Hablar de la
Sagrada Escritura en Juan de la Cruz es hablar de la raíz y la flor de su
experiencia y doctrina. La Biblia ha penetrado en sus genes y en su sangre. No
es un exégeta profesional, pero ha interpretado la Escritura y dado algunas
lecciones especiales sobre ella. El sensus
plenior de la Palabra de Dios da en sus libros uno de los mejores frutos
literarios, teológicos y espirituales. Es un componente esencial de su mensaje.
Está ligado a todas sus obras desde su concepción hasta su expresión. En su
experiencia y en su expresión la Biblia es savia y sustancia.
I. Encuentro con
la Sda. Escritura
La Biblia estaba
en la atmósfera de su siglo y un poco en la sangre de su espíritu, es decir,
disuelta en la lengua. Era el referente cultural más común, más extendido, más
asimilado, más popular y más profundo. Así pues, hay una Biblia recibida por J.
de la Cruz que es patrimonio común de sus contemporáneos. Hay algo propio, y
esto nos importa aquí, en su manera de recibirla, asimilarla y trasmitirla.
En la infancia, la
Biblia, mediante la liturgia, sermones, fiestas populares y relatos le impregna
mente y fantasía con imágenes y figuras que disueltos en la cultura penetran en
el fondo de su alma y la configuran como el primer componente cultural de su
mundo de referencias. Alfabetizado por milagro y por fuerza de su voluntad,
accede al catecismo y a los primeros medios de acopiar saberes sobre la
Escritura. Su formación humanística está ya impregnada de saberes bíblicos. El
testimonio de su maestro el P. Juan Bonifacio sobre lo que “leía y comentaba” en sus
clases de latinidad incluye pasajes de la Escritura y del Breviario.
El noviciado le
pone en contacto obligado y ya de por vida le acompañará con otros cauces
transmisores de contenidos bíblicos de primer orden: el Breviario y las
lecturas espirituales. El Breviario pone en comunión con el salterio y con las
lecturas de maitines que cíclica y constantemente ofrecen los primeros
capítulos de algunos otros libros de la Escritura. La Regla de la Orden del
Carmen le manda “permanecer en la celda o en sus cercanías meditando día y
noche la Ley del Señor” y por tanto, desde ese momento la Palabra de Dios va a
ser el guía y motor de su piedad, de todo su trato de intimidad y de su trabajo
de perfección cristiana y religiosa. Aún antes de que empiece el contacto de
estudioso con la Escritura, ésta va a ocupar un puesto especialísimo en su
vivencia, de modo que viene a ser el soporte de toda su vida de oración. Los
demás instrumentos de formación carmelitana, la Instructio primorum monachorum y el Speculum Ordinis sobre todo, estaban transidos de este mismo espíritu
bíblico. La inspiración eliana de la Orden le ofrece otro punto de contacto
privilegiado para referir expresamente conducta y pensamiento a la Escritura.
No es necesario
abundar en cómo las referencias inspiradoras fundamentales y los modelos de
referencia son bíblicos por ser cristianos, pero incluso, expresa y
declaradamente, se comprueba que las formas mentales más primigenias en su
espíritu y mentalidad tienen esta raíz. La memorización de largos pasajes de
los evangelios, de los salmos y las epístolas de San Pablo no son raras ni inexplicables;
era caso común; la lectura repetida y constante de la Escritura en la liturgia
tanto en el altar como en el coro, en el refectorio y en la celda daba casi
espontáneamente este fruto. Cuánto más con el añadido fervor y el interés
comprobado de fray Juan. El rezo del oficio de la Virgen María que se leía casi
a diario le familiarizó especialmente con el Cantar de los Cantares. Si bien
una relectura tan personal y profunda no se explica por esta recepción pasiva y
común. Ha habido otra lectura más aplicada y detenida que ésta litúrgica y
devocional.
Ha tenido ocasión
en Salamanca asistiendo a clases de teología precisamente
cuando la cuestión de la Escritura y su interpretación está llenando las
mentes, cuando la teología positiva se está abriendo paso. Las conclusiones del
estudio de Luis Enrique Rodríguez San Pedro Bezares sobre la base de los libros de matrícula y las visitas de cátedra no dejan lugar a dudas: J. de la Cruz ha asistido, sólo
un año, es cierto, a clases de Sagrada Escritura en la Universidad de Salamanca
y se puede conjeturar con fundamento sobre los comentarios y exégesis concretas
que ha escuchado. “En el horario de invierno seguía a continuación de la
cátedra de Prima (de Teología) la cátedra de Biblia Latina válida como la de
Prima para probar curso. La regentaba como sustituto fijo, Gaspar Grajal …
Visto lo cual podemos establecer las materias que bien pudo oír Fr. Juan en
Biblia: Los Salmos del 50 al 73 y posteriores junto con los primeros capítulos
del profeta Miqueas” (L. E. Rodríguez San Pedro Bezares, La formación universitaria de Juan de la Cruz, Junta de Castilla y León, 1992, p. 11-112).
