante de Dios y respecto a las demás criaturas, me considero que soy una nada criminal. Pero después, que me digan algo que me humille; inmediatamente contesto movida por el amor propio. Es verdad que, a veces, yo busco las humillaciones; pero esto me cuesta mucho y a veces no lo consigo. También le ruego me hable del sacrificio de la vida de la carmelita, porque es esto lo que más me atrae.
 Entré en una asociación que se llama «La Reparación Sacerdotal», en la que se reza por los sacerdotes que tanto necesitan. Esta es una devoción carmelitana, pues la carmelita se sacrifica por los sacerdotes; y esto fue lo que me movió a ingresar a ella.
Salude respetuosamente a la Madre Sub‑Priora y a toda la comunidad, que la quiero mucho ya en N. Señor; y dígales que recen por mí para que viva en el mundo como Isabel de la Trinidad.
Reciba saludos de mi mamá; y Ud., Rda. Madre, reciba, junto con mis pobres oraciones, el cariño respetuoso de su hija que se encomienda a sus oraciones.
Juana Fernández
Mucho le agradecí lo que me mandó con la Graciela.
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37. A la Madre Angélica Teresa
J.M.J.T.
Santiago, 18 de septiembre de 1918
Rda. Madre Sor Angélica Teresa del Smo. S.
Reverenda Madre:
Grandes han sido mis deseos de escribirle, apenas recibí su cariñosa carta, que agradecí tanto, lo mismo que las oraciones y el retrato de Sor Isabel de la Trinidad; pero, como Ud. sabe, Rda. Madre, no he tenido tiempo, pues es éste siempre mi pecado.
No se figura cuánto bien me proporciona con sus cartas y la alegría con que las recibo, sobre todo esta última en la que me dice hay «hueco» en ese palomarcito tan querido para una pobre y miserable. ¡Cuántas gracias le di a mi Señor desde el fondo de mi alma cuando leía esas líneas que me traían la más feliz noticia! Créame que me siento desterrada aquí en el mundo, en medio de tantos peligros, y tengo ansias de verme ya en ese conventito, prisionera para siempre de N. Señor, [y de] no tener otro pensamiento, otro deseo ni ocupación que no se dirija a El. Sin embargo, soy tan indigna de esta gracia que me confundo. Mas aunque sea el último lugar, Rda. Madre, y aunque tenga que servir a todas mis Hermanas, lo prefiero a vivir con las comodidades del mundo, pues creo que allí he de encontrar la felicidad más cumplida de esta vida.
No sé cómo agradecerle a N. Señor todas las gracias que cada día me concede. Me libra de los paseos y de las fiestas milagrosamente. Le voy a referir lo curioso que me pasó el otro día en el teatro. Fuimos con mi mama a la opera. Yo era la primera vez que iba. Después de hacer oración para estar recogida, le pedí la bendición a la Sma. Virgen pidiéndole guardara mi alma de todo pecado. Resultó que la ópera tenía un baile que, como siempre, suelen ser inmodestos. Yo me mantuve todo el tiempo con la vista baja y rezando, y me decía entre mí la lástima de no haber llevado el rosario. Cómo sería mi espanto, cuando salgo a pasearme con mi hermano y una amiga, cuando éste dice que se acaba de encontrar un rosarito. Lo pasa para que lo veamos, y entonces me hice la desentendida y me quedé con él. Así es, Rvda. Madre, cómo me protege esta Madre cariñosa. ¡Cómo no quererla con toda el alma! Estando protegida por Ella, ¿qué podré temer?
 Y me pregunto, ¿por qué el Señor me protege y me guarda para Sí cuando soy tan miserable? Y en El mismo encuentro la respuesta: tiene un Corazón de Dios, lleno, por lo tanto, de amor infinito y este fuego de amor abrasa cuanto encuentra a su paso con tal que nos dejemos consumir. Rda. Madre, pida a ese Corazón Divino de Jesús que me abrase en las llamas de su amor, y que allí consuma todas mis miserias e imperfecciones para serle cada día más fiel y para llegar a la total unión.
La amiga que Ud. cree, Rda. Madre, es Elisa Valdés Ossa, que me dice la recomiende a sus oraciones. Verdaderamente necesita mucho la pobrecita de oraciones, pues se encuentra en una atmósfera sumamente hostil a sus inclinaciones. La hacen salir mucho; por lo que tiene muy poco tiempo para sus ejercicios de piedad. Las dos nos ayudamos para amar y servir lo mejor posible a N. Señor. Y nuestras conversaciones son siempre o para estimularnos en el camino de la perfección o para hablar de ese Carmen en el cual deseamos vernos las dos. Ojalá llegue pronto ese día en que pueda decir: ¡Soy carmelita! Rda. Madre, me parece que ese día tarda tanto que no podré alcanzar ese ideal que he alimentado toda mi vida.
 Por favor le pido, guarde el más completo secreto para Elisita, pues cualquiera persona podría decir en su casa y le quitarían la menor libertad. Así es que confío no lo dirá a nadie.
 Si tiene la bondad de contestarme, le ruego me diga lo que le pido en la otra carta. Salude muy cariñosamente a la Madre Sub-Priora y a todas mis queridas hermanitas, rogándoles recen mucho por mí, para que algún día pueda ser tan feliz como son ellas. Y Ud., Rda. Madre, reciba de mi mamá el más afectuoso saludo, y de su pobre hija oraciones y el respetuoso cariño que le profesa
 Juana, H. de M. P.D
Rece por varias intenciones y también para que pueda ir en octubre a conocer ese conventito que, por lo pobre que me han dicho que es, me atrae más. Dispense la letra, etc., porque estoy apurada. 14 de octubre. No había podido mandarla.
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38. A su padre
Santiago, 18 de septiembre de 1918
Señor don Miguel Fernández J.
Mi querido papacito:
Mucho le agradecí su cariñosa carta, la que hubiera deseado contestar inmediatamente, pero con los quehaceres me cuesta mucho escribirle muy seguido.
No se imagina la pena que he tenido con el fracaso de nuestro viaje; pues estaba feliz con la idea de pasar a su lado acompañándolo, ya que pasa tan solo.
Comprendo, querido papacito, que ha de estar desesperado con tanta lluvia que ha venido a frustrarle sus esperanzas de obtener una buena cosecha; pero en fin, papacito, hay que conformarse con la voluntad de Dios, que sabe sacar el bien de donde a nosotros nos parece un mal. Es verdad que es duro para un padre trabajar tanto como Ud. lo hace, y obtener un mísero resultado. Pero no pierda la esperanza, papacito, que Dios es muy justo y nunca deja de recompensar la virtud, y tarde o temprano le da su premio, con tal que en los sufrimientos se someta a su voluntad.
Yo le aseguro que tengo dos mandas para que le vaya bien y no pierdo la esperanza que la Sma. Virgen me oiga. ¿Por qué no le hace Ud. una manda de dar una limosna en Lourdes y de ir a comulgar una mañana allá? ¿Qué le parece? La Virgen siempre accede a cuanto se le pide.
Pasando a otra cosa, le contaré que he ido dos veces al teatro con misiá Julia Freire, que una vez nos mandó el palco, porque ella no podía ir y otra vez fui con ella. Vi «Arda» pero no me gustó tanto como «Lucía de Lamermour», pieza que fue representada por María Barrientos, una de las primeras actrices del mundo. Tiene una voz preciosa. Es verdaderamente un ruiseñor. Me acordaba de Ud., papacito, que le gusta tanto la música y que le encantaba ir al teatro.
Mucho le agradecí las torcazas que mandó esta mañana, pues paso verdaderos apuros en mi nueva ocupación de dueña de casa. Ojalá, si puede, me mande huevos, y lo mismo me han dicho que tiene una buena chuchoca; así es que le agradecería me mandara.
La Lucita está mejor. Chiro va a ir en la Embajada al Brasil. No sabe si pueda ir la Lucita.
Mi mamá y todos mis hermanos lo mandan saludar, y Ud., mi querido papacito, reciba, junto con un abrazo y beso, el inmenso cariño de su hija
 Juana
Véngase luego; de todas maneras tiene que estar el 29 aquí.
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39. A la Madre Angélica Teresa
J M J T.
Santiago, 14 de octubre de 1918
Rda. Madre Sor Angélica Teresa del Smo. S.
Reverenda Madre:
Imposible me sería dejar pasar el día de mañana sin enviarle mis más cariñosos recuerdos a Ud., Rda. Madre, y a esa querida comunidad. Hace días que espero con ansiedad la fiesta de nuestra Santa Madre y mañana pasaré con el corazón muy unido a ese palomarcito. Pídale a nuestra Madre que pronto me admitan entre sus hijas y que me dé el verdadero espíritu de una carmelita.
Al principio de mi salida del colegio creí, Rda. Madre, que tendría un poco más de tiempo libre y le podría escribir con más frecuencia; pero ha resultado lo contrario. Créame que no tengo un instante libre. Ya sea una cosa, ya otra, me ocupan incesantemente. En fin, doy gracias a Dios, porque es señal que me quiere cuando desea que lleve una vida de abnegación. Créame, Rda. Madre, que basta que tenga un deseo, un plan, para que todo salga al revés. A veces me siento desalentada. Quisiera llorar y hacer mi voluntad, pero me digo: ¿este es el papel que debe hacer una carmelita? No; adelante. Es preciso el sacrificio, la renuncia de nuestra propia voluntad para llegar a la unión completa con N. Señor.
Mi resolución de retiro fue sacrificarme por todos. ¡Cuánto cuesta a veces ese sacrificio continuado! Rece mucho, Rda. Madre, para que sea muy fiel a N. Señor. Soy tan indigna y miserable que caigo muchas veces; pero N. Señor, tan misericordioso, me da la mano para levantarme y me auxilia con su gracia en las luchas que sostengo.
No sé si me vaya con mi hermana casada al campo por el mes de noviembre. En caso que sí, no podré comulgar ni un solo día en el mes de María. Además, no sé cómo me arreglaré para hacer mis ejercicios de piedad; pues como está algo delicada de salud, tendré que estar siempre a su lado para cuidarla. En fin, me abandono a la voluntad de Dios. El sabe mejor que yo lo que me conviene.
No sé si le cuento en mi otra carta que ya es casi seguro que me iré con Elisita al campo, para dar las misiones en su fundo. Nos iríamos el 28 de este mes. Me encantaría pasar con ella un tiempo, pues si nos da permiso nuestro confesor, seguiremos en cuanto podamos el reglamento de una carmelita que lo tengo desde las vacaciones anotado. Me lo dio una niña que estuvo en el Carmen y que tuvo que salirse por falta de salud. Rece, por favor, para que lo podamos hacer.
Yo creo será muy difícil podamos ir a Los Andes. Sería demasiado bueno, Rda. Madre, el realizar un viaje a ese conventito, y quiere N. Señor que, cuando vaya, me quede para siempre prisionera en ese cielo. Ojalá sea luego.
Mi mamá me encarga le envíe el más cariñoso recuerdo, y que mañana las tendrá muy presente, y le ruega, Rda. Madre, rece, pero mucho, por una intención muy grande que tiene, la que ha encomendado a la Sma. Virgen, dándole de plazo hasta el 8 de diciembre para que se cumpla. Dice que ojalá se la encomendara a Sor Isabel de la Sma. Trinidad; pues varias de las intenciones que envió para su profesión se han cumplido, lo que hace que le inspiren mucha confianza sus oraciones.
Rece, Rda. Madre, por esta pobre desterrada para que pronto sea una santa carmelita. Dígale al Señor que me haga sufrir mucho para que, por este medio, me haga ligero un poco menos indigna del favor tan grande a que me ha destinado. Pero eso sí, que me dé su gracia para sufrir. Pídale para mí estas tres virtudes: pureza, humildad y caridad. Con ellas me consideraré rica.
Creo que principian a calcular que tengo vocación, pues quieren que salga más. Así es que cada día tengo que disimular más, pues cuando sepan me harán una gran campaña en contra. No diré nada hasta que no tenga el permiso para irme y todo arreglado para el viaje, porque así se libra una de inútiles comentarios. Dígame qué piensa a este respecto. (39
Con saludos cariñosos para todas mis queridas hermanitas, especialmente a la Madre Sub‑Priora, rogándoles no me olviden en sus oraciones, de Ud., Rda. Madre, se despide su hija que reza todos los días por sus intenciones
Juana Fernández, H. de M.
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40. A Elena Salas González
Querida Elena:
¿Qué te parecen mis proyectos? ¿No encuentras que son demasiado ideales para mí que soy tan miserable? Cuando pienso en las grandezas que se encierran en la vocación me confundo y no sé cómo agradecerle a N. Señor el haberse fijado en una criatura tan ruin.
Dime, ¿hay algo más grande sobre la tierra que el Dios eterno, inmutable, el todopoderoso, busque en la tierra un alma para hacerla su esposa; busque un corazón humano para unirlo a su Corazón Divino y hacer en el amor la fusión más completa? Más aún, ¿que Dios baje a la tierra y viva allí en la Eucaristía muriendo de amor por un alma? Imagínate el amor más grande de la tierra, ¿qué es en comparación del de un Dios Infinito?
El amor humano generalmente tiene principio a los 7 años. Desde esta edad se puede concebir en el corazón del hombre la pasión del amor. Pero en Dios ese amor es infinito. El es eterno, y su amor eterno es. El amor humano estriba en la hermosura del cuerpo y en la bondad del corazón. Pues siendo el hombre un compuesto de alma y de cuerpo debe tener su objeto proporcionado. Debe, pues, la mujer reunir la hermosura del cuerpo, para que el marido se complazca en mirarla y también debe tener la belleza moral, pues la hermosura del rostro, sin la última, no vale nada. Mas es tan difícil reunir ambas, que estoy convencida que la pasión que un día llenaba su corazón, después se convierte en cariño y por último en indiferencia.
¿Cómo se puede querer por un instante, cuando se sabe que ese amor un día no será correspondido? Ahora bien, ¿cómo puede enamorarse uno de un ser imperfecto, de un ser que a cada instante se le noten deficiencias de carácter y cualidades y multitud de defectos? ¿Cómo se puede querer a un hombre, cuando Dios nos pone un limite en este amor? Antes que a todos los seres debemos querer y servir al Creador; ya entonces el hombre es segundo término. No, no puedo comprender ese amor; no comprendo cómo pueden enamorarse así.
El amor es la fusión de dos almas en una para perfeccionarse mutuamente. ¿Cómo se podrá unir un alma a otra más perfectamente que lo que Dios se une con la nuestra? El alma unida a Dios se diviniza de tal manera que llega a desear y obrar conforme a Jesucristo. ¿Hay algo más grande en el mundo que Dios? ¿Hay algo más grande que un alma divinizada? ¿No es esta la mayor grandeza a que puede aspirar el hombre? Es verdad que no lo vemos con nuestros ojos del cuerpo. Mas Dios se nos hace visible por la fe. No lo palpamos con nuestras manos, mas lo palpamos en cada de sus obras.
Créeme. Sinceramente te lo digo: yo antes creía imposible poder llegar a enamorarse de un Dios a quien no veía; a quien no podía acariciar. Mas hoy día afirmo con el corazón en la mano que Dios resarce enteramente ese sacrificio. De tal manera siente uno ese amor, esas caricias de N. Señor, que le parece tenerlo a su lado. Tan íntimamente lo siento unido a mí, que no puedo desear más, salvo la visión beatífica en el cielo. Me siento llena de El y en este instante lo estrecho contra mi corazón pidiéndole que te dé a conocer las finezas de su amor. No hay separación entre nosotros. Donde yo vaya, El está conmigo dentro de mi pobre corazón. Es su casita donde yo habito; es mi cielo aquí en la tierra. Vivo con El y, a pesar de estar en los paseos, ambos conversamos sin que nadie nos sorprenda ni pueda interrumpirnos. Si tú lo conocieras lo bastante, lo amarías. Si estuvieras con El una hora en oración, podrías saber lo que es cielo en la tierra.
Ahora te diré por qué he preferido el Carmen a todos los demás conventos de vida activa.
1) Porque allí se vive siempre retirada del mundo y sólo tratando con Dios. Y como el ideal es llegar a la unión con Dios -ya que en esto consiste el cielo: en poseer a Dios-, luego aquello que aquí en la tierra nos lleva más rápidamente a esa posesión, eso será lo más perfecto. Además, siendo yo muy apegada a las criaturas, en cualquier otro convento me apegaría a ellas. Y como esto impide lo otro, luego el Carmen me conviene más.
2) Porque es el convento más austero, en el que se guarda la regla con mucha perfección. Es el más pobre y el más penitente. Y encuentro que, si se es monja, no se debe ser a medias.
3) Porque allí se vive en una oración continua, es decir, en un trato con Dios permanente. Y eso es lo que más me encanta. Si tú supieras por un instante qué es oración, me comprenderías. Créeme que por una hora de oración no sé qué daría. Por otra parte, el fin de la carmelita me entusiasma: rogar por los pecadores, pasar la vida entera sacrificándose, sin ver jamás los frutos de la oración y el sacrificio. Unirse a Dios para que así circule en ella la sangre redentora, y comunicarla a la Iglesia, a sus miembros, para que así se santifiquen. Además, su lema me entusiasma: «sufrir y amar». ¿No fue esto lo que hizo constantemente la Sma. Virgen, el modelo más perfecto de nuestro sexo? ¿No vivió Ella siempre en una continua oración, en el silencio, en el olvido de lo de la tierra? ¿Cómo salva las almas? Por medio de la súplica, de la oración, del sacrificio. Además Jesucristo dio a entender a Magdalena que la vida contemplativa es la mejor parte que pudiera haber escogido. Sí; en el Carmen se principia lo que haremos por una eternidad: amar y cantar las alabanzas del Señor. Y si esta es la ocupación que tendremos en el cielo, ¿no será acaso la más perfecta?
Muchas otras razones te daría, pero esto va muy largo. No creas que quiero convencerte que seas ni carmelita ni monja. Lo único que deseo para ti es que cumplas la voluntad de Dios. Abandónate a ella con sencillez filial y repite siempre esta máxima de santa Teresa, aun en las circunstancias más difíciles: «Dios lo sabe y El me ama».
Pídele a la Sma. Virgen que sea tu guía; que sea la estrella, el faro que luzca en medio de las tinieblas de tu vida. Que te muestre el puerto donde has de desembarcar para llegar a la celestial Jerusalén. La voluntad de Dios es que seamos virtuosas. Tengamos el suficiente carácter para ser verdaderas Hijas de María, tanto en el colegio como en la casa. Lo demostraremos si somos obedientes. Obedecer, tal como obedecía N. Señor Jesucristo en Nazaret, aún a sus inferiores, porque era la voluntad de su Padre. Obedecer sin replicar y sin indagar si tienen razón o no en mandarnos, sometiendo así nuestro juicio al del superior o inferior. Siendo puras como los ángeles. Jamás detenernos en un pensamiento impuro, ni fijar nuestra vista en algo menos decente. Tener mucha modestia en el vestirnos, pensando cómo lo haría la Sma. Virgen. Debemos tratar de ser caritativas. No hablar jamás mal del prójimo. Defenderlo en cuanto podamos, o desviar la conversación a otro asunto sin que lo noten, si no podemos defenderlo.
Manifestarnos siempre cual somos, es decir, sin andar disimulando lo que pensamos (sólo que la prudencia lo estime necesario). Y nuestro pensamiento ha de ser el que corresponde a una Hija de María. Jamás dejarnos vencer por el respeto humano, y recurrir a la Sma. Virgen, si nos vemos vencidos por él. Ser humildes. Tratemos primero de no hablar de nosotras mismas para nada, ni en pro ni en contra, como de una persona que ni siquiera se habla de ella porque se desprecia.
Después, tratar de obedecer aún a los inferiores considerando que todos tienen derecho a mandarnos, porque somos muy miserables. Cuando se nos reprenda, no disculparnos en nada y decir que en adelante trataremos de corregirnos. Lo que ante todo procuraremos es vivir en esa oración continua en que la Virgen vivía. Si Dios a cada instante se nos da con amor infinito, ¿no nos corresponde a nosotros, criaturas miserables, darnos a El con todo nuestro ser, de modo que todas nuestras obras vayan dirigidas a El con toda la intensidad de amor de que somos capaces? Ofrecernos a El con amor para cumplir su adorable voluntad, he ahí el plan de santidad que concibo. Dios es amor, ¿qué busca en las almas sino amor? Antes de cada acción debemos darle una mirada. El está en nuestra alma, ¿con quién podemos estar más unidas? Allí ofrezcámosle hacer aquella acción, no por los pecadores, ni con ningún interés, sino porque le amamos. ¡Cuánto lo agradece El que es la misma bondad! Si nosotras agradecemos el cariño humano, ¿qué será aquél Corazón lleno de ternuras que dijo que quería sólo un poco de amor?
¡Oh, démonos a El! ¿Qué son cincuenta años y aún cien de vida, comparados con la eternidad? Sacrificio aquí en el destierro
gloria sin fin en la patria. Y ¿qué es el sacrificio, qué es la cruz sino cielo cuando en ella está Jesucristo? Dale tu voluntad de tal manera que ya no puedas decir «quiero esto», sino lo que El quiera.
 Adiós. Seamos amigos los tres. En su Corazón nos unimos. En Dios no hay separación. Cuando reces, tenme presente; que yo lo haré por ti. Vivamos en la cruz. La cruz es la abnegación de nuestra voluntad. En la cruz está el cielo, porque allí está Jesús.
Tu hermana que no merece ser nombrada
Hija de Maria
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41. A su hermana Rebeca
Cunaco, 8 de noviembre de 1918
 Mi querida hermanita:
 Moi absent rien n’est changé a nos relations; je suis toujours la vivant avec vous, assistant invisible à tout ce que constitue votre existence.
No serías tan severa para juzgarme, si me oyeras decir a cada instante: ¿qué será de la pobre Rebeca? No sabes, mi pichita, lo que te recuerdo y las ansias que tengo de verte. Tú, que necesitas más que nadie los aires del campo para adquirir nuevas fuerzas, te encuentras encerrada allá en Santiago. Cuánto gozarías andando en auto por espléndidos caminos, magníficamente sombreados y a toda velocidad, y además oyendo los cuentos alemanes de un Padre que los dice con mucha gracia.
 Aquí las misiones tuvieron un espléndido resultado. Jamás había presenciado espectáculo más conmovedor: el de una noche que fue el día de la fiesta de reparación. Fíjate que se pide perdón a gritos, pero al principio los hombres no pedían. Entonces el Padre se dirigió a los niños y estos comenzaron a pedir perdón por sus padres; en seguida las mujeres y por último todo el mundo lloraba, y dos mujeres se desmayaron. Y la Gorda se reía. Te aseguro que fue patético aquello.
 En fin, pasando a otra cosa, te diré que no sé cuando me vaya, porque no tengo con quién irme. Ojalá viniera Lucho a buscarme el lunes, si no le es muy pesado el viaje. Créeme que tengo ansias de verte, de abrazarte y de besarte. Cuando se está lejos, se sienten mejor los sonidos que la distancia arranca al corazón. Uf -¡qué siútico!- pero es el corazón, perrita, el que dicta, y la cabeza no entiende este lenguaje. No sé lo que escribo, pero es para ti sola; así es que no importa ¿no?
Me dices en tu carta que estuviste con la Sarita y Cía. ¿Qué hay de nuevo? ¿Siempre te gusta?
Adiós. Saluda a mi papacito y mamacita, a mis hermanos (sin olvidarte de Chiro que lo considero como tal) a mi mamita, Rosa, a la Gorda Cruz, a la María Susana y Mercedes y Lucha. Y para ti el beso más cariñoso junto con un pellizco donde duele y no hace daño. Saluda a la Carmen de Castro y a la Elena Salas. Que me escriban.
Adiós. Y el eco repite: ¡A Dios! Juana
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42. A su madre
Cunaco, 14 de noviembre de 1918
Señora Lucía Solar de Fernández
Mi querida mamacita:
A pesar del olvido en que me tiene, yo no la olvido un instante; pues, al contrario, paso pensando que ha de tener una gran preocupación, ya que, con haberle escrito tres cartas, no he recibido ni una suya en contestación.
Ayer llegó don Pepe, y me dio noticias suyas, lo mismo que de mi tía Juanita, la cual -me dijo- estaba con la gripe; lo que me ha tenido bastante preocupada. Todas las veces que he pedido comunicación para allá ha estado mala la línea, pues constantemente pasa así.
Hemos pasado tres días solas. Y nosotras dos con la Herminia nos buscamos nuestras entretenciones. Salimos a andar el otro día de a pie y, como teníamos que atravesar el río, nos subimos en un carretón, en el que pasamos el río. Hicimos un paseo para conocer el fundo; pero como era un poco áspero, no anduvimos mucho y nos volvimos a las casas de nuevo, donde se rieron muchísimo de nuestra idea. El otro día salimos con la Gordita en una cabrita (cochecito) y yo manejaba. Fuimos a conocer las casas de don Ismael Valdés, que son preciosas y tienen un lindo parque, aunque es superior el de aquí.
Todas las tardes rezamos el mes de María. La Eli reza el mes y yo el Rosario y toco el harmonio. Fíjese que ayer estábamos cantando un Ave María y la Herminia nos tienta de la risa. En vez de canto, nos salían carcajadas. No pudimos seguir.
Creo que me voy a ir junto con todas, pues no quieren dejarme ir. No se figura lo cariñosos que son, desde don Pepe que todas las noches me besa y da la bendición. Lo mismo misiá Juanita. Pero, sin embargo, echo mucho de menos los besos de mi papacito y los suyos y los cariños de mis hermanos.
Adiós, mi mamachita linda. Salude a cada uno, y Ud. reciba mil besos y abrazos de su
Juana, H. de M., para Ud. y papacito
Fíjese que a toda costa me quieren llevar a Paula para las Misiones, que son el 15 de diciembre; pero ya les he dicho que no.
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43. A su hermana Rebeca
Cunaco. 20 de noviembre de 1918
Señorita Rebeca Fernández
Mi querida Negrita:
Muy poco te duró el entusiasmo por escribirme, pues hace más de una semana que no sé qué es de tu vida. Pero, en fin, te perdono y por esta vez te doy el ejemplo de escribirte primero, considerando que en el colegio hay muy pocos estudios, sobre todo a fines de año.
No te figuras lo que te recuerdo y los muchos deseos que tengo de estar con mi querida hermanita. Creo que me iré el sábado, si Dios no dispone otra cosa. Te aseguro que he pasado regiamente y me quedaría todo el mes, si pudiera tener a todos los míos aquí.
Estoy muy yankee. Con la Herminita salimos a hacer largas excursiones de a pie las dos solas. A veces llegamos embarradas
hasta los tobillos, pues nos lanzamos por cualquiera parte. Nada nos detiene. Vencemos todos los obstáculos; en una palabra, somos muy varoniles. El otro día gocé a caballo. Galopamos con la Gordita desde las dos de la tarde hasta las cuatro y media. Como llovía salimos ambas con grandes mantas, con las que nos veíamos en unas fachas cómicas. ¡Qué reírnos más! Y pensaba entretanto en ti, mi pichita querida, que estarías estudiando o cosiendo apuradísima. Estoy eximia para manejar. El otro día hicimos un paseo al fundo vecino. Salimos como a las 9 y volvimos a las 12. No te imaginas lo que embromo a la Herminia. Pasamos con ataques de risa perennemente.
Ayer pasé un susto colosal. Salimos a andar por los potreros y nuestro punto preferido es un cerro rodeado de mucha vegetación. Después de pasar una gran acequia haciendo puentes de piedras (las cuales hundía la Gordita), llegamos a la orilla donde descansamos un rato. Nos inspiramos con la belleza de la naturaleza, y enseguida nos volvimos. De repente siento un ruido entre el pasto. Miro y veo que he pisado una culebra que estaba con sus culebritas. Grito igual al mío no creo haya salido de la boca de ningún mortal. Yo corría desesperada gritando, hasta que me encontré con don Pepe, que se había asustado muchísimo con los gritos de nosotras, y nos hizo pasar al camino. Me acordé de ti, que seguramente habrías tomado la culebra para enrollártela en el brazo. Puede ser que te lleve, cuando me vaya, lagartijas, pues aquí las pisamos a cada instante. ¿No te gustaría?
Gracias a Dios, hemos tenido constantemente Misa y hemos tenido al Santísimo, y como nosotras con la Eli y Gorda somos las sacristanas, hemos pasado ratitos de cielo al lado de N. Señor. Entonces, siempre te tenía muy cerquita y le pedía muchas cosas buenas para ti. Ahora, desgraciadamente se fueron los Padres; así es que mañana -21- no podremos comulgar, lo que siento en el alma; pero te ruego lo hagas tú por mí todos estos días.
Dile a la Madre Izquierdo lo mucho que la recuerdo; lo mismo a la Madre Du Bose, M. Ríos, M. Alayza y M. Serrano. En una palabra, desde la Reverenda Madre, las recuerdo una por una y les conservo la misma gratitud y cariño, rezando todos los días por sus intenciones.
Cuéntale a la M. Alayza que no se me ha olvidado el latín. Los Padres me embromaban muchísimo con mi latín. Y varias veces me tocó ayudar a dar la comunión teniendo que contestar en latín. Por supuesto que creía poseer por completo la lengua latina y [ser] capaz de traducir no sólo los libros de la clase, sino también todos los textos… ¡Euge, euge!
Todos los días rezamos el Mes de María y cantamos con la Eli. Y el otro día se nos ocurrió inventar un Ave María. Estamos muy ufanas con nuestra improvisación. Cuando dábamos la nota más alta, a la Herminia se le ocurrió taparse los oídos, pues con nuestros vozarrones creyó que se le destapaba el tímpano. Al ver las gesticulaciones de la Gordita, nos principiamos a reír. En vez de notas, nos salían carcajadas, y yo no daba con ninguna nota en el harmonium. ¡Qué apuro más grande para que no nos viera la gente! Por suerte, nosotras nos ponemos en el oratorio, mientras que los inquilinos están debajo de un galpón.
En este corto período de tiempo he conocido nueve Padres. Así es que tú comprenderás lo muy santas que estamos con la Herminia, la cual dice que misiá Juanita ganó a mi mamá, pero muy lejos.
He adquirido fama con mis tentaciones de risa. (Se la gané a la Chopi Salas). No hacemos otra cosa que embromar. Apróntate. En la mesa, nosotras estamos las últimas con Pepe. Era tanto lo que disparateábamos y nos reíamos, que a veces no podía comer. Y lo más trágico era que el Padre que rezaba después de la comida, en la mitad del rezo no podía continuarlo por la risa, pues los contagiábamos.
La Herminia viene a despertarme por la mañana con agua y sillas, mantas y todo lo que encuentra a su paso, y me lo echa todo encima de la cama. Así es que me desquito en el día, y en la noche no la dejo quedarse dormida. Y hay que advertir que le baja el sueño muy temprano.
No tengo más que contarte, excepto un paseo en carretón que hicimos el otro día, el cual lo tomé por asalto para pasar el río.
¿Qué es de la Elena Salas, mellizas, Marta, Goya y Graciela Silva? (De la larguin clienta no me acuerdo). Dales muchos cariños. Las recuerdo muy a menudo y pienso que mientras gozo, ellas, las pobres, estudian; pero de todas maneras las envidio de corazón, pues yo también recuerdo los días felices que pasé en mi colegio.
No te puedes quejar, querida hermanita, de esta tan larga y latosa carta, pero ella te expresará las ansias de conversar contigo y la mucha falta que me haces. Acabo de recibir una carta de Lucho que voy a contestar. Mi mamá me escribió ayer. Me da noticias de todos.
Adiós. Reza por mí. Saluda respetuosamente a todas las Madres, cariños a mis amigas y tú recibe un beso y abrazo tiernísimo de tu hermana
 Juana, H. de M.
Saluda a la H. Lecaros.
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44. A la Madre Angélica Teresa
J.M.J.T.
Santiago, 22 de noviembre de 1918
Rda. Madre Sor Angélica Teresa del Smo. S.
Mi Reverenda Madre:
Ayer, al regresar del fundo de Elisita Valdés, me encontré con su cariñosa cartita, la que le agradecí mucho. Créame que cada vez que recibo carta de ese palomarcito me siento feliz, y la leo y la vuelvo a leer, pues en cada palabra Ud., Rda. Madre mía, me da una lección, un consejo. No sé cómo agradecerle que se acuerde de esta su pobre hijita en sus oraciones. Las necesito mucho, pues soy muy pobre de virtudes.
He pasado en el fundo de la Eli 26 días, y gracias a Dios, creo no haber tenido misa sólo 6 días, en que comulgamos espiritualmente. ¡Cuán bueno es N. Señor con aquéllos que le aman! ¡Qué días de cielo, mi queridísima Madre, hemos pasado junto al sagrario! Cuando al pie del tabernáculo tenía la felicidad de encontrarme sola junto a ese Dios infinito y encarcelado por nuestro amor, le pedí muchas gracias y bendiciones para Ud., mi queridísima Madre, y mis Hermanitas. Le pedí que, ante todo, les diera amor para que se dieran completamente a El.
Las dos con Eli éramos las sacristanas y todas las noches íbamos a arreglar la lamparita y a dejarle nuestros corazones toda la noche. Me acuerdo que no nos resolvíamos a dejarle y hacíamos a veces como cinco veces la genuflexión, sin resolvernos a dejarlo solo toda la noche. ¡Oh, cuán bueno es El! ¡Cómo se acerca y se revela a un alma tan miserable como la mía! ¡Cómo me hace comprender en un momento las finezas de su amante Corazón!
Hubo más de 1.300 comuniones 70 primeras comuniones bautizos, confirmaciones y matrimonios. Verdaderamente fue una misión con mucho provecho, gracias a Dios que movió los corazones.
No se imagina los apuros de las dos con la Eli para disimular nuestra vocación. Sobre todo cuando María Larraín principiaba a hablar de la Lucha y de las carmelitas, sufríamos, pues nos tentábamos de la risa y decíamos cualquier disparate para reírnos. Fíjese que para recordarnos de hacerlo todo por amor a Dios, teníamos una canción que es muy conocida: «Por amor cantan las aves». La cantábamos todo el día de modo que los otros, sin saberlo, se unían a nuestro canto formando coro, mientras las dos con Eli nos reíamos a gritos. Nos propusimos que una haría las veces de Superiora y la otra debía obedecer, imponiéndonos algunos sacrificios cuando faltábamos. También teníamos una hora de silencio y nos tratábamos, cuando estábamos solas, de hermanas; con lo que gozábamos, pues nos figurábamos que ya estábamos en el Carmen.
 (Carta 44)
Doy gracias a Dios de haberlo pasado tan bien, aunque tenía mucha pena por no estar con los míos, y estaba preocupada, pues aquí todos han estado enfermos con la gripe. Pero Eli me animaba diciéndome que era bueno que me fuera acostumbrando para después. Veo, mi querida Madre, que cuando el amor de Dios se apodera del corazón, hace que el amor humano aquel que se siente aún por sus padres, se transforme, se divinice por decirlo así.
Yo creo, Rda. Madre, que antes no habría podido separarme de los míos ni por un día. En cambio hoy, aunque los quiero mil veces más, estando con El, me encuentro satisfecha y en El encuentro a los que quiero. Yo antes me preguntaba cómo las monjas podían querer tanto a N. Señor y ser tan felices, cuando no recibían ninguna muestra de cariño exteriormente; mas hoy lo comprendo admirablemente y quisiera dárselo a entender a mi hermana la Rebeca, que siempre me dice lo mismo, aunque mil veces le repito que Dios demuestra su amor mucho más que todas las criaturas, y cada instante se reciben muestras de su amor infinito. Es verdad que no le vemos con los sentidos, mas lo palpamos a cada instante en sus obras. Lo sentimos incesantemente dentro de nuestro corazón, de modo que no hay separación, sino fusión de nuestras almas pequeñísimas con un Dios infinito.
Sí. Rece, Madre querida, para que me confunda en el Corazón de mi adorado Jesús, para que no tenga otra vida que El y para esto, sufrir. Mi Rda. Madre, pídale que me dé su cruz, aunque soy indigna de vivir en la cruz donde mi Jesús ha vivido por amarme. Créame que mi único ideal aquí en la tierra es ser carmelita para sufrir y amar. Esa fue la vida de Cristo en la tierra, y continúa siéndolo en el Smo. Sacramento.
De cuántas gracias no las habrá colmado en estos días de retiro N Señor, cuando El se complace en derramar los tesoros de su Corazón más aún en aquellas almas que, por seguirlo, han abandonado todo, y han hecho el vacío en su corazón de todo lo de la tierra, para poder contener al Verbo. ¡Qué felices son mis Hermanitas de no tener ya en la tierra nada que las preocupe y siempre el corazón levantado al cielo! ¡De qué paz disfrutarán unidas a El, que es inmutable!
Dígales que recen por mí para que sea por ahora, (pero nada más que por estos pocos meses) carmelita en el mundo. Que nada interrumpa el silencio de la celda de mi corazón. Que allí viva con Jesusito en una continua adoración y reparación amorosa, en un continuo hacimiento de gracias.
Mucho siento lo de la pobre Chela, pues todavía es tan chiquilla para salir al mundo. Pero si es la voluntad de Dios, El, que es todopoderoso, la protegerá si confía en El. Trataremos de vernos más seguido, pues considero que una amistad verdadera ayuda mucho para mantenerse en el camino de la perfección.
La Elisita me dijo que le agradeciera mucho sus oraciones y su cariño. Y también dijo que siempre tenía presente en sus oraciones a ese palomarcito, especialmente a su Reverencia. Mi mamacita me encarga la salude muy cariñosamente y le pide continúen las oraciones hasta el 8 de diciembre, pues es una gracia muy grande. Rece por los enfermos y para que, si es para la gloria de Dios y bien de mi alma, me dé salud, para que pronto pueda irme a ese conventito. Otro día le escribiré, pues ésta va muy larga, y le hablaré de varias cosas que necesito saber. Mucho le agradecí la lista que me mandó.
Recuerdos a mis Hermanitas. Que cuenten con mis pobres oraciones. Y Ud., Rda. Madre mía, reciba la gratitud y cariño de su hijita
Juana, H. de M.
P.D.–Pídale a la S. Virgen en su mes que me dé sus virtudes; que viva siempre en el silencio unida a El, muy humilde y llena de caridad.
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45. Al P. José Blanch, C.M.F.
Santiago. 13 de diciembre de 1918
Reverendo Padre:
Muchos días estaba por escribirle, pero me había sido imposible por falta de tiempo. Estuve casi un mes en el fundo de la Elisita Valdés, pues dieron misiones. Así tuve la dicha de trabajar un poco por N. Señor y de estar muy cerca del tabernáculo. Además, con Elisita nos ayudábamos para estar recogidas y para hacer nuestros ejercicios de piedad. Pocos días después de regresar a ésta, caí enferma con gripe, cuyo contagio me lo pegaron aquí en casa, pues todos estuvieron enfermos. El doctor creyó que lo mío fuese membrana; pero, gracias a Dios, con remedios enérgicos me mejoré.
Cada día que pasa, Rdo. Padre, quiero más a N Señor y me uno más a El. Todo lo que hago se lo ofrezco por amor, pues éste es la fuerza que ayuda a obrar aún aquellas cosas por las cuales se siente más repugnancia.
En la oración tengo más fervor, de modo que a veces paso veinte minutos completamente abstraída en El, contemplando sus infinitas perfecciones, y dándole gracias por su infinita misericordia con una miserable criatura como yo. A veces me figuro estar sumergida en El, como en un inmenso abismo, en el cual me pierdo, y otras, como atraída por su inmensidad. Entonces, siento grandes deseos de unirme a El. ¡Oh, que bueno es N. Señor!. A cada instante me parece que lo palpo y lo estrecho contra mi corazón. Tan cerca lo siento, que a veces, estando con los ojos cerrados, se me figura que abriéndolos lo veré.
Sin embargo, no crea, Rdo. Padre, que todo es gozo. Estoy en un período de dudas tan atroz, que no sé decidirme si ser carmelita o ser del Sdo.Corazón. Por eso vengo en busca de luz. Ud., Rdo. Padre que me conoce bien -pues le he dejado leer todo en mi alma- me podrá aconsejar. Sólo deseo hacer la voluntad de Dios. Por una parte me siento atraída al Carmen por vivir completamente una vida de oración y de unión con Dios, separada por completo del mundo. También me atrae por su austeridad y por su fin, que es rogar por los pecadores y sacerdotes. Lo que me encanta es que la Carmelita se sacrifica en el silencio, sin que vea los frutos de su oración y sacrificio. Además la vida de familia y la sencillez en sus costumbres y la alegría que debe reinar siempre en su corazón, me gustan mucho y se avienen a mi carácter.
Por otra parte, me gustaría ser del Sdo. Corazón, porque es una vida de perpetuo sacrificio. Es también vida de oración, ya que se dedican a ella, cantando el Oficio, y los exámenes, cinco horas. Además, cuando en la educación de las niñas encuentran dificultades, ¿a quién recurren sino a Dios, para que les allane el camino para llevar a esas almas a Dios? Si tienen que tratar con personas del mundo deben esforzarse para tener el verdadero espiritu religioso; y para esto se necesita de oración, de unión con Dios. Viven viendo constantemente en las niñas el espíritu del mundo -ese amor a la comodidad- y, sin embargo, ellas deben sacrificarse constantemente viviendo en la mayor pobreza: todo el día y muchas veces la noche consagradas a las almas, sin tener ni aún una pobre celda, pues duermen cuatro en cada dormitorio, aunque estos son siempre grandes y ventilados. No tienen un convento para vivir siempre allí. A cualquiera parte del mundo las pueden enviar, encontrándose más solas que una carmelita, en un país extranjero, sin ver ni una cara conocida, y muchas veces sin saber la lengua que se habla.
La carmelita renunció una vez a las comodidades de la vida y a todo lo del mundo; vive en su convento sin salir ya más de él. Pero la religiosa del Sdo. Corazón hace el sacrificio a cada instante de todo lo de la tierra. ¿No encuentra que tiene que tener más desprendido el corazón de todo afecto terreno? Y cuanto más despegado esté, tanto el Señor se unirá a él.
La carmelita necesita unirse a Dios y llenarse de El por completo, pero lo guarda; mientras que la del Sdo. Corazón debe llenarse de Dios y darlo a las almas. Luego necesita mucha unión, pues si no, se quedará ella sin Dios y entonces no podrá dar nadá a las almas.
Pero lo que me atemoriza, Rdo. Padre, es que no me mantenga unida a Dios, tratando mucho con las criaturas. Pues lo he experimentado: que tratando un poco más con ellas, yo me enfrío más en el amor de Dios. También pienso que N. Señor me ha manifestado muy claramente que sea carmelita sin conocer yo a las carmelitas; pero creo que había leído ya la Vida de Sor Teresa del Niño Jesús. Lo que sé perfectamente es que siempre desde muy chica, he deseado ser de una comunidad muy austera, sin trato con el mundo.
Además, N. Señor me ha probado repetidas veces que es El el que me habla en lo íntimo de mi corazón. Y siempre me ha dicho que sea carmelita. Más aún: ahora le pregunto y me dice que El me ha manifestado su voluntad. Otra vez que tuve estas dudas, escribí unos papelitos con varios nombres de conventos y los puse a los pies de la Sma. Virgen, y tres veces saqué el papel que contenía el nombre del Carmen.
Lo que yo deseo saber, Rdo. Padre, es dónde Ud. cree me santificaré más pronto; pues, como le he manifestado varias veces, N. Señor me ha dado a entender que viviría muy poco. Lo esencial ha de ser la unión con Dios. ¿Dónde llegaré más pronto a unirme con Dios? Rezo mucho para que N. Señor me dé a conocer su divina voluntad, pues es lo único que busco. También veo que tengo inclinación a enseñar y me encantan los niños. Esto puede ser que Dios quiere que me dedique a educar. Me han dicho que de cien religiosas del Sdo. Corazón, habrá dos que no hayan tenido vocación para carmelita.
Sin embargo, siento en mi corazón atractivo para el Carmen. Siento amor a la soledad, al silencio, al aislamiento de todo lo del mundo y, sobre todo, a la oración. Dígame, le suplico, que haré. Ud., Rdo. Padre, que conoce más que nadie mi pobre alma, déme luz y encomiéndeme en la santa Misa. Ofrézcame, junto con esa hostia inmaculada, a Dios para que El disponga de esta sierva suya como le plazca. Pídale mucho a la Sma. Virgen. Ella, que es mi Madre, no me abandonará porque siempre me ha protegido.
Este tiempo de Adviento lo tengo dedicado a la oración. Trato de tener una hora de meditación por la mañana, en la que medito el gran misterio de la Encarnación, por el cual siento notable devoción. Y en la tarde, media hora, en la que considero la Pasión que leo en el Evangelio de San Juan. No todos los días lo puedo hacer, pues a veces los quehaceres no me dejan tiempo. No creía que la vida del hogar fuera una vida de sacrificio. Créame, Rdo. Padre, que me ha servido de preparación para mi vida religiosa. Mi mamá me manda constantemente y me reprende cuando no hago las cosas bien. Y muchas veces sin motivo. No tengo cómo agradecérselo a N. Señor, pues así se lo inspira a mi mamá para que viva siempre en la cruz que es prenda de su amor. ¡Cuánto me cuesta a veces callarme. Y cuando contesto, me he propuesto besar el suelo para humillarme y pedirle perdón a mi mamá. También me esfuerzo en obedecer aún a mis inferiores, como obedecía N. Señor en Nazaret. Quiero asimismo que nadie sospeche que ciertas cosas a veces me son ocasión de sacrificio, mostrando mi buena voluntad para todo. Y como yo no lo manifiesto, todos creen tener derecho para exigir de mí lo que les agrada. A veces siento sublevarse todo mi ser dentro de mí misma, pero pienso que es el único medio de ser santa, y que por el amor a N. Señor se puede, y soporto todo. De esta manera me abandono a la voluntad de Dios, pues, como El me ama, elige para mí lo que me conviene. Creo estar un poco más humilde, aunque no del todo, pues no sólo me reconozco una nada criminal delante de Dios, sino que también, cuando me siento humillada, pienso mucho que más merecía, siendo tan miserable como soy.
N. Señor me libra de los paseos milagrosamente, lo que le agradezco mucho. Cuando se me presenta alguno, no le pido no ir como tampoco ir, sino que me abandono a El. Si quiere que vaya, voy gustosa. Si no, me quedo feliz.
Mi genio trato de vencerlo, aunque a veces no lo consigo. Sin embargo creo estar un poco menos rabiosa. En este tiempo de Adviento hago más mortificaciones. Llevo cilicios todos los días dos horas. No pruebo ningún dulce, sólo que llame mucho la atención. Y me mortifico en otras cosas que no me agradan.
Tengo reglamento, que trato de seguir lo más que puedo. Puse a las cinco la levantada; pero casi nunca puedo levantarme a esa hora porque me han ordenado que duerma siete horas, y tengo a veces que acostarme cerca de las doce, porque me ocupan hasta esa hora. Pero en fin, es la voluntad de Dios ésa, y no me importa.
Muy luego nos iremos al campo, y lo único que me da pena es que no podré comulgar. Y soy muy mala sin comunión. Pero haré comunión espiritual. Además la voluntad de Dios es un alimento espiritual que fortifica al alma que se entrega a El gustosa.
La Madre Superiora del Carmen de Los Andes me escribió contestándome que tenía «hueco» y me mandó decir la dote y lo que necesito. Y el Padre Falgueras me dice que quizás el clima de Los Andes no me convendrá, y que mejor sería Viña o Valparaíso. Aconséjeme qué debo hacer. Lo único que N. Señor me pide es que solicite el permiso de mi papá en las vacaciones, y que entre en mayo. Y todavía no sé a dónde. Le aseguro que me confundo, pues no sé lo que Dios quiere de mí.
Perdóneme, Rdo. Padre, que abuse de su paciencia con esta larguísima y confusa carta; pero le manifiesto mi alma entera. Tenga caridad y sáqueme de las tinieblas en que me hallo, que N. Señor le pagará lo que haga por esta pobre miserable. Y si valen algo mis oraciones, cuente con ellas toda mi vida, pues todos los días lo tengo presente en la comunión, y todas las semanas ofrezco una comunión para que N. Señor lo llene de su amor y de celo por las almas.
Le pido de nuevo: no se olvide de mí en el santo Sacrificio. Ofrézcame con el Cordero sin mancilla como víctima de amor y expiación por manos de la Sma. Virgen, para que Ella me purifique y me haga más agradable a los ojos de Dios. Rece por toda mi familia para que sea muy cristiana
Su afma. S.S. en Jesucristo,
Juana, H. de M.
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46. A la Madre Angélica Teresa
J M.J.T.
Santiago, 1º de enero de 1919
Rda. Madre Sor Angélica Teresa del Smo. Sacramento
Mi Reverenda Madre:
Creo no habrá recibido mi última carta a principios de Adviento; y aunque deseé con todo mi corazón escribirle para Pascua [Navidad], los quehaceres no me lo permitieron. Sin embargo, el Niñito Jesús no habrá dejado de derramar por mí numerosas bendiciones para mí querido palomarcito, pues se lo pedí con toda mi alma en esa noche venturosa de Pascua.
A mí, como regalo de Pascua, me trajo su cruz. Es lo que El más ama; así es que no tengo cómo darle gracias. No se imagina, mi queridísima Madre, cuánto he sufrido. Lo que antes jamás habría experimentado -dudar que Dios me quería para carmelita- es lo que constituye mi sufrimiento. Toda mi vida lo he deseado, pero ahora dudo entre el Carmen y el Sgdo. Corazón. Vengo, pues, a Ud., mi querida y respetada Madre, para pedirle me aconseje. Usted me conoce bien, pues le he dejado leer mi alma. Por favor, pues, le suplico me dé a conocer la vida de la carmelita por entero, hablándome sobre todo del sacrificio y de la inmolación que encierra, pues creo que es el punto que aún no he profundizado bien.
El Sdo. Corazón me atrae porque en él se lleva una vida constante de sacrificio. A todas horas del día y aún de la noche han de inmolarse por las almas. Es cierto que es una vida mixta, pero tienen que tener mucha vida interior para que, de este modo, produzca fruto su obra; pues tienen que dar Dios a las almas y quedarse ellas con Dios; si no, no tienen nada que dar.
Todo esto me atrae. Sin embargo, el palomarcito silencioso retirado del bullicio del mundo, sin tener puertas sino para el cielo, esa vida de oración y de unión con Dios, me liga fuertemente a irme para allá. Mas, de repente, creo que debo sacrificar esos atractivos para ganar las almas. Me parece que todas estas dudas me las envía N. Señor para probarme, pues cuando estoy en oración, me da a entender que sea carmelita; mas, saliendo de ella, me principian las dudas más terribles; y mi alma, que creía haber obtenido la luz del cielo, vuelve a caer en espesas tinieblas.
Mucho le he rezado para conocer la voluntad de Dios y también he pensado mucho dónde me haré santa más luego, pues es eso lo que deseo ante todo. Ayúdeme, pues, mi buena Madre, con sus oraciones, ya que lo único que exige N. Señor de mí es que pida el permiso en las vacaciones y me vaya en mayo donde El me manifieste, y ya me voy a ir al campo y no sé nada. En fin, que Dios cumpla en mí su adorable voluntad. Me someto gustosa a estas dudas por su amor. Quizá quiere me someta con tranquilidad, pues le confieso sinceramente que me he inquietado demasiado, tal vez por conocer pronto su divina voluntad; pero ayer le prometí abandonarme enteramente sin desear nada, ni pedirle nada. Dios lo sabe todo y El me ama, repito con mi Madre Santa Teresa. ¿Qué le parece mi resolución? ¿Lo debo hacer así?
A principios de Adviento llevé una vida de oración; pero desde que salió mi hermana Rebeca del colegio, tuve que principiar a salir y a hacer visitas que interrumpieron mi vida de recogimiento. Sin embargo, donde vaya estoy con El, y me consuelo en los paseos con la idea que, donde todos lo olvidan por entregarse a los gozos mundanos, yo al menos lo adoro y lo amo, aunque mi adoración y mi amor son demasiado indignos para lo que El merece.
No se imagina cuánto amor siento al contemplar a ese Niñito Dios anonadado por nuestro amor, y al ver que en su infinito amor, no perdona ningún sufrimiento ni humillación para acercarse a nosotros y unir nuestra pobre naturaleza humana a la suya divina. Sin embargo, los hombres no piensan en ese Dios y no hacen otra cosa que pecar.
Anoche esperamos las 12 y salimos a andar y, al pasar por la Alameda, sufrí verdaderamente al ver esa multitud de gente entregada a los placeres. Sin pensar que ese año que se iba era uno menos de vida, ellos se alegraban inconscientes en medio del pecado. ¡Ay, mi queridísima Madre, cuánto se olvida y se ofende a Dios! ¡De cuánto cariño lo deberíamos rodear nosotras que lo conocemos, nosotras las elegidas de su Corazón! Ud., mi Rvda. Madre, ya se ha sacrificado por El enteramente, ya le ha dado todo, incluso Ud. misma. Pero yo hasta aquí no he sabido sino ofenderlo, resistir a sus inspiraciones y no atender a sus llamados. El me ha colmado de sus beneficios, me ha llenado de su amor, y en vez de amor, sólo le he dado indiferencia, ingratitud. Y a pesar de todo esto, quiere que viva unida a El, para reparar los pecados del mundo.
Anoche pensé que sería el último 1° del año que pasaría entre los míos. Espero para el otro ser ya toda de El. Sin embargo, a pesar de sentir la felicidad de entregarme a mi Jesús, sentía una pena inmensa y hubiera llorado de buena gana, si no me sostuviera el pensamiento que es necesario tener corazón de hombre y no de mujer, ya que al Señor le gustan los ánimos esforzados.
Mi queridísima Madre, rece mucho para que, si es la voluntad de Dios, pueda tener un motivo para llegar hasta ese palomarcito. Creo que su vista y el hablar con Ud. me servirían para convencerme que allí debo santificarme. Entre tanto, yo le ruego haga la caridad de hablarme en sus cartas de la abnegación, del sufrimiento de la carmelita, del cual tengo idea, pero no tengo el suficiente conocimiento; pues lo único que deseo es sacrificarme por El, ya que El se sacrificó toda su vida por mí.
Encomiéndeme a las oraciones de mis Hermanitas, a quienes siempre recuerdo en las mías, aunque éstas muy poco valen. Ruegue también por mi mamacita, quien le envía un saludo muy afectuoso; y Ud., mi queridísima y respetada Madre, cuente con las oraciones de esta su pobre hija. Se encomienda a las suyas.
Juana, H. de M.
Para otra vez será mas larga, pues concluyo esta carta a las 12 de la noche. El miércoles voy al campo. Mi dirección es: San Javier de Loncomilla, Casilla N° 6.
Dispense esta carta llena de incorrecciones; pero la escribo muy ligero y están los niños metiendo mucha bulla; así es que casi no sé lo que escribo. Siempre le estoy muy unida en el Corazón de Jesús y de María.
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47. A una amiga
 «11 de enero: día de la felicidad».
 Ojo. No te extrañes de mi estilo, pues estoy ebria de felicidad. ¡Bendito sea Dios!»
Querida hermanita: Que la gracia del Espíritu Santo sea siempre en tu alma.
Cuánto tiempo hace que no nos vemos; pero nuestras almas siempre se encuentran en el Divino Jesús. ¡Qué dicha más grande la nuestra el ser amigas como lo somos, amándonos en Jesús, por Jesús y para Jesús! Si supieras por un instante el gran favor que N. Señor me ha dispensado, le darías gracias por mí, pues yo ni dar gracias sé. El es demasiado bueno para conmigo.
Ayer se cumplieron, por fin, los deseos que abrigara desde hace cuatro años. Conocí mi querido «palomarcito». N. Señor echó a todos al campo -hasta Miguel, que no va nunca- y ayer, sábado, fuimos a Los Andes, pues solamente estamos en casa Rebeca e Ignacito y yo con mi mamá. El viernes, apenas se fueron los niños, le propuse a mi mamá. Fuimos a pedirle el permiso al Padre, que me lo concedió. Pusimos un telegrama a Madre Angélica y al otro día nos embarcamos en el expreso y llegamos a Llay-Llay a las 10. Tuvimos que esperar una hora, porque el tren que venía de Los Andes -el cual teníamos que tomar para llegar a las 11 y media allá y poder volvernos en el tren de 2,10- un carro se descarriló. Así es que llegamos a Los Andes a la una.
Mi conventito tiene un aspecto lo más pobre posible. No tiene forma de convento, pues es una casa vieja y fea; pero esa pobreza habló y conmovió mi corazón más de lo que te imaginas.
La Madre Angélica nos estaba esperando; pero antes fuimos a almorzar al hotel, y a la una y tres cuartos estaba golpeando la puerta. Hermanita querida, lloro en este instante al pensar en la felicidad de que gocé ayer, cuando oí por primera vez la voz de la Teresita Montes y después la de mi Madrecita. No hacía un segundo que estaba allí y mi alma gozaba de una paz inalterable. Después de luchar con tantas dudas, había encontrado mi puerto, mi asilo, mi cielo en la tierra. Sólo Dios que veía mi corazón podrá comprender mi felicidad.
Hablé con la Madre Angélica sola desde la una y media hasta las cinco, mientras mi mamá hablaba con Teresita Montes. Me dijo que mis dudas las había encontrado infundadas, que desde mi primera carta había visto que yo había nacido carmelita. Me principió a hablar de la vida de la carmelita, de la unión con Dios; que sólo se hablaba de Dios; nada de lo del mundo llegaba a ese cachito de cielo. La celda, me dijo, era el templo donde la carmelita entraba a sacrificar; allí la cruz sin Cristo está extendida para ella. Se levantan un cuarto para las cinco; tienen una hora de oración; después creo es el oficio divino. Sí, mi querida hermanita, es verdaderamente divino. Allí el alma, unida con los ángeles, prorrumpe en alabanzas hacia Dios, mientras los hombres olvidándolo, despreciándolo, ofendiéndole, se olvidan del fin para que fueron creados. Los salmos son de una hermosura incomparable como inspirados por el mismo Dios. El alma que verdaderamente se penetra de ellos, quedará muy cerca del cielo, pues cantar el oficio es hacer lo que hacen los ángeles en el cielo.
Mi Madrecita me prestó el oficio en español para que me fuera penetrando del sentido de sus palabras. Oí rezar vísperas. Me parecía estar en el cielo, y al fin me uní con mis hermanitas para rezar las letanías, mi primera oración en comunidad. La capillita es chica, un poco oscura y muy recogida. Yo no sabía dónde estaba. Jesús estaba ahí. Lo contemplaba con el rostro sonriente -única vez que lo veía así‑, pues por lo general lo contemplo siempre triste; pero allí oía el canto de sus esposas, y mi Jesús reía complacido con el susurro de amor de estas almas puras, que todo lo han dejado por amarlo.
Después hablamos de humildad. Me dijo que tratara siempre de anonadarme delante de mi Jesús, que consi…
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48. A la Madre Angélica Teresa
J.M.J.T.
Santiago, 12 de enero de 1919
Rda. Madre Sor Angélica Teresa del Smo. Sacramento
Mi Reverenda Madre:
Todavía estoy gozando con el día que pasé cerca de mi querido palomarcito. Pero cuánta verdad es que junto a las rosas están las espinas. El recuerdo del día de ayer me trae felicidad, pero al mismo tiempo mucha pena, mucha nostalgia. Y, si antes me consideraba desterrada, hoy lo soy doblemente. Sin embargo, no deseo irme hoy, por que N. Señor quiere me vaya en mayo. ¡Bendita sea su adorable voluntad!
Mi Madre tan querida: ¿cómo le podré expresar el agradecimiento que siento hacia Ud., Rda. Madre, y mis queridas Hermanitas? Desde el fondo de mi corazón les digo: «Dios se lo pague». Es lo único que puedo decir. El es todo poder y toda bondad, y pagará con creces por esta miserable todo el cariño que me demostraron. Yo soy indigna de ello.
La sola vista de mi conventito inundó de gozo mi alma. Su pobreza me atrajo. Sus palabras, sus consejos, la vista de mis Hermanitas me hicieron comprender dos cosas: 1ª, que allí vive mi Dios íntimamente unido a cada alma; pues inmediatamente cesaron mis dudas, terminó mi lucha y mi alma quedó sumergida en gran paz, pues era donde Dios me llamaba; 2ª, que en esa vida, a pesar que se sufre, todo es alegría y felicidad para el alma que se ha dado a Dios.
Bien lo demostraron mis hermanitas. ¡Qué bueno es N. Señor que me llama a una vida tan perfecta! Hoy más que nunca me lo ha dado a comprender mi Jesusito. Me quedo abismada al ver cuán indigna soy de vivir en medio de esos ángeles. Dígales, mi Madrecita querida, que recen por mí, para que sea este tiempo que falta una verdadera preparación para mi vida religiosa. Que cumpla en cada instante la voluntad adorable de Dios con esa alegría que la cumplen ellas.
No le escribo más largo, porque ya no puedo más, al ver lo bueno que es N. Señor para conmigo. Pídale que corresponda a tanto amor amándolo con locura, sobre todo en las obras, pues con ellas se demuestra el amor.
 Mi mamacita está muy agradecida -y me dice que se lo diga- lo mismo a mis Hermanitas.
Con saludos cariñosos para cada una de ellas, se despide su hija que pide sus oraciones y que le está muy unida en nuestro Señor,
Juana, H. de M.
Salude, por favor, a la Sarita y dele las gracias de mi parte.
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49. A la Madre Angélica Teresa
Santiago, 13 de enero de 1919
Rda. Madre Sor Angélica Teresa del Smo. S.
Reverenda Madre:
Al día siguiente de mi viaje, le escribí para agradecerle, tanto a Ud., mi queridísima Madre, como a todas mis Hermanitas, todo el cariño que me prodigaron, a pesar de no merecerlo. Pero, por guardar la carta no supe dónde la coloqué, de manera que me veo precisada a escribirle siquiera unas cuantas letras, para decirle que el recuerdo de ese viaje al «palomarcito» me hace feliz.
Le envío por correo ese poco de té que creo ha de serles necesario y también le agradecería diera a la Sarita U. todo lo demás, para que lo conserve como recuerdo.
No le escribo más porque tengo que ir a tomar el tren. Desde el fundo le escribiré.
Con recuerdos para cada una de mis Hermanitas, a quienes pido oraciones, Ud. reciba de parte de mi mamacita un saludo muy cariñoso, y de su hijita el inmenso cariño y agradecimiento que le profesa en los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
Juana, H. de M.
Rece mucho por mí para que viva unida a Jesús.
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50. A Elisa y Herminia Valdés Ossa
San Pablo, 15 de enero de 1919
Señoritas Elisa y Herminia Valdés Ossa
Queridas niñitas:
 «Ojo. No la lean delante de todos. Retírense a su cuarto y allí, en la soledad, hablaré a sus corazones».
Ayer llegué al fundo y, como hacía varios días que estábamos por venirnos, me había sido imposible el escribirles por los quehaceres y preparativos del viaje. Pero apenas tengo aquí un rato libre, lo aprovecho para enviarles mis cariños y recuerdos.
Mucho les agradecí sus cartitas, pero ojalá que sean constantes, sobre todo esa Gorda. En la Eli confío más, pues le gusta escribir, aunque quién sabe si a mí no.
El viaje es bastante largo. Nos vinimos en [el] tren de 8 y media, y llegamos a las 5 y media. A mí me ha encantado aquí, pues es muy rústico. Anoche me reía muchísimo, pues como todavía faltaban algunas cosas, nos tuvimos que arreglar de cualquier modo; con lo que yo gozaba, pues como Uds. saben, soy un poco campesina .
Lo único que me hace tener pena es que mi mamacita no se vino, pues Juan Luis Domínguez está muy mal. Con bronconeumonía y congestión cerebral. Los doctores no dan ninguna esperanza y hace 3 días está como un tronco. ¡Pobre chiquillo! Si Dios se lo lleva, va a descansar de sufrir, pues toda su vida ha sido un sufrimiento continuo. ¡Feliz él que lo ha sabido llevar con una paciencia admirable! Yo creo irá derecho al cielo.
Ayer, después que llegamos, fuimos a andar hacia el río Maule, que presenta un espectáculo encantador y está muy cerca de las casas. Todo aquí es muy pintoresco. Hay paisajes ideales. ¿Te acuerdas, Gordita, de nuestros paseos al río en Cunaco? Ayer, al pasar una acequia bastante ancha, me acordé de los apuros que pasamos las dos para ir al río en la parte de los sauces.
En Santiago lo pasé regiamente. Fuimos un día al fundo de las Salas González donde gozamos; lo único que fue muy cortito el viaje. Y otro día fui con mi mamá por el día a Llay‑Llay. Gocé ese día, aunque el viaje es un poco largo y la estadía en ésa muy corta. Se me pasó ese día en un suspiro. Me acordé de la Eli, que le gustan tanto esos paseos por el día. Les aseguro: doy gracias a Dios de pasarlo bien en todas partes, pues donde me lleven paso feliz; lo que no les sucede a otras chiquillas, que en todas partes se latean.
En Santiago me acordaba de la Herminia constantemente, pues seguramente habría pasado feliz en tanta soledad, porque no había casi gente. Ya, Gordita, no te habrían molestado ni para hacer ni recibir visitas.
Supe que todavía tienen misa. Acuérdense de mí cuando estén en su reino, pues aquí no tenemos sino los domingos. Gocé con las coloradas de Jaime. ¡Qué chiquillo de más suerte! Pero estoy sentida con él porque no fue capaz de ir a la casa ni un segundo.
