Notas íntimas

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Índice: Santa Isabel de la Trinidad, Notas íntimas
I. Antes de entrar en el Carmelo
NI 1. Acordaos a Santa Isabel. [22 de abril de 1894 ]
NI 2. Reloj de la Pasión. [Mayo octubre de 1894]
NI 3. [Yo encomiendo a San Antonio]
NI 4. [Hazme mártir de tu amor] [(Poco?) después del 16 de noviembre de 1899]
NI 5 [Que esto sea tu pequeña Betania] [(Hacia el?) 23 de enero de 1900]
NI 6 [Yo prometo a mi Jesús] [27 de enero de 1900]
NI 7 [Renuevo mi voto de castidad] [16 de julio de 1900]
NI 8 La celdilla de mi Amado. [15 de agosto de 1900]
NI 9 [Oh, Santa Teresa] [15 de octubre de 1900]
NI 10 [Vos me enviáis el mayor sacrificio] [20 de octubre de 1900]
NI 11 [Cuánto sufro, Dios mío] [4 de abril de 1901]

II. En el Carmelo
NI 12 [Cuestionario] [(Hacia el?) 9 de agosto de 1901]
NI 13 [Ser esposa de Cristo] [Hacia la mitad de 1902]
NI 14 [La carmelita] [Hacia la segunda mitad de 1903]
NI 15 ¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! [21 de noviembre de 1904]
NI 16 [Ejercicios de 1905] [9‑18 de octubre de 1905]
NI 17 [La visita continua de Dios] [(Hacia?) julio de 1906]










I. Antes de entrar en el Carmelo
NI 1. Acordaos a Santa Isabel. [22 de abril de 1894 ]
Acuérdate, oh Santa Isabel, mi patrona y celestial protectora, que soy tu pequeña protegida. Acude en mi auxilio en esta tierra árida y sostenme en mis debilidades. Concédeme tus hermosas virtudes, tu dulce humildad y tu sublime caridad. Alcánzame de Dios que cambie mis defectos en virtudes como cambió en rosas los panes que tú llevabas.
Dame para volar al cielo las alas de la esperanza, y cuando Dios me llame a Sí, ven tú misma a recibirme a la puerta del cielo. Así sea.
Isabel Catez.
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NI 2. Reloj de la Pasión. [Mayo octubre de 1894]
Noche
7. Lavatorio de los pies.
8. Sacramento de la Eucaristía.
9. Oración de Jesús en el huerto de los Olivos.
10. Sudor de sangre.
11. Sueño de los Apóstoles.

Medianoche. Beso de Judas.
1. Prisión.
2. Prisión.
3. Prisión.
4. Jesús ante Caifás.
5. Negación de San Pedro.
6. Jesús ante Pilato.

Día
7. Irrisión de Herodes.
8. Flagelación.
9. …
10. Barrabás preferido a Jesús.
11. Jesús lleva la cruz.

Mediodía. Jesús es clavado en la cruz.
1. Jesús perdona al ladrón.
2. Jesús nos da a María por madre.
3. Jesús expira.
4. Su costado es abierto por la lanza.
5. Jesús, bajado de la cruz, es entregado a su Madre.
6. Jesús es puesto en el sepulcro.
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NI 3. [Yo encomiendo a San Antonio]
Yo encomiendo a San Antonio
una gracia temporal muy importante,
varias otras gracias temporales (cuatro),
una intención particular,
cinco gracias espirituales muy importantes,
una conversión, una curación muy importante,
otras dos curaciones. Isabel
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NI 4. [Hazme mártir de tu amor] [(Poco?) después del 16 de noviembre de 1899]
… víctima de holocausto. ¡Oh, hazme mártir de tu amor, que este martirio me haga morir! Quítame la libertad de disgustarte, que nunca haga el más leve pecado. Rompe, arranca de mi corazón todo lo que te disgusta. Quiero cumplir siempre tu voluntad, responder siempre a tu gracia. Oh, Señor, quiero ser santa para ti, sé mi santidad, pues conozco mi debilidad. ¡Oh, Jesús! Gracias por todas las gracias que me has concedido; gracias, sobre todo, por haberme probado. Es tan bueno sufrir por ti, contigo. Sea cada latido de mi corazón un grito de agradecimiento y de amor.
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NI 5 [Que esto sea tu pequeña Betania] [(Hacia el?) 23 de enero de 1900]
¡Oh, Jesús, Amado mío, qué dulce es amarte, pertenecerte, tenerte por único todo! ¡Ah! Ahora que vienes cada día a mi corazón, que nuestra unión sea cada día más íntima. Que mi vida sea una oración continua, un prolongado acto de amor. Que nada pueda distraerme de ti, ni los ruidos ni las distracciones. ¿Verdad? Me gustaría tanto, oh mi Señor, vivir contigo en el silencio. Pero lo que amo sobre todo es cumplir tu voluntad. Y ya que quieres que esté todavía en el mundo, me someto de todo corazón por amor tuyo. Yo te ofrezco la celda de mi corazón para que sea tu pequeña Betania. Ven a descansar. Te amo tanto… Quisiera consolarte y me ofrezco a ti como víctima, oh Maestro, por ti, contigo. Acepto de antemano todos los sacrificios, todas las pruebas, incluso la de no sentirte conmigo. Sólo te pido una cosa: ser siempre generosa y fiel, siempre; aunque nunca vuelva a poseerme. Quiero cumplir perfectamente tu voluntad, responder siempre a tu gracia. Deseo ser santa contigo y para ti, pero siento mi impotencia. ¡Oh, sé mi santidad!. Si nunca me enmiendo, oh, te conjuro, te suplico. Llévame, hazme morir mientras yo soy toda tuya. Yo soy tu “pequeña mimada”, tú me lo dices; pero tal vez la prueba venga muy pronto y entonces seré yo quien te daré. Señor, no son estos dones, estos consuelos de que me colmas, lo que yo busco. Es a ti, únicamente a ti. Sostenme siempre, tómame cada vez más. Que todo en mí te pertenezca. Rompe, arranca todo lo que te disgusta para que sea toda tuya. ¡Oh, cada latido de mi corazón es un acto de amor!. Jesús mío, Dios mío, ¡qué bueno es amarte, ser tuya completamente!
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NI 6 [Yo prometo a mi Jesús] [27 de enero de 1900]
Prometo a mi Jesús humillarme y renunciarme cuantas veces tenga ocasión por amor suyo, y pido a este Esposo Amado que ayude a mi debilidad para que yo haga de mi vida una oración continua, un acto de amor. Que nada pueda distraerme de El. Que yo viva en el mundo sin ser del mundo. Puedo ser carmelita por dentro y quiero serlo.
¡Oh, mi Amado! Que yo pase santamente el tiempo que me queda por vivir en el mundo; que lo pase unida a Vos, en vuestra intimidad, haciendo un poco de bien. Señor, soy vuestra, tomadme toda entera. Tal vez deseo demasiado ir al Carmelo… Oh, Amado, ordenad mis deseos. Que vuestra voluntad sea siempre la mía. Puedo ser vuestra en el mundo, ¿no es verdad? Oh, Jesús.
Desde hace tiempo os lo he dado todo; hoy renuevo esta ofrenda. Soy vuestra pequeña víctima. ¡Ah! Que desaparezca Isabel y quede sólo Jesús.
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NI 7 [Renuevo mi voto de castidad] [16 de julio de 1900]
¡Oh, mi querido Jesús! Renuevo con alegría mi voto de castidad, que parece unirme a ti más íntimamente todavía. Me ofrezco a tu amor como víctima de holocausto por la salvación de los pobres pecadores y te pido que me hagas mártir de este amor. ¡Ah! Que este amor me consuma y me haga morir. Jesús, Esposo amado, escucha también esta petición que tantas veces te hago. Si hubiese de cometer un solo pecado mortal, hazme morir pronto, mientas soy toda tuya…
¡Oh, Amor mío! Que cada latido de mi corazón te repita este ofrecimiento. Soy tuya, te pertenezco, haz de mí lo que gustes. Soy tu víctima, quiero consolarte, y para ello quiero sufrir todos los dolores con la ayuda de tu gracia, sin la cual nada puedo.
¡María, mi buena Madre! ¡Oh, Virgen del Carmen, ofrecedme, dadme a Jesús!
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NI 8 La celdilla de mi Amado. [15 de agosto de 1900]
El abandono a la divina voluntad será la cama. Tendrá un hermoso sillón: la mortificación; una mullida alfombra: la humildad. Para que este divino Amado esté a gusto en mi pobre celdilla, la adornaré con el mayor número de flores que pueda. Estas flores serán los pequeños sacrificios de cada minuto. Y el alimento que daré a mi Jesús será la renuncia y la abnegación. Una lamparilla estará siempre ardiendo: su llama será el amor, el amor que consume el corazón enamorado de Jesús.
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NI 9 [Oh, Santa Teresa] [15 de octubre de 1900]
¡Oh, Santa Teresa, mi querida Madre! ¡Oh, Beata Juana de Tolosa! Os pido que me quitéis la bronquitis. Es preciso. Nuestra Madre lo ha dicho. No deseo curarme. Hace tanto bien sufrir por el “Amado”. Hago esta oración por obediencia. Oh, mi querida Madre; estoy cierta de que me escucharéis. Amén.
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NI 10 [Vos me enviáis el mayor sacrificio] [20 de octubre de 1900]
¡Oh, Dios mío! ¡Me enviáis el mayor de los sacrificios! Después de haberos recibido cada día, ¿en qué voy a parar sin Vos? Pero, me lo habéis dicho, no tenéis necesidad del Sacramento para venir a mí. ¡Oh, Amor mío, cómo sabéis consolarme, cómo junto a Vos mi pobre alma vuelve a encontrar fortaleza y ánimo! ¡Oh, Dios mío; oh, Vida mía! Sois Vos quien lo dais, poco importa lo que me enviéis. Ya que esto viene de Vos, siempre está muy bien. ¡Oh! Gracias cuando me probáis, porque me parece que entonces estáis más cerca, que me amáis más y que nuestra unión es más estrecha. ¡Oh, Amor, qué bueno es sufrir por Vos y con Vos! Pero acordaos de mi debilidad. Ayudadme. No puedo nada sin Vos. Sed mi apoyo y mi fortaleza, oh Dios mío.
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NI 11 [Cuánto sufro, Dios mío] [4 de abril de 1901]
¡Cuánto sufro, Dios mío! Pero quiero permanecer en este estado todo el tiempo que os plazca, ya que este bendito sufrimiento purifica mi alma, a la que Vos queréis uniros más íntimamente. Más, más, mientras queráis, pero ayudadme, soy tan débil… Veis bien que es a Vos, únicamente a Vos, a quien amo, el único a quien me apego… ¡Oh, Amor! ¡Qué bueno es poderos dar, a Vos que me habéis mimado tanto! María Isabel de la Trinidad. Jueves Santo de 1901.
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II. En el Carmelo
NI 12 [Cuestionario] [(Hacia el?) 9 de agosto de 1901]
P. ¿Cuál es según usted el ideal de la santidad? R. Vivir de amor
P. ¿Cuál es el medio más rápido para llegar al cielo? R. Hacerse pequeñita, entregarse para siempre.
P. ¿Cuál es el santo a quien más ama? R. Al discípulo amado que reposó sobre el Corazón de su Maestro.
P. ¿Cuál es su santa preferida y por qué? R. Nuestra santa Madre Teresa, porque murió de amor.
P. ¿Qué punto de la regla prefiere? R. El silencio.
P. ¿Cuál es el rasgo dominante de su carácter? R. La sensibilidad.
P. ¿Cuál es su virtud predilecta? R. La pureza. “Bienaventurados los corazones puros, porque verán a Dios” (Mt. 5, 8).
P. ¿Qué defecto le inspira mayor aversión? R. El egoísmo en general.
P. Dé una definición de la oración. R. La unión de aquella que no es con el que es
P. ¿Qué libro prefiere? R. El alma de Cristo. Ella manifiesta todos los secretos del Padre que está en el cielo.
P. ¿Tiene grandes deseos del cielo? R. Tengo a veces la nostalgia, pero, excluida la visión, ya lo tengo en lo más íntimo de mi alma.
P. ¿Qué disposiciones querría tener en la muerte? R. Quisiera morir amando y caer así en los brazos de Aquel a quien amo.
P. ¿Qué martirio le agradaría más? R. Los amo todos, sobre todo el de amor.
P. ¿Qué nombre querría tener en el cielo? R. Voluntad de Dios.
P. ¿Cuál es su lema? R. Dios en mí, yo en El.
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NI 13 [Ser esposa de Cristo] [Hacia la mitad de 1902]
¡Ser esposa de Cristo!
No es sólo la expresión del más dulce de los sueños; es una realidad divina, la expresión de todo un misterio de semejanza y de unión. Es el nombre que en la mañana de nuestra consagración la Iglesia pronuncia sobre nosotras: «¡Veni, sponsa Christi!»
¡Hay que vivir la vida de esposa! «Esposa», todo lo que este nombre hace presentir de amor dado y recibido… de identidad, fidelidad, entrega absoluta… Ser esposa es entregarse como El se entregó; ser inmolada como El, por El, para El… ¡Es Cristo que se hace todo nuestro y nosotras que nos hacemos «toda suya»!
Ser esposa es tener todos los derechos sobre su Corazón… Es un diálogo para toda la vida… Es vivir con… siempre con… Es descansar de todo con El y permitirle descansar de todo en nuestra alma…
Es no saber más que amar: amar adorando, amar reparando, amar orando, pidiendo, olvidándose. Amar siempre bajo todas las formas.
«Ser esposa» es tener los ojos en los suyos, el pensamiento obsesionado por El, el corazón todo cautivo, lleno, como fuera de sí y pasado a El, el alma llena de su alma, de su oración; todo el ser cautivado y entregado…
Es, teniendo siempre fija en El la mirada, sorprender el menor signo y el más pequeño deseo; es entrar en todas sus alegrías, compartir todos sus dolores. Es ser fecunda, corredentora, dar a luz almas a la gracia, multiplicar los hijos adoptivos del Padre, los rescatados por Cristo, los coherederos de su gloria.
«Ser esposa», esposa carmelita, es tener el corazón abrasado de Elías, el corazón transverberado de Teresa, su «verdadera esposa», porque cela su honor.
Finalmente, ser tomada por esposa, esposa mística, es haber arrebatado su Corazón hasta el punto que, olvidando toda distancia, el Verbo se derrame en el alma como en el seno del Padre con el mismo éxtasis de infinito amor. Es el Padre, el Verbo y el Espíritu invadiendo el alma, deificándola y consumándola en la Unidad por el amor. Es el matrimonio, el estado fijo, porque es la unión indisoluble de las voluntades y de los corazones. Y Dios dijo: «Hagámosle una compañera semejante a él, serán dos en uno» (Gen. 2, 18, 24).
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NI 14 [La carmelita] [Hacia la segunda mitad de 1903]
La carmelita es el sacramento de Cristo. A través de ella debe darse nuestro Dios Santísimo, el Dios crucificado todo Amor. Pero para comunicarle así hay que dejarse transformar en una misma imagen con El. Es necesaria la fe que contempla y ora sin cesar. La voluntad al fin cautiva y que no se separa más. El corazón verdadero, puro y exultante bajo la bendición del Maestro.
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NI 15 ¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! [21 de noviembre de 1904]
¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayudadme a olvidarme enteramente para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Vos, ¡oh mi Inmutable!, sino que cada minuto me haga penetrar más en la profundidad de vuestro misterio. Pacificad mi alma, haced de ella vuestro cielo, vuestra morada amada y el lugar de vuestro reposo. Que no os deje allí jamás solo, sino que esté allí toda entera, completamente despierta en mi fe, en adoración total, completamente entregada a vuestra acción creadora
¡Oh, mi Cristo amado, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro Corazón; quisiera cubriros de gloria amaros… hasta morir de amor! Pero siento mi impotencia y os pido os dignéis «revestirme de Vos mismo», identificad mi alma con todos los movimientos de la vuestra, sumergidme, invadidme, sustituidme, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador. ¡Oh, Verbo eterno, Palabra de mi Dios!, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero hacerme dócil a vuestras enseñanzas, para aprenderlo todo de Vos. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero miraros siempre y permanecer bajo vuestra gran luz. ¡Oh, Astro amado!, fascinadme para que no pueda ya salir de vuestra irradiación.
¡Oh, Fuego consumidor, Espíritu de Amor, “descended a mí” para que se haga en mi alma como una encarnación del Verbo. Que yo sea para El una humanidad complementaria en la que renueve todo su Misterio. Y Vos, ¡oh Padre Eterno!, inclinaos hacia vuestra pequeña criatura, “cubridla con vuestra sombra”, no veáis en ella más que al “Amado en quien Vos habéis puesto todas vuestras complacencias”
¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo!, yo me entrego a Vos como una presa. Encerraos en mí para que yo me encierre en Vos, mientras espero ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas. 21 de noviembre de 1904.
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NI 16 [Ejercicios de 1905] [9‑18 de octubre de 1905]
“Me parece que todo es pérdida desde que sé lo que tiene de trascendente el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por su amor lo he perdido todo, teniendo todas las cosas por basura para ganar a Cristo y ser encontrada en El, no con mi propia justicia, sino con la justicia que viene de Dios por la fe. Lo que quiero es conocerle a El y la potencia de su resurrección y la comunión en sus sufrimientos, es conformarme a su muerte… Prosigo mi carrera procurando llegar allí a donde Cristo me ha destinado al tomarme.
Todo mi cuidado es olvidar lo que dejo detrás, tender constantemente hacia lo que está delante. Corro derecho a la meta, al premio de la vocación celeste a la que Dios me ha llamado en Cristo Jesús” (Fil. 3, 8‑10 y 12‑14).
El Apóstol nos revela la grandeza de esta vocación al decirnos: “Desde la eternidad Dios nos ha elegido para hacernos inmaculados, santos en su presencia en el amor” (Ef. 1, 4). Pero para ser así “enraizados y fundados en la caridad” (Ef. 3, 17), es decir, en Dios mismo (“Deus charitas est”) (IJn. 4, 16), hay que salir de sí, supone una separación absoluta de todas las cosas, en una palabra, un estado de muerte que entregue la criatura al Creador. Cuando el alma, despegada de todo por la sencillez de la mirada con que contempla a su divino Objeto, se establece en ese bienaventurado estado del que habla San Pablo cuando dice: “Vosotros estáis muertos, y vuestra vida está escondida en Dios con Cristo” (Col. 3, 3), o también: “Nuestra vida está en los cielos” (Fil. 3, 20), todas sus potencias están ordenadas a Dios. Ella no vibra más que con el toque misterioso del Espíritu Santo, que la transforma en “la alabanza de gloria a que fue predestinada por un decreto del que obra todas las cosas según el consejo de su voluntad” (Ef. 1, 11‑12). Entonces, en cada minuto que pasa, todos sus actos, movimientos, aspiraciones, al mismo tiempo que “la enraízan” más profundamente en el Ser divino, son otras tantas alabanzas, adoraciones y homenajes a la Santidad infinita. Todo en ella rinde “testimonio a la Verdad” (Jn. 18, 37) y glorifica a Aquel que ha dicho: “Sed santos, porque yo soy santo”.
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NI 17 [La visita continua de Dios] [(Hacia?) julio de 1906]
“La tierra está llena de desolación, decía el profeta, porque ninguno reflexiona en su corazón” (Ir. 12, 11). ¿Cuál es esta tierra desolada sino el alma cuando, no entrando en sí misma, donde Dios habita, no encuentra ya la fuente viva? Los santos han sabido hacer este movimiento interno y con qué profundidad… Por eso la tierra estaba sin cesar refrescada por las aguas vivas, por el contacto con el Amor infinito. Vivían en el Espíritu Santo en lo más profundo de ellos mismos. En el fondo del abismo se producía este encuentro divino. «Esta vida que podemos tener en el fondo de nosotros mismos se parece a la de nuestro modelo eterno. No conoce ni medida ni distancia. Nuestra alma recibe sin cesar la impresión de la luz divina de su modelo eterno, que resplandece en el fondo de ella misma y le permite sumergirse, abismarse en la esencia divina, donde ella encuentra ya su bienaventuranza eterna. Dios, que ocupa siempre su templo y llega continuamente, visitándola sin cesar por la irradiación de un esplendor nuevo. Cuando Dios llega, es que ya estaba presente; adonde llega, ya estaba. En El no hay accidentes ni cambios. Cuando El viene a nosotros es que ya estábamos en El, porque El no sale jamás de Sí mismo». «Sucede, pues, este fenómeno: Dios, en el fondo de nosotros, recibe a Dios que viene a nosotros». Un santo resumía esta vida íntima en un misterio de “Visitación”. «El Señor, decía él, considerando la morada y el reposo que se ha hecho a Sí mismo en el fondo de nosotros, considerando la unidad de espíritu, obrada por su gracia, y nuestro parecido con nuestro modelo, ha resuelto visitar continuamente esta unidad magnífica, obra de sus manos, e ilustrarla sin interrupción por el toque sublime de su Verbo y por la efusión de su amor. Porque El aprecia sus delicias, quiere habitar en el espíritu lleno de amor. Cuando El ha creado en nosotros su imagen, quiere visitarla, enriquecerla con dones maravillosos y abrirnos el camino de las virtudes más grandes que conducen a una imagen más iluminada. La voluntad de Cristo es que nosotros también habitemos esta unidad esencial y que permanezcamos donde El está, que nosotros seamos estabilizados en su riqueza. La voluntad de Cristo es que entre los actos más prácticos y multiplicados visitemos continuamente a nuestra Imagen divina. Pues en cada momento de su duración, en todos los puntos que abraza la palabra ahora, Dios nace en nosotros y el Espíritu procede, adornado de todos sus tesoros».
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Poesías

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Índice: Santa Isabel de la Trinidad, Poesías

I. Antes de su ingreso en el Carmelo
1 [María, oh tierna Madre] [Hacia mayo de 1894]
1b A mi madre [11 de agosto de 1894]
2 A María. Fiesta de la Asunción [12 (?) de agosto de 1894]
3 A mi hermana más pequeña [12 de agosto de 1894]
4 A Jesús [17 de agosto de 1894]
5 Recuerdo de un paseo en San Martín [17 de agosto de 1894]
6 A Santa Teresa [17 de agosto de 1894]
7 Al ángel custodio [18 de agosto de 1894]
8 A Carlipa [18-20 de agosto de 1894]
9 Recuerdo de mi excursión a la dársena de Lampy [20 de agosto de 1894]
10 [Quisiera decirte adiós] [20 de agosto de 1894]
11 Mi epitafio [21 de agosto de 1894]
12 A la iglesia de Saint Hilaire [15 de septiembre de 1894]
13 A Santa Isabel [Del 13 al 23 de septiembre de 1894]
14 Sobre el mar [23 de septiembre de 1894]
15 Adiós a las vacaciones [24 de septiembre de 1894]
16 A mi querida hermana María Luisa [28 de septiembre de 1894]
17 A mi buena amiga Gabby [30 de septiembre de 1894]
18 Por mí quisisteis morir [10 de octubre de 1894]
19 A la muerte de mi tío F Rolland [21 de octubre de 1894]
20 Día de Todos los Santos [1 de noviembre de 1894]
21 Comunión del 30 de noviembre de 1894 [30 de noviembre de 1894]
22 A la muerte del abate Saine [9 de diciembre de 1894]
23 Navidad de 1894 [25 de diciembre de 1894]
24 Jesús Hostia [Mayo de 1895]
25 Juana de Arco [Octubre de 1895]
26 A mi crucifijo [Octubre de 1895‑agosto de 1896]
27 ¡Acordaos! [Octubre de 1895‑agosto de 1896]
28 [Mis versos] [Octubre de 1895‑agosto de 1896]
29 [Oh, ¿por qué me haces languidecer?] [Agosto de 1896]
30 Mi despedida a la Serre y a Carlipa [Agosto de 1896]
31 Recuerdo del [Carmelo] [Septiembre de 1896‑septiembre de 1897]
32 A Santa Teresa [Septiembre de 1896‑septiembre de 1897]
33 El Ángelus del Carmelo [(Antes del 14 de) septiembre de 1897]
34 La capilla de las carmelitas [(Antes del 14 de) septiembre de 1897]
35 A Francia [(Antes del 14 de) septiembre de 1897]
36 A mi crucifijo [14 de septiembre de 1897]
37 [Oh padre, hace diez años] [2 de octubre de 1897]
38 A los distintivos de la carmelita [15 de octubre de 1897]
39 Después de la Comunión [(Poco después del 15?) de octubre de 1897]
40 Lo que veo desde mi balcón [(Poco después del 15?) de octubre de 1897]
41 El toque de difuntos del Carmelo [2 de noviembre de 1897]
42 A Santa Isabel de Hungría [19 de noviembre de 1897]
43 A María Inmaculada [8 de diciembre de 1897]
44 ¡Que se cumpla vuestra voluntad! [8 de diciembre de 1897]
45 La noche de Navidad [25 de diciembre de 1897]
46 Himno al dolor [8 de abril de 1898]
47 Aniversario de mi primera Comunión [19 de abril de 1898]
48 Recuerdo de la peregrinación a Nuestra Señora de Domois [1 de mayo de 1898]
49 El mes de María [Principio de mayo de 1898]
50 La primera Comunión de Magdalena [8 de mayo de 1898]
51 Confianza en la divina Providencia [Entre el 8 y el 29 de mayo de 1898]
52 A Magdalena el día de su primera Comunión [Entre el 8 y el 28 de mayo de 1898]
53 Proyecto de un viaje a Nuestra Señora de Lourdes [Entre el 8 y el 29 de mayo de 1898]
54 Pentecostés [29 de mayo de 1898]
55 La Octava del Santísimo Sacramento [10‑17 de junio de 1898]
56 Ultimo día de la Octava [7 de junio de 1898]
57 La fiesta del Sagrado Corazón [17 de junio de 1898]
58 Perdón para el pecador [17 de junio de 1898]
59 A Lourdes, a los Pirineos [22 de julio de 1898]
60 Mi adiós al valle [29 de julio de 1898]
61 Sueños nocturnos sobre la Serre [Agosto de 1898]
62 La gran Cartuja [27 de septiembre de 1898]
63 El lago de Annecy [29 de septiembre de 1898]
64 [Oh Maestro a quien adoro] [1 de diciembre de 1898]
65 La Inmaculada Concepción [8 de diciembre de 1898]
66 Ejercicios [noche del 24‑mañana del 29 (?) de enero de 1899]
67 La Adoración perpetua [10‑12 de febrero de 1899]
68 26 de marzo de 1899 [26 de marzo de 1899]
69 Viernes Santo de 1899 [31 de marzo de 1899]
70 Recuerdo de la Misión [Principio de abril de 1899]
71 Primera visita al Carmelo [20 de junio de 1899]
72 Santa Teresa [15 de octubre de 1899]