Nos basta saber
esto aquí: ciertamente ha asistido a la lectura da la Biblia científica en las
clases de Salamanca; ha conocido los métodos y resultados de la exégesis en el
punto en que estaba la mejor ciencia bíblica del momento. Pero no son las
lecciones universitarias las únicas. Las lecciones de estudio propio han sido
muy profundas a vista de los resultados. Participó en las aulas salmantinas
cuando la cuestión bíblica estaba en su punto álgido. Sin duda la conoció y con
su obra, sin polemizar, toma un cierto partido por los escrituristas frente a
los escolásticos. En todo caso se pertrechó de los recursos suficientes para
apropiarse de la Escritura e incorporar la “lectio divina” científica,
teológica y “espiritualmente”, con respeto y creatividad, a su experiencia y a
su transmisión del misterio de la fe. “Sea como fuere es maestro consumado en
la técnica de la Biblia, aunque parezca un poco velada por la libertad de
estilo” (Vilnet, p. 54). Se ha apropiado de los recursos “científicos” del
tiempo. “En lo que fue más aventajado fue en teología positiva porque mostraba
tener in promptu la Biblia, en que era su ordinario estudio y las exposiciones
que daba sobre salmos y sobre otros lugares de ella, muchas se vio no podían
ser parto propio sino luz del cielo” (BMC 23, 66). Ha conocido y quizá usado
las silvas (especialmente la Sylva allegoriarum de Hieronimus Lauretus = Jerónimo Lloret OSB), catenas e
isagoges que la ciencia del tiempo puso a su disposición. La teología, la
filosofía y las humanidades con que se dotó le han bastado para una lectura
creativa y contemplativa teológicamente fundada de la Sagrada Escritura.
En Ávila, Alcalá y
Baeza (BMC 24, 380) ha tenido contacto con los medios cultos donde se discuten
modos de interpretación de algunos pasajes bíblicos. La biografía trasmite sus ocasiones
y florecillas. Juan Evangelista testifica esto en parte sorprendente: “Pero
ninguno de estos libros y de otras muchas cosas que escribió y de pláticas que
hizo infinitas jamás le vide abrir libro ni lo tuvo en su celda fuera de una
Biblia y un Flos Sanctorum…” (BMC 10, 341). Muchos prefieren por sintomático el caso
de Lisboa: los frailes yendo a ver a la Monja de las Llagas
y él con la Biblia junto al mar; define la escena algo de su estilo (BMC 24,
342,381). “Cuando los caminos eran largos, caminaba en un machuelo con su albardilla
y de ordinario iba sentado leyendo en la Biblia” (BMC 23, 59). “Lo más de los
caminos gastaba en oración y cantar salmos que es lo que ordinario cantaba”
(BMC 10, 341). “No vio, dice otro testigo, tuviese otras alhajas más que el
breviario, rosario, disciplina, Biblia y su hábito” (BMC 23, 61). Procesos y
testigos hablan de esta predilección por la Escritura que no necesitaba otra
confirmación después de la frecuentación de sus escritos.
II. La Escritura
en la obra
Las concordancias
dan cuenta de las “recurrencias” de la Escritura. La estadística no añade nada
a la comprobación personal de la abrumadora presencia que la más somera lectura
puede percibir. Superior con exceso a cualquier otra citación de Padres,
teólogos o autores profanos. Se puede decir que casi es la única fuente de
autoridad que aduce y el principal lugar teológico de su doctrina. La Biblia
viene a ser como el soporte sobre el que descansa todo el edificio místico y
doctrinal. Ese cómputo no hace sino corroborar que componía sus libros con la
Biblia abierta.
Introduce las
citas con poca precisión o vagamente, pocas veces señala capítulo y
ordinariamente hace hablar al autor: Moisés, el profeta, el Sabio o el Espíritu
Santo, según las formas de aquel tiempo. Compone escenas con sinopsis de citas;
otras veces acumula textos o reúne menciones que recuerda o cree recordar
unidos. Otras veces es un largo tramo del texto bíblico el que se tiene
presente y se cita como trasfondo permanente: CB 38 sobre Apoc 2-3; Ll3, 16
sobre Ez 1; Lm 3 en N2, 7; Ll 1, 21 y Ll 3, 38, relectura espiritual de Ex.
Somete todas las citas a glosa que a veces se germina en una traducción ya
orientada por el propósito o prejuicio del comentador, o teñida por la presión
del contexto. Como se ha dicho, “más que citar incorpora. Pero de modo tal que
la Biblia penetra su ideario, su léxico, su lenguaje poético, su imaginación, y
se hace visible hasta en rasgos de su estilo con antinomias y paralelos,
aforismos y sentencias. La forma preferida de su mensaje es el comentario o
declaración. Esta forma es el verdadero molde de su mentalidad y de su
expresión. Sus palabras son ante todo palabras sobre la Palabra. Había recibido
una formación hecha de comentarios y por comentadores: de los filósofos, del
maestro de las Sentencias, de la ‘Suma’ y ante todo de la Escritura. No es
extraño que tome este módulo como recipiente de su mensaje. Incluso cuando
comenta sus propios versos, está ciñéndose a este módulo de enseñanza aprendido
y ejercitado en el comentario bíblico.
