Escatología

La escatología sanjuanista es deudora, ante todo, de los hechos más elementales implicados por ella (muerte, juicio, purgatorio y cielo). Pero no todos estos pasos alcanzan el mismo relieve dentro de sus preocupaciones sistemáticas y del ambiente teológico que las envuelven. Originalmente se funda en las fuentes bíblicas; en segundo lugar, en el entramado teológico de su sistema espiritual y, por fin, en los acentos que pone en su marco del itinerario místico sobre determinados tránsitos o pasos a la vida eterna.

Dejando a un lado el carácter algo “escapista” del Santo ante la historia terrena (aunque sin negar su equilibrio entre talante contemplativo y activo), tratamos aquí dos eslabones concretos: muerte (física y de amor) y cielo (bienaventuranza, gloria, fruición y jubilación). El “juicio” escatológico apenas se alude en sus escritos como aviso para “los que viven lejos” (S 2,7,12; cf 22,15) o como misterio escondido de Dios (CB 37,7). El mismo «purgatorio” no recibe más relieve que su comparación con la  «purificación” necesaria y singularizada antes de pasar a la “perfecta unión” con Dios (N 2,7,7; 20,5; LlB 1,21.24).

I. La muerte

Es el primer novísimo considerado profusamente por J. de la Cruz. Lo presenta como acontecimiento final de la vida terrena, como muerte espiritual en conformidad con la de Cristo y como acontecimiento místico cuando es “por amor” como la del Señor.

1. MUERTE NATURAL. Es la muerte física, en todos “semejante a las demás” (LlB 1,30). El hombre se muere de muerte porque no mereció ningún don “preternatural”. Siempre es un enigma ante el que fracasan la imaginación y discurso humanos (Vat. II, GS, 18). Poco importan su etiología o diagnóstico forenses (“por enfermedad o longura de días”: LlB 1,30). Al Santo tampoco le interesa mucho esa “espiritualidad del buen morir”, tan en boga entre muchos autores de su época. Sólo en uno de sus “dichos” nos da un aldabonazo para emplear el tiempo “como lo querrías haber hecho cuando te estés muriendo” (Av. 79).

Esto supone que la muerte no es “amada ni amiga” sino el mayor contratiempo de la existencia terrena. En tal acepción negativa se toma como “privación de la vida” (LlB 2,32) y signo de una rebeldía o vacío para el “pecador”, que “siempre teme morir, porque barrunta que la muerte todos los bienes le ha de quitar, y todos los males le ha de dar” (CB 11,10). Se trasciende ya el significado “racional” de la muerte física con su valoración desde lo teológico. En tal sentido la “muerte” sucede cuando el alma no tiene ningún grado de amor (ib. 11) o “carece” de Dios (CB 2,7). Se rehúye instintivamente la muerte, pues “querer morir es imperfección natural” (CB 11,8) y a nadie atrae la “fealdad” de un cadáver (S 1,9,3). Así se lamenta el Santo de que se prefieran el suicidio u otros bienes (como el dinero, fama, etc.) antes que la libertad de espíritu ante el evento final (S 3,19,10; 22,3, etc.). Esto será ya otra opción muy distinta y positiva.

2. MUERTE ESPIRITUAL. Tiene un sentido metafórico, y no equivale a “pecado” sino a “mortificación espiritual” (“y toda deuda paga, / matando, muerte en vida la has trocado”: LlB 2,23-35). Para no ser cobardes ante este evento natural, es necesario captar bien esta simbólica de la muerte: su relación con la de Cristo y su sentido derivado de “incorporación a su muerte”. Sin tal referencia positiva se puede dar también en el cristiano una especie de miedo espiritual, que el Santo compara varias veces a la “huida” instintiva ante la muerte (S 2,7,5; N 1,2,3).

Si, en cambio, se pretende seguir los pasos de Cristo, hay que hacerlo hasta su “anonadamiento en la muerte de cruz”, pues “cierto está que él murió a lo sensitivo, espiritualmente en vida y naturalmente en su muerte” (S 2,7,10), “aniquilado en el alma sin consuelo y alivio alguno” (ib. 11). Así ha de ser la suerte del discípulo fiel: “como una aniquilación temporal y natural y espiritual en todo” (S 2,7,6).

En la negación sensible y en la noche del espíritu, justo a través de la mortificación activa y pasiva, va surgiendo la “vida espiritual” como contrapunto al vacío dispositivo y purificación de todo apetito voluntario desordenado (S 1,12,3; N 2, 6,1.2; 7,3). Pero aquí la muerte y el silencio del sepulcro del “hombre viejo” (LlB 2,33.34) no son fines en sí mismos sino el paso obligado del misterio pascual: “para la resurección que espera” (N 2,6,1; Ct 7).

3. MUERTE DE AMOR. Lo que da sentido y fecunda a la muerte de Cristo y a la espiritual del hombre es el “amor”. No se niega el realismo del “vivir en pobreza y morir en miseria” de Él (S 2,19,7; cf. S 2,7; 22, etc.), ni los “trances de muerte” como en la “noche oscura” del alma (N 2,5,6, etc.). Pero sólo el amor es la suprema referencia formal en este punto: “el pecho del amor muy lastimado” del Amado “pastorcico” (Po 6). Tampoco a los demás “conviene que no nos falte cruz, como a nuestro Amado, hasta la muerte de amor” (Ct 11).

El deseo de “morir de amor” está a la base de su poética primitiva, en que plastifica sus penas y ansias de amor. Coplas como las que glosan el certamen del “Vivo sin vivir en mí” (Po 8) o las primeras estrofas del Cántico compuestas en Toledo no dejan dudas sobre el estado anímico de su autor: “Que adolezco, peno y muero” // “y déjame muriendo un no sé qué que quedan balbuciendo” // “Mas ¿cómo perseveras, ¡oh vida! no viviendo donde vives, y haciendo por que mueras las flechas que recibes” // “¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no le sanaste?” // “Descubre tu presencia, y máteme tu vista y hermosura” // “Apártalos, Amado, que voy de vuelo”, etc.

Pero en achaques de amor hay sus más y sus menos. Hay amores “impacientes” que suspiran por la vista del Amado y que no están todavía a punto de realizar sus ansias. “Muerte de amor”, propiamente hablando, no hay más que una. Así hay que acoplar las “declaraciones” de las primeras estrofas del Cántico (1-11) según los “diez grados de amor” que él conocía (N 2,1920). Se pueden desear “mil muertes” por Dios (Po 8; C 1,19; 2,6; 8,2) y no acontecer ninguna; se puede pedir que “pues eres tú la causa de la llaga en dolencia de amor, sé tu la causa de la salud en muerte de amor” (CB 9,3), etc.

Es comprensible para un alma que no tiene ojos sino para buscar a su Amado, pedir “condicionadamente” la muerte (CB 10,8). Pero todo puede ser un espejismo del amor en camino (“ciertos visos entreoscuros de su divina hermosura”: CB 11,4). Justamente en este comentario al “descubre tu presencia y máteme tu vista y hermosura”, se detiene el Santo en explicarnos por qué ahora “en la ley de gracia” se considera más sano “querer vivir poco y morir por verle” a Dios, cantando las “dulzuras de la muerte” física, “amiga y esposa”, “remate de todas sus pesadumbres y penas y principio de todo su bien” (C 11,9-10). La razón es siempre la misma: “el alma no teme morir cuando ama” (ib.).

Sin embargo, a estas “ansias de amor”, que tanto la purifican en su impaciencia, les falta todavía llegar a los dos últimos grados perfectos de la escala de amor, que consisten en “arder con suavidad … del Espíritu Santo” y “asimilarse totalmente a Dios” (N 2,20,4-5). En el gozne de ambos grados ocurre la muerte amor: “habiendo llegado en esta vida al nono grado [de los “perfectos”], sale de la carne” (ib.).

Es lo que comenta en la declaración de las cinco últimas estrofas de Cántico y, sobre todo, en la primera de Llama. En las primeras J. de la Cruz tiene que reorientar la tensión espiritual de su primera redacción en “pretensiones” escatológicas del alma. Ahora el “entremos más adentro en la espesura” para gozarse con el Amado, implica el “gozarle perfectamente en la vida eterna…, este beatífico pasto en manifiesta visión de Dios” (CB 36,2), “verle cara a cara” en su hermosura (ib.5), subir al “monte” de la “visión clara de Dios” (ib.7) y entrar “hasta los aprietos de la muerte, por ver a Dios” (ib. 12).

Se dice claramente que desea el alma “ser desatada y verse con Cristo” (CB 37,1: Fil 1,23), “más adentro del matrimonio espiritual que ahora posee, que será en la gloria, viendo a Dios cara a cara” (ib. 2) y gozando las “cavernas” de los misterios y “el mosto” de los atributos divinos aquí todavía escondidos (ib. 3-7). Es la “felicidad eterna”, “la gloria esencial” en que pueda amar a Dios con el mismo Amor que es amada (CB 38 1-4) y “poseer sin fin… aquello para que Dios la predestinó sin principio” (ib. 6).

Allí, en la Jerusalén celeste, comerá el alma del “árbol de la vida que está en el paraíso”, recibirá “la corona de la vida” y “un nombre nuevo”, “potestad sobre las gentes”, la “estrella matutina”; “será vestida con vestiduras blancas”, “columna en el templo de mi Dios” y se sentará “conmigo en mi trono” (Ap 1-2: CB 38,7-8). Todo esto no lo dice sólo Juan en su Apocalipsis: lo dice el mismo Cristo, su Esposo, “son palabras del Hijo de Dios para entender aquello” (ib.) Todo ese “peso de gloria” a que fue predestinada en el día de la eternidad, recibirá el alma “cuando, desatándome de la carne…bebamos el mosto de las suaves granadas” (ib.9). Nada extraño, pues, que el alma “arrimada en su Esposo para subir el desierto de la muerte” pretenda llegar “a los asientos y sillas gloriosas del Esposo” en el “glorioso matrimonio de la [Iglesia] triunfante” (CB 40,1.7).

Es lo mismo que, con acentos y pluma líricamente inefables, J. de la Cruz nos declara en el comentario místico a los dos últimos versos de la 1ª estrofa de Llama: “Acaba ya, si quieres: / ¡rompe la tela de este dulce encuentro!” (LlB 1, 27-36).

Acaba ya: Petición bien definida. De conclusión inmediata, con la fuerza imperativa del “sácame” o “máteme”. Se sabe lo que se pide y cómo pedirlo: “encarecimiento afectuoso”, “rogar persuadiendo”, “gemido, aunque suave y regalado”, “sin pena”, con “deseo deleitable”, etc. (LlB 1,2.6.27.28). Sosiego del peregrino al arribo.

Si quieres: Y sí que lo quiere el Espíritu del Esposo que le “provoca” y “convida” a pedirlo (LlB 1,28). No es el “condicional” exagerado de otras veces (CB 11,8). Aquí el alma ya “en el vivir y en el morir está conforme y ajustada con la voluntad de Dios” (CB 20,11). Su querer es forma de oración perfecta: “lo que tú quieres pida, pido” (LlB 1,36); de fiat y de amén: “para que así sea” (LlB 1,28).

Rompe la tela: Muerte de amor propiamente dicha (LlB 1,29ss). Es ruptura con pero para el “encuentro” sucesivo. Lo causa un ímpetu de amor más subido y poderoso con su efecto “rápido” (LlB 1,30). Hay nexo indeleble de realidades máximas: vida eterna de amor con Dios. La tela de unión entre alma y cuerpo es ya tan tenue, sutil, delgada y flaca que no puede trabar ambos estadios (LlB 1,29.32). Se adivina la acción continua de Dios para enlazar en presente con lo eterno. Una acción que es, al mismo tiempo, de la llama del Espíritu y del ascua incandescente, pues el amor es ya “uno” entre ambos (LlB 1,16).

De este dulce encuentro: Transfinalización de toda petición y acción en la fiesta nupcial definitiva o “fiesta del Espíritu Santo” y “glorificación jocunda y festiva del alma” (LlB 1,8-9). Encuentro efusivo entre amados para siempre, como río ancho y tranquilo que desemboca en el “mar del amor” (LlB 1,30). Y también cántico final, “siempre nuevo”, en el destino jubiloso en que “todo se vuelve en amar y alabanzas” (ib.31). Victoria del amor sobre la muerte, pues “en viniendo la Vida, no queda rastro de muerte” (ib. 36). Esta “fortaleza de la otra vida” hace que Dios sea para ella su  “todo”, que es “la plenitud y hartura que desea mi alma sin término ni fin” (LlB 1,36).

II. Cielo de verdad

El discurso sanjuanista sobre el cielo (gloria, vida eterna, bienaventuranza, etc.) refleja en sus escritos, ante todo, una tensión vivencial o existencial. Conecta así con su doctrina sobre la “muerte de amor” (cf. supra), y con su tendencia personal hacia el encuentro escatológico con Cristo.

En segundo lugar, el estado glorioso es un punto de referencia constante para valorar las gracias místicas del alma que “visea” su meta desde las ansias primeras de hallar al Amado hasta la realidad de su matrimonio espiritual con él. En tal sentido, hay un hiato bien claro entre lo alcanzado en esta vida y lo que se pide y espera como consumación definitiva de la misma: “Porque, aunque el alma llegue en esta vida mortal a tan alto grado de perfección como aquí va hablando (=matrimonio de amor “cualificado”), no llega ni puede llegar a estado perfecto de gloria” (LlB 1,14). Esta postura doctrinal es definitiva.

Entre la tensión y la comparacióndistinción hay que ubicar su doctrina referida al estado escatológico celeste. La hallamos en todos sus escritos: Romances, Subida, Noche, Cántico y Llama. Las fuentes de inspiración y explicación de “aquello” no son otras que las consabidas: experiencia propia o constatada (“hombre celestial y divino” según santa Teresa), recurso a la Escritura (Apocalipsis y Pablo, especialmente) y la asimilación profunda del opúsculo pseudotomista De beatitudine, del que toma argumentos para ponderar lo que el alma desea en su matrimonio terreno (CA) o para el matrimonio “celeste” (CB y Llama). Entre unas fuentes y otras se enriquece la expresión literaria sanjuanista, hasta el punto de que su discurso sobre el “cielo” abunda en sinonimias y concordancias múltiples, tanto objetivas como subjetivas, hasta usar él mismo el “etc”. Nada fácil resumirlo todo en pocas líneas ni por orden lógico, sobre todo intentando lo imposible que es separar experiencia y doctrina.

1. CIELO COMO “TENSIÓN HACIA EL FIN”. El “estado de gloria” (C 13,2) es la “posesión” efectiva de aquello para que Dios “predestinó” a la criatura inteligente, ángeles y hombres que forman el “cuerpo” de la “Cabeza gloriosa” del Unigénito del Padre, Amado y Esposo encarnado, muerto y resucitado.