Saluden a su papá y mamá, y un recuerdo respetuoso para los Padres. Y Uds., queridas hermanitas, reciban el inmenso cariño junto con un sonoro beso y un tiernísimo abrazo de vuestra hermana, que las aborrece
Juana, H. de M.
Dispensen borrones, etc., porque todavía no he sacado goma ni ninguna cosa. No la muestren, se lo ruego. Rómpanla inmediatamente. Sean obedientes; pues, niñitas, el hombre obediente cantará victoria. Saludos a la Juana y Elvira. Cuéntenme de las misiones, del catecismo, de la Gorda, del piano y harmonium, de las Ave Marías de la Eli. Gordita, ¿te nació corona en Paula? Por favor, cuéntame lo mismo de tu mamá. Y Jaime, ¿recibió la tonsura? Mira que todas estas cosas me son altamente interesantes. Adiós y el eco repite: A Dios.
Estoy feliz. Canto todo el día. Gozo en paz y tranquilidad, más de lo que Uds. se imaginan. Suspiro, ay, por verlas.
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51. A Elena Salas González
Mi querida Elena:
Enero, 1919
Cuántas cosas tengo que contarte respecto de mi viaje. Pero por mucho que te lo pinte de encantador, sólo será un ligero bosquejo de cómo lo fue en realidad.
¡Qué impresión me produjo cuando vi mi conventito! Tiene un aspecto muy pobre. No parece convento sino una casa antigua, pero su pobreza habla muy bien a su favor. Apenas lo vi me encantó y me sedujo.
Llegué allá como a la una de la tarde. Nos fuimos a almorzar rápidamente y estuvimos en el convento cuando faltaba un cuarto para las dos. La Madre Angélica ya nos esperaba. Cuando entré al locutorio, no sabía lo que me pasaba: sentía una gran felicidad que aumentó cuando hablé con ella. Era tanta mi felicidad al ver esas rejas, que las besaba y hubiera llorado; tanta era la alegría que me inundaba. Mi mamá me dejó sola con la M. Angélica y se fue a conversar con la Teresita Montes L. Estuve allí hasta las dos y media, hora en que la Madre fue a rezar Vísperas, a las que yo asistí. Me figuraba oír el canto de los ángeles en el cielo y tuve el gusto de rezar por vez primera con mis Hermanitas las letanías de la Virgen. Me parecía que N. Señor estaba contento. Vera su rostro lleno de alegría por las alabanzas de sus esposas; y siempre en las iglesias me parece verlo muy triste.
Después de Vísperas fui de nuevo al locutorio y he estado allí desde las tres hasta las cinco y media. Le dije todas mis dudas a la Madre, y me dijo que de todas podría dudar menos de mí; porque yo había nacido carmelita. Me habló del Oficio Divino que lo rezan varias horas al día. El alma ahí hace el oficio de ángel cantando las alabanzas del Señor. ¿No es ese el fin para que nos creó Dios? Este oficio contiene todos los salmos. Es precioso e inflama el alma en el divino amor.
La carmelita tiene su celda aparte. Allí es donde penetra como a un templo a sacrificarse. En ella hay una cruz sin Cristo. Es ésa la cruz donde ella debe morir; en ese templo sólo penetra ella. Está reservado sólo para Dios y el alma. Allí vive en un completo aislamiento de las criaturas y ocupada sólo del Señor. Todo en el Carmen es silencio, salvo en las horas de recreo, en que muchas veces la M. Angélica tiene que tocarles la campanilla para que no griten tanto.
Me habló de la humildad. Me dijo que cuando me humillaran, fuera la primera en humillarme más, diciéndome: todo es poco en comparación de lo que merezco. Mucho más debía ser, pues soy tan miserable. Que reconociera mi nada ante Dios‑ que considerara su grandeza y en seguida mi impotencia. ¿Qué puedo yo sin Dios? El, a cada instante me sostiene para que viva. Si hago una cosa buena es porque Dios me da su fuerza para hacerla. Si correspondo a su gracia, es porque El me hace la gracia mayor para que le corresponda. Todos estos argumentos son muy útiles para ver nuestra nada.
Me habló del amor de Dios, pero de una manera sublime cuánto nos ama Dios y nosotras le pagamos tan mal. Ofensas e ingratitudes es nuestra moneda corriente, y sin embargo, Dios nos da la vida, comodidades, educación cristiana en fin, nos da todo hasta darse El mismo en la Eucaristía Y allí vive solo sin que nadie piense en el gran amor que nos demuestra a cada hora ese Dios Todopoderoso que es adorado y admirado en éxtasis por los ángeles.
Ahora dime, ¿qué ha visto en nosotras, en nuestras almas para que así nos ame hasta querer que seamos amigas, esposas dé su divino Corazón? Nada, miseria, ingratitud. Si correspondemos y hacemos algo bueno es porque El nos da su gracia.
¡Ay, qué gran misterio es este de predestinación! ¿Cómo me eligió a mí, siendo que otra hubiera podido corresponderle, amarle y glorificarle mil veces más que yo? ¿Cómo no morimos de amor por Dios que nos ama, siendo El todo poder, y nosotras todo miseria? Y los hombres no se preocupan de El. Por eso la carmelita ora por los pecadores; se inmola a cada instante por la humanidad pecadora, y todo lo hace en silencio. Ella ama a Dios y piensa en Dios por los que no le aman. Ella sufre tanto en su corazón, en su espíritu como en su cuerpo por los que se entregan a los placeres; y esto sólo Dios lo ve. Las criaturas no lo saben. Dicen que son inútiles. Sin embargo, ¡cuántos rayos de la justicia Divina no desvían ellas del mundo y los reciben ellas mismas!
El sacrificio de la carmelita no es conocido. Por eso tiene mayor mérito. El alma sufre muchas veces viéndose separada de Dios. En la oración no encuentra sino sequedad. ¡Cuántas veces no deseará huir de ella, encontrar algo que pueda preocuparla! Pero en el Carmen no hay estudio, no hay niñas, no hay ninguna criatura que pueda distraerla de su pena. Sufre a solas, sin comunicarse muchas veces con nadie. Sufre el corazón. Ella no cambia el convento; pero ¿cuántas veces lo desearía cuando no congenia con sus hermanas, con su Priora? Siempre encerrada allí, sin esperanza de salir jamás, viendo siempre lo mismo. ¿Crees tú que esto no cansa? El silencio es molesto, sobre todo cuando se sufre. Sufre en el cuerpo con las penitencias, los ayunos, las vigilias. Lucha con el amor a las comodidades. La carmelita es lo más pobre: aún le falta a veces lo necesario. ¿No crees, pues, Elena, que esta vida encierra la mayor perfección? Me han asegurado algunos Padres que es dificilísimo vivir enteramente unida a Dios cuando se está en continuo roce con el mundo. Claro que hay almas que Dios les da gracias extraordinarias, pero no es ésta la regla general.
Ahora te seguiré contando lo que pasó. A mi mamá la llamaron a tomar onces. Yo no tenía ganas y la M. Angélica me dejó Entonces llegó la Teresita Montes y le dijo si no sería la hora para la visita de vistas. La Madre contestó que bueno, y la Teresita se lanzó por el convento para llamar a todas, y cuando estuvieron todas, corrieron el velo de la reja y pude verlas cara a cara. ¿Para qué expresarte mi emoción? Me hinqué, pues me consideraba indigna de estar de pie delante de tantas santitas. Ellas se echaron el velo para atrás y me fueron a saludar a la orilla de la reja. Cada una me decía su palabra de cariño.
 Eran 16 -18 con dos hermanas conversas- y embromamos como si siempre nos hubiéramos conocido. Es una sencillez, una confianza e intimidad… Entre ellas se embromaban, se reían. Y esto desde la postulante hasta la M. Angélica. Me cantó una bien desentonada por reírse y todas las embromaban. Después me hicieron pararme. Me encontraron muy alta. Sólo dos había de mi porte. Estuvimos media hora conversando, y después cada una se retiró y se fueron a despedir. Son encantadoras: tan alegres, tan sin etiqueta. Yo al principio estaba con una emoción intensa y un poco avergonzada, pero después nada; era una cotorra,
Fíjate que me dijeron las novicias que todos los días rezaban una Salve a la Virgen para que fuera. Y Dios las oyó. Nada de etiquetas con M. Angélica. La abrazaban y le hacían cariños lo mismo que niños. ¿No es ideal esto?
A las 5 y media me mandó la Madre a tomar onces y fui. A las 6 volví. Mi mamá conversó con ella sola y luego nos despedimos con una pena más grande que el mundo. Pero yo salía del lado de esos ángeles completamente cambiad. Por fin conocía con certeza la voluntad de Dios, y la paz más celestial inundaba mi alma. ¡Qué bueno es Dios! No hay nada como abandonarse a
 El. ¿No es cierto?
Mi nombre será Teresa de Jesús. Yo soy indigna de él.
Ama a mi Jesús. Sé su amiga. Consuélalo. No le niegues nada. Dale todo lo que puedas. Imítalo en todo. Sobre todo, vive con El en lo íntimo de tu alma. Adóralo y ámalo allí. Haz tu oración todos los días y lo mismo tu examen. Reza por mi para que cumpla la voluntad de Dios. Adiós, en su Divino Corazón te doy cita. Amémonos los tres.
Teresa de Jesús Carmelita
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52. A la Madre Angélica Teresa
J.M.J.T.
San Pablo, 22 de enero de 1919
Rda. Madre Sor Angélica Teresa del Santísimo S.
Mi Reverenda Madre:
No se extrañe no haya contestado inmediatamente su carta, pero aquí me es muy difícil escribirle por cuanto es mi papá el que despacha las cartas para el correo. Le ruego también que, cuando me escriba, no me ponga Del Solar, porque les llama la atención el «Del» y me preguntan que quién me escribe as( y paso apuros colosales para eludir la pregunta sin mentir. Es así nuestro apellido, [pero] nunca nos ponemos así.
Escríbame todo lo que quiera, porque no me ven las cartas, y ojalá‑me fuera dando la lista de las cosas que necesito, cómo es la hechura del vestido, el género, etc., que usted crea conveniente.
Todavía gozo con la visita a mi conventito, y paso unida constantemente a él, ansiando cada vez más llegar a encerrarme en él, aunque sea para ocupar el último lugar y servir a todas mis hermanitas; pues es eso lo único que me corresponde, de lo que soy menos indigna.
Aquí no tengo misa. Hacen ya 15 días que no comulgo. Figúrese, mi Madre querida, qué hambre no tendré. Pero me abandono a la voluntad de Dios. Es ése el alimento de mi alma por ahora. Ud. me lo indicó ya en una de sus cartas, lo mismo que comulgar espiritualmente. Quizás N. Señor no me proporcione la comunión porque soy tan mala y me preparo con tanta negligencia.
Muchas veces, mi querida Madre, no puedo ni hacer oración. En esto consiste mi mayor pena, pues paso constantemente con todos, porque no me dejan un momento. Ayer estaba desalentada, pero N. Señor me consoló diciéndome que me debía esforzar en dominar esa tristeza y desaliento, porque muchas veces me dominaría después ante las dificultades para ser una santa carmelita. Esto sólo bastó para alentarme y ponerme muy feliz con la voluntad de Dios. Gracias a El.
Es cierto que a veces no tengo mi oración. Pero mi vida -puedo decir- es una oración continuada; pues todo, lo que hago, lo hago por amor a mi Jesús, y noto que desde que estuve allá estoy mucho más recogida. Dígales esto a mis queridas Hermanitas, pues a Ud., Madre mía querida, y a ellas se lo debo.
Leí las Constituciones y Reglas. Sólo confío en Dios podré observarlas perfectamente, pues ellas encierran un plan cumplido de santidad. Leo el libro del Padre Blot que da también a conocer lo que es la carmelita. También la Suma Espiritual de San Juan de la Cruz. Me encanta y saco provecho de él. Los salmos los estoy rezando. Me sirven de gran consuelo y les he tomado mucha afición.
Le incluyo mi otra carta que la encontré en un libro.
Mi mamá me encarga la salude y le agradece su saludo, lo mismo que sus oraciones.
Murió mi primo el miércoles, el hijo de mi tía Juanita Solar. Se lo encargo a sus oraciones y a las de mis Hermanitas. Dígales de mi parte cuánto las quiero y lo agradecida que les estoy. Que por caridad recen mucho por mi, pues lo necesito mucho.
No le escribo más porque estoy muy apurada y tiemblo que me sorprendan. Rece por su hijita, que ella lo hace por su Madre, sobre todo Para que viva en El, y por El sólo. Es ése mi único ideal .
Su hija en el Corazón de Jesús,
Juana, H. de M.
Recuerdos a la Sarita. No sé cómo agradecerle el nombre que me dio. Soy demasiado indigna de llamarme como mi Madre; muy pequeña para un nombre tan grande: Teresa de Jesús, Carmelita. ¡Qué deseos tengo de ponerme así!
Mi dirección es San Javier de Loncomilla. Casilla 6.
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53. Al P. José Blanch, C.M.F.
San Pablo, 22 de enero de 1919
Reverendo Padre:
Aprovecho que escribe mi mamá para enviar la mía. Tuve la felicidad, gracias a N. Señor, de conocer el conventito de Los Andes. Sólo su vista, de aspecto pobrísimo, me encantó. Mucho cambio se ha producido en mi desde entonces acá. Estoy resuelta enteramente a ser carmelita, pues hablé con M. Angélica, quien me expuso la vida de la carmelita, y además me prestó un libro del Padre Blot en el cual da a conocer la misma. Todo fue providencial, Rdo. Padre, pues apenas entré en el locutorio, cuando sentí una felicidad tan grande, una paz inexplicable y sentía interiormente que ese era mi convento. Su soledad, su apartamiento del mundo, me encantó, lo mismo que su mucha pobreza. Estuve con todas las monjas. Me las presentaron a cada una sin la cortina que las oculta, y no pude menos de admirar la alegría e intimidad y sencillez que reina entre ellas. Para otra vez escribiré más largo.
Mucho agradecí su carta que me vino a confirmar en mi resolución; ya que he visto que Dios me ha dado cualidades para esa vida de oración y de soledad.
Rece mucho por mi para que corresponda a tantas gracias, pues me considero cada día más indigna. Si soy carmelita, mi nombre será Teresa de Jesús, nombre que considero muy grande para mi pequeñez en virtudes.
Aquí no puedo comulgar. Tengo hambre de mi Jesús. Acuérdese de mi en la santa Misa siquiera una vez, Rdo. Padre, Juana
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54. A Carmen De Castro Ortúzar
San Pablo, 23 de enero de 1919
Señorita Carmen De Castro 0. Mi querida Carmenchita:
Aunque tengo otras cartas que contestar, prefiero escribirte a ti, pues constantemente pienso que tú puedes creer que mi cariño ha disminuido, porque no te he escrito; y lo mismo que no sé lo que dirás porque no me despedí de ti; pero te explicaré lo que pasó. Nosotras pensábamos venirnos el mismo viernes que ustedes se iban, por lo que tuvimos que arreglar todas las cosas y pasé esos últimos días en las cosas que teníamos que comprar para traer. El último día te iba a llamar por teléfono y resultó que me obligaron a salir acabando de comer, sumamente apurada; así es que no pude llamarte, y además no sé lo que me pasó, que no me acordé que al otro día era viernes y te iba a llamar por la mañana. En fin mi pichita querida, creo que me perdonarás, pues a pesar de esté olvido aparente, te recuerdo siempre y te quiero cada día más.
¿Cómo te va en ese mundo de Viña? Cuéntame tu vida en ésa con todos los detalles, pues ya sabes que todo lo tuyo me interesa. Nosotras aquí lo pasamos bien. Llevamos una vida sumamente tranquila. A caballo casi no he salido. Me llevo leyendo, y en la tarde salimos a pie. Nos vamos muy a menudo a la orilla del Maule, que presenta una vista encantadora.
No sé tu dirección en Viña y te la dirijo a Santiago. Contéstame luego, que tengo ansias de saber de ti.
Con mis besos y abrazos se despide tu amiga que más te quiere
Juana, H. de M.
Mi dirección es: San Javier de Loncomilla, casilla 6.
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55. A la Madre Angélica Teresa
San Pablo, 28 de enero de 1919
Rda. Madre
Angélica Teresa del Santísimo Sacramento
Reverenda Madre:
Aunque sean unas cuantas líneas, le escribo para enviarle mi carta anterior; pues como soy tan tonta, la olvidé porque el apuro para que no la vean me hizo cerrarla luego y mandarla.
Rece mucho por mi y especialmente para que corresponda a tantos favores, como el Señor me hace. No sé cómo pagarle. Es demasiado bueno para con esta miserable.
Recuerdos cariñosos para mis hermanitas. Que recen por mi. Mi mamá me encarga la salude y Ud. mi Rda. Madre, reciba de su hija todo el cariño que le profesa en él Corazón de Jesús.
Juana, H de M. Tengo puesta toda mi confianza en San José para que me tenga allá sin falta el 7. Salude, por favor, a la Sarita.
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56. Al P. Artemio Colom, S.J.
Jesús y María 29 de enero 1919
Reverendo Padre:
Antes de pronunciarme decididamente por la vocación que debo seguir, he querido tomar el consejo suyo; pues Ud. me ha conocido desde chica.
En mi carta anterior, le expuse a Ud., Rdo. Padre, las dudas que tenía, entre el Sagrado Corazón y las carmelitas. Mi mamá tuvo la gran bondad de llevarme a Los Andes, con quien tenía relaciones por carta desde hacia más de un año. La vista del convento que es muy pobre, me atrajo favorablemente. Pero más aún supe apreciar la felicidad de ser carmelita cuando hablé con la Madre Priora. Ella me expuso con sencillez la vida de la carmelita y sentí en el fondo de mi corazón que Dios me quería allí. Hacía varios días estaba en una inquietud muy grande que trataba de reprimir pero todo era inútil; y cuando llegué al convento, mi corazón rebosaba de felicidad y gozaba de una paz inalterable.
Le diré ahora las razones que tengo para querer ser carmelita. La es por la vida de oración que allí se vive, vida de íntima unión con Dios. Nada de trato con el mundo ni de criaturas. La carmelita vive en Dios, por Dios y para Dios. Creo que la oración no me cansará -así lo espero-, pues mi alma siente cada día más la necesidad más apremiante de orar, de unirse a Dios, de tal manera, Rdo. Padre, que ahora paso constantemente en oración. Lo adoro allí en el fondo de mi alma a mi Jesús, y todo lo que hago lo hago con El y por su amor. Todos los días tengo una hora de oración por la mañana, y media hora en la tarde. Esas horas son para mi un ratito de cielo, a pesar que a veces no puedo recogerme.
2a La soledad. Muchas veces siento verdaderas ansias de estar sola. El trato con las criaturas me hastía. Me siento feliz cuando estoy sola, porque estoy con Dios.
3a La pobreza del Carmen me encanta; pues no teniendo nada el corazón permanece puro, sólo para Dios. Además, siendo pobre me pareceré más a Aquel que no encontró donde reclinar la cabeza.
4a La penitencia me atrae: castigar el cuerpo que tantas veces es causa de pecados, hacerlo padecer a ejemplo de Cristo. Además, teniendo el cuerpo sufriendo hace que se le someta al alma.
5a El sacrificio de esta vida tiene atractivos especiales para mi; y mas aún cuanto que todo lo que sufre en su espíritu y en su corazón permanece en el silencio, sin que ninguna criatura lo comprenda. Sólo lo sabe Dios.
6a El fin de la carmelita -que es rezar por los sacerdotes para que se santifiquen, y por los pecadores para que se conviertan- no puede ser mejor. La carmelita se santifica a sí misma para santificar a todos los miembros de la Iglesia. ¿Qué fin más noble puede proponerse?
Yo sé que encontraré muchas dificultades por parte de los míos para irme, pues siendo una Orden cuyos fines se desconocen y no se comprenden, es calificada por el mundo por inútil. Mas por todo quiero pasar con tal de cumplir la voluntad de Dios. El será mi apoyo y fortaleza.
He preferido Los Andes por ser más apartado de las grandes ciudades -lo que hace más dificultosa la ida a ésa- manteniéndose completamente separado del mundo. También porque creo son muy austeras y muy observantes de su Regla y tienen muy arraigado el espíritu de Santa Teresa. Yo fui también a hablar con la Priora -del Carmen Alto creo es- en la Alameda; pero me causó una impresión completamente desfavorable. Ignoro por qué fue. Quizás seria, como ella no me conocía no se manifestó tal cual era. También me manifestó la vida de la carmelita. Sin embargo, no sentí ningún atractivo por el convento. Además noté que la monja del torno preguntaba por todas las cosas del mundo, lo que me desagradó. En cambio, en Los Andes sólo hablamos de Dios; sólo nombramos a ciertas personas para encomendarlas a las oraciones.
Las conocí a todas las monjas, porque corrieron el velo del locutorio. Me encantó la sencillez, la alegría y familiaridad que reinaban entre ellas. Creo han de ser muy santas, pues yo saqué mucho provecho de la visita. He quedado en mucha paz y recogimiento. También sus oraciones casi siempre N. Señor las escucha, pues ya varias cosas se me han cumplido de las que les he recomendado.
En cuanto a la salud, gracias a Dios, estoy muy bien, y creo ese clima no me sentará mal, pues es el mismo de Chacabuco, al que estoy acostumbrada. Además, si Dios me ha proporcionado los medios para ir, arreglando todas las circunstancias para el viaje, y que encontrara yo esa paz y felicidad que tanto tiempo no tenía, ni aún en el Carmen de Santiago, todo esto -Ud., Rdo. Padre lo verá- creo es una manifestación de la voluntad de Dios.
También deseo exponerle los temores que me vienen por creer que el alma que se entrega a la oración ha de sufrir muchos engaños; y a veces llego a creer que todo es ilusión, con lo que sufro muchísimo. Pero me parece que son tentaciones del demonio, pues si una alma espera y cree en Dios, no es confundida.
Le expondré con toda sinceridad acerca de mi oración, pues me figuro ando engañada; así le ruego me diga qué camino debo seguir. Mi oración consiste casi siempre en una íntima conversación con Nuestro Señor. Me figuro que estoy como Magdalena a sus pies escuchándole. El me dice qué debo hacer para serle más agradable. A veces me ha dicho cosas que yo no sé. Otras veces me dice cosas que no han pasado y que después suceden, pero esto es en raros casos. Me ha dicho que seré carmelita y que en mayo de 1919 me iré. Esto me lo dijo de este modo: le pregunté que de qué edad me iría. Entonces me dijo que de 18 años y que me faltaban 5 meses y sería en mayo. Todo esto me lo dio a entender rápidamente, sin que yo tuviera tiempo para sacar la cuenta de que el quinto mes era mayo. Después la saqué y vi que, efectivamente, para mayo faltaban cinco meses; por esto vi que no era yo la que me hablaba. Otras veces me dice cosas que yo no recuerdo y que, aunque quiero, no puedo hacerlo. Pero me ha pasado creo dos veces que, preguntándole yo una cosa, El me la ha dicho y después no ha sucedido; por lo que yo temo ser engañada.
Otra vez estaba delante del Santísimo en oración con mucho fervor y humildad; entonces me dijo que quería que tuviera una vida más íntima con El; que tendría mucho que sufrir y otras cosas que no recuerdo. Desde entonces quedé más recogida, y veía con mucha claridad a N. Señor en una actitud de orar, como yo lo había visto en una imagen. Pero no lo veía con los ojos del cuerpo, sino como que me lo representaba, pero era de una manera muy viva, que aunque a veces yo antes lo había querido representar, no había podido. Lo vi de esta manera como ocho días o creo más y después ya no. Y ahora tampoco lo puedo hacer.
He tenido a veces en la oración mucho recogimiento, y he estado completamente absorta contemplando las perfecciones infinitas de Dios; sobre todo aquellas que se manifiestan en el misterio de la Encarnación. El otro día me pasó algo que nunca había experimentado. N. Señor me dio a entender una noche su grandeza y al propio tiempo mi nada. Desde entonces siento ganas de morir ser reducida a la nada, para no ofenderlo y no serle infiel. A veces deseo sufrir las penas del infierno con tal que, sufriendo esas penas, le pagara sus gracias de algún modo y le demostrara mi amor, pues encuentro que no lo amo. En esto consiste mi mayor tormento. Esto pensé en la noche antes de dormirme, y en la mañana amanecí con mucho amor. Recé mis oraciones y leí la Suma Espiritual de San Juan de la Cruz, en que expone los grados del amor de Dios, y habla de oración y contemplación. Con esto sentí que el amor crecía en mi de tal manera que no pensaba sino en Dios, aunque hiciera otras cosas, y me sentía sin fuerzas, como desfallecida, y como si no estuviera en mi misma. Sentí un gran impulso por ir a la oración e hice mi comunión espiritual pero al dar la acción de gracias me dominaba el amor enteramente. Principié a ver las infinitas perfecciones de Dios, una a una, y hubo un momento que no supe nada: estaba como en Dios. Cuando contemplé la justicia de Dios hubiera querido huir o entregarme a su justicia. Contemplé el infierno, cuyo fuego enciende la cólera de Dios, y me estremecí (lo que nunca, pues no sé por qué jamás me ha inspirado ese terror). Hubiera querido anonadarme pues veía a Dios irritado. Entonces haciendo un gran esfuerzo, le pedí desde el fondo de mi alma misericordia.
Vi lo horrible que es el pecado, y quiero morir antes que cometerlo. Me dijo tratara de ser perfecta; Y cada perfección suya me la explicó prácticamente: que obrara con perfección, pues así habría unión entre El y yo, pues El obraba siempre con perfección. Estuve más de una hora sin saberlo; pero no todo el tiempo en gran recogimiento. Después quedé que no sabia como tenía la cabeza. Estaba como en otra parte, y temía que me vieran y notaran algo en mi especial. Por lo que rogué a N. Señor me volviera enteramente.
En la oración de la tarde estuve menos recogida, pero sentía amor, aunque no tanto. Todo ese día estuve muy recogida y me pidió Dios no mirara fijamente a nadie y, si de vez en cuando tenía que mirar, lo viera siempre a El en sus criaturas, porque para llegar a unirse a El necesitaba mucha pureza. Ni aún quiere toque a nadie sin necesidad. Después de ese día he quedado en grandes sequedades.
Todo esto que le digo, se lo digo con toda verdad. Aunque me parece que todo es engaño, y me cuesta mucho decírselo por lo mismo; pues me parece que son exageraciones mías. Ud., Rdo. Padre, por favor, me dirá qué debo hacer. No sé cómo agradecerle a N. Señor tantos favores, pues veo cuán indigna y miserable soy. Dígame cómo debo hacer mi oración y en qué debo meditar.
Le expongo todo para que Ud. juzgue, Rdo. Padre, y espero que N. Señor lo iluminará respecto a mi pobre alma. Rece por mi. Sobre todo, Rdo. Padre, acuérdese siquiera una vez de ofrecerme con el Cordero inmaculado en la santa Misa, dispuesta para ser sacrificada por amor a Dios y a las almas.
Juana, H. de M.
Se me había olvidado contarle que, si soy carmelita, me llamaré Teresa de Jesús, nombre que encuentro demasiado grande para mí. Rece para que imite a esta gran santa. Perdone mis expresiones tan confusas y sin concierto, pero estoy apurada.
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57. A Elisa y Hermina Valdés Ossa
San Pablo, 1° de febrero de 1919
Señoritas Elisa y Herminia Valdés Ossa
Mis queridísimas niñitas:
No comprendo en qué las he ofendido e injuriado para que no tengan para mi sino el desprecio, expresado por el más profundo silencio para conmigo. Postrada, con la frente pegada en el polvo que pisamos, les pido, les suplico, les ruego encarecidamente, por favor, por Dios, me perdonen, me disculpen y me absuelvan; pues no se me ha ocurrido, ni se me ha pasado por la mente, ni ha sido mi intención ni ofenderlas ni injuriarlas. Antes al contrario, sus imágenes las tengo grabadas en el corazón, sus palabras impresas en la memoria, sus besos y sus cariños estampados aún en el rostro. ¿Qué más piden qué más solicitan y quieren de esta amiga incapaz para guardar recelos, para olvidar cariños, incapaz para olvidar a aquellos a quienes ama? Si existe todavía el lejano recuerdo en sus corazones [de] que un día me prodigaron muchos cariños y me dijeron que me querían y me dieron muestras de mucho amor, yo las conjuro hoy día para que me digan qué mal les he causado, que quiero desdecirme, que quiero borrarlo si es preciso con lágrimas. Sépanlo y pongan atención y oigan bien, pues quizás sea mi postrera palabra: que nadie como yo las quiere.
Su antigua, antigua amiga que todas las noches antes de dormirse les manda un beso, pero que ahora no se atreve a dárselo por ver sus rostros airados.
Les pido humildemente saluden a su papá y mamá, a Pepe y Maria y a todos los que quedan. Si no les es molestoso, por caridad háganlo, y reciban de los míos, si no es atrevimiento, muchos recuerdos y cariños.
Besa a Uds. respetuosamente los pies, indigna servidora de vuestras mercedes
Juana, H. de M.
Mi mamá venia en el tren al que subió el Padre Julio. Se vinieron conversando y sintió muchísimo no ver a doña Elisa y doña Herminia y los acompañantes.
Mi dirección, que puede ser que la ignoren, es: San Javier de Loncomilla. Casilla N° 6.
Os amo, sí. Dejadme que habladora os repita esta verdad tan conocida, que las cosas más íntimas del alma se escapan ahora de mis labios.
Ojo. No se puede leer ante seres como nosotras, sino ante los seres irracionales, como v.gr. los perros. Estoy incoherente de dolor.
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58. Al P. José Blanch, C.M.F.
San Pablo, 3 de febrero de 1919
Reverendo Padre:
Quiero escribirle ésta con toda calma pues la otra anterior fue muy a la ligera, y además creía que iba a venir. Pero Dios no lo quiso, y le ofrezco este sacrificio para que N. Señor sea su guía y luz en el nuevo puesto que va a desempeñar.
Le dije que había ido a Los Andes, visita que fue dispuesta por Dios admirablemente. Hacia mucho tiempo lo deseaba ardientemente y le pedía a N. Señor que dispusiera las circunstancias a favor, pues veía que todo era inútil. Tres días antes de venirnos, por una casualidad, mi papá y hermanos se vinieron al fundo, quedando mi mamá, la Rebeca, Ignacito y yo. De repente se me vino la idea del viaje. Fui a las siete de la tarde a consultarlo con el Padre Falgueras, y todo quedó resuelto para el día siguiente.
Todo nos favoreció, pues hicimos el viaje por el día sin novedad y sin que nadie lo supiera. Más aún, estuve mayor tiempo del que debía estar pues hubo un atraso de trenes a la ida, lo que hizo que no alcanzáramos a venirnos a las dos y media, sino a las siete y media.
Le ruego, Rdo. Padre, me haga el favor de juzgar si tengo verdadera vocación para carmelita, por las razones que tengo para creer que es ello la voluntad de Dios. Creo que N. Señor lo iluminará.
Yo recuerdo que, desde chica, yo decía que si era monja, lo sería, pero de un convento muy austero, en que hicieran mucha penitencia, y donde no se tratara con el mundo. Después cuando estuve enferma de apendicitis, N. Señor me manifestó que quería fuese monja y me dijo que fuera carmelita, a quienes yo conocía solamente por la vida de Teresita del Niño Jesús. Desde entonces no dudé fuera esa mi vocación.
Ahora le diré por qué creo sea la voluntad de Dios sea carmelita y no del Sdo. Corazón:
1‑ Porque la vida de oración y de unión con Dios es lo que amo más por encontrarla la más perfecta; ya que es una vida de cielo en cierto modo, pues la carmelita no se preocupa sino de unirse con Dios, de contemplarle siempre y de cantar sus alabanzas. Esa sed de oración crece en mí por momentos y mi recogimiento ahora es casi continuo; pues todo lo que hago, lo hago con mi Jesús y se lo ofrezco a El por amor. Cuando no puedo tener mi oración por cualquier motivo, sufro por no poder estar con mi Dios.
2‑ La soledad del Carmen ayuda al recogimiento. Ese aislamiento de las criaturas hace que se trate sólo con Dios y se adquiera, por lo tanto, mayor unión con El, en lo que consiste la perfección. La soledad creo no me cansará, pues siempre la busco, y se me hace enojoso muchas veces el trato con las criaturas; pues estando sola, estoy con Dios.
3‑ La pobreza de la carmelita es muy grande. No puede poseer nada, lo que hace que toda la capacidad de poseer sea llenada por Dios sólo. Siendo pobre se asemeja más aún a su Esposo Divino, quien no tuvo dónde reclinar su cabeza. La carmelita sólo debe poseer a Dios.
4‑ La penitencia a que se somete y la austeridad de su vida es un medio más para tener el cuerpo sometido al alma, para asemejarse más al Divino Crucificado, que fue una victima por nuestros pecados. Ella hace penitencia por sus pecados y por los del mundo, y así demuestra su amor a Dios que de tantos favores la colmó.
5‑ Su sacrificio es perpetuo, sin mitigación, desde que nace a la vida religiosa hasta que muere como víctima, a ejemplo de Jesucristo. Y todo en el silencio, sin que nadie lo sepa. Cuántos hay que tachan su vida de inútil. Sin embargo, ella es como el Cordero de Dios. Ella lleva los pecados del mundo. Se sacrifica para volver al redil las ovejas extraviadas. Pero así como a Cristo no lo conoció el mundo, a ella tampoco la conoce. Esta abnegación completa me encanta. No hay cabida al amor propio. No ve ni siquiera el fruto de su oración. Sólo en el cielo lo sabrá.
6.‑ El fin que se propone es muy grande: rogar y santificarse por los pecadores y sacerdotes. Santificarse a sí misma para que la savia divina se comunique, por la unión que existe entre los fieles, a todos los miembros de la Iglesia. Ella se inmola sobre la cruz, y su sangre cae sobre los pecadores, pidiendo misericordia y arrepentimiento. Cae sobre los sacerdotes santificándolos, ya que en la cruz está con Jesucristo íntimamente unida. Su sangre está, pues, mezclada con la divina.
(Carta 58)
Todas estas consideraciones que le hago, Rdo. Padre, son las que me inducen a preferir el Carmen, pues creo que en esta vida he de alcanzar la santidad. La he escogido porque veo que, escogiéndola, he de encontrar la cruz; y andaría -creo- todo el mundo con la gracia de Dios para buscarla y poseerla, pues en ella está Jesucristo.
Ahora le diré por qué quiero irme a Los Andes:
 1º Porque está compuesto de monjas muy observantes de su Regla. Tienen el espíritu de Santa Teresa muy marcado.
2º He visto que Dios les concede todo cuanto le piden (casi todo) pues todo lo que les he encomendado a sus oraciones N. Señor les ha escuchado. Mi ida a ésa se la debo a las oraciones de las novicias que todos los días rezaban, para que fuera, una Salve a la Virgen. Deben ser muy santas para que Dios las oiga así. Además me encantó su sencillez y alegría, al mismo tiempo que [la] familiaridad que reinaba entre ellas. Su presencia y conversación ha aumentado mi recogimiento y me ha traído una gran paz.
3º Además, como está muy retirado de las grandes ciudades, es mucho menos visitado y tiene, por consiguiente, menor trato con el mundo.
4º El modo cómo me preparó el viaje a ese convento; pues fue una serie de circunstancias que los que supieron no pudieron menos de admirarse. El sentirme tan feliz, con tanta paz, la que tanto tiempo no tenía, pues cada día crecían más mis dudas. Todo esto me da a entender que N. Señor me quiere allí. Hay que observar que fui al Carmen de Santiago en la Alameda para que, hablando con una carmelita, me diera a entender mejor su vida. Hablé con la M. Priora y, a pesar de ser la primera vez que entraba al Carmen, no me produjo ninguna impresión’ antes al contrario, me produjo un efecto desfavorable que no puedo explicar. Yo no sé si sería porque la M. Tornera principió a preguntar por cosas de afuera -por algunas personas-, pero yo no sé lo que me pasó. En cambio, en Los Andes, es verdad que hablaron de algunas personas que conocían, pero fue de paso y su conversación fue toda en Dios y en darme a conocer la vida que llevaban.
5º Al clima de Los Andes estoy acostumbrada, pues es casi el mismo de Chacabuco. Gracias a Dios, estoy muy bien de salud. De todos modos, yo le dije a la Madre que era débil, pero ella me dijo que no me inquietara, pues muchas que eran muy débiles podían soportarlo todo.
No sé si le conté que me llamaré Teresa de Jesús, si soy de allá. Pues yo le conté a Madre Angélica cómo se me había ocurrido ser de allá cuando Ud. contó la muerte de las carmelitas en Los Andes, y lo muy austeras que eran, y cómo yo había dicho que las iría a reemplazar. Entonces ella me contó cómo habían muerto víctimas de la caridad y que no duda ella que se habían ofrecido como víctimas por unas necesidades muy grandes que les habían encomendado a sus oraciones. Y me dijo que me llamaría como una de ellas. Más obligada quedo con el nombre de tan gran santa para serlo yo también con la gracia de Dios.
También he considerado cómo la Sma. Virgen fue una perfecta carmelita. Su vida fue contemplar, sufrir y amar. Y todo esto en el silencio, en la soledad. Esta vida fue recomendada por N. Señor a Magdalena diciéndole que había escogido la mejor parte, aunque Marta lo servía con amor. N. Señor vivió 30 años en esta vida de recogimiento y sólo 3 evangelizando
Rdo. Padre, le ruego haga la caridad de decirme qué piensa Ud. acerca de mi vocación: si la tengo -sí o no- para carmelita. Que no me quiero decidir bien hasta que crean verdaderamente que soy para carmelita.
Ahora le voy a exponer con toda sinceridad la oración que he tenido y tengo, pues siento temores si ando errada. Ud. Rdo. Padre, lo verá y me dirá lo que tengo que hacer. Como Ud ya lo sabe, mi oración consiste en una conversación sencilla con N. Señor. Lo considero dentro de mi alma y yo me pongo a sus pies escuchándolo. El me dice lo que debo hacer y evitar. Y me explica otras veces algún paso de su vida. Otras veces me ha dicho cosas que yo no sabía o que no recuerdo. Otras, cosas que no han sucedido y que yo le preguntaba y El me las decía y sucedían. Pero yo a veces temo no sea N. Señor, pues una o dos veces no sucedió lo que El me había dicho.
Una vez que estuve delante del Santísimo N. Señor me habló y me dijo que desde ese momento estaría mucho más unida a El. Y que El, como me amaba, quería que estuviera a su lado. Pero también que sufriría mucho en mi vida. Desde entonces principié a estar mucho más unida a El. Vera -pero no con los ojos del cuerpo- a mi lado a N. Señor en actitud de orar a su Eterno Padre, como yo lo había visto hacía mucho tiempo representado en una imagen. Lo estuve viendo así como ocho días y después, aunque lo quise representar, no pude, pues antes era de una manera vivísima.
Otra vez le pregunté si sería carmelita, y me dijo que sí, a los 18 años. Y que me faltaban 5 meses y que era en mayo. Y no había yo sacado la cuenta que faltaban cinco meses para mayo. La saqué, y así era.
También otras veces -como le dije en una de mis cartas- pienso en las perfecciones de Dios y me quedo en un recogimiento profundo, como si estuviera abismada en Dios. Aquí me ocurrió el otro día una cosa parecida, pero con más intensidad. En las noches, como a veces no hacía oración en el día por estar ocupada, me recogía y estaba en oración como un cuarto de hora. Una noche N. Señor me dio a entender su grandeza y al propio tiempo mi nada. Desde entonces principié a sentir ansias de morir, ser reducida a la nada para no ofender a Dios y no seguir siéndole infiel. A veces deseo sufrir las penas del infierno con tal que así mostrara mi amor y correspondiera en algún modo a sus favores. Esto lo siento cuando tengo fervor, y sufro con esto.
Al otro día de esto por la mañana, leí la Suma Espiritual de San Juan de la Cruz que trataba de la oración y contemplación y del amor de Dios. Principié a sentir tanto amor de Dios que El, aunque hiciera otras cosas, me tenía abstraído el pensamiento. Y era tanta la fuerza del amor, que me sentía como desfallecida, sin fuerzas. Algo como si no estuviera en mí.
Sentí un gran impulso por ir a la oración. Principié por hacer mi comunión espiritual y, al dar gracias, se me vinieron a la mente las perfecciones de Dios una a una. Hubo un instante que no supe nada. Me sentía en Dios… Cuando contemplé la justicia, hubiera querido huir, o entregarme a su justicia e ir al infierno, y anonadándome, le pedí misericordia y me sentí llena de ella. Vi lo horrible que es el pecado. Quise morir antes que cometerlo. Le prometí tener siempre presente a Dios en sus criaturas y otras cosas. Después quedé que no sabía cómo estaba. Creo que estuve como hora y media, pero no todo el tiempo abstraída. Todo ese día sentí mucho fervor. Sentí menos amor y no tuve recogimiento en 12 oración como en la mañana.
Dios quiere de mí la pureza más grande. No quiere fije la mirada en nadie, ni toque sin necesidad a nadie.
Dígame, por favor, Rdo. Padre, qué debo hacer, pues ahora estoy en sequedades muy grandes.
Rece por mí mucho. Me están apurando, por eso no sigo.
Juana
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59. A la Madre Angélica Teresa
Febrero 9 de 1919.
Mi Reverenda Madre: Como voy al pueblo, puedo pasar al correo a echar mi carta. Aprovecho, pues, para escribirle estas cuantas l(neas. Ayúdeme a dar gracias a Dios. El viernes primero pude comulgar. Todos los días tengo hora y media de oración, y hoy principian las misiones. ¿Cómo no agradecer esta lluvia de gracias? ¡Bendito sea Dios para siempre!
 Rece por el buen éxito de las misiones. Yo pasaré a los pies del Señor. Van a ser para mí días de cielo. Cuando esté con El le pediré mucho por Ud. y mis Hermanitas, y como estaré sola con El, me tendrá que oír.
 Adiós, mi Rda. Madre. Saludos cariñosos para mis Hermanitas. Le estaré muy unida estos días al pie del tabernáculo. Ruegue por mí.
Juana, H. de M.
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60. A Elena Salas González
1919, San Javier
Querida Elena:
… Sé perfectamente que la cruz es lo mejor y me considero indigna de sufrir, de cargar la cruz como N. Señor; ya que la cruz se la da a aquellos que más quiere…
¿Cómo describirte la pena que por instantes va apoderándose de mi corazón al sentir la próxima separación? Cuando miro a los míos me digo: ¡Me falta tan poco para dejarlos… Y me parece que la ternura por ellos crece más aún en el fondo de mi corazón. Mas si los dejo, no es por una criatura. Es por Dios. Así ellos no me podrán echar en cara no los quiera; pues ante todo debemos amar a Dios.
Ese amor divino es en mí de una fuerza irresistible, y cada día es más profundo. ¡Cómo quisiera hacer que todos lo amen, pero antes que lo conozcan! Sufro ya nostalgia, por otro lado, de mi conventito. De darme por fin a Dios. De pagar con algo ese amor suyo infinito. Amémosle. Seamos generosas. No miremos lo que hacemos, sino lo mucho que nos falta para corresponder a su amor…
Ya estamos en febrero. Sólo me faltan dos meses. ¡Qué agonía experimento por un lado y, por otro, cuánto deseo tengo que llegue ese día en que ya no tendré sino a Dios! Entonces ya descansaré. Creo que voy a morir de felicidad cuando cambie, por fin, todo lo que tengo por N. Señor, no teniendo otro apoyo, otra luz otro vivir sino El. No te puedes figurar lo que experimento cuándo veo que ya nada nos separará, que de nadie me tendré que ocultar para amarlo y para estar con El. Muy pronto dejaré el mundo para volar al cielo. El carmen para mí es un cielo.
Adiós, Elena querida. Reza por m~ para que sea un poco menos indigna de tal gracia. Saludos… y para ti el inmenso y sincero cariño de tu amiga que más te quiere
 Teresa de Jesús H. de M
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61. A Carmen De Castro Ortúzar
San Pablo, 20 de febrero de 1919
Señorita Carmen De Castro O.
Mi Carmenchita:
Supongo que estarás en Río Claro. Lejos ya del bullicioso Viña del Mar.
Mucho te agradecí tu cartita, y no la había contestado por estar en misiones y, por lo tanto, muy ocupada. Qué luego se me han pasados estos días con N. Señor aquí en la casa. Mucho he rogado por ti, Carmencita querida. Hubo más de 500 comuniones Hicimos catecismo. En fin, hasta ayudé Misa. Es todo lo que te puedo decir.
 Dime por favor si te leen las cartas, porque tengo muchas cosas que contarte. Pero no me atrevo, hasta, saberlo con seguridad.
Antes de las misiones fuimos a Talca, a conocer esa famosa ciudad. que no tiene nada que pueda llamar la atención. Fuimos al Sdo. Corazón. No te imaginas cariño más grande por parte de las monjas. No sé si sabrás que Madre Serrano y Madre Tagle se fueron a Roma para tomar la cruz.
Vuelvo de nuevo a mi vida tranquila: a leer, a estudiar y hacer catecismo. Poco salimos a caballo, porque no tenemos con quién. Así cambian las cosas, mi querida Carmen. Nosotras que pasábamos antes en el caballo… Nos da risa a nosotras con la Rebeca vernos desempeñar el papel de hijas mayores; pues sólo estamos los tres más chicos. No te imaginas lo solas que nos encontramos.
La Herminita me escribió de Cunaco unos días antes de irse a Viña. No tenía nada de ganas de ir.
Supongo que tu mamacita se habrá mejorado. Salúdala a mi nombre. Lo mismo a tus hermanas, en especial a Inés. Y para ti mi Carmen tan querida, todo el cariño de tu
 Juana, H. de M. P.D.
La Rebeca me encarga te salude, lo mismo a la Inés. Dales cariños a los demás.
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62. A la Madre Angélica Teresa
JESUS San Pablo, 20 de Febrero de 1919
Rda. Madre
Sor Angélica Teresa del Smo. Sacramento
Mi Reverenda Madre:
No le había podido escribir antes diciéndole había recibido la encomienda, porque sólo ayer pude ir a retirarla, pues tenía que hacerlo con suma reserva y prudencia para que no me sorprendieran. Gracias a Dios ya la tengo en mi poder y en seguridad. No puedo menos de reírme al recordar lo que hice para ocultarla. Fíjese que fuimos de paseo a una chacra. De allí me fui al pueblo. Llevé mi paltó, y puse el paquete envuelto con él. Pero como después iban a subir al coche otras personas, nos fuimos las dos con la Rebeca a un bosque de pinos, y allí ella se puso el delantal debajo de su vestido y yo el corpiño. Todo lo hicimos en un abrir y cerrar de ojos. Nos reíamos a gritos, pues teníamos que andar con cuidado para que no se nos notara. No tengo cómo agradecerle a la Rebeca, pues la pobrecita aunque está como la noche oscura, me ayuda en todo lo que puede. Además, al principio estaba como desesperada por la separación; pues -se lo aseguro, mi queridísima Madre- que no creo existan hermanas más unidas. Sin embargo N. Señor ha puesto en su alma últimamente un valor para el sacrificio y resignación, que no puedo menos de admirarla. ¡Bendito sea N. Señor!
Me probé las dos cosas que me envió. Le aseguro que hubiera gritado de felicidad cuando me las puse. El delantal me queda muy desbocado y un poco corto. ¿Hasta dónde debe llegar? El corpiño me queda ancho, muy rebajado debajo del brazo. ¿Tiene que ser armado al cuerpo? También le agradecería, Rda. Madre, me dijera de qué género debe ser la ropa interior. Yo desearía hacérmela de algún género áspero. Dígame si hay inconveniente para ello. Ojalá Ud. entonces me lo indique en su carta, pues si no, mi mamá no querrá sino de un género fino, y quiero desde el principio tener mi ropa de pobre: pero, le repito, si esto es más conveniente; pues ante todo, mi Madre tan querida, quiero hacer lo que Ud. me indique.
Estoy feliz, pues recibí contestación de mis antiguos confesores, a quienes escribí exponiéndoles las razones que tenía para ser carmelita y de allá,de Los Andes. Y los dos me contestaron diciéndome que veían claro ésa era mi vocación, y son de parecer la realice lo antes posible. Pero me dicen ambos que el único punto oscuro que ven en mi proyecto es mi falta de salud; y me dicen le dé una cuenta detallada para que juzgue Ud., Rda. Madre mía, si podré o no resistir.
Enfermedad orgánica no tengo ninguna, pero soy muy débil.
Me dan muy a menudo fatigas, las que provienen del estómago; no propiamente de éste, sino del hígado, y el año antepasado pasé todo el año con un fuerte dolor en el pecho y en las espaldas. Me examinaron muchos doctores y ninguno sabía lo que tenía. Por fin García Guerrero me dijo era del hígado, del cual salía un nervio que pasaba por el pecho y espalda, y ese nervio era el que me dolía. Me dio remedios para el hígado y sané. Gracias a Dios no me ha vuelto. Me dijo que debía llevar siempre una faja de lana o de cualquiera clase para que me calentara el estómago y el hígado. Ahora, Rda. Madre dirá Ud. si lo podré llevar si soy carmelita. Yo le dije a N. Señor que si El quería que lo fuera, me diera salud; y este año he pasado muy bien, gracias a Dios. Sólo estuve con gripe, pero eso fue general. No tengo más que decirle respecto a mi salud. Pero mi mamá me encarga le diga que si no será bueno que me fuera probando un poco en no comer carne, en no tomar desayuno ni onces, como también en dormir las 6 horas que se duermen en el Carmen, y en otras cosas que Ud. crea conveniente. Mi Rda. Madre, le aseguro, me cuesta mucho decirle todas estas cosas, pero lo hago por obedecer. Cuánto cuesta tener que tomar en cuenta 3 la parte inferior para elegir un bien tan superior para el alma. Pero en fin, Dios nos ha hecho de cuerpo y alma, y al ponerme bajo su cuidado, le he de exponer las necesidades de ambos, ya que dentro de poco será Ud. mi Madre querida, aunque ya siento por Ud., mi Rda. Madre, el cariño de hija, aunque indigna.
También me dice el Padre le pregunte todas las penitencias que tienen para que después no me sorprendan y mire mis fuerzas.
Ya terminaré todo este cuestionario, para contarle los felices días que he pasado cerca de mi buen Jesús. Nunca lo había aprovechado tanto. Apenas tenía un rato desocupado, me iba a postrar junto a El. Pasaba 3 veces una hora seguida con El, y a cada ratito me arrancaba para verle, pues parece que mi corazón era sin cesar llamado, y no podía descansar hasta que iba. Lo más divertido fue que uno de los Padres Misioneros del Corazón de Maria -el Padre Julián Cea- era muy amigo de las carmelitas. Así es que hablaba continuamente de ellas, y después me embromaban diciéndome que tenía que tener vocación para carmelita. Yo me reía exteriormente, pero después se lo dije al Padre y me encontró vocación para el Carmen, y me habló, pero mucho, de la perfección que encierra esta vocación. Me dio un cuaderno que no sé si conoce: «Tratado de perfección de la vida religiosa» del P. Nieremberg. Estoy encantada con él, pues contiene mucha doctrina. ¿Cómo no agradecer al Señor todos los favores que me concede? Ay, Rda. Madre querida, sólo creo que en el cielo se podrá saber los innumerables beneficios qué a cada instante concede N. Señor a esta nada miserable. Si pudiera dar mi sangre gota a gota, no sería bastante para agradecer a mi Divino Redentor. Me abandono en sus divinos brazos como un niño en los brazos de su madre a quien no tiene cómo pagar. Créame que no me preocupo por nada; que no siento nada, porque lo tengo a El. Es mi Todo adorado.
¿Y mis Hermanitas? Las encontraba siempre en mi Jesús. Allí a sus pies las vera consolándolo y amándole. Dígales de mi parte lo mucho que las quiero en N. Señor, y que pidan para mí el amor de Dios. Con amor, ¿no es verdad, Madre mía, que lo haré todo? Con amor sufriré, repararé y cumpliré su divina voluntad. Y W., mi Rda. Madre, rece por su hijita, para que no sea más ingrata; para que sea toda para El; y Ud., mi Madrecita querida, cuente con mis pobres oraciones, tan pobres
Juana, H. de M.
Saludos a Sarita. ¿La esclavina va abotonada? ¿No se puede tener ninguna medalla de plata? Pues tengo la de Hija de María. En los devocionarios, ¿se pueden guardar algunas imágenes como recuerdo de la persona que la dio, para rogar por ella? Fíjese, Rda. Madre, que le pedí mucho a N. Señor por dos almas en las misiones, y se confesaron las dos. Pero me falta una tercera. Con la Sma. Virgen nadie sale vencida, ¿no es cierto? Les di a los dos escapularios del Carmen. ¡Bendito sea Dios. Rece también por Elisita, porque está en Viña del Mar.
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63. A Ester Pellé de Serrano
Estimada misia Ester:
Por la carta que le escribió a mi mamá, supe que Ud. conocía mi Secreto y lo había dicho a Consuelo lo que agradecí, pues muchas veces yo se lo quería decir a ella, pero no me atrevía por temor que ella creyera estaba en la obligación de decirlo. No necesito recomendarle me guarde la más estricta reserva; pues una palabra me podría comprometer, y todo mi deseo es hacerlo lo más pronto posible.
Mucho le agradecería me enviara una amplia explicación de la Reparación Sacerdotal; pues, aunque ya pertenezco a ella, sin embargo, no me lo han explicado muy bien. Y yo, como deseo ser
carmelita -la cual se propone rogar por los sacerdotes-, tengo verdaderos deseos de llenarme por completo del espíritu de reparación, ya que creo le agradará a N. Señor, pues sufre tanto por las ofensas de aquellos que, llamados a ser sus verdaderos e íntimos amigos, muchas veces lo olvidan y lo olvidan. ¡Cuántas veces no he sentido en el fondo de mi alma, al ver sacerdotes indignos de tal nombre, mucha pena! Y mucho tiempo atrás ofrecía una vez a la semana, la comunión y la Misa para rogar y reparar por ellos.
Yo, que he de permanecer siempre al pie del tabernáculo, me esforzaré -se lo aseguro- por consolar a N. Señor por las ofensas de sus ministros. La carmelita es hermana del sacerdote. Ambos ofrecen una hostia de holocausto por la salvación del mundo. Así pues santificase a sí misma para que la sangre del divino Prisionero que recibe ella en su alma por estar siempre más unida a El, circule por los demás miembros del cuerpo de Cristo. En una palabra, santificase a sí misma para santificar a sus hermanos.
He dado gracias a Dios por existir todavía en el mundo almas grandes que sepan ayudar a llevar la cruz a N Señor. Ud., Misia Ester es una de ellas. Ha sabido dar con la herida más dolorosa de su Corazón divino. Tal es la que le hacen sus amigos. Sea toda la gloria para Dios. Vivamos, pues, muy unidas en el piélago infinito del amor de Dios. Allí, sumergidas y perdidas, podremos vivir olvidadas para siempre de todo lo terreno. Esa es !a vida verdadera: amar a Dios y glorificarlo aquí en la tierra para hacerlo después en la eternidad.
A Dios. Su affma. en C.J.M.
Juana, H. de M.
Cuando sepa la dirección de la Consuelo, envíela, por favor.
Mi nombre será en el Carmen el de mi Santa Madre. Fíjese qué honor. Teresa de Jesús. Carmelita.
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64. A la M. Angélica Teresa
J.M.J .T.
JESUS
San Pablo, 24 de febrero de 1919
Reverenda Madre:
A pesar que sólo hace dos días que le escribí, sin embargo, lo hago de nuevo, pues tengo una duda y no veo a quién consultársela sino a Ud., mi Rda. Madre, que con su maternal bondad ha de atender a esta su pobre hija.
Le he prometido a la Sma. Virgen guardar desde esta fecha el lirio de mi pureza y lo más perfectamente posible, pues reconozco cuánto le agrada a N. Señor esta virtud y cuán necesaria es para llegar a la total unión con Dios. Así es que me esmeraré con todas las fuerzas de mi alma para conservarlo intacto.
Ahora tengo esta duda: debo ser muy modesta en todo, y yo tengo la costumbre, porque así nos han enseñado, de lavarme en camisa de dormir, pero me la bajo hasta debajo de los brazos para lavarme mejor; pero no sé yo si esto no será contra la modestia, que le he prometido a la Virgen; así pues, recurro a Ud., mi queridísima Madre, con total confianza para que me diga cuál es su parecer pues mi único deseo es ser cada día más de N. Señor. Y aunque sé lo muy indigna que soy, sin embargo, aspiro a ser, como mi Santa Madre verdadera Teresa de Jesús, para que El pueda decirme que El es Jesús de Teresa. No sé si esto será demasiada pretensión de mi parte; en tal caso indíquemelo, mi Rda. Madre,y repréndame como [a] hija, a pesar de ser tan indigna.
Deles mis más cariñosos recuerdos a mis Hermanitas. Que recen por esta pobre desterrada que tanto lo necesita, y dígales que siempre todas mis oraciones las uno a las que salen de mi conventito, para que, confundidas con las de ellas, sean despachadas por Dios N. Señor favorablemente. Le ruego, mi bondadosa Madre me perdone por importunarla con mis cartas tan a menudo pero tenga paciencia, que Dios le pagará por mí, pues harto se lo pido.
Mi mamá le envía muchos recuerdos y de mi parte reciba el inmenso cariño y agradecimiento, que le profesa su hija indigna en el S. Corazón de Jesús y María,
Juana, H. de M
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65. A una amiga
Querida hermanita:
Que la gracia del Espíritu Santo sea en tu alma. No te extrañes no te haya contestado tu cartita encantadora; pero me es sumamente difícil, pues tengo que emplear un rato muy largo para conversar con mi hermanita y el tiempo anda escaso.
Estas letras que pongo bajo la protección de mi Madre Santísima y que las escribo en unión con mi Jesús, han de hacerte ver el interés que tengo por ti y lo mucho que deseo seas toda de El -no importa dónde- con tal que seas una santa. Te aconsejo que en cuestión de vocación consultes con el Padre Falgueras o con un padre que sea tu confesor, pues ellos reciben especiales luces sobre el camino por donde han de guiar las almas. De todos modos, yo te daré algunas señales que te pueden servir para conocerla y vayas pensando mientras no puedas consultarlo
Te voy a hacer las siguientes preguntas: ¿Deseas mucho pertenecer sólo a Dios y servirle en cuanto te sea posible con la mayor perfección? Ese fue el ideal que Dios se propuso al crearnos: que lo sirviéramos y amáramos sobre todas las cosas. ¿No encuentras que es demasiado el consagrarle a Dios toda una vida? El vive para nosotras y no hace otra cosa que amarnos. ¿Crees que podrá quedar saciado tu corazón con el amor de las criaturas, que la mayor parte de las veces es inconstante y pasajero? ¿No dejan en tu corazón un vacío, una tristeza las diversiones mundanas y los paseos? En cambio Dios nos ama y ese amor es inmutable, y cuando pasamos un rato con N. Señor orando con fervor o hacemos el bien por amor a El, ¿no nos sentimos felices y tranquilos? ¿Te parece a ti que el matrimonio con un joven que sea un ventajoso partido, con el que puedas formar un hogar cristiano, te atraiga? ¿No te gustaría más ser de Dios, vivir despreciada y desconocida del mundo en un convento, formando miles de corazones cristianos, siendo madre de esas almas, convirtiéndolas y llevándolas a Dios? ¿Qué importa ser alabada, ser apreciada por las criaturas cuando éstas no son nada? ¿No importa más ser querida y apreciada de Dios? ¿Qué importa sacrificarse en el destierro por pocos años, si se ha de demostrar en esos años el amor a un Dios que nos amó eternamente? Morir sufriendo por las almas que costaron la sangre de un Dios infinito ¿encuentras que es mucho? O, si me dieran todo el mundo, toda su vana ostentación, ¿no dudaría en irme a mi conventito pobre y desconocido? Además, ¿quién como N. Señor podrá querernos? Nadie en el mundo. Ni aún nuestras propias madres. Su amor es infinito. Si amamos a aquellos que nos aman; si se entregan muchas a aquellos que más las aman, ¿no es natural que nosotras que hemos comprendido el amor de Dios nos entreguemos a El? El supera a todas las criaturas en hermosura, en bondad, en sabiduría, en santidad, en poder, en justicia, en amor. Si amamos a los seres que tienen cualidades
extraordinarias, ¿por qué no amarlo a El, que las reúne todas con infinita perfección?
Hermanita, piensa en todo esto. Y si eres capaz de renunciar a todas las comodidades por vivir con El, para ser la esposa del divino Crucificado; si sientes que serás capaz -claro que ayudada por El -es porque Dios te quiere para Sí, ya que te da el valor para abandonarlo todo, y te da su amor para que lo sigas al calvario. Sí, ser esposa de Cristo es ser crucificada, pues así como los esposos comparten las alegrías y las penas, las riquezas y las pobrezas así también la que es esposa del Crucificado, del Obediente hasta la muerte, del que no tiene dónde reclinar la cabeza, ¿no debe ser crucificada por el mundo, no debe ser obediente hasta morir sin voluntad, no debe ser pobre hasta no tener sino a Jesús para reclinar sobre su pecho su cabeza? La vida religiosa, hermanita mía, no es sino vida de sacrificio. El alma se ha dado a Dios y debe darse enteramente, pues el amor no deja nada para sí; todo lo consume, para que de esas cenizas se levante una persona sola: Cristo. La criatura se consumió en la divinidad. Ella no tiene voluntad, sino lo que diga Jesús por sus superiores. Si la mandan trabajar, aunque esté enferma lo debe hacer. Si le ordenan rezar y después dejar ese rezo e irse a sus hermanas, lo debe hacer. Y esto sin decir palabra. Jesús obedeció en silencio. Su espíritu y su corazón deben someterse en silencio. Cristo era superior a las criaturas, vera el mal que le causaban los judíos al darle la muerte y, sin embargo, se sometía enteramente, sin murmurar. Sufre la religiosa en vencerse a sí misma, en despreciarse y humillarse, en vencer sus defectos y adquirir las virtudes para ser perfecta, en amar y servir con alegría y caridad a aquellas de sus hermanas que no tienen buena voluntad para con ella. Sufre mortificando su cuerpo, viviendo en continua austeridad, negándose toda comodidad; y eso, por toda la vida. Mas ¿qué importa si Dios está con ella? Mas, hermanita, hay otros sufrimientos aún mayores que no sé si los comprenderás. Estos son las sequedades del espíritu, que consisten en verse enteramente abandonada de Dios; en no sentir ningún fervor en la oración. Como somos tan miserables nos apegamos al fervor sensible, a sentir el amor de Dios sensiblemente, y vamos muchas veces a la oración a buscar los consuelos de Dios pero no a Dios. Esto es imperfección y N. Señor purga a veces a las almas que quiere dándoles estas sequedades, y sólo cuando ya no les importa sentir o no el fervor sensible, entonces las regala y las consuela. Este es el mayor sufrimiento, pues es del alma: se ve abandonada a sus fuerzas, separada de Dios a quien tanto ama, y cercada de tentaciones; llena de flaquezas. ¿Cómo será este sufrimiento, que Nuestro Señor, que no se quejó durante toda su pasión, al verse abandonado de Dios lo llamó con gran angustia: «Dios mío, por qué me habéis abandonado?» Cuando en el huerto se sintió débil al ver lo que iba a sufrir y experimento en su alma el dolor de la Pasión, dijo: «Si es posible, Padre mío, pase de mí este cáliz; mas no se haga mi voluntad sino la tuya». ¡Cuánto mayor será, pues, para el alma verse sola sin Aquel por quien lo dejó todo! Mas Dios le deja sola aparentemente, pues Dios está a su lado invisiblemente con su gracia, y puede sacar de esa prueba mayor humildad al ver qué poco puede por sí misma, y mayor amor al ver que, a pesar de ser miserable, Dios la ha llamado y amado más que a otras criaturas.
En cuanto a lo que me dices te hable de las Carmelitas y…, lo haré para otra carta, pues veo que primero está que te resuelvas a ser de Dios. Después te dirá dónde le debes servir. En todas partes puedes ser santa, con tal que observes perfectamente la Regla.
Me dices que quieres ser la casita de Dios. Me alegro mucho por ello, pues veo por eso que lo quieres. Sor Isabel de la Trinidad decía: «Dios es el cielo y Dios está en mi alma». Luego tenemos el cielo en nuestra alma. Ahora bien, ¿qué se hace en el cielo? Amar, contemplar a Dios y glorificarle. He aquí lo que trataremos de hacer: amarlo antes que a nadie. El que ama siempre piensa en el amado. Nosotras pensemos constantemente en El; pero ya que es esto imposible, al menos pensemos muy a menudo en El Contemplémosle allí, en el fondo de nuestra alma, unido a nosotras. Contemplémosle orando a su eterno Padre por las almas y por los pecadores, y unámonos a esa divina oración. Contemplémosle trabajando a nuestro lado. Ahora lo miro escribiendo y me uno a El. Contemplémosle -dice santa Teresa- alegre como en el Tabor, si estamos alegres; triste como en el Huerto si estamos tristes; y así en todo.
