Amén

Es una de las invocaciones preferidas de la Santa, inspirada por los textos bíblicos y por la liturgia. Amén es un hebraísmo conservado en los libros del Nuevo Testamento (Evangelios, Cartas, Apocalipsis) con significado de ratificación o adhesión religiosa a una verdad, o a la revelación de Dios, o al contenido de la oración que precede. Jesús mismo lo emplea a veces en duplicado (Jn 3,3.5) para refrendar la autoridad divina de su palabra. Pablo recuerda su empleo en la comunidad primitiva como aclamación final del grupo a la oración de un carismático (1Cor. 14,16). En el Apocalipsis, Jesús mismo es “el Amén, el testigo fiel” de Dios (3,14).

Teresa incorpora a sus escritos y a sus oraciones el “amén” con ese denso y múltiple significado religioso y cristiano. El amén es frecuentísimo en sus libros, y más en sus cartas. Generalmente aparece como el condensado de una oración, con la fuerza de una sumisión absoluta de todo lo dicho y de ella misma a la voluntad de Dios: “Plega al Señor acierte (yo) a contentarle siempre, amén” (V 13,22). Con ese amén intensivo concluye los prólogos y los epílogos de sus libros. A veces, también ella duplica el amén: “Sea Dios nuestro Señor por siempre alabado y bendito, amén, amén” (Epílogo de M., n. 4). O bien lo triplica (M 6,6,13). Con él suele coronar su doxología preferida, que inicia casi siempre con el “bendito sea” y concluye con el amén: “Bendito sea y alabado el Señor, de donde nos viene todo el bien que hablamos y pensamos y hacemos. Amén” (epílogo de C.). Y en el epílogo de las Moradas: “Sea por siempre bendito, amén, y glorificado” (n. 3). “Sea por siempre bendito, amén, que no parece aguarda a más de ser querido para querer” (F 3,18). Con él concluye frecuentemente cada unidad narrativa, o el tema doctrinal: “alabo la misericordia de Dios, que era siempre el que me daba la mano: sea bendito por siempre jamás amén” (V 7,22). Como en la liturgia, también las oraciones que ella intercala en el relato o en la exposición doctrinal, culminan en el “amén” (cf V 4,11; 31,25; 39,6; F 21,11; 27,16; 29,24; C 42,7…) – En su glosa al Padrenuestro, el amén es interpretado como el resumen y refrendo de todas las peticiones contenidas en la oración dominical, sobre todo de la última: que el Señor nos libre de todo mal y nos colme de los bienes definitivos (C 42,2).

Teresa es, sin duda, una excepcional continuadora de la tradición orante cristiana, que en la invocación “amén” ha condensado la piedad filial y la oración de Jesús, de Pablo y de la comunidad cristiana primitiva.

T. Álvarez