Así lo contempla J. de la Cruz desde sus Romances primeros: “Una esposa que te ame, mi Hijo, darte quería, que por tu valor merezca tener nuestra compañía” (Romance 3º). Compañía eterna en la que “conozca”, posea la “claridad” (=gloria), el “eterno deleite” y “bondad sublimada” de la “vida” trinitaria (ib.). El hombre comparte con los ángeles el mismo destino (“que todos son un cuerpo”: Romance 4º), aunque en los primeros la “posesión” de Dios es en alegría inicial (cf. CB 7,6), mientras que en el hombre es todavía sujeto de “esperanza de fe” que se les “infunde” en él mientras de “este siglo que corría” (Romance 4º). La “eterna melodía” es un destino a ensayar en el cántico temporal del amor gracioso y agradecido. No le faltará “gozar de los misterios (=sacramentos) que entonces ordenaría” (Romance 5º) ni de la “noticia al mundo” (=evangelio) de su encarnación, redención y “vuelta” de la esposa al Padre (Romances 7º-8º). Misterio de “pasmo” no sólo para María sino para cuantos contemplaban “el llanto del hombre en Dios/ y en el hombre la alegría” (Romance 9º).

La historia de esta redención progresiva en la fe, amor y esperanza, es la descrita en Subida-Noche. Aquí la purificación forma parte del “rescate” que Cristo realiza en su esposa como “dichosa ventura” en la «noche oscura”. Se “posee” a Dios por “gracia” como en la otra vida se unirá el alma con él “por gloria” (S 1,12,3; S 2,4,4). La “asimilación total con la divina esencia” será el “último grado de clara visión”, pero ésta sólo se realiza en la otra vida (N 2,20,5.6).

Esta diferencia entre una y otra forma de unión con Dios afecta sobre todo al  camino espiritual que, especialmente en Cántico, se nos presenta como una progresiva comunión de amor entre el alma y Cristo. “Sale” el alma (“sacándola Dios”: S 1,4,1; “sacaste mi alma”: CB 1,20) “gimiendo” tras su Amado “escondido”. No se ahorran ponderaciones a los deseos clamorosos del encuentro. “Deseando unirse con él por clara y esencial visión, propone sus ansias de amor” (CB 1,2). Este “intento” máximo incluye desde el inicio del camino el “poseer o ver clara y esencialmente a Dios…; la clara presencia y visión de su esencia en que desea estar certificada y satisfecha en la otra [vida]” (CB 1,4). Es decir, toda la vida espiritual presente está animada por la esperanza de las promesas escatológicas.

Entre tanto llega la carrera a su último tramo de las cinco postreras canciones que “tratan del estado beatífico, que ya sólo en aquel estado perfecto (matrimonio) pretende” (CB arg.), el alma propondrá muchas veces a su Amado “la dolencia y ansia de su corazón… sin poder tener remedio con menos que con esta gloriosa vista de su divina esencia” (CB 11,2); que la acabe “de matar para verse y juntarse con él en vida de amor perfecto” (CB 1,18), “porque echa de ver que carece de la cierta y perfecta posesión de Dios” (CB 2,6) y que la dejan muriendo “un no sé qué que quedan balbuciendo” los mensajeros “al modo de los que le ven en el cielo” (CB 7,9); que la fastidia se lo impida “una vida tan frágil en cuerpo mortal” (CB 8,3) y que, pues la hirió, “la acabe ya de matar con la fuerza del amor” (CB 9,1) y “véate yo cara a cara con los ojos de mi alma” (CB 10,7); que, “desatándola de la carne… persevera penando por su amor, sin poder tener remedio con menos que esta gloriosa vista de su divina esencia (CB 11,2).

Así mientras se le comunican “ciertos visos entreoscuros de su divina hermosura” (CB 11,4). ¿Qué no codiciará el alma cuando, tras su “desposorio” (CB 13-21) y “matrimonio” místico (C 22-40), tenga y no sólo una fe “lustrada” (CB 12,1) sino “ilustradísima” que es el equivalente de “la lumbre de la gloria”? (cf. LlB 3,80). Pensará que “va de vuelo” si el Esposo no la invitase a esperar con más paciencia “ese estado de gloria que tú ahora pretendes” (CB 13,2).

Lo pregustado en esta vida no son más que “muy desviadas asomadas” (CB 13,11) o un “vislumbre” muy distinto de lo que es ver “a Dios esencial y claramente” (CB 14-15,5); un “silbo de los aires amorosos” o un “rayo de tiniebla” muy distinto del “ver a Dios”, “en que consiste la fruición” eterna (CB 1415,14.16). Ni el matiz inefable de las gracias místicas recibidas ni su carácter “abisal” suprimen aquí ciertas “ausencias” del Amado (CB 14-15,30), cualquiera que sea el intento del Santo por ilustrarlas con las “visiones divinas” de Elías y Moisés (S 2, 8,4; 24,2-3; CB 11,4; 14-15,14; 37,4, etc.) o el rapto paulino al “tercer cielo” (S 2,4,4; 24,3; CB 13,6; 14,18; 19,5, etc.).

De hecho, por propia reflexión o inducido por su lectura del opúsculo De beatitudine, J. de la Cruz transmuta por elevación las ansias del alma en su matrimonio espiritual. Así tenemos las dos visiones de sendas redacciones del Cántico en las estrofas finales (CB 3640). Aquí se pide “para la vida eterna” lo que sigue siendo todavía irrealizable: recibir-dar el sabor del amor mutuo en igualdad interpersonal por el Espíritu, escudriñar las cosas y secretos del mismo Amado, etc. (CB 36,3). Pero se precisará el “cara a cara” de la plena visión beatífica, es decir, “ver el ser de Dios” (CB 38,1.5). La perspectiva de la “gloria esencial” nos lleva a un “amor glorioso…, que totalmente es inefable” (CB 38,4). Y así “aquello” se queda, pese a los esfuerzos por simbolizarlo con el Apocalipsis, más como un suspiro de esperanza-amor que como realidad adquirida.

Tampoco en la Llama, si bien se mira, los comentarios a los versos “acaba ya, si quieres, / rompe la tela de este dulce encuentro” no hacen más que explicitar el grito final del alma “al canto de salir a poseer acaba y perfectamente su reino” (LlB 1,30). Sabe, y por eso lo “pide” instigada por los ímpetus del Espírtu Santo, que todo lo aquí gozado (=poseído) “no llega ni puede llegar a estado perfecto de gloria” (LlB 1,14).

2. ELEMENTOS OBJETIVOS DEL “PERFECTO ESCATOLÓGICO”. No hace falta repetir que se inscriben dentro de la “tensión hacia el fin”, cielo o gloria bienaventurada. Referimos ahora brevemente dos aspectos complementarios en la escatología sanjuanista: recuento de eventos objetivos y el rico vocabulario subjetivo que los arropa.

En primer lugar, para llegar a poseer a Dios gloriosamente hay que pasar antes por el “desierto de la muerte” (CB 40,1), es decir, por la “disolución de la casa terrestre”. Esta expresión paulina (Fil 1,23: CB 11,8-9; 37,1; LlB 1,31; etc.) o su equivalente “desatarse de la carne” (2 Cor 5,1) no es un fin en sí mismo sino un paso necesario para “ser sobrevestida de gloria” (2 Cor 5,4: CB 11,9), o sea, “cuando desatándome de la carne y entrándome en las subidas cavernas de tu tálamo, transformándome en ti gloriosamente, bebamos el mosto de las suaves granadas” (CB 38,9; cf. 1,2; 7,4; 11,2.8-9; 30,9; LlB 1,2.31.35.36; 2 32, etc.). Real y experimentalmente el “cupio dissolvi” es para “verse con Cristo… por verle allá cara a cara” (Fil 1,23; 1 Cor 13,12: CB 37,1).

El sintagma “cara a cara” de la primera a Corintios, que el Santo repite estereotipadamente (S 2,9,4; CB 1,11; 10,7; CB 36,5; 37,1.2, etc.), equivale al futuro escatológico tras los velos de la fe, incluso ilustradísima, a la “visión facial”, “la gloria esencial”, el “beatífico pasto” (CB 36,2) o “el día de su triunfo” eterno (ib. 5). Es la plena posesión del Reino prometida a los “pobres” (Mt 5,3: S 2,19,8): “de manera que transformada ella en estas virtudes del Rey del cielo, se vea hecha reina” (LlB, 4,13).

Todo ello será posible merced a la “lumbre de gloria” que reasumirá el conocimiento oscuro e imperfecto de la fe (1 Cor 13,10) “cuando viniere lo que es perfecto” (1 Cor 13,10: S 2,9,3; CB 1,10; 12,6). Aquí el término “perfecto” hay que entenderlo en sentido estrictamente escatológico (CB 1,10-11), no como cuando se habla de los espiritualmente perfectos en contraposición a principiantes y aprovechados. Y, a su vez, notar cómo la expresión teológica “lumen gloriae” que hace posible la “clara visión de Dios” (S 2, 24,4) no es para el Santo otro medio que “el Hijo de Dios” (CB 10,8: Ap 21,23).

En el cielo “conocerá el alma … como es conocida de Dios” (1 Cor 13,12b: CB 38,3). Una fórmula paulina que implica toda la iniciativa y efectividad de Dios en el orden de nuestra salvación (Gál 4,9; 1 Cor 8,3). El hombre es y será lo que Dios conoce y hace en él, pues “el considerar Dios, es, como habemos dicho, estimar lo que considera” (CB 31,5). Tal conocimiento, aunque “esencial” e “inmediato” para los bienaventurados, será en “unos más, [en] otros menos” (S 2,5,10): “al modo de los que le ven en el cielo, donde los que más le conocen entienden más distintamente lo infinito que les queda por conocer” (CB 7,9). Por estas palabras podemos rastrear también algo de lo involucrado en la fórmula similar sanjuanista “así amará a Dios tanto como es amada” (CB 37,2). Hay una dependencia clara de su lectura del opúsculo De beatitudine y una simetría del binomio “conocer por-en el Verbo” y “amar poren el Espíritu Santo” (cf. LlB 3,81-85).

El hombre entero será beatificado con el “peso de gloria” que Dios le tiene reservado (2 Cor 5,1: LlB 1,28-29; 2,32). Incluso en el cuerpo glorificado redundarán las dotes de “agilidad y claridad” (S 3,26,8). Todo lo que psicológicamente es apetencia de felicidad hallará en el cielo su colmo de “beatífico pasto” (CB 36,2). No sólo habrá conocimiento, amor y comunión perfectos en-con Dios, sino “glorificación” de Dios “con su manifiesta gloria” (CB 11,4; LlB 1,1.15; 4,16, etc.). Y gozo activo y pasivo, fruición y dulzuras, alegría y júbilo, delectación y recreación, refrigerio y fiesta, satisfacción y contento y alabanzas infinitas… “Y no es de maravillar que el alma con tanta frecuencia ande en estos gozos, júbilos, y fruición y alabanzas de Dios” (LlB 2,36), pues “conoce que tiene tanta capacidad y senos, cuantas cosas distintas recibe de inteligencias, de sabores, de gozos, de deleites, etc. de Dios” (LlB 3,69). Todos los “extraños primores” se dan cita a una en todos y cada uno de los que poseen a Dios, que “es en sí todas esas hermosuras y gracias eminentísimamente, en infinito sobre todas las criaturas” (S 3,21,2).

BIBL. — JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ, “San Juan de la Cruz, evangelista de lo eterno: apuntes de escatología sanjuanista”, en RevEsp 33 (1974) 233275; JOSÉ DAMIÁN GAITÁN, “San Juan de la Cruz: un místico ante la muerte. Anotaciones sobre un tema en el Cántico espiritual” en RevEsp 40 (1981) 105118; Id. “Vida y muerte en la ‘Noche oscura’ de san Juan de la Cruz”, en el vol. San Juan de la Cruz, espíritu de llama, Roma 1991, p. 745-760; FRANS MAAS, “Eschatologie bei Johannes vom Kreuz”, ib. p. 761-780; MIGUEL ANGEL DÍEZ, “Morir de amor”: aproximación sanjuanista al novísimo de Santa Teresa, en MteCarm 88 (1980) 594-518; Id., “Consumación escatológica de la victoria cristiana”, en Pablo en Juan de la Cruz, Burgos 1990, 363-439; Id., “Cómo será el cielo”, en Lecturas medievales de San Juan de la Cruz, Burgos 1999, 263-319.

Miguel Ángel Díez

Envidia

Este término tiene en el léxico sanjuanista una acepción fundamentalmente negativa, y aparece como uno de los defectos de los que debe liberarse el creyente empeñado en progresar en la vida espiritual. Para el Santo, la envidia es uno de los daños que se siguen cuando el gozo de la voluntad no esta correctamente enderezado a Dios, sino que se coloca en otros bienes. En concreto hace referencia explícita a los bienes temporales (S 3,18,2), y a los bienes sensuales, y entre estos últimos, menciona de modo particular, el gozo de las cosas visibles y el gozo de oír cosas inútiles (S 3, 25-26).

Una atención particular dedica el Santo a la envidia espiritual, que es la que nace de poner el gozo de la voluntad en los bienes morales o espirituales. Esta clase de envidia es propia de quienes se han iniciado ya en el camino de la virtud, y se encuentran en el estado de los “principiantes”, según la terminología del Santo (N 1,7,1). Con la agudeza que lo caracteriza, J. de la Cruz hace una vivísima descripción de los defectos acarreados por esta envidia espiritual: “Suelen tener movimientos de pesarles del bien espiritual de los otros, dándoles alguna pena sensible que les lleven ventaja en este camino, y no querrían verlos alabar; porque se entristecen de las virtudes ajenas, y a veces no lo pueden sufrir sin decir ellos lo contrario, deshaciendo aquellas alabanzas como pueden” (ib.).

Este estado de imperfección en que se encuentra el principiante, necesita de la intervención directa de Dios, por eso la purificación y superación de este vicio se realiza fundamentalmente, aunque no de modo exclusivo, a través de la purificación pasiva del sentido. Es la noche purificadora del sentido, propia de los principiantes; “es común y acaece a muchos” (N 1,8,1).

La obra purificadora y purgativa de Dios en el alma deja a quien la ha sufrido en una situación nueva, en la que puede encontrarse lo que el Santo denomina la santa envidia. Ésta tiene un sentido positivo, no es una envidia “viciosa”, sino “virtuosa”, ya no se siente pena por el bien espiritual del otro, sino que se desea imitarle (N 1,13,8); ya no se entristece de ver virtudes en los otros, sino, a lo más, se siente no tenerlas, alegrándose de que los otros las tengan (N 1,7,1). Esta santa envidia nace de la caridad purificada por Dios, es expresión del amor y la caridad.