II. En el Carmelo
73 A mi hermana Magdalena de Jesús [Para el 13 de agosto de 1901]
74 [Al fin estoy desposada] [Para el día 8 de diciembre de 1901]
75 [Ha venido para mí] Navidad de 1901 [Para el 25 de diciembre de 1901]
76 [¿Cuando me tocará?] [Hacia el 13 de enero de 1902]
77 Nueva resurrección [Para el 30 de marzo de 1902]
78 [Acuérdate de la primera visita] [15 de abril de 1902]
79 Fiesta de la Santísima Trinidad [Para el 25 de mayo de 1902]
80 [En el seno de los Tres] [Para el 15 de junio de 1902]
81 Fiesta de Santa Germana [Para el 15 de junio de 1902]
82 ¿Cuál es tu nombre? [Para el 20 de julio de 1902]
83 [La carmelita] [Para el 29 de julio de 1902]
84 [El está siempre vivo] [Para el 6 de agosto de 1902]
85 [El corazón herido por el Infinito] [1902]
86 «He visto brillar la estrella luminosa» Navidad de 1902 [Para el 25 de diciembre de 1902]
87 [Soy la esposa más pequeña] [Para el 16 de abril de 1903]
88 [Hay uno que comprende el Misterio] Navidad de 1903 [Para el 25 de diciembre de 1903]
89 [Restaurar todas las cosas en Cristo] [Para el 15 de junio de 1904]
90 [Tú irradias el único bien] [10 de octubre de 1904]
91 [En un humilde y pobre establo] Navidad de 1904 [25 de diciembre de 1904]
92 [Volver a verte es muy dulce] [1904‑1905]
93 [¿Conoces bien tu riqueza?] [25 de julio de 1905]
94 [Amar] [Para el 29 de julio de 1905]
95 [Cree siempre en el Amor] [Para el 4 de agosto de 1905]
96 [Es medianoche] Navidad de 1905 [Para el 25 de diciembre de 1905]

III. En la enfermería
97 [Habitemos en el secreto de su Rostro] [Fin de abril (?) de 1906]
98 [Hemos creído en el amor de Dios por nosotros] [Para el 10 de junio (?) de 1906]
99 [Que la gracia de Dios te inunde] [Para el 10 de junio de 1906]
100 El sueño de una Alabanza de gloria – Recuerdos íntimos [Para el 15 de junio de 1906]
101 [El misterio de los Tres se ha reproducido] [Para el 15 de junio de 1906]
102 [Bajo la mirada de nuestra dulce Reina] [7 de julio de 1906]
103 [Alabanza a la Reina del Carmelo] [Para el día 16 de julio de 1906]
104 [Nos encontraremos en la Santísima Trinidad] [Para el 26 de julio de 1906]
105[Los proyectos de unión] [Para el 29 de julio de 1906]
106 [¿Has sondeado alguna vez el abismo del Amor?] [Para el 29 de julio de 1906]
107 El inefable deseo de un corazón agradecido [Agosto de 1906]
108 [Qué bien das a Dios] [Agosto de 1906]
109 [En la calma profunda de tu Ser eterno] [Agosto de 1906]
110 [Tú que me unes a mi Rey] [Agosto‑octubre (?) de 1906]
111 [La fortaleza de mi amor extremo] [Septiembre‑octubre (?) de 1906]
112 Los preparativos de Laudem Gloriae para Nuestra Señora de la Merced [14 de septiembre de 1906]
113 [Mi amor crucificado] [(Hacia el?) 14 de septiembre de 1906]
114 [La habitación de toda alma que ama] [(Hacia el?) 14 de septiembre de 1906]
115 [Me sumerjo en el Infinito] [Para el 24 de septiembre de 1906]
116 Acuérdate… [24 de septiembre de 1906] Amo Christum
117 [El misterioso cambio] [Septiembre‑octubre de 1906]
118 [¿ Quién como Dios?] [29 de septiembre de 1906]
119 [Jonatán y David] [Octubre (?) de 1906]
120 [El encuentro secreto] [3 de octubre de 1906]
121 [Para que El me identifique con el Hombre de dolores] [4 de octubre (?) de 1906]
122 [He sido amada demasiado] [Para el 9 de octubre de 1906]
123 [Ponme sobre tu corazón] [Para el 22 de octubre de 1906]

 







I. Antes de su ingreso en el Carmelo

1 [María, oh tierna Madre] [Hacia mayo de 1894]
Oh tierna madre María,
me pongo bajo tu protección.
Escucha mi oración
y bendice mis propósitos.
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1b A mi madre [11 de agosto de 1894]

Mi buena y tierna madre,
ah, del corazón de tu hija
recibe la felicitación sincera.
Incesantemente sabrá
amarte y complacerte.
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2 A María. Fiesta de la Asunción [12 (?) de agosto de 1894]

Con tu Hijo, Madre muy amada,
quiero vivir escondida.
Quiero estar en el Carmelo,
es éste mi eterno anhelo.
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3 A mi hermana más pequeña [12 de agosto de 1894]

Gentil y dulce hermanita,
a tu cara hermana mayor
permítela, pequeñita,
amarte de corazón.
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4 A Jesús [17 de agosto de 1894]

Jesús, de ti está mi alma celosa,
quiero ser pronto tu esposa,
contigo quiero sufrir
y para verte morir.
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5 Recuerdo de un paseo en San Martín [17 de agosto de 1894]

Junto a una roca de siglos
elevando mi alma al cielo,
junto a la orilla del río
me gusta hacer mi oración.
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6 A Santa Teresa [17 de agosto de 1894]

Tú que fuiste carmelita,
dichosa alma selecta,
alcánzame de Jesús
el logro de mis deseos.
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7 Al ángel custodio [18 de agosto de 1894]

Tú, que desde mi infancia
velas por mí con constancia,
quiero consolar el Corazón
de nuestro divino Salvador.
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8 A Carlipa [18-20 de agosto de 1894]

No olvidaré jamás
que fue en Carlipa,
ese rincón del universo,
donde he hecho mis primeros versos.
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9 Recuerdo de mi excursión a la dársena de Lampy [20 de agosto de 1894]

En el fondo de un barranco
todo lleno de verdor
y belleza natural
está el Riquet, la dársena.
¡Cuán grande es, cuán hermosa
la naturaleza, mi Dios!
¡Qué bueno es junto a ella
elevar el alma al cielo!
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10 [Quisiera decirte adiós] [20 de agosto de 1894]

Triste mundo seductor,
de espíritu falaz y engañador,
yo prefiero ser querida
de Jesús y de María.
Quisiera decirte adiós
y ser toda de mi Dios.
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11 Mi epitafio [21 de agosto de 1894]

Cuantos me amáis en la tierra,
por favor, no me lloréis.
Dejo un mundo de miserias.
Escucha, oh Dios, mis plegarias.
Os veré pronto en el cielo
con los espíritus bienaventurados.
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12 A la iglesia de Saint Hilaire [15 de septiembre de 1894]

Cercada de un claustro antiguo
de apariencia melancólica.
Me gusta soñar en esta iglesia,
lejos de los afanes del mundo.
Se está bien junto a Jesús…
¿Qué más se puede desear?
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13 A Santa Isabel [Del 13 al 23 de septiembre de 1894]

Oh tú cuyas virtudes
tanto agradaron a Jesús,
a mi alma arrebatada
otra vida le hace falta.
Tú, que vives en el Cielo,
obténmelo del Señor.
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14 Sobre el mar [23 de septiembre de 1894]

En su orilla tan acogedora,
cuando sus olas azules
vienen a romperse a mis pies,
me gusta soñar y orar.
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15 Adiós a las vacaciones [24 de septiembre de 1894]

Adiós vacaciones tan queridas,
que tantas emociones me habéis dado.
Adiós, comienzo el trabajo
bueno y amado de los estudiantes.
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16 A mi querida hermana María Luisa [28 de septiembre de 1894]

María Luisa, mi querida hermana,
qué lugar tienes en mi corazón.
Mucho nos hemos siempre querido
desde que Jesús nos ha unido.
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17 A mi buena amiga Gabby [30 de septiembre de 1894]

Gabby, mi querida amiga,
en ti pienso sin cesar,
tú conoces la ternura
con que te amo, mi querida…
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18 Por mí quisisteis morir [10 de octubre de 1894]

¡Por mí quisisteis morir!
¿No podré por vos, Jesús, sufrir?
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19 A la muerte de mi tío F Rolland [21 de octubre de 1894]

Ya no vive, ¡qué dolor! Dios nos lo ha llevado
a este tierno padre, al tío tan amado.
Allá arriba goza de paz, de una dulce vida.
Está cerca de Dios, en el cielo, su patria.
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20 Día de Todos los Santos [1 de noviembre de 1894]

Corazones de Jesús y de María
os pido en este tan bello día
libréis las almas queridas
que tanto amáis.
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21 Comunión del 30 de noviembre de 1894 [30 de noviembre de 1894]

Oh, Jesús de la Eucaristía,
escúchame, por favor,
concédeme en este hermoso día
la sublime virtud del amor.
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22 A la muerte del abate Saine [9 de diciembre de 1894]

En el secreto de tu Corazón
deposito mi dolor.
Sacerdote siempre fiel,
modelo de los humildes,
él supo hacerte amar
y sacrificarse por ti.
Amigo sincero del pobre,
fue para él como un padre.
De repente llamó la muerte
y su navecilla llegó al puerto.
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23 Navidad de 1894 [25 de diciembre de 1894]

Aquel a quien los ángeles adoran
está allí en pobres pañales,
¿puedo dudar de su amor,
tan bien probado en este hermoso día?
Humilde Jesús, modelo mío,
serte fiel oveja yo confío,
llevando mi cruz te seguiré
y siempre tu voz escucharé.
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24 Jesús Hostia [Mayo de 1895]

Cerca de Jesús Hostia
quisiera pasar mi vida.
Reposar junto a su Corazón
es en la tierra mi ilusión.
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25 Juana de Arco [Octubre de 1895]

La humilde pastorcilla abandona
a sus padres, su humilde choza,
su querido cayado, sus ovejas,
los rientes valles de Lorena.

Quiere salvar Francia
y al combate valiente se lanza,
la santa salva a Orleans,
deshaciendo de los ingleses el plan.

Mas, ¡oh dolor!, la piadosa guerrera
por los enemigos es hecha prisionera.
Sobre la hoguera murió
la virgen que no retrocedió.
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26 A mi crucifijo [Octubre de 1895‑agosto de 1896]

Imagen de mi Salvador,
tú eres mi sola riqueza,
ven a mi pobre corazón
a sostener mi flaqueza.

Junto a ti, amigo divino,
el dolor tiene su encanto.
A tus pies, crucifijo querido,
yo dejo correr mi llanto .
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27 ¡Acordaos! [Octubre de 1895‑agosto de 1896]

Acordaos, oh María,
de aquel poder infinito
que Jesús, el Salvador,
os dio sobre su Corazón.

Pongo en Ti mi confianza,
refugio de pecadores,
coloco en Ti mi esperanza,
en el valle de dolores.
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28 [Mis versos] [Octubre de 1895‑agosto de 1896]

Mis versos son el eco de mi corazón,
y si les falta armonía
o una dulce melodía,
siempre os dirán: «¡Felicidad!».
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29 [Oh, ¿por qué me haces languidecer?] [Agosto de 1896]

¿Por qué me haces languidecer?
Me gustaría tanto tuya ser
y vivir contigo en soledad
lejos de cuantos quiero en la tierra.

Oh, ¿por qué me haces languidecer
y pones una fecha a mi deseo?
Tú ves mis lloros y mis inquietudes,
Tú solo puedes enjugar mis lágrimas.

Oh, ¿por qué me haces languidecer?
Largos suspiros brotan de mi corazón,
quiere huir del mundo efímero
a un claustro duro y austero.

Oh, ¿por qué hacerme languidecer
cuando yo quiero sufrir?
Ves mi desesperación,
dígnate ceder a mi oración.

No, Tú no me haces languidecer,
Tú pones fin a mi largo martirio.
Adiós, placeres, locas quimeras,
adiós mundo de efímeros placeres.
El Señor me llama al Carmelo;
siguiendo su llamada, presto vuelo.
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30 Mi despedida a la Serre y a Carlipa [Agosto de 1896]

Adiós, valle delicioso,
que me recuerdas el cielo.
Adiós, villa pintoresca,
comparable al dulce boscaje.
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31 Recuerdo del [Carmelo] [Septiembre de 1896‑septiembre de 1897]

Los dulces sonidos del Carmelo
lentamente suben a los cielos.
El altar está adornado de flores
que difunden su suaves olores.
La luces brillan abundantes,
uno se cree en un rincón del cielo.

De repente, vestida de novia,
aparece una dulce prometida,
su rostro puro está radiante,
con los ojos llenos de alegría.
Puede sentirse feliz y orgullosa.
El momento, por fin, se ha presentado
en que, al fin, sin dejar cosa
se entregará a Jesús,
el dulce Esposo,
cuyo yugo es dulce, no oneroso.

Muy pronto a la puerta del convento
irá a llamar muy dulcemente,
y mujeres veladas, de aire austero,
vendrán a abrirla con cantos.
A los pies de un gran crucifijo,
Este confidente, amigo celestial,
la prometida se pone de rodillas
y da su corazón a su Jesús.
Se despide después de los que ama
y entra para una vida solitaria
en medio de unas almas elegidas
como humilde y pura carmelita.
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32 A Santa Teresa [Septiembre de 1896‑septiembre de 1897]

Tú que gozas de celestial felicidad,
que ves brillar el día que no acaba,
Teresa, tan amada de Jesús,
mística esposa de su divino Corazón,
condúceme a la montaña solitaria,
lejos de los vanos ruidos de la tierra,
lejos de los placeres y honores.
Allí encontraremos al Señor.

Tú que gozas de celestial felicidad,
que ves brillar el día que no acaba,
para salvar al pobre pecador
pasaremos la vida en sacrificios,
y estas serán nuestras delicias:
consolar al Señor.

Tú que gozas de celestial felicidad,
que ves brillar el día que no acaba,
al pie de los santos altares
del Dios invisible a los mortales
gozaremos los dulces encantos
derramando abundantes lágrimas.

Tú que gozas de celestial felicidad,
que ves brillar el día que no acaba,
cuando la noche larga y profunda
en sus tinieblas envuelve al mundo,
cuando Jesús está solo en la agonía,
en el Carmelo se vigila y reza.

Tú que gozas de celestial felicidad,
que ves brillar el día que no acaba,
cuando nos llegue la hora postrera,
hora que pondrá fin a la carrera,
a la puerta del cielo estate alerta
para introducirnos en la mansión eterna.

Tú que gozas de celestial felicidad,
que ves brillar el día que no acaba,
al mismo Dios alabaremos juntas,
y acompañando la voz de serafines
cantaremos el cántico sublime
que extasía a los que moran en el cielo.
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33 El Ángelus del Carmelo [(Antes del 14 de) septiembre de 1897]

Es la tarde. Estoy en mi balcón
contemplando el querido monasterio.
De repente suena el carillón
que invita a las monjas a rezar.
Dejo entonces mis lágrimas correr,
lágrimas que ofrezco a mi Señor.
A su salmodia unida
os rezo yo también, Virgen María.
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34 La capilla de las carmelitas [(Antes del 14 de) septiembre de 1897]

En su capilla misteriosa
¡cómo me siento dichosa!
Sola con mi Dios amado,
puedo llorar con cuidado.
Junto a la reja hay un cuadro
donde se ve al divino Cordero
la triste noche de la agonía
velando y orando por los hombres.

En su capilla misteriosa
¡cómo me siento dichosa!
Sola con mi Dios amado,
puedo llorar sin cuidado.
En este muy querido santuario
Jesús ya no está solitario.
Todo lo dejaron por Ti
cuando les dijiste: «Venid a Mí».

En su capilla misteriosa
¡cómo me siento dichosa!
Sola con mi Dios amado,
puedo llorar sin cuidado.
Quiero, como ellas, todo abandonar,
mi vida te quiero dar.
Tu agonía compartir
y crucificada morir.

Brillará el día venturoso
en que Jesús ceda a mi amor.
En su capilla misteriosa
me sentiré muy dichosa.
Dejaré correr mis lágrimas
dando gracias al Señor.
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35 A Francia [(Antes del 14 de) septiembre de 1897]

¡Oh Francia, querida patria,
tan amada y tan querida,
desprecias a tu Señor,
yo le veo con dolor!…
Que la humilde pastorcita,
más tarde ilustre guerrera
y hoy la santa celestial,
te vuelva a llevar a Dios.

Que desde la patria eterna
esta heroica doncella
pueda interceder por ti,
que te devuelva la fe
y te obtenga así la gloria
de salir con la victoria.

Para expiar tus errores
y obtener tu libertad,
querida Francia, mi país,
yo me consagro al Señor.
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36 A mi crucifijo [14 de septiembre de 1897]

Imagen del Salvador,
tú eres mi sola riqueza.
Ven pronto a mi corazón
a sostener mi flaqueza.
junto a ti, amigo divino,
hasta el dolor tiene encantos.
A tus pies, Jesús querido,
dejo yo correr mis llantos.

Si tú moriste por mí
después de grandes tormentos,
tú sabes que mi esperanza
es darme toda a ti.

¡Qué orgullosa y qué feliz
de tener el gran honor
de compartir tu dolor
caminando hacia el Calvario!

Gracias, amado crucifijo,
seas por siempre bendito.
Oigo tu voz que me llama.
¡Señor, qué porción tan bella!

Tú me quisiste elegir
para amar, orar, sufrir;
por favor, ven en seguida,
yo te consagré mi vida.
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37 [Oh padre, hace diez años] [2 de octubre de 1897]

Hace diez años, oh padre,
la cruel muerte te hirió,
dejabas a tu viuda desolada,
a tus hijas muy jóvenes aún.

Tu alma abandonaba la tierra,
lugar de destierro y de miseria,
para retornar al seno de Dios
en la bella ciudad de los cielos.

Fue en mis brazos débiles de niña,
brazos que tanto te abrazaban
mientras duró tu corta agonía,
último combate de la vida.

En vano traté de retener
ese tan largo, último suspiro.

Protector de mi infancia,
tú que supiste velar con gran constancia
sobre tus hijas entonces tan pequeñas,
te prometo que los años
no lograrán borrar de mi memoria
el recuerdo de un padre tan amado
que por Jesús un día fue llamado,
joven aún, a la eterna gloria.
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38 A los distintivos de la carmelita [15 de octubre de 1897]

Hábito querido de sayal,
capa pobre y muy sencilla,
aunque vuestra tela es dura,
¡qué bellas me parecéis!

Velo blanco, me recuerdas
una aurora dulce y bella,
el día en que el Salvador
poseyó mi corazón.

Rosario pobre y sencillo,
más precioso que las joyas,
a los rosarios más bellos
yo con mucho te prefiero.
Con esa tan grande cruz
y tus cuentas de madera
¿cuándo serás el adorno
perpetuo de mi cintura?

Mortificad ya mi carne
objetos de penitencia,
pues me sois ya tan queridos
como de otros rehuidos.

Y tú, pobre amado anillo,
me pareces ser el sello
de las eternas promesas
que yo hice a mi Señor
en santo y puro delirio
el día de alegría y de dulzuras.

Por fin, pequeña celdilla,
cámara pobre y sencilla,
querida cama de leño,
¿cuándo dormiré yo en ti?

¡Oh mi preciosa librea
y vosotros queridos distintivos,
santa pobreza de Dios.
oh dichoso convento,
me parecéis ya en la tierra
un rinconcito del cielo!
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39 Después de la Comunión [(Poco después del 15?) de octubre de 1897]

Oh, muerte, feliz liberación,
¿no eres el sostén más poderoso,
la esperanza más consoladora
del corazón fiel, cristiano de verdad?

Ya que debes unirme a Dios,
a quien he dado ya mi vida,
muerte ciega, hiere, por favor,
y ábreme las puertas de los cielos.

Vos sabéis, mi dulce Salvador,
que apenas os tengo ya conmigo,
a esta felicidad incomparable
se sigue el miedo de perderos.

En el cielo, patria eterna,
morada celeste de los elegidos,
serás mi posesión, Jesús querido,
único amor mío, vida mía.

Pero esta vez será para sin fin
felicidad eterna de delicias.
Adiós placeres, quimeras locas,
vosotros pasaréis bienes efímeros.

Sólo te quiero a ti, Salvador mío,
para que reines en mi corazón.
Cumple, pues, pronto mis deseos,
rompe sin más el hilo de mi vida.

Yo quiero morir por otra vida,
por poseeros a Vos, supremo Amor.
Señor, estoy muy castigada,
poned fin a mi larga agonía.
Que el cielo para mí se deje abrir
y pueda así finalmente morir.

Perdona, Señor, mi santo anhelo.
No, Señor, no quiero ya morir.
Vuestra agonía quiero compartir.
Hazme, Señor, largo tiempo sufrir.
No me hieras, muerte cruel.
Para apagar la ira de Jesús
quiero expiar mucho todavía.
Dígnate prolongar mi dulce martirio.
Sufrir por Vos, ¡qué gran felicidad,
qué lleno está de dulce suavidad!
¡Qué orgullosa me siento y qué dichosa
subiendo con Vos hacia el Calvario!

No, no quiero morir,
quiero aún mucho tiempo sufrir.
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40 Lo que veo desde mi balcón [(Poco después del 15?) de octubre de 1897]

Mi habitación es sencilla, pequeñita,
pero me gusta por su gran balcón,
pues veo desde allí a las carmelitas
y escucho su armonioso carillón.
Cuántas tardes, triste y soñadora,
voy a contemplar mi querido Carmelo,
mientras su campana melodiosa,
dulce y lento sonido envía al cielo.

Todo a mi alrededor es silencioso
y yo sola en este rincón delicioso.
Puedo entonces dejar correr mis lágrimas,
sólo Jesús puede ver mi alarma.

Veo las pequeñas ventanucas
de las pobres y humildes celdillas.
Veo el sencillo y gracioso campanario
elevándose hacia el cielo.

Veo la capilla misteriosa,
llena de humildes y pobres religiosas,
capilla donde yo seré feliz
el día que me dé a Nuestro Señor.

Veo su bello y solitario jardín,
con sus árboles de siglos,
veo a veces a sencillas religiosas
trabajando en la huerta premurosas.

¡Cuánto os envidio, santas religiosas!
¡Oh, gozad de vuestra felicidad!
Rezad por una futura religiosa
que quisiera vuestra vida compartir.
Orad, orad, para que sin tardanza
me haga el Señor ser vuestra hermana.
¡Qué orgullosa y feliz me sentiré
subiendo con vosotras al Calvario!

Entonces, mi querido y pequeño balcón,
donde escuché su armonioso carillón
desde la ventana de mi celdilla,
desde esa minúscula buhardilla,
te diré por siempre adiós;
habiéndote antepuesto, precioso balcón,
esta pequeña ventanita
para ser una humilde carmelita.
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41 El toque de difuntos del Carmelo [2 de noviembre de 1897]

Triste y lenta se dirige al cielo
la armoniosa campana del Carmelo.
El mundo está sumido en las tinieblas
y oigo su toque fúnebre.
Se hace de día, lo oigo todavía;
cada vez más dulce, más melódico.
Y parece decir: «¡Orad por los difuntos!»
Oh, mis dulces campanas del Carmelo,
cuando vuestro sonido sube al cielo
derramo lágrimas muy dulces.
Pero, subid, subid hacia los cielos,
vuestros conciertos alegres
llenen de gozo a los que moran en el cielo,
mientras yo, conmovida, entusiasmada,
os escucho fuera de mí
y lloro rogando por mis muertos.
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42 A Santa Isabel de Hungría [19 de noviembre de 1897]

Santa Isabel de Hungría,
tú ya gozas de celestial felicidad.
Intercede por mí [ante el] Señor
en esa santa Patria.

Oh, dile que ceda a mi deseo;
dile que yo quiero sufrir,
que quiero morir al mundo,
a su espíritu impuro y sucio.

Dile que en un hermoso día
mi alma conmovida y extasiada
le prometió ser suya para siempre
consagrándole su vida.

Dile que desde hace varios años
deseo de todo corazón
revestir el hábito modesto
de las humildes esposas del Señor.

Di a mi adorable Salvador
las lágrimas que en secreto yo derramo,
nadie más que El puede enjugarlas
y mitigar mis tristes penas
aceptándome, al fin, en un convento
de austera y dura Regla,
en el querido convento del Carmelo,
que parece un rinconcito del cielo.

Dígnate defender mi petición,
obtenme en el cielo esta gran cosa.
Entonces se dilatará mi corazón
desbordante de celestial felicidad
obtenida por ti en el cielo.
¡Oh Santa Isabel de Hungría!
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43 A María Inmaculada [8 de diciembre de 1897]

Guárdame siempre casta y pura,
presérvame de toda cosa impura,
vigila con cuidado mi débil corazón,
para que agrade a mi amado Salvador.

Que parezca un jardín muy solitario
donde Jesús se agrade,
jardín adonde venga con frecuencia,
donde more complacido para siempre.

Que sea El mi único sostén,
el amigo divino, el rey y esposo,
jardín que a todas horas visitado
haga de él pura morada.

Siempre con El está mi corazón
y día y noche pienso en El,
en este celestial, divino Amigo,
a quien probar quisiera su ternura.

Hay en él también este deseo:
nunca morir, mucho padecer.
Sufrir por Dios, darle la vida
rogando por los pobres pecadores.

¡Oh, tal es mi santo anhelo!
Desde la patria santa e inmortal,
Virgen bendita, oh dulce María,
mi frágil corazón tu guardarás.

Siempre casto y puro le conservarás,
preservándole de toda mancha,
para que agrade a mi dulce Salvador.
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44 ¡Que se cumpla vuestra voluntad! [8 de diciembre de 1897]

¡Que se cumpla tu voluntad!
Desde hace mucho, amado Salvador,
mi frágil vida yo te consagré,
esperando consolar tu corazón.

Dejar el mundo es mi aspiración.
Detesto su espíritu inmoral,
y en medio de sus falsos placeres
deseo todavía sufrir más.