Es sabido que cita
en latín y traduce la Vulgata en el primer
Cántico y hasta el capítulo 28 del segundo libro de la Subida; abandona esa práctica, para citar traduciendo directamente a
partir de ese punto, a la vista del público que tiene en mente. Solo ocasionalmente
y para citaciones memorizadas vuelve a recurrir al latín. Como traductor se
muestra a veces muy literal y otras veces excesivamente creativo, siempre
feliz.
Las citas de la
Escritura quedan incorporadas a su texto con su propio relieve y van subrayados
por sus modos de enmarcarla y prolongarla, protocolos han llamado a estas
fórmulas de introducción de texto y de glosa. Nunca pierde la conciencia de
estar citando, pocas evocaciones de textos dejan dudas de su referencia, aunque
no siempre esté explícita.
La Biblia, como
todo lo suyo, ha estado antes en su magisterio oral que en su pluma. Los
testimonios que le muestran en acto de comentar un verso o un paso de la
Escritura son muchos. “Y en esto de hablar de Dios y exponer lugares de la
Escritura asombraba, porque no le pidieran lugar que no lo dijera con muchas
explicaciones; y en las recreaciones y algunas veces se gastaba la hora y mucho
más en exponer lugares que le preguntaban” (BMC 10, 40). En determinadas
páginas parece aún presente ese modo oral de comentar en diálogo con otra
palabra y como en respuesta a una tácita o expresa pregunta por el sentido de
tal o cual versículo. Los versículos de los Libros sagrados, al modo de los
versos de sus poemas, funcionan como enigma que desencadena la pregunta y la
respuesta. Muchos textos y algunas imágenes han desplegado una larga
descendencia de materia y de sentidos.
III. Usos y fines
¿Hay intención de
devolver a los fieles la Biblia de la que se ven privados en esos tiempos por
la prohibición de las versiones romanceadas? Es posible, aunque indemostrable.
La necesidad de un uso tan abundante y calificado de la Escritura le viene más
bien de la necesidad de una coraza de defensa de su experiencia y de su
doctrina.
En los prólogos, y
también en algunos títulos de capítulo, da razón de sus fines, de sus
propósitos y expectativas al invocar tan repetidamente la Sagrada Escritura.
“Mas, no dejándome de ayudar en lo que pudiere de estas dos cosas, (ciencia y
experiencia) aprovecharme he para todo lo que, con el favor divino, hubiere de
decir –a lo menos para lo más importante y oscuro de entender– de la divina
Escritura, por la cual guiándonos no podremos errar, pues que el que en ella habla
es el Espíritu Santo. Y si yo en algo errare, por no entender
bien así lo que en ella como en lo que sin ella dijere, no es mi intención
apartarme del sano sentido y doctrina de la santa Madre Iglesia Católica,
porque en tal caso totalmente me sujeto y resigno no sólo a su mandato, sino a
cualquiera que en mejor razón de ello juzgare” (S pról. 1). Desde el principio
su mensaje completo “para todo lo que hubiere de decir” se atiene a la
Escritura. Para autorizar su mensaje y para aclarar con ese saber común y eclesial
lo que es oscuro y difícil para el autor mismo: “Y porque lo que dijere (lo
cual quiero sujetar al mejor juicio y totalmente al de la santa Madre Iglesia)
haga más fe, no pienso afirmar cosa de mío, fiándome de experiencia que por mí
haya pasado, ni de lo que en otras personas espirituales haya conocido o de
ellas oído (aunque de lo uno y de lo otro me pienso aprovechar), sin que con
autoridades de la Escritura divina vaya confirmado y declarado, a lo menos, en
lo que pareciere más dificultoso de entender”.
La Escritura está
en relación con la experiencia, es el primer mapa y brújula con la que el
místico interpreta y se orienta en el bosque de sentimientos y vivencias que
trata de trasmitir. Para entenderse y hacerse aceptar “porque lo que dijere
haga más fe” y para hacerse entender usará la Biblia. Lo mismo repite en el
prólogo de la Llama de amor viva (pról. 1): “Y con este presupuesto, arrimándome a la
Escritura divina, y como se lleve entendido que todo lo que se dijere es tanto
menor de lo que allí hay, como lo es lo pintado que lo vivo, me atreveré a
decir lo que supiere”. Al arrimo y amparo de la Escritura va a hacer su
testimonio de que los bienes prometidos y revelados en ella se vivencian en
todo tiempo (LlB 1, 15 y pról. 2) pues “no hay que maravillar… ni nos
parecerá fuera de razón pues él lo dijo”. También esta función tiene la obra
del Místico: testimoniar el cumplimiento perenne y actual de las promesas y
palabras que son espíritu y vida (LlB 1,5-6).