Contemplémosle en las criaturas. Así nos será más fácil tener caridad. Si somos humilladas, lo somos por El. Si somos alabadas, lo somos por El. Si servimos, servimos a El; y así en todo. Así el alma queda simplificada y unida a El; siempre piensa y ve a El. Por último, en el cielo se cantan sus alabanzas y se le glorifica por sus obras; seamos, pues, como Isabel de la Trinidad, alabanza de su gloria. Es decir, obremos todo por amor y siempre lo más perfecto, de manera que, al vernos las demás personas, puedan decir: «qué virtuosa es». Y ¿para quién es la gloria de nuestra virtud sino para Dios, ya que es El el que obra en nosotras? Nada podemos por nosotras mismas. Propongámonos en todo lo que hacemos la gloria de Dios y todo por amor a El; de esta manera nuestras obras serán con pureza, pues obraremos por El en El y para El. Si nuestras obras son puras, nosotras también lo seremos; así nuestro Señor estará contento en nuestras almas. Viviendo así, viviremos vida de cielo en la tierra. Y ¿cómo podremos demostrarle más nuestro amor a Dios que haciéndole encontrar el cielo en la tierra? Dios va a ser pues el dueño de nuestra alma, de nuestra casita. El dueño de casa es el que manda y vela por la casa, y todos le obedecen y se guían por su parecer. Hagámoslo así también nosotras.
En el cielo se hace siempre la voluntad de Dios, ya que N. Señor nos enseñó a decir: «Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo». ¿Quieres que te diga con franqueza que -yo lo sé por experiencia-, si hay algo que le gusta a Dios, es que nos abandonemos, pero completamente, a su divina voluntad; pero de tal manera, mi querida hermanita, que no podamos decir «quiero» porque le hemos dado nuestro querer a Dios? Por ejemplo: deseamos salir: «Señor, si Tú lo quieres, saldré; si no, no, y me quedaré feliz». Si por el contrario, tenemos que salir a paseo y no tenemos ganas: «Cómo Tú lo quieres, iré feliz, pues me ayudará a amarte».
En pedirle por nuestras familias y por nosotras, decirle siempre: «Estos son los seres que quiero en Ti; Tú ves sus necesidades. Si quieres Tú, Señor, remédialas». Y quedarnos tranquilas con su divina voluntad. No pedirle nada, sino decirle «dame lo que Tú quieras». Esta es la mayor gloria de Dios, y no te niego que cuesta, pues a veces, sin darse cuenta uno, le pide; pero decirle: «no, Señor, lo que quiero, sino lo que Tú quieras».
Dime también si haces oración y cuánto rato. Examínate después cómo la has hecho y apunta las inspiraciones de N. Señor que has recibido en ella, para que las leas y no se te olviden. Cuánto te latearán mis cartas, hermanita; perdóname y reza para que cumpla lo que te he dicho, si Dios lo quiere que yo lo haré por ti.
El otro día hicimos un paseo precioso a caballo. Fuimos muy lejos, a un lugar muy pintoresco. No sabemos si mañana haremos otro a navegar en el río Loncomilla. Todo lo que veo me lleva a amar a Jesús, que lo ha hecho todo, y a glorificarlo por sus obras.
Rezo por tu abuelita. ¿Cómo está? Ojalá, si Dios lo quiere, se mejore. Vivamos unidas en el Corazón de Jesús. A‑Dios, casita de
Juana, H. de M.
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66. Al P. Julian Cea, C.M.F.
San Pablo, 27 de febrero de 1919
Rdo. Padre:
Abusando de su buena voluntad, me atrevo a dirigirle estas líneas para pedirle me aconseje sobre varias cosas de que tengo dudas.
He seguido en mi vida de recogimiento, uniéndome a Dios lo más posible. El otro día, cuando estaba en oración, me dijo lo adorara constantemente dentro de mi alma, ofreciéndole las alabanzas de todas las criaturas y uniéndome a las que le tributan los ángeles del cielo. Todo cuanto El me dijo lo he cumplido, viviendo así mucho más unida a El. Contemplo a la Sma. Trinidad dentro de mi alma como un inmenso foco de fuego y luz, en el cual, por su mucha intensidad no puedo penetrar ni mirar. Allí veo a la Sma. Virgen, a los ángeles y santos. Y me veo yo, criatura miserable, confundida y anonadada delante de su Divina Majestad y me uno a las alabanzas que le tributan todos en el cielo. Me pidió que esta adoración fuera constante y esta alabanza no fuera interrumpida, de modo que si hablaba o tenía que hacer cualquiera obra, lo hiciera con este fin de procurar su mayor gloria.
El sábado, como Ud, R. Padre, me lo indicó, medité una virtud de la Sma. Virgen. Y N. Señor me dijo lo hiciera sobre la pureza y después yo oía una voz que me enseñaba y me declaraba la pureza de mi Madre. No sé en qué consistió, pero yo desconocí la voz y le pregunté a N. Señor si era El, pero me dijo que era su Madre. Entonces la Sma. Virgen me dijo me abría su maternal Corazón, para que leyera en él hasta dónde llegó su pureza virginal; para que, imitando esta virtud, pudiera llegar a la total unión con Dios. Después de declararme esto, me dijo lo que yo debía tratar de hacer para ser pura y enteramente de Dios.
1‑ Que rechazara todo pensamiento que no estuviera en Dios, para que así viviera constantemente en su presencia. Que evitara todo afecto a las criaturas para que nunca éstas me turbaran.
2‑ Que no tuviera otro deseo que el ser cada día más de Dios. Que deseara su gloria la santidad y la perfección en todas mis obras. Que no deseara ni honras ni alabanzas, sino desprecios, humillación y cumplir la voluntad de Dios. Que no deseara las comodidades ni nada que halague mis sentidos; y que, tanto al dormir como al comer, lo hiciera con el deseo de servir mejor a N. Señor.
3‑ Ser pura en mis obras: abstenerme de todo aquello que pueda mancharme en lo más mínimo y sólo hacer aquello que sea del agrado de Dios, que quiere mi santificación, y hacerlo siempre todo por Dios, para Dios y con Dios. Además me aconsejó que en mis conversaciones, en cuanto fuera posible, nombrara a Dios y que evitara toda palabra que no fuera dicha por la gloria de Dios. Que no mirara fijamente a nadie y que, cuando lo hiciera por necesidad, contemplara a Dios en sus criaturas. Que siempre pensara que Dios me mira. Que en el gusto me abstuviera de aquello que me agradaba, y que si tenía que comerlo, lo hiciera sin complacerme, y se lo ofreciera a Dios y se lo agradeciera. Que el tacto lo mortificara no tocándome sin necesidad, ni a ninguna persona. En una palabra, que todo mi espíritu estuviera de tal manera sumergido en Dios, que me hiciera olvidarme de mi cuerpo. Me dijo que rezara mucho para conseguirlo, pues así en mi alma se reflejaría el Dios Santo. Que Ella desde que nació vivió así; pero que a Ella le fue más fácil, pues no tenía la culpa original. Pero que se lo pidiera y lo conseguiría. Después quedé muy recogida, pero no he sentido fervor. Sin embargo, noto que Dios muy interiormente se une a mi alma, y sin palabras a veces me da a conocer su voluntad
El otro día me habló de la pobreza. Me dijo que tratara de no poseer ni voluntad ni juicio, ya que por ahora no podía ser realmente pobre. Entonces me dijo .que no estuviera apegada a nada. Pero todo esto fue sin palabras, sino que me lo daba a entender interiormente, y me hizo conocer que estaba apegada al fervor sensible. Que yo hacía consistir la unión divina en el amor sensible, pero que estaba en imitar sus divinas perfecciones para asemejarme a El cada vez más, y en sufrir mucho por su amor para ser crucificada como El.
Rdo. Padre, todo esto se lo digo tal como pasa en mi alma, para que Ud. pueda aconsejarme. Como Ud. puede ver, N. Señor es demasiado bueno Para con esta ingrata criatura. Cada vez que estoy en oración N. Señor me da a conocer su amor infinito y lo imperfecto de mi amor. Créame que deseo morir, pues veo que no le correspondo en nada. Quisiera, si me fuera posible, sufrir las penas del infierno, con tal que así pudiera amarle un poco. Soy tan miserable que N. Señor necesita darme muchos consuelos y fervor para que me acerque a El; y a pesar de esto, no lo hago. Siento a veces tanto amor, que me siento verdaderamente sin fuerzas; y sin embargo, en mis obras no se lo demuestro‑. ¡Ay!, Rdo. Padre, créame que me aniquilara para que no existiera sobre la tierra un monstruo de ingratitud para con ese Dios que es todo amor. A veces temo que se canse y me deje abandonada para siempre; que me mande la muerte y me condene. Rece Ud. por mí, R. Padre, pues tanto lo necesito, para que lo ame verdaderamente. Tengo ansias de ser carmelita para poder hacer penitencia y demostrarle mi amor, mortificando este cuerpo que me sirve de estorbo para unirme a El.
Le ruego me dé permiso, entre tanto, para ponerme un cinturón tejido de ramas de acacia, pues éste tiene espinas. Me he puesto también piedras en los zapatos, porque esto no me hace nada y tengo permiso para hacerlo. No le pido permiso para mortificarme en la comida porque me lo tienen prohibido; pero son tantas las ansias que tengo de hacerlo, que N Señor lo tomará en cuenta.
No se imagina, Rdo. Padre, la pena tan grande que tuve cuando vi que Nuestro Amo no estaría aquí (en el fundo, cuando la Misión, tuvimos el Santísimo). Me sentía tan sola que en la tarde no pude contenerme más y lloré sola en mi cuarto. Soy tan mala y El me hace mejor. Hemos estado consagrando las casas al Sdo. Corazón. Llevamos ya 21.
Rdo. Padre, permítame recordarle, pues me da tanto miedo que se le olvide, esos dos responsos que mandó decir esa mujer y que se lo di a última hora. Le he agradecido mucho el cuadernito que me dio. Me ha encantado.
Rece por su pobre carmelita para que cumpla la voluntad divina. Ofrézcame como víctima de reparación y acción de gracias en la Sta. Misa alguna vez por manos de la Sma. Virgen. Y cuando yo ofrezca mi sacrificio, rogaré mucho por Ud. para que sea un santo y salve muchas almas.
Se despide en el Sagrado Corazón de Jesús y de María
 Juana
P.D. Se me había olvidado decirle que mi nombre será Teresa de Jesús. Fíjese qué nombre tan grande para mí. Ruegue para que sea verdadera Teresa de Jesús y para que Jesús pueda decirme que El es Jesús de Teresa.
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67. A Elisa Valdés Ossa
San Pablo, 2 de marzo, 1919
Señorita Elisa Valdés Ossa
Mi tan querida Eli:
Por fin recibí carta tuya. Tenía verdaderamente ansias de tener noticias de Uds. Y como tú en tu carta -lo mismo que la Herminia-me dicen que no les conteste hasta que puedan mandarme la dirección de Viña, no podía hacerlo a pesar de acordarme a cada momento; y tenía que resignarme.
Mucho me alegro lo pasen tan bien en Viña, pues lo bueno que tiene es la independencia que existe. De otra manera se haría esa vida insoportable.
La semana pasada tuvimos misiones Le habíamos dicho al Padre Julio nos las diera, el cual quedó de contestarnos si podía; pero nos contestó cuando estábamos ya en misiones, porque convenía hacerlas en febrero por los trabajos. Vinieron los Padres del Corazón de María, de Talca. Son excelentes misioneros y muy entusiastas. La gente quedó encantada, tanto más cuanto que nunca aquí habían traído misiones en grande, y querían a toda costa ir a dejar a los PP. a la estación.
Nosotras dos con la Rebeca hacíamos catecismo. Se juntaban más de 50 chiquillos, y después de las misiones, hemos seguido haciéndoles clase todos los días; pues la gente de aquí es muy ignorante. Parece que poco o nada les enseñan en la escuela fiscal. Como nos vamos el sábado a Santiago les hicimos hoy a los niños comedias y juegos, pero te aseguro que los pobrecitos han gozado. El domingo anterior a éste les hicimos biógrafo. Estaban encantados Después, para terminar, les tiramos una rifa.
Es lo más divertida aquí la gente, pues no están acostumbrados a tener patrones, porque casi todos son propietarios y todos se tratan con mucho estiramiento entre ellos; así es que están encantados que no los tratemos así. A mi mamá la llaman la señora doctora. No te imaginas la fama que le han dado, porque le trajeron un niño moribundo con una herida que le tomaba toda la cabeza; se le vera hasta el hueso. Todos creíamos que se moría, pues estaba agonizando. Mi mamá le puso una inyección, lo fajó y ahora, en menos de un mes, está completamente sano.
Todos estos días salimos a caballo para consagrar las casas al Sdo. Corazón. Llevamos 21 casas ¿qué te parece? Hemos hecho paseos en coche y a caballo. Fuimos al Loncomilla a andar en bote y tomamos las onces en una isla. Conocimos también Talca. Nos gustó; pero creíamos que era más bonita. La Lucita está en Bucalemu, con mi tía Rosa Fernández, que no la ha dejado moverse. Dice se siente muy bien; pero ya se va a Santiago el 8.
A la Herminita le dirás que esta carta es también para ella. Que pronto le escribiré, y que no lo había hecho por no saber la dirección. Tú me dices que te ibas a ir a Curanilahue y que no te escriba hasta que me vuelvas a escribir. Te aseguro qué soñaba con ustedes, mis hermanitas queridas.
¿Y tu mamá?¿Cómo se siente? Dale un abrazo muy cariñoso de parte de mi mamá y de la sobrina que más la quiere. Tu papá y Jaime–me dices–están en Cunaco. Pero supongo habrán estado también allá.
Adiós, mis pichitas queridas. Escríbanme luego, pero más largo. Aprendan de ésta mía, aunque la de Uds. será menos latosa que ésta. Adiós, buenas noches. Me voy a acostar. Un beso para cada una de su hermana que tanto las quiere
 Juana La Rebeca les manda un abrazo y un pelizco a la disimulada. Saluden a la Juana y Elvira. ¿Cuándo se vienen? Es delirio el que tengo por verlas y conversar largo con Uds.
Léela primero tú. En la soledad, a solas contigo, hablaré. Puedes admitir a la Gordita.
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68. Al P. José Blanch, C.M.F.
J.M.J.T.
San Pablo, 3 de marzo de 1919
Reverendo Padre:
No sabe cuánto agradecí su carta. Y le di muchas gracias a Dios le haya hecho conocer su voluntad sobre mi.
Apenas llegue a Santiago, solicitaré el permiso de mi papá. Apenas le escriba se lo participaré a W. para que ruegue mucho a Dios me lo dé si es su divina voluntad. Esta es, ante todo, lo que pido.
Las misiones las supe aprovechar. Pasé unos días de cielo. A veces, cuando estaba una hora o más con N. Señor, me figuraba estar en el Carmen. Sólo me faltaba verme tras las rejas como prisionera. A cada momento me iba al oratorio; pues no tenía descanso mi corazón hasta que no me encontraba a sus pies. Vino un Padre que me gustó mucho. Se veía era muy santo: el P. Cea. Dios permitió que viniera, pues no sabía qué me pasaba. Estaba muy desanimada en la oración. Como tuve necesidad de consultarlo acerca de esto, me dio muy buenos consejos que trajeron la paz a mi alma. Le dije mis intenciones de ser carmelita y dio gracias a Dios por ello, pues las aprecia mucho. Me tomó mucho interés y me examinaba en todo y me encontró vocación. Me dio un cuaderno «Tratado de la Perfección Religiosa» por el Padre Nieremberg, que me ha sido de mucha utilidad. Estoy encantada con él. Me dijo el Padre Julián que le escribiera alguna vez, si tenía necesidad. Y lo hice no tanto porque yo lo necesitara como por una persona que también deseaba escribirle y que no lo hacía si yo no escribía; y como ella lo necesitaba, lo hice. Mi mamá me ha aconsejado le preguntara a Ud. sobre si le podía seguir escribiendo. Yo veo que quizás busco la satisfacción de desahogarme; además sentía interiormente desasosiego, y en la oración muchas veces me turba el pensamiento del bien que me hizo el Padre y aún hasta en sueños lo he recordado. Yo creo que esto no está bien y N. Señor me lo reprocha en lo íntimo del alma, pues quiere que sólo en El piense. Dígame, Rdo. Padre, qué debo hacer.
También me pasa lo mismo con mis amigas. Hay muchas que me escriben y nos aconsejamos para ser buenas. Sin embargo, muchas veces, cuando estoy en la oración, me viene el pensamiento de que les debo escribir, aunque yo nunca les hablo de mí, sino de lo que creo las ha de llevar a Dios. Sin embargo, tengo una íntima -la que el P. Falgueras me aconseja sea amiga- y es Elisita Valdés. No tenemos ningún secreto y nos decimos lo bueno como lo malo y ambas nos esforzamos en ser cada día más de Dios. Sus consejos me han hecho mucho bien; mas me parece de repente que la quiero demasiado y que quizá a N. Señor no le gusta. Dígame, por favor, lo que Ud., Rdo. Padre, juzga de todo esto; pues si Ud. me dice deje todo esto a un lado para ser más de Dios, lo haré aunque me cueste. Dios me ayudará.
Me dice Ud., Padre, que explique cómo es el conocimiento que Dios me infunde de sus perfecciones; pero le diré con llaneza que no lo puedo explicar, porque ese conocimiento Dios no me lo da con palabras, sino como que en lo íntimo del alma me diera luz de ellas. En un instante yo las veo muy claro, pero es de una manera rápida y muy íntima, en la parte superior de mi alma. El otro día fue sobre la esencia de Dios. Cómo Dios tiene la vida en Si mismo y no necesita de nadie: de sus operaciones, y de ese silencio infinito en que está abismado. También de la unión que existe entre las Tres Divinas Personas y de la generación. Yo no puedo explicar, Rdo. Padre, todo esto por la razón que le digo. Por lo general, de mi oración siempre saco humildad, confusión por mis pecados y deseos de ser cada día más de Dios, y mucho agradecimiento…
Los sábados, me dijo el Padre Julián que meditara en las virtudes de la Virgen. Y así lo hice. Y Dios N. Señor me indicó lo hiciera sobre la pureza. Sentí una voz distinta a la de N. Señor y le pregunté de quién era. Me dijo que era de la Virgen. Ella me dijo que me abría su corazón maternal para que viera en qué pureza había vivido toda su vida. Me pidió después la imitara y, ya que tenía el voto de castidad, lo renovara, pero con mayor perfección.
Me dijo fuera pura en el pensamiento, de modo que constantemente lo tuviera puesto en Dios, rechazando todos los que no fueran de El. Para esto me dijo que debía desprender enteramente mi corazón de toda criatura. Que fuera pura en mis deseos, no deseando otra cosa sino la gloria de Dios, el hacer su voluntad y el pertenecerle cada día más. Que deseara la pobreza, la humillación, el mortificar mis sentidos. Que rechazara el deseo de las comodidades. Que al dormir, lo mismo que al comer, no deseara sino servir mejor a Dios. Que en mis obras tuviera siempre por fin a Dios. Que no hiciera aquellas que me pudieran manchar y las que no eran del agrado de Dios, que quiere mi santificación. Y hacerlo todo por Dios y nada con el objeto de ser vista de las criaturas. Me dijo evitara toda palabra que no fuera dicha por la gloria de Dios. Que siempre en mis conversaciones mezclara algo de Dios. Que no mirara a nadie sin necesidad y, cuando lo tuviera que hacer para no llamar la atención, contemplara a Dios en sus criaturas. Que pensara que Dios siempre me miraba. Que en el gusto me abstuviera de lo que me agradaba. Si tenía que tomarlo, no me complaciera en él, sino que se lo ofreciera y agradeciera a Dios con el fin de servirlo mejor. Que el tacto lo mortificara, no tocándome sin necesidad, ni tampoco a nadie. En una palabra, que mi espíritu estuviera sumergido en Dios de tal manera que me olvidara que mi alma informaba al cuerpo. Que a Ella le había sido esto más fácil, por cuanto había sido concebida en gracia; pero que hiciera lo que estaba de mi parte por imitarla. Que rezara para conseguirlo. Que así Dios se reflejaría en mi alma y se uniría a mí.
Todo ese día, Rdo. Padre, pasé en mucho recogimiento. Pero los días siguientes no podía recogerme. Una vez me dijo N. Señor lo adorara y me quedé inmediatamente recogida. Otras veces no siento la voz de Dios ni fervor; pero siento consuelo de estar con El, y no sé cómo, pero siempre me declara una verdad en el fondo de mi alma, que me sostiene y enfervoriza para todo el día. El otro día me manifestó en qué consiste la pobreza verdadera: en no poseer ni aún nuestra voluntad, en estar despegada de nuestra propio juicio. Me dio a entender que yo estaba apegada a los consuelos sensibles de la divina unión. Y que ésta no consistía sino en identificarse con El por la más perfecta imitación de sus perfecciones, y en unirse a El por el sufrimiento.
Dígame, Rdo. Padre, qué debo hacer con respecto a todo esto que N. Señor me indica en la oración. Me veo tan miserable y que correspondo tan mal a su amor. Esto me apena mucho: ver que siento sensiblemente mucho amor. A veces llega hasta quitarme las fuerzas y desear no hacer nada, sino tenderme en la cama. Veo que estoy llena de imperfecciones. Temo que N. Señor se canse y me abandone [y] aún que mande la muerte y me condene eternamente. Ruegue por mí que tanto lo necesito. Ud., Rdo. Padre, me conoce muy bien y ve lo miserable que soy; mas tengo deseo de ser toda de Dios.
Dígame cuáles deben ser mis disposiciones en la cuaresma. Tengo muchos deseos de mortificarme. ¿Me permite ponerme un cinturón de cordel con nudos? ¿Poner ajenjo en la comida? ¿Tabla en la cama? ¿Hacer una hora de oración en la noche? ¿Ayunar los viernes? ¿Ponerme más tiempo el cilicio?
Respecto a lo que me dice qué me causa más temor en la vida de la carmelita… El tedio que me entrará y tener que mortificarme sin sentir fervor, sino repugnancia.
A Dios. Rece por mí. Ofrézcame en la Santa Misa siquiera una vez como víctima de amor y reparación y como hostia de alabanza de la Sma. Trinidad.
Teresa de Jesús, Carmelita
Dispense todo, porque es a toda carrera. No tengo tiempo de releerlo.
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69. A su padre
Santiago, 8 de marzo de 1919
Querido papacito:
 Hace poco rato que hemos llegado, pero ya se nos hace un siglo la separación. Nos habíamos acostumbrado a verlo y pasar todo el tiempo con Ud., mi papacito querido.
Llegamos sin novedad En el tren ven; a una chiquilla con la que somos muy amigas; as; es que nos vinimos conversando todo el tiempo, pero no por esto lo olvidamos un instante, papacito lindo.
Mas siempre crea que estamos muy unidas a Ud., y que, aunque la distancia es tan grande, no por eso lo dejamos de acompañar. No se imagina, pichito querido, cuánto lo quiero. Más aún que antes, pues como era más chica, Ud. no conversaba tanto con nosotras; pero ahora lo conozco y sé apreciar su gran corazón. Créame que no tengo cómo darle gracias a Dios por el papá que nos ha dado.
Pasamos muy felices estas vacaciones y las prefiero a las del año pasado, ya que pasamos al lado de Ud. y no tengo cómo agradecerle los ratos tan agradables que nos hizo pasar…
Mi mamá tiene pena por haberse venido, y lo mismo nosotras. Siempre quisiéramos estar a su lado para entretenerlo un poco.
Adiós, lindo. Reciba muchos besos y abrazos de todos, especialmente míos. Adiós, papacito,
Juana
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70. A su hermana Rebeca
Bucalemu, marzo de 1919
Señorita Rebeca Fernández
Mi hermanita tan querida:
A pesar que ésta has de recibirla al mismo tiempo que regresamos a ésa, no quiero dejar de escribirte ahora que poseo mi libertad para demostrarte que, aunque lo estoy pasando regiamente, no por eso te olvido un instante. ¡Cuánta falta me haces! ¡Cuánto habríamos gozado unidas!
Bucalumu es el fundo más precioso. Todo lo que te diga no es ni una sombra de la realidad. Yo paso a caballo. Solamente hoy fui al mar en auto. En este instante llego, e inmediatamente me pongo a escribirte para que el correo lleve la carta. Todos no se pueden conformar no hayas venido, pues los chiquillos nos tenían mil paseos preparados. A las dos y media de la tarde estamos de a caballo Eduardo, Lucho y yo, y no llegamos hasta las ocho y media. ¿Qué te parece?
El Rapel presenta los paisajes más encantadores. Corre ya entre montañas cubiertas de espesos bosques, ya entre valles y quebradas. Fíjate que todo es puro cerro. Hay muy poco plano. Me parece estoy en Chacabuco. Ayer subíamos uno con una pendiente que Eduardo creía no podría subir. Me pesqué de las crines del caballo y principie a subir tranquilamente; y abajo corría el río.
Mi tío está haciendo unos trabajos de irrigación y va a pasar el agua por un socavón de 7 metros. Ayer lo recorrimos. Te aseguro que no nos veíamos ni las manos. Tal era la oscuridad.
Hoy fuimos al mar en dos autos. No te imaginas qué precioso es el camino. Tomamos onces en la playa y nos vinimos a las 6 1/2. Los caminos, aunque son todos sobre cerros, son como la palma de la mano; así es que el auto no corre sino que vuela; lo que me encanta. Pero de repente uno lo encuentra con unas cuestas que crispan el pelo.
 No me conformara nunca que no hayas venido. En la noche, cuando me acuesto, veo tu camita desocupada. ¡Qué pena me da!
 Adiós. Saluda a todas las Madres y cariños a las amigas; y tú recibe de mi mamá un fuerte abrazo y beso y mil de tu hermana
Juana H. de M.
No te escribo más, porque se va el correo y me apuran.
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71. A su padre
Bucalemu, 22 de marzo de 1919
Mi papacito tan querido:
Hacia varios días estaba por escribirle; pero ya comprenderá que no paro un instante. No se imagina cuánto lo recuerdo en este fundo tan precioso y las ganas que me dan de írmelo a robar para que descanse siquiera una semana de su penoso trabajo.
He salido mucho a caballo y estoy encantada con subir y bajar cerros, pues me parece me encuentro en Chacabuco. Aquí están admirados porque no me canso, y me dicen soy una verdadera amazona. No dejaría de ser una vergüenza si no lo fuera…
La pena más grande tuve porque no vino la Rebeca. Pobrecita. Pero las monjas no quisieron ni por nada.
Nos vamos el lunes a Santiago. Váyase Ud. pronto, pues tengo ansias de verlo. ¿Cómo le va en su trabajo? ¿Y las cosechas cómo han sido? No sabe, papacito, lo que rezo por el buen éxito de ellas. Espero que Dios nos oirá, porque a la Sma. Virgen a quien he puesto por intercesora, nada niega; lo mismo que a San José, a quien estoy rezando el mes por V. Por favor, cuénteme todo, papachito, y aunque es cierto que poco consuelo le puedo dar, a lo menos le sirve para desahogarse. No sabe lo feliz que me haría si lo hiciera. Es tan grato para una hija el compartir los sufrimientos con su padre, ser el sostén y el apoyo en el áspero camino de la vida de aquel a quien, después de Dios, se le debe todo… Sí, papacito; eso es lo que yo quiero: mostrarle el cielo para que no sucumba bajo el peso de la cruz.
Adiós, pichito querido. Cuando se sienta muy solo, haga cuenta que estoy a su lado, pues con el pensamiento lo estoy constantemente. Por muy bien que lo pase, siempre recordaré los días felices que pasé junto a Ud. Ese recuerdo ocupará en mi corazón un sitio aparte que nadie penetrará.
Reciba mil saludos de mis tíos y primos. Y de mi mamá, Lucho y Nanito un abrazo muy cariñoso, con mil besos que le envía su hija que más lo quiere
Juana
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72. Al P. Julián Cea, C.M.F.
Santiago, [25] de marzo de 1919
Rdo. Padre Julián Cea
Muy Rdo. Padre:
Estoy sufriendo una verdadera agonía, pues hoy escribiré la carta a mi papá para solicitar el permiso para ser carmelita, para que la reciba el sábado, día de la Sma. Virgen.
Apenas llegué a ésta se ha renovado en mi el inmenso dolor que experimento al pensar que los voy a dejar. Fue una lucha que sostuve contra mi propia naturaleza cuando escribía carta. Y todo el entusiasmo sensible que sentía hacia el Carmelo ha desaparecido. Me parece de repente que es una locura lo que voy a hacer; que son ilusiones, etc. Pero está ya muy pensado y mi voluntad lo desea como un bien verdadero. Doy gracias a Dios de esta repugnancia natural que experimento, pues así la cruz que abrazaré será más pesada y podré manifestar al buen Jesús más amor, ya que iré en busca de El sin consuelo alguno.
En mi oración no encuentro gusto alguno, ni aún en la comunión. A veces pienso que sería mejor no comulgar para no hacerlo tan mal; pero no puedo. No está en mi dejar de hacerlo, pues N. Señor, a pesar de que ve mi corazón de piedra, me comunica fuerzas, luz, en una palabra, vida.
Todo el tiempo he notado que estoy menos mortificada y recogida. Pero ya le he prometido a N. Señor volver con todo ahínco a negarme en todo y a vivir sólo para El. Me tengo que preparar para el favor tan grande que El me va a dispensar. Y sin embargo, cada día me encuentro más miserable. Rece por mí que tanto lo necesito. Si N. Señor no me encuentra preparada, no moverá el corazón de mi papá a darme el consentimiento, y entonces no podría ya este año ser carmelita. No le pido a Dios nada, mas que se cumpla en mi su divina voluntad. A ella me abandono y digo con mi Madre Santa Teresa: «El todo lo sabe y El me ama». No me preocupo de nada, pues sé que mi Jesús arreglará todo por su pequeña esposa…
Le ruego, Rdo. Padre, rece mucho por un hermano extraviado del buen camino, que se aparta cada vez más de él. No se imagina lo que sufro al pensar que hay en mi hogar un alma que no ama a Dios y que le ofende tanto. He ofrecido mi vida por él, pero el Señor no la ha aceptado. Cuando sea carmelita me inmolaré toda la vida por este hermano que tanto quiero.
Todos los días rezo por Ud., Rdo. Padre, conforme se lo prometí. En la Misa y Comunión nunca olvido de pedir que Dios lo haga un religioso según su corazón, que viva en el cielo, olvidado de todas las pequeñeces de este mundo miserable y que salve muchas almas. Mis oraciones, como Ud. bien lo sabe, son bien pobres pero se las doy a mi Sma. Madre. Ella las presenta a N
Señor, y El no niega nada a su Madre.
Rece por todos los míos y por esta pobre alma que Dios permitió conociera. No se olvide de encomendarla al Señor, especialmente el sábado para que se cumpla en ella la voluntad santa de Dios.
 Juana
P.D. No sé si le dije que mi nombre será Teresa de Jesús. Más me tengo que esforzar para ser santa.
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73. A su Padre
Santiago, 25 de marzo de 1919
Mi papacito tan querido:
Sólo ayer llegamos de Bucalemu, después de haber pasado días muy agradables en compañía de esos tíos tan cariñosos. Sin embargo, como le dije en mi última carta, los días que pasamos a su lado ocupan un lugar de preferencia.
Papacito, hace mucho tiempo deseaba confiarle un secreto, que he guardado toda mi vida en lo más íntimo del alma. Sin embargo, no sé qué temor se apoderaba de mi ánimo al querérselo confiar. Por eso, siempre me he mostrado muy reservada para todos. Mas ahora quiero confiárselo con la plena confianza que me guardará la más completa reserva.
He tenido ansias de ser feliz y he buscado la felicidad por todas partes. He soñado con ser muy rica, mas he visto que los ricos, de la noche a la mañana, se tornan pobres. Y aunque a veces esto no sucede, se ve que por un lado reinan las riquezas, y que por otro reina la pobreza de la afección y de la unión. La he buscado en la posesión del cariño de un joven cumplido, pero la idea sola de] que algún día pudiera no quererme con el mismo entusiasmo o que pudiera morirse dejándome sola en las luchas de la vida, me hace rechazar el pensamiento [de] que casándome seré feliz. No. Esto no me satisface. Para mí no está allí la felicidad. Pues ¿dónde -me preguntaba- se halla? Entonces comprendí que no he nacido para las cosas de la tierra sino para las de la eternidad. ¿Para qué negarlo por más tiempo? Sólo en Dios mi corazón ha descansado. Con El mi alma se ha sentido plenamente satisfecha, y de tal manera, que no deseo otra cosa en este mundo que el pertenecerle por completo.
Mi queridísimo papá: no se me oculta el gran favor que Dios me ha dispensado. Yo que soy la más indigna de sus hijas, sin embargo, el amor infinito de Dios ha salvado el inmenso abismo que media entre El y su pobre criatura. El ha descendido hasta mí para elevarme a la dignidad de esposa. ¿Quién soy yo sino una pobre criatura? Mas El no ha mirado mi miseria. En su infinita bondad y a pesar de mi bajeza, me ha amado con infinito amor. Sí, papacito. Sólo en DIOS he encontrado un amor eterno. ¿Con qué agradecerle? ¿Cómo pagarle sino con amor? ¿Quién puede amarme más que N. Señor, siendo infinito e inmutable? Ud., papacito, me preguntará desde cuándo pienso todo esto. Y le voy a referir todo para que vea que nadie me ha influenciado.
Desde chica amé mucho a la Sma. Virgen, a quien confiaba todos mis asuntos. Con sólo Ella me desahogaba y jamás dejaba ninguna pena ni alegría sin confiársela. Ella correspondió a ese cariño. Me protegía, y escuchaba lo que le pedía siempre. Y ella me enseñó a amar a N. Señor. Ella puso en mi alma el germen de la vocación. Sin embargo, sin comprender la gracia que me dispensaba, y sin siquiera preocuparme de ella, yo pololeaba y me divertía lo más posible. Pero cuando estuve con apendicitis y me vi muy enferma, entonces pensé lo que era la vida, y un día que me encontraba sola en mi cuarto, aburrida de estar en cama, oí la voz del Sdo. Corazón que me pedía fuera toda de El. No crea [que] esto fue ilusión, porque en ese instante me vi transformada. La que buscaba el amor de las criaturas, no deseó sino el de Dios. Iluminada con la gracia de lo alto, comprendí que el mundo era demasiado pequeño para mi alma inmortal; que sólo con lo infinito podría saciarme, porque el mundo y todo cuanto él encierra es limitado; mientras que, siendo para Dios mi alma, no se cansaría de amarlo y contemplarlo, porque en El los horizontes son infinitos. (C 73)
¿Cómo dudar, pues, de mi vocación cuando, aunque estuve tan grave y a punto de morirme, no dudé ni deseé otra cosa? Como puede ver, papacito, nadie me ha influenciado, pues nunca lo dije a persona alguna y traté siempre con empeño de ocultarlo.
No sé cómo puedo agradecerle como debo a N. Señor este favor tan grande, pues siendo El todopoderoso ,omnipotente., que no necesita de nadie, se preocupa de amarme y de elegirme para hacerme su esposa. Fíjese a qué dignidad me eleva: a ser esposa del Rey del cielo y tierra, del Señor de los señores. ¡Ay, papá, cómo pagarle! Además me saca del mundo, donde hay tantos peligros para las almas, donde las aguas de la corrupción todo lo anegan, para llevarme a morar junto al tabernáculo donde El habita.
Si para concederme tan gran bien un enemigo me llamara, ¿no era razón para que inmediatamente lo siguiera? Ahora no es enemigo, sino nuestro mejor amigo y mayor bienhechor. Es Dios mismo quien se digna llamarme para que me entregue a El. ¿Cómo no apresurarme a hacer la total ofrenda para no hacerlo esperar? Papacito, Yo ya me he entregado y estoy dispuesta a seguirlo donde El quiera. ¿Puedo desconfiar y temer cuando es Él el camino la verdad y la vida?
Con todo, yo dependo de Ud., mi papá querido. Es preciso, pues, que Ud. también me dé. Sé perfectamente que si no negó la Lucia a Chiro, pues su corazón es demasiado generoso, ¿cómo he de dudar que me dará su consentimiento para ser de Dios, cuando de ese «si» de su corazón de padre ha de brotar la fuente de felicidad para su pobre hija? No. Lo conozco. Ud. es incapaz de negármelo, porque sé que nunca ha desechado ningún sacrificio por la felicidad de sus hijos. Comprendo que le va a costar. Para un padre no hay nada más querido sobre la tierra que sus hijos. Sin embargo, papacito, es Nuestro Señor quien me reclama. ¿Podrá negarme, cuando El no supo negarle desde la cruz ni una gota de su divina sangre? Es la Virgen, su Perpetuo Socorro, quien le pide una hija para hacerla esposa de su adorado Hijo. Y ¿podrá rehusarme?
No crea, papacito, que todo lo que le digo no desgarra mi corazón. Ud. bien me conoce y sabe que soy incapaz de ocasionarle voluntariamente un sufrimiento. Pero, aunque el corazón mane sangre, es preciso seguir la voz de Dios; es preciso abandonar aquellos seres a quienes el alma se halla íntimamente ligada, para ir a morar con el Dios de amor, que sabe recompensar el más leve sacrificio. ¿Con cuánta mayor razón premiará los grandes?
Es necesario que su hija los deje. Pero téngalo presente: que no es por un hombre sino por Dios. Que por nadie lo habría hecho sino por El que tiene derecho absoluto sobre nosotros. Eso ha de servirle de consuelo: que no fue por un hombre y que después de Dios, será Ud. y mi mamá los seres que más he querido sobre la tierra
También piense que la vida es tan corta, que después de esta existencia tan penosa nos encontraremos reunidos por una eternidad. Pues a eso iré al Carmen: a asegurar mi salvación y la de todos los míos. Su hija carmelita es la que velará siempre al pie de los altares por los suyos, que se entregan a mil preocupaciones .que se necesitan para vivir en el mundo La Sma. Virgen ha querido perteneciera a esa Orden del Carmelo, pues fue la primera comunidad que le rindió homenaje y la honró. Ella nunca deja de favorecer a sus hijas carmelitas. De manera papacito, que su hija ha escogido la mejor parte. Seré toda para Dios y El será todo para mí. No habrá separación posible entre Ud. y su hija. Los seres que se aman jamás se separan. Por eso, cuando Ud., papacito, se entregue al trabajo rudo del campo; cuando, cansado de tanto sacrificio, se sienta fatigado y solo, sin tener en quien descansar se sienta desfallecido, entonces le bastará trasladarse al pie del altar. Allá encontrará a su hija, que también sola, ante el Divino Prisionero, alza suplicante su voz para pedirle acepte el sacrificio suyo y también el de ella, y que, en retorno, le dé ánimo, valor en los trabajos y consuelo en su dolor. ¿Cómo podrá hacerse sordo a la súplica de aquella que todo lo ha abandonado y que no tiene en su pobreza otro ser a quien recurrir? No, papacito. Dios es generoso, sobre todo que la constancia de mi oración no interrumpida ha de moverle a coronar sus sacrificios. Mi mamá y mis hermanos tendrán un ser que constantemente eleve por ellos ardientes súplicas, un ser que los ama entrañablemente y que perpetuamente se inmola y sacrifica por los intereses de sus almas y de sus cuerpos. Sí. Yo quisiera ser desde el convento el ángel tutelar de la familia. Aunque sé lo indigna que soy, lo espero ser, pues siempre estaré junto al Todopoderoso.
Papacito, no me negará el permiso. La Sma. Virgen será mi abogada. Ella sabrá mejor que yo hacerle comprender que la vida de oración y penitencia que deseo abrazar, encierra para mi todo el ideal de felicidad en esta vida, y la que me asegurará la de la eternidad.
Comprendo que la sociedad entera reprobará mi resolución pero es porque sus ojos están cerrados a la luz de la fe. Las almas que ella llama «desgraciadas» son las únicas que se precian de ser felices, porque en Dios lo encuentran todo. Siempre en el mundo
hay sufrimientos horribles. Nadie puede decir sinceramente: «Yo soy feliz». Mas al penetrar en los claustros, desde cada celda brotan estas palabras que son sinceras, pues ellas su soledad y el género de vida que abrazaron no la trocarían por nada en la vida. Prueba de ello es que permanecen para siempre en los conventos. Y esto se comprende, ya que en el mundo todo es egoísmo, inconstancia e hipocresía. De esto Ud., papacito, tiene experiencia. ¿Y qué cosa mejor se puede esperar de criaturas tan miserables?
 Déme su consentimiento luego, papacito querido. «Quien da luego, da dos veces». Sea generoso con Dios, que lo ha de premiar en esta vida y en la otra, y no me obligue a salir a sociedad. Muy bien conozco esa vida que deja en el alma un vacío que nadie puede llenar, si no es Dios. Deja muchas veces el remordimiento. No me exponga en medio de tanta corrupción como es la que reina actualmente. Mi resolución está tomada. Aunque se me presente el partido más ventajoso, lo rechazaré. Con Dios ¿quién hay que pueda compararse? No. Es preciso que pronto me consagre a Dios, antes que el mundo pueda mancharme. Papacito, ¿me negará el permiso para mayo? Es verdad que falta poco, pero rogaré a Dios y a la Sma. Virgen le den fuerzas para decirme el «si» que ha de hacerme feliz. Ud. ha dicho en repetidas ocasiones que no negaría su permiso, pues le darla mucho consuelo tener una hija monja.
El convento que he elegido está en Los Andes. Es el que Dios me ha designado, pues nunca habita conocido ninguna carmelita; lo que le asegurará a Ud. que nadie me ha metido la idea y que no obro por impresiones. Dios lo ha querido Que se cumpla su adorable voluntad
Espero su contestación con ansiedad. Entre tanto pido a N. Señor y a la Sma. Virgen le presten su socorro para hacer el sacrificio ya que sin Ellos yo no habría tenido el suficiente valor para separarme de Ud.
Reciba muchos besos y abrazos de su hija que más lo quiere Juana
P.D– No necesito recomendarle me guarde secreto. Lucho llega el sábado de Bucalemu. La Lucia está muy bien, pero dice se apure en venir, pues si no, va a encontrar el ahijado muy grande. Mi mamá sabe mi secreto hace poco. Perdóneme, papacito, la pena que en esta carta le voy a dar; pero es Dios quien me lo ordena.
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74. Al P. José Blanch, C.M.F.
Santiago, 26 de marzo de 1919
Reverendo Padre:
Mucho le agradecí su carta y di gracias con todo mi corazón a N Señor por la respuesta que en ella me da. Todo lo que le dije respecto a mis preocupaciones en la oración, cesó como por encanto apenas se las confié, quedando en gran paz. Por lo que comprendí que era el demonio que me traía turbaciones.
En mi oración no encuentro sino una sequedad horrible. De tal manera que me hallo sumergida en tinieblas que me es imposible fijar mi pensamiento en Dios y no puedo recogerme. En la comunión no siento nada. Estoy con N. Señor como una piedra; de tal manera, Rdo. Padre, que me llega a dar deseos de no comulgar por lo mal que lo hago.
Anteayer llegué del fundo de mi tía. Verdaderamente encuentro que todos esos días me regalé mucho, mortificándome muy poco. Y no andaba nada de recogida. Pero ahora le prometí a N. Señor volver con ahínco a mi anterior resolución de no darme gusto en nada. Rdo. Padre, qué miserable soy, qué infiel con N Señor que tanto me ama.
La carta a mi papá la envío hoy. Si tengo tiempo le enviaré una copia de ella para que la lea. No se imagina la agonía horrible que experimento en mi corazón, pero la oculto enteramente. Fue una verdadera lucha que sostuve contra mi naturaleza al escribirla por las circunstancias que me rodean. Pero al escribirla parece que N. Señor me puso insensible. ¡Qué bueno es este Jesús!
Tampoco siento atractivo natural por el Carmelo. Sin embargo mi voluntad desea ese bien inapreciable cuanto antes. Doy gracias a N. Señor por lo que sufro pues así le mostraré mi amor sin mezcla de consuelos. Me someto con gusto a su divina voluntad, pues sé que es para unirme más a El. El sábado recibirá la carta y se decidirá todo.l Rece, pero mucho, por esta pobre alma. Encomiéndeme a la Sma. Virgen y a San José. Pídales que se cumpla en mi la divina voluntad. A ella me he abandonado.
Su affma. en J. M.J.
Teresa de Jesús
P.D.–El día de San José lo tuve muy presente en mis pobres oraciones Y como ese día no pude comulgar por estar en el campo, mañana ofreceré la Misa y comunión por sus intenciones y santificación.
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75. A Herminia Valdés Ossa
Santiago, 26 de marzo de 1919
Mi querida Herminita:
Sólo anteayer llegué de Bucalemu, donde permanecí 8 días y pasé días muy agradables y felices.
Salí mucho a caballo y en auto pues hay muchos puntos donde dirigirse, porque es un fundo precioso. El río Rapel presenta los panoramas más preciosos como nunca habita visto. También, como es fundo de costa, fuimos al mar en automóvil a tomar onces en la playa. Te aseguro que gocé subiendo unas cuestas que son tan paradas que hacen que se pongan los pelos de punta. Hay partes del camino que son verdaderas montañas rusas, con lo que gozaba.
¿Cómo estás pasando en Cunaco? Dime cuál es la vida en ese querido fundo.
Santiago está todavía sin gente. No hay chiquillas casi para juntarse, ni paseos organizados, lo que tú celebrarías de corazón. ¿Te preparas para salir a sociedad? Dime qué piensas [al] respecto este año. Yo -te aseguro- estoy llena de esperanzas, pues creo que este año se decidirá mi suerte. Ríete un poco, pero encuentro que ya estamos en condiciones de pensar en nuestro porvenir. Dejemos de ser guaguas, Gordita querida, para ser mujeres. Si se nos obliga a salir a sociedad, salgamos contentas, para que así podamos conocer los jóvenes, pues al fin y al cabo, si no vamos a ser monjas, es necesario que nos preocupemos un poco de agradar, de tratar a los chiquillos. Y, si vemos después que no nos gusta ninguno, conformémonos con la suerte de quedar solteras, que mucho bien podemos hacer no dando nuestra libertad.
Yo creo -te diré con franqueza- que me costará enamorarme; pues hasta aquí ninguno de los chiquillos que conozco me ha gustado. Son todos muy superficiales. Existe algo en mí que no pueden llenar mis aspiraciones. Como ves, no puedo ser más franca. Sélo tú también conmigo.
Luego te mandaré la preparación para la comunión que te ofrecí copiarte, pues todavía no la concluyo, y ahora estoy apurada. Reza mucho por tu amiga. No sabes cuánto lo necesita. Sobre todo reza especialmente por una intención muy grande el sábado. Si se cumple, te la diré después.
Sé muy buena para que seas el consuelo de tu mamá y papá.
Reza tus oraciones de la mañana y de la noche y haz todos los días tu comunión espiritual y 10 minutos de meditación. En mi próxima carta te voy a decir todo cómo se hace, porque quiero seas piadosa. Haz catecismo una vez siquiera a la semana. Es bien poco pedirte. Acuérdate que, si no somos buenos y no hacemos el bien, no seremos felices ni en esta vida ni en la otra. Escríbeme luego. Cuéntame lo que has lerdo, si apuntas lo que lees. Dime también lo que me ibas a decir. Yo, ya ves, te digo lo que pienso.
Adiós, pichita querida. Todos los días cuando comulgo te recuerdo. Dale muchos saludos a tu papá y mamá y hermanos. Lo mismo a la Elisita, a quien, si quieres, muestra esta carta. Dile rece mucho por esa intención‑ no se te olvide, sobre todo el sábado y días siguientes. Y tú, hermanita mía tan querida, recibe un fuerte abrazo y beso de tu amiga que más te aborrece.
Tu hermana Juana
P.D.–Si está la María y Pepe dales un recuerdo cariñoso. Saludos a la Juana y Elvira. No la muestres; léela sola.
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76. A la Madre Angélica Teresa
JESUS
Santiago, 26 de marzo de 1919
Rda. Madre Sor Angélica Teresa del Smo. Sacramento
Mi Reverenda Madre:
Me había sido imposible contestar su última carta por recibirla pocos días antes que nos viniéramos del fundo, y después me fui al campo con mi mamá e Ignacito por ocho días para acompañar a una tía, y sólo antes de ayer llegué.
El día 6 de marzo no me olvidé de encomendar en mis pobres oraciones a mi hermanita postulante y hermanita conversa. Le pedí mucho a N. Señor en la comunión las formara según su divino Corazón y me uní en espíritu a la alegría que rebosaría de sus almas en ese día dichoso. Y le confieso con sinceridad que sentí por ellas un poco de envidia. ¿Cuándo tendré la felicidad de poder llevar ese hábito tan querido?
Le tengo que dar una noticia que creo le gustará en su inmensa caridad. Y es que la carta en que solicito el permiso a mi papacito ya la tengo lista para enviársela, a fin [de] que la reciba el sábado, día de la Sma. Virgen. Ya comprenderá que es una agonía verdadera la que experimento mientras no reciba la contestación que ha de manifestarme la voluntad de Dios. Siento la pena más horrible, pues veo que está próxima la separación. Sin embargo, cada día es m~s grande el deseo de ser prisionera de Jesús.
Creo no necesito rogarle a Ud., mi querida y respetada Madre, recen mucho especialmente el sábado, para que se realice en mí la voluntad dé Dios. He puesto en defensa de mi causa dos grandes abogados que no pueden ser vencidos: mi Madre Santísima a quien jamás he invocado en vano y que ha sido mi guía verdadero toda mi vida, desde muy chica, y mi Padre San José–a quien he cobrado gran devoción–, que lo puede todo cerca de su Divino Hijo. Todo mi porvenir lo he confiado en sus benditas manos. Yo me someteré gustosa a la divina voluntad.
Creo que por falta de oraciones no quedará mi empresa, pues por todas partes se elevarán súplicas por esta intención. Tengo la firme convicción que N. Señor me robará para el 7 de mayo. ¡Qué felicidad! Apenas me conteste mi papá, le escribiré dándole la no a. Mucho le agradecí todos los avisos de su carta. No me he probado en nada porque mi mamá no me ha dejado. La obediencia es lo mejor.
 Salude a mis hermanitas, que N. Señor–estoy segura–oirá sus oraciones y que El pagará su caridad. Y Ud., mi amadísima Madre cuente con mis oraciones y también, si tengo la honra de sufrir algo por N Señor, la tendré presente. Cuando se está en la cruz, mi Rda. Madre, ¿no es verdad que se está muy cerca de Jesús? Mi mamá me encarga cariñoso recuerdo, y su hija le pide oraciones, pero muchas.
Juana
Estoy muy apurada, por eso no continúo. Salude por favor, a la Sarita y que rece por caridad por mí. Con la Chela M. nos encontramos en el tren, así es que nos vinimos las tres con la Rebeca, conversando todo el camino como verdaderas cotorras, lo que hizo que se nos hiciera corto el viaje.
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77. A Elisa Valdés Ossa
Santiago, 28 de marzo de 1919
Mi Eli tan querida:
En este instante recibo tu carta, e inmediatamente compraré los encargos menos la pieza de unión, pues parece no has echado la muestra o la han perdido; porque no viene en la carta. Mándamela apenas recibas ésta para mandarte lo más pronto posible todo
¿Cómo lo están pasando? Tengo muchas ganas que se vengan luego. Adiós. Saludos para todos los tuyos, y tú recibe un abrazo y beso de tu
 Juana No te escribo más, porque me están apurando para que la recibas hoy. No seas tonta de pedir tantas excusas. Ya sabes con qué gusto lo hago (todo cantando, y acuérdate que soy secretaria tuya y de la Gordita
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78. A su padre
 Cunaco, 7 de abril de 1919 Mi papacito tan querido.
Ayer me parece no le agradecí lo bastante su generoso consentimiento; pero es por la pena intensa que sentía, la cual me impidió manifestarle todo lo que por mi alma pasó en ese instante.
Mi papacito lindo, que Dios mil veces se lo pague. Es lo único que puedo decirle, porque me faltan las palabras para agradecerle tal como lo siento. Sentía en ese momento la pena más grande de mi vida al ver que, por la vez primera era yo la causa de sus lágrimas. Y, sin embargo, tuve la fuerza necesaria para soportarlo. Dios, papacito mío, es el que da la energía a nuestros corazones para hacer el sacrificio más costoso en esta vida. Tal es el que Ud. le va a ofrecer.
A pesar de la inmensa pena que lo agobia, estoy segura que sentirá en lo íntimo de su alma la satisfacción más grande al pensar que ya me ha dado a Dios y que ha asegurado para siempre la felicidad de su hija. Sí; no se inquiete porque cree que no seré feliz. En todo caso, si no lo soy, las puertas del convento se abrirán de nuevo para mi, pero tendría que cambiar enteramente, pues desde chica he deseado abrazar ese género de vida que aunque es austero, considero que todo es poco para lo mucho que le debemos a Dios. Además, papacito, ¿no considera Ud. que por mucho que uno se sacrifique en esta vida, es nada en comparación con la felicidad que disfrutaremos en la eternidad? Cuán poco sacrificio, y una eternidad de gozo.
Ya se acercan los últimos días que pasaremos juntos en la tierra. Pero seguiré viviendo en medio de todos por el pensamiento, rogando porque todos nos encontremos reunidos en el cielo. Entonces qué pequeño nos parecerá todo lo de esta existencia pasajera.
Adiós, papacito. Que la Sma. Virgen lo consuele. Que Ella me reemplace cerca de Ud. Cuánto no daría por verlo feliz. Eso es lo que le voy a pedir a N. Señor. Que El lo bendiga y le dé su recompensa.
Lo abrazo y beso mil veces, y le repito de nuevo «Dios se lo pague».
Allá cambian el nombre y me llamaré Teresa de Jesús. Le gusta?
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79. A su hermana Rebeca
Cunaco, 10 de abril de 1919
Señorita Rebeca Fernández
S. Santiago
Mi querida Rebeca:
Ayer quise escribirte, pero me fue imposible, a pesar que a cada momento te recuerdo. No te imaginas las ganas que tengo que vengas el domingo con mi mamá, Para volvernos el lunes, pues así tendrías oportunidad para conocer este Cunaco tan querido y donde gozo tanto con las niñitas. Nos podríamos volver el lunes.
Hemos salido todos los días en auto a diferentes puntos, y hoy vamos a salir a caballo con Jaime y la Gordita. Ahora están aquí y no me dejan casi escribirte, porque Jaime está graciosísimo,
Adiós, pichita querida. Todos te mandan saludar. Saluda respetuosamente a todas las Madres, y recibe tú mil besos y abrazos de tu hermana que tanto te quiere,
Juana
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80. A la Madre Angélica Teresa
J.M.J.T.
Cunaco, 12 de abril de 1919
Rda. Madre Sor Angélica del Smo. Sacramento
Los Andes
Mi Reverenda Madre:
Varios días estaba por escribirle y tenía una carta lista que le había escrito en la noche en la cama, pues a otra hora no puedo; pero estaba con una letra tan mala que no me atreví.
Alabemos al Señor y démosle gracias por el gran favor que ha concedido a su hijita. Tengo el permiso y, Dios mediante, volaré al palomarcito el 7 de mayo. El domingo que pasó mi papá me dio su consentimiento. San José ha sido el que ha hecho este milagro.
Mandé mi carta el d;a de la Sma. Virgen, pero pasó una semana y mi papacito no me contestaba nada; pero por el nacimiento de mi primera sobrina tuvo que venir a Santiago. Parece que él esquivaba encontrarse solo conmigo, pero resultó que las niñitas Valdés Ossa me mandaron traer con su papá al fundo donde me encuentro. Entonces, antes de venirme, lo llamé a mi pieza y le pedí me diera el permiso, y entre lágrimas, no sólo me lo dio, sino me dijo que si era esa la voluntad de Dios, ser;a muy feliz siendo carmelita; y que él sólo deseaba verme feliz.
Ayer comulgué por primera vez después de tener el permiso. Le aseguro no podía menos de llorar ante tan gran favor del buen Jesús. Estoy en el colmo de la dicha y del dolor. Creo que Ud., Rda. Madre, que ha pasado por estas circunstancias, puede comprender que existan en el alma contrastes tan grandes de sentimientos. Cuando pienso en el favor que el Señor me va a dispensar y por otro lado veo mi miseria e indignidad me confundo. Pero luego me echo en brazos del que es todo misericordia y, abismada allí, me quedo completamente abandonada a mi celestial Esposo El todo lo hace en mí. Yo lo único que hago es amarlo, y esto tan imperfectamente, que sólo su Bondad es capaz de soportarme. Lo amo y por El todo lo voy a dejar; pero ese todo es tan pequeña cosa comparado con el todo de su amor… Rda. Madre, ¿cuándo le ofreceré algo que sea menos indigno del amor que me demuestra ?
¡Qué feliz me siento al contemplar ya muy cerca mi bendita Montaña del Carmelo! Muy pronto subiré a ella Para vivir crucificada. La carmelita busca siempre a Dios, y ¿dónde mejor puede encontrarlo si no es en la cruz, donde el amor lo enclavó? Voy a principiar a amar a mi Jesús. Hasta aquí El me ha amado, puesto que se ha entregado a mí. Ahora principio a entregarme yo, para poder llamarme con verdad Teresa de Jesús.
Mi mamacita recibió hace dos días su cartita, la que agradeció mucho. Mañana viene a buscarme para irnos el lunes a Santiago
La Elisita me encarga saludarla cariñosamente y dice que basta que vaya a ser mi «Madrecita» para quererla mucho. Ella siente conmigo los mismos sentimientos de dicha y de pena. Y me envidia, aunque sólo desea hacer la voluntad de Dios.
Voy a concluir porque es ya muy tarde–más de media noche–y mañana tengo que levantarme temprano. A mis Hermanitas les dirá que les doy las gracias por sus buenas oraciones, pues estoy segura que la Sma. Virgen y mi Padre San José no han podido hacerse sordos a ruegos tan constantes y llenos de santa caridad. I:!;gales que haré lo posible después para pagarles su caridad con oraciones, aunque pobres, por cierto, y sirviéndolas en cuanto me sea posible, pues soy muy inútil.
Y Ud., mi Madre tan querida, le diré que Dios se lo pague, pues es lo único que puedo decirle. A Dios. Muy unida le queda su hijita al pie del Divino Crucificado
Juana, H. de M
P.D.–Salude a la Sarita. La Sra. Ester Pellé de Serrano me dijo le preguntara acerca de la determinación que había tomado con respecto a la Asociación de la Reparación Sacerdotal, y que si no le era una molestia muy grande, le escribiera sobre el particular. Vale. A Dios. Acaba de llegar mi mamacita y me dice que ya mi hermano sabe y lo mismo mi cuñado. Me dice que el primero está casi desesperado y que llora mucho. Rece, por favor, para que le aproveche a su alma. También rece por mi tío Eugenio Solar, que le ha dado un ataque de locura, para que vuelva siquiera un momento a la razón y se arrepienta, pues hace muchos años que no se confiesa. Dice mi mamacita que sobre todo en esta semana de gran misericordia consigan con N. Señor misericordia para su pobre hermano. Dispense todo, mi Rvda. Madre; hubiera deseado escribirle otra carta más en orden, pero las circunstancias no me lo permiten. Perdón. Su hija
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81. A su hermano Luis
Cunaco, 14 de abril de 1919
Mi querido Lucho:
Por mi mamá he sabido que ya no te es desconocido mi secreto. Perdóname no haya tenido el valor de confiártelo antes; pero sabía lo mucho que te iba a impresionar y quería ahorrarte lo más posible la pena que ibas a sentir cuando estuvieras al corriente de todo.
Si por un instante pudieras penetrar en lo íntimo de mi pobre corazón y presenciar la lucha horrible que experimento al dejar a los seres que idolatro, me compadecerías. Mas Dios lo quiere y, aun cuando fuera necesario atravesar el fuego, no retrocederìa; puesto que lo que con tantas ansias anhelo no sólo me proporcionará la felicidad en esta vida, sino la de una eternidad.
Creo que tú, más que nadie, podrás comprender que existe en el alma una sed insaciable de felicidad. No sé por qué, pero en mí la encuentro duplicada. Desde muy chica la he buscado, mas en vano, porque en todas partes sólo veo su sombra; ¿y ésa puede satisfacerme? No. Jamás -me parece- me he dejado seducir. Anhelo amar, pero algo infinito [y que] ese ser que yo ame no varíe y sea el juguete de sus pasiones, de las circunstancias del tiempo y de la vida. Amar, sí; pero al Ser inmutable, a Dios quien me ha amado infinitamente desde una eternidad. ¡Qué abismo media entre ese amor puro desinteresado e inmutable, y el que me puede ofrecer un hombre! ¿Cómo amar a un ser tan lleno de miserias y de flaquezas? ¿Qué seguridad puedo encontrar en ese corazón? Unir mi alma a otro ser que no me perfeccione con su amor, ¿encuentras que puede serme de nobles perspectivas? No. En Dios encuentro todo lo que en las criaturas no encuentro, porque son demasiado pequeñas para que puedan saciar las aspiraciones casi infinitas de mi alma. Me dirás: pero puedes amar a Dios viviendo en medio de los tuyos. No, mi Lucho querido. Nuestro Señor nada suyo reservó para Sí al amarme desde el madero de la cruz. Aún dejó su cielo, su divinidad la eclipsó, y ¿yo me he de entregar a medias? ¿Encontrarás generoso de mi parte reservarme aquellos a quienes estoy más ligada? ¿Qué le ofrecerá entonces? No. El amor que le tengo, Lucho querido, está por encima de todo lo creado; y aún pisoteando mi propio corazón, despedazado por el dolor, no dejaré de decirles adiós, porque lo amo y con locura. Si un hombre es capaz de enamorar a una mujer hasta el punto de dejarlo todo por él, ¿no crees, acaso, que Dios es capaz de hacer irresistible su llamamiento? Cuando a Dios se conoce; cuando en el silencio de la oración alumbra al alma con un rayo de su hermosura infinita; cuando alumbra al entendimiento con su sabiduría y poderío; cuando inflama con su bondad y misericordia, se mira todo lo de la tierra con tristeza. Y el alma, encadenada por las exigencias de su cuerpo, por las exigencias del ambiente social en que vive, se encuentra desterrada y suspira con ardientes ímpetus por contemplar sin cesar ese horizonte infinito que, a medida que se mira, se ensancha, sin encontrar en Dios limites jamás.
Lucho querido, si supieras tú la amargura que encuentro en todo lo que me rodea, no te asombraría que buscara las paredes de un convento para vivir y pasar mi vida entera en esa oración no interrumpida por el bullicio del mundo. No puedes comprenderlo por ahora, pero yo rogaré para que Dios se manifieste un día a tu alma, como por su infinita bondad se manifiesta a la mía. Entonces verás que es imposible no sufrir horriblemente, cuando se encuentra el alma con obstáculos que le impiden pasar constantemente en esta contemplación amorosa del Todo adorado. Viviendo en medio de los míos, esto es imposible. Las preocupaciones de la vida lo impiden, aunque se tenga la libertad más completa.
Lucho tan querido, te hablo de corazón a corazón. En este instante experimento todo el dolor de la separación. Te quiero como nunca te he querido. Pocos hermanos existirán tan unidos como nosotros dos. Sin embargo, te digo adiós. Sí, Lucho de mi alma. Es preciso que te diga esta palabra tan cruel por un lado, pero no si se considera cuánto dice: «A Dios». Lucho querido, allí viviremos siempre unidos. En Dios te doy eterna cita.
Tu carta que hace poco recibí, cuando ésta tenía principiada, me ha hecho sufrir mucho. Me acusas de falta de confianza, hermano el más querido. Si yo te dijera que muchas veces estuve a punto de decírtelo, no me creerás. Pero me reprimía por el temor de lo mucho que ibas a sufrir y temía por tu salud. Así, perdóname no haya tenido el valor de decírtelo, pero es por exceso de cariño.
 Lucho, no sabes cuánto te agradezco tu cariño. Verdaderamente encuentro que no lo merezco; pero créeme que yo te quiero doblemente. Con delirio. Fíjate que no sólo te dejo a tí, sino también a los dos seres que idolatro: a mi padre y a mi madre. Y sin embargo, los voy a dejar por Dios. Lo he pensado mucho y reflexionado y no quiero volver atrás, porque siendo carmelita realizaré todo el ideal de felicidad que me he forjado. Si me quedo en el mundo, no haría todo el bien que tú me pintas; porque la virtud es una planta cuya savia es la gracia de Dios. Sin ella, la virtud perece. Y dime sinceramente, ¿crees que Dios me la otorgará si yo no soy fiel en seguirle? No. Si El me ha dado ya el valor para sacrificarlo todo por su amor, yo no debo dejar de ser generosa. Además, ¿qué favor más grande que el de la vocación? Y después de tanto amor de Dios para con una criatura miserable, ¿yo me quedaré en mi casa, en medio de todos los que amo y de las comodidades? Por un hombre a todo se renuncia ¡y por Dios nada es aceptado!
Si tú, querido Lucho, me hubieras visto casar con un joven bueno que no hubiera tenido fortuna y me hubiera llevado al campo lejos de todos Uds., tú te habrías conformado. Y porque es por Dios, ¿tú te desesperas? ¿Quién puede hacerme más feliz que Dios? En El todo lo encuentro. Ahora dime, ¿qué abismo insondable hay entre Dios todopoderoso y la criatura? Y El no se desdeña de descender hasta ella para unirla a Sí y divinizarla. Y yo, ¿he desdeñar la mano del Todopoderoso, que en su gran bondad me tiende? No. Jamás. Nadie podrá convencerme que mi deber no es seguir a Dios sacrificándolo todo para pagarle su infinito amor como mejor pueda. Lo demás será bajeza de mi parte. Creo que juzgarás como yo.