Oh Esposo divino, dulce Salvador,
en uno de estos queridos monasterios
de austera y dura Regla
quisiera asociarme a tu dolor.

Pero tú no lo quieres todavía,
¿cuándo podré entregarme a ti?
Mas si te agrada verme sufrir,
no escuchando mi piadoso anhelo,
que se cumpla tu santa voluntad
y para siempre jamás sea bendita.

Lo que tú quieres, lo quiero también yo,
oh mi Jesús, amigo celestial.
Que tu voluntad, pues, sea la mía
y mi piadoso deseo me sostenga.
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45 La noche de Navidad [25 de diciembre de 1897]

Melodiosos sonidos del Carmelo,
subid alegres hasta el cielo
en esta noche misteriosa,
tan pura y deliciosa.
Me gusta escuchar esos sonidos
en el profundo silencio
de la solemne y grande noche,
siempre tan bella y memorable,
al tiempo que vosotras, carmelitas,
almas escogidas y selectas,
ofrecéis oraciones al Señor,
llenas de dulce y santa alegría,
tras las tupidas rejas.
Oh almas santas, humildes mujeres.

Yo, yo también oro al señor
y le doy mi pobre corazón.
Yo le pido me dé como porción
ser humilde y pobre como El,
dejarlo todo para ser suya,
siempre y toda suya,
amándole cada vez más cada día
y teniéndole solo por apoyo,
subir acompañándole al Calvario
en un pobre y santo monasterio.

¡Sufrir! ¡Siempre sufrir!,
ése es mi ardiente deseo…
Delante del portal allí yo oro
con fervoroso corazón,
pidiendo a Jesús, mi Salvador,
se digne aceptar mi vida
para conversión del pecador
que ultraja sin cesar su Corazón.

En ese pobre y frío establo
¡qué hermoso está el Niño Jesús!
‑‑¡Qué gracia, qué prodigio, qué milagro!
¡Ha venido por mí!
Melodiosos sonidos del Carmelo,
subid alegres hasta el cielo
en esta noche misteriosa,
tan pura y deliciosa.
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46 Himno al dolor [8 de abril de 1898]

Hiéreme, hiéreme, amado sufrimiento;
hiéreme, hiéreme, muy querido dolor.
Tú que afligiste incluso al Salvador
sé mi dulce esperanza aquí en la tierra.

Hiéreme, sin ti no puedo vivir;
hiere, que Jesús vea en mí
una crucificada como El,
que bebe con El su amargo cáliz.

Hiéreme, para que tenga la alegría
de parecerme a Nuestro Señor,
al dulce Jesús, divino modelo,
a Jesús, felicidad del alma fiel.

Hiéreme, yo encuentro mis delicias
en las pruebas y en el sacrificio.
Con ellas espero consolar
el Corazón de mi Amado Salvador.

¿No fuiste, dolor, divinizado
por el mismo Dios crucificado,
por Jesús llorando en su agonía,
Jesús que por mí entregó su vida?

Yo también deseo dar la mía
a este Dios pobre, Dios que sufre,
a Jesús escarnecido, moribundo;
espero que su gracia me sostenga…

Pues nada puedo yo sin su socorro,
mas si El me da la fortaleza
yo seré fuerte, fuerte siempre
para amar y sufrir toda mi vida.
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47 Aniversario de mi primera Comunión [19 de abril de 1898]

Dulces pajarillos, cantores de la tierra,
montes y colinas, flores y verdura,
estrellas encendidas en el cielo,
sol que brillas cual disco llameante,
mar hermoso de olas espumosas,
tierra fértil, llena de esplendor,
todas vosotras, obras maestras de Dios,
unid vuestras voces a la mía.

Entonemos una antífona admirable,
uno de los cantos armoniosos,
uno de esos himnos deliciosos,
himno desbordante de alegría.

Himno alegre, himno de gratitud
que cantará mi amor
en el aniversario de aquel día
que de Jesús fue morada el alma mía,
y de Dios posesión mi corazón.

De tal modo que a partir de aquella hora,
después de ese coloquio misterioso,
de aquella conversación divina, deliciosa,
sólo aspiraba a darle yo mi vida,
a devolverle algo de su gran Amor
al Amado Esposo de la Eucaristía,
que moraba en mi débil corazón,
llenándolo de todos sus tesoros.

¿Recuerdas, Jesús, lleno de encantos,
las lágrimas alegres, puras,
que llegaban llenas de dulzura
a tus pies, a tu divino Corazón?

Día bendito, el más hermoso de mi vida,
día en que Jesús reposó en mí,
día en que pude oír su voz
en el fondo de mi alma arrebatada. Día feliz, conversación primera
de mi alma con el Dios de amor,
anticipo de la morada celestial.
Llena de felicidad. ¡Yo te saludo!
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48 Recuerdo de la peregrinación a Nuestra Señora de Domois [1 de mayo de 1898]

Oh María, Virgen de Domois,
desde el fondo de mi corazón
te hago el sacrificio de mi vida
por el retorno de ese pecador.

Madre, tan tierna y bondadosa,
dígnate escuchar mi oración
y retorna al Dios crucificado
a este pecador que se ha extraviado.

Virgen de rostro tan dulce,
María de faz radiante,
mira a tu hija arrodillada
que te pide este favor.

¡Cuánto poder te dio Dios,
oh Virgen, sobre su Corazón!
¿Y no eres tú nuestra defensa,
dulce refugio de los pecadores?

Con el corazón lleno de esperanza
abandono estos santos lugares,
pues he puesto toda mi confianza
en ti, dulce Reina de los cielos.
Madre mía, Virgen María,
acuérdate de él, yo te lo confío.
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49 El mes de María [Principio de mayo de 1898]

Salve, salve, oh Virgen querida.
Salve, salve, bello mes de María.
Alegres campanas del Carmelo,
suba alegre vuestro son al cielo.

Festejad a María Inmaculada,
el blanco y puro lirio de los valles.
Y vosotras, vírgenes, hermanas muy queridas,
almas selectas y escogidas,
oh pobres y santas carmelitas,
escoged vuestras flores más hermosas
y un trono bonito a nuestra Madre,
preparad con vuestras manos virginales.
Pues gustan a la Reina de los cielos
las flores de nuestras albas matinales.

Y yo iré, por mi parte, algunas veces
a unirme a vuestro dulce salmodiar,
para orar, alabar, ensalzar a María
y escuchar vuestras voces angélicas.

Pueda, pueda la Virgen María,
pueda, pueda el Lirio del Carmelo,
la Reina de los cielos,
aceptarme entre vosotras, mis queridas.
Entonces se dilatará mi corazón
lleno de piadosa y desbordante felicidad.
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50 La primera Comunión de Magdalena [8 de mayo de 1898]

En un abrazo puro y divino
apriétale bien en tu pecho.
Después, escucha sus palabras,
pues sueña, niña… El reposa en ti.

El debe estar contento en tu alma pura,
pues El ama a los niñitos.
Sí, en estos corazones inocentes
es donde el muy Amado Salvador
prefiere hacer su morada.
Allí Jesús retorna a cada instante
a repartir sus dones y favores…

¡Querida Magdalena, alma dichosa,
cándido corazón, límpido lago,
permanece en el valle sombreado,
en el nido que Dios te ha preparado.

Entrégate, niña, toda entera
a Jesús, que está en tu corazón,
a tu Querido, a tu dulce Salvador.

Después, cuando acabadas tus plegarias,
tus puras expansiones misteriosas,
vuelvas a la tierra tras el cielo,
pide, pide también, querida pequeñita,
por una futura carmelita,
por Isabel, que de todo corazón
aspira a entregarse a su Señor.
Ángel bello, querida Magdalena,
¡pídele a Jesús por tu madrina!
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51 Confianza en la divina Providencia [Entre el 8 y el 29 de mayo de 1898]

Tengo en tu divina Providencia
una confianza inquebrantable.
Oh Jesús, vuelve y revuélvete a mí.
Yo me abandono en ti.

Cuando tú me dijiste: «Ven a mí»,
yo respondí a tu llamada.
Desde entonces, ¡cuántas lágrimas derramadas!
¿Te acuerdas de mis alarmas?

¿Te acuerdas de mi santo deseo
de responder a tu llamada,
de vivir solitaria en el Carmelo
y consagrarte mi frágil vida?

Perdona mi momento de impaciencia.
Me faltó, Señor, la confianza.
Mas fíjate, tal era mi deseo
de dejarlo todo y padecer por ti.

No volveré a perder la confianza.
Te lo prometo, querido Jesús mío.
Me pongo en manos de tu Providencia,
nada cambiará mi confianza.

Jesús, mi Salvador, bondad suprema,
no obstante mi deseo ardiente, extremo,
no aspiro, Belleza sin igual,
más que siempre cumplir tu voluntad.

Jesús, en quien se basa mi esperanza,
si no puedo responder a tu llamada,
¿quién podrá, por lo menos, en el mundo
impedir que me entregue toda a ti?

¿Quién podrá arrebatarme tu amor,
Jesús, Divino Esposo, vida mía?
Mis santos deseos siempre han sido
amarte y devolverte tu amor.

¡Oh, cálmate, impaciencia mía!
Tus deseos más grandes, alma mía,
abandona en su santa Providencia.
El quiere verte así sufrir.

En esta vida, en el valle tan sombrío,
te dignaste, Jesús, reservarme
una porción muy dulce y muy feliz
que el mundo no puede quitarme.

Por la porción que me escogiste,
«gracias» siempre gritará mi corazón,
Señor, mi Dios, durante mi vida.
Sí, sí, gracias, Amigo celestial.
Yo a ti ahora me abandono
llena de deliciosa confianza.
Gloria a tu divina Providencia.
Gloria al Señor, gloria siempre a ti.
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52 A Magdalena el día de su primera Comunión [Entre el 8 y el 28 de mayo de 1898]

Con su sonrisa radiante y divina
parecía un ángel del cielo,
pues en su hermosa carita
se reflejaba la imagen de Dios;
y en sus ojos tan grandes y azules,
una pura y dulce dicha se leía.
Había recibido la Hostia Santa
y tenía en su pequeño corazón
al dulce Jesús, divino Salvador,
al Prometido de la Eucaristía,
al tierno Amigo de los niños.
También con un abrazo divino
ella le estrechaba en su pecho,
lo envolvía en su blanco velo
mientras los ángeles, sus dulces hermanos,
los tronos y los luminosos arcángeles
estaban en actitud de adoración
ante la niña tan pura y bella,
cubriéndola con sus blancas alas.
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53 Proyecto de un viaje a Nuestra Señora de Lourdes [Entre el 8 y el 29 de mayo de 1898]

¡Oh Lourdes, oh Gave, oh santuario,
gruta misteriosa y solitaria!
Por vosotros ha pasado el soplo divino,
parecéis un rincón del cielo.

¡Oh rocas benditas de Massabielle!,
donde se mostró María pura y bella.
Este verano de nuevo os veré.
¡Qué alegría, qué dicha, qué dulce esperanza!

Estatua blanca y milagrosa,
valle que me recuerdas el cielo,
¡Lourdes, lugar bendito, te saludo,
anticipo de la mansión eterna!

¡Cuán feliz es el alma escogida,
la virgen pura, la carmelita,
que desde su celdilla puede rezar
ante la milagrosa roca!
Quién sabe, María, Virgen bendita,
si pronto la gran dicha tendré
de ser al fin su humilde y pobre hermana
y unirme a su oración.

Oh dulce María, lirio del Carmelo,
Virgen de Lourdes, Madre querida,
eres tú la que me habrás logrado
la dicha de ser toda de Jesús.

La alegría, por fin, de ser su esposa,
ese título del cual soy tan celosa,
mas que su voluntad sea la mía.
Esto es lo que debes obtenerme.
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54 Pentecostés [29 de mayo de 1898]

Con tus llamas ardientes y puras
dígnate, Espíritu Santo, abrasar mi alma;
consúmela en el amor divino.
¡oh Tú a quien invoco cada día!

Espíritu de Dios, brillante luz,
Tú que me colmas de favores
y me inundas también de tus dulzuras
quema, redúceme a la nada toda entera.

Tú que mi vocación me has otorgado,
condúceme también a la unión íntima,
interior, a aquella vida
toda centrada en Dios, que tanto ansío.

Que sólo en Jesús se funde mi esperanza,
y viviendo en medio de este mundo
a El solo aspire, a El solo vea,
mi Amigo celestial, mi único Amor.

Espíritu Santo, Bondad, Belleza suma,
Tú, a quien adoro y a quien amo,
consume con tu fuego divino
mi cuerpo, mi corazón, toda mi alma.
A esta esposa [de] la Trinidad
que sólo ansía hacer su voluntad.
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55 La Octava del Santísimo Sacramento [10‑17 de junio de 1898]

Cada día mi Amado Salvador
reposa en mi frágil corazón.
Cada día yo tengo la alegría
de decir al dulce Jesús a quien amo,
a Dios que en mi corazón reposa:
¡Hasta mañana, mi amado Salvador!
¡Hasta mañana, volverás de nuevo
Tú a quien yo amo, a quien adoro!
Mas después de estas puras expansiones,
delicioso y muy corto momento,
hay que abandonar el santuario
y abandonar al divino Solitario…

Mas ¡qué alegría, qué gracia, qué gran felicidad!
Me acercaré muy pronto al Salvador,
en la capilla de las carmelitas,
esas vírgenes puras, almas selectas,
entre las que tendré un día la alegría,
de poderlas llamar hermanas mías.
En esta morada casta y pura
acabo de pasar una hora entera
junto al Amado de mi corazón,
el Esposo Divino, el dulce Salvador.
Ninguna pluma podría describir,
ni tampoco yo puedo decir,
la divina, indecible felicidad,
con que Jesús me inunda el corazón.
Mas yo me siento tan dichosa
durante esa hora deliciosa
en que hablamos abierto el corazón,
nos manifestamos los sufrimientos,
nuestras tristezas, los íntimos deseos,
donde yo como víctima me ofrezco
a imitación del Divino Salvador
por la conversión de los pobres pecadores!

Aquí vengo a sacar fuerza y valor,
a pedir la cruz por mi porción.
Tengo sed, sí, sed de sufrir,
y sin la Cruz prefiero yo morir.
Oh, sí, la quiero como herencia,
la deseo como única porción.
Esa cruz, de Cristo tan querida,
en la que por nosotros dio su vida.
Oh, Cruz santa, supremo tesoro
que da Jesús a todos los que ama.
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56 Ultimo día de la Octava [7 de junio de 1898]

Tenía el corazón lleno de pena
al salir hoy del pío santuario.
Pues a mi Amigo divino
al Dios cautivo y solitario,
a mi amado Salvador
no tenía la gran satisfacción
ni la profunda alegría
de decirle: ¡Hasta mañana!
Mi buen Jesús, Maestro muy amado,
belleza suprema a quien adoro.

Quiero comer este celeste pan,
quiero volver de nuevo
a pedirte en este santuario,
pasar una hora en el convento.
Por desgracia, Jesús, Amor mío,
no será en adelante cada día!
Mi buen Maestro, hasta el año que viene,
no tendré de nuevo esta Semana.
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57 La fiesta del Sagrado Corazón [17 de junio de 1898]

Amor, gloria y honor,
Jesús, a tu divino Corazón,
ese corazón, fuente inagotable,
Corazón, manantial inextinguible.

Corazón traspasado por la lanza,
Corazón saciado de dolores,
Corazón, ¡ay dolor! tan ultrajado,
Corazón mi refugio seguro.

Cautivo en su prisión de amor,
soporta con amor la soledad,
la ingratitud, el olvido.
¡Se le abandona cada día!

¡Ay dolor! Como en Getsemaní,
la noche de la agonía,
está solo, casi todo el día,
este Corazón rebosante de amor.

¿Qué hay que no haya hecho por nosotros
este gran Dios, omnipotente,
este Dios de nuestro amor celoso,
este Dios a quien siempre se ofende?

Corazón Sagrado de mi Salvador,
a ti a quien adoro y a quien amo,
tú que eres todo amor, Bondad suprema,
tuyo es mi corazón.

Corazón sagrado del Amigo divino,
sé en la tierra mi único sostén,
sea aquí mi más dulce esperanza
tener una parte en tu dolor.

Aspiro tanto, oh dulce Salvador,
y ello sería mi delicia,
a consolar tu divino Corazón,
bebiendo el cáliz contigo.

Quiero beberlo hasta las heces,
como lo hiciste la noche de agonía.
Después, dulce Salvador, de tus dolores
el relato completo escucharé.

Procuraré a través de mis dolores,
y de mi amor, divino Salvador,
consolar tu divino Corazón.
Esa es mi dulce esperanza.

Mi deseo más ardiente,
y mi anhelo más íntimo estos son:
Vivir, sufrir, morir,
y ofrecerme como víctima,
para el amor, la gloria y el honor
del muy Amado, del Sagrado Corazón.
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58 Perdón para el pecador [17 de junio de 1898]

¡Perdón, Señor, perdón!
Este es el grito de muchos corazones.
Recibe, acepta estas víctimas,
dignaos, conmoveros con sus lágrimas.
Oh, ved, su más íntimo deseo
no es otro que expiar por el pecador.
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59 A Lourdes, a los Pirineos [22 de julio de 1898]

Al toque de mis dedos temblorosos, vibra, lira mía,
entonemos juntos un himno nuevo
para saludar un país tan bello
y poder expresar lo que él me inspira.
¡Salve, salve, naturaleza tan hermosa!
¡Salve, montañas inmortales!
Salve gruta bendita y solitaria
que haces soñar con el cielo.
Gruta que recuerdas a María,
donde todo es puro, sereno, silencioso.
Lourdes, tierra milagrosa,
anticipo de la morada eterna,
¿No eres acaso rinconcito del cielo
en medio de tu valle tan umbroso?
Me gustaría aquí permanecer,
más de ti tendré que separarme
y ¿cuántos años esto durará?
¡Queridos Pirineos, muy queridos!…
¿Quién sabe? Tal vez un día
en medio de vosotros me conduzca
la Señora que reina en Massabielle
¡Cuán dulce me parecerá mi dicha!
Volveré, pobre, solitaria,
no teniendo ya nada en esta tierra,
más que el Corazón, la Cruz de Cristo
¡Oh, ¿qué más se puede desear?
¿No es acaso ella el gran tesoro
que da Jesús a todos los que ama?
Son los privilegiados de su amor
con quienes Jesús comparte su dolor!
Mientras tanto, montañas muy queridas,
gruta bendita y solitaria,
hermoso país, que recuerdas al cielo,
ha llegado la hora que os diga
A Dios.
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60 Mi adiós al valle [29 de julio de 1898]

Adiós, adiós, querida Carlipa,
adiós, no te olvidaré.
Adiós, adiós, oh Serre encantadora,
adiós, tal vez para siempre.

Me gustaba tanto venir cada día
a soñar en este rinconcito de la tierra,
a este lugar tan delicioso,
a quien ya le digo: ¡Adiós!

¡Adiós, roca de San Martín!
¡Adiós, hermosos árboles, viejos abetos!
¡Adiós, delicioso riachuelo!
¡Adiós! Todo se pasa en la tierra.
¡Adiós, el más hermoso de los valles!
¡Adiós, sea para ti esta canción!
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61 Sueños nocturnos sobre la Serre [Agosto de 1898]

Es de noche. Todo está en silencio
bajo la hermosa bóveda celeste.
Suenan alegres las campanas…
¡Oh, qué melodiosas parecen
al claro de la luna, en este valle!

En esta noche calma y serena
entre los astros luminosos
se muestra, como una gran reina,
la luna con su hermoso disco luminoso.
La estrella de oro hiere las nubes,
es la hora del sueño de la naturaleza.
Oh hermoso valle, te saludo,
y quiero seguir soñando todavía.
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62 La gran Cartuja [27 de septiembre de 1898]

¡Salve grandioso y espléndido convento!
¡Salve, austera soledad!
¡Salve, forestas admirables!
¡Salve, montañas de elevadas cimas!

¡Salve, viejos árboles, dulce murmullo,
producido por el viento en los abetos,
lugar el más grandioso de la tierra,
el sitio más hermoso bajo el cielo!

¡Cartuja, montaña inmortal!
¡Qué hermosa me pareces,
en medio de esta calma silenciosa!

Esta soledad profunda,
ajena al ruido del mundo,
eleva mi corazón al cielo.
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63 El lago de Annecy [29 de septiembre de 1898]

Con sus aguas azuladas
tan limpias y transparentes,
donde se refleja el cielo puro;
con sus olas espumantes,

cuyo rumor me gusta oír
en medio del silencio de la noche,
cuando todo está en paz en el mundo:
Así es el azul lago de Annecy.

El final del lago es más severo,
y es el rincón que prefiero,
por la tarde al ponerse el sol.

Cuando sus rayos rojos
se ocultan detrás de las montañas
e iluminan el paisaje.
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64 [Oh Maestro a quien adoro] [1 de diciembre de 1898]

Oh Maestro, a quien adoro y a quien amo,
te bendigo en medio de la prueba;
ya que tú quieres que así sea,
con mis lágrimas yo te digo: «Gracias».

Oh buen Jesús, que sabes padecer,
te ofrezco mi dolor y mis suspiros,
las lágrimas que a mi madre hay que ocultar
y hace que me sean más amargas.

Pero me acuerdo… Tú también lloraste
una noche… y además otras veces, dulce Amigo.
Recibe mis zozobras y mis lloros,
santifica estas quemantes lágrimas.

Oh, tú que quieres tanto a María
y le has dado, querido Salvador,
poder tan relevante sobre tu Corazón,
que tú comprendas mi dolor amargo.

Aquí abajo, en este mundo efímero,
donde todo se pasa, en esta triste tierra,
¿Hay algo mejor, más compasivo
que aquella a quien se llama «madre»?

Es la ternura misma, es el amor,
lo primero que ama el corazón.
Y yo quisiera de ella separarme,
por ti, mi esposo, salvador y rey.

Todo a Jesús con alegría,
mi madre incluso yo le daría,
para seguir fielmente su llamada
y vivir contigo en soledad.

Mas tú me mandas otro sufrimiento:
en el mundo mi cruz debo llevar.
Jesús, mi fortaleza y esperanza,
unida a ti la quiero soportar.
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65 La Inmaculada Concepción [8 de diciembre de 1898]

Es la Inmaculada Concepción
la gran fiesta de María,
la campana con su carillón,
os invita, piadosos peregrinos,

a la gruta de la Virgen
de Lourdes, rincón del cielo,
por donde pasó el viento divino,
como llama ardiente y pura.
Todos los que rezáis a María,
en ese recogido y bello valle,
bendito tras la aparición,
¡cuánto, cuánto os envidio!

¡Qué feliz mi alma sería
gustando esas alegrías misteriosas,
anticipos de las alegrías celestiales
de la divina y eterna morada!

Ya que no tengo la dicha
de rezar a la Virgen María
en su gruta bendita,
su lugar privilegiado,

que hace siempre soñar con el Cielo,
iré al menos a rezar a mi Madre
en la capilla solitaria
de mi muy amado Carmelo.

En esa piadosa soledad
ofreceré mis suspiros y mis lágrimas,
mis tristezas y preocupaciones
ante la Reina de los Mártires.

A esta Virgen dolorosa
que derramó tristes lágrimas,
cuya admirable y santa vida
no fue más que una agonía.

Recuerda que este verano
en la gruta misteriosa,
tan recogida y piadosa,
te confié mi pureza.

Guarda mi corazón, yo te decía,
fórmalo para el Salvador,
purifícalo por el dolor,
Virgen en quien confío.

Cruces, ciertamente te pedía,
para ser como tú, Madre querida,
semejante también al Rey divino
a quien deseo tanto complacer.

A ti manifestaba los deseos
que hacían latir mi corazón,
a ti manifestaba la impaciencia
de todo abandonar por el Señor.

Después, con confianza, entre tus manos,
¡Oh, María!, mi esperanza,
abandonaba todos mis deseos,
mi vocación, mi porvenir.

Al dejar el rinconcito de los cielos
mi alma se sentía muy animada,
donde había sido tan dichosa,
pasando estos días deliciosos.

Con una impaciencia viva
e inquebrantable confianza
esperaba que el Amado
su querer manifestara.

Ha llegado ya el momento.
Buen Jesús, Maestro supremo,
a Ti a quien adoro y amo
digo sí, bendigo tu voluntad.
Y tú, María Inmaculada,
Virgen a quien invoqué,
socórreme, ayúdame,
llevemos juntas la cruz.

Escucha, además, la súplica,
grito de mi corazón:
Te recomiendo a mi madre.
¡Que no sepa mi dolor!

Haz que yo sufra sola,
sola siempre en mis angustias,
santificarás mis lágrimas,
Tú, la Reina de los Mártires.
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66 Ejercicios [noche del 24‑mañana del 29 (?) de enero de 1899]

Días de soledad, días felices,
dulces y preciosos al alma piadosa,
que busca a su Amado Salvador
y sólo junto a El encontrarse dichosa.

Días recogidos, días divinos que amo,
días benditos, donde el alma se recoge,
en que el alma está más fuerte en el sufrir,
¡Cuánto quisiera poderos retener!

Muy feliz me siento por poder,
dos veces cada día recogerme
en esta capillita misteriosa,
siempre en calma, siempre silenciosa.

Tengo en ella coloquios deliciosos,
diálogos ideales con mi Dios,
allí viene a fortalecerse mi pobre alma,
y de un ardiente amor ella se inflama.

Allí en el silencio y en la calma,
todas las tardes, todas las mañanas,
oigo consejos útiles, divinos,
que alientan a mi alma y la dan fuerza.

Y después de haber oído la instrucción,
propongo una eficaz resolución,
pido al Señor la cruz por mi heredad,
fuerza y valor para poderla llevar.

Reina en mi alma un amargo tormento:
No poder responder a la llamada
de Jesús que me quiere en el Carmelo.
Amado mío, ¿puedo abandonar a mi madre?

Creía ser, Señor, tu voluntad,
que yo permaneciese junto a ella,
pero siento la voz de tu llamada.
¿Qué debo hacer, Amado mío?

¿Puedo yo abandonarla, Jesús mío?
¿Debo abandonarla ya desde ahora?
¿Pides de mí esta gran prueba de amor?
¿O no pasa de ser más que un examen?

Se ha dignado hablar esta mañana
al fondo de mi corazón mi Huésped divino:
Oh esposa mía, esposa muy amada,
¿por qué tu alma se siente tan turbada?