Por último, el Santo hace referencia también a la envidia como a uno de los rasgos característicos del demonio, el gran envidioso. Envidioso del hombre amigo de Dios, del bien y provecho espiritual del alma, el demonio siente pesar de la paz y el gozo espiritual de que disfruta el cristiano cuando va progresando hacia los estados más avanzados de la vida espiritual. Por eso procura turbarle, provocando en él pensamientos, recuerdos o temores que lo distraigan y dificulten su unión con Dios (CB 20,9; LlB, 3,63).

Miguel Valenciano

Enfermedad

La situación corporal de la enfermedad se traslada metafóricamente al ámbito de la mística para describir sensaciones psicológicas y espirituales parecidas a las somáticas. Como existe la enfermedad física, se da una enfermedad espiritual producida por el amor. La enfermedad comprende todas los demás sensaciones vinculadas al dolor, como la  herida, la  llaga, la  dolencia, etc. En su aplicación a la mística el Santo se sirve de esta definición elemental: “La enfermedad no es otra cosa sino falta de salud” (CB 11,11).

Con su aguda capacidad de observación, J. de la Cruz pudo comprobar que la enfermedad física condiciona inevitablemente el temple de ánimo y la disposición para obrar espiritualmente. Aplica en este caso su doctrina de la interferencia e inferencia necesaria entre  sentido y  espíritu, porción inferior y porción superior, dada la unidad en el “supuesto”-persona. Es un principio básico de su  antropología. A propósito de la enfermedad y su incidencia en la actividad espiritual hay que leer atentamente algunos capítulos de la Subida (cf. especialmente S 3,25-26).

Recuerda, a título de ejemplo, que del “destemple corporal” proceden las enfermedades con repercusión en el espíritu: “Nacen los malos movimientos, porque crecen los incentivos de la  lujuria. Críase derechamente gran torpeza en el espíritu, y estrágase el  apetito de las cosas espirituales, de manera que no puede gustar de ellas, ni aun estar en ellas ni tratar de ellas” (S 3,25,5).

No es este aspecto de la enfermedad el destacado en la pluma sanjuanista; la realidad física de la misma sirve simplemente de soporte para sus consideraciones o aplicaciones espirituales, de manera particular para trasladar al ámbito de la mística los síntomas y remedios de la enfermedad corporal. Desde esta perspectiva hay que distinguir dos acepciones fundamentales: una tradicional de índole moral y ascética; otra de carácter típicamente místico, vinculada al amor.

a) En su sentido más corriente la enfermedad de espíritu se identifica con la  culpa, la falta, el pecado o los defectos que dañan al alma. Los apetitos desordenados son la raíz o causa fundamental de las enfermedades morales; son como la fiebre en la enfermedad: “Cánsase y fatígase el alma que tiene apetitos, porque es como el enfermo de calentura, que no se halla bien hasta que no se le quite la fiebre, y cada rato le crece la sed” (S 1,6,6). Según el Santo, “no hay mal humor que tan pesado y dificultoso ponga a un enfermo para caminar, o hastío para comer, cuanto el apetito de criatura hace al alma pesada y triste para seguir la virtud” (S 1,10,4).

El remedio o cura radical de esta enfermedad no es otro que la purificación de todos los apetitos, hasta los más pequeños, como enseñan los capítulos finales del primer libro de la Subida. Es, al fin, aplicación del principio invocado por el Santo: los contrarios se curan con sus contrarios. El pecado con la virtud; el amor desordenado con el amor bien ordenado. Mientras no se arranque la raíz de toda enfermedad moral que son los apetitos desordenados persistirá el peligro de la recaída. Solamente la acción divina es capaz de llegar con su virtud hasta las raíces más recónditas del mal humano. Cuando el hombre se somete dócilmente a la acción catártica, Dios “está medicinando y curando al alma en sus muchas enfermedades para darle salud”. En medio de la pena purificativa “van saliendo a luz sus enfermedades, poniéndoselas a cura y delante de sus ojos a sentir” (LlB 1,21).

La virtud curativa de la purificación se resuelve en última instancia en capacidad para amar más intensa y auténticamente a Dios. El desarrollo del amor puede alcanzar tales niveles que produzca situaciones penosas en el alma, no por razón de culpa o pecado sino por sed inapagada de presencia y posesión del Amado. Es la otra vertiente de la “enfermedad”, la que se sitúa en la experiencia mística.

Puente de enlace con la anterior es esta afirmación base del simbolismo sanjuanista: “Así como el enfermo está debilitado para obrar, así el alma que está flaca en amor lo está también para obrar las virtudes heroicas” (CB 11,13).

b) La enfermedad de amor. Tiene indudablemente antecedentes bien conocidos en la lírica profana y en la literatura renacentista, pero J. de la Cruz “vuelve a lo divino” el topos tradicional inspirándose directamente en el Cantar de los Cantares e incorporándolo al simbolismo nupcial.

A medida que el alma va inflamándose en el amor divino, crece el deseo de la presencia y posesión del Amado. El amor imperfecto es de por si impaciente e insatisfecho; no descansa ni se serena con nada; las cosas terrenas no le complacen y, por otra parte, no disfruta de la anhelada presencia de Dios. El ansia permanente se vuelve lamento y gemido, hasta producir la sensación típica del enfermo (cf. CB 6.10.11.12 enteras). Hay momentos en que la enfermedad o herida de amor se vuelve deseo de morir, ya que “hace estar muriendo al alma de amor” (CB 7,1).

Justifica el Santo semejante situación con este argumento: “El corazón no puede estar en paz y sosiego sin alguna posesión, y, cuando está bien aficionado, ya no tiene posesión de sí ni de alguna cosa” (CB 9,6). Este es el estado del “bien enamorado” que todavía no posee plenamente a Dios. “En este término de amor, está como un enfermo muy fatigado que, teniendo perdido el gusto y el apetito, de todos los manjares fastidia y todas las cosas le molestan y enojan” (CB 10,1). Dibuja la angustiosa situación de enfermedad con una serie de comparaciones: “Entonces está el alma como el vaso vacío, que espera el lleno, y como el hambriento, que desea el manjar, y como el enfermo, que gime por la salud, y como el que está colgado en el aire, que no tiene en qué estribar” (CB 9,6).

En la cadena alegórica de la enfermedad de amor pueden distinguirse manifestaciones variadas, entre ellas la simple  dolencia (CB 11,11), y tres maneras de penar por el Amado:  la herida, la  llaga y la llaga afistolada o fístula (CB 7,2-4). Son otras tantas manifestaciones o efectos de la enfermedad de amor; corresponden a diversos grados del mismo, ya que como en la enfermedad corporal existen mejorías y agravamientos. El caso más caracterizado en este sentido es la llaga y la fístula (CB 7,3-4).

En realidad, la enfermedad comienza con el primer grado de amor, ya que éste es el que “hace enfermar al alma provechosamente”, aunque esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, porque en esta enfermedad desfallece el alma al pecado y a todas las cosas que no son Dios, por el mismo Dios”. Prosigue el Santo, copiando aquí al famoso apócrifo De decem gradibus amoris: “Porque así como el enfermo pierde el apetito y gusto de todos los manjares y muda de color primero, así también en este grado de amor pierde el alma el gusto y apetito de todas las cosas, y muda como amante el color y accidente de la vida pasada”. Pero advierte de inmediato: “Esta enfermedad no cae en ella el alma si de arriba no le envían el exceso de amor” (N 2,19,1).

La dolencia y la enfermedad de amor, lo mismo que sus manifestaciones en heridas y llagas, se diferencian de le enfermedad corporal en lo relativo a la cura. Tal diferencia afecta también a la enfermedad moral del pecado. Todo tipo de enfermedades, a excepción de la enfermedad de amor, dice el Santo que siguen el principio de filosofía, según el cual “cúranse contrarios con contrarios” (CB 11,11), mientras “la enfermedad de amor no tiene otra cura sino la presencia y la figura del Amado” (ib.).

c) Muerte de amor. J. de la Cruz anota además otra peculiaridad del amor en relación a la salud y la vida. Sin que se considere factor de enfermedad, el amor de Dios puede llegar a tales límites que termine con la vida del hombre. Es tesis sostenida con decisión por el Santo: “Es de saber que el morir natural de las almas que llegan a este estado –de  matrimonio espiritual– aunque la condición de su  muerte, en cuanto el natural, es semejante a las demás, pero en la causa y en el modo de la muerte hay mucha diferencia; porque, si las otras mueren muerte causada por enfermedad o por longura de días, éstas, aunque en enfermedad mueran o en cumplimiento de edad, no les arranca el alma sino algún ímpetu y encuentro de amor” (LlB 1,30).

Si es natural y obligado buscar y cuidar la salud corporal, otro tanto rige en el ámbito espiritual. La receta sanjuanista es convincente: “La salud del alma es el amor de Dios, y así, cuando no tiene cumplido amor, no tiene cumplida salud, y por, eso está enferma … cuanto más amor se le fuere aumentando, más salud tendrá y, cuando tuviere perfecto amor, será su salud cumplida” (CB 11,11).  Dolencia, herida, llaga, medicina, pena.

Eulogio Pacho

Enemigos del alma

No sólo en las  Cautelas habla J. de la Cruz de los enemigos del alma. A lo largo de sus libros vuelven a aparecer los tres clásicos:  mundo, demonio y carne. Pero no son los únicos, pues con este nombre designa también a los  apetitos desordenados que viven en el alma y la vencen (S 1,7,2) Y estas pasiones y apetitos que son la gente de su casa, o sus domésticos, el mismo Señor en el Evangelio los llama “los enemigos del hombre” (Mt 10, 36: N 2,14,1). Enemigos son, pues, también “los apetitos imperfectos” que andan quitando “la vida espiritual” al alma (LlB 2,31). En realidad, los apetitos o pasiones desordenadas vendrían a identificarse con la carne, como enemigo del alma, en cuanto que se trata más que nada del egoísmo, del amor propio, del yo imperfecto que se busca a sí mismo.

De los tres enemigos clásicos dice que son de tal naturaleza que siempre contrarían el  camino de la perfección que pueda llevar el alma (N 1, dclr 2). Están siempre alerta y al ataque. Por eso la persona ha de tomar posición ante ellos y afianzarse en sus propósitos. En los versos ni temeré las fieras, / y pasaré los fuertes y fronteras (CB 3, 5) se refiere a los tres enemigos “que son los que hacen guerra y dificultan el camino”. Y precisa: “Por las fieras entiende el mundo; por los fuertes, el demonio, y por las fronteras, la carne”. En el comentario se especifica el porqué de esos calificativos: el mundo se presenta ante quien comienza el camino de Dios como “a manera de fieras, haciéndole amenazas y fieros”. Tres son las fieras principales: 1ª) Faltará el favor del mundo, perderá los amigos, el crédito, valor y aun la hacienda. 2ª) Ya no tener nunca contentos ni deleites del mundo y privarse de todos sus regalos, le será insoportable. 3ª) Se levantarán contra ella las lenguas, será objeto de burlas, de dimes y diretes, de desprecios. Hay gente que encuentra “dificultosísimo no sólo el perseverar contra estas fieras, mas aun poder comenzar el camino”.

A personas más generosas las acometen fieras “más interiores y espirituales: dificultades y tentaciones, tribulaciones y trabajos de muchas maneras” por las que, según las disposiciones de Dios tendrán que pasar los “que quiere levantar a alta perfección, probándolos y examinándolos como al oro en el fuego”. El secreto para superar todo esto, y más, es el enamoramiento del Amado, estimado más que todas las cosas. Con su amor y favor todo se supera (CB 3,8).

Los fuertes que son los demonios “con grande fuerza procuran tomar el paso de este camino”. Son más astutos, fuertes, engañadores, duros de vencer. Y sólo se les vence con el poder divino: humildad, oración, mortificación y la cruz de Cristo, que son “las armas de Dios” (ib. 9).

Las fronteras, que tiene que pasar son las repugnancias y rebeliones de la carne que “se pone como en frontera resistiendo al  camino espiritual”. Aquí la lucha contra “todos los apetitos sensuales y afecciones naturales” (ib. 10). En el estilo que quiere llevar el alma hacia Dios entra el “ánimo para no temer las fieras, y fortaleza para pasar los fuertes y fronteras” (ib.10).

Ha J. aludido anteriormente a las pruebas interiores dispuestas y enviadas por Dios, lo que en otros términos llama  noche oscura. En el caso de la noche pasiva del sentido en virtud de tales pruebas asumidas el alma “admirablemente se libra de las manos de los tres enemigos”, es decir, la va librando Dios, dejándose ella librar por él (N 1,13,11).

El camino más seguro para que el alma salga victoriosa de los tres enemigos es el de las virtudes teologales. J. lo explica poética y espiritualmente al comentar la palabra disfrazada. El  disfraz que escoge el alma tiene como motivación principal agradar al Amado y también la de ir más segura. Con las virtudes teologales cae, de hecho, en gracia al Amado y va “muy amparada y segura de sus tres enemigos” (N 2,21,3). Esta afirmación general va acompañada de las explicaciones sucesivas acerca de cada una de las virtudes y del enemigo más directo de cada una de ellas. Vestida de  fe, va “muy amparada, más que con todas las demás virtudes, contra el demonio, que es el más fuerte y astuto enemigo”. Vestida de  esperanza se libra del mundo, y va muy segura de él con este “yelmo de salud” (1 Tes 5,8).

Finalmente, revestida o disfrazada de  caridad, “que es ya la del amor que en el Amado hace más amor, no sólo se ampara y encubre del tercer enemigo que es la carne (porque donde hay verdadero amor de Dios, no entrará amor de sí ni de sus cosas), pero aun hace válidas a las demás virtudes, dándoles vigor y fuerza para amparar al alma” (ib. 10).

Contrariando siempre como por instinto la vida y el camino del alma a Dios, hay puntos o momentos, o encrucijadas donde su acción enemiga se muestra con más fuerza o astucia. Un campo fácil para estos engaños del demonio es el de las “cosas extraordinarias” de  visiones y revelaciones. El alma nunca se ha de atrever a admitirlas, “aunque sean de Dios, porque si las quiere admitir, hay seis inconvenientes” (S 2,11,7). El sexto de tales inconvenientes es como abrir “puerta al demonio para que le engañe en otras semejantes”, sirviéndose de sus astucias. Ese mundo de comunicaciones hay que desecharlo “a ojos cerrados, sean de quien se fueren”. Si no se obra así, el demonio irá entremezclando sus visiones con las de Dios y todo se vendrá “a quedar en demonio y nada de Dios”. La experiencia lo demuestra, y para quienes se han dejado engañar y seducir les resulta dificilísimo volver a la  pureza de la fe, “habiendo ya el demonio echado en ellas muchas raíces” (S 2,11,8). Un nuevo daño que hace el demonio por ese camino es “injerir en el alma satisfacción de sí oculta, y a veces harto manifiesta”, creyéndose ya algo delante de Dios (S 2,11,5).