En cuanto a lo que me dices que la gloria de Dios no ganaría nada si todos entran en los conventos, te encuentro razón. Pero debes agregar a esto que no todos los buenos son llamados por Dios para ser religiosos. Hay. almas que les infunde el atractivo de la perfección, y las tales faltan si no se entregan a ella. Es cierto que en el mundo se necesitan almas virtuosas, y hoy más que nunca es de absoluta necesidad el buen ejemplo; pero para permanecer en el mundo es indispensable tener especial asistencia de Dios. Yo me considero sin fuerzas para ello, porque El no me lo pide.
Pero mayor aún es la necesidad de almas que, entregadas completamente al servicio de Dios, lo alaben incesantemente por las injurias que en el mundo se le hacen; almas que le amen y le hagan compañía para reparar el abandono en que lo dejan los hombres; almas que rueguen y clamen perpetuamente por los crímenes de los pecadores; almas que se inmolen en el silencio, sin ninguna ostentación de gloria, en el fondo de los claustros por la humanidad deicida. Sí, Lucho. La carmelita da más gloria a Dios que cualquier apóstol. Santa Teresa, con su oración, salvó más almas que San Francisco Javier; y este apostolado lo hizo desconociéndolo ella misma.
Me dices que las cualidades con que Dios me ha dotado las debo emplear para su gloria. Si, como me dices, es cierto que las tengo, ¿cómo podré darle mayor gloria a Dios, si no es dándome enteramente a El y empleando día y noche mis facultades, tanto intelectuales como morales, en conocerle y amarle? La hermosura no la poseo; y si la poseyera, no dudaría en ofrecérsela también, porque lo mejor y más hermoso es lo que merece El.
¿Podrás aborrecer tú la religión, a Jesucristo, cuando es ella, El, quienes me proporcionan la felicidad en esta vida y en la otra? ¡Qué desesperación habría embargado mi corazón al encontrar el vacío, la nada de las criaturas, si no hubiera conocido otro Ser capaz de saciarme y satisfacerme! No. Jamás lo creeré, Lucho de mi alma, porque sé que en tu alma las creencias religiosas descansan sobre base sólida. Y si esto, por desgracia, llegará a suceder, yo te digo que este instante conjuro a Dios para que me mande antes la muerte a mí para que del sacrificio brote para ti la luz y [el] amor hacia nuestra religión.
Además, la que puso en mi alma el germen de la vocación, fue la Sma. Virgen. Y tú fuiste el que me enseñaste a amar a esta tierna Madre, que jamás ha sido en vano invocada por sus hijos Ella me amó y, no encontrando otro tesoro más grande que darme en prueba de su singular protección, me dio el fruto bendito de sus entrañas, su Divino Hijo. ¿Qué más me pudo dar?
 Lucho, antes de partir, te dejo como sello de nuestra perpetua fraternidad, la estatua de la Sma. Virgen, que ha sido mi compañera inseparable. Ella ha sido la confidente íntima desde los más tiernos años de mi vida. Ella ha escuchado la relación de mis alegrías y tristezas. Ella ha confortado mi corazón tantas veces abatido por el dolor. Lucho querido, te la dejo para que me reemplace cerca de ti. Háblele como lo haces conmigo, de corazón a corazón. Cuando te sientas solo, como yo muchas veces me he sentido, mírala y verás que sonriendo te dice: «Tu Madre jamás te deja solo». Cuando, triste y desolado, no halles con quién desahogarte, corre a su presencia y la mirada llorosa de tu Madre que te dice «no hay dolor semejante a mi dolor» te confortará, poniendo en tu alma la gota de consuelo que cae de su dolorido Corazón.
Yo, desde mi solitaria celda, rogaré por ti a esa Virgen casi idolatrada, para que se muestre como verdadera Madre con aquel hermano que tanto quiero. Unidos por el pensamiento aquí en la tierra nuestras almas hermanas se encontrarán, después de esta existencia dolorosa, un d;a reunidas para siempre allá en el cielo. Entonces comprenderemos el mérito de la separación en el destierro, que nos ha granjeado la comunión eterna allá en la patria donde está la vida verdadera.
Lucho, sólo me queda una cosa que decirte. Si me hubiera enamorado de un joven con quien creyera ser feliz y no hubiera sido de tu agrado, no hubiera dudado un momento en sacrificar por ti mi felicidad porque te quiero demasiado Pero no tratándose de un hombre, sino de Dios, y comprometiendo yo, no sólo la felicidad [temporal] sino la eterna, no puedo volver sobre mis pasos. Perdóname toda la pena que con mi determinación te he causado. Tú me conoces y podrás comprender mejor que nadie el dolor en que estoy sumergida, dolor tanto más grande cuanto que veo que soy yo la causa del sufrimiento de los seres que tanto amo.
Déjame decirte por última vez adiós. Se escapa de mi alma en un sollozo. Adiós, hermano mío tan querido. Sé bueno. Llena tú, con el cariño hacia mis padres, el vacío que va a dejar en sus corazones la ofrenda de una hija, que, aunque poco vale, es al fin un pedazo de sus almas. Ámalos, y evítales todos los sufrimientos. Sé bueno también con mi querida Rebeca. ¡Pobrecita! ¡Cuánto siento dejarla abandonada en las luchas de la vida! Aunque no abandonada, porque siempre la acompañaré con mis oraciones, Acompáñense ambos y ayúdense mutuamente en el camino del bien,
Lucho querido, ¡adiós! Ten corazón generoso y ofréceme a tu Dios y a la Sma, Virgen, Ellos van a hacer la felicidad de tu pobre hermana, Lo bueno y lo hermoso siempre cuesta lágrimas, La vida que abrazaré tiene estas cualidades, pero se compra con sangre del corazón, Dios te premiará, porque nunca se deja vencer en generosidad, Sobre todo piensa que esta vida es tan corta; ya sabes que esta vida no es la vida,
A Dios, hermano querido,
Juana
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82. A Elena Salas González
El Espíritu Santo sea en el alma de mi Elena
Tu cartita me ha revelado tu alma y me ha venido a confirmar en el concepto que de ti me había formado… Demos gracias a Dios por haber juntado nuestras almas con el lazo de la verdadera amistad aquella que comprende que la verdadera amistad consiste en perfeccionarse mutuamente y en acercarse más a Dios. Te hablaré lo que me dicte N. Señor, en cuya presencia estoy. El me inspirará, pues de otro modo ¿qué cosa buena puede salir de mí? También he pedido la bendición a la Virgen para que ella te bendiga y te ponga bajo su manto.
La vocación es el favor más grande que Dios hace a la criatura. El te va a hacer su esposa. Tú serás esposa de Dios. Ese ser infinito va a unirse con un ser finito. Ese ser eterno, con un ser limitado, un ser impotente, un ser que ha sido sacado de la nada. ¿Qué somos sino nada? ¿Qué podemos por nosotras mismas? Nada. Si Dios no obra en nosotros, no podemos obrar. Si no nos da la vida, no podemos vivir. Todo es El; nosotros, nada. Mas El se baja d nosotros, dice que quiere nuestro amor. A El, todopoderoso, ¿de que le sirve que lo amen criaturas tan miserables como nosotras.
Mi querida Elena, piensa que, a pesar del amor que nos demuestra, nosotros lo ofendemos, nos rebelamos contra sus mandatos. Y Dios a pesar de todo eso, nos ama, nos elige como a esposas suyas. ¿No es esto para morir de amor? Te aseguro que a veces deseo morir porque 12 vida para mi es insoportable viendo que El me ama y yo le ofendo. No parece que le amo, pues el amor se manifiesta en las obras, y El dijo: «Aquel que me ama verdaderamente, ese tal cumple mi palabra». Es cierto que lo amamos más que a otros, a lo menos deseamos amarlo. El se contenta con nuestros deseos. Mas hay tantos que no solo lo olvidan, sino que lo aborrecen… Así, pues, consolémosle. Y para esto vivamos íntimamente unidas a El, ya que aquel que ama tiende a unirse con el objeto amado. Una fusión de dos almas se hace por medio del amor. Que el fuego del amor consuma en mi Elena todas las imperfecciones, para que as, pueda formarse en ella la imagen de su Cristo. Es preciso pues, que la miseria, la criatura sea consumida para que solo quede Dios. Tú amas luego tu fin es la unión, y para esto te diré lo que yo creo conveniente, aunque no sé si yerro. Pero, en fin, a mi me ha dado buen resultado.
De seguro habrás leído en el Evangelio de San Juan, capitulo 14, versículo 23: «Aquel que me ama y observa mi doctrina, mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos mansión dentro de él». Pero para ser mansión de Dios es necesario cumplir su doctrina, practicar las virtudes. La 1ª virtud -creo- ha de ser la pureza. Has de tratar de purificarte lo más pronto posible de tus faltas, pedirle inmediatamente perdón a N. Señor. Además, tratar constantemente de desarraigar nuestros defectos dominantes por los actos contrarios a esos defectos. Aunque es imposible que nos veamos libres de ellos inmediatamente, Dios ve nuestros deseos y se contenta con que queramos purificarnos de ellos. Una vez formulado este deseo, hermanita querida, decirle a N. Señor que venga a morar en nuestra alma, que, aunque es muy pobre y todavía no está muy pura, haremos lo posible por tenerla siempre lo más agradable a sus ojos. Dile en seguida que se la das, que quieres ella sea su refugio, su asilo contra sus enemigos. Que viva allí contigo; que, aunque muchas veces lo ofenderás, nunca será con la voluntad sino por flaqueza. Que tú lo amas y que deseas vivir en íntima unión con El. Cuando tenemos un amigo en nuestra casa, no lo dejamos solo, sino que, si estamos muy ocupadas, tratamos de irle a hablar de vez en cuando. Así lo harás con Jesús. Antes de principiar cualquiera obra le dirás que se la ofreces a El, sólo por amor, no con intención de que las criaturas te vean, sino para servirle y porque le amas. Después lo adorarás, le dirás que lo amas, que te perdone tus faltas y en seguida obrarás junto con El como si estuvieras en Nazaret. Así vivirás con Dios y podrás hablarle sin que nadie lo sepa. Al principio te costará recogerte, pero después será habitual en ti estar con Dios. También procurarás ver tu nada y la grandeza de Dios, para que, conociéndote y conociéndolo, te desprecies más tú y ames más a Dios.
Esta es la base de la humildad, la que se llama especulativa porque reside en nuestro entendimiento. De ella se deriva la práctica porque, humillándonos delante de Dios, al conocer nuestra bajeza, nos gusta que las criaturas nos desprecien y nos admiramos no lo hagan cuando somos tan malas para con Dios. Hay que ser muy humilde, porque sin la humildad todas las demás virtudes son hipocresía. Para adquirir la humildad:
1 ‑ Tenemos que tratar de no hablar ni en pro ni en contra del yo, sino que despreciarlo.
2 ‑ Humillarnos delante de las demás personas siempre que lo creyéremos conveniente, y para esto hacer cosas que nos humillen, como sería obedecer a una sirviente, a un hermano más chico.
3 ‑ Cuando seamos humilladas darle gracias a Dios y decirse:
«esto y mucho más merezco por mis pecados», y seguir muy amable con la persona.
4 ‑ Tratar de servir a aquellas personas que nos sean antipáticas o a aquellas que notemos son poco cariñosas con nosotras, para así humillarnos.
También es necesaria la obediencia. Obedecer inmediatamente sin examinar si son inferiores o superiores, si tienen razón o no, sino como obedecía Jesús: porque era la voluntad de Dios. Po; último te recomendaré la caridad con el prójimo. El amor a nuestros semejantes es la medida del amor de Dios No ver la criatura‑ sólo a Dios en su alma, ya que en el bautismo nos hicieron templos de la Santísima Trinidad.
Mi querida hermanita, es verdad que no viviremos juntas; pero tú vivirás en Dios y yo también. Allí, en ese abismo del amor, viviremos unidas. Todo en Dios es indivisible; nosotras lo seremos también. Nos llama Dios por diferentes caminos, pero ¿qué importa si el término es El? Tú, mientras estamos aquí en la tierra, serás Marta; salvarás las almas inmolándote por ellas. Servirás a N. Señor en la persona de las alumnas o en las hijas de Maria o en las niñitas pobres. Mientras, yo, como Magdalena, permaneceré a los pies de N. Señor contemplándolo, amándolo. Mi vida será oración, sacrificio y amor, que reúne las dos cosas.
No creas que, porque he elegido ser carmelita, no crea son muy perfectas las del Sdo. Corazón. He dudado mucho entre los dos, pero por mi carácter y aptitudes creo quiere Dios sea carmelita. Mi vida será la del cielo. Viviré ya sólo para Dios, en Dios y por Dios, sin mezcla de criatura alguna. Mi ocupación será orar por el mundo, salvar las almas por la oración. Santa Teresa salvó más almas que San Francisco Javier. Seré una pobre carmelita a quien despreciará el mundo. Pero, ¿qué me puede importar el mundo cuando estoy crucificada para él? Sólo me acordaré del mundo para rogar por él. Me dices que sufriré más. En busca de la cruz voy. Dudaba si ser del Sdo. Corazón porque creía podía sufrir más allí. Pero N. Señor me dio a entender sufriría más en el Carmen. Allá, pues, voy. En la Cruz está Jesús, y teniendo a Jesús ¿qué me importa lo demás?
Me dices que rece por ti. ¿Me podré olvidar de mi hermanita? Yo rezaré mientras tú salves las almas. Nuestra acción será en común. ¿Consientes?.
Te encargo muy especialmente hagas meditación. Ella consiste en mirar a N. Señor cuando andaba aquí en la tierra, y ver cómo obraba y obrar nosotros conforme a El. Hay otro modo de oración que encuentro más sencillo: hablar con N. Señor como quien habla con un amigo, pedirle sus consejos, prometerle que no le ofenderás, decirle que lo amas, etc… Fija el tiempo de oración, ya sean diez minutos o quince minutos como quieras tú. Pero represéntate siempre a N. Señor allí en tu alma; lo mismo cuando comulgues. Podrás también convidar a tu casita a la Sma Virgen; a ella le contarás toda tus cosas y le pedirás te guarde toda para Jesús. Reza por mí. Soy muy mala. Soy una hipócrita. Aconsejo mucho, pero yo no hago todo lo que aconsejo, aunque es verdad, trato de hacerlo. Pídele sólo para mi haga la voluntad de Dios. Querámonos mucho, pero en Dios. El ante todo.
Escríbeme largo contándome todo lo que puedas decirme‑ yo no lo digo a nadie. A‑Dios. Te abraza tu hermana
Juana, H. de M.
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83. Al P. Julián Cea, C.M.F.
Santiago, abril de 1919
Rdo. Padre Julián Cea
Rdo. Padre:
Ayer, l al volver del fundo de unas amigas, me encontré con su carta que de tanto provecho ha sido para mi alma. La carta anterior también la recibí, pero no quería contestarla hasta no darle la noticia del consentimiento de mi papacito. Gracias a Dios, lo tengo para el 7 de mayo. No puedo dudar es un milagro de San José, pues fue el domingo 3‑° de los dedicados a este santo. No tengo cómo agradecerle a mi Jesús tanta bondad para con esta alma tan miserable e infiel. Estoy feliz al contemplar las puertas de mi Carmelo ya abiertas para recibirme. Sólo me restan 20 días más o menos, y después… el Calvario, el Cielo. Ya estoy subiendo su cima. El dolor de la separación es tan intenso, que no hay palabras para expresarlo. Sin embargo Dios me sostiene y aún cuando veo que todos los míos lloran, permanezco sin hacerlo, sin demostrar siquiera pena. Es esto lo que me pide N. Señor. Más aún, que ni siquiera diga a nadie que sufro; que ante los demás permanezca como insensible. Créame, Rdo. Padre. Esto es horrible; pero cuento con la gracia de Dios que en estos momentos sobrepasa todo límite.
Sus cartas me infunden ánimo. Dígame si hay otra manera de realizar el sacrificio más perfectamente, pues yo quiero dar a Dios lo más que pueda darle. Continúo en las mismas disposiciones de espíritu, pero verdaderamente que me encuentro con la gracia de Dios muy por encima de todo lo que siento. Lo amo, pero sin sentir ese amor como me sucedía antes, que me sentía sin fuerzas y desfallecida. Ahora no es as;; estoy más unida a El, pero sin sentir nada.
¡Cuánto le agradezco el interés que tiene por mi alma! Que Dios se lo pague. En mi subida al Calvario lo tengo muy presente. Acepto con sumo agradecimiento el convite que me hace para ofrecernos como mártires. Es todo mi ideal. Sin embargo, nunca le pido a N. Señor esta gracia porque soy demasiado indigna de ella. Además creí que era más perfecto no pedirle nada más que el cumplir su voluntad, y fuera de ello no deseo nada más.
Pero hace un año -creo- N. Señor se me reveló un día cuando estaba expuesto, con una caridad infinita. Entonces me hizo comprender su amor no correspondido por los hombres. Me pidió me ofreciera como victima de amor y expiación y me aseguró iba a sufrir mucho en mi vida. Después de esto, yo no quise sin consultarlo al confesor ofrecerme como víctima, y me dio permiso, pero por cierto tiempo. Tuve varios meses muchos sufrimientos interiores, pero cesaron después.
Le ruego que el viernes santo a las tres, si no es mucho pedirle, me ofrezca a N. Señor para siempre por sus manos de sacerdote. Dios no rehusará esta ofrenda completa de todo mi ser para ir despedazada y martirizada por su amor. Que yo sea toda de El y para siempre. Ofrézcame, le ruego, con una amiga íntima que tiene mis mismos ideales y un alma parecida a la mía, aunque mejor; es una santita. Rece para que Dios le manifieste su voluntad, pues, aunque desea ser carmelita, no puede pedir el permiso…
Le vuelvo a repetir: Dios le pague por todas sus oraciones, sobre todo, por la gran bondad que tiene en recordarme durante la Consagración. Le aseguro me ha hecho feliz, pues ten(a ansias verdaderas de que un sacerdote me ofreciera y bañara en esa sangre divina. Me considero muy indigna de semejante ofrenda. Pero creo que, a fuerza de tantas oraciones, Dios completará en mí la obra de mi santificación. Seré santa con la gracia de Dios.
Ruegue por los míos, para que El les dé valor para darme a mi Divino Esposo Jesucristo. Adiós. Junto al Divino Crucificado
encontrara a esta indigna carmelita que ruega porque sea un santo mártir misionero del Corazón de María.
Su affma. en J.M.J.T Teresa de Jesús
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84. A Herminia Valdés Ossa
Santiago, 17 de abril de 1919
Señorita Herminia Valdés 0.
Mi querida Gordita:
Mucho sentí tener que dejar la compañía de mis primas las más queridas, y las recuerdo a cada momento, pues me hacen mucha falta.
A nombre mío, le da las gracias a tu mamá y papá por todos sus cariños que llegan a confundirme, porque no merezco tanto.
Tu encargo no lo he podido cumplir por ser semana santa; y por lo tanto no he podido hablar con la persona encargada del asunto. No te imaginas lo mucho que he tenido que trajinar en estos días.
Adiós. No te escribo largo porque voy a comer. Creo que habrás cumplido con lo que te encargué. Saludos muy cariñosos y agradecidos a mis tíos, a la María y Pepe y a cada uno de los miembros de esa simpática familia. A la Elisita le dirás que mañana, viernes, a las 3, la tendré muy presente; lo mismo a ti, pichita querida.
Te abraza y besa tu Juana
Saludos a misia Carmela y familia.
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85. A su padre
Santiago, 18 de abril de 1919
Mi querido papacito:
 Aunque no he recibido contestación alguna de la carta que anteriormente le escribí, he querido ponerle siquiera unas letras porque tengo ansias de saber de Ud. y cómo le ha ido en la cosecha.
Nosotros nos vinimos el martes de Cunaco, donde pasé unos días muy agradables gracias al cariño excesivo de cada uno de los miembros de esa querida familia. ¡Cuánto me gustaría irlo a acompañar unos días para gozar siquiera por poco tiempo de Ud., mi papacito tan querido, y poderle prodigar mis últimos cuidados y cariños.
No se imagina lo que le agradezco cada día más su consentimiento. Me ha hecho feliz con él. Le aseguro, papacito, que todo lo que sufro al pensar en la separación se lo ofrezco por Ud., para que Dios le dé valor para realizar el sacrificio. Hoy, sobre todo, Viernes Santo, le pedí a la Sma. Virgen le diera un poco de su valor y fortaleza.
En esto he conocido más que nunca su generoso corazón y lo desinteresado que es. ¡Cuántos son los padres que, sólo mirando sus intereses y por evitarse el dolor de la separación, sacrifican la felicidad de sus hijas, reteniéndolas a su lado! Mas Ud., mi papacito querido, sabe querer con verdadero cariño. Jamás he de olvidar su generosidad. Dios pagará con creces lo que Ud. con tanto amor y presteza le ha ofrecido.
Ya me falta muy poco que estar entre los míos. Le aseguro que siento en mi corazón sentimientos tan opuestos, que me es imposible describir. ¡Cuánto sufro por un lado al ver que soy la causa del sufrimiento de los demás! Y sin embargo, no quisiera retardar un día más mi despedida. Además que ya me esperan en Los Andes el 7 de mayo, y ya no puedo retardarlo. Siento también una paz, una felicidad al pensar que dentro de poco seré toda para Dios. Sólo los que han pasado por estas circunstancias pueden comprender esto.
¡Cuánto me habría gustado vivir siempre a su lado acompañándolo, y ser más tarde en su vejez su apoyo y compañera inseparable! Pero ya que Dios ha determinado otra cosa, conformémonos, que yo le aseguro no tendrá otra hija que lo quiera tanto y que siempre lo rodee con sus oraciones.
Adiós, papacito. Dele un abrazo a Lucho a quien escribí. Y si está allá Miguel, dele otro. Y Ud. reciba de mi mamá y hermanas un abrazo, junto con mis cariños y besos.
Juana
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86. A la Madre Angélica Teresa
Santiago, 20 de abril de 1919 Rda. Madre
Sor Angélica Teresa del Smo. Sacramento
Reverenda Madre:
¡Aleluya! Es la primera palabra que brota de mis labios en este momento. ¡Cómo me gustaría darles personalmente a Ud. mi Rda. y queridísima Madre y a todas mis hermanitas el saludó de Pascual Pero que N. Señor sea el que lleve mis saludos y El les haga presentes mis deseos de paz y de santa alegría para mi Madrecita y Hermanitas.
¡Cuán feliz se siente el corazón cuando se entona el «Gloria in excelsis» después de ver a N. Señor sufrir tanto por nuestro amor! ¡Después de presenciar la escena horrible del Calvario el viernes, con cuántas ansias espera el alma que ama presenciar el domingo la escena del triunfo más completo de N. Señor sobre la muerte y sobre el pecado! El viernes a las 3 P.M. le pedí a la Sma. Virgen me ofreciera junto con la Divina Víctima. Que primero me purificara con esa sangre divina, y después me diera para siempre y completamente a Dios, para que no tuviera otro ideal que cumplir la voluntad de Dios con amor y con el fin de glorificarlo.
Sólo me restan 17 días para permanecer en el mundo. Me parecen ya las cosas tan pequeñas que no tengo cómo agradecerle a N. Señor su llamamiento. Pocos días más, y viviré; porque la vida del mundo es muerte. Viviré «abscondita in Christo». Qué vida más ideal, mi Rda. Madre, es la que N. Señor me dará. Ya todo el mundo desaparecerá para mí, para encontrar tras las rejas de mi Carmelo horizontes sin límites, horizontes divinos que el mundo no comprende.
Pero no crea que voy en busca del Tabor sino del Calvario. Por la gracia de Dios, he comprendido que la vida de la carmelita es una abnegación continua, no sólo de la carne, sino de la voluntad y del juicio. Y aunque a veces esto me hace estremecer, sin embargo no quiero otra cosa que la cruz. Antes me parecía que Dios daría a las almas que se entregan a El los goces y dulzuras de la oración, y que sólo por sentirlas era de encerrarse en el convento. Pero hoy comprendo que eso no es buscar a Dios, sino a sí misma; y me preparo, no para regalos, sino para sequedades y abandonos, en una palabra, para cumplir la voluntad de Dios.
Le aseguro que no sé qué daría por predicar al mundo entero el abandono ciego en manos de Dios. Créame que lo he palpado en mis asuntos, pues no le he pedido nada sino lo que El quiera y nada más. Le he dicho a mi Jesús que El sea el Capitán. Que ordene. Que su soldado lo seguirá hasta la muerte, pero siempre que lo ayude con su gracia.
Mi Madre tan querida: desde ahora me pongo en sus manos, para que vaya formando a esta indigna carmelita. Quiero ser una santa carmelita. Sería una locura que, después de sacrificarlo todo, no fuera una carmelita según el ideal de mi Madre Santa Teresa; que mi Jesús no pudiera decirme que era totalmente de El. ¡Qué feliz estoy porque luego ya no tendré que estar disimulando que soy del buen Jesús! Ahora no tengo un momento para estar tranquila con N. Señor y sin preocupaciones. Desde el 7 ya no habrá nadie entre Dios y su sierva Teresa. ¡Qué felicidad!
Hoy llega mi papacito con mis hermanos, que creo sabrán. No sé cómo irán a portarse conmigo. En fin, lo que quiera Dios. Mi hermano Lucho me escribió una carta muy tierna y cariñosa y me ruega que no me vaya, porque en el mundo puedo no casarme y hacer mayor bien. Pero yo le contesté refutándole sus argumentos, y que ya está decidido.
Mi sobrinita Luz está muy bien. La encuentro encantadora. ¡Como será esa almita templo de la Sma. Trinidad! La quiero muchísimo y me encanta tenerla en los brazos. Mucho le agradeció mi hermana su recuerdo precioso; pero no sus deseos que fuera carmelita. Salude a mis queridas Hermanitas, por quienes tanto rezo, aunque poco valen mis oraciones, y que muy pronto tendré la dicha de vivir junto a ellas. ¡Qué honor vivir entre santas! Por la fuerza tendré que serlo. Y Ud., mi Rda. Madre, reciba el sincero y filial afecto que le profesa su hija en el C.J.M.
 Juana
P D. Rece por favor por mí, pues creo que sus oraciones me Sostienen. Le encargo para una niña muy atribulada muchas oraciones, para que Dios le dé a conocer su divina voluntad y que tenga paz, pues está tan turbada que no puede hacer el bien como debe. Creo que Ud. Rda. Madre, la conoce y me parece es pariente suya.
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87. Al P. Antonio Ma. Falgueras, S.J.
J.M.J.T.
Santiago, 24 de abril 1919
Reverendo Padre:
Puesta en presencia de Dios, voy a declararle todo lo que por mi alma ha pasado. Yo nunca he hecho caso de lo que he visto, creyendo fuera mi imaginación la que me representaba ciertas imágenes, aunque las tales dejaban siempre en mi alma humildad, amor, confusión–al ver mis miserias–, arrepentimiento y, sobre todo, agradecimiento hacia ese Dios lleno de bondad y misericordia, que así se manifestaba a mi alma.
Desde los siete años, más o menos, nació en mi alma una devoción muy grande a mi Madre, la Sma. Virgen. Le contaba todo lo que me pasaba, y Ella me hablaba. Sentía su voz dentro de mí misma clara y distintamente. Ella me aconsejaba y me decía lo que debía hacer para agradar a N. Señor. Yo creía que esto era lo más natural, y jamás se me ocurrió decir lo que la Sma. Virgen me decía.
Desde que hice mi Primera Comunión, N. Señor me hablaba después de comulgar. Me decía cosas que yo no sospechaba y aún cuando le preguntaba, me decía cosas que iban a pasar, y sucedían. Pero yo segura creyendo que a todas las personas que comulgaban les pasaba igual, y una vez le conté a mi mamá no me acuerdo qué cosa de lo que N. Señor me dijo. Entonces me dijo lo dijera al Padre Colom, pero a mí me daba vergüenza.
A los catorce años, cuando estaba enferma en cama, Nuestro Señor me habló y me dio a entender lo abandonado y sólo que pasaba en el tabernáculo. Me dijo que lo acompañara. Entonces me dio la vocación, pues me dijo que quería que mi corazón fuera sólo para El, y que fuera carmelita. Desde ese momento pasaba el día entero en una íntima conversación con N. Señor, y me sentía feliz en pasar sola. (C 87)
Muy bien distinguía la voz de mi Madre Sma. y la de mi buen Jesús. Una vez tenía una duda; se la pregunté a la Sma. Virgen, pero oí otra voz muy diferente a las que oía, que siempre me ha quedado grabada. Esta voz no me aconsejó bien y me dejó muy turbada. Entonces invoqué con toda mi alma a la Sma. Virgen y Ella me contestó que el demonio me había respondido y que, en adelante, siempre le preguntara si era Ella la que me hablaba. Pero nunca más sucedió lo dicho.
Como pasaba los días enteros unida a N. Señor, las ansias de sufrir y amar crecían cada vez más. A veces sentía tanto amor que me parecía no podía vivir si se hubieran prolongado por más tiempo
Una vez, en la noche, antes de dormir, cuando hacía mi examen de conciencia, N. Señor se me representó con viveza tal que parecía lo veía. Estaba coronado de espinas y su mirada era de una tristeza tal, que no pude contenerme y me puse a llorar tanto, que el Señor me tuvo que consolar después en lo íntimo del alma. Duró unos dos minutos, más o menos, y su rostro quedó por mucho tiempo esculpido en mi memoria, y cada vez que lo representaba como lo había visto, me sentía deshacerme de arrepentimiento por mis pecados. El amor que le tenía creía cada vez más, y todo lo que sufría me parecía poco, y me mortificaba en todo lo que podía. Una vez en que la violencia del amor me dominó tomé un alfiler y grabé con él en mi pecho estas letras: J.A.M.– «Jesús, Amor mío». Y me hizo mal, porque me dio fatiga; pero nunca lo he dicho a nadie. Otra vez, queriendo imitar a Margarita María, tomé lo que había arrojado. Los remedios los tomaba despacio para saborear su amargura. Pero todo esto lo hacía sin decirle nada a mi confesor, porque me daba vergüenza. No me acuerdo bien si después le dije que Nuestro Señor me hablaba, pero él no le dio importancia. Solía suceder que lo que N. Señor me pedía para mi santificación, el Padre me lo repetía después con las mismas palabras en el confesionario.
También una vez que rezaba unas «Ave Marías» para formarle una corona a la Sma. Virgen, desapareció todo ante mi vista y vi sobre la cabeza de mi Madre una corona toda llena de piedras preciosas que despedían rayos de luz, pero no vi su rostro. Yo creo que esto fue producido por mi imaginación, pues duró un segundo, y además deseaba saber si verdaderamente la Sma. Virgen recibía mis oraciones.
N. Señor en el Smo. Sacramento dos veces me ha manifestado, pero casi de una manera sensible, su amor. Una vez me dio a entender su grandeza y después me dijo cómo se anonadaba bajo las especies de pan. Me pasó esto en el colegio. No sé si me notarían algo después, pues una monja me preguntó algo muy significativo, que me sorprendí y turbé toda. El año pasado N. Señor se me representó con su rostro lleno de tristeza y en una actitud de oración y los ojos levantados al cielo y con la mano sobre su Corazón. Me dijo que rogaba incesantemente a su Padre por los pecadores y se ofrecía como víctima por ellos allí en el altar, y me dijo hiciera yo otro tanto, y me aseguró que en adelante viviría más unida a El. Que me había escogido con más predilección que a otras almas, pues quería que viviera sufriendo y consolándolo toda mi vida. Que mi vida sería un verdadero martirio, pero que El estaría a mi lado. Su imagen quedó ocho días en mi alma. Lo veía con una viveza tal que pasé constantemente unida a El en su oración. A los ocho días no la vi más, y aunque después quise representármela tal como era, no pude. Quizás fue por mi culpa que la dejé de ver, pues no fui recogida después.
Después no he vuelto a ver nada especial. N. Señor me habla, pero mucho menos. Y ahora nunca me dice nada que no sea sólo para mi alma, pues una vez le principié a preguntar muchas cosas, que no se relacionaban con mi alma. Entonces me dijo que nunca le preguntara, sino que me contentara con lo que El me decía. Sólo dos veces me ha dicho cosas que no se han cumplido. Por eso, desconfío sea N. Señor el que me habla. Sin embargo sus palabras siempre me dejan paz, humildad, arrepentimiento y recogimiento.
Juzgue Ud., Rdo. Padre, todas estas cosas, y dígame qué debo hacer, pues a mí se me figura que son ilusiones y fantasías de mi espíritu.
También le ruego decirme sobre qué debo meditar, pues en la meditación no veo saco mucho provecho. Siento una ansia ardiente por contemplar a Dios, pero parece que mi entendimiento se ve rodeado de tinieblas que me impiden la contemplación. Anoche N. Señor me permitió contemplara la infinidad divina. Estuve una hora y cuarto. Vi con claridad la infinidad de Dios y después mi pequeñez. Saqué mucho fruto, porque he estado recogida, humillada y con mucho agradecimiento hacia ese Dios que me busca a pesar de mi pequeñez, a pesar de que soy tan pecadora e infiel a sus gracias. Dígame qué debo hacer en la oración, por caridad; pues quiero conocer a mi Divino Esposo, a fin de amarle cada día más.
Rdo. Padre, no sabe cuánto le agradezco el interés que se toma por esta alma que merece sólo ser despreciada. ¿Qué bueno se puede esperar de tanta miseria? Sin embargo, si aspiro a ser santa, es porque confío que N. Señor me ayudará. El nunca olvida a los que ponen en El su confianza.
Dios le pagará a su Reverencia tanta caridad, pues así se lo pido todos los días.
En el C.J.M.J. su H.S.S.
Juana
Dispense todo, por caridad.
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88. Al P. Artemio Colom, S.J.
J.M.J.T.
Santiago, 25 de abril de 1919
Rdo. Padre Artemio Colom–Córdoba
Reverendo Padre:
Muchos días estaba por escribirle para darle la feliz noticia: que el 7 de mayo se abrirán para su pobre hija las puertas del Carmelo.
¡Bendito, mil veces bendito y alabado sea el nombre del Señor, que con tanta bondad favorece a su esclava y sierva! Rdo. Padre: ¡qué bueno es Dios! No me canso de repetirlo: todo lo ha arreglado El. Pasó una semana entera sin recibir contestación de mi papá; semana para mi alma de indecible angustia, pero llena de confianza en Dios. Como nació mi sobrinita Luz, tuvo que venir a Santiago. Entonces obtuve la respuesta de un padre verdaderamente cristiano: «Si es esa la voluntad de Dios, yo no me opongo a ella, pues esa ha de hacer tu felicidad». Y después me preguntó llorando cuándo quería irme. Y como le dijese yo que en mayo, me respondió: «Hazlo como tú lo quieras». ¡Qué momentos aquellos, Rdo. Padre! ¡Qué acción de gracias brotó de mi alma en ese instante para con mi Dios y con mi papacito! Jamás tendré cómo pagarles como debo. Todo este tiempo es terrible, pues no veo sino lágrimas donde quiera que mire. Mas siento una energía y valor tan grande dentro de mi alma, como me es imposible describirle. Dios pone insensible mi corazón ante esas lágrimas cuando estoy delante de los míos. Mas, una vez sola, siento que mi alma se despedaza de dolor y la lucha más horrible se apodera de ella. ¡Qué dudas e incertidumbres, qué cobardías! En fin, las miserias que hay en el fondo de este pobre corazón parece que subieran en oleaje aterrador. Entonces gimo, clamo a N. Señor que acuda a socorrerme porque perezco, y El siempre me tiende su mano divina para que no sucumba.
No quiero llorar, porque encuentro que el sacrificio regado con lágrimas no es sacrificio. Es necesario que sólo Dios sepa que el cáliz que apuro es muy amargo. En fin, me parece que yo nada hago porque la gracia de Dios es inmensa. El es el que obra todo.
Rdo. Padre, qué mal aprovechada me parece mi vida hasta aquí. Sólo tengo el recuerdo de mis muchos pecados. No comprendo cómo Dios se acerca a mí, miserable pecadora; El, que es la santidad misma. ¡Qué bueno es Dios. ¡Cuánto lo debemos amar y cuán poco lo amamos, porque somos incapaces por nuestra corrompida naturaleza! Tengo ansias de ofrecerle algo Para poder corresponder a su amor infinito, aunque sea imperfectamente Pero todo queda en deseos y nada en obras. Pero El me conoce y El me ama y recibe mis deseos y me cubre con su misericordia.
Rdo Padre, qué felicidad si pudiera derramar toda mi sangre para demostrarle mi amor. Ruegue por esta pecadora. Es indigna de sus oraciones, pero hágalo por caridad, por Dios. ¡Qué misión tan extensa se me presenta! Es universal, y yo tan incapaz para llenarla. Pero El, mi Esposo adorado, está conmigo El me infundirá valor para inmolarme, para derramar místicamente toda la sangre de mi corazón cada día, pues la carmelita debe morir a cada momento por los suyos y por las almas todas. Qué pureza me exige mi vocación: siempre junto a Dios. Vivir mi vida entera en la atmósfera divina. ¡Qué recogimiento y adoración no interrumpida! ¡Qué paz, qué incendio de amor dentro del alma esposa del Crucificado! ¡Qué pobreza y desprendimiento del espíritu y del corazón, qué obediencia y sumisión de nuestro ser! Carmelita. ¡Qué palabra tan llena de hermoso significado: víctima crucificada hostia pura, cordero que lleva los pecados del mundo. Qué incapacidad, Rdo. Padre, encuentro en mí para llenar ese molde que mi divino Esposo y mi Madre Santísima me presentan.
Creo será la última vez que le escriba desde el mundo. Deme su bendición de Padre que acarreará sobre su indigna hija las bendiciones del cielo. Gracias, Rdo. Padre, por todo el bien que me ha hecho. Que Dios y su divina Madre le paguen por mí. Jamás dejaré de rogar por Ud., Reverencia, para que sea un santo apóstol de la gloria de Dios y de las almas: para que su vida entera sea una alabanza de gloria.
Perdóneme todo Rdo. Padre. Atienda que soy miseria, nada criminal, y ruegue por los míos. Que el sacrificio les sirva para sus almas. Que nuestro buen Jesús reine en nuestro hogar. Y a Dios. Pronto viviré abscondita in Christo. En su Divino Corazón nos encontraremos y después, si por la misericordia de Dios me salvo, allá en el cielo nos encontraremos reunidos para cantar eternamente las alabanzas de Dios.
Teresa de Jesús
Su carta llegó y se la agradezco mucho.
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89. A Elena Salas González
Grandeza de Dios y pequeñez de las criaturas. ¡Qué tarde he conocido a Dios! Abismo de miserias.
Mi Elena querida: Que la paz del buen Jesús sea en tu alma.
Me iba a dormir, porque ya es muy tarde y se me vino la idea de escribirte. Te agradecí tanto tu cartita… Te aseguro que no
merezco la estima y el cariño que me tienes. Soy muy mala, y sin embargo, N. Señor es la misma bondad para conmigo. No sé lo que me pasa ya. Es una agonía intensísima la que experimento. Todo se presenta a mi vista como si ya estuviera a punto de morir. Veo las cosas y las criaturas tan pequeñas que no comprendo cómo he perdido el tiempo en preocuparme de ellas. ¡Qué miserias y bajezas encierran. ¡Qué grande e inmenso me parece Dios! ¡Qué suma de perfecciones infinitas encierra el Ser que es mi Todo adorado! ¡Qué tarde he conocido a Dios, es decir, qué tarde lo he amado! Lo he ofendido tanto que me admiro que Dios pueda soportar a un monstruo de ingratitud igual. El nos ama con infinito amor y nosotros le correspondemos con ofensas a su Divina Majestad.
El martes voy a hacer confesión general de toda mi vida. Reza para que pueda penetrar hasta lo más recóndito de mi alma. ¡Qué abismo de miserias, de lodo, de inmundicias encuentro en ella! Y sin embargo, Dios me ama con predilección.
Reza porque tenga verdadero arrepentimiento, para que no vuelva a mi mala vida, pues tendrían que echarme del convento. Oh, pídele a N. Señor me tienda su brazo para no caer. Ruega a la Madre de los Dolores para que no me deje jamás bajar de la cima del Calvario, donde he de ser en cada momento de mi vida crucificada.
Adiós, hermanita del alma. Ama a N. Señor. Sé generosa con El, ya que El lo es contigo. Amalo, no con palabras como yo, sino con obras.
Recibe muchos besos y abrazos de tu Teresa de Jesús
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90. Al P. José Blanch, C.M.F.
Santiago, 28 de abril de 1919
Jesús sea con Ud., Rdo. Padre:
Sólo ahora he tenido tiempo para escribirle después que tengo el consentimiento de mi papá. Sólo puedo decir: ¡Bendito sea Dios! Todo ha sucedido de un modo providencial y he visto patente la voluntad de Dios; pues tal como quería ha sucedido. El 7 de marzo la Sma. Virgen y San José me abrirán las puertas de mi convento, y ese día moriré al mundo para vivir siempre escondida en Dios. ¡Qué vida de cielo, Rdo. Padre, qué vida de esposa del Divino Crucificado!
Le escribí a mi papá ese sábado que le indiqué, pero no me contestó en toda la semana. Pero a fines de ella tuvo que venirse por haber nacido mi primera sobrinita, cuyo nombre es Luz. Llegó mi papá el viernes en la noche, y el sábado, aunque traté de hablar a solas con él, no pude, pues parece que él esquivaba estar solo. Por fin el domingo pude llamarlo a mi pieza y allí obtuve esta respuesta tan cristiana en medio de sollozos: «Si es esa la voluntad de Dios y tu felicidad, yo no me opongo». Después me preguntó cuándo quería irme, si a principios o a fines de mayo. Y entonces le dije que el 7, y él me dijo: «Hijita, hazlo como tú quieras». Era el tercer domingo de los dedicados a San José, a quien tanto allá en Los Andes como yo habíamos confiado el asunto. ¿Cómo expresarle los sentimientos agradecidos de mi alma en ese instante? ¡Qué bueno es Dios con esta nada criminal!
Inmediatamente después del permiso, tuve que ir a tomar el tren para irme a Cunaco, donde las Valdés Ossa, porque me habían mandado [a] buscar con su papá.
Ahora le diré cómo lo supo Miguel y Lucho. Lucho se fue con mi papá, y como un día viera que mi papá estaba llorando con una carta en la mano, le preguntó el porqué y el contenido de ella. Era mía, para agradecerle el permiso. Cuando Lucho supo, se puso furioso contra mi y me iba a escribir así; pero mi papá me defendió y lo calmó. Lloró mucho, pero resignado. Y después me escribió una carta llena de cariño haciéndome mil reflexiones, a la que yo contesté en otra carta. Desde entonces no hace otra cosa que llorar cada vez que me mira; pero está muy resignado y le hice prometer ofrecería el sacrificio a Dios.
Miguel, entre tanto, no sospechaba. Pero N. Señor se lo llevó también a mi papá, quien le dijo y le mostró mis cartas. Lloró también mucho, pero sin decir nada contra mi. He tenido que dar muchas gracias a Dios, pues lo considero verdaderamente un milagro obrado por San José. A la Lucra e Isidoro les dijo mi mamá. Y todos, aunque lloran, están resignados. ¡Bendito sea Dios!
Ya me faltan sólo ocho días. Estoy feliz, al mismo tiempo que sufro horriblemente. Ud. Rdo. Padre, sabe lo extremosa que soy para con los m(os. Sin embargo siento que mi corazón está fortalecido e inundado por la gracia de Dios de tal manera que, a pesar que antes no podía ver llorar a nadie sin hacerlo yo también, ahora me pongo insensible antes las lágrimas de mis padres y hermanos. Créame que encuentro que casi no hay mérito de nuestra parte, pues Dios lo hace todo por nosotros.
Cuanto estoy en oración o me encuentro sola, entonces experimento hasta lo más profundo de mi alma el dolor de la separación. Parece que todo se despedaza dentro de mí, pero entonces clamo a N. Señor me dé valor, y El nunca se hace sordo a mi clamor. No quiero derramar ni una lágrima, ni aún cuando estoy sola, para ofrecer generosamente el sacrificio a Dios; pues las lágrimas sirven para desahogarse, y yo quiero beber hasta las heces el cáliz que mi Divino Esposo me presenta. Me parece que todo lo que le pueda ofrecer es nada. Y aunque todo por El voy a sacrificar, al fin son criaturas, Rdo. Padre; son nada…
¡Cómo quisiera derramar mi sangre muriendo por El! ¡Qué dicha tan inmensa sería ésta: dar mi vida por El! Pero soy indigna de esta gracia. Sin embargo, no sé por qué abrigo la esperanza que moriré por El. Hay tanta maldad en el mundo, los ánimos están tan exaltados en contra de la religión, que no es de extrañar que, desgraciadamente, con los años viniera una persecución. Y entonces los religiosos serían los primeros en ser inmolados. ¡Qué dicha, Rdo. Padre, dar la vida por el objeto amado! Pida para esta su indigna hija favor tan grande. Y yo le pediré que Ud. pueda ser algún día mártir y apóstol del Corazón de Marta. Entre tanto también puedo ser mártir en el Carmen, muriendo a mí misma a cada instante.
Esa es la vocación de la carmelita: ser hostia pura que continuamente se ofrece a Dios por el mundo pecador. ¡Qué grande y extenso es el molde que N. Señor presenta a cada carmelita! ¡Qué inmolación! ¡Qué olvido de sí misma! ¡Qué pureza encierra! Y todo en el silencio y recogimiento.
Rdo. Padre, todo esto me muestra mi Divino Capitán, para que después no me asombre ante la horrible lucha que contra mis enemigos tendré que sostener. Lo miro todo y después me miro a mí misma. ¡Qué cúmulo de miserias, de flaquezas y cobardías descubro en mí! ¡Qué apego a esas miserias, qué orgullo y confianza en mi persona! Y sin embargo, hasta aquí, ¿qué hecho por Dios? Nada, absolutamente nada. Lo único pecar y más pecar. Esa es mi vida. ¡Qué horror me causa mirarme! Quito mi mirada y se me presenta Jesucristo, mi Esposo adorado con su cruz. Me arrojo y penetro en su Divino Corazón, y olvidada de mi misma, cuando El me dice:»Sígueme», le digo «Donde Tú, Señor, quieras». Confío que El me ha de crucificar.
Ayer hice confesión general de toda mi vida, pero le aseguro que tengo paz y nada más porque estoy insensible enteramente. Pero gozo con esto. N. Señor me da la cruz solita, sin consuelos sin nada que me la aligere.
Tuve que darle parte a una tía que me iba al Carmen. No le pareció nada de bien. Y me dijo que de la única manera que se quedaría tranquila sería si un sacerdote -cuyo nombre no quiero decir- me encontraba vocación. Le dije al P. Falgueras y consintió fuera a consultarle para dejar tranquila a mi tía. Fui por obedecer. Pero el sacerdote no hizo más que repetirme lo que me había dicho otra tía. Y tuve que hablar delante de ella. Humillación más grande, imposible. Me hizo prometer el sacerdote que no me iría el 7, sino dentro de dos meses. Y me prohibió que fuera a donde el P. Falgueras, porque no me convenía por lo imprudente que era. En fin, me dijo que tenía vocación, pero que me debía probar más. En ese momento yo creí que, como el Padre me había mandado, era la voluntad de Dios que me sometiera. Y yo le prometí, aunque con una pena horrible. Pero después tuve la turbación más horrible, pues no hallaba a quién obedecer. Fue tanto que el físico llegó a resentirse. Pero después pensé que a ese sacerdote Dios no le había dado la luz; primero, porque no estaba en el confesionario; y segundo, porque eran las palabras de mi tía razones humanas puramente. Hablé con mi mamá, quien opino lo mismo, y cuando resolví volver donde el Padre [Falgueras] tuve paz y vi con certeza -como nunca la había tenido- que la voluntad de Dios era que me fuera el siete. Fui donde el Padre y me dijo no volviera más allá y le escribiera diciéndole al sacerdote que, después de pensarlo delante de Dios, las razones humanas que él me había dado, no me satisfacían porque tenía otras divinas. Sufrí mucho, pero en el fondo de mi alma sentí paz, pues era la voluntad de Dios. Además me humillé lo más posible, y eso da felicidad al alma que ama a Jesús Crucificado. Por eso me encuentro insensible, pues antes yo sufría mucho más; ahora todo lo veo bajo esa mano divina y todo me parece poco.
Mi oración siempre es desigual. Unas veces es contemplación; otras, meditación, pero en ésta no encuentro gusto alguno. Pero otras veces no puedo ni meditar ni contemplar. Yo creo ha de ser por el estado de tensión nerviosa en que estoy con mi ida el 7. Sin embargo N. Señor, cuando quiere recoger mi espíritu, lo hace. Y completamente.
Ahora trato de levantarme tarde y de alimentarme bien, aunque no tengo apetito, todo lo contrario, pero, en fin, todo por glorificar al Sdo. Corazón. Si tiene la bondad de contestarme, aconséjeme sobre las disposiciones que debo tener al entrar al convento: mi trato con la M Priora y Maestra y demás Hermanas. Mi resolución es observar desde el principio perfectamente la Regla. ¿Encuentra Rdo. Padre, que no debo reclamar sino someterme inmediatamente a dispensas y cuidados que me hará la Rda. M. Priora en los comienzos, o manifestarle que quiero seguir en todo la Regla? ¿No cree también será más perfecto, si se sienten luchas, penas, desalientos, sequedades, etc., no comunicarlas a nadie, ni aún a la Maestra, y nada más que al confesor? Quisiera vivir desconocida enteramente de las criaturas. Dígame si esto es bueno o es exageración.
Le ruego, Rdo. Padre, me dé su opinión si encuentra que le debo dejar mi diario a mi mamá. Ud. leyó esa libreta que una vez le presté. Pero tengo además otros cuadernos; y en el último tengo anotada íntimamente mi oración, porque el Padre Falgueras me lo mandó. Me lo pide con mucha insistencia mi mamá para conservarlo y leerlo toda su vida, que esto me hará vivir siempre a su lado y que le hará bien a su alma. Por otra parte, la Rebeca me pide por favor se lo deje a ella. Y me promete no leerlo jamás y que es para conservarlo solamente. Estoy plenamente segura que si me lo promete, no lo leerá jamás. Le aseguro. No sé qué hacer. Mis deseos son echarlos al fuego para desaparecer para siempre a las criaturas. Y por otro lado veo que, si lo leen, verán la bondad del Divino Maestro que tanto me ha amado siendo yo tan ingrata y pecadora; pero será la pena más grande si lo leen. hay cosas, Rdo. Padre, como Ud. mismo me ha dicho, que sólo Dios y el alma deben saberlas, y también el confesor. En fin, dígame qué haré, pues esa será la voluntad de Dios.
Voy a concluir pues es pesadez una carta tan larga. Perdóneme, Rdo. Padre, abuse así de su paciencia. Pero como Ud. me dice le diga todo lo que siento, obedezco, aunque tan sin orden ni concierto. Ahora me resta pedirle perdón por todas las incomodidades, por la pena que muchas veces le habré hecho sentir al ver cómo ofendo y pago ingratamente a N. Señor que no hace sino colmarme de gracias, y al ver lo tibia que soy para servirlo. Perdón por mis cartas, las cuales han sido tan largas y mal escritas. Y perdón, mil perdones, por todo.
Rece mucho por caridad por los míos, para que se acerquen a Dios. Rece por esa indigna carmelita para que viva cumpliendo la voluntad adorable de Dios. En este momento siento todo el dolor de la separación. Rdo. Padre, me siento desfallecer aún físicamente; pero Dios me sostiene. Esta mañana en la comunión le decía en el extremo de mi dolor: «Señor te amo tanto. Sólo por Ti tengo valor para sacrificarlo todo». Después le pedí me hiciera sufrir más intensamente. Que despedace mi alma, pero que sin que nadie me lo note; pero todo esto, si es su divina voluntad. Estoy feliz de sufrir. Fíjese que mi papá dice que no se vendrá hasta después. Esto me da la pena más horrible. Yo creo ha de ser para no encontrarse en el momento de la separación, pues dicen que no hace más que llorar. En fin, Rdo. Padre, todo lo que Dios quiera.
Se me había olvidado decirle lo que este sacerdote ordenaba a sus confesadas para probarlas en la obediencia, para que pueda darse cuenta cómo era. Las ordenaba irse a cortarse el pelo, aún a señoras, y después salir así. Mi mamá me dijo le contara esto.
A Dios Rdo. Padre. En El viviremos unidos aquí en la tierra, y después allá en la eternidad. Siempre tendrá un alma, aunque pecadora, que ruegue mucho por su santificación, para que viva más en el Corazón Inmaculado de María que en la tierra. Que de esa fuente tome el agua de la misericordia para derramarla en las almas, para salvarlas y santificarlas. Y Ud. Rdo. Padre, no se olvide de rogar por esta pobre pecadora, a quien Dios en el colmo de su amor y bondad, la llama para que viva junto a El la vida de cielo. Su indigna hija en J.M.J.T.
Teresa de Jesús
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91. A su padre
Santiago, 1° de mayo de 1919
Señor Miguel Fernández Jara
Mi papacito querido:
Su carta tan deseada la recibí, por fin, el sábado y como he tenido mucho que hacer, no había ¡podido contestársela.
Le aseguro, me siento orgullosa de tener un padre como el que Dios me ha dado. Doy gracias mil veces al cielo de ser su hija. ¡Cuánto le agradezco su generoso consentimiento y todos los sentimientos que me expresa en su carta! Verdaderamente gocé con el la.
Lo único que le pido es que se venga pronto, antes de irme, pues sería la pena más grande, si tuviera que renunciar a abrazarlo y besarlo por última vez. Le aseguro que sólo la idea de que no se venga me produce una pena tan intensa, que llega a convertirse en desfallecimiento físico. Papacito lindo venga por caridad. No puedo resignarme a no darle mi último beso y cariño. Acuérdese que lo quiero con locura. No puedo creer que Dios quiera someterme a esta horrible prueba; pero en fin, que se cumpla su adorable voluntad.
Mi medalla de oro –que jamás se ha separado de mí salvo cuando se la presté a Ud.–se la he reservado, para que la conserve como un recuerdo de su hija su vida entera. Es muy milagrosa. Siempre que la he besado pidiéndole a la Sma. Virgen alguna gracia, me la ha concedido.
¿Y sus chacras? Dios permita que le vayan bien. No se imagina, mi papacito, cómo se lo pido.
Adiós. Estoy muy apurada, porque tengo que ir a hacer visitas. Cuánto me gustaría conversar con Ud. otro ratito. Todos están muy bien. La Isabel está muy contenta, tanto con los patrones como con la guagua.
Reciba muchos recuerdos de mi mamacita y hermanos, y Ud., mi pichito querido, reciba todo el inmenso cariño de su hija en un beso y abrazo apretado.
Juana
Miguel se ha portado muy bien y le estoy muy agradecida. Todo se lo debo a Ud. Gracias, mil veces gracias. Que Dios se lo pague/ papacito querido. Saludos a Adelaida y chiquillas.
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92. A la Madre Angélica Teresa
JESUS
Santiago, 4 de mayo de 1919
Rda. Madre Sor Angélica del Smo. S.
Reverenda Madre:
 Aunque sean cuatro líneas, porque es ya muy tarde, le escribo para agradecerle su cariñosa y consoladora cartita. Verdaderamente me confortó.
N. Señor me ha enviado sus pruebas, las que pronto le contaré. Sin embargo, soy feliz. Dos días más, y las puertas de mi conventito se cerrarán para hacerme prisionera de mi Dios. ¡Cuánto lo amo!
Mañana vendrán mis amigas a despedirse. Tengo todo el día dedicado a ellas. Con qué ansias voy a llegar de soledad y oración a ese palomarcito. Todos estos días son de mucho alboroto. Sin embargo, el alboroto no entra a la celda de mi alma. Allí sólo está mi Jesús.
Estuve en San Bernardo, pero no pude hablar con la Rda. Madre Margarita, porque estaba enferma y están muy preocupadas todas las monjas por su salud. Pero, aunque no estuve con ella, me mandó unos recaditos muy cariñosos y como de abuelita.
La Elisita lloró con su cartita. Dijo que no merecía su interés y cariño, y que luego le contestaría.
Dígales a mis hermanitas que me alcancen de N. Señor la gracia del sufrimiento más intenso para mí en estos días y en el momento de efectuar el sacrificio. Pero que le pidan que sea muy interior, de modo que nadie lo sepa ni adivine en mi semblante pero que ante todo le pidan cumpla en mí su divina voluntad.
Me fui a retratar y, al parecer de todos, el mejor retrato es el de carmelita No tengo cómo agradecerles a mis hermanitas del Carmen de San José, pues me proporcionaron todo.
N. Señor sigue colmándome de sus gracias. Créame, Rda. Madre, que lo siento tan cerca, que sólo me falta verlo; pues su protección con esta miserable criatura sobrepasa todo límite.
Adiós. Hasta lueguito. Muy luego va a tener su cachito. Ruegue, mi Madrecita querida, por los míos, como lo ha hecho hasta aquí. Que Dios le pague todo.
Suya en el C.J.M.J.T.
Juana, H. de M.
Mi mamacita me encarga le agradezca sus oraciones. Gracias a ellas está con un valor que me edifica.
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93. A su hermano Miguel
7 de mayo de 1919
Mi querido hermano:
Antes de partir he querido dejarte estas líneas que te han de manifestar el inmenso cariño que te he profesado toda mi vida. He sentido por ti, al mismo tiempo que mucho cariño, mucha compasión.
Comprendo, aunque tú nunca me lo has manifestado, que sufres; que llevas el alma destrozada. Sin embargo, muchas veces he querido penetrar hasta esa herida, pero tu carácter reservado me la ha ocultado. ¿Qué hacer sino callar y rezar por ti? Si tú pudieras comprender lo mucho que he llorado yo por ti, me oirías todo lo que mi alma te querría decir. Pero quizás no querrás oír los consejos de una monja. Sí, monja seré, pero siempre tendré corazón de hermana para ti. Siempre velaré desde el convento y te acompañaré a todas partes con mis pobres oraciones.
Que jamás, Miguel querido, pierdas la fe. Antes prefiero morir y ofrecer mi vida que tu alma sea extraviada. Prométeme que todos los días vas a rezar una ‘Ave Maria» a la Santísima Virgen para que te dé la salvación, y que ese crucifijo lo conservarás y llevarás siempre contigo hasta la muerte, como recuerdo de tu hermana. Siempre lo he llevado yo conmigo
Siento la pena más inmensa al separarme, pero Dios me sostiene y me da fuerzas para romper los lazos más estrechos que existen sobre la tierra.
Créeme que mi vida entera será una continua inmolación por ti, para que seas buen cristiano. Acuérdate de tu hermana carmelita. Cuando las pasiones, los amigos te quieran sumergir en el abismo, ella al pie del santo altar estará pidiendo para ti la fuerza. Acuérdate que, mientras tu te entregas a los placeres, ella tras las rejas de su claustro someterá su cuerpo a las más rudas penitencias. Sí, Miguel. Te quiero con locura y, si es necesario que yo pierda mi vida porque tú vuelvas sobre tus pasos y comiences la verdadera vida cristiana, aquí la tiene Dios. Aún el martirio, con tal que, cuando pasen estos cuatro días del destierro, nos encontremos reunidos para siempre en Dios.
Adiós, hermanito querido. Perdóname todo lo que te he hecho sufrir. No ha sido con intención. No te olvides de tu hermana que tanto te quiere.
 Juana F., H. de M. Te ruego que no dejes de cumplir con la Iglesia. Sé bueno con mi papá y mamá. Escríbeme.
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94. A su padre
J.M.J.T.
Convento del Espíritu Santo,
Los Andes, 8 de mayo de 1919
Señor don Miguel Fernández J.–San Javier
Que la gracia del Espíritu Santo sea en el alma de mi querido papacito:
 Nuestra Rda. Madre ha tenido la gran bondad de permitirme conversar un poquito con mi papacito tan querido. Gracias, mil veces gracias por su generoso consentimiento. No se imagina la felicidad de que disfruto. He encontrado, por fin, el cielo en la tierra.
Si es verdad que ayer me aparté de los míos con el corazón desgarrado, hoy gozo de una paz inalterable. No se imagina, mi papacito, el cariño y solicitud verdaderamente maternal de nuestra Madre; lo mismo el cariño de cada hermanita. No tengo cómo agradecérselo bastante. Ahora le escribo desde mi celdita que, aunque bastante pobre no la cambiaria por ningún aposento de los más ricos del mundo. Me siento feliz en medio de tanta pobreza, porque tengo a Dios, y El sólo me basta. He principiado ya mi misión de rogar constantemente por los míos. No los olvido un momento en mis oraciones. Quiera N. Señor recibírmelas y darles cuanto necesitan.
Estoy tan feliz que, a pesar que no conocía a mis hermanitas, me parece siempre hubiera vivido en medio de ellas.
Adiós, papacito lindo. Consuélese de la separación, porque siempre tendrá un ser que ruegue a N. Señor por Ud., ya que le ha proporcionado el objeto de su felicidad. Nunca tendré cómo pagárselo. Adiós, papacito. A los pies de N Señor le queda muy unida su hija carmelita, que más lo quiere.
Teresa de Jesús, Carmelita
 Saludos a la Adelaida y demás.
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95. A su madre
J.M.J.T.
Convento del Espíritu Santo, 8 de mayo de 1919
Señora Lucía Solar de Fernández
Santiago
Mi querida mamachita:
 Bendito sea Dios. Ya estoy en mi conventito. No se imagina lo feliz que soy. Me parece que siempre me hubiera encontrado aquí. No tengo palabras para expresarle el cariño maternal de nuestra Rda. Madre y la acogida tan fraternal de cada hermanita.
No tengo cómo agradecerle a Ud., mamachita linda, todo lo que por mí se incomodó. Sólo en el cielo comprenderá lo mucho que ruego para que N. Señor le pague tanto cariño, tanta abnegación.
Estoy en mi celdita, sola con Dios. Esta mañana mi Madrecita me hizo levantarme más tarde. Me cuida tanto que me confunde. No se imagina todas las chambonadas que hago a cada paso, y mi hermanita novicia tiene la gran caridad de guiarme. Paso unos apuros colosales para andar con zuecos. Me tiento de la risa al ver mi torpeza. En fin, soy feliz porque, aunque nada tengo, todo lo encuentro en Dios. Anoche dormí regiamente en mi cama de carmelita. Me sentía más dichosa que un rey en su mullido lecho.
Adiós. Gracias por haberme dado a Dios. Deles muchos cariños a mis hermanos, por quienes tanto ruego. Un beso a la Lucecita, y Ud., mi mamacita linda, reciba todo el inmenso cariño en un beso y abrazo bien apretado.
Suya en el C.J.M.J.
Teresa de Jesús, Carmelita
Qué lindo, ¿no? Salude a mi tía Juanita y a misia Julia y dígales que con oraciones les pago la caridad de ayer. A mi mamita y a todas las de casa deles un recuerdo especial mío; lo mismo a los que pregunten por mí. A Dios… En el cielo estoy.
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96. A su hermano Luis
Convento del Espíritu Santo,
Los Andes. 12 de mayo de 1919
Mi querido Lucho: Que Jesús sea el lazo de unión de nuestras almas.
Ayer recibí tu cariñosa cartita en la que me expresas los sentimientos de tu alma. Créeme que, después que la leí, me fui al coro para agradecerle a Nuestro Señor lo que me expresas haber experimentado .
Déjame, Lucho querido, hablarte de corazón a corazón. Tu hermana carmelita viene a mostrarte cuál es el móvil de nuestra vida, el fin primordial de todo hombre, de todo cristiano: «Conocer, amar y servir a Dios aquí en la tierra para alcanzar el cielo». ¿Qué importa, Lucho querido, todo lo de la tierra, la ciencia, la gloria, los honores, si todo esto ha de concluir? La muerte todo lo disipa. Sólo un conocimiento, una verdad no se oscurece, por que está basada en lo inmutable. Sólo un bien, sólo un amor no se destruye, porque es eterno e infinito. Todo pasa en la vida, menos nuestras obras buenas. Lucho, nosotros también pasamos. Sólo un Ser queda siempre el mismo: Dios. Amémosle, pero antes conozcámosle. Solo El vale la pena de ser conocido, porque es infinito.
Lucho querido, ¿por qué no buscar a ese Ser, el único necesario? Amémosle a El y seremos felices, por cuanto Dios es el objeto de nuestro entendimiento y voluntad.
Lucho, el medio para conocer a Dios es la humildad. «Dios –dice la «Imitación de Cristo»–no se revela a los soberbios». Humillémonos delante de El. Pidámosle con el corazón se manifieste a nuestras almas infinitamente. El no nos despreciará, porque Dios ama a las almas. Busquémosle por medio de la oración. Aunque no sintamos atractivo por ella, nuestro entendimiento ha de ver de cuánto provecho le sirve ese conocimiento y nuestra voluntad ha de querer los medios para llegar a él. El atractivo sensitivo no se ha de tener en cuenta, sino hasta cierto punto, pues las facultades superiores son las que gobiernan al hombre. Busquémosle por medio de los sacramentos. Nuestro Señor nos los dejó para unirnos más a su Divina Persona. Comulguemos lo más a menudo posible para amarlo más. Quien se acerca al fuego se calienta.