Tu Jesús quiere calmar estas angustias.
Deja junto a El correr tus lágrimas.
El está morando en tu corazón,
y pone un lenitivo a tu dolor.

¿No has pedido un día el sufrimiento?
¿No es él toda tu esperanza?
Esposa mía, que deseas sufrir tanto,
escucho tu santo deseo.

¡Oh! Anhelas llevar mi cruz,
y quieres conmigo compartirla,
Tu esposo, tu Amado, tu hermano.
Pues sí, subamos al Calvario,

sígueme, nada temas,
te acompaña tu dulce Salvador,
pronto está a tender la mano.
Avanza, pues, con paso firme y cierto.

Oh mi muy amada, muy querida,
gracias por participar en mi dolor,
sí, gracias por consolar mi corazón.
Comienza, pues, sufre y reza.

¡Ah! Durante este rato delicioso,
cuántas cosas me ha dicho, mi Dios!
Su palabra está llena de encanto
y las lágrimas corrían de mis ojos.

Mas ya debo abandonar el santuario
y dejar al divino Solitario.
Ah, pero llevo al menos en mi corazón
al Esposo querido, al dulce Salvador.

Una nueva vida empiezo ahora.
¡Oh! Mi alma está todavía transportada,
por las cosas que le hizo ver su Dios:
El Esposo me vino a abrir los ojos,

a transportarme a esas regiones,
bellas, para mí desconocidas…
Íbamos a vivir en una unión
de la que nunca tuve yo noción.

Para esforzarme El estará allí,
cuando tenga que luchar y que sufrir!
Mezclaremos nuestras lágrimas y llantos
así el sufrimiento tendrá encantos.

Compartir los dolores de Jesús
es el paraíso en esta vida.
¡Oh! ¿qué más se puede desear?
Para mí, aquí está todo mi anhelo.
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67 La Adoración perpetua [10‑12 de febrero de 1899]

Oh Jesús, viviente en la Hostia Santa,
mi Esposo, mi Amor, mi Vida,
cuánto me gusta venir todas las tardes
a escucharte, hablarte, verte…

¡Qué dulces son estos diálogos cordiales,
cuán suaves estas lágrimas…
esas conversaciones junto a Cristo…
Me es imposible decir todo su encanto.

Oh supremo amor mío, Rey divino,
Jesús prisionero y solitario,
cuando yo me encuentro en tu presencia,
no me creo ya viviendo en esta tierra.

Cuando oigo el sonido de tu voz,
oh mi buen Maestro, Esposo mío,
únicamente a Ti escucho y veo,
reduciendo a silencio el ser entero.

Oh momentos de éxtasis sublimes,
de uniones muy íntimas y dulces,
en las que siento latir mi corazón
al contacto de mi amable Salvador.

¡Que no pueda pasar las largas horas
en este templo santo!
Que no pueda yo vivir siempre
cerca de Jesús, mi único amor…

Yo no me apego a nada de la tierra,
sólo Jesús me puede contentar.
Fuera de El ya nada me importa,
mi tesoro, mi solo bien es El.

Cerca de Jesús sólo soy dichosa,
El es mi Vida y mi amor,
sufrir, siempre sufrir, es mi deseo,
sufrir sólo por El.

Sufrir y consolar su Corazón,
repleto de dolor,
sufrir, para probarle que le amo,
a Jesús, mi único Amor.

Jesús, Dios de la Eucaristía,
Jesús, sostén y vida mía,
Jesús se ha dignado escogerme
para amar, sufrir y consolar…
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68 26 de marzo de 1899 [26 de marzo de 1899]

María, madre querida,
Virgen a quien tanto he invocado,
gracias, gracias, pues gran felicidad
y alegría profunda inunda el alma.

Madre mía, dulce esperanza,
mi primer grito de gratitud,
mi primera oración es para ti.
¡Qué buena madre has sido para mí!

Mi novena no había sido terminada
y ya he sido escuchada!
¿Cómo manifestarte mi Amor,
Oh Virgen del Perpetuo Socorro?

Es un milagro de tu poder
que merece mi gratitud,
milagro muy dulce a mi corazón.
¡Oh Madre, goza de mi felicidad!

Es demasiado bello, no puedo pensar.
Viendo mi debilidad,
madre, creo soñar.
¡Qué grande, qué bueno es, Aquel a quien amo!

Un día lleno de humildad
me pidió llevar su Cruz,
compartir su triste agonía,
y consagrarle mi frágil vida.

«Hija, me dijo, dame tu corazón.
Apártale de la tierra
y conmigo sube al Calvario.
¿Quieres compartir mi cruz?

Hija mía muy querida,
¡qué porción te he reservado!
¿Deseas devolverme amor por amor?
¿Estás desde este día preparada a todo?

¿Quieres ofrecerte como víctima
por el rescate de los pobres pecadores?
Hija mía, es una obra sublime
y mucho consolarás mi corazón…

Un día, respondiendo a mi llamada,
todo lo dejarás: tu madre, tu hermana,
a pesar de sus peticiones y sus lágrimas.
Hija mía, te quiero en el Carmelo,
en la soledad y en el silencio
para amar, expiar, sufrir.
Sí, hija mía, hay ciertas almas,
corazones que me complace elegir.

Ciertamente sublime es esta vocación
a pesar de sus dolores y sus tribulaciones.
¡Qué alegría y felicidad tan sin medida
sufrir con Aquel a quien se ama!

Participar en todos sus dolores,
ser confidente de su Corazón,
su humilde Esposa amada:
esta porción te está reservada.

No puedes comprender su grandeza.
Embriágate, hija, de dicha,
por esta vocación tal excelente,
ofrécete desde este día como víctima.

En adelante no quiero para ti
otra alegría que llevar mi cruz,
compartir mis sufrimientos,
subir conmigo al Calvario.

Será, hija, tu única esperanza
ser un consuelo para mi Corazón,
renuncia a toda dicha terrena,
en tu Jesús, todo lo hallarás.

Hija mía, te doy en este día
una muy gran prueba de amor.
Responde a la voz que te llama,
acepta una porción tan bella.

No hieras, hija, a tu Jesús,
con una cruel y amarga negación;
acepta, pues, esta íntima unión
y esta tan sublime vocación.

Amado mío, mi supremo Amor,
Tú el solo por quien vivo y a quien amo,
oh, sí, yo quiero consolarte.
Esposo divino, me parece un sueño.

¡Oh!, es demasiado hermoso, no puedo ni pensarlo.
No, mi vida entera no es bastante
para darte las gracias, Jesús mío,
por la hermosa porción que me escogiste.

Desde el día, Jesús, que me llamaste,
día feliz, día venturoso,
¡Cuántos lloros, cuantas lágrimas vertidas
junto a Ti, mi supremo Amor.

Te has apiadado de mí
y pronto seré toda tuya,
has hecho un milagro en favor mío,
y todo se arregla, Amado Salvador.

Dentro de dos años seré tuya
y tu humilde librea vestiré,
para responder a tu urgente llamada
por el Carmelo todo lo dejaré.

Para seguirte, Jesús, delicia mía,
participar en todos tus dolores,
consolar tu adorable Corazón
con mis sacrificios y con mi oración.

Aunque viva en medio de este mundo,
Jesús, en quien pongo mi esperanza,
únicamente a ti te pertenezco,
desde que me dijiste: «Sígueme».

Mi corazón despegas cada día
de todas las cosas de la tierra,
para unirle a ti, Divino Salvador,
oh, sí, soy tuya toda entera.

Cuando para marchar al monasterio
tenga que dejar madre y hermana,
Divino Salvador, Esposo Amado,
por favor te lo pido: Sostén mi corazón.

Sostenlas también en su dolor,
consuélales, dulce Consolador,
cuando vean que su hija, que su hermana,
desaparece tras las rejas del convento.

O María, madre dolorosa,
pon un bálsamo en su corazón,
muéstrales cuán grande, cuán hermoso
es el camino a que Jesús me llama.
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69 Viernes Santo de 1899 [31 de marzo de 1899]

Al pie de tu Cruz, Amado mío,
Jesús, mi Amor crucificado,
vengo una vez más para decirte
que tomes mi corazón, sin devolverle.

Celeste Esposo, divino Salvador,
desde ahora renuncio a toda dicha,
a toda unión en este mundo
para ser cosa tuya toda entera.

Quiero ser tuya totalmente
para poder así amarte mejor,
y para devolverte tu amor,

me entrego a ti para siempre.
Oh Esposo mío, mi bien supremo
Tú solo sabes cuánto te amo.
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70 Recuerdo de la Misión [Principio de abril de 1899]

Días de la Misión, dulces, hermosos,
días llenos de gracia y bendiciones,
días de recogimiento y oraciones,
sois una parada en nuestra vida,

un momento divino, un tiempo muy precioso,
que nos concede el Padre Celestial,
para elevar nuestros corazones a los cielos,
despegándoles de las cosas de la tierra.

¡Cuántas gracias y favores,
me tenía reservadas Jesús, mi Salvador,
para estas semanas celestiales,
que nunca jamás olvidaré!

¡Oh mi Amor supremo, Jesús mío!
Gracias, Tú sabes cuanto te amo.
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71 Primera visita al Carmelo [20 de junio de 1899]

Oh mi Jesús, mi supremo Amor,
oh Esposo mío, mi divino Amigo,
oh, solo tú sabes cuanto te amo yo,
pues lees en mi corazón: Gracias,

por haber escuchado mi oración.
Vuelvo de mi querido monasterio,
ves la alegría que me llena el corazón.
Maestro querido, te la ofrezco con amor.

En el pobre locutorio del Carmelo,
donde todo tiene olor de cielo,
acabo de pasar una hora larga

donde se cumple toda mi esperanza,
con la buena y santa Priora,
a quien veré frecuentemente desde ahora.
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72 Santa Teresa [15 de octubre de 1899]

En un valle umbroso de la tierra
hay una montaña solitaria
que semeja a un rincón del cielo,
y los hombres la llaman el Carmelo.

En una deliciosa soledad
viven en él las almas venturosas
a quien Nuestro Señor quiso elegir
para amar, expiar, orar, sufrir.

Ellas están siempre prisioneras,
para dar consuelo al Salvador,
¿quién podrá decir la paz, la dicha
que se gusta en estos monasterios?

¡Ah! ¡Qué feliz es la dulce hermana!
Es la cruz su única porción,
su querido tesoro, su sola herencia
lo mismo que lo fue del Salvador.

En adelante no quiere para sí
más que los dolores, los oprobios
y los sufrimientos de su Salvador.
¡Qué grande y que bella es su porción!

Inmola su voluntad continuamente,
no quiere usar más su libertad,
ama mucho su dulce esclavitud
y agradece al Cielo su porción.

Era únicamente una niñita
cuando tú, Jesús mío, me llamaste.
Hubiera deseado tras las rejas
ocultarme, por seguir tu voz.

¡Oh! ¡Cuánto he sufrido y he llorado!
¡Por qué martirio tengo que pasar!
Sólo Tú, Señor, ves correr mis lágrimas,
sólo tú, también calmas mis zozobras.

Muchos son los años que han pasado
desde la tierna y divina llamada,
no he entrado todavía en el Carmelo
entre esas almas predilectas.

Si no vivo todavía en el convento,
por lo menos de él soy ya su hija,
llena de gozo voy frecuentemente
ya al locutorio, ya a la iglesia.

Soy una pequeña postulante.
Hay que esperar un poco todavía,
por fin brillará el hermoso día
que al Señor deba unirme para siempre.

¡Ah! Cuando la puerta del convento,
esté presta a cerrarse tras de mí.
Cuando yo dejaré todo por Ti,
dulce Hermano, tierno Esposo, ayúdame.

Consuela a mi madre querida,
que tendrá el alma rota;
Jesús, consolador supremo,
pon un bálsamo en su corazón.

Hoy en muchísimos Carmelos
las campanas suben hasta el cielo,
a Santa Teresa, Madre nuestra
¡cómo en el Carmelo se hace fiesta!

Mas ya lo sabes, todas vuestras hijas,
no están todavía tras las rejas.
Dígnate, pues, rogar hoy en el cielo
por todas las postulantes del Carmelo.
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II. En el Carmelo

73 A mi hermana Magdalena de Jesús [Para el 13 de agosto de 1901]

¡Oh dulces campanas del Carmelo,
al cielo alegres lanzad vuestros sonidos
y vuestra armonía,
saque de sí a los elegidos.

Hoy la tierra y el cielo
se encuentran en el convento
para festejar de Jesús, el Señor,
a la nueva amable esposa.

Como otro tiempo en Betania
Jesús os ha transportado
y sólo viendo al Amado
por El todo habéis dejado.

Esta mañana con Cristo
habéis sido sepultada.
El noviciado os envidia
por vuestra dulce porción.

Este querido rebaño
haced que siga al Cordero,
pues sus pequeñas prometidas
tienen hambre de su amor.

Todas juntas, mis hermanas,
demos gracias al Señor
por la porción escogida
que aun el cielo nos envidia.
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74 [Al fin estoy desposada] [Para el día 8 de diciembre de 1901]

¡Oh! Permitidme en este hermoso día
sí, dejadme cantar al Amor,
el Amor que me hace prisionera
para abrasarme toda entera.

Ya soy una desposada.
Vestí la humilde librea.
Envuelta en la capa blanca
seguiré al Cordero adonde vaya.

Ambos somos muy felices
hemos partido los dos
hacia la Casa del Padre,
mansión de luz y de paz.

¡Qué bien se está en la Trinidad!,
donde todo es luz y caridad.
Oh Cristo, que te dignaste escogerme,
quédate conmigo, no quiero descender.

En los Tres pongo mi tienda
yo soy pequeña, casi no molesto.
No fatigaré nunca a mi Cordero
si me quiere llevar alto, muy alto.

Un corazón muy lleno no puede decir más.
En mis labios el «gracias» se acaba.
Madre, de vuestra pequeñita
aceptad este sencillo gracias.

En vuestras alas al país del amor,
Ángel mío, llevadme siempre.
Condúceme ante la casa del Padre
a su claridad, a su luz.

Y todas vosotras, que para mi corazón
sois desde hace largo tiempo mis hermanas,
siguiéndoos, toda pequeñita,
seré una verdadera carmelita.

Un día en la ciudad santa del cielo
junto se hallará todo el Carmelo,
y bajo la blanca capa de María
todas nos encontraremos reunidas.

Siguiendo a todas partes al místico Cordero
cantaremos juntas la dulce melodía,
y veremos en toda claridad
a la santa e inmutable Trinidad.
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75 [Ha venido para mí] Navidad de 1901 [Para el 25 de diciembre de 1901]

En el humilde y frío establo
¡qué hermoso está el Niño Jesús!
¡Oh gracia, oh prodigio, oh milagro!
¡Sí, ha venido para mí!

Contemplando la gran miseria
de los hijos que ha amado demasiado,
el Padre, lleno de ternura
les dio su Verbo adorado.

Ese dulce Cordero pequeñito
es la luz eterna y verdadera,
el que reina en el seno del Padre,
y su plena verdad manifiesta.

¡Oh pura, Oh dulce visión!
En mi alma de nuevo se cumple
el grande, el sublime misterio,
de una nueva Encarnación.

No vivo yo, El vive en mí,
¡Oh esto es ya la visión!.
La visión que nunca se borra
mientras dura la vida de fe.

Viene a revelar el misterio,
a enseñar los secretos del Padre,
a llevar de claridad en claridad
hasta el seno de la Trinidad.

¡Qué bueno es en el silencio
escucharle ahora y siempre,
gozar en paz de su presencia
para entregarse totalmente al amor!

Oh Cordero puro y manso,
Tú sólo eres mi único Todo.
Tú lo sabes bien, tu prometida
se siente por el hambre acometida.

Tiene hambre de comer a su Maestro,
y sobre todo de ser comida de El,
de entregarle todo su ser,
para que todo lo suyo sea tomado.

¡Qué yo por ti sea invadida
y viva sólo de ti,
cosa tuya, hostia viviente
consumada por ti sobre la Cruz.

¿He cumplido bien mi oficio?,
Cristo mío, ¿te he nutrido?
¿Has encontrado delicias
en el alma de tu pequeña?
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76 [¿Cuando me tocará?] [Hacia el 13 de enero de 1902]

Amado mío, ¿cuándo me tocará?
¿cuándo tomarás a quien tiene hambre de ti?
Ella languidece, tu amor la ha herido,
hazla morir, sí, morir de amor.
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77 Nueva resurrección [Para el 30 de marzo de 1902]

En este bello día, en esta dulce aurora
vayamos, hermana mía, vayamos a su tumba.
Quiero ver al Maestro a quien adoro,
a este dulce Amado, cautivador, hermoso.
Lo que mi alma anhela, mi corazón desea
es su primera mirada y su sonrisa.
Pienso que El me espera
hermana, ven conmigo.

Todo lo puede la fe, Jesús mismo lo ha dicho.
Corre, pues, hermana, corre delante de El.
Yo sé que a la pobre que El ama
le será dado verle hoy.
El amor, palabra del cielo, que no puedo decir,
es un no sé qué, que la encadena y atrae,
Casa del Dios de amor,
puedo cantar siempre: «¡El ama en mí!»

Quiero ver la luz de su mirada
¡Qué fulgor debe brillar en sus ojos!
Contemplando al Unigénito del Padre
tendré a los Tres, a todo el cielo.
El va a hacer brillar su luz en mí,
va a purificarme en sus llamas divinas.
En tu amor, noche y día,
consúmeme, Señor.

Lo he herido. ¡Oh pura y dulce embriaguez!
¿Qué cosa en adelante me podrá rehusar?
El no puede resistir a las caricias
de este corazoncito hecho para amar.
Yo lo contemplaré, visión radiante,
cara a cara divino, fusión feliz.
Oh mi Verbo adorado,
belleza luminosa, mírame.

Yo creo, hermana, que va a venir muy pronto,
este querido Amado, tan dadivoso y bueno.
El ama mucho a sus queridas carmelitas,
a su Carmelo, que vive de abandono.
Ya sabes, Señor, que somos tus novicias.
Preséntate a nosotras. Harás nuestras delicias.
Recuerda que me dijiste
que siempre cedías al amor.

Cuando esté en presencia del que amo
¿no es verdad, hermana, que todo lo obtendré?
Yo le conozco, es la misma Bondad,
y, además, dar es dulce para El.
Aprovechando bien este deseo inmenso
que tiene mi Jesús de darme siempre,
yo iré a sacar de este rico tesoro,
iré a sacar amor.
Vivir de amor o vivir de su vida,
en sus apóstoles nos convertirá.
Muy grande es el poder de un alma así inundada.
De que lo obtiene todo ‘E, estoy muy convencida «.

Voy a presentarle una plegaría,
que ciertamente con gusto escuchará,
es por mis hermanas, por mis queridas Madres,
estas encadenadas, que tanto le consuelan!
Sí, sé que en sus carmelitas
descansa, se siente feliz.
¡Qué dulce es a la «más pequeña»
vivir en este nido delicioso.
Que fije en Sí estas Esposas predilectas
corazones ardientes que celan su honor.
Que sean siempre hostias vivientes
Que irradian al Señor.

¡Oh!, ven a mí, que sea la primera
en contemplar a Aquel que amo.
Yo quiero verte, verte en tu luz,
resplandeciente de gloria y esplendor.
Ayúdame, pues soy muy pequeñita.
Puede ser que tu vista, mate a la carmelita.
Pero esto no importa.
Oh Águila divina, llévame.

Mas si quieres dejarme aún en la tierra
¿acaso no he encontrado ya mi cielo?
Tú eres el cielo, en la fe, en el misterio.
Enséñame todo esta mañana, háblame del Padre,
sabré muy bien callarme, para escuchar tu voz.
Tú me has dicho, Rey mío:
Tuyos son mis secretos. Recuérdalo.

Acuérdate que mi alma te desea,
que por ti clama noche y día.
Verbo adorado que me atas y me atraes,
¿Qué haces para no estar aquí?
¿No deseas ver a tu prometida,
y decirla bajito que ella es tu querida
que al país del amor la llevarás un día
muy cerquita de Ti?

Ciertamente, hermana, que no hay quien lo comprenda,
no veo que llegue nuestro Amado.
Y, sin embargo, su corazón debe escuchar
la tierna llamada de sus dos Trinidad.
Será preciso que ceda a nuestro anhelo,
que se nos muestre brillante y luminoso.
Cantémosle nuestras hermosas letanías,
sobre nosotras se entreabrirán los cielos.
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78 [Acuérdate de la primera visita] [15 de abril de 1902]

Acuérdate de la primera visita
del Dios de amor a tu cáliz de oro.
Recuerda, pequeña Margarita,
que día y noche allí está todavía.
Siempre bajo su vista vive, margarita,
desójate por El ¿no eres su florecilla?
En el jardín cerrado
te quiere tu Amado.
Acuérdate.
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79 Fiesta de la Santísima Trinidad [Para el 25 de mayo de 1902]

En profundo silencio, en inefable paz,
en oración divina nunca interrumpida,
rodeada toda de eternas luces
se mantenía el alma de María, Virgen fiel.
Su alma, como un cristal reflejaba
el Huésped que la habitaba, Belleza sin ocaso.
María atrae al cielo. Y allí el Padre
la entrega su Verbo, para ser su madre.
El Espíritu de amor con su sombra la cubre,
los Tres vienen a ella, el cielo todo se abre,
y se inclina, adorando el misterio
de Dios que se encarna en esta Virgen Madre!

En el Carmelo hay otra María,
Alma toda invadida, siempre en comunión,
que en gran recogimiento, profundo y misterioso,
noche y día se entrega a su Señor.
Veo brillar sobre ella un rayito de luz
reflejo centelleante del Rostro del Padre.
Y como en Nazaret, con los mismos esplendores,
hacia la virgen se inclina toda la Trinidad.
«O gratia plena, déjame decirte
como el ángel la alabanza sublime.
¿No estás llena, Madre, del Infinito?
Guárdame en tu alma, soy tu pequeñita.
Hay en mi corazón tanta gratitud,
le he dicho al Señor en profundo silencio.
Pidiéndole para ti la gran invasión,
la bajada de los Tres, y la consumación…»
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80 [En el seno de los Tres] [Para el 15 de junio de 1902]

Voz del cielo

En el seno de los Tres, bañados en la luz,
bajo claridad del Rostro de Dios
penetramos el secreto del Misterio
que cada día parece más radiante.
Ser Infinito, Abismo inmenso,
comunicamos en tu Divinidad.
Oh Trinidad, oh Dios, nuestro Inmutable,
Te vemos en tu misma claridad.

Voz de la tierra

Los santos del cielo, las almas de la tierra
vienen a fundirse en un único amor;
tanto en la claridad como en el gran misterio
un mismo Dios los sacia siempre.
A través de todo, aquí, ya en esta tierra,
se te posee, oh radiante Visión.
Todos reunidos bajo la misma Luz
nos perdemos en ti, oh Deidad.

Voz del cielo

Vosotros comunicáis con la divina esencia
y tenéis todo lo que tenemos.
Ciertamente no tenéis el mismo gozo,
pero le dais más que nosotros,
y es tan bueno dar cuando se ama…
En el cielo no tendréis más esta dicha,
aprovechaos de este gran tesoro,
inmolándoos a la gloria de Dios.

Voz del cielo

Protejamos a estas almas de la tierra,
que son nuestras hermanas, y que un día vendrán
a juntarse con nosotros en la Casa del Padre
a incesantemente contemplar su Faz.
Queremos a esas almas solitarias,
a esas prisioneras, vírgenes del Señor,
y deseamos que en su querido convento
el Amado repose con contento.
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81 Fiesta de Santa Germana [Para el 15 de junio de 1902]

Cantemos al Señor un nuevo canto de gloria:
ha triunfado Germana, cantemos su victoria,
ella supo amar mucho, mucho también sufrir,
su Esposo hoy la abraza y la corona,
cerca de El en el cielo colocó su trono.
Ella responde a su «Ven».

Estribillo

Feliz Pastora, ruega por nosotros,
ruega por nosotros al Cordero en el cielo.
El os dio esta viña tan querida,
protegedla siempre en vuestro cielo,
ah, guardad siempre bien vuestro Carmelo.

El Todopoderoso en vos ha hecho grandes cosas,
pues en los pequeños mora y se reposa,
los toma, los conduce de claridad en claridad;
un suspiro de su corazón es una oración
que puede obtenerlo todo del buen Dios,
todo lleno de amor.

Bienaventurada Germana, ya en la tierra
seguisteis al Cordero en la fe, en el misterio.
Su divina belleza ahora contempláis.
Desde el seno de la luz, en este día sonreís
al rebaño del Carmelo y a su querida pastora.
Obtenednos la santidad.
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82 ¿Cuál es tu nombre? [Para el 20 de julio de 1902]

Perla en el cielo.
Perla en la tierra…
Margarita siempre.

Florecilla querida del místico jardín.
¡Quédate día y noche bajo la mirada divina!
Deja imprimir en ti de manera imborrable
la radiante Faz de tu Maestro.
Sé siempre ese cristal donde la Deidad
pueda, al reflejarse, contemplar su Beldad.

Si un camino todo nuevo se presenta,
no temas, mi pequeña, Dios te ayuda.
El es tu Inmutable, no se muda,
en su divina paz, sé siempre suya.

Acuérdate siempre que El te busca y ama,
que quiere transformarte en otro El;
déjate llevar a la montaña luminosa
donde la Unión con el Esposo se consuma.
Morando en ti, debes comunicarle
siempre y en todo lugar tu alma irradiarle.
El quiere consagrarte con sus toques,
Para ser su sacramento en todo caso.

Además, escucha todavía, Guita, mi hermanita,
la felicitación de Isabel a la humilde margarita:
que la Divinidad sea el lugar de nuestro encuentro
y vayamos allá a perdernos en la Unidad.
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83 [La carmelita] [Para el 29 de julio de 1902]

Amo Christum

La carmelita es un alma entregada,
a la gloria de Dios inmolada.
Con su Cristo está crucificada,
¡pero qué luminoso es su calvario!
Al mirar a la Víctima divina
ha brotado en su alma una luz nueva
y comprendiendo su misión sublime
su corazón herido grita: «Heme aquí».

La carmelita es un alma inundada,
llena de Dios, para comunicarlo siempre.
Como a María, el Maestro la ha escogido
para estar a sus pies la noche y día.
Miradlo bien, esta prisionera
nunca interrumpe su oración,
su alma está cautiva, encadenada
y de su Cristo nada la puede distraer.