Los prólogos,
pues, dejan ya ver qué usos y finalidades se propone el autor al citar la
Escritura: La invoca para sentar principios, para ilustrar doctrinas y apoyar
argumentos y para autorizar su experiencia con el disfraz de los tipos de la
Escritura. Uso argumentativo: prueba
de autoridad de primer rango en el más amplio sentido. La palabra revelada se
pone por encima de cualquier otro argumento o fuente de saber: la ciencia o la
experiencia. Uso ilustrativo: a veces
da la impresión de que su fuente está en su experiencia y después ha buscado imágenes
o asociado textos que conectan con su pensamiento sólo por una libérrima
asociación de ideas bastante arbitraria. Este uso acomodaticio y espiritual es
el más corriente en la superficie. Uso ‘típico’: como dice en el prólogo de la Subida: Encuentra en la
materia una resistencia y una dificultad que sólo puede autorizar directamente
en la Escritura. Su aportación tiene tal novedad y sus vivencias tal
originalidad que le dispensa de buscar y le imposibilita para encontrar
recursos o paralelos en los contemporáneos o en otros autores antiguos,
medievales o modernos “a lo menos para lo más importante y oscuro de entender”
(S pról. 1). Uso modélico: la Escritura además le proporciona cobertura para su
modo concreto de transmisión mediante recursos simbólicos y lenguaje simbólico
y alegórico: pues “las semejanzas, no leídas con la sencillez del espíritu de
amor e inteligencia que ellas llevan, antes parecen dislates que dichos puestos
en razón, según es de ver en los divinos Cantares de Salomón y en otros libros
de la Escritura divina, donde, no pudiendo el Espíritu Santo dar a entender la
abundancia de su sentido por términos vulgares y usados, habla misterios en
extrañas figuras y semejanzas”. (CB, pról. 1). La Biblia le sirve de refugio para
proteger bajo su autoridad no sólo las afirmaciones y principios doctrinales
como primer lugar teológico, sino para autorizar y justificar ante los
detractores eventuales o supuestos este tipo de lenguaje “místico” y simbólico.
Al fin su manera es la misma que la Escritura Santa ha usado. El Cantar es su
amparo y su desahogo: “pues de mí se puede decir lo que se cantó en los divinos
Cantares” (LlB 1,26) o “y sintiéndolo así lo confiesa como la Esposa” (LlB
2,36).
Podemos así hablar
de Escritura en la raíz (experiencias fundantes), Escritura en el tronco
(argumentación teológica) y Escritura en las ramas y hojas (recursos
expresivos) de su árbol doctrinal.
IV. Los sentidos
de la Escritura
¿Qué valor
atribuye J. a los textos que invoca? Tradicionalmente en la Escritura se han
encontrado cuatro sentidos: es decir se ha leído en varios niveles de
significación. J. de la Cruz se aviene a ese modo y mezcla sin rigor exegético,
pero con resultados reconociblemente buenos estos diversos modos de darse y
entenderse la Escritura: En sentido literal o propio, sea histórico, dogmático, moral o profético, el Santo
usa ordinariamente el Nuevo testamento, ante todo. Lo llama “sentido germano y espiritual” (S 2,7,4). Literal es palabra que no entra en su
vocabulario porque está contaminada por la oposición paulina letra espíritu,
carne espíritu.
Su interpretación
cristiana y contemplativa de la Palabra de Dios en sentido literal la lleva y
eleva al ‘sensus plenior’. Es decir, hace de la Palabra algo vivo, eficaz y actual
que se plenifica y “cumple” en su presente. En sus mensajes se desvela su
valor de eterna y presente, precisamente por su capacidad de engendrar vida, de
salvar, sanar y santificar al hombre. La Escritura la percibe San Juan como
habitada por su Autor y en ella y mediante ella hace experiencia de santidad
concreta actual y actualizable (S 2,19). En los capítulos 28, 29, 30 y 31 de S
2 tenemos ejemplo de una mística de la Palabra donde se relata la experiencia del “poder de su Palabra
en el evangelio con que sanaba a los enfermos, resucitaba a los muertos, etc. …
solamente con decirlo” (S 2,31,1).
Es sentido típico aquel en que la alegorización de
personajes o sucesos del AT desempeña un papel de figura y anuncio de las
realidades del Nuevo Testamento o de la Iglesia. Se puede decir que es el
sentido alegórico en cuanto autorizado por la Tradición o por la propia
Escritura que ha entendido así su mensaje como dado en figura y dado en
realidad. San Pablo y san Juan, ante todo. J. de la Cruz usa de este modo abundantemente.
Se puede decir que el uso de Cantar de los Cantares, el cual ya estaba colocado
como clave interpretativa de la entera historia
salutis, comprendida a su luz como historia de alianza matrimonial, pasa a
San Juan de la Cruz como clave de comprensión de las relaciones del Dios-Esposo
con el Hombre-Esposa.