Otro campo de batalla se sitúa en el paso de la  meditación a la contemplación. El demonio acude con sus ardides al sentido de la imaginación y fantasía para ofrecer en esta “puerta y plaza de provisión” del entendimiento, “sus joyas de imágenes y formas sobrenaturales”, lo mismo que acude Dios (S 2,16,4); y no hay que olvidar que el demonio es un gran tratante (S 3,38,3).

Todos los daños y provechos que articula el Santo en S 3 (cc. 18-45) y que se originan positiva o negativamente de vivir desapegados o apegados a las clases de bienes que va examinando en esos capítulos, tienen que ver particularmente con el mundo, como enemigo vencido o vencedor. Con un par de ejemplos nos podrá bastar: por bienes temporales entiende riquezas, estados, oficios y otras pretensiones, etc.

Cuando comienza a enumerar los daños que se le pueden seguir al alma de poner el gozo en esos bienes temporales, dice que son tantos que “ni tinta ni papel bastaría, y el tiempo sería corto” para hablar de ellos. Apartarse de Dios es la raíz de un daño privativo que engendra otros muchos (S 3,19,1-2). Apartarse de Dios equivale a juntarse indebidamente con las criaturas y dejarse vencer y esclavizar por el mundo como enemigo del alma (ib. nn. 3-11).

De los bienes naturales:  hermosura, donaire, dotes corporales, etc., abrazados con  gozo desordenado nace otra serie de daños con las mismas o peores consecuencias, y a través de esa complacencia guerrea y vence al mundo (S 3,22). Cuando el  hombre que es superior en dignidad a cualquier bien creado se sirve de él indebidamente está siendo enemigo de sí mismo. Y la gama de esas posibles y tantas veces reales esclavitudes es inmensa e interminable.  Apetitos, carne, demonio, mundo.

José Vicente Rodríguez

Endiosamiento

EUnión

La  unión transformante, meta del camino espiritual enseñado por J. de la Cruz, tiene como remate la conversión de lo humano en divino. Equivale a endiosarse o “endivinarse” (LlA 2,18), según expresiones del Santo. El hombre se vuelve deiforme cuando está totalmente poseído de Dios. “El alma, unida a la Santísima Trinidad, se ha deiforme y Dios por participación” en la medida en que ello es posible en esta vida (CB 49,4).

Las expresiones preferidas por J. de la Cruz para expresar esa realidad aparecen siempre vinculadas a la doctrina sobre la unión o transformación. Cuando alude a una situación o estado se designa con la clásica fórmula del  matrimonio espiritual. En este estado el alma “no tiene ya afectos de voluntad, ni inteligencias de entendimiento, ni cuidado ni obra alguna que todo no sea inclinado a Dios, junto con sus apetitos, porque está como divina, endiosada” (CB 27,7).

Ese endiosamiento reproduce el ser divino tal como se ha revelado por la fe, es decir, uno y trino. No seria transformación auténtica en Dios ni no fuese en la Trinidad (CB 39,3-4). Ese es el remate de la obra del  Espíritu Santo en el hombre, ya que con sus “embestimientos” le va penetrando siempre más, “endiosando la sustancia del alma, haciéndola divina, en lo cual absorbe al alma sobre todo ser a ser de Dios” (LlB 1,35).  Deiforme, endiosar, endivinar, transformación, unión.

Eulogio Pacho

VERDAD

Tomado de: LEON-DUFOUR. Xavier,Vocabulario de teología bíblica

En el lenguaje corriente se dice verdadero un pensamiento, una palabra conforme con lo real, o también la realidad misma que se desvela, que resulta clara, evidente al espíritu (verdadero, a-lethés: no oculto). Es la concepción intelectualista de los griegos, que es ordinariamente la nuestra. La noción bíblica de verdad es diferente, pues está fundada en una experiencia religiosa, la experiencia del contacto con Dios. Sin embargo, esta noción experimentó una evolución notable: mientras que en la Biblia es la verdad ante todo la fidelidad a la alianza, en el NT vendrá a ser la plenitud de la revelación centrada en Cristo.

AT

El verbo aman (el amén litúrgico, p. e. 2Cor 1,20), de donde se formó emes (verdad), significa fundamentalmente: ser sólido, seguro, digno de confianza; la verdad es por tanto la cualidad de lo que es estable, probado, en lo que uno se puede apoyar. Una paz de verdad Jer 14,13 es una paz sólida, duradera; un camino de verdad Gen 24,48 es un camino que conduce seguramente a la meta; «en verdad» significa a veces: en forma estable, para siempre. Aplicada a Dios o a los hombres deberá con frecuencia traducirse la palabra por fidelidad, pues la fidelidad de una persona es la que nos induce a fiarnos de ella.

1. La «emes» de Dios está ligada con su intervención en la historia en favor de su pueblo. Yahveh es el Dios fiel Dt 7,9 32,4 Sal 31,6 Is 49,7. La importancia de este atributo no se explica bien más que en el contexto de la alianza y de las promesas: «Yahveh tu Dios es Dios, el Dios fiel que guarda su alianza y su amor hasta mil generaciones a los que lo aman» Dt 7,9. El Salmo 89, a propósito de la alianza davídica, está consagrado todo entero a celebrar la fidelidad de Dios. El sentido básico del término aparece claro en Sal 132,11 («Yahveh juró a David emes y no se apartará de ella»), donde el juramento, llamado emes, se califica por el hecho mismo de infrangible.

Con frecuencia se asocia emet a hesed (p.e. Sal 89 138,2) para indicar la actitud fundamental de Dios en la alianza: es una alianza de gracia, a la que Dios no faltó nunca Ex 34,6s Gen 24,27 2Sa 2,6 15,20. Otras veces la fidelidad va unida con los atributos de justicia Os 2,21s Neh 9,33 Zac 8,8 o de santidad Sal 71,22 y tiene un significado más general, sin referencia a la alianza. En diversos salmos se presenta la estabilidad divina como una protección, un refugio para el justo que implora el auxilio divino: de ahí las imágenes de la muralla, de la armadura, del escudo Sal 91 que ponen en evidencia la solidez del apoyo divino Sal 40,12 43,2s 54,7 61,8.

La emet caracteriza además la palabra de Dios y su ley. David dice a Yahveh: «Tus palabras son verdad» 2Sa 7,28, pues las promesas divinas aseguran la perpetuidad a su casa. Los salmos celebran la verdad de la ley divina Sal 19,10 111,7s 119,86.138.142.151.160; según el último texto citado la verdad es lo que hay de esencial, de fundamental en la palabra de Dios: es irrevocable, permanece para siempre.

2. La «emet» de los hombres. También aquí se trata de una actitud fundamental de fidelidad Os 4,2. «Hombres de verdad» Ex 18,21 Neh 7,2 son hombres de confianza, pero los dos textos añaden «que temen a Dios», lo que enlaza esta apreciación moral con el contexto religioso del yahvismo. De ordinario la «verdad» de los hombres designa directamente su fidelidad a la alianza y a la ley divina. Describe, pues, el conjunto del comportamiento de los justos; de ahí el paralelismo con perfección Jos 24,14, corazón íntegro 2Re 20,3, el bien y el derecho 2Par 31,20, derecho y justicia Is 59,14 Sal 45,5, santidad Zac 8,3. «Hacer la verdad» 2Par 31,20 Ez 18,9 y «caminar en la verdad» 1Re 2,4 3,6 2Re 20,3 Is 38,3 es ser fiel observador de la ley del Señor Tob 3,5.

En cuanto a las relaciones mutuas entre los hombres reaparece la fórmula «hacer la bondad y la verdad» Gen 47,29 Jos 2,14: es obrar con benevolencia y lealtad, con una bondad fiel. La emet es igualmente el respeto de las normas del derecho en el ejercicio de la justicia Prov 29,14 Ez 18,8 Zac 7,9 o la perfecta sinceridad en el lenguaje; pero también aquí se descubre el matiz básico: una lengua sincera «permanece para siempre» Prov 12,19.

3. La verdad revelada. En la tradición sapiencial y apocalíptica la noción de verdad adopta un sentido parcialmente nuevo que prepara el NT: designa la doctrina de sabiduría, la verdad revelada. En ciertos salmos Sal 25,5 26,3 86,11 la expresión «caminar en la verdad de Dios» deja entender que esta verdad no es sencillamente el comportamiento moral, sino la ley misma que Dios enseña a observar. Los sacerdotes deben transmitir «una doctrina de verdad» Mal 2,6: es la enseñanza que viene de Dios. «Verdad» se convierte en sinónimo de sabiduría: «Adquiere la verdad, no la vendas: sabiduría, disciplina e inteligencia» Prov 23,23 8,7 22,21 Ecl 12,10; «Hasta la muerte lucha por la verdad» Eclo 4,28 LXX.

Puesto que «verdad» designa el plan y el querer de Dios, la palabra se relaciona también con misterio Tob 12,11 Sab 6,22. En el juicio los justos «comprenderán la verdad» Sab 3,9: no ya que hayan de experimentar la fidelidad de Dios a sus promesas o ver el ser mismo de Dios, sino que comprenderán su designio providencial sobre los hombres. Para Daniel «el libro de la verdad» Dan 10,21 es el libro en que está inscrito el designio de Dios; la verdad de Dios es la revelación de su designio 9,13, es también una visión celestial o la explicación de su sentido 8,26 10,1 11,2, es la verdadera fe, la religión de Israel 8,12.

Este empleo del término se mantiene en el judaísmo apocalíptico y sapiencial. En Qumrán «la inteligencia de la verdad de Dios» es el conocimiento de los misterios (Himnos de Qumrán: 1QH 7,26s), pero éste se obtiene por la interpretación verdadera de la ley: «convertirse a la verdad» (Manual de disciplina: 1QS 6,15) es «convertirse a la ley de Moisés» 5,8. La verdad, doctrina revelada, tiene también un alcance moral, se opone a la iniquidad: los «hijos de la verdad» 4,5 son los que siguen «los caminos de la verdad» 4,17. La verdad acaba así por designar en Qumrán el conjunto de las concepciones religiosas de los hijos de la alianza.

NT

1. Herencia bíblica. En Pablo, más que en el resto del NT, la noción de verdad (aletheia) ofrece los matices que tenía en los Setenta. El apóstol se sirve de ella en sentido de sinceridad 2Cor 7,14 11,10 Flp 1,18 1Cor 5,8 o en la expresión «decir la verdad» Rom 9,1 2Cor 12,6 Ef 4,25 1Tim 2,7. Profundamente bíblica es la fórmula «la verdad de Dios» para designar la fidelidad de Dios a sus promesas Rom 3,7 3,3 15,8 2Cor 1,l8ss: las promesas del Dios fiel tienen su «sí» en Cristo; así también aletheia en sentido de verdad moral, de rectitud: opuesta a injusticia 1Cor 13,6, sinónima de justicia Ef 5,9 6,14, caracteriza el comportamiento que Pablo aguarda de los cristianos Col 1,6 2Cor 13,8. El juicio de Dios estará también marcado de verdad, de justicia Rom 2,2.

La antítesis entre «la verdad de Dios» y la mentira de los ídolos Rom 1,25 1Tes 1,9 se inspira en la polémica judía contra la idolatría pagana Jer 10,14 13,25 Bar 6,7.47.50: el verdadero Dios es el Dios vivo, con el que se puede contar, el que escucha a su pueblo y lo salva.

2. La verdad del Evangelio. Aquí aparece la noción de verdad cristiana. Se relaciona con el tema sapiencial y apocalíptico de verdad revelada. Los judíos se jactaban de poseer en su ley la expresión misma de esta verdad Rom 2,20, de hallar en ella consignada toda la voluntad de Dios 2,18. Pablo reemplaza la expresión judía «la verdad de la ley» por «la verdad del Evangelio» Gal 2,5.14 o «la palabra de verdad» Col 1,5 Ef 1,13 2Tim 2,15. Objeto de una revelación 2Cor 4,2 con el mismo título que el misterio Rom 16,26 Col 1,26 4,3, esta palabra es la palabra de Dios predicada por el Apóstol 2Cor 4,2.5.

a. La verdad y la fe. Los hombres a los que se dirige este mensaje deben oír la palabra Ef 1,13 Rom 10,14, deben convertirse para llegar al conocimiento de la verdad 2Tim 2,25.

La aceptación de la verdad del Evangelio se efectúa por la fe 2Tes 2,13 Tit 1,1 2Tes 2,12 Gal 5,7 Rom 2,8, pero esta fe requiere al mismo tiempo el amor de la verdad 2Tes 2,10. «Llegar al conocimiento de la verdad» viene a ser en los textos tardíos 1Tim 2,4 2Tim 3,7 Heb 10,26 una expresión estereotipada para decir: adherirse al Evangelio, abrazar el cristianismo, pues los creyentes son precisamente los que conocen la verdad 1Tim 4,3; ésta no es otra cosa que la fe cristiana Tit 1,1.

b. Verdad y vida cristiana. Según las epístolas católicas los creyentes han sido engendrados a la nueva vida por la palabra de verdad Sant 1,18 1Pe 1,23; por la obediencia a la verdad en el momento del bautismo han santificado sus almas 1Pe 1,22. Por consiguiente, no hay que alejarse de esta verdad una vez que se ha abrazado Sant 5,19, hay que afianzarse en la verdad presente en vista de la parusía 2Pe 1,12; hay que continuar deseando esta leche de la palabra a fin de crecer para la salvación 1Pe 2,2 Así, añade Pablo, es como el cristiano se reviste del hombre nuevo y realiza la santidad que pide la verdad Ef 4,24.

c. La sana doctrina y el error. En las pastorales la polémica contra los herejes confiere al tema un nuevo matiz: ahora ya la verdad es la buena doctrina 1Tim 1,10 4,6 2Tim 4,3 Tit 1,9 2,1 opuesta a las fábulas 1Tim 1,4 4,7 2Tim 4,4 Tit 1,14 de los doctores de mentira 1Tim 4,2. Estos han vuelto la espalda a la verdad Tit 1,14 1Tim 6,5 2Tim 2,18 4,4, se alzan incluso contra ella 2Tim 3,8. Pero la Iglesia del Dios vivo sigue siendo «la columna y el fundamento de la verdad» 1Tim 3,15.

d. Entre la verdad y Cristo existe un nexo estrecho. El objeto del mensaje del Apóstol no es una doctrina abstracta, es la persona misma de Cristo 2Cor 4,5 Gal 1,16 1Cor 1,23 2Cor 1,19 11,4 Ef 4,20 Flp 1,15; Cristo, «manifestado en la carne… proclamado entre los paganos, creído en el mundo», es la verdad misma cuya guardiana es la Iglesia, es el misterio mismo de la piedad 1Tim 3,16. El Cristo-verdad, al que anuncia el Evangelio, no es, pues, un ser celestial en sentido gnóstico, sino el Jesús de la historia, muerto y resucitado por nosotros: «la verdad está en Jesús» Ef 4,21.