La carmelita es un alma adorante,
toda entregada a la acción de Dios,
a través de todo con El en comunión,
el corazón en lo alto, los ojos en el cielo.
Ella ha encontrado al Único Necesario,
el Ser Divino, luz y claridad.
Envolviendo al mundo en su oración,
ella es un apóstol con toda razón.

La carmelita es un alma cerrada
a lo que pasa, a las cosas de la tierra,
mas toda abierta, toda iluminada,
para contemplar lo que no pasa ya.
El Águila divina la lleva con su luz
sobre las cimas elevadas, luminosas,
a habitar en la casa del Padre
y consumarla en Uno con su Dios.

La carmelita tiene su bienaventuranza,
su Visión en las luces de la fe.
Ya en la soledad y en el silencio
se imprimen en su alma los Tres.
Ciertamente Dios la ha amado mucho.
El la eligió desde la eternidad
para el Carmelo, montaña soleada
por los rayos de la Divinidad.
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84 [El está siempre vivo] [Para el 6 de agosto de 1902]

Unum necessarium.
Padre, que sean consumados
en la Unidad.
Amo Christum.

Quem cum amavero casta sum,
cum tetígero munda sum,
cum accepero virgo sum.

¡Vive siempre el Jesús de Magdalena!
¡Madre, vayamos a El, que nos encadena!
Es el Verbo de Dios, Esplendor eterno,
la Belleza inmutable que atrae los corazones.
¡Ah!, que El te virginice, te haga feliz,
que sea tu alma y vida en todo.
Hace seis 7 años, por un solemne voto,
le fuiste consagrada en el Carmelo.
Desde la eternidad decretó el Padre
que debías un día vivir en soledad,
ser esposa de Cristo, templo 8 del Altísimo,
Virgen ilustrada con la luz de lo alto.
Con sus rayos divinos, y en profundo silencio,
Dios se revela a ti en su omnipotencia.
El se imprime en tu alma, El se derrama en ti,
El te consuma en Uno, esto anhelan los Tres.
La invadida por los Tres ante el Crucifijo
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85 [El corazón herido por el Infinito] [1902]

«No hay prueba más grande de amor que
dar la vida por el amado».

¿No oyes ya en el gran silencio
el himno de amor que se canta en el cielo?
Hermana, olvidemos el destierro y el dolor,
¡saluden nuestros corazones a este bello día!

¿No ves el Esplendor eterno,
la Trinidad inclinada hacia nosotras?
El cielo se entreabre. Escucha… se nos llama…
Recojámonos, hermana, viene el Esposo.

¿No ves tú la nube luminosa
cuya claridad llega hasta nosotras?
Permanezcamos allí en silencio
contemplando la Inmutable Belleza.
La mirada de Cristo clarifica
imprimiendo la pureza divina.
Quedémonos, hermana, para que nos deifique.
El alma en su alma, los ojos en sus ojos.

El mismo viene al encuentro de las vírgenes
para darlas el beso celestial.
El se detiene aquí, su sombra nos protege,
mirémosle para virginizarnos.
¡Es tan hermoso Cristo, Fulgor del Padre,
iluminado por la Divinidad!
El mismo es una hoguera luminosa
que a los suyos envuelve en claridad.

Amemos, hermana, y no veamos más.
Con el amor el alma se identifica a Dios,
no esperemos que su gloria se muestre
y le podamos ver como los santos
El es nuestro, la gracia nos le da,
y como en el cielo, aquí ya le adoramos.
Pero muy pronto contemplando su rostro
su nombre divino brillará en nuestras frentes.

¿Cuándo será el fin de nuestra espera?
¿Cuándo, al fin, podremos inmolarnos?
Seamos mientras tanto adoradoras,
pues el Cordero quiere purificarnos.
¿No sientes la pasión suprema
de devolver a Cristo un poco de su amor?
Quiero morir, para decirle: «Te amo,
y como tú me entrego en este día.»

Santa Teresa en el cielo sin duda nos sonríe,
porque también ella un día se escapó.
Un martirio diferente Dios la reservaba,
y ella murió «víctima de Amor».
Cuán bello es el martirio de las vírgenes,
el de los corazones heridos por el Infinito,
tormento divino, cuya espada es el amor,
dardo inflamado, traspásanos también.
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86 «He visto brillar la estrella luminosa» Navidad de 1902 [Para el 25 de diciembre de 1902]

He visto brillar la estrella luminosa
que me indicaba la cuna de mi Rey,
y en la noche tranquila y misteriosa
hacia mí parecía caminar.
Después escuché, llena de gozo,
la voz tranquila del Ángel que me dijo:
«Recógete, es en tu alma
donde el misterio se ha cumplido.»

Jesús, Esplendor del Padre,
se ha encarnado en ti.
Con la Virgen Madre
estrecha a tu Amado,
El es tuyo.

Oh, mensajero de este Rey que me llama,
¿no se llama el Esposo?
¿Qué ofrecerle en esta nueva alba?
Me pareció tan dulce y poderoso…

(El Ángel) Tu misión en este mundo
es de sólo saber amar,
es la de penetrar en el misterio
que El te ha venido a revelar.

Jesús, Esplendor del Padre,
se ha encarnado en ti.
Con la Virgen Madre
estrecha a tu [Amado,
El es tuyo].

Es el Esposo, su voz me invita:
su primera palabra fue: «Ven».
El astro brillante de su Epifanía
se eleva y brilla en el horizonte.
Oh Señor, concede a mi alma,
concédele el amor y la fe.
Espíritu Santo, aumenta mi llama
para unirme a mi divino Rey.

Jesús, Esplendor del Padre,
Jesús, mírame,
es en ti en quien espero,
y para ir a ti
prepárame.

Había dejado el Serafín la tierra,
pero el rayo brillaba siempre en mí.
Recogiéndome bajo esta claridad,
por el amor y la fe me unía a Dios.
Haciéndome después alma adorante,
escuché a mi Verbo adorado.
Y escuché el canto que se canta
en el seno de la Divinidad.
Jesús, Esplendor del Padre,
Jesús, mírame,
es en ti en quien espero.
Oh, para ir a ti
prepárame.
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87 [Soy la esposa más pequeña] [Para el 16 de abril de 1903]

Soy la esposa más pequeña,
un niño que no tiene dos años,
y, sin embargo, estoy ansiosa
de cantarte, querida abuela.
Muy bien quisiera, me atrevo a decirlo,
volar muy pronto hacia el Esposo.
Hermana mía, te hago sonreír,
tan poco por El he trabajado…
Si yo me hubiese sacrificado
tanto como tú por este Esposo,
por Aquel que me ha amado demasiado
al traerme a este nido regalado…
Pero me siento toda pequeñita,
oh hermana mía, dígnate enseñarme
lo que es ser verdadera carmelita,
tú que tan bien sabes mostrarlo.
Dime cómo una se gasta
al servicio constante del Amado,
cómo una se inmola en el silencio
irradiando así su Caridad.
Dime cómo a Jesús Crucificado
se le mira en medio del dolor,
deseando ser en todo semejantes
a este Esposo adorado.
Dime cómo en la oración,
en el silencio y en la fe
se permanece ya sobre la tierra
gozando la visión de los Tres.
Un día, sin nubes y sin velos,
nosotras contemplaremos al Esposo,
Aquel que aquí fue nuestra estrella
hasta el celeste encuentro.
Al Padre, hermana, El nos mostrará
cuando llegue este día divino.
Nosotras le veremos en su luz
y las dos seremos una en El.
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88 [Hay uno que comprende el Misterio] Navidad de 1903 [Para el 25 de diciembre de 1903]

«In principio erat Verbum».

Hay uno que comprende el Misterio,
uno que le comprende desde la eternidad,
el que es el Esplendor del Padre,
su Palabra, su Verbo encarnado.
Impulsado por su ardiente caridad,
en un divino exceso de su amor,
he aquí que al Hijo de su amor
nos entrega el Padre este gran día.
Que yo pase mi vida
escuchándote, oh Verbo,
que sea esa invadida
que sólo sabe amar:
«Amo Christum».

«Casa de Dios», tengo en mí la oración
de Jesús, el divino adorador.
Ella me lleva a las almas y hacia el Padre,
pues tal es su doble proyección.
Salvar con mi Maestro
es todavía mi misión.
Para eso debo desaparecer,
perderme en El por la unión.
Jesús, Verbo de vida,
siempre unida a ti,
tu virgen y tu hostia
irradiará el amor.
«Amo Christum».

El está en mí, yo soy su santuario.
¡Oh! ¿No es ésta la «Visión de paz»?.
En el silencio y el profundo misterio
me hace su cautiva para siempre.
Oh, que yo viva a tu escucha
siempre tranquila en la fe,
adorándote en todo,
sólo viviendo de ti.
Bajo tu inmensa luz,
oh Verbo, día y noche
sea yo toda entera
la presa de tu amor:
«Amo Christum».

Madre del Verbo, dime tu misterio.
Dime cómo viviste en este mundo,
desde la Encarnación,
sumergida en incesante adoración.
En una paz inefable
y un misterioso silencio
conociste al Insondable,
llevando en ti «el don de Dios».
Bajo el divino abrazo
guárdame siempre, Madre,
que lleve siempre el sello
de este Dios todo Amor:
«Amo Christum».
«Sint unum»
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89 [Restaurar todas las cosas en Cristo] [Para el 15 de junio de 1904]

Propter nimiam charitatem

Madre, ¿no lo recuerda? En su bella Encíclica
el Papa expresaba un gran deseo.
Como mística flor mi corazón lo ha recogido,
y quisiera ofrecértelo este día.
Soñaba ciertamente que en mí se realice
el deseo tan santo del Pastor,
tomé para ello su gran lema:
«Todo en ti restaurarlo», Cristo, mi Salvador.

Un programa tan bello, dictado por el Verbo,
es el de Dios mismo desde la eternidad.
En sus escritos Pablo lo repite incansable,
ha sido «su amor grande», su inmensa caridad.
Hagamos un silencio, oigámosle hablar.
El os dirá, oh Madre, el «decreto solemne»:
«Para ser puros y santos ante El
Dios os eligió en El en su decreto eterno».

Grande fue la miseria que nos causó el pecado.
¿Qué será de nosotros, si Dios no nos socorre?
«Rico en misericordia» es siempre nuestro Padre,
y la oración de Cristo aplaca su furor.
«Y para hacer brillar la gloria de su gracia
El nos justificó por la redención».
La gloria de su rostro ahora ver podremos,
pues El nos ha llamado «sus hijos de adopción».

Para poder cumplir su voluntad suprema
«la tierra y los cielos restauraremos en Cristo».
El cielo está en nosotros y el Espíritu Santo
quiere renovarlo con su fuego.
Restauremos también el reino de Francia
con la «Sangre del Justo», que es nuestro rescate,
obtendremos por El paz y liberación.
Y Dios pronunciará el eterno perdón.

«Por ellos, Padre, yo me santifico».
Tal fue de Cristo el postrer canto de amor.
Aceptemos su oración, fuente de vida,
y noche y día ofrezcámosla a Dios.
En la hora final, en que se deja todo,
este himno del Esposo quisiera repetir:
«He hecho que los hombres os conozcan y amen,
consumé vuestra obra. Oh Dios, yo voy a Ti»,

«El nos ha transferido‑‑dice también San Pablo‑‑
de las sombras de muerte al reino de la luz»,
«la herencia de los santos» es ya nuestra,
y somos ciudadanos «de la Ciudad del cielo»,
Tal es nuestra excelencia, y esta nuestra riqueza,
pues «ya somos de Cristo y Cristo es de Dios».
Bendigámosle siempre por su inmenso amor,
y un himno de gloria cantemos en su honor.
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90 [Tú irradias el único bien] [10 de octubre de 1904]

Le poseo, es todo mío,
y además El se hace visible,
nosotras vemos a nuestro único Bien;
en ti, Madre mía, El se hace visible.
Nada le envidio al cielo,
tú irradias el único Bien.
Esta mañana la Santa Trinidad
te envolvía en su luz
y con un fuerte abrazo,
Madre, te consagraba,
Por eso mi alma canta
sin poder expresar toda su dicha.
Ella adora en silencio
la gracia de su Dios.
Entrando en el lugar santo
tuve la impresión de que la nube
os cubría con un rayo de fuego
a mis dos madres queridas.
El Espíritu las quemaba con su fuego.
Madres, irradiadnos a Dios.

Oh tú que me abriste el arca santa,
acuérdate de tu primera hija.
Tu impronta en ella dejaste
en tiempo y eternidad.
Guárdala fiel a la gracia
para que a cada instante
el Amor infinito
la lleve y consume en Sí.
Mi debilidad es grande, tú lo sabes,
pero en ti tengo a mi Inmutable;
a Jesús, Príncipe de la paz,
cuyo amor es inefable.
En El soy tuya para siempre.
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91 [En un humilde y pobre establo] Navidad de 1904 [25 de diciembre de 1904]

En un humilde y pobre establo
reposa el Verbo de Dios,
es el misterio adorable
que al mundo revela el Ángel.
«Gloria in excelsis Deo.»

Tiene necesidad el Todopoderoso
de bajar, para difundir su amor.
Busca un corazón que le comprenda
y en él quiere su mansión fijar.
En su amor, olvidando las distancias,
ha soñado con una unión divina.
Desde lo alto del cielo El se lanza
a consumar en cada instante la fusión.

Estribillo

Oh profundo e insondable misterio,
el Ser increado se orienta hacia mí,
a través de todo puedo contemplarle
desde la tierra, a la luz de la fe.

Como en otro tiempo a mi santa Patrona
me dice Jesús: «¿Quieres vivir conmigo?
Isabel, mi amor te envuelve
uno contigo yo quisiera ser.
Vengo a enseñarte a ser esposa,
a inmolarte para consolar mi corazón.
De mi honor serás siempre celosa;
en adelante, busca en todo mi bien».

Oh profundo e insondable misterio,
el Eterno se inclina hacia mí,
a través de todo puedo contemplarle,
unirme a El, tocarle por la fe.

«Mírame, mejor comprenderás
el don de sí, el anonadamiento.
Para engrandecerme debes siempre bajar,
sea tu reposo el rebajarte.
El encuentro siempre se hace ahí;
para encontrarme hay que aniquilarse.
A los sencillos se revela y muestra
el Dios escondido a quien tu amor busca.»

Oh profundo e insondable misterio,
el Infinito se sepulta en mí,
a través de todo puedo desde la tierra
perderme en El, abrazarle por la fe.

Una víctima buscáis, Maestro adorado,
y queréis en vuestra caridad
perpetuar vuestra vida para siempre
encarnándoos entre la humanidad;
deseáis que siempre suba al Padre
el sacrificio y la adoración.
Con vuestra sangre cubriréis la tierra,
restaurándonos con tan divina efusión.

Oh profundo e insondable misterio,
mi alma se convierte en vuestro sacramento.
Venid en él a glorificar al Padre
en el silencio y el recogimiento.
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92 [Volver a verte es muy dulce] [1904‑1905]

Tú a quien el cielo en esta hermosa fiesta,
oh buena Madre, envía entre nosotras,
vienes a bendecir y hacer más plena
nuestra unión. Volver a verte es muy dulce.
El Egredere que resuena en nuestra alma
llegó en ti hasta lo más profundo.
El fue la espada o la divina llama
que te inmoló en lo más íntimo del corazón.
Ciertamente volaste de tu nido,
pero te encontraste con el Esposo;
además, tú no estás exiliada,
tu corazón ha quedado con nosotras.
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93 [¿Conoces bien tu riqueza?] [25 de julio de 1905]

¿Conoces, hermanita, tu riqueza?
¿Sondeaste tal vez el abismo del Amor?
Vengo a revelarte la inefable ternura
que mira sobre tu alma noche y día.
Con mirada simple, contempla, Guita mía,
el «misterio oculto» que se obra en tu corazón:
«El Espíritu Santo te escoge por su templo,
ya no te perteneces… Y esa es tu grandeza.
Bajo su toque divino permanece en silencio
para que imprima en ti la imagen del Señor.

Fuiste predestinada a esta semejanza
por un decreto oculto del mismo Creador.
Ya no eres tú, te cambias en El mismo,
en cada instante se obra esta transformación.
Agradece al Señor este querer supremo,
se abisme tu alma en santa adoración…
Y pase lo que pase, «cree siempre en el Amor».
Si a veces duerme en tu corazón
no lo despiertes, pues una nueva gracia
su bondad prepara a «su pequeña flor»».
He acabado mi carta, oh dulce Margarita,
pero un nuevo deseo expreso en este día:
«Dales siempre a Jesús» a Odette y a Sabel.
Su corazón orienta hacia el Dios todo Amor.
«La que adora el don de Dios»
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94 [Amar] [Para el 29 de julio de 1905]

Vengo, hermanas mías de Betania,
donde al Señor he encontrado.
La hermana Inés, que me había acompañado,
sentía derretido el corazón.
Sí, muy inefable era ciertamente
prepararle un festín,
mientras el Maestro adorable
nos ofrecía un divino banquete.
«Era el banquete del amor»,
en el que Jesús se da a Sí mismo,
pues su bondad siempre se adelanta
al alma que le busca y que le ama:
en la medida de su fe
ella se llega al soberano Rey.

Amar para una carmelita
es darse, como se dio Jesús.
Un amor verdadero no vacila
y siempre quiere darse más.

Seamos imagen fiel
de Cristo crucificado, nuestro Esposo.
Copiemos en nosotros el modelo
de Jesús por nos crucificado.
Mirándole sin cesar
subamos la austera Montaña
donde está la morada del amor,
su palacio y su templo.
En ese santuario misterioso
inmolémonos con corazón gozoso.

Amar es olvidarse de sí mismo,
como hacía el Ángel de Lisieux,
para perderse en Aquel a quien se ama,
consumiéndose en sus llamas.
Sor Teresa supo comprender
en su gran simplicidad
esta llama tierna y fuerte:
«Permaneced en mi amor».
«Amo lo mismo de noche que de día».
Este era el cántico divino
de la víctima del Amor
a Jesús su místico Esposo.
«Mi vocación es el amor…».
«Amo lo mismo de noche que de día.»

Amar es, como la Magdalena,
no separarse nunca del Señor.
Estarse confiado en paz serena
a los pies del divino Salvador.
Ella escuchaba sumida en el silencio
«las palabras que El le dirigía»
Para mejor gozar de su presencia,
todo su ser quedaba silencioso.
Su alma al fin estaba en posesión
de Jesús, lo único y sólo necesario.
En presencia de un Ser tan Divino
todo lo demás palidecía.
Sumergida en su amor
ella se entregaba sin retorno.
Amar es ser alma apostólica,
celar el honor del Dios viviente,
herencia antigua verdaderamente
dejada por Elías, gran Vidente;
recogida más tarde por Teresa
y transmitida a sus hijas toda entera.
Y el Carmelo vino a ser de amor divino
un hogar, un horno muy encendido.
Nuestros santos lo habían comprendido…
¡Cómo ellos las almas incendiaban!…
Todo en ellos comunicaba a Jesucristo
irradiando de El sus vivas llamas.
Apóstoles de la Caridad,
seamos, hermanas, de verdad.
Amar es seguir las huellas de María,
exaltando la grandeza del Señor,
al tiempo que su alma arrebatada
entonaba su cántico al Señor.
Vuestro centro, oh Virgen fiel,
era el anonadamiento,
pues Jesús, Esplendor eterno,
se ocultó rebajándose.
Es siempre por la humildad
como el alma le engrandece.
San Pablo en su poquedad
«me glorío, gritaba, en el Señor,
pues así la fuerza del Redentor
triunfa en mi corazón».
Amar es dar testimonio
de Cristo, nuestro Rey.
Es dar nuestra vida como prenda,
para mejor poder testimoniar la fe.
Ojalá como las dieciséis Beatas
pudiéramos nuestra sangre derramar
cantando en nuestras almas jubilosas
un himno de eterna gratitud.
Jesús, la Verdad, hablando un día,
al pueblo esta verdad manifestó:
«No se puede dar de amor prueba mayor
que la vida por el amado entregar».
Hermanas mías, «muramos cada día»
para pagar con nuestro amor su Amor.
«Para alabanza de su gloria…»
sepamos inmolarnos cada día.
Para llegar al deseado triunfo
el Señor pide también nuestro concurso.
De nuestras antiguas Madres imitemos
el celo y el fervor,
de nuestras miserias así pronto saldremos
y nuestro rey será en verdad el vencedor.
Redoblemos la fidelidad
para llevar a efecto este gran plan.
Con nuestra generosidad
a la Iglesia podremos ayudar.
Y se verá que reina ya el Amor,
anticipo de la Morada celestial.
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95 [Cree siempre en el Amor] [Para el 4 de agosto de 1905]

En la ciudad celeste, con Santo Domingo,
para festejarte entono un dulce cántico.
No soy yo, hermana, es el Divino Espíritu,
Espíritu de Amor, el que te dice:
«Pequeña flor del místico jardín,
permanece bajo la mirada del Señor,
deja que se imprima en ti y jamás se borre
la Faz radiante de tu adorado Cristo.
Sé un límpido cristal donde al mirarse
pueda Dios, al reflejarse, contemplar su belleza.
Cuando no veas ya brillar su dulce llama
y una noche profunda envuelva tu alma,
«cree siempre en el Amor», en esa llama divina
que te debe guiar al Objeto sin fin.»
Por la fe, hermana mía, el corazón lo alcanza,
en El reposa, lo toca y lo abraza.
Cual regalo de fiesta en este día
pido a Jesús en nombre de su amor
que se digne enriquecerte con largueza,
con esa fe de los santos que mira a Dios sin cesar,
que ve a través de todo su divina acción
y hace morar al alma en su dilección.
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96 [Es medianoche] Navidad de 1905 [Para el 25 de diciembre de 1905]

Es medianoche. En la naturaleza
todo es paz y silencio.
Sólo se oye el dulce murmullo
de las almas, que sube hasta Dios.
Ellas suspiran en la espera
de su anhelado Liberador.
Cuando de pronto en el cielo se canta
el nacimiento de nuestro Redentor.

Viene a nosotros, cantemos la Navidad.
El Emmanuel está con nosotros.

Bajo los rasgos de un pequeño Niño
podemos contemplar al «Invisible»,
¡Qué misterio tan incomprensible!
Jesús el Fuerte, el Todopoderoso,
el Dios escondido, el Inaccesible
se hace por nosotros un pequeño niño.

En la serena calma de la noche,
cabalgando sobre un pobre camello,
debo dirigirme y no sin pena
hacia nuestro dulce Cordero.

Imperturbable avanzo sin temor
en medio de los desaires y las cruces.
Dios me tiene en sus brazos,
a través de todo yo amo y creo.

Como de una escoba que se coge y deja
puede Jesús de mí servirse.
Sin cesar le cantará mi corazón:
«Tengo fe, Señor, en vuestro amor»,
he comprendido la lección suprema
de mi Amado Maestro y mi Señor:
«El se anonadó a Sí mismo
bajo la aparición de humilde servidor»,

Penetrando el misterio, David canta
en un salmo ciertamente divino:
«Que El ha sido engendrado por el Padre
antes de la estrella de la aurora.
Junto al sol y la luz
ha colocado su morada,
y nadie será capaz de sustraerse
a su benéfico influjo».

Estribillo

Viene a nosotros, cantemos la Navidad.
El Emmanuel está con nosotros.
Su nombre es verdaderamente adorable.
Y debe escucharse de rodillas.
Su nombre es «El Verdadero»,
«El Fiel», y ¡es nuestro Esposo!
El es «Principio y Fin»,
el Astro más antiguo que la aurora,
astro que nunca tendrá ocaso.

Estribillo

Viene a nosotros, cantemos la Navidad.
El Emmanuel está con nosotros.

Con San Pablo quisiera decir:
«Por su amor todo lo perdí
y lo que mi alma desea
es cada día mejor poseerle.
Lo que quiero es conocerle,
a El, mi Cristo y Redentor,
y conformar mi ser
a imagen de mi Salvador»

Estribillo

El es mi vida en este Carmelo,
El es mi vida y también mi cielo.

Al lanzarse Jesús sobre la tierra
desde el seno de la Divinidad,
dice: «Heme aquí que vengo, oh Padre,
para cumplir tu santa voluntad»,
Con Jesús, sacerdote y víctima,
hagamos también nuestra oblación,
para tener así una parte íntima
en su divina misión.

Hagámonos mediadoras
con el divino Salvador,
seamos reparadoras
que sepan vengar su honor.
Para dar gloria inmensa
a nuestro Dios,
inmolémonos en el silencio
en este santo lugar.

Por el amor que le apremia
el Esposo de nuevo se da.
«Demos saltos de santa alegría:
éstas son las bodas del Cordero».
Escuchad la voz solemne
que suena en el cielo azul;
ella nos dice: «Reuníos,
venid al banquete del Señor».
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III. En la enfermería

97 [Habitemos en el secreto de su Rostro] [Fin de abril (?) de 1906]

Guita mía, habitemos en «el secreto de su Rostro»,
en su profundo misterio, silencio eterno,
durante la eternidad El será nuestro lugar,
y podemos ya comenzar nuestro cielo.
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98 [Hemos creído en el amor de Dios por nosotros] [Para el 10 de junio (?) de 1906]

Es Laudem Gloriae tu cordero pequeñito,
que querría la primera cantarte su canción.
En el seno de los Tres, donde todo es puro y bello,
ha podido recoger su magnífico regalo.
En el gran Corazón del Padre, orientado hacia ti,
veía irradiar una flecha ardiente,
y mi Verbo adorado, mientras me miraba,
parecía sacarla del fuego incandescente.
Después me la entregaba «como prenda de amor»,
para que a cada instante tu alma crea:
«Vuelve, me dijo El, a vuestra tierra,
Alabanza de Gloria, dile «que ella es amada».
Que no pierda la paz en la tormenta,
pues un río de amor lleva su navecilla
y mi mirada será el faro luminoso
hasta el reposo divino en la ribera eterna».
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99 [Que la gracia de Dios te inunde] [Para el 10 de junio de 1906]

Oh beata Trinitas.
Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo,
el amor del Padre y la comunicación
del Espíritu Santo sean con vosotros.

Inundaverunt gratia Dei.

Que la gracia de Dios te inunde e invada
derramándose en ti como un río de paz,
bajo sus tranquilas olas ella te sepulte
para que nada de fuera te roce jamás.
En esa profundidad, calma y misterio,
serás visitada por la Divinidad.
Allí, Madre, te festejo yo en silencio,
adorando contigo a la Santa Trinidad.