De igual modo se
puede llamar típico o analógico al sentido dado por el autor a la experiencia cristiana
mística del alma esposa que está prefigurada en los “tipos” o figuras bíblicas.
Ya no como figuras de hechos dogmáticos (Esposa-Iglesia, Amado esposo-Cristo)
sino figuras arquetípicas que representan la experiencia del místico. Ocurre
que se encuentra el autor con vivencias desprotegidas por su rareza. Busca
tipos en los que proyectar y autorizar su vivencia, personajes a los que hacer
portadores de sus sentimientos y situaciones. Parece a menudo que el autor,
después de narrar o describir la “experiencia que por mí haya pasado, o que en
otras personas espirituales haya conocido o de ellas oído” (CB pról. 4) más o
menos raras y extraordinarias, buscar soporte para publicarlas y encuentra en
personajes de la epopeya bíblica sus antecedentes más inmediatos, más conocidos
y más autorizados: ¿Quién ha pasado por las penas de la noche oscura? El Salmista,
Jonás en el vientre del cetáceo, Jeremías en las Lamentaciones, Job, etc.
¿Quién ha pasado por los gozos místicos del desposorio o por
tal o cual gracia de revelación, locución, o sentimiento? La Esposa del Cantar,
el Salmista, Moisés, la Virgen María, el Apóstol, etc.
El sentido alegórico, o simbólico, que consiste en
servirse de un pasaje que no tiene ese concreto sentido literal para describir
realidades o vivencias y doctrinas que en el autor original no tenían ese
significado ni ese contexto, otorgándoles un valor acomodado a los intereses
del comentador. Según su grado de desvío del sentido recto puede llegar a ser
sentido acomodaticio, que no es sino
mera adaptación arbitraria de un pasaje de la Escritura dislocado de su
contexto y de su significación genuina, a los propósitos más peregrinos. Ambos
sentidos son usados con complacencia e ingenuidad por San Juan de la Cruz. A
veces en tal profusión que nos abruma y desconcierta. Pero hay que observar que
este uso medieval de la Escritura, con frecuencia precisamente eso, que parece
más arbitrario y regido por mera asociación de ideas, resulta que tiene detrás
de sí una larga tradición patrística y medieval. La consulta de la mencionada Sylva allegoriarum convence de que no
hay tanto de arbitrariedad como de consentimiento a un modo de interpretar muy
común, más regular y tradicional de lo que pudiera sospecharse en algunos
casos.
Ateniéndonos a su
vocabulario habría que añadir aquí el sentido que J. de la Cruz llama espiritual o anagógico.
Sentido que
encuentra tanto en los textos de la Escritura como en sus propios versos. Se
puede decir que la “relectura espiritual” que propone el Santo es una mezcla de
todos o algunos de esos sentidos tradicionales: “Enfoca siempre la Biblia desde
un punto de vista eminentemente ‘espiritual’ de tal manera que metáforas y
frases corrientes las ve saturadas de valor y de enseñanzas útiles en la vida
de las almas. Con lo que descubre en el Antiguo Testamento bajo toscas
apariencias una riquísima vida espiritual, una santidad que resplandece en los
perfectos” (Vilnet, p. 88).
Concluimos con
esta observación de M. A. Diez que es aplicable no solo al corpus paulino sino
al uso de toda la Escritura: «Los diversos usos, que con legítima libertad
pueda hacer San Juan de la Cruz de los lugares bíblicos, no coinciden
necesariamente con los “sentidos bíblicos” propiamente dichos. Una cosa es la
libertad literaria y acomodaticia, y otra la “actitud espiritual” para captar
el sentido “literal”, “moral”, o “alegórico” de la Escritura. Su insistencia
sobre la inteligencia “espiritual” no resta importancia a la “palabra humana”,
en que Dios vuelca su Verdad, ni se opone directamente al “sentido literal”
clásico: acentúa la transcendencia del Autor principal y de sus designios
mesiánico-eclesiales, tomando como índice de ello la misma impericia de ciertos
hagiógrafos y apuntando a un sentido profundo muy cercano al sensus plenior.» (Pablo en Juan de la Cruz, p. 66).
V. Principales
meditaciones bíblicas de J. de la Cruz
El Cantar. En la órbita y
bajo el esplendor de este libro se halla la entera producción poética del
Santo, por tanto también el germen de su experiencia y de su doctrina; la
verdadera raíz y primer fundamento de su experiencia mística. Antes de ser un
recurso expresivo el Cantar bíblico ha sido un germen que se incuba en la
cárcel y que se despliega en todas las obras mayores. No necesita comprobación.
