T la define como “deseo de ser más” (C 7,10). Está convencida de que “es el principal mal de los monasterios”, es decir, de la vida religiosa de su tiempo (ib). Le contrapone el antídoto de una especie de bienaventuranza evangélica: la bienaventuranza de “ser menos”, o bien, ser el último como en la parábola de Jesús (Mt 19,16: “los últimos serán los primeros en el reino”). Ella escribe: “la que le pareciere es tenida entre todas en menos, se tenga por más bienaventurada, y así lo es…” (C 13,3).
Generalmente, T relaciona la ambición con el “punto de honra”, o con el afán de mayoría. (En su léxico, “mayoría” no tiene significado numérico, sino de sobrevaloración de uno mismo frente a los otros: “creerse más”). “Parece se me hiela la sangre cuando esto escribo, de pensar que puede algún tiempo venir a ser” (que se filtre en la vida comunitaria del Carmelo de San José el vicio de la ambición). “Cuando esto hubiese, dense por perdidas” (7,10). “En los movimientos interiores se traiga mucha cuenta, en especial si tocan en mayorías… Dios nos libre, por su Pasión, de decir ni pensar ‘si soy más antigua, si he trabajado más, si tratan a la otra mejor’. Estos pensamientos… es menester atajarlos con presteza… Es pestilencia, y de donde nacen grandes males” (C 12,4). Por eso, en las Constituciones teresianas a la ambición se la califica de “gravísima culpa”: “gravísima culpa es si alguna, por sí o por otras, procurare alguna cosa de ambición u oficios” (17,7).
Igualmente, T critica la lacra de ambición en la vida social dentro y fuera de la Iglesia. Ironiza acerca de los letrados: “el que ha llegado a leer (enseñar) teología, no ha de bajar a leer filosofía, que es un punto de honra, que está en que ha de subir y no bajar” (C 36,4). Peor aun en el escalafón social y dentro de la familia: “anda el mundo tal, que si el padre es más bajo del estado en que está el hijo, no se tiene por honrado en conocerle por padre” (C 27,5). Igual ironía frente a las “autoridades postizas” con que tienen que disfrazarse los señores y los reyes, para simular que son o que tienen “más que los otros”. Porque si no fuese por esas “autoridades postizas…, no les tendrían en nada” (V 37,6). Es interesante su actitud frente a los titubeos de don Teutonio de Braganza, al ser nombrado éste obispo. Mientras lo anima sinceramente a aceptar el obispado, le confiesa que “está la malicia tan subida y la ambición y honra, en muchos que la habían de traer debajo de los pies, tan canonizada…” (cta del 16.1.1578, n. 3). Compárese con el episodio del inquisidor Soto que se interroga si será servicio de Dios “tomar un obispado”, y T le trasmite la respuesta: “cuando entendiere con toda verdad y caridad que el verdadero señorío es no poseer nada, entonces lo podrá tomar” (V 40,16).
T. Álvarez