3. San Juan. La teología de Juan era ante todo una teología de revelación, la noción de verdad ocupa en ella un lugar considerable. Frecuentemente se interpreta la aletheia joánnica en el sentido dualista metafísico, platónico o gnóstico de ser subsistente y eterno, de realidad divina que se desvela. Pero Juan no llama nunca a Dios mismo la verdad, cosa que sería esencial en estos sistemas. En realidad no hace sino desarrollar el tema apocalíptico y sapiencial de la verdad revelada —reasumido por lo demás en el NT—, pero insistiendo más en el carácter revelado y en la fuerza interior de la verdad.

a. La palabra del Padre y el Cristo-verdad. Para Juan la verdad no es el ser mismo de Dios, sino la palabra del Padre Jn 17,17 1Jn 1,8: «la verdad no está en vosotros» y 1,10: «su palabra no está en vosotros». La palabra que Cristo ha oído al Padre Jn 8,26.40 3,33 ésa es la verdad que él viene a «proclamar» 8,40.45s y de la que viene a «dar testimonio» 18,37 5,33. La verdad es, pues, al mismo tiempo la palabra que Cristo mismo nos dirige y que debe inducirnos a creer en él 8,31s.45s. La diferencia entre esta revelación y la del AT se subraya enérgicamente: «La ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han venido por Jesucristo» 1,17, porque con él y en él apareció la revelación total, definitiva. Mientras que el diablo es el padre de la mentira 8,44, Cristo proclama la verdad 8,45, está «lleno de gracia y de verdad» 1,14. La gran novedad cristiana es que Cristo en persona es la verdad 14,6: la es, no en cuanto posee la naturaleza divina, sino porque, siendo el Verbo hecho carne, nos revela al Padre 1,18. Jesús mismo explica el sentido de este título uniéndolo a otros dos: él es «el camino, la verdad y la vida»; él es el camino que conduce al Padre, precisamente porque él es la verdad y transmite la palabra y la revelación del Padre 17,8.14.17 y así comunica la vida divina 1,4 3,16 6,40.47.63 17,2 1Jn 5,11ss. Este título revela por tanto algo de la persona divina de Cristo: él es la verdad porque es la palabra, el Verbo del Padre, el Hijo único.

b. El Espíritu de verdad. Una vez terminada la revelación al mundo Jn 12,50, anuncia Jesús a sus discípulos la venida del Paráclito, el Espíritu de verdad 14,17 15,26 16,13. Para Juan la función fundamental del Espíritu consiste en dar testimonio de Cristo 15,26 1Jn 5,6, en conducir a los discípulos hacia la verdad entera Jn 16,13, en traerles a la memoria todo lo que Cristo había dicho, es decir, hacerles captar su verdadero sentido 14,26. Dado que su papel consiste en hacer comprender en la fe la verdad de Cristo, a él también se le llama «la verdad» 1Jn 5,6; es en la Iglesia «el que testimonia» y con ello suscita nuestra fe.

c. Verdad y santidad. Juan subraya con fuerza el papel de la verdad en la vida del creyente. Éste debe «ser de la verdad» Jn 18,37 1Jn 3,19: no debe únicamente haber llegado de una vez para siempre a la vida nueva por la fe Sant 1,18 1Pe 1,22s, sino nacer del Espíritu Jn 3,5.8 y estar habitualmente bajo el influjo de la verdad que mora en nosotros 2Jn 4. Sólo el que permanezca así en la palabra de Jesús llegará a conocer verdaderamente la verdad y a verse interiormente liberado del pecado por esta verdad Jn 8,31s: porque la fe purifica Act 15,9, por tanto también la palabra de Cristo Jn 15,3; ésta nos hace vencer al maligno 1Jn 2,14; cuando el creyente deja que la semilla de la palabra «permanezca» activamente en él, se hace impecable 1Jn 3,9, se santifica en la verdad Jn 17,17.19.

Así Juan ve en la aletheia el principio interior de la vida moral; vuelve a las antiguas expresiones bíblicas «hacer la verdad» 3,21 1Jn 1,6, «caminar en la verdad» 2Jn 4 3Jn 3s, pero les da una plenitud de sentido cristiano: es caminar en el precepto de Cristo 2Jn 6, dejarse dirigir en su acción por la verdad, por la fe. Amar a los hermanos «en verdad» 2Jn 1 3Jn 1 es amarlos por la fuerza de la verdad que mora en nosotros 2Jn 1ss 1Jn 3,18; la adoración «en espíritu y en verdad» Jn 4,23s es una adoración que brota del interior sin por ello excluir todo culto exterior; es un culto inspirado por el Espíritu y por la verdad de Jesús, que el Espíritu de verdad hace activa en aquellos a quienes ha hecho renacer. Finalmente, la verdad implica también para el creyente obligaciones apostólicas: colaborar con la verdad 3Jn 8 es cooperar con la Iglesia en la fuerza interna de expansión del mensaje evangélico.

La verdad en sentido cristiano no es, pues, la esfera inmensa de lo real que hubiéramos de conquistar con un esfuerzo de pensamiento: es la revelación del Padre, aparecida en Cristo e iluminada por el Espíritu, a la que debemos acoger en la fe: entonces únicamente transformará nuestras existencias, y por ella, como lo pide la liturgia, «manifestaremos en nuestras obras la luz de la verdad».

UNIDAD

Tomado de: LEON-DUFOUR. Xavier,Vocabulario de teología bíblica

Reconociendo por la fe al Dios único, Padre, Hijo y Espíritu Santo se abre el hombre a la caridad que une al Padre con el Hijo y le comunica el Espíritu Jn 15,9 17,26 Rom 5,5. Esta caridad, uniéndole al Dios único, le convierte en su testigo en el mundo y en cooperador de su designio: unir en el Hijo único a todos los hombres y a todo el universo Rom 8,29 Ef 1,5.10.

I. LA FUENTE DE LA UNIDAD Y SU RUPTURA POR EL PECADO

El universo, en su diversidad maravillosa, es obra del Dios creador, cuyo designio se revela en el mandamiento que da al hombre y a la mujer: «Sed fecundos, multiplicaos, llenad la tierra y dominadla» Gen 1,28. Se ve cómo en la obra divina se alían multiplicidad y unidad. Para que la creación llegue a su unidad bajo el dominio del hombre, debe éste multiplicarse, y para que el hombre sea fecundo es preciso que se realice en el amor su unidad con la mujer Gen 2,23s. Pero para realizar este designio debe el hombre mantenerse unido con Dios, reconociendo su dependencia con una fidelidad confiada.

Rehusar esta fidelidad es el pecado fundamental: el hombre lo comete para igualarse con Dios, lo que equivale a negar al Dios único; así rompe con el que, siendo todo amor 1Jn 4,16, es la fuente de la unidad. De esta ruptura dimanan las divisiones que van a romper la unidad del matrimonio con el divorcio y la poligamia Gen 4,19 Dt 24,1, la unidad de los hermanos con la envidia homicida Gen 4,6ss.24, la unidad de la sociedad con un desacuerdo, cuyo símbolo expresivo es la diversidad de las lenguas 11,9.

II. EN BUSCA DE LA UNIDAD POR LA ALIANZA

Para remediar esta ruptura escoge Dios a hombres, a los que propone su alianza sellada en la fe Os 2,22; la fe es, en efecto, la condición de la unión con él y de la colaboración en su obra, esa obra de unidad que no cesa de reanudar llamando a nuevos elegidos: Noé, Abraham Is 51,2, Moisés, David, el siervo. La ley que da a su pueblo, el rey que le escoge en la casa de David, el templo donde habita con él en Jerusalén, el siervo; al que le da por modelo de fidelidad, tienen por fin procurar la unidad de Israel y permitirle así realizar su misión de pueblo sacerdote Ex 19,6 y de pueblo testigo Is 43,10ss.

En efecto, si Dios hace de Israel un pueblo aparte, es para manifestarse por él a las naciones y reunirlas en la unidad de su culto. Incluso la dispersión, con la que debió castigar la infidelidad de Israel, sirve a fin de cuentas para dar a conocer a los paganos el único Dios creador y salvador Is 45. Sin embargo, para cumplir la misión del pueblo elegido, para devolverle su unidad rota por el cisma a consecuencia de la infidelidad de Salomón al Dios único 1Re 11,31ss y para reunir a las naciones con él en el mismo culto Is 56,6ss, será preciso que venga aquel que será a la vez el siervo encargado de unificar a Israel y de salvar con su muerte a la multitud de los pecadores Is 42,1 49,6 53,10ss, el nuevo David que apacentará el rebaño del Señor, reunido bajo su realeza Ez 34,23s 37,21-24, y el Hijo del hombre, cabeza del pueblo de los santos, cuyo reinado eterno se extenderá al universo Dan 7,13s.27. Gracias a él Sión, esposa única de Yahveh que la ama con un amor eterno, vendrá a ser la madre común de todas las naciones Sal 87,5 Is 54,1-10 55,3ss, cuyo único rey será Yahveh Zac 14,9.

III. LA REALIZACIÓN DE LA UNIDAD EN LA IGLESIA

Este elegido de Dios es su Hijo único, Cristo Jesús Lc 9,35. Une a los que lo aman y creen en él, dándoles su Espíritu y su madre Rom 5,5 Jn 19,27 y alimentándolos con un solo pan, cuerpo sacrificado en la cruz 1Cor 10,16s. Así hace de todos los pueblos un solo cuerpo Ef 2,14-18; hace de los creyentes sus miembros, dotando a cada uno de ellos con carismas diversos con miras al bien común de su cuerpo que es la Iglesia 1Cor 12,4-27 Ef 1,22s, insertándoles como piedras vivas en el único templo de Dios Ef 2,19-22 1Pe 2,4s. Es el único pastor que conoce a sus ovejas en su diversidad Jn 10,3 y, dando su vida, quiere reunir en su rebaño a los hijos de Dios dispersos Jn 10,14ss 11,51s.

Por él se restaura la unidad en todos los planos: unidad interior del hombre desgarrado por sus pasiones Rom 7,14s 8,2.9; unidad de la pareja conyugal, cuyo modelo es la unión de Cristo y de la Iglesia Ef 5,25-32; unidad de todos los hombres, a los que el Espíritu hace hijos del mismo Padre Rom 8,14ss Ef 4,4ss y que no teniendo sino un corazón y un alma Act 4,32, alaban con una sola voz a su Padre Rom 15,5s Act 2,4.11.

Hay por tanto que promover esta unidad que desgarran toda clase de cismas 1Cor 1,10, pero cuyo fundamento es la única fe en el único Se-ñor Ef 4,5.13 Mt 16,16ss. El signo de la única Iglesia, confiada al amor de Pedro Jn 21,15ss, es su unidad, fruto que llevan los que permanecen en el amor de Cristo y observan fielmente su mandamiento único: «Amaos unos a otros como yo os he amado» 13,34s; su fidelidad y su fecundidad se miden por su unión con Cristo, semejante a la de los sarmientos con la cepa 15,5-10. La unidad de los cristianos es necesaria para que se revele en ellos al mundo el amor del Padre manifestado por el don de su Hijo único 3,16 y para que todos los hombres sean unos en Cristo Ef 4,13; entonces se realizará el supremo deseo de Jesús: «Padre, que todos sean uno, como nosotros somos uno» Jn 17,21ss.

TEMOR DE DIOS

Tomado de: LEON-DUFOUR. Xavier,Vocabulario de teología bíblica

Al AT se le caracteriza como ley de temor y al NT como ley de amor. Fórmula aproximativa que descuida muchos matices. Si el temor representa un valor importante en el AT, la ley de amor tiene ya en él sus raíces. Por otra parte, el temor no es abrogado por la ley nueva, dado que constituye el fondo de toda auténtica actitud religiosa. Así pues, en los dos Testamentos el temor y el amor se dibujan realmente, aunque en forma diversa. Importa más distinguir el temor religioso del miedo que todo hombre puede experimentar en presencia de los estragos de la naturaleza o de los ataques del enemigo Jer 6,25 20,10. Sólo el primero tiene lugar en la revelación bíblica.

I. DEL MIEDO HUMANO AL TEMOR DE DIOS. Ante los fenómenos grandiosos, desacostumbrados, aterradores, el hombre experimenta espontáneamente el sentimiento de una presencia que lo desborda y ante la cual se abisma en su pequeñez. Sentimiento ambiguo, en el que lo sagrado aparece bajo el aspecto de lo tremendo sin todavía revelar su naturaleza profunda. En el AT este sentimiento es equilibrado por el conocimiento auténtico del Dios vivo, que manifiesta su temerosa grandeza a través de los signos de que está llena su creación. El temor de Israel ante la teofanía del Sinaí Ex 20,18s tiene primero por causa la majestad del Dios único, al igual que el temor de Moisés ante la zarza ardiendo Ex 3,6 y el de Jacob después de la visión nocturna Gen 28,17. Sin embargo, cuando se produce con ocasión de signos cósmicos que evocan la ira divina (tormenta, temblor de tierra), se mezcla con él un pavor de origen menos puro. Pertenece a la escenificación habitual del día de Yahveh Is 2,10.19 Sab 5,2. Tal es también el terror de los guardianes del sepulcro la mañana de pascua Mt 28,4. Por el contrario, el temor reverencial es el reflejo normal de los creyentes ante las manifestaciones divinas: el de Gedeón Jue 6,22s, de Isaías Is 6,5, o de los espectadores de los milagros operados por Jesús Mc 6,51 p Lc 5,9-11 7,16 y por los apóstoles Act 2,43. El temor de Dios comporta modalidades diversas que contribuyen, cada una en su rango, a encaminar al hombre hacia una fe más profunda.

II. TEMOR DE DIOS Y CONFIANZA EN DIOS. Por lo demás, en la auténtica vida de fe el temor se equilibra gracias a un sentimiento contrario: la confianza en Dios. Aun cuando Dios aparece a los hombres, no quiere aterrorizarlos. Los tranquiliza: «¡No temas!» Jue 6,23 Dan 10,12 Lc 1,13.30, frase que repite Cristo caminando sobre las aguas Mc 6,50. Dios no es un potentado celoso de su poder; rodea a los hombres de una providencia paternal que atiende a sus necesidades. «¡No temas!» dice a los patriarcas al notificarles sus promesas Gen 15,1 26,24; la misma expresión acompaña las promesas escatológicas aportadas al pueblo que sufre Is 41,10.13s 43,1.5 44,2, así como las promesas de Jesús al «pequeño rebaño» que recibe del Padre el reino Lc 12,32 Mt 6,25-34. En términos semejantes anima Dios a los profetas al confiarles su dura misión: tendrán que habérselas con los hombres, pero no deben temerlos Jer 1,8 Ez 2,6 3,9 2Re 1,15.