Lucho querido, a pesar de que la distancia nos separa, mi alma siempre está muy unida a la tuya. Ambas no forman sino una sola, ¿no es verdad? Pues bien, yo ya estoy sumida en Dios. Su amor es la vida de mi alma. Quiero elevarte hasta El; quiero comunicarte, hermanito mío, un poco del fuego en que me abraso; quiero calentarte con ese calor infinito, para que tengas vida. Sólo quisiera de ti la buena voluntad. Déjame, Lucho mío ser tu guía. ¿Quién puede desearte mejor y mayor bien que tu carmelita?
¡Oh! Si pudieras por un instante sentirte lleno de felicidad, como yo me siento. Créeme que me pregunto a cada momento si estoy en el cielo, pues me veo envuelta en una atmósfera divina de paz, de amor, de luz y alegría infinitas. No creas que por eso yo te olvido. Sería un egoísmo de mi parte. Cuando me encuentro sola en mi celda o en el coro, le abro mi corazón al buen Jesús, le presento los seres que amo, y nada más le digo, porque El lo sabe todo y El me ama. No llores. Soy feliz. A la Sma. Virgen le he encargado que te consuele. Ella sufrió más que nadie. Por lo tanto nadie mejor que Ella puede poner en las heridas del alma la gota de consuelo. Le pido que en ese hueco que he dejado al separarnos, introduzca a mi Jesús. El encierra todas las bondades, todos los atractivos para enamorar tu corazón.
Los sacrificios a que me someto no son sacrificios; el amor lo endulza y aligera todo. Amo y en amor deseo vivir toda mi vida. ¿Qué importa mortificar la carne, hacerla morir, si de esta muerte nace la vida del alma y la unión con Dios?
Mi mamá me cuenta que fueron el otro día a la Bendición No sabes lo que me ha hecho gozar esta noticia. Muchas tardes me llevaba mi mamacita a ella y, en el rincón más oscuro de la iglesia, adoraba y consolaba al Amor, por los que le ofenden y olvidan.
En ese instante, Lucho querido, siento el más vivo dolor al ver cómo Dios, en su majestad y grandeza, se preocupa del hombre, desciende al tabernáculo y se constituye nuestro amigo íntimo, nuestro médico amoroso, nuestro Todo adorado y, sin embargo, permanece allí cautivo sin que los hombres piensen siquiera en El; antes, al contrario, sólo piensan en pecar. ¡Que ingratitud más execrable! Hermano, no seamos ingratos para ese Dios todo bondad, todo amor… La ingratitud es propia de corazones sin sentimientos. Y si nuestros corazones están llenos de afectos ¿sólo Jesús no tendrá siquiera una parte en ellos?
Voy a concluir esta larga carta, que espero no será la última. Mi madrecita te manda ese santito, para que lo guardes como recuerdo de tu carmelita.
A mi mamacita, a la Rebeca y a Ignacio les dirás que apenas tenga tiempo les contestaré sus cartitas, que me han hecho gozar. A la Lucía, a Chiro y Miguel dales cariñosos saludos. Para mi papacito un saludo muy cariñoso junto con un abrazo; y para ti, Lucho regalón, todo el cariño de que es capaz tu hermana
Teresa de Jesús, Carmelita
P.D. Saluda a mi mamita, Rosa, Susana, etc. Diles que a todas las tengo muy presentes en mis pobres oraciones.
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97. A su madre
J.M.J.T.
13 de mayo, 1919
Que Jesús sea con mi mamachita linda:
Anteayer recibí su cartita, y mi Madrecita me dice se la conteste. Mamacita, cada día que pasa soy más feliz. No sé cómo pagarle a N. Señor tanto amor, tanta bondad con una criatura que sólo merece ser anonadada. Es una atmósfera de paz y de alegría tan inmensa en que me hallo sumida… y al mismo tiempo, me parece estoy ya en la eternidad, en lo inmutable. Tales son las sensaciones que la unión con Dios produce en mi alma.
Todavía no me ocupan. Pero nuestra Madre me ha dicho que seré hortelana. Me encanta, pues podré cultivar flores para mi Todo adorado. Todo en el Carmen está impregnado de su Divina Presencia. Se le respira, por decirlo así, en todo. Me olvido que estoy en la tierra. El Carmelo es un cielo. Mamacita querida, ruegue por su carmelita que mucho lo necesita. Pídale a N. Señor que mi vida sea un cántico de amor y alabanza. Quiero ser hostia por los sacerdotes y pecadores.
Mucho ruego por Ud. No necesito decírselo. ¿Ha tenido muchas contrariedades con mi venida? Ojalá no las tenga; aunque no sé si deseárselas, porque la cruz es un tesoro.
Mándeme dos frazadas, y de esos tirantes. Ojalá me consiguiera claveles para plantar aquí. Que Dios le pague todo.
Saludos para mi papacito, Lucía, Chiro, Miguel y Lucho, a mi tía Juanita y a misiá Julia. Por todos rezo mucho. Cuando vaya donde el P. Falgueras, dígale que no estoy en la tierra.
Únase a mí a las 11.30 y a las 6. A esas horas estoy sola con El, detrás de mis queridas rejas. Los dos prisioneros. Linda, adiós. Que mi Divino Jesús le lleve todo el cariño de su indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
P.D.Gocé mucho con que me pusiera así en el sobre. Voy a vísperas. Saludos a las Madres.
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98. A su hermana Rebeca
J.M.J.T.
Convento del Espíritu Santo,
13 de mayo de 1919
Que la paz de Jesús reine en tu alma, mi hermanita querida:
Tengo tus dos cartitas que te he agradecido mucho, pero el tiempo aquí en el Carmen se pasa sin darse cuenta; por eso no te las había contestado. Tengo tantas cartas que no sé qué voy a hacer para contestarlas.
No sabes lo que gocé con tus cartitas. Ellas me han revelado más aún tu generosidad para con Dios. Pero lo que más me gustó fueron las palabras en que me dices que ruegue para que tú también obtengas la felicidad de que yo disfruto. ¡Qué dicha más inmensa sería para mi corazón si algún día pertenecieras por completo a N. Señor! Sólo le pido, por ahora, que se cumpla en ti su divina voluntad; y eso sólo pídelo tú también.
Me pides te diga mi reglamento, pero todavía no lo sé bien; porque lo único que se es estarme con mi Jesús. Todo lo demás lo he echado en olvido. Me tiene N. Señor de regalona. ¡Mira que es bueno! Duermo en una tarima. El colchón que traje no lo he usado, pues tuve la felicidad que me pusieran jergón y todo igual a mis hermanitas. Fíjate que la primera noche mi Madrecita creyó que no podría dormir con la almohada, porque es dura, y me la mandó cambiar. Yo estaba felicísima, abrazada con ella. Entonces la tuve que cambiar, pero después me la han dejado.
En la celda siempre estoy sentada en el suelo, y ahora te escribo así. Ya estoy muy perita. En la mañana paso unos apuros colosales para levantarme, pues sólo nos dan un cuarto de hora. La primera vez salí con la esclavina por un lado, y por otro lado con el velo, sin saber ponérmelo; y todo por el estilo. Mis hermanitas me ayudaron. El segundo día hice una trampa: desperté a las cinco, me vestí hasta la enagua y me volví a acostar, y cuando tocaron, me puse lo demás y salí la primera para cantar las tablillas, que son así «Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo y la Virgen María su Madre. A la oración, hermanas; a alabar al Señor». Pero después de todo no las pude cantar por no saber dónde. Fíjate que es pena.
En las comidas, paso mis apuros también, porque la cuchara es de palo, y el tenedor muy chico y angosto. Me demoro mucho rato y tengo que hacerlo después de todas; pero esto es rico, porque mientras mis hermanitas están en el comedor, yo me quedo en el coro con N. Señor, tres cuartos de hora. Gozo verdaderamente. Entonces es cuando te manda mi Jesús muchas gracias y regalitos que le pide tu carmelita para ti. En el Oficio, me figuro estar en el cielo. Es lo más precioso que hay. Lo rezamos cuatro veces al día. Lo más divertido es que mi hermanita novicia me tiene que dar sus tirones para que haga las genuflexiones como todas.
Tenemos un perro muy bonito Se llama Molzuc. Es plomo y bien grande. Somos muy amigos. Mi Madrecita me hizo la presentación. Me dio pan para que le diera Lo mejor es que al principio es bravo con todas y conmigo no es nada.
Los domingos, en la recreación, se toca música. Tienen cítaras, bandurrias, etc. Gozamos en el recreo pues nos reímos y embromamos todo el tiempo con nuestras hermanitas.
El empleo que voy a tener es de hortelana. ¡Qué zafarranchos no iré a hacer! Ojalá me consiguieras con mi tía Teresa algunos claveles para plantar, porque hay muy pocos. El otro día fui con mi Madrecita a podar rosas.
No te puedes quejar de que mi carta no sea noticiosa. Ya me voy a despedir. Vive con N. Señor en el fondo de tu alma. Ahí adórale y ofrécele a cada hora lo que vas a hacer, y hazlo todo por amor. Que seamos las dos, hermanita querida, una melodía continua de amor para nuestro buen Jesús. No le neguemos nada. El que ama verdaderamente no reserva nada para sí. Muéstrale esta carta a la Elenuca, que es también para ella. Dile que N. Señor le pagará todo por esta pobre carmelita; que, si encuentro un ratito uno de estos días le escribiré.
Pórtense muy bien en el colegio para que puedan ser Hijas de Mar;a. Saluda a cada una de mis Madres y diles no las he olvidado en mis pobres oraciones. Lo mismo a las chiquillas.
A Dios. Vivamos sumergidas en esa atmósfera divina para estar unidas.
Cariños y besos para mi papacito, mamacita y para cada uno de mis hermanos, y para mi sobrina linda. Unidas siempre en J,M.J.T. Tu indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
Recuerdos para mi mamita y para todas.
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99. A su hermano Ignacio
J.M.J.T.
13 de mayo de 1919
Ignacito: Que el Niñito Jesús sea su más íntimo amigo.
Gocé, mi hijito, con su primera cartita. Se la le; a mis hermanitas y todas se la celebraron mucho. Mi Nanito lindo, soy muy feliz. Paso el día entero con N. Señor y a El le hablo de Ud., para que me lo haga muy santito y que sea religioso.
Hay unos perros muy bonitos aquí, y me acuerdo de Ud., mi hijito lindo, que tanto le gustan. Casi todos los días he jugado con el Molzuc, que es muy habilidoso y somos muy amigos.
Dígale a mi mamita que ayer tuve que lavar. Se reían muchísimo al ver que no sabía y mi Madrecita me dijo que me podía haber enseñado mi mamita. Dele un abrazo muy apretado, lo mismo a la Rosa, Cruz, Susana, Mercedes, María Cáceres y a la Lucha. ¿Ha ido Juanito?
Adiós, Nanito pechocho. Quiérame mucho al Niñito Jesús. Récele con devoción y no le ofenda con ninguna desobediencia. Récele a la Sma. Virgen el Rosario todos los días, pero muy bien rezado. Cuando me vuelva a escribir me dirá si lo ha hecho.
Saludos para todos. Adiós. Estoy muy apurada. Que Jesusito le lleve mis besos y cariños. Su indigna,
Teresa de Jesús
Carmelita
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100. A María Luisa Guzmán Ramírez
Señorita Luisa Guzmán
Mi querida Lucha: Que Jesús sea en su alma.
Mucho le agradecí su cartita, y sentí muchísimo no haberla abrazado antes de venirme,
Aquí estoy en el cielo. Me parece siempre hubiera vivido, en medio de mi Madrecita y Hermanitas, a cuál de todas más santas.
Estoy muy costurera. Cuando estamos en la celda, por lo general siempre cosemos. Aquí se remienda y zurce mucho la ropa, pues somos pobres. Fíjese que un hábito tiene más de ciento cincuenta parches. Ya no le queda el género primitivo. Ahora estoy deshilando un purificador. No sé qué mamarracho irá a salir. Ud. ya me conoce.
Rezo mucho por Ud., Lucha, para que sea muy buena cristiana. Comulgue muy seguidito, ¿no? ¿No ha encontrado empleo todavía? Quiera N. Señor proporcionarle uno bueno.
Adiós, Lucha. Reciba un fuerte abrazo de su indigna s. en J.M.J.T.
Teresa de Jesús, Carmelita. No le escribo en otro papel, porque…
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101. A Elisa Valdés Ossa
J.M.J.T.
Convento del Espíritu Santo, 14 de mayo de 1919
Que Jesús sea el confidente de mi hermanita Isabel:
Magnificat anima mea Dominum. Estas son las únicas pala‑
bras que brotan de mi corazón al ponerlo en contacto con el
tuyo, mi hermanita querida. En este momento siento mi alma desbordante de gratitud para con Dios. ¿Con qué le pagaré, hermanita mía?
Hoy hacen ocho días que morí para el mundo para vivir escondida en el infinito Corazón de mi Jesús. Hermanita, soy feliz; pero la criatura más feliz del mundo. Estoy comenzando mi vida de cielo, de adoración, de alabanza y amor continuo. Me parece que estoy ya en la eternidad, porque el tiempo no se siente aquí en el Carmen. Estamos sumergidas en el seno del Dios Inmutable. Mi Isabelita querida, quiera Dios concederte algún día el ser carmelita. Por mucho que idealices este nombre, sólo será tu pensamiento una vaga sombra de lo que es realmente. Yo así lo he palpado. Hermanita querida, lo único que me pregunto: ¿por qué a mí que soy tan perversa y miserable, me ha elegido para estar tan unida a El, mientras a ti te deja en el mundo, siendo mejor que esta tu infeliz hermana? Isabel, el amor de Dios es infinito y, por lo tanto, incomprensible. Anonadémonos ante sus inescrutables designios.
Me dices te diga mi opinión acerca de tu vocación. Me río al ver a quién se lo preguntas. ¿Qué confianza, hermanita mía, puedes tener en mí? Pero en fin, ya que me lo preguntas, te diré que yo creo que, por ahora, tu misión está en el seno de los tuyos, cerca de tu papá. Puedes ser, entretanto, carmelita en el mundo. Dios quiere lo seas. El te dará la fuerza y gracia que necesitas para serlo. Que, en ese desierto de amor, Jesús encuentre un oasis en su Isabelita. Que en esas tinieblas del mundo, encuentre el foco de amor de tu corazón puro. ¡Qué grande es tu misión, hermanita! Pero también es una misión de lucha continua. Abrázate con toda tu alma a la cruz que tu divino Esposo pone sobre tus hombros. Te considera fuerte, varonil, ya que te la da -y bien pesada por cierto-, pero es porque te ama infinitamente. Agradécele tanto bien. (C 101)
Mi hermanita Isabel, seamos pues carmelitas; pero en toda la extensión de la palabra. Es la vocación más grande, ya que nuestro divino Maestro se lo dijo a Magdalena: «Has escogido la mejor parte». La Sma. Virgen fue una perfecta carmelita. N. Señor 30 años de su vida pasó en la vida del recogimiento y oración; sólo 3 los empleó en evangelizar. En el Smo. Sacramento continúa en esa oración no interrumpida. En el cielo la ocupación de las almas será adorar y amar. ¡Iniciemos, pues, en la tierra lo que haremos por una eternidad!
La carmelita, tal como yo la concibo, no es sino una víctima adorante. Seamos víctimas, Isabelita querida, hostias, pero muy puras. Vivamos completamente sumidas en Dios. Yo te diré lo que hago para esto: considero mi alma como un cielo donde reside la Sma. Trinidad, a quien no puedo compenetrar ni mirar, porque la considero como un foco inmenso, infinito de luz. Muy cerca del centro de ese foco me represento a la Sma. Virgen inundada de luz y de amor. Cerca de la Sma. Virgen, a mi Padre S. José, y después a todos los ángeles y santos, cada uno en su lugar correspondiente. Y más abajo, la última, me veo yo como un punto negro en esa aureola y torrente de luz. Allí vivo contemplando y adorando a ese Ser perfectísimo. La cuestión es no interrumpir interiormente esa alabanza de gloria. Aunque estemos ocupadas exteriormente, guardemos silencio interior, es decir, no admitir ningún pensamiento ajeno a esa adoración, rechazar aún aquellos que sean de nuestra propia persona, porque podríamos tener pensamientos de vanidad o cualquiera otro que nos inquietara. Vivamos siempre en presencia de Dios rechazando el pensamiento de las criaturas. Cuando tengamos que tratarlas, miremos en ellas a Dios y tratémoslas con deferencia y considerándonos nosotras como esclavas de ellas; posponiéndonos a ellas, sacrificándonos por ellas. No tengamos, Isabelita, otro deseo que el [de] glorificar a Dios cumpliendo en todo momento su divina voluntad. Pensemos con alegría en cada momento que la estamos cumpliendo y adoremos esa divina voluntad. Que nuestras obras sean hechas como que Dios nos las examina. Así obraremos con perfección. Y hacerlo todo como tú me recomiendas: por amor. Y siempre con la intención de cumplir la voluntad de Dios y no porque nos vean las criaturas. Para vivir en esta continua oración es necesario la mortificación de la carne, ya que, al preocuparnos de nuestras comodidades, desatendemos nuestra alma. Pero como no se nos permite mucha penitencia, mortifiquemos nuestros sentidos, de modo que, cuando deseemos mirar algo para satisfacer nuestra curiosidad, no lo hagamos. Lo mismo de los otros sentidos, en particular el gusto: no comer nada a deshora. Cuando comamos, no recrearnos y complacernos en aquello que nos agrada; comerlo ligero, sin tomarle el gusto o demorarnos harto para ir en contra del apetito. En cuanto a lo que toca a las funciones del cuerpo, hacerlo todo sencillamente, como que nos es necesario para la vida; y humillarnos de ver nuestra bajeza y levantar nuestro espíritu hacia Dios. Vivir siempre muy alegres. Dios es alegría infinita. Ser muy indulgentes para los demás y con nosotras mismas muy estrictas. El otro día dijeron a este respecto un pensamiento que me gustó mucho: «ser topo para con el prójimo y lince para consigo misma»; es decir, no ver los defectos ajenos sino los nuestros.
Mi Isabelita querida, es esto lo que Dios me ha inspirado y, como nuestras almas están muy unidas, te lo participo a ti. Tú puedes hacer todo esto en el mundo perfectamente. No dejes ningún día tu oración, aunque sea sólo por la mañana cuando vayas a misa, no importa que no sea la hora entera. Tu intención particular han de ser los sacerdotes y los pecadores. Lee el Camino de Perfección de Nuestra Santa Madre, aunque sea una página. Para otra vez te mandaré mi reglamento. Dile a la Rebeca te preste la carta que le escribí a ella; van varios detalles que te gustará saber. Estoy rezando una novena a S. José por tu papá; únete a mí. Mi Madrecita te ha tomado mucho cariño y siempre me habla de ti y de los tuyos. Su Reverencia reza mucho por tu papá y por Isabel de la Trinidad. Me ha permitido también que te escriba con alguna frecuencia; así pues, apróntate a recibir mis sermones que tú no necesitas y que yo estoy muy lejos de practicar. Confiemos en Dios. El hará la obra de nuestra santificación. (C 101/14.5.19).
Únete a mí a las 11 A.M. hasta 1/4 para las 12 A.M. Y a las 5 hasta 1/4 para las 7 P.M. A esas horas estoy en oración en el coro.
Haré lo que me dices respecto a la Herminita.
A Dios. Reza por mí. Soy cada vez más miseria e ingratitud: un verdadero monstruo, hermanita mía.
Te tengo en mi corazón con N. Señor. Tu indigna s. en J. M.J.T.
Teresa de Jesús, Carmelita
Pidámosle a la Sma. Virgen nos dé recogimiento.
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102. A Herminia Valdés Ossa
 Convento del Espíritu Santo, 16 de mayo de 1919
Señorita Herminia Valdés Ossa.
Mi querida Gordita: Que Jesús sea siempre en tu alma.
Recibí tu cariñosa cartita, la que no había contestado antes por falta de tiempo. ¡Cuán unida te tengo a mi corazón! N. Señor te habrá dicho muchas cosas por su Teresa. ¡Cómo quisiera abrirte los ojos de tu alma, para que vieras y comprendieras la felicidad de que se disfruta siendo religiosa. Créeme -sinceramente te lo digo-que no es tierra sino cielo en el Carmen el que se vive. Ya estoy fuera de todas las preocupaciones y exigencias sociales. Aquí no existe el disimulo. Todo es confianza y sencillez. Qué feliz soy, hermanita querida, sobre todo [por] vivir sólo para Dios. Cada día lo amo más. ¡Cómo quisiera que tu corazón le perteneciera! El está sediento del amor de sus criaturas. El mismo Dios es nuestro mendigo. Démonos a El. No seamos mezquinas, porque Dios es todo bondad y generosidad para con nosotras. Herminita cómo rezo para que conozcas y ames a Dios. No te figures que tienes que ser monja para esto. No. En el mundo hay almas que lo aman y le sirven. La piedad es la manifestación de nuestro amor filial para con Dios. Sé piadosa tanto con N. Señor como con tus prójimos.
¿Has cumplido mis encargos? ¿Comulgas todos los días? ¿Has ido donde el Padre? Dame este gusto. Es lo único que te pide tu vieja y pesada amiga.
Te prometo rezar mucho para que aproveches en tus estudios y por lo otro que te dije, si me haces caso en esto que te pido. Y si no, rezaré para que no aproveches nada. Es ciertito que lo voy a hacer.
Te ruego seas amiga de la Rebeca. Ha quedado tan sola la pobrecita… Ten confianza con ella porque es muy reservada; pero sean verdaderas amigas que se ayuden mutuamente para ser muy buenas. Acuérdate antes de principiar tus estudios y clases de ofrecérselo todo por amor a N. Señor, para que después no te encuentres con las manos vacías.
Adiós, pichita querida. Dale muchos abrazos y besos a tu mamá. Dile que rezo mucho por sus intenciones, pero mucho. Saluda a todos los tuyos a quienes tanto recuerdo. Y tú, Herminita querida, recibe el inmenso cariño de tu hermana que cada vez te quiere más, porque ahora no es sólo como amiga, sino como carmelita y en Jesús, muy unidas en El.
Tu indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
Saluda a la Juana y Elvira. Adiós. ¿Has sabido de Juanito?
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103. A su hermana Rebeca
Mi hermanita muy querida en el Corazón de Jesús:
Aunque sean unas cuantas líneas, te quiero escribir para consolarte. ¿Por qué te encuentras tan sola? ¿No estamos siempre muy unidas en el Divino Maestro? ¿Acaso crees que la carmelita ya no tiene corazón para querer a aquella que forma parte de su propio ser…? Siempre vas conmigo a todas partes; siempre seguimos obrando juntas. No temas que te olvide. Te he querido demasiado para olvidarte tan ligero; mucho más que antes te quiero, porque el amor no sólo está en las palabras sino en las obras. Ahora obro, ahora me sacrifico por ti para que conozcas la voluntad de Dios. Ojalá, hermanita querida, que ese corazón que siempre traigo junto al mío, no lata sino por Jesús. Que nuestro amor sea el mismo. Que no pertenezcamos nada más que a nuestro Dueño soberano. El es el único capaz de saciarnos. Su amor es infinito. No tiene límites.
¡Oh, si pudieras por un momento ver cómo me ama mi Jesús! Parece que no existiera otra criatura en el mundo a quien amar, pues su amor se me manifiesta hasta en los menores detalles. ¡Cómo quisiera que lo amaras! ¡Quién pudiera abrir los ojos de tu alma para que vieras su infinita belleza que arrebata, para que comprendieras su amor infinito que extasía! Todo un Dios mendigando el amor de criaturas miserables, de nadas criminales. Medita, hermanita, todos los días, ya sea en la Pasión, ya en el Smo. Sacramento, o en los inmensos beneficios con que Dios te ha favorecido. Pidámosle juntas que te dé su divino amor, y pueda ser que antes que la muerte nos dé la vida verdadera, podamos abrazarnos y cantar las misericordias divinas, unidas tras estas rejas queridas de mi Carmelo; y después morir e ir al cielo a entonar el cántico de las vírgenes, siguiendo al Cordero. ¡Qué dicha hermanita, cuando ya los velos de la fe hayan caído y contemplemos sin cesar la faz del Dios Amor! ¿Qué importa sufrir y morir a cada instante en la tierra, si amamos?
Ahora voy a cumplir con lo que te dije de mis encargos. Cómprame, por caridad, hilo y las cosas necesarias para hacer canastitos tejidos: cola, pintura café, y me mandas decir cómo se encolan, porque se me ha olvidado. Ojalá también me hicieras un modelo pequeño, o me puedes mandar el canastito dorado; pero lo quiero muy pronto, porque es para el día de nuestra Madrecita. También te agradecería me enviaras yeso para hacer esos medallones y [dijeras] todo cómo se hacen; y los santos que dejé, es decir, las estampitas. Aunque tengan dedicatoria no importa. Te recuerdo también le pidas a mi papacito lo que te dije antes y todo lo que tú puedas, ¿no?
Cuando mi mamacita me envíe las rosas y claveles, ojalá me consiguieras buvardia blanca, que tiene muy rico olor y se parece
al jazmín, y mándame las violetas de Persia, porque tenemos un oratorio muy bonito con la Sma. Virgen y un Niñito Jesús precioso. Ojalá consiguieras con las monjas un cuadernito de cantos del Sdo. Corazón, porque aquí no tenemos sino muy pocos. Y te enviaré después esa música que saqué del colegio. Perdona que sea tan pedigüeña, pero contigo no importa. Mándame luego este cuadernito.
Adiós, pichita querida. No muestres esta carta. Saludos para mi mamacita y papacito, y a cada uno de mis hermanos a quienes no nombro por estar apurada. Adiós, linda. Recibe de parte mía y de Jesús muchos cariños. Tu indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
Dale muchos besos a la Lucecita. Saludos a mi mamita y a todas. Contesta muy luego a todo. Mándame polvos de magnesia y bicarbonato. Saludos para las Madres. Nuestra Reverenda Madre y hermanitas agradecen tus saludos.
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104. A su madre
J.M.J.T.
Convento del Espíritu Santo, mayo de 1919
Señora Lucía Solar de Fernández
Que Jesús sea con mi mamachita querida:
Hoy, como es domingo, no tenemos tantos quehaceres, y nuestra Madrecita me permite me traslade un momentito a su lado para conversar. Pero ahora tiene que poner dos sillas, porque voy con mi Jesús. Ya nos es imposible separarnos. ¡Qué felicidad…
No sabe cuánto gozo con sus cartitas. Todas ellas me dicen que los sentimientos divinos de mi alma encuentran un eco fiel en la de mi mamachita querida. ¡Cuántas gracias le doy a mi buen Jesús por haberme dado una madre como la que tengo, una madre que sólo mira los intereses divinos! Amemos, mamacita, a ese Jesus que es tan aborrecido y ofendido. Consolémosle a cada segundo diciendo que le amamos. Le gusta tanto este canto no interrumpido de amor… Amémosle en cada uno de nuestros actos, haciéndolos con perfección y sólo por agradar a El. Amemos su adorable Voluntad en cada una de las circunstancias de nuestra vida. Cuando se ama, todo es alegría; la Cruz no pesa; el martirio no se siente; se vive más en el Cielo que en la tierra. La vida del Carmelo es de amar. Esta es nuestra ocupación.
Le aseguro, mamacita, que es hambre, que es sed insaciable la que siento porque las almas busquen a Dios. Pero que le busquen no por el temor, sino por la confianza ilimitada en su Divino Amor. Cuando un alma se entrega así, Jesús lo hace todo, porque ve que esa alma es miserable e incapaz de todo bien, y como la ve llena de buena voluntad y desconfiada de sí misma, se conmueve su amante Corazón y la toma por su cuenta.
Busque, mamacita, a Dios de esta manera y verá que Dios se acercará más a Ud. y la arrojará más hondamente en el océano infinito de amor. Parece que a N. Señor le agrada mucho esto, pues hace sentir su presencia al alma sensiblemente. Abandonémosle todo, mamachita linda, a su adorable Voluntad, y El todo lo hará, porque nos ama infinitamente.
Respecto a lo que me dice de Miguel, me ha dado mucha pena y rezo muchísimo por él. Ya sabe que he venido al Carmen para convertirlo. Nuestra Madrecita, con su excesiva bondad, está ofreciendo todo por él y todas mis hermanitas rezan también. Confiemos, y el Sdo. Corazón lo arreglará todo para su gloria. Las súplicas de una madre Dios no las desoye jamás. Así pues, suframos, oremos y amemos. Esta ha de ser nuestra consigna para conseguirlo
No se imagina cómo me cuida nuestra Madrecita. Llegó el otro día al colmo de creer que no tenía bastante ropa en la cama, y después de tocar para recogerse, ella misma fue a buscarme más ropa para abrigarme; y en todo obra así. Me regalonea demasiado. Me llega a confundir, pues no merezco que nadie se preocupe de mí. Pero parece que está de acuerdo con N. Señor, pues los dos no se dan tasa para colmarme de cuidados. ¿Qué hacer sino agradecer ?
Estoy feliz, pues tengo el oficio de despertadora. Me levanto un cuarto de hora antes para despertar a mis hermanitas. Es lo más delicioso, pues está oscuro todavía, con luna. Y soy la primera que me voy al coro. Allí, delante de N. Señor, sola, cuántas cosas no le digo, mamachita linda, por todos; pues a esa hora tiene que estar muy generoso, pues toda la noche acopia las gracias para las almas. Me encanta este oficio, pues tengo que llamar a mis hermanas a la oración, y ya que mis alabanzas son tan pobres al menos llamo a otras almas que saben amar y alabar mejor al Divino Prisionero.
Hoy también fui a la cocina para aprender a cocinar. Me encanta, y recordaba a la Susana en sus apuros.
Principiamos el mes del Sdo. Corazón. Ya supondrá con qué devoción y recogimiento se hace. Primer mes del Sdo. Corazón en el Carmen, ¿no es un sueño? Rezan esa oración que Ud. rezaba: «Oh Jesús, os consagro mi corazón» y que tanto me encanta.
Tenemos un Niñito Jesús regalado por nuestra Madre Margarita en el Noviciado. Antes lo tenían en el coro y, desde que llegué, lo trajeron para acá. Todas ayer reclamaban al Niñito Jesús pero nuestra Madrecita no nos lo quiso quitar. Se lo habían llevado al coro y El se vino con su Teresa, y he pasado una hora encerrada en mi celdita diciéndole mil disparates, porque estoy loca, pero bien loca…
El jueves entramos a retiro por ocho días para prepararnos a Pentecostés. ¡Qué rico! Rece por su Teresita para que sea loca endiosada, ¿no?
Ojalá, mamacita, les pidiera a las Madres del S. Corazón ese canto «Repetiré canto de amor». Creo que lo llaman «amor y sacrificio», pues mis hermanitas desean cantarlo; y también «Cor Jesu, Rex», que ojalá los prestaran y se podrían copiar. Por favor, envíenos lo más ligero posible los encargos hechos en la carta a la Rebeca. Dios le pagará todo, mamacita.
Adiós. Se acaba el papel y el tiempo. Nuestra Madrecita le envía cariñosos recuerdos. Lo mismo mis hermanitas. Deles a mi papacito y hermanos un abrazo muy apretado, y Ud. reciba el inmenso cariño de su indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
Saludos especiales para mi tía Juanita, misiá Julia, Sra. Ester Pellé, Madre Josefina. De cada una me acuerdo especialmente. Lo mismo dígales a misiá Juanita Ossa y niñitas. Me acaban de entregar sus cartas. Agradézcales mucho a nombre de nuestra Madrecita y Hermanitas su regalito, y que pronto les escribiré. Saludo a mi mamita, y a la Rosa y cada una de las de casa. ¿Qué es de Lucecita? A Dios. En El vivamos alabando y amando. ¿Cuándo se va la Rebeca al Colegio? Saludos para las Madres, que muy unida les estoy. Vino el Padre Avertano y me confesé con él. Me gustó mucho. Es muy santo y espiritual.
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105. A Carmen De Castro Ortúzar
J.M.J.T.
Convento del Espíritu Santo, mayo de 1919
Que la gracia del Espiritu Santo sea siempre en el alma de mi querida Carmenchita.
Por fin me doy el gusto de venir a conversar con mi Carmenchita querida. Tu cartita la tengo guardada y no he tenido tiempo de contestártela. Para que te des cuenta de cómo vuela el tiempo con El. Sacrifiquémonos al par que Jesús por las almas. Tanto tú en el mundo como yo en mi pobre celda podemos hacer que la sangre de N. Señor no se pierda. Yo bien sé que haces todo el bien que está a tu alcance; pero es necesario obrar junto con El, no dejarlo solo pues ya nos ha dicho que ha buscado consoladores y no los ha encontrado. Así pues, te convido, Carmen, a entrar en el Divino Corazón. Allí vivo sumergida, respirando sólo lo divino y consumiendo mis muchas miserias en el fuego de su amor. Allí vivo contemplando la grandeza de su divinidad. Miro primero a Dios -esa Trinidad incomprensible-, me abismo en el seno de mi Padre, de mi Esposo, de mi Santificador, y luego miro a ese Verbo eterno humanado, a mi Divino Jesús. Entonces, Carmen, es cuando canto mi alabanza de gloria y de amor.
Es necesario que tú trates de hacerlo así. Creo que ahora harás todos los días meditación. Pues bien, ese es el momento de acopiar provisiones para todo el día; ese es el momento de pensar en la grandeza de Dios y en su amor. Penetrada de ella, todo el día estarás recogida, amando y alabando. Antes de obrar, renueva tu intención y hazlo por amor y por cumplir la voluntad de Dios y en unión con el Divino Corazón.
Me gustaría mucho que leyeras un opúsculo de la vida de una monja de la Visitación llamada Benigna. Pídesela a la Elvira, que ella la tendrá. Es precioso el camino que siguió esta alma privilegiada, y muy al alcance de todo el mundo.
¡Cómo quisiera mostrarte mi celdita! Es el sagrario donde vivo con El solo. Tengo una tarima -la cama-, una mesita bajita, el lavatorio en el suelo, un pisito que no usamos porque nos sentamos en el suelo. La única joya de nuestra celda es una gran cruz y una corona de espinas. Tenemos que pasar en la celda muchas horas al día. No se sale de ella nada más que para ir al coro, al recreo y otros ejercicios del noviciado. Tenemos que coser o hacer otros trabajos. Vivimos riéndonos y amando. No te imaginas la alegría y la confianza y sencillez que reinan. Me encuentro en mi centro .
A Dios. Dales un cariñoso recuerdo a tu mamacita y hermanos. Diles que no las olvido en mis pobres oraciones. Y a ti te tengo en el Corazón de mi Jesús.
Tu indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
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106. A su madre
J.M.J.T.
9 de junio 1919
Que el Espíritu Santo haya descendido con todos sus dones en el alma de mi mamacita querida.
Le escribo unas cuantas líneas por obedecer, pues el tiempo está tan escaso que aún no lo he tenido para leer sus cartas. ¡Qué cosa más rica así! La vida se hace un suspiro, y luego nos sumergimos en la eternidad… ¡Qué dicha, mamacita, cuando nos encontremos sumidas en el océano infinito del Amor, en el seno de nuestro Padre, en el costado de nuestro Esposo, y apresadas eternamente por el Espíritu Santificador! Cuando se mira este horizonte, cuando se presente a nuestra vista este hermosísimo panorama, ¡qué feo, qué vano se encuentra todo lo de la tierra! Y pensar que la mayor parte de los hombres están ciegos. ¡Qué pena siente entonces el corazón!
He pasado estos días en retiro. ¡Qué feliz me he encontrado sola con Aquél que solo vive! Mamacita, quisiera poderla hacer leer en mi alma, para que viera todo lo que en ella ha escrito N. Señor en estos días. Quisiera que viera mi alma iluminada con los destellos infinitos del Divino Prisionero. Con esa escritura, con ese fuego, me hace comprender, me hace ver cosas desconocidas, grandezas nunca vistas. No se figura, mamacita, el cambio que ya percibo en mí. El me ha transformado. El va descorriendo los velos que lo ocultaban y que, estando en el mundo, entre tinieblas, es imposible percibir. Cada vez me parece más hermoso, más tierno; cada vez más loco… No tenga otro atractivo que el conocerlo para que lo ame, y con locura. No quiero seguir porque, cuando principio a hablar de N. Señor, la pluma no se detiene.
No sabe, linda, lo muchísimo que le agradecí todos sus regalos. Lo mismo dice nuestra Madrecita. Y también la visita que me envió. Tuve mucho gusto en ver a mi mamita.
Adiós. Que Dios le pague todo lo que hace por su
Teresa de Jesús Carmelita
P.D. A mi papá y hermanos, que muy luego les escribiré. Deles un buen abrazo, y un beso para la Lucecita. Saludos a mi mama y demás. Agradezca a misiá Julia y Madre Josefina. Que cuenten con mis pobres oraciones. A Dios, linda. Le agradecería mucho nos mandara una caja de obleas de esa receta del doctor García, porque una hermanita me parece tiene la misma enfermedad que yo tenía al hígado .
Con el P. Ernesto le mando un recado. Estoy encantada con este Padre. Nos ha predicado estos días unas platiquitas lindas.
Mucho nos ha gustado el abono, y nos gustaría nos enviara para hortaliza. El libro que me mandó me encantó. ¿No ha encontrado ese libro de Nieremberg? Se llama «Hermosura Divina».
Falta poco para que nos veamos. ¿El 24? Se me ha olvidado que me llamo Juana. Tan feo…
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107. A su hermano Luis
J,M.J.T.
11 de junio de 1919
Mi Lucho querido: Que el amor de Jesús se apodere de tu alma.
No creo me culparás por no contestar inmediatamente tus dos cartitas, pues ya no me pertenezco. Di todo cuanto tenía. ¡Hasta mi propia libertad! Tengo que cumplir lo que Nuestro Señor me ordena a cada momento, y así sólo ahora vengo a leer tu última carta. ¡Qué felicidad! ¡Qué dichosa me encuentro en sacrificarlo todo por Dios! Todo esto es nada en comparación de lo que Nuestro Salvador se sacrificó por nosotros desde la cuna hasta la Cruz, desde la Cruz hasta anonadarse enteramente bajo la forma de pan. El, todo un Dios, bajo las especies de pan, y hasta la consumación de los siglos. ¡Qué grandeza de amor infinito! Amor no conocido, amor no correspondido por la mayoría de los hombres.
Lucho querido, todos estos días te he tenido conmigo en el cenáculo… Cómo quisiera traspasarte, hermanito de mi alma, mis sentimientos. ¡Cómo quisiera hacerte ver el horizonte infinito, hermosísimo, increado, que vivo contemplando! Amo a Dios mil veces más que antes, porque antes no lo conocía. El se revela y se descubre cada vez más al alma que lo busca sinceramente y que desea conocerlo para amarlo. Lucho, todo lo de la tierra me parece cada vez más pequeño, más miserable ante esa Divinidad que, cual Sol infinito, va iluminando con sus rayos mi alma miserable. Oh, si por un instante pudieras penetrarme hasta lo íntimo, me verías encadenada por esa Belleza, por esa Bondad incomprensible… ¡Cómo quisiera atar los corazones de las criaturas y rendirlas al amor divino! Tú no reconoces el cielo que yo, por la misericordia de Dios, poseo en mi corazón. Sí. En mi alma tengo un cielo, porque Dios está en mi alma, y Dios cielo es.
Tú dices que serás bueno por mí. Esto no te lo permito. Por una criatura miserable jamás hemos de obrar. Ama y haz el bien por poseer eternamente el Bien inmutable, el bien infinito, el único que puede llenar y satisfacer tu voluntad. Yo ¿qué puedo? Nada. Absolutamente nada. Únete a mí en el obrar, a fin de no tener otro móvil en nuestros actos que Dios. Pero nos separamos Lucho, si no obras por El. Pues ¡qué abismo más inmenso puede existir entre las obras hechas por Dios y las que se hacen por una criatura! Lucho, sígueme y obra por Dios…
Me dices que te asegure en mis cartas que te quiero siempre como hermana. ¿Lo dudas por un instante? Acaso no conoces que mi corazón está perfeccionado por el amor divino y, cuanto más perfecto es, mayor y más grande es el amor? Así, pues, no dudes que en todo momento ruego por ti y la oración es un canto de amor…
Tanto que te predico en mis cartas, ¿no te lateas? Pero perdóname. Cuando uno ama, no puede sino hablar del objeto amado. ¿Qué será cuando el objeto amado reúne en sí todas las perfecciones posibles? No sé cómo puedo hacer otra cosa que contemplarle y amarle. ¿Qué quieres, si Jesucristo, ese Loco de amor me ha vuelto loca? Es martirio, Lucho, el que padezco al ver que corazones nobles y bien nacidos, corazones capaces para amar el bien, no amen al Bien inmutable; que corazones agradecidos para las criaturas no lo sean con Aquel que los sustenta, que les da la vida y los sostiene, que les da y les ha dado todo, hasta darse El mismo.
Lucho, haz oración. Piensa tranquilamente quién es Dios y quién eres tú, y todo lo que le debes. Anda después de las clases a una iglesia, donde Jesús solitario te hable al corazón en místico silencio. Únete a mí. A las cinco yo estoy en oración. Acompañemos al Dios abandonado y pidámosle nos dé su santo amor.
Adiós, hermanito tan querido. Siempre tienes hueco en mi pobre corazón de carmelita y hermana…
Teresa de Jesús, Carmelita
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108. A su hermana Rebeca
12 de junio de 1919
Mi Rebeca tan querida: Que el Espíritu Santo haya descendido a tu alma llenándola de su dulce consolación.
No te enojes porque le escribo a Lucho primero, pero es porque él no me tiene tan cerquita como tú, pues espero que constantemente vivirás unida a mi Jesús y por lo tanto con tu carmelita.
Mucho te agradecí tus regalos y todo lo que me enviaste. Todos estos días hemos estado en recreación. Tenemos recreo por la mañana dos horas y en la noche otras dos, además de las que se acostumbran. Hoy celebramos la fiesta de N. Madrecita. Todas le hacen sus regalos. Créeme que verdaderamente me enternecí al ver la sencillez y el cariño que reina entre mis hermanitas. No hay ceremonias ni speeches, y todas se amontonan al lado de nuestra Madrecita para registrar los regalos.
Cada día doy más gracias a Dios de encontrarme en este palomarcito encantador, entre tantas santas. No te imaginas lo santas que son. Yo las venero, y me apeno al verme tan mala y miserable. Tienen que rezar mucho por mí, porque sea una santa carmelita, y luego ¿no?
Me dices te diga mi reglamento. Nos levantamos a las 5, 1/4. A las 6 nos vamos al coro, donde hacemos una hora de oración. Cierran todas las puertas y sólo quedamos viendo la lamparita del Sagrario. Mira que es cosa rica. Después decimos el Oficio Divino, las Horas. Después, la misa, comunión y nos venimos un poco antes de las 9 al noviciado con nuestra Madrecita, rezando el Miserere mei. Pedimos las licencias para salir de la celda, para escribir etc. Tomamos el desayuno en una salita que es también oratorio. Ponemos las tazas en unas bancas y nos sentamos en el suelo. Al principio no hallaba cómo arreglarme, pero ahora estoy acostumbrada. Después arreglamos la celda. Barro el corredor del noviciado. Si no tengo que hacer otra cosa, me vengo a las Lo,1/4 a mi celda, en donde tengo que coser hasta las 11. A esta hora, tenemos examen -5 minutos- y nos vamos a comer. En el comedor hay una gran Cruz y una calavera delante de la cual hay que inclinarse. Hambre nunca he sentido. Todo lo contrario. Tomamos sopa de carnes (las novicias) y un plato de viernes como porotos, etc., muy abundante, al estilo de mi tío Pancho, fruta y una taza de té con leche. Después de la comida, a las 12,1/4, tengo que ir a fregar (esta semana únicamente) que es lavar los platos. El primer día que lo hice sola me olvidé de ponerle el tapón al lavadero y principió a caerse el agua. No sé qué habría pasado, si no es por una buenísima Hermanita conversa que me socorrió.
Después me voy al recreo, que termina a la 1,1/4 más o menos. A esa hora vamos a rezar el mes del Sdo. Corazón y ahí te recuerdo especialmente. A la 1 P.M. hasta las dos tenemos libre en nuestra celda (en esta hora te escribo). Pero a veces hay que coser o cualquier otra cosa. A las 2 rezamos Vísperas. A las 2 y media, lectura cada una en su celda hasta la 3. Dando las tres, nos postramos en el suelo y rezamos tres Credos, por ser esa la hora en que murió nuestro Redentor. Nos vamos en seguida al coro a hacer una visita al Smo. de 5 minutos, y nos venimos a la celda a trabajar, u otras veces estamos con nuestra Madrecita. A las 5 menos 1/4 tocan las tablillas y nos preparamos para ir a la oración, que es de 5 a 6 P.M. A esa hora vamos a cenar. A las 7 voy a fregar. Después al recreo -una hora- y después rezamos Completas que concluyen a las 8. Nos venimos a rezar el Rosario al oratorio y nos vamos a nuestras celdas, donde leemos, rezamos o cosemos hasta las nueve, que rezamos Maitines. Enseguida el examen hasta las 10 y media, más o menos. A esa hora me acuesto, porque me demoro en lavarme, pues en la mañana casi no hay tiempo. A las 11 menos un cuarto tocan tablillas para acostarse, y a las 11 P.M. estamos a oscuras para dormir. Desde Completas tenemos que guardar silencio riguroso.
Fíjate que me hicieron leer lecciones en latín en maitines. Ya comprenderás mi susto. Casi lloraba (como siempre) y antes se me confundió todo lo que tenía que hacer y decir, y como no podía hablar, tuve que escribirle a la Hermanita Pedagoga (que es la que nos enseña lo que tenemos que hacer). No te imaginas mis apuros y sustos. Después que leí, fue N. Madre para darme a besar el escapulario. Me hinqué y me vine a acostar, porque así es la ceremonia. La Madre Subpriora, que es la que corre con el Oficio Divino, me hizo un regalo (porque siempre es así), por ser la primera vez que leía. Llegó al Noviciado con una bandeja con frutas, chocolates, chancaca y galletas, y con mis hermanitas novicias le hicimos cariño a todo en presencia de N. Madrecita y Madre Subpriora. Aquí no existe la vergüenza con N. Madrecita. Tal confianza sentimos con ella como con nuestra mamá, en todo sentido.
Ayer amanecí muy cantora. Hice la celda cantando (pero porque era día de recreo). Formábamos dúo con otra hermana novicia. Eso sí, que cada una por su lado. Después, en el recreo, todas nos embromaban. Así pasamos la vida, hermanita querida, orando, trabajando y riéndonos. Ojalá tengas la dicha algún día de encontrarte en este cielito anticipado, donde los rumores y agitación del mar del mundo no llegan. Dios es amor y alegría, y El nos la comunica.
Nada me dices si haces oración. No pierdas, hermanita, el tiempo. ¡Cuánto me pesa a mí el haberlo perdido! Cómo quisiera, desde que tuve uso de razón, haberme dedicado a conocer a este Dios tan bueno, a este Ser infinitamente hermoso, el único Ser digno de ser conocido. Amale, que sólo El merece nuestro amor. Vive en El más que en ti. Dios está más en nosotros que nosotros mismos. Dios nos llena, nos traspasa enteramente, porque [es] inmenso y todas las cosas están en El. ¡Oh hermanita querida! El en su grandeza no se olvida de sus criaturas, y constantemente obra con amor y paternal solicitud. Más aún, siendo Dios Espíritu perfectísimo, ha tomado forma humana; más aún, de pan. Fíjate, se ha rebajado más aún que el hombre, ha tomado forma de cosa, de pan, porque encuentra sus delicias en habitar con los hijos de los hombres. Y que nosotros permanezcamos insensibles, que nos olvidemos de su amor, que no le demos todo nuestro ser, es una monstruosa ingratitud, y El la soporta en silencio, siendo Todopoderoso! Oh hermanita, date a El, ámale y síguele… Adiós.
Los dulces estaban ricos y los confites. Dile a mi mamacita que ayer los comimos.
Saludos. Mil besos y cariños. Tu indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
P.D. A la Lucita, que gocé con su cartita y que retraten a la Lucecita bien luego. Pronto le escribiré, porque tengo hace mucho tiempo cartas sin contestar. Manda el retrato mío de guagua y el de Primera Comunión; o mejor, tráiganlo cuando vengan. Saluda a las monjas y a todas mis amigas. En la casa dales un buen abrazo, comenzando desde mi papacito y mamacita, a todos. Diles a las chiquillas que poco a poco les escribiré. Muéstrales esta carta a las Valdés y a la Elenuca, para que sepan el reglamento, porque me lo preguntan.
Anoche, como era jueves, N. Madrecita me permitió hacer Hora Santa hasta las 11,1/4 . Sola con Jesús a esa hora ¡qué cielo! Entonces aproveché para meterte bien adentro de ese Corazón. No me olvido de nadie… Casi todos los jueves he tenido el permiso, porque N. Madrecita, tan buena, no me lo niega. El agoniza, y su Teresa con El.
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109. A Elisa Valdés Ossa
J.M.J.T.
13 de junio de 1919
Mi Isabelita querida: Que el Espíritu Santo haya descendido al cielo de tu alma, llenándola de sus celestiales dones.
Ayer recibí tu cartita y, como te tenía que contestar la anterior y darte un millón de «Dios te lo pague» por el regalito que nos mandaste que vino a las mil maravillas…
¿Qué me cuentas de ese cielito interior? ¿Por qué te encuentras tan mala? Tu carmelita te va a consolar con un parrafito que [he] leído y que me consuela muchísimo, pues lo dijo el Sdo. Corazón a una alma escogida: «¿Sabes cuáles son las almas que gozan más de mi Bondad?, le dijo N.S. Son las que confían más en Mí. Las almas confiadas arrebatan mis gracias. Yo soy todo Amor y la mayor pena que pueden dar a mi Corazón es dudar de mi Bondad. Mi Corazón no sólo se conduele, sino que se regocija mientras hay más que reparar, con tal que no haya malicia. Si supieras el trabajo que yo haría en un alma que estuviera llena de miserias con tal que me dejara obrar… El Amor no necesita de nada. Sólo quiere que no haya resistencia; y ordinariamente, lo que pido a una alma para hacerla santa es que me deje obrar. Las imperfecciones del alma, cuando no se complace en ellas, no me desagradan, sino que atraen mi compasión. Amo tanto a las almas… Las imperfecciones le deben servir como escalones para subir hasta Mí por medio de la humildad, de la confianza y del amor. Yo me inclino al alma que se humilla y me llego hasta su nada para unirla a Mí».
Todo esto son palabras del S.C. Así pues, Isabelita, contempla tu miseria, tus flaquezas e infidelidades. En una palabra, desconfía de ti misma, pero no te quedes en tu nada; sube hasta el Corazón Divino, arrójate en El y su amor misericordioso te fortalecerá. Cuando caigas, dile sencillamente al Corazón de Jesús: «Señor, ¿no te [has] acordado que yo nada puedo por mí misma? Y no me has sostenido. Tú, Señor, tienes la culpa [de] que yo sea miserable, porque no me das tu socorro». Así se le fuerza y a El le encanta este trato de confianza y desconfianza. Acuérdate, hermanita, que el Corazón de Jesús fue tu cuna espiritual. Allí está tu nido, allí te arrulló Jesús con cánticos de paz y amor. ¿Recuerdas? Es preciso, Isabel querida, que seamos apóstoles de la misericordia de ese Corazón. Es preciso derretir la muralla de frialdad en que lo tienen aislado. Es preciso acariciarlo, confortarlo en su agonía mística del altar. Allí, anonadado, vive por las criaturas. Sólo la lamparita lo descubre. ¡Qué Amor, mi Isabel querida! Es incomprensible. Me pregunto muchas veces cómo no nos volvemos locos de amor por nuestro Dios. Se señalan en los siglos una que otra alma con la locura de amor: Nuestra Santa Madre Teresa, Magdalena de Pazzis, la Beata Margarita María y otras pocas. En millones de millones de hombres, sólo éstos han tenido corazón grande y generoso ¡Qué vergüenza! Qué miserables somos: incapaces de amar el único objeto verdadero y bueno. Pidámosle al divino Corazón en su día esta locura, para vivir junto a El cantando sus misericordias, llorando su soledad. Al menos nosotras que le conocemos y que con su Palabra divina, con su hermosura arrebatadora, con su bondad infinita nos ha atraído a amarle, al menos nosotras no le seamos ingratas. Seámosle esposas fieles y constantes. Subamos con El [al] Calvario. Quitémosle la cruz, la corona, la hiel y vinagre, y traspasemos nuestros corazones con la lanza de Longino. Isabel, seamos crucificadas; seamos hostias por el amor. Principiemos las dos, desde el día del Sdo. Corazón, a negarnos en todo y por todo. Yo lo debía haber principiado desde que entré a esta santa mansión; pero soy tan miserable… Sin embargo, me consuelo que así N. Señor me quiere y ayuda más. El ve que yo deseo amarlo pero todavía no tengo en mi alma bastante capacidad para poseer ese amor fuerte como la muerte. Nuestro Jesús es todo Corazón. En este instante estoy presa por El. Me tiene encarcelada en el horno del amor. Vivo en El, mi Hna. querida. ¡Qué paz, qué dulzura, qué silencio, qué mar de bellezas encierra ese divino Corazón! Qué de ternuras me colma, a pesar de serle tan infiel. ¿Cuándo será el día dichoso en que la muerte, rompiendo las cadenas del pecado en el que nuestra alma vive, podamos decirle a nuestro Dios: «Ya no te ofenderemos más, y nadie ni nada nos podrá separar de Ti»?
Eli, a veces siento el peso de esta vida miserable. Quisiera verme libre de las miserias de la carne; pero después miro el tabernáculo y, al ver que Jesús vive y vivirá allí hasta el fin de los siglos en continua agonía y abandono, me dan deseos de constituirme en su compañera del destierro a que por nuestro amor se ha sometido. Entonces le digo con S. María Magdalena de Pazzis: »Padecer y no morir». Eli, la carmelita es hostia, como te he dicho. Jesús es Hostia en el Altar. Se oculta. Aparentemente no ve, no oye, no habla, no se queja la hostia. ¿No es así? Del mismo modo, si queremos ser hostias, debemos ocultarnos de las miradas de las criaturas, ocultarnos en Dios, es decir, obrar siempre no por buscar el agrado y acarrearnos las simpatías y el cariño de las criaturas; siempre tener a Dios por testigo y objeto de nuestros actos. La hostia, Eli, no tiene voluntad. Obedecer sin replicar; obedecer aún en aquello que nos parece contrario a nuestro juicio, acallándolo por Dios. Obedecer a El. Obedecer sin demostrar que nos cuesta, ni que nos desagrada lo que se nos ordena.
La Santa Hostia está en un estrecho copón. Nosotros, hostias, debemos buscar la pobreza, eligiendo todo lo peor para nosotras sin que los otros se den cuenta. Buscar lo que nos incomoda en todo y por todo.
La Santa Hostia es pura. Nosotras debemos huir del afecto de toda criatura. Eli, nuestro corazón sólo para El. Huir del apego a las vanidades, ser mortificadas. Cuando el cuerpo busque lo que le acomode o regale, darle lo contrario.
La Santa Hostia se da a los cristianos. Nosotros debemos darnos por entero, o mejor, prestarnos -pues no conviene darse- a cuantos nos rodean. Esto nos hará ser caritativas, pero siempre mirar en el prójimo a Jesús. Propongámonos esto, mi Isabel querida, mi hermana carmelita; hagamos un desafío para ver quién lo consigue primero.
Otro punto [en] que creo que me tienes muy aventajada es no hablar de sí misma, pues así se niega completamente la personalidad. No sabes cuánto me hace falta este punto de negación, porque, como tú me conoces, estoy tan llena de orgullo. Y lo peor es que no sé de qué tengo orgullo, porque nada tengo y nada valgo; de eso estás convencida ya, ¿no es cierto, mi pichita? Aconséjame, que necesito de tus consejos más que tú de los míos. No creas que, porque estoy en el Carmen, me he despojado de mis miserias; antes al contrario, cada momento, al compararme con mis santas hermanitas, me encuentro más imperfecta. Como aquí todo es pureza, santidad, atmósfera de luz, se ve una bien negrita. Soy una cholita, un carbón en medio de brillantes.
Reza y aconséjame; no sabes el bien que me haces. Y sé sencilla, pues, si tus consejos hacen bien a mi alma, es N.S. quien te los inspira.
 En cuanto a lo que me dices de tu oración, ¿se lo has dicho al Padre Falgueras? Yo creo que tu alma, como la mía, no son para la meditación. Creo te convendrá otro modo de oración. ¿Has leído tú la Subida al Monte Carmelo de Nuestro Padre S. Juan de la Cruz? Léelo. Te aprovechará mucho. Si no lo tienes, cómpralo; pues es un tesoro. Créeme que a mí, en varias circunstancias, me ha servido de mucho consuelo. No te desconsueles con no poder discurrir ni saberle decir nada a N. señor. El sabe mejor lo miserables que somos. ¿Quién sabrá decirle algo al Verbo, a la Palabra eterna, a la Sabiduría divina e increada? A mí me pasa muchas veces lo mismo, y no por eso creo que mi oración es mala; pues el fin de la oración es inflamarnos en el amor de nuestro Dios. Si el estar sólo en su presencia, si el mirarle sólo nos basta para amarle, y estamos tan prendadas de su Hermosura que no podemos decirle otra cosa [sino] que le amamos, ¿por qué, hermanita, inquietarnos? N. Santa Madre recomienda esta mirada amorosa al Esposo de nuestra alma. Míralo sin cansarte, Isabelita, dentro de tu cielito; y pídele, cuando le mires, te dé las virtudes que te hagan hermosa a sus divinos ojos. Consuélalo con tus lágrimas y acarícialo, que esto a El le encanta. Pídele por la Iglesia, por los sacerdotes y por las almas pecadoras.
Eli, sé carmelita cuando estés con Jesús. Y si a veces tienes tu corazón insensible que no sientes amor para Jesús, no dejes la oración, no pierdas esos momentos de cielo en que está tu alma sola con El. ¿Qué importa que no le hables? Estás enferma y El es tu Esposo, se compadece y te acompaña.
Otro libro que te recomiendo es «La Hermosura divina» por Nieremberg. Y nuestra Madrecita te manda decir que leas los «Soliloquios de San Agustín». Son preciosos.
El día del Sdo. Corazón renovaremos las dos el voto de castidad, yo lo voy a hacer a las 3 P.M.; pero como nuestro reloj anda según la hora antigua, tú lo puedes hacer a las 4.1/4. A esa hora en que Longino atravesó el costado de Jesús, nos introduciremos ambas en esa herida salvadora. Ofrezcámonos como apóstoles de la misericordia del divino Corazón, ¿no? Y morir a las 3 para siempre en el Corazón de Jesús, ¿no, Isabel?
A Dios. Tomo resolución de dejarte, pero no puedo escribirte corto. Por eso corto hasta las páginas, pero como N.S. me inspira más, te sigo escribiendo.
La Lucha L. me escribió una cartita encantadora que me hizo mucho bien; y está feliz porque tú y yo somos trinitarias. Cada día reverencio y admiro y amo más a la S. Trinidad. He encontrado por fin, el centro, el lugar de mi descanso y recogimiento, y quiero que tú, equito de mi alma, lo encuentres ahí mismo. Vivamos dentro del Corazón de Jesús contemplando el gran misterio de la S. Trinidad, de modo que todas nuestras alabanzas y adoraciones salgan del Corazón de nuestro Jesús perfeccionadas, y unidas a las suyas. Así viviremos unidas a la Humanidad de N. Señor y abismadas en su Divinidad.
A Dios. No tengo más que decirte. Jesús no me dice más. ¡Cuán cerquita y unida estoy con mi Unico Jesús! Anda haciéndoles el ánimo a los tuyos para que te dejen venir a mi toma de Hábito. No te encargo saludos para los tuyos, porque ésta no deben saber que te he escrito. Rezo mucho por c/u. Pídele a la Rebeca la carta última. Le mando el horario.
Unida a Jesús te tiene en su divino Corazón tu indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
Contéstame sobre lo que te digo: si lo haces y si te aviene este modo de recogerte.
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110. A Herminia Valdés Ossa
Junio, 22 de 1919
Que Jesús sea tu más íntimo amigo, mi hermanita querida:
Aunque todas o casi todas están en el coro, Nuestra Madrecita me ha dado licencia para escribirte, pues me he portado muy mal con mi Gordita; pero me perdonarás, pues has de saber que tengo muchas cartas que contestar y te he preferido a todas a ti (esto sólo para las dos).
Ante todo principiaré por agradecerte tus regalitos; y nuestra Madrecita me encarga que te dé las gracias a nombre de su Reverencia y Hermanitas. Ya hemos rezado por ti y lo mismo por la Eli y Jaime. Con nombre y apellido los nombraron en el comedor. Por supuesto que, al oír el nombre del Sr. don Jaime, me rei y pensé: si supieran quién es este diablillo…
Tus cartas te las agradezco muchísimo. En ellas veo el cariño que me tienes y veo, sobre todo, que estás más juiciosa. Hay en la última carta una frase que me gustó muchísimo. Ya comprenderás cuál es.
Mucha pena me da lo de las fiestas. ¡Pobre mi Gordita! Por qué comedias me la hacen pasar. ¡Qué papeles tan ridículos hay que representar en esos salones de la sociedad! Te prometo rezar mucho porque, si es para provecho de tu alma, cesen esas fiestas. Voy a importunar todo el día a mi Jesús hasta que me diga que bueno. No ceso de agradecerle cada día más el que me haya traído a este conventito.
Soy la persona más dichosa. No deseo ya nada, porque mi ser entero está saciado con el Dios‑Amor. ¡Cómo quisiera, mi hermanita, que cada una de mis cartas te llevara una centellica de amor divino! ¡Qué feliz sería si pudiera enamorarte de mi Jesús! Pídele este viernes al Sagrado Corazón te haga amarle y te haga su amiga. ¡Qué tesoro encontrarías en ese divino Corazón! Está noche y día llamando a la puerta de tu corazón, pidiéndote un huequito, un poquito de amor, ¿y no le abrirás y no lo calentarás? El te llama desde el sagrario. Desde la eternidad está deseando lo vayas a recibir todos los días en la comunión, y es un Dios que no tiene necesidad de ti y, sin embargo, muere de amor por ti, mi Gordita. Y tú ¿no irás a sacarlo de su prisión donde El por ti se ha aprisionado?
Adiós. Se me acabó el tiempo. Contéstame lueguito y cuéntame cómo te portas y si comulgas. Dales a todos muchos recuerdos. A tu mamá le escribiré. A la Elisita, que, aunque no le puedo escribir, rezo por ella. Lo mismo a ese piscoiro de Jaime. Y tú recibe el inmenso cariño que va en aumento de tu indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
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111. A su tía Juana Solar de Domínguez
 J.M.J.T.
Convento del Espiritu Santo, 23 de junio de 1919
Que la gracia del Espiritu Santo sea en el alma de mi tan queridísima mamá‑tía.
No quiero dejar el abrazo de mañana en suspenso. Por eso nuestra Madrecita me ha dado licencia para escribirle estas líneas, que le han de manifestar el inmenso cariño de su Teresa de Jesús. Hubiera deseado hacerlo mucho antes, para agradecerle todo lo que hizo con cariño de madre por mí; pero en el Carmen no hay tiempo, si no es para estar como Magdalena a los pies de Jesús. Cuando estoy a los pies de mi Divino Maestro, no la olvido jamás. No se imagina, mi tiíta, lo mucho que le pido para Ud. y para cada uno de mis primos tan queridos.
¿Qué le diré de mi vida de cielo? Cada día doy más gracias a Dios por mi vocación, que me es más hermosa cuanto más me penetro de ella. ¡Oh, si pudiera, tiíta, hacerle experimentar la felicidad que se siente cuando no se tiene en la vida otra ocupación que la de amar y contemplar; cuando el alma engolfada en el océano de la Divinidad pierde de vista la ribera del mundo, de ese mundo que es patria de dolor y de maldad! ¡Qué feliz me encuentro en vivir prisionera con el Divino Prisionero, consolarle con mis lágrimas, ayudarle a salvar las almas, rogando y sufriendo! He principiado ya mi eternidad. Todo lo tengo. Sólo me falta el ver a Dios cara a cara…
Tiíta, ruegue para que sea una santa carmelita. ¡Es tan grande mi vocación y soy tan miserable! Pídale a N. Señor me haga muy fiel a su infinito amor. Amémosle mucho. Tiene sed de nuestro amor, porque no le basta el amor de los ángeles. Y después que Jesús nos ha dado su Padre [y] su divinidad ha eclipsado, nos ha dado su Madre y ha sufrido desde Belén hasta el Calvario y se ha forjado cadenas para vivir en el tabernáculo junto a nosotros, ¿no tendremos un poquito de amor para este Divino Mendigo? Tiíta, que todo lo que hagamos sea por amor, y vivamos siempre al pie del sagrario, aunque sea en espíritu, consolando a N. Señor en su agonía. Le diré más aún: viva en el Corazón de Jesús. Allí, unida a la oración, amor y alabanza de Jesús, ofrezca sus obras, tanto perfectas como imperfectas, a la Sma. Trinidad. Sea su alma, mi tiíta, una hostia de alabanza y una hostia de amor que se sacrifique perpetuamente por la gloria de la Sma. Trinidad y por hacer conocer el amor y misericordia infinitos del Dios‑Amor.