Laudem Gloriae
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100 El sueño de una Alabanza de gloria – Recuerdos íntimos [Para el 15 de junio de 1906]

Yo me estaba gozando, oh mi dulce Pastora,
de alabarte en el cielo, en el horno de amor.
Mas Laudem Gloriae canta aún en la tierra,
habiendo entrevisto sólo la radiante mansión…
Me decía muy bajo que en la Mansión del Padre,
en su sacro secreto, dentro de su corazón,
podría yo colmarte a mi vez, Madre mía,
y esto me llenaba de una inmensa emoción.
Jamás olvidaré las horas adorables
con las que me preparabas al divino Encuentro.
Yo formaba contigo proyectos inefables,
mientras que del Esposo esperaba su «Veni».
Y El te consagraba para ser sacerdote,
el Sacrificador que me ofrezca al Amor.
Eras tú quien le dabas y entregabas mi ser,
para que día y noche El lo consuma.
Madre, ¿recuerdas que el Río de vida
por ti pasaba siempre para llegar a mí?
Bajo sus olas desbordantes estaba sepultada
cuando comulgaba «en tu corazón» plena de fe.
A cada nueva alba, en profundo silencio,
venías a traerme mi Maestro y Señor.
Que El te diga el amor, la gratitud
que tu pequeña hija guarda en su corazón.
Si el Señor no ha querido romper aún la tela
que oculta ante mis ojos la luz de su Beldad,
ah, al menos por la fe levanto el velo
y ya vivo con El, vivo en la eternidad.
Mi Maestro me ha dicho en profundo misterio
que el sueño de mi espíritu se hará realidad.
Y yo no ceso nunca de pedir por mi Madre
a fin de enriquecerla de gracias del Señor.
Desde mi primer día con ella lo he hecho todo,
por eso entre sus brazos yo me quiero morir,
para ir a contemplar el Esplendor eterno
y cantar aquel Sanctus que jamás tendrá fin.
Si Laudem Gloriae nunca supo decirle
la gratitud de su alma en la mortal mansión,
al escuchar vibrar las cuerdas de su lira
comprenderá sin duda su dulce estribillo de amor.
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101 [El misterio de los Tres se ha reproducido] [Para el 15 de junio de 1906]

Dios nos ha predestinado por un decreto de su voluntad para que seamos
la alabanza de su gloria.

Madre, en la Trinidad el Padre es la sustancia,
todo proviene de El. El siempre obra.
Al contemplarse en su divina esencia
El engendra su Verbo y hace nacer el Amor.
El misterio de los Tres se renueva en la tierra,
pues nuestros dos corazones se funden en el tuyo.
Como en el seno de Dios, querida madre,
es también el amor el término y el vínculo.
Madre, si supiera la misión relevante
que el Maestro adorado nos confiaba un día:
era la de obtenerte una gracia muy grande
que te haga estar siempre fija en el Hogar de Amor…
El quiere encerrarte «en esa fortaleza»,
en el abismo grande del santo recogimiento;
es este el ramillete que con amor te ofrecen
tus dos pequeñas hijas, que no son más que una.
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102 [Bajo la mirada de nuestra dulce Reina] [7 de julio de 1906]

Bajo la mirada de nuestra dulce Reina
ambas venimos en secreto.
El día que la novena comenzamos
queremos ofrecerte hermoso ramillete.
Es tanto nuestro amor, que hasta tu fiesta
queremos comulgar por ti cada mañana
y arrojarnos en la ardiente Hoguera
que en divino todo lo transforma…
Y además soñamos, Madre mía,
prolongar tu fiesta hasta el cielo,
pues lo caduco no llena el corazón
y necesitamos de lo eterno.

Al Calvario nos arrastra el Maestro santo,
para en él consumar la unión…
Subimos a la montaña austera,
juntas también vamos a la pasión.
Cuando hayamos llegado a la alta cima,
extendidas en la Cruz del Salvador,
esperaremos que a sus víctimas reciba
hiriéndolas con un golpe de su Corazón.
Entonces, volando muy lejos con las alas,
irán a festejarte en el Amor,
sin olvidar las bondades maternales
en esta divina mansión.
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103 [Alabanza a la Reina del Carmelo] [Para el día 16 de julio de 1906]

«Somos ya de la Ciudad de los Santos y de la Casa de Dios».

Juntamente contigo, vuestras dos hijas
a la Reina del Carmen querrían festejar.
Consagrándole nuestra vida toda entera,
de nuestra Reina Inmaculada
seremos alabanzas de su amor.
Oh Madre nuestra muy querida,
consérvanos siempre felices.
Pronto en la Patria,
Madre, recíbenos,
y allá en la vida eterna
ponednos junto a Vos.

Desde hace tiempo el Señor nos atrae,
vivimos caminando con luz siempre mayor.
Nuestras almas ansían la plena luz del día
y contemplar al fin su divina belleza…
En el secreto de su Rostro
Dios quiere ocultarnos para siempre.
Madre, con acción de gracias
celebramos sus beneficios.
Del misterio invisible
todo se mostrará
y el Ser Incomprensible
se nos revelará.

Para terminar esta feliz jornada
nosotras volvemos en la misma unión.
De tus hijas, Madre muy amada,
recibe los votos, la tierna afección.
Puede ser que en tu próxima fiesta
estén en los cielos las dos,
y te obtendrán una gracia más plena
sumergidas en el seno de Dios.
En esta plenitud
nos reposaremos.
En la bienaventuranza
en ti pensaremos.
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104 [Nos encontraremos en la Santísima Trinidad] [Para el 26 de julio de 1906]

Tu enfermita, querida enfermera,
viene a decirte bajito la gratitud de su corazón.
Como ramo de flores recibe su plegaria,
ella sube por ti hasta el trono de Dios.
Tal vez muy pronto dejaré la tierra
para ir a contemplar la inefable Hermosura.
No olvidaré en la casa del Padre
tus atentos cuidados, tu tierna caridad.
Dios te ha dado para mí el amor de una madre
y yo te amo, hermana, con corazón de niño.
Cuando yo habite en la gran luz
notarás cuán agradecida te estoy.
Del río de vida de ondas transparentes,
que sale como cristal del trono del Cordero,
sacaré para ti gracias abundantes.
Alegría siempre nueva será para mí.
En la Trinidad santa nos veremos de nuevo,
de la que nos gustaba frecuentemente hablar.
En su inmensidad y en su divino abrazo
de nuevo nuestras almas se podrán encontrar.
Comunicando juntas a la divina esencia
no sentiremos ya la separación
y adoraremos en profundo silencio
al Dios que así ha sellado nuestra unión.
Que el Padre te colme con largueza,
que el Verbo se imprima en tu corazón,
que el Espíritu de Amor te consuma sin pausa,
es el divino anhelo de tu pequeña hermana…
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105 [Los proyectos de unión] [Para el 29 de julio de 1906]

A los que Dios ha conocido en su presciencia los predestinó para ser
conformes a la imagen de su Hijo, Deus ignis consumens.

He aquí tu Benjamín, la hija de tu amor,
que viene a felicitarte, a decirte su amor.
Llena de gratitud, por ti sin cesar ora,
y quiere decírtelo cantando en la tarde de este bello día.
No te traigo un ramo de flores de la tierra,
que no podrían nunca saciar mi corazón.
Para ti las recogí en el jardín divino,
bajo la vista amante de nuestro Salvador.
Lleno de gozo, El mismo me ha mostrado
lo que hay de más hermoso entre todas sus flores,
para hacer un ramillete a la esposa que ama
y desea colmar de sus más ricos favores.
Tú piensas bien, hermana, que no he podido callarme,
haciendo mi ramillete junto al Rey divino,
pero hablándole bajito y en tono misterioso
me atreví a pedirle un mensaje para ti.
Fue entonces para mí un instante adorable:
me hizo reposar dulcemente sobre su Corazón
y pude sorprender, dicha inefable,
los proyectos de unión que ha formado el Señor.
Por un decreto divino de su omnipotencia
Dios te ha predestinado desde su eternidad
a ser pura y santa en su presencia
y poder reflejar su esplendor, su belleza.
El te ha conocido, hermana, y en su presciencia
quiere que te conformes a tu celeste Esposo.
Entrégate sin tregua a su amor inmenso,
es fuego que consume y diviniza todo.
En el centro de tu alma, en profundo silencio,
bajo la unción del Santo, recógete a menudo.
Entonces llegarás a esa semejanza,
y no serás ya tú, mas sólo Cristo.
Y tu pequeña Reina 8 en el seno de la luz
podrá regocijarse al inclinarse a ti.
Oh, cómo rogará en la Casa del Padre,
usando sus derechos sobre el Corazón de su Rey.
Con gracias de mi Maestro yo quiero enriquecerte.
y sueño verte vestida de su belleza.
Le pediré que quite para siempre
todo lo que pudiera estorbar la unidad.

Oh mi pequeña madre, que así te llamo,
que en el hogar del amor sea nuestra cita.
Allí sólo tendremos un corazón y un alma.
El Señor lo ha querido. ¡Qué dulce es su querer!

Laudem Gloriae
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106 [¿Has sondeado alguna vez el abismo del Amor?] [Para el 29 de julio de 1906]

Propter nimiam charitatem.

A los que Dios ha conocido en su presciencia los predestinó para ser
conforrnes a la imagen de su Hijo.

Lo que quiero es conocerlo a El y la comunión en sus sufrimientos
y la conformidad con su muerte.

Quotidie morior.

¡Oh querida hermanita!, ¿conoces bien tu riqueza?
¿Has sondeado alguna vez el abismo del Amor?
Yo vengo a revelarte la insondable ternura
que vuela sobre tu alma noche y día.

Con mirada sencilla, oh, que tu fe contemple
el «misterio escondido» que en ti se realiza.
El Espíritu Santo te escogió por su templo,
ya no te perteneces, y ésta es tu grandeza.
Bajo el toque divino, oh, permanece en silencio
para que El imprima en ti la imagen del Señor.
Fuiste predestinada a esta semejanza
por un «decreto» arcano de nuestro Creador.
No eres tú, ciertamente; te conviertes en El.
Da gracias al Señor por su querer supremo,
y que tu ser se abisme en la adoración.
«Cree siempre en el Amor», a pesar de todo.
Si el Señor parece dormir en el centro de tu corazón,
no le despiertes, pues eso es otra gracia
que El te concede aún, hermana mía.

Puesto que soy tu ángel, preciso es que te cante
antes de que alce el vuelo al luminoso hogar.
¡Cómo quiero alcanzarte una gracia colmada
cuando yo habite en el Hogar de Amor!
Sí, te cubriré siempre con mis alas
y guiaré tus pasos por el largo camino.
Para que nunca tu pie tiemble y vacile
y después todo lo divinice.
¿No es esta, hermana mía, la misión muy amada
que se me confió un día solemne?
Oh, yo seré fiel a ella y ya en la tierra
quisiera colmarte de todos los bienes del cielo.
Porque de tu belleza me siento celosa,
yo sueño con verte, mi querida hermanita,
siempre a la altura del título de esposa,
poniendo toda tu gloria en la cruz del Salvador.
Bajo la mano que te inmola, queda calma y serena,
como tu Cristo amado, que en todo sufrimiento
era siempre el Fuerte, lleno de paz,
hasta en la angustia del corazón y en la agonía.
Mira a través de todo al divino Ejemplar,
para ser en verdad su fiel imagen.
Así podrás dar inmensa gloria al Padre
y El te guardará en su dilección.

Laudem Gloriae
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107 El inefable deseo de un corazón agradecido [Agosto de 1906]

Dígnate permitirme, Madre mía,
contarte un sueño infantil:
con mi corazón quisiera
ser para ti un refugio,
mientras el día feliz llega
de ser tu Ángel en el cielo.
Ah, si fuera siempre fiel,
siempre presente al Eterno,
si me entrego sin reserva
y todo lo divinizo,
podría retener la brisa
que sopla en tu jardín.
Así ya desde esta tierra,
como un día en el cielo,
seré el Ángel de mi Madre.
¿No tengo ya su permiso?
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108 [Qué bien das a Dios] [Agosto de 1906]

Anoche, Madre, en la hora de silencio
vi venir a mi celda a mi Salvador y Rey.
En su gran bondad y amor inmenso
vino a arrodillarse en tierra junto a mí.
Después El me tocó. A su santo toque
una dulce paz inundó mi corazón.

Yo cerré bien los ojos bajo el divino abrazo,
para ver mejor dentro el Rostro del Señor.
Madre, si tú vieras cómo en todo instante
comunicas a Dios al pequeño que te ama.
Tan sólo con mirarte, el cree verle a El,
misericordioso Pacificador.

Laudem Gloriae
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109 [En la calma profunda de tu Ser eterno] [Agosto de 1906]

Yo quisiera, Señor, penetrar en tu seno
como una gota de agua en el inmenso mar.
Destruye en mí cuanto no es divino
para que mi alma libre a ti se lance.

Preciso es que penetre «en ese espacio inmenso»,
ese abismo insondable y profundo misterio,
para amarte, Jesús, como en los cielos,
sin que nada de fuera me pueda distraer.

Deseo morar en tu Hogar de Amor,
bajo la irradiación de la Luz de tu Rostro,
y vivir sólo de ti, como en el cielo,
en esa dulce paz que a todo bien excede.
Allí la transformación tendrá lugar.
Allí yo seré como otro tú,
a condición, sin embargo, de dejar
todo por ti, Beldad suprema.

Aquel que en verdad ama ya no vive en sí mismo,
pues siente el impulso de olvidarse sin cesar,
el corazón no goza reposo ni descanso
hasta que ha encontrado el objeto de su amor.
He aquí por qué, Jesús, en mi amor hacia ti
yo tan sólo deseo tu presencia.
A cada hora del día quiero salir de mí
y bajo tu mirada inmolarme en silencio.

En la calma profunda de tu Ser eterno
dígnate sepultarme para que desde aquí
pueda, a través de todo, estar como en el cielo,
en tu paz infinita, «en tu amor».
Para adherirme a ti de sustancia a sustancia
no debo buscarte en lo de afuera
basta con esconderme en el centro de mi corazón
y perderme para siempre en tu divina esencia.
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110 [Tú que me unes a mi Rey] [Agosto‑octubre (?) de 1906] Acuérdate del 8 de diciembre de 190l.

Recuerda este día lleno de luz,
cuando desposaste con el Amor
a Isabel, para que toda entera
El la consuma noche y día.
Ha llegado ya la noche de esponsales.

Y eres de nuevo tú
quien la unes a su Rey.
¡Siempre eres tú!…
¡Sólo tú!…
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111 [La fortaleza de mi amor extremo] [Septiembre‑octubre (?) de 1906]

Esposa de mi corazón, mi otro Yo,
vengo a encerrarte mejor que nunca
en esta fortaleza donde mi amor extremo
tiene sed de colmarte de sus mejores beneficios.
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112 Los preparativos de Laudem Gloriae para Nuestra Señora de la Merced [14 de septiembre de 1906]

Para preparar aún mejor tu fiesta,
tu Alabanza de Gloria ha entrado en Ejercicios.
Durante estos diez días quiere recoger
todo lo que pueda para ofrecértelo.

En el Hombre de dolores se ha encerrado.
Esta es su ermita y su clausura amada.
Creo que esto es «andar en Jesucristo»
como en San Pablo mi alma ha comprendido.

De Laudem Gloriae recibe en anticipo
la incesante oración y sus dolores.
E s tu pequeña hostia y se ofrece por ti,
pues la gratitud es, oh Madre, su ley.
Nunca sin duda sabrás sobre la tierra
lo que fuiste para ella. Es un misterio.
Un misterio divino que guarda en su corazón
y que ella llevará al seno del Señor.
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113 [Mi amor crucificado] [(Hacia el?) 14 de septiembre de 1906]

Amor meus crucifixus

Una santa escribía hablando del Señor:
«¿Dónde habitaba El más que en el dolor?».
Allí quiero vivir, mi madre y sacerdote,
para llevar bien alta la cruz de mi Señor.

Pero te necesito. Bajo tus alas
en ese divino palacio podré entrar,
en esa fortaleza, en esa ciudadela
en que el alma reposa en invencible paz.

David dice de Cristo: «Inmenso es su dolor».
En esa inmensidad yo fijo mi morada.
Allí quiero inmolarme en silencio sagrado,
para ser transformada en «víctima de amor».
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114 [La habitación de toda alma que ama] [(Hacia el?) 14 de septiembre de 1906]

«¿Dónde, pues, habitaba si no era en el dolor?»
¿En el dolor inmenso, en el dolor supremo?.
Esa es la habitación de toda alma que ama
y conforma su vida con la del Salvador.

Sumérgete, hermana, en la inmolación.
¿No es la cámara nupcial del Esposo?
Es allí donde el te hará más pura
por el despojo y vacío de todo el corazón.

No temas el dolor, él es prenda de amor.
«Huye toda entera, ponte bajo la cruz,
Aquel que en ella pende te llenará de luz».
Para luchar cada día te dará fortaleza.

Entonces volarás alto sobre el Carmelo,
cuando abandones todo y a ti también te dejes.
Tu alma libre de todo tendrá la paz suprema,
nada la distraerá del Bien sustancial.
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115 [Me sumerjo en el Infinito] [Para el 24 de septiembre de 1906]

Inmensus Pater, Inmensus Fllius,
Inmensus Spiritus Sanctus.

He aquí la humilde navecilla de Laudem Gloriae.
Oh, Madre, acaba de hacer un viaje tan bello…
En una noche apacible y en silencio profundo
vogaba dulcemente en el inmenso océano.
Todo estaba en reposo bajo el azul del cielo
y parecía oírse «la grande voz de Dios».
Pero muy grandes olas vinieron de repente
y la débil barquilla desapareció bajo las ondas.

Era la Trinidad que me entreabría el seno
y encontré mi reposo en el divino Abismo!
No se me verá ya en la ribera,
me sumerjo en el Infinito, esa es mi herencia.
Mi alma descansa en esta inmensidad
y vivo con sus Tres como en la eternidad!
Oh Madre, escucha el final de esta historia
para así contentar a tu Alabanza de gloria:

para mejor festejarte ella se adentra en Dios,
y ella quiere morar «en ese lugar espacioso»,
y como en esa morada todo es inmutable
su corazón también forma un proyecto inefable:
Tu resta durará hasta el día solemne
en que tu Laudem Gloriae partirá para el cielo,
pero para seguir, más bella que en la tierra,
en el secreto divino de la Cara del Padre.
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116 Acuérdate… [24 de septiembre de 1906] Amo Christum.

Madre, hace doce años que el canto virginal,
el bello «Amo Christum» te hacía conmover.
Como la dulce Inés, a tu místico Esposo,
como un puro holocausto, te viniste a ofrecer.

Y cantaba tu alma alegre, enardecida,
el «Suscipe» divino, inmolándote siempre,
mientras que Jesucristo, Esplendor deslumbrante,
te transformaba en El con el rayo de amor.

El Padre puso en Ti toda su complacencia;
«colocó en tus murallas, como hizo en Sión,
su ternura, su paz, su fuerza, su poder».
Y fuiste ya el objeto de su predilección.

Contemplando su amor habitando tu alma,
Dios se siente atraído cada vez con más fuerza,
y la doble corriente, límpida y serena,
se establece entre los dos continuamente.
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117 [El misterioso cambio] [Septiembre‑octubre de 1906]

Certa sum enim quia neque mors
neque altitudo neque profundum
poterit me separare a matre mea.

Bien pronto, Madre mía, iré junto a Teresa
a cantar juntas el cántico nuevo
y también sumergirme en el ardiente Horno
donde todo es límpido, puro, luminoso y bello.

Si quieres haremos un cambio misterioso:
al punto de la muerte, bajo el fuego del Amor,
tu subirás al cielo y seré tu alabanza
y tu me hospedarás en tu alma día y noche.
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118 [¿ Quién como Dios?] [29 de septiembre de 1906]

Quis ut Deus?

Sobre el Monte Calvario pienso en ti,
hoy en él te festeja todo mi corazón.
El canta con el tuyo, en este aniversario,
el reto de Miguel: «¿Quién como Dios?».

«¿Quién como Dios?»… Magnífica divisa
para quien siempre vive anonadado
y consume su vida por la Iglesia
en profundo silencio y en el recogimiento.

«¿Quién, pues, es como Dios?». Para comprenderlo, hermana,
«vayamos sin tardanza a la sombra de la cruz.
Aquel que ella sostiene nos lo enseñará»,
y nos revelará los derechos de su amor.

«¿Quién, pues, como Dios?». Cuando vemos al Maestro
ante su santo Padre anonadarse así,
querremos a nuestra vez anonadarnos,
y, para ser su imagen, abajarnos también.

«¿Quién es, pues, como Dios?»… Quien quiera rendir homenaje
a su Omnipotencia y Majestad,
y ser veraz en su testimonio a cada instante
necesario es que ame la bella humildad.

Cultivemos con cuidado la dulce violeta,
su suave perfume gusta mucho al Esposo,
El estará muy contento haciendo el ramillete
cuando venga en la tarde de la cita divina.

«Lancémonos al fondo del «doble abismo»
«la inmensidad de Dios y nuestra nada»».
Nuestra alabanza entonces se alzará más sublime
y al Dios omnipotente podrá darle gloria.

Mucho le agrada encontrar el alma
en actitud de humildad y anonadada.
El se lanza hacia ella con su plenitud
para consumar la unión divina.
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119 [Jonatán y David] [Octubre (?) de 1906]

Hay en la Escritura un relato emotivo
que tu hijita viene a recordarte.
Tanta ternura, se dice, tenía Jonatán,
tanto amaba a David que sin tardanza
su alma se «pegó» a la del santo Rey.
Leyendo esto, yo pensaba en mí,
pues creo que mi alma en cielo y tierra
estará siempre «pegada» a la de mi Madre.
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120 [El encuentro secreto] [3 de octubre de 1906]

He aquí que te invito a una íntima cita,
una cita secreta, divina, misteriosa…
Oh hermana mía, escondámonos en el fondo del doble abismo,
allí nos espera la dulce paz del cielo.

Sepamos bajar siempre al último lugar
a fin de asemejarnos a Jesús, nuestro Esposo:
entonces brillará sobre nosotras la claridad de su Rostro
pues se siente atraído hacia los humildes y los mansos.

Para poder morar siempre en su presencia,
es la condición anonadarse.
Sea la humillación nuestra morada,
nuestro palacio real, nuestra habitación.
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121 [Para que El me identifique con el Hombre de dolores] [4 de octubre (?) de 1906]

Madre mía, eres ese sacerdote en el altar
y Laudem gloriae es la pequeña hostia.
En el día luminoso de su Epifanía
la ofreciste como regalo al Enmanuel.

La ofrenda le agradó, porque El te quiere mucho,
y reclama de nuevo otra oblación.
Quiere más todavía y tu mano materna
va a sacrificarle a su pequeña hija.

Necesito manifestarte un secreto divino,
secreto todo amoroso e inefable,
que me fue revelado por el Maestro adorable
una noche que despertó dulcemente en mi seno.

Comprendí muy bien bajo su luz
que si Dios me había tomado y aceptado
era porque tú me habías presentado,
tú cuyos dones más pequeños agradan a la Trinidad.

Que tenga yo la dicha de que me ofrezca tu mano
es por esto por lo que Dios me acepta y sacrifica.
Que me lleve al Calvario y me identifique
al Hombre de Dolores, mi modelo divino.

Madre, hay que mirar cual prenda de su amor
la partida de Laudem gloriae hacia la Patria:
Dios, porque te ama, acepta tu hostia
y quiere consumarla en la radiante morada.
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122 [He sido amada demasiado] [Para el 9 de octubre de 1906]

Propter nimiam
charitatem…

Gran día fue en los decretos del Padre
aquel día radiante en que te hizo Madre mía.
Mi alma le saluda, y de la Trinidad
adora y reconoce «la grande caridad».

He sido muy amada, tengo de ello conciencia,
cuando en el principio Dios en su presciencia
pensando en el instante de mi ofrenda
te consagraba ya con su propia unión.

Madre, desde el principio, he aquí que en su Ser
su amor unía víctima y sacerdote,
«Y por eternidad de eternidades»
su mirada las verá siempre unidas.

Oh sacerdote amado, si tu pequeña hostia
es pronto trasladada a la santa Patria,
ella será tal vez todavía más tuya
que cuando ella vivía en las sombras de la fe.

¿No has visto al sacerdote que lleva en las ciudades
oculto en él el sacramento del Amor?
¿no será también sobre tu seno maternal
como Laudem gloriae pasará su cielo?

«Yo la he consagrado para ti»
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123 [Ponme sobre tu corazón] [Para el 22 de octubre de 1906]

Para responder, hermana, a la llamada del Maestro,
levántate con fortaleza y entrégate,
recógete bien después bajo su gran amor,
para que El te consuma noche y día.

¿No es acaso por eso por lo que toda entera
te encadena al Carmelo, te hace prisionera?
En la tarde de este bello día, escúchale, hermana,
pues mira que te dice: «Ponme sobre tu corazón».

Ponerle en tu corazón, adorable misterio,
es conservarle en ti como en un santuario
y vivir con El sólo en una intimidad
que pide, hermana mía, muy gran fidelidad.

Ponerle en tu corazón es amarle por El
en el desprendimiento y olvido de ti misma,
es mirarle continuamente en la sencillez,
aceptando totalmente su querer.