Así como el libro inspirado ocupa en el conjunto del Antiguo Testamento un
lugar central, de modo que es la clave interpretativa de toda la historia de
salvación como alianza esponsal entre Dios y su pueblo, así en la doctrina
sanjuanista ésta es la clave bíblica primera de comprensión del misterio de la
salvación en cuanto objetivamente contemplado (Romances) y en cuanto subjetiva y existencialmente
realizado o doctrinalmente propuesto (Cántico). Dios es Esposo y la humanidad es Esposa. Bajo
esta clave se describen los elementos de esta Historia primordial: unión
esponsal es la meta, Esposo y Amado es el mediador Cristo, esponsal de
disposición activa y pasiva, el camino, de amor es la salida; y todos los
elementos figurativos del Cantar entrarán en la descripción de la búsqueda del
Amado y en el trazado del camino de purificación y ornato de la desposada; desposorio es la
redención; (CB 23: “debajo del manzano”) y esponsal es la clave simbólica
elegida y permanentemente preferida para describir experiencias místicas sea en
los poemas sea en sus satélites en prosa.
La meditación del
Cantar es más socorrida cuando se trata de describir la unión de amor transformante
(CE y Ll). “No ha interpretado el simbolismo del cantar con la exactitud con
que lo haría la exégesis moderna… pero sí ha sabido captar la única y
auténtica enseñanza contenida en el libro: el amor anticipado y gratuito de
Dios” (Vilnet, p.105). Y la hondura y sacramentalidad del amor humano, máximo
signo de lo divino sobre el mundo. “Estrictamente hablando San Juan de la Cruz
ha construido una preciosa parábola de amor en la línea del Cantar de los cantares y a la luz de la palabra y la experiencia de Jesús, el
Cristo. De esta forma el Cántico retorna a los principios de la Biblia; al lugar donde el
lenguaje vuelve a ser originario, recreando la aventura de Jesús en clave de
amor enamorado” (X. Pikaza, El ‘Cántico espiritual’ de San
Juan de la Cruz. Poesía. Biblia. Teología, Madrid, Ed. Paulinas 1992, p. 182).
San Pablo. Del paulinismo de J. de la Cruz hay estudio bastante en
la aportación de Miguel A. Diez. Sea en citas explícitas, sea alegando
calladamente sus ideas y lenguaje asimilados previamente, San Pablo aparece
como garante de la experiencia y la doctrina sanjuanistas. Especialmente ha
asimilado estos núcleos de doctrina paulina: el modo alegórico de usar la
Escritura, su teología sobre la Palabra de Dios (S 2,19-22); la palabra de Dios
culminada en Cristo (Heb.) plenitud definitiva de la revelación (S 2,19-22); la
economía de la perfección cristiana y el esquema teológico de la historia de la
salvación (Romances); la dialéctica de la renovación cristiana expresada en las
antítesis paulinas: todo-nada, carne espíritu (subyacente al sentido
espíritu; hombre viejo carnal, hombre nuevo espiritual; vida muerte
(mortificación resurrección; luz tinieblas; sabiduría de Dios ciencia del
mundo, etc.); la función primordial de las virtudes teologales; su valor
estratégico en la lucha espiritual (S 2 y S 3); la preeminencia y excelencia de
la caridad sobre toda vida carismática o sobre los dones místicos; la acción
santificante del Espíritu Santo; la índole escatológica de la consumación
y de la victoria; la vivencia de la tensión del ya y el todavía no de la vida
cristiana.
Todos son temas de
probada raigambre paulina. Ha llevado el magisterio dogmático y parenético del
Apóstol a su actualización y reformulación genuina y “plenior”; es decir, las realidades
dogmáticas del Apóstol son descritas en el Doctor místico no en lo
imprescindible sino en lo más: gracia, redención, divinización, triada
teologal, hombre nuevo, vida en Cristo y según el Espíritu, el ser guiados por
el Espíritu, la filiación divina. Todo es llevado a la consumación. De modo que
la mística de san Juan de la Cruz puede ser definida como mística de la gracia
común descrita por san Pablo.
San Juan. Del corpus joaneo se ha estudiado la dependencia en
temas como la “unión del alma con Dios” que traduce la koinonía del evangelista (1
Jn); la centralidad del ágape, pues para ambos la vida moral y la ultima esencia del
hombre y de Dios, de la entera realidad en último término, es el amor; el tema de la “hermosura” como traducción
de la ‘gloria’ del Teólogo; la importancia de la inhabitación o morada de Dios Trinidad
escondido en el hombre, arranque del C y raíz de libros enteros como la Llama de amor viva (CB 1 y Ll pról, 2 y 1l, 15); la teología simbólica y
afectiva de ambos y la divinización: les dio poder de ser hijos de Dios. El Apocalipsis
juega un papel determinante en las descripciones de la predestinación y de los
bienes escatológicos que el Místico “prueba” como anticipo de la gloria.
Especial papel por su relevancia doctrinal tienen las citas y su comentario de
Jn 17, texto que sabemos recitaba de memoria y prefería en su magisterio oral
(CB 36-39 y LlB 3, 77-85). Con el recurso a estos textos el teólogo Juan de la
Cruz da fundamento a las más atrevidas afirmaciones y experiencias del Místico
Juan de la Cruz.