A Dios. Quisiera seguir, pero no hay tiempo. Mañana cuente con la Misa y comunión de su Teresa de Jesús, y no olvidaré a Juan Luis.
Salude cariñosamente a los chiquillos, a quienes no olvido en mis pobres oraciones, como asimismo a las primas. Para la Isolina un recuerdo muy especial; que perdone le haya mandado esos santos, pero que tendrá muchas oraciones en pago, y que tengo que recordarla al ver una Virgen del Noviciado que, a pesar que tiene tantos años, conserva la pintura perfectamente, y N. Madrecita nos ha dicho que ella la pintó. Salude a la María Antonia, Elvira, Verónica, que de nadie me olvido ante N Señor. A Dios, tiíta. Que Jesús en este día le abra su Divino Corazón.
Su indigna
Teresa de Jesús Carmelita
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112. A su hermana Lucía
Junio 29 de 1919
Mi Lucecita tan querida: Que la gracia del Espíritu Santo sea siempre en tu alma.
Tanto tiempo se ha pasado sin poderte contestar… Pero creo no te sentirás, porque no he tenido tiempo, pues sabes perfectamente lo mucho que te quiero y que, a pesar que vivo más en el cielo que en la tierra, no me olvido de mis hermanitos y de mi sobrinita regalona.
Quisiera expresarte mi felicidad. Si, quisiera por un momento hacerte saborear la dicha de ser enteramente de Dios, pero no hay lenguaje humano para reproducir los sentimientos divinos en que mi alma se halla sumergida. Lo he dado ‑es verdad- todo; pero también he llegado a poseer al Todo. Si el cariño de Chiro y todos sus sacrificios por ti te hacen quererlo más, ¿qué te diré yo, cuando en Dios su amor no ha encontrado límites y su inmolación ya no puede ser mayor porque su sabiduría todo lo agotó?
¡Ay Lucita! Siento ansias de amarlo hasta lo infinito; pero mi incapacidad y miseria la palpo cada vez más. Quisiera consumirme y morir muy pronto por amarlo. Pero la vista del mundo pecador, del ambiente glacial que reina alrededor del altar me detienen. Entonces mejor prefiero «sufrir y no morir». Si, sufrir y no morir para llorar junto al divino Prisionero y consolarlo en su destierro. Quisiera hacer comprender a las almas que la Eucaristía es un cielo, puesto que «el cielo no es sino un sagrario sin puertas, una Eucaristía sin velos, una comunión sin términos».
Sí, mi Lucita, es preciso que prepares el corazón de tu Lucecita para que sea siempre sagrario de Jesús. Ahora con tus oraciones, más tarde con la enseñanza, la vigilancia y el ejemplo. Enséñale a amarlo desde chiquita . Háblale siempre que hay un Dios que la ama infinitamente y que en el altar vive para unirse a nuestras almas. Que su primera palabra sea Jesús. Yo, desde mi conventito, estoy a su lado. Me sentía siempre tan dichosa cuando la tenía en mis brazos… Veía en su alma a la Sma. Trinidad. ¡Qué misterio y qué contraste: en su corazoncito, un cielo entero! Dale muchos besos de parte de su tía. La quiero tanto…
A Chiro le dirás que siempre le conservo el cariño de hermano, y que no me olvido que hace un año del matrimonio y que ruego mucho para que sean siempre tan felices. Busquen siempre a Dios, en El está la fuente de la dicha.
Adiós. A Dios, pichita tan querida. Vivamos muy unidas en el Corazón de Jesús. Tu indigna
Teresa de Jesús, Carmelita.
Saludos a todos. Estoy apurada.
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113. A su madre
Los Andes, 4 de julio, 1919
Mi mamachita tan querida: Que el Espíritu Santo la llene de su santa fortaleza.
Nuestra Madrecita me encarga le escriba a nombre de su reverencia para decirle [que] recibió su carta, la que ella no puede contestar todavía por falta de tiempo.
¿Qué puedo decirle acerca de la pena que me trajo su cartita? Cómo hubiera querido, mamachita, estar a su lado para consolarla y llorar junto con Ud. Pero nuestras almas se encontrarán vecinas al sagrario. Allí depositamos la amarga queja de nuestros corazones: «Señor, las almas que tanto amáis están enfermas». Sigamos repitiéndole a Jesús esto hasta que se enternezca y venga a resucitar las almas que le encomendamos.
Mamacita, tenga confianza en El. Su Corazón se conmueve ligerito. No puede soportar que las ovejas de su rebaño se extravíen. El abandona las 99 por ir en busca de aquella que lo ha abandonado. Además, espera Jesús que yo sepa entregarme más a El. Y como soy tan tibia, por eso no accede a lo que le pido. Así es que soy yo la culpable de todo, aunque pena me da el decirlo; pero es la verdad. Pero no por eso me desanimo. Cuando me veo tan miserable, le digo a N. Señor que por qué viéndome así, tan pobre de virtudes, no me las da, siendo El la fuente de la santidad. ¿No ve cómo soy buen tinterillo?
Aprovechemos para enriquecernos el momento de la comunión. Bañémonos en esa fuente de santidad y pidámosle el mundo entero de las almas, porque no nos sabrá decir que no. Porque su corazón está latiendo amorosamente y al unísono del nuestro; de modo que todos nuestros deseos son de El, y El es todopoderoso. ¡Qué identificación más grande! Somos en esos momentos otro Dios. Para mí esos momentos son cielo sin nada de destierro. ¿Qué puedo desear ya, si todo un Dios es mío?
Concluyo. Me voy a vísperas. Muchos cariños para todos. Y para Ud. mil besos y abrazos. Su indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
Mucho me ha gustado lo de la Lucha. ¿ Le mandó mis cuadernos al Padre José?
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114. A su hermana Rebeca
J.M.J.T.
12 de julio de 1919
Mi querida hermanita: Que Jesús sea el único dueño de tu corazón.
Tu primera cartita la hubiera contestado inmediatamente. Tanto fue el gusto que me proporcionó, que no pude menos que llorar de agradecimiento para con N. Señor, que oyendo mis súplicas, se apoderó de tu corazón. Mas no me fue posible por tener poco tiempo disponible; pero creo que no te sentirás, porque sabes perfectamente que siempre te tengo junto a mí. Ahora te tenía escrita una carta, pero me salió tan borronienta que me avergoncé de mandártela. Y aunque me duele mucho volver a escribir, lo hago, pues no es posible acostumbrarme tan mal.
¡Cómo ruego por ti, mi pichita querida, para que seas completamente de Jesús! Ahora ya no hay diferencia entre nosotras. La casita de nuestras almas no tiene más que un solo dueño, un mismo Sol que las ilumina, y este dueño es nuestro Jesús. ¡Cómo se enternece mi alma al pronunciar este nombre santo! ¡Cómo me lleno de una alegría inexplicable! Quisiera que a ti te sucediera lo mismo ¡Encierra tanto esta sola palabra: Amor Infinito de un Dios humanado, de un Dios anonadado por nosotros…! En este instante, mi alma se halla bajo el peso infinito de su amor. ¡Es tan bueno para con nosotros, criaturas tan miserables…! Estoy con El solo en mi celdita. Todo un Dios con su criatura. Estoy sumergida en El. Perdida en su inmensidad. Compenetrada por su sabiduría. Viviendo porque El es mi principio de vida, mi todo.
Cada día que pasa, hermanita, comprendo mejor que «solo Dios basta». Esa es la máxima que tengo sobre mi cruz. Que también sea la tuya. Búscalo a El y lo encontrarás todo. Las criaturas ¿qué nos pueden dar, si no tienen más que miseria? Despréndete de ellas: Busca a Dios allí, en el fondo de tu alma y, cuando estés triste, expónselo todo y quedarás alegre; porque El te dará a conocer que, siendo Dios, sufrió más por ti que todo lo que los hombres han sufrido. Y no sólo esto, sino que ha sufrido infinitamente.
Obra por amor a El. No busques el agrado de las criaturas.
¡Se equivocan tanto en sus juicios…! Mientras que Dios te penetra en cada instante cual si fueras la única criatura existente. Piensa que, mientras tú duermes, mientras tú obras y vives, hay un Ser infinito que se ocupa de darte vida, de amarte con un amor eterno infinito… ¡Cómo quisiera penetrarte de estos pensamientos que hacen que todo desaparezca, para no tener nada ante sí, sino a Dios! Entonces, ¡qué paz, qué alegría experimentamos! Se comprende, pues nuestro centro es El. Entonces vivimos vida de amor, vida de cielo…
Para esto, hermanita, hemos sido creadas: para alabar y amar a Dios. Todo lo demás, es nada, es vanidad. Si cada mañana al comulgar nos preparáramos un poco mejor, ¡cómo nos aprovecharíamos de nuestra comunión…! ¡Cómo pasaríamos el día entero en éxtasis de amor para con ese Dios inmenso, majestuoso, hecho alimento de nuestras almas! En el cielo, hermanita, los ángeles lo contemplan faz a faz, pero nosotros los hombres lo poseemos cada uno, nos identificamos con El. En esos momentos en que mi alma está unida a Dios, cesa todo para mí. Me faltan palabras, hermanita, para expresar la dicha divina que experimento. Siento al Infinito, al Eterno, al Santo todopoderoso, al sapientísimo Dios, unido con la nada pecadora. Entonces adoro y más amo. Entonces es cuando el alma se siente pura. Está en la fuente de la santidad.
Amémosle, hermanita, porque su bondad y su misericordia son infinitas. ¡Cómo ante ese amor desaparece el nuestro miserable, que no sabemos hacer el más leve sacrificio por nuestro Dios, después que nada nos ha rehusado desde una eternidad! Aprovecha, hermanita, esos instantes para hacerte santa. Fíjate que estamos unidas enteramente a la santidad infinita. Pídesela. ¿Qué te podrá negar cuando está loco de amor por ti, ya que se ha reducido a hostia o nada para llegar hasta ti? Pídele que lo conozcas y que te conozca. Que cada vez comulgues mejor, pues en la comunión está la vida de nuestra alma. Pídele por todos, porque nada te negará; y después, en el día, estrecha a menudo contra tu corazón a ese Dios, y continúa dándole gracias y suspirando por tu próxima comunión. Es el momento de cielo en nuestro destierro. Suspiremos por El. Pídele también te enseñe a vencerte, a hacer morir el yo, para que seas muy humilde, para así demostrarle cuánto lo amas, pues El dijo que nadie amaba tanto a su amigo como aquel que da su vida por él. Démosle nuestra vida, haciendo morir al hombre viejo que es nuestra naturaleza, según San Pablo; renunciando a buscarnos a nosotras mismas, obrando, no por lo que nos gusta, sino por aquello que es la voluntad de Dios.
Una verdadera esposa ama a su esposo y no lo contraría en nada, antes busca en todo el agradarle. Cumplamos, pues, nosotras la voluntad de Dios en todo, aunque a veces se presente de una manera mortificante; aunque a veces se presente contrariando nuestro propio parecer y juicio. Esto es amar a Dios. Esto es vivir correspondiendo a ese amor infinito, divino. Cuando tropieces con alguna dificultad en el camino del deber, piensa que Dios te mira y que ve tu repugnancia por obrar, midiendo tu amor para recompensártelo después. Piensa que Dios te está amando en ese momento infinitamente, se está ocupando de ti como si no existiera en el mundo criatura alguna; que te está sosteniendo para que vivas, ¿y podrás dejar de obrar ante la consideración de semejante bondad?
Oh hermanita, vivamos amando el Amor. Seamos hostias de alabanza a la Stma. Trinidad. ¿Y cómo? Cumpliendo en cada instante la voluntad de Dios ¡Si supieras la felicidad que inunda mi alma en cada momento de mi vida escondida en Dio! ¡Si supieras la felicidad que inunda mi alma en cada momento de mi vida escondida en Dios! No quisiera saber ni tratar nada que no fuera El. Comprendo que aún no lo conozco y que [no] lo amo con todas las fuerzas de mi alma. ¿Qué será, pues, cuando Dios se descubre a un alma santa? ¿Cómo podrán vivir en medio de las miserias de este destierro, no pudiendo contemplarle incesantemente por tener la naturaleza necesidades apremiantes?
Ahora contestaré a tu segunda carta, que me fue muy antipática. Yo no quiero te salgas del colegio, y no comprendo cómo lo puedes desear. Ahí vives tranquila con Jesús Sacramentado, sin peligros para tu alma pura; formándote el carácter, pues no debes hacer lo que te gusta. Además, no eres Hija de María. Estoy segura de que, si te portas perfectamente, te darán el aspirantado el día de la M. Izquierdo, y conseguirás la medalla para el 8 de diciembre. Propónselo a las monjas. No obres por impresiones. No porque se sale la Elena te quieras salir tú. Cada una tiene que valerse sola en la vida. Esta carta es también para la Elena. Dile [que] rezo mucho por ella. Que lo hice especialmente el día del Sdo. Corazón. Que a ella y a las mellizas las acompañé en su retiro, pues ese día yo también hice retiro, y todo el día las tuve conmigo y se las consagré a la Sma. Virgen.
Dile a la Ana María que rezo mucho por ella y su intención. A la Isabel, que no la olvido. A la Luz R., que estoy feliz por la noticia que me da. Saluda a todas las Madres. Dile a la Madre Du Bose que el día de San Luis, no dejé de recordarla en mi comunión.
Ayer recibí tu carta. Te agradezco lo que me mandas. Respecto al diario y cartas, no los leas hasta que el Padre José diga. Dile a la Elena y mellizas que los santos los puse en nuestro breviario para recordarlas en esos momentos en que hago el oficio de ángel cerca de N. Señor.
Adiós. Dales muchos cariños a mi papacito y mamacita y hermanos. A todos los de la casa. Y tú recibe el cariño de Jesús y de su indigna
 Teresa
Dile a mi mamacita que, si no es mucha molestia, fuera a San Bernardo a preguntar por nuestra Madre o si conoce algún doctor de los que la ven, le preguntara bien qué es lo que tiene y si no habrá esperanza de salvarla; y que después escriba para informarnos. Todas tenemos mucha pena, sobre todo nuestra Madrecita.
A misiá Julia no puedo escribirle, pero mañana dale un abrazo a mi nombre y que le ofreceré misa y comunión por sus intenciones. A la Julia Montes dile [que] le agradecí mucho su tarjetita; que también rogaré mucho por ella mañana.
Jesús te envía este pensamiento: «Un Sagrario tiene el silencio de una tumba, la majestad de un trono, las delicias de la vida. Y es que contiene a Jesús como víctima inmolada, como Rey del mundo, como alimento del alma». ¿Te gusta? No es mío. Los versos no los tengo. A Dios. Este santito te lo manda nuestra Madrecita.
Dile a mi mamacita que pronto le contestaré y que rece mucho por nuestra Madre Margarita, porque está desahuciada por los doctores. Sufre mucho la pobrecita. Ojalá les diga a las monjas que recen. Va a ser una pérdida inmensa para sus hijas carmelitas. Es una verdadera madre.
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115. A su madre
J.M.J.T.
Pax Christi. Julio 15 de 1919
Mi mamachita querida: Que Jesús infunda en su alma el consuelo, el goce de la cruz.
A pesar de estar ganando el jubileo, me ha ordenado nuestra Madrecita conversar un ratito cortito con mi querida mamacita, para que le diga que la encomienda llegó y que se la agradecemos muchísimo.
Estamos en la novena de nuestra Madre del Carmen y el Padre Julio es el que predica. No se imagina qué bien lo hace, y cómo sabe penetrar con santa unción hasta el fondo del alma. No es posible comprender lo que siento cuando con todo el culto posible celebran alguna fiesta, pues de ordinario estamos en silencio en nuestro coro… Sobre todo mi alma se conmueve cuando cantan algo que he sabido, o cuando tocan lo que Ud., mamacita, tocaba, ¡Qué pobre, qué deslucido me parece el culto que tributamos a nuestro Dios sacramentado! ¡Qué poco respeto tenemos con Aquél ante el cual los serafines se cubren y anonadan! Y El todo lo soporta en silencio. Se mantiene sin esplendor, oculto bajo el pan, por vivir en medio de sus criaturas. ¡Oh, qué bueno es! ¡Qué infinito amor el suyo! ¿Cómo no nos enloquecemos de amor?
Pasando a otra cosa, le diré que tenemos mucha pena, porque nuestra Madre Margarita se nos muere. Es una santa la que perdemos. Me gustaría tanto, mamacita, que si no le es mucha molestia vaya a saber de ella a San Bernardo. Créame que la quiero muchísimo. Quizás a sus oraciones debo mi vocación de carmelita.
Respecto a lo que me dice del asunto del curador, yo nada sé; así es que no le puedo decir a nuestra Madrecita.
Rezo tanto por Ud., mi mamacita… La acompaño como siempre en todo.
Ya soy vieja. Tengo 19 años. ¡Qué horror! De cuánto tengo que dar cuenta. A Dios. Abrácese con la cruz. En ella está Jesús. El lo es todo. Saludos para todos. Nuestra Madrecita no le puede escribir todavía. La saluda. A Dios.
Teresa de Jesús, Carmelita
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116. Al P. Artemio Colom, S.J.
J.M.J.T.
Convento del Espíritu Santo,
20 de julio de 1919
R.P. Artemio Colom, Córdoba [Argentina].
Reverendo Padre: Que la gracia del Espíritu Santo sea en el alma de Vuestra Reverencia.
Tantos días han pasado sin poder contestar su atenta cartita para agradecerle todas sus oraciones con el más filial y respetuoso agradecimiento. Ya tiene a su hija pecadora en el Carmelo, separada por completo del mundo, realizando así el ideal de toda su vida; ideal que, a medida que pasa el tiempo, me parece más hermoso. Me pregunto de continuo por qué Dios me ha amado tanto, siendo yo tan pecadora, tan ingrata a sus numerosos beneficios. Y sólo encuentro la razón en su Bondad infinita. Nadie, si no es El, podrá amar a una criatura tan despreciable como soy.
Mis esfuerzos todos se dirigen a ser una santa carmelita, y creo que lo que Dios quiere de mí para alcanzar esta santidad es un recogimiento continuo: que nada ni nadie pueda distraerme de El. No me pide nada más que esto, porque allí, en esa unión íntima de mi alma con mi Dios, se encuentra para mí el ejercicio de todas las virtudes. Primero que todo, encuentro la renuncia completa de todo mi ser, pues cuanto más me aísle de mí misma, más me internaré en El. Trato, pues, de negarme en todo para llegar a poseer al Todo, según nos enseña nuestro Padre San Juan.
Hay días que consigo vivir enteramente para Dios. Entonces es cuando me siento en el cielo. Entonces es cuando comprendo que «sólo Dios nos basta». Fuera de El no hay felicidad posible. No se imagina, Rdo. Padre, lo que N. Señor se revela a mi alma, a pesar de ser tan miserable, y no comprendo cómo he amado a N. Señor sin conocerlo; tanta es la distancia que tengo y tenía de Dios.
Mi oración es cada vez más sencilla. Apenas me pongo en oración, siento que toda mi alma se sumerge en Dios, y encuentro una paz, una tranquilidad tan grande como me es imposible describir. Entonces mi alma percibe ese silencio divino, y cuanto más profunda es esa quietud y recogimiento, [más] se me revela Dios. Es una noticia muy clara y rápida. No es reflexionando; antes me turbo cuando reflexiono. Cuando esta noticia es muy clara, siento como que mi alma quisiera salir de mi ser. Mi cuerpo no lo siento.
Estoy como insensible; y dos veces no me he podido mover de mi sitio, pues estaba como enclavada en el suelo. Otra vez, una hermanita me fue a hablar, y sentí un estremecimiento terrible en todo mi ser, y lo que me dijo lo oí como de muy lejos, sin comprender sino hasta después lo que me dijo. Siento que mi alma está abrasada en amor de Dios y como que El me comunicara su fuego abrasador.
Un Padre a quien le consulté acerca de mi oración me dijo que, cuando sintiera ese arrobamiento de todo mi ser, debía rechazar el pensamiento de Dios. Lo hice por obedecer, pero era el sufrimiento más terrible, y a veces no lo conseguía. También, que debía principiar mi oración por meditar en Jesucristo; y yo sentía que no podía, pues Dios me atraía el alma.
Por fin, el Padre Avertano, carmelita, que es actualmente mi confesor, me dijo que no debía resistir a Dios, sino seguir sus inspiraciones. Así lo he hecho. Después de tener esta oración de quietud, cuando he sido más fuertemente atraída por Dios, me vienen tentaciones muy grandes. A veces, me parece que todo lo que me pasa son ilusiones. Otras veces, que es el demonio que me engaña para hacerme creer que soy extraordinaria. Otras veces, me siento agobiada por mis miserias y abandonada de Dios; y por fin, la más terrible es la tentación contra la fe: quedo en completa oscuridad, dudando hasta de la existencia de Dios.
Antes de ayer fue esta tentación tan grande, que no podía ni aún rezar, pues era peor. Entonces creí había consentido en la tentación, y que estaba en pecado mortal; pero no me importaba ni aún esto, pues me decía que el pecado mortal eran invenciones. Anduve todo el día así y al mismo tiempo decía que se hiciera la voluntad de Dios. En la noche le dije a nuestra Madre que yo no comulgaría; sin embargo, ella quería sufriese yo sola y no trató de consolarme, pues creyó que la tentación pasaría como otras veces.
Al día siguiente, tenía fe y me dije que estaba en pecado mortal. Y como nuestra Madre juzgó que era prudente no exigirme que comulgara, pues yo no quería, me quedé sin comulgar, aunque tenía hambre de Jesús. Me sentía condenada. Dios se me representaba como un Juez terrible. Lloré tanto, que ya no sabía lo que tenía. Cuando nuestra Madre se me acercaba para consolarme, yo me retiraba, pues veía que estaba ella con Dios y yo con el demonio Me tranquilicé cuando me aseguró que no estaba en pecado. Sin embargo, vi claramente que Dios no había querido venir ese día a mi alma. Ya la tentación pasó, y me ha dejado muy humilde, no sólo delante de Dios, sino delante de mis hermanitas (pues se cercioraron que no había comulgado y que me había tenido que confesar).
Pero después de estas oscuridades Dios se comunica más a mi alma. Ayer ya no sabía dónde estaba, aun después de la oración; y aunque mi pensamiento no está permanentemente en Dios, me siento muy unida a El y, apenas pienso en El, mi alma se siente fuertemente atraída. Yo no sé si esto es ilusión o no. Lo único que veo es que ando con mucho recogimiento, sé mortificarme y vencerme más y soy más humilde. Dios es demasiado bueno con esta infeliz pecadora; a pesar que tanto lo ofende, no deja de amarla.
Después que comulgo, me siento en el cielo, y dominada por el amor infinito de mi Dios. A veces mi solo consuelo en este destierro es la comunión, donde me uno íntimamente con El. Siento ansias de morirme por poseerlo sin temor de perderlo por el pecado. Este deseo me hace huir de las menores imperfecciones, pues ellas me separan del Ser infinitamente Santo.
También N. Señor se me representa a veces interiormente, y me habla. Como una semana lo vi en agonía, pero de un modo tal como jamás lo había ni aún soñado. Sufrí mucho, pues traía la imagen perpetuamente, y me pidió que lo consolara. Después fue el Sagrado Corazón en el tabernáculo con el rostro muy triste; y por último, el día del Sagrado Corazón, se me representó con una ternura y belleza tal, que abrasaba mi alma en su amor, no pudiendo resistir. Sin embargo, en cuanto a las imágenes y hablas interiores no hago caso, si no es al efecto bueno que producen en mí, para no aficionarme a ellas, y aún trato de rechazarlas. En cuanto a Dios no me lo represento en ninguna forma, para ir a El por fe. Todo esto pasa en mi alma. Juzgue su Reverencia si no voy errada, pues vivo con este temor.
Mi toma de hábito quizás sea el 15 de octubre, pues Nuestra Madrecita pidió al Nuncio me suprimiera un mes. Le aseguro que ardo de deseos de verme con el hábito de nuestra Madre del Carmen. Sin embargo, me confundo al ver que no tengo las virtudes de una religiosa. Créame que, al ver a mis hermanitas tan santas, me avergüenzo de verme tan miserable.
Trato de adquirir las virtudes: ser obediente hasta en lo más mínimo, caritativa con mis hermanitas y sobre todo, ser humilde. Para esto procuro no hablar ni en pro ni en contra de mí misma, y sólo humillarme delante de Nuestra Madrecita. Procuro no disculparme, aunque sin razón me reprendan, y si alguna hermana me humilla, me estimulo en servirla y en ser más atenta con ella. Siempre quiero negarme y renunciarme en todo, para así unirme más a Dios.
El día del Sagrado Corazón solicité licencia de nuestra Madre para hacer los tres votos hasta mi toma de hábito. Mi ideal de carmelita es ser hostia, ser inmolada constantemente por las almas, y mi fin principal es sacrificarme porque el amor del Corazón de Jesús sea conocido. Créame, Rdo. Padre, que no sé lo que me pasa al contemplar a Nuestro Dios desterrado en los tabernáculos por el amor de sus criaturas, las cuales lo olvidan y ofenden. Quisiera vivir hasta el fin del mundo sufriendo junto al divino Prisionero.
Nada le he dicho del Oficio Divino, oficio de ángeles. Me creo en el cielo cuando estoy en el coro cantando las alabanzas de la Sma. Trinidad.
Ruegue por mí, Rdo. Padre, que soy tan perversa, tan orgullosa, tan poco mortificada. Ofrezca a su carmelita siquiera una vez en la Santa Misa como hostia. Quiero ser hostia por hostia. Introdúzcame en el cáliz, para que, bañada en la Sangre de Jesús, sea aceptada por la Sma. Trinidad. Pídale a N. Señor me haga una santa carmelita, verdadera hija de nuestra Sta. Madre. Yo, aunque miserable pecadora, ruego mucho por Su Reverencia, para que sea un santo Jesuita.
Agradeciendo la Misa ofrecida por mí el día 7 de mayo y todas sus oraciones, se despide su indigna sierva en el C.J.M.J.T.
Teresa de Jesús, Carmelita.
P.D. ‑ Nuestra Madre envía a su Rcia. respetuoso saludo.
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117. A Herminia Valdés Ossa
J M.J.T.
Pax Christi
2 de julio de 1919
Que el Espíritu Santo sea en el alma de mi Gordita querida:
Como eres regalona de Nuestra Madrecita, porque lo eres también mía, me ha dado licencia para que te conteste ligerito, sobre todo para agradecer las cosas que nos mandaste. Que Dios pague con creces tu caridad para con estas pobres carmelitas, que viven sólo de limosna. Créeme que, si comemos, es porque Dios provee nuestra despensa milagrosamente, pues en este conventito no se conocen los fondos. Nada más tenemos que a Dios. ¿Para qué queremos más? Cuenta con las oraciones de nuestra Madrecita y de todas nuestras hermanitas, que tienen -por su santidad- las puertas del cielo y el Corazón de nuestro Dios abierto. En cuanto a mis pobres oraciones, ya sabes que son tuyas y que jamás puedo olvidarte, porque te quiero mucho.
He gozado con tu cartita lo mismo que Nuestra Madrecita, que te ha tomado mucho cariño. Su Reverencia me ha dicho que te encuentra muy parecida a mi tía Elisa, a quien ella quiere mucho, pues era muy regalona de tu tía. Siempre hablamos de ella, de tú mamá y tíos. El aniversario de la muerte de mi tía le hizo decir la misa y ofrecimos todas por ella la misa y comunión (creo que ésta también).
Qué bueno que Dios te libre de los paseos. Tienes que serle muy agradecida, y ya que te libra del mundo, te debes dar más a El: comulgar todos los días. ¿Cuándo tendré este gran gusto de saber que mi Gordita, antes de principiar sus estudios, va a recibir a N. Señor que la está esperando desde una eternidad, ya que El sabía las sagradas hostias que consumirías? Ojalá mis palabras no caigan en terreno árido, y que en tu próxima carta me digas que te unes a mí diariamente en la comunión. Para mí es inconcebible que, teniendo ansias de ser feliz, no busques a Jesús. Después de comulgar lo tenemos todo, porque tenemos a Dios, que es nuestro cielo en el destierro. Me dirás que tú no sientes nada de esa felicidad. Pero yo te pregunto cómo te has preparado. Te penetraste de la grandeza de Dios y del amor infinito que te demuestra al reducirse a hostia? Cuando comulgues reflexiona sobre lo que vas a hacer: todo un Ser eterno, que no necesita de ti para nada, puesto que es todopoderoso, un Ser inmenso que está en todo lugar, un Ser infinito y majestuoso ante el cual los ángeles con su pureza tiemblan, viene lleno de infinito amor a ti, pobre criatura, llena de pecados y miserias. Entre tantas personas que existen en el mundo eres honrada tú con la visita de ese gran Rey. Más aún: para que te acerques a recibirlo deja su esplendor y, bajo la forma de pan, del más sencillo de los alimentos, se une a su pobre criatura, para hacerse una misma cosa con ella. Y El está ardiendo en infinito amor, y ella permanece fría e indiferente, sin agradecer tan señalado favor.
Perdóname mi sermón; pero te quiero tanto y deseo que seas muy buena; y para esto hay que comulgar. Cuando un día nos veamos en el cielo, que por la misericordia de Dios obtendremos, me agradecerás que tanto te haya pedido comunión diaria, porque comprenderás que en ella reside el germen de la vida eterna.
Acerca de lo que me dices del paseo de la Alameda no he podido menos de reírme, pues ya te veo a ti, con misión de pescar, pasar en medio de los galanes con actitud virgen, con los ojos bajos, con el sombrero a media cabeza y con tu peinado de postulante y con el paso bien apresurado. ¿No es así? Siempre te repetiré que, si estás en sociedad, debes tratar de agradar primero que a nadie a tu papá y mamá, y después a todos los que te rodean. Yo rezaré mucho para que así te portes. Hazlo por Dios. Ahí tienes un tesoro para comprar el cielo. ¿No te agrada el mundo? Mejor, pues tienes ocasión de sacrificio.
¿Cómo te va en tus estudios de piano? ¿En qué años estás ya? ¿Siempre sigues tus clases con el Sr. Donoso? Cuéntame todo, que me interesa. Dime todo lo que quieras en tus cartas. Nuestra Madrecita sabe guardar secretos, y es lo mismo que si nada supiera. Yo tengo plena confianza en ella. No tengo secretos en mi alma para con mi Madrecita, pues es una santa que no se espanta de nada, y a ti te quiere muchísimo.
A la Eli dile que me perdone que no le haya contestado su cartita, pero que en cambio rezo por ella. Mucho me ha gustado lo de tu papá. Ya es un paso más. Ojalá consigamos la confesión. Saludos cariñosos para mi tía tan querida y para tu papá y chiquillos; un abrazo para la Eli y otro para mi Gordita.
Tu indigna hermana en J.M.J.T.
Teresa de Jesús, Carmelita.
Si ves a la Carmen salúdala y que el 16 no la olvidé en mis pobres oraciones. Me gusta mucho se quieran. Saludos a la Juana y Elvira.
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118. A su padre
J. M .J.T.
Convento del Espíritu Santo, 27 de julio de 1919.
Mi papacito querido: Que la gracia del Espíritu Santo sea en su alma.
Recordando lo solito que pasa en San Javier, nuestra Madrecita ha tenido la bondad de dejarme enviarle unas líneas, que han de demostrarle una vez más que su hija carmelita no lo olvida un solo día, y que siempre lo quiere y está a su lado. Si supiera, papacito querido, cuántas veces me encuentro a su lado acompañándolo, cuántas veces en el día alzo suplicante mi oración para pedir a N. Señor consuelo para mi papacito, fuerzas para no sucumbir al peso de los trabajos a que se somete por sus hijos… En la noche, sobre todo, me parece que su alma se encuentra abatida por la tristeza.
¿Se acuerda, papacito, cuando solía hacerme confidente de lo que le pasaba? Ahora, aunque no me lo exprese de palabra, N. Señor me lo comunica, poniendo en mi pensamiento su imagen querida luchando con el dolor. Entonces siento la necesidad de clamarle con todas las fuerzas de mi alma le dé resignación. Papacito, cuando sufra, cuando se encuentre solo, piense que su carmelita lo acompaña, y que ella tiene consigo a Jesús. El pensamiento de que Jesús está con Ud. viéndolo padecer lo confortará; pues El cuenta y recoge las espinas de su camino para cambiarlas y transformarlas en piedras preciosas, con que algún día lo coronará en el Cielo. ¿Qué importa sufrir en el destierro unos años para merecer una eterna felicidad?
Yo estoy cada vez más feliz y no me canso de darle gracias a Dios por haberme traído a este rinconcito de cielo, sin preocupación de ninguna especie, rodeada de maternal solicitud y cariño por nuestra Madrecita como ya no es posible imaginar, lo mismo por el cariño de mis hermanitas, que son unas santas.
Ruego mucho para que no llueva, pues comprendo que ha de ser una ruina para Ud. Cuénteme -cuando me escriba- todo con confianza. Soy su hija que más lo quiere. Confíe todo a la Sma. Virgen. Récele siempre el rosario para que Ella le guarde no sólo su alma sino también sus asuntos.
Adiós, papacito lindo. Reciba muchos besos y cariños de su hijita carmelita, que siempre está a su lado. ¡A Dios! Su indigna
Teresa de Jesús, Carmelita.
Salude a toda la gente conocida de San Javier.
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119. A su hermana Rebeca
J.M .J.T.
Querida Rebeca: Que Jesús sea siempre el Dueño de tu corazón.
Me tienes que sacar de un gran apuro. Ahí te envío esa libreta de pensamientos que me prestó la Madre Superiora, y es del P. Avertano. Fíjate que el perrito se entró en nuestra celda y me la hizo pedazos, y la tengo que entregar luego. Por favor, cómprame una igual a la chica colorada y copias los pensamientos que hay en ella. Es como carterita, y en las páginas que estén rotas y no estén concluidos los pensamientos, puedes buscarlos en la libreta negra, porque allí están todos. Cópialos en el mismo orden que están en la libretita colorada, ocupando el mismo lugar, todo exactamente igual y con tu mejor letra redonda chiquita. La necesito para el 15 de agosto. Ojalá que después me los copiaras con letra corriente en otra libreta, para tenerlos y dárselos a la Madre Superiora. Pichita linda, te lo agradeceré con todo mi corazón, pues no sabes el susto que me he llevado.
Ojalá cuando me escriban me envíen papel, sobres y sellos, ¿no? No tengo tiempo para escribirte más. ¿Cómo te portas en la casa? Saluda cariñosamente a todos, especialmente a mi papá y mamá. A Ignacito dale un apretado abrazo de felicitación.
Adiós, pichita querida. Escríbeme la libreta con una letra bien bonita, redondita, y que sea la que compren igual a la chica colorada en todo. Te contaría muchas cosas, pero no hay tiempo. Ayúdame a cantar continuamente el cántico de amor y acción de gracias a Jesús. Tu indigna
 Teresa de Jesús, N. Carmelita.
 Si me la puedes tener antes la libreta escrita, te la agradeceré más aún. Hazlo por Jesús. No copies nada más que los pensamientos de la libreta colorada. La otra es sólo para ver los que no se entienden. Perdóname la molestia, pero cuento contigo lo mismo que con mi persona.
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120. A su madre
J.M.J.T.
2 de agosto de 1919
Mi mamachita querida: Que el Espíritu Santo, sea en su alma, llenándola de la plenitud de sus gracias.
No había podido contestar su cartita. Cómo se pasan los días, los meses, sin saber, aquí en el Carmen. Ya estamos en agosto. Sólo dos meses faltan para octubre… Me parece un sueño mi vida. Dos meses más y, si Dios quiere, tomaré el hábito. ¡Qué feliz me siento sólo de pensarlo! Sin embargo, también me da temor. No tengo ninguna virtud y estoy llena de defectos, y llevar el hábito de la Sma. Virgen así, tan indignamente me espanta… Créame que muchas veces quisiera retardar esa fecha; mas tengo ansias de que todo lo del mundo desaparezca y llevar ese sayal pobrecito, que será más semejante a aquella túnica pobre de Jesús. Pienso trabajar mucho en mi perfección, para que El no se avergüence de vestirme con el ropaje de sus almas perfectas.
¡Qué dicha, mamacita es ser Carmelita! No puedo expresarle el himno de acción de gracias que se eleva incesantemente de mi corazón. Dios ha sido demasiado bueno con su pobre hija, tan indigna, tan pecadora. Sólo El ha querido apoderarse de mi ser, a pesar que tantas veces lo he olvidado. El cuida de su Teresa en cada instante, dándose a ella por entero. En este momento estoy perdida en su Ser Infinito. El me ama infinitamente, mientras yo, su nada criminal, permanezco amándolo, pues cumplo su divina voluntad. ¡Qué dulce cosa es para el alma vivir así con el Ser Divino, compenetrada, unificada por el amor con Dios! Así pasa su destierro su carmelita: amando, para que la muerte la encuentre convertida en El.
Ahora le contaré algunos detalles. Tengo el oficio de capellana. Arreglo el oratorio del noviciado y tengo que atender todo el noviciado, que, aunque es muy pequeño, no deja de tomarme tiempo, porque soy tan calmosa. Ahora nos estamos levantando diez minutos antes de las cinco A.M., porque rezamos en estos 15 días antes de la Asunción las quince casas del Rosario. Le aseguro que llena el alma de felicidad esa devoción a la S. Virgen. Dicen que concede todo lo que se pide. Así es que ya comprenderá cómo rogaré por los míos.
El martes, por ser el día de Santa Marta, fuimos las novicias a reemplazar a las hermanitas conversas en la cocina. No se imagina lo que gozamos haciendo de comer. Nos reíamos a gritos al vernos picando las cebollas y llorando. Todo en el Carmen se hace con alegría, porque en todas partes tenemos a nuestro Jesús, que es nuestro gozo infinito.
Terminaré mi carta por decirle que se deje invadir por Dios. Viva en El por la fe. Entréguese a El pasivamente. No dejará de apoderarse de su ser entero. Es todo amor; y para su infinita Bondad sólo nosotros existimos. Respiremos, por decirlo así, el ambiente divino en que vivimos. Dios está en nosotros, y en cada ser creado. Adorémosle con fe. Todo cambia cuando se mira a este Sol Divino. Que la fe, mamacita, sea el lente que le descubra a su Creador. Un alma con fe lo tiene todo, porque tiene a Dios. Los sufrimientos se transforman con ella.
Es preciso no examinar los medios exteriores. Hay que escudriñar las fuentes de donde nacen, y la fe nos la señala: es el amor de Dios que prueba, acrisola y purifica el alma. Cuando sufra, mire a Jesús. La está amando con ternura, pues le está participando de su cruz, de aquella cruz que llevó en su Corazón divinísimo desde Belén hasta el Calvario. Deposítese a sí misma con todo lo que la rodea en el Corazón de Jesús. Viva abandonada a su santa Voluntad. De ese abandono nace la unión.
A Dios. Nuestra Madrecita le envía un saludo cariñoso. La pobrecita está muy apenada con la muerte de nuestra Madre Margarita, pues era para ella una verdadera madre.
Salúdeme a mi papacito y cada uno de mis hermanos. Salude también a mi tía Juanita y a misiá Julia, a quien le dirá que la recuerdo con todos sus niños en mis pobres oraciones. Igualmente a misiá Eger Pellé, a quien, aunque no le he contestado, no la he olvidado delante de mi Señor. A la Madre Josefina, un recuerdo de oraciones igualmente.
Adiós, mi linda mamachita. Que el Amor sea nuestro centro, nuestra Vida. Su indigna h. en J.M.J.T.
Teresa de Jesús, Carmelita
A mi mamita, Rosa y a todas, un recuerdo cariñoso. Apure a la Rebeca en la libreta. De la Lucecita no me dicen nada. Ya andará y hablará todo. Tiene 4 meses. ¿Está grande? El giro ya llegó. Salude a misiá Juanita Ossa, a la Herminita, y para la Eli un reto por floja.
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121. A Inés Salas Pereira
Agosto de 1919
Mi Inés tan querida: Que Jesús sea el astro de tu nueva vida.
Por fin, tengo el gusto de conversar con mi querida hermanita, que quizás ha atribuido mi silencio a falta de cariño. Si lo has creído, peor para ti; porque, como muchas veces te lo he dicho, cuando quiero es para siempre. Sobre todo, una carmelita no olvida jamás. Desde su celdita acompaña a las almas que en el mundo quiso. Pueden echarla a ella al olvido; pero ella sólo mira esa alma que vale la sangre de su Esposo Divino.
¡Cómo quisiera trasladarme a tu lado para acompañarte en los momentos tristes en que estás! Por eso voy a hablarte mirándolo a El, para que El irradie todo lo que debo decirte para consolarte y alentarte a emprender tu nueva vida.
Vengo del coro donde he pasado una hora dentro de su Corazón. Una hora perdida en la Fuente del Amor. ¡Qué vida tan deliciosa es la que vivo! Quisiera, amiguita mía, hacerte participar de mi felicidad. Ya no vivo sino para Dios sólo. Todas las pequeñeces de la vida del mundo han desaparecido. Ahora sólo veo lo grande, lo eterno, lo infinito. Allá todo era para mi alma desasosiego, turbación, vacío; aquí todo es paz, tranquilidad, satisfacción completa con mi Dios.
Cuán bien experimento que El es el único Bien que nos puede satisfacer, el único ideal que nos puede enamorar enteramente. Lo encuentro todo en El. Me gozo hasta lo íntimo de verlo tan hermoso, de sentirme siempre unida a El, ya que Dios es inmenso y está en todas partes. Nadie puede separarme. Su esencia divina es mi vida. Dios en cada momento me sostiene, me alimenta. Todo cuanto veo me habla de su poderío infinito y de su amor. Uniéndome a su Ser Divino me santifico, me perfecciono, me divinizo. Por fin, te diré que es inmutable, que no cambia y que su amor para mí es infinito… amor eterno, incomprensible, que lo hizo humanarse, que lo hizo convertirse en pan por estarse junto a mí, por sufrir y consolarme.
Si tú te das a la oración, conseguirás que Dios se te manifieste y te enamore de El. En la oración nuestra alma lo busca. Y si es con ansias de conocerlo y de amarlo, Jesús levanta un tanto el velo que lo encubre y muestra su divina Faz radiante de hermosura y suavidad. Otras veces abre la herida de su Corazón, y nos señala los tesoros de sus infinitas bondades y de su amor. Y otras veces deja oír su dulce voz que deja al alma deshecha en amor y arrepentimiento.
Tu corazón desea amar y con locura. ¿No crees tú que un hombre es demasiado pequeño y miserable para ser digno de un tal amor, ya que cuanto más amamos, necesitamos y ansiamos más el sacrificio, y sacrificarse por demostrar a un hombre, a una criatura, nuestro amor, es perder el mérito, la nobleza del sacrificio ?
Amemos al Amor eterno, al Amor infinito, inmutable. Amemos locamente a Dios, ya que El en su eternidad nos amó. Sin necesidad de nosotros nos creó. Toda la obra de su poder fue dirigida para el hombre. Todo lo puso a disposición de nosotros. Continuamente nos sostiene y alimenta. Y para no separarse de nosotros en la eternidad, nos dio su Unigénito Hijo. Dios se hizo criatura. Padeció y murió por nosotros. Dios se hizo alimento de sus criaturas. ¿Has profundizado alguna vez esta locura infinita de amor? Créeme que siento mi alma deshecha de gratitud y amor. Mi vida la paso contemplando esa Bondad incomprensible, y me duele el alma al ver que el Amor no es conocido. Me abismo en su grandeza, en su sabiduría. Pero cuando pienso en su Bondad, mi corazón no puede decir nada. Lo adoro…
Vas a salir a un nuevo campo de batalla. Adiéstrate para luchar. Que tu divisa sea esta: «Dios siempre en vista y ‘yo’ siempre en sacrificio». Tus armas, la comunión y la oración. Tu alimento, la voluntad de Dios. Tu Capitán, Jesús. Tu bandera, la humildad. Es preciso que te sacrifiques en todo momento. La vida de familia, para que sea vida de unión, ha de ser un sacrificio continuado. Considérate la última de todos, y aún trata de servir a las sirvientes. Ayúdalas cuando estén enfermas, y cuando estén en cama, dales por tu propia mano los remedios. Cuando las veas de mal humor, consuélalas con N. Señor. Léeles algún libro de algún santo y otro libro entretenido para no cansarlas. Así las atraerás y llevarás a Dios. Con tus hermanos chicos sé muy cariñosa. No los retes sin causa justa. Juega con ellos y enséñales el rezo, a leer, escribir, etc., y hazte respetar, dándoles buen ejemplo. Que no te vean desobedeciendo ni de mal humor jamás. En cuanto a lo que debes ser con tu papá y mamá, sólo te digo que seas un ángel de consuelo: ser, ante todo, muy cariñosa; ayudarlos en lo que puedas, y obedecerles ciegamente en todo, pues no te mandarán hacer una acción menos buena.
Vence siempre el respeto humano en sociedad. Ten una opinión fija, y no cedas cuando los demás no juzgan rectamente. En la Iglesia da muy buen ejemplo, estando muy recogida. Esto cuesta cuando se asiste a matrimonios, que, por lo general, todas no hacen sino hablar y mirar. Comulga todos los días que puedas, aún cuando no sientas devoción. Todos los días, apenas te levantes, reza tus oraciones y haces un cuarto de hora de meditación.
Penétrate bien con Quién hablas y quién es la que habla. Ten presencia de Dios. Ofrécelo todo a El y has muchos actos de amor. Todos los días haz tu examen de conciencia a los pies de la Sma. Virgen. Pregúntale con sencillez cómo te has portado en el día. Pide perdón, y después cuéntale tanto las penas como las alegrías y oye sus consejos.
Ojalá puedas alguna vez venirme a ver, para que conozcas este palomarcito que tiene su puerta sólo abierta para el cielo. Reza por mí, porque soy como siempre y más mala. Tu indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
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122. Al P. Julián Cea, C.M.F.
J.M .J.T.
Pax Christi
Convento del Espíritu Santo, 14 de agosto
Rdo. P. Julián Cea, Talca
Rdo. Padre: Que la gracia del Espíritu Santo sea en su alma.
A pesar de mis deseos de escribirle desde este rinconcito de cielo, no había podido hacerlo por falta de tiempo, pues aquí se pasa éste volando.
Hacen ya tres meses, Rdo. Padre, que todo lo dejé por seguir la voz de Dios. En seguirla encontré el sacrificio más grande de la vida. Sin embargo, encontré la felicidad más completa, la única verdadera aquí en la tierra. Ahora que me encuentro sola con el Dios‑Amor. Me parece nada todo cuanto hice por conquistar esta soledad tan querida, donde el alma sólo posee a Dios. Mi vocación me es tanto más querida cuanto más la compenetro. La verdadera carmelita, según entiendo, no vive. Dios es el que vive en ella. Eso es lo que trato de realizar: contemplar incesantemente al Ser Divino, perdiendo mi nada criminal en su océano de caridad. Esto es lo que quiere de mí el Divino Jesús: renuncia y muerte de mi ser para que El viva en mí.
Qué feliz me siento cuando al fin del día puedo decirle que me he negado en todo. Pero desgraciadamente esto no es diariamente, pues con frecuencia veo que no estoy del todo desasida de las criaturas, pues deseo conversar con mis hermanitas; lo que no debe existir en una carmelita, cuyo trato debe ser sólo con Dios. ¿No encuentra vuestra Reverencia lo mismo? (C 122)
A pesar de mis miserias, Dios me toma cada vez más para Sí. No se imagina vuestra Reverencia cómo se descubre cada vez más a mi alma. Las locuciones interiores siempre las siento. También se me han representado imágenes interiores de N. Señor en ciertas épocas. Una vez, se me representó N. Señor agonizante, pero en forma tal que jamás lo había visto. Me tuvo ocho días sumida en una verdadera agonía, y lo veía a toda hora. Después cambió de forma, y el día del Sdo. Corazón se me presentó Jesús con una belleza tal, que me tenía completamente fuera de mí misma. Ese día me hizo muchas gracias. Entre otras, me dijo que me introducía en su Sdo. Corazón para que viviera unida a El; que uniera mis alabanzas a la Sma. Trinidad a las suyas; que todo lo imperfecto El lo purificaría.
28 de Agosto. Tantos días sin poder seguir mi carta. Vuestra Reverencia me perdonará, pues bien sabe que no disponemos ni aún del tiempo. Es lo más rico. Pero seguiré dándole cuenta de mi oración, pues siempre existen en mí las dudas: que es todo ilusión lo que me sucede… Aunque últimamente no puedo dudar sea Dios el que se une a mí, pues lo siento apoderarse de mi ser.
Mi oración, por lo general, es una especie de mirada a Dios sin raciocinar. A veces siento mi alma como que quisiera salir de mí, para confundirse en el Ser divino. Otras veces es Dios el que entra en mi ser. Entonces mi alma está sosegada. Siento interiormente un fuego consumidor, que me consume enteramente.
31 de Agosto. Sólo a ratos le puedo escribir. No sé como decirle lo que quiero expresar de todo lo que me ha pasado esta semana. En estos momentos sufro horriblemente. Sólo Jesús, que es el que me martiriza, lo comprende. Créame, Rdo. Padre, que lo que ha pasado por mí no lo puedo expresar. Cuando estoy en la oración no dudo sea Dios el que se une a esta miserable pecadora; pero saliendo de la oración, creo es el demonio o ilusiones que me forjo. Haré lo posible por decirle lo que siento.
Hacen 6 [días], estando en la acción de gracias después de la comunión, sentí un amor tan grande por N. Señor que me parecía que mi corazón no podía resistir; y al mismo tiempo -créame, Padre, que no sé decirle lo que me pasó, pues quedé como atontada- he pasado todos estos días como si no estuviera en mí. Hago las cosas, pero sin darme cuenta. Después, en la oración, se me presentó Dios, e inmediatamente mi alma parecía salir de mí; pero con una violencia tal, que casi me caí al suelo. No pierdo los sentidos, pues oigo lo que pasa al lado, pero no me distraigo de El. Sobre todo cuando el espíritu sube más, entonces no me doy cuenta (esto es por espacio de minutos, creo) pero paso la hora casi entera en este levantamiento de espíritu; pero eso sí que con interrupciones, aunque en estas interrupciones no vuelvo bien en mí. Después mi cuerpo queda todo adolorido y sin fuerzas. Casi no puedo tenerme en pie. Y el otro día me pasó que no tuve fuerzas ni aún para llevarme el tenedor a la boca. Tenía tan pesado y adolorido el brazo que no podía. Creo que pasaron dos [días] sin poder hacer nada. En estos propósitos estaba, cuando de repente se me vino a la mente el anonadamiento de Dios bajo la forma de pan, y me dio tanto amor que no pude resistir; y mi alma, con una fuerza horrible, tendía a Dios. Después sentí esa suavidad, la que me inundó de paz y me convenció que era Dios.
Sin embargo, hoy estoy con todas las dudas y he llorado, porque no quiero llamar la atención de mis hermanas. Por otro lado, el amor de Dios que siento es tan grande que estoy sin fuerzas, y creo que, si me viniera un levantamiento de espíritu, no podría resistir.
También pienso que, cómo yo, siendo una pecadora y que sólo tan poco tiempo me doy a la oración, Dios se va a unir a mí. Sin embargo, El me dijo que yo sufriría la purificación por medio del amor, pues quería hacerme muy suya. Otras veces, se me ocurre que las hermanas me van a creer que yo soy una hipócrita, que quiero hacerme pasar por extraordinaria, y que me van a echar. Esto no me atormenta tanto, porque gozaría que todas me despreciasen.
He visto que esta oración me hace buscar más soledad. No tengo ningún apego. Tengo más humildad, amor al sufrimiento, a la mortificación. Sobre todo siento que yo no soy la que vivo, sino Jesús.
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123. A su madre
Mi mamachita: Que Jesús sea su luz y vida.
Unas cuantas líneas, porque tengo quehacer, y es para pedirle me envíe lo más luego posible, antes del 26 del presente, una media docena de cucharitas de te -de níquel creo que son- para hacerle este regalo a una de nuestras hermanitas, que celebrará sus bodas de plata. Todas nos aprontamos para celebrarla, porque la queremos muchísimo. Ella es la enfermera. No se imagina la caridad que tiene. Es incansable.
 También cómpreme una estatuita de esas Sagradas Familias de una o dos pulgadas, porque la que tiene ella, con el uso está completamente gastada, pues la maneja en el bolsillo. Son de esas de bulto. Creo son de níquel, no muy grande. Mucho le voy a agradecer, mamachita, este regalo, y Dios se lo pagará a nuestro nombre.
La Rebeca me pregunta que cuándo va a ser la visita. Dígale que no la admito hasta mi toma de hábito.
La Anita Rucker estuvo aquí con la Cristina, que vino a ver a nuestra Madrecita. Hablamos mucho. Pobrecita. Ojalá consiga su permiso.
¿Qué es de mi papacito? Le escribí y no me ha contestado. Estoy con cuidado. Salúdelo cuando le escriba. Adiós, mamachita. Permanezcamos constantemente en el corazón de Jesús. Que no le perdamos de vista jamás. Mirémosle siempre y amémoslo.
Saludos para mis hermanos. Ruego desde las 5 A.M. hasta las 11 P.M. por cada uno. Y por mi mamachita, en la noche también.
Su indigna,
Teresa de Jesús, Carmelita
P.D. Selude a mi mamita y demás. Mamacita: recibí su cartita donde me pregunta de las frazadas. Deben tener un metro ochenta de ancho y 2 mts. 50 de largo. Nuestra Madrecita dice que pueden venir el 30 y que escribiré a mi tía Rosa.
Dios le pague lo que nos mandó. A Dios. Perdámonos en El negándonos en todo, para que El obre divinamente en nosotras. Mándeme luego esas cosas, por caridad. Vea que las cucharas sean de buena clase.
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124. A Herminia Valdés Ossa
 Convento del Espíritu Santo, 17 de agosto
Mi Gordita tan querida: Que el Espíritu Santo sea en tu alma.
No había tenido tiempo de contestarte tu carta, que junto con todo lo que tuviste la caridad de enviarnos, te la agradecí muchísimo; lo mismo N. Madrecita y hermanitas, que ruegan a N. Señor pague a nuestro nombre tu caridad. ¡Cuánto gocé con tu cartita! En ella vi la confianza y fidelidad que guardas a tu pobre amiga, que sabe corresponder con sus oraciones a tu cariño.
Me gusta mucho que no pierdas tu tiempo en las frivolidades en que vive la gente mundana; y más me gusta que principies tu día por oír la S. Misa. Pero no me dices nada de tu comunión. ¿Qué significa ese silencio acerca de un acto tan grande con el cual me darías tanto gusto? Gordita, te conozco demasiado y sé tu intención al escribirme de ese modo ambiguo. ¿Por qué no te acercas a comulgar diariamente? Tú misma has visto que cuando comulgas eres mejor. Si no sientes fervor, cada comunión te lo irá aumentando. Pídeselo a N. Señor, que no te lo negará.
¡Cómo me apena pensar que hay tan pocas almas que saben apreciar lo que es comulgar, y más aún lo siento por mi Gordita, a quien tanto quiero! Créeme que, cuando comulgo, me siento tan feliz que me parece no estoy en la tierra sino en el cielo. Nos amamos con Jesús. El, infinitamente; yo, con todas las fuerzas de mi alma. Y no le puedo decir más, sino que lo amo, estrechando su Corazón de Dios contra el mío miserable. Después de alimentarse con esa carne divina, ¿qué desfallecimiento puede sentir nuestra alma en el camino del deber?
¡Ay, Gordita! Acércate a tu Dios Prisionero y dale en tu alma un asilo que lo guarde de sus enemigos. ¿Qué más quieres pueda hacer El por ti? Para todas las personas que te quieren tienes reservado tu cariño, y para Jesús ¿no tendrás sino ingratitud? En este instante en que me encuentro sola con El, lo miro y, al ver su mirada tan triste y tan llena de inefable amor, lloro porque en el mundo hay muy pocas almas que lo quieren. Y Jesús ama tanto y no sabe más que hacer el bien. Todo lo que poseemos El nos lo ha dado: el aire, alimentos, etc., la vida, hasta darse El, siendo Dios como alimento de esas criaturas que sólo saben ofenderlo. Mi Herminita querida, en estas líneas traspaso a tu alma algo muy precioso de la mía: el amor a Jesús. El es mi Esposo y tú mi amiga, mi hermanita querida. ¿No lo amas? Mucho me gustaría hicieras antes de principiar a estudiar, a pasear, a leer, a coser, etc., un acto de amor a Jesús, diciéndole que lo vas a hacer por su amor. ¿Quieres?
Para otra vez te mandaré decir lo que puedes hacer para nuestra capilla. Se lo preguntaré a N. Madrecita. Adiós, mi pichita regalona. Perdóname mis sermones; pero yo sé que, a pesar de todo, te gustan, ¿no? Saluda a tu papá, mamá y hermanos. Por cada uno rezo. ¿Qué es de Jaime? A la Eli no le quiero decir nada. Estoy furia, pues ni recados me manda. Adiós. Seamos siempre amigas para ser buenas. Que Dios te pague tu caridad para con tus carmelitas, quienes ruegan mucho por ti, a excepción de tu indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
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125. A Elisa Valdés Ossa
17 de agosto
Señorita Eli:
Querida Elisita: Que Jesús sea siempre contigo.
Me perdonarás no haya contestado tus cartas, pero por la Gordita sabrás que el tiempo en el Carmen vuela… Lo único que te diré es que soy cada día más feliz; pero con una felicidad divina, no humana. No te imaginas la alegría que reina entre nosotras. Todo es caridad y sencillez entre nuestras hermanas.
Muchas veces, cuando estoy sola con Aquél que sólo vive, te recuerdo. Nuestra celda es bien pobrecita, pero en ella paso con N. Señor en íntima conversación de corazón a corazón. Ayer tuve la dicha de pasar en retiro: todo el día casi, en el coro. Verdaderamente gozo demasiado. Fíjate que el día de la Asunción, como era día de fiesta tuve 6 horas de oración fuera del oficio divino (pero eso es sólo para ti). Ya comprenderás que hay tiempo para rogar por todos.
Adiós. Tengo que ir a cantar las tablillas para la oración. Escríbeme, y para otra vez te escribiré largo. Tu indigna,
Teresa de Jesús, Carmelita
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126. A su padre
Pax Christi Agosto de 1919
Querido papacito: Que la gracia del Espíritu Santo sea siempre en su alma.
Nuestra Madrecita me permite enviarle estas líneas para decirle que su hija sufre con Ud. por la muerte tan desconsoladora del tío Andrés. Le aseguro que me ha producido una impresión horrible. ¡Qué de sorpresa llega la muerte, cuando no se piensa que hay una eternidad tras ella! Sin embargo, papacito, no desconfiemos de la misericordia de Dios que es infinita. Un solo gemido de su corazón basta para que sus pecados le hayan sido perdonados, aunque a nuestra vista y juicio aparezca lo contrario. Confiemos en Dios, pero también no hay que abusar de su infinito amor. Por eso, lo mejor es vivir en paz con N. Señor, de modo que, si la muerte viene de repente, no nos sorprenda y aterrorice.
¡Qué diferencia existe tan inmensa en el modo de considerar la muerte de un cristiano y el que no lo es! Este sólo encuentra vacío, la nada, el frío de la tumba. El cristiano encuentra el término de su destierro, de sus sufrimientos; el principio de sus goces eternos. Encuentra, en una palabra, a su Dios, que es su Padre, que ha velado sobre él en cada paso que ha dado en la senda del bien y del dolor. Allí está su padre con los brazos extendidos para recibirlo y darle su corona. Qué paz no da esto en un trance tan horrible como es el de la destrucción de nuestro ser.
No me canso de darle gracias a Dios por haberme dado un padre tan cristiano como el que tengo. Esos sentimientos de fe, papacito, que me demuestra en su carta, son el orgullo de su hija carmelita, la que no cesa de rogar porque cada vez sea más cristiano, más de Dios.
Quisiera seguir conversando, pero se me concluyó el tiempo. Adiós, mi papachito lindo. Saludos para mi mamacita y hermanos. Y Ud. reciba el inmenso cariño de su carmelita, que lo acompaña a toda hora. Su indigna
 Teresa de Jesús, Carmelita
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127. A Elisa Valdés Ossa
J M.J.T.
Pax Christi
28 de agosto 1919
Señorita Elisa Valdés Ossa
Mi Eli tan querida: Que la gracia del Espíritu Santo sea en tu alma.
Perdóname no haya contestado a tu cartita inmediatamente; pero todos estos días he tenido mucho quehacer, y ayer estuvimos de fiesta por las bodas de plata de la hermanita María de S. José. No te imaginas lo que la celebramos. Tanto que la pobrecita, en su humildad -pues es una santa-, llegaba a llorar: versos divertidos, cantos en guitarra, etc. Nos divertimos muchísimo. Todo es sencillez y alegría en el Carmen, y cada una se esmera en poner de su parte cuanto pueda para alegrar a sus hermanas. Verdaderamente es un encanto vivir en medio de santas hermanas, pues todas no forman sino un solo corazón.
A veces, créeme, [me parece] que estoy soñando estar en el Carmen. Todavía no puedo convencerme poseer una felicidad tan incomparable. Las que no tienen vocación no la comprenden, pues encuentran que no hay dicha en el sacrificio, cuando en el sacrificio que se hace por Dios está el más puro goce. Pero esto es cuando la voluntad de Dios lo pide; pues, como tú muchas veces me lo has asegurado, te encuentras feliz en medio de los tuyos, haciendo el bien que puedes. Y te creo, pues es eso lo que exige Dios de ti.
Mucho gozaría, mi Eli, tenerlas por aquí un día. Consigan con tu mamá un viajecito a mi palomarcito, tan pobrecito exteriormente, pero que encierra interiormente el cielo. ¿Te acuerdas de las misiones en Cunaco? Nunca olvidaré esos días cerca de Uds. Tan bien que lo pasamos.
No te puedo escribir más porque van a tocar a vísperas. Te doy las gracias por el cajoncito que nos enviaste. Nuestra Madrecita y Hermanitas rezan por ti. Dile a Jaime que un millón de gracias por la S. Familia. Y dijo la Hermanita que rezaría por él para que fuera sacerdote (ya lo veo haciendo gestos). A tu mamá y papá, un saludo muy cariñoso. Lo mismo a Pablo y Jaime. A la Gordita, un pellizco; y a mi Eli, el inmenso cariño de su indigna hermana
Teresa de Jesús, Carmelita
Todos los días rezo por ti. Dios te pague tu caridad. La plata siempre llega. Que Dios te lo pague, pichita.
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128. A Ofelia Miranda y Rosa Mejía S.
J.M.J.T.
Pax Christi
[30 de agosto], Santa Rosa, 1919
Querida mamita y Rosa: Que el Espíritu Santo sea con Uds.
Esta mañana tempranito les di el abrazo de felicitación y en la misa y comunión las tuve presentes. Siempre rezo mucho por Uds., pues no podría pagarles de otra manera sus servicios. Sobre todo, que el cariño que les tengo me las hace recordar cuando estoy con N. Señor.
Yo soy cada día más feliz; pues como soy de N. Señor, El me da la dicha verdadera. Muchas veces, cuando barro o tengo que arreglar nuestra pobre celda, recuerdo que quizás en mi vida no habría tenido necesidad de hacerlo. Sin embargo, por Jesús, he preferido ser pobre y trabajar. Ya que El por mi amor se hizo pobre, yo por amor a El quiero serlo. Entonces me siento feliz, aún cuando esté cansada. Quisiera que Uds. también pensaran esto, pues así no sufrirían y siempre serían felices, como Yo lo soy. El amor a Jesús da fuerzas y alegría y nos sirve para acopiar méritos para el cielo.
También me gustaría mucho saber que todos los días comulgan. La comunión es un cielo en la tierra para el alma que se penetra bien del acto que hace. Piensen bien que es Jesús el que viene, y ese Jesús es Dios, el Creador de todo lo que vemos, el Todopoderoso. Piensen que no tiene ninguna necesidad de Uds., pues es dueño de todo, y sin embargo, a pesar de ser el Santo, se une a Uds. que tanto lo han ofendido. El viene lleno de infinito amor, para unirse con Uds. enteramente y, haciéndolas muy buenas, llevárselas un día al cielo. ¡Qué bueno es Jesús, que tanto nos ama! Amémoslo y mostrémosle nuestro amor recibiéndolo todos los días. Saquémoslo de su fría prisión y abriguémoslo en nuestro corazón, tan pobre, pero lleno de amor.
Adiós. Nuestra Madrecita les envía a nuestro nombre esos santitos. Guárdenlos como recuerdo de su indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
Saludos para María Cáceres, a la Susana, Cruz, Mercedes e Isabel. A todas un abrazo muy apretado con mis pobres oraciones.
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129. A su madre
J M.J.T.
10 de septiembre, 1919
Que el Espíritu Santo sea en su alma, mi mamachita querida: Nuestra Madrecita me encarga escribirle por estar con cuidado por la Rebeca, pues nada sabemos, si se le quitó la fiebre o sigue enferma.