Así la fe en él es la fuente de una seguridad que destierra hasta el mero miedo humano. Cuando Israel en guerra ha de afrontar al enemigo, el mensaje divino vuelve a ser: «¡No temas!» Num 21,34 Dt 3,2 7,18 20,1 Jos 8,1. En lo más fuerte del peligro repite Isaías lo mismo a Ajaz Is 7,4 y a Ezequías Is 37,6. A los apóstoles, a quienes aguarda la persecución, repite Jesús que no teman a los que matan el cuerpo Mt 10,26-31. Una lección tantas veces repetida acaba por incorporarse a la vida. Los verdaderos creyentes, apoyados en su confianza en Dios, destierran de su corazón todo temor Sal 23,4 27,1 91,5-13.

III. TEMOR DE LOS CASTIGOS DIVINOS. Hay, sin embargo, un aspecto de Dios que puede inspirar a los hombres un temor saludable. En el AT se reveló como juez, y la proclamación de la ley sinaítica va acompañada de una amenaza de sanciones Ex 20,5ss 23,21. Por todo lo largo de la historia los sinsabores de Israel son presentados por los profetas como otros tantos signos providenciales que traducen la cólera de Dios: motivo serio de temblar delante de él… En este sentido la ley divina aparece como una ley de temor. Asimismo el salmo 2 recuerda la amenaza de los castigos divinos para invitar a las naciones extranjeras a someterse al ungido de Yahveh Sal 2,11s.

Este aspecto de la doctrina no se puede eliminar, puesto que el mismo NT da un puesto importante a la ira y al juicio de Dios. Pero ante esta perspectiva terrible sólo tienen que temblar los pecadores endurecidos en el mal Sant 5,1 Ap 6,15s Lc 23,30. En cuanto a los otros, que se reconocen profundamente pecadores Lc 5,8, pero que tienen confianza en la gracia justificante de Dios Rom 3,23s, el NT ha inaugurado una nueva actitud: no más temor de esclavos, sino un espíritu de hijos adoptivos de Dios Rom 8,15, una disposición de amor interior que destierra -el temor, pues el temor supone un castigo 1Jn 4,18, pero el que ama no tiene ya miedo del castigo, incluso si su corazón le condena 1Jn 3,20s. En este sentido es el NT una ley de amor. Pero ya en los tiempos del AT había personas que vivían bajo la ley de amor, como actualmente las hay todavía que no han superado la ley de temor.

IV. TEMOR DE DIOS Y RELIGIÓN. Después de todo el temor de Dios se puede comprender en un sentido bastante amplio y profundo, que lo identifique sin más con la religión. El Deuteronomio lo asocia ya en forma característica al amor de Dios, a la observancia de sus mandamientos, a su servicio Dt 6,2.5.13, mientras que Is 11,2 ve en él uno de los frutos del Espíritu de Dios. Es, como dicen los sabios, el principio de la sabiduría Prov 1,7 Sal 111,10, y el Eclesiástico formula unas loas sobre el temor que lo presentan como el equivalente práctico de la piedad Edo 1,11-20. En este sentido merece la bienaventuranza con que la adornan diferentes salmos Sal 112,1 128,1, porque «la misericordia de Dios se extiende de generación en generación sobre los que le temen» Lc 1,50 Sal 103,17; el tiempo del juicio, que hará temblar de miedo a los pecadores, será también el tiempo en que Dios «recompensará a los que temen su nombre» Ap 11,18. El NT, aun conservando a veces a la palabra un matiz de temor reverencial, del que no está totalmente ausente la perspectiva del Dios-Juez 2Cor 7,1 Ef 5,21 Col 3,22, sobre todo si se trata de personas que «no temen a Dios» Lc 18,2.4 23,40, la entiende más bien en este sentido profundo que hace del temor una virtud esencial: «En Dios no hay acepción de personas, sino que en toda nación el que teme a Dios y practica la justicia le es acepto» Act 10,34s. El temor así entendido es el camino de la salvación.

PROFETA

Tomado de: LEON-DUFOUR. Xavier,Vocabulario de teología bíblica

I. DIVERSIDAD Y UNIDAD DEL PROFETISMO DE ISRAEL

En todas partes existen en el antiguo Oriente hombres que ejercen la adivinación Num 22,5s Dan 2,2 4,3s y son juzgados aptos para recibir mensajes de la divinidad. A veces se acude a ellos antes de comenzar una empresa. Sucederá que los profetas de Israel hayan de cumplir funciones análogas 1Re 22,1-29; pero la fuente divina, la continuidad, el objeto de su mensaje los separan de estos adivinos Dt 18,14s.

1. Orígenes. ¿Dónde comienza el profetismo bíblico? A Abraham se da el título de profeta, pero esto es una transposición tardía Gen 20,7. En cuanto a Moisés, auténtico enviado divino Ex 3-4, es una fuente por lo que atañe a la profecía Ex 7,1 Num 11.17-25 y por tanto más que un profeta Num 12,6-8. El Deuteronomio es el único libro de la ley que le da este nombre Dt 18,15; pero no como a un profeta como los otros: después de él nadie le igualó Dt 34,10. Al final de la época de los jueces surgen bandas de «hijos de profetas» 1Sa 10,5s, cuyo exterior agitado 1Sa 19,20-24 tiene resabios de ambiente cananeo. Con ellos entra en uso la palabra nabi: (¿«llamado»?). Pero al lado de este título subsisten los antiguos: «vidente» 1Sa 9,9 o «visionario» Am 7,12, «hombre de Dios» 1Sa 9,7s, título principal de Elías y sobre todo de Eliseo 2Re 4,9. Por lo demás el título de nabi no está reservado a los profetas auténticos de Yahveh: al lado de ellos hay nabim de Baal 1Re 18,22; hay también hombres que hacen del profetismo un oficio, aunque hablan sin que Dios les inspire 1Re 22,5s... El estudio del vocabulario muestra, pues, que el profetismo tiene aspectos muy variados; pero al desarrollarse manifestará su unidad.

2. Continuidad. Existió una verdadera tradición profética que se perpetuó gracias a los discípulos de los profetas. El Espíritu, como en el caso de Moisés Num 11,17, se comunica: así por ejemplo de Elías a Eliseo 2Re 2. Isaías menciona a sus discípulos Is 8,16, y Jeremías va acompañado de Baruc. El siervo de Yahveh, cuya figura, más aún que la de Moisés, desborda el profetismo, asume los rasgos de un profeta-discípulo docente Is 50,4s 42,2ss. En este marco de una tradición viva, la escritura desempeña naturalmente un papel Is 8,16 Jer 36,4, que crece con el tiempo: Yahveh no pone ya en la boca de Ezequiel sus solas palabras, sino un libro. Sobre todo a partir del exilio se impone retrospectivamente a Israel la conciencia de una tradición profética Jer 7,25 25,4 29,19 35,15 44,4. El libro de la Consolación (de escuela isaiana) se apoya en esta tradición cuando recuerda las predicciones antiguas de Yahveh Is 45,21 48,5. Pero la tradición profética tiene una fuente de unidad que es de orden distinto del de estas relaciones mensurables: los profetas, desde los orígenes, están todos animados por el mismo Espíritu de Dios, (aun cuando varios no mencionen al Espíritu como origen de su profecía; cf., sin embargo, 1Sa 10,6 Miq 3,8; Os 9,7Jl 3,1sEz 11,5). Sean cuales fueren sus dependencias mutuas, de Dios es de quien reciben la palabra. El carisma profético es un carisma de revelación Am 3,7Jer 23,182Re 6,12, que da a conocer al hombre lo que no podría descubrir por sus propias fuerzas. Su objeto es a la vez múltiple y único: es el designio de salvación que se cumplirá y se unificará en Jesucristo Heb 1,1s.

3. El profeta en la comunidad. El profetismo, constituyendo una tradición, tiene también un puesto preciso en la comunidad de Israel: forma una parte integrante de la misma, pero sin absorberla; vemos que el profeta desempeña un papel, con el sacerdote, en la consagración del rey 1Re 1. Rey, sacerdote, profeta son durante largo tiempo como los tres ejes de la sociedad de Israel, bastante diversos para ser a veces antagónicos, pero normalmente necesarios los unos a los otros. Mientras existe un Estado se hallan profetas para iluminar a los reyes: Natán, Gad, Eliseo, sobre todo Isaías, y por momentos Jeremías. Les incumbe decir si la acción emprendida es la que Dios quiere, si tal política se encuadra exactamente dentro de la historia de la salvación. Sin embargo, el profetismo en el sentido fuerte de la palabra no es una institución como la realeza o el sacerdocio: Israel puede procurarse un rey Dt 17,14s, pero no un profeta; éste es puro don de Dios, objeto de promesa Dt 18,14-19, pero otorgado libremente. Esto se siente bien en el período en que se interrumpe el profetismo 1Mac 9,27 Sal 74,9: Israel vive entonces en la espera del profeta prometido 1Mac 4,46 14,41. En estas circunstancias se comprende la acogida entusiasta dispensada por los judíos a la predicación de Juan Bautista Mt 3,1-12.

II. DESTINO PERSONAL DEL PROFETA

1. Vocación. Al profeta corresponde un lugar en la comunidad, pero lo que lo constituye es la vocación. Se ve a ojos vistas en el llamamiento de Moisés, de Samuel, Amós, Isaías, Jeremías, Ezequiel, sin olvidar al Siervo de Yahveh. Las confidencias líricas de Jeremías giran en torno al mismo tema. Dios tiene la entera iniciativa; domina a la persona del profeta: «El Señor Yahveh habla, ¿quién no profetizará?» Am 3,8 7,14s. Jeremías, consagrado desde el seno de su madre 1,5 Is 49,1, habla de seducción 20,7ss. Ezequiel siente que la mano de Dios pesa fuertemente sobre él Ez 3,14. El llamamiento despierta en Jeremías la conciencia de su debilidad Jer 1,6; en Isaías, la del pecado Is 6,5. Este llamamiento lleva siempre a una misión, cuyo instrumento es la boca del profeta que dirá la palabra de Dios Jer 1,9 15,19 Is 6,6s Ez 3,1ss.

2. El mensaje del profeta y su vida. Anuncios en forma de gestos (más de treinta) preceden o acompañan a las exposiciones orales Jer 28,10 51,63. Ez 3,24-5,4 Zac 11,15. Es que la palabra revelada no se reduce a vocablos; es vida, va acompañada de una participación simbólica (no mágica) en el gesto de Yahveh que realiza lo que dice. Algunos de estos actos simbólicos tienen efectos inmediatos: compra de un campo Jer 32, enfermedades y angustias Ez 3,25s 4,4-8 12,18. Sin embargo, es de notar que en los más grandes la vida conyugal y familiar hace cuerpo con la revelación. Tal es el caso del matrimonio de Oseas 1-3. Isaías se limita a mencionar a la «profetisa» Is 8,3, pero él y sus hijos son signos para el pueblo 8,18. En el momento del exilio los signos se hacen negativos: celibato de Jeremías Jer 16,1-9, viudez de Ezequiel Ez 24,15-27. Otros tantos símbolos no imaginados, sino vividos y de esta manera enlazados con la verdad. El mensaje no puede ser exterior a su portador: no es un concepto de que pueda disponer éste; es la manifestación en él del Dios vivo (Elías), del Dios santo (Isaías).

3. Pruebas. Los que hablan en su propio nombre Jer 14,14s 23,16, sin haber sido enviados Jer 27,15, siguiendo su propio espíritu Ez 13,3, son falsos profetas. Los verdaderos profetas tienen conciencia de que otro les hace hablar, tanto que se da el caso de tener que corregirse alguna vez cuando han hablado de su propia cosecha 2Sa 7. La presencia de este otro Jer 20,7ss, el peso de la misión recibida Jer 4,19, causan a menudo una lucha interior. La serenidad de Isaías deja traslucir poco de esto: «guardo a Yahveh que oculta su rostro» Is 8,17… Pero Moisés Num 11,11-15 y Elías 1Re 19,4 conocen la crisis de depresión. Sobre todo Jeremías se queja amargamente, y un momento parece retraerse de su vocación Jer 15,18s 20,14-18. Ezequiel está «lleno de amargura y de furor», «pasmado» Ez 3,14s. El siervo de Yahveh atraviesa una fase de aparente esterilidad y de inquietud Is 49,4. En fin, Dios apenas si deja a los profetas esperar el éxito de su misión Is 6,9s Jer 1,19 7,27 Ez 3,6s. La de Isaías no logrará sino endurecer al pueblo Is 6,9s=Mt 13,14s Jn 15,22. Ezequiel deberá hablar, «se le escuche o no» Ez 2,5.7 3.11.27; así los hombres «sabrán que yo soy Yahveh» Ez 36,38; pero este reconocimiento del Señor sólo tendrá lugar posteriormente: La palabra profética trasciende en todos sentidos sus resultados inmediatos, pues su eficacia es de orden escatológico: en último término nos interesa a nosotros 1Pe 1,10ss.

4. Muerte. Se exterminó a los profetas bajo Ajab 1Re 18,4.13 19,10.14, probablemente bajo Manasés 2Re 21,16, ciertamente bajo Yayaquim Jer 26,20-23. Jeremías no ve nada excepcional en estas matanzas Jer 2,30; en tiempos de Nehemías su mención ha venido a ser un tópico Neh 9,26, y Jesús podrá decir: «Jerusalén, que matas a los profetas» Mt 23,37… La idea de que la muerte de los profetas es el coronamiento de todas sus profecías, de hecho va abriéndose paso a través de esta experiencia. La misión del Siervo de Yahveh, remate de la serie, comienza en la discreción Is 42,2, y se consuma en el silencio del cordero, al que se sacrifica Is 53,7. Ahora bien, este fin es una cima entrevista: desde Moisés los profetas intercedían por el pueblo Is 37,4 Jer 7,17 10,23s Ez 22,30; el siervo, intercediendo por los pecadores, los salvará con su muerte Is 53,5.11s.

III. EL PROFETA FRENTE A LOS VALORES ADMITIDOS

El encuentro dramático entre el profeta y el pueblo sucede primero en el terreno de las condiciones de la antigua alianza: la ley, las instituciones, el culto.