El Éxodo. El estudio de F.
Foresti ha rastreado y encontrado raíces bíblicas de libros como la Subida y la Noche más allá y por debajo de las citas explícitas o implícitas del
Pentateuco; especialmente inspiradores son los preceptos del Éxodo sobre la
prohibición de hacerse imágenes de Dios y el precepto apodíctico de adorar a un
solo Dios. Todo el programa de liberación personal y el necesario paso por la
noche y el desierto se leen cómodamente como reintrepertación del paradigma
perenne del éxodo o del exilio y el camino hacia la tierra prometida. Como
parte de la condescendencia y pedagogía que Dios usa con su pueblo y con cada
hombre. Los salmos y profetas son el paradigma de la condescendencia y la
educación de Israel que penetra el libro de la Noche oscura. David, Job, los Trenos de Jeremías y Jonás son los
tipos portadores de la experiencia en este estadio. Sin embargo, son más las
figuras personales que la obra escrita la que toma prestancia en el cuerpo
sanjuanista.
VI. ‘Tratado’
sanjuanista de hermenéutica bíblica y de revelación (S 2, 19-22).
En estos capítulos
del segundo libro de la Subida encontramos
un verdadero tratado de revelación y de interpretación de la Escritura. Se
trata la Escritura en cuanto revelación pública y en su relación con las
revelaciones privadas. Se ventilan allí cuestiones de apariencia menor: la
experiencia de la revelación privada y su valor frente a la revelación objetiva
contenida en la Escritura. A propósito de este asunto muy de su época y
circunstancia, se eleva como teólogo de la Palabra inspirada y pasa a
establecer principios y normas de interpretación válidos para la recta
comprensión del misterio de la Palabra viva y actuante. Habría que completarlo
con lo dicho sobre los carismas proféticos en los capítulos 27-28 y 29 de ese
mismo libro, con los principios declarados en los prólogos y con algunas piezas
como LlB 1, 5-6 donde se habla de la Palabra de Dios como espíritu y vida.
Básicamente habría
que extraer de allí esta sustancia tradicional, pero perfectamente asumida y
aplicada por el Santo en lo referente al valor de palabra viva de Dios presente
en la Escritura y actuando siempre en la Historia. Parte de su infalibilidad y
su inerrancia, su inspiración y distingue su peculiar modo y grado de verdad.
Toda la Escritura
es verdadera, pero toda su verdad está necesitada de interpretación, no cabe
una lectura o comprensión fundamentalista de sus afirmaciones. “Se declara y
prueba cómo, aunque las visiones y locuciones que son de parte de Dios son
verdaderas, nos podemos engañar acerca de ellas. Pruébase con autoridades de la
Escritura divina” (S 2,19, tit). Necesita la palabra de Dios del tiempo y del
Espíritu para que la letra no mate. Es decir, la clave está en la lectura
cristológica y “espiritual” o pneumatológica de sus verdades y “profecías”.
Necesita la palabra el despliegue en la carne y en la historia para mostrar su
verdad última; verdad que en cierto modo, aún es futura, todavía está por verse
o por cumplirse; la palabra no está cerrada en la “letra”, está viva y dando de
sí nuevos sentidos en cada situación. No se agota en ninguna época y en ninguna
realización del presente o del pasado. La verdad definitiva de Cristo no quiere
decir que se haya terminado de conocer su misterio “de donde se sigue que los
santos doctores, aunque mucho dicen y más digan, nunca pueden acabar de
declararlo por palabras” (CB, pról. 1). La palabra que “antes hablaba era prometiendo
a Cristo; y las preguntas eran encaminadas a la petición y esperanza de Cristo”
(S 2,22,5); habla de él y a él conduce; está por comprobar, pues “hay mucho que
ahondar en Cristo” (CB 37,4).
Necesita la letra
de la Escritura de la experiencia y de la continua comprensión o relectura
eclesial o canónica. Y necesita de la asistencia del Espíritu para la
comprensión de la palabra insondable de Dios “cuya sabiduría no entendieron
hasta el tiempo que habían de predicarla, que fue cuando vino sobre ellos el
Espíritu Santo, del cual había dicho Cristo que les declararía todas las cosas
que él les había dicho en su vida” (S 2,20,3); se precisa igualmente que sea en
la Iglesia donde se abra el sentido nuevo y pleno y donde se despliegue su
verdad y firmeza, pues “no quiere Dios que ninguno a solas se crea para sí las
cosas que tiene por de Dios ni se confirme y afirme en ellas sin la Iglesia y
sus ministros” (S 2,22,11). El polo eclesial es fundamental para la
interpretación de la Escritura. “Puesto que va creciendo en la comprensión de
las cosas y de las palabras trasmitidas ya por la contemplación y el estudio de
los creyentes, que las meditan en su corazón; ya por la percepción íntima que
experimenta; ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado
recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, en el decurso de los
siglos la Iglesia tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina hasta
que en ella se cumplan las palabras de Dios” (DV 8).