Tengo una noticia muy consoladora que darle: que el día de la Natividad, nuestra Madrecita me presentó al capítulo para decidir sobre mi toma de hábito, y obtuve los votos de mis hermanitas. No se imagina la sorpresa y emoción que experimenté pues no tenía idea de ello, cuando me manda llamar a la sala de capítulo, porque la votación se había hecho. Entré temblando. Toda la comunidad estaba reunida, y nuestra Madrecita con la capa blanca de coro presidiendo. Créame que creía iba a ser rechazada; cuando oigo que me dice que he sido aceptada, no supe lo que me pasó. E inmediatamente nuestra Madrecita me abrazó, abrazo que duró mucho rato, porque no la soltaba, pues no sabía cómo agradecerle. Enseguida las abracé a todas -casi las desarmé-, tanto que después me embromaban. Verdaderamente sólo Dios puede pagarles que me admitan, pues además de ser tan mala, no sirvo para nada.
Ahora estoy ya de veras trabajando en la huerta. Me encanta, pues paso sola en ella. El 15 -creo- entramos a ejercicios por 10 días. Los va a dar el Rdo. P. Avertano.
Adiós. No tengo más tiempo. Ame mucho a Jesús. Tenga confianza en El. Es un Dios‑Hombre.
Saludos a mi papacito y hermanos. Le abraza su indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
Mándeme Jesús Intimo (Sauve). Léalo Ud., que le encantará, y Lucho y Rebeca, ¿no? ¿Y la libreta negra? Esa carta es para mi mamita y para la Rosa, a quienes les escribí en su día y no les envié la carta.
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130. A Graciela Montes Larraín
Convento del Espíritu Santo,
septiembre 14 de 1919
Que el Espíritu Santo sea en tu alma, mi hermanita tan querida:
… Te participaré que la votación para mi toma de hábito se efectuó el día de la Natividad, y por la misericordia de Dios fui aceptada por mis hermanitas. No te diré mi sorpresa y susto cuando me manda llamar nuestra Madrecita a la sala de capítulo para decirme el resultado. Estaban todas mis hermanitas, y nuestra Madrecita en el medio con su capa de coro. Se me figuró que iba a ser sentenciada. Cuando oigo lo contrario, no supe lo que [me] pasó. Después de abrazar a todas, se acabó la ceremonia, y todas principiaron a embromar, con lo que se me pasó el acholo. Créeme que me encanta esa confianza, cariño y expansión.
Consigue que te traigan para mi toma de hábito, pues me encantaría verte. Sobre todo, para que presenciaras la felicidad de ser carmelita, la cual para mí toma mayores proporciones. Si antes consideraba mi vocación por encima de todas, hoy día la aprecio el doble más; pues he visto y me he cerciorado que el ideal de santidad de una carmelita es mayor que el de otra cualquiera religiosa.
Vivimos sólo para Jesús. Y así como los ángeles en el cielo cantan incesantemente sus alabanzas, la carmelita los secunda aquí en la tierra, ya sea cerca del sagrario donde está prisionero el Dios‑Amor, ya en lo íntimo del cielo de su alma, donde la fe le dice que Dios mora. La vocación nuestra tiene por objeto el amor, que es lo más grande que posee el corazón del hombre. Ese amor reside dentro de su alma desde el día en que puso Jesús en ella el germen de la vocación. Es una hoguera donde el alma se consume y se funde con su Dios. Esa hoguera no deja nada a su paso. Todo lo hace desaparecer, aun las criaturas, para irse a unir al fuego infinito del amor que es Dios. Por eso busca la soledad para que nada le impida la unión con Aquel por quien todo lo deja. Un alma cuando ama verdaderamente -aun se ve esto en los cariños humanos- no quiere estar sino con la persona amada, mirarla siempre, expresar aquello que pasa en los corazones y estrecharse más y más. Por eso es que nosotras, amando a Jesús con toda nuestra alma, sólo deseamos contemplarlo y hablarle a solas para cambiar sus ideas y sentimientos divinos por los nuestros miserables.
¡Qué cosa más rica es para el alma que ama pasar la vida junto al Sagrario. El, prisionero por su amor, y ella también. Nada los separa. Ninguna preocupación. Sólo deben amarse y perderse la criatura en su Bien infinito. El le abre su Corazón, y allí la hace vivir olvidada de todo lo del mundo, porque le revela sus encantos infinitos, a la vista de los cuales todo lo demás es vanidad. El la estrecha y la une a sí. Y el alma, perdida y enloquecida ante la ternura de todo un Dios, desprecia las criaturas, y sólo quiere vivir sola con el Amor. Ay hermanita querida, dichosas nosotras que hemos sido elegidas para ser las esposas predilectas de Jesús, sin las cuales El no puede pasar, pues encuentra en ellas un amor verdadero, ya que la carmelita le hace la más completa donación de todo. Ella le consagra su inteligencia despreciando las ciencias humanas; su memoria, olvidando todo lo del mundo; su familia, etc. Su voluntad la depone completamente, pues ella no tiene autoridad sobre nadie y hasta para tomar un alfiler tiene que pedir licencia. Su corazón se lo consagra enteramente, desposeyéndose de todo por la pobreza más completa y negándose la más mínima comodidad. Por fin, su cuerpo se lo ofrece en sacrificio, sometiéndose a las más rudas penitencias. ¿Qué queda de ella? La nada, y aún su nada la sepulta en silencio dentro del Corazón adorable de su Dios. Allí, como la Magdalena, oye de Jesús que ha escogido la mejor parte, la de amar lo único necesario. Nadie la saca de allí. Ella comprende que al contacto de Jesús se diviniza; por eso se sumerge en El para transformarse en El, y, a medida que se engolfa en Jesús, va descubriendo en El tesoros infinitos de amor y de bondad; va reconociendo poco a poco al Verbo humanado. Entonces es cuando comprende más que nunca la obra redentora del Salvador, el valor de esa Sangre divina, y, consumida por el amor, siente sed. Sí, sed de la sangre de su Dios, derramada por las almas pecadoras. Ir en pos de ellas para salvarlas no puede. Está ciega si se aparta del foco de la Luz que es el Verbo. Entonces, como ya no forma con Jesús sino una sola persona y una sola voluntad, dice que tiene sed de su sangre y El no puede menos que sentir lo mismo y, echando a raudales su Sangre sobre las almas, las salva.
Un alma unida e identificada con Jesús lo puede todo. Y me parece que sólo por la oración se puede alcanzar esto. Aunque otros digan que por el apostolado y la oración se salvan las almas, yo creo que es mucho más difícil, pues esto necesita una gran unión con el Redentor; pues salvar almas no es otra cosa que darles a Jesús, y el que no lo posee, no puede dar nada. Por lo general las almas en la vida activa llegan más difícilmente a unirse enteramente [a Dios], ya que las cosas exteriores y el trato constante con el mundo la hacen distraerse y apartarse de Jesús. Además me parece puede mezclarse el amor propio cuando se palpan los triunfos, peligro que la Carmelita no tiene, ya que ignora el número de almas que salva por la oración y sacrificio. Y quizás desde su celda conquista, al par que los misioneros, millones de infieles que se encuentran en los confines del mundo.
¡Qué hermosa es nuestra vocación, querida hermanita! Somos redentoras de almas en unión con nuestro Salvador. Somos las hostias donde Jesús mora. En ellas vive, ora y sufre por el mundo pecador. ¿No fue ésta la vida de la más perfecta de las criaturas, la Sma. Virgen? Ella llevó al Verbo en el silencio. Ella siempre oró y sufrió. ¿No fue esta vida de oración y sacrificio la que poseyó Jesús por espacio de 30 años? Sólo tres años los empleó en predicación. ¿No es ésta la vida de Jesús en el Sagrario? Ah, hermanita querida, es sin duda que hemos escogido la mejor parte, ya que la carmelita sólo trata con Dios. Pídele a El te traiga muy pronto. Ven luego a perderte entre sus brazos divinos. Ven luego para que Jesús encuentre una hostia más que presentar a su Eterno Padre por las almas. Que nada te haga vacilar. Míralo a El. Te espera lleno de amor infinito y te va a hacer su esposa. Quiere efectuar contigo la unión más íntima. El te va a hacer divina, compenetrándose contigo. Vas a vivir en la dulzura infinita en Jesús, en la pureza, en la santidad, en la bondad, en el amor de un Dios.
¡Oh, si supieras las ternuras que encierra su adorable Corazón! Es Dios, y se acerca a sus nadas criminales, a esas criaturas que un tiempo atrás sólo sabían ofenderlo, y que todavía sólo le corresponden ingratamente. ¿Cómo no amarlo hasta el delirio, cómo no despreciarlo todo ante el espectáculo de sus encantos y bellezas infinitas? El reúne todas las bellezas de las criaturas, tanto las físicas como las intelectuales y las bellezas del corazón elevadas a un grado infinito. ¿Qué se puede buscar que no esté en Jesús?
Por Dios, cuánto me he extendido; pero perdóname, hermanita. Cuando hablo de mi vocación de carmelita y de Jesús, no puedo detenerme. Sin embargo, hay frases y expresiones del alma que no se pueden escribir. Perdóname, pero creo te gustará, pues yo creo que a ti te pasará lo mismo. Escríbeme largo y con confianza. Acuérdate que somos hermanas.
Hoy -14 de septiembre- principian los ayunos de la Orden y fue la renovación de los votos. Como postulante, no pude estar en el coro; pero nuestra Madrecita me permitió estar en la puerta oyendo, y después la Madre Sub‑Priora me entró y me puso detrás de la cortina; así es que pude oír la renovación y cantar después el Te‑Deum. Te estoy escribiendo a la 1 P.M. hora en que hay que hacer siesta; pero, como me levanté un poco más tarde, me dieron licencia para conversar con mi hermanita.
¡Qué pena me dio esta mañana no poder renovar los votos! Sin embargo, pensaba que ya soy sólo de Jesús y que El sólo me basta. ¡Qué feliz se siente el alma cuando se ve libre de todo lo del mundo y de las criaturas! Esta felicidad se compra al precio de la sangre del corazón; pues no te niego que el romper los lazos de la familia cuesta mucho. Sin embargo, créeme que, si posible fuera volver atrás y tuviera de nuevo que hacer el sacrificio, creo que, aunque tuviera que pasar por el fuego, lo haría, pues nada son los sacrificios efectuados con la dicha de ser carmelita. Por eso quiero prevenirte para la lucha que tienes que sostener en contra de lo que te pide la naturaleza y el corazón. Créeme que, para llegar a este cielito, hay que dejar a un lado lo que se siente y seguir el impulso de la fe. Reflexiona así: yo tengo vocación para carmelita; en serlo está mi felicidad, pues sólo en Dios se encuentra la satisfacción de mi alma; así pues, quiero ser carmelita, quiero ser sola para Ti, Jesús, cueste lo que costare . Así el alma, fortalecida, no sucumbirá cuando la vida de familia, las comodidades del mundo se le presenten; cuando todas las personas insistan en que te vas a enterrar viva y tan chiquilla; cuando te digan que esperes un poco más; que examines si tienes verdadera vocación, conociendo el mundo, etc.; cuando, en fin, el demonio te pinta las horribles austeridades del Carmen y la falta de salud, todo le dice a uno no te vayas; pero, si existe en esa alma amor, nada la detendrá. Jesús la espera, quiere poseerla por completo, quiere encontrar en ella su descanso y su consuelo, haciéndola hostia. Créeme, hermanita, que ahora me río de ver todo lo que el demonio me presentó antes de venirme. Hasta hacerme dudar que tenía vocación de carmelita, cuando toda mi vida no deseé otra cosa. Pero, gracias a Jesús que me dio luz para reconocer las tentaciones, estoy aquí.
Todo esto te lo digo, Chelita, para prevenirte; pues el demonio no descansa. Por ahora procura conocer a Jesús. Anda siempre en su presencia. Míralo constantemente, pues nuestra Sta. Madre dice que es imposible que, en esa mirada, el alma toda no se inflame en amor. Es preciso que te enamores bien. Pídele después de comulgar ese amor. Amándolo, sabrás vencerte y sacrificarte. Amándolo, te conservarás pura. Ten siempre como modelo a la Sma. Virgen y pídele te asemeje, pues Ella siempre permaneció en silencio unida a su Dios, y se consumió en el amor y en el sacrificio por sus hijos pecadores. Su vida se resume en dos palabras, que son las de una carmelita: sufrió y amó. Pero no te atemorice la cruz con que se debe la carmelita abrazar. Jesús está en ella. El mide las fuerzas de sus esposas y, como tanto nos ama, El la aligera de manera que todo el peso lo carga sobre sus hombros.
A Dios hermanita. Vivamos en El, para que, identificadas, podamos ser hostias de alabanza a la Sma. Trinidad. Te abraza tu indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
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131. A Herminia Valdés Ossa
J.M.J.T.
Pax Christi
[Septiembre, 1919]
Querida Gordita: Que el Espíritu del Amor sea contigo.
Perdona no te haya contestado antes, para agradecerte tus regalitos. Nª Madrecita y Hermanitas se encuentran muy agradecidas por tus continuas limosnas. Dios no dejará de pagártelas a nombre de sus pobres carmelitas.
He dado gracias a Dios desde el fondo de mi corazón, porque se acrecienta en ti la piedad, tan necesaria para el alma de la mujer. ¿No sientes más fervor cuando comulgas? ¿No sientes más paz y menos vacío en tu corazón? Sin duda que sí; pues si buscas a Jesús, El no se esconderá, antes al contrario, te llama y abre sus brazos divinos. Tanto tiempo sin que le hayas correspondido…
El 11 de este mes pensé si te habrías acordado que era el aniversario de nuestra primera comunión, y yo te uní a mis oraciones. ¡Qué día tan sin nubes fue aquél! Nos preparamos lo mejor que pudimos. ¿Te acuerdas cómo apostábamos a ver quién hacía más actos por Jesús? Entonces, pienso, era yo pura; mientras ahora tengo el alma manchada con tantos pecados que, si pudiera los lavaría con mi propia sangre. Créeme que, cuando pienso que he ofendido a Dios, quien ha sido y es la Bondad misma, que me ha dado el ser y todo cuanto poseo, que ha muerto por mí en la cruz, y que se ha constituido en mi alimento en la S. hostia no puedo menos de sentir hondo pesar. Quisiera siempre haberlo amado, ya que El eternamente me amó.
Prepara el ánimo a mi tía, para que las traigan para mi toma de Hábito. Ese día te tendré en mi corazón delante de N. Señor, y rogaré por lo que me dices (tengo curiosidad de saber qué es). ¿Fuiste al baile de las Correas? Que latas ¿no?
Hoy entro a retiro por 10 días. Reza para que se convierta tu amiga pecadora.
Te envío esa lista para que tú escojas ‑y lo mismo la Eli- para hacer para nuestra capilla.
No te escribo más, porque no tengo tiempo. A Dios. Sigue ofreciéndole todo lo que haces en el día, pues así tienes mérito.
Saludos cariñosos para mis tíos tan queridos, para los niños y un abrazo a la Eli, a quien le dirás que le tenía una carta escrita, y un perro la rompió. Creo que después del retiro, si puedo, le escribiré. Y tú, hermanita querida, recibe, junto con mis oraciones el cariño de tu indigna
 Teresa de Jesús, Carmelita
Saludos a la Juana y Elvira
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132. A su padre
J.M.J.T.
Pax Christi
Convento del Espíritu Santo,
28 de septiembre 1919
Que la gracia del Espíritu Santo sea en su alma, mi papacito querido:
Mañana quiero ser la primera en darle un fuerte abrazo de felicitación que le exprese la ternura de mi corazón de hija y de carmelita. Sí, esta ternura crece cada, mi papacito, y no crea que en el Carmen se extingue; antes al contrario, toma mayores proporciones, porque se ama sin interés y en Dios. Creo que pronto nos veremos, pues el 14 tomaré el hábito. No se imagina cuánto deseo ese día en que voy a ser revestida por ese hábito que la Sma. Virgen nos dio.
Ayer estuvo Chiro a verme. No sabe cuánto le agradecí su viaje. Lo único que sentí fue no ver a la Lucita y su chica, a quienes tanto deseo ver. Dios quiera hacerlos muy felices y que formen un hogar cristiano.
Y Ud., mi papacito, ¿cómo está? Según me dijo Chiro, con muchas preocupaciones. Como siempre. Pobre papacito, ¿cuándo lo veré sin ellas? Sin embargo, no se desanime, pues los trabajos y sufrimientos le van a servir para merecer el eterno descanso. Ofrézcalos a N. Señor. El, que vivió aquí en la tierra 33 años, sabe lo que es sufrir, pues su vida fue un continuo sufrimiento, a pesar [de] que era Dios. Quisiera, mi viejito querido, hacerlo encontrar el consuelo junto a la Cruz. A su sombra, todas las amarguras desaparecen. Nadie sufrió tanto como Jesús y desde ella nos enseña a soportar todos los dolores en silencio y con resignación. El desde la Cruz convida a sus criaturas con los brazos extendidos, diciéndoles: «Venid a Mí los que estáis cargados por el peso de los dolores, que yo os aliviaré». ¡Ay, papacito! Vaya a Jesús como al amigo más íntimo y cuéntele todo lo que pasa por su alma. Nadie como El penetra su corazón. Nadie como El sabrá curar las heridas de su alma, porque con luz y poder infinitos ve y da la medicina. Además, nadie como Jesús lo ama tanto, puesto que dio su vida por darle un cielo. Cómo quisiera hacerlo conocer por Ud., mi papachito, pues así su vida se deslizaría tranquila y feliz, a pesar [de] que las penas la rodearan. Ah papá, su carmelita le muestra la fuente de la paz y de la dicha aquí en la tierra, que sólo se encuentra en ese Dios crucificado.
Yo soy tan feliz, porque vivo junto a esa fuente, y esto se lo debo a Ud., mi pichito querido. Por eso no me canso de rogarle a N. Señor, y especialmente a la Sma. Virgen, de quien es tan devoto, le haga sentir esa satisfacción de haber dado una hija, aunque sea la que menos vale, a N. Señor. El 14 venga a renovar, papacito, ese ofrecimiento tan generoso, y que no me canso de agradecérselo.
Mucho me preocupa lo de Miguel y ruego tanto por él… Pero hay que tenerle compasión de verlo así y arreglarlo todo lo mejor posible para que cambie de conducta.
Quisiera fuera ésta interminable, mi papacito, pero el tiempo me falta. Sin embargo, estamos bien unidos y nos acompañamos mutuamente. ¿No es verdad? Adiós, papachito. Mañana no sólo tendrá la misa y comunión que yo le ofreceré, sino 16 más: la de nuestra Madrecita ‑que me encarga saludarlo- y las de todas mis hermanitas.
No olvidaré el asunto que me encarga. Acuérdese de esa medalla que le di y que es tan milagrosa. Encomiéndese a Ella…
Reciba todo el cariño y ternura de su hija que más lo quiere. Su indigna carmelita
Teresa de Jesús,Carmelita
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133. A Carmen De Castro Ortúzar
J.M.J.T.
Pax Christi
Convento del Espíritu Santo, 29 de septiembre de 1919
Mi Carmenchita querida: Que la gracia del Espíritu Santo sea en tu alma.
Cuántos días se han pasado sin que pudiera contestar a tu cartita; pero estaba en retiro 10 días. ¿Te parece mucho? Y se nos pasaron tan luego, porque fueron preciosos.
Ahora sí que te aviso con seguridad que, si es la voluntad de Dios, tomaré el hábito el 14 de octubre. Ese día tan feliz no dejaré de rogar por ti. Y dile a tu mamacita que lo haré también por ella y por todos los suyos.
Parece increíble hayan pasado 5 meses desde mi llegada a este conventito. Créeme que no nos damos cuenta del tiempo. Y es porque vivimos sin otra preocupación que Dios. Soy tan feliz como ya es imposible imaginar. Es una paz, una alegría tan íntima la que experimento, que me digo que si vieran esta felicidad los del mundo, todos correrían a encerrarse en los conventos. ¡Ah Carmencita! Deseo tanto para ti esta dicha, pues me parece que encontraría tu alma la plena satisfacción de sus deseos.
Si supieras cómo el alma va encontrando horizontes infinitos desconocidos hasta entonces; si supieras, mi hermanita, la vida de unión íntima que vive la carmelita con Jesús… El lo es todo para ella. Cuántas horas pasa en el coro junto a la reja, mirando esa Hermosura increada, oyendo lo que la Sabiduría infinita le enseña y, sobre todo, sintiendo los latidos del Corazón de su Dios. Nada puede separarla de El. Jesús la arrancó del mundo de los suyos, para traerla a la soledad donde El descansa; para tenerla siempre junto a su sagrario. Quiere que la Carmelita sea su hostia. En ella vive y sobre su Corazón la sacrifica y la ofrece a su Eterno Padre por el mundo pecador en silencio, como El -convertido en hostia- se inmola en el altar ocultamente. ¡Ah Carmen, que bueno ha sido N. Señor conmigo al traerme a esta antesala del cielo, teniéndolo sólo a El por mi todo!
Yo quisiera unirte más a El; y para esto es necesario la oración. Procura cada mañana, cuando tengas la dicha de comulgar, pedirle que permanezca todo el día allí en tu alma. Así vivirás unida e inundada de Dios. Cuando pienso que antes envidiaba a María Magdalena por haber tenido a Jesús tantas veces en su casa, por haberlo escuchado, me avergüenzo, pues El no ha abandonado la tierra. En el sagrario está. Allí lo miro por la fe, y lo escucho. Cuando comulgo, no sólo recibo su visita exteriormente, sino que mi alma está compenetrada por la de El. ¿Qué unión más íntima puede existir entre Jesús y su pobre criatura?
Créeme que, cada vez que voy al coro, me arrojo en su Divino Corazón como para encontrar en El toda la ternura de una madre, de un esposo, en fin, para encontrar esa ternura que el Evangelio nos da a conocer en Jesús el Hombre‑Dios. Hermanita, busca a Jesús en la Eucaristía, y vivirás con El como vivía la Sma. Virgen en Nazaret.
Adiós. Se me acaba el tiempo. Saluda cariñosamente a tu mamacita y hermanas, y tú, mi Carmen tan querida, recibe el inmenso cariño de tu indigna hermana
Teresa de Jesús Carmelita
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134. A Herminia Valdés Ossa
29 de septiembre de 1919
Mi Gordita tan querida: Que el Espíritu Santo sea en tu alma.
No tengo palabras para expresarte mis agradecimientos por los preciosos candeleros que tuviste la caridad de enviarnos. Nuestra Madrecita y todas las Hermanitas los encontraron muy bonitos, y me encargan agradecértelos, y todo te lo pagarán con oraciones.
Por la Rebeca supe que habían pedido el permiso para venir a la toma de hábito, por lo que estoy contentísima. ¡Tanto tiempo que no nos vemos! ¿Y te acuerdas que casi no pasaba día sin que estuviéramos juntas o nos habláramos por teléfono? Sin embargo, mi hermanita, cuando el cariño es verdadero ni el tiempo ni las distancias separan. ¿No es esto lo que pasa entre nosotras?
Estuve en retiro 10 días. ¿Qué te parece? Se me pasaron volando. Nos lo dio el Padre Avertano, carmelita. Fueron preciosos. No te imaginas la impresión que me han causado. Me he propuesto convertirme. ¡Qué deseos tengo de encerrarte a ti para que te conviertas…!
Mucho siento la muerte de tu tío Ramón y me he acordado de encomendarle a Dios. Cuántas veces pienso lo que es la muerte para los que viven en el mundo. Les parece terrible aquel momento en que todo concluye. Y para una carmelita la muerte no tiene nada de espantable. Va a vivir la vida verdadera. Va a caer en brazos del que amó aquí en la tierra sobre todas las cosas. Se va a sumergir eternamente en el amor.
Quisiera inculcar en tu alma el amor a lo eterno, a lo que no pasa. Es necesario vivir siempre pensando que una eternidad nos aguarda. ¿Qué nos importaría entonces sufrir y sacrificarnos 80 años, cuando así mereceríamos gozar siempre? Gordita querida, siempre te predico en mis cartas; pero es que quiero que seas muy piadosa. Necesita tanto el mundo de niñas que tengan verdadera piedad… ¡Cuánto bien puedes hacer entre los tuyos si eres sacrificada, si no buscas tu comodidad, sino el bien de los demás! Y cuando sientas ese grito interior del egoísmo, dirige con tu pensamiento una mirada a Jesús. Por su amor ¿no tendrás fuerzas para vencerlo? El se sacrificó por ti desde que nació hasta el Calvario. Y de ver a un Dios ensangrentado que te pide que te venzas, ¿podrás no hacerlo ?
A Dios, pichita querida. Estoy apurada. Saluda a tu papá y a tu mamá, a los chiquillos y a la Eli; y para ti un abrazo con mis pobres oraciones, que es lo único que puede darte tu indigna hermana carmelita
Teresa de Jesús, Carmelita
Reza por mí.
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135. A su madre
J.M.J.T.
Pax Christi
Convento del Espíritu Santo, 30 de septiembre, 1919
Sor María Magdalena de S. Teresa
 Querida Hermanita: Que la gracia del Espíritu Santo more en su alma.
Grande ha sido el gozo que me ha causado su toma de hábito, tanto más que S. Caridad no ha pasado ni aun por el postulantado. Lo que me demuestra que el Rdo. Padre Avertano la ha encontrado con las virtudes y perfecciones dignas de una carmelita. Mientras Vuestra Caridad tiene esa dicha, su pobre hermana Teresa se encuentra bien pobre de virtudes, a pesar de tener cinco meses de postulantado. ¡Qué vergüenza! Sin embargo, confío en sus oraciones que han de ser muy aceptas a N. Señor, para que no sea tan indigna de ese hábito tan querido.
Permítame Su Caridad enviarle un desafío según se acostumbra en nuestra S. Religión: es para aceptar con alegría y santa conformidad las cruces que nuestro Divino Maestro se digne enviarnos. Ha sido despojada Vuestra Caridad de sus vestiduras del mundo y pronto su hermana tendrá esa felicidad. No vamos a pertenecer al mundo ya, pues Jesús nos ha despojado del espíritu del mundo para vestirnos con su Divino Espíritu Y ¿cuál es ese espíritu…? El de la Cruz, el renunciamiento de nuestra concupiscencia y carne. La negación de nuestros apetitos y gustos, comodidades, etc. Ya no somos del mundo. Jesús nos sacó de él para que lo siguiéramos más de cerca y nos dice: «Si alguno quiere venir en pos de Mí, tome su cruz y sígame» . Así pues, hermanita, caminemos en pos de El. El amor lo exige, pues nos ha elegido para hacernos todas de El. Y cuando el peso de la cruz nos agobie, llamemos a Jesús en nuestro auxilio. El marcha delante, y no se hará sordo a nuestro gemir. A pesar de sus dolores en el camino del Calvario, consoló a las santas mujeres; ¿por qué no nos ha de confortar? ¿Acaso Jesús no está allí, en el tabernáculo, para alentarnos? Así pues, carmelitas somos y, por lo tanto, corredentoras del mundo. Y la redención de las almas no se efectúa sin cruz. Animémonos, hermanita, para sufrir todo lo que Dios quiera.
Mucho le agradecería que para la toma de hábito me trajera «Jesús Intimo» por Suave. Creo que comprende dos o tres tomos. En la Casa de Ejercicios ha de estar.
A la Rebeca dígale que dentro de algunos días le escribiré y dígale que no me gusta nada su salida del colegio sin la medalla de Hija de María. Que yo se la di con la condición [de] que la recibiera. Y que el día de mi toma de hábito tiene ella que pedir hueco.
Por Miguel rezo muchísimo. Lo mismo por Lucho.
Gocé y agradecí mucho la visita de Chiro. Salude a la Lucita y muchos besos para la Lucecita. ¿Cuándo piensan mandarme el retrato de ella con su mamá? Espero que me traerán a Ignacito. Tengo tantas ganas de verlo a mi Nanito.
A la Eli dígale que tengo verdaderos deseos de conversar con ella, pues hablaremos de todo, y pueda ser que el 14 estemos solas. Que le tenía escrita una larga carta con detalles de nuestra vida y que el perrito que tenemos se la comió entera.
A Dios, hermanita la más querida en Jesús. Salude a todos. Para mi mamita, Rosa y todas las de casa, muchos recuerdos. Dígale a la María C. que uso sus tijeras; que Dios se las pague muy bien. A mi tía Juanita, Isolina, a misiá Julia, muchos saludos. Recen por mí. No saben lo que necesito de oraciones.
En el Corazón de Jesús, la abraza su humilde hermana,
Teresa de Jesús, Carmelita
¿Cómo está la Lucha en la Escuela Victoria Prieto? Acuérdese que en septiembre es el momento propicio para matricular en los Salesianos a Juanito.
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136. A una amiga
Convento del Espíritu Santo, 2 de octubre de 1919
Que la gracia del Espíritu Santo sea en el alma de mi querida…
No creas que por no contestar a tu carta te he olvidado; y es porque en el Carmen casi no hay tiempo para escribir. Mucho me gustó tu cartita, en la que me manifiestas los deseos que tienes de ser toda de Jesús.
¿Qué te podré decir de la felicidad que experimento al haberme entregado a El? No es ya una dicha cualquiera la que siento. Es un cielo el que poseo. He principiado esa ocupación de amar y alabar que tendremos en la eternidad. Aquí, en el Carmen, sólo existe Dios. Vivimos anegadas en El, en su atmósfera divina de paz y amor. Somos -no dudo en decirlo- los seres privilegiados de N. Señor; pues El quiere oír siempre la voz de alabanza de su carmelita: su canto no interrumpido de amor. Para esto la separa del mundo completamente, la trae a la soledad, donde El se deja ver, tocar, oír, conocer. Por eso -sola con El solo- la Carmelita debe ocuparse únicamente de Jesús. Todo debe olvidar para pensar en El. Créeme que una carmelita debe estar tan llena de Dios que permanezca siempre en El. Debe darse y sacrificarle todo su ser. Su inteligencia debe despreciar las ciencias humanas para conocer la Sabiduría infinita. Su memoria ha de olvidar lo de la tierra para recordar los beneficios de su Dios. Su voluntad no debe existir: la ha sacrificado por el voto de obediencia. Este voto se cumple en el Carmen con toda perfección, lo mismo que el de pobreza. Para que te des cuenta exacta, te diré que no se puede recoger una basura del suelo sin licencia, ni tener en la celda ni un alfiler de más. Los bienes temporales se sacrifican por el voto de pobreza. La carmelita vive de limosna. Su corazón es todo de Jesús, puesto que sólo desea estar sola con El. Su cuerpo lo sacrifica por la penitencia. De paso te diré que una, afuera, cree que son terribles; pero aquí todo se hace fácil y N. Señor ayuda. Además, las que impone la Regla cualquiera las puede practicar.
Así ves que una carmelita lo sacrifica todo, aun el gozo puro de estrechar contra su pecho los seres que le son más queridos sobre la tierra, ya que las rejas no le permiten abrazar a su familia. Pero ¿crees por eso que reina tristeza en nuestro conventito? No te imaginas mi sorpresa sobre esto; pues creía que eran alegres, pero esto no es nada para lo que son, pues [en] las recreaciones somos como chiquillas de colegio. Existe una unión y confianza tan grandes, que somos todas como si perteneciéramos a la misma familia. Con Ntra. Madrecita existe una confianza como es la que tiene una con su madre. Nada se obra por temor, sino que todo es cariño y confianza nacida de la santidad que reina en las almas de mis hermanitas. Te aseguro que no me canso de agradecerle a N. Señor el haberme traído a este cielito.
Ahora te escribo en mi celdita. Estamos recogidas en ella y sólo se puede salir con permiso. Si la vieras te encantaría. Es chiquita. Las paredes, blanqueadas; y cuelga de una de ellas una cruz de madera con una corona de espinas. La cama es una tarima con un jergón de paja. Es angosta pero se duerme muy bien. Tenemos también una mesita de madera. Es bajita. Sólo tiene una cuarta y media de alto. El lavatorio lo tenemos en el suelo. Al principio me era casi imposible escribir en la mesita y sentada en el suelo; pero ahora estoy acostumbrada.
¡Qué feliz se siente el alma en la soledad, despreocupada de todo lo creado! Nuestra vida es una oración continuada. Pues, aunque sólo tenemos dos horas de oración al día, nuestra Regla nos manda orar sin intermisión; y aunque tenemos que trabajar, siempre permanecemos unidas a Jesús.
Mi… querida. A medida que se conoce a este Dios‑Hombre, se le va amando con locura. Yo quisiera que tú lo conocieras para que te enamoraras verdaderamente. La carmelita vive tan familiarmente unida a El, que para ella no hay diferencia alguna entre el tiempo que vivió en la tierra y la vida del sagrario. Allí lo encuentra y, como la Magdalena, escucha sus palabras de vida. Y ¿cuáles son esas palabras? Las del Evangelio. En silencio saborea la carmelita esa doctrina tan pura y llena de amor. Allí ve en magníficos cuadros representado al Salvador, el Verbo Encarnado. Ella ve a su Dios soportando las miserias humanas: sintiendo el frío allá en la cuna, sufriendo el destierro en Egipto, obedeciendo a sus criaturas El que es todopoderoso. Ve llorar a ese Niño en los brazos de su pobre Madre; y ese llanto son los gemidos del que es la Alegría infinita. ¿Cómo no amar a ese Jesús con toda nuestra alma? El, que es la Belleza increada; El, la Sabiduría eterna; El, la Bondad, la Vida el Amor. ¿Cómo no podrá el alma abrasarse en caridad a la vista de ese Dios que es arrastrado por las calles de Jerusalén con la cruz sobre los hombros; a la vista de ese Dios constituyéndose en alimento de sus criaturas, haciéndose pan para unirse a ellas, divinizándolas y convirtiéndolas en El? ¡Oh! Ama a Jesús. ¿Quién podrá corresponderte mejor? El está sediento de tu corazón. ¿No lo sientes cuando después de comulgar te dice: «Hija, dame tu corazón»?
Todo un Dios infinito mendigando un pobre y mezquino corazón, a pesar de que El derramó toda su sangre, a pesar de que El se ha hecho pan para alimentarte. Vive con El en lo íntimo de tu alma. «El que cumple la voluntad de mi Padre, ese tal me ama y Yo y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos mansión dentro de él». Esto te dice Jesús. Así pues, cumple con tu deber y vivirás con El allí, en tu alma, como en una celda. Y lo podrás oír y ver en todos los momentos del día. A Dios. En El te deja tu indigna.
Teresa de Jesús, Carmelita
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137. A Graciela Montes L. y Clara Arde O.
J.M.J.T.
Pax Christi 4 de octubre, 1919
Mi hermanita: Que el Espíritu Santo sea en tu alma.
Mucho gocé con tu cartita. Y nuestra Madrecita me da licencia para contestarte ligerito. Cuánto gusto me ha dado ver en ella tan buenas disposiciones; pues estoy segura que, si tú tienes buenos deseos y tratas sólo de agradar a Jesús, El mismo te conducirá y allanará las dificultades. Deséalo mucho y abandónate a El.
Quisiera, mi hermanita, infundir en tu alma una confianza ilimitada en tu divino Esposo, de tal modo que le abandonaras todas tus preocupaciones. Preocúpate de aceptar en cada instante su divina voluntad. De esta manera, cuando llegue el tiempo de solicitar el permiso de tu papá, no temerás nada; pues recibirás el consentimiento o la negativa como la expresión de la divina voluntad y la aceptarás con amor. Si te contradicen, si te sacan al mundo, permanecerás tranquila y en comunión con el divino querer.
Para esto ejercítate desde ahora en el abandono, hasta [el] punto [de] que, cuando tú desees algo o quieras algo, te contraríes diciendo íntimamente: «Yo me abandono a tu divina voluntad; no se haga como deseo, sino como Tú, Jesús mío» . V. gr.: deseas saber la lección o exámenes, contraríate. Créeme, Chela, que a mí me lo aconsejaron y vi patentes verdaderos milagros; pues a N. Señor le encanta esa confianza hasta en las tonteras más grandes, y da esto mucha paz al alma. Además le hace ver en todo la divina mano de Dios, con lo que se adquiere espíritu de fe, virtud tan necesaria para una carmelita.
Ahora contestaré a tus preguntas. Que Jesús me inspire. Con El vivo en mi pobre celdita que se convierte en cielo. No te importe eso de rogar por una cosa especial, pues a veces uno ve la necesidad grande de pedir, y más aun cuando es una preocupación que nos hace sufrir, porque es algo que no se puede desentender. Puedes rogar por eso especialmente, pero sin olvidar las otras intenciones. Respecto de lo que me dices de las oraciones que inventas para la comunión, creo que no te has de concretar tanto a decirlas vocalmente, como a meditar sobre el grandioso acto del amor de nuestro Dios. Piensa que es Dios, el Ser único necesario, el Ser que no necesita de nadie para existir, el Ser que contiene en Sí su propia beatitud, su felicidad, etc.; y sin embargo, te busca a ti; deja a un lado a los ángeles, a millones de personas, para entrar en tu alma, para consumar en ti la unión más íntima, para convertirte en Dios, para alimentar en ti la vida de la gracia, con la que consigas el cielo. Viene a ti Jesús, el Esposo de tu alma, que te ha amado con amor eterno. Viene a ti tu Padre que te creó y te conserva la vida; tu Hermano, que te ha dado su Padre del cielo y su Madre la Virgen; tu Pastor, que tantas veces te ha llamado con su gracia; tu Juez, que viene para perdonar tus pecados; tu Médico, que viene a curar las heridas de tu alma; tu Maestro, que viene a enseñarte el camino del cielo; tu Salvador, tu Amigo, tu Redentor que ha derramado hasta la última gota de la sangre de su corazón; tu Amor que por ti muere, que por ti se convierte en pan.
Otra vez, puedes pensar en tu miseria, en tu ingratitud, y acudir donde Jesús como hija pródiga. Así comulgarás bien. Y para dar gracias será sobre lo que hayas meditado. Entonces ponerse en espíritu a los pies de Jesús. Llorar allí las faltas. Agradecerle mucho la visita. Humillarse. Anonadarse, reconociendo el abismo infinito que media entre El y tú. Entonces decirle cuánto se le ama, cómo no quisiera jamás separarse de El. Decirle que se le quiere consolar, reparando los pecados del mundo. Quitarle la lanza del costado e introducirse en su Corazón. Quitarle la corona de espinas y coronarte con ella, prometiéndole hacer actos de mortificación, rogar por la intención y formar la resolución de ser buena ese día, practicar tal virtud, etc., y después pedirle lo que quieras. No te importe inventar, pues esto nace del corazón y a Jesús le gusta.
Como recibí la cartita de la Clara, quiero contestarles a las dos, pues después no podría. Me encantó tu cartita, Clara. Y lo mismo los pensamientos, que son preciosos. Aquí, en el Carmen, se acostumbra desafiarse para practicar algunas virtudes. Así pues, yo las desafío, mis hermanitas, a tres virtudes para honrar a la Sma. Virgen en su mes:
1. Recogimiento interior a todas horas, y exterior en la capilla y en los actos de piedad, manteniéndose con los ojos bajos y siempre de rodillas, salvo en caso excepcional. Este recogimiento exterior ayuda al interior, que consiste en permanecer en presencia de Dios. Esta presencia de Dios debe ser como mejor le acomode al alma. Así pues, Chela, si tú te unes más a Jesús Sacramentado está muy bien, pues no se debe esforzar al alma para conseguir otra presencia de Dios. Sin embargo, he oído decir que es muy buena esa presencia de Jesús‑Hostia, pero cuando no se está cerca del tabernáculo es más difícil recogerse y que, por lo tanto, conviene traer esa presencia de Dios en el alma. Esta presencia es real, pues el mismo Salvador les dijo a sus apóstoles: «Aquel que me ama observará mi doctrina, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos mansión dentro de él». De modo que la Sma. Trinidad vive en el alma en gracia. Dios es el cielo. Vivir en El es vivir unida a los santos y ángeles. Luego podemos incesantemente vivir en nuestra alma unidas a sus alabanzas y adoraciones. Este es el fin de una carmelita; pues su única ocupación -la esencia de su vida- es la contemplación, de donde se desprende el amor y la adoración, la cual, como dice un autor, es el éxtasis del amor que calla, porque ya no puede hablar.
La Chela me pregunta si se puede figurar uno a N. Señor, o a Dios. A Dios es imposible, porque es espíritu, y, si lo figuramos, tendremos una idea falsa de El. Por eso esta presencia es más difícil, pues tiene que ser abstractamente. Pero quizás, a los principios, me parece se puede uno figurar (no sé bien esto; si no es así, nuestra Madrecita lo borrará) la Sma. Trinidad como la representan. Esto sólo para ayudar al recogimiento; pues después, poco a poco, el alma va dejando estas representaciones.
Supongamos que Uds. no se avengan con esta presencia de la Sma. Trinidad. Entonces traigan en su alma a N. Señor y represéntelo ya como niño, o ya como crucificado o resucitado. Sin embargo, les aconsejo lo traigan en sus almas, pues nuestra misma santa Madre dice que el alma gana mucho en el recogimiento. Y la razón es porque una se siente más unida a El, como si estuviera en El o con El, y esa mirada del alma a su Esposo la inflama en amor. A todas horas puede mirarlo. Esa vista de Jesús la pacificará si se está turbada o exaltada; la fortalecerá si está abatida, la recogerá si está disipada. Díganme si tienen más dudas. Me encantaría si se aplicaran a esa presencia de la Sma. Trinidad. Al principio cuesta un poco; pero con el hábito se adquiere y después les ayudará mucho para la oración.
2. Fidelidad a la gracia. No negarle nada a N. Señor. Sobre todo, ser fieles en cumplir perfectamente el reglamento. Para esto ayuda la presencia de Dios y proponerse en cada hora cumplir los deberes de esa hora perfectamente, pensando que se cumple en ello la voluntad de Dios. Apenas se levanten piensen que ese día tienen que cumplir la voluntad de Dios perfectamente. Únanse al «Ecce venio» = «Héme aquí, oh Padre», de Jesús, y a sus oraciones, sufrimientos, alegrías de El, ofreciendo todo por los sacerdotes y pecadores.
3. Humildad. No hablando de sí misma, no dando su opinión, si no se la piden, no llamando la atención de nadie, y aceptando las humillaciones y reprensiones en silencio, sin entristecerse, sino alegrándose de parecerse algo a Jesús.
Al fin del mes de María van a ver quién ha ganado el desafío. Yo les prometo todos los días encomendarlas a la Sma. Virgen. Hagan lo mismo V. caridades conmigo, pues quiero ser novicia carmelita [santa] y no lo soy, desgraciadamente. En la comunión también rogaré por V. caridades.
A Dios. En El vivimos. Amémosle, ya que El nos amó primero y dio su vida por amarnos. Démosle nosotras la nuestra, muriendo a nosotras mismas por el renunciamiento de nuestra voluntad y gustos.
Las abraza su humilde hermana
Teresa de Jesús, Carmelita
A la Amelita Montt, que recibí su carta y que luego le contestaré. Muéstrenle ésta, si quieren.
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138 A una amiga
Pax Christi
Que la gracia del Espíritu Santo sea en tu alma, querida X:
 … Por lo general, todas las chiquillas se forman un ideal del compañero que elegirán y, cuando llega la ocasión, amoldan ese ideal al individuo, queriendo encontrar en él lo que ellas soñaron.
Pero, tristemente, el roce y trato de los años va poco a poco quitando la venda de los ojos, y quedando sólo, no el retrato ideal, sino el real, o sea, las miserias humanas en toda su plenitud.
Mas dime, ¿hay algo bueno, bello, verdadero que podamos concebir que en Jesús no esté, no ya en un grado superior, sino infinito? Sabiduría, para la cual no hay nada secreto; poder, para el cual nada existe imposible (la esfera en que obra es la nada); verdad, que excluye absolutamente lo que no es (El dijo: «YO SOY EL QUE SOY»); justicia, que lo hace encarnarse para satisfacer el pecado, el desorden del hombre; providencia, que siempre vela y sostiene; misericordia, que jamás deja de perdonar; bondad, que olvida las ofensas de sus criaturas; amor, que reúne todas las ternuras de una madre, del hermano, del esposo, y que, haciéndolo salir del abismo de su grandeza, lo liga estrechamente a sus criaturas; belleza, que extasía… ¿Qué otra cosa imaginas allí en lo íntimo del alma que no esté realmente en grado infinito en este Hombre‑Dios?
¿Temes acaso que el abismo de la grandeza de Dios y el de tu nada jamás podrán unirse? Existe en El Amor; y esta pasión lo hizo encarnarse para que, viendo un Hombre‑Dios, no temieran acercarse a El… Esta pasión hízolo convertirse en pan, para poder asimilar y hacer desaparecer nuestra nada en su Ser infinito. Esta pasión le hizo dar su vida, muriendo muerte de cruz.
¿Temes acercarte a El? Míralo rodeado por los niños. Los acaricia, los estrecha contra su corazón. Míralo en medio de su rebaño fiel, cargando sobre sus hombros a la oveja infiel. Míralo sobre la tumba de Lázaro y oye lo que le dice a Magdalena: «Mucho se le ha perdonado porque ha amado mucho». ¿Qué descubres en estos rasgos del Evangelio, sino un Corazón bueno, dulce, tierno, compasivo, un Corazón, en fin, de un Dios?
Muchas preguntan: «¿Dónde seguiré a Jesús?» La medida del amor marcará el sitio donde deben colocarse. Y esto quiero explicarte. ¿Cuál es lo esencial en la vida religiosa? La unión, o sea, la semejanza con Jesús, el esposo del alma. Ahora volvamos a una comparación vulgar. De un matrimonio se dice que es unido cuando siempre se ve a él y a ella juntos; cuando existe entre ellos un mismo parecer, un mismo modo de obrar; cuando los dos se aman tanto que todo lo que puede impedirles estar juntos, no lo sufren. Ahora bien, entre Jesús y ciertas almas pasa eso. Existe un amor tan grande que siempre el alma vive en presencia del Amado. No puede sufrir que ninguna cosa creada se lo impida; por eso busca la soledad.
Una vez que el alma entra al claustro, Jesús sale a recibirla; pero sale con su cruz y se la da como prenda de su amor. La esposa debe vivir siempre en el palacio del Calvario. Allí no se admite nada del mundo. Allí no se respira nada carnal. Allí el demonio no puede penetrar .
La carmelita es una crucificada. Como [en] Jesús, en ella no haya que no esté llagado, mortificado. El pensamiento, que libre del hombre, lo encadena en Dios. Su entendimiento sólo debe conocer a Jesús. Las ciencias humanas las desprecia. La memoria la ofrece en holocausto, olvidando todo lo del mundo: las imágenes de los seres queridos, para sólo recordar a Jesús. La voluntad la sacrifica en aras de la obediencia a sus superioras. La carmelita tiene que pedir licencia aún para recoger una pajita . Los bienes temporales son despreciados. La Carmelita no puede tener un alfiler de más en su celda. Ni aun conversando puede decir «mi celda», sino «nuestra celda», porque todo es común.
Los afectos del corazón son sacrificados por la castidad. Una carmelita es un alma de oración. Por lo tanto, si tiene el más pequeño apego a una criatura, ya sea racional o irracional, o ya sea algún objeto preferido, no podrá en la oración levantar su corazón, porque el pensamiento la llevará al objeto del cariño. Debe, pues, ser un ángel que siempre permanezca en oración.
Su cuerpo lo inmola por los ayunos, los cilicios, las disciplinas. Por todas partes la cruz. Aún en el trato íntimo con Dios, cuántas veces Jesús la deja sensiblemente abandonada y bajo el peso de sus propias miserias, combatida por tentaciones. Entonces es cuando se sufre, pues es Dios mismo quien purifica el alma por medio del dolor. Dime por dónde puede buscarse a la carmelita que no se le encuentre en el altar del sacrificio. Es inmolada cual hostia santa: en silencio. Su acción, su obra redentora, ¿no es acaso semejante a la de Jesús‑hostia? Ella salva a las almas por la oración y el sacrificio. Tras las rejas de su claustro, escondida, olvidada por el mundo, ella detiene la justicia de Dios. Ella es la savia por donde Dios hace circular su gracia en las almas.
Lo que me hace amar más aún mi vocación es el ver que la vida de una carmelita es semejante a la de la Sma. Virgen. Ella sólo padeció y amó. Y todo en silencio. Además nuestra Orden es de la Sma. Virgen. Créeme que antes yo no sabía bien esto. Pero he dado más de una vez gracias a mi Madre Santísima de haberme traído a su Orden, como en repetidas ocasiones, al aparecer, también lo ha dicho.
Respecto a lo que me preguntas de la oración, te diré, primeramente, que yo, como tú, no sabía lo que era contemplar, y aún creo no saberlo; pero no me importa, pues la contemplación es un don que Dios hace a ciertas almas, y es una mirada llena de amor Dios o a Jesús. Dios les descubre, en esa mirada, alguna de sus perfecciones adorables y, al conocerlas, el alma se llena de amor. Esto es lo que he entendido en los libros que tratan de oración; no sé si me equivoco. Pero, para ser carmelita, no se necesita tener contemplación, pues lo esencial en ella es el amor a Jesús; por lo tanto, en ese amor se encierra el deseo ardiente de conocerlo y asemejarse a El, y el único medio es la oración mental.
En la oración hay muchos grados y modos diversos con los cuales el alma, conociendo a Dios, se une a El. El primer grado es la meditación que consiste en reflexionar sobre una verdad. Eso tú lo sabes mejor que yo. Lo esencial de la oración es inflamar la voluntad en amor de Dios, pues si esto se consigue, se tiene fuerza para obrar la virtud.
Ahora bien, hay otro modo de oración, y es el de la locución. Esto consiste en sentir interiormente una voz que parece ser, ya de N. Señor o de la Sma. Virgen, que dice lo que se debe hacer para ser buena u otras cosas. A veces es el mismo entendimiento el que con rapidez forma razones; pero otras veces es N. Señor que inspira al alma. Sin embargo, a lo único que se debe atender es al provecho que recibe el alma en esa comunicación, sin fijarse si es Dios o si es su razón. También hay que ejecutar sólo lo que es conforme a la voluntad de Dios; pues muchas veces el demonio inspira cosas que, aunque no son malas en sí, pueden hacer mal al alma. Ejemplo: penitencias excesivas. Cuando se tiene esta oración, debe avisarse al confesor lo que se oye interiormente.
Hay otros modos de oración, pero sería muy largo de explicar. Lo único que te diré es que, cuando un alma se da a Dios por entero, El se le manifiesta de tal modo que el alma va descubriendo en El horizontes infinitos y, por lo tanto, amándolo y uniéndose más a El.
Quiero hablarte del Oficio Divino. Tú sabes que es el grito incesante que la Iglesia eleva a Dios. Nosotras, las contemplativas, somos las encargadas de clamar por el mundo. Cuando estamos en el coro somos ya ángeles que alaban a Dios; formamos nosotras parte de ese concierto angélico, y nuestras antífonas son estrofas de esa pura y divina poesía. ¿No somos en esos instantes los ángeles que cantan ante el sagrario para consolar a Jesús en su triste prisión? Jesús también canta con sus carmelitas. El eleva, junto con sus esposas, ese clamor puro y suplicante por el mundo a su Eterno Padre.
Esos mismos salmos son los que Jesús, cuando vivía en la Judea, salmodiaba en la soledad. Todos son preciosos y son un grito humilde y confiado que la criatura dirige a su Padre del cielo. A las 5 de la mañana ya las carmelitas principian sus alabanzas hasta las 10 y 1/2, a esas horas que en el mundo nadie se acerca a Jesús.
A Dios. Vive con El. Lo tienes en tu alma, y con El está tu
Teresa de Jesús, Carmelita
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139. A una amiga
J.M J.T
Mi hermanita querida: Que la gracia del Espíritu Santo sea en tu alma.
Te escribo con lápiz por estar debajo de los árboles. No te extrañes me haya demorado en contestarte. Había principiado una carta en la que te hablaba de oración, pero no se por qué me dio tanto susto meterme en eso, que dejé la carta, pues aunque te digo en ella que yo nada sé y que lo consultes al Padre Falgueras pues esto es muy delicado y podría hacerte dar un mal paso. Casualmente he leído en Ntro Padre San Juan de la Cruz este modo de oración, pero no me atrevo a decirte nada. Lo único que te aconsejo: que te humilles mucho; que no creas que porque eres buena Dios te hace este favor, pues puede ser porque te ve muy imperfecta y te quiere traer a mayor unión con El. No hagas ningún caso de esas palabras, pues no sabes si eres tú misma o Dios. Dile al padre lo que oyes y qué efecto es el que producen en tu alma. Fíjate si después quedas acordándote de Dios; si tienes dolor por haberlo ofendido; si tienes más fuerzas para vencerte; si te humillas, en una palabra, si notas tú que esas palabras te hacen mejor, y esto le dirás al padre sin ocultarle nada.
Hermanita querida, yo sé por experiencia propia cuánto cuesta decir todo esto al confesor; pues a veces se nos figura que es una lesera, una ilusión, una cosa que no vale la pena de ser contada; pero esto en el fondo es orgullo, son tentaciones del demonio que quiere hacernos perder. Te ruego por la Sma. Virgen que lo digas todo, pues eso sirve para humillarse, y Dios quiere que seamos guiados por el confesor para ir a El. Eso sí: te pido que las cosas que pasan por tu alma no las digas a nadie fuera del padre, porque todo lo que se dice se evapora. No digas a nadie los favores que te hace N. Señor, pues podrían darte vanidad, o podrías perder el consuelo y paz que proporcionan, y traerte el desaliento y turbación, y N. Señor muchas veces abandona.
Ten todo lo que te digo muy en cuenta, pues esto te servirá para toda tu vida. Son consejos que me los han dado a mí. Vas a entrar al colegio y, como hermana, te voy a decir una cosa que no quiero que jamás lo digas ni lo des a entender. Tú tienes confianza con Madre Izquierdo. Es una santa; pero ni a ella le debes contar lo que pasa por tu alma, pues esto a mí el confesor me lo prohibió, porque hace mucho mal. Preguntarle cómo puedes ser mejor, etc., todo esto sí; pero jamás decirle qué virtudes prácticas, qué mortificaciones haces, que si tienes consuelo o fervor en la oración, o si no tienes. Cuando tengas una duda, pregúntala al Sr. Villalobos, pues Dios le dará luz especial.
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140. A su hermana Rebeca
J.M J .T.
Pax Christi, 4 de octubre de 1919
Mi querida hermanita: Que Jesús te guarde dentro de su corazón.
Perdona no te haya contestado tu cartita, pero he aprovechado para escribir a las chiquillas; pues como ahora nos levantamos más temprano, tenemos una hora más. Sin embargo, hemos principiado a trabajar en la huerta y a arreglar los jardines del noviciado; lo que nos toma todo el tiempo casi. No te imaginas lo linda que está la huerta. Las flores se pierden por todas partes, y ayer nuestra Madrecita nos dio licencia -a una de las Hermanitas novicias y a mí- para ir a hacer la oración en las ermitas. Créeme que estaba preciosa la tarde. Todo llevaba a engolfar el alma en Dios. Y recordé las tardes de Chacabuco y San Javier, cuando sola me iba a hacer oración.
Me faltan 12 días, Dios mediante, para mi toma de hábito. ¿No te parece un sueño? Paréceme que sólo ayer era chiquilla chica, y hoy ya voy a ser religiosa. Te aseguro que tengo ansias de tomarlo. Pero, por otro lado, tiemblo por la responsabilidad que tendré. Todo lo del mundo va a desaparecer para mí. Voy a ser revestida de una vestidura de penitencia. ¡Pobre de mí, si mi alma no tiene el espíritu de sacrificio y abnegación! ¡Qué cambio tan grande se va a operar en mi! Tiemblo no corresponder debidamente al llamamiento de Dios. Sin embargo, Jesús y la Sma. Virgen me auxilian en todo momento. No te imaginas cómo siento su protección. Cuánto rogaré por ti, hermanita querida, ese día; no para que seas religiosa, sino para que seas toda de Dios, cumpliendo su divina voluntad.
 Si supieras cómo ruego por ti… Te diré con franqueza que encuentro que el mundo te entusiasma y que todavía no eres insensible a sus halagos. Te gusta brillar en él, ¿no es cierto? Mas no creas que esto te pasa sólo a ti. Es innato en la criatura el deseo de sobresalir. Pero, si pensáramos de qué sirven esos triunfos sociales que de la noche a la mañana se disipan… Esos aplausos, fingidos las más de las veces, ¿qué son? ¿Qué queda de provecho, si no es un orgullo secreto en el alma? No. Nada de eso sirve; pues lo único que vale aquí en la tierra es todo aquello que nos lleve más a Dios. El es el único que podrá llenar y satisfacer tu alma. Esto tú lo dices. Sin embargo, en la práctica, ¿estás convencida de ello? Si por un momento pudiera hacerte comprender la vida de unión e intimidad con Jesús, que día por día se acrecienta en mi alma, lo dejarías todo. Ese Jesús no quiere que exista nadie entre El y yo y, manifestándose a mi alma, la ha enamorado en tal forma que sólo en El puedo encontrar reposo. Tú, hermanita querida, por mucho que pienses, no podrás jamás adivinar esa corriente divina en que El me sumerge; y créeme que siento hastío por todo lo que no es El, o lo que no se refiere a El. ¡Oh, si supieras cómo lo amo! Es mi Dios, mi Padre, Madre, Hermano, Esposo. Es mi Jesús…
 Quisiera seguir, pero van a tocar y quiero vaya hoy. Cuando vayas al teatro, no mires mucho. Corta el argumento en lo más importante. Adora y ama a Jesús. Cuéntame tus impresiones todas de las fiestas, etc., sin ocultarme nada. Déjame leer como antes en tu alma.
 Me gustaría mucho me hicieras un regalito para mi toma de hábito. Pídele plata a mi papá, y me compras un buen despertador, porque son muy malos los de aquí, y se paran en la noche. Uno así como el mío sería bueno.
 Adiós, Pichita querida. Estudia a Jesús. En El te introduzco. Tu humilde hermana en Cristo,
Teresa de Jesús, Carmelita
 Saluda a todos…
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141. A Amelia Montt Martínez
Octubre de 1919
Querida Amelia: Que la gracia del Espíritu Santo sea en tu alma.
Recibí tus dos cartitas y te pido me perdones por no habértelas contestado, pero no tengo tiempo. Faltan ya pocos días para mi toma de hábito, y se me hacen largos los días, mientras no me vea revestida con él.
Soy la persona más feliz con mi vocación, y no me canso de darle gracias a Dios por haberme traído a este rinconcito de cielo. Vivo sólo para Dios. Mi única ocupación es conocerlo para más amarlo. He principiado aquí en la tierra la vida del cielo, vida inventada e ideada por Dios en su eternidad; vida sólo de amor y de alabanza incesante. Si por un instante pudieras leer lo que ha pasado por el alma de esta postulante carmelita, comprenderías la dicha de vivir siempre junto al tabernáculo. Sola con El solo, paso en el coro junto a la reja, o ya en mi pobre celdita. Ya no existe entre El y su criatura nada. Siempre escucho su palabra divina. Siempre miro y contemplo su belleza infinita. Siempre siento los latidos del corazón de mi Dios que me pide amor, porque El sabe que el amor encierra todo: sacrificio y almas.
Hermanita querida, sin duda, como el mismo Jesús le dijo a la Magdalena, me ha elegido «la mejor parte». La carmelita sólo debe ocuparse de su Dios. Debe vivir, no ya en la tierra, sino en Dios. Debe moverse obrar, respirar lejos de las criaturas, del mundo. Sólo debemos recordarlo para rogar por ellas y por él; pero sin recibir su influencia, sin respirar su ambiente impuro. Jesús me ha encerrado aquí para unirse a mí, sin que nada pueda turbar esta mirada, esta visión de su Faz adorable, que un día poseeré allá en el cielo en su plenitud. Me figuro muchas veces que soy como una reina; pues mientras otras almas sirven al Rey en el apostolado de la acción, yo -como reina- me estoy a su lado escuchándolo, contemplándolo, rogando junto con El, sufriendo con sus mismos sufrimientos. El cambia sus sentimientos con los míos, divinizándolos. El me rodea de su luz divina, embelleciendo mi alma con sus enseñanzas.
Oh, qué bueno es este Jesús con esta pobre criatura. No quiere separarse de ella un momento. Busca en mi alma consuelo y reposo. Me ha asemejado a El, haciéndome hostia. Sí. Una carmelita es hostia que lleva en sí a Jesús. Ella no obra. Es El. El la sacrifica, la inmola en silencio, como El se sacrifica y se inmola en silencio en el altar por el mundo entero. Ella siempre ora con Jesús en el altar; salva las almas, pero mirando a Jesús. Ella derrama la sangre de su corazón, negándose en todo. Todo lo ha sacrificado por Jesús.
Qué feliz me siento cuando le puedo decir: «Todo mi ser te pertenece, Jesús mío. Mi corazón sólo debe amarte a Ti y amar las almas, porque ellas están teñidas con tu sangre. Al sacrificarme por ellas, sólo me sacrifico por recoger tu sangre adorada, para que no se pierda. Así pues, salvo las almas, pero sin perderte de vista, mi Astro divino. Mi inteligencia, mi pensamiento, mi memoria te pertenecen. No tengo que conocer criaturas, ni estudiar ciencias humanas. Eres Tú mi Sabiduría, mi libro de Verdad eterna. Mi cuerpo lo he venido también a inmolar, porque te amo y desde la cruz me enseñas a crucificarlo. Mi voluntad la he puesto en manos de mis superiores que representan tu autoridad divina. Nada puedo hacer sin permiso, ni aún recoger un alfiler. Los bienes temporales también los dejé por Ti y nada puedo poseer. ¿Qué me queda? Nada. He venido para desaparecer en Ti, Jesús mío».
Mi hermanita querida, ojalá un día tú también le puedas decir otro tanto. Por ahora, lo único que te debe preocupar es conocer a Jesús para amarlo; pues si logras enamorarte de El, sabrás más tarde seguirlo donde su voluntad divina te lo indique. Sólo te recomiendo una cosa, y es que consideres que, si vas a ser monja, vas a ser esposa de Jesucristo, y que el Esposo con la esposa deben ser tan unidos que sólo formen un solo corazón. Así pues, donde tú creas conseguir mejor esta unión con Dios, allí debes irte. Para mí estuvo en la completa soledad, donde con mayor razón se alimenta la oración; y en la oración es donde el alma aprende a conocer a Jesús, y por lo tanto a amarlo. Y como el amor no puede consentir diferencia sino igualdad, resulta de él la unión que está en la semejanza. Además me parece que el trato con el mundo me hubiera impedido ese recogimiento continuo, esa presencia incesante de Dios en mi alma, que es lo que produce la unión.
La vocación de la carmelita es toda fundada en el amor. Ella nada admite sino el contemplar a Jesús. Si supieras cómo la fe es tan viva en ella… Tanto que Jesús en el sagrario vive con ella como cuando estaba en la tierra. Ella sabe lo que ese Dios la ama. Siendo su Creador se hace hombre. Ese Verbo Divino, esa Luz increada vivió treinta y tres años en las tinieblas. Jesús era Dios todopoderoso y se redujo a la impotencia en Belén, en la cruz. El sintió el peso de nuestras miserias: el hambre, el frío, etc. hasta la muerte. Siendo Dios, Jesús sufrió el odio, la persecución, la traición, la hipocresía de los hombres. Y no creas que porque era Dios, no sentía el pesar que esto le causaba. Era hombre como nosotros, hombre perfectísimo y, por lo tanto, su corazón era más noble, más tierno, más sensible que ninguno; pues todo lo humano en El era divino, infinito.
Amalo mucho, pero conócelo. En la Eucaristía está, vive ese Jesús entre nosotros; ese Dios que lloró, gimió y se compadeció de nuestras miserias. Ese pan tiene un corazón divino con las ternuras de pastor, de padre, de madre, y de esposo y de Dios… Escuchémosle, pues El es la Verdad. Mirémosle, pues El es la fisonomía del Padre. Amémosle, que es el amor dándose a sus criaturas. El viene a nuestra alma para que desaparezca en El, para endiosarla. ¿Qué unión, por grande que sea, puede ser comparable a ésta? Yo como a Jesús. El es mi alimento. Soy asimilada por El. ¡Qué dicha más inmensa es ésta: estrecharlo contra nuestro corazón, siendo El nuestro Dios!
Comulga bien y penétrate bien de la visita que recibes, del amor infinito, de la locura divina: que no sólo se hizo hombre como nosotros, sino pan. Después que comulgues, dile a Jesús -ese Dios que tienes prisionero en tu alma- que se quede contigo para que todo el día continúes amándolo y dándole gracias. Pídele a la Sma. Virgen te prepare con fe, humildad y amor para la comunión; que todos los momentos desocupados pienses en tu Dios que tienes dentro de tu alma. Mira a Jesús en los oprobios, y aprenderás a humillarte. Míralo obediente hasta la muerte y aprenderás a obedecer. Míralo en el silencio de Nazaret donde permaneció treinta años, y aprenderás a estar recogida dentro de tu alma y en silencio… Y así en todo.
A Dios. Acuérdate que eres su casita. Que tu alma no sea conocida sino por El y tu confesor. Tu indigna hermana
Teresa de Jesús, Carmelita
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142. A Clara Arde Ojeda
Pax Christi
Convento del Espíritu Santo, 8 de octubre, 1919
Que la gracia del Espíritu Santo sea en el alma de mi querida hermanita: Con cuánto gusto vengo un ratito a conversar contigo, porque quiero que ésta la recibas el jueves. Así es que tiene que salir hoy.