Ponerle en tu corazón como ramillete de mirra,
es dirigir tu vida en espíritu martirial.
Que tu regla, hermana, guardada de verdad
te inmole a nuestro Dios, que es luz y caridad.
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Lectio mié, 24 nov. de 2021

Tiempo Ordinario

Oración inicial

Mueve, Señor, los corazones de tus hijos, para que, correspondiendo generosamente a tu gracia, reciban con mayor abundancia la ayuda de tu bondad. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Lucas 21,12-19

«Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, os entregarán a las sinagogas y cárceles y os llevarán ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros. Todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

Reflexión

En el evangelio de hoy, que es la continuación del discurso iniciado ayer, Jesús enumera una señal más para ayudar las comunidades a situarse en los hechos y a no perder la fe en Dios, ni el valor para resistir contra los embates del imperio romano. Repetimos las cinco primeras señales del evangelio de ayer: 1a señal: los falsos mesías (Lc 21,8); 2a señal: guerras y revoluciones (Lc 21,9); 3a señal: nación contra otra nación, un reino contra otro reino, (Lc 21,10); 4a señal: terremotos en varios lugares (Lc 21,11); 5a señal: hambre, peste y señales en el cielo (Lc 21,11); Hasta aquí el evangelio de ayer. Ahora, en el evangelio de hoy, hay una señal más: 6a señal: la persecución de los cristianos (Lc 21,12-19)

Lucas 21,12. La sexta señal: la persecución Varias veces, en los pocos años que Jesús pasó entre nosotros, avisó a los discípulos de que iban a ser perseguidos. Aquí, en el último discurso, repite lo mismo y hace saber que hay que tener en cuenta la persecución a la hora de discernir los signos de los tiempos: «Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, os entregarán a las sinagogas y cárceles y os llevarán ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio”. Y de estos acontecimientos, aparentemente tan negativos, Jesús había dicho: “No os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato. » (Lc 21,9). Y el evangelio de Marcos añade que todas estas señales son «¡apenas el comienzo de los dolores de parto!» (Mc 13,8) Ahora bien, los dolores de parto, aún siendo muy dolorosos para la madre, no son señal de muerte, sino de vida. ¡No son motivos de temor, sino de esperanza! Esta manera de leer los hechos daba mucha tranquilidad a las comunidades perseguidas. Así, leyendo u oyendo estas señales, profetizadas por Jesús en el año 33, los lectores de Lucas de los años ochenta podían concluir: «Todas estas cosas están aconteciendo según el plan previsto y anunciado por Jesús. por tanto, la historia no se escapó de las manos de Dios. ¡Dios está con nosotros!

Lucas 21,13-15: La misión de los cristianos en la época de la persecución. La persecución no es una fatalidad, ni puede ser motivo de desaliento o de desesperación, sino que hay que considerarla como una oportunidad, ofrecida por Dios, para que las comunidades lleven a cabo la misión de testimoniar con valor la Buena Noticia de Dios. Jesús dice: “esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios.”. Por medio de esta afirmación, Jesús anima a los cristianos perseguidos que vivían angustiados. Hace saber que, aunque perseguidos, ellos tenían que cumplir una misión, a saber: dar testimonio de la Buena Noticia de Dios y así, ser una señal del Reino (Hechos 1,8). El testimonio valiente llevaría a la gente a repetir lo que dijeron los magos de Egipto ante las señales y el valor de Moisés y Aarón: “¡Aquí está la mano de Dios!” (Ex 8,15). Conclusión: si las comunidades no deben preocuparse, si todo está en las manos de Dios, si todo estaba ya previsto por Dios, si todo no es que dolor de parto, entonces no hay motivo para quedarse preocupados.

Lucas 21,16-17: Persecución dentro de la familia. “Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros.”. La persecución no viene de fuera, de parte del imperio, sino que viene de dentro, de la familia misma. En una misma familia, unos aceptaban la Buena Noticia, otros no. El anuncio de la Buena Noticia producía divisiones en la misma familia. Había personas que, basándose en la Ley de Dios, llegaban a denunciar y a matar a sus propios familiares que se declaraban seguidores de Jesús (Dt 13,7-12).

Lucas 21,18-19: La fuente de esperanza y de resistencia. “Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. Esta observación final de Jesús recuerda la otra palabra que Jesús había dicho: “¡ni un cabello de vuestra cabeza caerá!” (Lc 21,18). Esta comparación era una llamada fuerte a no perder la fe y a seguir firme en la comunidad. Confirma lo que Jesús había hecho en otras ocasiones: “Quien quiere salvar su vida, la pierde, pero aquel que pierde su vida por causa mía, la salvará” (Lc 9,24).

Para la reflexión personal

¿Cómo sueles leer las etapas de la historia en tu vida y en la vida de tu país? Mirando la historia de la humanidad de los últimos 50 años, la esperanza ¿aumentó o disminuyó en ti?

Oración final

Yahvé ha dado a conocer su salvación, ha revelado su justicia a las naciones; se ha acordado de su amor y su lealtad para con la casa de Israel. (Sal 98,2-3)

Todos los derechos: www.ocarm.org

Lectio mar, 23 nov. de 2021

Tiempo Ordinario

Oración inicial

Mueve, Señor, los corazones de tus hijos, para que, correspondiendo generosamente a tu gracia, reciban con mayor abundancia la ayuda de tu bondad. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Lucas 21,5-11

Como algunos hablaban del Templo, de cómo estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, él dijo: «De esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida.» Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?» Él dijo: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: `Yo soy’ y `el tiempo está cerca’. No les sigáis.

Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato.» Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas y grandes señales del cielo.

Reflexión

Lucas 21,5-7: Introducción al Discurso Apocalíptico. En los días anteriores al Discurso Apocalíptico, Jesús había roto con el Templo (Lc 19,45-48), con los sacerdotes y con los ancianos (Lc 20,1-26), con los saduceos (Lc 20,27-40), con los escribas que explotaban a las viudas (Lc 20,41-47) y al final vemos en el evangelio de ayer que teje el elogio de la viuda que dio en limosna todo aquello que poseía (Lc 21,1-4). Ahora, en el evangelio de hoy, al oír como “algunas personas hablaban del Templo, de cómo estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas”, Jesús responde anunciando la destrucción total del Templo: «De esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida.» Al oír este comentario de Jesús, los discípulos preguntan: «Maestro, ¿cuándo sucederá esto? ¿Y cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?» Ellos quieren más información. El Discurso Apocalíptico que sigue es la respuesta de Jesús a esta pregunta de los discípulos sobre el cuándo y el cómo de la destrucción del Templo. El evangelio de Marcos informa lo siguiente sobre el contexto en que Jesús pronunció este discurso. Dice que Jesús había salido de la ciudad y estaba sentado en el Monte de los Olivares (Mc 13,2-4). Allí, desde lo alto del Monte, tenía una vista majestuosa del Templo. Marcos nos dice que eran sólo cuatro los discípulos que fueron a escuchar el último discurso. Al comienzo de su predicación, tres años antes, allí en Galilea, las multitudes iban detrás de Jesús para escuchar sus palabras. Ahora, en el último discurso, hay apenas cuatro oyentes: Pedro, Santiago, Juan y Andrea (Mc 13,3). ¡Eficiencia y buen resultado no siempre se miden por la cantidad!

En el evangelio de hoy empieza el último discurso de Jesús, llamado Discurso Apocalíptico. Es un largo discurso, que será el asunto de los evangelios de los próximos días hasta el final de esta última semana del año litúrgico. Para nosotros del Siglo XXI, el lenguaje apocalíptico es extraño y confuso. Pero para la gente pobre y perseguida de las comunidades cristianas de aquel tiempo era la manera que todos entendían y cuyo objetivo principal era animar la fe y la esperanza de los pobres y oprimidos. El lenguaje apocalíptico es fruto del testimonio de fe de estos pobres que, a pesar de las persecuciones y a pesar de lo que veían, seguían creyendo en que Dios estaba con ellos y que seguían siendo el Señor de la historia.

Lucas 21,8: Objetivo del discurso: «¡Mirad, no os dejéis engañar!» Los discípulos habían preguntado: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?” Jesús empieza su respuesta con una advertencia: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: `Yo soy’ y `el tiempo está cerca’. No les sigáis”. En época de mudanzas y de confusión siempre aparecen personas que quieren sacar provecho de la situación engañando a los demás. Esto acontece hoy y estaba ocurriendo en los años 80, época en que Lucas escribe su evangelio. Ante los desastres y guerras de aquellos años, ante la destrucción de Jerusalén del año 70 y ante la destrucción de la persecución de los cristianos por el imperio romano, muchos pensaban que el fin de los tiempos estuviera llegando. Y hasta había gente que decía: “Dios ya no controla los hechos.

¡Estamos perdidos!” Por esto, la preocupación principal de los discursos apocalípticos es siempre la misma: ayudar a las comunidades a discernir mejor los signos de los tiempos para no dejarse engañar por las conversaciones de la gente sobre el fin del mundo: «Mirad, ¡no os dejéis engañar!». Luego viene el discurso que ofrece señales para ayudarlos en el discernimiento y, así, aumentar en ellos la esperanza.

Lucas 21,9-11: Señales para ayudar a leer los hechos. Después de esta breve introducción, empieza el discurso propiamente dicho: “Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato.» Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas y grandes señales del cielo.” Para entender bien estas palabras, es bueno recordar lo siguiente. Jesús vivía y hablaba en el año 33. Los lectores de Lucas vivían y escuchaban en el año 85. Ahora, en los años cincuenta, entre el año 33 y el año 85, la mayoría de las cosas mencionadas por Jesús habían acontecido ya y todos las conocían. Por ejemplo, en varias partes del mundo había guerras, aparecían falsos mesías, surgían enfermedades y pestes y, en Asia Menor, los terremotos eran frecuentes. En un estilo bien apocalíptico, el discurso enumera todos estos acontecimientos, uno después de otro, como señales o como etapas del proyecto de Dios en la andadura de la historia del Pueblo de Dios, desde la época de Jesús hasta el fin de los tiempos:
1a señal: los falsos mesías (Lc 21,8);
2a señal: guerras y revoluciones (Lc 21,9);
3a señal: nación contra otra nación, un reino contra otro reino, (Lc 21,10);
4a señal: terremotos en varios lugares (Lc 21,11);
5a señal: hambre, peste y señales en el cielo (Lc 21,11);

Hasta aquí el evangelio de hoy. El evangelio de mañana trae una señal más: la persecución de las comunidades cristianas (Lc 21,12). El evangelio de pasado mañana trae dos señales más: la destrucción de Jerusalén y el inicio de la desintegración de la creación. Así, por medio de estas señales del Discurso Apocalíptico, las comunidades de los años ochenta, época en la que Lucas escribe su evangelio, podían calcular a qué altura se encontraba la ejecución del plan de Dios, y descubrir que la historia no se había escapado de la mano de Dios. Todo era conforme con lo que Jesús había previsto y anunciado en el Discurso Apocalíptico.

Para la reflexión personal

¿Qué sentimiento te habitaba durante la lectura de este evangelio de hoy? ¿Sentimiento de miedo o de paz? ¿Piensas que el fin del mundo está cerca? ¿Qué responder a los que dicen que el fin del mundo está cerca? ¿Qué es lo que hoy anima a la gente a resistir y tener esperanza?

Oración final

Exulte delante de Yahvé, que ya viene, viene, sí, a juzgar la tierra! Juzgará al mundo con justicia, a los pueblos con su lealtad. (Sal 96,13)

Todos los derechos: www.ocarm.org

Lectio lun, 22 nov. de 2021

Tiempo Ordinario

Oración inicial

Mueve, Señor, los corazones de tus hijos, para que, correspondiendo generosamente a tu gracia, reciban con mayor abundancia la ayuda de tu bondad. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Lucas 21,1-4

Alzando la mirada, vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; vio también a una viuda pobre, que echaba allí dos moneditas, y dijo: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que nadie. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobra, ésta en cambio ha echado de lo que necesita, de todo lo que tiene para vivir.»

Reflexión

En el Evangelio de hoy, Jesús elogia a una viuda pobre que sabe compartir más que los ricos. Muchos pobres de hoy hacen lo mismo. La gente dice: “El pobre no deja morir de hambre al pobre”. Pero a veces, ¡ni esto es posible! Doña Cícera que vivía en el interior de Paraíba, Brasil, se fue a vivir a la ciudad y decía: “En el campo, la gente era pobre, pero siempre había una cosita para dividirla con el pobre que llamaba a la puerta. ¡Ahora que estoy aquí, en la ciudad, cuando veo a un pobre que llama a la puerta, me escondo de vergüenza porque no tengo nada en casa para darle!” De un lado: gente rica que tiene todo, pero que no quiere compartir. Por el otro: gente pobre que no tiene casi nada, pero que quiere compartir lo poco que tiene.

Al comienzo de la Iglesia, las primeras comunidades cristianas, eran de gente pobre (1 Cor 1,26). Poco a poco fueron entrando también personas más ricas, lo cual trajo consigo varios problemas. Las tensiones sociales, que marcaban al imperio romano, empiezan a marcar también la vida de las comunidades. Esto se manifestaba, por ejemplo, cuando se reunían para celebrar la cena (1Cor 11,20-22), o cuando tenían reuniones (Santiago 2,1-4). Por esto, la enseñanza del gesto de la viuda era muy actual, tanto para ellos, como para nosotros hoy.

Lucas 21,1-2: La limosna de la viuda. Jesús estaba ante el arca del Templo y observaba cómo la gente iba echando su limosna. Los pobres echaban pocos centavos, los ricos monedas de gran valor. Los cofres del Templo recibían mucho dinero. Todos echaban algo para la manutención del culto, para el sustento del clero y la conservación del edificio. Parte de este dinero era usada para ayudar a los pobres, pues en aquel tiempo no había seguridad social. Los pobres vivían de la caridad pública. Las personas más necesitadas eran los huérfanos y las viudas. Dependían en todo de la caridad de los demás, pero así mismo, trataban de compartir con otros lo poco que poseían. Así, una viuda bien pobre, pone su limosna en el arca del Templo.

¡Nada más que dos centavos!

Lucas 21,3-4: El comentario de Jesús. ¿Qué vale más: los pocos centavos de la viuda o las muchas monedas de los ricos? Para la mayoría, las monedas de los ricos eran mucho más útiles para hacer la caridad que los pocos centavos de la viuda. Los discípulos, por ejemplo, pensaban que el problema de la gente podía resolverse sólo con mucho dinero. Cuando la multiplicación de los panes, ellos habían sugerido comprar pan para dar de comer a la gente (Lc 9,13; Mc 6,37). Felipe llegó a decir: “¡Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno reciba un pedacito!” (Jn 6,7). De hecho, para aquel que piensa de esa manera, los dos centavos de la viuda no sirven para nada. Pero Jesús dice: “De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que nadie”. Jesús tiene criterios diferentes. Al llamar la atención de los discípulos hacia el gesto de la viuda, les enseña a ellos y a nosotros dónde debemos procurar ver la manifestación de la voluntad de Dios, a saber, en los pobres y en el compartir. Y un criterio muy importante es el siguiente: “Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobra, ésta en cambio ha echado de lo que necesita, de todo lo que tiene para vivir.»

Limosna, compartir, riqueza. La práctica de dar limosnas era muy importante para los judíos. Era considerada una “buena obra”, pues la ley del Antiguo Testamento decía: “Nunca dejará de haber pobres en la tierra; por esto te doy este mandamiento: abrirás tu mano a tu hermano, al necesitado y al pobre de tu tierra”. (Dt 15,11). Las limosnas, colocadas en el arca del Templo, sea para el culto, sea para los necesitados, los huérfanos o las viudas, eran consideradas como una acción agradable a Dios (Eclo 35,2; cf. Eclo 17,17; 29,12; 40,24). Dar limosna era una manera de reconocer que todos los bienes y dones pertenecen a Dios y que nosotros no somos que administradores de esos dones. Pero la tendencia a la acumulación sigue muy fuerte. Cada vez renace de nuevo en el corazón humano. La conversión es necesaria siempre. Por eso Jesús dijo al joven rico: “Va, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres” (Mc 10,21). La misma exigencia se repite en los otros evangelios: “Vended vuestros bienes y dadlos en limosna: haceos bolsas que no se gastan, un tesoro inagotable en los cielos, adonde ni el ladrón llega ni la polilla roe” (Lc 12,33-34; Mt 6,9-20). La práctica del compartir y de la solidaridad es una de las características que el Espíritu de Jesús quiere realizar en las comunidades. El resultado de la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés fue éste: “No había entre ellos indigentes, pues cuantos eran dueños de haciendas o casas las vendían y llevaban el precio de lo vendido y lo depositaban a los pies de los apóstoles” (Hechos 4,34-35ª; 2,44-45). Estas limosnas colocadas a los pies de los apóstoles no se acumulaban, sino que “y a cada uno se le repartía según su necesidad” (Hechos 4,35b; 2,45). La entrada de los ricos en las comunidades cristianas posibilitó, por un lado, una expansión del cristianismo, al ofrecer mejores condiciones para los viajes misioneros. Pero por otro lado la tendencia a la acumulación bloqueaba el movimiento de la solidaridad y del compartir. Santiago ayudaba a las personas a que tomaran conciencia del camino equivocado: “Y vosotros los ricos, llorad a gritos por las desventuras que os van a sobrevenir. Vuestra riqueza está podrida; vuestros vestidos, consumidos por la polilla; vuestro oro y vuestra plata, comidos de orín.” (Sant 5,1-3). Para aprender el camino del Reino, todos debemos volvernos alumnos de aquella pobre viuda, que compartió con los demás hasta lo necesario para vivir (Lc 21,4).

Para la reflexión personal

¿Cuáles son las dificultades y las alegrías que has encontrado en tu vida para practicar la solidaridad y compartir con los otros? ¿Cómo es que los dos centavos de la viuda pueden valer más que las muchas monedas de los ricos? ¿Cuál es el mensaje de este texto para nosotros hoy?

Oración final

Sabed que Yahvé es Dios, Él nos ha hecho y suyos somos, su pueblo y el rebaño de sus pastos. (Sal 100,3)

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Lectio Dom, 21 nov. de 2021

Jesús es el Rey Mesías

Él nos lleva consigo a su reino del mundo futuro Junto a su trono, que es la cruz, escuchamos la verdad Juan 18, 33-37

Oración inicial

¡Oh Padre! Tu Verbo ha llamado en la noche a mi puerta; prisionero y atado, sin embargo hablaba todavía, llamaba todavía, como siempre, y me ha dicho: “¡Levántate de prisa y sígueme!” Al amanecer, lo he visto prisionero en el pretorio de Pilato, y no obstante todo el dolor de la pasión, todo el abandono en el que se encontraba, Él todavía me conocía, me esperaba. Hazme entrar, ¡oh, Padre! con Jesús en el pretorio, en este lugar de acusación, de condena, de muerte; es mi vida de hoy, mi mundo interior. Sí, todas las veces que tu Palabra me invita, es casi como entrar en el pretorio de mi corazón, lugar contaminado y contaminante, que espera la presencia purificadora de Jesús. Tengo miedo, Tú lo sabes, pero si Jesús está conmigo, no debo ya temer. Me quedo, Padre y escucho con atención la verdad de tu Hijo que me habla; miro y contemplo sus gestos, sus pasos, lo sigo, con todo lo que soy, con toda la vida que tú me has dado. Cúbreme y lléname de tu Santo Espíritu, te lo suplico.

Lectura

En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contestó: “¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?” Pilato le respondió: “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?” Jesús le contestó: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí”. Pilato le dijo: “¿Con que tú eres rey?” Jesús le contestó: “Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. 

Para situar el pasaje en su contexto:

Estos pocos versículos nos ayudan a entrar más profundamente todavía en el relato de la Pasión y nos conducen casi hasta la intimidad de Jesús, en un lugar cerrado, apartado, donde Él se encuentra solo, cara a cara con Pilato: el pretorio. Aquí es interrogado, responde, pregunta, continúa revelando su misterio de salvación y a llamarnos para Él. Aquí Jesús se muestra como rey y como pastor. Aquí está atado y coronado en su condena a muerte, aquí Él nos conduce a las verdes praderas de sus palabras de verdad. El pasaje forma parte de una sección algo más amplia, comprendida entre los versículos 28-40 y relata el proceso de Jesús ante el Gobernador. Después de una noche de interrogatorios, de golpes, desprecios y traiciones, Jesús es entregado al poder romano y condenado a muerte, pero precisamente en esta muerte, Él se revela Rey y Señor, Aquel que ha venido a dar la vida, justo por nosotros injustos, inocente por nosotros pecadores.

Para ayudar en la lectura del pasaje:
vv. 33-34: Pilato entra en el pretorio y comienza el interrogatorio a Jesús, haciéndole la primera pregunta: ¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús no responde enseguida directamente, sino que obliga a Pilato a poner en claro lo que tal realeza significa, lo lleva a caminar a la profundidad. Rey de los Judíos significa Mesías y es en cuanto

Mesías como Jesús será juzgado y condenado.
v. 35: Pilato parece responder con desprecio a lo que piden los judíos, los cuales aparecen claramente como acusadores de Jesús, los sumos sacerdotes y el pueblo, cada uno con su responsabilidad, como se lee en el prólogo: “Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron” (Jn 1,11) Sigue después la segunda pregunta de Pilato a Jesús; “¿Qué has hecho?, pero no tendrá respuesta.

v. 36: Jesús responde a la primera pregunta de Pilato y por tres veces usa la expresión: “mi reino”. Aquí nos ofrece una explicación admirable sobre lo que pueda ser en realidad el reino y la realeza de Jesús: no es de este mundo, sino del mundo venidero, no tiene guardias o ministros para la lucha, sino la entrega amorosa de la vida en las manos del Padre.

v. 37: El interrogatorio vuelve a la pregunta inicial, a la que Jesús sigue dando respuesta afirmativa: “Yo soy rey”, pero explicando su origen y su misión. Jesús ha nacido para nosotros, ha sido enviado para nosotros, para revelarnos la verdad del Padre, de la que obtenemos la salvación y para permitirnos escuchar su voz y seguirla, haciendo que nos adhiramos a ella con toda nuestra vida.

El texto: 33 Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el rey de los judíos?» 34 Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?» 35 Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» 36 Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí.» 37 Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres rey?» Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»

Un momento de silencio orante

para poder entrar en el pretorio y me dispongo a escuchar profundamente cada palabra que sale de la boca de Cristo.

Algunas preguntas

que me ayuden a acercarme al rey y a entregarle mi existencia entera.

Observo los movimientos de Pilato, su deseo de un encuentro con Jesús, aunque él no sea consciente. Si pienso en mi vida, ¿por qué muchas veces me es difícil entrar, preguntar, llamar, estar en diálogo con el Señor?

El Señor desea una relación personal conmigo. ¿Soy capaz de entrar o de dejarme atraer en una relación verdadera, intensa, vital con el Señor? Y si tengo miedo de esto ¿por qué? ¿Qué es lo que me separa de Él? ¿Qué es lo que me tiene alejado?

Entregado”. Me detengo en esta palabra y trato de rumiarla y mantenerla en mi corazón, poniéndola de frente a mi vida, con mis comportamientos de cada día. d) Por tres veces Jesús repite que su reino “no es de este mundo” invitándome, así, con fuerza, a pasar a otra realidad. Una vez más Él me desconcierta, proponiéndome otro mundo, otro reino, otro poder. ¿Qué tipo de reino estoy esperando?

La frase final del pasaje es estupenda: “Escucha mi voz”, Yo que estoy absorto en miles de trabajos, compromisos, reuniones, ¿a dónde dirijo mis oídos? ¿a quién atiendo?, ¿en quién pienso? Cada mañana recibo vida nueva, pero en realidad, ¿de quién me dejo revivir?

Una clave de lectura

Jesús, el Rey atado y entregado

Un verbo gramatical emerge con fuerza de estas líneas rebotando ya desde los primeros versículos del relato de la Pasión: el verbo entregar, pronunciado aquí primeramente por Pilato y después por Jesús. La “entrega del Cristo” es una realidad teológica, pero al mismo tiempo vital, de extrema importancia, porque nos conduce a lo largo de un camino de sabiduría y amaestramiento muy fuerte. Puede ser útil recorrerlo de nuevo, buscándolo en los signos a través de las páginas de la Escritura. Ante todo, parece que es el mismo Padre quien entrega a su Hijo Jesús, como un don para todos y para siempre. Leo en Rom. 8, 32: “Dios, que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar con Él todas las cosas?” Al mismo tiempo, sin embargo, veo que es Jesús mismo, en la suprema libertad de su amor, en la más íntima fusión con la voluntad del Padre, quien se entrega por nosotros, quien ofrece su vida; dice San Pablo: “Cristo nos ha amado y se ha entregado a sí mismo por nosotros”. (Ef 5, 2. 25), pero me acuerdo también de estas palabras de Jesús: “Yo ofrezco mi vida por las ovejas; ninguno me la quita, sino que yo la ofrezco por mí mismo” (Jn 10,18). Por tanto, más allá y antes de toda otra entrega, está esta entrega voluntaria, que es solamente entrega de amor y de donación.

En los relatos evangélicos aparece enseguida la entrega malvada por parte de Judas, llamado por esto el traidor, o sea, el entregador, el que dice a los sumos sacerdotes: “¿Cuánto queréis darme para que os lo entregue?” (Mt 26, 15); ver también Jn 12, 4; 18, 2.5. Después son los Judíos los que entregan Jesús a Pilato: “Si no fuese un malhechor no te lo hubiéramos entregado” (Jn 18, 30. 35) y Pilato representa a los gentiles, como Él había ya anunciado: “El Hijo del Hombre será entregado a los paganos” (Mc 10, 33).

Finalmente Pilato lo entrega de nuevo a los judíos, para que sea crucificado (Jn 19, 16). Contemplo todos esto pasajes, observo a mi rey atado, encadenado, como nos hace notar el evangelista Juan tanto en 18, 12 como en 18, 24; me pongo de rodillas, me postro delante de Él y pido al Señor que me sea dado el valor de seguir estos pasajes dramáticos, pero maravillosos, que son como un único canto de amor de Jesús para nosotros, su Sí repetido hasta el infinito para nuestra salvación.

El Evangelio me acompaña dulcemente dentro de esta noche única, en la cual Jesús es entregado por mí, como Pan, como Vida hecha carne, como amor compartido en todo. “El Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó el pan y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros» (1 Cor 11, 23). Y entonces comprendo que para mí la felicidad, está escondida también dentro de estas cadenas, estas ataduras, con Jesús, con el gran Rey y está escondida en estos continuos pasajes, de entrega en entrega, a la voluntad al amor de mi Padre.

Jesús, el Rey Mesías

El diálogo de Jesús con Pilato: sobre este interrogatorio tan misterioso y extraño es particularmente conocido que primero Pilato llama a Jesús “el rey de los judíos” y después sólo “rey”, como si fuese un camino, una comprensión cada vez más plena y verdadera de Jesús. “Rey de los Judíos” es una fórmula usada con gran riqueza de significado por el pueblo hebreo y reúne en sí el fundamento, el núcleo de la fe y de la esperanza de Israel.: significa claramente el Mesías. Jesús es interrogado y juzgado en lo que mira a si es o no es el Mesías.