Entre la plenitud
de los tiempos y la consumación de los tiempos la palabra de Dios y el Espíritu
llenan la historia y la dirigen e iluminan, en “vías de carne y tiempo”, en
modos y mediaciones sacramentales y encarnadas, “porque no hay poder
comprehender las verdades ocultas de Dios que hay en sus dichos y multitud de
sentidos. Él está sobre el cielo y habla en camino de eternidad; nosotros,
ciegos, sobre la tierra, y no entendemos sino vías de carne y tiempo” (S
2,20,5). Las vías de carne y tiempo suponen riesgos para la interpretación, pero
la hacen indispensable: “La causa de esto es porque, como Dios es inmenso y
profundo, suele llevar en sus profecías, locuciones y revelaciones, otras vías,
conceptos e inteligencias muy diferentes de aquel propósito y modo a que
comúnmente se pueden entender de nosotros, siendo ellas tanto más verdaderas y
ciertas cuanto a nosotros nos parece que no. Lo cual a cada paso vemos en la
Sagrada Escritura; donde a muchos de los antiguos no les salían muchas
profecías y locuciones de Dios como ellos esperaban, por entenderlas ellos a su
modo, de otra manera, muy a la letra” (S 2,19,1). La hermenéutica es
indispensable a pesar de su riesgo. La interpretación tiene tres agentes:
Iglesia, tiempo y
carne, historia decimos hoy, y Espíritu Santo que actúa sobre la letra y sobre
el creyente como Maestro y Enseñador de la fe (S 2,29,12); sin estos tres la
Escritura quedaría muerta en una lectura “fundamentalista”, arbitraria, carnal,
cuanto menos, otras supuestas revelaciones privadas: “De esta manera y de otras
muchas acaece engañarse las almas acerca de las locuciones y revelaciones de
parte de Dios, por tomar la inteligencia de ellas principal intento de Dios en
aquellas cosas, es decir, y dar el espíritu que está allí encerrado, el cual es
dificultoso de entender. Y éste es muy más abundante que la letra y muy
extraordinario y fuera de los límites de ella. Y así, el que se atare a la
letra, o locución, o forma, o figura aprehensible de la visión, no podrá dejar
de errar mucho y hallarse después muy corto y confuso, por haber guiádose según
el sentido en ellas y no dado lugar al espíritu en desnudez del sentido.
Littera, enim, occidit, spiritus autem vivificat, como dice san Pablo (2 Cor
3,6), esto es: La letra mata y el espíritu da vida. Por lo cual se ha de
renunciar la letra, en este caso, del sentido y quedarse a oscuras en fe, que
es el espíritu, al cual no puede comprehender el sentido” (S 2,19,5).
Toda la Escritura
está orientada a Cristo: Él es el punto de llegada y de partida, la clave de
interpretación: Pero ya que está fundada la fe en Cristo y manifiesta la Ley
evangélica en esta era de gracia, no hay para qué preguntarle de aquella
manera, ni para qué él hable ya ni responda como entonces. Porque en darnos,
como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo
habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar. (S2,
22,3). Que, si antes hablaba, era prometiendo a Cristo; y si me preguntaban,
eran las (preguntas) encaminadas a la petición y esperanza de Cristo, en que
habían de hallar todo bien, como ahora lo da a entender toda la doctrina de los
evangelistas y apóstoles (ib. 6).
“Y así, en todo
nos habemos de guiar por la ley de Cristo hombre y de su Iglesia y ministros,
humana y visiblemente, y por esa vía remediar nuestras ignorancias y flaquezas
espirituales; que para todo hallaremos abundante medicina por esta vía” (ib.
8). El tratado culmina en este capítulo magistral donde se contienen las más
fuertes defensas de la preeminencia de Cristo y la necesidad de mediadores
comunitarios, sacramentales y humanos, es decir, eclesiales para acceder ahora
a su voluntad y palabra para nosotros con certeza. El sentido de la Escritura,
en fin, es escatológico. No se ha de cumplir su verdad sino en el futuro, en el
Cristo Total (F. Brändle, p. 40).
***
“Donde no se sabe
a Dios no se sabe nada”. De la Biblia como de toda mediación lo que le importa
a San Juan de la Cruz es la presencia de quien en ella habla, interpela y se
muestra. En la Escritura le importa la Palabra y en la Palabra el Hablante que
se da, y al revelarse exige y produce fe; y busca a quien en la palabra promete
y se promete y con esa promesa ha engendrado nuestra herida de esperanza y
deseo; y en la Escritura en fin encuentra a Quien allí muestra su amor apasionado
y espera nuestro correspondiente amor. Esta lectura de fe y amor teologal, esta
lectura contemplativa es el enfoque propio de san Juan de la Cruz sobre la Biblia.
Desposorio, Elías, esposa/o, Evangelio, Pablo, Palabra.
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Gabriel Castro