Constantemente tengo noticias tuyas y, aunque nada te he contestado por escrito, mis pobres oraciones son constantes por Uds.; pues deseo verdaderamente tenerlas aquí para que gocen cuanto antes de la felicidad de ser carmelitas. Cada vez me parece a mí más hermosa esta vocación y no me canso de dar gracias a Dios de haberme elegido con tanta predilección, y aún más, de haberme traído a este conventito donde reina el verdadero espíritu de nuestra Santa Madre. No se imaginan el cariño que les tienen nuestras hermanitas y cómo todas rezan por Uds.
Sin embargo, hermanita querida, todo este tiempo de espera el demonio tratará de impedir por todos los medios posibles tu venida, pues así me pasó; por eso te recomiendo mucho la oración. Yo sé que en el colegio casi no hay tiempo; pero en la mañana durante la Misa, y en la noche -como se acuestan tan temprano- puedes hacer una media hora. La oración es el fundamento de nuestra vida. Nuestra Regla nos manda «meditar día y noche en la ley del Señor». Por eso, todo este tiempo procura, antes que todo, el espíritu de recogimiento interior. Vive en la celdita de tu alma con Jesús. Apenas tengas un momentito libre, sin estudiar, éntrate a tu celdita para hacer compañía a tu Divino Maestro. Míralo con los ojos de tu alma. Contempla su hermosura. Penetra en su corazón: está lleno de amor por ti. Considera lo mucho que ha padecido por darte un cielo, un Dios en la eternidad. Visita muchas veces con el pensamiento a Jesús‑Eucaristía. El ansía, hermanita querida, estar contigo, pues te ama con predilección, pues te escogió para vivir unido a ti.
Quisiera seguir, pero van a tocar. Esta carta tiene por objeto principal convidarte para mi toma de hábito… Todas rezan para que vengas, especialmente las novicias. Dios quiera traerte.
A Dios, hermanita querida. De todos modos, ese día rogaré mucho por ti. Vivamos en Jesús. Allí, en su Corazón, te encierro para que nadie te separe de El.
Te abraza tu humilde hermana en Jesús,
Teresa de Jesús, Carmelita
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143. A su madre
J. M.J.T.
Pax Christi
Querida mamacita: Que Jesús sea su Vida.
Estoy preocupada por no haber recibido carta suya tantos días. Sin embargo, arrojo mis temores en el Corazón Divino de Jesús, abandonándola a Ud., mi mamachita, con todos los míos a sus divinos cuidados, ya que su Teresa no lo puede hacer.
No se imagina lo feliz que me siento con nuestro santo hábito; y aunque todas extrañan al principio, yo no he extrañado. Tiene que rezar para que sea muy fervorosa, pues del noviciado depende toda mi vida religiosa, y a toda costa tengo que ser una santa carmelita. A veces, la vista de mis innumerables miserias, de mis continuas infidelidades, me desalienta; pero tengo a mi lado a nuestra Madrecita que, con maternal paciencia, me infunde ánimo y fuerzas, y puedo repetir después: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta».
De seguro, mamacita mía, Ud. es una fervorosa novicia y que N. Señor la trata como a fuerte, dándole trabajos y cruces. Feliz Ud., mi mamacita, que sube al Calvario para ser crucificada con Jesús. Es una señal de predestinación el que Dios Padre la quiera hacer conforme a su Divino Hijo. Quisiera, mi mamacita, que en la oración muchas veces pusiera los ojos de su alma en Jesús Crucificado. Allí encontrará no sólo alivio en el dolor (aunque un alma generosa no debe buscar consuelos), sino que también aprenderá a sufrir en silencio, sin murmurar ni interior ni exteriormente; a sufrir alegremente, teniendo en cuenta que todo es poco con tal de salvar las almas que tiene a su cargo, como madre y como carmelita.
Créame que, a lo menos para mí, la Pasión de Jesucristo es lo que mejor me hace para mi alma: aumenta en mí el amor al ver cuánto sufrió mi Redentor; el amor al sacrificio, al olvido de mí misma. Me sirve para ser menos orgullosa. Me excita en la confianza de ese mi Maestro adorado, que sufrió tanto por amarme. La confianza es lo que más le agrada a Jesús. Si confiamos en el corazón de un amigo que nos ama, ¿cómo no confiar en el corazón de un Dios, donde reside la bondad infinita, de la cual la bondad de las criaturas es un pálida sombra? Desconfiar del corazón de un Dios que se hizo hombre, que murió como malhechor en una cruz, que se da en alimento a nuestras almas diariamente para hacerse uno con sus criaturas, ¿no es un crimen?
Mamacita querida, tengamos nosotras temor filial para no ofenderlo, lo mismo que un hijo con su padre teme disgustarle; no por el castigo, sino porque sabe que su padre lo ama y sufrirá. Arrojémonos con nuestras faltas y pecados en el abismo, en el océano de misericordia. Jesús se compadece de nuestras miserias, conoce a fondo nuestro pobre corazón; así pues, mamacita, no tema, que el temor seca el amor.
Cuando me escriba, cuénteme del estado de cada uno; pues es mi incesante preocupación.
Adiós, mamachita linda. Le doy las gracias de nuevo por su consentimiento y por todo lo que ha hecho por esta pobre carmelita. Salude a mi papacito y hermanos y a todos los de casa, y Ud. reciba el inmenso cariño de su carmelita, que vive unida a su mamacita en el divino Corazón.
Teresa de Jesús, Carmelita
A misiá Julia, que Dios le pague los santitos. A todas les han encantado. Dígale que he rezado mucho por ella.
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144. A una amiga
Pax Christi
Que Jesús, mi hermanita, sea con Ud.:
Sólo unas cuantas líneas para consolarla, si nuestro Señor me lo permite. Le pido que no dé entrada al desaliento. El llorar mucho por las faltas que se cometen no es humildad; y más aún si son involuntarias. Debe, inmediatamente que caiga, pedirle perdón a Jesús y enseguida -como un niño con su madre- recostarse en su Corazón, confiada en que no sólo la perdonó, sino que se olvidó. Somos miserables que caemos a cada paso. Somos niños que aún no sabemos andar. ¿Cómo Jesús se va a enojar por caídas que tienen por causa nuestra ignorancia, nuestra debilidad?
Evite siempre toda falta voluntaria. Para esto pida a Jesús la libre de ella, y si cayera, inmediatamente, arrójese en el abismo del amor, y El las borrará y consumirá. Según sea el peso que estas faltas lleven, es decir, con cuanta mayor confianza y arrepentimiento estén, tanto más adentro la introducirá en ese océano de caridad y, por lo tanto, más bañada saldrá por el amor.
En cuanto a lo que me dice -que cree que Jesús la mira irritado y que no quiere perdonarla-, es una tentación. Debe esforzarse en hacer actos de confianza. ¿Por qué temer que Jesús la rechace? ¿Una madre rechazaría a una hija que, desobedeciéndole, fuera después a pedirle perdón? No. La estrecharía contra su corazón. ¿Por qué no pensar que hace eso Jesús con nosotras, criaturas miserables, cuando El encierra no una ternura de madre, sino una ternura que no conoce término, porque es infinita?
A Dios, hermanita. Rezo por Ud. y X. Sean fieles a Jesús, y en las vacaciones tengan más oración. Dos horas pueden tener: una en la mañana y otra en la tarde.
A Dios. Vivamos con El, amándolo en el santuario de nuestra alma.
Teresa de Jesús, Carmelita
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145. Al P. José Blanchc, C.M.F.
J.M.J.T.
Pax Christi
10 de noviembre, 1919
Que el Espíritu Santo sea en el alma de Vuestra Reverencia:
No había podido contestar su carta llena de santos consejos, la que tanto agradecí, pues ahora en el noviciado casi no podemos escribir.
El estado de mi alma es tal, que no lo puedo definir: un día tinieblas, distracciones, y la voluntad desea amar, causándome gran pena de no amar a N. Señor y de no poderlo ver. Aquí no puedo retener las lágrimas, porque llamo a mi Jesús con verdaderas congojas. Otro día, puedo recogerme en fe, pero no siento nada. Sólo puedo meditar. A estas tinieblas se sucede un poco más de luz, con lo que se aumenta mi tormento. También siento tanto mi miseria, mi inconstancia, que me odio a mí misma y me parece que nadie me quiere; lo que me hace sufrir, pues no encuentro ni en Dios ni en las criaturas consuelo ni paz. Veo el amor inmenso de mi Dios, y me siento incapaz de amarlo según las ansias que tengo. Deseo sufrir, pero me resigno a la voluntad divina.
No quisiera comunicar a nadie mis sufrimientos para sufrir más. Y apenas resuelvo esto, me vienen pensamientos de orgullo y vanidad. Veo que Jesús quiere que viva bien oculta. Y si no le digo a Nuestra Madre el estado de mi alma, me pongo terriblemente orgullosa e independiente. Y si le digo, N. Señor me lo reprocha. ¿Qué hacer?
Por otra parte, creo estar apegada a ella, pues pienso con frecuencia en lo que hace y me dice. Además me gusta estar con ella, que me demuestre cariño y me da pena cuando noto que no está tan cariñosa. Antes, siempre me hacia cariños; pero una vez que N. Señor me hizo una gracia, me dijo que si quería que El se acercara, no debía dejarme tocar por criaturas. Entonces yo le dije sencillamente a N. Madre; así es que nunca más me ha tocado. Pero siempre siento en mi corazón ese deseo de manifestaciones de ternura. Más aún ahora; porque N. Señor no me las prodiga. Esto me da pena, porque sólo quiero ser de Dios, y quisiera no sólo ser despegada exteriormente, sino interiormente; pero me parece que el desear esas ternuras está innato en mí, pues no sé si se habrá dado cuenta que tengo carácter regalón y soy muy aguaguada, lo que me desespera. Sin embargo, se me ha quitado mucho.
Lo que me hace dudar sea apego es que su trato me lleva a Dios. Además la admiro como a una santa y su ejemplo me ayuda para ser mejor. También, cuando trato con ella de cosas de mi alma, me da mucha paz; sobre todo, como sólo con ella puedo hablar de Dios, de su amor y bondad, me expansiono; lo que es una necesidad para mi alma, aunque creo será más perfecto no buscar esa satisfacción. Le aseguro que todo este tiempo, Rdo. Padre, no he hecho más que luchar y veo que en esta turbación nada gano. Quisiera tener la luz suficiente para saberla amar en Dios, pues el pretender en mí no querer es imposible. Eso que me dijo Vuestra Reverencia de amar porque es la voluntad de Dios me parece que me aprovecharía, si le tuviera fastidio, pero no cuando el cariño me sale espontáneo. Me acuerdo que sólo dos días, cuando N. Señor me hacía favores amé verdaderamente en Dios, pues andaba engolfada en El, dé modo que lo apercibía hasta en el aire que respiramos. Para que se dé un tanto cuenta, Rdo. Padre, de la unión que Dios se dignaba concederme en su misericordia, le diré que en la noche soñaba con Jesús. Y cuando a veces me despertaba, me encontraba en sueños en contemplación en Dios. Dos veces me acaeció esto. Pero el soñar con El es casi siempre, aunque ahora rara vez.
Una vez sentía un deseo horrible de morirme por ver a N. Señor y, siendo hora de dormirme, no podría hacerlo porque lloraba sin poderme contener, cuando de repente sentí a N. Señor a mi lado, llenándome de suavidad y de paz, e inmediatamente me sentí consolada. Estuve un rato con El, y después como que se fue y dejé de sentir esa suavidad. Dígame, Rdo. Padre, ¿son ilusiones o no? Pues no puedo creer que N. Señor se vaya a acercar a mí, siendo yo una miserable pecadora. No se imagina cuánto sufro cuando de repente vienen a mi memoria los recuerdos de ese acercamiento de Jesús a mi alma. En esta mi pobre celdita, tan vacía ahora, muchas veces sentí su presencia divina. A veces se me representa tan lleno de hermosura y ternura como ya no es posible describir. Créame que todo me causa un hastío horrible; que cuando veo que encuentran algo hermoso y se alegran con ello yo me digo: «No es Jesús. El sólo es hermoso. El sólo puede hacerme gozar». Lo llamo, lo lloro, lo busco dentro de mi alma. Estoy hambrienta de comulgar, pero no se me manifiesta. Sin embargo, reconozco que todo esto lo merezco por mis pecados, y quiero sufrir. Quiero que Jesús me triture interiormente para ser hostia pura donde El pueda descansar. Quiero estar sedienta de amor para que otras almas posean ese amor que esta pobre carmelita tanto desea.
Ruegue por su pecadora. Y cuando Jesús en el santo Sacrificio muera entre sus manos, ruéguele que yo también muera a las criaturas y a mí misma para que El viva en mí.
Penitencias casi no puedo hacer, aunque siento deseos de ellas. Trato de adquirir virtudes, pues soy tan pobre, sobre todo de humildad. Si tiene la bondad de contestarme, dígame cómo debo amar en Dios al prójimo.
A Dios, Rdo. Padre. En su atmósfera divina de amor permanezcamos para salvar las almas. Ruego mucho por V. Reverencia. Su pecadora
Teresa de Jesús, Carmelita
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146. A una amiga
Los Andes, Monasterio de Carmelitas Dzas.
Que la gracia del Espíritu Santo sea en el alma de mi hermanita:
Hace varios días recibí tu cartita, con la que tuve mucho consuelo, pues veo en ella los deseos que tienes de ser toda de Dios…
Lo que tienes que procurar es ser cada día más de Dios: vaciar tu corazón de todo lo que no sea El; no tener ningún otro amor, no preocuparte de nadie y, cuando te vengan esos pensamientos de las criaturas, rechazarlos para pensar en Dios.
Hermanita querida, piensa que es el favor más grande que Dios te puede hacer. No es un príncipe, no es un rey el que te llama, sino Dios. El Rey de los reyes te llama para unirse contigo, para que imites sus divinas perfecciones. Fíjate que con los ángeles no se une y, con criaturas que lo ofenden, viene a llamarlas. El mismo las busca, les da voces para hacerlas una con El. En vez que nosotras fuéramos en su busca -pues es nuestro supremo Bien-, El nos llama para sacarnos del mundo, para ponernos en un lugar donde se le ame, donde no se le ofenda, donde están aquellas personas por quienes ruega Cristo para librarnos de la tiranía del demonio y para hacernos sus esposas. «Ven, ven, esposa mía, ven del Líbano, amiga mía, porque el Rey se ha prendado de tu hermosura». Qué bueno es nuestro Dios. ¿Cómo no llorar, cómo no morir ante tanto amor?
Correspondámosle con todo nuestro ser. Que todo le pertenezca desde ahora. No vivamos sino para El. Para esto vivamos en una unión íntima con nuestro Jesús en el fondo de nuestra alma. Cuando sirvamos a las criaturas, sirvámosle a El con un amor y perfección dignas de El. Todo lo que hagamos, sea por su amor. El a cada instante obra con amor en nosotras; correspondámosle por amor. [Dile]: «Estoy fatigada; no tengo ganas de trabajar, mas lo haré por tu amor. Señor, todo lo que hago es por ti solo. No importa que las criaturas me alaben y me miren, pues aunque ellas no estuvieran, yo lo haría igual por Ti. Sólo deseo ser mirada por Ti, Amor mío». Dile esto muy a menudo.
Me preguntas acerca de la oración. Medita sobre la Pasión de N. Señor. Te voy a dar un ejemplo:
1. Ponte en la presencia de Dios. Considera a Dios dentro de tu alma. Allí, postrada delante de El, ve su divina grandeza y, al mismo tiempo, piensa que tú no eres nada, y que tú no puedes nada, si no es el pecado. Después de haberte humillado, piensa qué vas a hacer: hablar con Dios.
2. Pensarás qué es lo que vas a meditar, v. gr. Jesús azotado en la columna. Entonces figúrate que lo tienes allí en tu alma y que estás muy cerca de El para recibir su sangre. Tú eres el verdugo con tus pecados. Mira cómo sus miradas se fijan en ti para decirte: «¿Cómo quieres que te demuestre más mi amor? Ven. Cúbreme con tus lágrimas, pídeme perdón y prométeme que nunca más lo harás. Consuélame tú al menos que vas a ser mi esposa». Arrójate entonces a sus pies y prométele en qué le vas a demostrar tu amor aquel día. Dile que ya no lo quieres ofender; que te perdone. Abrázalo para que su sangre divina te purifique. Después le pedirás te ayude con su gracia para cumplir lo prometido. Dile que todo el día lo quieres acompañar. En la noche verás si cumpliste tu resolución. Y si no la has cumplido, haz alguna mortificación. Y haz lo mismo al día siguiente.
¿No ves que así se hace oración? O si no, hablando con N. Señor: preguntándole qué quiere de tu alma, qué virtudes desea encontrar en ella, etc. Dime si este método te gusta, si te da devoción .
A Dios, casita de Dios. Si estás en misiones, pasa muchas horas con N. Señor. Pide por mí que soy tan mala.
 Teresa de Jesús, Carmelita
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147. A su hermana Rebeca
Pax Christi
J M.J.T.
Noviembre 16, 1919
Señorita Rebeca Fernández
Querida hermanita: Que Jesús te mire y te ame siempre.
No podría expresarte los deseos que he tenido de escribirte, pero he tenido que sacrificarlos por el Amor. ¡Cuán unida he estado a ti en ese mi querido Cunaco del cual conservo tan gratos recuerdos! Y me parece que cuanto más te acercas a Jesús, más cerca te siento, hermanita querida. Yo, cada día más feliz. Ayer hizo un mes de mi toma de hábito, tiempo que se me ha transcurrido volando. Así se pasa la vida en el Carmen, y luego nos encontraremos en la eternidad, mirando desde ella la vida como un punto que pasó sin darnos cuenta. ¿Qué sería de nosotros, si no pasara la vida así? Sobre todo sería horrible para la gente del mundo, para la cual no hay dicha cumplida: ya que para una carmelita existe el cielo en la tierra. Posee a Dios y con el Todo le basta .
La Elena me escribió anteriormente, cuanto tú estabas allá en Santiago. Le escribí una carta en que le digo que es también para ti. Así es que pídesela.
Supongo que habrán aprovechado estos días para estar bien cerquita de Jesús, viviendo con El bajo un mismo techo. Créeme que las envidio, porque pueden acercarse a todas horas a su prisión. Sin embargo, por otro lado pienso que esto es sólo por algunos días; mientras que yo, estando prisionera también y encadenada por su amor, permanezco siempre junto al altar, sufriendo y amando. Este es mi ideal; pues así la carmelita recoge la sangre que mana del sacrificio de Jesús, para derramarla en las almas. Asóciate a mí, hermanita, obrando en todo por amor; aceptando todos los sufrimientos con alegría por consolar al Hombre‑Dios. Al mirar mi celdita tan pobre, no puedo menos de sentirme dichosa de haber renunciado a todo lo superfluo por poseer a Dios. El es mi riqueza infinita, mi beatitud, mi cielo. Amalo tú también, hermanita mía, para que seas dichosa.
¿Qué prácticas estás haciendo en el mes de María? Hónrala mucho. Es tu madre tan buena y cariñosa, que jamás dejará de velar por ti. Ayer no más me hizo una gran gracia esta Madre de mi alma. Cuando recurro a Ella, jamás me desatiende.
No te escribo más, porque tengo esta carta desde el domingo. No sé si te encontrará allá, en Cunaco. Saluda, pero con mucho cariño, a mis tíos. Para la Eli y Herminita no sé qué mandarles que corresponda a mi cariño para ellas. Saluda a los Padres y María y Pepe.
Adiós, mi hermanita más querida. Quisiera decirte lo mucho que te quiero y deseo que seas toda de mi Jesús. Cuando te acerques al tabernáculo, dale a Jesús mi pobre corazón, para que lo llene de su amor.
 Teresa de Jesús, Carmelita
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148. A su madre
Aleluia, Aleluia, Aleluia.
Que Jesús sea con mi mamachita:
Todavía me estoy riendo de lo que me ha dicho nuestra Madrecita se corre en el mundo de esta pobre carmelita. ¿Por qué quieren turbar, mamacita, su felicidad, diciéndole que estoy triste, que lloro, etc.? ¿Por qué el mundo pretende despertar a los muertos para él, y encontrar en aquellos que viven en los brazos de Jesús tristezas? ¿No ve que es envidia del reposo, de la paz, de la felicidad que inunda mi alma? !Cuán bien veo que los que inventan semejante mentira no conocen lo que es vivir en el cielo del Carmelo y lo que es la gracia de la vocación! Además, si en mis cartas, mamacita, nota Ud. alegría, felicidad, ¿cómo puede creerme tan doble para expresarle lo contrario de lo que siento?
Miro en este instante a mi Jesús y me río del mundo entero con El. Déjeme llorar entre sus brazos todo el día, mientras los demás se ríen y divierten; que poco me importa a mí llorar, mirando a la alegría infinita, gustar la amargura junto a la dulzura divina de Jesús. Soy feliz y jamás dejaré de serlo, porque pertenezco a mi Dios. En El encuentro a cada momento mi cielo y un amor eterno e inmutable. Nada más deseo que a El. A nadie más amo que a El. Y este amor va creciendo en mi alma, a medida que me voy introduciendo en su seno divino de amor y perfecciones adorables.
Nada de la tierra puede servirme ya de atractivo, porque he conocido a la hermosura divina. Y en caso de llorar, mamacita querida, no sería por tristezas fingidas, sino por mis muchos pecados y por temor de ofender y perder a Dios; por no amarlo lo bastante…
En cuanto a mi salud, gracias a Dios, puedo admirarme de lo bien que estoy. Además, nuestra Madrecita siempre está con sus maternales ojos para cuidarme.
Pasando a otra cosa, le contaré que me han dado la ermita de la S. Virgen. Estoy feliz con ella. Sin embargo, quisiera que Ud., mamacita, como cosa suya, le pidiera a la Lucita el Niñito Jesús de ella, con los Reyes Magos, la Sma. Virgen y San José; pues directamente no me atrevo, pues quizás querrá que sea para la Lucecita, pero es por si acaso. También mándeme por caridad, ese cuadro de la Sma. Virgen que me regaló mi tía Rosa. Mi mama sabe.
No se imagina lo mucho que he rezado por mi tía, pues la quería tanto. Verdaderamente tuvo la muerte de los justos.
A Dios, mamachita. Cariños a mi papacito, a quien voy a escribir, y también a los niños. Saludos para mi mama y todos los de la casa. De nadie me olvido.
Amemos a Jesús y en El vivamos.
Teresa de Jesús, Carmelita
No se deben extrañar no les escriba, pues en el noviciado se escribe rara vez y sólo por necesidad. Eso sí, me pueden escribir de vez en cuando, pero no les contestaré seguido. Díganle a Ignacio y Chepita que les voy a ofrecer un regalo de misas, comuniones y oraciones.
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149. A Elisa Valdés Ossa
J. M.J,T.
Pax Christi
Mi Isabelita querida. Que Jesús se posesione cada vez mas de tu ser. Cuánto tiempo por contestarte para hablar íntimamente con mi hermanita… Pero siempre la misma disculpa del tiempo.
Ya más de 6 meses en el Carmen, Isabelita. 6 meses de cielo que no han sido turbados por nada de lo de la tierra. 6 meses viviendo escondida en mi Verbo adorado, escuchando su Palabra de vida, contemplando su hermosura infinita. Si pudiera hacerte comprender el vacío inmenso en que vivo respecto de todo lo del mundo, me envidiarías. Es Jesús, mi Isabel, el único atractivo de mi vida. Es El, con sus encantos y suavidad lo que me hace olvidarlo todo. Sin embargo, hay momentos -créeme- que se sufre. Y no creas que son sufrimientos de cualquiera especie los de una carmelita. Mas, sufriendo es como se goza, ¿no es verdad, mi hermanita? Sobre todo cuando es Jesús el mismo que la crucifica, que la despedaza, se encuentra una feliz en ser su juguete de amor. Tú demasiado comprendes el lenguaje de la cruz; por eso no necesito decirte que la ames, que es en ella donde se efectúa la transformación del alma en Dios. Mas no creas por esto que yo sufro, pues créeme que deseo sufrir mucho más. Lo mejor es amar la voluntad de Dios. Allí encontramos la cruz mejor que en ninguna parte. Allí crece este árbol bendito rectamente, sin impedimento, pues es sin la elección nuestra, sin satisfacción alguna. ¿Sientes en tu alma ese amor por la divina voluntad? Trata de sentirlo, ya que tu nombre ‑Isabel de la Trinidad, o sea, «Casita de Dios»- debe estar tan llena de ella, que por todos sus ámbitos, es decir, en sus facultades y operaciones, resuene siempre el eco de la Palabra eterna, del divino querer.
Sí, mi Isabelita; podemos vivir en comunión perpetua con el Amor uniéndonos a su voluntad. Que no encuentre resistencia en nuestra alma. Debe en ella reinar siempre el ambiente de la fe. En este aire puro no se pierde esa voz de Dios que debe imperar en nuestra alma. Que ella sea como una participación de El. Dios, en sí, obra siempre lo que quiere; que nosotras, perdidas como nadas en su inmensidad, obremos también lo que El quiere. ¿Cómo seremos más semejantes a El, si no es obrando su divina voluntad? Al quererla y al abrazarnos con ella, queremos y practicamos un bien querido infinitamente por Dios, un bien que lleva en sí la razón eterna; un bien en que existe la sabiduría eterna; un bien en que existe el poder infinito, un bien en que existe, concentrado, todo el amor, la santidad de nuestro Dios. Al ejecutar ese bien, ¿acaso no obramos conforme a Dios? Al obrar conforme a Dios, somos otro Dios; en una palabra, somos El.
Para esto, mi Isabel, es necesario soportarlo todo, amarlo todo como la expresión de la voluntad de Dios que quiere santificarnos, ya que Jesucristo nos dijo que la voluntad de Dios era que fuéramos santos. Y creo que lo mejor y lo que más conviene a nuestra miseria es sólo mirar el presente, vivir -como dice Isabel- en un eterno presente, es decir, que en cada hora hagamos la resolución de cumplir perfectamente la voluntad de Dios, de aceptar todo lo que nos envía, sea próspero o adverso, proceda de nosotros mismos o de las circunstancias que nos rodean, o de parte de las criaturas.
Quisiera, mi Isabel, hablarte de mi Jesús, quisiera encenderte en su amor, ya que yo no lo amo lo bastante; pero soy incapaz de ello. Quisiera, hermanita, que vieras en Jesús, en el Verbo, el amor que nos ha demostrado; pero no me atrevo a franquear ese abismo infinito en el que me pierdo, sobre todo, que tú lo has sondeado más que yo. No miremos en El nada más que amor; ya que Dios es amor. El amor es su esencia, en el amor se hallan todas sus perfecciones infinitas.
Rezaré porque Dios te ilumine acerca de lo que debas hacer, y que sea donde seas más de El. Los libros no sé si se te pueden mandar porque son muy escasos. Los que debes comprar es «Jesús íntimo» por Suavé. Son 4 tomos y mi mamá sabe dónde está. Créeme que te encantará. Compra, para el tiempo de Adviento, «BELEN», por Faber. Dicen que es lindo. Y prepárate con la S. Virgen para recibir a Jesús.
Después de pascua te contaré cómo se pasa aquí en el Carmen navidad. ¿Te acuerdas, el año pasado, que Jesús naciendo hizo nacer en mi alma la paz? Te tendré esa noche bien al ladito de El, o mejor, le pediré que te deje besar sus piececitos. Mi Dios eterno, infinito, espíritu puro, naciendo niño en un pobre portal. ¡Qué misterio de amor, qué éxtasis sería el de la S. Virgen y de nuestro Padre S. José! ¡Qué pureza, qué belleza se reflejaría en la frente de Jesús! Algo más que angélico, algo divino… Amemos y adoremos y escuchemos al Verbo… que dice de humildad, de silencio, de pobreza. Escuchemos: «Ecce venio» = «Vengo, oh Padre, a hacer tu voluntad».
A Dios. Corto, porque si no, jamás terminaría… Fíjate que me han dado una ermita. Estoy feliz. Todavía no sé si tendré un nacimiento o si una gruta. Reza para que sea lo que más me aproveche. Mañana tendré retiro. «Sola con El solo». A Dios. Vivamos unidas a El. Te abraza tu humilde y pobre hermana que te pide una limosna de oraciones
 Teresa de Jesús, Carmelita
Respecto a lo que me dices te diga del Oficio… Es imposible lo reces afuera; toma muchas horas. Además tiene muchas complicaciones que yo aún no sé; pues cada día tiene su santo y cada tiempo sus rezos especiales. Lo que podrías rezar sería el Oficio parvo de la S. Virgen. La jaculatoria es «Amor, invádeme».
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150. A su Padre
J. M. J. T.
Pax Christi 26 de noviembre, 1919
Que la gracia del Espíritu Santo sea en su alma, mi viejito tan querido:
Muchos días estaba por escribirle, pero siempre tenía inconvenientes. Así es que ahora, quitando algo al sueño, me pongo a conversar con mi papacito, porque de otro modo no resultará la carta.
El 14 me vio realizar mis deseos tomando mi hábito tan querido. Soy cada vez más feliz con él, y no me canso de darle gracias a Dios de haberme dado el cielo anticipado; y a Ud. nunca me cansaré de agradecérselo.
Ese día de mi toma de hábito pude apreciar más que nunca que mi suerte ha sido la mejor. Al ponerme en íntimo contacto con las almas, pude notar que en todas hay llagas profundamente dolorosas; que todas, aunque muchas veces aparentemente son felices, encierran en su corazón un mundo de desdichas. En cambio, su carmelita ve deslizar sus días tranquilamente. Nada puede turbar su paz, su dicha, porque lleva al que es la fuente de la paz. Con Dios, mi papacito, es con quien vivo en un cielo ya aquí en la tierra. Entre Jesús y su carmelita hay una intimidad tan grande, que las uniones de la tierra son sólo una sombra; y a medida que lo conozco, más lo amo, porque voy sondeando en su corazón un abismo de infinito amor. Por eso, mi papacito querido, siento la necesidad de llevarlo hacia El. Quisiera que fuera Jesús su íntimo amigo, en quien depositara su corazón cansado y saciado de sufrimientos ¿Quién podrá, mi viejecito querido, medir la intensidad, el caudal de preocupaciones que lo agobian como N. Señor, que penetra hasta lo más íntimo y que sabe curar con delicado tacto aquellas heridas dolorosas cuya profundidad Ud. mismo desconoce? ¡Ah, mi papachito, cómo se transformaría su vida, si fuera a El con frecuencia como a un amigo! ¿Cree acaso que Jesús no lo recibirá como a tal? Si tal cosa pensara, demostraría que no lo conoce. El es todo ternura, todo amor para sus criaturas pecadoras. El mora en el sagrario con el corazón abierto para recibirnos, y nos aguarda allí para consolarnos. Papacito mío, ¡cuántas veces Ud. mismo no me ha expresado lo feliz que se ha sentido al comulgar! Es porque entonces su alma, libre de todo peso, ha sentido la presencia de su Dios, único capaz de satisfacernos. Además ¿por qué temer acercarse a N. Señor, cuando El mismo dijo que era el Buen Pastor, que daba su vida por recobrar la oveja perdida? Y dijo que venía en busca de los pecadores. Así pues, mi papacito, todos, aunque somos pecadores, podemos acercarnos a El. Somos sus hijos que debemos confiar en sus entrañas llenas de ternura paternal.
No se figura cómo he rogado por Ud. y por los asuntos que le conciernen, para que se arreglen como conviene. Especialmente en este mes de María se lo he entregado a la Sma. Virgen. Espero que Ella me oirá y lo protegerá a todas horas. A Ella le pido seque sus lágrimas, calme su vida tan llena de turbaciones, y sea también su compañía en la soledad; y sobre todo, le ruego sea la Sma. Virgen su abogada, su Madre tierna y cariñosa a quien Ud. ha querido, su protectora en el horrible trance de la muerte. Invóquela siempre, papacito mío, y más aún cuando su alma luche con el desaliento. Entonces dígale: «María, muéstrame que eres mi Madre». Invóquela cuando luche para cumplir sus deberes de cristiano. Pídale a Ella lo haga ser su verdadero hijo; que extinga en su alma el fuego de las pasiones con su mirada de suavidad.
Papacito mío, cuando sufra, mire a su Madre Dolorosa con Jesús muerto entre sus brazos. Compare su dolor. Nada hay que se le asemeje. Es su único Hijo, muerto, destrozado por los pecadores. Y a la vista del cuerpo ensangrentado de su Dios, de las lágrimas de su Madre María, aprenda a sufrir resignado, aprenda a consolar a la Sma. Virgen, llorando sus pecados.
 Quisiera seguir, mi papachito lindo, pero el tiempo se concluye; además temo ya cansarlo. Contésteme desahogando su corazón en el de su carmelita, todo lleno de ternura para su viejito tan querido. Su indigna
 Teresa de Jesús, Carmelita
P.D. Si puede, comulgue el 8 de diciembre, día de la Inmaculada. Cuando me escriba, dígame cómo le ha ido en sus asuntos.
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151. A Amelia y Luisa Vial Echeñique
J M J T
Pax Christi
Convento del Espíritu Santo, 26 de Nov., 1919
Srtas. Amelia y Luisa Vial
Mis mellicitas tan queridas: Que la gracia del Espíritu Santo sea en sus almas.
Como mañana entraremos en Adviento y ya no podré escribir no he querido dejar de contestar sus cartitas que tanto les he agradecido, y a las cuales imposible me había sido el contestarlas, porque el tiempo vuela aquí en el Carmen. Créanme que me parece que siempre hubiera sido carmelita, pues casi no me acuerdo del pasado. Mi felicidad actual me ha hecho olvidarlo todo. Si me vieran ahora en mi pobre celdita donde paso los días sola con Jesús, me envidiarían; pues El forma mi dicha más cumplida.
No se figuran, mis mellicitas, lo muy presentes que las tengo en mis pobres oraciones. El santito que me enviaron lo tengo en nuestro breviario. Así todos los días ruego por Uds., sobre todo ahora que comprendo cuánto sufren al salir del colegio. Sin embargo, no se atemoricen demasiado ante la nueva vida que se les presenta; pues siendo hijas de María, la S. Virgen las cubrirá con su manto. Además, tienen ya formada en sus corazones una piedad sólida, que el mundo no podrá quebrantar si siguen Uds. siendo fieles a sus prácticas piadosas, como son la comunión diaria… Pero comulguen fervorosamente. Que Jesús pueda encontrar en sus almas un asilo donde descansar. Prepárense bien, penetrándose a quien van a recibir. Es todo un Dios el que desciende a visitarnos, el que, endiosándonos, nos convierte en El. ¡Cómo quisiera hacerles comprender, mis mellicitas, lo que es comulgar aquí en el Carmen! Para una carmelita la comunión es un cielo; y debiera serlo para toda alma creyente. ¿Cómo no morirnos de amor al ver que [a] todo un Dios no le basta ya el hacerse niño, sujetarse a nuestras miserias, tener hambre, sed, sueño, cansancio siendo Dios; no le basta el pasar por un pobre artesano, sino que se humilla hasta la muerte de cruz -muerte de criminal en aquel tiempo-; no le basta el darnos gota a gota su sangre divina? Quiere más en su infinito amor. Y cuando el hombre prepara su muerte, El se hace nuestro alimento para darnos vida. Un Dios alimento… pan de sus criaturas, ¿no es para hacernos morir de amor? ¡Y pensar que comulgamos sin un mínimo afecto de amor! Jesús viene lleno de infinito amor, y nosotros lo recibimos fríos y sólo procuramos hacer peticiones, sin adorarlo, sin llorar de agradecimiento a sus divinos pies. Viene a buscar consuelo, amor, y no encuentra nada. Procuren Uds. no comulgar como lo hacen todas las personas del mundo.
Otra práctica es que oigan misa todos los días. En ella, si no se preparan o dan gracias por la comunión, hagan meditación. Traten de conocer a Jesús, el amigo íntimo de nuestras almas. En El encontrarán la ternura de una madre en grado infinito; consuelo si tienen que sufrir; fuerza para cumplir con sus deberes. Miren a Jesús anonadado en el pesebre, en la cruz, en el sagrario. De allí nos dice cuánto nos ha amado.
Por fin, les diré que tomen la resolución de ser toda para todos, sacrificándose por los demás sin manifestarlo. Renuncien a sus comodidades por los demás, para ganarles el corazón y llevarlos a Dios. Siempre estén dispuestas a acompañar a sus hermanas y a complacer a los chiquillos.
También. No dejen de hacer catecismo en el externado y no se lleven leyendo todo el día, sino que cosan o hagan cualquier otra obra. También les recomiendo que, cuando salga a los paseos, procuren no hablar muy fuerte para no llamar la atención, ni que las crean chiquillas sin juicio. Manténganse en las conversaciones sin faltar a la caridad. Si las demás están pelando, cállense Uds., sino pueden defenderlas. Esto es muy necesario, pues también evita lo que el mundo llama planchas. Tampoco se dejen guiar por la opinión de las otras chiquillas, sino que tengan la suya propia, conveniente a una Hija de María. Y no tener respetos humanos en manifestarla; v. gr. si van al biógrafo y si la película no les gusta, digan Uds. que no, y así en todo.
En fin, mis mellicitas tan queridas, no quiero latearlas más. Lo que me falta decirles es que, antes de hacer cualquiera cosa, ofrezcan a Dios, haciéndola con el objeto de demostrarle su amor. Rogaré mucho por Uds. para que Dios les dé a conocer su voluntad. Si las quiere en el mundo, que la cumplan en él; y si las quiere para hacerlas todas de El, que sean también unas santas. Yo cada vez soy más feliz de ser toda de N. Señor. En El lo encuentro todo: belleza, sabiduría, bondad, amor sin límites. El es mi paz. No se imaginan cómo, cuando llego al coro, me parece encontrarlo tal como lo encontraba M. Magdalena en Betania. Tan presente está a mi alma Jesús en el sagrario que no envidio a los que vivieron con El en la tierra.
A Dios, mellicitas. Recen por mí, para que sea una santa carmelita. Soy tan mala todavía… Amemos mucho a Jesús. Que El nuestro todo adorado. Las abraza su indigna
 Teresa de Jesús, Carmelita
Mi Madrecita les manda un saludo cariñoso. No muestren esta a nadie. Perdonen, por favor, todo. No tengo tiempo para leerla, porque ya es muy tarde. Saluden de mi parte a las Madres.
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152. A Herminia Valdés Ossa
J.M..J.T.
Pax Christi
Gordita Querida: Que Jesús nazca en tu alma.
Aunque ya es tarde, no quiero dejar de escribirte estas líneas, para agradecer tu caridad a nombre de mi Madrecita y Hermanitas. Mañana, como entramos en Adviento, no podré ya escribir y sólo quiero decirte que me has hecho feliz, al ver que amas a Jesús y que este mes has comulgado diariamente.
 Prepárate para Navidad. Piensa todos los días en Jesús que, siendo Dios eterno, nace como un tierno Niño; siendo todopoderoso, nace pobre, sin tener con qué resguardarse del frío. Necesita de su Madre para vivir, siendo El la Vida. Te envío una lista, para que le prepares un ajuar a Jesús y, cuando escribas, me dirás si lo has hecho.
Camisitas para abrigarlo: cinco actos de amor diarios y deseos de recibirlo en la Comunión. «Jesús mío, ven a mi pobre corazón, que sólo desea latir por Ti».
Mantillas para envolverle sus piececitos: como El no puede andar, tú harás la caridad con todos, sacrificándote y renunciando a tu comodidad.
Fajas para apretarlo: no rezongarás, cuando te manden algo que no te guste, sino hacerlo como lo dicen.
Gorrita: estudiar y hacerlo todo por Jesús, pensando en su amor.
Pesebre: no flojear en la cama; ir a misa a comulgar.
Pajitas: hacer algún actito, como privarte de un dulce o comer lo que no te guste.
Hazlo todo por amor a Jesús. Muéstrale el ajuar a Eli, para que ella haga otro.
Adiós. Rezaré por todo lo que me dices. Después de Pascua te contestaré largo. Te abraza tu indigna carmelita,
Teresa de Jesús, Carmelita
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153. A su hermana Lucía
Pax Christi
Mi Lucecita tan querida: Que Jesús sea siempre contigo.
Como no podré el 13 escribirte por tu santo, nuestra Madrecita me ha dado licencia esta noche para enviarte [por] anticipado mis cariños y el regalo que como carmelita poseo de varias Misas y comuniones, ofreciendo también lo que haga en esos días. A Chiro y a la Lucecita no necesito decirte cuánto los recuerdo. Y tengo ansias de ver a los tres, aunque fuera en retrato.
En estos días de Adviento, te tendré junto con la Sma. Virgen. Que Ella sea tu modelo como madre. Que el pesebre te ilumine para apreciar lo único que supo amar el Hijo de Dios. Que tu angelito siempre esté junto al Niño Jesús. Que sea su corazoncito para El.
No puedo escribirte más. Anoche dio la hora el reloj y me tuve que acostar. A Dios, hermanita siempre tan querida. Ojalá pueda verlos algún día a los tres. O a lo menos no dejes de mandarme retrato de Lucecita. Dale de su tía carmelita muchos cariños. Saluda a Chiro. Y tú, hermanita, recibe el inmenso cariño de tu hermana carmelita.
Que Dios te pague el nacimiento que me diste. No sabes cuánto te lo agradezco, pues me han dado una ermita y está muy pobre.
Teresa de Jesús, indigna Carmelita
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154. A su madre
J. M.J.T.
Pax Christi
Mamacita querida: Que el Verbo Divino descienda para habitar en su alma.
Como su Carmelita el día de su santo no podrá escribirle, le envía desde ahora, junto con su cariño, un regalo de 9 misas y comuniones, y todo lo que hará, lo ofrecerá por Ud. Además, mamachita mía, va el regalo de Jesús. Yo no lo he abierto, porque El no me ha dejado; pero creo ha de ser magnífico. Es todo un Dios el Esposo de su hija carmelita. Además, le he dicho a Jesús que es el primer año que me ha robado; así es que tiene que compensarlo mejor. Quisiera escribirle más, pero no puedo.
El 13 su carmelita, como siempre, será la primera en abrazarla. A las 5 de la mañana, la iré a despertar, ¿no? Ofrezcamos ese día de nuevo el sacrificio. Ofrezca en compañía de la Sma. Virgen su hostia.
Buenas noches. Hasta la Pascua. Vivamos bien recogidas, formando al Verbo en nuestro corazón. A Dios. La abraza su indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
Mucho le agradeceré si me manda el nacimiento. A don Lucho L. dígale que rezo mucho por la Martita. Dígale a M. Luisa que me perdone; pero que para Pascua le escribiré.
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155. Al P José Blanch C.M.F.
J.M J.T
Pax Christi
Convento del Espíritu Santo,
Los Andes, 11 de diciembre de 1919
Muy Rdo. Padre: Que la gracia del Espíritu Santo sea con V. Rcia.
Ayer recibí su cartita, en la que tiene la bondad de avisarme que, si le es posible, vendrá el domingo 14. Créame que me confunde, Rdo. Padre, tanto interés de parte de V. Rcia. por un alma tan miserable y pecadora como la mía y sólo con oraciones podré pagarle, aunque son tan escasas de méritos.
Por ahora encuentro que, no teniendo extrema necesidad -ya que el estado de mi alma es el mismo que le he explicado-, podría V. Rcia. ahorrarse la incomodidad de pasar a Los Andes, tomándome, eso sí, la libertad de avisarle en caso que tuviera alguna dificultad después, confiada en su paternal bondad. Además, le participaré que cambiaron de confesor ordinario, y el actual me inspiraría confianza en una urgente necesidad, en caso que V. Rcia. no pudiera venir.
Ruegue por mi santificación. Soy tan infiel a N. Señor, tan tibia en su servicio, que temo me abandone por completo. Pídale especialmente me dé espiritu de fe, pureza, amor y recogimiento para ser una santa carmelita.
A Dios, Rdo. Padre. Reciba de parte de N. Madre un atento saludo, y de su pobre hija pecadora todo el agradecimiento filial de que es capaz.
No me olvide en la S. Misa el día de Navidad. Pídale a la Sma. Virgen me dé el Niño y juntamente la gracia de serle fiel en todo. Yo tampoco lo olvidaré en mis pobres oraciones. Su indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
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156. A Herminia Valdés Ossa
J .M .J .T.
Pax Christi
Convento del Espíritu Santo, 8 de enero de 1920
Señorita Herminia Valdés Ossa
Mi Gordita querida: Que Jesús sea tu mejor y único amigo.
Mucho hemos agradecido tu cariñosa encomienda, la cual sólo podemos pagarles con nuestras oraciones.
Mucho te recuerdo delante de N. Señor, especialmente después de recibirlo en la santa comunión. Ojalá El te dé a conocer su divina voluntad para que, cumpliéndola, le seas cada vez más agradable a su divino corazón.
Mi Gordita querida: ¡quién pudiera decirte y darte algo de lo que encierra mi conventito: la paz, la dicha de que disfruta mi alma perteneciendo por completo a Jesús! Cuando vienen a verme de casa y se van dejándome en mi conventito, me siento feliz de que El sea el dueño absoluto de mi ser; de haberle dato todo, hasta mi propia voluntad. Mas no creas que también no siento el sacrificio, pues la separación siempre se siente intensamente; pero allí está el mérito. ¿Acaso no se muestra el amor en el sacrificio? Además pienso en el amor de Jesús, y entonces todo lo que pueda ofrecerle me parece poco. Al verlo en la cuna en pobres pajas, calentado por animales, desechado por los hombres, llorando de frío, ¿podré tomar en cuenta todos los sacrificios del mundo?
Gordita querida, amemos a Jesús que tanto nos ha amado. Rodeemos su sagrario muchas veces al día con el pensamiento. El siempre nos mira y ansía que le amemos, a pesar [de] que es un Dios. El vive allí más pobre que en Belén; más impotente está que cuando era niño; no se puede valer por Sí mismo y El es la Vida misma.
Te recomiendo en Viña del Mar la comunión diaria para reparar y consolar a N. Señor, que tanto se le ofende en las vacaciones. A ti que no te gustan los paseos ni las chiquillas busca al Corazón de Jesús. El te pide lo consueles y lo ames. ¿Podrás negárselo, cuando sólo está allí para amarte, para ser el alimento de tu alma, para ser tu amigo, para ser tu Todo adorado? También procura ya enseñar catecismo con la Eli o hacer ropa para los pobres.
¿Qué te ha parecido la muerte de la Silvia? ¡Que horrible! Cuando menos se piensa llega la muerte. Entonces todo desaparece y sólo el bien [se] lleva consigo. Aprovechémonos.
Para tu papá, mamá y hermanos un saludo cariñoso de Año Nuevo. Para la Eli, un recuerdo y mis pobres oraciones. Dile a tu mamá que todas las semanas ofrezco una comunión y misa por don Pepe y otras cosas. ¿Por Jaime rezar más aquí todas? Imposible. Dile que lo felicito por el éxito de su examen de italiano. A Dios, mi hermanita querida. Vivamos muy unidas con Jesús y que El te transforme cada vez más en este año. Reza por mí. Tu indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
Saluda a Juana y Elvira. Nuestra Madrecita y Hermanitas corresponden tus saludos.
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157. A su madre
J.M.J.T.
Pax Christi
Convento del Espíritu Santo, 18 de enero, 1920
Señora Lucía Solar de Fernández
Mi mamacita querida: Que la gracia del Espíritu Santo sea en su alma.
Mucho he agradecido a N. Señor los haya llevado de nuevo al Algarrobo, del cual tengo tan buenos recuerdos, y donde me parece pasarán tranquilos y contentos. Lo único que siento es que mi papacito no esté con Uds., pues el pobre viejito pasa tan solo.
Por mi parte, mamachita, no se apure, pues paso siempre en vacaciones con Jesús… Además, también desde Pascua ‑el 25- hasta el 6 de enero, tuvimos varios días de recreaciones que, podemos decir, son el veraneo de la carmelita.
Sin embargo, mamachita, nada hay que pueda ser un atractivo para el alma que sólo busca a Dios; y yo misma me espanto al considerar esta indiferencia respecto aún de aquello que antes me entusiasmaba. Mi única dicha, por ahora, es sólo vivir con mi Jesús. En El encuentro en grado infinito todo lo que mi alma puede ambicionar.
No se canse, mamachita querida, de darle gracias a Dios por haberme escogido para Sí, a pesar de ser tan miserable; y que la vocación de su carmelita le sirva siempre para más amar y alabar.
Recibí la carta de la Rebeca, y no pude menos de conmoverme al ver todo lo que sufre. Créame, mamacita, que quizás yo en su lugar no hubiera sido tan generosa como lo es ella. Es necesario que Jesús me haya revestido de su gracia para seguirlo, pues jamás los hubiera dejado, queriéndolos como los he querido. Por el momento me parece que es necesario rodearla de cariño y no contrariarla, pues temo que su estado de ánimo se empeore. También veo que Dios obra en su alma por medio del aislamiento, para atraerla a Sí, y cada día me convenzo más que la hará enteramente suya. Dígale que pronto le escribiré.
A la Lucía y a Chiro los veo siempre con rostros sonrientes, cada día más felices con su Lucecita. Salúdelos y dígales que les escribiría, pero que no puedo hacerlo. A Ignacito, que lo mando felicitar por sus premios. Dígale que me escriba para ver sus adelantos. A mi mamita, Rosa, Susana y a todas las de la casa, salúdelas y dígales que de nadie me olvido en mis pobres oraciones. Si la María Cáceres no está allá, dígale a la Rebeca que le escriba, pues yo ya no lo puedo hacer. A Lucho, que espero su carta. A Dios. Cada vez que mire al mar, ame a Dios para que se una a su carmelita, cuya sola ocupación es amarlo, aunque tan miserablemente.
Nuestra Madrecita corresponde a sus saludos. Tiene que agradecerle mucho me deje escribirles, pues en el noviciado casi no se escribe. ¿Y el pobre Miguel? Su indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
No se olvide de colocar los números de la rifa porque apuran. 21. Ayer estuvo el P. Falgueras.
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158. A su padre
J.M.J.T.
Pax Christi
Convento del Espíritu Santo, 19 de enero, 1920
Señor don Miguel Fernández J.
Mi querido papacito: Que la gracia del Espíritu Santo sea en su alma.
 Me quedé con los deseos de verlo el día de la visita, pues me habían dicho que vendría sin falta. Pero esta carta suplirá un tanto todo lo que le hubiera dicho de cariño entonces.
 Mucho me he alegrado se hayan ido todos a Algarrobo, pues es tan agradable el veraneo en esa costa. Sin embargo, no puedo menos de sentir que se vaya a quedar Ud. tan solito. ¡Ah, mi papacito querido! Créame que ha sido preciso haya sido un Dios el que me ha pedido el sacrificio de dejarlo. Por ninguna criatura me hubiera separado de mi viejito a quien tanto quiero, y por quien me sacrifico diariamente. Sin embargo, ya que Ud. fue generoso en darme a ese Dios tan bueno, no dude que El lo recompensará en esta vida y en la otra. Y aunque le parezca a Ud. que le va mal en todo, siempre Dios saca bien de nuestros males. Además, la vida sólo es para sufrir y luchar, porque existe una recompensa eterna. Mucho he rezado por su intención y para que se solucione el asunto que tanto lo preocupa. Dios y la Sma. Virgen espero me habrán escuchado.
En cuanto a mi vida, es siempre la misma, haciendo esta monotonía no interrumpida que el tiempo vuele. Muchas veces, cuando trabajo en nuestra huerta, recuerdo Chacabuco, San Javier, y me siento feliz de trabajar. El otro día me mandaron sembrar verdura. Quiera Dios que no se pierda. Pero verdaderamente se ve de un modo evidente la Providencia, pues tenemos verdura y fruta en abundancia. Todo es de lo mejor.
 Y ¿sus cosechas, como han sido? Cuénteme todo. Ya sabe que todo lo que le preocupa me interesa. Quisiera verlo libre de todas esas ideas tristes, en paz.
 ¿Por qué no va siquiera por quince días a darse unos baños de mar? No se mate en esos calores y en tanto trabajo. Vaya, mi viejito, a descansar con sus hijos y mi mamacita, porque mucho necesita de descanso. También le pido que las horas de comida no las atrase. Lo mismo: procure dormir bastante. Óigale a su carmelita, que ella rezará para que le vaya bien. Mi Madrecita reza por Ud. y mis hermanitas lo mismo.
Adiós. Lo abraza su hija que más lo quiere. Su
Teresa de Jesús, Carmelita
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159. A su hermana Rebeca
J.M.J.T.
Pax Christi Convento del Espíritu Santo de Los Andes,
2 de febrero de 1920
Mi hermanita querida: Que Jesús sea el único dueño de tu alma.
Muchos días deseaba conversar contigo y, a seguir el impulso del corazón, hubiérate contestado inmediatamente para consolarte y animarte; pero preferí el sacrificio.
Ante todo, te retaré bien furia, como siempre lo he hecho, y es por tu de confianza en el cariño de los demás. Sobre todo, ya sabes a quién me refiero… Pues te repito lo que muchas veces te he dicho: que eso sólo nace de la susceptibilidad, la cual, si no la haces desaparecer, te amargará la vida entera. No debes abrigar en tu corazón, hermanita, esos sentimientos de desconfianza. Trata de sofocarlos en su raíz, rechazando los pensamientos sombríos. ¿Crees tú que, porque te contrarían o no te dan en tus gustos, no te quieren? Entonces diría yo lo mismo: pues cuando estaba en la casa tenía que contrariar mi voluntad hasta en lo más mínimo. No creas que a veces no me desalentaba por tener que amoldarme a los demás. Sin embargo, hermanita mía, tenía el consuelo de ver en todas las cosas la voluntad de Dios, pues ya sabes que ni un pelo nos pueden tocar, si El no lo permite. Así pues, valor, mi hermanita; pues te formarás para tu vida entera sacrificándote sin que nadie lo note, únicamente por Dios y por las almas. Únete también a tu carmelita, la cual jamás puede hacer su propia voluntad en nada, y es casualmente lo que más le cuesta a todo hombre; más encadenarla por Dios es vivir libre, es vivir de amor. Créeme que, a veces, pienso en esto de no tener libertad en nada, ni aún para recoger una hilacha del suelo sin permiso; y a pesar de esto se siente uno feliz, pues se hace uno víctima en manos de Dios o en las de sus representantes en la tierra. Hermanita mía, esto da una paz insondable, pues así siempre se cumple la voluntad del que es nuestro único amor.
La Elena me escribió, pero no le he contestado, pues ya casi no puedo escribir. Sin embargo, dile que rezo mucho por ella. Dile a Lucho que me ha dolido mucho el que crea que lo he olvidado, pues sabe cuánto lo quiero, y que espero su carta. Si ves a la Gabriela L., salúdala. Lo mismo a la Lucha; que las recuerdo en mis pobres oraciones.
En cuanto a mí, soy cada día más feliz. Reza para que sea una santa novicia carmelita. Quisiera participarte mi dicha de ser toda de Dios y te diré hablándote con confianza: encuentro que Dios obra maravillosamente en tu alma para atraerte a Sí, separándote los seres que tanto quieres y aislándote de todo, para que encuentres sólo en El tu único apoyo. Convéncete, hermanita, que pertenecemos a Dios sólo, pues El hace y deshace de sus criaturas. Tú, que creías que jamás nos separaríamos, pues no formábamos más que una sola persona, has visto que te he dejado por Dios. Un día vendrá en la vida que lucharás sin nadie. ¿Quién será entonces tu apoyo? Dios. La muerte te abrirá también un abismo de misterios, y tú sólo con Dios estarás. ¿Por qué, pues, hermanita, apegarse a criaturas que pasan, que son inconstantes, que mueren? ¿Por qué no amar a ese Dios que, no necesitando de nosotras, nos ama, nos mira y siempre nos prodiga sus bienes? Vivir de amor, vivir en el cielo, en Dios. Esta es la única dicha del alma de tu carmelita. No creas que te oculta que hay sufrimientos; pero en la cruz está el amor, y amando se es feliz.
Adiós. Reflexiona en todo lo que te digo y comunícame tus impresiones. Saludos para mi mamacita y hermanos y demás. Tu indigna
Teresa de Jesús Carmelita
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160. A su prima Ana Rucker Solar
Pax Christi
Convento del Espíritu Santo,
17 de febrero, 1920
Mi siempre y tan querida Anita: Que la gracia del Espíritu Santo sea en tu alma…
No necesito decirte que mi felicidad es cada día mayor, pues teniendo las mismas aspiraciones, conoces que sólo Dios nos basta para ser dichosas. Palpo a cada instante lo que es ser toda de Dios y me parece que, si ahora me fuera necesario pasar por el fuego para consagrarme a El, no titubearía en hacerlo; pues todos los sacrificios desaparecen ante la dicha de poseer a sólo Dios.
Nada sé, mi querida Anita, del estado en que te encuentras respecto a tu entrada al Sdo. Corazón. Espero ha de estar muy adelante y que pronto realices tus deseos. No creas que, al preferir mi vocación de carmelita, no aprecie tu vocación, que la encuentro también toda llena de sacrificio y abnegación. Pero para mí existía un atractivo inmenso para la vida de oración, para la vida de íntima unión con Dios ya desde este destierro. Sin embargo, quiero proponerte una nueva vocación que creo te gustará, y es que seas religiosa del Sdo. Corazón en las obras de celo, y que seas carmelita, que vivas siempre con Dios en el fondo de tu alma. (C 160)
No es ésta una vocación nueva. Es la tuya propia. Tienes que poseer a Dios para darlo a las almas. Prepárate mientras estés en el mundo para la vida religiosa, practicando las virtudes de obediencia y humildad. Obedecer a la primera indicación, sin demostrar en absoluto contrariedad, y también fijarse en lo que se ordena para no tener la disculpa de que se ha olvidado; pues una religiosa debe fijarse y estar sobre sí siempre. En la humildad, ejercítate en no disculparte, en prestar servicios, aún a las sirvientes, y considerarte siempre como la última, haciendo la voluntad de los otros sin que noten en ti el sacrificio.
Sobre todo, sé muy fiel en hacer aquello que el Señor te inspira; más aún, si son pequeñeces, pues la vida religiosa es una serie de cosas pequeñas; las cuales, obradas con perfección, engrandecen el alma. Todo esto que te digo, es sólo lo que oigo y veo en mis hermanitas, pues todavía no sé nada.
Quisiera seguir, pero luego tocarán a maitines. Saluda a tu mamá y a todos. Y tú recibe, querida Anita, desde esta mi pobre celdita, un cariñoso abrazo de tu prima carmelita que vive más en un cielo que en la tierra.
Nuestra Madrecita te manda un saludo cariñoso. Reza para que sea fervorosa. Tu indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
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161. A su padre
J.M.J.T.
Convento del Espíritu Santo, 18 de febrero, 1920
Señor don Miguel Fernández
Mi papacito tan querido: Que la gracia del Espíritu Santo sea en su alma.
A pesar de haberle escrito sin haber recibido contestación, vuelvo a hacerlo con la esperanza de que esta vez lo hará, pues deseo tanto saber de Ud.
Mucho me he alegrado tenga consigo a Miguel, pues le servirá de compañía, y para él mismo será esto un bien. Dígale que muy bien ha cumplido su promesa de escribirme, y que no creía que fuera tan ingrato con una hermana que sabe él perfectamente cuánto lo quiere. Nada he sabido del resultado de sus cosechas y de aquel asunto que me habló en su última carta.
No se imagina, mi viejito tan querido, cuánto es lo que rezo por Ud. todo el día, y cómo siempre, por las noches, le dirijo un Ave María a la Sma. Virgen, para que lo proteja y lo acompañe; ya que su carmelita sólo puede hacerlo con el pensamiento. Mi mamá me envió unos retratos de la Lucecita e Ignacito. He gozado con ellos. Créame que me espanté de lo gordita que es la guagua. Parece que gozan los dos en la playa. ¿Va a ir al Algarrobo a darse unos baños? Le ruego que vaya siquiera por ocho días. No puedo seguir ya más porque, como comienza la cuaresma, no podemos escribir. Y estas líneas me las ha concedido N. Madrecita, porque sabe lo solito que está. No deje, mi papacito, de abandonar todos sus negocios a la Sma. Virgen, poniéndolos bajo su protección. Le aseguro que si todos los días le rezara el Rosario, ella no se lo dejaría de pagar.
Adiós, papachito tan querido. Salude a Miguel cariñosamente; y Ud., reciba un saludo de nuestra Madrecita que reza por Ud. Y de su carmelita, el inmenso cariño que la hace no olvidarlo ni un momento. Su indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
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162. A su madre
Pax Christi
J.M.J.T,
Convento del Espíritu Santo
18 febrero, 1920
Mi mamachita querida: Que la gracia del Espíritu Santo la impulse a entrar en esta santa Cuaresma en un santo recogimiento.
Siempre nuestra Madrecita, con su corazón que sabe lo que es el cariño de una madre, se compadece y me dice que le escriba. Verdaderamente, mamacita, no extraño que quiera saber de su carmelita tan a menudo, pues juzgo por mi propio corazón.
Ya estamos en la mitad de las vacaciones, y casi no me he dado cuenta de ello. Tan rápido es el tiempo aquí, en el Carmen, que pasan los meses sin saberlo. ¡Qué rico! Esto me llena de alegría, porque pasará esta vida y luego vendrá la eternidad… y con ella Dios. Estos tres días de carnaval hemos tenido al Santísimo expuesto desde la 1,1/2 más o menos hasta un poco antes de las 6. Son días de fiesta al mismo tiempo que de pena. Podemos hacer tan poco para reparar tanto pecado, especialmente su carmelita (que es tratada por su Madrecita como una guagüita de meses)… Sin embargo, no me desconsuelo, pues he encontrado un tesoro y es el ofrecer la santa Misa, es decir, la santa Hostia, para reparar.
Con la Sma. Virgen he arreglado que sea mi sacerdote, que me ofrezca en cada momento por los pecadores y sacerdotes, pero bañada con la sangre del Corazón de Jesús. Haga Ud. otro tanto, hermanita querida. Vivamos dentro de ese Corazón, para unirnos en silencio a sus adoraciones, anonadamientos y reparaciones. Que El sea nuestra inmensa soledad, donde vivamos aisladas del mundo que nos rodea. Con El alabemos a la Sma. Trinidad.
Mamachita mía, he comprendido aquí en el Carmen mi vocación. He comprendido como nunca que había un Corazón, al cual yo no conocía ni honraba. Pero El ahora me ha iluminado. En ese Divino Corazón es donde he encontrado mi centro y mi morada. Mi vocación es el producto de su amor misericordioso. A Dios. Abandonémonos a El y permanezcamos siempre bajo su mirada.
Saludos para todos mis hermanos y demás de la casa, en especial a mi mamita. Rece por su carmelita para que sea más fervorosa y santa; que ella lo hace a todas horas por Ud.
Su indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
P.D. Goce con los retratos.
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163. A su madre
J.M.J.T.
Pax Christi
Convento del Espíritu Santo,
marzo 23 de 1920
Señora Lucía Solar de Fernández
Mi querida mamachita: Que la gracia del Espíritu Santo sea en su alma consolándola.
Hace unos momentos ha llegado el telegrama con la muerte de mi tío Eugenio, y nuestra Madrecita me ha dado licencia para trasladarme a su lado para consolarla. Al mismo tiempo que siento la muerte de este tío tan querido, no he podido menos de darle gracias a N. Señor porque oyó nuestras oraciones y se lo llevó bien preparado. Créame, mi mamacita, que siempre esperé y confié en que moriría con todos los Sacramentos, porque no abandonó jamás su escapulario del Carmen. Además, ¡cómo lo habrá asistido con sus ruegos mi tatacito! También es cierto que Dios jamás desoye el ruego incesante que se le dirige cuando se trata de la salvación de un alma. Nada sé si tuvo el consuelo de comulgar con los suyos. Mucho hemos rogado por esto. Sin embargo, si Dios no se lo ha otorgado, ha sido para purificarlo más.
Nuestra Madrecita y Hermanitas han rezado mucho por él, y cuente que no sólo tendrá mi Comunión, sino que también la de ellas.
A mi tía Juanita dígale que también la acompaño en su pena y que, como estamos en Cuaresma, no le escribo. En fin, mi mamachita linda, no podrán menos de darle gracias a Dios que todos sus hermanos y la familia entera ha muerto con todos los auxilios de la Religión. Esto es sólo recompensa de la educación tan cristiana que les dieron mis abuelitos. Su carmelita esta noche, desde su pobre celdita, llora con Ud. y le pide a N. Señor la consuele y le diga aquello que ella no puede expresarle por la pena y el cariño que experimenta en estos instantes
A la Marra Cáceres salúdela de mi parte y dígale cuánto la he recordado.
A Dios. Felices los que van a gozar de El. Vivamos en Dios muy unidas. Las abraza y besa mil veces su carmelita, que tanto la quiere. Su
Teresa de Jesús, Carmelita.
Saludos para todos.
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164. A su madre
J.M.J.T.
Abril 6, 1920
Mamachita querida:
Aunque no voy a tener el gusto de salir al locutorio, desde mi camita vamos a conversar, porque,..
Mamachita: Aunque no me voy a dignar salir al locutorio, no necesito decirle lo que gozaría con verla; pero nuestra Madrecita y Hermanitas me tienen agobiada a cariños y mimos.
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