1. La ley. Profetismo y ley no expresan dos opciones, dos corrientes divergentes: se trata de funciones distintas, de sectores, que no son en modo alguno compartimientos estancos, en el interior de una totalidad. La ley declara lo que debe ser en todo tiempo y para todo hombre. El profeta, para comenzar, denuncia las faltas que surgen contra la ley. Lo que le distingue aquí de los representantes de la ley es que no aguarda a que se le someta un caso para pronunciarse, y que lo hace sin referirse a un poder que le ha transmitido la sociedad ni a un saber aprendido de otros. En razón de lo que Dios le revela para el momento presente asocia la ley con la existencia; pone nombres, dice al pecador, como Natán a David: «Tú eres ese hombre» 2Sa 12,7, coge a las personas en el acto mismo 1Re 21,20, a menudo por sorpresa 1Re 20,38-43. Oseas 4,2, Jeremías 7,9, hacen alusión al decálogo; Ezequiel 18,5-18 a las leyes y costumbres. El no pagar el salario Jer 22,13 Mal 3,5, el fraude Am 8,5 Os 12,8 Miq 6,10s, la venalidad de los jueces Miq 3,11 Is 1,23 5,23, el negarse a manumitir a los esclavos en el tiempo debido Jer 34,8-22, la inhumanidad de los prestamistas Am 2,8 y de los que «machacan el rostro de los pobres» Is 3,15 Am 2,6-8 4,1 8,4ss: he aquí otras tantas faltas contra la alianza. Pero la esencia de la ley que hacen presente los profetas no se reduce al texto escrito; en todo caso lo escrito no puede operar lo que opera el profeta en sus oyentes. Por su carisma alcanza en cada persona ese punto secreto en que se escoge o se rechaza la luz. Ahora bien, en la situación de hecho en que surge la palabra profética no sólo se rehúsa el derecho, sino que se retuerce Miq 3,9s Jer 8,8 Hab 1,4, se cambia en amargura Am 5,7 6,12; al bien se le llama mal, y viceversa Is 5,20 32,5; tal es la mentira condenada incesantemente por Jeremías Jer 6,6.. Los pastores enturbian el agua a las ovejas Ez 34,18s, se extravía a los débiles Is 3,12-15 9,15 Am 2,7. El pueblo, también culpable, no merece contemplaciones Os 4,9 Jer 6,28 Is 9,16: pero los profetas vituperan más violentamente a los sacerdotes y a todos los responsables Is 3,2 Jer 5,4s que representan las normas Os 5,1 Is 10,1 y las falsean. Contra tal situación se halla la ley desarmada. En la perversión de los signos el único recurso está en el discernimiento entre dos espíritus, el del mal y el de Dios: es la situación en que se ve enfrentarse profeta contra profeta Jer 28.

2. Las tradiciones. El pecado no tiene toda la culpa; la sociedad ha cambiado. Los profetas tienen conciencia de la novedad del estado de las costumbres, ya sea en los vestidos Is 3,16-23, en la música Am 6,5 o en las relaciones sociales. Habiendo aumentado los intercambios de todas clases, Israel conoce la situación que había previsto Samuel 1Sa 8,10-18: la relación de amo a esclavo se ha transferido, desde la permanencia en Egipto, al interior del pueblo. A pesar de ciertas posiciones antimonárquicas Os 13,11, los profetas no tratan de hacer volver a un estado anterior de cosas. No es ése su papel. Se oponen incluso al pueblo, aferrado como a su propio bien a una imagen venturosa del pasado, cuya reproducción indefinida considera como asegurada. Es la euforia de los que dicen: «¿No está Yahveh en medio de nosotros?» Miq 3,11, que llaman a Yahveh «el amigo de su juventud» Jer 3,4 Os 8,2, que piensan obtener a poca costa que «Yahveh reproduzca para ellos todos sus prodigios» Jer 21,2, para quienes no ha pasado nada: «mañana será como hoy» Is 56,12 47,7… Éstos se hallan en su centro en la predicación tranquilizadora de los falsos profetas Jer 23,17 y se niegan a que se les abran los ojos acerca de la realidad presente. Sin embargo los profetas de Dios son el extremo opuesto de una ruptura radical con el pasado: Elías vuelve al Horeb; Oseas 11,1-5 y Jeremías 2,2s están prendados de los recuerdos del desierto, el Déutero-Isaías Is 43,16-21, de los del Éxodo. Los profetas no confunden este pasado con sus sobrevivencias muertas. Les sirve para centrar en su verdadero eje la religión del pueblo.

3. El culto. Los profetas tienen palabras radicales contra los sacrificios Jer 7,21s Is 1,11ss Am 5,21-25, el arca Jer 3,16 y el templo Jer 7,4 26,1-15; ese templo en el que Isaías recibió su vocación Is 6 y en el que predica Jeremías Jer 7, como predicaba Amós en el santuario de Betel Am 7.13. Estas palabras se refieren a la actualidad: condenan sacrificios que en realidad son sacrilegios; en condiciones análogas podrían aplicarse igualmente a los actos del culto cristiano. Recuerdan también el valor relativo de estos signos que no han sido siempre ni tampoco serán siempre tales como son Am 5,25 Jer 7,22, que no son capaces por sí mismos de purificar ni de salvar Heb 10,1. Estos sacrificios no tienen sentido sino en relación con el sacrificio único de Cristo; a la revelación de este sentido definitivo da paso la crítica de los profetas. Por lo demás, a partir del exilio, organización del culto y profetismo coinciden en Ezequiel Ez 40-48 Is 58,13, Malaquías, Ageo. El culto judío de baja época es un culto purificado, lo cual es debido en gran parte a la acción de los profetas, que no se imaginaron nunca una religión sin culto, como tampoco una sociedad sin ley.

IV. LA PROFECÍA Y LA NUEVA ECONOMÍA

Los profetas ponen en conexión al Dios vivo con su criatura en la singularidad del momento presente. Pero precisamente por esta razón su mensaje está orientado hacia el futuro. Lo ven acercarse con su doble semblante, de juicio y de salvación.

1. El juicio. Isaías, Jeremías, Ezequiel ven, por encima de la multiplicidad de las transgresiones, la continuidad del pecado nacional Miq 7,2 Jer 5,1, dato histórico y radical Is 48,8 Ez 20 Is 64,5. Está grabado Jer 17,1, adherido como el orín o el color de la piel Jer 13,23 Ez 24,6. Como profetas que son, expresan esta situación en términos de momentos históricos. Dicen que el pecado. hoy, ha llegado a su colmo; Dios se lo ha hecho ver como se lo hizo ver a Abraham en el caso de Sodoma Am 4,11 Is 1,10... Por eso su mensaje comporta, junto con exhortaciones, el enunciado de una sentencia, con o sin fecha, pero nunca indeterminado: Israel ha roto la alianza Is 24,5 Jer 11,10; a los profetas toca significárselo con sus consecuencias. El pueblo aguarda como un triunfo el día de Yahveh; ellos anuncian que viene bajo la forma contraria Am 5,18ss. La viña que ha decepcionado será destruida por el viñador Is 5,1-7.

2. La salvación. Sin embargo, los profetas, desde los tiempos de Amós, saben que Dios es ante todo salvador. Jeremías ha sido establecido «para destruir, arrancar, arruinar y asolar, para levantar, edificar y plantar» Jer 1,10. Israel ha roto la alianza, pero con esto no está dicho todo: Dios, que es el autor de esta alianza, ¿tiene intención de romperla? Ningún sabio podría responder a esta cuestión, pues en el pasado especuló Israel con la fidelidad de Dios a fin de serle infiel y así se encerró en el pecado. Pero cuando se calla el sabio Am 5,13, habla el profeta. Él es el único que puede decir que después del castigo triunfará Dios perdonando, sin estar obligado a ello Ez 16,61, sólo por su gloria Is 48,11. Esta perspectiva se comprende mejor cuando, a partir de Oseas, se desarrolla la doctrina de la alianza bajo la figura del matrimonio, como la respuesta profética a las aporías de la alianza: el matrimonio es, sí, un contrato, pero sólo tiene sentido por el amor; ahora bien, el amor hace imposible el cálculo y concebible el perdón.

3. Los heraldos de la nueva alianza. El exilio y la dispersión que le sigue ejecutaron la sentencia. Si la ley hizo a Israel pasar por la experiencia de su impotencia Rom 7, es porque los profetas le abrieron los ojos. Entonces vino la hora de la misericordia. Desde los tiempos del exilio lo dicen los profetas cuando hacen promesas para el futuro. Lo que prometen no es la restauración Jer 31,32 de instituciones ahora ya caducas; habrá una nueva alianza. Jeremías la anuncia Jer 31,31-34; Ezequiel Ez 36,16-38 y el Déutero-Isaías Is 55,3 54,1-10 lo repiten. En esta nueva perspectiva no se suprime la ley, sino que cambia de puesto: de condición de la promesa pasa a ser objeto de la misma Jer 31,33 32,39s Ez 36 27. Es ésta una gran novedad; pero los profetas aportan otras muchas, en todos los puntos de la revelación bíblica: la experiencia profética se extiende a todos para renovarlos todos. Por su género de vida como por su doctrina son los profetas los jefes de fila de los que Pascal llamó los «cristianos de la antigua ley».

4. El hoy definitivo. Esta refundición de las condiciones de la salvación es inseparable de las circunstancias del exilio y del retorno, pues el profeta ve con una sola mirada las verdades eternas y los hechos en que se manifiestan. Las unas como los otros le son revelados por la gracia de su carisma, pero entre los conocimientos que el hombre no puede alcanzar por sí mismo, este del porvenir es un caso particular y privilegiado. Su predicción adopta formas diversas. A veces se refiere a hechos próximos, cuyo alcance es menor, pero su realización más impresionante Am 7,17 Jer 28,15s 44,29s 1Sa 10,1s Lc 22,10ss. Semejantes predicciones, una vez realizadas, son signos respecto al futuro lejano, que es el único decisivo. Este futuro, este fin de la historia, es el objeto esencial al que mira la profecía. La forma como se evoca anticipadamente se enraíza siempre en la historia del Israel carnal, pero hace resaltar su alcance definitivo y universal. Si los videntes describen la salvación a la escala de los acontecimientos que ellos mismos viven, ello depende de la limitación de su experiencia, pero también del hecho de que el futuro está en acción en el presente; los profetas enlazan el presente con el futuro porque éste es el hoy por excelencia; el empleo de la hipérbole muestra bien que la realidad rebasará todos los objetivos históricos enfocados en lo inmediato. Este lenguaje no pretende tanto hacernos admirar un ropaje literario cuanto ponerse a la altura de un acontecimiento absoluto. Éste es el que la apocalíptica, esa revelación por excelencia, más desgajada de las opciones políticas que la antigua profecía, enfocará directamente en sus arquitecturas de tiempos, sus números, sus representaciones figuradas (Dan). Más allá de la historia presente dejará presentir el acontecimiento absoluto, centro y fin de la historia.

NT

I. EL CUMPLIMIENTO DE LAS PROFECÍAS

El Nuevo Testamento tiene conciencia de dar cumplimiento a las promesas del Antiguo. Entre uno y otro el libro de Isaías, que es ya una suma de la profecía, y sobre todo los Cantos del Siervo, parecen ser un eslabón privilegiado que anuncia no sólo el cumplimiento, sino también su modo. Por eso los evangelios toman de él los textos que describen la mala acogida hecha a la salvación realizada Is 6,9 es citado por Mt 13,14s; Jn 12,39s y Act 28,26s; Is 53,1 por Rom 10,16 y Jn 12,38; Is 65,2 por Rom 10,21.

En efecto, si el NT subraya fácilmente los rasgos particulares de la vida de Jesús que cumplen las Escrituras, esto no debe hacernos olvidar la conformidad global de «todos los profetas» Act 3,18-24 Lc 24,27 con lo esencial de los misterios: la pasión y la resurrección. La primera se menciona sola varias veces como objeto de las profecías Mt 26,54-56 Act 3,18 13,27; más a menudo, las dos juntas. La lección de exégesis de Emaús, que se puso en práctica en la redacción de los evangelios, reúne las expresiones de que están salpicados los otros libros cuando se trata de anunciar el misterio de Cristo: «los profetas», «Moisés y todos los profetas», «todas las Escrituras», «la ley de Moisés, los profetas y los salmos» Lc 24,25.27.44; comparar Act 2,30 26,22 28,23 Rom 1,2 1Pe 1,11 2Pe 3,2.. Todo el Antiguo Testamento se convierte en una profecía del Nuevo, una «escritura profética» 2Pe 1,19s.

II. LA PROFECÍA EN LA NUEVA ECONOMÍA

1. En torno a Jesús. Jesús aparece por decirlo así en medio de una red de profetismo, representada por Zacarías Lc 1,67, Simeón Lc 2,25ss, la profetisa Ana Lc 2,36 y por encima de todo Juan Bautista. Precisaba la presencia de Juan para hacer sentir la diferencia entre el profetismo y su objeto, Cristo. Todo el mundo mira a Juan como a un profeta. Efectivamente, como los profetas de antaño, traduce la ley en términos de existencia vivida Mt 14,4 Lc 3,11-14. Anuncia la inminencia de la ira y de la salvación Mt 3,2.8. Sobre todo, discierne proféticamente a aquel que está aquí y no se le conoce, y lo designa Jn 1,26.31. Por él todos los profetas dan testimonio de Jesús: «todos los profetas, así como la ley, profetizaron hasta Juan» Mt 11,13 Lc 16,16.

2. Jesús. Aunque el comportamiento de Jesús es claramente distinto del de Juan Bautista Mt 9,14, se reconocen en él muchos rasgos proféticos; revela el contenido de los «signos de los tiempos» Mt 16,2s y anuncia su fin Mt 24-25. Su actitud frente a los valores recibidos reasume la crítica de los profetas: severidad para con los que tienen la llave, pero no dejan entrar Lc 11,52; ira contra la hipocresía religiosa Mt 15,7 Is 29,13; discusión de la calidad de hijos de Abraham de que se glorían los judíos Jn 8,39 9,28; clarificación de una herencia espiritual enmarañada, cuyas grandes líneas son ya difíciles de distinguir; purificación del templo Mc 11,l5ss p Is 56,7 Jer 7,11 y anuncio de un culto perfecto después de la destrucción del santuario material Jn 2,16 Zac 14,21. Finalmente, un rasgo que lo enlaza particularmente con los profetas de otro tiempo: ve denegado su mensaje Mt 13,13ss p, rechazado por aquella Jerusalén que había matado a los profetas Mt 23,37s p 1Tes 2,15. A medida que se acerca este término, lo anuncia y explica su sentido, siendo él mismo su propio profeta, mostrando así que es dueño de su destino, que lo acepta para realizar el designio del Padre, formulado en las Escrituras.