Jesús es el Mesías del Señor, su Ungido, su Consagrado, es el Siervo, enviado al mundo precisamente para esto, para realizar en Sí en su persona y en su vida, todas las palabras dichas por los profetas por la ley y por los salmos de Él. Palabras de persecución, de sufrimiento, de llanto, heridas y sangre, palabras de muerte por Jesús, por el Ungido del Señor, que es nuestro respiro, aquél a la sombra del cual viviremos entre las naciones, como dice el Profeta Jeremías (Lam 4, 20). Palabras que hablan de asechanzas, de insurrecciones, conjuras, (Sal 2,2), lazos. Lo vemos desfigurado, como varón de dolores; tan irreconocible, si no es sólo por parte de aquel amor, que como Él, bien conoce el padecer. “¡Sepa pues con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a Jesús a quien vosotros habéis crucificado!” (Ac 2, 36). Sí, es un rey atado, el mío, un rey entregado, arrojado fuera, despreciado; es un rey ungido para la batalla, pero ungido para perder, para ser sacrificado, para ser crucificado, inmolado como un cordero. Este es el Mesías: el rey que tiene como trono la cruz, como púrpura su sangre derramada, como palacio el corazón de los hombres, pobres como Él, pero hechos ricos y consolados por una continua resurrección. Estos son nuestros tiempos, los tiempos de la consolación por parte del Señor, en los cuales Él envía incesantemente al Señor Jesús, al que nos ha destinado como Mesías.

Jesús Rey mártir

“He venido para dar testimonio de la verdad”, dice Jesús, usando un término muy fuerte, que contiene en sí el significado de martirio, en griego. El testigo es un mártir, el que afirma con la vida, con la sangre, con todo lo que es y lo que tiene, la verdad en la cree. Jesús atestigua la verdad, que es la palabra del Padre (Jn 17,17) y por esta palabra Él da la vida. Vida por vida, palabra por palabra, amor por amor. Jesús es el Amén, el Testigo fiel y veraz, el Principio de la creación de Dios (Ap 3,14); en Él existe sólo el Sí, por siempre y desde siempre y en este Sí, nos ofrece toda la verdad del Padre, de sí mismo, del Espíritu y en esta verdad, en esta luz, Él hace de nosotros su reino. “Cuantos confían en Él, conocerán la verdad; y aquellos que le son fieles a su amor vivirán junto a Él” (Sab 3, 18). No busco otras palabras, sino que permanezco solamente junto al Señor, sobre su seno, como Juan, en aquella noche; así Él se convierte en mi respiro, mi mirada, mi sí, dicho al Padre, dicho a los hermanos, como testimonio de amor. Él es fiel, Él está presente, Él es la verdad que yo escucho y de la cual me dejo sólo transformar.

6. Salmo 21 (20)

Canto de acción de gracias por la victoria que nos viene de Dios

¡Grande, Señor, tu amor por nosotros! Yahvé, el rey celebra tu fuerza, le colma de alegría tu victoria. Le has concedido el deseo de su corazón, no has rechazado el anhelo de sus labios. Te adelantaste con buenos augurios, coronaste su cabeza de oro fino; vida pidió y se la otorgaste, largo curso de días para siempre.

Gran prestigio le da tu victoria, lo rodeas de honor y majestad; lo conviertes en eterna bendición, lo llenas de alegría en tu presencia. Porque el rey confía en Yahvé, por gracia del Altísimo no vacilará.

¡Levántate, Yahvé, lleno de fuerza, cantaremos, celebraremos tu poder!

Oración final

Padre, te alabo, te bendigo, te doy gracias porque me has conducido con tu Hijo al pretorio de Pilato, en esta tierra extranjera y hostil y sin embargo tierra de revelación y de luz. Solo tú, con tu amor infinito, sabes transformar toda lejanía y toda obscuridad en un lugar de encuentro y de vida. Gracias porque has hecho surgir el tiempo santo de la consolación en el cual envías a tu Cordero, sentado en el trono, como rey inmolado y viviente; su sangre es una cascada restauradora y unción de salvación. Gracias porque Él me habla siempre y me canta tu verdad, que es sólo amor y misericordia; quisiera ser un instrumento en las manos del rey, de Jesús, para transmitir a todos las notas consoladoras de tu Palabra. Padre, te he escuchado hoy, en este Evangelio, pero te ruego, haz que mis oídos no se cansen jamás de ti, de tu Hijo, de tu Espíritu. Hazme renacer, así a la verdad, para ser testigo de la verdad.

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Lectio sáb, 20 nov. de 2021

Tiempo Ordinario

Oración inicial

Dios todopoderoso y eterno, te pedimos entregarnos a ti con fidelidad y servirte con sincero corazón. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Lucas 20,27-40

Se acercaron algunos de los saduceos, los que sostienen que no hay resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si a uno se le muere un hermano casado y sin hijos, debe tomar a la mujer para dar descendencia a su hermano. Pues bien, eran siete hermanos. El primero tomó mujer y murió sin hijos; la tomó el segundo, luego el tercero; y murieron los siete, sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque fue mujer de los siete.» Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios por ser hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.» Algunos de los escribas le dijeron: «Maestro, has hablado bien.» Pues ya no se atrevían a preguntarle nada.

Reflexión

El evangelio de hoy nos informa sobre la discusión de los Saduceos con Jesús acerca de la fe en la resurrección.

Lucas 20,27: La ideología de los Saduceos. El evangelio de hoy comienza con esta afirmación: “Los saduceos sostienen que no hay resurrección. Los saduceos eran una élite aristocrática de latifundistas y comerciantes. Eran conservadores. No aceptaban la fe en la resurrección. En aquel tiempo esta fe comenzaba a ser valorada por los fariseos y por la piedad popular. Animaba a la resistencia de la gente en contra de la dominación tanto de los romanos como de los sacerdotes, de los ancianos y de los saduceos. Para los saduceos, el reino mesiánico estaba ya presente en la situación de bienestar que ellos estaban viviendo. Así seguían la llamada “Teología de la Retribución” que distorsiona la realidad. Según esta teología, Dios retribuye con riqueza y bienestar los que observan la ley de Dios, y castiga con el sufrimiento y la pobreza a los que practican el mal. Así, se entiende que los saduceos no querían mudanzas. Querían que la religión permaneciera tal y como era, inmutable como Dios mismo. Por esto, para criticar y ridiculizar la fe en la resurrección, contaban casos ficticios para mostrar que la fe en la resurrección llevaría a la persona al absurdo.

Lucas 20,28-33: El caso ficticio de la mujer que se casó siete veces. Según la ley de la época, si el marido muere sin hijos, su hermano tiene que casarse con la viuda del fallecido. Era para evitar que, en caso de que alguien muriera sin descendencia, su propiedad pasara a otra familia (Dt 25,5-6). Los saduceos inventaron la historia de una mujer que enterró a siete maridos, hermanos entre sí, y ella misma acabó muriendo sin hijos. Y le preguntaron a Jesús. “Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque fue mujer de los siete.” Caso inventado para mostrar que la fe en la resurrección crea situaciones absurdas.

Lucas 20,34-38: La respuesta de Jesús que no deja dudas. En la respuesta de Jesús aflora la irritación de aquel que no aguanta el fingimiento. Jesús no aguanta la hipocresía de la élite que manipula y ridiculiza la fe en Dios para legitimar y defender sus propios intereses. Su respuesta tiene dos partes: (a) vosotros no entendéis nada de la resurrección: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios por ser hijos de la resurrección.” (vv. 34-36). Jesús explica que la condición de las personas después de la muerte será totalmente diferente de la condición actual. Después de la muerte no habrá bodas, todos serán como ángeles en el cielo. Los saduceos imaginaban la vida en el cielo igual a la vida aquí en la tierra. (b) Vosotros no entendéis nada de Dios: “Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Y al final concluye: “¡No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven!” Los discípulos y las discípulas, que estén alerta y aprendan. Quien está del lado de estos saduceos, estará del lado opuesto a Dios.

Lucas 20,39-40: La reacción de los otros ante la respuesta de Jesús. “Algunos de los escribas le dijeron: «Maestro, has hablado bien.» Pues ya no se atrevían a preguntarle nada”. Muy probablemente estos doctores de la ley eran fariseos, pues los fariseos creían en la resurrección (Cf. Hechos 23,6).

Para la reflexión personal

Hoy los grupos de poder ¿cómo imitan a los saduceos y arman manifestaciones para impedir mudanzas en el mundo y en la Iglesia? ¿Tú crees en la resurrección? Al decir que crees en la resurrección, ¿piensa en algo del pasado, del presente o del futuro? ¿Has tenido en tu vida alguna experiencia de resurrección?

Oración final

Creo que gozaré de la bondad de Yahvé en el país de la vida. Espera en Yahvé, sé fuerte, ten ánimo, espera en Yahvé. (Sal 27,13-14)

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Lectio vie, 19 nov. de 2021

Tiempo Ordinario

Oración inicial

Señor, Dios nuestro, concédenos vivir siempre alegres en tu servicio, porque en servirte a ti, creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Lucas 19,45-48

Jesús entró en el Templo y comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: «Está escrito: Mi Casa será Casa de oración. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos!» Enseñaba todos los días en el Templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y también los notables del pueblo buscaban matarle, pero no encontraban modo de hacerlo, porque todo el pueblo le oía pendiente de sus labios.

Reflexión

El contexto. Tras describir la subida de Jesús a Jerusalén (17,11-19,28), Lucas lo presenta ahora realizando su acción en el contexto del templo. Después de la entrada del enviado del Señor a Jerusalén pasando por la puerta de oriente (19,45), el templo es el primer lugar en que Jesús lleva a cabo su acción: las controversias que se narran tienen lugar en este sitio y a él hacen referencia. La subida de Jesús al templo no es sólo una acción personal sino que afecta también a la “multitud de los discípulos” (v.37) en su relación con Dios (vv.31-34). Lucas narra ante todo un primer episodio en el que presenta los preparativos de la entrada de Jesús en el templo (vv.29-36) y su realización (vv.37-40); sigue después una escena en la que se presenta a Jesús llorando sobre la ciudad (vv.41-44), mientras que en la siguiente encontramos la narración de nuestro pasaje de hoy: su presencia en el templo y la expulsión de los vendedores (vv.45-48).

El gesto de Jesús. No tiene un valor político, sino una significación profética. Parecerá al lector que la meta del gran viaje de Jesús a Jerusalén es su ingreso en el templo.

Es evidente la referencia a la profecía de Malaquías y su cumplimiento con la entrada de Jesús en el templo: “Y enseguida vendrá a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis…” (3.1). Jesús une al gesto de expulsar del templo a los vendedores dos referencias a la Escritura: Ante todo Is 56, 7: “Mi casa será casa de oración”. El templo es el lugar en el que Jesús se dirige al Padre. La actividad comercial y especulativa ha convertido el templo en una cueva de ladrones y lo ha desprovisto de su única y exclusiva misión: el encuentro con la presencia de Dios. La segunda referencia a la Escritura está tomada de Jr 7,11: “¿En cueva de bandoleros se ha convertido a vuestros ojos esta Casa que se llama por mi Nombre?”. La imagen de cueva de ladrones le sirve a Jesús para condenar el tráfico material en sentido amplio y no sólo los tráficos deshonestos que de manera velada e ilegal se cometían en el templo. Jesús exige un cambio de rumbo: purificar el templo de todas aquellas negatividades humanas y conducirlo a su función originaria: rendir verdadero servicio a Dios. Expulsando a estos impostores del comercio se cumple la profecía de Zacarías: “Y no habrá más comerciante en la Casa de Yahvé Sebaot aquel día” (14,21). Al pronunciarse así Jesús sobre el templo, no se refiere a una restauración de la pureza del culto, como era la intención de los zelotas. La intención de Jesús va más allá de la pureza del culto, es más radical, es intransigente: el templo no es una obra realizada por el esfuerzo humano; la presencia de Dios no está ligada a su aspecto material; el auténtico servicio a Dios lo realiza Jesús en su enseñanza. Con motivo de esta predicación “los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo buscaban matarlo” (v.47). En los límites temporales del espacio del templo, Jesús lleva a cabo una enseñanza altamente significativa, es más, es justamente en este lugar tan fundamental para los judíos donde su enseñanza alcanza el vértice, y será desde aquí desde donde partirá la palabra de los apóstoles (Hch 5,12.20.25.42). La difusión de la Palabra de gracia de la que Jesús es el único portador se abre como un arco que tiene su inicio cuando con doce años discute entre los Doctores de la ley en el templo; continúa con su enseñanza mientras atraviesa Galilea y durante el camino hacia Jerusalén; y se completa con la entrada en el templo donde toma posesión de la casa de Dios. En este lugar se echan los fundamentos para la futura misión de la Iglesia: la difusión de la palabra de Dios. Los principales del pueblo no pretenden suprimir a Jesús por haber destruido los negocios económicos del templo, sino que sus motivos alcanzan a toda su anterior actividad docente y se hacen patentes ante el discurso contra el templo. Jesús reivindica algo que desencadena la reacción de los sumos sacerdotes y de los escribas. En contraste con esta actitud hostil aparece la actitud del pueblo “que le oía pendiente de sus labios”. Jesús es visto como el mesías que, con su Palabra de gracia, reúne en torno a él al pueblo de Dios.

Para la reflexión personal

Tu oración al Señor ¿consiste en una relación sencilla de padre a hijo como fuerza para comunicarte con Dios, o más bien está recubierta de costumbres y prácticas con la pretensión de conseguir su benevolencia? Al escuchar la palabra de Jesús, ¿te sientes cogido por su enseñanza como la multitud que estaba pendiente de sus labios? Es decir, ¿prestas la debida atención a la escucha del Evangelio para unirte a Cristo?

Oración final

Considero un bien la ley de tu boca, más que miles de monedas de oro y de plata. ¡Qué dulce me sabe tu promesa, más que la miel a mi boca! (Sal 119,72.103)

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Lectio jue, 18 nov. de 2021

Tiempo Ordinario

Oración inicial

Señor, Dios nuestro, concédenos vivir siempre alegres en tu servicio, porque en servirte a ti, creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Lucas 19,41-44

Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita.»

Reflexión

El evangelio de hoy nos dice que Jesús, al llegar cerca de Jerusalén, viendo la ciudad, empieza a llorar y a pronunciar palabras que hacían vislumbrar un futuro muy sombrío para la ciudad, capital de su pueblo.

Lucas 19,41-42 Jesús llora sobre Jerusalén. “Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! ¡Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos!”. Jesús llora, pues ama su patria, a su pueblo, la capital de su tierra, el Templo. Llora porque sabe que todo va a ser destruido por culpa del pueblo mismo que no sabe percibir ni valorar la llamada de Dios dentro de los hechos. La gente no percibe el camino que podría llevarlo a la Paz, Shalóm. Pero ahora esto está oculto a tus ojos. Esta afirmación evoca la crítica de Isaías a la persona que adoraba los ídolos: “Se alimenta de ceniza, un corazón engañado le extravía y no salva su alma, diciéndose: ¿No es mentira lo que tengo en mi diestra?» (Is 44,20). La mentira estaba en sus ojos y por esto se volvieron incapaces de percibir la verdad. Como dice San Pablo: “Ellos se rebelan a la verdad y obedecen a la injusticia” (Rom 2,8). La verdad se hace presa de la injusticia. En otra ocasión, Jesús lamenta que Jerusalén no sepa percibir ni acoger la visita de Dios: «¡Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar desierta vuestra casa” (Lc 13,34-35).

Lucas 19,43-44 Anuncio de la destrucción de Jerusalén. “Porque vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti y no dejarán en ti piedra sobre piedra.». Jesús describe el futuro que le va a tocar a Jerusalén. Usa las imágenes de guerra que eran comunes en aquel tiempo, cuando un ejército atacaba a una ciudad: trincheras, cerco cerrado alrededor, matanza de la gente y destrucción total de las murallas y de las casas. Así, en el pasado, Jerusalén fue destruida por Nabucodonosor. Así, las legiones romanas solían hacer con las ciudades rebeldes y así se hará nuevamente cuarenta años después, con la ciudad de Jerusalén. De hecho, en el año 70, Jerusalén fue cercada e invadida por los ejércitos romanos. Todo fue destruido. Ante este trasfondo histórico, el gesto de Jesús se convierte en una advertencia muy seria a todos los que pervierten el sentido de la Buena Nueva de Dios. Ellos tienen que escuchar la advertencia final: “Porque no has conocido el tiempo de tu visita”. En esta advertencia, toda la labor de Jesús está definida como una “visita”, la visita de Dios.

Para la reflexión personal

¿Lloras a veces viendo la situación del mundo? Mirando la situación del mundo, ¿Jesús lloraría ahora? La previsión es sombría. Desde el punto de vista de la ecología, pasamos ya el límite. La previsión es trágica. La labor de Jesús está visto como una visita de Dios. ¿Has recibido en tu vida alguna visita de Dios?

Oración final

¡Cantad a Yahvé un cántico nuevo: su alabanza en la asamblea de sus fieles! ¡Regocíjese Israel en su Hacedor, alégrense en su rey los de Sión. (Sal 149,1-2)

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Lectio mié, 17 nov. de 2021

Tiempo Ordinario

Oración inicial

Señor, Dios nuestro, concédenos vivir siempre alegres en tu servicio, porque en servirte a ti, creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero. Por nuestro Señor.

Lectura del santo Evangelio según Lucas 19,11-28

Mientras la gente escuchaba estas cosas, añadió una parábola, porque estaba él cerca de Jerusalén y creían ellos que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro. Dijo, pues: «Un hombre noble marchó a un país lejano, para recibir la investidura real y volverse. Llamó a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: `Negociad hasta que vuelva.’ Pero sus ciudadanos le odiaban y enviaron detrás de él una embajada que dijese: `No queremos que ése reine sobre nosotros.’ «Cuando regresó, después de recibir la investidura real, mandó llamar a aquellos siervos suyos a los que había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. Se presentó el primero y dijo: `Señor, tu mina ha producido diez minas.’ Le respondió: ` ¡Muy bien, siervo bueno!; ya que has sido fiel en lo insignificante, toma el gobierno de diez ciudades.’ Vino el segundo y dijo: `Tu mina, Señor, ha producido cinco minas.’ Dijo a éste: `Ponte tú también al mando de cinco ciudades. ‘ «Vino el otro y dijo: `Señor, aquí tienes tu mina, que he tenido guardada en un lienzo; pues tenía miedo de tí, que eres un hombre severo; que tomas lo que no pusiste y cosechas lo que no sembraste.’ Dícele: `Por tu propia boca te juzgo, siervo malo; sabías que yo soy un hombre severo, que tomo lo que no puse y cosecho lo que no sembré; pues, ¿por qué no colocaste mi dinero en el banco? Y así, al volver yo, lo habría cobrado con los intereses.’ Y dijo a los presentes: `Quitadle la mina y dádsela al que tiene las diez minas.’ Dijéronle: `Señor, tiene ya diez minas.’ -`Os digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.’ «`Y a esos enemigos míos, que no querían que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí.’» Y dicho esto, marchaba por delante, subiendo a Jerusalén.

Reflexión

El evangelio de hoy nos trae la Parábola de los Talentos, en la que Jesús nos habla de los dones que las personas reciben de Dios. Toda persona tiene alguna cualidad, recibe algún don o sabe alguna cosa que puede enseñar a los otros. Nadie es sólo alumno, nadie es sólo profesor. Aprendemos unos de otros.

Lucas 19,11: La llave para entender la historia de la parábola. Para introducir la parábola Lucas dice lo que sigue: “Mientras la gente escuchaba estas cosas, añadió una parábola, porque estaba él cerca de Jerusalén y creían ellos que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro”. En esta información inicial, Lucas destaca tres motivaciones que llevan a Jesús a contar la parábola: (a) La acogida que hay que dar a los excluidos, pues, diciendo “mientras la gente escuchaba estas cosas”, se refiere al episodio de Zaqueo, el excluido que fue acogido por Jesús (b) La proximidad de la pasión, de la muerte y de la resurrección, pues decía que Jesús estaba cerca de Jerusalén donde iba a morir en breve. (c) La llegada inminente del Reino de Dios, pues las personas que acompañaban a Jesús pensaban que el Reino de Dios llegaría luego.

Lucas 19,12-14: El inicio de la Parábola. “Dijo, pues: Un hombre noble marchó a un país lejano, para recibir la investidura real y volverse. Llamó a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: `Negociad hasta que vuelva.’ Pero sus ciudadanos le odiaban y enviaron detrás de él una embajada que dijese: `No queremos que ése reine sobre nosotros”. Algunos estudiosos piensan que en esta parábola Jesús se refiere a Herodes quien setenta años antes (40 aC), había ido a Roma con el fin de recibir el título y el poder de Rey de Palestina. A la gente no le gustaba Herodes y no quería que fuera rey, pues la experiencia que habían tenido con él como comandante para reprimir las rebeliones en la Galilea contra Roma fue una experiencia trágica y dolorosa. Por esto decían: “No queremos que ése reine sobre nosotros” A este mismo Herodes se aplicaría la frase final de la parábola: “Y a esos enemigos míos, que no querían que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí.” De hecho, Herodes mató a mucha gente.

Lucas 19,15-19: Rendimiento de cuentas de los primeros empleados que recibieron cien monedas de plata. La historia nos dice que Herodes recibió el título de rey y volvió a Palestina para asumir el poder. En la parábola, el rey llama a los empleados a los que había dado cien monedas de plata, para saber cuánto habían ganado. Se presentó el primero y dijo: `Señor, tu mina ha producido diez minas.’ Le respondió: `¡Muy bien, siervo bueno!; ya que has sido fiel en lo insignificante, toma el gobierno de diez ciudades. Vino el segundo y dijo: `Tu mina, Señor, ha producido cinco minas.’ Dijo a éste: `Ponte tú también al mando de cinco ciudades.’ Según la historia, tanto Herodes Magno como su hijo Herodes Antipas, ambos sabían tratar con el dinero y promover a las personas que los ayudaban. En la parábola, el rey da diez ciudades al empleado que multiplicó por diez las cien monedas que había recibido, y cinco ciudades al empleado que las multiplicó por cinco.

Lucas 19,20-23: Rendimiento de cuentas del empleado que no ganó nada. El tercer empleado llegó y dijo: »Señor, aquí tienes tu mina, que he tenido guardada en un lienzo; pues tenía miedo de ti, que eres un hombre severo; que tomas lo que no pusiste y cosechas lo que no sembraste”. En esta frase aflora una idea equivocada de Dios que es criticada por Jesús. El empleado ve a Dios como a un dueño severo. Ante un Dios así, el ser humano siente miedo y se esconde detrás de la observancia exacta y mezquina de la ley. Piensa que, al actuar así, no será castigado por la severidad del legislador. En realidad, una persona así no cree en Dios, sino que cree solamente en sí misma, en su propia observancia de la ley. Ella se cierra en sí misma, se aleja de Dios y no consigue ocuparse y preocuparse de los otros. Se vuelve incapaz de crecer como persona libre. Esta imagen falsa de Dios aísla al ser humano, mata la comunidad, acaba con la alegría y empobrece la vida. “El rey responde: ‘`Por tu propia boca te juzgo, siervo malo; sabías que yo soy un hombre severo, que tomo lo que no puse y cosecho lo que no sembré; pues, ¿por qué no colocaste mi dinero en el banco? Y así, al volver yo, lo habría cobrado con los intereses.” El empleado no fue coherente con la imagen que tenía de Dios. Si imaginaba a un Dios tan severo, hubiera tenido que colocar, por lo menos, el dinero en el banco. Así que es condenado no por Dios, sino por la idea errada que tenía de Dios y que le vuelve temeroso e inmaduro. Una de las cosas que más influye en la vida de la gente es la idea que nos hacemos de Dios. Entre los judíos de la línea de los fariseos, algunos imaginaban a Dios como a un Juez severo que los trataba de acuerdo con el mérito conquistado por las observancias. Esto producía miedo e impedía a las personas el poder crecer. Sobre todo, impedía que las personas pudiesen abrir un espacio dentro de sí para acoger la nueva experiencia de Dios que Jesús comunicaba.

Lucas 19,24-27: Conclusión para todos. “Y dijo a los presentes: `Quitadle la mina y dádsela al que tiene las diez minas.’ Dijéronle: `Señor, tiene ya diez minas.’ -`Os digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará”. El señor manda quitarle las cien monedas y darlas a aquel que ya tenía mil, porque “a todo el que tiene, se le dará, pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. En esta frase final está la clave que aclara la parábola. En el simbolismo de la parábola, las monedas de plata del rey son los bienes del Reino de Dios, esto es, todo aquello que hace crecer a las personas y revela la presencia de Dios: amor, servicio, compartir. Aquel que se cierra en sí mismo con miedo a perder lo poco que tiene, éste va a perder lo poco que ya tiene. La persona, pues, que no piensa en sí, sino que se entrega a los otros, ésta va a crecer y a recibir a su vez, de forma inesperada, todo lo que entregó y mucho más: “cien veces más, con persecuciones” (Mc 10,30). “Pierde la vida quien quiere salvarla, gana su vida quien tiene el valor de perderla” (Lc 9,24; 17,33; Mt 10,39;16,25; Mc 8,35). El tercer empleado tiene miedo y no hace nada. No quiere perder nada y, por esto, no gana nada. Pierde hasta lo poco que tiene. El Reino es riesgo. Aquel que no quiere correr riesgos, ¡pierde el Reino!

Lucas 19,28: Volviendo a la triple llave inicial. Al final, Lucas concluye el asunto con esta información: “Y dicho esto marchaba por delante, subiendo a Jerusalén”. Esta información final evoca la triple llave dada al comienzo: acogida a los excluidos, proximidad de la pasión, muerte y resurrección de Jesús en Jerusalén y la idea de la inminente llegada del Reino. A los que pensaban que el Reino de Dios estaba por llegar, la parábola manda mudar la mirada. El Reino de Dios llega, sí, pero a través de la muerte y de la resurrección de Jesús que acontece en breve en Jerusalén. Y el motivo de la muerte fue su acogida, la acogida que Jesús daba a los excluidos como Zaqueo y a tantos otros. Molestaba a los grandes y ellos lo eliminaron condenándolo a muerte y a una muerte de cruz.

Para la reflexión personal

En nuestra comunidad, ¿tratamos de conocer y valorar los dones de cada persona? A veces los dones de unos generan envidia y competitividad en otros. ¿Cómo reaccionamos? Nuestra comunidad ¿es un espacio donde las personas pueden explayar sus dones?

Oración final

Alabad a Dios en su santuario, alabadlo en su poderoso firmamento, alabadlo por sus grandes hazañas, alabadlo por su inmensa grandeza. (Sal 150,1-2)

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