En presencia de tales actitudes, acompañadas de signos milagrosos, se comprende que la multitud dé espontáneamente a Jesús el título de profeta Mt 16,14 Jn 4,19 9,17, que en ciertos casos designa al profeta por excelencia anunciado en las Escrituras Jn 1,21 6,14 7,40. Jesús mismo no adopta este título sino incidentalmente Mt 13,57 p; tampoco la Iglesia naciente le asignará gran lugar Act 3,22s. Es que la personalidad de Jesús desborda en todos los sentidos la tradición profética: él es el Mesías, el Siervo de Dios, el Hijo del hombre. La autoridad que recibe de su Padre es también totalmente suya: es la del Hijo, lo cual le sitúa por encima de toda la serie de los profetas Heb 1,1ss. Recibe sus palabras, pero es, como dirá Juan, la palabra de Dios hecha carne Jn 1,14. En efecto, ¿qué profeta se habría presentado nunca como fuente de verdad y de vida? Los profetas decían: «Oráculo de Yahveh.» Jesús dice: «En verdad, en verdad os digo…» Su misión y su persona no son, pues, ya del mismo orden.

3. La Iglesia. «Las profecías desaparecerán un día», explica Pablo 1Cor 13,8. Pero esto será al fin de los tiempos. La venida de Cristo acá abajo, muy lejos de eliminar el carisma de profecía, provocó la extensión del mismo, que había sido predicha. «¡Ojalá que todo el pueblo fuera profeta!», era el deseo de Moisés Num 11,29. Y Joel veía realizarse este deseo «en los últimos tiempos» Jl 3,1-4. El día de pentecostés declara Pedro cumplida esta profecía: el Espíritu de Jesús se ha derramado sobre toda carne: visión y profecía son cosas comunes en el nuevo pueblo de Dios. El carisma de las profecías es efectivamente frecuente en la Iglesia apostólica Act 11,27s 13,1 21,10s. Pablo quiere que no sea depreciado en las Iglesias que ha fundado 1Tes 5,20. Lo sitúa muy por encima del don de lenguas 1Cor 14,1-5; sin embargo, tiene empeño en que se ejerza dentro del orden y para el bien de la comunidad 14,29-32. El profeta del NT, lo mismo que el del AT, no tiene por única función predecir el porvenir: «edifica, exhorta, consuela» 1Cor 14,3, funciones que se acercan mucho a la predicación. El autor profético del Apocalipsis comienza por desvelar a las siete iglesias lo que ellas mismas son Ap 2-3, tal como lo hacían los antiguos profetas. El profeta, también sometido al control de los otros profetas 1Cor 14,32 y a las órdenes de la autoridad 14,37, no puede pretender agrupar en torno a sí a la comunidad 12,4-11 ni gobernar la Iglesia. Hasta el final el profetismo auténtico se podrá reconocer gracias a las reglas de discreción de espíritus. Ya en el AT ¿no veía el Deuteronomio en la doctrina de los profetas el signo auténtico de su misión divina Dt 13,2-6? Lo mismo sucede ahora. Porque el profetismo no se extinguirá con la edad apostólica. Sería difícil comprender la misión de muchos santos en la Iglesia sin referirse al carisma profético, el cual está sometido a las reglas dictadas por san Pablo.

PERSECUCIÓN

Tomado de: LEON-DUFOUR. Xavier,Vocabulario de teología bíblica

El pueblo de Dios a lo largo de su historia pasa por la experiencia de la persecución; ésta no perdona al Hijo de Dios venido a salvar al mundo, y odiado por él Jn 3,17; 15,18, y culmina incluso en su pasión Mt 23,31s; finalmente, será también el destino de sus discípulos: «Si me han perseguido a mí, os perseguirán a vosotros» Jn 15.20.

El misterio de la persecución, aunque en conexión con el del sufrimiento, se diferencia de él; el sufrimiento crea un problema porque alcanza a todos los hombres, incluso a los justos; el problema es más agudo frente a la persecución que alcanza a los justos precisamente porque son justos. Entonces aparece que la persecución se distingue de las otras tribulaciones por su origen oculto. Por medio del sufrimiento quiere Dios purificar al pecador y probar al justo en un designio de amor; por medio de la persecución, un ser maligno trata de oponerse a este designio y separar al hombre de Dios. El hecho es que la persecución, como todo sufrimiento, es utilizada por Dios: «Al crucificar al Señor de la gloria los príncipes de este mundo» no sabían que eran instrumentos de su sabiduría 1Cor 2,6ss. Y el justo perseguido Act 3,14 venció para siempre al mundo Jn 16.33. Sus discípulos, seguros de verse perseguidos 2Tim 3,12, se regocijan de ello Mt 5,11s; ésta es la señal de que no son del mundo perseguidor Jn 15,19, sino del número de aquellos en quienes será glorificado el Señor Jesús el día en que triunfe de toda persecución 2Tes 1,4-12.

I. EL MISTERIO DE LA PERSECUCIÓN

1. En el AT no sólo el conjunto del pueblo santo sufre la oposición violenta de los paganos, desde la permanencia en Egipto Ex 1,8-14 hasta la dominación romana, pasando por las diversas crisis de su historia Sal 44,10-17 79,1-4 80,5ss, sino que los grandes personajes, jefes, reyes, y sobre todo profetas, son frecuentemente perseguidos por causa de su amor a Yahveh y de su fidelidad a su palabra: Moisés es desechado por los suyos Act 7.27; David es perseguido 1Sa 19-24, y asimismo Elías 1Re 19, Amós Am 7,10-17, Jeremías Jer 11,18-12,6, los mártires Macabeos 2Mac 6-7 1Mac 1,57-64, etc. Estas persecuciones aparecen a Jeremías inseparables de su misión, y gracias a ellas el siervo realiza el designio de Dios Is 53,10. Asimismo el libro de Daniel muestra que la persecución de los justos, su resistencia y su fidelidad preparan el día del juicio y la venida del reino Dan 7,25ss. Finalmente, el libro de la Sabiduría pone en claro el motivo profundo de toda persecución: el impío odia al justo porque es para él un «reproche viviente» Sab 2,12ss, al mismo tiempo que un testigo del Dios al que él desconoce 2,16-20: como el perseguidor pertenece al diablo, apunta a Dios a través de su testigo, y la salvación del justo el último día juzgará la incredulidad del perseguidor 2.24 5,1-6.

2. Jesús perseguido remata y corona esta serie de sufrientes injustamente oprimidos por aquellos mismos a quienes habían sido enviados. Los jefes de Israel, al condenarle, colman la medida de los crímenes de sus padres y dan prueba de ser ciertamente hijos de los que asesinaron a los profetas Mt 23,31s. Pero esta persecución, como todos los sufrimientos de Cristo, es necesaria para el cumplimiento de su misión y para la realización del plan de salvación.

3. Los discípulos no pueden aspirar a otro tratamiento distinto que su maestro: en seguimiento suyo, como él y por causa de él, son perseguidos Jn 15,20 16,1ss, tienen que beber su cáliz (copa) y ser bautizados con su bautismo Mc 10,39 p; en ellos revive Jesús su persecución Act 9,4s Col 1,24: para ellos es una gracia Flp 1,29 y por tanto una fuente de gozo 1Pe 4,12ss.

Primeramente los judíos los oprimen Act 4,1; 5.17; 8,1; 13.50, de la misma manera que en otro tiempo «el hijo de la carne perseguía al hijo del espíritu» Gal 4.29. Como Jesús entregado por los suyos Jn 13.18 18,35 Jer 12,6, los discípulos deben ser perseguidos por su propia familia Mt 10.34ss. Hay aquí más que un mero paralelismo de situaciones: «Los judíos, que dieron muerte al Señor Jesús y a los profetas, y nos han perseguido…, colman así la medida de sus pecados en todos los tiempos» 1Tes 2.15s.

También los paganos persiguen a los discípulos de Jesús. Roma, nueva Babilonia, va a su vez a «embriagarse con la sangre de los santos y con la sangre de los testigos de Jesús» Ap 17,6: tan cierto es que «todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo sufrirán persecución» 2Tim 3,12.

4. El fondo del problema.

a. La persecución de los amigos de Dios no es sino un aspecto de la guerra secular que opone a Satán y a los poderes del mal contra Dios y sus servidores y que se resolverá con el aplastamiento de la serpiente. Desde la aparición del pecado Gen 3 hasta las luchas finales descritas en el Apocalipsis, el dragón «persigue» a la mujer y a su descendencia Ap 12 17 19. Esta lucha se extiende a toda la historia, pero se amplía a medida que avanza el tiempo. Llega a su punto culminante con la pasión de Jesús; entonces es a la vez la hora del príncipe de las tinieblas y la de Jesús, la de su muerte y la de su glorificación Lc 22,53 Jn 12,23 17,1. En la Iglesia las persecuciones son signo y condición de la victoria definitiva de Cristo y de los suyos. Por esta razón poseen un significado escatológico, pues son como un pródromo del juicio 1Pe 4,17ss y de la instauración completa del reino. Verdadero «comienzo de los dolores» Mc 13,8ss p, son preludio del fin del mundo y condicionan el nacimiento de una nueva era Ap 7,13-17.

b. Si los perseguidos que permanecieron fieles en la prueba Ap 7,14 son ahora vencedores y «sobreabundan de gozo», su suerte gloriosa no debe hacer olvidar el aspecto trágico del castigo de los perseguidores. La ira de Dios que ya desde ahora se revela para con los pecadores Rom 1,18, caerá al fin de los tiempos sobre los que se hayan endurecido, en particular sobre los perseguidores 1Tes 2,16 2Tes 1,5-8 Ap 6,9ss 11,17s 16,5s 19,2. Su suerte estaba anunciada ya en el trágico fin de Antíoco Epífanes 2Mac 9, que se repite en Herodes Agripa Act 12,21ss. Este nexo entre los perseguidores y el castigo escatológico se subraya en las parábolas de los viñadores homicidas Mt 21,33-46 p y del banquete nupcial 22,1-14. El último crimen de los viñadores y los malos tratamientos sufridos por los últimos servidores son el colmo de una serie de ultrajes y desencadenan la ira del amo o del rey. «Han derramado sangre de los santos; sangre, pues, les has hecho beber, y bien se lo han merecido» Ap 16,6 19,2.

II. EL CRISTIANISMO FRENTE A LA PERSECUCIÓN

El creyente cuya fe penetra en el misterio de la persecución halla en su esperanza la fuerza para soportarla con gozo; ya el AT le ofrecía modelos de esta actitud, a la que Jesús da su perfeccionamiento con su ejemplo y con sus consejos.

1. Los modelos. Los justos del AT adoptaron todos ante la persecución una actitud de paciencia y de valiente fidelidad en la esperanza. Jeremías es el tipo del perseguido fiel y orante; sus «confesiones» son no menos protestas de fidelidad que quejas dolorosas; sabe que suceda lo que suceda, Yahveh «está con él» para protegerle y salvarle (p.e. Jer 1,8.19). Lo mismo se diga del siervo doliente Is 52-53 y de los salmistas perseguidos: «¡Señor, sálvame de los que me persiguen!» Sal 7,2: este grito de angustia y de confianza resuena a través de todo el salterio. Tal oración, acompañada a menudo de imprecaciones contra los enemigos Sal 35 55 69 70 109 o de llamamientos a la venganza de Dios Jer 11,20 15,15 17,18, se funda en la certeza de la salvación que el Dios fiel otorga a los suyos Sal 31,6 23,4 91,15.

Jesús perseguido no sólo confía en su Padre que está con él Mt 26,53 Jn 16,32, sino que ora por sus perseguidores Lc 23,34; así da a sus discípulos un supremo ejemplo de la caridad que soporta toda persecución 1Cor 13,7.

Los apóstoles y los primeros cristianos, blanco de las persecuciones, oran para verse libres y poder así anunciar el Evangelio Act 4,29 12,5; como su maestro, se muestran pacientes en medio de las persecuciones 2Tes 1,4 y como él piden a Dios que perdone a sus verdugos Act 7,60.

2. Los consejos dados por Jesús corresponden a la actitud cuyo ejemplo dio él mismo. Como él, el discípulo debe orar por los que le persiguen Mt 5,44 p Rom 12,14. Debe afrontar la persecución con valor; aunque no debe ser temerario y debe saber huir de una ciudad donde se le acosa Mt 10,23 Act 13,50s, debe, sin embargo, estar dispuesto a verse encarcelado, herido y entregado a la muerte Mt 10,16-39 Jn 16,1-4. Pero ante tales perspectivas no debe tener miedo: su maestro venció al mundo Jn 16,33 y triunfará finalmente de los impíos perseguidores «con los suyos, los llamados, los escogidos, los fieles» Ap 17,14. Los enemigos del discípulo no pueden nada contra su alma Mt 10,28-31. El Espíritu de Dios le asistirá cuando sea arrastrado ante los tribunales, por lo cual no tiene que preocuparse por su defensa en el momento de su proceso Mt 10,19s. Con todo, hay que velar y orar constantemente, pues la persecución es una prueba, una tentación, y si el espíritu está pronto, la carne es flaca Mt 26,41.

Pablo reitera las consignas de Jesús. Nada, dice, puede separarnos del amor de Cristo, ni siquiera la persecución o la espada Rom 8,35. En resumen, el discípulo afronta la persecución con una esperanza que lo hace fiel, constante y gozoso Rom 12,12 2Tes 1,4 Mt 13,21 p. Sabe en quién ha puesto su confianza 2Tim 1,12. Así, rodeado de los innumerables mártires del AT y del NT, fijos los ojos en Cristo «que soportó tal hostilidad contra su persona por parte de los pecadores», corre hacia la meta, con aguante, sin desanimarse Heb 11,1-12,3.

3. El gozo de la esperanza Rom 12,12 es fruto de la persecución así soportada: «Seréis bienaventurados cuando os ultrajen y os persigan… por causa de mí. Alegraos y regocijaos…» Mt 5,11s. Esta promesa de Jesús se realiza en el cristiano que «se gloría en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce la constancia, la constancia la virtud probada, la virtud probada la esperanza, y la esperanza no defrauda…» Rom 5,3ss Sant 1,2ss. «Sobreabunda de gozo en las tribulaciones» 2Cor 7,4 12,10 Col 1,24 Act 5,41 Heb 10,34. La consolación en la tribulación 2Cor 1,3-10 es fruto del Espíritu 1Tes 1,6 Act 13,52 Gal 5,22, al mismo tiempo que signo de la presencia del reino.

El Apocalipsis, espejo de la vida de la Iglesia, escrito durante una terrible prueba, fomenta esta gozosa esperanza en el corazón de los perseguidos, garantizándoles la victoria de Jesús y la instauración del reino. A cada uno de ellos como a toda la Iglesia no cesa el Señor resucitado de dirigir este mensaje: «No temas los sufrimientos que te aguardan; el diablo se apresta a arrojar a los vuestros en la cárcel para tentaron, y vosotros sufriréis diez días de prueba. Permanece fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de vida» Ap 2,10.